Irán y Dubai - Natxo Arregi

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Irán y Dubai - Natxo Arregi
17/Diciembre/2007
Irán y Dubai
Bóveda de la cúpula de la mezquita Sheikh Lotfollah. Isfahan
Dubaiu
Natxo Arregi
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ÍNDICE
Página
4
8
1 Motivos y Estímulos
2 Saeid, persas y árabes
Saeid, el chulo
Saeid, el persa
Saeid, los árabes y el Islam
8
9
11
3 Dos días en Teherán
14
Teherán, ciudad sin rostro
Museos y palacios
Las calles de Teherán
14
17
19
4 Yazd
22
Desierto, agua, aire, barro y Zoroastro
Yazd islámico
22
25
5 La meseta: de Yazd a Isfahan
6 Isfahan, capital de la Persia islámica
28
31
Esplendor
Los safávidas
Plazas y Palacios
31
35
39
7 Shiraz y Persépolis
43
Shiraz
Persépolis
Naqsh-e-Rostam
43
45
49
8 Mujeres en Irán
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“El país de las mujeres bellas y los hombres buenos”
Impresiones
Mujeres contra mujeres y sólo mujeres
Los datos
9 La República Islámica de Irán y el mundo
51
51
54
55
58
Petróleo a 120 $
La crisis nuclear
Irán y Europa
Irán y Asia Central
La sociedad iraní
58
60
62
63
64
10 Dubai es mucho Dubai
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Lo más de lo más. Rascacielos.
Las Vegas y Marbella
Hong Kong, Singapur y también Chicago
La gran decisión
Una ciudad viva
67
71
75
77
78
3
IRAN Y DUBAI - 1
DEL 15 AL 26 DE OCTUBRE DE 2007
MOTIVOS Y ESTÍMULOS
En la colección “Maravillas del mundo” que lleva más de 15 años presente en las estanterías de la biblioteca
situada tras de mi siempre que escribo, figura, entre una serie de unos 120 prodigios del hombre y de la
naturaleza, la Mezquita del Imán de Isfahan. Desde el momento en que vi, hace tanto tiempo, esas antiguas
fotografías, supe que esta ciudad, y, por extensión, Irán, habrían de ser algún día un mito a demoler con mi
presencia viajera. Me prometí entonces ver con mis propios ojos ese y otros portentos arquitectónicos de ese
gran país. Quede fascinado y decidí entonces que algún día contemplaría in situ unos logros tan relevantes del
esplendor decorativo. El momento y la oportunidad han llegado. Tarde, pero han llegado.
Iwan de entrada de la Mezquita del Imán. Isfahan.
Las primores de la arquitectura islámica de Irán pueden complementarse, además, con los prodigios del imperio
persa de la época aqueménida y sasánida, allá entre los siglos VII y II antes de Cristo, que todavía lucen en
Persépolis tras haber sido saqueados los restos arqueológicos por franceses e ingleses. He de reconocer, bien
que a la vuelta del viaje, que mis expectativas sobre esta civilización anterior a la era cristiana estaban
claramente subestimadas, por puro desconocimiento. No sé bien por qué nuestra instrucción concede tan poca
atención a esta deslumbrante historia persa en comparación con la que concede a la egipcia, la griega o la
romana, si bien todas ellas forman parte del mismo nicho ecológico en el que aconteció la revolución agraria en
la parte del mundo que más nos incumbe a los europeos. Ciertamente, Persia conserva pocos restos de su
magnificencia precristiana, pero la historia debería ser más objetiva e independiente de las piedras
arqueológicas. El caso es que apenas sabía nada de los persas y lo cierto es que vuelvo sabiendo un poco más y,
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sobre todo, habiendo corregido una distorsión notable de nuestra instrucción, notoriamente injusta con esta
civilización.
Si saltamos los siglos que faltan hasta hoy día,
también la actualidad proporciona motivos
para acercarse a conocer de primera mano al
Irán actual. Uno de ellos viene de la
preocupación que suscita esa zona del mundo,
esa inmensa y castigada Asia Central, en la
que incluyo el llamado Oriente Medio. Carece
de liderazgo político y económico. Se quedó
sin él tras la debacle del imperio otomano,
primero, de los escarceos ingleses y rusos,
más tarde, y del estadounidense después, del
cual se liberó Irán con la revolución
Jomeinista. Si no fuera por el sufrimiento que
se ha instalado en numerosos lugares de ese
gran escenario del mundo, las estúpidas
disputas religiosas, los poco explicados
forcejeos políticos y las codiciosas trifulcas
petroleras nos sonarían tan lejanas como
Bajorrelieve en Persépolis
banales
espectáculos
de
variedades.
Constituyen, sin embargo, junto a la pobreza africana, el mayor agujero negro del mundo actual, la parte oscura
de la humanidad presente, la morada de los horrores del siglo XXI, escenario de violentos fundamentalismos,
guerras incesantes e inacabables mientras que la escena es objeto de variadas agresiones del peor de los
imperialismos actuales. Hay naciones que se pudren en la miseria y la violencia, como Afganistan, pero algunas
otras padecen lo que Stiglitz llama “la maldición de los recursos” que parece acechar a zonas del mundo
atiborradas de oro negro, lo mismo que se ceba en África central y occidental, repleta también de minerales,
maderas preciosas y el mismo petróleo. En efecto, cuando el dinero mana ubérrimo de la tierra en sociedades
ávidas y poco preparadas, dado que además están rodeadas de buitres externos perfectamente prestos y
dotados para la caza y la usurpación, parece bien fácil que el maná se convierta en muerte y en carroña.
El método de que dispone la humanidad para ordenar el desorden está compuesto de cooperación y de poder.
Por lo que corresponde a ambas facetas de la normalidad política aún está por configurarse el liderazgo y la
alianza que dirija y aplaque las convulsiones de la zona y que la inserte en el devenir mundial de una forma más
eficaz y más pacífica. Alguien ha de dar los primeros pasos. ¿A qué país corresponde la mayor responsabilidad?.
En la vergonzosa, penosa y larga de 9 años guerra que Sadam Hussein emprendió contra Irán, y que perdió, este
último país que ahora visitamos quedó empobrecido. Mientras tanto la revolución islamista y fundamentalista
del ayatolá Jomeini dejó desviado el rumbo de modernidad y de acuerdo con Occidente a una sociedad que no
se merecía ese castigo. Con todo, Irán ganó esa guerra y al menos la incertidumbre sobre si manda más Irán o
Irak quedó despejada. Con todo, también, tras los velos, los chadores y los burkas del extremismo políticoreligioso, hay una sociedad bastante integrada y unos niveles de educación que están entre los mejores de la
zona. Con todo, finalmente, hay en Irán tres cosas más, extraordinariamente importantes: una población
numerosa, petróleo para sufragar las inversiones y voluntad nacional para asumir un papel de potencia
hegemónica en la convulsa área.
Uno de los intereses más nítidos para realizar este viaje es husmear sobre esta hipótesis de ver a Irán convertida
una de las naciones dominantes que Asia central necesita como el agua, para formar parte del núcleo y la
alianza organizacional de la zona, así como dilucidar en la dura prueba para nuestras convicciones que supone
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conceder ese papel a un régimen político regido por el Corán y en la interpretación más integrista que de él
puedan dar personajes poseídos por el odio, como Jomeini, felizmente enterrado, o por la radicalidad, como el
actual Ahmanideyad. Este último parece haber dado al traste con la compleja y cautelosa evolución positiva de
un régimen sumamente desatinado, que habían protagonizado Rafsanjani y Jatamí.
Nunca he entendido cómo los países occidentales atiborrados de armas nucleares nos atrevemos (hace falta un
morro que te lo pisas) a exigir no poseerlas a ningún país sin ofrecer nada a cambio. Por tanto no es fácil dejar
de dar por descontado el derecho y la práctica certidumbre de que Irán contará con bombas atómicas de aquí a
unos años, a menos que los occidentales ofrezcamos cosas muy serias a cambio, tal vez la mejor de todas sería
emprender un programa de desarme mundial que incluya también los arsenales de Pakistán y de Israel. Eso
sería definitivo para conseguir negociar en Irán las contraprestaciones correspondientes. Puestos cínicos, la otra
alternativa es que la actual mayor amenaza para la paz mundial, aunque no para nosotros, la belicosa,
prepotente y armada hasta los dientes EEUU, decida arrasar el país y reducirlo a cenizas. Vamos a Irán a pensar
in situ si el actual conflicto nuclear que enfrenta a Irán con Occidente se puede considerar ya sin posible
solución correcta y ya más o menos digerido y sentenciado según alguna de estas dos horrorosas soluciones: o
bien Irán contará con bombas atómicas dentro de poco, o bien EEUU cometerá una de las mayores
barbaridades atacando a Irán (y que, por cierto, ya ha empezado a perpetrarlas con esa declaración como
organización terrorista del núcleo fundamental del ejército iraní: los guardianes de la revolución). O. ¿tal vez
podemos alimentar alguna otra esperanza última?.
El viaje a Irán nos lo cocinamos con un apéndice enormemente atractivo: la ciudad de Dubai, apenas recién
inserta en el mapa mundial. Una metrópoli en el desierto arábigo pegada a las aguas del golfo Pérsico, la mayor
de un país, los Emiratos árabes Unidos, de recientísima creación. La historia de la ciudad viene de solamente 40
años atrás, cuando los nómadas del desierto toparon con un líquido oscuro y viscoso, sucio y asqueroso hasta
entonces, fortuna incalculable en adelante. Pero no se crea que todo es oro negro. Hacen falta también ideas
claras y una determinación inquebrantable para construir de la nada, sin apenas población, la ciudad
impresionante que ya es y la que en breves décadas llegará a ser. En ella se atarean hoy día los mejores
arquitectos mundiales en los
proyectos más gigantescos y en
ella
se
desarrolla
un
experimento
de
ciudad
radicalmente multicultural, tal
vez como ninguna otra del
mundo.
Viajamos dos, mi Amigo y yo.
Llevamos
ya
dos
años
persiguiendo este periplo, que
al fin realizamos. El viaje nos lo
ha preparado una agencia
iraní, que pone a nuestro lado
un guía que nos acompañará
por todo el circuito en el país,
perpetuamente pegado a
nosotros. Se llama Saeid y es
Hotel Burj Al Arab. Dubai
un hombre muy peculiar con el
que trabaremos discusiones e incluso pendencias. De modo que viajamos, en la práctica, tres: Mi Amigo, Saeid y
yo. No cuento al chofer del que también disponemos en cada ciudad, pues este siempre se limita a cumplir
estrictamente con su función profesional y nuestra relación con él se reduce, por motivos lingüísticos, al
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“Salam” del saludo, el “merci” de agradecimiento (en Irán usan este término francés tal cual, sólo que
acentuándolo como palabra llana, junto a otros más autóctonos, para expresar gratitud) y las sonrisas afables y
corteses cuando se encuentran las miradas.
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IRAN Y DUBAI – 2
DEL 15 AL 22 DE O CTUBRE DE 2007
SAEID, PERSAS Y ÁRABES
SAEID, EL CHULO
En el vestíbulo del hotel de Shiraz, Saeid y yo ensayamos la despedida. Hemos estado una semana juntos de
ciudad en ciudad y es probable que no nos volvamos a ver en Teherán, a nuestra vuelta de Dubai, ya que puede
ocurrir que él se encuentre trabajando para algún otro grupo de turistas. Me escribe en un papelito e-mails,
direcciones y teléfonos suyos y yo le correspondo con otro con mis datos. Yo pongo el toque de
sentimentalismo adecuado y agradezco el trabajo que ha realizado para nosotros.
-
Espero haberlo hecho a vuestra satisfacción ...
Aunque bajo la forma de afirmación, la frase debe entenderse como pregunta, pues su cara sonriente y
maliciosa muestra signos de ansiedad y de expectación. Exige, dadas las circunstancias, una respuesta sincera
por mi parte. Pero no ha dado Saeid con un tipo hábil en estas lides.
-
-
Sí, sí, estupendo. Sólo añadiría que me has parecido un poco ....- me quedo cortado porque no
encuentro sustitutivo para la palabra que ha llegado directa a mi cabeza. Iba a decir “chauvinista”, pero
de pronto me ha parecido demasiado fuerte.
Chulo -, concluye él, riendo, interpretándome.
Y, aunque lo niego, aunque corrijo en voz alta chulo por chauvinista y por nacionalista, términos que después de
su intervención me parecen ya suaves, reconozco en voz baja que, en efecto, Saeid también responde a la
definición de chulo. Lo que yo quiero expresarle es que su pasión nacionalista le lleva a exagerar y hasta a
desbarrar, pero lo que él teme (o tal vez reivindica) que pensemos es que también es un presuntuoso. Saeid se
ha dado cuenta del poco crédito que hemos concedido a los cuentos sobre su persona y su vida particular.
Obviamente hemos dividido por 3 o por 4 sus extraordinarias hazañas sexuales, otro tanto las fábulas sobre sus
negocios y ganancias a lo Rothschild en sus años en España y no sabemos hasta donde sus doctos y elevados
conocimientos y universitarios títulos arqueológicos.
Ahora bien, en la jactancia de Saeid no sólo hay vanidad, también se aprecia algo de banalidad y de juego. Ni
falta tampoco una dosis de orgullo. No es un chulo vergonzante ni tampoco un chulo engreído, sino un chulo
chulapón, un chulo fantasioso.
Esa chulería con un toque de desparpajo es la misma que, con su carga de orgullo, le lleva a Saeid a ser una
persona arriesgada en los juicios, sin pelos en la lengua, valiente en su sinceridad. Y eso va a resultar una ventaja
para nosotros, útil cuando hablemos del país, de política o discutamos de geoestrategia, pues tendremos, con la
información, también una opinión bien formada y definida, sin ambages expuesta, que siempre interpretaremos
como representativa de ciertas corrientes en el país.
Pues Saeid es un chulo más listo que el hambre y con opinión acabada sobre todo. Me recuerda a nuestros
desenfrenados tertulianos radiofónicos y televisivos, a quienes puede reprochárseles desfachatez y
desvergüenza, pero no claridad.
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SAEID, EL PERSA
Lo que en cualquier caso resulta indudable es el amor de Saeid por su país, nacionalismo desbocado incluido, el
cual suele atender muy especialmente a la diferenciación precisa del pueblo frente al resto del mundo, sobre
todo respecto de los próximos. Por eso que una de las primeras cuestiones que nuestro guía tuvo urgencia por
aclararnos desde el principio es que “nosotros somos persas, no árabes. ¡Ojo al parche!”. Incluso no le gusta
nada reconocer que son islamistas chiitas, no sólo porque él tiene poco o nada de religioso, sino porque eso
suena a árabe. No, Saeid no ama a los árabes. Saeid ama Persia, a quien considera la cuna de nuestra
civilización. Es una pena que el país cambiara su nombre por el de Irán allá por el año 1935 (lo hicieron debido a
que en Irán no todos son persas ni todos hablan el farsí, aunque sean la inmensa mayoría1). En caso de que el
país conservara el nombre del gran imperio precristiano, Saeid se encontraría mucho más a gusto.
Este tema de Persia y de su centralidad mundial frente a Occidente, frente a los árabes y frente a la India es un
tema que nos va a rechinar continuamente en las conversaciones. En el imaginario que nos hacemos al venir a
Irán, concebimos el país a tono con su contexto geográfico actual y tomando en cuenta las informaciones
recibidas desde nuestro prisma occidental. Así, sabido que originalmente los persas fueron de origen ario y
medo, o que formaron parte del imperio de Alejandro Magno, podemos considerarlos una ramificación de
occidente, pero para Saeid es occidente una ramificación de Persia. Cuando miramos el arte del imperio persa
precristiano y observamos concomitancias egipcias y griegas, y las interpretamos, en consecuencia, como
influencias recibidas de esas culturas, topamos con Saeid que lo considera la revés: para él son los egipcios y los
griegos quienes gozaron de los influjos persas. Si el objeto de la atención es el arte islámico en Irán (por
ejemplo, el más fastuoso y bello del imperio safávida de los siglos XVI, XVII y XVIII), y encontramos entonces
concomitancias con el arte islámico de regiones más occidentales así como otras distintas con el arte mongol en
la India, las cuales me hacen expresarme, sin poder evitarlo, en términos de “tiene elementos muy parecidos a
los del arte mongol” o “esta decoración geométrica es semejante a la omeya”, la respuesta, más rápida que el
rayo, de Saeid, será asegurar que es al revés, que el Taj Mahal lo construyó un arquitecto persa o que fueron los
selyúcidas turco-persas quienes marcaron las variedades decorativas geométricas en su época, allá entre los
siglos IX a XIII. Para Saeid tanto el arte islámico como el mongol en la india son deudores de Persia y no al revés.
Si por casualidad se nos ocurre comentar que ese cartel “está en árabe”, Saeid saltará como un resorte a aclarar
que no es árabe, sino farsí, si bien la escritura lo es; o cuando toca comentar que esos números son “arábigos”,
como los nuestros, nos sorprenderá asegurando que son “persas”, no “arábigos”, pues los tales 1, 2, 3, 4, ... se
escribían en Persia ya en el siglo II y III antes de Cristo, con los sasánidas, mucho antes de que los árabes lo
hicieran, según asegura.
De modo que hay que andarse con un cuidado exquisito con Saeid y volver del revés todas las flechas de la
historia, tal como nosotros las imaginamos. Porque en su cabeza todas ellas parten de Persia, centro del mundo
conocido, el punto de condensación cultural de donde parten los vectores civilizadores en todas direcciones, si
bien siempre en el mismo sentido: de la Persia original hacia el mundo exterior.
Para ello Saeid ha de hacer una pequeña trampa cuyo valor no sé calibrar, pero que, en todo caso, pongo
bastante en duda. Es sabido que uno de los datos fundamentales de la historia humana es la importancia
fundacional del Creciente Fértil. Por mi parte le he leído lo suficiente a Jared Diamond como para reforzar esta
misma tesis con los datos de la arqueología y de la historia ecológica y biológica de la Tierra en el ultímísimo
periodo humano. Esta zona del mundo puede arrogarse el título, en efecto, de cuna de la civilización, en el
sentido de que es la primera en la que se desarrolló la revolución agrícola neolítica a partir de los 10.000 años
antes de Cristo. La tal revolución consiste, como se sabe, en producir alimentos pasando de la técnica de caza y
1
Esta es la explicación que nos dio Saeid. Pero, pensándolo bien, no acabo de entenderla, ya que “Irán” significa “país de los
arios”, y tampoco todos son de origen ario en Persia .
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recolección a la forma de cultivo de plantas estacionales y cría de animales. Jared Diamond explica con todo
detalle, sin necesidad de invocar mérito alguno de los propios pueblos que lo poblaban, las varias e importantes
ventajas naturales del Creciente Fértil de entonces para gozar de esa primacía respecto de otras zonas del
mundo. Sea como sea, esa revolución agrícola es el origen de una cadena de transformaciones y avances que
pasaron por la creación de los primeros excedentes alimentarios masivos, el aumento correspondiente de la
densidad poblacional, la creación de las primeras ciudades del mundo, las primeras normas políticas, la
escritura, los primeros ejércitos, las primeras formas de estado, los primeros imperios, etc. Todo en calidad de
primicia en la historia de la especie humana.
De acuerdo hasta aquí. La novedad aportada por Saeid, al menos respecto de lo que yo creía, es la extensión
geográfica y la situación de centralidad dentro de ese Creciente Fértil. Por ejemplo, el mapa de Jared Diamond,
que es mi referencia, suma las cuencas del Eufrates y Tigris y del Jordán, e incluye las actuales Líbano, Jordania y
Siria, gran parte de Irak, un buen trozo del sur de la Anatolia turca y una pequeña porción del occidente del Irán
actual. El centro de esta amplia región sería el noroeste de la Mesopotamia clásica, si bien este autor concede
una importancia fundamental a los logros agrícolas iniciales en el sur de Anatolia. Otros mapas, como el de la
enciclopedia Wikipedia, extienden el Creciente Fértil hasta el valle del Nilo por el oeste, es decir, a Egipto, e
incluyen una mayor parte, aunque siempre occidental, de la Persia milenaria, al este. La novedad que nos
aporta Saeid es que, según las “últimas tesis” de no sé quién, se ha descubierto que el núcleo primigenio de esa
zona fundacional bendecida por las ventajas agrícolas y ganaderas corresponde a su zona persa. Siendo así, el
esquema de Saeid está completo. La cuna de la civilización es el Creciente Fértil y Persia la cuna del éste. Por
tanto, todo, apenas sin excepciones, procede de Persia en su calidad de madre nutricia de toda la civilización
conocida.
Algo notable en las descripciones de Saeid es que parece a veces como si antes del imperio Persa aqueménida
(que comienza en el 700 a.C.) no hubiera habido historia imperial alguna fuera de Persia. Olvida todo el hacer
histórico e imperial en Mesopotamia y Egipto anteriores al propiamente pérsico. Sumerios, asirios y babilónicos
nunca aparecen en las descripciones de Saeid porque fundaron imperios anteriores a los persas, que luego
desaparecieron casi sin dejar rastro, pero que, de considerarse, privarían al persa de su posición primera, para
pasar a ocupar una posición secundaria al suceder a aquellos. Los egipcios sí que son citados, pero siempre
cuando se trata de épocas posteriores a las del imperio persa o, si no puede eludir referirse a épocas anteriores,
siempre para meter la cuña de que antes que las pirámides escalonadas de Egipto “ya se construían en Persia”,
por ejemplo, o puntualizaciones parecidas.
Al final del viaje acabaremos los tres riéndonos a mandíbula batiente cada vez que Saeid aporta un nuevo
invento o logro tecnológico o social cuyo primer exponente en la historia es persa. Todos los días nos cita unos
cuantos y cuando ya los contamos por docenas comenzamos por reírnos y a ser nosotros los que proponemos
nuevos hallazgos: “Saeid, las tijeras, ¿son también de origen persa?”, por ejemplo. Soy completamente incapaz
de recordar la cantidad de inventos
fundamentales que Saeid nos ha ido
citando, pero desde luego la escritura, el
primer parlamento, el primer código de
derechos humanos, la primera bóveda, la
primera religión (zoroastriana), la primera
pirámide escalonada, el primer sistema
decimal, los números que hoy utilizamos y
hasta el primer “paso” (como los de la
semana santa nuestros), están entre una
infinidad de ellos.
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El amor desbocado de Saeid por Persia le lleva a admirar todo lo que los persas han hecho, sobre todo antes de
Cristo y, muy en especial, en el imperio aqueménida. Éste es, por supuesto, el único imperio de la historia
humana de carácter humanitario, tal que no arrasaba ni destruía los pueblos conquistados; y la sociedad persa
de entonces, la mejor posible: en ella no existían esclavos y los trabajadores libres cobraban sueldos
impresionantes, en forma de ovejas. Saeid no es religioso pero lleva en el cuello una cadena de la que cuelga el
símbolo zoroastriano. Preguntado por la razón de su proceder, nos dice que no, que él no es zoroastriano, pero
que le gusta “porque es persa”, así que lo luce orgulloso en su cuello. Además, siempre que habla de la tal
religión, “la más antigua del mundo que aún perdura”, lo que es cierto, la pone requetebién, mucho mejor que a
todas las demás.
Todo esta adoración de Saeid por su Persia amada no haría mal a nadie si no fuera acompañado por su odio a
todo lo que no es persa. El maniqueísmo, esa enfermedad que acecha siempre al nacionalismo, mas atroz
infunde todos sus juicios históricos. Casi todo lo que hicieron los persas es bueno (el “casi” se debe a la
intervención de los árabes o de otros bárbaros que se asentaron en Persia) y casi todo lo que hicieron los demás
es malo (salvo si fue fruto de la influencia persa). Esto da lugar, por ejemplo, a la primera vez en mi vida que he
oído hablar mal, muy mal, de Alejandro Magno. A pesar de que en Alejandría aprendí a respetar algunos
aspectos de esta enorme figura histórica (a la vista de la manera como los Ptolomeos alejandrinos supieron
acordarse y cooperar con los egipcios para dar lugar al mejor desarrollo de la ciencia y el comercio en esa
ciudad), siempre me ha parecido que el tal conquistador era fundamentalmente un bárbaro cazador de
humanos y ciudades. Por tanto, no puedo por menos que estar un punto de acuerdo con nuestro guía en
algunas de sus críticas al vulgar conquistador macedonio, pero su saña es tanta y su maniqueísmo tan ramplón,
que he tenido que aguantar muchas veces las ganas de defenderlo.
Por otra parte, para Saeid, las guerras médicas que enfrentaron a Grecia y Persia en siglo V a.C., en las que a la
postre se forjó la hegemonía griega en el Mediterráneo oriental impidiendo la expansión persa hacia occidente,
son uno de los acontecimientos peor contados de la historia (además de una desventura para las aspiraciones
aqueménidas, claro). Insiste repetidas veces en que Herodoto, que es quien describió las míticas historias de
Maratón, de las Termópilas, de Salamina, etc., hoy gestas (o tragedias, en el caso de las Termópilas) legendarias
griegas enfocadas desde el prisma interesado de este historiador, mintió y contó una historia falsa. En
particular, Saeid repite mucho, alegando datos e investigaciones que no estamos en condiciones de discutir, que
la destrucción de Atenas que siguió a la debacle de las Termópilas, es una gran mentira histórica. Jerjes I, el
triunfador de esa batalla, no mandó destruir Atenas con el fuego. Jerjes I era un emperador humanitario y
Herodoto un gran farsante.
Entre los odios de Saeid por todo aquello que no es persa ocupa un lugar especial el mundo árabe. Saeid pone
mucho empeño en distinguir Persia de Arabia, en que nadie confunda persas con árabes, pero, sin embargo, su
juicio de los árabes y del Islam no tiene la carga negativa que pone en otros. Saeid tiene una relación singular
con los árabes.
SAEID, LOS ÁRABES Y EL ISLAM
Esta relación especial se muestra como una mezcla contradictoria de respeto y de desdén. Los árabes están en
Persia desde el siglo VII, apenas muerto Mahoma. Saeid quiere entender la sumisión de los persas de entonces a
la conquista árabe y al espíritu expansivo del Islam, como un contubernio o un acuerdo entre unos y otros en el
que todos salieron ganando. Los árabes mandaban, aportaban en aquel momento una religión más igualitaria
(por cierto, monoteísta como el zoroastrismo) en un momento de descomposición y de abuso del sistema de
castas del imperio sasánida, así como proveían a la defensa del país, mientras que, de su parte, los persas
aportaban los cuadros para la administración del imperio árabe y los científicos y los artistas para el desarrollo
11
general. En el choque entre una cultura avanzada pero en descomposición política, la persa, y otra bárbara,
violenta y conquistadora, la árabe, los primeros tuvieron su sitio para alzarse en administradores y gestores, que
no dirigentes, del desarrollo del nuevo imperio. Incluso pudieron conservar su lengua (lo que para el concepto
islámico, que considera el árabe como la lengua elegida por Dios, en tanto que la del profeta y la de Alá, es una
concesión gigantesca). Así que, todos contentos.
Mas tarde los persas islamizados abrazaron masivamente en el XVI la rama chiíta del Islam, de la que hoy día
son la referencia fundamental.
Por tanto, Saeid respeta a los árabes porque supieron apreciar la superioridad cultural de los persas, tanto como
los menosprecia por su inicial atraso. En cualquier caso es de sospechar que reniega de la debilidad persa que
permitió la sumisión a las nuevas dinastías árabes sin apenas resistencia, aunque no acabe de confesarlo.
Como no es un hombre religioso tiende a menospreciar las trifulcas entre chiítas y sunitas a las que en
Occidente concedemos tanta importancia. Para Saeid se trata de una cuestión menor. El cree a pies juntillas que
Irán es ya (no sólo que vaya a ser), la potencia hegemónica de Asia Central y Oriente Medio, pero niega que eso
tenga nada que ver con ninguna misión religiosa dentro del Islam por encumbrar la opción chiíta. No, la
hegemonía iraní en la zona no necesita de la hegemonía chiíta en el Islam, se impone por sí misma, por
desarrollo, poder, acierto, determinación y disuasión. La guerra de Sadam Hussein que enfrentó a Irak e Irán y
que empobreció ambos países, no la explica Saeid como lo hacemos en Occidente, como un conflicto entre
sunitas y chiítas, sino como una pelea de un gallo, el tal Sadam, por hacerse con el control del país más fuerte,
una especie de OPA hostil de Gas Natural contra Iberduero, una empresa notablemente mayor, de un Irak
pequeño contra un Irán grande, donde lo que estaba en juego era el dominio sobre el petróleo y la hegemonía
política, que no religiosa, del área, es decir, el dominio de un nuevo Consejo de Administración con
competencias sobre los dos países. Lo que sí deriva Saeid de esa guerra que Irán no perdió y que más bien ganó,
es que los árabes, no los sunitas, sino los árabes, son muy brutos, unos bárbaros militaristas y expansionistas. En
consecuencia, deduce la proposición de que deben ser los persas los que controlen la zona y no ellos. Pero eso
no será, si ya es o si llega a ser, para imponer ninguna rama islamista ni tampoco para extender el Islam en el
mundo, frente a Occidente, sino para aupar un país y una zona al Concierto Mundial. Será para restituir el
imperio persa humanitario y liberal de Darío el grande, ese por el que levita nuestro despierto guía.
Para mí ha sido un descubrimiento esta visión de Saeid por encima de chiísmos y sunismos, por encima también
de religiones y de choques de civilizaciones de base religiosa. Saeid es un antídoto a las teorías de Huntington.
Eso no quiere decir que no considere un conflicto de alto riesgo con Occidente, pero lo atribuye al imperialismo
occidental, no al choque civilizacional, en una visión que podría no ser muy distinta de la que yo considero más
correcta que la del choque de religiones y civilizaciones, sin que ésta me parezca un ciento por ciento inválida.
Naturalmente, lo que es imposible es acordar algo con el maniqueísmo chauvinista de Saeid, incapaz de
reconocer deber alguno de Irán para con el mundo, como no sea para con su zona, ni error alguno de su país.
A lo largo del viaje Saeid ha mostrado algún desprecio por el integrismo del régimen islámico de su país y se ha
mostrado, esta vez sin contradicción, como una persona sin ninguna inclinación religiosa, mucho más partidario
de una filosofía secular y, en particular, hedonista, de la vida. Así que desprecia la actual componente islamista y
fundamentalista de la República de Irán. Pero eso no significa, de ninguna manera, estar en desacuerdo con la
política exterior de su país, ni siquiera tampoco con la mayoría de las políticas que ese régimen implementa en
el interior del país, sobre todo cuando de desarrollo económico se trata. No hemos hablado apenas, en
concreto, de la actual pretensión iraní de dotarse de armamento nuclear, porque Saeid entiende que lo que Irán
intenta, en primera instancia, tal como dice Ahmanideyad, es dotarse de energía nuclear para uso civil, así como
de diversificar su industria y sus fuentes de ingresos, para no depender en tan gran medida del petróleo. De
modo que no es un integrista chiíta, pero sí defiende con ardor la política de los actuales dirigentes frente a
Occidente. Por otra parte, él no es religioso y sí manifiestamente liberal por contraposición al integrismo del
12
régimen, pero admite muy mal que unos extranjeros como nosotros critiquen las barbaridades en que incurre.
Ante las críticas directas de mi amigo, tiende siempre a minimizar hasta donde le es posible los efectos de los
disparates a que ha conducido la revolución jomeinista, cuando no es el caso de que rechace directamente las
diatribas nuestras.
De modo que Saeid es un persa que considera a los árabes como los amigos brutos y al Islam como un mal
menor, pero siempre en referencia al gran contrario respecto al que se define su país, cuya forma es el
Occidente Imperialista.
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IRAN Y DUBAI – 3
M ARTES 16 Y J UEVES 25 DE O CTUBRE DE 2007
DOS DÍAS EN TEHERÁN
TEHERÁN, CIUDAD SIN ROSTRO
Llegamos al aeropuerto Mehrabad de Teherán bien entrada la noche del lunes, 15 de octubre. El avión ha
sobrevolado la ciudad dando un giro completo de 180º para aterrizar en dirección contraria a la del vuelo desde
Frankfurt. Eso nos ha dado oportunidad de vislumbrar desde un cielo oscuro y limpio un océano interminable de
luces sólo de vez en cuando interrumpidas por las amplias islas oscuras de los grandes parques del norte de la
metrópoli. Dos primeras impresiones muy nítidas: Una, Teherán es una enorme ciudad muy extendida; Dos, en
nada parece una ciudad tercermundista si a la cantidad de luz que emite en la noche hay que referirse. Saeid
nos dirá que son ya 13 millones de teheranítas los que sudan la camiseta en sus calles y no es la mayor de sus
exageraciones. La cifra real en la actualidad no está lejos de esos 13 millones en el área metropolitana, y la urbe
no deja de crecer. Por lo demás, se extiende lo necesario para dar cabida a una tal cantidad de una gente que no
vive en grandes bloques ni en barrios de altísima densidad, salvo los relativamente pocos del norte y del oeste,
que es la zona más moderna. La mayoría se apiña en casas de pocos pisos. Son cerca de 40 kilómetros
urbanizados este-oeste, por casi 30 norte-sur. O sea, una enormidad. Muy luminosa, además. Tal vez porque
Irán cuenta con abundante petróleo y gas natural pone poco cuidado en ahorrar energía. Lo cierto es que
consume electricidad como si estuviera 30 o 40 puestos más arriba en la lista ordenada por el desarrollo
humano y cuestión parecida si de emisiones de CO2 se trata.
La situación de la ciudad es muy hermosa al pié de los montes Elburz, que se elevan llegando casi a los 4.000
metros ahí al lado, casi pegados. Se trata de la cadena montañosa que separa la capital, y toda la meseta central
de Irán, de las fértiles llanuras bañadas por el Mar Caspio. No lejos, a unos 70 kms., está el Damavand, la
montaña más alta del país, por arriba de los 5.600 metros. El último día, cuando salgamos de vuelta hacia
Frankfurt, podremos observar que las cumbres empiezan ya a blanquear delicadamente con las primeras nieves
del año. Son montañas muy secas en su versión sur, la de Teherán, que verdean en la norte, en la fachada
Caspiana, por donde reciben las lluvias. Los casi 4.000 metros de las crestas próximas a Teherán no parecen tan
altas porque se elevan desde los 1700 metros del norte de la ciudad. Ésta desciende suavemente extendiéndose
por la hermosa planicie, de una manera tendida y regular, desparramándose sobre la meseta esteparia iraní. El
hecho es que las calles sur-norte de la ciudad, ascienden suavemente desde los 1.100 metros al sur, hasta los
1.700 metros al norte, mientras que las de dirección este-oeste siguen prácticamente las curvas de nivel. Tal
diferencia de altitud, hasta 600 metros, entre el norte y el sur de la ciudad, se hace notar en la temperatura y
también en la vegetación. Puede haber una diferencia notable de grados entre una y otra parte de la urbe y la
vegetación de los parques y colinas norteñas es más exuberante. Además, es en esta parte norte donde viven
los ricos de la capital, que es como decir los ricos de Irán.
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El aeropuerto de Mehrabad está al oeste pero relativamente cercano al centro geométrico de la ciudad donde
tenemos el hotel. Digo geométrico porque la ciudad se niega a definir un centro ciudadano, lo cual voy
comprobando que no es ninguna excepción entre las ciudades del mundo. Teherán es, como tantas otras
aglomeraciones de este mundo, una ciudad sin centro, tanto como una persona sin rostro. Un montón de casas
y edificios separados por calles atestadas de tráfico de automóviles y motos. No es que no existan los servicios
administrativos y comerciales propios de una gran capital, obviamente debe haberlos, sino que la ciudad está
instalada en el convulso centro de una problemática compuesta por tres potentes procesos que, hasta
culminarlos y engarzarlos, le impiden definirse y desarrollar su centro.
Por un lado se emplaza en una difícil transición entre un urbanismo de bazar y una arquitectura pobre y
fraccionada, propia de una economía poco desarrollada, y otro urbanismo más planificado, otra arquitectura
más acabada y otra construcción más concentrada, propia de la
economía desarrollada que pretende liderar. Una transición en la
que aún se han dado pocos pasos. Su gran bazar es enorme, en
efecto, el típico bazar oriental de estructura medieval, que Saeid
odia (¡y casi nos insta a no visitar!) porque representa para él el
Teherán anclado en el pasado que no ha dado pasos efectivos
hacia la modernidad. Alrededor de él se extienden extensas
calles y barrios también de comercio muy popular. Esas calles se
llenan de multitudes a las horas oportunas y resultan muy
divertidas para el turista, aunque Saeid las deplora. Evita hasta
Entrada al bazar de Teherán
donde le es posible señalárnoslas como objetivo de nuestros
paseos. Se trata en casi todos los casos de un comercio muy minifundista y con enormes problemas
infraestructurales. Los grandes centros comerciales modernos brillan por su ausencia. Lo cierto es que Saeid ve
imposible recomendarnos ningún lugar o zona donde podamos y debamos ocupar nuestro tiempo en el día libre
de que dispondremos el último del viaje, por más que se lo preguntamos. Teherán no debe tener nada atractivo
como no sean los museos y palacios ya vistos. Quizás toma un respiro cuando, en una de las incursiones hacia el
oeste de la ciudad, puede por fin enseñarnos un gran complejo en construcción donde van a ubicarse toda clase
de servicios, no sólo comerciales, en la mayor operación urbanística con pretensiones futuristas de la ciudad.
Por otro, es una ciudad que ha de digerir un enorme crecimiento de población sin disponer de los medios
económicos para solventarlo adecuadamente: la ciudad ha pasado de albergar 1 millón de personas en 1950, a
7 millones en 1995 y 12 en 2006. Un crecimiento descomunal. Inmigrantes de otras zonas de Irán, en su
mayoría. Un boom poblacional y una construcción de viviendas correspondiente que una economía precaria y
poco concentrada ha debido afrontar con escasez de recursos, amén de manos y capital muy divididos. El
resultado es una ciudad hecha a la carrera, sin otra preocupación que adecuarse a la trama urbana de calles. Es
decir, una ciudad con un nivel de
objetivos reducido. La derivación
es evidente: una vulgaridad más
que
notable
en
sus
construcciones desiguales. Dice
Saeid que los pisos modernos de
los barrios nuevos que se
construyen actualmente en el
norte y el oeste tienen precios
superiores a los de Madrid. Otra
exageración,
probablemente,
pero que indica claramente la
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deficiencia en equipamiento de viviendas modernas que padece la gran ciudad. Naturalmente, en una ciudad
tan grande no faltan los barrios residenciales de fuerte densidad compuestos de torres de viviendas de buena
facha, pero la oferta debe ser desproporcionadamente escasa ante una demanda creciente en un país que crece
económicamente al compás del precio del petróleo. Si hay algún problema que ha de resolver pronto Teherán,
es este de la construcción inmobiliaria masiva y ordenada.
Finalmente, como tercer proceso sin culminar, señalaré que Teherán es una capital por hacerse. Una ciudad con
una historia escasa para su dimensión y su responsabilidad como capital de un gran país, sin la solera y el
aposento adecuados. Una ciudad relativamente moderna, que no accedió a la capitalidad de la nación hasta
muy finales del XVIII, con el inicio de la dinastía Kajar, la cual trasladó la capitalidad desde Shiraz, quien, a su vez,
la había tomada de Isfahan hacía bien poco. Pues bien, hay unos cuantos palacios de la dinastía Kajar y hay otros
tantos reconvertidos en edificios administrativos, pero que saben a poco. En realidad, no sé que hizo por
Teherán la siguiente dinastía pahleví, que es cuando la ciudad abandonó sus murallas medievales e inició su
crecimiento y su modernización a lo occidental. Ni tampoco lo que ha hecho la revolución jomeinista desde
1979, salvo algunos grandes y no muy lucidos monumentos como la plaza y la torre Azadi o la descomunal
tumba de Jomeini, situada a ¡30 kilómetros del centro!. ¡Qué astucia!. Leo que el 45% de los puestos de trabajo
de Teherán son públicos y casi no me lo creo, porque se ven pocos edificios administrativos y prácticamente
inexistentes los que desprenden cierto aire representativo. O sea, quiero decir, que no se hacen notar, porque
haberlos, necesariamente debe tenerlos la ciudad. Lo que sí hay en abundancia son bancos, que son los pocos
edificios de mediana calidad y envergadura que se levantan en el mar de edificaciones irregulares y mediocres
del amplísimo centro. Tampoco veo las sedes de las empresas, públicas y privadas, que hacen de Teherán una
ciudad que genera casi el 40% del PIB iraní. Las industrias y fábricas, por su parte, deben estar por otros
extrarradios. Nosotros no las hemos visto ni por el oeste, camino del aeropuerto Mehrabad, ni por el suroeste,
en la larga entrada a la ciudad desde el otro aeropuerto, el grande, modernísimo y esta vez bello IKI Airport,
situado a 40 kilómetros del centro, cuando volvimos de Dubai. De modo que Teherán parece una capital poco
capitalina, poco representativa, he de decir. Saeid debe recurrir a presumir de la torre de la Televisión, que, con
sus 360 metros de altura y situada en el norte, preside la ciudad, porque no hay mucho de lo que él desearía
enseñar como representativo de una gran urbe moderna.
Tumba de Jomeini
Torre Azadi (Torre de la Libertad)
En conclusión, Teherán es una capital tan descomunal como anodina. Una urbe por hacerse, a la que queda un
larguísimo camino por recorrer.
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MUSEOS Y PALACIOS
Nuestro primer día de viaje en Teherán es para visitar, de la mano de Saeid, el Museo Nacional de Irán, que es el
mejor museo arqueológico del país, el conjunto de palacios de Bagh-Melli, reconvertidos en Ministerios, el
Palacio y jardines Golestan y los Palacios Niavaran. Es decir, ocupamos el día en volver atrás 200 años, al
periodo Kajar y a la Dinastía Pahleví, que es de cuando datan estas atracciones turísticas.
El Museo Nacional de Irán
debería ser, si seguimos las
ideas de Saeid, el mejor
museo arqueológico del
mundo, ya que muestra
piezas nada menos que de la
zona fundacional de la
civilización occidental. Pero
no es así. En parte porque
muchos de los originales
están en el Louvre o en el
British, el museo está un
peldaño por debajo de lo que
las culturas precristianas
persas merecerían. Eso no
quiere decir que carezca de
interés. Bien al contrario, me
ha parecido sugestivo. El
edificio es de 1936, de un
arquitecto francés, y ofrece una magnifica fachada, en forma de pórtico sasánida, que luce muy poco en la
miniplacita donde se ubica, debido a que el urbanismo no le presta atención alguna. Al interior le falta lustre.
No invita a la devoción con que deberían admirarse algunas piezas excepcionales.
Estas emocionan en cuanto uno empieza a ver las fechas. Cerámicas y bronces desde los ¡5.000 años antes de
Cristo!, lo más antiguo que he visto yo en mi vida con aspecto civilizado, piezas bien acabadas, torneadas y
talladas. De una calidad notabilísima. Como, dado el orden cronológico, se empieza por las más pretéritas, la
reflexión viene obligada desde el principio por esa emoción: estamos, en efecto, en presencia de muestras de
una cultura adelantadísima para su tiempo. El “a ver si va a tener razón este Saeid”, en forma de pensamiento,
llega inmediato. Se trata de piezas de la zona del Creciente Fértil que Saeid ha considerado la cuna de la
civilización, es decir, del actual suroeste iraní, allá donde se ubicaba Susa, la capital del imperio Elamita, una
mezcla de genio mesopotámico y persa. Y que perdone Saeid por mezclar a Mesopotamia en este Olimpo, un
ataque despiadado a la exclusividad persa que él reclama. El caso es que son muy bellas y que nuestro guía
tiene oportunidad de hacernos abrir la boca de asombro contándonos diversos prodigios técnicos de la extensa
época (entre 5.000 y 500 a.C.). He olvidado ya la mayoría de esos prodigios expuestos. Sólo me vienen a la
cabeza las primeras ventanas con una especie de cristal de la historia y la primera escritura. Ahí está también
una copia exacta del código de Hammurabi (el original está en el Louvre), primer código de la historia (4.800
años os contemplan), el cual, por cierto, además de ser el primer compendio de leyes escrito en piedra en
signos cuneiformes, tiene una talla preciosa de enorme calidad.
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Tras el asombro inicial, para mí el más fuerte, viene luego el periodo
aqueménida y sasánida por el que se derrite Saeid, con magníficos
bajorrelieves. Y también esculturas, lo que supone un paso
importante en la historia del arte: no sólo arte para decorar, contar y
enseñar, sino arte gratuito, escultura exenta, objetos artísticos per se
que no necesitan justificarse como decoración o por alguna otra
utilidad. Algunas de las obras las veremos días después en Persépolis.
El museo sigue pareciéndome interesantísimo hasta aquí. Luego
decae, en cuanto se adentra en el periodo islámico. En Irán hay
maravillas arquitectónicas de primera fila mundial correspondientes
de este periodo, y necesitaría una explicación el hecho de que en el
museo no se refleje esa realidad.
Paseamos luego por un complejo de bellos edificios restaurados,
neopersas, hoy destinados a ministerios para llegar a la bella puerta que he visto en los folletos turísticos de
Teherán, la de Bagh-Melli de la fotografía anterior.
Seguidamente nos dirigimos a
los palacios y jardines Golestan,
del periodo Kajar, es decir, dos
siglos atrás como mucho. Es un
complejo de residencias reales
de
ese
periodo,
hoy
reconvertidas en museos, del
que los occidentales viejos
tenemos la vaga referencia del
cuento de hadas en que el Sha
de Persia, Mohammed Reza
Pahlevi, y Soraya, “la princesa
de los ojos tristes”, intentaron
convertir su boda allá en los
años 50 del siglo pasado.
Bien, muy bonito. Muy persa.
Me recuerda algo del arte
mongol que he visto en La India, pero no oso comunicar esta impresión a Saeid.
Todos estos palacios y museos están ubicados en el centro de la ciudad, al norte del Gran Bazar, cercanos unos
de otros. La tarde la ocupamos en visitar los Palacios Niavaran, al noreste, muy lejos del centro y a una altura de
unos 1.600 metros, en una zona de grandes chalets y residencias particulares que no se ven, rodeadas de altas
tapias. Yo, que he circulado hace dos meses por Canadá, donde
no existían muros, reflexiono una vez más sobre la tribulación
social que supone dejar sin poder ver, a base de horrendos
parapetos visuales, las mejores obras de la iniciativa humana
particular.
Los Palacios Niavaran se enmarcan también entre altas tapias,
faltaría más, rodeados de bellos parques y jardines. También
son de la época Kajar pero muy reformados por los Pahleví.
Aquí vivían kajares y pahlevitas, aquí despachaban los asuntos
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del gobierno y aquí recibían a los enviados de otros países. Hoy son museos palaciegos que intentan transmitir
un nimbo de lujo y exquisitez supremas. Sin conseguirlo, he de confesar. Yo oigo “las mil y una noches” en la
maravillosa música de Rimsky-Korsakov e intento situar a Scherezade en alguno de estos divanes, intentando y
consiguiendo aplacar al sultán, pero no consigo ver esa imagen ni por asomo. Ya, ya sé que se trata de leyendas
muy anteriores a la época de estos palacios, pero no estoy encontrando en Teherán ese lujo oriental y esa
exquisitez palaciega que había imaginado. Estos palacios, comparados con los nuestros barrocos, o incluso con
los turcos o los indios, incluso bastante anteriores, no tienen el mismo esplendor decorativo ni la misma
grandiosidad. Por otra parte no dejo de percibir las mismas concomitancias con el arte mongol de la India. Entre
ellas, las salas de espejos, esas todas cuyas superficies están enteramente recubiertas por un mosaico de
brillantes espejitos, frecuentes aquí, en estos Palacios persas e incluso en algunas mezquitas, como lo estaban
en los palacios mongoles de la India. A veces me parecen demasiado amaneradas y chabacanas, otras me
resultan deliciosas. Creo que han acabado gustándome un montón.
LAS CALLES DE TEHERÁN
El último día del viaje, tras nuestra vuelta de Dubai, lo ocupamos en callejear a nuestro aire, sin rumbo definido.
Mi Amigo busca los pocos regalitos que aún no ha encontrado en Isfahan y en Dubai, y yo pistachos. Eso nos da
para mirar escaparates, tengan o no algo que ver con lo que buscamos. Calles y escaparates, es decir, mirar para
encontrar lo que los iraníes hacen públicamente y lo que desean y pueden conseguir. ¿Hay mejor manera de
conocer un pueblo?.
Naturalmente, una ocupación prioritaria de todo occidental en Irán es mirar a esas sombras, frecuentemente
negras, en cuyo interior se esconden
mujeres. Pero de eso toca hablar más tarde.
Por ahora murmuraremos algo en
referencia al tráfico y al transporte público
en esta inmensa ciudad. Densísimo, más de
coches que de motos. La fotografía de la
izquierda no la he elegido a propósito, o
sea, el hecho de que no se vean autobuses
no es premeditado. Sí, si los hay, pero en
tan exigua cantidad que es bien difícil
verlos. Lo que abundan hasta atestar las
calles y avenidas, son coches privados. Hay
vehículos occidentales de segunda mano,
pero lo que prima son coches Peugeot y
Renault de gama baja, aunque pueden ser
grandes, construidos en el propio Irán.
Junto a ellos los Samand de la empresa Khodro, que es todo un empresón automovilístico que se está
expandiendo por Rusia y Bielorrusia. En realidad la industria automovilística es la segunda más potente del país
tras la del petróleo. Naturalmente, una cosa tiene que ver con la otra. Los iraníes saben que su suelo está
atiborrado de petróleo y gas natural y por lo tanto estiman que la gasolina debe ser barata, que tener un
vehículo debería ser lo común y que andar en coche es la forma natural y habitual de desplazarse por la gran
ciudad. Saeid nos dice que la gasolina está exenta de impuestos (algo escandaloso para un occidental) y yo me
entero de que no sólo eso, sino que tradicionalmente ha estado subvencionada. Es decir, que se vendía a menos
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precio de lo que costaba. Hasta ayer mismo. Ya no. Por eso que nos ha parecido barata, pero no tanto, en
relación a los precios modestísimos de otros productos en Irán. Lo que ha ocurrido es lo siguiente:
Que un país tenga mucho petróleo no significa que tenga mucha gasolina, lo mismo que un país donde llueva
mucho no tiene por qué corresponderse con que mane agua abundante de todos los grifos. Para eso hay que
encauzarla y suministrarla, en el caso del agua; o refinar el petróleo, en el caso de la gasolina. Irán es el cuarto
productor mundial de petróleo (según Saeid, el tercero) y el tercero de gas natural (el segundo, en las cuentas
de nuestro guía) y lo exporta a manta, pero sin embargo debe importar el 40% de la gasolina que consume. Peor
lo tiene Nigeria, que siendo el quinto exportador mundial, debe importar el 90% de la gasolina que usa.
Tampoco se libra Venezuela, sexto exportador mundial, pero que últimamente también importa gasolina, dada
la merma de producción a que ha conducido la nacionalización de las refinerías junto a la vendetta contra los
trabajadores de éstas que protagonizaron manifestaciones masivas antichavistas (Chavez despidió, dicen, a
18.000 huelguistas de esta industria) de la que todavía no se ha repuesto la producción, así como por la
disminución de la inversión privada y extranjera en este sector por motivos obvios. Bien, el caso es que,
volviendo a Irán, Ahmanideyad se ha visto obligado a imponer restricciones de consumo a los coches oficiales y
a subir un 30% las gasolinas. Espera así racionar el coste de su importación, pretende modificar los hábitos de
excesivo consumo de un carburante subsidiado y responder al peligro de que Occidente imponga restricciones
para su exportación a Irán, por causa del controvertido programa nuclear.
Hay también otra manera de disminuir el gasto de gasolina. Que haya pocas gasolineras. Así lo hemos visto:
pocas estaciones de servicio siempre abarrotadas y con unas colas de aquí te espero, a pesar de la subida del
precio.
Sea como sea, a pesar de esta subida y a pesar de las colas en las gasolineras, Teherán es una ciudad colapsada
por el tráfico de coches. Eso incluye la consecuencia de problemas importantes de contaminación del aire. Irán
tiene muchos coches en relación a su nivel de desarrollo, unos 60 por cada 1.000 habitantes, pero ¿qué va a
pasar cuando este parque automovilístico aumente y se vaya acercando a los niveles de los países desarrollados,
es decir, cuando se multiplique por 2, por 3, por 4, por 5, ...?. Pues que habrá de desarrollarse un transporte
público hoy por hoy muy deficiente. Autobuses
inexistentes y un metro poco desarrollado, es lo que
hay. Muy insuficiente. Por cierto, el metro de Teherán,
muy escasito todavía para la gran ciudad, ha sido
construido por chinos e iraníes mano a mano, es muy
reciente y debe ser bonito. Pero no lo hemos visto.
Calles colapsadas por coches conducidos por
habilísimos suicidas, que pitan quedamente, pero sin
escrúpulos, y que hacen del paseo peatonal un deporte
de alto riesgo. Esto es común a muchas grandes
ciudades y países en desarrollo y, salvo las excepciones
latinoamericanas, donde se conduce notablemente
bien, dan pié para proponer la norma universal de “si
eres pobre, conduce al límite”. A mí siempre me
sorprende que países cuyos gobernantes demuestran
un control extraordinario sobre la población,
normalmente vía represiva, no lo demuestren en el
caso del tráfico. En Irán los guardias de tráfico y los
semáforos están para despistar, como lo están en
Egipto, o en Turquía, o en la India, etc. Es decir, para
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despistar a un occidental, que tiende a respetarlos. Y para que obedezcan a los conductores, y no al revés, en el
caso de los autóctonos.
Con todo, como el bullicio en las aceras, no del todo destrozadas en Teherán, es grande, uno puede llegar a
abstraerse del ruidoso y peligroso tráfico rodado en ciertos tramos. Dentro del Gran Bazar no pueden entrar los
coches, así que los miles de comercios, al por mayor, según Saeid, (“mayoristas”, nos insiste una y otra vez tan
despectivamente como puede, para que desistamos de acudir allí), deben aprovisionarse a base de carros
tirados por personas o de acarreadores de bultos inmensos que portan en unas curiosas mochila-parihuelas que
se calzan a la espalda. Estos carros y porta bultos humanos se abren paso entre la abigarrada multitud que llena
todos los poros del bazar de manera parecida a como lo hacen los coches en las calzadas: por cojones. De modo
que no hemos podido gozar de la tregua que esperábamos al entrar en sus fauces insondables. Este bazar, de
todas maneras, esconde diminutas placitas-remanso y mezquitas en cuyos patios los fieles se limpian manos y
pies vayan a rezar o a refocilarse. Es una pena que haya que descalzarse, porque en caso contrario constituirían
igualmente para nosotros, torpes occidentales, la misma posibilidad de pausa y descanso que la que representa
para los autóctonos. La mayor de estas mezquitas dentro del bazar es la de la fotografía anterior, muy hermosa.
El comercio, sea en el bazar, sea en las extensas zonas comerciales cercanas, se organiza siempre por gremios y,
dentro de estos, siempre a base de la misma mercancía, igualmente expuesta, repetida hasta el aburrimiento,
establecimiento tras establecimiento. Un desastre incomprensible del que ya he hablado demasiadas veces, al
que nos es difícil acostumbrarnos. Nuestro tropezón de hoy han sido los pistachos. En determinada zona
contigua al bazar había multitud de tienditas con montones de pistachos con una pinta extraordinaria y muy
baratos. Pero, por no acarrear con ellos todo el día, nos hemos dicho que ya los compraremos en cualquier sitio,
confiados en que Irán es el país de los pistachos. Craso error. Irán no es el país de los pistachos, lo es ese tramo
de 100 metros lineales en el borde del gran bazar. En el resto de la ciudad cuesta encontrarlos. Cuando hemos
querido hacerlo hemos tardado horas y horas. Y no para conseguirlos de la misma clase y calidad.
Una curiosidad muy iraní resulta al mirar los millones de chiringuitos de trapos para vestirse. En Occidente moda
masculina y moda femenina compiten por ofrecerse a ver cuál de ellas más, con triunfo femenino, diría yo. Pero
no en Irán, donde las mujeres no tienen ropitas que enseñar bajo sus corazas. Por tanto, el 90% de las tiendas
de moda lo son de moda masculina. ¿Presumidos que son los tíos?. Sí, supongo que también.
Por lo demás, esa moda es muy arcaica, aquí en el centro. Tal vez por eso yo prefiero garbearme más hacia el
norte en busca de mayores moderneces y para saber qué hace la clase media alta. Mientras tanto mi amigo
opta por repetir las densidades populares de nuevo. Sin embargo, los muchos kilómetros de ciudad que recorro
no han dado para mucho. Una zona de hoteles con bastantes grandes tiendas de artesanías persas, más
elegantes de lo hasta ahora visto (y hemos visto muchísimo), un complejo de joyerías de bastante mejor nivel
del habitual en el que me he divertido mucho reparando en los trajines de vendedores (masculinos) y
compradoras (femeninas) y una zona chic de tiendas de ropa infantil que me ha parecido muy curiosa. En este
caso no había diferencia a favor de los niños. Hasta que a ellas les ponen el velo y el manteau (curioso, también
utilizan el francés en este caso) hacia los 9 años (¡aunque las hemos visto embutidas desde los 5 añitos!). Pero
hasta esa edad sus padres las hacen tan presumidas como a los infantes, por lo que compruebo.
Total, no mucha cosa para tanto kilómetro.
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IRAN Y DUBAI – 4
M IÉRCOLES Y JUEVES , 17 Y 18 DE OCTUBRE DE 2007
YAZD
DESIERTO, AGUA, AIRE, BARRO Y ZOROASTRO
Saeid nos ha traído en avión desde Teherán, por la noche, y nos ha depositado en un hotel que constituye por sí
mismo una atracción, en tanto que compendio de la arquitectura tradicional de esta ciudad. Se trata de una
antigua y espléndida casa-almacén de
un rico comerciante, reconvertida en
hotelazo. Toda la construcción es en
ladrillo de adobe, hay bagdires o “torres
de ventilación” por varias esquinas, dos
espléndidos patios ajardinados abiertos
al cielo, elementales arcos decorativos
por todas partes, típicas bóvedas con
pechinas
poligonales,
abundantes
terrazas soleadas, habitaciones cerradas
por gruesas paredes de barro pintado y
techos abovedados, sin ventanas,
sustituidas
por
unos
diminutos
lucernarios para la ventilación, por los
que, sin embargo, se cuela una
sorprendente cantidad de la luz rasante
de la madrugada.
Hemos llegado a una extraordinaria ciudad en el desierto, hecha de barro, con una vielle ville apenas destruida
por ninguna invasión que no sea la del tiempo, la pobreza o el abandono del hombre.
Yazd se sitúa en la meseta de Irán, a 1.200 metros de altura. Meseta de Irán es una descripción demasiada
neutra para lo que debe considerarse un desierto en toda regla. Aquí sí llueve una gota, pero se trata de la única
que cae al final del invierno. Hace un calor de madre en verano, e incluso ahora, a mediados de octubre. La alta
llanura en la que se asienta tiene más de desértica que de esteparia, así que el polvo de las rocas meteorizadas,
arcillas en su mayoría, tiene poco o nada suelo vivo donde agarrarse cuando sopla el viento. Por tanto el aire del
desierto se tiñe casi siempre con una cierta cantidad de polvo en suspensión, lo que priva al paisaje de un grado
de visibilidad. Las montañas absolutamente yermas que se dibujan en los confines del horizonte tienden a
difuminarse como si estuvieran lejísimos, estando cerca. Pero esto no es nada comparado con los contiguos
desiertos de Kavir, al norte, y de Lut, al este. Este último se extiende 1.000 kilómetros en esa dirección antes de
topar con Kandahar, en Afganistan, sin que entre ambas ciudades parezca haber nada no mineral. Saeid nos dice
que en ese desierto, provincia de Jorasán, se supone que hay yacimientos de hidrocarburos que serán, sin duda,
por obligación metafísica impuesta por sus sueños, los mayores del mundo cuando se descubran, esos que
harán de Irán la llave del mundo. Sea como sea, es una región desierta, de sol abrasador y agua inexistente,
vacía de todo, que las caravanas de la ruta de la seda debían atravesar en su camino hacia la India y China. Yazd
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era entonces, y sigue siendo ahora, la última etapa antes de adentrarse en el pavor de la inmensidad inflamada
de sol. O el oasis al que se llegaba después de atravesarla, en caso de la vuelta. Por Yazd pasó Marco Polo y así
lo describe, como el último milagro pardo antes de la vasta desolación del vacío, la sed, el hambre y el calor.
El milagro de Yazd es el milagro del agua en el desierto. Las montañas del cinturón norte deben recoger en el
invierno postrero agua y hielo suficiente para alimentar acuíferos para los 500.000 habitantes de la ciudad.
Milagro del agua y milagro de los persas de la antigüedad que fueron lo bastante hábiles e ingeniosos como
para construir un sistema de galerías subterráneas, los qanats, que, valiéndose de tecnologías hidráulicas, eran
y todavía son capaces de almacenar, conservar y conducir el agua casi a cualquier sitio que se lo propusieran. La
tecnología nació hacia 800 a.C. en la Persia antigua y todavía hoy la red de centenares de kilómetros de qanats
de la zona sigue suministrando agua a los habitantes, a la industria y a la agricultura de Yazd. Este saber hacer se
expandió por toda la árida meseta de Irán y luego se propagó por Egipto, por la península arábiga, así hasta por
36 países del mundo, leo la precisión. Saeid puede presumir con todo merecimiento y rigor, lo que por supuesto
no deja de hacer, de este invento persa que hoy día la ONU y la UNESCO ponen como ejemplo de “tecnología
tradicional sostenible y de extraordinario valor”. En el 2.000 hubo apoyo internacional para levantar el Museo
del Agua que hemos visitado y en el 2.003 se creó un Centro Internacional sobre los qanats en Yazd, bajo los
auspicios de la UNESCO. El año 2.006 el PNUD lo dedicó al problema del agua en el mundo y la tecnología de los
qanats se ha afianzado hasta la consideración de “sumamente eficaz en la prosecución de una ordenación
sostenible de los recursos hídricos en las zonas áridas y semiáridas”.
El aire de Yazd es, en verano,
excesivamente tórrido. ¿Cómo
refrescarlo?. ¿Cómo mantener
fresca el agua de los qanats? En
una guía inglesa leía yo que con
las wind-towers. No sé porqué
me dio por traducir este término
por “molinos de viento” y no
entendía nada, hasta que se me
aclararon las neuronas y
transcribí correctamente por
“torres de ventilación”. En el
cielo de Yazd, por encima de los
tejados, hay centenares de ellas.
Son unas torres prismáticas
huecas. con una fila de
columnillas verticales de obra y alas flexibles en cada cara del prisma, por entre las cuales sale el aire caliente de
la estancia situada bajo la torre. Esta es una cámara
abovedada en cuyo fondo se ubica un gran depósito de
agua alimentado por los qanats. Se provoca así una
corriente de aire fresco en la estancia, que la frescura
del agua contribuye a avivar, reforzando de tal manera
el mantenimiento de su temperatura. Una especie de
aire acondicionado. Energía más limpia y sostenible,
imposible.
Pero no queda ahí la cosa. En Yazd también restan
algunos yakhchals, una especie de piscinas subterráneas
a gran profundidad donde se conservaba el hielo traído
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de las montañas. O sea, tenían incluso frigoríficas naturales y hielo hasta en el ardiente verano.
La vieja ciudad, ya lo he dicho, es toda ella de barro. Saeid nos ha llevado entre sus cerradas, misteriosas,
estrechas y ocultas callejas, cuyos muros laterales limítrofes se sostienen mutuamente a base de arquerías, y
nosotros nos hemos perdido por ellas. Ocupan una considerable extensión en la ciudad y a veces uno cree tocar
el mismo barro de hace 3.000 años, cuando se fundó la ciudad. Son las ventajes de ocupar un lugar seco y
soleado, donde todo se conserva mejor, y desértico, donde a pocos conquistadores destructivos se les ocurre
acercarse. Yazd se ha librado de guerras, batallas y destrucciones humanas. Lo que ha caído lo ha derrumbado el
inexorable martillo del tiempo, no el odio del hombre. En no pocos lugares aparecen grandes complejos de
barro caótico, construcciones vencidas que muestran un esqueleto desolado y una elocuente teatralidad. Estos
extensos barrios de barro de la ciudad vieja no es fácil que los salve ni su declaración como Patrimonio de la
Humanidad, por una razón elemental: por sus callejas no caben los coches, que son la nueva savia de la vida
contemporánea, sólo motos y bicicletas. ¿Qué hacer, entonces, si los moradores abandonan estos lugares para
asentarse en las casas de los barrios más jóvenes, próximos pero en otro lugar, al pié de las anchas vías de
circulación viaria?. Se trata de unas circunstancias no habituales en la lucha de toda ciudad por permanecer y
desarrollarse. Dicen que las ciudades reconvierten los rescoldos antiguos en los fuegos nuevos, que el
nacimiento surge de la muerte, pero aquí, en Yazd, la ciudad no se regenera perpetuamente, sino que se
desplaza a otro lugar próximo, no retoña un nuevo árbol del antiguo sino que se planta otro cerca pero no a su
lado. ¿Podrá, en estas condiciones, mantenerse con vida lo que además de morir con el tiempo, se vacía de
humanidad porque se abandona?. ¿Qué será del Yazd milenario en el curso de los siglos próximos?. ¿Podrá el
coche agotar lo que ni la guerra ni el tiempo pudo?
Algunos dicen que allá por el año 3.600 antes de Cristo ya andaba Zoroastro divulgando su doctrina e
imponiendo su Dios único. Sí, el mismo Zaratustra que inspiró a Nietzsche y a Richard Strauss en su célebre
obertura, esa imponente con la que se presenta “2.001, una odisea del espacio”. Otros dicen que más tarde. En
todo caso el zoroastrismo cuajó en la Persia milenaria y en este Yazd, donde se encuentra su rastro desde el 600
antes de Cristo y tal vez antes. El caso es que la ciudad se mantuvo zoroastriana incluso por mucho tiempo
después de la conquista árabe en el siglo VII. Era donde huían y se refugiaban, venidos desde otras zonas de
Persia, los seguidores del gran santón-profeta acosados por el Islam imperial. La misma razón de su ubicación
remota en el desierto que la libró de la ola destructiva de Genghis Khan, es la que le hizo mantener el
zoroastrismo más que ninguna otra, si bien esta vez con la ayuda de la aportación de una tasa regular a las arcas
árabes, con la que pagar la compra de una ración de libertad religiosa.
Con el tiempo, sin embargo, Zoroastro dejó de lucir en
el firmamento de Yazd, sustituido por Mahoma. Pero de
los 30.000 zoroastrianos (no 300.000, como nos dijo
Saeid) que aún permanecen fieles a esa doctrina en el
mundo en la actualidad, unos cuantos siguen en este
ciudad. El fuego, símbolo de la eternidad, sigue
ardiendo en el Templo de Zoroastro al que acudimos,
como gran atracción de la ciudad en que se ha
convertido. Un fuego durante 3 milenios mantenido,
nos dice Saeid, el mismo que se envía a otros templos
zoroastrianos del mundo, del que este hace de matriz,
ante el que nos rendimos algunos turistas y menos devotos.
La huella de Zoroastro que más nos ha impresionado son, sin embargo, las Torres del Silencio. A las afueras del
noroeste de la ciudad la montaña parda y pelada comienza a encresparse rápidamente. De pronto vemos dos
cerros cónicos culminados por sendas torres cimeras y, en las inmediaciones de donde surgen, algunas
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construcciones de barro. Eran éstas de carácter ceremonial, para los diversos ritos de los muertos. Porque el
complejo es un cementerio. Basta verlo para sentirlo como tal: duro, tétrico y mineral. Lugar de los muertos, no
paradisíaco precisamente, ni tampoco morada lujosa de cuerpos en descomposición, como intentamos
nosotros, ilusos. Las torres en lo más alto de los cerros son cilíndricas, amplias y abiertas al cielo. En ese recinto
depositaban los cadáveres para alimento de los buitres. Yo prefiero prescindir de estos impagables carroñeros e
imaginar que los átomos de los muertos emprenden un viaje celestial para distribuirse por el universo. Desde
que me he enterado que a todos los humanos nos corresponde una ración por barba de 1.000 millones de
átomos de Beethoven (o de cualquier otro humano que nos haya precedido, entiéndase), tan numerosos son,
tan aptos para su recombinación y tan duraderos que no hay mejor ejemplo para simbolizar la eternidad (“la
materia ni se crea ni se destruye”), me siento
inclinado a facilitar esa emanación de átomos
vivos desde los cadáveres sin fuelle mediante
una simbología apropiada para los funerales.
¿Mueres?. Pues venga, a expulsar al aire
átomos de tu cuerpo, hermanado con los que
yacen difuntos junto a ti, para que el universo
continúe. Que Zoroastro inventara una tumba
colectiva abierta al cielo hace no sé cuantos
milenios me predispone a su favor. Abomino
de la manía que le entró a la humanidad de
tapar sus cadáveres. ¡Pobres atomitos que
tienen así doble trabajo para salir!. Menos mal
que estamos recuperando la cordura con la
incineración ... Humo al viento ...
Saeid ha tenido la preocupación de que lleguemos a la cumbre de una de las dos torres del silencio unos
minutos antes de la puesta sol. El día de hoy ha sido sereno, de modo que al atardecer el paisaje está más limpio
que al amanecer, pues parte de la calima polvorienta descansa en el
suelo dejando limpio el cielo, los perfiles de las agudas montañas lucen
más nítidos y la extensión de la llanura que busca la sombra de la
noche parece agrandarse. El espectáculo del sol colándose por un
resquicio entre las montañas del oeste, las cuales dibujan un cuadro de
perfiles muy bello, está fantástico, incluso sin necesidad de adornarlo
con el pensamiento de que el astro más querido se retira a descansar
del fatigoso día, para hacer la digestión tras el alimento de energía en
forma de masa de los átomos de los muertos de este cementerio
mudo.
YAZD ISLÁMICO
La ciudad cuenta con 3.000 años de historia y aún no he contado más
que pinceladas de la fase antigua. Vayamos ahora a lo que hicieron los
persas islamizados muchos siglos más tarde.
Saeid no nos deja decir “mezquita del viernes” como traducción de
Masjed-e Jameh, tal como las guías traducen. No, Jameh no es
“viernes”, sino un término que resalta la importancia y alude al poder
de convocatoria de la mezquita, así que, si queremos traducir, digamos
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“mezquita catedral”, propone. En vista de que tampoco esta trascripción es precisa, diré siempre “Mezquita
Jameh” cuando me refiera a esa especial que hay en casi todas las ciudades. La de Yazd tiene el iwam (la
portada) y los minaretes más altos del país. Por cierto, Saeid también nos corrige cuando suponemos que los
minaretes son para que los almuecines lancen sus peroratas y cánticos a los transeúntes y a los fieles. Que no,
que son sólo hitos ciudadanos visibles para señalar el centro, el nodo físico, pero de función urbana, social y
espiritual, al que son llamados los ciudadanos. Ningún almuecín se sube a lo alto de ningún minarete a berrear
desde arriba, asegura. Lo hacen desde el suelo o
desde alguna pequeña plataforma y, desde que
existen, a través de los altavoces.
Bueno, la esbeltísima mezquita Jameh de Yazd es
una preciosidad nada menos que del siglo XIV,
época mongol, pero de estilo selyúcida, la dinastía
inmediatamente anterior. A ese estilo es al que
los iraníes llaman su “Renacimiento”, una época
en el que los persas, retomando su iniciativa y su
protagonismo tras la invasión árabe, fijaron las
nuevas maneras de construir mezquitas. Estas
tienen una estructura bastante distinta de las
árabes tradicionales, lo que ya comentaré cuando
llegue a Isfahan.
Al lado de la Mezquita Jameh hay un Mausoleo con una bella cúpula. Es el Seyed Tokn on-Din, para que lo sepas.
Otro monumento curioso y hermoso
de Yazd es lo que llaman el Complejo
Amir Chaghmagh. Curioso porque, si
supones, como he hecho yo, que es el
iwam de alguna mezquita, te
equivocarás. No, solamente es la
entrada de un bazar, que, por otra
parte, es tan pequeño y potroso que
nunca lo llamaría yo así. Más bien la
función de la monumental puerta es
definir una guapa plaza ciudadana,
animada y céntrica, cerca de la cual
hemos rondado en el día de hoy un
montón de veces.
En esos paseos hemos distraído
nuestras piernas y abierto nuestros
ojos por los densos bazares y las largas calles, hemos comprado dulces de tanta calidad como baratos en “la
mejor pastelería de Irán” (Saeid dixit), y hemos topado con numerosas mezquitas y mausoleos, con azulejos de
colorines algunas, o sin azulejos y de una arquitectura del desierto, hecha de adobe, cúpula, volúmenes cúbicos
elementales y mucha paja y barro, otras. Saeid nos ha llevado a comer a un patio elegante de un hotel inmerso
en un gran bazar, al que, por tanto, no se puede llegar en coche. En este restaurante unos jóvenes viajeros,
madrileños ellos, majos, nos cuentan sus impresiones de Dubai, de donde acaban de llegar. A la noche nuestro
guía nos ha querido llevar a cenar el mejor guisado de cordero del país, pero el restaurante estaba cerrado,
maldición. Saeid sabe que la comida iraní, aunque la devoramos, nos está pareciendo justita, excepto el pan,
26
exquisito recién hecho, y está empeñado en encontrar otro lugar donde nos pongan el dichoso guisado, cuyo
nombre no recuerdo. Tras un periplo un poco desmadrado, con varios fracasos, encontramos un lugar donde lo
ponen. Sólo que lo ponen especialmente mal. ¡Pobre Saeid!.
Antes de la cena hemos ido a un espectáculo singular, el Zurkhane o “Casa de la Fuerza”. Es un local
subterráneo encima de un depósito de agua donde gimnastas hacen ejercicios de fuerza y movilidad al ritmo del
repiqueteo de los zerbaghalis o darabukas (tambores) y los cánticos de un par de voces espléndidas. La fuerza
que hay que emplear es impresionante, ciertamente, para mover como lo hacen unos pesadísimos mazos que
empuñan con las manos. Otras veces lo que empuñan son unas pesadísimas cadenas, otras tablones
impresionantes, etc... Luego giran, saltan, ruedan por el suelo y qué sé yo. Los gimnastas van vestidos de forma
especial y todo es muy ritual. Se trata de ejercicios de origen marcial sincronizados por el ritmo de la música de
los zerbaghalis y bajo la sombra (la mística siempre tiene más de sombra que de luz) de las letras de poetas
sufís, que son los contemplativos del Islam, recitados y cantados por dos interpretes requetebuenos.
Ahora bien, como yo no entiendo la letra de lo que cantan, no tengo por qué ensombrecerme con ella, así que
lo mejor que hago es disfrutar con la más que buena calidad de los percusionistas cantores que dirigen el
cotarro. A mi Amigo le parece demasiado largo el espectáculo y se va a dar una vuelta antes de que termine. Yo
resisto como un león, no los embates de la música, que me gusta mucho, sino los de los efluvios de los pies de
nuestro conductor, sentado a mi lado. Para entrar al zurkhane hay que descalzarse -¡qué manía!- y puedo
afirmar lo atómicos que son los átomos que emanan de sus extremidades inferiores. Incluso más que los míos
en sus mejores momentos.
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IRAN Y DUBAI – 5
J UEVES , 18 DE OCTUBRE DE 2007
LA MESETA: DE YAZD A ISFAHAN
Yazd está en el centro geométrico de Irán, en plena meseta. Isfahan también está en ella, pero unos 300 kms. al
oeste noroeste. Y, si uno sigue más hacia el oeste a partir de esta ciudad, tropieza con la cordillera Zagros que
separa esta alta región esteparia de las bajas llanuras aluviales del Tigris, el río iraquí cuyos afluentes de la
margen izquierda corretean por el bajo Irán. De modo que no vamos a salir de este paisaje mesetario en el
trayecto en coche de Yazd a Isfahan que hoy nos propone Saied. Bendito coche que nos va a permitir parar
donde nos plazca y mirar cuanto queramos. Nuestro guía ha comprendido lo que nos gusta y nos va a dar un día
estupendo en el que haremos unas 6 o 7
paradas, prácticamente todas las posibles,
pues la región está poco habitada. Yo no
recuerdo ya los nombres de todos los
lugares que hemos visitado, salvo el de la
primera ciudad, Meybod, y el de aquella
en la que comimos, Na’in, los dos hitos
principales del viaje.
Las paradas comienzan en el mismo Yazd
de partida. Este objetivo inicial es un
pequeño y delicioso mausoleo de algún
profeta islámico. Es un pequeño montón
de paredes y cúpulas de barro en cuyo
interior hay algunas tallas preciosas y una
pequeña sala de espejitos.
En Teherán no vimos fábricas. Aquí
sí. Cerámica y materiales de
construcción, nos dice Saeid. Eso y
los tejidos, sin faltar las alfombras,
junto a la confitería y las joyas,
deben
ser
las
producciones
fundamentales de esta ciudad. Es
curioso la manera que tienen las
fábricas de retirarse del mundanal
ruido. No están pegadas a la
importante carretera, sino siempre o
casi siempre alejadas unos buenos
kilómetros de ella, como escondidas
en la lejanía bajo un tenue velo de
calima polvorienta.
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La carretera está bien. Tiene tramos de autovía y tramos de carretera normal. Hay poco tráfico y es pesado casi
en exclusiva. Los iraníes tienen muchos coches particulares en Teherán. Aquí no tantos y, en todo caso, no los
usan para grandes desplazamientos, al parecer.
A unos 50 kms. paramos en Meybod, una ciudad bastante mayor de lo esperado, muy extensa, en un oasis, es
decir, un lugar donde toman agua abundante de los qanats, que a su vez la toman de las montañas no tan
cercanas, aunque eso parezca inexplicable si se mira el aspecto absolutamente desolado y árido de éstas,
perdidas en el horizonte tras el aire polvoriento. En un extremo de la población hay una fortaleza más que
considerable, que mantiene una gran presencia a pesar de, o precisamente por, sus partes descalabradas. Los
torreones están embellecidos por dibujos de series geométricas en ladrillo de adobe. Desde la torre del
homenaje a la que subimos hay vistas extendidas sobre la ciudad: un mar de barro donde se intercala el verde
de los cultivos. Lo que es, no un mar sino una montaña de barro, es la propia fortaleza. Suelo, muros, escaleras y
torreones son indistinguibles por el color. Se trata de una gran fortificación del periodo sasánida. De larga vida,
por tanto, ya que inicia el tercer milenio de su existencia.
Saeid, que se está portando en el tema de no agobiarnos llevándonos a ver fábricas de alfombras o de joyas,
flaquea esta vez y nos lleva de cerámicas. Hay una zona de Meybod donde hay varios talleres primitivos de
cerámica. Curioseamos en un par de ellos entre barro, tornos, hornos, esmaltes, pinturas y un sin fin de
cacharrerías que hay que esquivar. Se trata de una típica muestra de arte popular con cierta gracia.
Creo que la siguiente parada es en un
caravanseray perdido en la nada. En realidad
son dos, a 200 metros uno de otro. Se trata
de sendos recintos cuadrados rodeados de
murallas, adornadas con torreones chatos.
En la plaza descansaban los camellos y los
animales. En los muros se suceden nichos sin
techo, con plataformas, lugar donde
descansaban los humanos. Sin techo. Para
qué, si aquí no llueve.
Todavía hoy una de las dos estructuras sirve
como guarida para camellos. ¿Por qué aquí
estos caravanserays?, me pregunto. La
respuesta está a un lado: una pequeña
extensión con algo de humedad; y aquí
mismo: unos abrevaderos medio secos, pero con posibilidad de extraer agua del subsuelo. Una considerable
manada de ovejas se acerca lenta e inexorable a
refrescarse.
La árida soledad de la planicie parda, calcinada
por el sol, continúa, pero salpicada de vez en
cuando por milagrosas aldeas, fábricas lejanas y
granjas con su trozo de verdor. Es lo que más
sorprende. Es un desierto que no lo es. Uno tiene
la impresión de que aquí no debería haber
población ninguna, si se fija en el paisaje. La tierra
plana apenas tiene vegetación. Todo es árido,
muy árido. Las pocas plantas ralas son tan pardas
y secas como el páramo que las sustenta. El
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horizonte casi nunca es una línea horizontal, sino un cenefa de abruptas y lejanas sequedades. Y, sin embargo,
hay agua por algún lado, pues surge donde menos podría esperarse, con sus toques de verdor y sus
construcciones de adobe al lado. El color terroso lo domina todo aunque de vez en cuando se extiende un
terreno más cargado de sal, más ceniciento. Algunas aldeítas no se distinguen apenas en el color dominante,
barro sobre barro, a pesar de que las casas tienen su qué, con sus techos abovedados, hueveras de barro para
morada de los hombres.
De pronto Saeid se desvía hacia una aldeíta muy bien colocada encaramada en una ínfima colina, al lado de otro
caravanseray. No está abandonada, porque hay verdores de huerta y algunas casas en buen estado, pero nadie
se muestra visible. Una pequeña mezquita corona el conjunto, que tiene todo el sabor yermo del desierto y
todo el bello aroma de la humildad y el buen gusto. Salimos de la aldea pintoresca como hemos entrado,
rodeados de sol y de silencio.
La comida es en Na’in, poco más allá de la mitad del recorrido. Otra ciudad bastante mayor de lo esperado. Un
buen restaurante donde hay banderas de todos los países para ponerlas en las mesas en honor de los turistas
extranjeros. Hay pocos en Irán, pero los escasos que visitamos este inmenso país hacemos muy parecidos
recorridos y los guías repiten los mismos hitos.
Después de comer Saeid nos lleva a una mezquita donde hay un funeral. A su lado se levanta un bonito museo
etnográfico, rodeado de jardines y huertas, en el que se intentan resucitar modos de vida que, sin embargo, aún
subsisten. Las figuraciones escultóricas de escenas típicas son bastante buenas y realistas. Además, tiene uno el
aliciente de que los modelos de las tales representaciones son precisamente los habitantes de esta antigua casaalmacén-granja, algunos muertos ya y otros vivitos y coleando, como el encargado del museo que está a su
puerta, un viejo de fuertes y nobles caracteres físicos. Es muy divertido verle reproducido tal cual, aunque
vestido en cada ocasión como la escena lo requiere, en las tareas propias de los pastores, campesinos y
artesanos de la región.
Después de Na’in hay que subir un pequeño puerto para atravesar una cadena de montañas desprendida de la
gran cordillera Zagros. El puerto, sin embargo, no es como los nuestros, sino una meseta plana que se eleva,
cerros a un lado y otro. Es decir, se sube en línea recta. Na’in está a 1.500 metros y la carretera alcanzará los
2.000 de forma casi imperceptible, para bajar después nuevamente a los 1.500 en los que se asienta Isfahan.
Tiene el atractivo de que las montañas siempre lejanas ahora están más cerca. La parte final del recorrido,
camino de Isfahan, tiene un color menos áspero, un poco amansada su aridez.
Nos acercamos ya a la gran capital de los safávidas. La entrada es prolija en arrabales y fábricas. Nuestro
conductor es de aquí y conoce bien los recovecos de su ciudad, así que nos lleva por donde menos semáforos
regulan la circulación. Otra vez vuelve a haber coches, señal de que estamos en una gran ciudad. Llegamos al
centro, que es donde está nuestro hotel, magníficamente enclavado, ya con la anochecida.
Hemos venido a Irán a ver Isfahan y ya hemos llegado. ¡Victoria!.
30
IRAN Y DUBAI – 6
VIERNES Y SÁBADO , 19 Y 20 DE OCTUBRE DE 2007
ISFAHAN, CAPITAL DE LA PERSIA ISLÁMICA
ESPLENDOR
La ciudad de Isfahan da gusto. Entre otras cosas porque fue la ciudad de Avicena, quien trabajaba aquí como
médico y en el suntuoso oficio de “consejero intelectual”, allá a comienzos del siglo XI, cuando mandaban los
selyúcidas. Yo debo un reconocimiento expreso, en forma de visita a su hermosísima ciudad, tanto a un
científico médico que recopiló y compendió toda la medicina y la farmacéutica del momento, como a un filósofo
que negaba la inmortalidad del alma individual y el interés de Dios por los humanos particulares. A quienes nos
parece que las religiones monoteístas suelen padecer de ombliguitis o vaniditis aguda, grave enfermedad
humana que nos hace suponer que somos importantísimos, nos mola un pensador con sentido de la realidad y
criterio sobre la humilde condición de nuestra especie, tanto menos la individual de cada uno de nosotros, en el
conjunto del universo. Sobre todo hoy día, cuando sabemos lo imposible de imaginar cuán insignificantes
somos. Ese sentido de la realidad o esa humildad humana de Avicena contrasta tanto más con su escasez en
occidente en sus tiempos, en nuestra Edad Media, un sentido que tanto nos costó recobrar. Un Avicena así en
aquellos tiempos merece no sólo admiración, sino un homenaje en forma de caminar sereno y templado por las
calles que lo vieron pensar tan templada y serenamente.
Pero Isfahan, además de Avicena, tiene mucho que ofrecer. Algo importante: está perfectamente organizada
desde el punto de vista espacial. Hay un gran río que lleva las aguas de occidente a oriente, el Zayanded-Rud.
Sus caudalosas aguas vienen de la cordillera Zagros, pero no llegan lejos, vencidas por la alta meseta que ayer
rodamos, pues se hunden y evaporan en el erial escaldado por el sol, incluso antes de llegar a la provincia de
Yazd de donde partimos ayer. Este río tan exclusivo de la provincia de Isfahan (nace y muere en ella) es hermoso
a su paso por la ciudad y la hace constituirse en un magnífico oasis en el altiplano iraní. Define en la trama
urbana unas riberas irregulares, amplias y feraces, que la ciudad ha sabido aprovechar de forma más que
espléndida, dibujando cuidados y extensos parques y paseos en las orillas. Estos espacios se encuentran entre
los más “ciudadanos” que yo haya visto en mi vida, es decir, entre los más usados y útiles desde el punto de
vista de los moradores. Y yo no sabría elegir un mayor elogio que éste.
La arteria más importante de la urbe atraviesa perpendicularmente este hermoso río. De sur a norte, por tanto,
más larga por el norte que por el sur. Es la avenida Chahar Ebagh. Por consiguiente, si miramos el plano
orientado al norte, veremos una gran cruz invertida, formada por el travesaño del río y el mástil de la avenida,
que define cuatro partes de la ciudad, las situadas en los huecos entre las cuatro direcciones de la rosa de los
vientos, las dos norteñas más extensas que las dos sureñas. Esta avenida central cruza el río mediante un bello
puente peatonal porticado, el magnífico Sio-Se, de la época safávida. Sirve de represa para domeñar las aguas
del Zayanded-Rud y para desviar una parte de ellas a canales de riego para otras zonas de la ciudad.
31
Este puente y sus inmediaciones
constituyen el centro de la
ciudad en la actualidad. Centro
en el sentido más completo del
término, se quiere decir. Tan
centro como que mi Amigo y yo
habremos cruzado por él unas 6
u 8 veces en estos dos días. Hay,
sin embargo, otro centro
cercano,
más
histórico,
retrocedamos al menos 3 siglos,
situado a kilómetro y medio de
éste, al norte noreste, en torno
al cual se levantan los mejores
monumentos de la época
safávida y anteriores,
donde se despliegan
las densidades de los
bazares tradicionales.
Este otro centro lo
forma la que debería
ser
universalmente
famosa plaza Naghshe Jahan. Estos dos
núcleos
radiantes
deben
completarse
con un tercero, el
puente Khaju, para así
formar el triángulo
medular de la ciudad.
Este último es otra
obra gloriosa de los
safávidas, de la misma
estirpe que el Sio-Se, pero con dos niveles de circulación peatonal, arriba y abajo, y con funciones semejantes de
contención y canalización de las aguas.
Naturalmente, hay muchos más puentes que unen las dos partes norte y sur de la ciudad. Antiguos, como estos
dos, reconvertidos en peatonales, o modernos y amplios, pero estrictamente funcionales, para la circulación
rodada. Saeid nos llevará a visitar un tercero clásico, muy al este de la ciudad, más pequeño y modesto pero
también bonito, el llamado Shahrestan. Hoy día está enclavado en un estanque interior represado junto al río, y
da origen a una hermosa zona recreativa y ferial.
32
Saeid, como ya he querido dejar claro, no está muy contento con el desempeño social y ciudadano tradicional
de los bazares y las zonas comerciales populares de las ciudades iraníes. Una persona tan extraordinariamente
orgullosa de las maravillas persas, trata, empero, de evitar que paseemos por las densas honduras populares y
tradicionales de las ciudades. Más preferiría que no las viésemos. Saeid debe tiene deformada su percepción de
los turistas: tiende a pensar que buscamos sólamente piedras milenarias o, volviendo al presente, sólo
moderneces pijas de consumo. Pero, para confirmar la regla, valga la excepción: nos recomienda vivamente que
paseemos en torno a los dos puentes principales de la ciudad, el Sio-Se y el Khaju. Hemos pactado con él que
nos deje libres unas cuantas horas de los anocheceres y, contra todo pronóstico, no deja de insistirnos en que
dediquemos nuestras correrías a pasear por los puentes y las riberas del río entre ellos, ¡a pesar de que son
espacios altamente populares!.
No es de extrañar la recomendación. Veamos: Un viejo toca la flauta en el Sio-Se, otro grupo de hombres canta
y declama versos tradicionales en el Khaju, hay familias sentadas en el suelo que hacen picnic en los arcos de
uno u otro puente y numerosos grupos de amigos ocupan esos mismos arcos llenándolos de voces en animadas
charlas. Mientras tanto, un tráfico incesante de personas cruza de un lado a otro por las calzadas peatonales de
ambas vías. Son puentes llenos de vida y de sociedad, espectáculo para la vista y los sentidos. Estamos en
Isfahan la noche del jueves, tal como la del sábado entre nosotros, y el día completo del viernes, es decir, su
domingo. Por tanto, hay mucha gente paseando por los puentes y sus inmediaciones, vagando, descansando en
los céspedes y bancos de los jardines y paseos ribereños. En el río hay pedalós que luchan contra la corriente y
pescadores de caña sin suerte. También se nos ofrece un espectáculo para nosotros curioso: mujeres
deportistas que, embutidas en sus oscuros chadores y manteaus (así llaman también, con este término francés,
a las capas y gabardinas con las que cubren sus cuerpos, invierno o verano, haga calor de 30º, como ahora, u
horno de 40º) compiten sobre sus canoas a ver quién es más rápida bogando con sus palas de competición. No,
no se trata de una carrera oficial, sino de un juego entre ellas, pero, por la destreza y la fuerza que exhiben, son
algo más que simples aficionadas, entran al menos en la categoría de atletas deportistas con pleno derecho.
Atletas en plena acción, pero embutidas en sus corazas islámicas revolucionarias (¡qué deformación del término
“revolución”!) en el siglo XXI.
Los grandes, cuidados y hermosos jardines y paseos ribereños están más que poblados de paseantes y de
grupos de gente sentada en la hierba o en torno a los bancos, haciendo picnic, o, simplemente, hablando, en
actitud de plácido descanso, unas veces, de tranquilo condumio, otras, o de apacible conversación, las más, en
las horas del día en que el sol se muestra menos agresivo. Hay familias, muchas, pero también hay grupos de
jóvenes, compartiendo los mismos espacios ciudadanos. Lo que no hay son terrazas, ni bares, ni restaurantes, ni
casas de té, ni nada de nada que se le parezca. Solamente una terraza en el Sio-Se y un restaurante con
instalaciones deportivas en una islita entre los dos puentes, pero muy exclusivo. Una casa de té famosa en el
Khaju, ha cerrado. Esto en una ciudad de 3 millones de habitantes que es la más turística, con diferencia, del
país. Ocurre como sucede generalmente con las formas de ocio de los países no ricos: éste, el ocio social, se
desenvuelve sin gastar un ochavo. Pero eso, aquí, entre espléndidos puentes y magníficos paseos y jardines muy
poblados de gente, donde uno esperaría ver una sucesión interminable de terrazas abarrotadas, sorprende un
poco más que lo normal. Es muy llamativa la carencia casi absoluta, en toda la ciudad, de instalaciones
hosteleras y de diversión, que no sean hoteles y restaurantes, si bien estos últimos también son escasísimos. A
ello hay que añadir la trascendental condición de que no hay alcohol por ninguna parte, prohibidísimo que está.
Las familias que hacen picnic, beben té, y los numerosos jóvenes no beben, simplemente. Tampoco les llega
para la Coca-cola. Así que todo el mundo está tranquilo, todo el mundo habla bajito, no hay agresividad a la
vista. La ciudad se estira plácida, sin sobresaltos, ruidos ni gritos, sin gestos desmedidos, se arrellana en un
deambular respetuoso, un sestear tranquilo y un estar comedido. También hay pocos pedigüeños e indigentes,
no abruma una pobreza excesiva. Todo está suficientemente limpio, mucho para la cantidad de gente que
circula y no precisamente porque los servicios de limpieza sean magníficos sino porque la gente se muestra
33
civilizada, nunca sabe uno si porque lo es o porque le obligan. Como casi siempre, no falta una gran excepción
que tiene un punto de contradicción sorprendente: el tráfico de vehículos. Como en Teherán, es omnipresente y
avasallador, sin respeto alguno ni a las señales, ni a los pasos de cebra, ni a los otros conductores, ni a los
guardias de tráfico de adorno, ni a nada. Cruzar una calle es un momento de tensión entre los restantes tramos
de calma. Uno no puede ser viejo en Isfahan, como no lo puede ser en Teherán, o cojo, o padecer minusvalía
alguna, y caminar por la ciudad, porque para cruzar cualquier calle siempre hay que disponer, además de
decisión y temeridad, de todos los sentidos bien despiertos y de todas las agilidades motrices a prueba. En caso
contrario no pasas. Por eso no se ven esos viejos o esos cojos en movimiento, porque de haberlos, están
encerrados en sus casas o paraditos a la puerta de ellas. La ciudad no es para ellos. La contradicción
sorprendente de este tráfico caótico e intensamente agresivo, regido por la ley suprema del
YoPasoAntesQueTú, es que los conductores no se enfadan ni aprovechan la oportunidad para expulsar toda su
ira, su rabia y su frustración, amparados en el anonimato ciudadano, como sucede entre nosotros. Han llegado
al acuerdo entre todos de ser todos igual de impresentables conduciendo, pero igual de correctos entre ellos, al
evitar enfurecerse unos con otros por la común conculcación de las normas internacionales de tráfico y la
recíproca desconsideración. Así que el tráfico es agobiante y el rumor que despliega una jarana continua de
pequeños y cortísimos toques de bocina, que nunca son bocinazos, gritos ni insultos. En Isfahan, además,
muchas de las grandes vías son avenidas con mucho árbol y vegetación. Abundan los parques frondosos. De
esta manera el escándalo del tráfico, exultante de agresividad competitiva pero incontaminado de ira, tiende a
amortiguarse, de modo que uno puede pasear por la placidez de la aceras y abstraerse de la bulla del tráfico
tras convertirla en murmullo. Hasta que ha de cruzar alguna calzada...
Toda esta tranquilidad que la gran ciudad respira está fundada en algunas carencias y prohibiciones
importantes: la falta de alcohol, la penuria de instalaciones de diversión y hosteleras y probablemente el temor
a la represión para todo aquél que se salte las normas, sean consuetudinarias o preceptivas, incluso las
antinormativas, valga la contradicción, como las del tráfico. Pero también tiene fundamentos positivos en el
diseño amable de la ciudad y, probablemente, en un buen grado de cohesión y de integración social, no puesto
a prueba por ningún uso de la libertad contrario a la costumbre y la norma. Hasta el vestido es siempre igual. En
las mujeres, por precepto inexcusable. En los hombres por las limitaciones de los ingresos y de la moda arcaica.
Lo señalo para advertir de que no todo es tranquilidad, que también puede haber un grado de anodina
puerilidad y/o aburrida monotonía y estrechez de alternativas, junto a otro de oscura opresión. Con todo, yo
diría que prima aquella. Sí, tras el cómputo final del viaje, creo poder afirmar esta conclusión: La sociedad iraní
parece alcanzar unos buenos niveles de cohesión e integración. Ya lo comentaré más adelante, porque, como ya
reflexionaré, no es una conclusión que se imponga por sí misma de manera clara a partir de los datos objetivos.
Nuestros paseos libres transcurren siempre dentro y en los bordes del triángulo medular mencionado entre los
dos puentes principales y la plaza Naghsh-e Jahan. Incluso son muy de destacar los bordes. Uno de ellos son los
bazares en torno a la fantástica plaza, que la desbordan extensamente hacia el noreste. Deambular por ellos en
busca de gangas o curiosidades artesanas de las que los persas son consumados especialistas es un agradable
ejercicio porque no padecen de los excesos de otros bazares. Están animados pero no colapsados. No hay que
pelear para caminar. Son grandes y prolijos pero no excesivamente laberínticos. Hemos caminado bastante por
ellos pero nunca desorientados. Están bajo techo, a la sombra, lo que se agradece sobremanera. No es una
excepción de Isfahan, pero la cantidad de espacio y de negocios dedicados a la joyería y la bisutería, al gold y al
silver, sobrepasa nuestra capacidad de imaginación. No se ve que los hombres lleven muchas joyas y a las
mujeres le es imposible mostrarlas en caso de llevarlas consigo. Entonces, ¿para quién tantísima joya?. Por
cierto, no soy ningún entendido, pero es una joyería de un estilo excesivamente anquilosado en la tradición. Hay
poco que atraiga la atención de un occidental acostumbrado a la novedad.
El borde más denso y energético es, sin duda, el de la gran arteria Chahar Ebagh por la que circulamos una y
otra vez, debido, además, a que ahí se sitúa nuestro hotel. No sólo está abarrotada de comercios y centros
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comerciales, sino que comunica el norte populoso de la ciudad, no sólo con éstos, sino con los puentes y las
orillas del río donde la gente va a vagar. Por tanto, hay una circulación densísima de peatones en uno y otro
sentido según la hora del día, en relación a los ciclos de calor-frescor, a las horas de las comidas y al de las de
apertura y cierre de los comercios.
El otro borde que nos ha resultado significativo, aparte de los puentes y los jardines y paseos ribereños, sobre lo
que ya me he extendido, son las inmediaciones en el parte sur del río. Es la zona elegante de la ciudad, donde se
asientan las familias con dinero para gastar en consumos superfluos. Hay, por tanto, centros comerciales más
modernos y hay una sociología distinta de la juventud. Las jóvenes han de ir cubiertas, claro, pero se las apañan
para que las gafas, colocadas encima de la frente, sustituyan parte del chador y así les permita lucir algunos
mechones del cabello; para que el nudo del pañuelo cuelgue un poco más abajo y despeje un trocito de cuello,
tal vez a la vista un trozo de algún collar y unos pendientes; para que el manteau se ciña al cuerpo y desvele la
figura, importantísima cuestión, que nos ha revelado, por fin, que las jóvenes iraníes gozan de un cuerpo
torneado aproximadamente como las del resto del mundo; para que su largura no llegue al suelo y despeje los
zapatos de marca y los comienzos de las perneras de los pantalones de moda; para retar descaradamente con
ojos y labios pintados, ¡qué escándalo!; y, en general, para mostrar unas poses físicas bien distintas de la
generalidad, que tienden, claro está, a la exhibición. En fin, la punta del iceberg de una juventud que sueña con
una sociedad de consumo y una cultura de la exhibición a lo occidental, extremo que, obviamente, está
asociado al mayor poder adquisitivo.
Volviendo a lo popular: Saeid, que ya se va enterando de nuestros gustos, ha tenido la buena idea de llevarnos
el mediodía del viernes (repito, nuestro domingo), a las riberas occidentales del río, en el extrarradio, donde ya
se acaban las orillas ajardinadas, comienzan las huertas y se desarrolla una vegetación natural de juncos, árboles
de ribera y prados que pueden llegar a anegarse estacionalmente. Estamos a 4 kilómetros lineales del centro, no
lejos, y esto es lo que los ciudadanos de Isfahan consideran ya un hábitat natural. La ciudad cuida con esmero y
extiende más allá de lo que se puede pedir a su economía, los parques y paseos ajardinados en torno al
Zayanded-Rud (unos 4 kilómetros a un lado y otro del centro marcado por el puente Sio-Se). Estos se plagan de
gente los fines de semana en torno a los viernes, pero aún quedan “domingueros” que gustan de la naturaleza
menos artificial y se llegan hasta estas zonas de las afueras inmediatas. Aquí están las familias tumbadas en los
suelos cenicientos bajo las sombras de los árboles, aquí los coches mal aparcados en las orillas de los caminos
bacheados y polvorientos, aquí otras comiendo sobre mantas extendidas, sin faltar tampoco otras afluencias de
niños correteando porque es lo que mejor saben hacer. Una
nueva versión del ocio familiar barato del pueblo sin privilegios.
Saeid nos muestra también un lugar donde hay varios grandes
calderos y huellas inequívocas de fuegos y brasas. Nos explica
que el agua de este río es estupenda para la producción de no
recuerdo qué tintes, que extraen de no se qué plantas. Viva la
precisión. En cualquier caso, todo contribuye a hacernos cargo
de que la gran ciudad viva tiene esquinas para el ocio y para la
producción que son las evidencias de la vida de una sociedad
que, además de centro, tiene márgenes.
LOS SAFÁVIDAS
Esta gran ciudad de 3 millones que ahora pisamos, de
importancia media en nuestro mundo, fue una de las más
grandes del globo hace cuatro siglos. Floreció entre el siglo XI y
el XVIII, especialmente en los siglos XVI y XVII, bajo la dinastía
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safávida, convertida en capital de Persia por segunda vez en su historia. Entonces rondaba el medio millón de
habitantes. Se decía que “la mitad del mundo”.
El primer monumento tres estrellas al que nos lleva Saeid es la Mezquita Jameh, la más antigua entre las tres
grandes obras maestras de Isfahan. Es una mezquita gigantesca con partes de la época selyúcida (siglos XI y XII),
en especial unas enormes salas con columnas, de factura sobria, y de la época safávida (siglos XV, XVI y XVII), de
la cual lo más representativo es el inmenso y espectacular patio, el mayor del país, con cuatro iwams en cada
uno de los cuatro lados de cuadrado, además de otras partes de las dinastías intermedias mongoles.
En una de las salas de oración hay un
mihrab, creo que de la época mongol, de
una extraordinaria calidad.
Si esto es así de fantástico, nos decimos,
¿qué será lo que nos espera?. Porque lo
siguiente son las dos magníficas mezquitas
de la plaza Naghsh-e Jahan: la Sheikh
Lotfollah y la mezquita del Imam. Saeid nos
está haciendo trampas. Con una excusa u
otra está retrasando la visita a estas dos
maravillas para la mañana del sábado: que
si hoy viernes hay culto y no se pueden
visitar, que si la mejor hora para admirar las
cúpulas es al atardecer,
que hay que ver otras
muchas cosas, etc.
Nosotros hemos estado
ya en la plaza varias
veces
por
nuestra
cuenta, pero la visita
pagada
que
nos
corresponde esperamos
hacerla con nuestro
guía. No, tampoco será
hoy a la tarde del
viernes. Se ha echado la
noche. Nos habremos
de conformar con un
rato de embeleso al pié
de los iwams de ambas
mezquitas, sin entrar en
ellas. La del Imam está
iluminada y este momento figura para mí entre los grandes recuerdos del viaje. Estirar hacia arriba el periscopio
y dejarlo girar suavemente hacia un lado y otro, sin escudriñar nada, sino abandonándolo a merced de la
maravilla.
Los safávidas son una dinastía persa-persa. Reinada por dinastías árabes desde el siglo VII, por selyúcidas
turcómanas después, y por mongoles, más tarde, la nación persa recuperaba por fin, en el siglo XVI, una dinastía
propia como no la había tenido desde los sasánidas preislámicos. Además, los safávidas aportaban su propia
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doctrina, la rama chiíta del Islam, minoritaria hasta ese momento. Nueva dinastía y nueva doctrina, bases del
cambio político y del renacimiento cultural y artístico que iba a desarrollarse y que concretó sus máximas
realizaciones: En el tiempo, con Abbas I, “Abbas el grande”, un Sha que reinó largamente a caballo entre el XVI y
XVII y que nos cita Saeid una y otra vez; y, en el espacio, en la nueva capital, Isfahan.
Las mezquitas safávidas no son ni como las árabes (una gran sala cubierta plagada de columnas), ni como las
turcas otomanas (un gran espacio cubierto por cúpulas inmensas). Estas mezquitas safávidas, o propiamente
persas, como diría Saeid, parten de un gran patio central abierto, cuadrado, al que se asoman cuatro fachadas
porticadas de uno o dos pisos, en el centro de cada cual se sitúa un Iwan o puerta monumental. Se trata ésta de
un gran nicho cubierto por una media cúpula, que da entrada a las salas interiores. Una de estas puertas es la de
la sala de oración principal, aquella donde se sitúa el Mihrab orientado hacia La Meca. Suele estar escoltada por
sendos minaretes, que la destacan sobre las demás.
Por tanto, lo propio de esta concepción persa, su elemento central, es el patio abierto, cuya cúpula es el cielo, la
bóveda celeste, la esfera de los astrónomos, y cuyas paredes gloriosas son las fachadas de los cuatro lados,
profusa y ricamente decoradas como corresponde. Pues bien, el ejemplo más acabado de esta concepción persa
es la mezquita del Imam, en la plaza Naghsh-e Jahan de la ciudad de Isfahan. Para verla hemos venido a Irán. He
aquí algunos detalles.
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Es esplendorosa. Tremenda de grande y de decorada. Abbas I la instaló en la fachada sur de la plaza, cuya
orientación no es la adecuada para
que el mihrab mire a La Meca. Por
tanto, hubo que girar el patio
completo 45º y disponer un
determinado circuito de vestíbulos
y pasillos para llegar a él desde el
Iwan de la fachada a la plaza. Ese
circuito de entrada, con múltiples
vistas y fugas hacia distintos
ángulos del complejo y del patio,
siempre
envuelto
por
una
decoración fastuosa y entonada, es
de lo mejor que he visto. Soberbio.
La llegada al patio central es todo
un acontecimiento, impresionante,
pero he de decir que todo eso que
he contado de la bóveda celeste
sostenida
por
las
paredes
galácticas, como símbolo de la
gloriosa morada de Alá, no lo deben
entender así los musulmanes de
hoy día. Para protegerse del calor y
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del sol, han dispuesto un espantoso tinglado de parasoles que impiden toda perspectiva y estropean cualquier
embeleso que uno ensaye. De modo que los fieles rezarán, no digo que no, incluso cómodamente a la sombra,
tampoco lo dudo, pero no en ninguna morada celeste ni bajo ninguna bóveda del universo, sino bajo trapos
potrosos y rodeado de mecanotubos.
La mezquita del Imán es extraordinaria, pero si me preguntan a mí, diré que la inspiración máxima, la perfección
sublime, se fue a 250 metros de ella, a la fachada este de la gran plaza. Corresponde a la Mezquita Sheikh
Lotfollah, algo anterior, más pequeña, pero más cuidada, más infundida de calidad, de refinamiento, de
delicadeza, de esmero, de acierto. de exquisitez y excelencia artística. No tiene patio, pero tiene una bóveda
admirable hasta la emoción. El tambor que la sostiene, calado de luz que entra por las celosías, levantado sobre
la bellísima planta octogonal, forma, con las altas paredes engalanadas, un recinto en el que gozar de una
intimidad asegurada con la Belleza, esa amante apasionada.
Pocas veces he estado más de acuerdo con una inscripción. En la entrada hay una que la titula como “la
mezquita más bella del mundo”.
Exactamente. La mezquita más bella del mundo.
PLAZAS Y PALACIOS
Saeid dice “la mayor plaza del mundo” y grande sí que es. 510 por 165 metros, 12 veces la superficie del campo
de fútbol de San Mamés.
Patrimonio de la Humanidad,
también, nada que discutir. Y
bonita, sin duda. (Fotografía: La
cúpula
de
la
izquierda
corresponde a la mezquita
Sheikh Lotfollah y la del fondo a
la del Imán).
Aparte de las dos mezquitas
maravillosas, un gran edificio un
poco demasiado extraño, el
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palacio Ali Qapu, se exhibe en la fachada oeste. Aquí se hospedaban los embajadores y personalidades
extranjeras. Agraciado o no, es ineludible subir a su terraza para contemplar la plaza desde el mejor enfoque.
La plaza existía antes de Abbas I, pero fue éste quien la urbanizó con una
fachada completamente regular de dos series interminables de arcos
persas. Los del nivel de calle están ocupados por artesanos y comercios,
los del piso superior por balconadas. Esta fachada corrida a lo largo de
todo el perímetro está solamente interrumpida, es decir, enriquecida,
por los monumentos ya citados, más otro en el lado norte, un hermoso
portal que da entrada a los bazares. En la enorme superficie prosperan
jardines, setos y árboles de poca envergadura, para no entorpecer las
perspectivas, y se despliegan frescos estanques y surtidores. Solamente
en el lado norte hay una calle por donde pueden transitar los vehículos
para atravesar la plaza. El resto de la inmensa extensión es sólo para los
peatones y las calesas turísticas tiradas por caballos. Saeid nos ha
contado que aquí se jugaba al polo. Yo creía que este inexplicable y
antiestético juego era originalmente indio y que luego había pasado a
Inglaterra. Pero nuestro guía asegura que no, que es originalmente
persa, de donde pasó a la India. Bueno, si es de esta manera se
demostraría que no todos los inventos persas son maravillosos. No se
me ocurre comentárselo a Saeid, claro.
La amplia zona comprendida entre la gran plaza y nuestra avenida Chahar Ebagh está repleta de grandes
jardines y parques con árboles
de mucha solera. Ahí se ubican
diversos palacios, madrasas y
museos, todos muy hermosos.
Es una zona espectacular, de
gran ciudad. El palacio más
famoso es el Chehel Sutun,
frente a un estanque en el que
se reflejan sus altas columnas
de madera. Es del final del
periodo safávida. En el interior
hay
frescos
sobre
las
superficies
de
madera,
estropeados y sin restaurar,
pero todo llegará. También hay
salas de espejitos y demás.
No se cita mucho pero nos ha parecido muy bella la madrasa Chahar EBagh, del mismo nombre que nuestra
calle, donde se ubica, pues ésta lo toma de aquella. A su lado hemos paseado un montón de veces, sin evitar
nunca la mirada hacia ella, un brillo de sirena con imán para la vista.
Saeid nos ha llevado a ver la catedral Vank, una iglesia cristiana, armenia, y al museo contiguo. La iglesia es una
obra del siglo XVII. Tiene una hermosa cúpula que se levanta desde un octógono, como la mezquita de Sheikh
Lotfollah. Todo el interior está pintado con escenas de la Biblia y Saeid presume de sabérselas todas, antiguo y
nuevo testamento. ¡Qué erudición!. El conjunto está bien restaurado, es muy colorista y produce una rara
impresión entre bizantina y renacentista. El dibujo de las escenas es, sin embargo, un poco menos bueno del
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que correspondería a la época. Con todo, se agradece poder ver escenas donde aparecen esos humanos
prohibidos en las representaciones islámicas.
El museo entretiene con sus miniaturas increíbles y espanta con los recuerdos y datos del genocidio armenio,
ese que niegan los turcos haber cometido. Hay ilustraciones que recuerdan las de los campos de concentración
nazis en Polonia. Auschwitz viene a la memoria. El caso es que el imperio otomano aprovechó el desbarajuste
de la Primera Guerra mundial para deportar a áreas desérticas de la actual Siria a las dos terceras partes de la
población armenia que habitaba entonces la Anatolia oriental. Unos dicen que 1.000.000 de armenios, otros
que 1.800.000. El caso es que la mayoría de ellos murió por masacre directa, por inanición o por deshidratación.
Genocidio, exterminio de un pueblo. Eso es. El actual gobierno turco no reconoce la responsabilidad otomana
en esa destrucción y esa es una de las dificultades con que tropezamos en el proceso de su integración en la UE.
Es inevitable pensar en estas cosas mirando los recuerdos y los espantos aquí descritos.
Una de las curiosidades de Isfahan, de ese tipo a las que nos hacen acudir a los turistas en masa, previamente
infantilizados, son unos pequeños minaretes basculantes que decoran una tumba en el extrarradio de la ciudad.
Allí nos juntamos un buen pelotón de turistas para ver lo gracioso del invento, porque otra cosa, no. Un
operario se sube a lo alto del pequeño alminar y comienza a balancearse con todas su fuerzas, hasta que su
movimiento se transmite perceptiblemente a la estructura vertical y, no sólo eso, sino también al minarete
gemelo a unos metros. Todos los turistas aplaudimos y reímos el chiste. Saeid nos explica que se trata de una
técnica original persa para combatir los terremotos. Entre capa y capa de ladrillo se intercalan varias de madera,
material menos rígido, las cuales dan al conjunto cierta ductilidad, muy útil, en efecto, si la tierra tiembla.
Magnífica ciudad de Isfahan, te hemos disfrutado. ¿Por qué decaíste desde tu posición preeminente en el ancho
mundo de hace 3 siglos?. Los afganos te invadieron en 1.722 y la capital debió trasladarse a Shiraz,
provisionalmente. Eso de perder la capitalidad es una razón gorda. Otra más es que el lugar privilegiado que
ocupabas en las rutas comerciales terrestres entre oriente y occidente dejó de tener la importancia que tuvo al
ser sustituidas aquellas por rutas marítimas, incomparablemente más baratas. Sea como sea, tu esplendor
patrimonial aún no ha sido igualado en la actual Teherán, y eres tú quien sigues guardando los tesoros más
excelsos del país. Pero tú, Isfahan, tienes más que patrimonio, más que riqueza material en forma de
monumentos. Tú, Isfahan, tienes ciudad, una especie no tan habitual de creación urbana que transforma a los
moradores en ciudadanos, quiéranlo no, incluso a los transeúntes como nosotros. Todo el que pasea por tus
calles se convierte en isfahanita de toda la vida.
Hoy continúas brillando con luz de estrella media. Segunda, tercera o cuarta ciudad de Irán, tras Teherán. El
puesto exacto está en danza porque Tabriz y Moshad albergan una población muy parecida en torno a los 3
millones. Produces textiles, artesanías, acero y refinas petróleo. También tienes reactores nucleares
“experimentales” y en tus factorías convierten el uranio en hexafluoruro de uranio, una forma gaseosa de la
cual puedes extraer, si la centrifugas a gran velocidad sobre tamices apropiados, el isotopo oportuno para la
fisión nuclear, léase bomba atómica. O, si te quedas con la ganga que no pasó esos tamices, aún la puedes
bombardear con neutrones y obtener otro isotopo también estupendo para esa fisión. En fin, cosas técnicas que
interesan a los inspectores de la AIEA, malditos entrometidos. Pero ten en cuenta que, de acuerdo con ésta,
nada menos que con la Agencia Internacional de la Energía Atómica, pudiste construir bunkers de seguridad
para proteger la producción de tu puñetero hexafluoruro de uranio, así que no estaría mal que correspondieras
cortésmente a su inspectora curiosidad. Es imposible que sea malintencionada si al frente está Al Baradei, no
tienes más que mirarle de frente a los ojos. Pues de otra manera el mundo no sabe qué pensar sobre tu buena
disposición a que esa organización investigue en profundidad si esos isotopos tan lindos que obviamente ya
estás produciendo (pues los necesitas de todas maneras para enriquecer el uranio y usarlo en tu producción de
energía nuclear para usos pacíficos) los quieres utilizar para fabricar bombas nucleares o no. Ese mundo quiere
saber si quieres producir bombas atómicas ya, mañana mismo, o si permites y te conformas con una buena
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moratoria entre tanto arreglamos el mundo. Esto último es lo que alguna parte importante de ese mundo te
pediríamos. Aunque, puestos a pedir, tal vez podríamos formular nuestro deseo de otra forma: Isfahan, ciudad
de paz, ¿por qué no te alías con Hiroshima y juntas con la AIEA, la cual tendría todas las prerrogativas de
inspección y de coacción pertinentes, abanderáis el combate contra el uso militar de la energía nuclear, es decir,
a favor del desarme?. ¿Por qué no le das un buen puntapié al maniático ese de Ahmanideyad y haces lo que te
cuadra?.
Si así lo hicieras, Isfahan, te librarías del feo papel que te está tocando jugar en el mundo, precisamente a ti,
beldad urbana, maldita sea.
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IRAN Y DUBAI – 7
SÁBADO Y DOMINGO , 20 Y 21 DE O CTUBRE DE 2007
SHIRAZ Y PERSÉPOLIS
SHIRAZ
De capital a capital y tiro porque me toca. Siempre sorprende la cantidad de ciudades que han sido capital de su
país alguna vez en su historia. De su país, o de su reino, o de su imperio, o de sus dominios, o de su estado, o de
su feudo, ... Son tantas las formas de estado que se han sucedido en la historia, tantos los conquistadores,
tantas las guerras, tantos los tejemanejes y las componendas entre poderosos, tantas las divisiones y las
fronteras, tanta la vanidad y el ansia de poder de los caudillos, tanta la aspiración de eternidad del hombre, ...
que cualquier patán con pretensiones de capitanear la historia, probablemente atacado de megalomanía, te
monta una capital por menos de nada.
Sea, también Shiraz ha sido varias veces en la historia capital de lo que Irán ha ido siendo, la última con la
dinastía Zand, en la segunda mitad del siglo XVIII. Breve periodo que acabó cuando llegaron los Kajars y se
llevaron el chollo para Teherán.
Shiraz se levanta a 1.500 metros de altura, en un extenso altiplano entre alineaciones lejanas de la cordillera
Zagros. Hay también montañas cercanas, no tan altas, que se elevan al norte de la ciudad, a cuya vereda se
levanta ésta. A pesar de que estamos más al sur, 700 kms. por debajo de Teherán, entre los paralelos 29º y 30º,
por aquí llueve algo más, y se nota. Hay extensos campos de cultivo, hay cereales, hay arroz, hay cítricos y hay
uvas. El viaje a Persépolis, unos 60 kms. al noreste, nos permite ver lo que hasta ahora no habíamos visto con
esta profusión: mucha agricultura de excelente pinta. Hoy día no fabrican vino por divina prescripción
ayatolaina, pero “el vino de Shiraz es el mejor del mundo”, es decir, lo era cuando se fabricaba, no hace falta
señalar quien lo asegura. Yo he podido saber que los australianos producen “vino de Shiraz”, supongo que de
cepas de la variedad, y lo venden a precios carísimos.
El agua debe correr por el
subsuelo
porque
el
amplio
cauce
que
atraviesa la ciudad de
noroeste a sureste está
completamente
seco.
Constituye una enorme,
larga y fea brecha de la
ciudad, que transcurre,
además, por su centro
vital.
Un
serio
condicionante para el
urbanismo.
Hemos llegado a Shiraz ya
entrada
la
noche,
después del vuelo desde
43
Isfahan. El hotel está a unos 3 kilómetros del lío ciudadano del bazar Vakil, al lado de la ciudadela Arg-e Karim
Khaní, que es una hermosa construcción militar con unas poderosas torres en sus cuatro esquinas, bellamente
decoradas con seriaciones geométricas de ladrillos. Hacia allá nos dirigimos en delicioso paseo nocturno. Un
hospital cercano al hotel tiene frente a él, instaladas en la misma acera de la mayor y más céntrica avenida de la
ciudad, diversos grupos de familias, cenando o durmiendo en el suelo, algunas en tiendas de campaña, otras al
raso, sobre mantas. Son los familiares de enfermos graves, se supone, cuya vida y salud defiende la medicina
hospitalaria con ardor guerrero tras las verjas. Sin éxito en algún caso, pues vemos mujeres llorando su pena.
Los ingresos familiares no siempre llegan para instalarse en un hotel cuando de estar cerca del enfermo se trata.
La fortaleza Arg-e Karim Khaní está iluminada y luce estupenda en la noche. Por los alrededores se extiende una
densa concentración de comercios iluminados. Hay mezquitas, algunas también iluminadas, y madrasas en las
inmediaciones, y, dentro del Bazar Vakil en el que penetramos, calles abovedadas repletas de productos y bien
iluminadas. El laberinto de travesías y correderas por
el que salimos más tarde consigue desorientarnos.
De los fracasos también se aprende, muy cierto.
Cenamos increíblemente barato y hasta mañana.
La “ciudad de la poesía”, como se la llama, lo es
porque de Shiraz son los dos poetas clásicos más
venerados de Irán, un tal Hafez y otro tal Sa’di,
ambos de la estirpe mística. Saeid nos lleva a ver los
dos mausoleos donde yacen en sus veneradas
tumbas y, por lo que se ve, son centros de
peregrinación, tal es el fervor que despiertan. El de
Sa’di es una bella construcción moderna en un
parque de espléndida vegetación mediterránea,
cipreses y rosas incluidas. En el del segundo hay, en efecto, bastante gente en actitud de devoto arrobo. Saeid,
que de vez en cuando se emociona (evidentemente es
un espíritu de sensibilidad cultivada), lo hace ahora
cuando nos declama una poesía del tal Hafez, en
parsí. Si entender ni pún, claro está, el sonido musical
suena a plegaria y a canción. Este Saeid es un artista,
casi llega a transmitirnos su emoción sólo con el
eufonía de su recitado. En otra ocasión en que se puso
místico para describirnos el profundo sentido humano
nada menos que de las alfombras persas, sus pinitos
artísticos y literarios no tuvieron tanto éxito. Tropezó
con roca dura, nuestros pétreos cerebelos no
demasiado partudarios de las Alfombras-Acumula-Ácaros-yBacterias. Desestimulado, acabó mal su loable intento al ver
que le mirábamos con cara de póker.
Saeid nos enseña también la Puerta del Corán, en la salida
norte de la ciudad, donde están acabando de construir y
acondicionar un parque monumental en terrazas. No es
especialmente maravillosa. Nos lleva también al Mausoleo
de Shah-e Cheragh, que es otro centro de peregrinación
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importante en Irán. Allá hay una mezquita decorada con todos los cristalitos del mundo, que reflejan en todas
direcciones las luces verdes, y de otros colores, de las arañas encendidas. Es que hay funeral. Un joven barbudo,
lenguaraz empedernido, está soltando una chapa de las gordas: expulsa un trueno de voz como vehículo de
apocalípticas advertencias y enardecidas invocaciones, a juzgar por la violenta y furiosa elocuencia con que se
emplea. Un espanto, vamos. Los familiares del
finado o finada ofrecen manduca a los presentes
y Saeid nos pide que aceptemos alguna cosita.
Saeid no nos ha llevado a ver un par de las
mejores mezquitas de Shiraz por falta de tiempo
y no sé si muy adecuada programación. Tenemos
una cita en la sede central de la agencia que ha
organizado el viaje, lo que nos parte la tarde por
la mitad. Entre otras cosas es para pagar el viaje
y así quitarnos de encima el fajo de euros que
llevamos en la faldriquera desde la salida de
Bilbao. Saeid nos ha explicado que no se puede
pagar con tarjeta por causa del boicot
occidental. Es un argumento muy útil a juzgar
por la cantidad de cosas que explica, en boca de
nuestro amigo. ¡Qué sé yo todo lo que no
funciona en Irán que no lo hace por esta misma causa!.
El tiempo suelto que nos queda para la hora de la cita lo emplea Saeid en darnos una vuelta en coche por las
zonas elegantes de la ciudad, al este y noroeste. Hay parques y villas escondidas tras la vegetación y las tapias,
así que conseguimos ver muchos parapetos, en efecto. En la salida hacia el noreste están construyendo el
mayor rascacielos de la ciudad, un complejo hotelero. Nada de particular.
Shiraz, una ciudad de buen nivel de millón y medio de habitantes, no tiene el brillo de Isfahan ni la originalidad y
el exotismo de Yazd, pero es una localidad agradable que tal vez no hemos disfrutado como merece. Desde el
punto de vista turístico vive demasiado a expensas de Persépolis que es, tras Isfahan, la gran atracción del país.
PERSÉPOLIS
La “ciudad de los persas” tiene, para oprobio de Saeid, un nombre más griego que Atenas. Arrasada, saqueada y
quemada por Alejandro Magno en el 330 a.C., conserva lo suficiente como para constituirse en una de las ruinas
arqueológicas más extraordinarias que yo haya visto, quizás porque fue abandonada tras la razzia alejandrina y
no se siguió edificando sobre las cenizas.
Shiraz capital y Persépolis capital. Shiraz, de la dinastía Zand en
el siglo XVIII; Persépolis, de los aqueménidas entre los siglos VII
y IV a.C. Antes la capital había estado en Pasargadas, y se
probaron, además, Susa, Ecbatana y Babilonia como capitales
administrativas. Todo eso con los mismos aqueménidas.
Después, con los sasánidas, la capital se fue a Istakhr, aquí
cerca. Etcétera, etcétera. Ya digo, por capitales que no falte.
Saeid nos explica que esta maravilla fue, sobre todo, capital
ceremonial. Aquí se celebraban fastuosas fiestas de Año Nuevo.
Desde luego, la estructura y el lugar son idóneas para ese
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cometido. Persépolis, como algunas ciudades mayas, aztecas o incas, inspiran eso: ceremonia, solemnidades
rituales, sacerdotes lanzando admoniciones, emperadores o shas adorados por multitudes en actitud
reverencial, trompetas y tambores épicos, imágenes que dan luego paso a las celebraciones populares tras el
encargo a los dioses del maná de la Alegría en forma de vino y comida, muchedumbres entonando el himno del
ruido, la música y las risas, etc.... Uno se lo imagina en Persépolis como en ningún otro sitio. Eso sí, no en
verano. Entonces no era climáticamente lo de ahora, pero esta inmensa terraza de piedra llena de piedras
parece una especie de crisol para atraer las llamaradas solares. Por eso los aqueménidas preferían venir a residir
aquí en primavera.
Saeid disfruta un montón explicándonos que Persépolis apenas
contaba con defensa militar. Situada en el corazón de un inmenso
imperio (“todo el mundo entonces conocido”, repite una y otra
vez), la supremacía persa era de tal naturaleza en los siglos VI y V
antes de Cristo que ni siquiera necesitaba de defensa. Craso error,
sentenció ya la historia en forma de Alejandro Magno. Este bárbaro
macedonio ocupó, exterminó a los habitantes, saqueó y quemó la
ciudad indefensa, sacando a relucir la bestia que llevaba dentro. Según unos fue la borrachera lo que hizo
aflorar esa faceta de su personalidad; según otros, en cambio, fue la racionalidad geoestratégica, el cálculo
político, esa enfermedad que ataca a los conquistadores: “Alejandro quiso anunciar a todo Oriente, mediante la
destrucción de su santuario nacional, el fin del imperio persa”, en opinión de un historiador llamado Dury, quien
le atribuye una decisión bien meditada, lo mismo que meditadas fueron otras actuaciones suyas que se toman
como ejemplo en el manual del “Buen Conquistador”, consistentes en usurpar primero y ponerse a buenas
después, incluido algún respeto por los poderes establecidos, las costumbres y las ciudades. Eso es lo que
parece que hizo en otras de sus conquistas, como en Mesopotamia o en Egipto, que yo sepa.
Saeid disfruta también contándonos que Persépolis no la construyeron esclavos, tal como los monumentos
egipcios, griegos o romanos. No, no. La construyeron trabajadores excelentemente pagados. Para probarlo nos
traduce unos textos de una vitrina del pequeño museo que han levantado en el sitio arqueológico, donde se
relata el espléndido pago en especies a determinados currelas de alguno de los palacios. Algo de verdad debe
haber en ello.
Un aspecto de Persépolis que me parece sobresaliente es que casi todo tiene un toque especial pero casi todo
recuerda a algo. A la arquitectura griega y egipcia, o a la escultura y decoración mesopotámicas, o lo que a mí
me suena por tal. Quizás resulta que los persas no eran entonces los más adelantados (que no me oiga Saeid),
sino los más poderosos, pues los arquitectos y los constructores de la ciudad y de sus numerosos palacios
fueron cuadros y trabajadores de los diversos reinos o satrapías del imperio: egipcios, carios, jonios, hititas,
asirios y otros pueblos de Mesopotamia. Bien, que no se lo tome a mal Saeid, porque eso es un imperio que
sabe integrar a los pueblos que domina en beneficio propio, lo que debe interpretarse en positivo y no al revés.
Incluso es un modelo que debería inspirar las formas de dominio económico del nuestro mundo del siglo XXI,
traducidas en movimientos migratorios hacia los países adelantados. Un gran reto de nuestros tiempos.
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La llegada a Persépolis es
emocionante. Uno no ve sino
una gran mole de piedra de
14 metros de altura cuando
te acercas desde una
monumental explanada a la
ciudad elevada. Pronto dejan
de verse las crestas rocosas
de las montañas situadas
inmediatamente tras ella y los
ojos se quedan a solas con el
ciclópeo paredón. Así que se
impone subir con reverencia y
profunda expectación las
bellas
escaleras
monumentales que llevan a la
plataforma. Una vez arriba el
espíritu descansa de la
tensión acumulada –alegría acumulada- mientras se ensancha con el paisaje. Sobre el inmenso rectángulo
sobreelevado de 470 por 270 metros se erizan una gran multitud de piedras trabajadas. Se mezcla una
impresión de desorden caótico, atemperada enseguida por las alineaciones y las simetrías de los distintos
elementos: columnas, puertas. escaleras, plintos, etc. de los distintos palacios. Y caben muchos en la gran
extensión. Muros, en cambio, no queda ni uno. No sólo los persas, sino ninguno de los países orientales, los
construyó de piedra, sino de adobe, que dura, pero hasta cierto punto. Una de las impresiones fuertes que uno
recibe en Isfahan, por ejemplo, al contemplar las exquisitas maravillas de sus mezquitas, es el adobe
elementalísimo del muro que se esconde tras la superficie tan intensamente decorada y que uno teme ver
derrumbarse en cualquier momento. Ese contraste entre el máximo de refinamiento decorativo y el máximo de
tosquedad arquitectónica de los muros no deja de sorprender. Más todavía cuando se mira alrededor: no falta
la piedra, todo son montañas de roca pelada.
Aquí también todo es piedra, porque de piedra es la misma terraza gigantesca, las columnas, los suelos, las
puertas. Y porque el adobe, la madera y las pinturas ya se las llevó el viento de los milenios. Piedra es también la
montaña a la que se adosa la plataforma. En ella destacan tres grandes tumbas hipogeas abiertas en el
acantilado, las de Artajerjes II, Artajerjes III y Dario III, lo diré. Todo contribuye al carácter espectacular del
conjunto.
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Mención aparte merecen los bajorrelieves, que es la forma escultórica predominante que recubre todas las
numerosas escaleras, los zócalos de los plintos sobre los que se elevan o elevaban los palacios, incluso los
peldaños de las escaleras. Son muy bellas y de muy fina ejecución. Todos los personajes se representan de
perfil, todos de la misma altura y del mismo volumen de cabeza, pero todos distintos. Saeid nos describe con
mucho pormenor las procedencias de los distintos protagonistas, representantes de los diversos pueblos del
imperio, que aparecen siempre en procesión y portando regalos. Realmente fantástico.
Las tumbas excavadas en la montaña muestran una fachada
monumental labrada sobre la pared rocosa. El interior, en
cambio, es una cámara pequeña y sencilla donde se alojaba la
tumba. Todo lo contrario de las tumbas egipcias del Valle de los
Reyes: exterior sencillísimo y oculto, e interior profusa y
ricamente decorado. Desde arriba se disfruta de una
espectacular vista sobre todo el complejo.
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Magnífica Persépolis, Patrimonio de la Humanidad
desde 1979. Dicen que fuiste causa concomitante de la
caída del Sha Mohammad Reza Pahlevi. Este quiso
darse el pote internacional en 1971 festejando los
2.500 años del imperio aqueménida con unas fastuosas
ceremonias que duraron tres días. Tan grande y
costoso fue el fasto, financiado en detrimento de otras
prioridades infraestructurales y sociales, que
contribuyó a empañar la imagen del Sha y de la
Dinastía Pahleví.
Poco después la revolución de los ayatolás quiso dar la vuelta a la tortilla hasta encontrar el negativo perfecto.
No sólo no había que honrar la memoria aqueménida, sino que lo más “muslim” debería ser degradarla en tanto
que preislámica e infiel. El ayatolá Sadeq Khalkhali intentó arrasar Persépolis con sus buldozers. Sólo la
resistencia de los mandatarios de la provincia de Fars y de los ciudadanos de su capital, consiguió salvarla.
¿Recuerdas aquél estudiante chino frente a un tanque en la plaza de Tiananmen?. Pues eso mismo debieron
hacer los vecinos de Shiraz frente a los buldozers ayatolainos. Pero no lo recogió la televisión.
Gracias en nombre del mundo, ciudadanos de Shiraz.
NAQSH-E ROSTAM
Está tan sólo a unos 6 kilómetros de Persépolis y no tiene su fama, pero emana de la roca con una fuerza teatral
impresionante. Se trata de un cementerio, pero construido en vertical, sobre los acantilados pétreos, idóneos
para prácticas de escalada. Estos forman una “L”, de modo que si te colocas frente a ellos en la llanura tienes
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una panorámica de enormes vanos en forma de cruz esculpidos sobre la roca perpendicular, tanto en dirección
al brazo largo de la L como al corto: tres grandes tumbas y otras menores en aquél, una en éste. El espectáculo y
la claridad rotunda y geométrica del conjunto, un espécimen mixto de roca y de muerte, de mineral y de
humanidad, hacen que la mente asuma inmediatamente la creación como eminencia visual. Luego se pueden
tomar prestados otros detalles para añadir interés al complejo: Uno, la celebridad de los enterrados aquí, ni más
ni menos que los grandes del imperio aqueménida, no se olvide, el más grande de los primeros que conciernen
a nuestra civilización. Aquí están las tumbas
hipogeas de Artajerjes I, Jerjes, Dario I y Dario II.
¿Hay quien dé más?. Dos, la dilatación del tiempo.
Aquí no sólo reposan restos antiquísimos, sino
que florecen obras de un larguísimo periodo de
tiempo. No sólo están las tumbas aqueménidas,
sino que hay algún bajorrelieve del anterior
periodo elamita y otros muchos de la posterior
dinastía sasánida. Por tanto, hay aquí obras que
recorren un periodo de 500 años. Tres, las tales
obras son muy buenas. En particular, los
numerosos bajorrelieves sasánidas son potentes y
bellísimos, de una perfección griega y de un
dinamismo helenístico. Que me perdone Saeid,
pero no se me ocurre cómo describirlas sino diciendo que podrían compararse con las mejores obras
escultóricas romanas, sin que por ello dejen de percibirse las características persas en los atuendos y otros
detalles. Es decir, son una muestra magnífica de lo que la mejor influencia griega puede producir, una vez
asumida como propia. Y eso me parece muy destacable.
Para completar el cuadro no falta ni el misterio ni la sorpresa. El misterio es un llamado “templo de fuego”, una
construcción aqueménida cuya funcionalidad no acaban los expertos de descubrir. Se trata de una espléndida
en su sencillez y sobriedad torre de piedra que se levanta del suelo excavado. Todas las interpretaciones están
abiertas. La mía, influenciada por las torres del silencio de Yazd, es que se trataba de un horno crematorio. En
este lugar es la que más me pone.
La sorpresa es un “2312”. Un 231 después de Cristo, en concreto. Saeid, con el que he discutido sobre el origen
de la grafía de nuestros números dígitos (pues yo, confundido, lo creía árabe), tiene interés en mostrarme un
“231” grabado en un largo texto de una inscripción en las paredes, formando parte de uno de los bajorrelieves
sasánidas, donde se narran batallas y victorias persas. Nos acercamos bastante más allá de lo permitido y él me
señala y me da múltiples detalles sobre su ubicación para que yo la encuentre. Pero entre tanto jeroglífico me
cuesta un buen rato acertar donde está la dichosa cifra, perfectamente inteligible por otra parte. Suenan ya los
silbatos de los vigilantes del complejo que nos llaman la atención por pisar terreno prohibido, a los que Saeid no
hace puto caso. Allí permanecemos hasta que consigo ver con mis propios ojos la prueba fehaciente del origen
persa, o al menos de la antigüedad persa, al menos 400 años antes de los árabes, de los signos dígitos que
usamos actualmente. Uf!, menos mal que he podido dar a Saeid esa satisfacción. “¡Sí, sÍ, ya lo veo!. ¡Coño!,
¡Perfecto, parecen de imprenta!. 231, ¡Sí señor!”.
Espléndido. Nos ha gustado mucho Nagsh-e Rostam.
2
La cifra concreta no sé si la recuerdo bien. Podría ser otra distinta. No confío nada en mi memoria.
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1. IRAN Y DUBAI – 8
DEL 15 AL 26 DE O CTUBRE DE 2007
MUJERES EN IRÁN
“EL PAÍS DE LAS MUJERES BELLAS Y LOS HOMBRES BUENOS ”
Alguien dijo esta frase refiriéndose a Irán. Hombres buenos no podría confirmarlo, pero mujeres bellas, ya lo
creo. Se trata de una belleza franca, incluso brutal. Óvalo facial grande y perfecto, vasta frente, ojos
formidables, espléndidos pómulos y carrillos, nariz griega más que considerable, boca y labios generosos. Las
orejas suelen ir tapadas debajo del pañuelo. Rasgos potentes que transmiten fuerte personalidad. Las calles
iraníes están llenas de bellezas rotundas. La mirada se topa con Ava Gardner en todas las esquinas.
A veces resulta demasiado imponente tanta hermosura. Es cuando destaca demasiado la vanidad inmodesta de
quien la porta. Las mujeres iraníes deben ser extraordinariamente comedidas a la hora de mostrar sus atributos
y entonces recurren a subterfugios. Como no soy un experto, sólo he captado uno. Los ojos suelen exhibir unos
hermosos globos oculares, grandes y colagénicos, y es por ahí por donde ataca el envanecimiento que ensucia la
belleza. Para destacarlos aún más, las mujeres iraníes se suben y suben las cejas. Y se constata que hay un punto
en ese subir y subir por encima del cual todo se estropea. Es cuando la interfecta cree de pronto haberse
convertido en diosa, divina y perfecta criatura que exige ser adorada, de altiva que va la tía, envarada y con el
cuello tieso. Entonces todo se degrada. Y eso ocurre cuando sus cejas apuntan tan hacia la cocorota que los
globos oculares compiten en dimensión con los carrillos. Son los peligros del endiosamiento.
IMPRESIONES
Si hay algo que a los occidentales nos llama la atención en todos los países islámicos son las mujeres
enchadoradas. Y la mala prensa de Irán y los estragos de su revolución todavía acrecientan esa curiosidad. Así
que es lo primero en lo que nos fijamos, desde el inicio de todo, cuando volamos de Frankfurt a Teherán, hasta
el final del viaje, de vuelta de Teherán a Frankfurt; y lo que seguimos mirando con insistencia entre una y otra
fecha.
Los vuelos de ida y vuelta de Lufthansa entre la ciudad alemana y la capital iraní nos proporcionan ricas
experiencias perfectamente especulares unas de otras. Lo que en la ida sucede desde el despegue hasta el
aterrizaje, a la vuelta ocurre en orden inverso. Ocurre a la ida que las mujeres iraníes con las que compartimos
vuelo se sientan en sus plazas del avión con sus cabezas perfectamente despejadas, sus piernas a la vista y sus
figuras expuestas sin rubor, según el despliegue habitual de toda la amplia gama y variedad del exhibicionismo
femenino. Es decir, comienzan el vuelo con una forma de vestir que apenas se distingue de la común entre
mujeres occidentales, salvo alguna honrosa excepción, alguna mujer embutida en el chador desde el principio. Y
lo que ocurre a lo largo del vuelo y según nos vamos acercando a Teherán, es que una tras otra van cubriendo,
primero, su cabello con un pañuelo o un velo, los contornos de su cuerpo con una gabardina o un manteau,
después. Es curioso lo fácil que resulta acertar, diversión a la que nos dedicamos para entretener el tedio del
51
viaje, el orden en que las distintas mujeres iraníes cubren lo que es obligatorio cubrir en suelo iraní. Las más
diligentes y tempranas son aquellas que menos exhibían; y las más perezosas y tardías, las más despampanantes
y exhibicionistas iniciales. En todo caso las más postreras son, sin lugar a dudas, las occidentales que viajan a
Irán, turistas o ejecutivas, sean de las exhibicionistas o de las recatadas, tanto da, que se ponen de cualquier
manera, de patente mala gana en algunos casos, al final de todo, ya a punto de salir del avión, un pañuelo
potroso mal calzado en la cabeza y cualquier cosa alrededor de su cuerpo. Naturalmente, a la vuelta sucede
todo en orden inverso. Las más occidentalizadas, despampanantes o exhibicionistas iraníes son las que antes se
despojan de trapos y tapaderas, y las más recatadas, probablemente las más musulmanas, las que más tardan
en hacerlo. Sí, es divertida la forma en que se constatan dos realidades contrapuestas: En Occidente las mujeres
iraníes se visten como les apetece y pueden respecto de la variable exhibición de su cuerpo, mientras que en
Irán han de cubrirse por narices, es decir por islamistas apéndices nasales de barbudos ayatolás, no importa si
eres musulmana o cristiana, budista o agnóstica. Aunque la prescripción también vale seas residente o
extranjera, ciudadana iraní o emigrante, transeúnte o turista.
Esto ha sido entretenido durante el vuelo de ida, pero más o menos esperado. Hay, sin embargo, otra
percepción que resulta, desde el principio, sorprendente. Las mujeres iraníes son muy guapas, ya está dicho, y
no resulta nada desagradable mirarlas, pero también las hay normales y feas, como en toda tierra de garbanzos.
De modo que esa especie de saber estar, de seguridad, de fuerte personalidad, de mundo, de orgullo, incluso de
mando y autoridad que en general muestran debe tener más explicación que la que depende de la conformidad
con el aspecto físico, de la seguridad que proporciona a muchas mujeres el saberse guapas, primera explicación
que me viene a la cabeza. Es que esto no cuadra con la idea previa que me había hecho: mujer iraní = mujer
sumisa con personalidad sometida respecto al hombre. Sumisa no sé, pero de personalidad y apariencia
sometida, no es lo que abunda por aquí, dentro del avión. Bien al contrario, lo que percibo son mayoría de
personalidades fuertes y voces firmes. Busco explicación un poco más convincente que la notable belleza de
muchas de ellas y me vienen varios argumentos a la cabeza: Que, claro, estas que viajan desde occidente
estarán más occidentalizadas que lo común en Irán ...; que, claro, estas tienen dinero para pagarse este caro
viaje, es decir, pertenecen a las clases adineradas en mayor proporción, lo que probablemente se corresponde
con que son las más liberadas ...; que te equivocas, claro, que es un engaño de tu percepción, que, como tienen
rasgos tan acusados y fuertes, te imaginas que corresponden a su personalidad, pero te engañas; etc.
Pero nada me convence ni ningún argumento me satisface, porque la percepción tan distinta de la esperada es
firme y nítida. Las explicaciones anteriores sirven para destacar las características de este grupo de viajeras
iraníes (más guapas, más ricas, más occidentalizadas, etc) pero no para anular la impresión general. Por tanto,
he de combatir mis prejuicios, concluyo. Probablemente las mujeres iraníes no están tan sometidas a sus pares
masculinos como habíamos supuesto. Al menos ellas no parecen mostrarlo en sus actitudes. Está claro que el
asunto es más complejo. Obviamente deben limitar su libertad de vestir por la represión institucionalizada que
se cierne sobre ellas, pero, sin embargo, no parecen intimidadas por sus pares. Definitivamente no lo parecen.
Esta primera impresión en el avión encontrará luego, en la calle de las ciudades, nuevas corroboraciones por
observaciones tales como:



Las mujeres caminan al lado de los hombres (y no detrás, como en otros países islámicos).
Las mujeres salen, comen o toman el té, solas o entre ellas, en la calle, los restaurantes y casas de té,
con absoluta normalidad y en buena proporción respecto de los hombres (lo que es algo excepcional en
otros países islámicos).
Los hombres llevan en brazos a los niños o les dan el biberón con mucha normalidad y no poca
frecuencia (lo que resulta muy complicado de ver en público en otros países)
52

Las mujeres conducen vehículos privados y de transporte, hacen de policías, parecen acceder a toda
clase de profesiones, de construcción incluidos, que entre nosotros han sido privativas de los hombres
hasta hace bien poco.
Etc. ¿Quiere esto decir que la igualdad entre géneros se percibe de buen nivel en Irán?. No tanto. La bofetada
visual que supone la vestimenta y las duras escenas que conlleva, bastan para rebajar un buen grado toda visión
demasiado positiva. Pero lo que sí quiere decir es que se percibe en Irán, contra la idea inicial que nos habíamos
hecho, una desigualdad entre hombres y mujeres menor que la que se observa en otros países islámicos. Irán,
contra viento, marea y apariencias, está más adelantada en este aspecto que bastantes otros países islámicos.
Ciertamente los cuadros, a veces, son tétricos y muy tristes: Veo unas madres no vestidas sino envueltas
enteramente en una mole negra, burka la llaman, a cuya vera juegan unas chiquillas de 5 años envueltas en sus
correspondientes moles blancas, también tapadas de cabeza a pies, obligadas de continuo a retaparse lo que su
motricidad desbocada tiende a desarropar. ¡Pobres chiquillas!; surgen de las esquinas ejércitos sombríos de
sombras negras agazapadas, siniestras; vemos comensales femeninas en restaurantes elegantes que deben
introducir por debajo de su chador la cuchara con el alimento para introducirla a hurtadillas en su boca; pululan
mujeres que no miran, cegadas por decreto, porque todo lo deben ver por un ojo mínimo cuyo campo de visión
debe ser necesariamente exiguo; abundan mujeres que muerden, con un gesto obsesivo, las dos partes de su
chador para unirlas y así tapar sus caras cada vez que se cruzan en la calle con un hombre; más todavía las
mujeres que siempre tienden una mano a su cuello, para agarrar el pañuelo y cubrirse hasta los ojos, o taparse
la media cara expuesta en la dirección de donde pueden proceder las miradas; proliferan las mujeres siempre
alarmadas, hasta la obsesión, ante los ojos de los demás, prestas a ocultarse ante ellos; ...
Penoso.
Pero lo que más sobrecoge es la constatación de que ninguna mujer, absolutamente ninguna mujer, entiéndase
bien, se atreve a ser la excepción. Lo que horroriza es la unanimidad total sin fisura alguna. Y horroriza porque
se sabe bien que esa es precisamente la señal más inequívoca de totalitarismo. Las mujeres iraníes varían entre
las que se embozan enteramente en un burka, negro o de colores oscuros y sucios para más tristeza, con un
ínfimo agujero invisible a la altura de los ojos, y las que se tapan con un pañuelo la cabeza y el cuello y con una
gabardina más o menos ligera y ceñida el resto del cuerpo. Pero nadie, ni una sola es posible llegar a ver, deja
de taparse la cabeza y de envolver el cuerpo. Sólo alguna turista da la nota, sea porque de repente se le ha caído
el pañuelo y olvida subírselo inmediatamente (a las iraníes que no sean chiquillas jamás de los jamases se les
cae el pañuelo, ellas sabrán cómo lo consiguen) o porque ha cubierto el cuerpo con un body demasiado corto
que no llega a las rodillas, bajo el cual son los jeans los que tapan las piernas, ... Como he contado, la juventud
rica y consumista de Isfahan, como de otras ciudades, es de suponer, hace equilibrios divertidos con las
prescripciones: Empequeñecen los pañuelos, los retiran un poco para ocupar el hueco con gafas subidas,
entallan la gabardina aunque nadie se atreva a ponerse el cinturón, acortan un poco la caída sobre los pies,
etc... En el otro extremo, también las hay que exageran hasta donde es posible la transformación de la figura
humana en una bola negra al viento, sin faz ni extremidades. Pero todas, de un extremo a otro, todas, cumplen
con las normas establecidas. Obviamente la represión ha de ser feroz para quien se las salte.
Horroriza la unanimidad y horroriza también la discriminación respecto de los hombres. Estos pueden vestir
como les venga en gana y la inmensa mayoría lo hace a lo occidental. Ciertamente también impera el recato
más general: nadie enseña las piernas y nadie se suelta los botones de la camisa, a pesar del calor, pero cara,
cabello, cuello y brazos son exhibibles y a nadie se le pide que emboce su cuerpo en ninguna prenda que oculte
las formas. De modo que las restricciones son de una dimensión perfectamente distinta.
Nuestro guía Saeid se tiene por un liberal en Irán. Nos cuenta que las mujeres se despojan de sus máscaras en la
intimidad de los espacios privados. Supongo que no todas, no me lo creo. Es probable que lo hagan todas las del
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avión y todas las del barrio elegante de Isfahan, pero no todas las demás. No corresponde con las actitudes
como las que he descrito de bastantes de ellas. Saeid nos explica que toda esta parafernalia del burka y el
chador es una interpretación más que abusiva del Corán, donde se dice que las mujeres deben cubrir la
pechuga, pero nada más. Ahora bien, a nuestro guía, a pesar de su liberalismo, es fácil encontrarle muchos
límites en su concepción de la igualdad de sexos. Saeid no entiende, por ejemplo, que una mujer pueda tener un
hijo por su cuenta porque eso es una muestra de “egoísmo” infinito, él cree que la mujer debe ocuparse de la
satisfacción del hombre en correspondencia con la protección que éste le brinda y se hace cruces cuando mi
Amigo le propone la igualdad completa. “Entonces, ¿qué papel le queda al hombre?”. Hace esta pregunta
incluso con su carga de angustia, señal de que a Saeid le preocupa. De que, si bien rechaza la idea como la
peste, siquiera también parece inquietarle ... por posible, ya que sucede en occidente, como tácitamente (¿?)
queremos mostrar con nuestro ejemplo. El hombre y la mujer despojados de sus papeles tradicionales
asociados al mando y la sumisión, respectivamente, ¿desaparecen?, parece preguntarse. Y nosotros, ¿qué
somos, fantasmas?, dan ganas de contestarle.
La conclusión es que no sólo hay normas que vienen de arriba, sino también mentalidad machista impregnada
en lo profundo de la cultura, que lo inunda todo, hasta anegar las mentes más liberales, como la de Saeid.
Todo esto es así, pero ya lo sabíamos. Lo que más sorprende es lo contrario: contra viento y marea, Irán parece
un país con más igualdad de género que otros islámicos.
MUJERES CONTRA MUJERES Y SÓLO MUJERES.
Exclavos que alaban a sus amos, secuestrados que defienden al secuestrador, masoquistas que disfrutan con el
sufrimiento que les infringe el otro, también hay mujeres en Irán partidarias de las constricciones a su libertad
que impone el régimen de los ayatolás. En Occidente, la imagen preferida, por odiosa, para ilustrarlo, es la de
las “vigilantes islámicas” que patrullan la ciudad para velar por las buenas costumbres y llamar la atención a las
féminas que lo llamen con su vestimenta o su actitud. O los cuerpos de enchadoradas antidisturbios encargadas
de reprimir las manifestaciones feministas en Teherán. Hay una fotografía que alguna vez he visto no sé dónde
del entrenamiento de estas feroces muyaidines en el desierto, blandiendo armas y garrotes, símbolos del pene
dicen los encargados de poner significado sexual a todo, embutidas en sus manteaus negros de reglamento,
faltaría más.
En Irán hay muy pocas congresistas, sólo el 4,1 del total, pero deben estar bien elegidas pues suelen ser las
encargadas de proponer las normas más antifeministas. Como esa diputada que propuso incentivar la
poligamia, una práctica en franco declive, según Saeid, o aquélla otra que exigía furibunda la limitación del
acceso de las mujeres a la universidad al 50% de las plazas, pues actualmente superan a los hombres en la
educación terciaria.
Son los logros de la “propaganda didáctica” del régimen, esa fórmula tramposa, pero exitosa, de todos los
totalitarismos, empeñados en lavar el cerebro del personal hasta hacerlo creer que asume por convicción
aquello que debe aceptar por presión. Es la compleja instalación al lado del poder de todos los que acaban por
sucumbir a la tentación de estar a bien con él sin tener que avergonzarse por sucumbir a su chantaje, es decir,
por asunción de todos sus presupuestos. También lo consigue el totalitarismo ayatolá con una parte de las
mujeres iraníes, algunas de las cuales se convierten en las más insaciables demandantes de represión contra
ellas mismas. Y debe considerarse un éxito de esa propaganda didáctica porque no hay mejor argumento contra
cualquier reivindicación de libertad que la del rechazo por parte del eventual beneficiario de ella.
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Incluso Saeid llega a utilizar ese argumento cuando considera excesivo el planteamiento crítico de mi Amigo.
Comenta éste en cierta ocasión, con dureza, la práctica de los pocos autobuses públicos, los cuales reservan una
de las puertas para las mujeres y otra para los hombres, junto con numerosos asientos delanteros para ellos y
unos pocos traseros para ellas. Saeid asegura, con todo el morro, que son las propias mujeres las que piden la
separación, cansadas de que los hombres descerebrados les metan mano y las molesten. A Saeid no se le ocurre
que también podrían reclamar castigo para los impresentables, en vez de pedir segregación. Pero eso está fuera
de la mentalidad de nuestro guía, el liberal. De haber culpable nunca es el hombre, sino la mujer que está donde
no debería estar y porta un cuerpo que no debería portar, la muy zorra. Por este camino de la segregación sólo
se consigue reafirmar la caracterización de la mujer = pecado, exculpando al hombre de toda responsabilidad
ante el respeto debido entre sexos. El hombre exculpado de todo y la mujer obligada a evitar toda la eventual
culpa del hombre mediante su ocultamiento bajo la burka y el chador y retirando su presencia mediante su
segregación en la trasera del autobús o del metro, etc. La mujer como depositaria primera y última de todos las
pecados de los hombres. Las mujer-pecado liberadora del pecado del hombre. Pues las mujeres nacieron, como
Cristo, para rescatar a los hombres de su pecado original por desearlas. Y ¿Cómo lo conseguirán?. Retirándose
toda juntas al ostracismo y al oscurantismo.
Así que, a la discriminación, hay que añadir la segregación sexual, correspondiendo a la mujer el peor lugar en
esta secesión. Como las feministas, o cualquier agrupación de mujeres que reclama algún derecho, son
castigadas por féminas represoras -no sea que los policías masculinos les metan mano y se valgan de la
circunstancia para aprovecharse sexualmente-, todo queda entre mujeres, que es de lo que se trata.
Segregación sexual completa hasta en las manifestaciones, como segregación sexual en el autobús o en el
metro. Segregación sexual reforzada por represoras femeninas o segregación sexual reclamada por las propias
segregadas. Autosegregación sexual femenina en todo caso, como fundamento para basar esa astucia del
hombre que le permite lavarse hipócritamente las manos, como Saeid.
Este éxito relativo de la “propaganda didáctica” del régimen, no es completo, sin embargo. La misma alegría que
proporcionaban en el metro de EL Cairo las cairotas que se atrevían a introducirse en los vagones de los
hombres, la produce aquí la calle. Hay una mujer iraní que no acepta quedarse en casa, que acude a las casas de
té, que se gana el pan en el mundo del mercado y no en sirviendo al macho en casa, que camina al lado del
hombre y no detrás, que estudia y se hace profesional y que se sienta en el autobús donde no le corresponde
(como hemos visto de hecho en más de una ocasión), etc. Mujeres que se toman sus prácticas sociales con
criterio propio llegando allá hasta donde los o las vigilantes islámicas no alcanzan a impedirlo.
Hay mujeres que convierten su quehacer cotidiano en una fuente de liberación, ellas solas, contra las
quintacolumnistas femeninas y sin ayuda siquiera de los liberales como Saeid, que se lavan las manos y se
mecen en la indiferencia cobarde. Y no son pocas. Consiguen dar a las calles de Irán un aspecto de república
islámica, sí, pero más avanzada que bastantes otras.
Esa es la esperanza.
LOS DATOS
No me gusta estudiar las cosas del mundo desde puntos de vista previos religiosos ni ideológicos, pues los
estimo generalmente más consecuencia que causa de los problemas del planeta. En el caso de los países del
mundo defiendo agruparlos por regiones definidas en función de la economía y de la geografía. Esta vez, sin
embargo, me he traicionado a mí mismo porque me he tomado el trabajo de reunir a todos los países islámicos,
por esa razón de ser islámicos, con objeto de analizar un asunto muy concreto. Quiero saber si los datos avalan
o no la tesis a la que nos ha conducido la observación de las calles iraníes y las impresiones recibidas: que la
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igualdad de género no está peor en Irán sino mejor que en bastantes otros países donde esa religión es
mayoritaria.
He tomado pues la lista de todos los países del mundo y he seleccionado aquellos en los que la religión
musulmana tiene mayoría absoluta, es decir, es la religión del 50% de la población o más. Resulta que hay nada
menos que 45 países en esas condiciones, los cuales suman una población total de casi 1.300 millones de
humanos. El número total de musulmanes en el mundo será probablemente mayor, sin embargo, ya que hay
otros muchos países con proporciones significativas de musulmanes, pero que no llegan al 50% en el que he
tomado el corte, mientras que en la mayoría de estos 45 lo superan en proporciones que se acercan muy
sospechosamente a la unanimidad religiosa, es decir, al 100%. Es decir, de esos 1.300 millones hay que
descontar poca proporción de personas que practican otras religiones en esos países, mientras que habría que
sumar una cantidad bastante significativa de musulmanes residentes en otros bastantes en los que esta religión
no tiene la mayoría absoluta.
Por cierto que, mientras miraba las proporciones para decidir si incluir o no cada país en la lista, se me ha ido
deshaciendo como el azucarillo en el café caliente una letanía que he oído muchas veces en mi vida: que los
musulmanes son abiertos y tolerantes a la hora de admitir la libertad religiosa. Tal vez lo sean, pero mucho mas
persuasivos que tolerantes, en todo caso. Extraordinariamente persuasivos, a decir verdad. Resulta que en el
80% de esos 45 países la proporción de musulmanes supera el 85% de la población. Incluso en la mitad del total
esa proporción asciende por encima del 94%, uno de ellos Irán, por descontado, donde también nos aseguran
que existe libertad religiosa, quién osa ponerlo en duda, incluso a pesar de que el propio estado sea una
teocracia islámica. Hay pocos países, 6 para ser exactos, en los que la proporción de musulmanes está entre el
60 y el 85%, que corresponden a la periferia de la expansión musulmana por Europa, Asia y África, y en 3 de
ellos los musulmanes representan exactamente la mitad de la población. Estos últimos se sitúan en la periferia
occidental africana, en el golfo de Guinea. La lectura de estas cifras parece indicar que hay cierto umbral de
proporción de musulmanes en un país a partir del cual la expansión de esa religión se generaliza a la práctica
totalidad de la población. Ya se sabe lo que ocurre, cuando somos muchos enseguida queremos ser todos y lo
conseguimos a pesar de lo tolerantes que somos en materia de religión ...
No, no parece que estas cifras concuerdan adecuadamente con la repetida afirmación de la tolerancia religiosa
islamista.
Bien, volviendo al tema nuestro, lo que quiero saber es si Irán está por encima o por debajo de la media de
estos 45 países en cuanto a desarrollo humano de la mujer y en cuanto a la discriminación negativa que sufre.
Se comprende que las cifras absolutas de este grado de discriminación negativa dependen a su vez del
desarrollo general, así que tomaremos la precaución de atender también a esta relatividad. Todos los datos
están tomados del último Informe Global sobre Desarrollo Humano de la ONU, el de 2007-08, si bien las cifras
corresponden casi todas ellas al año 2005.
Los países islámicos, con poquísimas excepciones, no se portan bien con la mujer. Es una manera de decir que
se portan mal. Se entiende, no sólo por el asunto del chador y el burka, a pesar de ser un síntoma tan llamativo.
La ONU elabora dos índices generales, el de Desarrollo Humano (IDH) y el de Desarrollo de Género (IDG) a base
de las mismas variables, sin distinguir hombres de mujeres el primero y distinguiéndolos en el segundo, con
objeto de que se reflejen las diferencias. De modo que IDH e IDG, al considerar las mismas variables, toman
valores parecidos pero tales que la diferencia entre uno y otro es una buena medida de la distancia en el
desarrollo general entre hombres y mujeres. Pues bien, primera sorpresa que avala nuestras impresiones: la
diferencia entre el IDH y el IDG en Irán es un 30% menor que la diferencia media de los 45 países. Es decir, Irán
se porta con las mujeres, en cuanto al desarrollo de sus capacidades básicas de salud, formación, alfabetización
e ingresos, mejor que la media de los islámicos (siempre en relación al nivel de desarrollo general, claro está).
56
Este relativo éxito iraní se debe sobre todo a la formación. En este tema Irán lleva una considerable ventaja
sobre la media de los países islámicos, tanto en la alfabetización general de las mujeres3 como en la proporción
de mujeres matriculadas en todos los niveles educativos. Esta ventaja supera a la suma de pequeñas
desventajas que sufre en los otros aspectos de salud e ingresos ya que:
En cambio, la esperanza de vida de las mujeres sobrepasa la de los hombres en una proporción un poco menor
que la media de los países islámicos.
Y lo mismo ocurre con la diferencia de ingresos entre hombres y mujeres. Es un poco más escandalosa (los
ingresos femeninos suponen un 39% de los masculinos) en Irán que en la media de esos 45 países (un 42%; en
España, un 50%)
La ventaja en formación de las mujeres iraníes se refleja también es aspectos tales como la proporción de
profesionales técnicas femeninas o en la proporción de universitarias. Se sitúa también claramente por encima
de la media de los islámicos.
Las anteriores variables miden más bien los resultados tangibles en términos de capacidades de las mujeres en
relación a los hombres, la situación real de la mujer respecto al hombre. Mal, ciertamente, pero mejor que los
demás islámicos, como promedio ponderado de las cuatro variables.
Otra cosa son las oportunidades de que goza la mujer en relación al acceso al poder político y económico. La
ONU elabora un nuevo índice, el IPG, índice de Potenciación de Género, que está también relacionado con la
voluntad política que muestra el estado y el poder para potenciar el desarrollo de la mujer en este aspecto
fundamental del acceso al poder político y económico. De nuevo no son los países islámicos los más exitosos, se
sobreentiende. Pues bien, aquí no podemos decir lo mismo de la situación iraní respecto de los países islámicos
en general. La diferencia del IPG respecto del IDH (que mediría el mal comportamiento del régimen en este
aspecto en relación a su desarrollo general) es mayor en este país que en el resto. Es decir, Irán ofrece a sus
mujeres menos oportunidades de acceso al poder político y económico que la media de los países islámicos.
Esto se concreta en aspectos tales como la proporción de escaños parlamentarios ocupados por mujeres, la
proporción de cargos femeninos en el alto funcionariado y las altas esferas económicas, los ingresos medios
obtenidos por las mujeres en relación a los hombres, o la tasa de actividad económica en relación a la de los
hombres. En todos estos aspectos los índices iraníes están por debajo de la media de los 45 países islámicos de
referencia, salvo una excepción: la proporción de altas funcionarias y ejecutivas empresariales. En este último
aspecto Irán no está ni mejor ni peor que la media de países islámicos, sino muy exactamente igual: un 16% del
total en ambos casos (España: un 32%).
La conclusión que se ha de sacar de estos datos, a falta de mayor profundización sobre la evolución histórica
que pueda explicar haber llegado a esta situación, es la de que, tal como nuestras impresiones nos habían
señalado, las mujeres iraníes obtienen en términos de capacidades mejores resultados que la media de los
países islámicos (contra nuestros prejuicios previos), y ello a pesar de que disponen de menos oportunidades de
acceso al poder político y económico (tal como en ningún momento hemos dejado de suponer).
Esta sustancial cuestión necesitaría una nueva investigación para aclarar a quién corresponde el mérito de unos
relativos buenos resultados a partir de unas relativas peores oportunidades y de una menor voluntad política de
la teocracia iraní. No sé calibrar el mérito que pueda corresponder al régimen que precedió al actual de los
ayatolás, pero ya han pasado casi 3 décadas. Por tanto, me quedo, de momento, con la conclusión que ya he
expresado antes: muy probablemente ese mérito hay que atribuírselo a las propias mujeres iraníes, empeñadas,
al parecer y sobre todo, en formarse para reducir su desventaja en capacidades, así como en salir a la calle para
mostrar con orgullo su ciudadanía.
3
Es sorprendente la cantidad de gente que lee el periódico, por ejemplo. Saeid, nuestro guía, es un devorador de la prensa.
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¡Bien por ellas!.
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IRAN Y DUBAI – 9
DEL 15 AL 26 DE O CTUBRE DE 2007
LA REPÚBLICA ISLÁMICA DE IRÁN Y EL MUNDO
PETRÓLEO A 120$
Cuando salimos de Bilbao al empezar el viaje, 15 de octubre, el barril de petróleo crudo (el Brent de referencia)
estaba por los 75 $, carísimo desde nuestro punto de vista occidental de beodos compulsivos del preciado
líquido. En Irán, Saeid nos señala una información periodística en la que ha superado la “barrera de los 80$”,
pero él opina que está baratísimo. Asegura que va a superar los 100$ este año y apuesta con nosotros una
botella de whisky que nunca podremos beber, a que alcanzará los 120$ en febrero de 2008. Más todavía, él
piensa que un “precio justo” sería el de 200$. Cuando escribo esto, comienzos de diciembre, ronda los 90$ y mi
amigo y yo ya temblamos pensando en la socarronería de Saeid, esa que nos tocará padecer si la subida no se
para y a nuestro amigo se le ocurre escribir un e-mail para pavonearse de su triunfo y exigir el pago de la
apuesta. Aparte de la anécdota, estos envites muestran claramente la diferencia entre los puntos de vista de un
Saeid ciudadano iraní y unos turistas occidentales que discuten con él.
Con todo, da la impresión de que se está parando esa “carrera imparable” del precio del petróleo, para disgusto
de nuestro amigo y respiro nuestro. Hay dos importantes noticias que se destacan estos días: Una, los repetidos
anuncios de la OPEP de que mantendrá una oferta razonable y estable de petróleo; Dos, la aseveración del
Servicio de Inteligencia de EEUU de que Irán suspendió su programa de armas nucleares nada menos que desde
2003, lo que es más de lo dicho hasta ahora por la AIEA y Al Baradei. Los inspectores de este organismo de la
ONU no habían encontrado hasta ahora prueba alguna de que el programa nuclear iraní estuviera ocultando un
intento de fabricación de armas atómicas. La AIEA, sin embargo, en ningún momento llegó a hacer una
afirmación contundente de suspensión de todo programa armamentístico nuclear, quejosa por los
inconvenientes con que topaban a la hora de hacer las inspecciones. Ahora lo ha dicho, y bien claro, el
mismísimo Servicio de Inteligencia de EEUU, nada menos.
Bien. Una oferta de crudo asegurada a medio plazo y una guerra algo menos probable en esa misma
perspectiva, a pesar del empeño de Bush, debido a que sus propios investigadores le dicen que carece del
motivo por el que estaba dispuesto a emprenderla, son noticias malas para Saeid y buenas para nosotros en
cuanto a nuestra apuesta. Probablemente el petróleo tiene, de momento, algunos menos argumentos para
seguir subiendo de precio.
Con todo, en este tema del petróleo todo son contradicciones. Veamos:
Si miro por mi exclusivo egoísmo de occidental consumista y a corto plazo querré petróleo barato.
Si, en cambio, valoro como miembro de la tribu humana y atiendo a la amenaza crítica del cambio climático,
querré petróleo caro que obligue a buscar energías alternativas menos contaminantes y reduzca los niveles de
consumo y, por tanto, las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero que devuelven el calor de las
radiaciones de onda corta a la superficie de la Tierra después de haber rebotado en ella.
59
Pero si, además, me preocupo por el desarrollo de los países más pobres, abogaré por un petróleo baratísimo
que les permita iniciar su ciclo industrial y de agricultura productiva masiva (los abonos se hacen con petróleo).
Si alguien necesita petróleo de verdad, y no por motivos de consumo excesivo ni superfluo, sino como requisito
indispensable para su desarrollo, son los países pobres que carecen de él.
Así que, yo, occidental consumista, más o menos preocupado por los países poco desarrollados y por el cambio
climático, propondría, que me perdone Saeid, emulando a Salomón, petróleo barato pero gasolina cara en
Occidente; y petróleo barato tal que permita gasolina también barata en los países en las primeras fases de
desarrollo. Es decir, buenos impuestos al consumo de refinados petrolíferos en los países ricos, al lado de otras
fuertes cargas fiscales para todos los consumos excesivos del preciado hidrocarburo, simultaneada con una
política mucho más liberal en cuanto a la fiscalidad de la energía derivada del petróleo en los países pobres, que
podrían mantener precios más razonables. No siempre son del todo imposibles las soluciones salomónicas,
siempre que no se pretendan perennes, es decir, se propongan como parches coyunturales y hasta tanto
produzcan los efectos deseados, es decir, hasta tanto arranque ese desarrollo anhelado.
Pero Saeid, ¿por qué quiere petróleo caro?.
Si mira por sus intereses egoístas y a corto plazo, lo quiere para forrarse a euros4 con los que comprar productos
occidentales, manufacturas chinas y servicios indios.
Si valora el cambio climático lo querrá igualmente caro por las mismas razones que nosotros y que todos los
humanos.
Pero si no desea la guerra con EEUU lo querrá, en cambio, barato, siquiera como síntoma de la improbabilidad
del tal ataque estadounidense sobre sus ciudades. ¿Desde cuando está subiendo el petróleo de forma
compulsiva?. Desde que las amenazas estadounidenses comenzaron a hacerse creíbles hace dos años. Recalco
lo de compulsiva porque la razón de fondo de la subida sistemática del precio de los hidrocarburos no es tan
coyuntural, sino la buena marcha de la economía mundial (crece a ritmo entre 3% y 4% desde hace bastantes
años) fundamentada en la pujanza de los dos colosos China e India, acompañada de la de los viejos tigres de
Asia oriental meridional, algunos nuevos como Rusia y la mejora de resultados en América latina y los países
más pobres africanos y surasiáticos. Este crecimiento viene engrosando la demanda de petróleo desde hace
muchos años y, por tanto, sus precios. Pero estos se han disparado desde hace un par de años y la razón no es
otra que la crisis iraní, es decir, la amenaza de EEUU, siempre creíble, a juicio de los especuladores, cuando la
efectúa este belicoso país, de atacar Irán.
Esto, ¿qué quiere decir?. ¿Qué Saeid quiere la guerra con EEUU?. ¿Qué Bush quiere la guerra con Irán?.
No, Saeid no quiere verse invadido ni bombardeado por EEUU, aunque tampoco demuestra ni excesiva ni
siquiera poca mansa disposición para no irritar al gran colérico de este mundo. O sea, no quiere guerra pero
quiere petróleo caro, y esto se consigue rápidamente si la amenaza de guerra es real, contradicción. Un lío de
querencias superpuestas y contradictorias.
Sí, Bush si quiere la guerra, aunque no le resulta fácil emprenderla. Menos mal que sólo le quedan pocos meses
para declararla. O la emprende a bombas antes de verano o se acabó su oportunidad. Pues es de esperar que
los estadounidenses no se la concedan por tercera vez, ni le cedan tampoco los trastos presidenciales a Giuliani,
el halcón.
Es hora de hablar de ello.
4
No dólares. Irán acaba de anunciar que vende ya todo su petróleo en euros o yuanes. Que abandona completamente el dólar, por
inconsistente.
60
LA CRISIS NUCLEAR
He expresado ya el temor a que finalmente Irán disponga de bombas atómicas. A pesar de la buena noticia del
informe del Servicio de Inteligencia estadounidense. Este temor no proviene solamente de la mala voluntad de
Irán, pues tampoco se ve a las potencias nucleares en disposición de esforzarse por aportar algo de su parte a
los necesarios acuerdos mundiales para el desarme nuclear, ni siquiera propensas a entablar conversaciones
para un largo y complejo proceso sobre este tema. Parece como si hubieran renunciado ya a intentarlo siquiera.
Entonces, más bien tiende uno a pensar en que Irán se armará nuclearmente de todas maneras. Cómo y cuándo
no se sabe, incluso tal vez acabe amigándose con EEUU para conseguirlo, pero, si tiene poder y ambición para
constituirse en líder de esa extensa y descabezada Asia central, acabará por intentar poseer sus instrumentos
“disuasorios” nucleares. Tienen armas de este tipo Pakistán e Israel, en su zona inmediata. ¿Acaso con mas
derecho que Irán?. En absoluto, su derecho se reduce a ser amigos de EEUU. ¿Dónde están entonces los
argumentos para truncar la voluntad del país de acceder a ese nuevo estatus de “potencia nuclear”?.
Pero no tiremos la toalla aún porque hay que evitar banalizar sobre este tema crucial. Un tema en el cajón
internacional, o incluso en la papelera, apartado por otros asuntos como el cambio climático, las desigualdades
mundiales o la pobreza, que son los que acaparan hoy el protagonismo y merman el que tuvo aquél en la época
de la Guerra Fría. Pero las bombas siguen ahí en manos de multitud de estados, algunos de los cuales han
demostrado un amplísimo historial belicoso, cuando no delictivo. En particular, EEUU ya lanzó bombas atómicas
sobre Hiroshima y Nagasaki y lo grave es que jamás ha pedido perdón por ello. Ni tampoco nadie, ni siquiera los
japoneses, se lo han exigido. Bien al contrario, los americanos estuvieron muy orgullosos de su decisión y no se
ve que hayan cambiado mucho su opinión. Es cierto que no se han lanzado más bombas nucleares desde
entonces, ni siquiera EEUU lo ha hecho, y no es ni porque las haya necesitado ni porque no las haya necesitado
para ganar la gran sucesión de guerras que ha emprendido durante todas esas décadas. Las lanzó en Hiroshima
y Nagasaki en una situación en que eran irrelevantes para ganar una guerra que ya estaba ganada. Las lanzó
para asegurar y confirmar al mundo su determinación de constituirse en el dueño armado del planeta. Y los
europeos le dimos el beneplácito, es decir, asumimos ese liderazgo de tal forma abyecta reivindicado, por puro
y duro imperio del terror. Y es difícil negar que las volvería a lanzar si en algún momento viera necesario
reconfirmar su visión del mundo y de la paz basada en la existencia de un tan brillante como amenazador poder
nacional hegemónico que ostenta sobre el resto del mundo. La única esperanza de que disponemos es la de que
esa idea profundamente calada en la mente de los estrategas estadounidenses (y tal vez también de sus
ciudadanos) de que la paz se asegura mejor a través del miedo y la sumisión a un poder omnímodo agresivo, se
demuestre atrasada e ineficaz en un mundo en el que se inventan mecanismos de cooperación comercial para
la economía y en el que se plantean nuevos problemas de alcance global que requieren una ración considerable
de cooperación planetaria para ser abordados. Y se sustituya por otra en la que se reconozcan también otros
poderes brillantes que han surgido ya, como Europa, Japón o China, y se ensanchen los espíritus para facilitar el
acceso a ese brillo del resto. Se necesitan otras ideas sobre una paz multilateral y cooperativa que no se reduzca
a aplastar a quien discuta el poder unilateral con objeto de mantenerlo, aunque se presente como garantía de
paz.
Por tanto, sí, el peligro nuclear subsiste igualito que antes, debido a la permanencia de la idea de paz como una
categoría que se debe imponer por la amenaza de destrucción por parte de un poder único. O tal vez más
agudizado por el incomparable mayor poder destructivo en manos de más naciones. El mayor peligro sigue
residiendo en que EEUU vuelva a usar armas nucleares en cuanto vea amenazada esa idea. ¿Debemos,
entonces, proponer que nadie discuta su preeminencia y su forma de entender la paz, de momento?. ¿O
arriesgarnos y nos preparamos para renovar las ideas?. Por un lado, si la democracia y la libertad se entienden
61
como las grandes conquistas del último siglo, debería también democratizarse el poder y la capacidad de
coerción y disuasión en el mundo, de tal forma que no dependa tan sólo de la opinión del 5% de la población
mundial que reside en los EEUU. Y, por otro, si las armas nucleares suponen una amenaza para el planeta y la
biosfera, especie humana incluida, esa capacidad de coerción y disuasión más democratizada debería prescindir
de armas tan peligrosas como garantes de la paz. Porque ni siquiera la democracia asegura que las decisiones
sean las correctas. Resumiendo, alternativa A: democracia mundial internacional o interbloques y desarme
generalizado, esas deberían ser las propuestas, si decidimos mover las cosas. La alternativa B es no agitarlas
para no revolver a la bestia.
Ahora bien, que el mayor peligro resida en lo que haga EEUU no quiere decir que no sea también muy
arriesgado que tantos otros países dispongan de armas nucleares. Ni desde luego es un tema baladí, sobre todo
desde el punto de vista occidental, que Irán disponga de armas nucleares cuando Irán está en manos de un
régimen autoritario que nos demuestra una profunda animadversión y que puede en un momento dado verse
iluminado por incontrolables revelaciones sobrenaturales. Preocupémonos, entonces.
Para empezar a salir del atolladero, conviene analizar los errores de quien nos ha metido en él. Primer error:
EEUU apoyó a Irak a quien en su día animó para que atacara a Irán. La jugada le salió mal, porque Irán ganó la
guerra. Segundo error: más tarde, en un ejercicio que se podría interpretar como de arrepentimiento radical,
ataca a Irak, pero tampoco gana la guerra, que continúa todavía hoy, 5 años harán ya en marzo. Más todavía, los
efectos de esa guerra refuerzan considerablemente a los chiítas en Irak y, aunque Saeid opina que eso no debe
interpretarse directamente como un reforzamiento de la posición de Irán, camina más en esta dirección que en
la contraria. Tercer error: más recientemente, alarmado, con su buena parte de razón, del ascenso de un Irán
antioccidental que cada vez cuenta con más llaves para la estabilidad de la zona, por fracaso de los demás, y
desconfiado de sus pretensiones nucleares, civiles y militares, opta por una estrategia de confrontación de tal
envergadura que puede desembocar en una nueva guerra que todos presumimos muy devastadora para la
zona. EEEU, este es en concreto el tercer error de bulto, pretende con tal confrontación brutal forzar un cambio
de régimen en Irán y, a la vez, acabar con su programa nuclear militar. Es esta avidez desmedida de querer las
dos cosas a la vez la que constituye el núcleo central del error actual. Y, finalmente, ¿cuarto error a futuro?: la
única manera que se le ocurre de templar el poder de Irán en la zona es ayudar a armarse hasta los dientes a
Arabia Saudí, a Egipto, a Jordania, a los países del golfo, ... Un roto para un descosido.
Sin embargo, no debemos olvidar que también pretendió cambiar el régimen y parar el programa
armamentístico nuclear, simultáneamente, en Corea del Norte, pero finalmente rectificó. Es, desde mi punto de
vista la gran noticia esperanzadora que nos deparó en 2007 precisamente la Administración Bush. Optó por
priorizar la suspensión del programa nuclear, a expensas de reforzar el régimen de Pyongyang,
proporcionándole ayuda a su desarrollo. Pues eso, con los matices correspondientes, es lo que podría y debería
hacer también ahora con Irán. Ofrecer algo positivo a cambio de su renuncia al programa nuclear.
El candidato demócrata Obama lo dice bastante clarito. Argumentando sobre la base de los éxitos diplomáticos
obtenidos por EEUU en China y Rusia, este senador, el primer candidato de color en la historia de los USA,
ofrecería alicientes económicos a Irán a cambio de su cooperación en la guerra contra el terrorismo, de una
mayor “responsabilidad” de Irán en Irak que evite el apoyo a las milicias chiítas que continúan la guerra, y, es de
lo que se trata, de la paralización de todo proyecto militar nuclear. “Es importante mandar la señal de que no
buscamos un cambio de régimen sino sólo un cambio de conducta. Y para ello debemos emplear tanto palos
como zanahorias”, afirma. Pues eso.
Es la tercera vía, la pragmática C: Soportemos, hasta que se produzcan escenarios más favorables, seguir bajo
una paz basada en el temor y la amenaza de EEUU, renunciemos a pelear por un cambio sustancial
62
geoestratégico siquiera para conseguir no agudizar el peligro nuclear con una nueva potencia tan sospechosa
como Irán.
El problema para nosotros es que no votamos en las elecciones estadounidenses. No podemos ni apoyar a
Obama ni al senador Edwards, todavía una mejor opción, probablemente, en orden a llevar adelante la
alternativa C. Entonces, ¿qué podemos hacer?.
IRÁN Y EUROPA
La política exterior de Irán es inaceptable para Occidente, Europa incluida, no nos libramos. Preocupa que el
régimen ayatolá se militarice a marchas forzadas y que gaste en ello un más que considerable casi 6% de su PIB,
lo que sitúa al país en el pequeño pelotón de cabeza de los más militarizados del mundo. Resulta
completamente inadmisible que Ahmanideyad se dedique a exhortar a medio mundo para que elimine a Israel
del mapa, amén de negar el holocausto y demás aberraciones. Y es peligroso que intente hacerse con bombas
atómicas, si bien eso deberíamos decírselo los países que no contamos con ellas, que somos, desgraciadamente,
los que menos contamos, ironías de este mundo. Por tanto, no conviene a Europa que Irán llegue a poseerlas.
Tampoco le conviene al mundo, ni a esa convulsa zona de Asia Central, ya demasiado nuclearizada con Pakistán
e Israel, además de India y Rusia. Pero los escenarios negativos pueden ampliarse. Probablemente Arabia
Saudita y los países del golfo no querrían ser menos y EEUU se vería muy mal para negárselo, después de que
les está ayudando a armarse hasta las cejas con armas convencionales y consiguiendo pingües beneficios con
ello, ya que son buenos pagadores y mejores compradores. Egipto debería esperar su turno porque de
momento es demasiado pobre, aunque también lo era Pakistán y ... Más consecuencias incalculables que
también hay que calcular: los terroristas del mundo mundial estarían más cerca de poderse hacer con armas
nucleares, quedando el planeta un poco más a merced de la paranoia más completa... ¿Un escenario malo?. No,
peor. Pues eso quiero decir, que es importante siquiera esta victoria pírrica de evitar que Irán se nuclearice.
Bien, como ya he comentado, últimamente hemos recibido dos buenas señales para la esperanza. Una: la del
Servicio de Inteligencia de EEUU de que Irán paralizó su programa militar nuclear ya en 2003. Dos: la solución
dada por EEUU al conflicto semejante con Corea del Norte. Por tanto, no es imposible que estemos aún a
tiempo de evitar otro error que añadir a los ya perpetrados con la nuclearización de Israel, La India y Pakistán.
¿Qué puede hacer Europa?. Lo que está haciendo, pero con más convicción. Tratar de evitar que EEUU ataque.
Convencer a EEUU de caminar juntos con Rusia, con China y con Japón en este asunto que a todos interesa,
porque a ninguna de estas potencias ya nucleares (excepto Japón) le conviene ninguna nación más con esas
armas y menos tratándose de Irán, conflictiva donde las haya. Tenemos los dos argumentos-esperanza
anteriores para apoyarnos. Y, ya puestos, ¿deberíamos volver a enarbolar la bandera del desarme nuclear,
retomando y extendiendo hacia este desarme lo que ya empezaron Reino Unido y Francia al ratificar el tratado
de Prohibición de Pruebas Nucleares?. (Tratado que, por cierto, únicamente revalidaron estos dos países
europeos, halcones pero menos, ya que el senado estadounidense se negó a aceptarlo en 1999, desautorizando
a Clinton, por cierto, que lo había firmado ya en su aprobación inicial en la ONU. Y, naturalmente, los demás,
Rusia, China, Israel, Pakistán y la India no firmaron nada que no firmara el gran jefe). Sí, pero no en este
momento. En este momento lo que se cuece es una negociación con dos actores principales, EEUU e Irán, y a
nosotros nos toca hacer de moderadores beligerantes, valga la contradicción. Habrá que dejar para más
adelante eventuales procesos de desarme globales y centrarse en evitar los dos peores resultados de la crisis: el
ataque de EEUU y el programa de armamento nuclear de Irán.
63
EEUU tiene que temer verse solo porque nos alineamos con Rusia y China, esa es nuestra beligerante
moderación con EEUU. E Irán tiene que temer ver que Europa se alinea con EEUU y hacérsele un nudo en la
garganta pensando en que podemos endurecer las trabas para el comercio. Esa es la beligerancia que podemos
emplear con Irán. EEUU puede mandarnos a tomar por saco e Irán sustituirnos por Rusia, China y la India en su
comercio internacional. Nada es gratis en este mundo. Pero también puede haber triunfo, es decir, conseguir
evitar cualquiera de los dos resultados horribilis de la crisis y el reconocimiento del papel jugado, en su caso. El
poder que tenemos, moderación, prestigio y comercio, es para usarlo. Para usarlo por una buena causa. Como
la presente.
IRAN Y ASIA CENTRAL
Como los iraníes son musulmanes tendemos a entroncar el país más del lado arábigo que del continental
asiático. Pero Irán limita, además de con el Golfo Pérsico que lo separa de Kuwait, Arabia Saudí, Emiratos y
Omán, con Irak, Turquía y Armenia, al oeste, con Afganistán y Pakistán al este, mientras que comparte el mar
Caspio con Azerbaijan, Rusia, Kazajstán y Turkmenistán. Es gran parte de lo que llamamos Asia Central. No hay
otro país que esté mejor situado en el centro de esta zona y es, si descartamos a Rusia, claramente más
poderosa, de la misma magnitud poblacional y económica que Turquía, con la mitad de población que Pakistán
pero con un 50% más de PIB agregado. Si ampliamos la zona, sólo la India, la tercera potencia mundial tras
EEUU y China en términos de PIB (en $ ppa) y la segunda en población, le supera. Tiene condiciones geográficas,
demográficas y económicas para alzarse en sujeto activo en la estructuración geoestratégica de la zona. Y es lo
que está haciendo.
Mientras viajábamos por Irán Putín se reunía con Ahmanideyad en Teherán y firmaba acuerdos de cooperación
comercial y política. Saeid devoraba los periódicos para enterarse de los detalles. Esta prensa menos que más
independiente, daba una versión de éxito clamoroso para los intereses iraníes, como si fueran la prueba
definitiva de que Vladimir Putin vuelve la espalda definitivamente a Occidente para abrazarse a una con Irán.
Naturalmente, Saeid leía las buenas nuevas tan voraz como lleno de exultante felicidad. Hace poco el
mandatario iraní ha venido de una gira por los países del mar Caspio cubierto de papeles firmados con
compromisos de cooperación en muy diversos campos: comercial, transporte, infraestructuras, energía,
seguridad, etc. Por el este, Irán, Pakistán y la India están en la recta final para la iniciación de un gran proyecto,
el “oleoducto de la paz” le llaman, un conducto por el cual circularía el petróleo y el gas de Irán para esos dos
inmensos mercados. Ese megaproyecto tiene todos los visos de ayudar a convertir ese eje Iran-Pakistán-India en
una alianza de intereses en la zona, que probablemente puede ser un buen acicate para que indios y pakistaníes
dejen de montar la gresca un día sí y otro también. ¿Quién descarta que se forme así, a medio plazo, una alianza
preeminente en la zona, la cual podría fundar un triángulo hegemónico con Rusia?. ¿Demasiado gallos en el
mismo corral?. Tal vez. Salvo si los gallos se transforman en socios con intereses comunes. Irán vende a China
petróleo a manta y le devuelve el favor comprándole de todo. Las transacciones comerciales suben ya a los
20.000 millones de $ al año. Una burrada. Mientras tanto, medio millón de trabajadores iraníes hacen dinero en
los Emiratos Árabes Unidos, donde constituyen una colonia bien establecida que algunos consideran lobby. No
parece haber entre Irán y Emiratos las tensiones que son evidentes con Arabia Saudí. Tampoco las relaciones
son lo que debieran con Turquía, el otro machote de la zona que corre el riesgo de quedarse muy sólo si
nosotros, la UE, no le encontramos rápidamente un hueco. Las incursiones de Irán por el mundo tienen, como
bien sabemos, unas extrañas ramificaciones en Sudamérica, con Chávez de protagonista y Daniel Ortega de
telonero, cuyo fundamento es meramente antiyanqui, sin que eso sea completamente frívolo.
64
Así que Irán trabaja su posición internacional y no sin éxitos y avances. Hay una Rusia ahí arriba que corre a
recuperar su potencialidad y a encontrar su nuevo lugar no como imperio de la zona, sino como aliado y
hermano mayor, lo que puede llegar a ser mucho más estable. La India, la mayor democracia de la Tierra, no lo
olvidemos, aprieta el acelerador sin perder del todo sus vínculos con Rusia y, por lo que vemos, tampoco con
Asia Central. El que no vea una posibilidad de triángulo, con o sin Pakistán en el lado inferior, es porque no sabe
geometría.
Es decir, que nos enterermos. Irán no sólo vive de su pelea con EEUU y Occidente, o de chiísmo frente a
sunismo, o de Israel frente a Palestina, etc., esas cosas de las que no paramos de hablar en Occidente. Eso sólo
es una parte del trabajo y de la actividad de esta especie de organismo vivo en que se convierte una nación
cuando posee conciencia y cohesión nacional. Es la idea que nos intenta transmitir Saeid continuamente. Irán es
más que programa nuclear, más que ayatolás y Ahmanideyás, más que chiítas y mundo musulmán, mas que
mujeres de negro y mezquitas. “Irán es Persia, enteraros de una vez”, un antiguo imperio, una moderna nación
poderosa y ambiciosa, autónoma y soberana, con un proyecto en el mundo.
“Irán no le teme a nada”, repite una y otra vez.
Nosotros, incrédulos, le preguntamos en cierta ocasión: “Pero vamos a ver, Saeid, Irán, ¿quiere ser una potencia
importante, si o no?”.
-
¿Quiere ser?. No. Ya lo somos.
LA SOCIEDAD IRANÍ
¿Es cierto que la sociedad iraní es cohesiva y posee un sentido colectivo de propiedad y de unidad que llamamos
nacional?.
Cohesión. Los datos son peores de lo observado por nosotros y distan bastante de las opiniones de Saeid. “En
Irán no hay pobres”, destaca con frecuencia. En eso lleva una parte de razón. Irán es pobre, salta a la vista si nos
comparamos con ellos, pero en Irán no hay pobres de solemnidad, o, al menos, nosotros no hemos encontrado
esos pozos de miseria y de degradación tan ostentosos en muchas grandes ciudades en países de ingresos
medios, como éste. Por otro lado, si algo hemos observado es que los iraníes son más bien educados,
comedidos y cívicos en los lugares públicos, se saludan entre ellos con afecto, no escatiman sonrisas y rarísima
vez discuten acaloradamente. Tampoco hemos visto esas extraordinarias muestras de hospitalidad y de bondad
que algunos viajeros con gafas de aumento cuentan. No, amables sin exagerar, todo dentro de una normalidad.
Como es un país poco visitado, al menos de momento, el turista puede caminar despreocupado por las calles o
los zocos, sin apenas buscavidas que lo acosen. Evidentemente eres el distinto, aunque ni el vestido ni la raza
sean demasiado diferentes, pero no te lo hacen saber a cada momento con soeces miradas inquisitivas
rodeándote de continuo. Irán es plácido en muchos sentidos, incluido el sol y el calor en estos finales de
octubre, más mucho que poco, pero bien. Eso sí, esto tiene que ser espantoso visitarlo en la canícula estival.
Sin embargo, repito, los datos son peores de lo que aparentan las calles. Es cierto que no hay una excesiva
pobreza extrema en cuanto a los ingresos (menos de un 2% de la población vive con menos de 1 dólar diario), y
también que hay relativamente poca pobreza-pobreza de menos de 2$ diarios (un 7,4% de la población).
Relativamente, es decir, tomando como referencia la pobreza general, “Pobreza Humana” la llama la ONU,
entendida como una combinación ponderada de falta de capacidad para afrontar la vida en términos de poca
esperanza de vida, analfabetismo, difícil acceso al agua y niños de peso insuficiente al nacer, según el índice de
Pobreza Humana (IPH-1). Pues bien, en la lista de los países en desarrollo del mundo. Irán figura 19 puestos por
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arriba en porcentajes de pobres de ingresos, del que figura en Pobreza Humana. Es decir, Irán tiene
relativamente menos pobres en ingresos de los que tiene como pobres en pobreza humana. Los ingresos, al
menos los que se refieren a los extremos de la pobreza, se reparten mejor que las capacidades en términos de
salud, acceso al agua y formación. Funcionan mejor los mínimos de subsistencia económica que los mínimos de
subsistencia vital en términos de capacidades básicas, a pesar de que hay un fuerte paro en el país del 11,5% de
la población activa. Quizás esto explique la razón de que no veamos pozos de gran miseria y de que Saeid pueda
presumir como lo hace insistiendo que “en Irán no hay pobres”. Yo supongo que es debido a que funciona,
como en general lo hace en muchos países islámicos, la familia extensa como protectora de los casos extremos
de pobreza. Mucho más que la famosa limosna islámica. Eso si que no me lo creo que tenga un valor
significativo, a pesar de que se ven por las calles de las ciudades una especie de mojones con una hucha en la
que los peatones introducen billetes para la beneficencia social.
Bien, esto en cuanto a la pobreza extrema, llamémosle miseria. Pero la desigualdad en términos de ingresos,
que también Saeid se empeña en negar que sea mayor que en Occidente, es grande. Si clasificamos a los países
por el coeficiente de Gini que mide esta desigualdad, resulta que Irán ocupa (una vez hechas las correcciones
sobre número de países con datos) el puesto 118 frente al 94 en que figura en Desarrollo Humano (IDH) o el 73
en PIB promedio por persona (en $ PPA). Es decir, Irán es un país comparativamente bastante desigual, aunque
no lo sea por causa de la pobreza extrema. De modo que Saeid se equivoca. Irán sí es un país desigual. Lo es
aunque la impresión recibida por nosotros sea más positiva en términos de un ambiente que nos ha parecido
bastante cohesivo y sin que hayamos palpado enormes diferencias entre unos lugares y otros, entre zonas ricas
y pobres.
Respecto de la placidez ciudadana, el comedimiento y la compostura general, queda la duda de si es por civismo
o tiene algún componente represivo. Un caso bien conocido es el de Singapur, el país más ordenado y cívico del
mundo, donde se cometen muy pocos asesinatos (0,5 cada 100.000 habitantes y año), pero con una gran
población reclusa (350 cada 100.000). Es decir, hay una gran represión pero que funciona. En otros países, cuyo
ejemplo más notorio es EEUU, la represión, sin embargo, no funciona: tiene la enormidad de 738 presos cada
100.000 habitantes y, a pesar de eso, una enorme tasa de asesinatos (5,6 cada 100.000). En España andamos
regular, tenemos que enchironar a 145 personas cada 100.000, no poco, desde luego, para conseguir una
relativa buenilla tasa de asesinatos (1,2 cada 100.000). En Irán se cometen 2,9 asesinatos cada 100.000
personas, lo que es algo mejor que los países de su nivel de desarrollo, y eso se consigue a base de 214 presos
para ese numero de habitantes, que es más de lo normal entre los países de desarrollo semejante. O sea,
bastante represión carcelaria y relativos pocos asesinatos. Conclusión: parece que Irán es un país relativamente
ordenado en cuanto a los delitos de sangre y, sí, también parece que la represión es una componente
importante de ese orden. Está claro que los pocos asesinatos no son una medida directa de la placidez cívica,
una variable de apreciación muy subjetiva ésta, pero a falta de pan buenas son tortas. Probablemente el
asesinato si tiene algo de punta del iceberg de un maremagno social desintegrador. Quizás mirando lo que
sucede en la parte visible por encima de la superficie podamos intuir y pronosticar lo invisible que está debajo.
Eso es lo que he hecho.
¿Hay sentido y conciencia nacional en Irán?. Máxima, si el representante del país es Saeid. El lobby que forman
los iraníes en Dubai también toma el aspecto de prueba de esa conciencia. Por lo demás, nosotros no hemos
visitado el oeste del país, que es donde están mayoritariamente las importantes minorías étnicas azerbayanas,
turcómanas y kurdas. Tal vez por esa zona haya problemas que no hemos podido detectar. Yo quiero creer que
sí hay un acendrado sentido de propiedad nacional en la ciudadanía iraní. Aparte el ejemplo radical de Saeid,
que se pasa de chauvinista, y de la buena impresión que causa el civismo general, es importante recordar que el
régimen de los Pahleví fue depuesto por una revolución que acabó islamista, por desgracia, pero cuyos orígenes
fueron una impresionante marea de movilizaciones ciudadanas de signo progresista -¡quién lo diría!- que
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exigían libertad y equidad, precisamente, finalmente capitalizadas y enteramente ahogadas por el oscurantismo
ayatolá. Esa movilización extraordinaria hay que entenderla inicialmente como una muestra de una
responsabilidad social de los ciudadanos y es ese el sentido positivo de propiedad nacional al que me refiero:
una sociedad civil con alguna autonomía y acuerdo sobre los derechos y deberes sociales, sociedad civil
considerada y consolidada en el marco nacional.
Entonces, ¿qué posibilidad hay de cambio o de evolución del régimen iraní?. No conozco ni de lejos los
entresijos de la sociedad iraní, pero la impresión es la de que, fuera de las instituciones de ese régimen, sólo se
mueven estudiantes y mujeres. Esos son los únicos estamentos que protagonizan alguna especie de rebelión en
las noticias que nos llegan a un occidente que se muestra ávido de recibirlas, así que muy probablemente es que
no hay más. Por tanto, sospecho que no son fuerzas suficientes para un nuevo cambio revolucionario. Sin
embargo, sí pueden serlo para animar una evolución que acabe con las prácticas más aberrantes del poder y las
aristas más hirientes de su política exterior. No hay que olvidar que la fase original de la revolución ayatolá fue
progresista y es muy probable que dentro de ella exista alguna mezcla infame de ideas que dio lugar a la
teocracia islamista retrógrada, pero tal que pueda volver a separar sus componentes, entre otras cosas por
efecto del ariete estudiantil y femenino. Pues se ha visto en los años anteriores un Rafsanyani y un Jatamí
sensibles a ideas más modernas y en posiciones mucho menos radicales. Y bien, si descartamos que sea posible
un cambio revolucionario autónomo, y no deseable un cambio forzado por la derrota militar frente a EEUU, lo
que nos queda en Occidente es pensar en ayudar a la evolución de ese régimen, apoyando todo lo que se vea
mover en ese sentido.
Hoy día las calles de Irán están monopolizadas por las imágenes del odio en la cara del ayatolá Jomeini y de la
estulticia con gafas en la cara del ayatolá Jamenei. Es lo que hoy por hoy manda como representación del poder.
De su carácter totalitario da prueba la difusión de esa representación. Grandes y pequeños carteles, fotografías
y pintadas de esos dos líderes bien juntitos proliferan por todas partes para recordar a todo aquél que pise la
calle a quién hay que obedecer. NI Rafsanyani ni Jatamí consiguieron modificar esa imagen, pero conservan hoy
todavía algún poder que emplean en corregir y moderar los excesos de Ahmanideyad. También anda por ahí Ali
Lariyani, el negociador del tema nuclear con la AIEA, nada menos que asesor del líder espiritual Ali Jamenei, que
dejó ese trabajo de negociar por ser partidario de una mayor flexibilidad que la que le permitía Ahmanideyad. Es
decir, el régimen no es monolítico. Y mujeres y estudiantes empujan.
Pronto hay elecciones legislativas en Irán y un año después presidenciales en que se pondrá en juego el
liderazgo de Ahmanideyad. Habrá que seguirlas con tanto interés como las estadounidenses.
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IRAN Y DUBAI – 10
L UNES, M ARTES Y M IÉRCOLES, 22, 23 T 24 DE O CTUIBRE DE 2007
DUBAI ES MUCHO DUBAI
LO MÁS DE LO MÁS . RASCACIELOS
Hemos pasado por varias ciudades que fueron o son capitales en Irán. Dubai, en cambio, no es capital de su
país. Aunque es la mayor ciudad de los Emiratos Árabes Unidos y, sin duda, una ciudad interesantísima, no es la
capital más que de uno de los siete emiratos que, confederados, constituyen el país, del cual es Abu Dhabi la
que ejerce como tal capital. El solar donde se extienden estos emiratos es un desierto llano donde solamente en
la frontera con Omán se levantan algunas montañas secas. Desierto desierto, una seca y arenosa extensión
como toda Andalucía en una esquina de la gran península arábiga, la protuberancia que separa el Golfo Pérsico
del Mar Arábigo y el Océano Índico por el estratégico Estrecho de Ormuz. Baste señalar que el área arable es
solamente el 0,7% de la superficie total del país y que el agua necesaria para una población que aumenta al
galope debe ser tomada del mar caliente, de ese Golfo Pérsico en el que se baña todo el flanco este del
territorio, y utilizada sólo después de desalada. Bah!, como tienen mucho petróleo les sobra energía para
desalar toda la que necesiten, parecen pensar.
Dubai es en este momento una ciudad record, una urbe empeñada en conseguir lo más de lo más en todo
aquello que pueda portar una carga simbólica para representar lo más moderno y metropolitano del mundo
globalizado. Entre esas cosas, pueden señalarse los hoteles más lujosos del mundo, los centros comerciales
mayores del mundo, los parques temáticos más modernos del mundo, las islas artificiales mayores del mundo,
.... etc. etc Entre todas esas posibilidades hay una que destaca mucho: los rascacielos más altos del mundo. La
empresa es complicadísima, ya que esta ciudad está en mitad del desierto, rodeada de la nada absoluta hace 50
años, en una de las zonas más tórridas del mundo, y no tiene masa demográfica crítica como para competir con
ciudades muchísimo más grandes de países mucho más poderosos con poblaciones inmensamente más
numerosas. Apenas unos miles de beduinos del desierto pululaban por aquí con sus cabras, junto con unos
cientos de pescadores, a mitad del siglo XX; se multiplicaron hasta 500.000 personas en 1975, tras el oro negro
encontrado bajo las arenas y la independencia y la confederación conquistadas; y se decuplicaron hasta unos 5
millones ahorita mismo en todo el país. Un crecimiento rapidísimo, increíble, sí, pero sin salir de la dimensión
global como país pequeño, al menos todavía. De esos 5 millones, los censos oficiales actuales hablan de que un
millón y medio de personas residen en esta ciudad, aunque los dubaitís no se sonrojan asegurando los 3
millones. Evidentemente tienen muchísimas ganas de tenerlos, siquiera para seguir ostentando el título que
consiguieron en 2006 de ”la ciudad del mundo más rápida en crecer”, otro de los “más de lo más” a los que se
dedica esta urbe espectacular.
Esta actitud altamente competitiva de la ciudad y del emirato de Dubai me atrae poderosamente. Si no fuera
por los peligros medioambientales me parecería extraordinaria, una espléndida muestra de la ansiedad
humana, esa especie de gen poderoso que nos impulsa a proyectar y a construir un futuro siempre nuevo, una
concepción de la vida individual y colectiva fundada en la expectativa.
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Como he dicho, entre los iconos más eficaces de los que puede dotarse una ciudad para alcanzar la máxima
notoriedad y elevarse al limbo de las superciudades, están los rascacielos, y, ya puestos, el rascacielos más alto
del mundo, ¿por qué no?. A mí me encantan, encuentro una épica penetrante en esa batalla del hombre frente
al cielo y contra la gravedad. Pero, si hay algún sitio del mundo donde la funcionalidad inmediata de un
rascacielos, esa razón por la que son defendibles en muchas ocasiones, de que permiten ahorrar superficie o
aumentan notablemente el rendimiento de ésta, no tiene sentido alguno, es Dubai. Aquí no falta espacio, todo
lo contrario. Más todavía, la ciudad se diseña, en efecto, como si el espacio sobrara por todos los lados, ya que
los nuevos barrios, las innumerables nuevas y gigantescas urbanizaciones que se levantan en el horizonte, en
absoluto intentan aproximarse al centro, sino que cada una crece donde le parece, porque hay superficie libre y
plana en todas direcciones. Donde le parece o donde una planificación a muy largo plazo ha diseñado como
lugar más oportuno. La ciudad tiene su centro clásico en torno al “Dubai Creek”, una entrada de mar en forma
de río o un río en forma de estuario, el Abra de Dubai, pero los planificadores diseñan y construyen actualmente
nuevos centros formidables completamente desligados de éste, con enormes espacios vacíos intermedios,
como pensando en una ciudad con 10 veces más población dentro de unas pocas décadas. Si se ha decuplicado
en 30 años, lo volverá a hacer en otros 30 y llegará a los 15 millones, parecen pensar. Veremos. Estos visionarios
dubaitíes son capaces hasta de estar pensando en conseguir ser la ciudad más populosa del mundo, nada
parece detenerlos, aunque eso constituya una extravío geográfico y demográfico completamente aberrante.
Volviendo al rascacielos más alto del mundo, lo es ya
el Burj Dubai, cuya construcción va por los 600
metros de altura, bastantes más de los 509 que
alcanza el Taipei 1, incluida en éste su aguja de 60
metros por encima de su última planta, el cual
ostentaba ese título hasta hace 3 meses5. O sea, que
el fabuloso Burj Dubai es, desde septiembre de 2007,
lo más de lo más en altura, y con notable diferencia.
Pero llegará enseguida hasta los 807 metros
proyectados, en el que será número Uno de 300
metros más que el Dos, una fábula hecha para que
dure su preeminencia suficientes años.
Bien, todo eso no es ni por necesidad ni siquiera por
conveniencia práctica. No lo es en una ciudad muy
pequeña frente a aquellas con las que quiere
competir y dotada de un inmenso espacio libre y
vacío, del que no hay que arrancar nada porque
nada crece, planito planito además. Ese espacio en el
que tantas ciudades sueñan aquí es realidad al
alcance de la mano. Entonces, ¿por qué el Burj
Dubai?. ¿Por qué este absurdo superfluo fuera de la
lógica inmediata?. Esta claro, porque hay otra lógica mediata, o quizás todo lo contrario, más visceral, hecha de
emoción y de mito, de emulación y de épica, que al final se convierte en enormemente práctica, porque
comporta un intangible considerablemente valioso: la notoriedad, la fama, la popularidad. E incluso puede
acertarse con la belleza, para completar la victoria. Desde que la Torre Eiffel se convirtió en la construcción más
famosa del mundo durante larguísimas décadas, todas las ciudades que compiten entre las globales mundiales
intentan emular el éxito a base de subir la altura de sus iconos arquitectónicos metro a metro. Dubai, una
5
Descontando alguna torre de televisión y alguna antena.
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ciudad relativamente pequeña apartada en el tórrido desierto, lo está haciendo, no metro a metro, sino
hectómetro a hectómetro. Ver para creer.
Pero un rascacielos aislado impresiona pero no totaliza, esto es, no abraza como ciudad, sino que solamente se
expone como símbolo. Para totalizar, para envolver como ciudad, hacen falta muchos, montones de rascacielos
que se unan a los montones ya construidos. Pues aquí está. Yo sólo he visto una cosa comparable en Shanghai,
cientos de rascacielos en construcción
simultánea, pero Shanghai es una
ciudad por lo menos 10 veces mayor.
Por cierto, que la construcción del Burj
Dubai cuesta solamente la décima parte
de lo que cuesta el complejo Downtown
Burj Dubai del que forma parte, un
bosque de 29 rascacielos que figurarían
entre los altísimos de España en el que
no faltará de todo ni tampoco el centro
comercial más grande del mundo,
¡cómo no!. Pero, aparte de lo que será
este complejo, Dubai ya puede presumir
de una extraordinaria colección de
pirulís, incluso los hay muy hermosos, que proporcionan
bellas perspectivas envolventes, panoramas completos de
ciudad poderosa. Ahora bien, es muy complicado pasear por
estos barrios colosales ya que, de momento, todo está en
obras. El gran Dubai que se proyecta no sé si dará cabida al
peatón, el cual, de todas maneras, suele abrirse camino
contra viento y marea. Pero eso será, de ser, con el tiempo.
De momento es casi imposible caminar entre estos colosos.
Mi Amigo y yo somos los únicos extraterrestres que lo
intentamos.
El diseño del futuro Dubai tendrá algún sentido, sin duda,
pero hoy día resulta complicado de
comprender. Hay un centro clásico en
torno al abra, otro centro grandioso en
construcción, de carácter financiero,
donde se levanta el Burj Dubai, a unos
12 kilómetros del anterior, y otro
múltiples otros centros construidos o
por construir, tal como el de la fotografía
de la derecha, siempre bien separados
unos de otros. Lo dicho, este diseño
parece dar a entender que los emiratís
esperan convertir a Dubai en una ciudad
de 10 millones en otros 30 años, capaz
de llenar los huecos previstos para ello.
De hecho piensan doblar la población y
70
llegar a los 3 millones en 2017.
En todo caso, Dubai apuesta con una
determinación inquebrantable por los rascacielos.
Es ya la 5ª ciudad del mundo (tras Hong Kong,
New York, Chicago y Shang Hai, inmediatamente
delante de Tokyo) en edificios de más de 150
metros de altura. Tiene ahora mismo 93 edificios
más altos que la torre Picaso, va a tener en 3 o 4
años 8 inmuebles de más de 400 metros, ya en
construcción, aparte los proyectos, entre ellos el
Burj Dubai, o 13 de más de 300, también en
ejecución. Alturas formidables. De seguir esa
marcha se convertirá en 20 o 30 años en la ciudad
con más rascacielos del mundo. Es lo que
pretende. El reto es inconcebible para una ciudad
de 1,5 millones de personas. Pero ahí está, en marcha.
LAS VEGAS Y MARBELLA
Por tanto, Dubai no es solo petróleo. También es construcción, sector que aporta un enorme porcentaje del PIB,
bastante mayor del trozo debido al oro negro. Petróleo y construcción a mansalva. ¿Hay más?. ¿Qué ciudad
quiere ser Dubai, aquí, en el desierto vacante donde a finales de octubre estamos a 35 0C, sudando la gota
gorda, eso sí, al lado de un mar de aguas cálidas, pero no caldosas, que ahora mismo rondarán, las he probado,
por los 28 o 300C?. Dubai está levantada sobre un abra a cuyos dos lados se extiende una costa baja por la que
se alargan grandes pero no interminables playas. Yo no entiendo muy bien por qué, pero deben ser condiciones
idóneas para proyectar una ciudad playera, una urbe balnearia en la que construir carísimos hoteles y
residencias en las que es preciso reducir la temperatura 20 0C para hacerlas soportables, siempre que se
enriquezcan las ofertas turísticas con las diversiones masivas más guays del mundo.
Pues eso.
La agencia iraní que también nos ha
organizado la extensión a Dubai nos
ha tomado por los típicos turistas y
nos ha preparado visitas en las que se
incluyen 4 o 5 centros comerciales
gigantescos, paseo en coche por
lugares emblemáticos, un parque
acuático famoso, otro parque
invernal que encierra una pista de
nieve de 450 metros de larga y unos
50 metros de desnivel, la mayor del
mundo
bajo
techo,
¡claro!,
enteramente
artificial,
y
un
divertimento de rally por las dunas
71
con festiverio de danzas y cenas árabes.
Así que podemos asegurar que la fama de los centros comerciales de Dubai está bien ganada. Muchos,
inmensos, lujosos, espectaculares, variadamente decorados con todas las arquitecturas populares del globo,
nutridos de toda clase de atracciones y restaurantes, no feos, pero tampoco bellos. Cierto o no, nos los
presentan también, faltaría más, como los más grandes, los más tal y los más cual. Del mundo, claro, aquí nunca
se andan con chiquitas. A nosotros, sin embargo, no nos han
impresionado. Hay de todo pero también demasiada estética pop
excesivamente cartón piedra, bastantes barullos donde sólo a
veces se alza la nariz para salir de de la vulgaridad.
Lo que si nos han impresionado son los hoteles. De todas las
grandes cadenas y a cada cual más relucientes, lujosos, nuevos y
grandes. Pero las dos joyas están pegadas una a la otra. El
famosísimo Burj Al Arab, fue el primer hotel 7 estrellas del mundo
y es de una belleza original y tremendamente cautivadora,
inmensa vela de 300 y piuco metros erguida sobre el mar. Hay una
palabra que de no existir debería ser inventada para definirla:
atractiva. Cuesta 100 $ visitarlo por dentro, así
que nos conformamos con verlo por fuera, eso sí,
repetidamente y desde todos los ángulos posibles.
Bellísimo.
En el entorno del Burj Al Arab hay otros hoteles y
atracciones que figuran entre las más notables de la ciudad.
El Jumeirah hotel es otra maravilla que gusta cada vez más
cuanto más se lo mira.
Muy recomendado es el Wild Wadi, un parque acuático
divertido, presentado obviamente como el no va más de los
no va mases mundiales, ameno y bonito, también
demasiado cartón piedra, cuyo mayor atractivo son las
vistas que depara de los hoteles Burj Al Arab y Jumeirah.
Nos brinda también algún espectáculo de esos que estos
musulmanes sádicos gustan ofrecer. Hace los
correspondientes 35 0C de temperatura y todos los niños
disfrutan como camellos con las pieles desnudas
zambulléndose en las cálidas aguas movedizas y saltarinas
de las diversas atracciones. Todos, sí, pero, ¿todas?. No.
Pobrecillas, hay algunas chiquillas con cara triste que deben
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seguir embutidas en sus telas mortuorias de pies a cabeza. Dan una pena tremenda. Cuesta una pasta entrar
aquí, así que no sé a qué las han traído sus padres. Sádicos, no retiro la acusación.
Nos toca comer, así que visitamos
también
el
Souk
Madinat
Jumeirah, un enorme complejo
hotelero levantado en el estilo
arquitectónico del lugar, plagado
de estanques y piscinas y con un
reputadísimo centro comercial.
Mi Amigo tiene mucho interés en
ver la curiosidad de la “mayor”
pista de esquí cerrada del mundo,
un parque temático que alberga la
tal pista dentro de una cápsula
inmensa donde la temperatura es
43 0C más baja que la temperatura
exterior ahora mismo y 53 0C más
baja en verano. Calcúlense los
litros de petróleo necesarios para
conseguirlo. Hay muchos esquiadores deslizándose por sus pendientes blancas, vestidos a la emblemática
usanza de las buenas estaciones invernales y
haciendo las cabriolas típicas que uno puede
ver en Luz Ardiden o Baqueira Beret.
Curioso, en verdad.
Entre las atracciones que nos han contratado
hay un safari en las dunas. Nos vienen a
buscar al hotel y montamos en un pedazo
Toyota junto a una familia de australianos.
Nuestro conductor es un joven que se cree
Rodolfo Valentino y Fernando Alonso todo
junto y que es también el jefe de la trouppe de unos 20 pedazos toyotas llenos de turistas que vamos a hacer
tarzanadas por las dunas. Luego se nos unen otras compañías con sus correspondientes mogollones de pedazos
Toyotas. Juntos entraremos, después de las tarzanadas sobre ruedas, en un campamento levantado en las
arenas, dentro del cual se nos ofrecerá una cenorra beduina y un espectáculo de danza árabe.
73
El AlonsoValentino es, como gran jefe de la trouppe, el más bestia entre todos los bestias, así que nuestra
experiencia haciendo levantar enormes nubes de arena, subiendo y bajando por donde parece del todo
imposible subir y bajar, a velocidades realmente increíbles, es la más movida de todas. Gritos y alaridos, junto a
saltos y rebotes entre el asiento y el techo del habitáculo. Bien. Y la potencia del Toyota, sobresaliente. El sol se
oculta poco a poco por el horizonte cual fruta en sazón, tal vez demasiado acalorada por el día. La noche nos es
amenizada por una bailarina que hace, además de bailar bastante mal, de todo y mucho más para animar al
personal. Pero no es la showoman capaz de concitar entusiasmos, así que todos parecen impacientarse,
nosotros los que más, porque acabe de una vez y comience la cena, que ya va siendo hora. Ésta, la manduca,
bastante bien.
La vuelta a la ciudad y al hotel nos depara la mala nueva de que el AlonsoValentino ha añadido un nueva faceta
a su personalidad. Ahora es SoplapollasAlonsoValentino. Hay atasco en Dubai, cosa normal. La soplapollez
consiste en que ValentinoAlonso se empeña en conducir el gran y poderoso Toyota como si fuera una motito,
esto es, intentando, y consiguiéndolo a veces, de forma alucinante, colarse por las rendijas del tráfico como si
fuera una vespa. Es igual si tiene que subirse a los jardines o si debe molestar y ofender a media ciudad, pues él
ha decidido ofrecernos el espectáculo de sus incuestionables habilidades y convertido el recorrido en el famoso
rally del colapso. El chico disfruta jodiendo a todo el mundo y cree que también nos hace disfrutar a los
australianos y a nosotros con su show. Por eso enseña su mejor sonrisa cuando nos ayuda a bajar del toyota al
llegar, finalmente, al hotel, después de haber dejado cabreado a medio Dubai, aunque ningún atropellado en el
camino, menos mal. El australiano que iba junto a él en primera fila, no ha podido evitar la presión psicológica
tras haber congeniado con él tanto tiempo y es el único que suelta la chantela y le pone algo en la mano-cazo
que ha puesto. Los demás a poco le inflamos a berenjenazos.
Así que atracciones turísticas si que las hay, casi todas orientadas al turismo caro. Por ejemplo, una famosa copa
de carreras de caballos que reparte los premios mayores del mundo, otro torneo de tenis con el mismo reclamo,
etc.
Entre los más de lo más de Dubai figuran múltiples proyectos, muchos de ellos en ejecución. Dubai tiene una
buena cantidad de playas que sumarán unos 60 kilómetros de arenales, bastantes de las cuales bordeadas por
torres de apartamentos, urbanizaciones
de chalets, hoteles, etc... Pero los emires
iluminados suponen que hay una
demanda mundial imparable de sol,
calor tórrido y playa y están
construyendo en el mar tres gigantescas
Islas Palmera que aumentarán los
kilómetros de playa hasta los 520, ¡toma
ya!. Se llaman así por su forma de
palmera rodeada por una orla circular y
una de ellas, la Palm Jumeirah, de
solamente 5.5 kms. de diámetro, está
muy adelantada. Hazte cuenta de su
superficie más del doble que la de todo
el Bilbao edificado. Las otras dos son
mayores, la Palm Jebej Ali, de 7,5 kms de
diámetro y la Palm Deira de 14, lo que
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hace que esta tenga un superficie mayor que la de París, para que te hagas una idea. La foto de la izquierda de
Google Hearth cubre una longitud de costa de unos 70 kms. La Palm Jumeirah es la pequeña del centro, la de la
suroeste es la Jebel Ali y la del noreste, aún muy verde, es la Deira, que será la más gigantesca. Las islitas de la
zona central no son una cuarta Isla Palmera, sino The World, un conjunto de 300 islitas compuestas en forma de
mapamundi, la que será la Octava Maravilla del Mundo según la catalogan. Al parecer los famosos y potentados
del planeta de las estrellas se disputan esas islas y David Beckam tiene hace tiempo ya la suya, para que te
enteres.
Naturalmente esas palmeras y ese mapamundi están diseñados para aumentar los kilómetros de playa hasta
esos 520 citados, tras cuyos arenales se levantarán las urbanizaciones, parques, marinas, torres, villas,
apartamentos, restaurantes, parques temáticos, zonas de entretenimiento, centros comerciales y hoteles de
lujo que caben en tales gigantescas nuevas islas. Así que mira si los dubaitís creen que hay y va a haber
demanda.
Cuando visitamos el Finantial Centre, pudimos ver en una maqueta el proyecto de una nueva ciudad colosal a
levantar en torno al lago en que termina la ría del abra. Hecha de elevadísimos y bellísimos rascacielos en forma
de llamas, no sé si simbolizando llamaradas solares o fuegos petrolíferos. Está destinada a constituir un nuevo
centro de la ciudad, de carácter fundamentalmente residencial. No va de broma porque ya se adivina una
gigantesca extensión de terreno acondicionada para empezar a izar unos nuevos iconos para este milagro
económico en el desierto.
HONG KONG, SINGAPUR Y TAMBIÉN CHICAGO
Así que Dubai es petróleo, es construcción y es
también turismo y ocio, todo en proporciones
colosales. Pero, ¿hay más?. Sí. En el mundo hay dos
ejemplos extraordinarios, Hong Kong y Singapur, de
superciudades de base casi exclusivamente financiera
y de servicios, islas de riqueza y esplendor basadas en
el comercio de money, el préstamo de money y la
ingeniería del money, servicios a los que luego se
añaden otros. ¿Y porqué no Dubai?. ¿Qué se mueve en
el
mundo?.
Físicamente,
los
turistas,
6
electrónicamente, el money . Pues vayamos a por el
money. En torno a él ha nacido ya el nuevo downtown
de Dubai, del que el Burj Dubai formará parte. Hay allí,
a un lado y otro de la avenida Sheikh Zayed, un
tremendo mogollón de rascacielos. Los más altos,
entre los terminados, de todo Dubai, son, en estos
momentos, las dos bellísimas Torres de los Emiratos,
hermosísimas columnas de oficinas, a cuya vera
funciona ya el Finantial Centre donde se agita la Bolsa
de Dubai. Este es un sobrio y magnífico edificio, de un
gusto más europeo, una bella y grandiosa puerta, al
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Como si eso no fuera físico, se podría alegar.
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modo de la Arche de la Défense de Paris, solo que en negro y más pequeña, en el centro de una plaza cuadrada
cerrada por aceroacristaladas y sobrias
construcciones de poca altura. El conjunto de
este centro financiero y las torres de los
emiratos es, no sólo espectacular, sino muy
bello. ¿Funciona este proyecto de hacer de
Dubai la capital financiera de Asia Central, el
caldero de las potentes finanzas islámicas
petrolíferas?. Pues parece que sí. De hecho ya
se han instalado allí las firmas de inversión
más importantes del mundo y su objetivo es
atraer al más del billón de dólares que los
países petrolíferos de la zona tienen invertidos
en Nueva York, Londres o Hong Kong. La
dimensión de todo el proyecto de ciudad
financiera es colosal. Se quiere llenar de
edificios de oficinas y sedes de empresas una superficie equivalente a la quinta parte de la total de Bizkaia,
hazte cuenta. No se sabe qué pensar de esta desbocada ambición de estos emiratís visionarios, pero, por ahora,
todo les está saliendo como lo sueñan. La economía crece a ritmo en torno al 10% desde hace años y nada
parece entorpecer esta carrera vertiginosa.
Petróleo, construcción, finanzas, servicios y, ¿también industria?. También. Dubai presume de haber construido
el mayor puerto del mundo (sí, sí, en extensión, es igual que lo creas o no porque los dubaitís no dejarán de
asegurarlo) para que los productos puedan salir y entrar al y del resto del mundo. Está en el extremo suroeste,
el puerto de Jebel Ali, cerca de la isla Palmera del mismo nombre. En la trasera de ese inmenso puerto se
ensancha una enorme área inundada de interminables pabellones industriales. Otro tanto ocurre al noreste,
donde hay también extensos arrabales fuertemente industrializados. Se trata de una fortísima inversión en
megaparques industriales, todos ellos con nombres muy tecnos, como corresponde al orden de valores
contemporáneo: Dubai Internet City, Media City o Electronic Commerce, ya en pleno funcionamiento, a los que
se unirán en breve Dubiotech (biotecnología), Techno Park (Alta tecnología), Dubai Silicon Oasis
(Semiconductores) y Dubai Industrial City (metales, minería, petroquímica, maquinaria, comida, ...).
El resultado actual es que la economía del emirato de Dubai, que hace 20 años estaba engordada por un 50% de
petróleo, ahora ha reducido esta proporción al 6%. El resto, el 94% del PIB, lo sacan de la construcción, del
turismo y el ocio, de las finanzas y servicios, y también, es asombroso, también de la industria, sin por ello haber
disminuido en valores absolutos el trozo correspondiente al petróleo. ¿Cómo se ha conseguido todo eso?.
Desde luego con la inestimable base del petróleo, dinerito fresco para lo que se quiera, y la no menos
inestimable voluntad y determinación de las que enseguida hablaré. Pero hay más.
Un marco legal descaradamente favorable a los negocios, garantías y seguridad para los inversores, trámites
rapidísimos, retorno de capitales asegurado al 100%, abundante energía muy barata, estupendas
infraestructuras de puertos y aeropuertos, muchos socios capitalistas potenciales y ... trabajadores baratos y
desregulados. Al ladito están Irán, Pakistán y la India, rebosantes hasta explotar de currelas necesitados, y un
poco más lejos el pobre sur de Asia y aún el poblado sureste de ese gran continente. Tampoco está lejos África y
las naciones extraordinariamente pobres de su flanco oriental. Todos ellos con multitudes de afanosos
trabajadores y trabajadoras dispuestas a deslomarse para enviar remesas a sus familias de origen o para
instalarse en el país.
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Los Emiratos tienen firmados un montón de convenios internacionales sobre derechos laborales, pero los muy
cucos no lo hacen sobre los esenciales, no estampan su firma sobre los papeles internacionales que permitirían
la libertad sindical, la protección del derecho de sindicación y la negociación colectiva, esos que deben ser
famosos, en la cultura de la OIT, Convenios 87 y 98. Es decir, en Dubai no se pueden crear sindicatos, qué te
habías creído. Así que sucede lo que tiene que suceder, que se abusa de la mano de obra. Hasta que esta
explota. Lo hizo el 21 de marzo de 2006 y lo protagonizaron precisamente los miles de obreros que se
esforzaban en la construcción de Burj Dubai. Salieron a la calle a protestar y la organizaron parda. Pero las cosas
no tengo noticia de que hayan mejorado mucho.
No todo es bonito en el reino del milagro en el desierto.
LA GRAN DECISIÓN
¿No tenía Ud. la impresión de que estos árabes repentinamente enriquecidos de estos países desérticos
inundados de oro negro subterráneo eran un poco decadentes?. ¿No le parecía que se dedicaban a malgastar
sus petrodólares en consumos suntuarios y se limitaban a invertir sobre seguro en los mercados financieros
occidentales?. ¿Qué se rascaban la barriga a manos llenas y que su actividad preferida era aposentar sus
mórbidas carnazas en mullidas chaise longe de las suites de los hoteles más caros del mundo?. Yo sí, aunque no
me atrevía a formularlo tan rudamente, tal vez por resultar políticamente incorrecto meterse con los árabes.
Bien, pues quítese esa impresión cuando de ciudadanos de esta Confederación de emiratos se trata. Han
demostrado al mundo que son los más dispuestos a embarcarse como protagonistas de los más peligrosos,
rudos, trabajosos y estresantes milagros económicos y revoluciones sociales. Honor y gloria a ellos.
Pues eso tiene un mérito más que notable. ¿Conoce Ud. a alguien que le haya tocado la lotería y que se haya
embarcado posteriormente en inversiones y dificultades que le vayan a turbar la vida hasta complicarle una
existencia cuya molicie y comodidad tenía asegurada?. Habrá excepciones, como excepcional es el caso de
Dubai y los Emiratos, pero raro, es rarísimo. ¿Qué necesidad tenían estos emiratís de subir a bordo de este tren
turbulento, ellos, que con su petróleo tenían asegurada una vida regalada y ociosa?. No, los nuevos ricos que lo
son por un golpe de suerte no acostumbran a hacer los delicados y comprometidos experimentos de estos
dubaitís.
Eran riquísimos y poquísimos, pero pensaron en sus hijos. Las reservas petrolíferas se demostraron no
perennes. Había que diversificar la economía. “Pero somos pocos”, dijo alguien. “es imposible”. Pues seamos
muchos, le contestaron. Y tomaron la Gran Decisión. Trabajemos para conseguir una nación 10 veces más rica,
10 veces más populosa (en 2007) (y hasta 20 veces, en eso están pensando para 2035, como el diseño
urbanístico y los proyectos hacen concebir), 200 veces más diversificada, con 1.000 veces más de futuro, a
cambio de 400 veces más problemas, 400 veces menos cohesión cultural y social, e incluso puede que mucho
empobrecimiento por término medio. (Por cierto, en efecto, la renta global ha crecido desmesuradamente,
pero la renta por persona promedio, que estaba en unos fabulosos 50.000 $ por barba en 1980, bajó muy
considerablemente hasta los 20.000 en los 2.000. Sin embargo, el boom económico de los últimos años es de tal
calibre que gracias a él se recupera a toda velocidad (ahora mismo está por los 30.000$).
Hasta hoy. La población con la credencial de “nacional” emiratí es el 18% de la total. En Dubai la proporción es
aún menor. Es casi imposible conseguir ser nacional emiratí en este país, de modo que estos ciudadanos de
primera clase siguen siendo los que eran más lo que hayan aumentado procreando, pero nadie más. Eran
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500.000 los originales de los emiratos en 1975, como el total de la población, ahora ésta es de 5.000.000 y sólo
el 18% continúa siendo de esa estirpe. El resto, el 82% de la población, son indios, pakistaníes, iraníes,
indonesios, africanos, .... y también de otros países arábigos. Todos extranjeros. Hace falta mucho coraje y una
audacia casi inverosímil para lanzarse a ese experimento en tan corto de tiempo consumado.
Les ha salido bien. Podía haberles salido mal.
El mérito es suyo, pero también de ese 82% de currelas extranjeros que lo siguen siendo desde el punto de vista
de los derechos7. Pocos se acuerdan de ellos, de las ingentes tropas que se han deslomado y reventado por
hacer de Dubai lo que ahora es Dubai, una impresionante ciudad cosmopolita y multicultural, una divertida y
energizante condensación urbana internacional.
Nuestro homenaje a este 82% es divertirnos en sus calles abarrotadas, entretenernos y comprar en sus tiendas
y comer en sus restaurantes, además de albergarnos en sus hoteles (el hotel donde estamos es de una cadena
iraní). Eso es lo que me queda por contar.
UNA CIUDAD VIVA
El Abra de Dubai es un sinuoso estuario que se adentra unos 10 kilómetros en el desierto y acaba
ensanchándose en un lago, ese en torno al cual quieren levantar la ciudad residencial de los rascacielos
flamígeros. Justo en la entrada desde el mar se produce un acusado meandro, en cuyo lóbulo se levanta el
corazón de Deira, la parte de mayor condensación urbana, mientras que el exterior del meandro se reserva para
lo que se llama Bur Dubai, ciudad o centro de Dubai. La costa de este Bur Dubai es donde se levanta el puerto
clásico de la ciudad, Port Rashid, grande pero ni comparación con el Jebel Ali del que ya he hablado. La costa de
Deira, al oto lado, son playas y ahí es donde se está construyendo la inmensa Palm Deira, la de mayor superficie
que París. Este Bur Dubai y
este Deira, separados por
el Abra, que aquí es una
lengua de mar de unos
200 metros de anchura, es
lo que constituye el centro
vital de la ciudad. Está
ocupado
muy
fundamentalmente por los
trabajadores que han
levantado este milagro y
es
una
de
las
aglomeraciones urbanas
más multiculturales del
mundo. También es muy
divertida. Si no fuera por
el agobiante calor incluso
sería placentera.
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Tampoco destacan los Emiratos por firmar todos los acuerdos internacionales sobre derechos civiles y políticos, ni por aquellos de
carácter social y cultural.
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Estos 10 kilómetros de estuario están
atravesados por sólo dos puentes, los cuales,
obviamente, están siempre colapsados. Hay
además un túnel subterráneo en la misma
línea de costa que sirve a la autopista litoral
que va a Sharjah, una gran ciudad al norte
que casi es un apéndice de Dubai. Desde el
mar hasta el primer puente, llamado Al
Moktoum, hay unos 4 kilómetros. Estos 4
kilómetros de abra es lo que se llama la
marina de Dubai. Está bordeada de muelles,
parques, paseos, unos cuantos bellos
edificios y vías de comunicación urbanas casi
siempre colapsadas de coches. Como a un
lado y otro están los dos centros más densos
de la ciudad, hay una trasiego continuo de
barquitos de madera que te pasan de aquí
para allá gobernados por picapicas que, si
eres turista, siempre te timan.
Nuestro hotel está cerca del puente Al
Moktoum y, por tanto, nuestro paseo
habitual son los 3 o 4 kilómetros que
debemos andar para llegar al cogollo de
Deira o, si atravesamos el abra, el de Bur
Dubai. Hemos hecho ese mismo recorrido 6
veces entre idas y vueltas. En cuanto a las
secreciones humanas, siempre terminan con
la piel entera del cuerpo bañada en sudor,
un kilo menos si te duchas, no hay bien que
por mal no venga. La zona cercana al puente es elegante y se levantan buenos edificios anteriores al 2.000, que
es cuando empezó la fiebre de los rascacielos. Un ayer mismo de una historia en la que Dubai ha acelerado el
tiempo con su voluntad de crecer. Hay obras de plazas, aparcamientos y del metro que aún no circula por una
ciudad que lo necesita como el agua. Como en Dubai nadie camina ni se desplaza fuera de la cápsula
acondicionada de los habítáculos de los automóviles, el camino siempre lo hacemos solos, hasta llegar al
cogollo, cuando de pronto todo se anima hasta la saturación.
Si hay alguna ciudad del mundo que se conciba y esté pensada para desplazarse en coche, esa es Dubai.
Extensísima, núcleos muy separados, grandes vías de comunicación, gasolina barata, nivel económico para
comprar coches, ..., y transporte público escaso y deficiente, del que destacan los taxis abundantísimos. El
metro lo acaban de empezar a construir. Otra circunstancia muy importante es el calor: no hay manera de
moverse sin sudar la gota gorda, así que todo el mundo sale de su casa o apartamento con aire acondicionado,
se mete en su coche con aire acondicionado, llega al gran centro comercial con aire acondicionado o a la oficina
con aire acondicionado y vuelve de la misma forma. Pues bien, un milagro más alegre que cualquier otro hace
que en este desierto de humanidad callejera surjan como por encanto dos oasis consistentes en un hervidero de
gentes de todos los colores y procedencias disputándose las aceras de Deira y de Bur Dubai. Sobre todo a la
noche. El milagro es el de los trabajadores extranjeros que aquí residen o que aquí montan sus pequeños
negocios o que aquí vienen a sus mezquitas u oratorios, los cuales tienen su corazoncito socializante y dan en
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encontrarse unos con otros entre multitudes. Las claves son las mismas de todos los lugares parecidos: bazares
espesos de tiendas, los indios por aquí, los pakistaníes por allá, los iraníes por acullá, los negros en aquel lado,
..., pero sin grandes separaciones. Espesos de tiendas y tupidos de restaurantes, casas de cambio, bazares como
de todo a cien. Hay también zocos cuyas calles están protegidas del sol y el calor por techumbres de madera,
que son los objetivos de los turistas y donde se ubican las boutiques más cuidadas. Pero es sólo una zona, una
en Bur Dubai, otra mayor de Deira, siempre inmersa en un conjunto mayor de barullo ciudadano de tipología
muy popular. Y barato. Mi Amigo aprovecha para deambular y dar rienda suelta al indagador de masas, de
precios y de mercancías que lleva dentro y para hacer compritas para su envidiable recua de vástagos y nietos.
Yo me voy por la ribera del abra hacia el mar. Allí hay, al lado de impresionantes monstruos hoteleros pegados a
la playa un mercado muy grande y curioso de alimentos frescos. La parte del pescado es pintoresca, con sus
tiburones, grandes meros, túnidos diminutos, mariscos y peces de variadas clases y sistemas de corte y
almacenamiento. Yo me meto en un gran centro comercial de golden y silver, más para refrescarme con el aire
acondicionado que otra cosa. También atravieso autopistas jugándome el pellejo, ya que el tránsito peatonal
está completamente desatendido en esta zona, para acercarme a la línea de costa. Quiero ver las obras de la Pal
Deira. Bueno, lo único que se ve son hileras de grandes camiones que llevan arena de un lado para otro,
trajinando incesantemente y grupos diversos de grúas en todas las direcciones del horizonte. La visibilidad
siempre es escasa en Dubai, ensuciada la atmósfera por la humedad y por el polvo del desierto. De modo que la
transparencia del aire no da para llegar a ver a lo lejos la multitud de barcos grandes, de esos especializados en
arrancar arena del fondo marítimo para lanzarlo y acumularlo en las islas que hay que hacer nacer. Los he visto
en alguna ilustración, igualito que los que con frecuencia he observado en la construcción del superpuerto de mi
ciudad. Pero no he conseguido verlos con mis ojos por culpa de la opacidad del aire, a pesar de la ausencia
completa de nubes.
Al atardecer la temperatura amaina un poco y los cansados trabajadores se reúnen en los cantones y las plazas
de Deira. Los pakistaníes rezan en las mezquitas, los indios sestean en las placitas, los negros pululan por los
nutridos bazares de productos electrónicos, ... Hay pocos niños, por no decir ninguno y hay pocas mujeres, por
no decir ninguna. Los niños se han quedado en sus países de origen, cuidados por la familia. Las mujeres se han
quedado en casa, haciendo la cena, a pesar de que muchas de ellas trabajan igualmente, desgraciadamente
unas cuantas en la prostitución, igual da que sea ilegal. Sólo hay hombres, muchos hombres conversando
suavemente. El descanso del trabajo consiste en el cambio de actividad, antes de la purificación del sueño: de
trabajo fuera a trabajo en casa para las mujeres; de trabajo a parloteo en la calle para los hombres. Aunque
están cansados hay un fondo de bienestar en los coloquios y circunloquios de los reunidos por las calles, la
temperatura menos agobiante y la amistad producen ese prodigio. Una pausa de dicha tranquila se expande por
el aire.
Os la merecéis, trabajadores extranjeros de Dubai.
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