EL LORO DE FLAUBERT

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EL LORO DE FLAUBERT
Prof. José Antonio García Fernández
[email protected]
DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace
C/ Islas Canarias, 5 - 50015 ZARAGOZA - Telf.: 976 5186 66 - Fax: 976 73 01 69
EL LORO DE FLAUBERT
Notas de lectura del libro de Julián BARNES, El loro de Flaubert, trad.
Antoni Mauri, Barcelona, Anagrama, 2009
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ÍNDICE DEL DOCUMENTO
1. INTRODUCCIÓN: “EL LORO DE FLAUBERT”, UNA BIOGRAFÍA DISTINTA .................................................................1
2. GOURSTAVE, FLAUBEAR. EL OSO EN SU MADRIGUERA: EL ERMITAÑO DE CROISSET ............................................3
3. GUSTAVE FLAUBERT: CRONOLOGÍA DE UN IDIOTA .................................................................................................5
4. IDEAS SOBRE ARTE Y LITERATURA: EL ESTILO, LA IMPASIBILIDAD, MADAME BOVARY C’EST MOI! ......................7
5. GUSTAVE FLAUBERT. SUS AMIGOS. LAS MUJERES DE SU VIDA ..............................................................................9
6. EL LORO DE “UN CORAZÓN SIMPLE” ......................................................................................................................10
7. FLAUBERT Y LA POSTERIDAD ..................................................................................................................................13
ooo 000 000 ooo
1. INTRODUCCIÓN: “EL LORO DE FLAUBERT”, UNA BIOGRAFÍA DISTINTA
Este es un libro que nos permitirá conocer mejor al autor de “Un corazón simple”. El
mismo Barnes empieza su obra con una reveladora cita de Flaubert (1872):
“Al escribir la biografía de un amigo, hay que hacerlo como si estuvieras vengándole”. (Carta a
Ernest Feydeau, 1872)
De manera que eso es el libro: un ensayo biográfico sobre el escritor y su obra,
donde el loro —y el cuento donde aparece, “Un corazón simple”— ocupa un lugar
destacado y donde, sobre todo, cuenta el interés laudatorio del apologeta.
El autor, Julian Barnes, nació en Leicester, Reino Unido, en 1946. Ha sido lexicógrafo y crítico
cinematográfico, es un narrador consagrado en su país y ese dominio del oficio hace que dé a esta obra
suya un tono literario, personal que, a veces, perjudica y, en otras ocasiones, anima la lectura. Barnes
cuenta en primera persona, a través de un narrador apócrifo que dice ser médico, viudo, sesentón largo y
que confiesa haber amado a su difunta mujer, Ellen, a pesar de sus devaneos e infidelidades. O sea, su
narrador se parece mucho a Charles Bovary, médico rural, llorando por su querida Emma. Pero no
debemos confundir narrador (autobiográfico, fictivo) y escritor (el ciudadano Julian Barnes: en su biografía
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no consta, que sepamos, ningún dato profesional relativo a la vida clínica de los galenos, al juramento
hipocrático). La afinidad entre las vidas del personaje (biografiado) y del
narrador (autobiografiado ficcionalmente) hace que la admiración por
Flaubert alcance los extremos del panegírico.
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Para el lector atento el texto contiene, una vez más, un sutil juego
literario que lo enriquece plurisignificativamente.
“La medicina debía ser en aquel entonces [en los tiempos del padre de Flaubert y de su hermano Achille,
seguidor de la tradición médica familiar] una ocupación emocionante, desesperada, violenta; hoy en día se reduce a
pastillas y burocracia. ¿O acaso sólo ocurre que el pasado parece tener más color local que el presente? Estudié la tesis
doctoral de Achille, el hermano de Gustave: su título era «Algunas consideraciones sobre el momento de la operación de
la hernia estrangulada». Un paralelismo fraternal: la tesis de Achille se transformó más adelante en una metáfora de
Gustave. «Ante la estupidez de mi época, siento oleadas de odio que me asfixian.
La mierda se me sube a la boca como en las hernias estranguladas. Pero yo quiero
conservarla, fijarla, endurecerla; quiero transformarla en una pasta con la que
embadurnaré el siglo XIX, de la misma manera que doran las pagodas indias con
excrementos de vaca.»
Al principio me pareció extraña la yuxtaposición de estos dos museos.
Sólo adquirió sentido cuando recordé la famosa caricatura de Lemot en la que
Flaubert aparece diseccionando a Emma Bovary. El novelista agita en el extremo
de un largo tenedor el goteante corazón que acaba de arrancar triunfalmente del
cuerpo de su heroína. Blande en todo lo alto el órgano como una valiosa prueba
quirúrgica, mientras que en la izquierda del dibujo asoman, apenas visibles, los
pies de la tendida y violada Emma. El escritor como carnicero, el escritor como
delicado bruto.
Luego vi el loro. Estaba en una habitacioncita y era verde intenso y tenía
ojos despabilados, y la cabeza torcida en un ángulo interrogador. «Psittacus —
decía la inscripción de su percha—. Loro que G. Flaubert tomó prestado del Museo
de Rouen y colocó en su mesa de trabajo mientras escribía “Un coeur simple”, en
donde recibe el nombre de Loulou, el loro de Felicité, principal personaje del
cuento.» Una fotocopia de una carta de Flaubert confirmaba el dato: el loro,
escribió, permaneció en su escritorio durante tres semanas, al término de las
cuales su visión comenzó a irritarle.” (pp. 18 y 19)
El loro era en tiempos de Flaubert, y antes, tanto en Francia como en Europa, un animal exótico.
Lo demuestran enigmas como estos, recogidos en España en los siglos XVII, XVIII y XIX:
“Soy un noble americano,
bruto aunque no lo parezco,
de colores muy galano,
perpetua prisión padezco,
uso de lenguaje humano
si bien de razón carezco”
(El papagayo)
“De colores muy galano
soi bruto, y no lo parezco;
perpetua prisión padezco.
Uso de lenguaje humano
si bien de razón carezco
(ídem)
Estos enigmas aparecen por ejemplo en la obra de Cristóbal Pérez de Herrera Proverbios morales
y consejos cristianos muy provechosos para concierto y espejo de vida, adornados de lugares y textos de
las Divinas y Humanas Letras y Enigmas Philosóficos, naturales y morales con sus comentos. Madrid,
Herederos de Francisco del Hierro, 1606.
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El exotismo del papagayo era un motivo que se prestaba a que los ilustradores se detuvieron en él
para lucirse, como hizo José Massi con el grabado incluido más arriba (tomado de Los Niños. Madrid,
1870-1876).
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2. GOURSTAVE, FLAUBEAR. EL OSO EN SU MADRIGUERA: EL ERMITAÑO DE CROISSET
Flaubert, que se llamaba a sí mismo Oso (en francés Ours, en inglés Bear, de donde viene lo Gourstave y
Flaubear), creyó en los libros, en la objetividad del texto escrito, en la insignificancia de la personalidad del
escritor y en la trascendencia del estilo. Se angustiaba buscando la palabra, la frase exacta, la asonancia
perfecta, el ritmo interior de la prosa. Era un perfeccionista. Para él, el arte debe decir la verdad, aunque
fuese dura. Debemos mirar a la verdad cara a cara y “dormir sobre la almohada de la duda”, como decía el
ensayista Michel de Montaigne. Y para él, la verdad no era otra que el fracaso moral de su generación, del
tiempo en que le tocó vivir. Su amiga George Sand le escribió en una ocasión:
“Tú provocarás, sin duda, la desolación; yo, el consuelo”.
Él le respondió:
“No puedo cambiar de ojos”.
Pero para demostrar a su amiga que no tenía razón, que era capaz de imaginar historias tiernas y
lacrimógenas, escribió “Un corazón simple”, una historia que ya había esbozado en 1850 y que no terminó
hasta 1876, con una protagonista sencilla, inspirada en su chacha Julie, quien le había contado los
primeros cuentos en la más tierna infancia.
“Lo empecé pensando exclusivamente en ella [en George Sand], sólo por
complacerla. Y murió cuando me encontraba todavía a mitad de mi obra. Lo mismo ocurre
con nuestros sueños”.
Flaubert era pesimista:
“La tristeza es un vicio” (1878), escribió.
Odiaba el tiempo vulgar en que le había tocado vivir. Le repelía la
modernidad y enumeraba “ferrocarriles, venenos, clisobombas, tartas à la
creme, la realeza y la guillotina” entre las desgracias de aquella, añadiendo
además a “fábricas, químicos y matemáticos” a la fatídica lista. Si en el
siglo XX, Filippo Marinetti, apóstol del futurismo, defendía que un coche
de carreras era más bello que la Victoria de Samotracia, en el XIX Flaubert
pensaba justo lo contrario y habla incluso del célebre “colique des
wagons”:
“Me fastidia tanto ir en tren que al cabo de cinco minutos ya empiezo a aullar de aburrimiento. Todo el vagón
cree que es algún perro olvidado; en absoluto, ¡son los suspiros de M. Flaubert!”
“Hay una cosa superior a todas las demás, el Arte. Un libro de poesía vale mucho más que un ferrocarril”
(Cuaderno íntimo, 1840).
Era escéptico, valoraba la amistad y la inteligencia. Odiaba la hipocresía, el patrioterismo, el
dogmatismo sectario. Consideraba que sus conciudadanos, como toda la raza humana, eran unos
estúpidos:
“En el fondo de mi corazón estoy irremediablemente convencido de que mis queridos prójimos, con unas pocas
excepciones, son unos seres despreciables”.
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Al hablar de Sade y Nerón, decía:
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“Para mí, estos monstruos explican la historia”.
Criticaba la democracia burguesa, que él llamaba despectivamente “démocrasserie” (democrasa o
demo-obesidad), y a los democrápulas. Su sistema preferido era el chino, el mandarinazgo, el gobierno de
una oligarquía ilustrada; pero se daba cuenta de que este sistema no era creíble en Francia. Decía que la
democracia no era más que una fase en la historia de las formas de gobierno y, desde luego, consideraba
ridícula la vanidad de considerarla la mejor, pues aquella no era sino la que ya había empezado a agonizar,
lo que indicaba que iba a llegar otra nueva forma de gobierno:
“La democracia no es la última palabra de la humanidad, de la misma manera que tampoco lo fueron la
esclavitud, el feudalismo o la monarquía”.
Amaba la ironía (algunos le acusan de “imaginación sadiana”), le gustaba escandalizar a los de su
clase —los burgueses—, y para ello escribía frases tremendas:
“La felicidad es como la sífilis. Si la contraes demasiado pronto te
echa a perder la constitución”.
“Las lágrimas son para el corazón lo que el agua para los peces”.
“El mayor sueño de la democracia consiste en elevar al
proletariado hasta el nivel de estupidez de la burguesía”.
“El odio contra el burgués es el comienzo de la virtud”.
“El público quiere obras que adulen sus ilusiones”.
“Soy tanto chino como francés”.
“Me gustan los vencidos, pero también me gustan los vencedores”.
“Soy hermano en Dios de todo lo que vive, tanto de la jirafa y del cocodrilo como del
hombre”.
“Atraigo a los locos y a los animales” (Carta a Alfred le Poittevin, 26 de mayo de 1843).
“La vida es una cosa horrible, ¿no crees? Es como una sopa en la que flotan muchos
pelos, y que no hay más remedio que comerse.” (1852)
“A medida que la humanidad se va perfeccionando, el hombre se va degradando”.
“Es cierto que hay muchas cosas que me exasperan. El día en que nada me indigne
caeré de bruces, como una muñeca cuando le quitas el palo que la sostiene.” (1867)
“Dar al público detalles sobre mí mismo es una tentación burguesa a la que siempre me he resistido” (1879).
Barnes dice que, a pesar de su fama de ermitaño, de “oso de Croisset”, de “Oso Loco” como él
mismo se denominaba, viajó bastante: Italia, Suiza (1845), Bretaña (1847), Egipto, Palestina, Siria,
Turquía, Grecia, Italia (1849-1851), Inglaterra (varias veces), Túnez y Argelia (1858), Alemania (1865),
Bélgica (1871), Suiza (1874). Al final, duda de que su famosa devoción por la soledad y el arte fuera tal: al
escritor también le gustaba vivir bien, además de su trabajo inmenso de escritor. Era más “bon vivant” de
lo que se cuenta. Eso sí, Flaubert quiso ser un observador, un voyeur. Conscientemente se mantenía al
margen:
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“Cuando te mezclas con la vida no la ves bien, la sufres o la disfrutas más de la cuenta. El artista, en mi opinión,
es una monstruosidad, una cosa que escapa a la naturaleza. Todas las desgracias con que le abruma la Providencia son
consecuencia de la testarudez con que niega ese axioma… De modo que (tal es la conclusión), estoy resignado a vivir tal
como he vivido, solo, con mi muchedumbre de grandes hombres como compañeros, con mi piel de oso como única
compañía”.
“Siempre he intentado vivir en una torre de marfil, pero una marea de mierda golpea sus muros y amenaza
constantemente con derribarla”.
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3. GUSTAVE FLAUBERT: CRONOLOGÍA DE UN IDIOTA
El escritor inglés, Barnes, nos cuenta los principales acontecimientos de la vida del burgués Gustave, el
escritor que quiso vivir en su torre de marfil, dedicado solo a su arte de la novela, en una interesante
cronología:

Nace en 1821 en Ruán, segundo hijo varón de Achille-Cléophas Flaubert,
cirujano jefe del Hôtel-Dieu de la ciudad normanda. Su hermano mayor,
llamado Achille, como el padre, seguirá la tradición familiar y se hará
médico. Gustave aprende mucho viendo operar a su padre, su gusto por
la observación y la descripción detallada, su inclinación naturalista, todo
ello lo aprendió en el quirófano junto a su progenitor. Por eso los críticos
han dicho de él que manejaba la pluma como un escalpelo. Era, en
opinión de sus mayores, un crío tarado, de expresión casi idiota. Sartre lo
considera “el idiota de la familia”.

En 1825 entra al servicio de la familia la niñera Julie, que permanecerá con
ellos hasta la muerte del escritor, más de cincuenta años. De ahí sale,
como ya hemos comentado, la figura de Félicité. Además, ella le contó a
Gustave sus primeras historias y cuentos, de ella aprendió la magia de la oralidad y la narración.

En 1831-32 estudia en el Collège de Ruán, se convierte en un buen alumno, muy dotado sobre todo en
historia y literatura. Hizo un ensayo sobre Pierre Corneille, el otro ruanés célebre.

En 1836 conoce a Elisa Schlésinger, esposa de un editor de música alemán, de la que se enamora y con
la que se cartea durante cuarenta años, aunque solo fue un amor idealizado. Ella tenía entonces 26
años, Gustave solo 15. En ese tiempo se inicia sexualmente con una de las doncellas de su madre. Su
vida sexual pasó por varias etapas: el burdel, las relaciones homosexuales con un muchacho en El
Cairo, la aventura amorosa en París con la poetisa Louise Colet… El Flaubert joven era cortés, galante,
famoso y con buena planta normanda, lo que le facilitaba sus conquistas.

En 1837, publica en la revista ruanesa Le Colibri.

En 1839 es expulsado del Collège de Ruán, por pendenciero y desobediente.

En 1843, estudiante de leyes, conoce a Víctor Hugo en París. Repite curso, pues se dedicó más a
conocer los ambientes literarios de la capital que a la jurisprudencia y el derecho.

En 1844 tiene su primer ataque epiléptico. Vuelta a Croisset, soledad, lectura.

En 1846 conoce a Louise Colet, “la Musa”. Se aman entre 1846-1848 y de 1851 a 1854. Peleas,
incompatibilidad, luchas… Tras la ruptura definitiva, otro escritor, Alfred de Musset, sustituye a
Flaubert en el corazón de la poetisa. En el 46 muere el padre de Gustave. Poco después, su querida
hermana Caroline, a los veintiún años, al dar a luz a su hija, llamada también Caroline, a la que
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Gustave querrá como un padre. La madre de Flaubert también se llamaba Caroline, así que ese
nombre femenino abarca tres generaciones flaubertianas, de ahí que fuese tan apreciado por
Gustave.

En 1848 muere su amigo Alfred le Poittevin, a los treinta y dos años. “No pasa un solo día en que no
piense en él”.

En 1850 contrae la sífilis en Egipto. Se le caen el pelo y los dientes, engorda, se convierte en un
hombre grueso y envejecido, su saliva se hace negra por el tratamiento a base de mercurio. Se hace un
solterón impenitente, negado al matrimonio, a pesar de la insistente solicitud de su amante Louise
Colet.El viaje a Oriente de Flaubert es muy importante, no sólo por las repercusiones sobre su salud,
sino también porque, como dice Barnes, exageradamente, salió romántico
de París y volvió realista. En 1850, además, anuncia ya, en una nota
personal, un proyecto sobre Don Juan, una historia egipcia que no llegó a
escribir (“Anubis”), y “Mi novela flamenca sobre una joven que muere
mística y virgen…, en una pequeña ciudad de provincias, al fondo de un
huerto con coles y espadañas” (es decir, ya está pensando en “Un corazón
simple”, que no terminó hasta 1876).

Entre 1851 y 1857, redacción, publicación, juicio y absolución de Madame
Bovary.
“Al escribir este libro soy como una persona que tocase el piano con unas
bolas de plomo atadas a cada falange”.
“Todo lo que inventamos es cierto: puedes estar segura. La poesía es tan
precisa como la geometría… Mi pobre Bovary está sin duda sufriendo y llorando ahora
mismo en veinte pueblos de Francia” (Carta a Louise Colet, 14 de agosto de 1853).
“Madame Bovary c’est moi!” (Carta a Amélie Bosquet, lectora incondicional de Madame Bovary).
(Años después, se descubrió que el joven fiscal que llevó en el juicio la acusación por obscenidad
contra Flaubert, maître Ernest Pinard, y que también acusó a Baudelaire, por la publicación de Les Fleurs
du Mal, era el autor de unos versos priápicos o pornográficos. Por otro lado, se da la coincidencia de que
“pinard” significa en francés “vino peleón”; algo que, sin duda, habrá hecho reír a Flaubert). Elogios de
Lamartine, Sainte-Beuve, Baudelaire… Viaja a París, conoce a los Goncourt, a Renan, Gautier, Baudelaire,
Sainte-Beuve, participa en cenas y tertulias.

En 1862 publica Salammbó. Salones importantes, fiestas, reuniones… Se cartea con George Sand, se
hace amigo de Turgenev, conoce al emperador Napoleón III.

En el 66 es nombrado chevalier de la Légion d’honneur.

En 1867 se arruina por confiar en el esposo de su sobrina Caroline, Ernest Commanville.

En 1869 publica La educación sentimental. Muere su amigo Louis Bouilhet, de quien decía que era “el
agua de seltz que me permitía digerir la vida”, “mi comadrona”, “la persona que entendía mis
pensamientos mejor que yo mismo”:
“En medio de la lasitud y el desánimo, cuando la hiel me inundaba la boca, tú eras el agua de Seltz que me
ayudaba a digerir la vida. En ti me remojaba como en un baño tónico (…) Tú eras para mí el mejor ejemplo moral
supremo, la edificación permanente”.
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En 1869 muere también su amigo Sainte-Beuve.

En 1870 muere Jules de Goncourt, otro de los íntimos. Los alemanes ocupan Croisset (guerra francoprusiana).

En 1872 mueren su madre Caroline Flaubert y su amigo Théophile Gautier, “el último de mis amigos
íntimos”.

En 1874 publicó La tentación de San Antonio, que tuvo malas críticas.

En 1876 mueren George Sand y Louise Colet, su antigua amante. “Mi corazón está convirtiéndose en
una necrópolis”. En el entierro de su amiga G. Sand, Gustave llora desconsoladamente; cuando llega a
Croisset, termina el relato que escribió especialmente para ella, la historia del loro, y aúlla “como un
gorila”. En la muerte de Louise Colet, un amigo de Flaubert, Maxime du Camp (Souvenirs littéraires),
del que se dice que también fue amante de Louise, escribió el siguiente epitafio:
“Aquí yace quien comprometió a Víctor Cousin, ridiculizó a Alfred de Musset, injurió a Gustave Flaubert e
intentó asesinar a Alphonse Karr. Requiescat in pace.”

En 1877, edita Tres cuentos, que fueron exitosos (cinco ediciones en tres años).
Comienza a trabajar en Bouvard et Pécuchet, que quedará inconclusa. Es
festejado por todos, se reconoce su lugar en las letras francesas. Henry James lo
visita. Se hacen cenas en su honor, a las que acuden Zola y Maupassant.

En 1879, arruinado, acepta una pensión estatal.
 En 1880, rodeado de honores, respetado, trabajando en su última novela,
muere en Croisset, igual que Félicité, “como una fuente que se seca, como un eco que se desvanece”.
Aquel odiador de gobiernos y políticos, de protocolos y grandezas, aquel crítico de la estupidez
humana, el burgués burguesófobo, al ser caballero de la Legión de Honor, tuvo en su funeral un
piquete de soldados que disparó al aire una salva en su honor. Ironías del destino.
4. IDEAS SOBRE ARTE Y LITERATURA: EL ESTILO, LA IMPASIBILIDAD, MADAME BOVARY C’EST MOI!
La vida de Flaubert fue burguesa, aburrida, a pesar de lo que sugiera Barnes en su libro. Flaubert
amaba la lectura y la escritura más que la propia vida. Estaba orgulloso de su retiro en Croisset, donde
según decía una vez había estado Pascal y el Abbé Prevost había escrito Manon Lescaut. Gustave amaba
su torre de marfil y como autor tenía unas ideas bien enraizadas sobre el arte literario, la impasibilidad y
la ausencia del escritor en lo narrado:
“No soy más que un lagarto literario que se caliente el día entero al gran sol de la belleza. Sólo eso” (1846).
“Hay en el fondo de mi ser un aburrimiento radical, íntimo, acre e incesante que no me permite disfrutar de
nada y que me llena el alma a reventar. Aparece con cualquier excusa, como la hinchada carroña de los perros ahogados
vuelve a salir a superficie por mucho que les hayas atado una piedra al cuello.” (1846)
“Amo mi trabajo con un amor frenético y perverso, como ama el asceta el cilicio que le araña el vientre.” (1852)
“Yo, que guardo cada cosa en su sitio, llevo una vida ordenada por casilleros, y tengo mis cajones y estoy tan
lleno de compartimentos como un baúl de viaje, muy bien atado con cuerdas y cerrado con tres correas.” (1854)
“Los libros no se hacen como los niños, sino como las pirámides, con un proyecto premeditado y amontonando
grandes bloques los unos encima de los otros, a fuerza de riñones, de tiempo y de sudor. ¡Y no sirven de nada! ¡Y se
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quedan allí, en el desierto! Pero dominándolo de forma prodigiosa. Los chacales se mean en su base y los burgueses
suben hasta su cúspide; continúa la comparación.” (1857)
“Hay una frase latina que significa aproximadamente: «Coger con los dientes un denario de entre la mierda.»
Era una figura retórica que aplicaban a los avaros. Yo soy como ellos: para encontrar oro, no me detengo ante nada.”
(1857)
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“Sigo, no obstante, torneando frases de la misma manera que los burgueses que tienen un torno en el granero
siguen torneando aros para servilletas, por ociosidad y para mi propia satisfacción.” (1873)
“De acuerdo con mi ideal del Arte, creo que no hay que mostrar ninguna idea propia, y que el artista debe
aparecer tan poco en su obra como Dios en la naturaleza. ¡El hombre no es nada, la obra lo es todo!”
“El autor debe estar en su libro como Dios en su universo, presente en todas partes, pero siempre invisible”.
“No se hace Arte con buenas intenciones”.
“El escritor tiene que vadear la vida como se vadea el mar, pero sólo hasta el ombligo”.
Flaubert creía en el estilo. Trabajó para lograr la belleza, la sonoridad y la
exactitud de la frase. Creía en la unión de forma y fondo: el estilo está en función
del tema, no se le puede imponer, debe surgir de él. La forma no es un sobretodo
que se pone sobre la carne del pensamiento, sino la carne misma del pensamiento.
Es tan imposible imaginar una Idea sin Forma como una Forma sin Idea. Estilo es la
fidelidad al pensamiento, la palabra correcta, la frase verdadera, la oración
perfecta. Para él, una buena frase de prosa tiene que ser tan inmutable como un
buen verso. Flaubert decía que en arte todo depende de la ejecución: la historia de
un piojo puede ser más bella que la historia de Alejandro. Hay que escribir como se
siente.
André Gide, burlándose de la obsesión correctora de Flaubert, escribe con ironía:
“No hay atmósfera más soporífera que la de esta región. Sospecho que contribuyó en buena medida a la
lentitud y dificultad de trabajo de Flaubert. Él creía que estaba luchando contra las palabras, cuando en realidad luchaba
contra el cielo; y es posible que en otro clima, exaltado su espíritu por la sequedad del clima, hubiese sido menos
exigente, o hubiese obtenido los mismos resultados sin tanto esfuerzo” (Cuverville, 26 de enero de 1931).
Era un crítico exigente consigo mismo y por eso denostaba a los críticos y los profesores de
literatura:
“He aquí unas cuantas cosas verdaderamente estúpidas: 1) la crítica literaria, tanto si es buena como si es mala;
2) la Asociación de la Templanza...» (Cuaderno íntimo, 1840)
«Un gendarme es, por lo demás, una cosa esencialmente ridícula, que soy incapaz de considerar sin ponerme a
reír; esta base de la seguridad pública ejerce sobre mí un efecto grotesco e inexplicable, el mismo que los procuradores
del rey, los magistrados y los profesores de literatura.» (Por los campos y playas)
«Se puede calcular lo que vale un hombre por el número de sus enemigos, y la
importancia de una obra de arte por los ataques que recibe. Los críticos son como las
pulgas, siempre dispuestos a saltar sobre las sábanas limpias y adoran los encajes.»
(Carta a Louise Colet, 14 de junio de 1853)
«La crítica ocupa el escalón más bajo de la jerarquía literaria: como forma,
casi siempre; e indiscutiblemente como valor moral. Está por debajo incluso de los
pareados y los acrósticos, que como mínimo requieren un poco de imaginación.» (Carta
a Louise Colet, 28 de junio de 1853)
«¡Críticos! ¡Eterna mediocridad que vive a costa del genio, denigrándolo y explotándolo! ¡Raza de abejorros
que destrozan las mejores páginas del Arte! Estoy tan harto de la tipografía y de la mala utilización que hace de ella la
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gente, que si mañana mismo el Emperador decidiese abolir la imprenta, iría hasta París caminando sobre mis rodillas y le
besaría el culo en señal de agradecimiento.» (Carta a Louise Colet, 2 de julio de 1853).
“Los que se llaman ilustrados a sí mismos acaban siendo cada vez más ineptos en materia de arte. Se les escapa
incluso qué cosa sea el arte. Para ellos, son más importantes las glosas que el texto. Les interesan más las muletas que
las piernas” (Carta a George Sand, 1 de enero de 1869).
“Cosa rara donde las haya: un crítico que entiende de lo que habla” (Carta a Eugène Fromentin, 19 de julio de
1876).
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5. GUSTAVE FLAUBERT. SUS AMIGOS. LAS MUJERES DE SU VIDA

Achille-Cléophas Flaubert fue el nombre de su padre y de su hermano mayor, que cargó con las
expectativas familiares y se convirtió como el cabeza de familia en un gran cirujano, lo que permitió a
Gustave dedicarse al arte y la literatura. Él fue, según Sartre, “L’idiot de la famille”.

Bonaparte, Princesa Mathilde (1820-1904). Prime de Napoleón III, apodada “Notre Dame des Arts”,
presidió un salón en la década de 1860, amiga y mecenas de Flaubert.

Bouillhet, Louis (1822-1869), fue su amigo del alma, “mi comadrona”, “mi testículo izquierdo”, su
doble o Doppelgänger. Poeta menor y dramaturgo.

Cartas. Flaubert fue un gran escritor de cartas, a sus amigos y a sus mujeres, particularmente
interesantes son las dirigidas a su amante, Louise Colet, y a su segunda madre, George Sand.

Chantepie, Mademoiselle Leroyer de (1800-1889). Admiradora de Flaubert, autora de varias novelas
inéditas que remitió al escritor tras leer Madame Bovary en 1856. Tuvo correspondencia con Flaubert,
pero nunca se conocieron personalmente.

Colet, Louise (1808-1876) Escritora socialista y feminista, amante de Flaubert, víctima de la misoginia
del escritor. “La Muse”, la llamó Béranger. Poetisa de Aix, establecida en París. Traductora de
Shakespeare. Víctor Hugo la llamaba hermana. Fue amante del filósofo Víctor Cousin. Después, de
Flaubert , Alfred de Musset, Alfred de Vigny, Champfleury. Mantuvo relaciones epistolares muy
intensas con el escritor normando, discutían mucho sobre arte y también sobre su relación
sentimental. Ella quería que se casaran, Flaubert se negó. Ella fue a verle a Croisset, porque él tardaba
en visitarla en París. Flaubert no quiso dejarla entrar y nunca le presentó a su madre. Ella adoraba su
talento, él criticaba sin piedad sus versos. Cuando se conocieron, ella tenía 35 años, era guapa y
famosa, había nacido en 1810, el mismo año que Elisa Schlésinger, primer amor de Gustave; él era un
joven de 24 años. Temperamento independiente, mujer vanidosa y resentida.

Commanville, Ernest. Joven supuestamente idóneo para casarse (1864) con la sobrina de Gustave,
Caroline. Se arruinó a comienzos de 1870 y arrastró a los Flaubert en su caída.

Du Camp, Maxime (1822-1894), amigo de la infancia, fotógrafo, viajero, con él estuvo en Bretaña, fue
historiador de París y académico. En sus memorias hizo confidencias sobre Flaubert, quizás algo celoso
de la mayor fama de su amigo. Era el editor de la Revue de Paris, donde Gustave publicó por entregas
(y con expurgos) su Madame Bovary.

Epilepsia, sífilis. Enfermedades de Flaubert. La segunda la contrajo en Egipto, era con la tuberculosis el
“mal du siècle”. La contrajeron, entre otros, Daudet, Maupassant, Jules de Goncourt, Baudelaire,
Gaugin… Sin ella, no se podía ser artista.
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
Foucaud, Eulalie. Amour de voyage adolescente de Flaubert, a quien conoció en un hotel de Marsella.
Él la recordó muchos años, fue la primera de una serie de mujeres mayores voluptuosas para él.

Goncourt, los hermanos. Eran amigos del escritor normando. Dijeron de él: “Aunque sea muy franco
por naturaleza, jamás es completamente sincero en lo que dice sentir, sufrir o amar”.

Hamard, Émile. Compañero de colegio de Gustave, se casó con su hermana menor Caroline y poco a
poco enloqueció tras el fallecimiento de esta en el parto de su hija, también llamada Caroline como la
madre y la abuela.

Herbert, Juliet, “Miss Juliet”, institutriz inglesa que trabajaba para la sobrina de Flaubert, Caroline
Commanville, y a la que se ha atribuido una aventura amorosa con Gustave, quien reconoció que le
costaba controlarse cuando subía por las escaleras detrás de la joven de abundantes pechos.

Kuchuck Hanem. Cortesana egipcia de la que estuvo celosa Louise Colet. Pudo pegarle la sífilis a
Gustave.

Mme. Flaubert. Madre de Gustave, su carcelera, su cuidadora, su confidente y enfermera. Una vez le
dijo: “Tu pasión por las frases te ha secado el corazón”. Gustave la adoraba. Ella lo reñía por lo mal que
trataba a Louise. También porque gastaba mucho dinero y vivía a lo grande.

Pradier, Louise. Amiga de la infancia de los hermanos Flaubert, apodada “Ludovica”. Era la temeraria y
extravagante esposa del escultor parisino James Pradier (1790-1852), apodado “Fidias”, y uno de los
modelos de Emma Bovary. Gracias a los Pradier, Flaubert conoció a Louise Colet y a Víctor Hugo.

Quijote, Don. Se ha dicho que Madame Bovary es un Quijote con faldas. Flaubert leyó de niño a
Cervantes y le encantó. Fue Père Mignot, vecino de Ruán y tío adoptivo, abuelo de Ernest Chevalier,
amigo de Gustave, quien lo inició en las historias de Don Quijote y Sancho.

Sand, George. Escritora, socialista, humanitaria, optimista. Firmaba con seudónimo de hombre,
porque las mujeres no podían escribir en su tiempo. Amante de F. Chopin, músico polaco. Fue una
segunda madre para Gustave. Se cartearon mucho. Para ella escribió “Un corazón triste”, pero la
escritora murió antes de que él hubiera terminado su obra.

Schlésinger, Elisa (1810-1888). Primer amor de Flaubert, mujer mayor que él, modelo de madame
Arnoux en La educación sentimental, es la intocable y virtuosa esposa. El primer encuentro entre
ambos sucedió en Trouville en 1836, después se vieron en París entre 1841 y 1844, y luego a largos
intervalos. El marido de Elisa era Maurice Schlésinger, impresor de música, empresario, mecenas de
las artes, hombre cálido, impetuoso, ostentoso, modelo de Jacques Arnoux en La educación
sentimental.

Sénard, Jules (1800-1885). Abogado y político de Ruán, viejo amigo de la familia Flaubert, defendió
con éxito a Gustave en el juicio por inmoralidad contra Madame Bovary en 1857.

Voltaire. Fue el gran escéptico del siglo XVIII. Flaubert fue el escéptico del siglo XIX.

Zola, Émile. Admiró a Gustave, es en cierto modo su discípulo. Frecuentó al maestro.
6. EL LORO DE “UN CORAZÓN SIMPLE”
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Para escribir “Un corazón simple” pidió, como es sabido, en préstamo al Museo de Ruán un loro disecado,
que devolvió en 1876, una vez terminado el relato. Él quería sugestionarse, llenar su alma de loro.
“Se llamaba Loulou. Tenía el cuerpo verde, la punta de las alas rosa, la frente azul, y la garganta dorada”.
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Esta es la breve descripción del loro que nos ofrece el escritor. En Croisset, se conserva el pabellón
donde Flaubert escribía y allí está el loro que lo inspiró, junto a la carta de Flaubert del 28 de julio de 1876.
dirigida a Mme. Brainne:
“¿Sabe usted qué es lo que tengo en mi mesa, ante mi vista, desde hace tres semana? Un loro disecado.
Permanece ahí como un centinela de guardia. Su imagen empieza a irritarme. Pero lo conservo ahí para llenarme el
cerebro de la idea de loro. Porque estoy escribiendo actualmente la historia de los amores de una chica vieja y un loro”.
Pero en el Hôtel-Dieu de Ruán hay otro loro y sus propietarios también dicen que el suyo es el
auténtico y el otro, el impostor. Dos lugares de su Normandía natal se disputan hoy la gloria del loro de
Flaubert.
Flaubert tuvo la primera idea de este relato en 1850. Pero no lo escribió hasta 1876. Mientras
tanto se documentó para escribirlo, leyó cuanto cayó en sus manos sobre los loros, sus cuidados, sus
enfermedades, su hábitat… Entre los recortes que guardaba, hay una noticia de L’Opinion Nationale, de
20 de junio de 1863, en la que está en germen la historia de Félicité:
«En Gérouville, cerca de Arlon, vivía un hombre que poseía un loro magnífico. Era su único amor. De joven
había sido víctima de una infortunada pasión. La experiencia le convirtió en un misántropo, y últimamente vivía solo con
su loro. Le había enseñado a pronunciar el nombre de la novia que le había abandonado, y el loro lo
repetía cientos de veces diariamente. Aunque esto fuese lo único que sabía hacer el pájaro, a los
ojos de su propietario, el infortunado Henri K..., esta demostración de talento compensaba
sobradamente sus limitaciones. Cada vez que oía el nombre sagrado pronunciado con la extraña
voz del animal, Henri se estremecía de júbilo; para él, era como una voz proveniente del más allá,
una voz misteriosa y sobrehumana.
»La soledad inflamó la imaginación de Henri K..., y poco a poco el loro comenzó a adquirir
para él una extraña significación, era como un pájaro sagrado: al tocarlo lo hacía con profundo
respeto, y se pasaba horas contemplándolo en éxtasis. El loro, devolviendo impávidamente la
mirada de su amo, murmuraba la palabra cabalística, y el alma de Henri se empapaba del recuerdo
de su felicidad perdida. Esta extraña vida duró bastantes años. Un día, sin embargo, la gente se fijó
en que Henri K... parecía más sombrío que de costumbre; y que había en sus ojos un raro destello
cargado de malignidad. El loro había muerto.
»Henri K... siguió viviendo solo, pero ahora del todo. No había nada que le vinculase al
mundo exterior. Se enroscaba cada vez más en sí mismo, y hasta se pasaba varios días seguidos sin salir de su habitación.
Comía cualquier cosa que le llevaran, pero no parecía enterarse de la presencia de sus vecinos. Poco a poco empezó a
creer que se había convertido en un loro. Imitando al pájaro muerto, gritaba el nombre que tanto le gustaba oír;
intentaba andar como un loro, se colgaba en lo alto de los muebles y extendía los brazos como si tuviese alas y pudiese
volar.
»En ocasiones se ponía furioso y comenzaba a romperlo todo; su familia decidió entonces enviarle a una
maison de santé que había en Gheel. En el transcurso del viaje hacia allí, sin embargo, logró huir aprovechando la
oscuridad de la noche. A la mañana siguiente le encontraron encaramado a un árbol. Como era muy difícil convencerle
de que bajase, alguien tuvo la idea de poner al pie de su árbol una enorme jaula de loro. En cuanto la vio, el infortunado
monomaniaco bajó y pudo ser atrapado. Actualmente se encuentra en la maison de santé, de Gheel.»
Sabemos que a Flaubert le asombró esta historia encontrada en la prensa. A continuación de la línea que decía
«poco a poco el loro comenzó a adquirir para él una extraña significación», Flaubert escribió lo siguiente: «Cambiar el
animal: en lugar de un loro, que sea un perro.» Algún breve plan para una obra futura, no cabe duda. Pero cuando,
finalmente, se puso a escribir la historia de Loulou y Félicité, no cambió el loro, sino su propietario.” (pp. 68 y 69)
Si Cervantes se inspiró en el “Romance del labrador loco”, cuyo protagonista enloquece de tanto
leer romances, para escribir su universal Quijote, Flaubert se inspiró en esta bonita historia de prensa, de
la que supo sacar oro. El irredento antimodernista caía seducido por el relato anodino de un periódico.
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A continuación transcribimos unas páginas interesantes del libro de Barnes, donde habla de
Félicité, el loro y el cuento “Un corazón simple”:
“Cuando iba de regreso al hotel compré una edición para estudiantes de Un coeur simple. Quizá el lector conozca la
historia. Trata de una criada pobre e inculta llamada Felicité, que sirve a la misma señora durante medio siglo, sacrificando sin
resentimiento su propia vida por la de los demás. Siente afecto, sucesivamente, por un tosco novio, por los hijos de su ama, por su
propio sobrino, y por un anciano que tiene un brazo canceroso. El azar se los arrebata a todos: mueren, o se van, o sencillamente
la olvidan. Es una existencia en la que, como podía esperarse, los consuelos de la religión compensan la desolación de la vida.
El último objeto de esa serie cada vez más reducida de afectos es Loulou, el loro. Cuando, a su debido tiempo, también él
muere, Felicité lo hace disecar. Guarda la adorada reliquia a su lado, e incluso forma el hábito de rezarle, arrodillándose ante él.
Una confusión doctrinal acaba formándose en su simple cerebro: se pregunta si no sería mejor representar al Espíritu Santo, al que
suele darse aspecto de paloma, como un loro. La lógica está sin duda de su parte: tanto los loros como el Espíritu Santo hablan,
cosa que no les ocurre a las palomas. Al final del relato muere la propia Felicité. «Sus labios sonreían. Los movimientos de su
corazón se hicieron cada vez más lentos, de latido en latido, cada vez más remotos, más suaves, como una fuente que se seca,
como un eco que se desvanece; y, cuando exhaló el último suspiro, creyó ver, en el cielo entreabierto, un loro gigantesco que
planeaba sobre su cabeza.»
El control del tono es vital. Imagínese el lector la dificultad técnica que supone escribir un cuento en el que un pájaro mal
disecado y con un nombre ridículo termina representando una tercera parte de la Trinidad, y cuya intención no es satírica,
sentimental ni blasfema. Imagínese además que hay que contar esa historia desde el punto de vista de una vieja ignorante, sin que
el relato suene despectivo ni tímido. Pero es que el objetivo de Un coeur simple es completamente distinto: el loro es un ejemplo
perfecto y controlado del estilo grotesco de Flaubert.
Podemos, si lo deseamos (y si desobedecemos a Flaubert), someter al pájaro a una interpretación adicional. Por ejemplo,
hay paralelismos sumergidos entre la vida del novelista prematuramente envejecido y la maduramente envejecida Felicité. Los
críticos han soltado a los hurones. Los dos eran personas solitarias; sus dos vidas quedaron manchadas por las pérdidas; los dos,
por mucho dolor que sintieran, fueron perseverantes. Los que gustan de llevar las cosas más lejos aun insinúan que el incidente en
el que Felicité es atropellada por una silla de postas en la carretera de Honfleur es una referencia sumergida al primer ataque
epiléptico de Gustave, la vez que cayó en la carretera, a las afueras de Bourg-Achard. No sé. ¿Cuánto tiene que sumergirse una
referencia para no morir ahogada?
En un sentido crucial, Felicité es absolutamente lo contrario de Flaubert: es casi
incapaz de expresarse. Pero se podría discutir esta afirmación diciendo que aquí es donde
aparece Loulou. El loro, el animal expresivo, un extraño ser que emite ruidos humanos. No es
casual que Felicité confunda a Loulou con el Espíritu Santo, que es quien confiere el don de
lenguas.
¿Felicité + Loulou = Flaubert? No exactamente; pero podría afirmarse que él está
presente en los dos. Felicité contiene su carácter; Loulou, su voz. Podría decirse que el loro, que
representa una ingeniosa vocalización sin apenas seso, es la Palabra Pura. Si usted fuera un
académico francés podría decir que Loulou es un symbole du Logos. Siendo inglés, me apresuro
a regresar a lo corpóreo: a esa esbelta y despabilada criatura que he visto en el Hótel-Dieu.
Imaginé a Loulou sentado a un lado del escritorio de Flaubert y devolviéndole su mirada como el
sarcástico reflejo de un espejo de feria. No es de extrañar que tres semanas de su paródica
presencia provocaran irritación. ¿Acaso el escritor es mucho más que un loro complicado?
Deberíamos quizá señalar, llegados a este punto, los cuatro principales encuentros
entre el novelista y los miembros de la familia de los loros. En los años treinta del siglo XIX,
durante sus vacaciones anuales en Trouville, la familia Flaubert solía visitar a un capitán retirado
de la marina mercante que se llamaba Fierre Barbey; en su casa, nos cuentan, había un
magnífico loro. En 1845 Gustave pasaba por Antibes camino de Italia, cuando se encontró con
un periquito enfermo que mereció una anotación en su diario; el pájaro solía colgarse cautelosamente en el guardabarros del
carricoche de su dueño, y a la hora de cenar era entrado en el comedor y colocado sobre la repisa de la chimenea. El diarista
señala el «extraño amor» que une evidentemente al hombre y su animal. En 1851, cuando regresaba de Oriente vía Venecia,
Flaubert oyó a un loro encerrado en una jaula dorada gritar sobre el Gran Canal su imitación de los gondoleros: «Fá eh, capo die.»
En 1853 volvía a encontrarse en Trouville; se alojaba en casa de un pharmacien y se vio irritado todo el día por un loro que gritaba:
«As-tu déjeuné, Jako?» y «Coca, mon petit coco.» También silbaba «J'ai du bon tabac». ¿Fue alguno de estos pájaros, parcial o
completamente, la inspiración de Loulou? Y, ¿había visto Flaubert a algún otro loro vivo entre 1853 y 1876, fecha en la que pidió
prestado un loro disecado al Museo de Rouen? Dejo estas preguntas en manos de los profesionales.
Me senté en mi habitación del hotel; desde una habitación cercana un teléfono imitaba el grito de otros teléfonos. Pensé
en el loro que permanecía en la habitacioncita, apenas a unos ochocientos metros de distancia. ¿Qué hizo Flaubert con él cuando
terminó Un coeur simple? ¿Lo metió en un armario y olvidó su irritante existencia hasta el día en que estuvo buscando otra manta
para su cama? ¿Y qué ocurrió, cuatro años después, cuando una apoplejía le tumbó agonizante en el sofá? ¿Imaginó quizá que
planeaba sobre él un gigantesco loro, que esta vez no significaba el saludo de bienvenida del Espíritu Santo sino el adiós de la
Palabra?
«Me fastidia mi tendencia a la metáfora que, indudablemente, me domina en exceso. Me devoran las comparaciones
como a otros los piojos, y me paso el día aplastándolas.» A Flaubert le salían las palabras con facilidad; pero también supo ver la
insuficiencia subyacente de la Palabra. Recuérdese su triste definición en Madame Bovary: «La palabra humana es como una
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caldera rota en la que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas.» De modo que se
puede entender al novelista de dos modos: o bien como un pertinaz y acabado estilista; o como alguien que consideraba que el
lenguaje es trágicamente insuficiente. Los sartreanos prefieren la segunda alternativa: para ellos, esa incapacidad de Loulou para
hacer algo que no sea repetir de segunda mano las frases que oye es una confesión indirecta del fracaso del propio novelista. El
loro/escritor acepta con pusilanimidad el lenguaje como una cosa recibida, imitativa e inerte. El propio Sartre reprendió a Flaubert
por su pasividad, por su creencia (o por su colusión con la creencia) en que on est parlé: nos hablan.
¿Anunció este estallido de burbujas la gorgoteante muerte de otra referencia sumergida? Es en el momento en que se
empieza a sospechar que se están leyendo más cosas de la cuenta en una narración cuando uno se siente más vulnerable, aislado,
y quizás estúpido. ¿Se equivoca el crítico que lee a Loulou como símbolo de la Palabra? ¿Se equivoca —o, peor aún, incurre en el
pecado del sentimentalismo— el lector que piensa que ese loro del Hôtel-Dieu es un emblema de la voz del escritor? Eso fue lo
que hice yo. Quizás esto me convierte en un tipo tan simple como Felicité.
Pero, tanto si se califica Un coeur simple de cuento como si se lo llama texto, sigue provocando ecos en nuestro cerebro.
Permítaseme que cite a David Hockney, bondadoso aunque poco concreto, en su autobiografía: «El relato me afectó de verdad, y
me pareció que era un tema en el que podía meterme para utilizarlo en serio.»” (pp. 20-24)
7. FLAUBERT Y LA POSTERIDAD
Gustave Flaubert, el ermitaño de Croisset, el Oso Loco, el padre del realismo, el verdugo del
romanticismo (que odiaba), el puente entre Balzac y Joyce, el precursor de Proust, el maestro de la
ironía... Amaba la frase de Epicteto: “Abstente y oculta tu vida”. Quería una prosa científica, objetiva,
impersonal.
El trabajador infatigable para quien una hora pasada en sociedad era una hora quitada al trabajo
literario. El solitario. El prosista que esculpía sus frases como si se tratara de versos. El artista que hizo del
Arte una religión. Un burgués burguesófobo. El Idiota de los Salones. Un hombre que recibió la Legión de
Honor y que era admirado en Francia, aunque dijo aquello de:
“Los honores deshonran; el título degrada; el cargo embrutece”.
Hay una anécdota que cuenta Julian Barnes y que sirve bien para ilustrar la influencia de Flaubert
en la posteridad. Con ella cerramos estas notas de lectura de un libro interesante, lleno de sugerencias:
“Desplacémonos unos setenta años aproximadamente, para entrar en otra
familia de otra región francesa. Esta vez nos encontramos con un muchacho libresco,
una madre, y una amiga de la madre que se llama Mme. Picard. El muchacho escribió
posteriormente en sus memorias (…): «Mme. Picard opinaba que hay que permitirles
a los chicos que lo lean todo. "Ningún libro bien escrito puede ser peligroso."» El
muchacho, consciente de la opinión que con tanta frecuencia expresaba Mme.
Picard, explota deliberadamente su presencia y le pide permiso a su madre para leer
una novela especialmente famosa. «Pero, si mi hijito lee libros como ése a esta edad
—dice la madre—, ¿qué hará cuando sea mayor?» «¡Los viviré!», contesta el
muchacho. Fue una de las contestaciones más ingeniosas de su infancia; los mayores
la repitieron una y otra vez en las conversaciones familiares, y gracias a ella conquistó
—según se nos permite deducir— el derecho a leer aquella novela. El muchacho era
Jean-Paul Sartre. El libro era Madame Bovary." (p. 128)
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