doctora carolina tobar garcía - Gobierno de la Provincia de San Luis
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doctora carolina tobar garcía - Gobierno de la Provincia de San Luis
DOCTORA CAROLINA TOBAR GARCÍA DELIA FONTAN FERNÁNDEZ (Año 1995) Creadora de las Escuelas Diferenciales. Su vida, su lucha, su triunfo INDICE A MARÍA DEL CARMEN CÓRDOBA, PROFESORA DE LITERATURA .................................................................................... 4 PROLOGO......................................................................................... 5 DESDE LAS RAÍCES........................................................................ 6 PRIMERA PARTE LA PROVINCIA DE SAN LUIS ...................................................... 6 LAS RAÍCES .................................................................................. 7 LOS PADRES................................................................................. 7 EL PARTIDO DE SAN MARTÍN .................................................... 9 DE QUINES A SAN MARTÍN....................................................... 10 QUINES, LA CUNA...................................................................... 12 LOS HIJOS, LAS MUDANZAS Y SAN ANTONIO...................... 14 LA ESCRITURA ........................................................................... 16 PUESTO TOBAR ......................................................................... 17 SU PRIMERA MAESTRA ............................................................ 20 LA ESCUELA DE PUESTO TOBAR ........................................... 22 NACE LA ADOLESCENTE.......................................................... 25 EN VILLA MERCEDES ................................................................ 26 CUATRO AÑOS EN EL NORMAL DE VILLA MERCEDES ....... 27 CLASIFICACIONES Y CALIFICACIONES ................................. 29 DON CONRADO GARCÍA TORRES........................................... 30 TIEMPO DE ESPERA .................................................................. 31 MAESTRA RURAL ...................................................................... 33 ANALIZANDO: “LEVÁNTATE, MUJER”.................................... 40 CAROLINA RENUNCIA............................................................... 42 CAROLINA Y SU MADRE ........................................................... 44 MAYOR DE EDAD ....................................................................... 46 EN BUENOS AIRES .................................................................... 47 EL INSTITUTO WARD ................................................................. 49 EN LA FACULTAD DE CIENCIAS MÉDICAS ............................ 50 SEGUNDA PARTE LA HIJA MÉDICA......................................................................... 59 EN LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA............................... 61 REGRESA A BUENOS AIRES .................................................... 64 NUEVAS DESIGNACIONES Y PUBLICACIONES..................... 68 SUS DOMICILIOS. SUS COSTUMBRES.................................... 74 TESTIMONIO DE SU PERSEVERANCIA ................................... 77 PRIMER CONGRESO DE EDUCADORES................................. 80 UN NUEVO LIBRO....................................................................... 81 EL HOGAR “SANTA ROSA” ...................................................... 84 DOS HERMANOS ........................................................................ 90 MÁS TRABAJOS. UN NUEVO LIBRO ....................................... 91 TELEGRAMA ............................................................................... 94 ESCUELA DE ADAPTACIÓN ..................................................... 96 EL DÍA DE SAN ANTONIO........................................................ 102 LA CONFERENCIA DE ESE AÑO ............................................ 103 LA TESIS .................................................................................... 105 LA CASA VACÍA........................................................................ 109 EN EL INSTITUTO BERNASCONI............................................ 110 A QUIEN DIOS NO LE DA HIJOS............................................. 112 LA NUEVA COLABORADORA................................................. 116 ESCUELAS DIFERENCIALES .................................................. 117 TERCERA PARTE AÑO DEL LIBERTADOR GENERAL SAN MARTÍN ................ 118 HUÉSPED PERMANENTE ........................................................ 120 UNA DURA LUCHA ................................................................... 120 AÑOS DIFÍCILES ....................................................................... 122 CINCO SÁBADOS, CINCO ESCUELAS................................... 123 MÉDICA FORENSE ................................................................... 129 EL NUEVO CONSULTORIO...................................................... 132 UN LIBRO, TRES AUTORAS .................................................... 133 RECORRIENDO EL PAÍS.......................................................... 135 TESTIMONIOS DE TRES EX MAESTRAS ............................... 137 D. I. N. A. D................................................................................. 141 LA ENFERMEDAD..................................................................... 143 TEXTO DE LA CARTA QUE LA DOCTORA ENVIARA........... 147 AL SEÑOR SAMUEL TIFFENBERG......................................... 147 EN LA UNIÓN SOVIÉTICA........................................................ 150 CARTA DESDE MOSCÚ ........................................................... 151 EL ÚLTIMO AÑO........................................................................ 153 A María del Carmen Córdoba, Profesora de Literatura La llamaba PROFE y ella sonreía. Brillaban sus ojos sin vida. La fuerza moral que, como de un manantial, brotaba de su espíritu, fue el mayor estímulo a mi pretencioso afán de escribir esta biografía. Su paciencia era inagotable. Una vez, y otra y otra... ¡Tantas veces escuchó mi lectura de cada capítulo dándome las indicaciones que consideraba necesarias! Al dar por finalizada nuestra obra me dijo: “... después de dos años de investigación sobre la vida de la Doctora Carolina Tobar García, aquella mera relación que manteníamos se transformó en una sólida amistad que se cimienta en el perdurable recuerdo que ella nos dejó...” Un mes después la Profe, mi Profe, falleció víctima de un doloroso mal. Ahora, he quedado sola con ese recuerdo... D. F. F. 5 de marzo de 1995. “La libertad es la libertad de elegir y de actuar; para el comerciante la de comerciar; para el opositor “la de criticar”, para el periodista la de opinar; para el vago la de holgar y para el que quiera aprender, la de estudiar.” Carolina Tobar García (Del libro“Historia del Colegio Ward” de Floreal Bonano. Ed. 1963.) PROLOGO La extraordinaria inteligencia de la Doctora Carolina Tobar García es conocida por médicos y estudiantes de Psiquiatría, pues aún son consultados sus trabajos sobre esa especialidad. Pero, pese a que en nuestro país hay ahora numerosas Escuelas Diferenciales, producto de su constante lucha para lograr que se crearan, poco o nada se sabe de la Doctora a nivel médico, docente y público sobre su infancia, su adolescencia y su lucha en su etapa adulta. Éste es el aspecto que abarcará esta biografía. En el transcurso de la misma, mencionaré sus trabajos publicados en diarios y revistas y sus intervenciones en congresos y conferencias referidas a su especialidad de médica psiquiatra, omitiendo deliberadamente los análisis o comentarios sobre los mismos. No estoy capacitada para hacerlo. En cambio sí, transcribiré las partes de sus trabajos de los cuales surjan aportes que contribuyan a mostrarnos su personalidad en las dos facetas que en ella se conjugaban: fortaleza o ternura según las circunstancias lo requirieran. Esta biografía, cuya elaboración asumí con todo respeto, seriedad y responsabilidad, pretende llenar ese vacío. Pretende sacar a luz la excelsitud de una vida ejemplar puesta al servicio de los niños débiles. Pero quiero confesar que no fue idea mía emprender esta tarea. Comentando en una oportunidad con mi amiga, la licenciada en Historia y escritora Hebe Clementi, de que poco o nada se sabía sobre la vida de la Doctora Carolina Tobar García me sugirió, hasta que logró convencerme, de que era yo quien debía escribirla. No fue ésta una sugerencia hecha al azar ni una aceptación vanidosa de mi parte. Ambas fueron, aceptémoslo así, la consecuencia de haber conocido a la Doctora Carolina Tobar García hace ya más de medio siglo, cuando yo era una adolescente y necesité de su atención. Y quiero confesar también que la admiración que sentí hacia la Doctora en aquella etapa de mi vida, a medida que iba avanzando en mis investigaciones crecía, crecía y crecía. Hoy se ha agigantado en tal forma que ya no tiene límites. Es por esto que, pese a mis esfuerzos por evitarlo, no pude dejar totalmente de lado mi subjetividad. En este aspecto recurro a la comprensión de los lectores, convencida a la vez de que también en éstos el asombro irá cediendo paso para culminar también en admiración hacia quien consagró su vida a los niños y a los adolescentes. Delia Fontán Fernández Desde las raíces Hoy, 24 de marzo de 1993, he llegado a Quines, por primera vez. En esta localidad puntana del norte de San Luis, hace noventa y cuatro años, nació la Doctora Carolina Tobar García. De pié en este lugar que supo de sus primeros pasos, de sus juegos, de sus risas y también de sus pesares, me siento como un árbol sin follaje que ahonda sus raíces en la tierra para hallar la savia que lo llenará de hojas. Caminando por los mismos lugares, pisando el mismo suelo, las mismas piedras y mirando el mismo cielo me parece escuchar su voz que, como envuelta en la suave brisa puntana, llega a mí para narrarme, desde la raíces, su propia historia. Esa historia que iré volcando en estas páginas para que no se pierda en el olvido la trayectoria de una Maestra que supo ser madre de muchos niños sin haber tenido uno propio. D. F. F. PRIMERA PARTE LA PROVINCIA DE SAN LUIS Antes de comenzar la biografía de la Doctora Carolina Tobar García, considero conveniente hacer un breve repaso histórico de San Luis, una de las tres provincias cuyanas. Dice Diego Abad de Santillán en su “Historia Argentina” Tomo 1, Edit. Tea, 1965, en la pág. 139: “Siendo Martín Oñez de Loyola gobernador de Chile, encargó a Luis Jufré la fundación de otra ciudad en la parte oriental de Cuyo, orden cumplida antes de octubre de 1594. Le dio el nombre de San Luis de Loyola de la Nueva Medina de Río Seco de la Punta de los Venados y fue erigida al pié de las sierras de los comechingones.” “(...)” “Así quedó la región de Cuyo a fines del siglo XVI totalmente conquistada...” Según el mismo historiador ya Juan Jufré, padre de Luis, había trasladado a la ciudad de Mendoza a su actual emplazamiento y fundado San Juan. Actualmente San Luis se divide en nueve departamentos. Por la importancia que reviste para el inicio de esta biografía, mencionaré en primer término el departamento de Ayacucho, ubicado al noroeste de San Luis y la capital del mismo que es San Francisco del Monte de Oro. “De Oro”, a San Francisco del Monte, se lo agregó don Domingo Faustino Sarmiento cuando vivió en ese lugar acompañando a su tío, el presbítero José de Oro. Esto es lo que surge del relato que el propio Sarmiento hizo, de esa etapa de su vida, en su libro “Recuerdos de Provincia”, cuando dice: “Fundamos una escuela, a la que asistían “niñitos” de edad de veintidós a veintitrés años...” “El maestro era yo, el menor de todos, pues tenía quince años; pero hacía dos por lo menos que era hombre por la formación del carácter...” “La capilla está sola en medio del campo...” “Yo tracé, pues que tenía unos tres meses de ingeniero, el plano de una villa, cuya plaza hicimos triangular para darnos buena maña con la escasa tela...” “....demolimos el frente de la iglesia que había sido pulverizada por un rayo y construimos un primer piso de una torre y coro compuesto de pilares robustos de algarrobo coronado por un garabato natural, encontrado en los bosques, que describía tres curvas, la del centro más elevada que las otras, en la cual tallé en grandes letras de molde esta inscripción: “San Francisco del Monte de Oro”.” A partir de entonces, comenzaron a esparcirse por San Luis en tal forma las emanaciones educativas que desbordaban el alma de Sarmiento, que se ha dado en llamar a esa provincia y no sin razón: “Fábrica de Maestros”. Parte de esas emanaciones llegaron a Quines, ubicada al noroeste de Ayacucho y de ellas se nutrió el espíritu educador que ya al nacer traía en sí, la Doctora Carolina Tobar García. LAS RAÍCES En el año 1770, llegaron de Asturias, (España), dos hermanos, Pedro y Bernardo García, juntamente con un primo, Antonio Garro García. Pedro pasó a Mendoza y de ahí a Chile, incorporado al ejército del General San Martín. Murió en la guerra por la independencia de ese país. Antonio se radicó en Paso Grande, una pequeña localidad de Santa Bárbara, hoy Libertador General San Martín, (San Luis). Y Bernardo instaló un comercio también en Santa Bárbara. Por otra parte, una familia de inmigrantes españoles de apellido Ponce de León, que había llegado de la provincia de Tucumán, era para ese entonces dueña de la estancia “Cañada del Pasto”, paraje ubicado también dentro de Santa Bárbara. Fue así como, en 1795, Bernardo García se casó con una de las hijas, (tucumana) de esa familia y tuvieron varios hijos. Entre ellos el que hace a esta historia se llamaba Andrés. En 1820, este Andrés García Ponce de León, se casó en segundas nupcias con Santos Torres Aguirre, oriunda de Córdoba. La señorita Santos Torres Aguirre, desde la muerte de sus padres, acaecida cuando ella tenía quince años, vivía en Santa Bárbara con un hermano casado y la hija de éste, llamada Loreto. Andrés y Santos fijaron su lugar de residencia en la estancia “Cañada del Pasto”. En ella se criaron los hijos de ambos que llevaron el apellido de García Torres. LOS PADRES Si bien ya hacía nueve años que en nuestro país se había promulgado la Constitución Nacional, cuyo preámbulo entre otras cosas dice: “...con el objeto de constituir la unión nacional...” esta unión continuaba en pañales debido a las luchas intestinas que aún no habían cesado totalmente. Tanto era así que en 1862 no hubo Presidente Constitucional cerca de diez meses. Las provincias habían confiado en mando provisional al general Bartolomé Mitre, a la sazón Gobernador de Buenos Aires, con el nombramiento de “Encargado del Poder Ejecutivo Nacional” para que, desde sus dos cargos, encauzara nuevamente al país por la senda constitucional. Ese mismo año, en el paraje “Las Cañaditas”, perteneciente al Partido de San Martín, (San Luis), nació doña Raimunda García Torres, madre de la Doctora Carolina Tobar García. Doña Raimunda fue la única mujer de los seis hijos que tuvieron don Andrés García Ponce de León y doña Santos Torres Aguirre. Siguiendo el orden cronológico ellos fueron: Conrado, Zoilo, Raimunda, Tomás, Amado y Andrés pero, anterior a su casamiento, doña Santos Torres Aguirre había tenido un hijo, José Torres, que lo había incorporado a su nueva familia. En Conrado García Torres asomó desde temprana edad su vocación religiosa, razón por la cual sus padres lo enviaron a un seminario de la provincia de Córdoba, de donde era oriunda su madre. La muerte de don Andrés García Ponce de León determinó el regreso de Conrado, pues como hijo mayor de la familia debía ayudar a su madre en la atención de la estancia “Cañada del Pasto”. A Raimunda, como única hija le correspondió colaborar con su madre en las tareas de la casa y atención de sus hermanos, todos los cuales siguieron estudios secundarios. Al morir doña Santos, la responsabilidad de Conrado y Raimunda fue aún mayor. Ambos quedaron al frente de la estancia hasta el día de sus respectivos casamientos. Esta fue en parte, la razón por la cual se frustró el deseo de Raimunda que ambicionaba ser maestra como llegaron a serlo algunos de sus hermanos. Un lustro después de haber nacido doña Raimunda García Torres, es decir en 1867, reencauzado nuestro país por la senda constitucional bajo la presidencia del General Bartolomé Mitre, nació en San Martín don Teodosio Tobar, padre de la Doctora Carolina Tobar García. Don Teodosio Tobar era hijo de don Macario Morales Ponce, rico hacendado de San Martín y de doña Pilar Tobar, una mora de la misma zona que vivió con don Macario una “relación circunstancial”. Si bien don Macario Morales Ponce mantuvo un trato afectivo con su hijo Teodosio, éste llevó el apellido de su madre quien se ocupó de criarlo y educarlo. No se sabe exactamente cuándo murió Pilar Tobar, apodada “la Mora” por los vecinos del lugar. Lo que sí se sabe es que ya no vivía cuando su hijo Teodosio, con el ahorro de sus muchos años de trabajo en distintas actividades, desde “peoncito” a empleado de comercio y la ayuda económica de su padre, se instaló en Talita con un comercio de “ramos generales”. Don Macario Morales Ponce ya se había casado y había tenido varios hijos que llevaron su doble apellido. Talita está ubicada en el departamento de Junín, casi lindado con el de San Martín y a unos quince kilómetros hacia el este de Quines. En esos años era una pujante localidad pues servía como centro de abastecimiento de localidades vecinas. La apertura de un nuevo sendero hecho a fuerza de transitarlo dio posibilidades de adelanto a zonas cercanas y ello amortiguó en parte el empuje inicial de Talita. Actualmente es un pueblo tranquilo como tantos otros de San Luis. Doña Raimunda que, de tanto en tanto, iba en su sulky desde la estancia “Cañada del Pasto” a San Martín para adquirir las mercaderías que necesitaba su familia, había conocido a don Teodosio, empleado en un comercio del lugar. De esos encuentros “ocasionales” nació entre ellos una corriente de simpatía. Cuando don Teodosio le comunicó su decisión de instalarse en Talita por cuenta propia, fijaron como punto de futuros encuentros la capilla de San Martín. En esta forma cada uno acortaba parte de la distancia que mediaba entre Talita y la estancia “Cañada del Pasto”. Tiempo después de haberse instalado en Talita con el comercio de ramos generales, don Teodosio compró un campo totalmente cubierto de árboles. Casi un bosque. De inmediato comenzó a talar los árboles para vender los troncos con los cuales se fabricaba carbón o bien para utilizarlos como madera para construcciones. El estudio de don Teodosio no pasaba del adquirido en los elementales grados primarios, pero poseía una capacidad innata para los negocios. Era hombre de pocas palabras, observador y constante en sus tareas. Pasado un tiempo aprovechó la oportunidad de comprar por bajo precio la casa de una familia que se iba de la zona. De a poco la fue amueblando. Este mejoramiento económico lo llevó cerca de cuatro años, durante los cuales casi todos los domingos se encontraba con su novia en la capilla de San Martín. Como próspero comerciante ya estaba en condiciones de aspirar a la mano de la joven estanciera. Él era algo más bajo que ella, pero muy fuerte y despertaba ilusiones en las muchachas casaderas que también concurrían a esas misas. Ella era una arrogante muchacha que se sabía admirada por los jóvenes del lugar, pero solamente le interesaba don Teodosio, a quien después de casados solía llamar “el gaucho de La Rioja”. Aunque don Teodosio nunca usó patillas ni tuvo la dureza del “Tigre de los Llanos”. EL PARTIDO DE SAN MARTÍN A esta altura del relato considero necesario saber cómo era en aquellos tiempos el actual partido de San Luis, “Libertador General San Martín”. Para ello transcribiré algunos párrafos del trabajo “San Martín. Referencias históricas”, realizado por el doctor Jesús L. Tobares, impreso por la Imprenta Oficial de San Luis en 1990. El doctor Tobares, poeta, abogado e historiador oriundo de San Martín, comienza diciendo: “Originariamente el paraje se llamó “Rincón de Angola” o “Rincón de Gonzáles”, nombres que a partir de 1768 fueron reemplazados por “Rincón de Santa Bárbara” o “Santa Bárbara”. (...) “Más de cien años después, por decreto firmado en Conlara en 1872 cambia el nombre de “Villa de Santa Bárbara” por el de “Villa de San Martín”. Y casi setenta años más tarde, por Ley de 1950, se designa al departamento, como también al pueblo que es su cabecera con el nombre de “Libertador General San Martín”.” Con el subtítulo “La Capilla” menciona a los pobladores que se ocuparon de levantar la primera capilla, llamada “Santa Bárbara” y que nació aproximadamente en 1768. En el capítulo “La escuela”, nos dice que la primera comenzó a funcionar en 1867 y que en 1903 “...se fusionan las escuelas de niños y varones...”. A continuación menciona a los directores que pasaron por ella y, entre todos esos nombres, figura en primer término el de don Conrado García Torres, hermano de doña Raimunda. Ya veremos más adelante la destacada actuación que tuvo don Conrado en el partido de San Martín y el apoyo que le brindó a su sobrina Carolina luego de que se recibiera de Maestra normal. En “Chasques y Arrieros”, el doctor Tobares deja asentado que: “...en 1889 existía un servicio de mensajería y correo a caballo de San Luis a San Martín. Salía los lunes y regresaba los sábados”. En otro párrafo agrega: “En los primeros lustros de este siglo, 1905 – 1910, el transporte regular de correspondencia de San Martín a San Luis lo hacía a caballo don...” Y continúa: “...El transporte de mercaderías y productos de San Luis a Santa Bárbara y viceversa se hacía a lomo de caballo o de mula”. La estancia “Cañada del Pasto” quedaba a pocos kilómetros del pueblo cabecera de San Martín. Ya tenemos entonces una idea de cómo era el lugar y cómo se desenvolvían sus habitantes en los tiempos en que ya habían nacido en él los dos primeros hijos de doña Raimunda y don Teodosio: Teodosito el mayor, a quien llamaban por el diminutivo para no confundirlo con el padre e Ildorfo el segundo. Y así continuaron desenvolviéndose hasta varios años después de haber nacido el último de los seis hijos que tuvieron don Teodosio y doña Raimunda. DE QUINES A SAN MARTÍN Es una calurosa tarde de marzo de 1993. Como en la época de “Chasques y Arrieros” ya mencionada, pretendo alquilar un sulky para llegar a San Martín pasando por los mismos lugares que tantas veces recorrió la Doctora Carolina Tobar García. No se alquilan sulkys, ni caballos ni mulas. Ese antiguo sendero ya no lo transita casi nadie. Hoy puede llegarse al lugar en modernos micros, pero no en viaje directo. Un sobrino nieto de la Doctora, Gilberto Tobar, me propone llevarme en su moderno auto. Fue corto el trayecto por la calles de Quines hasta llegar al comienzo del camino. La esbozada huella sobre esa mezcla de tierra y ripio no alivia los sacudones producidos por los pronunciados desniveles llamados “lomos de burro”. En muchos trechos el camino está bordeado por un tupido follaje que forma la apretada continuidad de árboles y matorrales que evidentemente nacieron, crecieron, se robustecieron y multiplicaron por su propia cuenta, en el curso de los años. Al frente, nuestra visión se corta constantemente por las sucesivas y apretadas curvas de ese serpenteado trayecto. De pronto, sobre la izquierda y mucho más allá del tupido follaje veo la sierra por la cual iremos ascendiendo para cruzarla. Sí, porque Quines queda al oeste y San Martín al este de ella. En estos trechos el sendero se angosta aún más. En la abierta soledad sólo se escucha el golpe de las piedras arrojadas por el roce de las ruedas del auto. Quiero, aunque sólo sea un corto trecho, caminar por ese sendero. Quiero pisar esa tierra color azufre, salpicada de piedras que tantas veces habrá pisado la Doctora Carolina Tobar García. Siento en ese lugar que el cielo, el aire, la tierra y esa imponente sierra responderán a todos mis interrogantes: ¿Cómo fue su infancia? ¿Cómo su adolescencia? ¿Cómo y cuándo nació en ella el impulso vital que la llevó a abandonar este apartado lugar del país que le presagiaba un futuro opaco, para brillar con luz propia en un centro tan luminoso y pujante como era ya Buenos Aires en esos tiempos? Nuevamente el sonido del ripio estrellándose contra el coche. En una de las tantas curvas me sorprende la aparición de dos hombres que, montados a caballo, vienen arriando dos vacas. Quizá sean las rezagadas de un grupo mayor que no vimos. Los animales, seguidos por los arrieros, se internan por un sendero al costado del camino donde apenas, libre del alto y tupido follaje, se abre el espacio indispensable para que avancen uno detrás del otro. Los arrieros llevan la cabeza cubierta con una gorra de gruesa visera a cuyos costados asoman como aletas dos grandes orejeras de cuero. Pese al calor de la tarde, llevan el torso cubierto por una chaqueta que en los brazos también tiene coberturas de cuero. A lo largo de las piernas, pegadas al pantalón tipo vaquero, están añadidas las mismas coberturas. Es la forma de protegerse de los desgarrones y profundos arañazos que les producirían las duras y filosas ramas de las salvajes plantas y de los árboles. Tal es la estrechez de esos senderos. En algunas partes el camino presenta hendiduras algo más profundas y bastante más anchas que los “lomos de burros”. Es el lecho del río Quines que cruzaremos catorce veces debido a las frecuentes curvas. En algunos cruces hay agua, pero no en cantidad tal que impida atravesarlos con el auto. Llegamos a San Martín. Son las siete de la tarde y el sol aún esparce su luz sobre el pueblo de casas bajas. La plaza es una amplia manzana cercada por uno que otro arbolito. Parecen recién plantados. En las calles que la rodean no faltan “boliches” y algunos “parroquianos” recostados contra la pared, a un costado de la entrada. Ni siquiera conversan entre ellos. El calor agobia. En las puertas de las casas comienzan a aparecer los bancos y los materos, cada uno con su equipo, para tomar unos “amargos”. Es la hora de mirar al que pasa. Si ya por ley promulgada durante el primer período presidencial del general Julio A. Roca, que abarco desde el año 1880 hasta 1886, se había creado el Registro Civil supuse que en el Registro Civil de San Martín hallaría algún dato referido a los Tobar García. Pese a lo avanzado de la hora entrevistamos al Jefe del mismo, quien no tuvo inconveniente en suministrarnos en el momento la información requerida. Comprobamos entonces que las primeras anotaciones datan de 1895. Punteando los libros aparece inscripto el primer Tobar García en 1918. Ese año, el hijo mayor, Teodosito, inscribió su casamiento, declarando haber nacido en “Cañada del Pasto” y tener veintidós años de edad. Surge de esa declaración que nació en 1896. Teniendo en cuenta que doña Raimunda había nacido en 1862 al nacer su primer hijo tenía entre y treinta y dos a treinta y tres años, vale decir que se ha casado en 1894 o 1895. Don Teodosio tenía veintiocho años. Conformes con el resultado de ese viaje, regresamos a Quines. La madre de Gilberto Tobar, viuda del primer hijo de Teodosito me había destinado una habitación en su casa hasta tanto terminaran mis investigaciones en Quines. QUINES, LA CUNA Una tía de Gilberto Tobar, Rosa A. Flores, actual directora, (1993), de la escuela Nº 120 de Quines, esa misma noche me entregó fotocopias de un simple cuaderno escolar. Es el “Libro Histórico de la Escuela”. En él están escritas la Historia de Quines y el origen de la mencionada escuela. En la página primera dice: “En la fecha abro el presente “Libro Histórico de la Escuela Nº 120” que dirige la Sra. Gregoria A. de Aguirre Céliz. En él se consignarán todas las noticias documentadas que sobre la población, acontecimientos y personas tengan interés histórico, de acuerdo con lo previsto por el artículo Nº 18 pág. 301 del Digesto de I. Primaria. Puesto Tobares, (San Luis), 13 de septiembre de 1943”. Sigue una firma y un sello aclaratorio: “Carlos S. San Martín. Inspector Técnico de Zona”. Al lado hay otro sello en el cual, dificultosamente leo: “Escuelas Nacionales Ley...”. La fecha es ilegible. De “Puesto Tobares”, lugar donde comenzó a funcionar esta escuela Nº 120, hablaré más adelante. Ahora importa saber cómo se formó Quines. En la página siguiente, un título en tamaño destacado, manuscrito con tinta azul, dice: “NOTICIAS RECOGIDAS ACERCA DE LOS NOMBRES Y ACONTECIMIENTOS DEL PASADO DE LA LOCALIDAD. SU EVOLUCIÓN”. “A unos 75 kilómetros al norte de San Francisco del Monte de Oro, es decir a 175 kilómetros de San Luis, se encuentra la hermosa villa de Quines; hermosa por lo pintoresco del lugar donde ella ha sido levantada, hermosa por la laboriosidad e iniciativa de sus hijos. Quines, antiguo vecindario en el que el cacique Quines con su tribu ejercía preponderante influencia, supo interesar allá por 1870 a los vecinos señores Alberto y Manuel Montiveros, los que conjuntamente con su hermana Juana le compraron algunos derechos echando los cimientos del actual pueblo, cuyo nombre según se cree fue puesto o bien en recuerdo del Cacique y su tribu, o a que éste llamaba sierras de Quinielas a las que sirven de límite por el este y sud de Quines. Habiéndose luego casado Doña Juana Montiveros con don José Pablo Céliz, ligó éste su nombre al de los fundadores, por lo cual se acepta que los hermanos Montiveros antes dichos y José Pablo Céliz y su esposa han sido los pobladores que echaron los cimientos de lo que actualmente es la progresista e importante Villa puntana de Quines. (...) En 1871, el gobierno de la provincia dispuso el trazado de la actual Villa tomando como base las nueve manzanas existentes en la banda oeste, ya que la este, fue comprada por don José Calixto Suárez a don Manuel de Rosas. Posteriormente el medio urbano de Quines se ha ido extendiendo hasta llegar a ser lo que es actualmente, una importante, quizás la más progresista del norte de la provincia con una población que pasa actualmente de tres mil habitantes. “Su porvenir es grande, levantada en un lugar a 375 metros sobre el nivel del mar, siendo apta para el cultivo de la vid, frutales, sementeras, con importantes yacimientos de wolfram, manganeso y galena. Si a todo eso sumamos su benigno clima y hermosos paisajes que lo hacen ideal para la industria del turismo y le agregamos que es Quines estación terminal en la provincia de San Luis de los ferrocarriles del Estado, tendremos explicado el virtual impulso del progreso anotado en él durante los últimos veinticinco años.” Firma, “Gregoria G. de Aguirre Céliz”. Debajo está la fecha, “23 de marzo de 1946”. Dos paralelas cierran el informe y debajo de ésta un sello dice: “Escuela Nº 120, San Luis”. Firma “Juan Miguel Otero Alric, Inspector de Zona con fecha “Junio 19 de 1956”. También en la parte superior de esta página hay otro sello sin fecha: “Inspector Técnico de Zona, José V. Chacón”. En conclusión, es justamente la Escuela Nº 120 de Puesto Tobares, la que brinda en un sencillo cuaderno y apretada síntesis, el origen y evolución de Quines. Ya veremos más adelante que no fueron ajenos a la fundación de esta escuela, los padres de la Doctora Carolina Tobar García. En esta hermosa mañana del otoño de 1993, decido recorrer Quines. Parto de la casa donde estoy alojada y camino unas cuantas cuadras de veredas angostas formadas con ladrillos y anchas calzadas de tierra apisotonada pero reseca por la ausencia de lluvias. Las casas agrupadas forman manzanas con ochavas, lo cual señala que no pertenecen a la antigua construcción colonial. Todas de una planta, permiten apreciar el nítido cielo celeste que parece estar al alcance de la mano. El sol, con todo su esplendor, promete un día de agobiante calor: Comienza el pavimento. Ahí nomás está la plaza principal y frente a una de sus calles, la iglesia nueva construida allá por mil ochocientos setenta y tantos. También frente a la plaza se encuentra, resistiendo aún el paso del tiempo, el edificio de la que fuera en origen la “Escuela Elemental de Niñas”, donde cursó sus estudios primarios la Doctora Carolina Tobar García. Actualmente esta escuela funciona en un moderno edificio propio y se llama “Escuela Provincial Nº 50, Eulalio Escudero”. Numerosos comercios han abierto ya sus puertas. Un supermercado ofrece entre la variedad de sus productos, ¡artículos importados! Otro negocio de artículos para colegiales tiene en la puerta un letrero: “FOTOCOPIAS”. Quines es un pueblo moderno hasta el cual también ha llegado al servicio privado de correspondencia a domicilio. La etapa de “Chasques y Arriero” ya ha sido superada. Llego a la calle Nueve de Julio en su cruce con Moreno. Me detengo en una esquina, frente a la casa donde la Doctora Carolina Tobar García vivió su infancia y adolescencia. El edificio de una planta ocupa una superficie aproximada de ochocientos treinta y tres metros cuadrado. El amplio frente abarca toda la cuadra que tiene a lo largo una estrecha vereda de ladrillos. Pese a los ciento y pico de años transcurridos desde su construcción, no es de adobe. El revoque caído en algunas partes deja al descubierto los ladrillos. Las dos ventanas que dan a la calle están cerradas. La puerta principal, abierta, comunica con el zaguán. Como no tiene puerta cancel puede verse desde afuera el viejo aljibe al comienzo del patio. Actualmente esta casa es propiedad de la viuda del primer sobrino de la Doctora y madre de Gilberto Tobar. Al aplauso de mis manos acude una mujer joven seguida de dos niños que me miran con curiosidad. Esta familia tiene autorización de los dueños para ocuparla a cambio de cuidarla y conservarla. Me permite pasar a recorrerla. Finalizando el zaguán una galería resguarda las seis habitaciones con puerta a la misma. Una de ellas tiene también puertas que dan a la calle y otras dos tienen ventanas al exterior. Saliendo de la galería, debajo de una añosa parra se encuentra el aljibe. Más allá, un extenso terreno está cubierto en parte con árboles frutales. A la derecha, otras dos habitaciones fueron baño y cocina. No hablaré de mi emoción al estar caminando por los mismos lugares que había pisado en su niñez, adolescencia y por última vez en 1961, la Doctora Carolina Tobar García. Llegó al Registro Civil de Quines. Al día siguiente, la jefa del mismo me entregó el certificado de nacimiento de la Doctora. Puede observarse en ese certificado que se llamaba María Carolina. El nombre María no figuró ni abreviado en su firma y sólo aparece en algunos documentos, como ser: Cédula de Identidad, Libreta Cívica, Pasaporte y Testamento. También surge del texto que, si bien nació en 1898, no fue inscripta en ese año. La inscripción aparece en el Tomo I del Libro de Nacimientos de 1899. Vale recordar que para este año ya habían transcurrido trece desde la terminación del primer período presidencial de Julio A. Roca, (1880–1886), durante el cual se había promulgado la ley de Registro Civil y que, para esa misma fecha, 1899, hacía pocos meses que Julio A. Roca había iniciado su segundo período presidencial, el 12 de octubre de 1898. Como así también no debemos olvidar que todavía eran los tiempos de los chasques y arrieros. LOS HIJOS, LAS MUDANZAS Y SAN ANTONIO A los tres años de haberse casado doña Raimunda con don Teodosio ya habían nacido dos hijos: Teodosio e Ildorfo. Un mes antes de que naciera Carolina, don Zoilo García Torres, hermano de doña Raimunda, que vivía en San Martín con su mujer e hijos, compró en Quines un campo con una casa grande. Su idea era explotarlo viviendo junto a su familia. Pocos días después de escriturarlo, la mujer de Zoilo se enfermó y para hacerla atender debían viajar a San Luis. Ya residía allí su hermano Andrés con su familia. Don Zoilo necesitó ese dinero recientemente invertido. Explicó su problema a su cuñado Teodosio ofreciéndole el campo por dos mil pesos. Éste no dudó un instante. Le entregó el dinero recibiendo como constancia de la operación una “carta de pago”. La escritura la harían cuando regresaran de San Luis. Don Teodosio, de inmediato les vendió a los hermanos Florentino y Nicomedes de la Vega todo lo que poseía en Talita: el campo con los sembrados, la casa con los muebles y el almacén de ramos generales. Una mañana, partió con su familia hacia Quines. La carreta era conducida por don Teodosio a cuyo lado iba Teodosito. Doña Raimunda viajó en el interior, echada en el suelo sobre unas frazadas y llevando a su lado al pequeño Ildorfo. Debido a las irregularidades del camino llegaron al lugar bastante avanzada la tarde. Fueron recibidos por Rudencio y Francisca, matrimonio que atendía el campo con los dueños anteriores y a quienes don Teodosio había decidido conservar a su servicio. Rudecindo controlaba a los peones y Francisca cocinaba y limpiaba la casa que había quedado amueblada. Doña Raimunda llegó algo descompuesta por el ajetreo que significaba el cruce de la sierra. Francisca retiró los bultos que llevaban en la carreta y con las sábanas y cobijas tendió las camas. Al día siguiente, doña Raimunda se quejó de fuertes dolores en el vientre. No había médicos por los alrededores. Estaban en pleno campo. Francisca cortó el cordón umbilical. Ya lo había hecho otras veces con la patrona anterior. Para ella era una tarea más. Sólo le preocupaba lograr un nudo fuerte porque decía que debía durar toda la vida. Doña Raimunda en cuanto vio a la recién llegada exclamó con gran regocijo: “¡Al fin una nena... al fin una nena...!” Don Teodosio observaba a su mujer y a su hija sin pronunciar palabra. Al cabo de un rato llamó a Teodosito e Ildorfo y les dijo: “Ésta también es hermana de ustedes. La llamaremos María Carolina”. Les permitió acercarse a la cama para que la vieran y enseguida les ordenó: “Vayan a continuar con sus juegos”. Él no demoró en iniciar su trabajo. Desde el momento que había comprado el campo se había fijado la idea de hacer rendir al máximo esas ochocientas y pico de hectáreas. Doña Raimunda, una vez repuesta y con sus conocimientos de estanciera ayudó a su marido en la empresa. Ordeñaba las vacas, fabricaba dulces que luego eran vendidos, alimentaba a las gallinas, recogía los huevos... Llevaba siempre consigo una canasta con abrazadera desde la cual, sobre un colchoncito de lana, Carolina la miraba. No lloraba. Cuando sentía hambre lo manifestaba con inquietos movimientos de cabeza y bracitos. Eran las únicas partes libres de su cuerpo arrollado como un matambre. La casa resultó chica para cinco personas y para los próximos que seguramente llegarían. Enterado don Teodosio de que el señor Antonio Aguilar vendía una casa que tenía desocupaba a quince kilómetros del campo, en el centro de Quines, se la compró. Encargó muebles nuevos a un carpintero del lugar. Cuando todo estuvo listo, volvieron a mudarse. Esta casa es la ya presentada de seis habitaciones. El nacimiento de Ricardo se produjo cuando Carolina tenía cinco años. Ese 12 de diciembre de 1903 don Teodosio hizo llamar a una mujer que en cuanto llegó pasó a la habitación y lo dejó a él esperando afuera. Al escuchar llanto infantil, entró. Luego de un rato, la mujer salió restregándose las manos en señal de regocijo. Don Teodosio le había pagado muy bien su intervención. Enseguida hizo pasar a sus tres hijos y les dijo: “Éste también es hermano de ustedes. Lo llamaremos Ricardo.” Luego que, con gran curiosidad, lo miraron un rato, agregó: “Vayan a continuar con sus juegos”. Los dos varones regresaron a la calle. Don Teodosio al campo. Carolina pensativa, se sentó en el suelo, en la puerta de la habitación. Por fin se decidió y volvió al lado de su madre: “Mamá, ¿cuándo llegó Ricardo que yo no lo vi entrar? ¿Lo trajo esa mujer que se fue recién?” Doña Raimunda sin responder le acarició la cabeza y fingió dormirse. Carolina aburrida de esperar en vano una respuesta, salió al patio decepcionada. Era la primera vez que su madre no respondía a una pregunta suya. Días después notó a su madre mucho más delgada. Descubierto el misterio que envolvía la llegada de su hermano se dirigió a ella para preguntarle casi con tono de reproche: “¿Por qué no me dijo que lo tenía escondido en su barriga?”. El nacimiento de Héctor Manuel no le resultó a Carolina una novedad como lo había sido el de Ricardo que ya tenía un año. Ella seis. Luego de irse la misma mujer que había llegado a la casa por Ricardo, don Teodosio llamó a sus otros hijos y les dijo: “Este también es hermano de ustedes. Lo llamaremos Héctor Manuel”. Luego de un rato de muda contemplación agregó: “Vayan a continuar con sus juegos”. Héctor Manuel Tobar García no figura inscripto en el Registro Civil de Quines y se ignora en qué localidad fue anotado. Lo que sí pude averiguar es que nació un año después de Ricardo, es decir en 1904. Doña Raimunda y don Teodosio eran devotos de San Antonio, patrono de Talita. En el mes de junio de cada año concurrían a la novena que comenzaba el cuatro y finalizaba el trece. Héctor Manuel, aproximadamente a los seis meses de haber nacido hizo su primer viaje a Talita en carreta junto con sus padres y hermanos. Regresaron muy tarde y cansados, pero contentos. Justo para ir a dormir. No pudieron hacerlo enseguida. La sirvienta les comunicó que don Zoilo los estaba esperando en la habitación – escritorio desde las primeras horas de la tarde. De los cinco sobrinos que don Zoilo vio esa noche sólo conocía a los dos mayores a quienes, desde luego, halló muy crecidos. Carolina recibió las mayores fiestas por ser la única mujer entre ellos. Pasado un rato don Teodosio mandó a dormir a los tres más grandes y doña Raimunda se ocupó de llevar a los dos más pequeños. Los hombres quedaron solos. Don Zoilo entonces le explicó a su cuñado que, al poco tiempo de haber llegado a San Luis con su mujer enferma, había quedado viudo. Regresaba después de siete años de ausencia con los trámites de la sucesión terminados y con todos los papeles en regla para escriturar el campo que le había vendido antes de irse. Quería arreglar sin demora porque había dispuesto radicarse en Las Chacras definitivamente. Los dos cuñados se pusieron de acuerdo en que al día siguiente irían a la escribanía. Enterada doña Raimunda de esa determinación se emocionó. Agradeció a su hermano que llegara con esa resolución, justamente un trece de junio, día que finalizaba la novena de San Antonio. Dijo que siempre lo recordaría por que era una señal de que el santo los protegía y que nunca dejaría de ir a Talita para esa fecha. Lejos estaba de imaginar doña Raimunda en ese momento que llegaría un trece de junio en que faltaría a su promesa. LA ESCRITURA Tengo ante mi vista la fotocopia de la escritura del campo de Quines. Está manuscrita y algo borrosa por el tiempo transcurrido desde aquel año, 1905 hasta el de hoy, 1993. Transcribiré a continuación las partes de la misma que atestiguan el relato anterior: “VENTA: Escritura número treinta y dos. En la Villa de Quines, Partido del mismo nombre, Departamento de Ayacucho de la Provincia de San Luis, República Argentina, el día catorce de junio del año mil novecientos cinco, ante mí el Escribano Público autorizante de este acto y los testigos al final firmados, comparecieron por una parte don Zoilo García vecino domiciliado en la Villa de San Martín de esta misma Provincia, accidentalmente en esta población, de estado viudo y por otra parte don Teodosio Tobar, de estado casado, con domicilio en el Talita, Departamento de Junín de esta misma provincia, ambos mayores de edad hábiles, de mi conocimiento de que doy fe, y el primero declara: que hace algún tiempo que le vendió la respectiva posesión de un campo de pastoreo sin agua cercado y con todos los trabajos en él contenido, a don Teodosio Tobar quien recibió la propiedad a su entera satisfacción bajo los siguientes linderos...” “...que se compone de una superficie de ochocientas cuarenta y tres hectáreas siete mil metros cuadrados, incluso la parte terreno que existe cultivada y de labranza y que habiendo convenido con el comprador de escriturarle la expresada propiedad en la mejor oportunidad, viene ahora por el presente acto a otorgarle este título para guarda y garantía de sus propios derechos, siendo ubicado el campo relacionado en este mismo partido de Quines. Que el inmueble en cuestión se lo compró el declarante a los esposos don Marcelino Arce y doña Rosenda Guiñazú de Arce con fecha doce de octubre de mil ochocientos noventa y ocho por ante el Escribano Público...” “...y que fallecida su esposa doña Loreto Torres de García...” (Recordemos que Loreto Torres era prima de don Zoilo García Torres y lógico también de doña Raimunda). Continuó con la escritura: “...inicio la apertura del juicio sucesorio y previa declaratoria de herederos en audiencia pública de fecha ocho de octubre de mil novecientos ante el señor Juez de lo Civil...” “...adjudicándose el campo relacionado según consta del testimonio judicial y legal que tengo presente en apoyo de lo manifestado...” “...hijuelas del viudo Zoilo García: 1. Toda la estancia de Quines de pastoreo...” Expuesto el derecho de don Zoilo García sobre ese campo, continua el escribano: “...Manifiesta haber recibido también con anterioridad la suma de dos mil pesos nacionales, precio por el cual habían convenido otorgándole la correspondiente carta de pago por la expresada cantidad...” “...con facultad amplia para que continúe la posesión que le tenía dada, como consta de su propia confesión...” “El comprador declara que acepta esta escritura dándose por conforme en todas sus partes y por recibida la posesión del inmueble de que se trata...” Termina la escritura con la fórmula de rigor y al pie firman: Zoilo García, Teodosio Tobar, Adrián Lucero y J. Suárez y sobre el sello que dice: “Escribano Público de San Luis” firma Cirilo Sergio Olmos. Sobre el margen superior de dos de las hojas que componen esta escritura, subrayado dice: “Folio cuarenta y cuatro y Folio cuarenta y cinco respectivamente”. Hay también tres sellos: uno del Ministerio de Hacienda, Provincia de San Luis; otro dice, “Juzgado de Paz de San Luis” y el tercero es ilegible. PUESTO TOBAR Don Teodosio fue un hombre dedicado al trabajo y con notable visión comercial. Al momento de escriturar el campo ya era dueño de un negocio en el centro de Quines. Había comprado un local en una esquina, frente a su casa, para vender en él carne recién carneada. Con su compadre, Abrahan Gauna, había formado una sociedad de palabra. Don Teodosio abastecería el local y don Gauna vendería la carne trozada. Fue la primera carnicería que vendió carne fresca en Quines. El negocio marchaba bien porque los dos socios eran muy honestos en cuestiones de dinero. Repartían las ganancias por partes iguales. Se cuenta que en una oportunidad fue un vecino a comprar carne al fiado. El compadre Gauna le negó el crédito. El vecino se dirigió a la casa de don Teodosio y habló con él. Regresaron juntos a la carnicería don Teodosio le pidió a su compadre que le entregara al vecino la cantidad de carne pedida porque la necesitaba para darle de comer a sus siete hijos y el hombre “momentáneamente” estaba sin trabajo. Salió el vecino de la carnicería con su gran fuente cargada de carne. Cuando don Guana iba a anotar lo fiado, don Teodosio extendió la mano con unos pesos en ella y dándoselos a su compadre le dijo: “No anote nada. Cóbrela de aquí, porque éste no le va a pagar en su “perra vida” y usted no tiene por qué perjudicarse”. La ganancia que reportó esa venta también la repartieron por partes iguales. Don Teodosio en el campo no tenía espacio sin explotar. Sabía las cantidades que podría vender de cada cosa y procuraba no excederse en la oferta, para así poder mantener el precio fijado. En cambio se extendía en la variedad. Quien no quisiera papas podría necesitar zanahorias o zapallos. Había marcado en ese campo extensiones acordes con las posibilidades de venta de cada producto. Sembraba maíz, avena, cebada, trigo... Sembraba de todo lo que se pudiera sembrar. Fabricaba carbón de leña, velas de cebo, quesos, preparaba frutas secas, envasaba la miel que extraía de las colmenas. En invierno, los trozos de carne luego de tajeados, oreados y salados los hacía colgar dentro de las fiambreras armadas con alambre tejido y éstas pendían de los árboles hasta que llegaban los compradores del charqui. Con el ganado procedía igual que con los cultivos. Tenía variedad más que cantidad. Quien no necesitara caballos, podría necesitar mulas, vacas o cerdos. Nunca le faltaban gallinas, pollos, conejos, huevos y leche. Todo estaba bajo su control. Daba las órdenes sin apearse el caballo. Decía que el tiempo también valía. A lo sumo, en algún puesto, aceptaba el par de mates que le ofrecía la mujer del puestero. A los pocos días de tener la escritura pidió al hachero más fuerte de su campo que afilara bien el hacha. De sólo un hachazo debía partir a lo largo un trozo de tronco de más o menos un metro. Y lo hizo. En la parte interna de una de esas mitades, marcó con carbón gruesas letras que decían: “Puesto Tobar”. Luego le pidió a un viejo peón que ocupaba sus horas libres moldeando con el cuchillo cabezas de hombres o de animales y que también le había hecho un mortero de madera a doña Raimunda, que ahuecara esas letras marcadas. Cuando terminó de hacerlo, le pidió que pintara los huecos con pintura roja. Ya seco, lo sujetaron con alambres en el centro de la tranquera. A partir de entonces se difundió entre los lugareños el nombre de “Puesto Tobar”. Don Teodosio atendía a los clientes que llegaban de los pueblos o de las provincias vecinas o de Chile, en la casa de Puesto Tobar. Las ventas más importantes de caballos y mulas se les hacía a los arrieros chilenos. En tiempos de cosechas pasaba hasta diez o quince días sin ir a su casa del centro de Quines. Decía que recorrer diariamente esas tres leguas y media que hay entre un punto y otro le hacía perder mucho tiempo. Algunas veces llevaba con él a Teodosito para que fuera aprendiendo las tareas rurales. Al hijo mayor le atraía esa vida al aire libre entre sembrados y animales. Quizá fue por eso el único de los seis hijos que sólo cursó la escuela primaria. En cambio fue de avanzada en otras lides. Antes de casarse, a los veintidós años, ya le había dejado a sus padres el regalo de sus dos primeros hijos, nacidos según él solía explicar de “imperiosas necesidades circunstanciales”. Don Teodosio y doña Raimunda le exigieron que los reconociera y lo hizo, pero de la crianza de los niños se ocuparon los abuelos. El menor de ellos, los llamaba “papá” y “mamá”. Siendo chiquito creía que lo eran. Para los festejos de fin de año, la familia se reunía en la casa de Quines. Doña Raimunda comenzaba muy temprano con los preparativos para las cenas de esos días. Hacía pan fresco y muchísimas tortitas que luego unía de a pares untándolas con dulce variados. También hacía pastelitos rellenos con dulce de membrillo. Llegando la tardecita, encendía el fuego en el terreno al fondo de la casa. La cena se componía de carne, pollos asados y ensaladas que preparaba llorando a lágrima viva. Carolina sufría viendo llorar a su madre. Para no hacerlo ella también se alejaba de la cocina. Dejaba a doña Raimunda sola con las cebollas. De postre preparaba puré de frutas hervidas, aplastadas en el mortero de madera que le había regalado el peón más viejo de Puesto Tobar. Éste, con su filoso cuchillo había ahuecado el extremo de un pedazo de tronco y al otro extremo le había dado la forma de una copa. Los mayores bebían vino casero y a los chicos les servían el agua dulce en la cual habían dado un hervor a las frutas. La víspera del día de Reyes, cuando ya los hijos se habían dormido, doña Raimunda entraba sigilosamente a sus habitaciones y les cambiaba los zapatos viejos por otros nuevos. Los usaban cuando no llovía. Para estas ocasiones tenían botas. No les hacía poner pastito ni agua para los camellos de los Reyes. Simplemente les decía que eso era un “milagro” y que debían darle las gracias a Dios por haberse acordado de ellos. Concluidas las fiestas, iban todos a pasar las vacaciones a Puesto Tobar. En los ratos que don Teodosio tenía libres enseñaba a sus hijos a usar un revólver o escopeta. Quería que aprendiesen a defenderse en el caso de ser atacados por alguna víbora o animal salvaje. Cuando Carolina cumplió los doce años también debió hacer esas prácticas. En poco tiempo adquirió una notable puntería. Las víboras abundaban por la zona, pero nunca tuvo necesidad de matarlas. Doña Raimunda le repetía que si el animal no era molestado no atacaba, entonces no había por qué matarlo. Por otra parte, doña Raimunda solía decirle a su marido que no era bueno que los niños presenciaran la matanza de los animales cuya carne se comía, ni que vieran ese derrame de tanta sangre. Sostenía que así se acostumbrarían y terminarían siendo como “el riojano” que había hecho matar a muchas personas sin consideración alguna. Don Teodosio la escuchaba sin responderla molesta por el mutismo de su marido volvía a lo que era ya un acostumbrado rezongo. Le decía entonces que en Puesto Tobar sobraban zanahorias y hacía falta educación. (Aportaron datos sobre la familia Tobar – García, el señor Mercedes Castro, 93 años, residente en Quines y que fuera de chico ayudante de Teodosio en Talita y el sobrino de la Doctora, don Buenaventura Tobar, 85 años, también residente en Quines.) SU PRIMERA MAESTRA Los días en que en la casa de Quines amasaban para hacer pan o fideos doña Raimunda dirigía a sus dos sirvientas y le permitía a Carolina jugar con trocitos de masa que luego por tan sobados comían los perros. Una mañana, doña Raimunda decidió sacar provecho de la inocente actividad de su hija. Le enseñó entonces a formar letras con trocitos de masa. Por la tarde, sentada bajo la parra tomando mate, le dio a comer esos amasijos cocinados en el horno diciéndole que antes nombrara las letras. Así comprobó la buena memoria de Carolina. Doña Raimunda estimulada por el éxito hizo de ese juego una costumbre. Cuando terminó con el abecedario siguió enseñándole sílabas y luego palabras cortas para mantener la unión de las letras. La madre, cada vez que amasaban sorprendía a Carolina con novedades para no hastiarla. Pasó a los números, después a los cuerpos geométricos, a la imitación de las frutas y con ellas les enseñó la suma y la resta. Le enseñó a moldear los bichos conocidos que andaban por el campo o por la casa, como ser: sapos, lagartijas, viboritas, perros... Esas enseñanzas doña Raimunda las planeaba con su hija como si se tratara de un secreto entre ambas para ambientarlas en un halo de complicidad. Solía ponerle como ejemplo la laboriosidad de las hormigas. Carolina era muy observadora y su madre todo se lo explicaba. Lo que un día no pudo explicarle, al ser sorprendida echando agua hirviendo en un hormiguero, fue por qué si eran tan laboriosas las “quemaba” en esa forma. El nacimiento de Ricardo interrumpió la enseñanza. La sirvienta intentó, en este aspecto, reemplazar a doña Raimunda. No era lo mismo. Carolina se negó a reproducir cosas. Andaba triste y calladita, cuando anteriormente había sido alegre y charlatana. Así las cosas, una tarde don Teodosio llegó del Puesto con un perrito blanco. Lo bautizaron Blanquito. Con él, Carolina recuperó su alegría. Los dos pasaban la mayor parte del día corriendo por las calles de Quines que en ese tiempo eran de tierra. Blanquito se fue oscureciendo. Los vestidos de Carolina fueron quedando hechos jirones. Doña Raimunda debió comprarle otros en la casa Bianchet, una gran tienda que había en Quines y que tenía la casa central en San Francisco del Monte de Oro. Carolina esperaba que Ricardo creciera como sus otros dos hermanos para sí recuperar a su madre, pero el nacimiento de Héctor Manuel frustró su esperanza. Blanquito había crecido y con ello había perdido gran parte de su gracia. Ya no la distraía. Doña Raimunda enseguida lo notó y ese mismo verano comenzó a decirle que ya estaba en edad de concurrir a la escuela. Que había maestras que enseñaban mejor que ella porque eran maestras normales. Al comenzar las clases doña Raimunda la inscribió en la “Escuela Elemental de Niñas” que había sido creada en Quines muchos años atrás. Funcionaba en un local frente a la plaza. Desde los primeros días de clase se puso de manifiesto que el grado de capacidad intelectual de Carolina superaba al de sus compañeras, algunas de las cuales eran mayores que ella. Se reflejaba, en parte, la intervención materna. Su carácter alegre le granjeó la simpatía de sus compañeras. Durante los recreos compartía los juegos con las niñas de más o menos su edad, pero entonces también asomó su audacia. El despegue de su madre reavivó la admiración que sentía por sus hermanos mayores cuando los veía correr como locos, treparse a los árboles con agilidad de monos o montar a caballo y salir a galopar por el campo para regresar extenuados, pero felices por tanta libertad. Comenzó a imitarlos. La señora Francisca Rosales de Díaz, 93 años, vecina de Quines, compañera de la Doctora Carolina Tobar García, en la escuela primaria, relata con mucha gracia, la siguiente anécdota: “En el patio de la escuela había varios naranjos. Las maestras habían asegurado los gajos en tal forma que las niñas, tomadas de ellos con las dos manos podíamos hamacarnos. Carolina siempre pedía a sus compañeras que la empujaran fuerte y yo era quien mejor la satisfacía. A mí, me llamaban por el sobrenombre: Panchita. Un día le dije a Carolina que se tomara bien fuerte porque la iba a ser volar. La empujé en tal forma que terminó estrellada contra el suelo. Se desmayó. La Directora Adela Funes y las maestras Dorila Gatica y Paulina Ragor de Gatica la hicieron reaccionar y la llevaron a la casa. A mí, debido al susto que las maestras se habían llevado no me aceptaron explicaciones y me aplicaron como castigo que por ese año no podría ni acercarme a los naranjos. El castigo no fue tan severo como parece. Faltaban pocos días para que terminaran las clases. La audacia y optimismo de Carolina no sufrió mengua por ese “accidente”. “Nuestra amistad tampoco”. Próxima a cumplir los diez años, Carolina notó que su madre nuevamente había engordado demasiado. No le hizo preguntas. Conocía ya el desenlace de esa gordura. A diferencia de los embarazos anteriores doña Raimunda debió guardar cama con bastante anticipación. Tenía cuarenta y cinco años. A don Teodosio se lo notaba muy preocupado. Dejó de ir al Puesto. Un día reunió a sus hijos como en anteriores ocasiones. Doña Raimunda acababa de ser atendida por una mujer que ellos no conocían. La de siempre, había muerto. Esta vez era don Teodosio quien sostenía en sus brazos al recién nacido, envuelto en una toalla blanca que días antes le había comprado a un turco que recorría las casas ofreciéndolas. El turco las llevaba, dobladas a lo largo, colgadas sobre un hombro. Don Teodosio se la había pagado con una gallina que metió dentro de una bolsa, después de retorcerle el cogote, porque el turco le había dicho que no tenía coraje para matarla él. Don Teodosio se agachó un poco para que sus hijos pudieran ver al recién llegado y les dijo: “Éste también es hermano de ustedes. Lo llamaremos Gilberto.” Antes de que pudiera agregar que fueran a continuar con sus juegos como era su costumbre, doña Raimunda abrió los ojos y dijo con un tono muy débil: “de los Ángeles... Gilberto de los Ángeles, porque ellos me lo enviaron...” Volvió a cerrar los ojos. Entonces sí, como de costumbre don Teodosio mandó a los hijos a jugar. No reparó en que Teodosito con doce años e Ildorfo con once, más que jugar, colaboraban en las tareas del campo. Los que todavía jugaban eran Carolina que estaba cerca de cumplir los diez años, Ricardo que tenía cinco y Héctor Manuel cuatro. Gilberto de los Ángeles fue anotado en el Registro Civil de Quines, donde consta que nació el once de octubre de 1908. Don Teodosio tuvo su último hijo a los cuarenta años. Carolina vivió su primera desilusión cuando finalizó la escuela primaria. Estaba convencida de que seguiría estudiando porque ya ambicionaba ser maestra, sin siquiera imaginar que su padre se opondría. Don Teodosio argumentó que ella debía seguir el ejemplo de su madre quien además de ser una buena ama de casa era buena administradora y conocedora del manejo del campo. Para que aprendiera las tareas rurales comenzó a llevarla al Puesto junto con los hermanos. Los fines de semana también iba doña Raimunda. Veamos cómo cuenta la señora “Panchita” esta etapa de la vida de la Doctora Carolina Tobar García: “En ese tiempo yo vivía cerca de Puesto Tobar y todo los días iba a buscar la leche que me regalaban para mi familia que era muy pobre. Carolina trabajaba en el puesto como si fuera un peón más. Yo admiraba la destreza con que ella ordeñaba las vacas, o cuando montada a caballo arreaba a los animales. También ayudaba en las siembras o en las cosechas o a recoger en un cesto los huevos que ponían las gallinas. Pasaba tanto tiempo entretenida mirándola hacer esas tareas que muchas veces la madre me recordaba que debía irme porque en mi casa estaban esperando la leche. Algunas tardes llegábamos hasta el río. Ella iba montada en un caballo y yo en mi mula. Carolina galopaba, se iba lejos y volvía hasta donde yo había quedado y volvía a salir galopando le gustaba desafiar al río y se metía en él llevando al caballo contra la corriente. Usábamos unas bombachas azules con elástico ajustado en los tobillos. Ella se mojaba, pero no se preocupaba porque al regreso, bajo el sol, se le secaban antes de llegar al Puesto. No lo contábamos a nadie. Sólo ella y yo sabíamos lo que había echo en el río...” Doña Raimunda no estaba conforme con la vida que llevaba su hija. Ella quería que fuera maestra. Don Teodosio, en cambio, aspiraba a que Carolina aprendiera bien las tareas de la casa y las rurales con miras a que llegara a casarse con el hijo de algún estanciero tan rico como ya lo era él. Carolina alguna vez sorprendió a sus padres intercambiando opiniones, algo ásperamente, sobre su futuro, pero educada en esa disciplina que impedía a los hijos manifestar su deseo, no intervenía. Salía a la calle y caminaba... caminaba... Si esa situación se producía en Puesto Tobar, para no escucharlos, montaba a caballo y salía como loca a galopar por el medio del campo. Regresaba extenuada, sudorosa y, en ambos casos, silenciosa. LA ESCUELA DE PUESTO TOBAR Corría el año 1910. El Vicepresidente, doctor José Figueroa Alcorta, desempeñaba la primera magistratura completando el período presidencial que, por fallecimiento, había dejado inconcluso el doctor Manuel Quintana. Ya desde el año anterior habían comenzado a llegar a Quines noticias sobre los extraordinarios festejos que se realizarían en Buenos Aires con motivo de cumplirse el primer centenario de la Revolución de Mayo. Claro que algo ensombrecidos por el temor, mundialmente difundido de que el cometa Halley chocaría contra la Tierra, destruyéndola. Cuando pasó enero y la Tierra continuó dando vueltas, como es su costumbre, todos los comentarios que llegaban a Buenos Aires se refirieron a esos espectaculares preparativos. Además arribarían a la Capital de nuestro país personalidades mundiales. Los porteños estaban como enloquecidos. En particular por la visita que haría la Infanta Isabel en representación de España. Consideraban este acontecimiento como una demostración de que la Madre Patria no guardaba rencor por habernos liberado de su dominación. Los puntanos escuchaban todas esas novedades sin mayormente contagiarse del entusiasmo que se estaba viviendo a tantos cientos de kilómetros. Ello cambió cuando se enteraron de que también nos visitaría el presidente de Chile, doctor Montt. La vecindad con este país los hizo sentir partícipes. Los arrieros que llegaban a Quines comentaban con entusiasmo esa novedad. Surgieron los recuerdos y los lugareños se referían a cómo el general San Martín había cruzado la cordillera de los Andes; del aporte que habían hecho los puntanos contribuyendo con hombres, animales y bienes al éxito de su campaña libertadora y de cómo el General San Martín había donado sus sueldos para crear escuelas. Don Teodosio llegaba a su casa de Quines con todos esos comentarios que había escuchado a los arrieros chilenos en charlas con sus peones de Puesto Tobar. Doña Raimunda aprovechaba entonces para repetirle sentenciosamente que esas cosas había que enseñarles a los niños y que para ello debía haber una escuela en el espacio destinado a las zanahorias. Una tarde de marzo, de ese 1910, don Teodosio llegó a su casa de Quines algo más temprano que de costumbre. Con el rebenque en la mano, golpeando en su pierna izquierda, caminaba de un extremo a otro de la larga galería. Los tacos de sus botas parecía que iban a romper los ladrillos del piso. Al escuchar el ruido, desacostumbrado a esa hora, doña Raimunda asomó la cabeza por la puerta de la cocina. Al ver a su marido, fue a su encuentro. Don Teodosio, con acento terminante, como si profiriera una amenaza le anunció: “Mañana comienza a funcionar una escuela en Puesto Tobar”. Doña Raimunda, disimulando su estupor, mostró su duda en dos preguntas: “¿En dónde?” “¿En el lugar de las zanahorias?” Don Teodosio pasó por alto la ironía respondiéndole: “Sí, al final del campo lindando con nuestro vecino don Cristóbal Pereyra. Él será el maestro hasta que se oficialice.” La sorpresa detuvo el paso de doña Raimunda justo debajo de la parra. Enganchando sus dedos en un sarmiento exclamó: “¡Al fin ha llegado la civilización a Puesto Tobar!” Don Teodosio, dejó caer el rebenque, se sentó en un banco, apoyó su espalda contra la pared, estiró las piernas y uniendo sus manos sobre su aplastado vientre, sin ocultar su satisfacción por haberla sorprendido, le pidió: “Ahora, cebáme unos mates.” En este punto retomaré la transcripción del “Libro Histórico de la Escuela Nº 120”, en la parte que se refiere a la creación y ubicación de la misma. “HISTORIA DE LA ESCUELA NACIONAL NÚMERO 120 DE PUESTO TOBARES. QUINES. SAN LUIS.” “Creada por resolución del Honorable Consejo Nacional de Educación con fecha 21 de junio de 1910, inicia su normal desenvolvimiento como tal, en el lugar denominado “PUESTO TOBARES” el 11 de agosto de 1910, bajo la dirección de la Maestra Normal Nacional Srta. Petrona Ortiz de Suárez. “Al paraje se le asignó el nombre de “PUESTO TOBARES” por llamarse Teodosio Tobares su legítimo propietario. Son muy conocidos de todos los vecinos de esta localidad los familiares del Sr. Tobares, pues su esposa doña Raimunda García de Tobares fue dignísima y benemérita dama del pueblo de Quines y sus hijos se llaman Teodosio (hijo), Ildorfo, Carolina, Ricardo, Manuel y Gilberto Tobares. La mencionada señorita Carolina Tobares García se graduó de doctora llegando a ser una reconocida psiquiatra, médico legista, una de las grandes especialistas en enfermedades nerviosas de nuestro medio y ahora, desde hace poco, médica forense, cargo que ganó en justicia por riguroso concurso. “Al iniciar su funcionamiento la escuela Nº 120 lo hace con escaso número de alumnos, pero en atención a la correcta función administrativa acrecienta su estabilidad y aumenta la inscripción escolar, conservando su categoría de unipersonal solamente por escasos años, nombrándosele luego como maestra auxiliar a la Srta. Lupercina Alaniz Arce... “En años sucesivos la población del lugar aumenta notablemente imponiéndose la necesidad de aumentar su personal en el año 1936 a total de cinco maestros, inclusive su director.” “(...)” “Esta escuela ha sido creada en un hermoso lugar semiurbano en las proximidades del pueblo de Quines, habiendo experimentado en los últimos años una favorable evolución económica y social. Sus tierras mediante el tesonero esfuerzo de sus pobladores se han convertido en valles fértiles que producen casi la totalidad de los cereales y frutos que se consumen en la zona. Sus habitantes son en casi su totalidad criollos y se dedican a la agricultura y ganadería.” Luego de otras consideraciones que no agregan nada a esta biografía, firma al fin del relato sobre la historia de la escuela, la señora Gatica de Rodríguez, con fecha 30 de noviembre de 1958. Así también está la firma de Juan Miguel Otero Alric con un sello que dice: “Inspector de Zona”. Como hemos podido leer, esta historia fue relatada cuarenta y ocho años después de la creación de la escuela, razón por la cual no debe extrañarnos que no se mencionen los pocos meses que funcionó antes de ser oficializada. Pero esto fue posible debido a que sus fundadores de inmediato declararon su existencia a las autoridades pertinentes. Además en 1958 la primitiva escuela ya había sido trasladada a otros locales. Actualmente funciona a la vera del camino que conduce a Puesto Tobar. Por otra parte, en 1958, el Puesto de don Teodosio Tobar ya no pertenecía a sus descendientes. De todas formas en esa Historia se rescata la influencia que don Teodosio y doña Raimunda ejercieron en la zona. El haberle asignado el nombre de Puesto Tobares es un reconocimiento a esfuerzo de toda la familia ya que fue ella quien logró el engrandecimiento de ese lugar, aislado totalmente hasta su llegada en 1898. El apellido Tobares se debe a la costumbre de pluralizar, que aún subsiste, cuando se menciona a toda una familia. Al llegar a este punto ya podemos pensar que la vocación docente que anidó en el espíritu de la Doctora Carolina Tobar García tuvo su origen en el ejemplo de afán educativo que vio en su madre. NACE LA ADOLESCENTE Una tarde Carolina regresó del Puesto con su padre y sus hermanos, pero no entró en la casa corriendo alborozada al encuentro de la madre, como era su costumbre. Doña Raimunda sabía que ese cambio se produciría en cualquier momento. Carolina respondió a sus preguntas manifestándole molestias en el vientre y dolor de cabeza. Prefirió irse a dormir sin cenar. Su madre la acompañó al dormitorio donde, muy enternecida, la ayudó a cambiarse de ropa. Una vez en la cama, acariciándole el rostro, le explicó que estaba por terminar su último invierno como niña y que se acercaba su primera primavera como señorita. Carolina se negó a volver al campo. Los días se le hicieron muy largos. La inactividad le quitó el apetito. Llenaba sus horas con largas caminatas que la alejaban del centro de Quines. Ensimismada en sus pensamientos, buscaba estar sola. Los vecinos notaron el cambio y lo comentaban entre ellos. De alegre y ligera Carolina se había vuelto concentrada y de paso lento. Adelgazó, hasta que presa de la debilidad cayó en cama. Esto sucedió en noviembre, próxima a cumplir catorce años. Horas más tarde, cuando don Teodosio regresó de Puesto Tobar, doña Raimunda le dijo que Carolina tenía fiebre muy alta. Acababa de comprobarlo colocándole la palma de la mano sobre la frente. En ese tiempo no era costumbre tener termómetro en la casa. La gente opinaba que “... ese aparatito tan delicado, sólo los médicos sabían usarlo...” El rostro de don Teodosio reflejó preocupación y opinó que Carolina había descuidado la alimentación y que para una pronta recuperación sus comidas debían centrarse en la carne asada, verduras, frutas y leche recién ordeñada. Sin imaginarlo, porque en nuestro país aún no se conocían, don Teodosio estaba indicando un compendio de vitaminas que tenían al alcance de la mano. Para ese tiempo, recién hacia dos años que el doctor Funk, un médico polaco había descubierto la primera. Doña Raimunda aprovechó esa muestra de preocupación de su marido para recordarle, una vez más, el deseo de su hija. Don Teodosio volvió sobre sus repetidos argumentos acerca de lo que él consideraba que eran obligaciones exclusivas de la mujer: atender la casa, al marido y a los hijos. Esta vez, doña Raimunda le rebatió poniendo como ejemplo a su cuñada Celina Laredo, quien había llegado a ser la primera vicedirectora del Normal de Villa Mercedes, sin por eso dejar de atender a su hermano Tomás con quien había tenido seis hijos. Deliberadamente, para atemorizarlo con una futura culpa, le sentenció que si no la dejaba ir con sus tíos, no se recuperaría jamás. Carolina, fingiendo dormir, imaginaba el ceño fruncido que ponía su padre cada vez que se le contrariaba en algo. De pronto escuchó los golpes que daba con su rebenque en la bota que tenía puesta. Tenía por costumbre manifestar sus claudicaciones con energía. Esa autorización de don Teodosio, llenó de entusiasmo el despertar de la adolescencia de la Doctora Carolina Tobar García. EN VILLA MERCEDES Villa Mercedes, capital del partido de General Pedernera está ubicada al sudeste de Quines, cerca del río Quinto. En el tomo 1, pág. 184 de “San Luis, su Historia y su Cultura”, del Gobierno de la Provincia de San Luis, (Ministerio de Cultura de la Nación) Edit. Ceyne, el señor José Mellano dice lo siguiente sobre Villa Mercedes: “...El 14 de octubre de 1861 se impuso a Fuerte Constitucional el nombre actual: Villa Mercedes, declarada ciudad en 1896...” Dos años antes, 1894, se había creado la “Escuela Normal de Villa Mercedes”. A esta progresista ciudad, en constante avance, llegó Carolina casi a fines de febrero de 1913. De Quines a San Luis viajó en diligencia. La acompañaba un matrimonio amigo de sus padres, el cual luego de pasar un tiempo con los parientes que tenía en Quines regresaba a su hogar en Villa Mercedes. Hicieron un alto de unos días en San Luis, alojándose en la casa de otros familiares. Carolina conoció ahí a una jovencita de más o menos su edad. Ella también ansiaba ser maestra. El próximo año comenzaría sus estudios en el Normal de San Luis. Simpatizaron. Se prometieron mantener correspondencia. Fue la primera amiga que tuvo Carolina. Se llamaba Berta Elena Vidal. Esa amistad iniciada en la adolescencia perduró a lo largo de la vida de la Doctora Carolina Tobar García. De San Luis a Villa Mercedes prosiguieron en el tren del Ferrocarril Pacífico que unía Mendoza con Buenos Aires. (Actualmente se denomina Ferrocarril General San Martín). En la estación de Villa Mercedes esperaban a Carolina el tío, don Tomás García Torres y su señora Celina Laredo. Felices por verla la abrazaron y atosigaron a preguntas sin darle tiempo a responderles. En cuanto don Tomás, hombre de fuerte contextura física, recibió las dos maletas que constituían el equipaje de Carolina, las acomodó en su elegante sulky tirado por dos caballos. Enseguida se despidieron del matrimonio que acompañaba a Carolina y que era también amigo de ellos. Una vez acomodadas en el sulky, la tía Celina pasó su brazo sobre los hombros de su sobrina atrayéndola hacia sí en gesto de cariño. Carolina había quedado sorprendida por la elegante figura de su tía que lucia el cabello cortado “a la garzón”, última moda en ese tiempo. El vestido entallado hasta la cintura continuaba en una larga pollera que dejaba ver las botitas negras sujetas a los costados por una apretada hilera de botones. Le observó la mano libre como abandonada sobre una pierna. Blanca, de dedos delgados y largos, mostraba las uñas que, recortadas, apenas sobresalían de las yemas. Miró sus manos. Ya no las tenía tan “gorditas” y sus uñas también estaban prolijas, pero ello se debía al abandono que había hecho de las tareas rurales en los últimos meses. Las manos de su madre vinieron a su memoria. Eran suaves en las caricias, pero ásperas al tacto por los constantes y rudos trabajos que realizaba todos los días y desde que era niña. Por esas coincidencias que la vida depara, su madre, que tenía cinco hermanos varones tenía también cinco hijos varones. Los cinco hermanos habían seguido estudios secundarios. Ella no. Carolina muchas veces le había oído decir “... que no permitiría que su hija corriera la misma suerte.” Por eso no había cejado en su empeño de apartar a Carolina de ese similar entorno varonil que a ella le había frustrado su deseo de ser maestra. Don Tomás detuvo el sulky. Habían llegado a la casa. Las puertas eran de hierro trabajo pintado de negro. En el centro de una de las hojas, interrumpiendo los enrulados dibujos que formaba el hierro, se destacaba una grande y cursiva “C” y la misma altura, en idéntico estilo, la otra hoja tenía una “L”. Correspondían a las iniciales del nombre de su tía. Atravesando el cuidado jardín entraron a la casa. Sin prestar atención al suntuoso mobiliario, Carolina siguió a su tía hasta la que sería su habitación. Enseguida abrió otra puerta de ese dormitorio y la hizo pasar al cuarto siguiente diciéndole que ese sería su lugar de estudio. Aquí sí, Carolina no pudo reprimir un “¡oooh!” acompañado de una sonrisa plena de satisfacción. Como marco de un escritorio estaban, contra las paredes y hasta el techo, los anaqueles repletos de libros. Era la primera vez que veía tantos juntos y a su disposición. Durante la cena los tíos le hablaron a Carolina de sus cuatro hijos y dos hijas que estaban en Buenos Aires, prosiguiendo sus estudios. El menor de ellos, Víctor, tenía la misma edad de Carolina, catorce años. Tantos comentarios le hicieron sobre Buenos Aires que, mientras los escuchaba, se veía ejerciendo como maestra en esa “gran ciudad”, como la denominaban sus tíos. Muchas fueron las vueltas que esa noche Carolina dio en su cama antes de conciliar el sueño. Rememoró su infancia y vio a su madre enseñándole las primeras letras; la escuela primaria y vio a su madre llevándola de la mano para inscribirla en el primer grado; el comienzo de su adolescencia y vio a su madre sentada en el borde de su cama. Pensó en su presente y recordó su voz repitiendo: “Mi hija no correrá mi misma suerte”. Comprendió entonces que esa idea fija en la mente de su madre era lo que había cambiado su destino. Ya no volvería a ordeñar vacas, a arrear animales ni a cabalgar desenfrenadamente buscando apaciguar la ansiedad de sus deseos sin horizonte cierto. Su madre la había puesto en el camino ambicionado, pero el cambio había muy brusco y radical. Del campo a la ciudad. De no tener libros a disponer de una biblioteca. Los primeros pasos en esta nueva senda tal vez serían vacilantes, pero se afirmaría. Debía afirmarse. Desde ese día su futuro dependería solamente de su esfuerzo y de su perseverancia. Esa noche, Carolina aceptó y asumió con responsabilidad el desafío que le planteaba esa nueva forma de vida. A partir de entonces, esas tres condiciones: esfuerzo, perseverancia y responsabilidad, fueron como un emblema en todos los jalones de la existencia de la Doctora Carolina Tobar García. CUATRO AÑOS EN EL NORMAL DE VILLA MERCEDES Pese al cariño que los tíos le brindaban, al ánimo de Carolina, durante los primeros meses, acusó el impacto de ese cambio en su forma de vida. Era la primera vez que se separaba de su madre. A veces andaba muy ensimismada. Tanto que, de puro distraída, durante un recreo obstaculizó el paso apresurado de una alumna que se dirigía a la Dirección. Las dos se rieron de sus respectivas torpezas. A partir de ese “choque”, a la hora de la salida, como ambas caminaban unas cuadras para el mismo lado, lo hicieron juntas. Delfina Domínguez Varela, así se llamaba esa compañera, cursaba tercer año y había nacido en San Pablo, localidad perteneciente al partido de Chacabuco, al noroeste de San Luis. Esa amistad iniciada en el Normal de Villa Mercedes, también perduró a lo largo de la vida de la Doctora Carolina Tobar García. Ya lo iremos viendo más adelante. Al comenzar el segundo año, Carolina tuvo noticias de su amiga Berta Elena Vidal. Le comunicaba que había comenzado a estudiar en el Normal de San Luis. Berta Elena solía enviarle poesías de su creación, por lo general de contenido patriótico y Carolina le respondía enviándole narraciones de su invención. No escribía palabras de cuyo significado no estuviera segura. Continuamente consultaba el diccionario. Sentía como una obsesión en utilizar los términos correctos. A mediados de ese año, 1914, el mundo se estremeció con la noticia del asesinato en Sarajevo, de la futura pareja real del Imperio Austro – Húngaro. Ello fue la chispa que encendió la Primera Guerra Mundial. Carolina y Delfina pasaban los recreos en la biblioteca del Normal, mirando mapas para ubicar el lugar de origen de esa contienda y el de los países intervinientes. La zona del conflicto sería surcada por zepelines y aviones con su carga mortífera. Ese despliegue de maquinas que se produciría actuó como un estímulo más entre los aviadores de nuestro país que ya en varias oportunidades habían dado muestra de su capacidad y valentía en el afán de acortar distancias. Aún estaba latente el dolor producido por la muerte, unos meses atrás, de uno de nuestros pioneros, Jorge Newbery, al caer su avión en el intento de cruzar la Cordillera de los Andes, cuando toda Villa Mercedes vibró de entusiasmo al enterarse del proyecto de una nueva hazaña. El 18 de julio, el teniente Pedro Zanni intentaría unir en vuelo directo, Buenos Aires con ¡Villa Mercedes! Días antes comenzó a llegar gente de las localidades cercanas. Berta Elena le escribía a Carolina anunciándole que ella también iría con sus familiares. Ese día, Carolina, Berta y Delfina, mezcladas entre la gente que se había autoconvocado en la plaza agitaron sus pañuelos blancos y celestes, saludando alborozadas al héroe que con su avión sobrevolaba el lugar. Zanni había cubierto los setecientos kilómetros que separan a Buenos Aires de Villa Mercedes en el tiempo récord de cuatro horas cuarenta minutos. Berta Elena regresó con su familia a San Luis, luego de haber pasado junto a Carolina y Delfina, unos de los muchos días inolvidables que también habrían de compartir en un futuro no muy lejano. El tío de Carolina tenía una chacra algo apartada de la casa. En algunas ocasiones, por razones de trabajo se quedaba en ella a pasar la noche. La madrugada del 11 de octubre don Tomás escuchó ruidos extraños. Empuñando el revolver salió para ver quien andaba por el lugar. Los intrusos dispararon primero. Don Tomás cayó muerto. Los ladrones huyeron. Fue la primera vez que Carolina vivió de cerca la muerte de un ser querido. Su tía Celina no hallaba consuelo. Próxima a cumplir quince años, Carolina se convirtió en un apoyo para su tía. A fines de ese año, su tía Celina comenzó a sentirse mal de salud. Los hijos decidieron llevarla a vivir con ellos a Buenos Aires. Celina, antes de partir, habló con el matrimonio amigo con el cual Carolina había viajado y ellos aceptaron hospedarla durante los dos años que le faltaban para recibirse. Por otra parte, Delfina Varela Domínguez obtuvo su título de maestra. Carolina, momentáneamente, perdió la compañía de su amiga. Se prometieron mantener correspondencia. Y lo hicieron. Terminadas las vacaciones en Quines, Carolina reinició sus estudios. En la estación de Villa Mercedes la estaba esperando el matrimonio amigo. En la casa le habían preparado la habitación que había pertenecido a los dos hijos varones quines se hallaban cursando estudios universitarios en Córdoba. Carolina no tardó en adaptarse al nuevo hogar. La señora era profesora de piano y daba clases particulares. Las horas libres de tareas las ocupaba interpretando piezas clásicas teniendo como única oyente a Carolina. El marido era administrador de estancias. Estaba poco en la casa. También ahí Carolina dispuso de libros, aunque no tantos como en la casa de sus tíos. La lectura era su refugio preferido. Sólo la interrumpía para contestar las cartas de su madre y de sus dos amigas: Berta y Delfina. Casi finalizando el año escolar, Carolina recibió una carta proveniente de Buenos Aires en la cual su primo Víctor le comunicaba que el 29 de septiembre de ese año, 1915, había fallecido la madre: Celina Laredo de García, “...víctima de una terrible enfermedad”. Por aquellos tiempos y hasta no hace mucho la gente sentía terror o vergüenza de pronunciar la palabra “cáncer” y, en voz baja, recurría al eufemismo: “terrible enfermedad”. En octubre del año siguiente, 1916, el doctor Victorino de la Plaza, quien como vicepresidente había completado el periodo presidencial, inconcluso por la muerte del titular doctor Roque Sáenz Peña, hizo entrega del mando al nuevo presidente don Hipólito Irigoyen. El Partido Radical llegaba al poder por primera vez. Un mes después, el 10 de noviembre, Carolina cumplió dieciocho años de edad. El regalo más importante que recibió fue una carta de su madre anunciándole su viaje a Villa Mercedes para fin de ese mes. Así fue como doña Raimunda estuvo presente el día en que su hija recibió el título de Maestra Normal. CLASIFICACIONES Y CALIFICACIONES En el folio número catorce del “Libro de Egresadas”, debajo de “Año 1916” escrito a mano, en el decimonoveno lugar dice: Tobar Carolina. La planilla correspondiente al primer año no tiene membrete. Está encabezada: “Clasificaciones y calificaciones”. Debajo y manuscrito dice: “1er. año. Tobar Carolina 1913”. Repartidos entre las doce materias y los nueve meses del año escolar, pueden contarse ¡Nueve ceros! Abundancia de tres y de dos y, como perdidos entre las numerosas notas hay “unos” y “cincos”. El promedio más alto para su promoción a segundo año lo obtuvo en “Canto” con un cuatro. El resto de los promedios se reparten entre tres y dos. Las planillas de los años siguientes tienen impreso: “Escuela Normal de........ y manuscrito “Villa Mercedes. San Luis”. Por el gran tamaño resulta difícil reproducirlas. En el mes de marzo de su segundo año debuta con un cero en Álgebra, materia que, juntamente con “Práctica” obtiene el promedio final más bajo: cinco. Según dice en esta planilla, la equivalencia de cinco es regular. La mayor parte del resto de las materias tiene entre seis y siete que equivalen a “Bueno”. En Geografía, Historia Natural y Música tuvo ocho. La equivalencia es ¡Distinguido! Puede pensarse entonces que el estado anímico del primer año halló su equilibrio. En tercer año, su promedio final más bajo lo obtuvo en Labores con un seis. Los dos más altos corresponden a Física y Pedagogía, materias en las cuales sacó nueve puntos. Le sigue el ocho en seis materias: Aritmética, Geometría y Álgebra que están agrupadas en una; luego Historia; Geografía; Música; Ejercicios Físicos y Labores. En cuarto año, en los exámenes orales que rindió en noviembre sobre Química; Instrucción Cívica y Música, obtiene diez puntos. En los promedios finales la nota más alta la saca en Música con nueve. Obtiene ocho en Historia, Instrucción Cívica y Educación Doméstica. Los numerosos sietes que se observan en este año corresponden a: Geografía, L. Nacional, Historia Natural, Psicología, Física y Química, Francés y Práctica. La nota más baja es seis en Geometría y Dibujo. Donde no se observan altibajos durante los cuatro años es en las dieciséis reuniones que realizaron los profesores a razón de cuatro por año. En todas ellas, el concepto que ha merecido es bueno, bueno y siempre bueno. DON CONRADO GARCÍA TORRES Carolina había llevado a Quines una considerable cantidad de libros comprados en Villa Mercedes con dinero que su madre le daba durante las vacaciones para que con él pudiera satisfacer sus gustos o deseos personales. Para esta tiempo hacía ya varios años que doña Raimunda había integrado a los bienes matrimoniales la parte que, al igual que a sus hermanos, le había correspondido por la venta de la estancia “Cañada del Pasto”, heredada de sus padres. Todos ellos se habían casado y afincado en distintos lugares de San Luis. Pese a las dificultades propias de la época para mantener una asidua correspondencia, no habían perdido contacto entre sí. Sabían entonces que el mayor, Conrado, había tenido una destacada actuación pública. Luego de comenzar como maestro en las escuelas rurales había llegado a ser Director de Escuela, Comisionado Municipal y Juez de Paz en San Martín. Posteriormente, en una zona intermedia entre San Martín y Guanaco Pampa, había comprado una estancia que llamó “La Reforma” y había ido a vivir en ella con su mujer, Basilia Garro y una hija. En la misma había destinado un pequeño oratorio para el Niño Jesús de Praga del cual era devoto. A la vez, movido por su espíritu docente, había hecho las gestiones para crear una escuela en un lugar llamado Piedra Rosada, que distaba un kilómetro de su casa. A la misma, el Consejo Nacional de Educación, le había adjudicado el número 114. oficialmente comenzó a funcionar en 1911. Posteriormente inició gestiones ante el Gobierno Provincial para crear un pueblo donde él vivía y obtenida la autorización correspondiente en San Martín, había fundado Villa de Praga en 1916. Ese mismo año, de su peculio personal, había terminado la construcción de la Capilla y obtenido el permiso de las autoridades eclesiásticas llevó a ella la imagen del Niño Jesús de Praga que tenía en el pequeño oratorio de su casa. También había logrado el traslado de la primitiva escuela, clausurada por una epidemia de difteria, a un nuevo edificio, frente a la plaza de Villa de Praga. Estas preocupaciones y ocupaciones cristianas e intelectuales del tío de Carolina, que para ese tiempo tenía ya cerca de sesenta años, no le impedían participar en los festejos vecinales que se realizaban en la plaza de Villa de Praga. Concurría a los mismos con el acordeón heredado de sus antepasados. Al son de las interpretaciones que ejecutaba de oído, porque música no sabía, y frente al atavismo que don Conrado ponía de manifiesto en esas ocasiones, además del respeto había ganado la simpatía y cariño de los habitantes del lugar quienes, refriéndose a él, lo llamaban “el señor de Praga”. Fue para este tiempo que, enterado don Conrado de que su sobrina Carolina se había recibido de Maestra Normal, le escribió felicitándola y anunciándole que en cuanto se produjera alguna vacante en escuelas de San Martín la propondría para ocupar el puesto. Los datos históricos expuestos fueron suministrados gentilmente por la actual Directora de la Escuela de Villa de Praga, 1994, señora Gloria Becerra de Suárez. Las fechas de la fundación del pueblo, de la iglesia y de la escuela fueron tomadas de las placas recordatorias colocadas en homenaje a don Conrado, en la plaza y en los frentes de los respectivos edificios. Villa de Praga se halla situada a unos veinte kilómetros de San Martín, hacia el sur. Actualmente es un pueblo apacible cuyos pobladores son muy comunicativos. A la entrada del pueblo, un enorme letrero da la bienvenida al lugar. Las casas son de una sola planta y se halla aún frente a la plaza la que fuera propiedad de don Conrado García Torres. Las pavimentadas calles del centro lucen una esmerada prolijidad, al igual que la florida plaza. TIEMPO DE ESPERA En tanto esperaba las noticias de su tío Conrado, Carolina retomó sus largos y meditativos paseos por las calles de Quines. Le preocupaba la insistente opinión de su padre que nuevamente se oponía a su alejamiento con los mismos argumentos que había esgrimido en anteriores oportunidades “Vivir sola y lejos no era conveniente para una jovencita”. Los vecinos de Quines, al verla pasar, la saludaban con muestras de respeto y curiosidad. Tenía dieciocho años, era delgada y de estatura mediana. Peinaba su melena negra con una recta división al costado izquierdo de su cabeza. El tono blanco mate de su piel acusaba la ascendencia moruna por línea paterna. Problemas visuales habían determinado la consulta a un oculista de Villa Mercedes. El resultado fue el uso permanente delante de sus grandes ojos negros de dos cristales unidos entre sí por un sostén que, apoyado sobre la nariz, presionaba para que no se cayeran. Los anteojos, sumados a su preocupación por el demorado llamado de su tío Conrado, le conferían a Carolina un aire de gravedad propio de los doctores de aquellos tiempos. A tal punto era así que, los vecinos al verla cuchicheaban entre ellos, sin imaginar que, en el resumido comentario: “Parece una doctora”, estaban presagiando su futuro. También fue durante esa espera que recibió noticias de sus amigas. Berta Elena Vidal le comunicaba que había comenzado su último año para obtener el título de Maestra Normal. Y Delfina Domínguez Varela le escribió desde ¡Buenos Aires! Contándole que se había inscripto en la Escuela Normal de Profesores Nº 1, “Presidente Roque Sáenz Peña”, para recibirse de Profesora en Letras y que, a la vez, ejercía como maestra en la escuela Nº 23 del Consejo Escolar Nº 2. Le decía que estaba maravillada con las novedades que a cada paso descubría en la ciudad. Le instaba a que le contestara pronto avisándole de su llegada. Carolina sacó cuentas. Delfina había nacido el 29 de enero de 1895 y ese año, había cumplido veintidós. Ella cumpliría los diecinueve en noviembre. Le faltaban tres años y medio para alcanzar la mayoría de edad y estar en condiciones de tomar decisiones por cuenta propia. Mientras tanto, su futuro dependía de la esperada noticia que en cualquier momento recibiría de su tío Conrado. Ésa fue su respuesta. Escribió el sobre tal como Delfina le indicaba en su carta: Calle Zamudio Nº 727. Flores, y debajo Buenos Aires – Capital Federal. (Actualmente, 1994, a esa altura la calle se llama: Alfredo R. Bufano.) Ese mes de junio, como todos los años anteriores, doña Raimunda comenzó con los preparativos para concurrir a la novena de San Antonio que se realizaba en Talita. Ella y su marido decidieron que Teodosito e Ildorfo, de veinte y diecinueve años, respectivamente, quedaran a cargo de Puesto Tobar. Ricardo y Héctor Manuel, próximos a completar los estudios primarios no debían faltar a la escuela. Esta vez, emprendieron el viaje con Carolina, con Gilberto de los Ángeles que tenía unos ocho años y con los dos pequeños hijos de Teodosito, de tres y dos años, respectivamente. Doña Raimunda, con su fe en San Antonio viajaba confiada en que tantos serían sus ruegos que al término de la novena del santo le concedería un nuevo milagro: el tan ansiado puesto de maestra para su hija. Carolina admiraba la devoción de sus padres que los llevaba a hacer todos los años ese sacrificado viaje a Talita, cruzando la sierra, sus desérticos lugares y desafiando la inclemencia del invierno. En tanto esperaba las noticias de su tío Conrado, Carolina leía y releía los libros que componían su pequeña biblioteca. Temía olvidar lo aprendido. Consideraba que la memoria, al igual que el cuerpo necesitaba de un ejercicio constante para mantenerla lúcida. Así solía decirle a su madre cuando ésta la sorprendía en su cuarto abstraída en la observación de algún mapa. O escribiendo en una larga lista la correspondencia existente entre los dioses griegos y romanos. O bien repasando Historia, tratando de contabilizar las tantas guerras desarrolladas a partir del comienzo de la Era Cristiana. Esta última inquietud había sido motivada por la duración de esa guerra que iniciada en 1914 ya había cumplido tres años y aún no se vislumbraba su final. En esto estaba cuando llegó la ansiada carta de su tío Conrado. Escuetamente le comunicaba que la esperaba en Villa de Praga, para que ocupara el puesto de una maestra que esperaba sucesora para renunciar. El mayor espacio de esa misiva lo ocupó en enviar bendiciones para todos los de su familia. La vocación religiosa, frustrada por la muerte de su padre, asomaba en su vocabulario por lo general pródigo en bendiciones y “santificaciones” como si realmente él fuera un representante de la Santa Iglesia Católica. En tanto doña Raimunda reiteraba su agradecimiento al milagroso San Antonio, Carolina comenzó a empaquetar sus libros. La llegada de don Teodosio interrumpió esas enfervorizadas actividades desplegadas por madre e hija. Doña Raimunda, titubeando por la emoción, le leyó la escueta misiva. Su marido no pudo tampoco esta vez alegar que su hija estaría lejos y sola. Entonces consintió. Carolina hizo el trayecto de Quines a San Martín, cruzando la sierra, en una carreta junto con otras personas del lugar. Pasaron la noche en un posada y a la mañana siguiente con nuevos acompañantes continuó el viaje hacia Villa de Praga. Mientras cenaban, don Conrado sorprendió a Carolina dándole una explicación que, por apurado o distraído, había omitido en su carta. No ejercería el magisterio en Villa de Praga y por lo mismo, tampoco viviría con ellos. La escuela estaba en Potrerillo, una localidad distante unos quince kilómetros al sudeste de la Villa. Luego de descansar un par de días, él la llevaría en su sulky para presentarla a un matrimonio amigo en cuya casa viviría durante la temporada escolar. Pasada la sorpresa de esa novedad, Carolina rompió a reír. Imaginó los golpes que daría su padre en la bota con el cabo del rebenque cuando se enterara de que no sería maestra en Villa de Praga y que por lo mismo no viviría con su tío. Al explicar la confusión a sus tíos, los tres rieron juntos un largo rato. MAESTRA RURAL Don Conrado y su sobrina partieron hacia Potrerillos. El trote de los dos caballos y las ruedas del sulky girando sobre la huella reseca del camino, levantaban nubes de polvo que perezosamente volvían a caer en el mismo lugar. No había otra cosa de mayor atracción. Muy de tanto en tanto, una tapera asomaba como nariz sobre la cara del suelo. Formando un marco irregular a esas cuatro paredes de adobe rondaban una mula, un caballo y, en el mejor de los casos, también una vaca paseando su carga de hambre sobre los agudos huesos. Ese marco se completaba con algunas gallinas que, pareciendo no tener dueños ni límites para sus andanzas, picoteaban la tierra en la cual sólo hallaban más tierra. La variedad de tachos esparcidos cerca de los ranchos, con sus bocas abiertas mirando al cielo, parecían clamar por el agua de una lluvia que, si llegaba, ligeramente las humedecería. Sólo el rechinar de las ruedas del sulky y el trote corto de los caballos, cortaban el silencio de la tarde. Al escucharlo, algunas cabezas se asomaban a la puerta de esas precarias viviendas. Ancianos, adultos y niños miraban el paso del sulky sin el menor asomo de un sentimiento. ¿Para qué? Si nadie llegaba para cambiar nada. Si todo seguiría igual que siempre. Eso pensaban ellos. No así Carolina quien cual moderno Quijote allá iba plena de optimismo esgrimiendo, en lugar de una lanza, sus conocimientos para luchar contra esa modorra cuya realidad concreta no eran aspas de molinos sino analfabetos. Abrigaba en sí, un ansia incontenible por conocer lo que sería el ámbito de su actuación. Entran al pueblo. A unos cientos de metros don Conrado detiene el sulky donde en la puerta de una casa un hombre y una mujer, de más o menos la edad de don Conrado, los están esperando. La señora enseguida tiende las manos a Carolina dándole la bienvenida en tanto los dos hombres estrechan sus años en un fuerte abrazo. Juana y Manuel, el matrimonio con el cual vivirá Carolina, conocían el motivo de esa visita. Ya en la cocina, doña Juana retira con la bombilla, los lavados palitos que flotan en la abertura del porongo y agrega un poco de yerba nueva. La mateada comienza su ronda. Los dos hombres con pocas palabras convinieron el valor del hospedaje que se le brindaría a Carolina. Cuando en el mate comenzaron a asomar los palitos don Conrado se despidió. Doña Juana condujo a Carolina a la habitación que le había destinado. Era amplia, de paredes blancas y con una ventana que daba a la huerta. Por ella pudo ver, amarrados a un ciruelo, un caballo y una mula que parecían conversar amigablemente. El viejo sulky tiene inclinadas sus varas, como besando el suelo. El moblaje de la habitación es sencillo, pero confortable: una cama angosta, prolijamente tendida; una mesita de noche y sobre ella un candelero de hierro pintado de blanco sostiene una vela cuyo pabilo espera su estreno; la puerta central de un ropero sirve de marco a un espejo; una mesa contra una pared debajo de tres anaqueles vacíos y dos sillas con asiento de paja. Al comenzar la tarde del día siguiente llegó la maestra renunciante, para entregarle a Carolina la vieja llave de hierro que aseguraba las dos puertas de la escuela. Le indica la conveniencia de hacer el recorrido de los cinco kilómetros que la separaban de la escuela, montada en una mula. Doña Juana enseguida le ofreció la suya con la montura para mujer que le permitiría a Carolina trasladarse sentada de costado, pues tiene dos salientes: una en la cual sostendrá su pierna derecha en tanto el pie izquierdo se apoyará en el estribo y la otra, sobre el lado derecho, para tomarse de ella con la mano. De esta forma, la larga y amplia pollera de Carolina no será un estorbo. De la novela autobiográfica del abogado y escritor puntano y ex – diputado provincial por Córdoba doctor José García Flores, titulada “La Piedra de Divisar”, editada en Buenos Aires en 1969, tomaré las líneas de la página 51 en la cual relata cómo era en aquellos años la escuela de Potrerillo, donde él aprendió a leer, a escribir y a sacar cuentas. Había llegado a ella a los siete años de edad, acompañado de su padre, en marzo de 1917. En septiembre de ese mismo año, tuvo por Maestra a la Doctora Carolina Tobar García. “Cuando el último “bordo”, (eminencia sin vegetación), le hizo ver el edificio escolar constituido por una modesta casa blanqueada a la cal, con un palo torcido que saliendo de la cumbrera hacía de asta de la bandera que ya flameaba en él, se le encogió el corazón: sintió deseos de llorar y de volverse a su casa y de buscar el refugio del seno materno.” “(...)” “Ya solo con su maestra, ésta lo proveyó de una pizarra de piedra y lápiz del mismo material cuyo olor característico es muy difícil olvidar; el libro de lectura “El Nene” de Andrés Ferreira y las consiguientes recomendaciones: agregar dos almohadillas a la pizarra de las cuales una debía llevarse mojada todos los días y una “guadamaco” (bolsa de tela con una correa para colgar a media espalda, en la que se ponen los útiles). Completaban al alumnado de esta modesta escuela de campaña, varias niñas y varones, de distintas edades, que recibieron al nuevo condiscípulo con cariño.” “(...)” “Su primera educadora, mujer afable, suave, cariñosa, le inspiró confianza...” “Las dos horas que la burra Juliana demoraba en cubrir las treinta cuadras que separaban su casa de “El Portillo”, resultaban cortas para pensar e imaginar cosas...” “Aquel cuadro del primer día de clase le era inolvidable: el aula alargada, piso de tierra; un pizarrón rectangular sostenido por un armazón de madera; bancos con pupitres para dos alumnos; una regadera, adminículo que él no conocía; contador a bolitas; un metro de madera y unos pocos mapas”. Es la mañana del 18 de septiembre de 1917. Carolina desciende de la mula y sacude el polvo que su vestido claro recogió en el trayecto. Luego de una ligera mirada al interior de la escuela, donde en la única aula ejercerá la doble función de maestra y directora, vuelve a salir. Desde distintos lugares y entre medio de enormes rocas comienzan a asomar pequeñas figuras, unas caminando y otras montadas en viejas mulas. A medida que se acercan, dejan de parecerle bultos movedizos para ver en éstos, niñas y niños de distintas edades que se asemejan en las serias caritas y cuerpos flacos. Al ver a Carolina, la timidez y el asombro se refleja en sus rostros. Ella los estimula a que entren diciéndoles que es la nueva maestra. Apoya sus manos en las nucas de los dos más pequeños y encabeza la entrada al aula. Así fue su primer contacto con niños que sólo conocían una enorme extensión de tierra que perdiéndose en el horizonte, estaba más poblada por rocas que por personas. Les dijo su nombre y les preguntó el de ellos. También las edades y si ese era su primer año de escuela. Enseguida les asignó como primer trabajo que escribieran en sus pizarras las letras y números que conocieran. Quien supiera hacerlo podía escribir los nombres de las cosas que los rodeaban. Terminados esos trabajos les dio quince minutos de recreo. Vencido el tiempo los hizo ingresar al aula nuevamente. Les pidió que dibujaran cuadrados, rectángulos, circunferencias y triángulos. A los indecisos, por desconocimiento, les indicó que dibujaran lo que quisieran. Terminada la tarea les dijo que salieran del aula y se colocaran en fila de menor a mayor de acuerdo con sus alturas. Tomó la regadera y les indicó que desfilaran frente a ella, y se refregaran las manos con el agua que les iría volcando y que luego las sacudieran hasta sentirlas secas. Nuevamente en el aula, los niños extendieron sobre los pupitres el lienzo que envolvía el pan o las tortitas con dulce que sus respectivas madres solían prepararles todos los días. En tanto comían les fue sirviendo en los vasitos de aluminio de cada uno, el mate cocido caliente contenido en un jarro y que acababa de prepararles. Pegada al aula había una habitación que oficiaba de cocina. Ya todos atendidos les explicó la importancia de la higiene para mantener una buena salud. Los niños perdieron la timidez mostrada cuando la vieron en la puerta de la escuela. Carolina, por su parte, en ese primer día supo lo que cada alumno podría rendir. Al término de la clase, anotó en su cuaderno: “Hoy me hice cargo de la escuela. Los niños parecen buenos, pero aún no sé si el vecindario también lo es.” No se trataba de un cuaderno histórico de la escuela, pero sobre él hablaremos más adelante. Aquí, consideramos más oportuno hacer conocer la opinión de quien fuera un alumno de aquella Maestra Rural. El doctor José I. García flores, en la página cincuenta y cinco de su libro “La Piedra de Divisar”, mencionado anteriormente, preservando su verdadero nombre con el seudónimo de Eduardo Antonio, dice: “LA NUEVA MAESTRA” “Carola era el nombre de la nueva maestra que, inesperadamente, un buen día reemplazó a la “señora Sofía”. Niña joven, temperamental, alocada en sus modales, sumamente inteligente, cambió enseguida la estructura de la enseñanza.” “(...)” “Ese día, Eduardo Antonio llegó unos minutos tarde; es decir, ese día las clases comenzaron a la hora reglamentaria. Cuando irrumpió en el aula, lleno de vergüenza por su llegada tarde, se encontró con que dictaba clase una nueva maestra, de pie frente a sus alumnos. De tez blanca, pelo castaño semiondulado, muy linda, de lentes de esos que se sostienen en la nariz y asegura su permanencia con una cadenita en la oreja, desconocido por cierto en ese lugar. “Como te llamas tú”, fue el saludo con que la nueva educadora contestó a los “buenos días” del educando que llegaba. El “tú” le chocó a Eduardo Antonio acostumbrado a que su antecesora los llamara siempre de Ud. y de “mi hijo”. Por otra parte se trataba de una expresión desusada en la zona, aún entre los familiares” “(...)” “...dio sus dos nombres y apellidos, paterno y materno. La maestra lo miró con cierta insistencia, pero no pregunta nada más; sólo le ordenó un seco “siéntate”. Recién a los varios días le preguntó si era hijo de tales padres, pues la casualidad había hecho que esta niña hubiera sido novia de un primo hermano de Eduardo Antonio. “Carola fue buena maestra y tuvo la gran virtud de saber estimular a sus alumnos para que “dejaran esas piedras” y buscaran otros horizontes, expresiones que dejaban embelesado a Eduardo Antonio. Por eso, al irse, también de un día para otro y sin despedirse de sus alumnos, la sintió mucho, recordándola siempre por el acicate que significó en su vida y en su andar posterior.” Cuando el doctor García Flores escribió su libro en 1969 ya habían transcurrido cincuenta y dos años desde que tuviera como Maestra a la Doctora Carolina Tobar García y siete desde su fallecimiento en 1962. Por tratarse de un puntano con una destacada trayectoria política, muchas veces ella habrá recordado que ese diputado provincial había sido alumno suyo en la escuela de Potrerillo. De lo que quizá no llegó a enterarse es de cómo habían quedado grabadas en él sus enseñanzas. Por otra parte, hemos podido leer que desde sus comienzos como docente la Doctora sintió al alumno como un ser en formación, al que había que educar y estimular y no como el simple ocupante de un banco escolar. Por eso es que dice que “...cambió la estructura de la enseñanza...” En lo que a lo personal se refiere, encontramos en ese relato la primera referencia a un novio de la Doctora. Reconoce un parentesco, pero prudentemente no da el nombre. Anteriormente hemos hablado de un cuaderno en el cual la Doctora había escrito la impresión de su primer día como Maestra. Dice en él: “...los niños parecen buenos, pero aún no sé si el vecindario también lo es.” En otra página del mismo hizo alusión a ese novio, escribiendo: “Hoy es un día espantoso. El viento sopla muy fuerte. Todo lo que veo es tierra y hojas sueltas. Estoy cansada de estar aquí. Solamente me alegro cuando a este lugar tan feo viene mi novio a visitarme. ¡Lo estoy esperando!” Las referencias a ese cuaderno fueron suministradas por la docente jubilada señora Isabel Berardi de Loaiza quien al ser entrevistada para esta biografía, manifestó que al visitar la escuela de Potrerillo en su carácter de Supervisora, “...le había llamado la atención ese cuadernito que estaba firmado por Carolina Tobar García, quien para ese entonces ya había alcanzado enorme importancia como Doctora, en el orden nacional e internacional. Ella más bien había confeccionado un diario, pero no lo hacía todos los días. Posteriormente ese cuadernito que era muy simple, pero similar por su contenido al libro que hoy se lleva en las escuelas para registrar las novedades diarias, se extravió.” Por lo expuesto es de suponer que ese novio residía en Potrerillo o en sus inmediaciones, puesto que es de ese único lugar de donde surgen las dos referencias coincidentes sobre la existencia del mismo. Pese a que nada más podemos agregar sobre el tema, consideramos conveniente exponerlo para aclarar y corroborar lo manifestado en el libro “La Piedra de Divisar” del doctor García Flores. Por otra parte, la descripción del lugar donde funcionó esa escuela se corresponde con lo que aún hoy puede apreciarse. Actualmente funciona a la entrada de Potrerillo en un moderno edificio. Es la escuela provincial Nº 178 y lleva el nombre del maestro que sucedió a la Doctora: “José Inés Pedernera”. Casi finalizando el año escolar, Carolina recibió en Potrerillo, un sobre que contenía una carta y una fotografía de su amiga Berta Elena Vidal. En ella Berta está en el patio del Normal de San Luis Rodeada de las compañeras de su curso. Al dorso le había escrito: “A mi querida Carolina, tu amiga Berta Elena Vidal”. Al costado entre comillas, “Día del Estudiante” y debajo la fecha: “21 de septiembre de 1917”. En la carta le contaba que ese año se recibiría de Maestra Normal y que al siguiente iría a Buenos Aires para proseguir los estudios como ya lo estaba haciendo la amiga de ambas, Delfina Varela Domínguez. Volvió su mirada a la fotografía. Relacionó la cabeza de Berta con la forma de una pera invertida en la cual estaban perfectamente ubicados los grandes ojos negros, la nariz mediana y la boca pequeña. Para cubrir su ancha frente se había echado sobre ella un mechón de cabellos que parecía un cuernito. Al desdibujarse la sonrisa que esa comparación le había provocado, guardó foto y carta dentro del sobre. Llevándolo en su mano izquierda tomó con la otra las bridas de la mula y acompasó su paso al del animal. O tal vez la mula lo acompasó al de ella. Lo cierto es que ninguna de las dos tenía apuro por llegar a la casa. Cada una, a su manera, mostraba su preocupación. La mula, con la cabeza apuntando al suelo husmeaba entre las piedras buscando el inexistente yuyo verde que entretuviera su hambre aunque sólo fuera por un rato. Carolina con la mirada perdiéndose en el lejano horizonte, pensaba en la carta de su amiga. Berta Elena, a mediados del año próximo recién cumpliría dieciocho años y ya estaba proyectando viajar a Buenos Aires para inscribirse en la Facultad de Filosofía y Letras. Ella, que acababa de cumplir diecinueve, si estaba ejerciendo como maestra rural, sola en ese paraje, se debía a la imprecisa información que le enviara su tío Conrado. Ni soñar entonces con pedirle a su padre que la dejara ir sola a Buenos Aires. Concluyó diciendo que debía esperar. Recordó a sus pequeños alumnos. Todos los días llegaban trayendo en sus puños piedritas elegidas en el camino. Ella se las pedía. Y con las piedritas les había enseñado a sumar y a restar sin aburrirlos con la repetición cantada de las tablas. Prefería plantearles acertijos que los niños resolvían cambiándolas de lugar. El próximo año lo terminarían sabiendo multiplicar y dividir. Eso y que aprendieran a leer contentos era el mejor estímulo para que los padres enviaran también a sus otros hijos. Se sintió conforme con el resultado de esos dos meses y medio, pero... su mayor ambición estaba en Buenos Aires. Carolina en la puerta de la escuela, al comenzar el nuevo año escolar, sonrió satisfecha al ver acercarse a sus alumnos con puntualidad sarmientina. Faltaban dos, pero llegaron cuatro nuevos acompañados de sus respectivas madres. Comenzó la clase preguntándoles qué habían hecho durante las vacaciones. No le contaron grandes novedades. Una tarde de ese invierno, Carolina retiró de la estafeta una carta de Berta Elena Vidal. Su sorpresa fue mayúscula cuando leyó el remitente. Llegaba de ¡Buenos Aires! Vivía en la calle Nazca 380, de la Capital Federal. En la carta le contaba que en mayo de ese año había comenzado a desempeñarse como maestra en la escuela Nº 6, que quedaba en la calle Gualeguaychú al 3300, casi esquina Navarro, lugar bastante alejado de su domicilio. Le explicaba que se trataba de una escuela que funcionaba al aire libre y a la cual sólo concurrían niños débiles. De esa especialidad había seis en Buenos Aires. Carolina en ese paseo a la estafeta había suplantado a la mula por el caballo. El intenso frío de esos días la hacía sentir como una estatua de hielo que se abrigaba inútilmente. Pese a lo incómodo que le resultaba cabalgar montada de costado ya se había acostumbrado. Lanzó entonces el caballo al galope sintiendo que el viento en contra parecía estar más en contra que otras veces. ¡Cuántas cosas había en ese Buenos Aires, tan lejano aún de su realidad! Llegó la primavera borrando los últimos vestigios de gripes y resfríos. El aula recobró la asistencia perfecta y Carolina su optimismo. Poco antes de terminar las clases de ese año, el mundo vibró de emoción: había finalizado la Primera Guerra Mundial. Carolina regresa de sus vacaciones en Quines. Sus deseos de ir a Buenos Aires se consolidan cada día más por las noticias que recibe de su amiga Berta Elena Vidal. Atiende y enseña a los niños con el entusiasmo de siempre aunque sabe que su amiga luego de aprobar el examen de ingreso a la Facultad de Filosofía y Letras se había inscripto como alumna regular en el Profesorado en Letras. Sabe también que a la vez, continúa en su cargo de maestra en la escuela de niños débiles. Como una novedad grata para ambas le había comunicado que Amado Nervo, el poeta preferido de las dos, en el mes de febrero había sido designado por Mexico, embajador en nuestro país y en el Uruguay. Cada carta que recibía era como un acicate a su deseo de ir a Buenos Aires. En una de esas tantas tardes que pasea su soledad entre las enormes piedras de Potrerillo aflora su inspiración. Sentada sobre una de ellas escribe... escribe... y escribe. Al dar por concluido el tema, con todo el impulso de una determinación asumida con la fuerza que da el espíritu, escribió el título: ¡LEVÁNTATE, MUJER! Recibe otra carta de Berta Elena. En ella le comenta apenada que el 24 de mayo había muerto Amado Nervo en Montevideo y le adjunta la poesía que dedicó a su memoria. La mandará para su publicación en la revista “Guido y Spano”, creada recientemente en San Luis por unos destacados jóvenes intelectuales en homenaje a este poeta muerto el año anterior. Finaliza pidiéndole que ella también colabore con la inquietud de esos jóvenes, enviándoles algunas de sus poesías. Carolina, en lugar de una poesía, envió su página: ¡Levántate, Mujer! Días antes de finalizar las clases, recibió un ejemplar de la revista “Guido y Spano”, correspondiente al bimestre octubre – noviembre de ese año, 1919. Con gran sorpresa y alegría descubrió que en las páginas diecinueve y veinte habían publicado los dos trabajos: su página “¡Levántate, Mujer!” y la poesía de Berta Elena Vidal, “EVOCACIÓN” (al poeta mexicano: Amado Nervo) Veamos qué dicen esos dos trabajos: ¡LEVÁNTATE, MUJER! “Era una de esas horas lentas y desgarradoras que pasan a veces sobre las almas poniendo rudas agonías, como si cada minuto fuera un clavo amartillado en el mismo corazón. En el horizonte lejano despedíase la tarde con un gesto de amargura, corriendo eternamente en pos de su quimera. “La noche llegaba lentamente conteniendo su inquietud de no se qué trágico drama de sus entrañas, y la luna despuntando las sierras del oriente llenaba de alma el jardín. Un viejo violinista derramaba en el éter la música de un nocturno, que parecía de Chopin, con letra impecable de José Asunción Silva. “Agitáronse las hojas que el otoño desparramaba por el suelo, y a su ruido dejé “La cittá morta” y miré... caminaba... caminaba hacia mí, con una luz. “Tuve miedo de que fuera Diógenes buscando almas, porque no sabía lo que había de la mía. “La senda se encantaba, y él seguía siempre... llegó... Puso la luz sobre mi corazón, y abrió un gran libro, escrito con letras de oro y fuego. “-¿Qué haces peregrina?... ¿Por qué te detienes ante el triunfo de la muerte?... La juventud canta y ríe como el ave trina y vuela... ¡La juventud es orgía y acción, aurora, sangre joven y bullente, sol que nace!... y tú eres joven; eres una peregrina de la senda infinita del amor; ama y goza, peregrina! “¡Vuela mariposa azul, hacia la luz, el fuego, el sol, y quémate las alas de ensueño!... La vida es esto: un minuto de alegría, y el holocausto definitivo. ¡Vete hacia la vorágine!... que canta, que arrulla, que deleita y que sepulta, y húndete en el placer, en la delicia inefable, es decir, vive la vida ciega y bellamente... “Apresúrate a adorar la fragancia suavísima de los lirios, y corta, en la alborada riente y policroma las rosas, todas las rosas, que cuando esplenda el véspero se habrán marchitado. “Sueña!... Canta!... Goza!... y, vete hacia las castalias plateadas, hacia el Parnaso, hacia el Pentélico; hacia el ara fulgente de Afrodita – que sabe a mirra e incienso – que con ello no caerás en la ciénaga, ¡no!, andarás en alas de las brisas perfumadas... en pos de las estrellas”. “Eso leyó. Y envolviéndome con una mirada infinita de ternura, díjome: “¡Levántate, mujer!... Yo te traigo, la luz; yo te traigo la vida! “Era la luz que el ángel fue a buscar para los hombres. “¡El amor! CAROLINA TOBAR GARCÍA” “EVOCACIÓN” “Al poeta mejicano: AMADO NERVO Con qué cariño miro las níveas margaritas, las pálidas que adornan mi mesa de labor, y pienso en el misterio de las hermosas cuitas del gran poeta enfermo de sueños y de amor!... Como ellas son las niñas, las pálidas doncellas, que suave lo acarician con su mirada azul, y hermosas resplandecen cual floración de estrellas en cada verso suyo que es un jirón de tul! Como ellas son sus noches, tan límpidas y hermosas veladas por la tenue caricia del esplín; como ellas las estatuas, las fuentes y las rosas, las blancas moradoras de su inmortal jardín. Y es una margarita su alma de poeta, hecha toda de ensueños, de besos y de tul, es una Margarita muy pálida, que quieta, besa la luna amiga con su mirada azul. Y así como Él decía en su expresión más bella, de esta la flor hermosa, su ideal transformación de noche convertida su alma en una estrella va errando por los cielos sin fin de la ilusión!... Las miro... pienso entonces en ti, pálido asceta, en ti que las soñaste en un amanecer, “en ti que antes de rico quisiste ser poeta” para cantar la luna, la paz y la mujer... BERTA ELENA VIDAL” ANALIZANDO: “LEVÁNTATE, MUJER” No creo que exista obra literaria en la cual su autor no refleje en alguna forma, la dosis de subjetividad que la inspiró. Después de una superficial lectura de “¡Levántate, Mujer!”, podría suponerse que se trata de un catálogo enunciador de distintas corrientes artísticas, sobre todo literarias, en boga en esos años. O bien un alarde de sapiencia estimulado por el afán de sorprender. Aceptando como ciertas estas suposiciones, surgiría entonces que fue movida por una actitud soberbia. No hay tal cosa. Es digno de tener en cuenta que fue escrita por una jovencita de veinte años con poca o ninguna experiencia del mundo y en un medio que con su letargo amenazaba atraparla. El caudal de conocimientos que ya para ese entonces poseía la Doctora Carolina Tobar García y del cual, evidentemente, no puede dudarse, fue utilizado en esta oportunidad para expresar la evolución de su sentir. Además sale a luz su inteligencia innata y lo valioso de esta página es que en ella dejó plasmada su toma de posición frente a la vida. La escribió en 1919, cuando ya habían transcurrido tres años desde que se recibiera de maestra. Hacia dos que ejercía como tal, lejos de su hogar y sin miras de que su padre le permitiera continuar sus estudios, sola en la lejana Buenos Aires. Es así como comienza expresando, metafóricamente, su profunda amargura del momento: un párrafo brillante lleno de dolor. “Era una de esas horas lentas y desgarradoras que pasan (o pesan) a veces sobre las almas poniendo rudas agonías, como si cada minuto fuera un clavo amartillado en el mismo corazón.” Y que completa más adelante, “... corriendo eternamente detrás de su quimera”. En la oración siguiente, a las “horas lentas” suma “... la noche llegaba lentamente...”. Esta insistencia en la lentitud, inconscientemente, anuncia su modalidad serena a la cual agregará la perseverancia, todo lo cual aleja la idea de pereza. Esa perseverancia que tantas horas le robó a su descanso. Vuelve a la metáfora para oponer a la contenida inquietud de la noche, que sería la oscuridad que envuelve su vida, la luz de la luna que “... despuntando las sierras del oriente, llenaba de alma el jardín”. Asoma ahí la esperanza. La misma luna que asoma en el oriente, Buenos Aires, es la que llena de alma el jardín. Así describió su estado anímico. A continuación se pasea por las corrientes literarias del siglo XIX y comienzos del XX. En la conjunción de dos nocturnos, musical el uno y poético el otro, encuadra como comienzo y fin de sus tribulaciones, dos movimientos literarios: romanticismo y modernismo. Refiriéndose a Chopin habla de un “viejo violinista”. ¿Por qué no de un “joven” o simplemente de “un violinista”? Porque con la palabra “viejo” marca su alejamiento del romanticismo. Es algo que para ella ya pasó. Fue su etapa del Normal. Su adolescencia. Con la mención de José Asunción Silva está señalando la llegada del modernismo. El término “impecable” con que calificó la letra del “Nocturno”, en un primer momento parece inapropiado, pero ateniéndonos al significado de esa palabra, es la que corresponde para expresar la influencia de esa corriente. El modernismo fue recibido como algo “libre de pecado”, libre de críticas y defectos. Entre dos extremos, el viejo Romanticismo y el novedoso Modernismo Carolina enmarca su vida: superando el primero asume su dolorosa realidad signada por aplastante monotonía. Con la crudeza del Realismo – Naturalismo dice: “... a su ruido dejé la “Cittá Morta”. De haber escrito “dejé caer” sonaría a definitivo, a un entregarse. El “dejé”, así, solo, suena a momentáneo y volitivo. Antes que el rechazo o la aceptación se impone la reflexión. Gabriel D`Anunzzio platea en esa obra la tragedia de una familia común, que no por común está exenta de pasiones turbulentas. Un joven poeta, casado con una mujer ciega a quien ama, también ama a otra hermosa muchacha. Ésta a la vez, es amada por su propio hermano. El final del drama no está libre de ironía. El hermano, al enterarse de la existencia del joven poeta, corroído por los celos, pone fin a su incestuoso amor, matando a la hermana. Es mejor solución que matarse él. El triunfo de la muerte detiene el paso de la autora. Confiesa entonces la confusión que esta viviendo al manifestar su temor de que quien caminaba hacia ella con una luz “... fuera Diógenes buscando almas, porque no sabía lo que había de la mía”. Expresa así su decisión de no enrolarse en ninguna doctrina filosófica, por buena y optimista que fuera, sin saber antes muy bien qué es lo que ella quiere para sí, qué es lo que más conviene a su propia naturaleza, a su manera de ser y de sentir. En ese punto se produce la reacción. Obviamente no es esa aparición sin nombre, la que, con derrame verborrágico la hace reaccionar. Reacciona por sí sola. Es su luz interior la que ilumina sus ideas recordándole que es joven, que “... la juventud es orgía y acción, aurora, sangre joven y bullente, sol que nace...!” La mención del Parnaso, del Pentélico, de Afrodita, parecen ser una parnasiana invitación a refugiarse en las musas. Pero Carolina opta por el desafío a la vida y exclama con firmeza: “¡Levántate, Mujer!”. Es entonces, su luz interior la que la lleva al encuentro del Amor, que generará en su vida un inmenso respeto hacia la naturaleza del ser poblador del Universo. Y es también su luz interior la que iluminará el sendero que recorrerá lentamente, pero sin claudicaciones durante el resto de su existencia. CAROLINA RENUNCIA Don Conrado se maravilló al leer, “¡Levántate, Mujer!” y estimuló el deseo de su sobrina de ingresar en la Facultad de Filosofía y Letras. Una tarde de esas vacaciones, Carolina llegó a Quines. Su esperada presencia interrumpió el encuentro matero que, como un rito, sus padres realizaban bajo la sombra de la higuera. Los besos y abrazos que prodigó a ambos estaban como envueltos en un halo triunfal. De su bolso sacó la revista “Guido y Spano, la abrió en la página donde estaba escrito “¡Levántate, Mujer!” y la mostró a sus padres, diciéndoles que ella lo había hecho. Doña Raimunda le pidió que la leyera. Escucharon muy atentos. Terminada la lectura, excitada, sin esperar comentarios, expresó su deseo de ir a Buenos Aires para, igual que sus amigas, ingresar en la Facultad de Filosofía y Letras. Don Teodosio de inmediato se incorporó. ¡Ah, no, eso sí que no! Ya era demasiado con que la dejara ejercer en Potrerillo aun sabiendo que no estaba viviendo con su tío Conrado como él había interpretado cuando llegó su carta con el nombramiento para Carolina. Y sin más, devolvió a doña Raimunda el mate que en su mano se había enfriado. Abandonó el lugar. La tarde se tiñó de nubes grises. Gotas de lluvia cayeron sobre el silencio de madre e hija y un frío de hielo se guareció en sus almas. Habían comprendido la inutilidad del ruego. Comenzaron las clases. Carolina volvió a Potrerillo con el pensamiento puesto en Buenos Aires. Llegó el invierno. Nuevamente tierra y hojas secas que, como conjuradas por el viento, se desplazaban velozmente de un lado para el otro hasta quedar atrapadas al pie de alguna roca donde, amontonadas, terminaban su agonía invernal. Habían transcurrido dos años y nueve meses desde su llegada por primera vez a la escuela de Potrerillo. ¿Estaba dispuesta a aceptar que fuera ese su destino? No. Desde luego que no. Entonces ¿para qué continuar esperando? A ese día corresponden sus palabras escritas en el ya mencionado cuaderno particular: “No puedo quedarme más tiempo aquí. Me voy a Buenos Aires para estudiar”. El 19 de junio de 1920, fue aceptada su renuncia. Don Conrado sabía que, por más entusiasmada que estuviera su sobrina con el nuevo y audaz proyecto que le había confiado, no lograría convencer a su cuñado Teodosio. No se lo dijo a Carolina para no desanimarla. Por el contrario, la alentó. Don Conrado, escuchándola, había vislumbrado que esa nueva inquietud de Carolina ya estaba enraizada en su alma. Sólo le pidió que le escribiera antes de irse para Buenos Aires. Y la llevó en su sulky desde Villa de Praga hasta San Martín, donde se despidieron. Llegada a San Martín, Carolina guardó los anteojos en el estuche y éste dentro de su bolso para evitar ser objeto de curiosidad entre sus compañeros de viaje. Siguiendo el orden de ascenso a la carreta, quedó ubicada entre dos robustas mujeres que ocuparon el mismo banco largo. Superando el ímpetu del arranque que la llevó a renunciar en la escuela de Potrerillo, su rostro reflejaba una serena abstracción nada propicia para mantener conversación con gente desconocida. Cerró los ojos simulando dormir. Se sentía feliz. Atrás quedaban las inmensas rocas que la erosión de los elementos naturales durante tantos años habían vuelto lisas, brillantes y resbaladizas. Esas rocas entre las cuales, como única señal de vida, todas las mañanas aparecían las figuras de los chicos que horas más tarde volvían a perderse entre ellas. Niñas y niños que parecían haber nacido en la zona para cargar sobre sus hombros, por el resto de sus días, la monotonía perezosa del lugar. ¿Cómo enseñarles un cambio a sus formas de vida si algunos llegaban al mundo agobiados ya por el peso de enfermedades muchas veces encubadas en el seno materno? Treinta y tres meses había vivido entre ellos. Treinta y tres meses durante los cuales muchas veces se había sentido rebasada por la impotencia frente a esporádicas ausencias que en algunos casos terminaron siendo definitivas. Casi tres años durante los cuales, su espíritu alegre se fue impregnando de las tristes radiaciones que emanaban de esos seres inocentes. La carreta llegó a Quines. Una de las mujeres que tenía a su lado hizo cuyo rollizo brazo Carolina había hallado una mullida almohada, la despertó. Atardecía. Don Teodosio en la cocina disfrutaba de los mates que le cebaba su mujer. Con auténtica unción y como si hubiera sido la primera vez que participaran de ella, comentaban la solemnidad y belleza con que días atrás había terminado en Talita, la novena de San Antonio. Sentado en el largo banco de madera, al lado de don Teodosio, estaba su nieto de cinco años emulando la postura del abuelo: piernas estiradas y espalda recostada contra la pared. El niño admiraba tanto a su abuelo que en todo procuraba imitarlo. De pronto, el marco de la puerta encuadró la figura de Carolina sosteniendo una maleta en cada mano. Calzaba botas cortas y un largo tapado negro que le llegaba a los tobillos. Dejó las maletas sobre el piso de cemento, se quitó los guantes de lana y el gorro que le cubría la cabeza y las orejas. Arrojando este conjunto sobre la mesa se lanzó a abrazar a sus padres y al sobrino. Doña Raimunda ni tiempo tuvo para pensar en otro milagro de San Antonio cuando ya Carolina con terminante tono, explicaba el motivo de su inesperada aparición: -¡ Renuncié! ¡Esto no es para mí! ¡Me voy a Buenos Aires para continuar estudiando! La reacción de don Teodosio fue inmediata y también terminante: -Ya dije que a Buenos Aires, ¡NO! Si no se conforma con ser maestra se quedará en casa ayudando a su madre. Carolina, bajo el riesgo de quedar empapada por los improperios de esa esperada tormenta, con suma calma le respondió: -No, no me conformo con ser maestra, por eso es que iré a Buenos Aires para estudiar Medicina. Doña Raimunda quedó con la boca abierta. Sin darse cuenta que se estaba formando un charco a sus pies, continuó agregando agua al mate. Por el golpe que don Teodosio pegó con el cabo del rebenque contra su bota, fue evidente que no recordó que era su pierna la que estaba adentro. Como si no hubiera escuchado bien, la interrogó asombrado: “¿Medicina?” y sin esperar respuesta agregó que ese no era estudio para una mujer, que se había vuelto loca, que eso sólo lo estudiaban los hombres. Carolina no le respondió. ¿Para qué? Su padre nunca la comprendería y ella no estaba dispuesta a ceder. Una discusión sería inútil. Miró a su madre como buscando un apoyo. Doña Raimunda volvió su vista al mate para ocultar la humedad que esa tormenta había puesto en sus ojos. Don Teodosio, estimulado por ese silencio arremetió con los consabidos argumentos y otros ruegos que le surgieron en el instante: No permitiría que fuera a vivir sola en esa ciudad que estaba tan lejana, no era posible que pretendiera estudiar una carrera en la cual los hermanos ni siquiera habían pensado; él no facilitaría dinero para esa “aventura” y finalizó diciéndole que en Quines había varios hijos de estancieros que serían un buen partido para ella... Carolina sin perder la calma, pero con firmeza lo interrumpió diciéndole que no sería estanciera, sería doctora. ¡Ah!, pero don Teodosio no estaba dispuesto a perder su autoridad por un capricho de la hija. Recordándole que quien mandaba era él y que ella aún era menor de edad para hacer lo que se le ocurriera, salió de la cocina seguido por el nieto. Carolina tomó los guantes, el gorro y las dos maletas y fue con ellas hacia su habitación. CAROLINA Y SU MADRE Carolina estaba vaciando las valijas cuando entró doña Raimunda y fue a sentarse al borde de la cama. Quería saber por qué, ahora, su hija quería estudiar medicina. Carolina, que nunca había tenido secretos con su madre, fue a sentarse a su lado y comenzó a explicarle las cavilaciones que acosaban su mente: El novio iba de tanto en tanto a visitarla, pero sus conversaciones siempre giraban sobre el rol de la mujer dentro de la familia. Sus opiniones eran similares a las de don Teodosio. Mientras tanto había vuelto el invierno y las hojas secas de los árboles se sumaban a la tierra y las rocas del lugar. De pronto había sentido que si no se decidía de una buena vez su vida sería como ese paisaje seco y agreste que se perdía mucho más allá de lo que su vista podía abarcar. Nuevamente, al igual que en años anteriores, los alumnos faltaban aquejados por resfríos o gripes. Otros niños ni siquiera concurrían porque ya nacían delicados de salud. En esa zona había mucha difteria, tuberculosis y sífilis. Sobre esta última enfermedad ya no se conformaba con saber sólo el origen mitológico del nombre. De pronto se había dado cuenta de que sabía más sobre los dioses del Olimpo que de la realidad que la circundaba. Precisamente por esa realidad es que había decidido ser médica. Maestra ya lo era y lo seguiría siendo siempre. También podría ser que hallara en Buenos Aires un hombre que pensara como ella y con el que coincidieran sus inquietudes y ambiciones, tal como lo había hallado Madame Curie. Los Curie casi no tenían qué comer, pero igualmente habían sido felices porque los alentaba un mismo afán investigador. Los dos habían descubierto el rádium. Luego de quedar viuda, Madame Curie continuó investigando y aún seguía haciéndolo. Ella dice que “Hay que llegar a no equivocarse nunca y que el secreto está en no ir de prisa”. Estaba dispuesta a seguir ese consejo, por eso es que esperaría. El padre estaba equivocado al decir que esa era una carrera sólo para hombres. Él no sabía que Cecilia Grierson, la primera médica argentina, se había recibido en Buenos Aires hacía más o menos unos treinta años, en 1889, casi diez años antes de nacer ella. Y también en 1906 se había recibido en Buenos Aires, María Julia Becker, primera médica puntana, nacida cerca de Quines, en San Francisco del Monte de Oro. Las dos doctoras estaban trabajando en Buenos Aires. Lamentó el haberse olvidado en la escuela un cuaderno y junto con él la revista “Guido y Spano”. Le habría gustado conservar en su poder ese escrito “¡Levántate, Mujer!” porque en él había dejado plasmada su primera reacción. Reacción que había culminado en el impulso de abandonar Potrerillo para cristalizar esa nueva ambición. Durante un rato madre e hija quedaron silenciosas. De pronto doña Raimunda tomo las manos de Carolina. Con tono decidido le dijo que la comprendía y la ayudaría. Estaba segura de que llegaría a ser doctora. Ello la llevaría a estar lejos y sola en Buenos Aires, pero también en esos últimos años había estado lejos y sola. Sola y pensando ¡tanto...! Y ¡tantas cosas...! Le pidió que no desesperara. Ella hablaría con su marido y le haría comprender que esta hija no había nacido para vivir y morir en Quines. Esta hija, a diferencia de los hermanos tenía alas de cóndor y ella estaba segura de que volaría muy alto. Carolina abrazó fuerte, intensamente a su madre y por un buen rato las dos quedaron unidas como si fueran una sola persona. Esa noche, Carolina demoró en dormirse. Si bien la explicación que le había dado a su madre fue como una suerte de desahogo, no podía borrar de su mente la decepción que le había producido la reacción de su padre. Había llegado a Quines con la certeza de que por esas ausencias temporarias de los últimos tres años don Teodosio se había convencido de que podía vivir lejos y sola. En cambio, había hallado igual o mayor firmeza en esos argumentos que relegaban a la mujer a un plano de absoluta sumisión frente al hombre. Decidió esperar, pero no se sumaría al rebaño. Era un ser humano pensante, no un animal de costumbres. Estaba capacitada para decidir su futuro y no perdería ese derecho aunque fuera el propio padre quien pretendiera imponérselo. Al día siguiente escribió a su tío Conrado comentándole el fracaso momentáneo de sus deseos y lo largo que se le harían esos meses de espera. También les escribió a sus amigas Berta Elena Vidal y Delfina Domínguez Varela anunciándoles que muy pronto se reuniría con ellas en Buenos Aires, pero no para ingresar en la Facultad de Filosofía y Letras sino en la de Ciencias Médicas. Les confesaba que muchas veces se había sentido angustiada por su ignorancia frente a las enfermedades que aquejaban a las personas, en especial a los niños. Ello había despertado el deseo de estudiar medicina sintiendo que en dicho estudio estaba su verdadera vocación. MAYOR DE EDAD Los días, para Carolina, se hicieron interminables, monótonos. Hasta que recibió una carta breve y precisa de su tío Conrado. Le decía que en la escuela de Salado de Amaya se había producido una vacante momentánea, por enfermedad de la titular. El lugar quedaba cerca de Villa de Praga. Esta vez podría vivir en su casa. Dando por aceptado su ofrecimiento, se despedía con bendiciones para toda la familia. A esta nueva designación don Teodosio no ofreció reparos. Dos días antes de terminar el mes de julio Carolina se hizo cargo de la escuela de Salado de Amaya. En este pueblo, ubicado aproximadamente a un kilómetro al sudeste de Villa de Praga, no había rocas que obligaran a hacer rodeos y rodeos para llegar a la escuela. Nada obstaculizaba la visión de las pocas casas que había en el trayecto. Carolina lo hacía diariamente montada en un caballo de don Conrado y sobre la montura especial para mujeres que le había facilitado su tía. Al igual que la anterior esta escuela también era de adobe. Sobre una mesa, prolijamente doblada, estaba la bandera argentina. La izó en el mástil enclavado en un montículo de barro y piedras que había cerca de la puerta. No demoraron en llegar los alumnos. Niñas y niños de distintas edades, unos caminando y otros montados en mulas. Nuevamente se propuso ayudarlos a sacudir la afligente modorra que los poseía. Igual que en la de Potrerillo se produjeron algunas ausencias debido a las inevitables enfermedades invernales y los que concurrían llegaban con lágrimas de frío asomadas a sus ojos. Pasó agosto, septiembre y octubre, meses durante los cuales su única distracción la constituyeron las extensas cartas que enviaba a sus dos amigas, con infinidad de preguntas sobre Buenos Aires. Las respuestas que recibía estimulaban su ánimo en ese tiempo de espera. El 10 de noviembre, cumplió sus ansiados veintidós años. ¡Había llegado a la mayoría de edad! Días después, el 16 de noviembre de 1920, Carolina terminó su suplencia en Salado de Amaya y con ella su etapa de maestra rural. Nuevamente dejó la escuela sin despedirse de los niños, pero nunca los abandonó. Sin saberlo los llevaba dentro de sí. Ya veremos más adelante que ellos constituirían el motor que impulsaría su existencia hasta el final de sus días. (Esta escuela posteriormente fue trasladada a un edificio de material, construido cerca del camino. Actualmente funciona en un moderno edificio construido en las cercanías del anterior. Es la Escuela Provincial Nº 214 “Granadero Juan Rodríguez”.) Doña Raimunda y don Teodosio, sentados en sendos banco debajo de la parra, tomaban mate y aire fresco, cuando de pronto el nieto entró desde la calle corriendo y gritando que venía la tía. Detrás del niño apareció Carolina. Serena y sonriente dejó las dos maletas sobre el piso de la galería y saludo a sus padres. Luego se inclinó para besar al sobrino que la miraba como esperando turno. La madre mostró su regocijo ofreciéndole a su hija tortitas con dulce de membrillo, de duraznos, de lo que quisiera. Don Teodosio en silencio continuó sorbiendo la bombilla. Carolina no dilató la explicación de su presencia. Con tono muy natural fue breve y precisa: - Terminé la suplencia. El 10 de noviembre cumplí veintidós años. Pasaré un par de días con ustedes y luego partiré hacia Buenos Aires. Don Teodosio simuló no haber escuchado, pero cuando le oyó decir a su mujer, con un desacostumbrado tono firme, que ella la acompañaría pues no se quedaría tranquila si ignoraba dónde estaría viviendo su hija, el mate se le cayó de la mano. -¡Se rompió! - exclamó el nieto recogiendo la bombilla del suelo. Don Teodosio había comprendido que esta vez no podría imponer su voluntad, entonces se fue de la cocina seguido por el nieto que le repetía: “Abuelo, el mate se rompió, pero la bombilla no... la bombilla no...”. EN BUENOS AIRES De las tres direcciones de pensiones familiares que su amiga Berta Elena Vidal le había enviado, Carolina decidió conocer primero la que más cerca quedaba de la Facultad de Ciencias Médicas. Acomodado el equipaje en un coche de plaza, indicó la calle y el número al conductor. En tanto eran conducidas, al trote tranquilo y acompasado de los dos caballos que tiraban al carruaje, doña Raimunda y Carolina, sin intercambiar palabras, tal era la emoción que sentían, giraban la cabeza de un lado a otro observando los altos edificios; las calles empedradas o adoquinadas que, por esa causa, no levantaban tierra al paso de los vehículos; los autos, cuyos conductores parecían estacados frente al volante; las chatas que, por el peso de la cantidad de bolsas cargadas de mercaderías iban tiradas por cuatro caballos y, lo más espectacular para ellas, los tranvías eléctricos que circulaban sobre las vías tendidas a ras sobre las calles y que se detenían en cada esquina para permitir el ascenso y descenso de pasajeros. Por ser el tranvía el transporte más económico, ese sería en lo sucesivo, su medio de traslado. Desde el coche de plaza en que viajaban, observó todos los movimientos que se producían para saber cómo debía desempeñarse cuando lo utilizara. Así vio que le pasajero ascendía por la plataforma trasera y ya en el interior ocupaba un asiento. Ahí esperaba al guarda que venía a venderle el boleto. Al llegar a destino, el pasajero se dirigía a la plataforma delantera, donde estaba el conductor uniformado y tieso como soldado que espera una orden. La orden se la daba el guarda, también uniformado tirando de una cuerda que hacía sonar una campanilla. Pero lo divertido, para Carolina y su madre, fue ver la lucha del guarda tratando, desde la calzada, de ensartar nuevamente la polea ubicada en el extremo superior del trole, en el cable conductor de la electricidad. Claro que, cuando Carolina debió viajar este inconveniente dejó de causarle gracia por la pérdida de tiempo que implicaba el tranvía detenido. Siguiendo viaje por la avenida Córdoba, pasaron delante del Palacio de Obras Sanitarias y se maravillaron por la imponente belleza de este edificio que ya tenía unos treinta años de vida. Pocas cuadras más allá, Carolina le señaló a su madre la Facultad de Ciencias Médicas, diciéndole que ahí debía concurrir para obtener su título. Luego de recorrer unas veinte cuadras más, el coche dobló a la izquierda y luego a la derecha. Era la calle Lerma. El conductor lo detuvo frente a una casa que tenía el número 536. Ése fue en Buenos Aires, el primer domicilio de la Doctora Carolina Tobar García. Noviembre de 1920. Año 1933. La casa en la calle Lerma 536 aún existe. Su propietario es el profesor Andrés E. Reale. Sobre la puerta un toldo dice: “Instituto Génesis”. Curiosa casualidad, hace varios años atrás el profesor Reale instaló en esa casa una escuela privada para niños deficientes, ignorando que ese había sido el primer domicilio en Buenos Aires de quien, años más tarde, sería la Creadora de las primeras escuelas diferenciales en nuestro país. Pocos días después de llegar a Buenos Aires, doña Raimunda, muy satisfecha, emprendía el regreso a Quines. La pensión de la calle Lerma 536 tenía pocas habitaciones y la atendía la dueña de casa, una amable viuda. Les ofreció la sala con ventana a la calle, la mejor habitación pues recibía la luz natural durante todo el día. Además, doña Raimunda había conocido a Berta Elena Vidal y a Delfina Domínguez Varela. Si hija no estaría sola en esa grande y bulliciosa ciudad. Lo único que lamentaba era la negativa de Carolina a aceptar algo de dinero como un refuerzo para enfrentar eventuales necesidades. Carolina confiaba en que los ahorros reunidos durante esos tres años y pico en que se había desempeñado como maestra rural serían suficientes hasta lograr un empleo como docente en alguna escuela nacional. Por otra parte, y quizá éste haya sido el motivo principal, Carolina no quería que por su causa, su madre tuviera problemas de dinero con don Teodosio. Antes de finalizar el mes de diciembre de ese mismo año, Carolina ya había rendido tres materias en el Liceo Nacional de Señoritas, de esta Capital. En febrero del año siguiente rindió dos más. Y debía esperar a julio para rendir las dos faltantes con las cuales tendría las equivalencias completas para obtener el título de bachiller, necesario para el ingreso a la Facultad. Durante los dos primeros meses transcurridos desde su llegada, Carolina había comprobado que la vida en Buenos Aires tenía un costo económico muy superior al que ella había calculado. Sus reservas habían mermado considerablemente, pese a que su única distracción era el encuentro con sus amigas los fines de semana. A Carolina le encantaba recorrer caminando junto con ellas la Avenida de Mayo desde el Palacio del Congreso cuya cúpula despertaba su atracción, hasta la Casa de Gobierno donde comenzaban el regreso, resistiendo la tentación de entrar en algún bar con “Reservado para familias” y tomar un suculento chocolate con churros. Carolina solía decirles que cuando sus ingresos se lo permitieran viviría en el centro, por los alrededores de esa zona. Berta, en cambio, soñaba con vivir en Villa Devoto, en alguna casa cercana a la Escuela Nº 6, de Niños Débiles, donde se desempeñaba como maestra. Mientras tanto, estaba contenta de vivir en la zona de Flores. Tanto que, en ese comienzo del año, se había mudado a otra pensión de la calle Carabobo 376. Delfina, igual que Berta, también se sentía feliz por vivir en Flores. Esta diferencia de gustos la solucionaron alternando los paseos dominicales. Una vez recorrían la Avenida de Mayo y otra la Avenida Rivadavia. EL INSTITUTO WARD Una mañana de fines de febrero Carolina resolvió ir a Flores, muy temprano. Desde la estación comenzó su caminata, lenta y firme por la Avenida Rivadavia. Al llegar a Carabobo siguió de largo. No iba a ver a Berta que a esas horas estaba trabajando en la escuela. Se detuvo frente al 6100 de Rivadavia y una vez más leyó la chapa de bronce colocada sobre la verja, al lado de la puerta del edificio: “COLEGIO AMERICANO E INSTITUTO COMERCIAL WARD” Carolina no llegó hasta ese Colegio así porque sí. Llegó porque conocía su historia a través del relato sintético que sobre el mismo le había hecho Berta Elena, quien ya llevaba tres años viviendo en Flores. El señor George S. Ward, hombre de negocios, norteamericano, dedicado a industrias relacionadas con el bienestar de los niños, se hallaba en nuestro país en 1912, cuando su madre, a quien admiraba, falleció en Pennsylvania. Ella había sido una mujer muy preocupada por la educación. Conmovido por este suceso producido tan a la distancia y agradecido por la formación cristiana y moral que de ella había recibido decidió crear, en su homenaje, una escuela para jóvenes en Buenos Aires. Hizo entonces la propuesta de una contribución inicial de dinero a la Junta Metodista. En 1914 la escuela estaba funcionando. Creció. Debieron de cambiar de domicilio. Rivadavia al 6100 fuel tercero. Esta vez propio. Recibían alumnos pupilos, medio – pupilos, externos y también tenían kindergarten. Carolina no tuvo mucho que pensar para decidirse a dar el paso que podría convertirla en maestra de ese Instituto en expansión nacido de tan loables principios: amor a la madre, a los niños y a la educación. Ya frente al Director del Instituto, Carolina sin ningún rodeo se presentó: dio su nombre y apellido, demás datos personales y planteó su pretensión. Seguramente el Señor Director se sonrió gratamente impresionado por esa joven que, sin recomendación alguna, recién llegada del interior del país y con solo una experiencia como maestra rural, se presentaba con tanta seguridad y naturalidad a solicitar un nombramiento en un instituto privado. Todo en ella denotaba un ansia de superación intelectual. Sabían en el Colegio Ward que sólo quienes la sienten pueden transmitirla. Carolina cubrió todos los requisitos necesarios para ser docente en ese Instituto. Para este tiempo, el Colegio Ward ya contaba con la autorización del Consejo Nacional de Educación para el funcionamiento del departamento primario y el Presidente de la Nación, don Hipólito Irigoyen, había sancionado la incorporación oficial al Colegio Nacional J. Martín de Pueyrredón, de los tres primeros años del ciclo secundario. Según consta en planillas del Instituto Ward, la Doctora Carolina Tobar García comenzó a dictar clase de Historia, Anatomía y Psicología ese mismo año, al iniciarse el ciclo lectivo el 1º de marzo de 1921 hasta el 31 de julio de 1927. El 1º de agosto de 1927 tomó licencia sin goce de sueldo. Comenzó a ejercer como maestra en una escuela dependiente del Consejo Nacional de Educación. El 1º de marzo de 1930 se hizo cargo nuevamente de las mismas cátedras en el Instituto, hasta el 31 de julio de 1931, en que tomó licencia sin goce de sueldo, para viajar a los Estados Unidos de América. El 1º de marzo de 1933 retomó sus clases. El 1º de marzo de 1938 se hizo cargo también de la Clínica Psicológica del Colegio Ward, durante nueve meses al año. El 31 de mayo de 1942 renunció definitivamente. Más adelante me referiré a sus ausencias temporarias. Con la obtención de esas horas de clase, marzo 1921, como profesora del Instituto Ward, Carolina superó en algo la estrechez económica que había comenzado a preocuparla. En julio rindió las dos materias que le faltaban para obtener el título de bachiller. El 2 de agosto del mismo año, en el Liceo le entregaron el certificado de estudios. Dice lo siguiente: “Liceo Nacional de Señoritas de la Capital. REPÚBLICA ARGENTINA Berta Wernicke, Rectora del Liceo Nacional de Señoritas de la Capital, certifica que la señorita Carolina Tobar García ha rendido los exámenes que a continuación se expresan habiendo obtenido las siguientes clasificaciones: Por resolución de la fecha 9 de diciembre de 1920 del Ministerio de Instrucción Pública sobre equivalencias de estudios: En diciembre de 1920: II año Inglés (5) cinco; V año Lógica (7) siete, Historia de la Civilización y Cultura Humana (7) siete. Febrero 1921, III año Inglés (5) cinco. IV año Italiano (4) cuatro. Julio 1921, IV año Inglés (7) siete, V año Italiano (7) siete. Según la resolución mencionada: ha terminado estudios secundarios. Derechos: Veinticinco pesos m/n y un peso por ley de certificado. Buenos Aires 2 de agosto 1921. Conforme con el reglamento de clasificaciones establecido.” Firma: Berta Wernicke (Hay un sello del Liceo) Firma: Helena M. Ross Vice-rectora Secretaria Puede observarse que no figura el número del Liceo. Se supone que en 1921, era el único Liceo Nacional de Señoritas en la Capital. EN LA FACULTAD DE CIENCIAS MÉDICAS Adjuntando el certificado de vacuna obtenido al mes de llegar a Buenos Aires, enero de 1921; el certificado de sanidad obtenido en noviembre de ese mismo año y el certificado de estudios secundarios, Carolina se dirigió por nota al Decano de la Facultad de Ciencias Médicas: “Buenos Aires, noviembre 12 de 1921. “La que suscribe, natural de la República Argentina, de veintidós años de edad, egresada del Liceo Nacional de Señoritas con fecha 2 de agosto de 1921, solicita del señor Decano le permita rendir el examen de ingreso en Escuela de Medicina en la próxima época reglamentaria. Saluda a usted atentamente.” “Domicilio: Lerma 536” Y firma con letra derecha, propia de las maestras hasta hace muy pocos años: Carolina Tobar García. En diciembre de ese mismo año, Carolina aprueba el examen de ingreso a la Facultad de Medicina con las siguientes notas: Inglés (escrito) (7) siete Botánica (6) seis Química (5)cinco Total: 18 puntos. Promedio: 6 Pese a la alegría que le significó a Carolina y a sus dos amigas el haber aprobado el examen de ingreso, no pudieron festejarlo más que con abrazos y besos. Si bien las tres tenían sus respectivos empleos, los sueldos no les permitían erogaciones extras. Apenas si llegaban a cubrir, poniendo mucho cuidado, sus necesidades elementales: pensión, vestimenta y viáticos. Así fue como respondiendo a su solicitud, la Policía de Buenos Aires, Capital Federal, le entregó un certificado que dice: “Certifico que don Carolina Tobar García, quien justificará su identidad con la cédula número 355.130 expedida por esta policía y cuya firma e impresión dígito pulgar derecho figuran al pie, carece de recursos para abonar los derechos de matrícula en la Facultad de Medicina.” Sello de la Policía (Impuesto) “3 de marzo de 1922” Firma:........ Santiago. Jefe de Investigaciones. Firma: Carolina Tobar García El mismo día que pasó a retirarlo, lo adjuntó a la nota manuscrita que presentó en la Facultad: “Buenos Aires, 10 de marzo de 1922. “Señor Decano de la Facultad de Medicina: La que suscribe, alumna de primer año de la Escuela de Medicina, solicita se le exima del pago de derechos por carecer de recursos como lo atestigua el certificado de la Policía de Investigaciones que adjunta” Céd. Id. 355.130 Capital. Aparece aquí su firma. Domicilio: Lerma 536 La letra es inclinada hacia la derecha y más firme que la anterior. Dos días más tarde Carolina fue a informarse de lo resuelto sobre su solicitud y al dorso de la misma leyó: “Promedio: seis puntos. Hay una firma y debajo: “No alcanza el promedio reglamentario.” “No ha lugar. Archívese.” Esa resolución inesperada la sorprendió. No llevaba con ella el importe correspondiente. Regresó. Hizo las veinticinco cuadras que distaban de la pensión, sorteando los charcos de agua que la lluvia había formado en las veredas rotas y entre el adoquinado de las calzadas. Pensaba... Pensaba... Hasta que pisó un charco. El agua fría que se filtró por las gastadas suelas de sus zapatos la hizo reaccionar. En adelante pondría más cuidado al andar. Llegó a la pensión. Decidida rellenó los zapatos con diarios viejos para que absorbieran la humedad, se calzó las sandalias de verano, y se puso a estudiar. Al día siguiente llevó los zapatos a un remendón para les colocara las medias suelas nuevas. Tres meses después pudo inscribirse abonando el derecho de examen correspondiente. En diciembre rindió la primera materia, EMBRIOLOGÍA E HISTOLOGÍA sacando como nota: Aprobado. En junio de 1923 rindió la segunda, ANATOMÍA DESCRIPTIVA, y obtuvo igual nota: Aprobado. Para esta fecha ya hacía algo más de ocho meses que el presidente don Hipólito Irigoyen había hecho entrega del mando al doctor Marcelo T. de Alvear. Superados los horrores de la Guerra Mundial, el mundo vivía eufórico la placidez de la paz. Parecía que se había producido algo así como un estallido de esas ansias de vida hasta entonces controladas por el temor a lo incierto. Y así como antes nuestro país se había sentido consternado por los sucesos mundiales, también luego se hizo eco del desbordante optimismo que había invadido a los ex – países beligerantes. El país transitaba la senda del orden y el progreso cuando asumió el doctor Alvear. Las condiciones para recibir alegremente las estridencias de las nuevas corrientes musicales que no dejaban pie quieto, estaban dadas. El tango, obligado a dejar las alpargatas y calzar zapatos de charol para entrar a los salones, vio a esos mismos zapatos moverse dislocados al ritmo de jazz o del chárleston. El centro se pobló de lugares de diversión nocturna donde se daba cita la elegancia porteña. En esos lugares, el amor nacía y moría en la misma noche por influjo y sobredosis de burbujas de champagne francés. Las luces del centro también despertaban la admiración de Carolina y algunos sábados concurría con Berta Elena y Delfina Varela Domínguez a gastar un poco de las suelas de sus zapatos caminando por esas calles. Solían detenerse a leer las carteleras de teatros y cines; los anuncios de “grandes bailes familiares” o de “reuniones danzantes”; las vidrieras de las tiendas... y cuando se hartaban de ver tanto cine y teatro, de bailar y de comprar tantas cosas con la imaginación, emprendían el regreso tratando de llegar a tiempo para la cena en sus respectivas pensiones. Algunas tardes de domingos hacían el recorrido por el Rosedal, los lagos y el bosque de Palermo. Claro que Carolina cuando paseaba un sábado no lo hacia el domingo y viceversa. Su presupuesto y sus zapatos no daban para dos salidas semanales. Los viajes casi diarios hasta el Colegio Ward le insumían mucho tiempo y dinero. A veces, como un regalo extra que se hacia a sí misma, llegaba hasta Villa Devoto para esperar en la puerta de la escuela de niños débiles, la salida de éstos y luego de Berta Elena. Regresaban juntas comentando el comportamiento de los niños, tema que a Carolina le interesaba y preocupaba vivamente. Carolina había conocido a William ocasionalmente en la Facultad de Medicina. Cuando ella ingresó él ya hacía dos años que concurría. Alto, buen mozo y simpático se sintió atraído por esa jovencita seria y abstraída aunque opinaba, con sus compañeros, que con ese paso lento nunca llegaría a tiempo para nada. Llegó diciembre y con él la fecha de otro examen. Ese día volvieron a encontrarse. William estaba un tanto nervioso. No era para menos. Por tercera vez se presentaba a rendir la misma materia. Dando muestras de su galantería explicó a Carolina que Anatomía Topográfica era una materia difícil y que además el mal o buen talante de la mesa examinadora influía en la nota, por lo tanto si la reprobaban no debía amilanarse. Debía intentar aprobar, tantas veces como fuera necesario. El tono cómplice que imprimió a su voz para darle tan sanos consejos complació a Carolina que también se sintió atraída por William. Conocido el resultado de esos exámenes, la sorpresa se reflejó en ambos rostros. En el de ella por el nuevo Reprobado de William y en el de él, por el Distinguido que había obtenido Carolina. Se revirtieron los papeles. De aconsejada pasó a ser consejera. Le dijo que debía dedicar más horas al estudio y menos a las diversiones. Que a ese paso nunca llegaría a médico. Pese a su fracaso, William quiso que festejaran el triunfo de Carolina y la invitó a tomar un refresco de granadina en el “Reservado para familias” de un bar cercano de la Facultad. William se presentó: había nacido en una provincia del litoral, su padre era médico y lo había enviado a Buenos Aires para que él también lo fuera. Mensual y puntualmente le enviaba una fuerte suma de dinero para que no pasara necesidades. Y desde luego que no las pasaba. Su elegancia en el vestir era la mejor prueba de ello. Carolina lo escuchaba sonriente. A su turno, simplemente le dijo que ella era de Quines y que sus padres explotaban un campo. Estaba ejerciendo como profesora en el Instituto Ward y con su sueldo vivía y estudiaba. Las vacaciones escolares a Carolina le presentaban un alivio económico y de tiempo, pero igualmente al comenzar el nuevo año, 1924, sintió el agotamiento de sus fuerzas. Un sábado por la tarde no pudo concurrir al habitual encuentro con Berta. (Delfina se hallaba pasando sus vacaciones en San Luis.) Transcurrido un tiempo prudencial de espera, Berta llegó a la pensión. Halló a Carolina tendida en la cama. Dijo sentirse muy mareada y con fuertes dolores de estómago. Lo conveniente era ir a un hospital, pero ¿a cuál? Carolina pidió a Berta que lo consultara telefónicamente a William. Y William, que estaba a punto de salir para pasear su elegancia por el centro, fue a la pensión. De inmediato, en un taxi, los tres llegaron al Hospital Rawson. El médico de guardia, luego de diagnosticar una avanzada anemia, aconsejó la internación por unos días para tenerla en observación. El día que doña Raimunda, avisada por Berta, llegó a Buenos Aires, halló a Carolina en la habitación de la pensión, acompañada por Berta y William. William le explicó que Carolina necesitaba descanso físico y mental y una sobrealimentación. La reacción inmediata fue decirle que debía regresar con ella a Quines para atenderla como correspondía. Carolina no aceptó. Aseguró a su madre que se cuidaría y que sólo volvería a Quines cuando se hubiera recibido. Si regresaba sin su título todo volvería a ser igual que antes. Transcurrido un mes, durante el cual la atención directa de la madre, los tónicos, el aceite de hígado de bacalao, los dos huevos batidos y mezclados con vino garnacha que tomaba a media mañana y a media tarde, la esmerada alimentación y el descanso en los horarios correspondientes, se le notó un asomo de mejoría. Luego de vencer la resistencia de Carolina para que aceptara una respetable suma de dinero, doña Raimunda regresó a Quines. De todas maneras, Carolina no estaba aún en condiciones de encarar ningún esfuerzo. Al comenzar marzo volvió a su puesto en el Ward, pero ese año, 1924, no rindió ningún examen. En cambio William, en marzo, fue reprobado por cuarta vez en la misma materia en la que ella había obtenido Distinguido. Cuando Carolina se enteró, sin enfadarse, le recordó el andar de los cangrejos. Ese mismo año, las tres amigas se reunieron un tarde en la confitería “El Molino” para festejar “a lo grande”, con una Bilz cada una, la presentación del primer libro de poesías de Berta Elena Vidal, titulado “Alas”. Recién en julio de 1925 Carolina estuvo en condiciones de rendir Fisiología y en diciembre Anatomía y Fisiología Patológica, con calificación de Aprobado en ambas. Unos días antes de fin de año, las tres amigas volvieron a reunirse en la confitería “El Molino”. Cada una tenía su novedad para festejar. Berta Elena Vidal les comentó que a mediados de ese mes había sido designada vicedirectora en la Escuela Nº 6 y que llevaría esa noticia a su familia, como un regalo de Navidad. Delfina Varela Domínguez, que acababa de recibirse de Doctora en Filosofía y Letras, les dijo que como coronación a sus treinta años de edad, había resuelto de común acuerdo con su novio, Américo Antonio Ghioldi, cuatro años menor que ella, casarse para la próxima primavera. Ella también pasaría las fiestas en San Luis y festejaría esa novedad con su familia. A Berta Elena Vidal y Delfina Varela Domínguez sólo les faltaba presentar la tesis para obtener el diploma de Doctoras en Filosofía y Letras. Luego de escuchar los comentarios alborozados de los éxitos y proyectos de sus amigas le llegó el turno a Carolina de comentar los suyos. Ya fuera por su convalecencia o por su escasez de tiempo y medios económicos, lo cierto era que estaba muy atrasada en su estudio. Omitió entonces la referencia a estos problemas que, por otra parte, sus amigas no ignoraban y reconoció ese atraso. Con la mayor naturalidad, sin dar muestra de preocupación o pena, les dijo que pasaría sus vacaciones en Buenos Aires preparando la materia que rendiría en marzo. A fines de enero sus amigas ya habían regresado de San Luis y también William que había ido a pasar las fiestas de fin de año con su familia. Carolina reanudó sus paseos de fin de semana con Berta solamente porque Delfina Varela Domínguez prefería, y era lógico que así fuera, encontrarse con su novio, Américo Ghioldi. Para este tiempo, el cotidiano comentario de la gente sobre la alta temperatura de ese verano, que no se diferenciaba mucho que digamos de la de veranos anteriores, cedió su lugar al de la extraordinaria hazaña que había emprendido el aviador español Ramón Franco. Junto con tres compañeros, aviadores también, había partido del Puerto de Palos en el hidroavión “Plus Ultra”, para cruzar por primera vez el Océano Atlántico y llegar hasta el puerto de Buenos Aires. Todo el mundo estaba pendiente del resultado de esta hazaña. Cuantos menos días faltaban, más se hablaba de ella. El 10 de febrero, desde muy temprano, la gente en lugar de ir para sus trabajos, plena de entusiasmo colmó todos los medios de transporte que conducían a la avenida Costanera. El “Plus Ultra” había llegado a Montevideo y desde ahí partiría para Buenos Aires. Carolina, Berta Elena y William llegaron juntos al lugar. Cuando ya el sol había dejado su marca en todos los rostros de esa multitud que miraba al cielo, el “Plus Ultra” asomó en el horizonte. La alegría, el entusiasmo y la emoción no tuvieron límites. Las sirenas de los barcos que estaban en el puerto se confundieron con los gritos alborozados de la gente. Cuando Ramón Franco y sus tres compañeros salieron de la cabina, volaron por el aire los ranchos, gorras y sombreros de los hombres y las mujeres alzaron a sus hijos por sobre las amontonadas cabezas, para que pudieran verlos. Unos a otros, sin siquiera conocerse se abrazaban, saltaban o se besaban plenos de entusiasmo. En ese alboroto, William, contagiado por las muestras de alegría abrazó a Berta y besó a Carolina en la mejilla. La sorpresa que a ambas les produjo ese audaz gesto, las dejó mudas. William se disculpó por su atrevimiento y simuló no darse cuenta del rubor que, por unos segundos, aumentó el tono rosado que la larga espera bajo el sol había impreso en el rostro de Carolina. Para festejar el éxito de la hazaña las invitó a tomar una Bilz, bebida sin alcohol y de moda en ese tiempo, en una de las confiterías de la Costanera. Ese 10 de febrero de 1926 fue un día inolvidable para todos los que concurrieron a la Costanera. Carolina, procurando no darle importancia al impulso “inconsciente” de William y sin pensar que, con ese procurar no dárselo se la estaba dando, esa misma tarde volvió a hundir la cabeza en los libros. En marzo rindió Parasitología y la aprobó. El nombramiento de vicedirectora de la “Escuela de Niños Débiles” que había recibido Berta Elena Vidal le permitió a Carolina esperarla en el patio o en la vice – dirección cuando llegaba antes de que terminara el horario de las clases. Pudo entonces observar el comportamiento de los niños, con más detenimiento, cuando se aprestaban para irse. Le interesó la diversidad de sus conductas y hablaba de ello con Berta. Comenzó a ir cuantas veces sus obligaciones se lo permitían. Debido a esta frecuencia llegó a conocer a algunos por sus nombres y sus problemas. Casi le preocupaba más averiguar los orígenes de sus males que los males en sí. En julio, Carolina aprobó Microbiología. El 23 de septiembre de ese mismo año, 1926, su amiga Delfina Varela Domínguez se casó con el profesor Américo Ghioldi quien había cumplido veintisiete años. Desde entonces Carolina cultivó la amistad no sólo de Américo sino también la de sus hermanos: Alfredo y Rodolfo. En diciembre obtuvo el tercer aprobado de ese año en Semiología y Clínica Propedéutica. Carolina comenzó el nuevo año, 1927, muy disconforme con su rendimiento como estudiante. En los cinco años transcurridos desde su ingreso a la Facultad sólo había rendido ocho materias. Aún le faltaban diez y nueve para recibirse. Tal como acostumbraba a hacerlo cada vez que rendía un examen le escribió a su madre para informarle el resultado, pero en esta oportunidad sintió la necesidad de desahogar su decepción y redactó la carta como si contara un cuento. Una de la tantas ahijadas que tenía doña Raimunda, María Braulia, quien para esa fecha contaba con unos veintidós años, era su confidente y estaba con ella cuando recibió la carta de Carolina. Luego de leerla le comentó con tono apesadumbrado: “Carolina me cuenta en esta carta la historia de una muchacha que fue a Buenos Aires para estudiar Medicina. Quiere engañarme, pero yo me doy cuenta de que todo esto que me dice aquí, es lo que le había sucedido a ella desde que se fue para allá”. La señora María Braulia de García, que actualmente (1993), tiene ochenta y nueve años y reside en Quines (San Luis), recuerda el episodio con palabras entrecortadas por la añoranza. Doña Raimunda no respondió a la carta de su hija. Grande fue la sorpresa que recibió Carolina cuando desde la ventana de su habitación vio detenerse un carruaje, tirado por dos caballos y a su madre descender de él. El conductor, un italiano con bigotes con forma de manubrio de bicicleta de carrera, le ayudó a bajar la maleta y todos los otros bultos que llevaba. Carolina salió a su encuentro. Rato después, rotos papeles e hilos, la mesa quedó cubierta de comestibles: media pata de jamón crudo, huevos, frascos de dulces variados, quesos, frutas secas, tomates, peras, duraznos y damascos no demasiado maduros y una cantidad enorme de tortitas que había preparado el día antes de partir para Buenos Aires. Carolina no tenía heladera. Doña Raimunda decidió comprarle una. Era un gabinete del tamaño de una mesa de luz. Al frente tenía la puerta y en el interior, recubierto con chapa de zinc, un estante rejilla la dividía en dos partes. En la interior, al fondo, por un agujerito pasaba el agua derretida del hielo depositado en esa base y que era recogida en un recipiente que se retiraba para vaciarlo, sin necesidad de abrir la heladera. Carolina quedó encantada con ese regalo que, en adelante, le permitiría guardar la leche hervida, la manteca y tener agua fresca en el momento que quisiera beberla. Además no le resultaba oneroso. Por diez centavos diarios podía comprarle al almacenero de la esquina un trozo de hielo que le duraba casi todo el día. Doña Raimunda acompañó a su hija unos quince días. Antes de irse intentó convencer a Carolina de que le aceptara una respetable suma de dinero para que durante ese año no pasara privaciones. Sólo logró, y tanto como para conformarla, que le aceptara una ínfima parte, prometiéndole que si se veía necesitada le escribiría haciéndoselo saber. Procuró hacerle comprender que ya había hecho demasiado con haberla acompañado esos días, con las tantas cosas que le había llevado y con regalarle esa magnífica heladera. Y así como al pasar, le recordó que no quería que por su causa, tuviera problemas con don Teodosio. Ese mes de marzo, Carolina rindió tres materias con las siguientes notas: Medicina Operatoria Otorrinolaringología Oftalmología Sobresaliente Distinguido Distinguido Enseguida le escribió a su madre para enterarla del resultado de esos resultados de esos exámenes. En julio Carolina rindió Clínica Genitourinaria y obtuvo un aprobado. Sumó a esta satisfacción, la de haber sido nombrada maestra en una escuela perteneciente al Consejo Nacional de Educación. El horario asignado no le permitía continuar en el Colegio Ward. Planteó su situación ante las autoridades del mismo quienes entonces resolvieron darle una licencia sin goce de sueldo, hasta tanto pudieran modificárselo. Así fue como dio su última clase de ese año en el Colegio Ward el 31 de julio. El 1º de agosto de 1927 se hizo cargo del puesto de maestra en la escuela Nº 12 del Distrito Escolar 13. Las cuatro horas corridas de clase, aunque debía concurrir todos los días de lunes a sábado, le permitieron organizar mejor su tiempo dedicado al estudio y a las prácticas. Doce días después, su amiga Berta Elena Vidal, que ya había presentado su segundo libro “Mitos Sanluiseños” de narraciones populares, fue designada Directora en el mismo colegio donde se había iniciado como maestra. Festejaron entonces las dos designaciones nacionales en la confitería “El Molino”. Al llegar diciembre, Carolina aprobó la quinta materia de ese año, Dermatosifilografía, con un Distinguido. Haciendo caso omiso de las fiestas de fin de año, sin tomarse ningún respiro, Carolina comenzó a preparar materias para rendir en marzo. Pasaba la mayor parte del tiempo en la biblioteca de la Facultad y en su entusiasmo, descuidó nuevamente la alimentación. El calor de ese verano influyó en la disminución de su apetito y la anemia no demoró en aparecer por segunda vez. En febrero llegó su madre para acompañarla unos días. Se quedó un mes. Carolina se repuso, pero no tanto como para pensar en exámenes. Fue así como, recién en julio de ese año, 1928, estuvo en condiciones de rendir otra materia: Patología Médica. Obtuvo Sobresaliente, pero no se quedó dispuesta a terminar el año con menos materias aprobadas que el año anterior y en diciembre rindió cuatro. En Patología Quirúrgica, obtuvo Sobresaliente, en Radiología y Fisioterapia, Aprobado; en Clínica Quirúrgica y Ortopédica, Aprobado y en Higiene, Aprobado. Para estos días, Carolina y Delfina Varela Domínguez de Ghioldi despidieron a Berta de su vida de soltera. El lugar de encuentro, como un recuerdo de tiempos pasados, fue en un “Reservado para familias” de la Avenida de Mayo. A comienzos de 1929, el 17 de enero, Berta Elena Vidal se casó en San Luis con Juan Battini, un docente como ella. A la alegría de su reciente matrimonio, sumó la de a ver concretado su sueño de vivir en Villa Devoto, cerca de la escuela, tal como siempre lo había deseado. Berta Elena Vidal de Battini vivió en la misma casa de la calle Gualeguaychú al 3300, hasta su fallecimiento en 1984. Actualmente, continua viviendo en ella sólo el señor Juan Battini. El único hijo del matrimonio falleció en enero de este año, 1994. Carolina, unos meses atrás, había cumplido treinta años. Ya era una mujer, no una jovencita. Recapacitó. Su relación con William no avanzaba ni retrocedía. Simplemente mantenían una mutua simpatía. Su salud en los últimos tiempos no le había presentado problemas. Pensó entonces en concentrar todas sus fuerzas, físicas y mentales para concretar el objetivo que la había llevado a ingresar en la Facultad de Ciencias Médicas. Pero... se preguntó: ¿Podré hacerlo? Y se respondió: “Si no lo intento, no lo sabré.” Lo intentó. El resultado puede verse en el siguiente cuadro: Año 1929: Marzo: Julio: Noviembre: Diciembre: Materia Médica y Terapéutica............................Aprobado Clínica Neurológica..........................................Distinguido Clínica Psiquiátrica......................................Sobresaliente Clínica Ginecológica....................................Sobresaliente Clínica Obstétrica...............................................Aprobado Clínica Pediátrica y Puericultura........................Aprobado Clínica Enfermedades Contagiosas...................Aprobado Medicina Legal – Toxicología.......................Sobresaliente Clínica Médica..................................................Distinguido ¡Todo un récord! ¡Nueve materias en un año! Desde diciembre de 1922 cuando rindió la primera materia a diciembre de 1929 cuando rindió la última habían transcurrido siete años, sin ningún reprobado. El bajo promedio de materias rendidas en los primeros años, quedó compensado. Descontando el año en que por problemas de salud no pudo rendir ninguna, la Doctora Carolina Tobar García, completó la carrera de médica en seis años. ¿Y William? William se había enamorado de Carolina y le había pedido que fueran novios. El día que le habló le planteó su deseo de casarse en cuanto él se recibiera. Mientras tanto y debido a su delicada salud, ella debía dejar de estudiar y dedicarse solamente a ejercer como maestra. Una vez casados, Carolina dejaría de trabajar para atenderlo a él, a los hijos que pudieran tener y a la casa. William, con la ayuda del padre, instalaría un consultorio que sólo él atendería porque era obligación del hombre mantener a la familia. Carolina, en tanto lo escuchaba, lo observaba con mucha atención. William hablaba como don Teodosio y lo hacía muy convencido de que su propuesto sería bien recibida por ella. Comprendió que debía ponerle fin a esas ilusiones. Ella no estaba dispuesta a dejar de estudiar. Procurando no herirlo en su amor propio le hizo entender que no tenían aspiraciones tan afines como para encarar juntos el futuro, pero sí podrían ser muy buenos amigos. Cuando Carolina se recibió, William fue de los primeros en felicitarla. Y pese a que él había comenzado a estudiar dos años antes que ella, continuó rindiendo y rindiendo y siendo muy buen amigo. Más adelante volveremos a encontrarlo. Por otra parte, poco tiempo antes de recibirse la doctora Carolina Tobar García, ya se habían recibido dos de sus compañeros que fueron más tarde destacados profesionales y con los cuales, como también veremos más adelante, mantuvo a través de los años una estrecha relación amistosa y profesional: la doctora Telma Reca de Acosta y el doctor Florencio Enrique Juan Escardó. Los había unido la misma preocupación: la problemática de la infancia y de la adolescencia. SEGUNDA PARTE LA HIJA MÉDICA Cuando el último día de diciembre la figura de Carolina, con sus dos maletas, se recortó en la puerta de la cocina, la sorpresa dejó sin voz a doña Raimunda. No supo qué decir ni qué pensar. Temió que le hubiera sucedido algo imprevisto. De inmediato reaccionó, y como en un gesto de protección la mantuvo abrazada contra sí, un largo rato. Si bien los sesenta y ocho inviernos vividos por doña Raimunda le habían dejado su rastro de nieve en los cabellos, Carolina sintió una vez más, a través de ese abrazo, que el calor maternal que irradiaba su madre se mantenía inalterable. Superada la emoción del encuentro, Carolina, como la cosa más natural, sencillamente le dijo: “Me recibí y vine a pasar las vacaciones con ustedes”. Doña Raimunda ni tiempo tuvo de felicitarla. Por sobre el hombro de Carolina vio a su marido detenerse en la puerta de la cocina. Don Teodosio, que se encontraba en el fondo de la casa preparando, junto con sus hijos, la carne y el pollo asado para el festejo de esa última noche del año, avisado por su nieto preferido de la presencia de su hija, llegó a la cocina en el preciso momento en que Carolina daba esa explicación a su madre. Carolina escuchó entonces a sus espaldas la voz del padre que, con un tono humilde como el de quien confiesa una culpa, le dijo: “Te felicito. Nunca creí que lo lograras. Me equivoqué...” Padre e hija se abrazaron como nunca lo habían hecho. Detrás de don Teodosio, estaban los hermanos de Carolina como esperando turno para también abrazarla y felicitarla. Y sus cuñadas y sobrinos. Entre éstos, el “pegote” de don Teodosio, segundo de los hijos que había Teodosito antes de casarse y que ya contaba catorce años. Todos se habían reunido en la casa paterna de Quines para festejar el fin de año y la llegada del nuevo: 1930. Para ese tiempo, Teodosito, el hermano mayor de Carolina, tenía treinta y tres años y trabajaba con su padre en Puesto Tobar, donde vivía con su mujer y los dos hijos de ambos; Ildorfo de treinta y dos años, era maestro, se había casado y tenía una hija; Ricardo y Héctor Manuel, de veintiséis y veinticinco años, respectivamente, también se habían casado y ejercían como maestros en Realicó (La Pampa) y Gilberto de los Ándeles, de veinte años, ayudaba a su padre en Puesto Tobar y ya había comenzado a incursionar en política como simpatizante del partido Radical. Terminados los emotivos saludos del reencuentro, doña Raimunda acompañó a su hija hasta su habitación y los varones volvieron su atención a los preparativos del doble festejo: la llegada de Carolina médica y del nuevo año. Reunida toda la familia alrededor de la larga mesa armada con tablones y caballetes cerca del asador, la cena no se caracterizó por el bullicio propio que provocan las últimas horas del año. Más bien reinaba una sensación de recogimiento, de sumo respeto originada en el hecho de contar entre ellos con esa hermana ausente tanto tiempo y que había llegado con el título de médica. Si bien Carolina estaba al tanto, por su madre, sobre la vida y actividades de todos sus hermanos y sobrinos, se interesó en conocer los detalles por boca de ellos mismos. Don Teodosio escuchaba las respuestas de cada uno de sus hijos, mirándolos fijamente. Teodosito, el mayor, manifestó su conformidad con las tareas que realizaba en Puesto Tobar y su deseo de continuar en ellas. Los tres maestros: Ildorfo, Ricardo y Héctor Manuel confiaban en los ascensos que lograrían por antigüedad en sus carreras docentes y Gilberto, aún no había hallado su camino. Don Teodosio con cuidado, cruzó los cubiertos sobre el plato y como sintiendo sobre sus hombros el peso de la figura de Carolina que se elevó gigante frente a la postura conformista de sus hijos varones, le preguntó casi tímidamente: - Y usted, ¿qué piensa hacer ahora que ya es médica? La respuesta de Carolina, dada con naturalidad y convicción sorprendió a todos, incluso a doña Raimunda: - Volveré a Buenos Aires para continuar estudiando. Nunca se termina de aprender. La noticia de la llegada de la hija de “los Tobares” recibida de médica, se difundió rápidamente entre los vecinos de Quines. Y fue muy oportuna porque muchos niños estaban atacados de diarrea infantil. Los primeros días de ese año comenzaron a llegar a la casa de “los Tobares”, las madres con sus pequeños hijos preguntando por “la Doctora”. Estos sucesos los evoca muy bien la señora Dominga Roldán, maestra jubilada que actualmente – mayo de 1994 – cuenta con ochenta y nueve años de edad. (Esta señora es hermana de Germana Roldán, recientemente fallecida, y que fuera compañera de la Doctora Carolina Tobar García en la escuela primaria.) “Ese año hubo en Quines algo así como una peste. Casi todos los niños sufrían de diarrea. Las madres llevaban a sus hijos para que los atendiera Carolina y ella lo hacía, pero no les cobraba. Yo también tenía una dolencia estomacal y fui para que me atendiera. Me recetó unos remedios. Me había recibido de maestra, pero estaba sin trabajo. Cuando le pregunté cuánto le debía por la consulta me respondió que no le debía nada, que cuando consiguiera trabajo ya hablaríamos. Que me quedara tranquila y tomara lo que ella me había indicado. Lo tomé y me curé.” Otro testimonio del cariño que la Doctora Carolina Tobar García sentía por los vecinos de su pueblo natal y del desinterés por el dinero, lo da la señora Severa Ibáñez quien actualmente (1994) cuenta ochenta y cuatro años de edad y continúa en Quines: “Yo estaba muy preocupada porque mi hija, que tenía seis años, no estaba bien desarrollada para su edad. Era muy flaquita. Un verano que la Doctora vino a pasar sus vacaciones a Quines se la llevé para que la viera. La señora Raimunda le había preparado la sala de la casa para que atendiera a los enfermos. Era como un consultorio. La revisó muy bien y le dio un tratamiento que debía seguir durante todo el año. No quiso cobrarme y me regaló los remedios. Recuerdo que algunos frascos eran de aceite de hígado de bacalao. Y mi hija se fortaleció. De esto hace casi sesenta años, pero yo nunca me olvidé. Ahora vivo con mi hija y con los nietos que ella me dio.” Un domingo de ese verano Carolina decidió pasarlo fuera de su casa de Quines y partió temprano en el sulky chico. Su madre no pudo acompañarla porque debía atender a los otros hijos que también estaban disfrutando de sus vacaciones. Cuando Carolina llegó a Villa de Praga halló a su tío Conrado en la puerta de la capilla. Había terminado la misa y estaba conversando con el cura rodeados ambos por los hombres de la Villa. Proyectaban la instalación de una comisaría y don Conrado debía ocuparse de los trámites correspondientes. Ya había cumplido setenta y cinco años. Mantenía su espíritu jovial, pero al ver a su sobrina no pudo impedir que las lágrimas asomaran a sus ojos. Su emoción se transformó en júbilo cuando ella, con tono natural, le dijo que se había recibido de médica. Sin disimular su orgullo la presentó al cura y a los vecinos que estaban con ellos. El cura, que acostumbraba a almorzar con don Conrado, ese domingo compartió el almuerzo con tío y sobrina. A la tardecita, Carolina emprendió el regreso, prometiéndole a don Conrado que lo visitaría cada verano que fuera a Quines. Y lo hizo. Terminadas sus vacaciones, la Doctora Carolina Tobar García regresó a Buenos Aires. Don Conrado García Torres falleció siete años más tarde, en noviembre de 1937, a la edad de ochenta y dos años. En 1976 el Consejo Nacional de Educación dispuso que a la escuela Nº 114 de Villa de Praga se le impusiera el nombre “Conrado García Torres”, en homenaje al fundador y propulsor del pueblo. En el frente del nuevo edificio escolar hay dos placas recordatorias. A la entrada de la capilla de Villa de Praga, una placa dice lo siguiente: “La Sub – Comisión Pro – Templo, Pueblo y Vecindario. En homenaje al fundador Conrado García al cumplirse el cincuentenario. 12 de octubre de 1966”. La casa de don Conrado frente a la plaza aún existe, con las señales propias del tiempo transcurrido y en la plaza también hay una placa recordatoria que dice: “Plaza Conrado García. Pueblo y vecindario en homenaje a su fundador Conrado García al cumplirse el cincuentenario. 12 de octubre 1966”. Cuando se le rindieron estos homenajes a don Conrado García Torres, su sobrina la Doctora Carolina Tobar García también ya había fallecido. EN LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA Dos meses antes de recibirse de médica, la Doctora Carolina Tobar García había sido nombrada por el Consejo Nacional de Educación, Inspectora de Escuelas de Adultos. Si bien ello le representó un afianzamiento en su situación económica, igualmente resolvió reincorporarse al Instituto Ward para continuar con sus clases como Profesora. Era una forma de proseguir no sólo en contacto directo con los adolescentes sino también con la Institución que tan cálidamente la había incorporado a su plantel de profesores cuando a poco de llegar a Buenos Aires se había presentado a solicitar un puesto. Mientras tanto, en sus encuentros con su amiga Berta Elena, que seguía al frente de la Escuela Nº 6 de Niños Débiles, las conversaciones se centraban precisamente en el origen de las debilidades físicas que presentaban esos niños y que repercutían en la asimilación de las enseñanzas que les brindaban. Por otra parte, la Doctora ya tenía conocimiento de que en Estados Unidos se habían creado escuelas especiales para niños con problemas de diversa índole y había nacido en ella la idea de ir a ese país, para ponerse al tanto de su funcionamiento. Con la mira puesta en ese objetivo pasó el año y algo más cuidando de no distraer un solo centavo de su presupuesto en gastos que consideraba superfluos. Ocupada en esa previsora “tarea de hormiga”, una mañana en el Colegio Ward fue sorprendida por la orden de suspender las clases. Las madres concurrían al Instituto para retirar a sus niños pues según decían alarmadas “hay revolución”. Vacío el Instituto, la Doctora regresó a su casa. Mirando ese trajinado ir y venir de la gente alarmada, recordó el día en que sorprendió a su madre echando agua hirviendo en un hormiguero. Horas más tarde los titulares de los diarios anunciaban la caída del Presidente Constitucional don Hipólito Yrigoyen y la asunción del mando por el General José F. Uriburu. Superado el desconcierto, las “hormigas” pacientemente regresaron a sus trabajos. Al año siguiente, nuevamente pidió licencia sin goce de sueldo en el Instituto Ward, y la tomó a partir del 31 de julio. En la misma fecha dejó su cargo de Inspectora y retomó el de maestra, sin ejercerlo, por el tiempo que duró su viaje. El motivo de estas licencias, surge en la página 171 de su libro “Higiene Mental del Escolar”, editado en noviembre de 1945 por “El Ateneo”: “...El problema de la educación de los “retardados pedagógicos” venía preocupando a las autoridades desde años atrás sin haberse llegado a la solución adecuada y permanente.” “...se pueden citar los grados diferenciales que funcionaban en algunas escuelas, en el año 1927 y el Instituto Experimental en 1930.” “La necesidad de encauzar la enseñanza especializada que requieren los anormales, por una senda definitiva y segura atrajo mi atención desde aquel entonces. Terminados mis estudios en la Facultad de Medicina, solicité y obtuve una beca por intermedio del Instituto Cultural Argentino – Norteamericano para realizar estudios en el Colegio de Profesores de la Universidad de Columbia. Estudiando allí durante los años 1931–1932 adquirí las nociones básicas fundamentales que me sirvieron después para dedicarme a procurar la solución del problema encarándolo de una manera distinta a lo que se había hecho anteriormente y según me lo permitieron las circunstancias.” De que este viaje a Estados Unidos había sido un proyecto que la Doctora venía madurando desde tiempo atrás y de cómo ocupó su tiempo durante el año y medio que vivió en ese país lo explicó someramente en la “Introducción” de su libro “Educación de los Deficientes Mentales en los Estados Unidos. Necesidad de su implantación en la Argentina”, Ed. Humberto Andreetta, Buenos Aires, 1933, y que escribió, a pocos meses de su regreso: “Hace años que se habla en Buenos Aires de la creación de “Escuelas para Anormales” y hace años que asistimos a esos conatos de “clases diferenciales” y de cursos para la preparación de maestros especiales. “Mi experiencia en el magisterio y en dos escuelas de la Universidad de Buenos Aires me convenció de que el país carecía de profesionales debidamente capacitados para organizar las instituciones destinadas a la educación de los deficientes mentales.” “(...)” “Por eso al optar por una beca en la Facultad de Educación de la Universidad de Columbia presenté un plan de estudio sobre la materia. “Las fuentes informativas de este volumen son pues, en primer lugar, los cursos sobre psicología, educación y administración especiales en el Teacher´College; otro en el Instituto Psiquiátrico del Medical Center, (Escuela de Medicina), sobre bases orgánicas de los desórdenes mentales de los niños y finalmente la observación frecuente de las Ungraded Classes de la ciudad de New York y la permanencia durante semanas en las más grandes escuelasinternados de los Estados Unidos. “Se me presentó también la oportunidad de asistir al Congreso Anual de la Asociación Americana para el Estudio de los Débiles Mentales, entidad compuesta de médicos, psiquiatras, “psicologistas”, educadores y “social workers”, que podrían traducirse por asistentes de higiene social. Dicho Congreso se realizó en Filadelfia, y en esa oportunidad pude, además, formar un juicio sobre los temas más discutidos como el de la esterilización de los deficientes, por ejemplo. “La educación diferenciada que está en pleno desarrollo en otros países, es desconocida entre nosotros, y sin embargo, hoy en día, el problema de la educación diferenciada, debe ser el fundamento de todo sistema educativo.” De su real interés por estudiar en profundidad el tema de los disminuidos mentales durante su permanencia en Estados Unidos nos dan una idea las palabras que pronunció bajo el título “Establecimientos para Deficientes Mentales y Anormales Psíquicos”, en la Segunda Conferencia Nacional sobre “Infancia Abandonada y Delincuente”. (Tema publicado en el número 25, año 1942, de la revista “Infancia y Juventud” editada por el Patronato Nacional de Menores.) Podrá también observarse en la primera oración transcripta que la Doctora Carolina Tobar García decía las cosas sin ambages, frontal y valientemente. Estos rasgos característicos de su manera de ser que hemos visto nacer y desarrollarse en el transcurso de esta biografía, se fueron acentuando con el correr de los años y le valieron en su trayectoria de luchadora incansable, no pocos comentarios adversos sobre su personalidad. Veamos a continuación parte de lo que dijo en esa conferencia: “(...)” “Comenzaré poniendo las palabras sobre la mesa. Les contaré cómo después de haber estudiado psiquiatría general y conociendo desde luego la clasificación del Dr. Borda según la cual hay idiotas, imbéciles y débiles de espíritu, me encontré en la Universidad de Columbia con una beca para estudiar justamente el tema que tengo que presentar en este momento. Debía inscribirme en cada curso previa conversación con el “adviser”, que es a la vez profesor de la materia y tiene por objeto investigar previamente si el alumno está en condiciones intelectuales de inscribirse o no. Sobre las mesas había carteles con los nombres de las asignaturas. Después de leer el catálogo me hice un plan y me dirigí a una de las mesas. En ella el cartel decía “abnormal childrens”. Pero el enfrentarme con el correspondiente “adviser” le dije con absoluta convicción que deseaba estudiar “sub-normal children”. Entonces el Sr. Profesor me respondió: “No es aquí, es en aquella otra”, señalándome un mesa vecina. Más cuando llegué a la segunda, quiso mi lengua pronunciar “fleebimended”, no sub-normal y he aquí que tuve que pasar a otra mesa. Pero nuevamente cometí el error de no pronunciar la palabra que estaba escrita en el cartel y en vez de decir “fleebimended” dije “backward children”. Tuve que retirarme por tercera, cuarta y quinta vez, para adquirir, al final, la sensación de que ab-normal, sub-normal, fleebimended, backward children, eran todos distintos y que el estudio había llegado aún análisis tal, que había un curso para cada especie o tipo. Fue así como me inscribí en todos”. Si bien de lo expuesto resulta sorprendente su decisión, a nosotros, que la estamos conociendo desde sus primeros pasos no nos extraña. ¿Verdad? Y durante el transcurso de ese año y medio que estudió en los Estados Unidos, ¿se olvidó de su preocupación por la sífilis? Recordemos que había dicho a su madre que no quería quedarse sabiendo sobre esta enfermedad solamente el origen del nombre. No, no se olvidó. No podía olvidarse porque ella sabía las consecuencias que esta enfermedad acarrea. Es así como en la revista “La Semana Médica”, Tomo XXXIX-II, del 1º de septiembre de 1932, página 591 aparece el título siguiente: HOSPITAL J. M. RAMOS MEJÍA Servicio de Enfermedades de la Sangre LA REACCIÓN DE KLINE PARA EL DIAGNÓSTICO Y EXCLUSIÓN DE LA SÍFILIS Por la DRA. CAROLINA TOBAR GARCÍA Médica asistente, actualmente en Norte América, becada por el Instituto Cultural Argentino Norteamericano. Como su título lo indica se trata de un informe científico que no corresponde analizar en esta biografía, pero sí puedo hacer notar que esta comunicación que envió al Hospital Ramos Mejía podría tomarse como una puesta al día de lo que en Estados Unidos se estaba haciendo para esa fecha en el estudio de esa enfermedad y que, en alguna medida, aquí podía desconocerse. Si bien dado el tiempo transcurrido desde el envío de esa comunicación hasta el presente, 1994, puede ya, por superado, carecer de interés científico, debo rescatar de la misma el hecho de que no esperó a regresar para traer con ello un informe que, para aquellos años, consideró muy importante. REGRESA A BUENOS AIRES Cerca del puerto de Buenos Aires, sobre la cubierta del barco, la Doctora Carolina Tobar García aspiró con fruición la suave brisa democrática que le llegó desde la Casa Rosada. El destino del país, desde hacía un año, había vuelto a las manos de un presidente constitucional: el General Agustín P. Justo. La satisfacción que la había producido a Carolina en su primera llegada a Buenos Aires al ingresar al cuerpo docente del Colegio Ward, fue similar a la que sintieron las autoridades del mismo al reincorporarla nuevamente para que continuara como Profesora en las mismas materias en lo que hacía anteriormente: Historia, Psicología y Anatomía. Ya no era sólo una maestra normal que llegaba desde una lejana provincia argentina. Era una Doctora Argentina que venía de cursar estudios en el país natal del señor Ward, benefactor del Colegio que lleva su nombre. La Doctora Carolina Tobar García, luego de la experiencia adquirida durante el año y medio que pasó en Estados Unidos, regresó gozosa a nuestro país. Dispuesta a emprender la lucha de acuerdo con su temperamento: lenta, pero continua. Sin claudicaciones. Con la mente puesta en su objetivo. Nuestro país, como todos los países, tenía necesidad de escuelas diferenciales. En algunos ya las había. ¿Por qué no en la Argentina? Fue así como, enseguida llegar, a comienzos de ese mismo año, 1933, por intermedio de la editorial “Humberto Andreetta” publicó su primer libro cuyo título preanunciaba el contenido y que por ello tuvo muy amplia difusión a nivel educacional: “Educación de los Deficientes Mentales en los Estados Unidos. Necesidad de su Implantación en La Argentina” Transcribiré del mismo, parte de la “Introducción” por la cual veremos que si bien sus ideas fueron muy de avanzadas para ese tiempo, no lo son menos para el actual ya que en él manifiesta otra necesidad que aún hoy no se ha llevado a cabo por parte del Estado, aunque esa necesidad continúa siendo imperiosa: “(...)” “Este libro sólo plantea el problema de las variedades menos favorecida de la especie humana, pero en su curso se verá que es necesario ocuparse también del otro extremo, es decir, el de los niños superiores que no por mejor dotados, deben ser abandonados a sus propias fuerzas o malogrados en la escuela “para todos”. No debe postergarse más la consideración de este problema. Es tiempo ya de que se irrite la sensibilidad de las entidades cargadas de la instrucción pública para que, saliendo de su apatía, encaren las cuestiones educacionales, con mejor conocimiento de causa y efecto” “(...)” Y en el final de esa introducción firmada por la Doctora Carolina Tobar García también está presenta la fustigación cuando expresa: “Entre nosotros, los más altos valores intelectuales desconocen la escuela primaria. ¿Será por falta de comprensión o de verdadero patriotismo?” “(...)” “Nuestras instituciones educativas – primarias, secundarias y universitarias – sólo ven en el educando un receptáculo que hay que llenar con las nociones informativas que imponen los programas. Cierto que es más cómodo enseñar dogmáticamente una cuestión, que guiar u orientar para su investigación y descubrimiento, pero eso no es desenvolver una mentalidad. Desde este punto de vista la educación diferenciada forma parte integrante de la educación en general; más aún, es un imperativo de la hora presente. Y están obligados todos a cooperar para su realización, de acuerdo con las propias aptitudes y competencias...” Y también el mismo año, 1933, en el tomo I, Nº 16, pág.19 de “Anales de Biotipología, Eugenesía, y Medicina Social” se publicó un artículo de la Doctora, titulado: “Las diferencias individuales en la escuela primaria” La contundencia de sus apreciaciones en el desarrollo de este trabajo nos deja una idea clara de los errados enfoques que hasta entonces se producían por parte de las autoridades educacionales sobre el sistema educativo en nuestro país y las soluciones que la Doctora proponía para mejorarlo definitivamente. Transcribiré algunos párrafos, dejando por cuenta del lector la opinión sobre los mismos teniendo presente que, desde su publicación hasta la fecha, han transcurrido sesenta y un años: “(...)” “En suma, toda la reforma de este año se ha dirigido al cuaderno de lecciones y no a la enseñanza en sí. No nos hemos ocupado para nada del niño individualmente considerado. No se nos ha ocurrido que la reforma debe comenzar por el estudio del niño no por el cuaderno de tópicos. Hemos discutido largamente si es el conejo o el peludo el animal que debe figurar en el programa, si la tarea hecha en casa debe llamarse “deber” o “trabajo...” (...). “En un libro publicado a principios de este año, hemos sostenido que la reforma escolar implica un punto de vista nuevo porque debe apoyarse en la psicología de las diferencias individuales” “(...)” “Si se observa una bandada de aves en marcha se verá que en la parte anterior de las bandadas, sólo va una o dos aves a lo sumo, pero desde ese animal que hace las veces de guía o director, los demás forman especies de filas cuyo número aumenta hasta llegar a la parte media del grupo, que es el grueso, desde donde el número comienza a disminuir, para terminar otra vez en punta hacia atrás, de tal manera que los primeros y los últimos son los menos en número. Los niños que repiten son comparables a las aves de la parte posterior de la bandada. ¿Qué ocurre – nos preguntamos – con los del extremo anterior, o sea los superdotados?” “(...)” “El escolar que no aprende en el mismo tiempo que la generalidad merece simpatía; el “mentiroso” comprensión; el nervioso una atmósfera sedante; el superdotado es acreedor de que se le abran todas la avenidas en las cuales pueda encontrar su expresión personal y el insuficiente o deficiente mental necesita que le enseñen a perfeccionarse en surco o en el yunque donde permanecerá toda su vida.” “(...)” “Ahora bien, por verdadero patriotismo, cada escuela debería llevar el registro de los mejor dotados para proveerlos de un “programa enriquecido”, lo cual no significa que se ha de caer en el error de envanecerlos. Por solidaridad con las generaciones futuras no debemos postergar por más tiempo el estudio de las diferencias individuales en la escuela primaria, piedra angular de nuestra argentinidad.” “(...)” “Igualdad democrática no pude significar el aplastar a unos y levantar a otros por los cabellos para nivelarlos, sino que igualdad democrática es equivalencia de oportunidad educativa; en otras palabras, dar a cada uno la educación que necesita, la única que puede rendir provecho para sí y para la colectividad.” No puedo dejar de señalar que la de la Doctora Carolina Tobar García fue la primera voz que mencionó en nuestro país la necesidad de la escuela diferencial también para superdotados, aunque todavía siga siendo ésta una “asignatura pendiente”. Por otra parte, es de suponer que las opiniones manifestadas por la Doctora en esas publicaciones no cayeron en saco roto. Al menos eso es lo que surge de la página 172 de su Tesis, ya mencionada anteriormente, publicada años más tarde: “(...)” “Ya en el año 1933, (el de su llegada de Estados Unidos), el Inspector Técnico General de Escuelas de la Capital, Profesor F. Julio Picarel, me autorizó para formar un grado diferencial en la Escuela Nº 9 del Consejo Escolar IX, Rafael Herrera Vegas. Estuve al frente de ese grado durante todo ese curso escolar. Dicho grado se formó con los niños “retardados” de seis, siete y ocho años que había en las divisiones paralelas del primer grado inferior”. Más adelante expone las conclusiones de su estudio sobre esos niños: “La experiencia de ese año fue suficiente para comprender las ventajas e inconvenientes de los grados diferenciales y la impropiedad con que generalmente se los organiza, pues resulta imposible formar un grupo homogéneo seleccionándolo entre el alumno de una sola escuela, por numerosa que sea la inscripción de ésta. En efecto, aunque esos alumnos eran débiles mentales por su cociente de inteligencia, tenían distinta edad mental y diferentes aptitudes, por cuyo motivo no formaban un conjunto homogéneo que pudiera considerarse como “grado” y resulta un simple conglomerado.” Esta comprobación la lleva a otra investigación, pues continúa diciendo: “Finalizado el curso de 1933, obtuve autorización para realizar un estudio de los insuficientes en el Consejo Escolar IX, sobre la promoción de ese distrito.” “...estudio que realicé utilizando únicamente los datos de las planillas de promoción anual y sin poder efectuar el examen individual de los alumnos insuficientes”. Nuevamente, la Doctora Carolina Tobar García, considera que debe sacar a luz el resultado de estas dos últimas experiencias y es así como sin pérdida de tiempo, envía al diario “La Nación” un trabajo titulado: “Alrededor de un Problema Médico – Pedagógico” y que este diario publica el 9 de enero de 1934, en la página 4. Omitiré por innecesarias para esta biografía y desactualizadas, dado el tiempo transcurrido, las cifras estadísticas que presenta en este extenso trabajo, pero resaltaré el encabezamiento del cual surge una vez más la propiedad, firmeza y valentía con que planteaba sus opiniones: “Los problemas educacionales pertenecen a la categoría de los que no apasionan al publico y por esto mismo se resuelven muy lentamente. Esta diferencia los ha salvado también de los errores del método de aprendizaje mecánico que se suele seguir en muchos órdenes de la vida. En materia de instrucción primaria no se han cometido grandes errores porque nos hemos quedado prudentemente cerca del punto de partida. “Podemos afirmar con cierta satisfacción que la ley 1420 nos ha preservado de los yerros porque ha impedido los ensayos a priori. Más como ocurre a menudo con muchas leyes, en el terreno de la práctica han surgido las más variadas y a veces antagónicas interpretaciones. Así hemos tenido épocas de verdadero encasillamiento en la ya cincuentenaria escuela común de seis grados, vaciados en un solo molde como si los niños fueran seres artificiales. Contrariamente se ha llegado a la creación de escuelas para adultos y a las destinadas a los niños físicamente débiles, lo que parecería acercarnos a las clases especiales. “En 1884 (año en que se sancionó la ley 1420), no se conocía el “morón”, término con que se designa la condición mental comprendida entre la imbecilidad y la normalidad. ¿Cómo habían de ocuparse de aquel entonces de la diferencia mental de los educandos? Demasiado previsora ha sido esta ley cuando cincuenta años después no necesitamos modificar su texto para encuadrar en ella todos los progresos del arte de educar. “En la creencia de que los débiles mentales estaban excluidos de los beneficios de la instrucción primaria, la escuela común no ha hecho otra cosa que ignorarlos y confundirlos. Pero el débil mental, por su parte, se ha hecho presente en el aula, en la escuela, en la sociedad y lo que es más importante todavía está pesando en forma onerosa sobre el presupuesto. “Cerca de 900 maestros se ocupan de esos niños infructuosamente cada año en la Capital Federal. Y decimos infructuosamente porque, estando confundidos en las aulas con los otros, ni asimilan las nociones instructivas dedicadas a los niños normales ni adquieren lo que ha menester su condición de frenasténicos. De esto resulta que después de haber pesado inútilmente en el presupuesto escolar durante su niñez, van a continuar gravitando no sólo en las formas corrientes de la vida social, sino hasta en los asilos y en las cárceles.” Esta intensa actividad que la Doctora desarrollaba no le impedía hacer un alto y llegar a Quines en algunos meses del verano para visitar a su familia. Doña Raimunda se sentía muy feliz y don Teodosio muy orgulloso de la hija que, pese a su creciente fama en Buenos Aires, no se olvidaba del apartado lugar que la había visto nacer. Claro que la Doctora no dedicaba ese tiempo enteramente al descanso. Los vecinos concurrían diariamente a su casa, donde Doña Raimunda le había preparado un sencillo consultorio en una de las habitaciones para que los atendiera a ellos o a sus hijos de dolencias que muchas veces soportaban hasta su llegada. De modo que pocas veces podía disfrutar de los baños en las aguas que brotaban de los manantiales de “El Zapallar”. Y, según cuenta el señor Amadei Oscar Sarmiento de ochenta y tres años, honrado con el título de “Tesoro Viviente de San Martín” por se la persona que más recuerdos tiene acumulados en su mente sobre los habitantes y el desarrollo de ese partido, solía verla por el lugar luego de recibida de médico: “Llegaba en verano junto con su hermano Ricardo, montados a caballo, para pasar un par de días con José Torres, un primo radicado en el pueblo. Para este tiempo ya no se usaban las amplias polleras ni las monturas especiales para mujeres. La doctora vestía un moderno pantalón “breaks” y botas." NUEVAS DESIGNACIONES Y PUBLICACIONES En el cap. V, página 175 de su libro “Higiene Mental del Escolar” editado por “El Ateneo” en 1945, dice la Doctora Carolina Tobar García: “(...)” “A principios del año escolar de 1934, poco después de la publicación que he acotado, fui llamada al Cuerpo Médico Escolar para hacerme cargo del Consultorio Psico-Fisiológico donde inicié mis actividades, según criterio personal y con el método que empleo hasta la fecha”. Por lo expuesto podemos deducir que ese nombramiento fue el resultado de la ya mencionada publicación “Alrededor de un problema médicopedagógico” en el diario “La Nación” del 9 de enero de 1934. En la página siguiente, 176 del mismo libro, agrega: “En junio de 1935, el H. Concejo Nacional de Educación presidido por el Ing. Pico, me designó para integrar una comisión con el Inspector Técnico General de Escuelas de la Capital, Dr. Fernando Alvarado; el Director de la Inspección Médica Escolar, Dr. Enrique M. Olivieri, y la Vice-Directora de la Escuela Nº 31 del Consejo Escolar XVI, señorita Maria Angélica Echezarraga, para estudiar el problema de los niños deficientes y anormales y proponer las medidas oportunas para resolverlo.” Un año después, el 28 de julio de 1936, el diario, “LA NACIÓN” publica un trabajo enviado por la Doctora, con el resultado de este estudio. El título de por sí anuncia que se trata de un llamado de atención sobre esa cuestión. Al igual que con los anteriores, omitiré las estadísticas que presenta en el mismo y rescataré las partes en las cuales veremos una vez más la claridad sin rodeos con que fundamentaba sus opiniones. “NO TENEMOS ESCUELAS PARA RETARDADOS” (Para La Nación) por la Dra. Carolina Tobar García Buenos Aires, Julio de 1936 “Si echamos una ojeada a la organización de nuestra escuela primaria creeríamos estar en un país de niños privilegiados donde todos fueran estrictamente normales o superdotados. Apenas si contamos con algunas escuelas al aire libre, una para ciegos y otra para sordos. Pero no tenemos escuela para retardados. “Sin embargo en la actualidad se discute en el Congreso la creación de “escuela para amblíopes”, o sea para niños de visión defectuosa. Si esa creación se realizará indicaría un paso más en el sentido del progreso aunque empezáramos ciertamente por donde otros terminaron. En efecto, las clases de conservación de la vista (sight saving classes), son la última conquista de la higiene escolar. Siguiendo ese ejemplo podrían crearse también clases para inválidos, (crippled children), ya que han aumentado tanto después del brote de parálisis infantil. “La única dificultad está en que exigen edificios ad-hoc – las primeras – y una dotación de material ortopédico y medios de transporte las últimas, que hace su costo elevado. “Teniendo estas escuelas y faltando las de retardados pedagógicos nos encontraríamos en el caso de un ser desnudo con un anillo de brillantes. En esta oportunidad queremos partir de una declaración del Jefe del Cuerpo Médico Escolar: “Estamos en retardo – dice es Dr. Olivieri -, todos los países civilizados tienen escuelas para retardados pedagógicos desde hace años”. Y así es, efectivamente. Los únicos que ignoran este problema son nuestros pedagogos. No tratamos de hacerles, con esto, un reproche, puesto que la Escuela Normal no les ha dado nociones claras sobre la psicología diferencial”. A continuación de esta última afirmación agrega lo que en el habla cotidiana solemos anunciar como: “Para muestra, basta un botón.” Al decir: “Como prueba de ello no tenemos más que relatar lo que nos ocurrió hace años, cuando fuimos a conversar con un funcionario sobre la creación de “escuela para retardados”. Nos tomó la palabra, dándonos la razón antes de oírnos y nos habló de los niños pirómanos, dromómanos, cleptómanos, etc., llevando así el problema al terreno de la Psiquiatría. Era preferible abandonar la empresa a comenzar la tarea de convencerlo de su error al confundir la psiquiatría, que se ocupa de los desequilibrados, con la psicopedagogía que, entre otras cosas, se ocupa de la psicología de los niños atípicos, entre los que figuran en primer término, los “retardados”. Debemos reconocer, sin embargo, que hay pedagogos más permeables, pero cuyo espíritu encalla, a pesar de la comprensión, en dificultades de orden sentimental, como la de convencer a los padres cuando tienen un hijo retardado. “Con estos antecedentes y a pesar de que en dos oportunidades llegaron a crearse clases diferenciales, se comprenderá por qué carecemos de ellas actualmente.” Luego de plantear el resultado del estudio realizado justamente con la Señorita M. Angélica Echezarraga en el C.E. Nº 16, durante el año anterior, 1935, finaliza diciendo: “El Estado no debe gastar más en los deficientes que en los normales. Pero ocupándose de aquéllos en la infancia, defendería sus finanzas, restando futuros clientes a sus hospicios y reformatorios”. Las manifestaciones que hacía la Dra. Carolina Tobar García nos muestran a una persona de carácter recio. Y por cierto que lo tuvo. Pero también es cierto que no son los pusilánimes los que acometen las grandes empresas. La Doctora enarbolaba la bandera que por lógica no podían enarbolar sus defendidos. Y los hacía con un amplio conocimiento de la causa que defendía. Sus argumentos los había empollado durante su experiencia como maestra rural en aquellos desolados parajes de su provincia natal, se nutrieron en la Escuela para Niños Débiles Nº 6 donde trabajaba su amiga Berta Elena Vidal y salieron a la luz, como un estallido, luego de su regreso de Estados Unidos de América. Por eso era contundente en sus opiniones. Pero... ¿siempre era así? No. No cuando hablaba con las madres, cuando examinaba a los niños. Si pudieran contarlo, ¡cuántos niños nos hablarían de su dulzura! Para ellos la reservaba. ¡Cuántos niños nos dirían que sintieron, como al descuido, su mano apoyada en la cabeza, deslizándola hasta la nuca! ¡A cuántos les brillarían los ojos recordando los comprensivos ojos de ella! Pero, desde luego, ninguno podría decir que lo hacía movida por la conmiseración. Porque no les tenía lástima. La lástima no arregla nada. El amor sí. Y la doctora, ¡los amaba! He aquí una mínima prueba: En el número 6 de la Primera Revista Argentina de Educación Maternal, “La Mujer y el Niño” dirigida por josefina Marpons y de difusión corriente, editada en Buenos Aires en el año 1935 colaboró con una nota titulada: “Lo que debe saber su hijo al nacer” Por el tono cómplice que emplea en el mismo y para que se le conozca el fondo de ternura que la animaba, lo transcribiré íntegramente: “No me cabe la más mínima duda de que Ud. querrá protestar ante semejante título y ante nuestra pretensión de tomar examen a su niño, pero no crea que es idea nuestra. Muy al contrario. El examinar a los recién nacidos es costumbre vieja como el andar a pie. Nosotros hemos atemperado la severidad del examen. Su hijo tendrá la suerte de nacer bajo nuestra era. Cosa muy distinta hubiera sido sin el pobre infante hubiera caído en las garras de aquellos sabios y viejos y severísimos doctores de Lacedemonia. ¿Sabe Ud. qué hacían con los niños que no obtenían el tan ansiado “suficiente”? Los precipitaban desde lo alto de una pequeña colina que habían elegido “ad hoc”. De nada valían las protestas de la madre porque el hijo no era de su propiedad sino que pertenecía a un monstruo llamado Estado. Pero los tiempos han cambiado felizmente y la pena capital no se aplica a los recién nacidos. “En lugar de ella deben realizarse exámenes seriados, o periódicos hasta una cierta edad. Cada uno de los exámenes pueden equipararse a uno de los doce trabajos de Heracles. Una vez que ha aprobado el último, a los dos años más o menos, se le concede el título de Niño Normal y se le da la carta blanca para hacer de las suyas. “Como buena madre, Ud querrá conocer el programa con el objeto de hacernos alguna trampita enseñándole lo que no sepa, antes de nuestra llegada. Pero de nada le valdrá. Lo mejor será que Ud. se porte bien mientras lo lleva adentro para que no le “enseñe” su mal humor y le dé “cancha” para que él desenvuelva sus actividades. “Sabido es que ya a los dos meses empieza a manifestar su personalidad. Comienza moviéndose como un gusano desde los pies a la cabeza y termina en un partido de fútbol. El muy haragán, a los siete meses, ya está listo para salir a tomar aire y sin embargo se queda dos meses más haciéndose la toilette y engordando. Los verdaderos buenos hijos deberían ser esos que nacen a los siete meses y libran a su mamá de dos meses de molestias. “Por eso, cuanto más tiempo tarde, más estricto será el examen. “Y ahora, entremos en materia. “¿Qué es lo primero que debe saber? Tan pronto como saca la cabeza y el cambio de temperatura le acaricia la epidermis, su hijo debe dar un grito fuerte y valiente. Eso que las madres llaman llanto de recién nacido no es tal. Es un grito vulgar y silvestre en la más completa aceptación de la palabra, Si no grita ya sabe Ud. que se llevará unas buenas palmadas. Después, si es un joven bien nacido, se pondrá a respirar prolijamente y Ud. podrá entonces acariciar su cabecita tibia y blanda como el pecho de una torcaza. “La mayor parte de los bebés suelen tener la sabiduría un poco oculta de manera que hay que ir a buscarla con cuidado. Los examinadores deben ir a investigar lo que él no muestra espontáneamente. “Una vez que se le han dado los cinco minutos reglamentarios para que se explaye a sus anchas lo acercaremos a la ventana para ver cómo se porta ante la luz. Así lo hizo, hace 50 años el propio Preyer con su propio hijo. De esa manera sabremos si es vidente o si es ciego. El tercer punto será el de ver si el joven o la joven, sabe chupar. El chupar es un acto complejo que se realiza por medios de los labios, la lengua y el paladar. Hay algunos simuladores que saben “morder” pero no chupar. En ese caso le permitiremos que Ud. le dé algunas pequeñas lecciones hasta que llegue La Vascongada. “Cuarto punto. Con un alfiler de gancho le rasparemos – eso sí, suavemente – la planta del pie para ver cómo mueve los dedos. Veremos si los mueve hacia el techo o hacia el suelo, si mueve el dedo gordo solo o si hace un abanico con los otros cuatro. Lo grave sería que no moviera ninguno. “Después señora, le daremos un pequeño susto. Colocándolo desnudito sobre la cama daremos un golpe en el colchón, a cierta distancia de la cabeza, para que no nos vea y ¿sabe Ud. lo que debe hacer en ese momento? Pues nada menos que levantar un brazo como lo hacían los gladiadores en el circo Romano. “La prueba más difícil será la del trapecio. Su hijo debe saber colgarse con sus propias manos y no soltar la barra ni a palos. “Este primer examen está a punto de terminar. La mesa examinadora se reserva el derecho de ponerle un poco de mostaza en la nariz para comprobar si sabe estornudar o no. No se aflija porque no le hará mal. Su hijo siente, ve, huele, y gusta, además, aunque no parezca, pero si Ud. toca un timbre en ese momento permanece impertérrito. La culpa de esa sordera la tiene Ud. que le ha hecho entrar líquido por la nariz durante el encierro. Hasta que no salga el líquido no podrá oír. “El examen ha terminado señora. “Ahora bien; cuando haya cumplido los cuatro meses, deberá saber ya una infinidad de cosa nuevas y, lo que es más importante aún, deberá haberse olvidado de algunas de esas pruebas, como la del trapecio, por ejemplo, por ser peligrosa. Si él no ha cambiado esas costumbres por otras más juiciosas aunque haya aprobado el primer examen, quedará aplazado en el segundo y empezará a ser un niño “retardado”. Conque, ¡ojo con su hijo! Hágalo vigilar. Por la Dra. Carolina Tobar García.” En el Nº 4 de esta misma revista, “La mujer y el Niño”, ya había publicado otro artículo con el título “¡Ocupémonos de los Niños Retardados!”, en el cual, con lenguaje sencillo explica a las lectoras cuándo se considera que un niño es retardado para finalizar diciendo: “Cuando se haya formado la conciencia de la necesidad de clases diferenciales, el público las reclamara y sólo entonces su establecimiento será definitivo. Mientras tanto un funcionario podrá crearlas y el siguiente podrá suprimirlas de una plumada, como ha ocurrido ya dos veces en la Capital.” En este párrafo final es evidente que no pudo con su genio al encerrar en él una advertencia y una denuncia sobre dos intentos infructuosos. Y en el Nº 5, también había aparecido otro trabajo titulado “No enseñe a su hijo a racionalizar”. En él está presente, una vez más, la maestra que siempre llevó en su interior. Explica con sencillez y claridad. Esta vez lo hace tomando un ejemplo que todavía hoy, aplican algunas madres: “Señora: “Cuando su niño se cae y Ud. castiga al piso donde él cayó, procede con la misma lógica de los que defienden a Mussolini atacando a Inglaterra, es decir, con perfecta paralógica, o sea una lógica desviada. “El querer conformar al pequeño de esa manera, castigando al piso o a la mesa o los objetos donde puede hacerse daño al iniciar sus primeros pasos es hacerle creer que ellos tienen la culpa, lo cual significa, consolarlo con una mentira.” “(...)” “Con respecto al desarrollo del juicio... ¡que se las arregle solo! A lo sumo se instituyen los consejos, en la época en que el niño es ya permeable para los consejos pero antes de ese período suele procederse como hemos visto al principio cuando no se recurre a elementos de peor categoría. Y así, sin querer y sin saber, se siembra el germen de la falacia, lo cual es un atentado contra la función más elevada del espíritu humano. Los psicoanalistas llaman “racionalización” a ese proceso mediante el cual se hace una inferencia falsa, a veces inconsciente y a veces no, como el de achacar al piso la causa de la caída. Hay muchas formas de “racionalización” semejantes a está que se deben tener en cuenta para no fomentarlas” Luego de otros ejemplos, finaliza previniendo: “La “racionalización” del niño pude ser inofensiva, pero la del adulto es capaz, por sí sola, de llevar a la inadaptación social”. En todos los números de esa revista, debajo del sumario firmado por “LA DIRECCIÓN” hay una aclaración: ““LA MUJER Y EL NIÑO” cuenta con un cuerpo de médicos consultores que revisan y redactan todos los concejos que damos en estas páginas”. La revista se editaba en un edificio de la calle Alberti Nº 38, y en el Nº 36 del mismo edificio funcionaba “El Primer Hospital de Niños Particular”. Ese espacio, aunque destinado a otras actividades, aún existe. La casa del número 36 consta de dos plantas y 16 habitaciones, lo que permite suponer que los dieciséis médicos y un kinesiólogo que integraban el cuerpo médico cada uno tenía su consultorio propio; que eran ellos los que revisaban las notas y que, como en el caso de la Doctora, también las redactaban. En el número 6 de la mencionada revista, se publica un aviso a toda página con los nombres, especialidad y currículum de cada uno. Se haría muy extenso mencionarlos a todos, pero sí lo haré con el Dr. Florencio Escardó por la estrecha relación amistosa-profesional que mantuvo con la Doctora durante muchos años. En ese Hospital estaba a cargo de la CLÍNICA INFANTIL Y PUERICULTURA, juntamente con los doctores Arnaldo y Luis Rascovsky. Para este tiempo el Dr. Escardó era médico del Hospital de Niños. Se había recibido el mismo año que la Doctora, quien en este “Primer Hospital de Niños Particular” estaba a cargo del consultorio de Reeducación y Psicopedagogía. Debajo del nombre de la Doctora figuraba el siguiente currículum: “Médica del Hospicio de las Mercedes, del Cuerpo Médico Escolar y de la Liga de Higiene Mental. Jefe de trabajos prácticos de la Cátedra de Clínica Psiquiátrica del Profesor Bosch.” Conocíamos hasta aquí las actividades de la Doctora como médico y docente y hemos visto que ello le había significado el nombramiento en el Cuerpo Médico Escolar (1934), pero nada había comentado sobre los otros cargos que ya para esa fecha desempeñaba. Se hace entonces necesario una explicación. El Profesor Gonzalo Bosch era ya para ese tiempo un médico de destacada trayectoria en el ámbito médico de nuestro país y del extranjero. Había nacido en Buenos Aires en el año 1885 y se había recibido de médico en la Facultad de Ciencias Médicas de esta ciudad. No podía entonces, pasar inadvertida a su “ojo clínico” la personalidad de la Doctora Carolina Tobar García y fue así como la designó: “Jefe de trabajos prácticos en su Cátedra de Clínica Psiquiátrica en la Facultad de Buenos Aires, cargo en el cual la Doctora se desempeñó hasta 1941, aproximadamente; Médica del Hospicio de las Mercedes donde el Doctor Bosch era Director desde 1930 y Médica de la “Liga Argentina de Higiene Mental” de la cual también era Presidente desde su fundación en 1929. Por respeto al eminente humanista debo aclarar que de su extenso y extraordinario currículum aparecido en el Nº 24 de la revista “Infancia y Juventud” del tercer trimestre de 1942 editada por el Patronato de Menores, he tomado solamente las partes de su actuación que se relacionan con las actividades desarrolladas por la Dr. Carolina Tobar García. Si sumamos a esos cargos que la Doctora Carolina Tobar García desempeñaba ya en 1935, la intensa actividad desplegada como docente y médica en el Concejo Nacional de Educación; la publicación de su libro y de sus trabajos, ya podemos comenzar a preguntarnos qué tiempo le quedaba para sí misma. Sin embargo no permanecía ausente de los espectáculos públicos cuando se trataba de escuchar un concierto o de apreciar una obra teatral de jerarquía o una buena película. Su amplia cultura iba mucho más allá de la proporcionada por su especialidad. Todo despertaba su afán de saber y su curiosidad. Estos rasgos peculiares que le conocimos ya desde su infancia la acompañaron toda la vida. Y los libros también. Para ese tiempo la Dra. Carolina Tobar García, si bien no era una extraordinaria belleza era en cambio una atrayente mujer de 36 años. Sencilla y prolija en el vestir. No usaba cosméticos ni lápiz labial. A lo sumo, al igual que la mayoría de las mujeres de ese tiempo, llevaba en su cartera para recomponer su rostro, una petaca de polvo “Coty”, apenas rosado, con su correspondiente cisne. El lápiz labial lo usaban solamente “las audaces”. De rimel y rizador de pestañas, ¡ni hablar! en esos años. Pero eso sí, usaba anteojos levemente oscuros que, por coquetería mal disimulada, se quitaba al momento del alguna fotografía. SUS DOMICILIOS. SUS COSTUMBRES Cuando la Doctora Carolina Tobar García llegó de los Estados Unidos sus amigas, Berta Elena Vidal de Battini y Delfina Varela Domínguez de Ghioldi, la estaban esperando en el puerto de Buenos Aires. Las tres se dirigieron al nuevo domicilio que, siguiendo las indicaciones de la Doctora, ellas ya le habían reservado. Se trataba de dos habitaciones en una pensión de la calle Callao, a pocas cuadras del Congreso. La Doctora comenzó así a concretar su viejo anhelo de vivir en esa zona céntrica que tenía medios comunicación directa para casi todos los puntos de la ciudad. Entre ellos el subterráneo con el cual llegaba hasta la Plaza de Miserere y desde ahí seguía el viaje en tren hasta Ramos Mejía, nueva sede del Colegio Ward. Si bien la ubicación era más cómoda que su primer domicilio en la calle Lerma, la Doctora aspiraba a vivir en forma más independiente. Visitaba todos los edificios de los alrededores en cuyas puertas veía un letrero que anunciaba el alquiler de un departamento. Era usual en ese tiempo que los propios dueños, llamados “rentistas” porque vivían con el producto de los alquileres, hicieran colocar esos letreros en las puertas de sus propiedades. Personalmente o por medios de sus administradores efectuaban el contrato de locación, previo pago de “mes adelantado”, únicamente. Fue así como en la calle Castelli 19, 4 to. piso, departamento “H”, halló el que momentáneamente, colmaba sus aspiraciones. Constaba de cuatro habitaciones, dos de ellas con balcón a la calle. Tuvo entonces comodidad suficiente para recibir a su madre quien comenzó a venir acompañada de alguna nieta. La Doctora pidió a la “Unión Telefónica” que le colocaran teléfono y a los pocos días estuvo satisfecho su pedido. También esto era usual en esos tiempos. Sus múltiples actividades no le permitieron continuar atendiendo en el Hospital Privado para Niños. Para ese tiempo su hermano menor, Gilberto de los Ángeles, resolvió estudiar Medicina. Esta decisión le produjo una enorme alegría a la Doctora. Alegría que se disipó cuando luego de tres años, su hermano abandonó los estudios y le dijo que regresaba a Quines para dedicarse a la política. Respetó su decisión sin emitir opinión tal como le habría agradado que don Teodosio respetara la suya cuando le dijo que ella quería estudiar medicina. La Doctora sentía un rechazo visceral por las cadenas, de cualquier tipo que fueran. Pese a que además la compañía de su hermano Gilberto de los Ángeles, que para ese entonces tenía alrededor de veintiséis años, le resultaba muy grata por el carácter alegre que él tenía, disimuló su decepción y, sin cuestionamiento de ninguna índole lo dejó marchar. De nuevo quedó acompañada solamente por sus libros, afanes y emprendimientos. Vencido el contrato de Castelli 19 volvió a mudarse. Esta vez alquiló el primer piso de un edificio de la calle Victoria 2105. Tenía ¡ seis habitaciones! y dependencias de servicio. ¡Tal como en su casa de Quines! Entonces sí, vio su sueño totalmente realizado. De ahí en adelante sí podría recibir a sus padres, o a sus hermanos o a sus sobrinos y brindarles comodidades similares a las que tenían en su casa natal. Destinó una habitación para sus escritorio-biblioteca, otra para su dormitorio y la más grande para comedor. Las otras tres las iría armando como dormitorios. En esa forma, el pariente que quisiera hacerlo podría vivir con ella sin que ni uno ni otro perdiera su libertad de acción. Felicísima con su nueva vivienda de inmediato pidió a la Unión Telefónica el traslado de su teléfono y, al día siguiente de haberlo hecho se lo conectaron. Continuó con el mismo número que le había asignado en el departamento de la calle Castelli: Pasco 48-2221. Las comodidades de este nuevo departamento indujeron a doña Raimunda a viajar con dos de sus nietas. Habían terminado la escuela primaria y quería que ingresaran a la secundaria. La Doctora se ocupó de inscribirlas. Eran atendidas por la mucama, pero cuando las actividades se lo permitían ella misma les daba el último toque de prolijidad haciéndoles el moño del delantal blanco y peinándolas. No fueron pocas las veces que las acompañó hasta la puerta de la escuela. Una de las sobrinas no se adaptó a la vida ciudadana y sin terminar el secundario regresó a Quines. También un día llego su sobrino. El pequeño nieto preferido de don Teodosio ya había cumplido dieciocho años. Lo habían enviado sus abuelos para que la tía le observara la garganta. Debieron operarlo. La Doctora se ocupó de que lo hiciera un especialista amigo de ella. Enseguida se repuso pero igualmente se quedó en su casa cerca de un mes. La mucama, por las tardes, lo llevaba al cine o a recorrer la ciudad. El sobrino se sentía muy importante porque cuando llegaba alguien a la casa preguntando por la tía, la mucama lo presentaba dando su nombre con el agregado: “...es sobrino de la Doctora...” Así me lo ha contado él mismo que actualmente tiene 79 años y vive en Quines con su señora. Más adelante veremos que no ha sido esta la única vez, ni él el único pariente que se alojó en el piso que la Doctora ocupó hasta el final de sus días en la calle Victoria (actualmente Hipólito Yrigoyen) 2105. Este movimiento familiar que se producía en su casa era muy del agrado de la Doctora. Solía organizar sus cosas de manera tal que podía brindarles afecto y comodidades sin que ello significara postergar o interrumpir sus actividades. Los domingos, día franco de la sirvienta, por las mañanas antes de concurrir al Hospicio de las Mercedes para atender a los internados, llegaba hasta el Hogar Santa Rosa con la sobrina que estuviera viviendo con ella y la dejaba para que alternara con las internadas. Luego del almuerzo pasaba a buscarla y la levaba a pasear por los lagos de Palermo y el Rosedal. Les completaba el día en la Confitería de El Molino, donde tomaban un té con masitas. Por lo general, en el resto de los días, el único momento que disponía para descansar un rato y disfrutar del ambiente familiar, era la hora de la cena. Comía frugalmente escuchando las novedades escolares que les transmitían sus sobrinas o los variados comentarios de algún otro pariente. Enseguida se retiraba para continuar trabajando o estudiando encerrada entre las cuatro paredes de su escritorio-biblioteca. ¡Quién sabe hasta qué hora! Muchas veces al despertar se halló sentada frente al escritorio, con las manos apoyadas sobre las hojas de trabajo. Unas manchas de tinta señalaban el lugar donde la abandonada lapicera dejaba la marca delatora del invencible sueño. Otras veces amanecía sentada en un sofá, con un libro sobre la falda sostenido con las dos manos y un fuerte dolor en la nuca consecuencia del par de horas dormida en incómoda posición. Reiniciaba las actividades de cada día con optimismo, pero sin apresuramiento. Su paso era inalterablemente lento. Posiblemente para evitar que una brusquedad en su accionar interrumpiera el hilo de las ideas o pensamientos. Como en una incubadora los guardaba dentro de sí hasta lograr concretarlos. Por eso fue que nunca se le escuchó decir: “Voy a hacer”. Cuando se presentaba el momento oportuno, directamente hacía. TESTIMONIO DE SU PERSEVERANCIA El mismo año de sus tres publicaciones en la revista “La Mujer y el Niño”, la Inspección Médica Escolar, por intermedio de los talleres gráficos del Consejo Nacional de Educación publicó un pequeño folleto de dos hojas. La página primera dice: CONSEJO NACIONAL DE EDUCACIÓN INSPECCION MEDICA ESCOLAR VI NIÑOS NERVIOSOS Y RETARDADOS PEDAGOGICOS (PARA PADRES Y MAESTROS) por la DRA. CAROLINA TOBAR GARCIA Médica Adscripta Talleres Gráficos del Consejo N. de Educación Buenos Aires – 1935 Las dos páginas interiores están divididas en cuatro partes tituladas: “Nociones Preliminares”, “Causas del Retardo Escolar”; “Escolaridad e Inescolaridad” y en la última con una interrogación “¿Por Qué Hacen Falta Las Clases Especiales?”, va al fondo de la cuestión dando una serie de respuestas. La claridad en su forma de explicar la hace comprensible para todo nivel intelectual. En el centro de la página cuatro avisa, dirigiéndose: “A los maestros: “Si durante las clases o en los recreos Ud. observa en sus alumnos alguna manifestación desarmónica en su conducta o en su aplicación envíelo al Consultorio Psico-fisiológico. Inspección Médica Escolar Callao 19...” Ocho años más tarde, en la página 132 del número 3 de la “Revista de Higiene y Medicina Escolares” correspondiente al cuatrimestre Enero-Abril, editada por la Inspección Médica Escolar, Callao 19, Bs. Aires y cuya Comisión Redactora está integrada por médicos, entre los cuales se cuenta también la Doctora, aparece reproducido el mencionado trabajo. Para esta fecha la Doctora era Directora de la “Escuela Primaria de Adaptación”. Pasarían varios años más antes de llegar a la creación de las Escuelas Diferenciales. NOCIONES PRELIMINARES Un niño que repite el grado por segunda vez habiendo concurrido con regularidad a clase, se considera empíricamente como atrasado o retardado escolar. Un atraso de 2 años para los menores de 9 y uno de 3 para los mayores debe hacer sospechar la existencia de la debilidad mental. Niños nerviosos son los inestables, turbulentos, mentirosos. peleadores, emotivos y todos los que no se adaptan a la disciplina suave del aula. Los tartamudos, dislálicos y tiñosos pueden ser enfermos que necesiten atención especial. CAUSAS DEL RETARDO ESCOLAR La debilidad mental es una de las causas más comunes. Esta no es una enfermedad propiamente dicha, sino una condición, pero no vergonzosa como creen muchos equivocadamente. Débil mental no quiere decir anormal. En el seno de una familia perfectamente sana pude surgir un niño que sea débil de inteligencia. La debilidad escolaridad. mental sin complicaciones no impide la Un débil mental pude llegar hasta tercer grado, repitiendo muchas veces. Las vegetaciones adenoideas pueden producir dureza de oído y por ende atraso escolar. La debilidad física y la mala nutrición producen estados nerviosos o asténicos que se traducen en retardo escolar. La irritabilidad constitucional y la inestabilidad psicomotora impiden también la marcha regular del aprendizaje, por falta de adaptación a la escuela. Todo niño atrasado, por cualquier causa que sea, debe ser sometido a un examen médico-pedagógico. Interior del folleto del Consejo Nacional de Educación. –3– ESCOLARIDAD E INESCOLARIDAD La escolaridad de un niño depende de su aptitud para adaptarse a la mente escolar y responder a los requerimientos del aula. Hay niños inescolarizables por su temperamento aunque tengan capacidad suficiente para aprender. Inescolarizable no quiere decir ineducable. Los epilépticos por ejemplo, son generalmente inescolarizables y sin embargo pueden aprender. ¿POR QUE HACEN FALTA LAS CLASES ESPECIALES? Porque muchos niños inescolarizables en la escuela común son perfectamente escolarizables en las clases especiales. Porque, tratándose de los retardados, no se puede hablar de un nivel mental que permita colocarlos en un grado junto con niños normales. Porque la falta de armonía de su desarrollo intelectual se traduce por la una en el aprendizaje que no puede subsanar la marcha ordinaria de un grado. Porque al no poder nivelarse se produce el estancamiento en el mismo grado repitiéndolo varias veces. Porque la humillación que sufren al compararse con los compañeros que obtienen “suficiente” y las fracasos repetidos los entorpecen más. Porque los niños retardados dificultan la marcha armónica del grado y perjudican a los niños sanos. Las clases lentas – sea cual sea el sistema que se adopte - aliviarán la situación desventajosa de los atrasados escolares. Los padres y los maestros deberían estudiar concienzudamente el problema para contribuir a la mejor selección de los alumnos. Interior del folleto del Consejo Nacional de Educación. A los maestros: Si durante las clases o en los recreos Vd. Observa en sus alumnos alguna manifestación desarmónica en su conducta o en su aplicación envíelo al Consultorio Psicofisiológico. INSPECCIÓN MÉDICA ESCOLAR CALLAO19 C. N. de E. –T. Gráficos 1935. – Exp. 8084|D|935. T. 10.000 Contratapa del folleto del Consejo Nacional de Educación PRIMER CONGRESO DE EDUCADORES El obelisco, recordatorio del cuarto centenario de la primera fundación de Buenos Aires ya lucía en el centro de la Plaza de la República. Lo que había sido el blanco de la bromas porteñas mientras lo estaban erigiendo pasó a ser el blanco del orgullo porteño a partir del sábado 23 de mayo de 1936 en que el presidente Agustín P. Justo cortó las cintas que impedían acercarse y tocarlo. Tocarlo y quererlo fue todo uno. Era como tocar el símbolo de un progreso que no se detenía en su avance, no sólo en el aspecto físico de la ciudad sino también en el terreno científico-cultural que hacía ya tiempo no era exclusivo de los hombres. Ese mismo año se realizó en la Provincia de San Luis el “Primer Congreso de Educadores”. La Doctora asistió junto con sus amigas puntanas, Berta Elena Vidal de Battini y Delfina Domínguez Varela de Ghioldi. Y también con una nueva amistad porteña: Marta A. Salotti. Al finalizar el Congreso, la Doctora invitó a las tres a pasar el fin de semana en Quines. A comienzos del año siguiente, la Doctora Carolina Tobar García fue ascendida a Médica Inspectora Auxiliar 4ta. Las Doctoras en Filosofía y Letras, Berta Elena Vidal de Battini y Delfina Domínguez Varela de Ghioldi descollaban como escritoras. Berta Elena presentó sus poemarios referidos al folklore de su tierra natal “Agua Serrana”; “Tierra Puntana” y “Campo y Soledad”. Y Delfina, también ya había publicado en 1930, “El Momento Pedagógico Actual” y “Alejandro Korn. Sus Ensayos Filosóficos”. UN NUEVO LIBRO Como un regalo del cielo, el 25 de diciembre de 1873, en el pueblo de Atiles, La Rioja, nació Rosario Vera Peñaloza. Esta ilustre educadora ya había ejercido la dirección de varias escuelas del país, cuando fue designada por el Consejo Nacional de Educación para organizar el Normal Nº 9 “Domingo Faustino Sarmiento” creado en 1914. Entre los profesores que fue necesario nombrar fue designado para dictar Geografía el abogado Carlos M. Biedma, quien ya tenía una reconocida y extraordinaria trayectoria como profesor de esa materia, cartógrafo y museólogo, en nuestro país y en Europa. (Lamento tener que reducir la obra de este MAESTRO a su breve paso por el Normal Nº 9.) Rosario Vera Peñaloza formó el primer curso de ese año con una división completa que para ese fin fue trasladada del Normal 1 al recientemente creado. En esa primera división se hallaba una jovencita que, por su contracción al estudio, no escapó al ojo avizor de Rosario Vera Peñaloza, quien a partir de entonces tendió sobre la misma un estimulante velo afectivo que mantuvo hasta el final de sus días. Martha Alcira Salotti, tal el nombre de esa alumna, se contó entre la primera promoción de maestras recibidas en el Normal Nº 9. Por su parte, el doctor Carlos M. Biedma, un año después creó la “Escuela Argentina Modelo” y nombró para su organización a Rosario Vera Peñaloza. Ésta a su vez, designó como maestra jardinera a su dilecta discípula cuya contracción al estudio también había observado el Dr. Biedma, entusiasta difusor de la “escuela activa”. Comenzando 1929, por un generoso legado que dejara en su testamento el señor Félix Fernando Bernasconi, abrió sus puerta por primera vez el Instituto que lleva su nombre. Meses después, por iniciativa y legado de los bienes culturales de Rosario Vera Peñaloza, se creó en el mismo Instituto el “Primer Museo Argentino para la Escuela Primaria” constituyéndose así el inicio del Complejo Museológico Geográfico y de Ciencias Naturales, ampliado posteriormente y existente en el Instituto hasta hoy (1994). Martha Salotti se convirtió entonces en eficaz colaboradora de tamaña empresa, ad honorem. Maestra y discípula contaban para este tiempo, cincuenta y seis y treinta años, respectivamente. Paralelamente con esta nueva actividad, Martha Salotti se desempeñaba como vicedirectora en una escuela de esta Capital, dependiente del Consejo Nacional de Educación. Fue entonces cuando conoció a la Dra. Carolina Tobar García. Y la Doctora, por lógica consecuencia, conoció a Rosario Vera Peñaloza. Nació así entre las tres una perdurable amistad. La Doctora Carolina Tobar García y Martha Alcira Salotti, enroladas en una misma casa, el mejoramiento de las enseñanzas primarias, emprendieron en la Escuela Herrera Vegas... Mejor veamos cómo narra este hecho la Dra. Carolina Tobar García en su libro “Higiene Mental del Escolar”, pág. 44: “Durante cuatro años hemos seguido con Martha Salotti, a un grupo de niñas desde tercero hasta sexto grado. Realizamos su estudio por medio de la psicometría y por otros recursos psicológicos aún más fecundos. Por un método original que nos permite explorar la afectividad a través de la lengua oral obtuvimos un rico material de estudio. De ese trabajo hicimos una publicación con el propósito de aprovechar sus conclusiones para la enseñanza de la composición.” La publicación a que se refiere la Doctora en ese párrafo es el libro: ENSEÑANZA DE Martha A. Salotti LA Carolina Tobar García LENGUA Contribución Experimental editado por Kapelusz en 1938 y del cual, veintidós años después, en 1960, la misma editorial presentó la quinta edición. Las tantas ediciones nos dicen de su éxito, Rosario Vera Peñaloza en el prólogo del mismo nos habla de su contenido y de lago más... mucho más... Veamos algunos párrafos: “Dentro de nuestra vida educacional, se siente un batir de alas. Es alentador comprobarlo cuando se tiene la convicción de que esto debía ocurrir, puesto que nunca hemos marchado a la deriva, en las manifestaciones del progreso. “Hace tiempo que, incorporados al movimiento renovador de la enseñanza, buscamos nuestra ruta. Y esta vez, los pilotos planean tan alto que, con ese hondo sentimiento patriótico que hace anhelar, para nosotros, la superación en todo perfeccionamiento, batimos palmas por la magna hazaña y por la plenitud del triunfo; como que es único y de valor indiscutible el trabajo que ofrecen en este libro, Martha Salotti y Carolina Tobar García. “La Enseñanza de la Lengua”, por su valor didáctico, así como por sus fundamentos lingüísticos y psicológicos que han dado base a este trabajo, señala un acontecimiento educacional digno de ser celebrado. “Contribución experimental agregan ellas al título del libro, para explicar su origen. Porque, en verdad, ha surgido como el torrente, de la entraña misma de la naturaleza; ha sido el niño quien lo ha sugerido, al mostrar, en toda su magnificencia, su personalidad, con un sentir puro y fresco, vertido desde lo íntimo de su ser, por el virtuoso poder de una hábil maestra que supo la carga afectiva de vivencias que cada niño lleva en sí, para que se volcase en lengua oral; en forma tan clara, móvil, rica y variada, que conmueve y casi diría apoca, al considerar tanto trabajo gastado en llevar a su espíritu nuestras propias ideas y en amoldar, ese pensamiento trasuntado, a las normas a que se ajusta la lengua literaria, sin ver que dentro llevaba la fuente propia y que bastaba realizar un inteligente cateo, para que brotase pura y fresca. “(...)” “Explicable y justo ha sido, entonces, el febril empeño con que estas dos maestras se han entregado al trabajo de explotar el filón descubierto; primero mediante trabajos experimentación con diversos grupos de niños; y luego, buscando fundamentos lógicos y psíquicos para formar el cuerpo de doctrina. “(...)” “No se trata, por tanto, de una improvisación, sino de un trabajo serio y meditado que lleva en sí todos los elementos que lo hacen ponderable; la observación, la experimentación, y los fundamentos doctrinarios y científicos. “Por estos procedimientos, las autoras han legado a conclusiones que modifican sustancialmente el proceso seguido hasta ahora en la enseñanza de la lengua y muestran una ruta originalísima de cuyos maravillosos resultados presentan pruebas fehacientes, dentro de la didáctica, con numerosas experiencias. “Todo lo cual hace que este libro sea digno de figurar entre los más completos de la Pedagogía moderna, además de ser único en su género por la orientación que da a la materia que trata. “Bienvenido sea; por los niños y por la patria de origen” “(...)” Rosario Vera Peñaloza Buenos Aires, 19 de enero de 1938 Como hemos podido leer, en las líneas precedentes, Rosario Vera Peñaloza, con la autoridad y el entusiasmo propio de quien ya cargaba sobre sus hombros una vasta y noble entrega total a la educación, nos habla del contenido del libro y de las autoras. Y es por demás significativa la bienvenida que le da al mismo, al decir: “...por los niños y por la patria de origen.” No es éste un prólogo dictado por una cumplida muestra de afecto hacia las autoras. Lo escribe porque en ese libro ve que el niño es valorado en su calidad de tal. No está considerado un mero bulto que ocupa un banco. El entusiasmo que brota de esas líneas se debe a que “La Enseñanza de la Lengua” además de su valor didáctico encierra amor hacia los que ella también amaba y por quienes tanto se preocupaba: los niños. Surge de esas líneas su inocultable ternura hacia ellos. Ternura que también sienten las autoras y que se evidencian en el Capítulo VI “Didáctica”, pág. 95, cuando expresan: “...Declaramos con satisfacción que las composiciones de todos los alumnos, no las de unos pocos, son originales, frescas y bellas. Ninguna es desechable, a pesar de que algunos de estos autores deliciosos son alumnos mediocres, que repetirán tercer grado.” Resistiendo la tentación de transcribir algunas de las numerosas composiciones que las autoras presentan como ejemplos, realizadas por los niños y niñas, me limitaré a expresar mis conclusiones sobre el contenido del libro. Parto para ello de la declaración de las autoras en la página 33: “...Nuestro material consta de cuatro mil composiciones.” Sólo el amor que Martha Salotti y la Dra. Carolina Tobar García sentían por los niños, podía darles la fuerza necesaria para llevar a cabo ese exhaustivo estudio que realizan sobre cada composición. Y es digno de rescatar también la maravillosa conjunción que se produce en la “Enseñanza de la Lengua” al hallar unidos los nombres de tres Maestras que se formaron bajo la figura tutelar del gran Maestro sanjuanino: don Domingo Faustino Sarmiento. Tres maestras que como madres amaron y comprendieron a los niños pero que, por extraña paradoja, ninguna tuvo un hijo propio. ¿Casualidad? No. Más bien, causalidad. Sus corazones eran tan grandes que necesitaban de muchos, de todos los niños, para sentirse plenos. EL HOGAR “SANTA ROSA” Con la sola mención de ese Hogar que mucho tiene que ver con la biografía de la Doctora Carolina Tobar García, siento el corazón oprimido por los recuerdos que acuden a mi mente. En general se conoce al Hogar “Santa Rosa” por la transcendencia que le dieron los diarios a los violentos desórdenes que provocó un grupo de menores, cansadas del mal trato que en él recibían. Fue así como a partir, de más o menos los años 1949/50, se difundió la impresión de que el Hogar era una cárcel de menores contraventoras y agresivas. Considero entonces conveniente, antes de relatar que función desempeñó la Doctora en el Hogar “Santa Rosa”, aclara qué era y cómo se desenvolvía la vida de las menores en ese Hogar en tanto dependió del Patronato de Menores, organismo cuya disolución resolvieron las autoridades surgidas de la revolución del 4 de junio de 1943. Para ello transcribiré la nota publicada por el diario “La Nación” el día de su inauguración, es decir, el jueves 29 de diciembre de 1938, siendo Presidente de la Nación el doctor Roberto M. Ortiz: “Será inaugurado hoy un hogar para niñas organizado con un nuevo criterio.” “Hoy a las diez, en Belgrano 2670 y con asistencia del Presidente de la Nación, del Cardenal primado, del Ministro de Justicia e Instrucción Pública y de otras personalidades especialmente invitadas, se llevará a cabo la inauguración del Hogar Santa Rosa, dependiente del Patronato de Menores. “Es éste el primer establecimiento en su género que se organiza en el país y tendrá por finalidad esencial la de observar, estudiar y hacer la clasificación médico-psicológica de las menores mujeres comprendidas en la ley 10.903, para proceder así eficazmente a su reeducación. En consecuencia no será una casa de permanencia sino de paso, durante el cual el personal todo, desde la directora, el médico, el sacerdote, la psiquiatra, las maestras, las profesoras de talleres, etc., secundadas por las investigadoras encargadas de realizar las informaciones de vida, costumbres y ambiente de las menores, contribuirán con sus observaciones al mejor éxito de las finalidades perseguidas. El criterio moderno que aconseja el estudio de la personalidad del niño para poder aplicarle la terapéutica apropiada y encauzarlo de acuerdo con cu carácter y sin cuya colaboración los jueces se verían incapacitados para tomar las determinaciones que cada caso requiere, ha inspirado esta obra, que ha sido llevada a efecto por el actual Presidente del Patronato de Menores, Dr. Carlos Arenaza, quien organizó hace veinte años la Alcaidía de Menores. “Del Hogar Santa Rosa, una vez clasificadas las menores, pasarán siempre bajo la tutela del Patronato, a los establecimiento de educación definitiva, adecuados a sus características. “El importante edificio en el cual ha sido instalado, es el que ocupó la Obra del Cardenal Ferrari y ha sido adaptado por el arquitecto Arturo Ochoa, de acuerdo con las sugestiones de las autoridades del Patronato. Tiene capacidad para 140 menores de ocho a dieciocho años. Consta de cuatro pisos. En la planta baja se encuentra el comedor, los consultorios médico-odontológicos, aulas y talleres. Los ambientes luminosos contribuyen a dar una atmósfera de alegría, sobre todo el amplio comedor de veinte metros de largo, decorados con motivos adecuados a la edad de las menores, con diez paneles ejecutados por las señoritas Nydia Velazco y María Rocche. En el primer piso han sido ubicados la capilla, los dormitorios y las aulas para las más pequeñas, que se trata de mantener aisladas de las mayores. El segundo piso con amplísimos dormitorios es el de las mayores y en el tercero están distribuidas las habitaciones del personal y una sección donde las egresadas tendrán un hogar hasta que encuentre una orientación en la vida.” En “La Nación” del día siguiente hay una foto del momento de la inauguración. Está presente el Presidente de la República acompañado de su esposa: el Dr. Coll, Ministro de Justicia e Instrucción Pública y otras personalidades, tomada en el momento en que hacía uso de la palabra el Dr. Carlos Arenaza. Ya hemos visto hasta aquí que el Hogar Santa Rosa no nació de una improvisación. Pero, para tener una idea más clara aún de cuáles fueron esos fines y cómo se cumplieron durante siete años, transcribiré algunos párrafos extractados del trabajo presentado por la Doctora Carolina Tobar García, en el número XXIII, año 1942, de la Revista “Infancia y Juventud”, del Patronato de Menores bajo el título: HOGAR “SANTA ROSA” CASA DE OBSERVACIÓN Y DE CLASIFICACIÓN “(...)” “...cada niña permanece internada un período de tiempo más o menos breve que en la práctica suele extenderse a veces hasta un año; este lapso, fundamentalmente determinado por la finalidad específica del establecimiento, se prolonga en los casos en que es necesario mejorar el estado físico o morigerar los defectos de comportamiento cuando tienen su origen en alteraciones funcionales que es posible normalizar o cuando obedecen a las condiciones favorables del ambiente en que la menor ha vivido. “El Hogar “Santa Rosa” es pues una clínica de observación donde al mismo tiempo se combaten con tratamientos adecuados las “deficiencias” a que acabamos de referirnos, anulando o contrarrestando las causas que las provocan. De una manera directa actúan en este sentido: la higiene en la alimentación, en el trabajo y en el descanso, el método de la gimnasia, la atención médica y odontológica, todo lo cual mejora notablemente el estado general y abona el terreno para la obra educativa. “(...)” “Las actividades sujetas a las diversas disciplinas en el aula, en la clase de canto, de gimnasia, en el taller de manualidades, así como la actuación francamente espontánea de las niñas en las vida cotidiana del hogar, en especial en los momentos de recreo y en el juego, proporcionan al observador directo, maestras, profesoras de taller, celadoras, serenas, etc., datos de sumo interés para caracterizar las manifestaciones de la esfera afectiva, caracterización a la que se llega, por cierto, con un criterio de síntesis. “(...)” “El objeto del estudio es determinar las aptitudes y disposiciones de cada menor para disponer su educación en determinadas condiciones o su reeducación. Las instituciones especializadas para reeducación están por hacerse todavía. “Este estudio obliga a penetrar en la base misma de la personalidad a pesar de que ésta se encuentre en plena evolución.” Todo lo expuesto anteriormente no quedó impreso solamente en letras como un mero proyecto. Fue llevado inmediatamente a la práctica. Para explicar cómo agregaré también unos párrafos tomados de su libro: “Higiene Mental de Escolar” editado por “El Ateneo” en 1945 que es a la vez la reproducción de su Tesis Doctoral: “(...)” “Para cumplir con la finalidad antes expuesta, el Hogar tiene un Gabinete-Psicopedagógico cuya dirección me fue encomendada desde la inauguración del establecimiento. Para realizar el trabajo completo cuento con una ayudante técnica, (Srta. Olimpia Romero Villanueva), especializada en Higiene Mental y dos investigadoras encargadas de efectuar la encuesta social.” “(...)” “Mi labor en el Hogar “Santa Rosa” es parcial, se reduce al estudio psíquico y social y a la orientación de cada menor. Las conclusiones a que arriba el Gabinete son sometidas a las autoridades, (Patronato, Defensores o Jueces a cuya disposición está inscripta la menor). Éstas resuelven en última instancia.” Conocemos ya, por medios de los trabajos escritos de la Doctora Carolina Tobar García y el artículo publicado en el diario “La Nación” los fines para los cuales había sido creado el Hogar “San Rosa”. Dada la triste fama que por sucesos posteriores a la disolución del Patronato de Menores cubrió a lo que había sido colegio-piloto y objeto de interés por parte de autoridades de países extranjeros, los lectores se estarán preguntando hasta qué punto esos objetivos se cumplieron. Para clarificar dudas en tal sentido, bueno sería conocer la opinión de alguna ex-internada. Dije al comienzo de este capítulo, que con sólo haber escrito título sentí el corazón oprimidos por los recuerdos. ¡Cómo no había de ser así si fue en el Hogar “Santa Rosa” donde conocí a la Doctora! Sin entrar en los detalles, para no extenderme demasiado, diré que según lo expuso mi padre ingresé al Hogar por rebelde. Si mi rebeldía era o no justificada, no es motivo que importe en esta biografía.1 En esta ocasión me limitaré a exponer, someramente, mis observaciones efectuadas durante el año y medio que estuve en él, en calidad de internada. Eran las diez de la noche del domingo 21 de junio de 1942 cuando a los diecisiete años traspuse por primera vez las puertas del H. “Santa Rosa”. Llegué conducida por mi padre y un amigo de él que tenía un cargo en el Patronato de Menores. Mi ingreso había sido anunciado por ese señor, Cabrera Domínguez, con bastante anticipación. Debido a lo avanzado de la hora y por problemas personales la Directora se había retirado. En la Dirección, esperando nuestra llegada, estaba la Doctora Carolina Tobar García. En ese primer encuentro, la observé como imagino mirará a su verdugo un condenado a muerte. Con tono severo preguntó a mis ocasionales acompañantes el porqué de tanta demora. Me resultó evidente que no había quedado conforme con las excusas y disculpas presentadas por el amigo de mi padre. De inmediato, dirigiéndome a mí, con agradable sonrisa me preguntó: -¿Estas contenta de estar aquí? Pese a su tono afable pensé que me estaba haciendo una broma. Le contesté con sequedad: -Y si no estoy contenta ¿me puedo ir? Pasó por alto mi insolente respuesta y les dijo a los otros dos: -La respuesta es por demás contundente. Me sorprendió que no me retara. Desde ese momento me resulto simpática. Al día siguiente, junto con mis compañeras, desayuné en un inmenso comedor con dibujos pintados en las paredes y mesas redondas cubiertas con manteles a cuadros verdes y blancos. Alrededor de cada mesa podíamos cómodamente ubicarnos seis a siete chicas. Éramos un total aproximado de ciento veinte a ciento treinta teóricamente divididas en tres grupos: el de las “chiquitas” comprendía a las niñas de seis a diez años, el de las “medianas” a las que tenían de once a quince años y el resto éramos las “grandes”. Luego del desayuno, acompañada de una celadora fui a ropería donde me dieron un delantal blanco, ropa interior y sábanas porque a partir de esa noche compartiría el dormitorio con otras chicas de mi edad. Me asignaron un número, 113, para identificar la que en adelante sería “mi ropa”. A las diez de la mañana, cuando llegó el médico clínico que concurría todos los días a la misma hora, una compañera, ayudante de enfermería, me llevó al consultorio en el cual además del doctor estaba una enfermera. Fui sometida a una exhaustiva revisación. El resultado de la misma pasó a una ficha. De ahí, al consultorio odontológico. Otra ficha. Y esa misma tarde, tuve la primera entrevista con la Asistente Social ayudante de la Doctora, señorita Olimpia Villanueva. La señorita Olimpia, a quien también recuerdo con cariño, luego de dos sesiones en las cuales me sometió a una serie de preguntas y de presentarme algunos problemas aritméticos que solucioné 1 “Detrás del mostrador”, Delia Fontán Fernández, novela autobiográfica, edit.G.E.L. 1992 perfectamente, llenó otra ficha y me derivó a la Doctora. Recordando lo impertinente que había estado con ella el día de mi ingreso, sentí algo así como un poco de vergüenza de volver a verla, pero no tenía la forma de eludir el encuentro. La tarde y a la hora que me indicaron, estaba esperándola en la puerta de su gabinete cuando la vi venir por el largo corredor caminando con paso lento. Al acercarse me sonrió. Pareció no recordar mi impertinencia. Ya frente a frente, escritorio de por medio, me pidió que le contara toda mi vida, desde el nacimiento. Le respondí que en un día solo no iba a poder hacerlo. Me dijo que concurriría todas las veces que fuera necesario hasta terminar. Le pregunté si acaso mi padre no se la había contado. Sí, tenían su versión, pero ella quería conocer la mía. Superando mi asombro, porque me parecía mentira que alguien se interesara por lo que yo pudiera contar, comencé a hablar. Y le conté todo lo que sucedía en mi casa. La atención con que me escuchaba me inspiró confianza. Al terminó de mi confesión que duró varias sesiones largas, la Doctora me dijo que no me daría consejos y ahí nomás, algo disfrazados, me los dio, Fue la primera vez que alguien ocupó su tiempo escuchándome. Como resultado de mi confesión fueron citados todos los parientes y no parientes que estuvieron enredados en mis andanzas. Así pudo la Doctora comprobar que yo no había faltado a la verdad, pero me dijo que, pese a mis razones no podía dejarme ir, porque estaba bajo el Juez de Menores. Con sus explicaciones me convenció de que para mí era más conveniente pasar un tiempo en el Hogar y, a la vez, me aclaró la confusión que yo tenía en mi mente. A partir de entonces, 1942, la quise y la admiré. Cariño y admiración sentían también hacia ella mis compañeras quienes al verla llegar se acercaban, la rodeaban y la atosigaban con preguntas. Nunca tuvo un gesto de fastidio hacia ninguna ni eludió dar respuestas esbozando siempre una leve sonrisa que interpretábamos como de afecto, sentimiento del cual carecíamos la mayor parte de las internadas. La recuerdo vestida siempre con un trajecito sencillo o con un tapado, ambos de color negro. Ahora sé que para esos años, la Doctora había perdido a su hermano, y a su madre. La fotografía más difundida de la Doctora corresponde a esa etapa de su vida. Es la misma foto que está en su carnet de Médica Inspectora de Sanidad Escolar. Todo en ella era sencillo: su vestir, su andar y su vocabulario. Quizá por eso su personalidad se adentraba en cada una de nosotras. Estoy muy segura de que todas las chicas que fueron atendidas por ella en el Hogar “Santa Rosa”, conservan al igual que yo un grato recuerdo indeleble. Lamentablemente, los sucesos ocurridos cuando ya la Doctora había renunciado, dieron tanta mala fama al Hogar que han preferido ocultar u olvidar esa etapa de sus vidas. Es así como, a nivel público, sólo se conocen del Hogar los escándalos acaecidos cuando dejó de cumplir con los fines para los cuales había sido creado. Por mi parte nunca oculté mi paso por el Hogar, pero siempre aclaré que fue en el tiempo en que perteneció al Patronato de Menores. Sentía que callarlo sería una ingratitud de mi parte, hacia la Doctora, y hacia todo el personal que, en ese tiempo, se esforzaba al máximo para hacernos placentero ese hospedaje obligado y gratuito. Las celadoras mantenían la disciplina sin necesidad de rigor. Eran respetadas porque a su vez ellas nos respetaban. Desde luego que a veces se rompía la armonía reinante por alguna reyerta suscitada entre las menores grandes, pero debemos admitir que esto sucede también en las mejores familias. El conglomerado, demás de numeroso, era de lo más heterogéneo. Los casos de indisciplina se resolvían aislando en un cuarto, existente al efecto, a las causantes del mismo. Ello les resultaba pesado por lo aburrido, entonces pedían disculpas a la celadora de turno para volver a reincorporarse a sus tareas habituales. Nunca se aplicaron malos tratos. Nunca, durante esos años, se produjeron rebeliones aisladas o masivas en contra de las autoridades del Hogar. Al contrario, cuando las veíamos correr las instalaciones, íbamos a su encuentro. El Presidente del Patronato de Menores, doctor Carlos Arenaza, solía venir a visitarnos y al acercarnos a saludarlo siempre nos preguntaba si estábamos contentas y si nos gustaban las comidas, que por cierto eran muy sabrosas, pese a las grandes cantidades que debían prepararse. El Hogar era realmente un Hogar. Mucho más podría extenderme en el relato de esta grata experiencia vivida, pero concluiré diciendo que gracias a mi pasado por el Hogar “Santa Rosa” pude comprender que no sólo yo, sino todos, en una forma u otra, atravesamos en la vida por momentos duros y difíciles. También pude entender en el Hogar, que la comprensión y la solidaridad con los puntales necesarios para sobrellevarlos sin resentimientos. Puedo testimoniar todo lo expuesto probando mi paso por el Hogar “Santa Rosa”, para lo cual transcribiré el resultado del estudio que me hizo la Dra. Carolina Tobar García y que figura en mi legajo: PATRONATO NACIONAL DE MENORES Expediente Ministerio de Justicia e Instrucción Pública 06472/944. Patronato Nacional de Menores 756/F/942 “Delia Fontan. Ingresó el 21/6/42. Egresó el 24/12/43 Motivos de corrección de disciplina. Durante su permanencia en el establecimiento se llegó al convencimiento de que la referida menor es capaz y responsable de sus actos, con un discernimiento bien desarrollado, habiéndose observado una discreta adaptación.” Ingresé a los diecisiete años y siete meses. Egresé ya cumplidos los diecinueve. Permanecí en él un año y medio. Por eso es que yo sé también que el Hogar “Santa Rosa” dejó de ser lo que era a partir de 1945, año en que cesó su dependencia del Patronato Nacional de Menores. La Doctora Carolina Tobar García prefirió renunciar antes que adaptarse a un cambio en su sistema de trabajo, que tenía por miras la observación, orientación y trato humanote las menores internadas en él y como única arma su comprensión. Lo hizo con fecha 4 de septiembre de 1945. En su Tesis “La Higiene Mental del Escolar” la Doctora manifiesta haber realizado estudios en el Hogar “Santa Rosa” sobre 600 menores. (Por ser casas de observación tenía capacidad rotativa para 130.) Habiendo presentado la Tesis en 1944 pude fácilmente comprobarse que desde 1938 a esa fecha resulta un promedio de cien menores estudiadas anualmente. (Es de hacer notar que para ese tiempo no se disponía de computadoras.) Como ejemplos del resultado de esos estudios, en la mencionada Tesis plantea seis casos. Sin detallar lo expuesto me referiré a unos de ellos por ser el que me ha dado una prueba más de que no sólo tomaba nota de lo que la menor contaba en su Gabinete sino de todo lo que con ella se relacionara dentro del Hogar. El extenso relato parte desde el nacimiento de la menor hasta el momento en que ingresó al Hogar. Agrega también en este caso la declaración tomada a una persona que nada tenía que ver con la niña, pero que por casualidad la había conocido años atrás y que por otra casualidad volvió a verla en el Hogar. Transcribo esa parte: “Observación 18 a – Exp. 117/L/942 de la menor D. H. de 13 años de edad.” “... Por si esto no fuera suficiente, otra persona que concurre a esta casa, a visitar a otra pupila, también ha suministrado datos ilustrativos sobre el ambiente que estoy comentando. Se trata de la señorita G., que visita a la menor D. F. Afirma que una tía suya tenía hace pocos años una pensión para artistas, donde vivía la señora L., que en aquel entonces trabajaba como “bataclana”. D. H. tenía en esa época cinco años y habiendo enfermado la señora L., la dueña de la pensión se ocupó temporariamente de la menor.” La mencionada G., era novia de mi hermano y las iniciales D. F. me corresponden. A la menor mencionada no la recuerdo porque por la edad se integraba al grupo de las “medianas” y yo al de las “grandes”. Son coincidentes la fecha, las iniciales y la actividad de la tía de G. La señorita G., años después se casó con el mayor de mis hermanos. También me ha resultado sorprendente el secreto en que se mantenían las investigaciones sobre cada menor, pues yo me he enterado de las declaraciones de mi cuñada sólo ahora a través de la lectura de la Tesis de la Doctora Carolina Tobar García. Tan sorprendentemente ha sido para mí como quizá lo sería para la Doctora si pudiera enterarse de que, al cabo de medio siglo (1942 – 1993), hallé las iniciales de mi nombre en su Tesis o libro “La Higiene Mental del Escolar”, en un caso que era totalmente ajeno al mío. Termino este capítulo, en el cual he reseñado los loables principios por los cuales fue creado el Hogar “Santa Rosa” y la obra realizada en él por la Doctora Carolina Tobar García agregando solamente: Yo fui testigo. DOS HERMANOS La Doctora Carolina Tobar García, como acostumbraba a hacerlo, fue también ese fin de año a pasar las fiestas con su familia en Quines. Los sobrinos la esperaban ansiosos. Sabían que llagaría con los mejores regalos para los más pequeños, entre los que se contaban los dos de su hermano Ricardo, una nena de siete años, y un varón de cinco. Al ajetreo que provocaba la numerosa familia reunida se sumaba la llegada de los vecinos con sus presentes, para agradecer al hermano menor sus oportunas intervenciones en colaboración con el médico de la zona. Gilberto, ya que de él se trata, si bien había abandonado sus estudios en tercer año tenía nociones de medicina y solía, a pedido del médico de Quines, acompañarlo cuando en algún domicilio era requerida su presencia. Además, como viajaba seguido a visitar a su hermana, cuando regresaba lo hacía llevando tónicos, jarabes, aspirinas que después repartía entre quienes lo necesitaran, sin pedir retribución alguna. Ayudaba a don Teodosio en las tares de Puesto Tobar, pero fundamentalmente había entrado de lleno en la política. Era radical. Tenía ya treinta y un años. En esas reuniones familiares se lucía por su carácter alegre y las ocurrencias que mucho divertían a todos. Principalmente a la Doctora que veía en él al primer niño que acunaron sus brazos. La Doctora era diez años mayor que Gilberto. Ricardo tenía treinta y seis años y ya hacía diez que estaba desempeñándose como maestro en Realicó (La Pampa), donde a la vez había constituido su familia. Ese año, la Doctora le aconsejó que se radicara en Buenos Aires. Ella hablaría con Rosario Vera Peñaloza interesándola para que lo propusiera en cuanto se produjera una vacante de maestro en el Instituto Bernasconi. Enterada doña Raimunda del proyecto de sus hijos les dijo que en la novena de San Antonio le pediría que Ricardo obtuviera ese puesto. Él estaría mejor y ella no tendría que continuar viajando a la Pampa para verlo. Viajaría solamente a Buenos Aires y podría estar con ambos a la vez. La vacante se produjo. Ricardo renunció a la escuela de Realicó el veintinueve de septiembre de 1939 y el treinta de ese mismo mes y año asumió como maestro en el Instituto Bernasconi. La Doctora lo alojó en su departamento junto con la mujer y los dos hijos. A la niña, que presentaba signos de extrema debilidad, la tuvo bajo su directa atención durante largo tiempo. Finalmente se repuso. La Doctora no disponía de tiempo para tomar clases de conducción de automóviles. Estimuló su cuñada para que aprendiera. De inmediato compró uno y la mujer de Ricardo se ocupó entonces de trasladarla de un punto a otro. Ricardo por su parte, aconsejado por la Doctora que vio en él su afición por la Historia, se inscribió en el Profesorado Secundario. Rosario Vera Peñaloza le asignó un espacio en el Instituto Bernasconi, para que estudiara en las horas libres. Transcurrido más o menos un año y medio Ricardo se mudó a una casa en Ramos Mejía. La Doctora, momentáneamente, volvió a quedar sola con sus libros y la sirvienta. Reinició sus traslados en transportes públicos y el auto quedó por muchos años descansando en un garaje. Finalmente lo vendió. MÁS TRABAJOS. UN NUEVO LIBRO Las opiniones sobre la Doctora Carolina Tobar García que he recogido de personas que la han conocido, sean éstas parientes, amigos y no tan amigos, porque también los tuvo, son coincidentes en un aspecto: era persona de pocas palabras. No iniciaba conversaciones triviales ni participaba en ellas. Los temas de su preferencia, cuando no se trataban de su especialidad, eran los referidos a la música en general, o a la pintura o a la literatura. Diariamente, a la hora que podía, leía “La Nación” y “La Vanguardia” cuando ésta no estaba suspendida por censura gubernamental. Le agradaba concurrir al teatro, excepción hecha del “teatro de revistas” tan en boga en esos años, pero disponía de muy poco tiempo para esos “recreos”. Su felicidad se centraba en el trabajo. Reservaba su locuacidad para con aquellos que, como ella, sintieran la misma preocupación: los niños y sus problemas. Para dar una idea aproximada de su constancia y dedicación en ese aspecto reproduciré algunos párrafos tomados de su libro o Tesis: “Higiene Mental del Escolar”, ya mencionado anteriormente. Dicen el capítulo primero, “Nociones Previas”, página 35: “Casos individuales y estudios de conjunto constituyen el acervo material de este trabajo que sobrepasa el número de cinco mil fichas coleccionadas entre las instituciones que voy a utilizar: el Cuerpo Médico Escolar del Consejo Nacional de Educación, (4.400 fichas); el Hogar “Santa Rosa” (600) y el Consultorio de Niños de la “Liga Argentina de Higiene Mental”.” “(...)” “A lo largo de estas páginas se tratará de mostrar la variedad de síndromes que se encuentran en la psiquiatría escolar.” Y en la pág. 42: “En primer lugar he tratado de establecer la correlación real entre la edad civil y el “grado”. Para ello levanté un censo en el Consejo Escolar III, donde se inscribieron más de once mil niños en el año 1939.” En las páginas 198/99 agrega: “La segunda investigación se realizó al año siguiente (1940). Hice un censo en las veinticinco escuelas del distrito. Sobre once mil setecientos ochenta y cuatro alumnos de 1º a 6º grado encontré que 1.418 debían repetir el grado y 6.052 estaban atrasados en uno o más años. (...). “Parecería inexacto que hubiera niños con seis y siete años de atraso...” “(...)” “Y sin embargo los hay.” De las páginas 179/80 extracté los párrafos que nos hablan de su lucha y perseverancia para lograr la creación de escuelas diferenciales: “Todos admiten que segregar al retardado es beneficiar al normal, sacando de la escuela común esa rémora que a veces impide el desarrollo de las clases, pero como nunca se ha hecho en el país, las personas que han propiciado la creación de clases especiales tropezaron siempre con serias resistencias. Estas resistencias se deben a la falta de organización en los métodos empleados para la selección de alumnos o a motivos sentimentales derivados de la falta de preparación del ambiente para las mismas. “Esto último ha sido mi preocupación desde el año 1933 en que empecé el trabajo de investigación en el seno mismo de las escuelas para pulsar el ambiente, conocer la opinión de los maestros y estudiar las necesidades reales de la Capital, con el propósito definido de llegar al establecimiento de una “escuela especial autónoma”. Podemos observar entonces que sus estudios comenzaron a poco de regresar de Estados Unidos de Norte América. Ya veremos más adelante cuantos años necesitó para ver concretado el fruto de su esfuerzo y dedicación. Por de pronto ya sabemos que en 1940 su lucha continuaba. Ya habían transcurrido siete años. La mención en su libro o Tesis, “La Higiene Mental del Escolar” de sus dos amigas, Berta E. de Battini y Martha Salotti, interesadas como ella en la realización de esos estudios, sumadas a la de otras colaboradoras que trabajaron bajo su directiva y del concurso de la Dra. Delia Guiñazú, del Dr. Lanari y del Cuerpo Médico Escolar, nos dan muestras de su forma de trabajar en equipo y de su reconocimiento hacia ellos. Nos dan muestra de su humildad. Humildad que desaparece cuando fustiga a quienes nada hacen por mejorar el sistema educativo en el terreno en que ella lo plantea. Por otra parte, además de su dedicación en esos aspectos, siempre hallaba tiempo para ampliar sus conocimientos. En abril de 1939, luego de obtenido el título de Médico Psiquiatra se inscribió en el curso de Médico Legista. En aquel mismo año fue designada Jefe de Trabajo Prácticos; (honorario), en la Facultad de Medicina, del Curso Libre Completo de Clínica Psiquiátrica a cargo del Dr. Bosch. No olvidemos que también estaba a cargo del Gabinete Psicológico del Hogar “Santa Rosa”, que era médica del Hospicio de las Mercedes, de la Liga Argentina de Higiene Mental y desde luego, continuaba siéndolo del Consejo Nacional de Educación. Su capacidad de trabajo era sorprendente. Como si todo ello no fuera suficiente, ese mismo año presentó: TEMAS DE PSIQUIATRÍA ESCOLAR Sobre el concepto psicológico de “Retardado Pedagógico” editado por Buenos Aires Sebastián de Amorrortu e hijos Ayacucho 774 1939 cuyas 49 páginas están divididas en cuatro capítulos. Los títulos nos dan una idea de su contenido: “Antecedentes de la cuestión”; “Nuevo planteo del problema”, “Anormalidad o variedad” y “El “retardado pedagógico”.” En el número 15 de la revista “Infancia y Juventud” correspondiente al trimestre abril – mayo de 1940, se publican dos trabajos suyos titulados: I) “Cociente evolutivo Psíquico normal en la edad escolar. Cociente evolutivo Psíquico de nuestros niños. Tests mentales”. II) “El neurosismo infantil. Porvenir de los niños nerviosos. Instituciones para anormales en nuestro país.” Meses después, la Sociedad de Puericultura de Buenos Aires, organizó el “Primer Congreso Nacional de Puericultura” que se llevó a cabo del 7 al 11 de octubre de 1940. En este Congreso, para el II tema a tratar “Desarrollo Psíquico del Escolar Argentino” presentó dos trabajos. Uno de ellos es el ya mencionado Nº 1. El otro no es sólo obra suya. Se titula: “El Síndrome de Perversidad en la Infancia” y debajo del título están los nombres de las autoras: Por las Doctoras Carolina Tobar García y Sixta Elira Guiñazú y la Visitadora de higiene Mental Srta. Valentina Marquiani En ese Primer Congreso Nacional de Puericultura también presentó un trabajo su amiga la Doctora Telma Reca de Acosta: “Desarrollo psíquico infantil. Cociente evolutivo de la 1ª y 2ª infancia, edad pre-escolar. Investigación realizada sobre 140 niños de 1ª infancia y 409 de 2ª infancia.” Salta a la vista que el punto de unión de la Doctora Carolina Tobar García con la Dra. Telma Reca era la preocupación de ambas acerca del mismo tema: los niños. Para terminar con la reseña de los trabajos que la Doctora Carolina Tobar García realizó en esos años, diré que en 1941 la Liga Argentina de Higiene Mental encuadernó bajo el título: AFECTIVIDAD una “Síntesis de las Conferencias del Curso de Higiene Mental” CÁTEDRA DE PSICOPATOLOGÍA INFANTIL Doctora CAROLINA TOBAR GARCÍA TELEGRAMA La alegría de ese domingo al mediodía se empañó por la tarde cuando la madre de la Doctora dijo sentir un malestar estomacal. Doña Raimunda había venido a Buenos Aires para pasar unos días con sus hijos y nietos. Ricardo, que ya vivía en Ramos Mejía, había concurrido a la casa de su hermana, junto con su mujer y los dos hijos. La mesa familiar se vio rodeada por ellos, por la Doctora y una sobrina de entre catorce y quince años que estaba a su cuidado en tanto cursaba estudios secundarios. Doña Raimunda, planea de satisfacción, presidía el almuerzo ubicada en la cabecera de la gran mesa rectangular. Estaba previsto que al día siguiente emprendería el regreso a Quines. La Doctora la atendió sin hallar signos de gravedad en el imprevisto malestar de su madre. Atribuyó los síntomas a los nervios producidos por el cercano viaje en tren. Solía sucederle. Para que descansara más tranquila, Ricardo decidió retirarse con su familia. El lunes por la mañana la Doctora concurrió a atender sus obligaciones como de costumbre. Su madre había descansado bien, aunque mostraba algunos signos de nerviosidad. Cerca de las seis de la tarde, la Doctora se hallaba en el Hogar “Santa Rosa”, conversando con la Directora en la dirección cuando se produjo un llamado telefónico. Era para ella. Se alarmó. Su familia tenía orden de no hacer llamados salvo que se tratara de algo urgente. Atendió. La Directora escuchó a la Doctora preguntar alarmada: -¿Qué decís? Y enseguida: -Salgo para allá. Pero no pudo hacerlo inmediatamente. Se desplomó sobre el mismo sillón en que había estada sentada antes del llamado. Como pudo le explicó a la Directora que la sobrina la había llamado para decirle que acababan de recibir un telegrama de Quines donde decía que habían dado muerte a su hermano Gilberto. Varias veces se pregunto en voz alta: “¿qué habrá sucedido?, ¿qué habrá sucedido para que mataran a mi hermano?” Al llegar a la casa halló a doña Raimunda quien, con la voz entrecortada por los sollozos no cesaba de repetir: “San Antonio me avisó... ese dolor de ayer fue un aviso... sí, fue un aviso...” Esa misma noche, la Doctora partió para Quines junto con su madre y Ricardo. La Doctora, quien por la mañana no había tenido tiempo de leer La Nación, luego de calmar el llanto de su madre había buscado en el diario la página de las noticias provinciales. En el recorte que llevaba en su cartera decía: “La Nación. Lunes 6 de octubre de 1941 El Comisario de Quines dio muerte de un balazo al Diputado Tobar García”. “El hecho ocurrió en aquella localidad en momentos en que se realizaba una carrera.” “San Luis, octubre 5. Informaciones recibidas en la Jefatura de Policía de esta ciudad hicieron saber que, en la localidad de Quines se produjo esta tarde un grave suceso de carácter sangriento a raíz del cual resultó muerto el diputado provincial Gilberto Tobar García. “A pesar de lo escueto de la información telegráfica enviada a la superioridad por la policía de Quines y de la distancia que separa esta Capital de esa población se pudo conocer esta noche a raíz de un segundo despacho recibido en la Jefatura, que el grave suceso ocurrió en las afueras del citado pueblo y al promediar la tarde. “Según esas noticias el hecho se originó durante la realización de unas carreras cuadreras en las que se hallaban presentes, además del diputado Tobar García, el comisario de Quines, señor Sosa Reboira y otras personas. “Referencias, hasta esta noche incompletas, por carecer Quines de servicio telefónico y por las lógicas reservas policiales, aseguran que mientras se realizaba una de las pruebas hípicas de referencia, se suscitó entre el diputado provincial Tobar García y el comisario Sosa Reboira una violenta discusión. “En el transcurso de la disputa, que fue presenciada por muchas personas, los señores Tobar García y Sosa Reboira se cambiaron duros epítetos y pasaron a vías de hecho. En tal circunstancia, el comisario Sosa Reboira, completamente exasperado extrajo el revólver de la repartición y disparó dos balazos contra el diputado provincial quien fue alcanzado por uno de los proyectiles y se desplomó herido de muerte. “Horas después de conocerse en esta Capital la noticia del suceso, el Juez de Crimen doctor Arias, acompañado del fiscal, se dirigió en automóvil a la localidad de Quines a fin de iniciar la instrucción del sumario y adoptar las medidas judiciales del caso.” Al día siguiente, martes, en un auto alquilado llegaron a Quines. Faltaban unas pocas horas para proceder al entierro. Las calles estaban vacías. La muerte de Gilberto había golpeado a todos los vecinos. El pueblo se había reunido en las inmediaciones de la casa. Los vecinos al reconocerlos silenciosamente se hacían a un costado para que el auto pudiera avanzar. Ya en la puerta de la casa descendieron sin serles detenido el paso por ninguno de los que estaban ahí. Sabían todos que primero debían saludar a don Teodosio, luego a sus hijos y por último a los que no tenían ningún parentesco. Doña Raimunda no pudo contener el llanto al abrazar a su marido y a sus otros hijos. La Doctora estaba pendiente de que no se descompusiera por el dolor de esa pérdida. A ella, nadie la vio llorar. Dos días después, junto con Ricardo regresó a Buenos Aires. La Doctora, ya sola, se encerró en su biblioteca. Sobre el escritorio estaban sin tocar los diarios de los días que había estado ausente. A la mañana siguiente, la sirvienta la halló dormida en el sillón. Apoyadas sobre su falda, las dos manos sostenían un ejemplar del diario La Nación. Abierto, doblado en una de sus páginas interiores, humedecida por las silenciosas lágrimas había leído: “La Nación, martes 7 de octubre de 1941” “Realizóse el sepelio de los restos del Diputado Provincial Gilberto Tobar García.” “San Luis, octubre 6. En la localidad de Quines fueron inhumados los restos del diputado provincial Gilberto Tobar García, muerto, como informamos, de un balazo por el comisario de policía de aquella localidad Saturnino Sosa Reboira. En el acto del sepelio estuvo presente una delegación de legisladores designada por la presidencia de la Cámara de Diputados haciendo uso de la palabra el diputado Pedro Moyano. “El diputado Tobar García había sido electo por el departamento de Ayacucho en marzo último y gozaba de generales simpatías en aquella zona, especialmente en Quines, lugar de su nacimiento. “En cuanto se refiere al comisario Sosa Reboira se halla detenido en la comisaría de San Francisco, cabecera del departamento de Ayacucho.” La leve presión de la mano de la sirvienta sobre su hombro la trajo a la realidad. Y la asumió. Ya no volvería a ver a su hermano menor. Su vida se había tronchado cuando sólo le faltaban seis días para cumplir treinta y tres años. Guardó en su alma el recuerdo de su hermano Gilberto y reanudó la tarea diaria. En diciembre de ese mismo año obtuvo el título de Médico Legista. Veintiún años después, otro cinco de octubre, partió ella al encuentro de Gilberto. ESCUELA DE ADAPTACIÓN Es sabido que el dolor más grande que una madre puede sentir es la perdida de un hijo. Doña Raimunda tenía para ese tiempo setenta y nueve años. A partir de ese día, su fuerte contextura física comenzó a declinar. Don Teodosio, que siempre había sido un hombre de pocas palabras parecía que había perdido el habla totalmente. Tenía setenta y cuatro años. Ambos, de pronto, se sintieron viejos. Pero aún así, no pudieron ocultar su satisfacción cuando a comienzos del año siguiente llegaron a Quines la Doctora y su hermano Ricardo, con dos buenas noticias: él se había recibido de Profesor y ella le había conseguido un puesto como tal en el Colegio Ward. Pasaron unos días procurando distraerlos. No fueron muchos. Las ocupaciones en Buenos Aires reclamaban a la Doctora. A Ricardo, su mujer y los dos hijos. En marzo de ese año, 1942, Ricardo inició su tarea en el Ward como Profesor Secundario. Y la Doctora presentó su renuncia que fue aceptada en mayo. Habían transcurrido veintiún años desde al día de su ingreso. En su sentimiento ello le significó algo así como dejar su propia casa. Pero debía hacerlo. Ahora era su hermano Ricardo quien se habría camino como años atrás lo había hecho ella y lo mejor era dejarlo solo en ese mismo lugar. Libre de su influencia para que descollara por sus propios méritos. La Doctora sabía que los tenía. Haber dejado el Colegio Ward no significó que la Doctora Carolina Tobar García dedicara más horas a su descanso. Ella estaba empeñada en lograr su anhelo: la creación de las escuelas diferenciales. Veamos cómo lo cuenta su libro “La Higiene Mental del Escolar”, página 201: “(...)” “Fundamentada con los resultados de mi estudio la necesidad de una escuela especial para resolver las necesidades de esos niños examinados, en forma completa, continué las gestiones para conseguirla, contando con el apoyo de las autoridades del Consejo Escolar 3º, que me alentaron en todo momento hasta que en la fecha indicada al comienzo de este capítulo, se creó la Escuela Primaria de Adaptación, con carácter de autónoma.” El capítulo al cual se refiere es el quinto, titulado: “ESCUELA PRIMARIA DE ADAPTACIÓN – ANTECEDENTES – CREACIÓN – PLAN DE ORGANIZACIÓN Y PROYECTO DE REGLAMENTO” y en el comienzo dice: “En la sesión del 10 de julio de 1942 el H. Consejo Nacional de Educación, presidido por el doctor Pedro Ledesma, creó la Escuela Primaria de Adaptación y me encargó de su dirección provisional con el objeto de planear y realizar su organización técnica.” Continuando con lo expresado en la página 201 dice en la 202 del mismo capítulo quinto: “El acta de creación, al referirse al tipo de niños, se expresa en los términos de “retardados mentales”, “retardados pedagógicos”, “niños anómalos”, “niños que son motivo de indisciplina constante” que requieren no sólo un establecimiento especial, sino también material especial, horario especial, y maestros especializados. Encargó su organización al Vocal del mismo cuerpo Profesor Don Próspero Alemandri y autorizó el funcionamiento provisional de dicha escuela en el local de calle Caseros 1555, hasta tanto se construya su edificio. El cambio de autoridades que se produjo poco después, paralizó la obra hasta el día de hoy.” Al decir “El cambio de autoridades...” se refiere al golpe militar del 4 de junio de 1943. Y “...el día de hoy”, está referido a un año después (1944), fecha en que presentó la Tesis. Pese a la paralización señalada la Doctora no se contagió de ella y continuó su lucha según lo expresa en el párrafo que sigue al anterior: “Consecuente con el esfuerzo ya realizado, me he permitido elevar un plan de organización y un proyecto de reglamento para encauzarla según lo que considero más acertado. La base de dicho plan es la construcción del edificio y la preparación técnica del personal”. Y como una muestra más de que la Doctora Carolina Tobar García no dejaba nada librado al azar, agrega una recomendación final, seguida de una sugerencia: “Por otra parte es necesario evitar el prejuicio de que la Escuela de Adaptación es una correccional de puertas abiertas a un manicomio disimulado. La designación de la escuela se usará solamente para indicar su especialidad entre técnicos. Para el público y especialmente para los niños que concurren a ella deberá llamarse con un número de orden o un nombre que no indique su naturaleza. Sería apropiada la designación de escuela auxiliar médico-pedagógica, escuela Binet, Seguín, por ejemplo, y si se quiere rendir un homenaje a los que se han ocupado del problema en nuestro país, escuela tipo Cabred. “A continuación se halla el plan de organización y proyecto de reglamento.” No entraré en la consideración de los mismos por ser algo que escapa a los fines de esta biografía. Pero sí proseguiré mencionando los trabajos que nos señalan la intensa actividad que desplegó también ese año. En el número 24 de la revista “Infancia y Juventud” del trimestre julio, agosto y setiembre de 1942, al dorso de una fotografía suya de esos años se publica su currículum. En él dice que la Doctora participó ese mismo año en la “Segunda Conferencia Nacional de la Infancia Abandonada y Delincuente” presentando el tema: “Establecimientos para anormales psíquicos y deficientes mentales”. También en el mes de octubre participó en la “Cuarta Conferencia Nacional de Psicotecnia” reunida en la provincia de Santa Fe, con el trabajo “El niño en la literatura y en la vida”. Estos dos trabajos han sido registrados en las mencionadas conferencias, pero por no poder hallar copias de los mismos, me limito a su sola mención. En el número XXV, correspondiente al trimestre octubre-noviembre y diciembre de la mencionada revista publica un trabajo que había presentado como relato oficial en la “Segunda Conferencia Nacional de la Infancia Abandonada y Delincuente”, realizada ese año, 1942, y titulado: “Establecimientos para deficientes mentales y anormales psíquicos”. Continuando con la línea que me he propuesto al encarar esta biografía, trascribiré los párrafos que nos muestran una vez más su humildad en la mención de personas que antes que ella se habían ocupado de los niños y adolescentes y su valiente franqueza expresada sin ambages. Comienza diciendo: “Tengo que hablar de establecimientos para anormales. El tema es tan enorme que apenas podré rozar los puntos que yo creo que son más importantes en el momento actual. En cuanto a los que omita, tengo la ilusión de que los presentes harán la caridad de perdonármelos en la discusión, por cuanto quiero que está se haga solamente acerca de lo que es fundamental y esté en el conocimiento de la mayoría de la asamblea.” “(...)” “Debería hacer una síntesis histórica como acto de homenaje a los que se han ocupado de esto en nuestro país y una relación existente en el orden nacional, provincial y particular, comparando sistemas y procedimientos, pero quiero dejar constancia expresa de que, sino lo hiciere o si no lo leyere, no será por falta de respeto ni por ingratitud.” Más adelante, luego de aclarar que el tema es muy extenso, dice: “Haré un esfuerzo por sintetizar y si algunos de los presentes pudiera aportar una síntesis mejor, después de la mía, hágalo con la absoluta convicción de prestar un señalado servicio a esta asamblea.” “(...)” “A los fines que se propone esta asamblea interesa presentar el problema en su conjunto por lo que haré uso de algunas cifras. Veamos: de los dos mil quinientos veinticinco niños examinados en el Cuerpo Médico Escolar desde 1934 hasta 1938 se han clasificado de la siguiente manera:...” Terminada la explicación en la cual abundan las pruebas clasificatorias, agrega: “(...)” “Cualquiera que sea la situación, siempre se ha objetado el costo de las mismas, diciendo que no se debe gastar en los anormales más que en los normales. Este es el argumento favorito de los que no tienen el dolor de tener un anormal en su casa o de atenderlo en una clínica de higiene mental. Es claro que el anormal es caro si se juzga por el rendimiento directo, obtenido del anormal mismo, pero no es así si se tiende la mirada al hogar atormentado que lo alberga. Junto a todo niño anormal hay una familia sufriente. Gastar en él, no es gastar por él solamente, sino por todos los afectados por su desarmonía o invalidez.” No resulta difícil comprobar en el contenido de esos párrafos que su aspiración estaba impulsada por el sentimiento humanístico que anidaba en su alma. Finaliza su exposición en esa conferencia con cuatro conclusiones de las cuales transcribiré las dos cuyos reclamos tienen destinatarios concretos: “3º Parecería propio que fuera el Ministerio de Instrucción Publica, que es el de Justicia al mismo tiempo, el encargado de realizar el estudio y clasificación psicológica de los niños, para decidir sobre su destino en ciertos casos individuales, enviándolos a establecimientos apropiados, pertenezcan o no a dicho ministerio.” “4º Es hora de crear el Profesorado para educadores de anormales psíquicos y deficientes mentales, en pie de igualdad con el Profesorado para educadores de ciegos y sordomudos, y esto corresponde al Ministerio de Justicia e Instrucción Pública.” Esa prédica constante y sin desmayos mantenida durante tanto tiempo tuvo su primer fruto. El 5 de octubre de 1942, fue inaugurada la primera “Escuela Primaria de Adaptación”. La Doctora Carolina Tobar García fue nombrada Directora. Ese mismo día se cumplía en primer aniversario de la muerte de su hermano Gilberto. EMILIO MITRE 1081 – CAPITAL (Parque Chacabuco) 1942 – 25 AÑOS – 1967 5 DE OCTUBRE Fotocopia tomada del programa de festejos. Homenaje al personal fundador. PERSONAL FUNDADOR DE LA ESCUELA DIFERENCIAL Nº 1 DIRECTORA: Dra. Carolina Tobar García SECRETARIA: Srta. Valentina Marquiani MAESTRAS: Sra. Guillermina M. de Zavalla, Srta. Anunciación Catalano, Srta. Bertha Perales, Srta. Elena Picarel, Srta. Josefina Lobos Domínguez y Srta. María Beile Erfehler. AUXILIARES: Srta. Marta Delponte, Srta. Rita del Carmen Leiva, Srta. Ernestina Silva, Srta. Angélica Blanco, Srta. Maria Elena Berasain y Srta. Aída Molina. PERSONAL ADMINISTRATIVO: Srta. Ernestina Sclippa, Sra. María C. de Ibarra, Sra. Soledad de Filgueira, Sra. Juana Alba Gomez Bustillo, Sra. Juana L. de Rébora Fotocopia tomada del programa de festejos. Homenaje al personal fundador. EL DÍA DE SAN ANTONIO La Doctora Carolina Tobar García cuando se hizo cargo de la dirección de la “Escuela Primaria de Adaptación” ya tenía elaborado su plan organizativo para el mejor funcionamiento de la misma. Pese a ello, fue considerable el aumento de su trabajo y de su responsabilidad. Esto determinó que postergara la comunicación a su madre de la buena nueva. Y decidió decírselo cuando a fin de año fuera a pasar unos días a Quines, como era su costumbre. Doña Raimunda se alegró mucho con la noticia que le dio su hija, pero sus ojos se mantuvieron tristes cuando le dijo que en la novena de ese año se lo agradecería a San Antonio. La Doctora halló a su madre muy decaída y a su padre preocupado por ese decaimiento. Había transcurrido algo más de un año desde la muerte de Gilberto y según le explicó su padre doña Raimunda no hallaba resignación. Su vida se había convertido en una alternada y constante manifestación de lágrimas y suspiros. Se negó a atenuar el luto riguroso que ya había cumplido el tiempo determinado vaya uno a saber por quién. El caso era que continuaba como el primer día: vestido, medias y zapatos negros. Y con el blanco pañuelo de mano ribeteado con una línea negra estrujado en una mano. La Doctora no se conformó con esa explicación que le había dado su padre. Regresó a Buenos Aires con doña Raimunda rezongando. Insistía en que no tenía nada y que con ese viaje perturbaba la labor de su hija. Luego de exhaustivas revisaciones y análisis de todo tipo, los médicos amigos de la Doctora confirmaron su presunción: cáncer. Doña Raimunda quiso conocer el resultado de esos exámenes. Cuando la Doctora se lo dijo, su madre con la mayor naturalidad le respondió: -Es lo que me imaginaba. Esta respuesta es lo único que ha trascendido de las conversaciones que durante varias noches mantuvieron madre e hija. Doña Raimunda regresó a Quines acompañada de la nieta, de unos veinte años, que había viajado con ellas a Buenos Aires. Llevaba consigo medicamentos que le había suministrado su hija para un mes de tratamiento. A partir de entonces la Doctora mensualmente le enviaba una cantidad similar, pero sabía que ellos solamente le procurarían un alivio. No curación. En el mes de marzo la Doctora fue designada Jefe de Psicología en la Cátedra interinamente a cargo del Dr. Bosch. Y comenzó a trabajar sobre un nuevo tema que presentaría para su publicación en la “Revista de Higiene y Medicina Escolares”. Comenzó el mes de junio (1943) con acentuados y graves rumores sobre la situación política en el país. Rumores que se vieron confirmados cuando el día cuatro los militares se hicieron cargo del poder y le exigieron la renuncia al Presidente Ramón S. Castillo, quien como vicepresidente había asumido para completar el período presidencial dejado trunco por el doctor Roberto M. Ortiz. Pese al maremoto de comentarios que, por ese motivo se suscitó en los diarios y entre la gente, la Doctora no olvidó que ese mismo día comenzaba en Talita la novena de San Antonio a la cual su madre asistía devota y puntualmente todos los años. En esa oportunidad, su estado de salud le había impedido hacerlo. Días después, la Doctora recibió un telegrama de su hermano Teodosito comunicándole que doña Raimunda había sufrido una complicación en su enfermedad. La Doctora viajó a Quines junto con sus hermanos Ricardo y Héctor Manuel. Cuando llegaron la madre agonizaba. Falleció horas después. Era el 13 de junio de 1943. En este día finalizaba la novena. Por primera vez, doña Raimunda no pudo asistir. Todos los familiares y vecinos amigos coincidieron en afirmar que se trataba de otro milagro del Santo. Él le había asignado ese día como un premio a su devoción. La Doctora pasó la noche al lado del féretro sumida en un profundo silencio. El dolor de ese trance dio lugar a la evocación. Los recuerdos se sucedieron en su mente, reproduciéndose en los más mínimos detalles. Doña Raimunda había sido su primera maestra, Su madre jugando, le había enseñado las primeras letras, los números, las figuras geométricas. Su madre le había transmitido su amor al estudio. Su madre la había apoyado, la había estimulado con su confianza. Su madre siempre la acompañaría, porque su madre sería siempre para ella, “Mi única maestra”. LA CONFERENCIA DE ESE AÑO El cargo de Inspectora Médica que desempeñaba en el Cuerpo Médico Escolar del Consejo Nacional de Educación le brindó, a la Doctora, la ocasión de efectuar los censos ya mencionados para plantear la necesidad de crear Escuelas Diferenciales y de preparar maestros para la atención de esos alumnos, pero su sentido de observación fue aún más allá. Las frecuentes y variadas solicitudes de licencia y de jubilaciones extraordinarias, presentadas por parte del personal docente que ella, médica del Consejo Nacional de Educación, debía resolver la impulsaron a clasificar los casos que se presentaban, como así también las fallas y “vacíos” que contenía la ley que regía para las mismas. Partiendo de su premisa: “Si un niño nervioso contribuye a la desorganización de una clase, un maestro en iguales condiciones la desorganiza por completo”, desarrolló el tema: “INVALIDEZ PROFESIONAL DEL MAESTRO. SU PROFILAXIS” Este trabajo se publicó en el Nº 4 de la “Revista de Higiene y Medicina Escolar” correspondiente al cuatrimestre mayo – agosto 1943, editada por la Inspección Médica Escolar, en Callao 19, de cuya Comisión Redactora la Doctora formaba parte. Meses después integró como vocal la Comisión Organizadora de la 1ª Conferencia Argentina de la Asociación de Ayuda y Orientación al Inválido cuya sesión inaugural se llevó a cabo el 12 de octubre de 1943, en el salón de Actos del H. Consejo Deliberante. En la sesión del día 15 dio lectura al mismo tema. Para conocer en parte la preocupación que, como médico psiquiatra y legista, sentía por la situación de los maestros, veamos algunos párrafos: “(...)” “La capacidad profesional docente es la energía potencial del maestro como tal, que se traduce en enseñanza manual y moral al mismo tiempo. No hay una sola actividad escolar en la que pueda desglosarse alguno de esos aspectos. El maestro enseña con la mano, con la palabra, con la actitud, con la fisonomía, con la presencia.” “(...)” “La existencia de síntomas de incapacidad profesional ligados estrictamente a la profesión o al ejercicio de la misma en las condiciones actuales, justifica el estudio desde un punto de vista médico – legal.” “(...)” “Hay una invalidez de involución o fisiológica que es la que contempla la ley de Jubilaciones, pero ésta establece 30 años de ejercicio y 55 de edad.” “La reforma última no ha tenido en cuenta el fenómeno contemporáneo del ingreso tardío.” “(...)” “La jubilación extraordinaria exige un mínimo de 20 años, término ansiado al que no llegarán muchos efectuados de invalidez para la enseñanza de la educación física y también los afectados por invalidez mental. Los primeros pueden reorientarse, pero los últimos no tienen posibilidad alguna de re-orientación o re-adaptación aunque conserven muchas aptitudes. La invalidez docente por alteración mental – sea con alineación o no – escapa a los beneficios de la Ley y también a la disposición antes citada por la redacción de su texto. La protección de esa invalidez se reduce en la actualidad a un máximo de seis meses, bajo el rubro de demencia, que no se sabe si debe interpretarse en sentido psiquiátrico o jurídico, pero que se aplica para los casos de alimentación crónica. Son múltiples los aspectos del problema de la invalidez mental cuyo estudio persigo desde que tengo a mi cargo el Consultorio de Enfermedades Nerviosas y Mentales...” “(...)” “Dicho Consultorio ha sido creado por el Dr. Olivieri, aquí presente, para realizar justamente el estudio de las alteraciones psíquicas de los maestros y es de ahí de donde proviene el material práctico adquirido para fundamentar este trabajo.” Con estas últimas afirmaciones comprobamos una vez más que la Dra. Carolina Tobar García no vacilaba en reconocer los méritos de sus colegas basados en igual preocupación y de mencionarlos en cada trabajo que presentaba. Por otra parte es de hacer notar que, pese a sus numerosas tareas, cada cargo que aceptaba lo asumía con la mayor naturalidad y una responsabilidad mayor que la exigida. No estaba en su temperamento adaptarse a una rutina. No perdía ocasión de aplicar su capacidad de observación y pensar luego la forma de corregir las cosas en su constante afán por mejorarlas. Claro que, estos méritos no siempre le fueron reconocidos. Sus propuestas, generalmente de avanzada para la época que le tocó vivir, fueron muchas veces criticadas por los obsecuentes y los cómodos rutinarios. Es de imaginar entonces, cómo habrá repercutido en ellos, la séptima y última conclusión con que remata este trabajo: “Fragmentación de la carrera docente por el “año sabático” organizado por el Estado, como un recurso de Higiene Mental de la profesión”. No propugnaba con ello un año de vacaciones pagas sino el desplazamiento del maestro, por ese lapso, a otras tareas con menor desgaste mental, como podría ser la colaboración en dependencias del mismo Consejo Nacional de Educación. Por lo expuesto podría suponerse que la idea del “año sabático” fue una idea original suya. No. No fue así y la Doctora lo aclara en la página 127 de su libro “La Higiene Mental del Escolar”, cuando dice: “Sobre tal punto – Higiene Mental del Maestro –, se han preocupado mucho más los extranjeros. Por ejemplo, los países anglosajones tienen el “año sabático” que podría convertirse en un magnífico recurso de Higiene Mental, para combatir los males inherentes al largo ejercicio de la profesión, que parecería actuar sobre algunos maestros, como el filtro de los califas sobre la cabeza del acusado. “La actuación profesional tiene una duración de treinta años, durante los cuales el ser orgánico y psíquico se somete a la más dura rutina intelectual y somática que se pude concebir. Sólo las grandes inteligencias o los temperamentos privilegiados se salvan de ella, por sí mismos. De ahí que las transgresiones al escalafón, que suelen hacerse, tengan un efecto desmoralizador incalculable.” Si bien con esta última afirmación me he apartado un poco del tema tal como fue presentado en la Conferencia, no puedo dejar de transcribir la valiente admonición que sigue al párrafo anterior: “Si los individuos que llevan a las esferas gubernativas escolares conocieran la labor del magisterio, serían seguramente los primeros en propiciar el “año sabático”, y todas las medidas necesarias para abrir los horizontes de esta profesión, la primera en el orden de las necesidades espirituales de los pueblos.” Así hablaba, porque así sentía, quien por sobre todos los títulos, llevaba en su alma la vocación de Maestra. LA TESIS El 30 de marzo del siguiente año, 1944, la Doctora Carolina Tobar García llenó el formulario impreso en la Facultad de Medicina por el cual elevó a consideración del delegado interventor, doctor Carlos P. Waldorp, “...para el trámite correspondiente, mi tesis que versa sobre Higiene Mental del Escolar para optar al título de Doctor en Medicina. Me acompaña como padrino del trabajo presentado el señor Profesor Doctor Gonzalo Bosch.” Al dorso del formulario, con fecha del día siguiente dice, manuscrito: “Que se designe jurado”. En la misma hoja, fechada el 11 de abril, se informan los nombres de los integrantes del jurado. Fueron ellos, los doctores: Alberto Zarrachea, Teodoro T... (apellido ilegible), y el doctor Osvaldo Loudet. Con fecha 3 de junio, el jurado resolvió por unanimidad calificar la Tesis: SOBRESALIENTE Uno de los ejemplares que presentó en esa oportunidad se encuentra en la Biblioteca de la Facultad de Medicina. En la primera hoja está el título: TESIS “HIGIENE MENTAL DEL ESCOLAR” En la siguiente, con sencillas palabras, la Doctora rindió homenaje a quien sin ninguna duda lo merecía: A mi madre, mi única maestra. En ese pensamiento dejó expresado el sentir de toda su vida. En la tercera hoja dice: “Dedico este trabajo a las tres instituciones que me han dado la oportunidad para realizar esta investigación: al Cuerpo Médico Escolar del Honorable Consejo Nacional de Educación, al Patronato Nacional de Menores y a la Liga Argentina de Higiene Mental.” El 13 de junio, día en que se cumplía un año del fallecimiento de doña Raimunda, la Doctora Carolina Tobar García se dirigió por nota al Interventor de la Facultad de Medicina, solicitándole la entrega “...de un ejemplar de la Tesis de Doctorado en medicina para su impresión”. Lo retiró el 30 de ese mismo mes con cargo de devolución en el término de tres meses. Lo devolvió dentro del plazo establecido, luego de haber hecho sacar dos copias a máquina, de las cuales una entregó a la Editorial “El Ateneo”. Según dice en la última página del libro, que consta de 266, la imprenta terminó de imprimirlo el 20 de noviembre de 1945, con el título: “La Higiene Mental del Escolar”. En esta difusión pública de su trabajo y, en cierto modo comercial, la Doctora prefirió suprimir la expresión de su sentir. Es así como no figura en él la dedicatoria a su madre. Podría ello resultar extraño en otra persona, pero no lo es en el caso de la Doctora que siempre en su actuar, para poder llevar a cabo sus más loables propósitos debió mostrar sólo la faz recia de su carácter. La otra, la de su profunda sensibilidad y ternura la reservó para sus allegados y fundamentalmente para quienes fueron el motivo constante de su preocupación: los niños. Por otra parte, dejar esa dedicatoria a su madre en un libro que tendría difusión pública podría ser tomado como un signo de debilidad sentimental. La debilidad, en cualquiera de sus formas, fue algo así como un lujo que no pudieron permitirse las mujeres que un su tiempo decidieron actuar fuera del ámbito estrictamente familiar. Es así como en este aspecto también se cuanta a la Doctora Carolina Tobar García como “pioneer” en la lucha sobre los derechos de la mujer. Además, es sabido que la nobleza de sentimientos lleva como cualidad implícita, el no hacer alarde de los mismos. Volviendo al contenido del libro, luego del agradecimiento a las instituciones que, según la Doctora hicieron posibles los estudios y conclusiones que plantea en el mismo, hay dos agregados. En el primero, con el título “ADVERTENCIA” expresa los motivos por los cuales decidió editarlo: “Este volumen constituye un trabajo presentado como tesis a la Facultad e Ciencias Médicas de Buenos Aires en el año 1944. “Fue su padrino el Dr. Gonzalo Bosch, Profesor Titular de Clínica Psiquiátrica y Presidente de la Liga Argentina de Higiene Mental. “Tiene por base una serie de hechos comprobados en una “clínica libre” y expuestos en forma de “tablas de presentación”, como llamaría Bacon a esta especie de “estadística descriptiva” de que hago uso, ya que no puede hacerse otra cosa con nuestros rudimentarios elementos de trabajo. “Parecería una redemostración innecesaria por cuanto el problema que plantea es un lugar común en la pedagogía contemporánea. Sin embargo, considero que no está de más en este “nuevo mundo” al que pertenecemos, donde todo está por empezar. “Poseer un método de investigación en el campo de la sociología especial, significa rebasar la empiria de una época precientífica que estamos obligados a superar. “Todos los trabajos sociales conocen los procedimientos de su oficio, pero muy pocos conocen los métodos. Es así como en la mayoría de las observaciones publicadas, los juicios sintéticos apuntan solamente “a posteriori”, aun a través de abundosa casuística. De ahí resulta que el progreso en la organización del trabajo social se convierta en un rompecabezas de avances y retrocesos interminables. Nuestros más acendrados benefactores, trabajan generalmente todavía, a fuerza de puro corazón; la era “racionalmente constructiva” que ha de llegar encontrará un imponderable material inestructurado, pero repleto de implicaciones significativas y de importancia prospectiva. “Así pues, este trabajo no tiene otro valor que el de una simple “prise de conscience” cuya finalidad en último término no es otra que evitar lo que Piaget, refiriéndose a los niños, llama “decolage en extensión”, o sea, que para comenzar de nuevo, una empresa varias veces iniciada, sea necesario recorrer todas las etapas ya vencidas.” Al término de esta advertencia están las iniciales de la Doctora: C. T. G. El segundo agregado, con el título “PRÓLOGO” más que un prólogo parece una respuesta a la ADVERTENCIA expuesta por la Doctora: “Al oficiar de prologuista en este trabajo, cuya talentosa autora advierte en la primera página su origen, significado y finalidad, diré lo que ella no ha podido enunciar, o mejor dicho, ha callado modestamente cuando declara que no tiene otro valor que el de una simple “prise de conscience”, en franca contradicción con los profesores que la Facultad de Ciencias Médicas designó en hora oportuna para juzgarlo, pues, por unanimidad, opinaron que debía tener la calificación de sobresaliente. Diré algo más: es el estudio, finamente realizado por una Maestra Normal, médica psiquiatra, poniendo su inquietud y sabiduría al servicio de la Higiene Mental, tan necesitada de colaboraciones como la suya, que dignifican nuestra literatura científica, por la pulcritud de su pluma y la hondura de los conocimientos revelados. “Puedo testimoniar que se resume en la obra el empeño constructivo y fecundo de una luchadora social de merecimientos incuestionables. La he visto trabajar con tesón y energía como profesora en la Escuela de Visitadoras y Visitadores de Higiene Mental, desde su fundación y como auxiliar en mi cátedra de Clínica Psiquiátrica. Además, estoy informado de cuánto ha hecho en el Consejo Nacional de Educación en beneficio de la Pedagogía Diferenciada. “Pero dentro de todo esto, siendo mucho, reflejado en el valor intrínseco del libro en experiencia y observaciones que de él desbordan, no está su mayor mérito; para mí, está en que demuestra incontrovertiblemente la necesidad de metodizar la labor social para la disciplina que ella trata. Leyendo sus conclusiones, no pueden caber dudas al respecto, por ser aquéllas de interés grande para todas las personas cultas, llámense sociólogos, médicos, psiquiatras o legisladores. “Finalmente, la Doctora Tobar García, con la tesis que comento, llena de intencionalidad para el bien de los humanos, los hace ver, sin quererlo, que puede alcanzar censura a aquellos que por negligencia o ignorancia, descuidan en parte los más graves problemas sociales atingentes a la infancia; y entrega a la literatura médica un trabajo de indiscutible valor. GONZALO BOSCH.” He resaltado del Prólogo, con letras en negrita, el concepto que el Doctor Gonzalo Bosch tenía de la Doctora Carolina Tobar García. Luego de diez años durante los cuales la Doctora fue designada, ininterrumpidamente, Auxiliar “adhonorem”, en su Cátedra de Psiquiatría, ¿quién mejor entonces que el Doctor Bosch para testimoniar sobre las cualidades morales e intelectuales de la Doctora y de la importancia de ese libro? Bien claro queda expuesto todo ello al referirse a su modestia; luego cuando dice, “...poniendo su inquietud y sabiduría al servicio de la Higiene Mental...”; cuando la llama “luchadora social de merecimientos incuestionables”; cuando añade “la he visto trabajar con tesón y energía...” y cuando referida a la Tesis finaliza expresando: “...que demuestra incontrovertiblemente la necesidad de metodizar la labor social para la disciplina que ella trata”. Parafraseando al doctor Bosch, cuando dice: “pero dentro de todo esto, siendo mucho...” quiero destacar que en ese Prólogo escribió con letras mayúsculas el título de “Maestra Normal”. De más está explicar qué es lo que con ello ha querido significar. De todos los títulos que la Doctora merecidamente conquistó, el de Maestra Normal fue el de mayor arraigo en ella. Ya iremos viendo más adelante que siempre llevó a la enseñanza tomada de su mano. Con respecto a la Tesis en sí, podría decirse que es un compendio de sus estudios, observaciones y experiencias desde que se recibió de médica en diciembre de 1929 hasta 1944 año en que la presentó. Más las conclusiones a que arriba sobre esos tres aspectos amalgamados en uno. Sobre el contenido médico – psiquiátrico no haré comentarios porque no estoy capacitada para ello. Pero sí puedo y quiero destacar lo siguiente: Por la frondosa bibliografía mencionada a lo largo del libro, brota de sus páginas el caudal de conocimientos que poseía la Doctora Carolina Tobar García. Las referencias abarcan personalidades del siglo pasado y del presente. Pero no sólo cita a médicos famosos nacionales y extranjeros que se ocuparon del niño y sus problemas sino que también recurre para plantear ejemplos a biografías y autobiografías escritas por célebres personalidades. Dos de ellas son: “Recuerdos de niñez y mocedad” de Miguel de Unamuno, (Austral 1942), y “El mundo de ayer. Autobiografía” de Stefan Zweig (Ed. Claridad 1942). De ambos libros la Doctora transcribe pequeñas partes en las cuales los autores relatan sus experiencias de la niñez en la escuela primaria. Sintetizando, “Higiene Mental del Escolar”, lleva a imaginar a la Doctora Carolina Tobar García como una gran enciclopedia actualizada con respuestas para todas las preguntas que alumnos y amigos quisieran formularle. A los pocos días de retirar un ejemplar de la Tesis, la Doctora envió a la “Revista de Psiquiatría y Criminología”, órgano de la “Sociedad Argentina de Criminología” y de la “Sociedad de Psiquiatría y Medicina Legal de La Plata”, para su publicación, el capítulo titulado: “Consideraciones Generales Sobre las Enfermedades Mentales de la Infancia y la Higiene Escolar”. Por su importancia, apareció publicado de inmediato en el Nº 47, correspondiente al bimestre mayo – junio de ese año, 1944. La Tesis, compuesta de “Introducción” y seis capítulos, independientes unos de otros, permitió su difusión por separado en las revistas médicas de la época. Fue así como a comienzos del año siguiente la “Revista Argentina de Higiene Mental”, en el número 10, correspondiente a enero de 1945 publicó el capítulo número tres: “Datos Para Una Clasificación de los Cuadros de Desadaptación del Escolar. Premisas Metodológicas. Forma y Contenido de los Cuadros. Importancia del Ambiente como Factor Situacional.” “La Higiene Mental del Escolar” fue presentada por la Editorial “El Ateneo” a fines de noviembre de 1945. LA CASA VACÍA Luego de transcurridos ocho meses desde que la Doctora Carolina Tobar García cesara como Directora de la Escuela de Adaptación, en agosto de 1945 asumió nuevamente su cargo de Inspectora General de Enseñanza en el Consejo Nacional de Educación. El cuatro de septiembre de ese mismo año, la Doctora renunció a su cargo de Jefa del Gabinete Psicopedagógico del Hogar “Santa Rosa” del cual había sido la creadora en tiempos del Presidente Roberto M. Ortiz. Para esa fecha ya hacia varios meses que los hogares dependientes del Patronato de Menores habían pasado a depender de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social. También hacía pocos días que los Estados Unidos de América habían puesto totalmente fin a la Segunda Guerra Mundial, mediante el empleo de la bomba atómica que llenó de horror y estupor al mundo entero. En nuestro país, el gobierno de facto estaba representado por el general Edelmiro J. Farrell en carácter de Presidente de la Nación y el coronel Juan Domingo Perón como Vicepresidente. (Es de hacer notar que el Vicepresidente estaba también al frente del Ministerio de Guerra y de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social.) Frente al descontento popular, en constante aumento, el Presidente Farrell levantó la veda política impuesta en 1943 y los partidos políticos se reorganizaron para encarar el prometido llamado a elecciones. En las frecuentes manifestaciones populares convocadas unas veces por los políticos, otras por los trabajadores y otras por los estudiantes, comenzó a gestarse la irreconciliable división de los argentinos que duró medio siglo. Muchos deben recordar aún aquellas proclamas que coreaban los estudiantes por un lado y los trabajadores por el otro: “Libros sí, alpargatas no”. Y a la inversa: “Alpargatas sí, libros no”. Por lo general estos enfrentamientos culminaban en violentas refriegas. La policía montada se ocupaba de ponerle fin. Someramente planteada esta era, en ese tiempo, la situación en nuestro país. Faltando unos días para terminar el mes de septiembre la Doctora recibió un telegrama de su hermano mayor en el cual le comunicaba que el padre estaba muy grave. De inmediato se trasladó a Quines. Halló a don Teodosio afectado por una pulmonía y sin esperanzas de que mejorara. La había contraído a consecuencia de una fuerte tormenta que se había desatado una tarde cuando estaba a mitad del trayecto que había desde Puesto Tobar a Quines. Montado a caballo, la lluvia lo había empapado totalmente. El viento frío soplaba con tal fuerza que le había arrancado la capa y el sombrero que lo cubrían. El caballo en algunos trechos se había visto imposibilitado de continuar avanzando. Don Teodosio había llegado a la casa muy tarde, tiritando y estornudando. Al día siguiente amanecido con fiebre. Tomó aspirinas y permaneció en la cama. Afuera la lluvia continuaba. Por la tarde llamaron al médico quien extendió una receta, recomendó comidas livianas y mantener calor en la habitación. Cuando la Doctora llegó, acompañada de Ricardo y Héctor Manuel, halló junto al enfermo a Teodosito e Ildorfo con sus respectivas mujeres. También estaba la nieta, de diecinueve años, que junto con su madre vivían en la casa de Quines atendiendo a don Teodosio. Y una vecina experta en remedios caseros, quien ya le había hecho varias aplicaciones de cataplasmas de lino y también de ventosas. En un rincón de la habitación había un brasero con carbón ardiendo y sobre él, en una pequeña cacerola, varias hojas de eucaliptus se movían impacientes como queriendo escapar del agua en ebullición. A la aspiración del vapor que esa agua despedía, la vecina le atribuía facultades curativas o aliviantes del mal. Al besar a su padre, la Doctora comprobó que tenía muy alta temperatura, y que ya nada podía hacer para curarlo. Don Teodosio falleció días después de haber llegado los hijos que vivían en Buenos Aires. Tenía setenta y ocho años. Era el cuatro de octubre de 1945. Un día antes de cumplirse el aniversario de la muerte de su hijo Gilberto. La Doctora regresó a Buenos Aires con los hermanos que la habían acompañado a Quines y con su sobrina y la madre quienes ya no tenían a quien atender. En Quines, quedó la casa vacía. En consultorio instalado en el departamento de seis habitaciones que ocupaba en el primer piso de la calle Hipólito Yrigoyen 2105, (ex Victoria), la Doctora nombró secretaria a la sobrina y a la madre le dio el cargo de “ama de llaves”. Aplicadas cada una a su tarea, las tres convivieron armoniosamente durante varios años. EN EL INSTITUTO BERNASCONI Rosario Vera Peñaloza, creadora y a cargo desde 1929, del “Primer Museo Argentino para la Escuela Primaria” en el Instituto Bernasconi, seguía con mucho interés los trabajos de la Doctora Carolina Tobar García, con quien la unía como ya vimos una estrecha amistad. La gran pedagoga que fue Rosario Vera Peñaloza, se sintió muy complacida cuando la Doctora le comunicó que en el acto de Extensión Cultural organizado por la “Comisión de Extensión Cultural de Escuelas al Aire Libre, Jardines de Infantes y Escuela Primaria de Adaptación” a realizarse en el Instituto Bernasconi, ella también pronunciaría una conferencia. Fue así como, al cumplirse dos meses del fallecimiento de don Teodosio, el 4 de diciembre, la Doctora disertó sobre: “PROBLEMAS PSICOPEDAGÓGICOS DE LA ESCUELA DE ADAPTACIÓN” Esta conferencia fue publicada meses después, en el número 18 de la “Revista Argentina de Higiene Mental” (Órgano de la “Liga Argentina de Higiene Mental”), en junio de 1946. Dejando de lado las partes en que ocurre a la ciencia y a la mención de científicos para clarificar su disertación, transcribiré algunos párrafos que nos muestran su sencillez y calidez en la exposición y que por cierto no se contraponen a la extensión y profundidad de sus conocimientos: “Aunque estoy acostumbrado a expedirme en trances de esta naturaleza – decía un orador en ocasión solemne – me siento intimidado”. “Cosa muy semejante me ocurre a mí en estas circunstancias. No puedo menos que detenerme un instante antes de abordar el tema de mi disertación, al considerar su significado trascendente, ya que se trata de la primera escuela de adaptación. “(...)” “Diré para comenzar que es la más pequeña de estas escuelas. Con algo de Benjamín y algo de Cenicienta, tiene al mismo tiempo problemas de hijo único. “Pero antes de entrar en sus problemas, séame permitido recordar a vosotros, el navío del cuento de Kipling, aquel navío que no había encontrado su alma. Fue fabricado con esmero y cada una de sus piezas examinadas por los ingenieros más competentes; pero, en tanto no navegó y no corrió el primer temporal, no llegó a ser, según la expresión de los marineros viejos, sino un cuerpo sin alma, sin cohesión. Carecía de alma, que es el símbolo de la unidad y de la vitalidad; pero llega la tempestad y después de un momento de desorden, el navío adquiere conciencia de sí propio; encuentra su alma. “A semejanza del navío curado por la prueba crucial, la Escuela de Adaptación tiene alma. “Esta prueba se refiere a su clausura desde setiembre de 1944 hasta febrero de 1945. “Esta alma sensible y recatada la impele a permanecer en la intimidad, pero tiene problemas como toda alma. Razones de pudor y de sentimientos le obligan a presentarse en el lenguaje técnico, porque es el único traje con que podría presentarse en el estrado, dada su especial naturaleza.” A esta altura de la transcripción es bueno recordar que la Escuela de Adaptación había sido creada el 5 de octubre de 1942, bajo el gobierno del Presidente Ramón S. Castillo, sucesor del Presidente Roberto M. Ortiz debido al fallecimiento de éste. Visto el amor con que se refiere a la mencionada escuela no es difícil imaginar el dolor con que habrá vivido esos meses que duró la clausura. La Doctora finalizó esa conferencia, pronunciada meses después de la reapertura de la Escuela de Adaptación, planteando la realidad concreta sobre su funcionamiento en ese tiempo y el pronóstico que, afortunadamente, pudo ver realizado: la integración feliz en la sociedad del disminuido mental. Veamos cómo lo expresó: “La Escuela de Adaptación, modesta en su proyección, humilde en sus alcances, pragmática y vocacional, es simplemente, una escuela – taller. Su proyección verdadera se encontrará solamente cuando forme parte de un sistema completo que está todavía en gestación”. A QUIEN DIOS NO LE DA HIJOS... Al mes siguiente de fallecer su padre, la Doctora cumplió cuarenta y siete años. El luto era aún muy reciente como para realizar una reunión con sus amigas y amigos. Pasó el día como cualquier otro, atendiendo sus obligaciones y al regresar se encerró en su biblioteca hasta la hora en que su sobrina primero, y la madre después, le recordaron que la cena estaba lista. Ninguna de las tres tuvieron deseos de conversar. El tiempo se ocupa de que todo vuelva a la normalidad. Al iniciarse el ciclo escolar, Teodosito envió a su hija menor a cursar el secundario en una escuela comercial. La adolescente fue a vivir a la casa de su tío Ricardo en Ramos Mejía, localidad de la provincia de Buenos Aires. La escuela le quedaba cerca. Al llegar el invierno se enfermó de paperas. Para evitar el contagio de sus hijos, Ricardo la llevó al departamento de la Doctora. La sobrina que hoy, 1994, tiene sesenta y tres años, nos cuenta así ese pasaje de su vida: “Tía Carolina, por las mañanas, antes de irse me iba a revisar y cuando llegaba entrada la tarde, también. Un día me dijo que si tenía ganas de hacerlo podía levantarme, pero sin salir del departamento. En ese tiempo, en la casa vivían mi prima con su madre. Ellas me atendían. Esa tarde fui a su biblioteca. Era un salón muy grande, de paredes altas con anaqueles que llegaban al techo, todos cubiertos de libros. Cuando tía regresó me halló sentada, muy cómoda en el sillón frente a su escritorio, leyendo un libro. No recuerdo cuál, pero sí que no entendía mucho lo que decía. Tía, con sus delicadas manos, porque tenía unas manos muy lindas, suavemente me lo quitó diciéndome: “Todos los libros que tengo aquí son para leer, pero hay que hacerlo siguiendo un orden. Éste lo entenderás más adelante, no ahora. Cuando quieras leer algo dime sobre qué tema. So corresponde a tu edad te lo prestaré.” Tomó la escalera y sin preguntarme de dónde lo había sacado, fue directamente al lugar, subió tres escalones y lo ubicó en su sitio. Tenía muchísimos libros. Sobre el escritorio solía dejar grandes volúmenes abiertos, algunos hasta encimados. Sierpe recomendaba que no le “desordenaran su orden” aunque ese orden que ella decía fuera un revuelto de libros y papeles. Era de pocas palabras, pero nos daba muestra de su cariño con sus atenciones y regalos. Continuamente enviaba a Quines grandes bolsas repletas de ropa y juguetes. Recuerdo que tenía yo más o menos siete años cuando un día, ayudada por mi mamá, le escribí a Buenos Aires, pidiéndole una muñeca. Esa vez llegó a Quines un enorme paquete a mi nombre. Mamá me dejó que yo lo abriera y me encontré con una caja que contenía la muñeca, sujeta al cartón con unos elásticos negros para que no se moviera. También venía en la caja un sobre con una cartita. Me decía en ella que me mandaba una muñeca morena, de ojos grandes y de pelo negro como el mío, porque era tan linda como yo. El recuerdo de tía Carolina lo llevo en mí unido al de esa muñeca. Fue la primera que tuve.” La emoción cortó su relato. Esta sobrina, Carolina Tobar, viuda de Leliveld, vive en Bella Vista, provincia de Buenos Aires, con sus dos hijos: un hombre y una mujer. Ambos a punto de casarse. La sobrina de veinte años que al morir don Teodosio vino con su madre a Buenos Aires a convivir con la Doctora nos cuenta para esta biografía: “Yo hacía las veces de “secretaria”. Mamá se ocupaba de la casa. Tía atendía pacientes de todas las edades. Cuando eran pobres no les cobraba. A mí me había enseñado a hacer “tests” a los niños, después ella los estudiaba. Al poco tiempo simpaticé con un empleado del banco donde iba a depositar el dinero de tía. Nos pusimos de novios. Cuando nos casamos tía salió de madrina de casamiento. Nos hizo una linda fiesta en su departamento...” A esta altura la interrumpe el marido. Intercambian recuerdos. Rescato de ese diálogo risueño lo siguiente: Cuando llegó el momento del baile familiar, la Doctora bailó con su flamante sobrino político el vals “Sobre las olas”, de Strauss. Lo hicieron tan bien que los parientes y amigos les pidieron que lo bailaran nuevamente. La música, que provenía del disco colocado en la victrola “R. C. A. Victor”, la más conocida en esos años, fue acompañado por el lará, larará, larará que entonaron a coro todos los presentes. Los habían rodeado tomados de la mano y ellos también mecieron sus cuerpos al compás de esos sones. Ninguno se acordó de cambiar la púa. El disco, ese día, terminó rayado. Agotado el recuerdo de esa fiesta, el matrimonio volvió a ponerse serio. Retomó la palabra la sobrina de la Doctora: “Como en ese tiempo era difícil conseguir vivienda adecuada a nuestros recursos, los tres nos quedamos a vivir con tía: mamá, mi marido y yo. Transcurridos ocho meses desde nuestro casamiento, tío Ricardo nos avisó que dejaba la casa que alquilaba en Ramos Mejía, para mudarse a otra que había comprado en la misma zona. La alquilamos nosotros. Esto fue para febrero o marzo de 1950. Yo no quería irme, pero tuve que hacerlo. Después de vivir mamá y yo casi cinco años con tía, la dejamos nuevamente sola. Yo sé que ella lo sintió mucho, pero no lo dejó traslucir. Sólo nos dijo que hacíamos bien en abrirnos camino solos. Tía tardó en hallar a otra persona a quien confiarle la casa, pero finalmente la encontró.” Esta sobrina de la Doctora, Clotilde Tobar de Aragón, tiene actualmente (1994), sesenta y nueve años. Terminó su relato diciendo que había tenido solamente un hijo, quien a los dos años de haberse casado, murió. Les dejó una nieta que ya es adolescente. El matrimonio continuaba viviendo en Ramos Mejía, provincia de Buenos Aires. La Doctora ya había hallado una mujer de confianza para que la atendiera, cuando llegó al departamento uno de sus sobrinos junto con su mujer y dos hijos. Él lo cuenta así: “Yo había vivido en la casa de tía cuando fui a Buenos Aires para que me operaran de la garganta. En ese tiempo tenía dieciocho años. Después me casé, tuve dos hijos y trabajaba en el ferrocarril cuando me salió el traslado de Quines para Monte Quemado, en la provincia del Chaco. Pasé allá un año, pero como ese lugar no me gustaba, renuncié. Con mi mujer, la nena y el nene, bajé a Buenos Aires y fui al departamento de tía. Yo tenía, más o menos treinta y cuatro años. Casi todos los días salía a buscar trabajo, pero lo que hallaba no me gustaba. Así fue como nos que damos los cuatro viviendo en su departamento, cerca de un año y medio. Tía no nos hacía faltar nada. Ella pagaba todo. Con todos los parientes era igual. Sabía que ninguno de nosotros tenía dinero. La única que tenía era ella. Además, el dinero no la preocupaba. Era muy desinteresada. Sólo quería que estuviéramos cómodos. Cuando llegaba al departamento se encerraba en la biblioteca para seguir trabajando. Nos reuníamos a la hora de la cena, pero no era muy conversadora. Siempre estaba pensativa, preocupada tal vez por sus cosas. Casi a fines de 1951 regresé a Quines con mi familia y aquí me quedé hasta hoy.” Este sobrino, luego de quedarse un rato pensando, retomó el relato: “Algunos días de la semana, tía llegaba más temprano porque atendía pacientes. La ayudaba la señora de Mendolía, una maestra que había venido también del Chaco. Cuando mi señora y yo nos referíamos a ella, decíamos “la chaqueña”. También iban a verla otras maestras porque tía era Profesora de maestras especializadas. A veces hacía reuniones en su biblioteca con otros médicos y después los invitaba a tomar el té en el comedor. En ese rato, parecía que estaban de recreo. Hablaban todos juntos, contaban cuentos y se reían muy fuerte.” Este sobrino, Buenaventura Tobar, que así recordó a la Doctora, había sido el “nieto predilecto” de don Teodosio, ya mencionado anteriormente. Actualmente, 1994, tiene 79 años y vive en Quines, con su señora. Los dos hijos están casados y a su vez también tuvieron hijos. La hija de Ricardo tenía siete años y medio cuando en 1939 su padre renunció en la escuela de Realicó (La Pampa) y vino a Buenos Aires con su mujer y los dos hijos. La sobrina de la Doctora cuenta así los recuerdos que conserva de su tía: “Los cuatro fuimos a vivir al departamento que tía alquilaba en la calle Victoria 2105. Ahora es Hipólito Yrigoyen. Enseguida que llegamos papá entró como maestro en el Instituto Bernasconi. Como yo era muy delgadita y estaba muy débil tía, enseguida, me puso “bajo su lupa”. Me llevaba a hacer análisis de sangre, me hacía tomar tónicos y le indicó a mamá la cantidad, frecuencia y calidad de comidas que debía darme. A los seis meses ya era otra. Tía compró un coche y mamá era la conductora. Los sábados y domingos, como ella no lo utilizaba, lo hacía mamá llevándonos al zoológico o por los bosques de Palermo. Pasamos cerca de dos años en la casa de tía. Cuando mataron a tío Gilberto, en octubre de 1941, hacía ya un mes que vivíamos en Ramos Mejía. Papá sabía que al año siguiente comenzaría como profesor en el Colegio “Ward” y había alquilado una casa por esa zona. Yo hice el secundario en ese Colegio. A los dieciséis años, en 1949, ingresé en Medicina, en la Universidad de Buenos Aires. Me recibí a los veintidós, en 1954. Durante esos años, como tía vivía cerca de la Facultad, muchos días me quedaba en su casa. Ahí tenía la biblioteca a mi disposición. Si bien en mis primeros años de estudio, 1949 al 51, había otros parientes viviendo con ella, a mí ese movimiento de gente no me ocasionaba inconvenientes porque el departamento era muy grande. Tenía seis habitaciones, dos baños y dependencias de servicio. Para ese tiempo, concurría muy seguido una maestra, la señora de Mendolía. Era algo así como su secretaria.” Por un rato, esta sobrina médica se detuvo en su relato. De pronto, sonriendo agregó: “Recuerdo el único aplazo que tuve en mi carrera. Salí de la Facultad muy preocupada, pensando cómo se lo diría a tía e imaginando los reproches. No me animé a ir hasta su departamento. La llamé por teléfono desde un negocio cercano a la Facultad. En cuanto le dije que me habían aplazado, me respondió: “Bueno, la próxima vez la sabrás mejor. No te preocupes”. “Tía no era como esas tías que, al no tener hijos se adueñan de los sobrinos y ni si quiera los dejan respirar. No. Se interesaba por todos, pero no era melosa. Podía orientar con una opinión, si se la pedíamos, pero no la imponía. Sumamente modesta, no hablaba de sus conocimientos, pero sí, era precisa en sus propuestas y exposiciones. “Tía fue constantemente una médica y una pedagoga. “Su preocupación por los docentes la concretó en su libro: “La psicología aplicada a la enseñanza de la Didáctica”, texto que en su momento se aplicó en el 5º año de las escuelas normales. En la Universidad creó la Cátedra de Pedagogía Diferencial, para el abordaje no sólo de las discapacidades mentales, sino también de las deficiencias cardíacas, glandulares, motoras, etc. Siempre a nivel de los diferenciales, intentó una metodología para la rehabilitación de mogólicos y detectando su sensibilidad auditiva desarrolló junto con Madame Siruyan un método de enseñanza musical para estos pacientes. A esta altura aparecen los estudios de Jean Piaget, de Psicología Genética y Evolutiva. Su propuesta de comprender los mecanismos mentales en el niño para comprender los del adulto, el estudio de los estadios evolutivos en el niño colman sus expectativas y se convierte en la introductora de Piaget en nuestro país. Fue editado por Paidós. También encuentra muy productivo el Test Guestáltico Visomotor de Lauretta Bender, para identificar problemas neurológicos no visibles en el examen habitual. Y también lo introduce en nuestro país, editado por Paidós. “Como legista tuvo que ver con juicios de padres que se separan. Se ocupó de la investigación de los niños y escribió “El Testimonio Infantil”, trabajo en el cual defiende la tesis de que los hijos no deben actuar como testigos en los juicios de separación. Tuve oportunidad de trabajar con ella en ese tiempo de médica legista. Recuerdo que frecuentemente veía obreros de la Federación Obrera de la República Argentina (F. O. R. A.). Si bien es cierto que el porcentaje de indemnización está codificado, su aproximación clínica era minuciosa, su relación simpática y no tuve oportunidad de enterarme de ninguna disconformidad o apelación, frente a la correspondiente pericia. “Como profesional tuve oportunidad de concurrir a participar en algunos congresos con tía. Tales fueron: “Primer Congreso Argentino de Readaptación”, organizado por la Sociedad Cuyana de Readaptación. (Mendoza, marzo de 1955); “1er Congreso Argentino de Psiquiatría” (Buenos Aires, julio de 1956) y en el “2do Congreso Argentino de Psiquiatría” (Mar del Plata, noviembre de 1960). “En síntesis, lo que tía nos dejó a quienes vivimos y trabajamos con ella fue un estilo, un modo de estar en la vida enfrentando a cada paso la realidad, asumiéndola de frente, con verdad, con apasionamiento, amor y coraje.” Así se expresó la doctora Norma Tobar Sánchez, que actualmente (1994) tiene 62 años, sobre su tía la Doctora Carolina Tobar García. La estadía circunstancial y a veces prolongada de los familiares en el departamento de la Doctora no fueron un impedimento en la continuación de sus trabajos. Participaba de sus problemas en la medida justa como para que se sintieran cómodos la libertad de acción de que disponían no interfería en la suya. Llegaban cuando lo necesitaban y se iban cuando ellos así lo disponían. En su departamento siempre hallaban la puerta abierta. El comentario expuesto por los tres sobrinos que convivieron con la Doctora son coincidentes en todos los aspectos que conformaron su personalidad. Mientras en su casa se producía este movimiento familiar, en la Facultad de Medicina todos los años se renovaba al nombramiento (ad – honorem), de la Doctora en la Cátedra de Clínica Psiquiátrica a cargo de Doctor Bosch. También era Profesora de Neuropsiquiatría infantil. Para 1947 ya había publicado su libro “Psicología Aplicada” de acuerdo con el programa de 5º año de las escuelas normales y a comienzos de ese mismo año presentó “Guía Para Trabajos de Psicología Pedagógicas”, editado por Ciordia & Rodríguez. Este libro comienza con un “Mensaje al alumno”. Transcribiré del mismo los pasajes en los cuales resalta la importancia de lo que en ella fue una constante de vida y de trabajo: la observación. “Este libro no es un catálogo de “tests”; es una guía para la iniciación en el pensamiento experimental relacionado con la aplicación de la psicología a la pedagogía y a la didáctica. Para que ella dé frutos es necesario que su utilización no se reduzca a un siempre aprender de memoria, pues su valor educativo se funda precisamente en su ejercitación.” “(...)” “La “psicología aplicada”, sin la “práctica” se reduciría a una noticia sobre su existencia y a la propagación de una serie más de ideas, como las de tantas otras materias teóricas. “La experimentación psicopedagógica está llamada a fomentar en Ud. el hábito de la observación. El ensayo experimental, en éste como en otros campos, le colocará ante un mundo de fenómenos interesantes, que no pueden ni deben pasar desapercibidos para el alumno maestro”. “(...)” “La observación es una mera percepción; no hay observación que no se realice pensando.” “(...)” “En psicología aplicada no se puede proceder especulativamente; se impone la observación.” “(...)” “El experimento psicológico que aquí se va a presentar no tiene otro objeto que enseñarle a observar, como se enseña a mirar con el microscopio.” El contenido de este “Mensaje al alumno” en sí ya despertaba interés en los futuros maestros para abocarse al estudio del contenido del libro. En 1950, por la misma editorial la Doctora presentaba un “Suplemento del Libro de Psicología Aplicada”, adaptado al programa de ese año en las escuelas normales y aprobado por el Ministerio de Educación. Como hemos podido leer, tenía tiempo para todos sin descuidar lo que para ella una pasión: su trabajo. LA NUEVA COLABORADORA En 1948 la Doctora fue designada Directora del Instituto Neuro– Psiquiátrico “Cecilia Estrada de Cano” en la “Liga Argentina de Higiene Mental”, que presidía el Doctor Bosch. También encargada de Neuro–Psiquiatría Infantil en el 2º año del Curso de Médicos Psiquiatras que el Doctor Bosch dictaba en la Facultad de Medicina. Ese mismo año fue nombrada por el Ministerio de Educación, al frente del cual estaba el doctor Oscar Ivanissevich, Directora Técnica y Profesora de Psicopatología Aplicada, del Curso de Capacitación para Maestros Especializados. Integró también la Comisión Nacional encargada del Estudio y Planificación de las Escuelas Diferenciales y la Capacitación del Personal Docente. Para este tiempo, el coronel Perón ya se había casado con Eva Duarte, había ascendido a general y hacía algo más de un año y medio que era Presidente de la Nación. También se habían nacionalizado los ferrocarriles y su señora ya había regresado de la gira que había emprendido por los países europeos. El Presidente al asumir, había manifestado que el oro acumulado en los pasillos del Banco Central obstaculizaban su paso por ese lugar. Los destellos de esta imagen de abundancia que tenía su centro en Buenos Aires, arribaron a las provincias con la fuerza de un imán. Se produjo el éxodo. Entre los tantos y tantos provincianos que vinieron a tentar fortuna, llegó del Chaco el matrimonio Mendolía con su hija de ocho años. La señora Irma Anello de Mendolía tenía 35 años de edad y 13 ejerciendo como maestra en escuelas dependientes del Consejo Nacional de Educación. Enseguida de llegar a Buenos Aires, se inscribió en el “Curso de Capacitación de Maestros para la Enseñanza de Escolares Inadaptados” que dictaba la Doctora. (Ministerio de Educación). (1948/1949). Así se conocieron. Con su agudo sentido de observación, la Doctora captó de inmediato que el grado de inteligencia de la señora de Mendolía excedía los límites de lo normal. Por su parte, la señora de Mendolía también comprendió de inmediato que secundando la acción de la Doctora recorrería con mayor facilidad la senda de sus afanes educativos. Si para lograrlo debía ampliar sus conocimientos de maestra normal, volcaría toda su inteligencia, que no era poca, en ese empeño. En tanto hacía el curso de Capacitación de Maestros, fue nombrada por el Consejo Nacional de Educación, miembro integrante del “Equipo Técnico para la detectación de escolares Inadaptados”, dirigido por la Doctora. Esta investigación fue llevada a cabo en los veinte distritos de la Capital Federal (1948). Ello produjo un trato más asiduo entre Profesora y alumna. La señora de Mendolía pasó a ser colaboradora de la Doctora y en calidad de tal concurría a su departamento. De esta manera se interiorizó de los trabajos que realizaba para organizar el funcionamiento de las escuelas diferenciales. Así fue como participó del entusiasmo que embargaba a la Doctora, quien ya veía cristalizados sus afanes. A comienzos de 1949 la señora de Mendolía viajó a Chubut. Fue enviada a esa provincia por el Consejo Nacional de Educación como Directora del curso de formación docente: “La enseñanza diferenciada del deficiente mental”. Su inteligencia y afanes habían comenzado a fructificar. ESCUELAS DIFERENCIALES Ese mismo año, 1949, con diferencia de meses, entre una y otra, fueron creadas las CUATRO PRIMERAS ESCUELAS DIFERENCIALES En la Capital Federal. Las primeras del país. La perseverancia de la Doctora Carolina Tobar García había obtenido su premio. Habían transcurrido ¡DIECISÉIS AÑOS! Desde su primera publicación al regresar del país del Norte: “EDUCACIÓN DE LOS DEFICIENTES MENTALES EN LOS ESTADOS UNIDOS. NECESIDAD DE SU IMPLANTACIÓN EN LA ARGENTINA” ¡SIETE AÑOS! Desde la creación de la primera y única ESCUELA DE ADAPTACIÓN, de la cual había sido Directora. Y ¡CINCO AÑOS!, desde la presentación de la Tesis. “HIGIENE MENTAL DEL ESCOLAR” en la cual había dejado registradas todas sus investigaciones y los estudios realizados hasta ese momento. No resulta difícil entonces imaginar la emoción que habrá vivido la Doctora en la inauguración de cada una de esas cuatro escuelas. Había comenzado ya esa etapa de la vida en que los recuerdos asoman a la mente provocando humedad en la vista. En sus cabellos negros refulgían las primeras hebras de plata. Tenía ¡cincuenta y un años! Cuando vio parte de su sueño hecho realidad. CUATRO ESCUELAS DIFERENCIALES EN LA CAPITAL FEDERAL. Pero ¿y los otros niños? La Doctora Carolina Tobar García quería ver Escuelas Diferenciales en todo el país. Era necesario entonces continuar especializando maestras. Y a ello se abocó, sin desmedro de sus otros cargos. Se desempeñaba entonces como Inspectora Médica Escolar en el grado de oficial mayor. También ese año había sido designada Secretaria de la Sección Psiquiatría de la Sociedad Médica Panamericana y de la Sociedad Argentina de Criminología. La señora de Mendolía fue nombrada por el Consejo Nacional de Educación, Encargada del Gabinete Psicológico y Psicopedagógico en la Escuela Diferencial Nº 1. Se desempeñó en ese cargo desde junio de 1949 hasta marzo de 1950. Y desde 1951 hasta 1963 como Secretaría Técnica. TERCERA PARTE AÑO DEL LIBERTADOR GENERAL SAN MARTÍN Por una ley del Congreso de la Nación, así se había declarado en nuestro país al año 1950 por cumplirse en esa fecha el primer centenario de la muerte del General San Martín. Ningún habitante del país, argentino o extranjero, debía permanecer ajeno a la trascendencia de ese acontecimiento. Para ello, fue obligatorio que en todos los documentos, oficiales o no, diarios, revistas y hasta las boletas comerciales llevaran impresa esa inscripción en el encabezamiento. Así fue como la Doctora, al igual que todos los solicitantes, debió completar en forma manuscrita el formulario existente ese año en la Facultad de Ciencias Médicas que dice lo siguiente: “1950. Año del Libertador General San Martín “Ministerio de Educación de la Nación “Universidad de Buenos Aires “Facultad de Ciencias Médicas” En él, luego de cumplimentarlo con sus datos personales, respondió las dos últimas preguntas: “Cargo que desempeña actualmente: Encargada de Neuropsiquiatría. “Solicita: Nombramiento Titular.” Al dorso de esa solicitud, también impreso, dice: “GARANTÍA: “Por la presente asumo la responsabilidad sobre las condiciones personales del señor... (a mano, Carolina Tobar García) quien reúne las cualidades exigidas por el Excelentísimo Señor Presidente de la Nación, General Juan D. Perón, en circular pública del 17 de junio de 1949 con referencia a los candidatos a ocupar los cargos de la Administración Nacional, es decir: “1º) Compenetración con el gobierno a fin de que su labor no resulte obstaculizadora. “2º Honestidad de conducta. “3º Capacidad técnica de trabajo. “Conozco en todas sus consecuencias lo establecido en los artículos 5 y 7 de dicha circular, que dicen lo siguiente: “Art. 5) Las personas que garanticen a quienes hayan de cubrir las vacantes se responsabilizan de la actuación del empleado. “Art. 7) No se nombrará para ningún cargo ni empleo a personas que estén vinculadas a intereses ajenos a la Administración del Estado.” Al pie de lo expuesto firmó el Doctor Gonzalo Bosch. Tales eran las exigencias gubernamentales justamente en ese “Año del Libertador General San Martín”. El 28 de mayo de ese mismo año, en su pueblo natal, Antiles (La Rioja), se apagó la vida de la gran educadora Rosario Vera Peñaloza. Entre las personalidades educativas que hablaron en el acto del sepelio para destacar su obra y despedir sus restos, lo hizo también su ex-discípula Martha A. Salotti por la “Comisión Pro Difusión de los Institutos Infantiles” y la “Asociación Pedro Herrera de Paraná”. De la nota necrológica que le dedicara el diario “La Nación” el día 29 es de destacar el espíritu patriótico que animaba a esta excepcional Maestra quien, también justamente en el Año del Libertador General San Martín, “...se hallaba empeñada en la creación de un Salón Sanmartiniano en el Consejo Provincial de Educación, con material preferentemente donado por ella”. HUÉSPED PERMANENTE A comienzos de 1951 la Doctora presentó su libro “Suplemento de Psicología Aplicada”, adaptado al programa de 1951 y aprobado por el Ministerio de Educación (Ed. Ciordia y Rodríguez). También había comenzado a trabajar en la “Organización de los Departamentos de Pedagogía Asistencial en las Provincias de Tucumán y Jujuy”, por encargo de sus respectivos gobiernos. Por su parte, la señora Irma Anello de Mendolía a fin de ampliar sus conocimientos, viajó a Chile para hacer en ese país dos cursos: “Psiquiatría e Higiene Mental” y “Psicología de la Personalidad”. Ambos los realizó como alumna regular en el primer cuatrimestre de ese mismo año, 1951. La intensa actividad desplegada por la señora de Mendolía no era bien vista por su marido. Al regresar de ese viaje a Chile, la convivencia matrimonial se les hizo imposible. De común acuerdo decidieron separarse. La hija de ambos, manifestó su deseo de quedarse con el padre. Así las cosas, la señora de Mendolía expuso su problema a la Doctora. La Doctora tenía seis habitaciones en su departamento. Algunos días se quedaba con ella su sobrina Norma que estaba cursando la carrera médica, pero igualmente podía ofrecerle una habitación independiente de las otras a la señora de Mendolía hasta tanto ésta hallara un departamento donde ir a vivir. Y se la ofreció. En ese año, 1952, Elba, así se llamaba la hija de Mendolía, tenía doce años y estaba por terminar la escuela primaria. De tanto en tanto visitaba a su madre en la casa de la Doctora. O bien la señora de Mendolía se encontraba con su hija, por lo general los fines de semana. La señora de Mendolía era infatigable y en los ratos libres inclinaba su cabeza sobre los libros que la Doctora tenía en la biblioteca asimilando con rapidez el contenido de los mismos. Era delgada, de estatura mediana, cutis blanco y cabellos castaños. De pocas palabras pero carácter fuerte, la señora de Mendolía se sintió muy bien conviviendo con la Doctora y ésta a su vez estaba muy contenta por tener a su lado a tan eficaz colaboradora. Así fue como, de común acuerdo la señora de Mendolía suspendió la búsqueda de un departamento en alquiler y se quedó a vivir en el de la Doctora, definitivamente. A esta altura de las referencias expuestas sobre la señora Irma Anello de Mendolía, debo aclarar que las mismas fueron desarrolladas en lo personal sobre la base del relato que me hiciera su hija, Elba Mendolía, y en lo profesional fueron tomadas de la documentación que la misma me facilitara en ocasión de las dos entrevistas que con ella mantuve en 1993. La señora de Mendolía había fallecido el año anterior. UNA DURA LUCHA Corría el año 1951 cuando en la “Liga Argentina de Higiene Mental” el doctor Gonzalo Bosch presentó a la Doctora al señor Samuel Tiffenberg, un importante introductor de bienes de capital. A este señor, al margen de su actividad comercial le preocupaba todo lo que a salud y educación de la niñez se refiriera, tema sobre los cuales solía intercambiar opiniones con el doctor Bosch. Para ese año, ya hacían dos que habían comenzado a funcionar las cuatro escuelas diferenciales. El señor Tiffenberg relata así el ambiente escolar y social que se vivía en esos años en nuestro país: “La pedagogía diferencial tendía a tener programas adecuados para los niños deficientes, cosa que no se lograba en la escuela común. En la escuela común los niños diferenciales eran siempre desplazados y los docentes, con las excepciones debidas, evidentemente se sentían molestos porque soñaban con el grado ideal. ¿Y qué era el grado ideal para la docente? Una escuela de nivel parejo, donde no hubiera alumnos que la obligaran a trabajar o a distraerse en función de ellos. Éste era un problema. El otro problema era como el que ocurre hoy con el S. I. D. A., la ocultación del enfermo. Los padres de los diferenciales procuraban ocultar la deficiencia de sus hijos, porque llevaban para consigo una carga, lo que se da en llamar algo así como “mea culpa”. Era un grave error. Nadie está exento de tener un hijo afectado, pero el problema era para toda la familia. Por ejemplo, la hermana del infradotado que tiene que presentarlo a su novio. Ello alerta a la familia del novio. Todos asumían que a la muerte de los padres, algunos de los hermanos tendría que ocuparse del infradotado. Son problemas que afectan a la unidad familiar, a la sociedad. Toda la estrategia de la Doctora estaba destinada a introducir un nuevo “modus vivendi” en la sociedad con relación al infradotado. Fue una dura lucha”. Luego de un breve paréntesis, el señor Samuel Tiffenberg continúa relatando: “La teoría final de la Doctora Carolina Tobar García era procurarle un futuro al niño enfermo. Ella estaba convencida de que, por ejemplo, muchos niños mogólicos, hoy se les llama Down que significa “abajo”, con un buen tratamiento podían recuperarse para la sociedad. Que se les podía dar la capacidad necesaria para que, dentro de su deficiencia, tuvieran elementos básicos para la autosustentación y dejaran de ser una carga para la propia familia. La Doctora Carolina Tobar García estaba en todo. En la provincia de Buenos Aires había una “Dirección de Escuelas de Excepcionales”, pero prácticamente no había estas escuelas, eran muy pocas y las maestras no eran especialistas en la materia. Estas escuelas eran entonces meros depósitos de niños y niñas, porque la didáctica diferencial era incipiente. No había, digamos, una carrera formal. Las maestras trataban al alumno brindándole cariño, pero no asistencia médica o especializada en la materia, como necesitaba el diferencial. Con la Doctora Tobar García se produce un cambio sustancial con esta nueva carrera. “Al poco tiempo de ese primer encuentro visito a la Doctora para comunicarle que hay una escuela en Ramos Mejía que funciona solamente en horario vespertino. Convinimos en que podría utilizarse por la mañana para trabajar en la reconquista del sujeto y por la tarde en formarlo para su autodefensa. También se podría crear en la misma escuela la carrera de capacitación de maestros especializados. Había que adaptar algunas partes del edificio para lo cual yo contaba con la colaboración de un arquitecto amigo y de todo lo que fuera necesario para lograr ese fin. Hice con la Doctora no sé cuántos viajes a La Plata para convencer al Ministro de Educación, que a la sazón era Secretario de Educación. Eran los años del segundo gobierno de Perón y el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, era el mayor Aloé. No se logró. “También para este tiempo hice un viaje a Europa y en París donde había un pequeño negocio que vendía material didáctico de la Escuela Piaget, compré el contenido de cuatro enormes cajones, con intención de donarlos a las escuelas diferenciales. Llegaron a Buenos Aires, pero no se logró el permiso aduanero y finalmente se perdieron. Fue una dura lucha, una dura lucha.” Con esas palabras terminó el señor Samuel Tiffenberg la primera parte de su relación con la Doctora Carolina Tobar García. Más adelante añadiré la continuación de este relato que hizo para esta biografía, una noche de mayo de 1994. AÑOS DIFÍCILES En los últimos años de la primera presidencia del General Perón, la convivencia entre argentinos ya se había tornado muy difícil. Divididos en dos fracciones que en un comienzo se llamaron, una de los trabajadores y la otra de los oligarcas, se identificaron luego como peronistas o antiperonistas. La fuerza del poder la tenían los peronistas. En 1949 se había llevado a cabo la reforma de la Constitución Nacional incluyéndose entre sus nuevas disposiciones la reelección presidencial. De ello resultó que el General Perón fuera reelegido para el siguiente período que abarcaba desde 1952 a 1958. Asumió en junio y al mes siguiente falleció su señora, Eva Duarte. Con este motivo se decretó una serie de homenajes entre los que se contaron la obligatoriedad en todos los colegios de pronunciar diariamente unas palabras alusivas, minutos antes de dar comienzo a las clases y la uniformidad de los horarios nocturnos para la transmisión de los noticieros radiales, que debían anunciarse todos de la misma forma: “... 20.25 hora en que Eva Perón pasó a la inmortalidad”. Pero lo que provocó serias resistencias en alguna gente fue la obligación de adherirse al duelo. Hombres y mujeres debían llevar una cintita negra colocada como escarapela argentina. También todos los comercios debían exhibir en las vidrieras una foto de Eva Perón, con una señal de luto. En resguardo de las represalias que pudieran sufrir quines se negaran a ese reconocimiento, la medida fue acatada por casi todo el país. La Doctora no se colocó esa cintita negra. Opinaba que el duelo no era necesario ostentarlo sino sentirlo. Como empleada de la administración nacional ello no pasó inadvertido. Además no se privaba de emitir su opinión contraria al régimen dictatorial reinante por esos años en nuestro país. Las consecuencias de esta rebeldía se conocieron públicamente por medio de la nota que publicó el diario “La Nación” el viernes 21 de diciembre de 1956. Con el título: “Las Designaciones de los Profesores en la Universidad de Buenos Aires”, aparece la fotografía de la Doctora y de otros tres profesionales de distintas ramas universitarias. Debajo de su foto está su currículum del cual tomo los párrafos que expresan las medidas que, por la defensa de sus derechos como argentina y fundamentalmente como ser humano, debió soportar en el segundo período presidencial del general Perón: “... En 1952 fue separada de su puesto por sus convicciones democráticas.” Sobre el final de la nota agrega “La Nación”: “... Por último cabe mencionar su reincorporación en la Dirección de Sanidad Escolar y su reciente designación como titular en la Facultad de Filosofía y Letras.” Para la fecha de la mencionada publicación Perón ya había sido derrocado y gobernada el país el general Pedro Eugenio Aramburu. En marzo de 1955, la Doctora acompañada de su sobrina Norma, recientemente recibida de médica y de la señora de Mendolía concurrió a Mendoza donde se realizaba el “Primer Congreso Argentino de Readaptación”, organizado por al “Sociedad Cuyana de Readaptación”. A los pocos días de haber regresado a Buenos Aires, la Doctora debió viajar a Quines para asistir al velatorio de su hermano mayor Teodosito, quien había fallecido de un ataque al corazón (4 de abril 1955). Durante esos años difíciles la Doctora vio decrecer sensiblemente sus entradas de dinero, pero lo que seriamente le preocupó fue su inactividad docente con tanto como había para hacer en nuestro país en materia de educación. CINCO SÁBADOS, CINCO ESCUELAS En tanto el señor Samuel Tiffenberg se concentra para proseguir cronológicamente con sus recuerdos, su señora Zulema, menuda, rubia y ágil en sus movimientos hace su aporte a esta biografía: “Varios años invitamos a la Doctora a veranear con nosotros y con nuestra hija que en ese tiempo tenía doce a trece años. Íbamos a Mar del Plata donde teníamos un chalet enorme. También invitábamos a Mendolía porque vivía con la Doctora. No la íbamos a dejar sola. Samuel tenía dos coches. Yo manejaba uno y el chofer el otro donde llevábamos el cargamento de maletas. A Samuel no le gustaba manejar, pero sí ir a mi lado molestándome con sus indicaciones. Atrás, con la Doctora iba mi hija y Mendolía. Todos cantando. La Doctora conocía muchas canciones folklóricas y era muy divertida contando cuentos...” La interrumpe el señor Tiffenberg para continuar relatando: “Luego de esos inútiles viajes a La Plata, ante esa imposibilidad de lograr el apoyo de “los de arriba” pensamos en movilizar a “los de abajo”. El problema era lograr el espacio adecuado donde reunirlos. Esta vez tuvimos más suerte. Un día iba con la Doctora subiendo en el ascensor de la Bolsa de Cereales, que está en Corrientes 11, donde yo debía hacer un trámite y conversábamos sobre el tema de los niños deficientes. El ascensorista interrumpió nuestra conversación para hacerla unas preguntas a la Doctora sobre un hijo enfermo. La Doctora inmediatamente se interesó y le pidió que lo llevara a su domicilio. Desde luego, era un hombre de condición humilde, pero eso a la Doctora no le preocupaba. Lo atendería sin cobrarle. Para ella lo importante era tratar al niño. Una vez que se pusieron de acuerdo en el día y la hora en que el hombre le llevaría a su hijo, intervine diciéndole: “Usted está sometiendo a la consideración de la Doctora el problema de su hijo, ¿qué le parece si colabora y logra que la Bolsa nos facilite el salón de actos para hacer unas reuniones sobre el tema?” Yo conocía ese salón. Y efectivamente el hombre lo logró. Se denominaron esas reuniones: “CINCO SÁBADOS, CINCO ESCUELAS” Para lograr el éxito que tuvimos con ellas, trabajamos como locos, la Doctora, la señora Mendolía y yo. Hice pegar afiches en los lugares permitidos de la Ciudad, invitando a la reunión a todos los docentes y fundamentalmente a los padres de niños disminuidos. En esos años se calificaba como escuelas diferenciales a las domiciliarias, a las hospitalarias, pero escuelas destinadas a los niños disminuidos había cuatro en la Capital Federal que habían sido creadas a instancias de la Doctora y dependían de Sanidad Escolar, que quedaba en Saavedra 15, y una quinta que se identificaba como de niños mogólicos y que dependía del Ministerio de Salud. Los cinco sábados concurrieron todos los docentes de las cinco escuelas, más los de una sexta: los de una escuela de sordomudos. El interés que habían despertado en la gente las reuniones de esos cinco sábados, los hizo surgir la idea de agrupar en una asociación a todos los docentes de alumnos diferenciales. Así nació la A. D. E., es decir la “ASOCIACIÓN DE DOCENTES ESPECIALIZADOS” “Para las reuniones que esta Asociación tendría que realizar ofrecí a la Doctora un salón donde yo tenía, y aún tengo, mi escritorio en la Avenida de Mayo 749, 2º piso, escritorio 5 y teléfono 34-6385. Las primeras maestras que fueron convocadas para participarles la idea, querían que la Doctora fuera la Directora, pero ella no lo aceptó y en cambio propuso a la señora Mendolía, quien fue aceptada por unanimidad. Eligieron bien porque esta señora era muy activa, tenía mucha capacidad de trabajo. Además, y fundamentalmente, al vivir junto a la Doctora, era una fuente inagotable de respuestas y soluciones. De inmediato nos abocamos a la tarea de organizar unas jornadas para difundir dentro y fuera del país la importancia de la pedagogía asistencial. Esas jornadas fueron las “PRIMERAS JORNADAS ARGENTINAS DE PEDAGOGÍA ASISTENCIAL” “Se llevaron a cabo en la Escuela Normal Nº 4, en Rivadavia 4950, de esta Capital, desde el 4 al 19 de febrero de 1957. La señora Hortensia P. de Lacau era la Directora de esa escuela. Se notificó de la realización de esas jornadas a todos los medios gráficos con la debida anticipación. Fueron auspiciadas por el Consejo Nacional de Educación y por la Dirección General de Sanidad Escolar. No debemos olvidarnos de que la Doctora era médica de Sanidad Escolar. Durante los dieciséis días que duraron esas jornadas todos los diarios del país le dedicaron importantes espacios con comentarios sobre los temas tratados. También tomaron numerosas fotografías, sobre todo en el día de la apertura y en el de la finalización de esas jornadas. Concurrieron representaciones docentes de Chile, del Uruguay y de todo el interior del país. Diariamente ese hermoso salón del Normal Nº 4 alojó entre trescientas cincuenta a cuatrocientas personas. Fueron días de emoción indescriptible para la Comisión Organizadora que se había formado en la “Asociación de Docentes Especializados” para llevar a cabo esas jornadas. En esa Comisión la Doctora fue designada Presidenta Honoraria y Mendolía Presidenta de la Comisión Directiva. Como Presidenta del Consejo Directivo de “A. D. E.”, la señora Mendolía pronunció las palabras de apertura de esas jornadas y la Doctora habló en cuarto término. Aquí tiene usted un borrador de lo dicho por la Doctora ese mismo día, 4 de febrero de 1957.” Y así diciendo, el señor Tiffenberg me extiende dos hojas de papel oficio escritas a máquina y amarillentas por el paso del tiempo. Nuevamente guardó silencio para concentrarse en sus recuerdos. Más adelante continuaré con su importante relato sobre tantos trabajos realizados entre la Doctora con su profesionalidad, la señora de Mendolía como Presidenta de la “Asociación de Maestros Especializados” y él colaborando desde el anonimato. Anonimato que quiso mantener también en esta oportunidad, pero pude convencerlo de que esta vez eso no sería posible. El señor Samuel Tiffenberg no sólo ha sido un desinteresado colaborador en los afanes de la Doctora sino que también, juntamente con su señora Zulita fueron ambos excelentes amigos. De esto último ya nos dará pruebas más adelante. Transcribo a continuación partes del “Discurso Sobre Pedagogía Terapéutica y Asistencial” pronunciado por la Doctora Carolina Tobar García el día de la apertura de las “Primeras Jornadas Argentinas de Pedagogía Asistencial”. (4 de febrero de 1957). “Señoras y Señores: Nada más grato para mí que hacer el elogio de la Pedagogía Terapéutica y Asistencial. Ella nació con la doctrina del amor al prójimo y es la expresión más acendrada de la solidaridad humana, puesta a prueba en este siglo XX, siglo en que han resurgido ciertas tendencias al desprecio por la vida de los demás y hasta se ha vuelto a hablar de eutanasia. Esta pedagogía como cualquier otra, es optimista, es decir, cree en el poder de la educación.” “(...)” “En estos momentos, como en muchos otros casos, se pone a prueba la vocación, la constancia y a veces la intrepidez de los que a ella se dedican. Es el mejor exponente de su vocación científica y humanitaria. “(...)” “El ex Cuerpo Médico Escolar, desde principios de siglo, vino planteando la cuestión de los retardados escolares. El primer nombre que hemos encontrado en los archivos es el del Dr. Valdez, que en 1902 señaló el problema y elevó una cifra que ya en aquel entonces justificaba la creación de escuelas especiales. Después se encuentra el nombre del Dr. Genaro Sixto ligado a la creación de escuelas al aire libre. En la década del 20 al 30 el Dr. Olivieri, Director del citado Cuerpo Médico Escolar dio impulso a las escuelas al aire libre para niños débiles y en ellas se establecieron grados diferenciales anexos. Todas estas iniciativas cayeron bajo el hacha destructora de la revolución de 1930”. “(...)” “En 1934, reabrió el consultorio para “retardados pedagógicos” como se decía en aquel entonces, bajo la influencia de Demours y otros. “(...)” “En 1941 se hizo el censo de niños con dificultades o inadaptados en el D. E. 3º y en 1942 se creó la primera escuela de adaptación, que subsiste hasta la fecha con nombre cambiado. Todos estos han sido estudios y esfuerzos parciales, dispersos y no bien coordinados con los organismos técnicos correspondientes del C. N. de Educación, por razones tal vez circunstanciales y transitorias.” En esta introducción puede observarse que la Doctora hace una breve historia que comienza a principios de este siglo, y que se había concretado en parte cincuenta años después. Al mencionar a los doctores que fueron pioneros en la obra a favor de los niños inadaptados está rindiéndoles un justo reconocimiento. En las palabras siguientes plantea la realidad de la educación en el año que la pronunciara, 1957.desde entonces a la fecha, 1994, han transcurrido casi cuarenta años y quizá hoy tienen tanta o más vigencia que en aquellos tiempos: “En nuestro país, señores, no existe un estudio completo del fracaso escolar y sin embargo se oye con mucha frecuencia hablar de que los estudiantes no quieren estudiar, de que no aman al estudio, que lo poco que hacen lo hacen a la fuerza. Todo el mundo se contenta con echarles la culpa y los mismos estudiantes no parecen darse cuenta de la raíz de su mal. Es verdad que la decadencia de la escuela es un fenómeno alarmante que muchos creen, como hace dos o tres décadas, que se puede arreglar con conferencias magistrales. Nosotros no creemos en las conferencias porque hemos visto que no han servido para evitar esa decadencia desde que desapareció la pléyade de grandes maestros que fueron, Senté, Mercante, Pizzurno y otros.” Más adelante destaca insistentemente la importancia del trabajo en equipo y también en esa referencia pudo verse que aún hoy sus palabras tienen una vigencia escalofriante: “Los maestros tienen que trabajar en equipos. Vamos a demostrar que esto es posible a pesar de nuestro inveterado individualismo. La palabra equipo no es una palabra más. Hay equipos autocráticos y equipos democráticos.” “(...)” “Nosotros creemos que la palabra democracia fue una palabra vana en nuestra vida civil práctica y en la escuelas en primer lugar. El maestro nunca vivió verdaderamente, dentro de la escuela, una verdadera democracia. Tuvo mandantes, comandantes, jefes, inspectores, pero no guías, salvo raras excepciones. Por eso no sabe trabajar en equipo y sobre todo en equipo democrático, con médicos, con psicólogos, con asistentes sociales, etc. En nuestro país existió la institución de la “fagocitosis” oficializada, entre médicos por ejemplo. Con eso designaban esa absorción que los jefes de sala, los directores del instituto, etc., hacían del trabajo de auxiliadores, ayudantes o subordinados. No existió el respeto por la propiedad intelectual y los jefes, directores o inspectores, se apropiaban la mayor parte de las veces de las iniciativas, trabajos hasta y hasta el material didáctico, preparado por los subordinados. Eso no ocurrirá si aprenden a trabajar en equipo. Es un imperativo el aprender a trabajar en equipo.” Según dicen maestras que escucharon a la Doctora dar conferencias, la pasión de sus palabras se reflejaba tanto en la forma de pronunciarlas como en su contenido. Empleaba un tono pausado y suave para hacer más comprensible su exposición. No imponía conceptos. Los transmitía de manera tal que los oyentes se sentían tocados en su sensibilidad. Sobre esto último pueden darnos una idea las palabras finales de esa conferencia: “Señoras y Señores. La Pedagogía Terapéutica y Asistencial reconoce en todos los sujetos de que se ocupa, un elemento común, que es el dolor. Muchos de ellos sufren y hacen sufrir. Sufre el hogar, sufre la comunidad. Ese hondo dolor es el elemento unitivo, igualador. No respeta al rico ni al pobre; no respeta status social. Lo mismo ocurre con los problemas de la conducta, con las anomalías sensoriales, con las encefalitis y sus secuelas, etc., etc. “De ahí viene el altísimo valor espiritual de esta actividad docente que hemos dado en llamar Pedagogía Asistencial.” Los importantes temas tratados en estas jornadas se distribuyeron en los días siguientes a razón de dos por día. Extensos se haría mencionarlos a todos con sus correspondientes relatores, pero sí lo haré con aquellos que fueron tratados el jueves 7 de febrero. Por al mañana la señora Mendolía desarrolló el tema 3: “La formación del maestro especializado”. Por la tarde, en la mesa presidida por el Secretario y profesor de la Facultad de Ciencias de la Educación de San Luis, Universidad de Cuyo, señor Plácido Horas, la Doctora Carolina Tobar García desarrolló el tema 4: “La función del médico especializado”. En oportunidad de esas jornadas, el Profesor Plácido Horas comprometió a la Doctora a realizar al año siguiente las segundas jornadas en la provincia de San Luis. En acto de clausura de las “Primeras Jornadas Argentinas de Pedagogía Asistencial, acompañado del Director General de Sanidad Escolar, doctor Raúl Chevalier, se hizo presente el Ministro de Educación y Justicia. Por otra parte, el diario “La Nación” del día 24 de febrero de ese año, 1957, le dedicó una extensa y elogiosa nota editorial. Como así también todos los diarios de la Capital y del interior, día a día publicaron notas sobre el desarrollo de cada jornada y las conclusiones a que arribaban. El éxito alcanzado por estas “Primeras Jornadas de Psicología Asistencial” decidió al Consejo Directivo de la “Asociación de Maestros Especializados” intensificar la difusión de la Pedagogía Terapéutica Asistencial por medio de opúsculos titulados, “Cuadernos de Psicopedagogía” en los cuales se trataron temas referidos a esa especialidad. El primer número fue editado en mayo de 1957y en él la señora de Mendolía explica: Cómo organizar un grado diferencial”. En el segundo, aparecido en julio de ese mismo año, la señorita María Laura Nardelli, trata el tema: “Iniciación Musical Para Escuelas Diferenciales y Jardines de Infantes”. Y en el tercero, editado en junio de 1958, Alicia Argibay, María C. de Landajo e Isabel Ponce de León, abarcaron el tema: “El Niño Lisiado, Sus Dificultades. La Enseñanza Escolar”. Todo ello vigorizó la naciente “Asociación de Docentes Especializados” cuya Directora era la señora Mendolía. Y sus inspiradores la Doctora Carolina Tobar García y el señor S. Tiffenberg. 1 Cuaderno de Psicopedagogía Cómo organizar un Grado Diferencial por Irma Anello de Mendolía Tapa del Nº 1 de los opúsculos publicados por la “Asociación de Docentes especializados”. CUADERNOS DE PSICOPEDAGOGÍA ORGANO DE LA ASOCIASION DE DOCENTES ESPECIALIZADOS Avda. de Mayo 749 – 2º Piso – Escritorio 5 – Buenos Aires * Destinado a la difusión de la PEDAGOGÍA TERAPÉUTICA Y ASISTENCIAL * CONSEJO DIRECTIVO Presidenta: Irma Anello de Mendolía Vicepresidenta: María Cristina Landajo Secretaria: Isabel Ponce de León Prosecretaria: Georgina Rebosio Tesorera: Fanny G. de Molina Protesorera: Arminda F. de Otero Delegados: Rosa Lisa Elsa de la Vega de Di´Leo Julia V. de Gentile Amalia Gonzáles van Doneelaar Año 1 Mayo 1957 Volumen 1 Primera hoja de los opúsculos publicados por la A. D. E. La sede de la misma era en el escritorio que aún hoy, 1994, tiene el Sr. Tiffenberg. MÉDICA FORENSE La Vida de la Doctora Carolina Tobar García es tan rica en trabajos, nombramientos y acontecimientos que se hace difícil, por no decir imposible, mantener el orden cronológico de los mismos. El relato del señor Samuel Tiffenberg se prolongó hasta la realización de las “Primeras Jornadas de Pedagogía Asistencial”, pero entre los años 1956 y 1957 se produjeron otros acontecimientos trascendentales en la trayectoria existencial de la Doctora Carolina Tobar García. Al comienzo de 1956 se presentó al primer concurso de ese año para llenar cargos en el Cuerpo Médico Forense de la Justicia Nacional. Fue así como llegó a ser la primera mujer Médica Forense de la República Argentina. El hecho llenó de asombro a los círculos médicos, pero no tanto entre sus parientes y amigos que conocían muy bien la vastedad de sus conocimientos y la fuerza de su carácter. Esa fuerza que asomaba en la Doctora cuando las circunstancias así lo requerían. Y que de no haberla tenido no habría salido del recorrido diario por las sierras puntanas ni hubiera sido una “pioneer” más en el ejercicio de los derechos de la mujer. Derechos que todavía en esos años había hombres que insistían en limitarlos a la atención de la casa y de la familia. No estoy haciendo un cargo al sexo masculino sino comentando una realidad que la Doctora, al igual que algunas otras mujeres excepcionales, hicieron rodar por el suelo. Desde luego que para lograrlo debieron demostrar, además de valentía, su capacidad intelectual. La Doctora demostró estas aptitudes, una vez más, en competencia leal. Constancia de ello dejó uno de sus pares, el Doctor Eduardo L. Capdehourat, en una nota que enviara a la “Comisión de Homenaje a la Doctora Carolina Tobar García”, con motivo del acto realizado en el Hospital Infanto Juvenil que lleva su nombre, al cumplirse el duodécimo aniversario de su desaparición física. La mencionada nota tiene impreso el nombre del doctor Capdehourat. Está en escrita en tercera persona. Comienza con la firma del doctor y continúa mecanografiada: “E. L. Capdehourat a destiempo por haberse enterado con posterioridad, esa la razón de su inasistencia al acto, hace llegar su cálida adhesión al homenaje póstumo tributado recientemente por la Comisión constituida al efecto, a la Doctora Carolina Tobar García, a quien tuvo el placer de conocer y tratar asiduamente siendo el firmante Decano del Cuerpo Médico Forense de la Justicia Nacional, luego de que tuviéramos la satisfacción de ingresar sobre 204 inscriptos, como médicos forenses por concurso de antecedentes, títulos y trabajos, pudiendo apreciar sus sobresalientes dotes morales e intelectuales, como así también su eficiente capacidad de trabajo y su versada competencia científica para ejercer exitosamente las delicadas e importantes funciones de asesoramiento a los magistrados, trasuntadas en sus pericias y demás requerimientos de ese orden, contribuyendo a que su nombre y su destacada obra documentada perdure indeleblemente. “Además tuvo la responsabilidad de ser su médico durante muchos meses, lo que le permitió a diario apreciar su gran estoicismo para soportar física y espiritualmente su implacable mal, del que tenía plena conciencia y de su inexorable y próximo fin como aciagamente aconteció. Buenos Aires, 25 de octubre de 1974.” Al pie de la misma está el destinatario: “Comisión de Homenaje a la Doctora Carolina Tobar García” Barracas 315 (ex Vieytes) Buenos Aires” (En el domicilio señalado funciona el Hospital Infanto Juvenil que lleva el nombre de la Doctora. Fue inaugurado como parte de los festejos realizados por el Instituto de Salud Mental, organismo dependiente del Ministerio de Bienestar Social, conmemorando la “Semana de Salud Mental”, el viernes veinte de diciembre de 1968. Está considerado en la actualidad, 1994, el único se su género en Sudamérica. La calle Barracas se llama ahora Doctor Ramón Carrillo.) En la mencionada nota he destacado con letras en negrita el número de concursantes y los requisitos a llenar para cubrir el cargo de Médico Forense. El hecho de ser doscientos cuatro los aspirantes nos da una clara idea del alto grado de profesionalidad alcanzado por la Doctora. Por otra parte, a los cincuenta y siete años de edad dejó asentado una vez más, su espíritu siempre dispuesto a acometer una nueva empresa dentro de su ámbito profesional. El paso lento no le impedía pisar fuerte y sin caídas. Los libros fueron su único apoyo. Ese mismo año, 1956, fue designada Profesora Titular en el “Departamento de Ciencias de la Educación” de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Dictaba la cátedra de “Pedagogía Asistencial y Escuelas Diferenciales.” A estas clases teóricas concurrió, en carácter de alumna, la señora Mendolía, según consta en el currículum que ella misma confeccionara años más tarde. Para ese tiempo, la Doctora era también Profesora Titular en la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Plata. En julio participó en el “Primer Congreso Argentino de Psiquiatría”, realizado en Buenos Aires. A comienzos de 1957 se reunió con su amiga Martha A. Salotti para festejar el nombramiento de ésta como Directora General del Instituto Bernasconi. Para ese año, el libro “La Enseñanza de la Lengua”, escrito por ambas y editado por Kapelusz en 1938, había repetido varias ediciones. Martha A. Salotti, quien ya había escrito otros libros de lecturas infantiles para la enseñanza en las escuelas primarias, se desempeñó en el Instituto Bernasconi hasta 1964, año en que fundó su instituto particular: S. U. M. M. A. Al mismo tiempo Ricardo, el hermano de la Doctora, renunció como Profesor en el Colegio Ward, transcurridos 15 años de su ingreso al mismo como tal, para desempeñarse como Rector en el Colegio Nacional “Esteban Echeverría” de Ramos Mejía. En el mes de setiembre de 1957, la Doctora participó en el “Primer Congreso Latinoamericano de Psicología de Grupo”. El importante desarrollo, durante cuatro días, de este Congreso se llevó a cabo en el Aula Magna de la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires y fue recopilado en un libro editado por la misma Facultad, en 1958. Entre los nombres de los integrantes del Comité Organizador rescato el del doctor Arnaldo Rascovsky y de entre los Miembros Honorarios Argentinos, el del doctor Florencio Escardó. Ambos, junto con la Doctora, ya lo hemos visto antes, habían creado en 1935, el “Primer Hospital de Niños, Privado”. También rescato el de la doctora Telma Reca. Los tres habían iniciado la amistad con la Doctora en sus años de estudiantes en la Facultad de Medicina. La Doctora se jubiló este año, 1957, como Médica Inspectora de Sanidad Escolar. Había cumplido sesenta años de edad y cuarenta como docente desde su inicio en la escuela rural de Potrerillo, San Luis. EL NUEVO CONSULTORIO El haberse jubilado en su cargo de Inspectora Médica de Sanidad Escolar, no le significó a la Doctora comenzar un período de descanso. Pese a que ya sabía que a su trayectoria como ser humano le quedaba un corto plazo, su afán de vida la llevó a instalar en su domicilio una “Clínica de Psicopatología Infantil”. No lo hizo sola. Contó con la colaboración de la señora Mendolía quien ese año había comenzado a desempeñarse como Psicóloga Auxiliar (ad honorem), en la Cátedra de Psiquiatría Infantil que dictaba la Doctora en la Facultad de Medicina de la Universidad de la Universidad de Buenos Aires. También integró a su clínica, al doctor Luis Stopa, quien había sido discípulo suyo en la Facultad. El doctor Stopa relata esa etapa en la vida de la Doctora: “Conocí a la Doctora en mis tiempos de estudiante de Medicina. Fui discípulo de ella. Me recibí en 1951 y continué frecuentando su trato. “Cuando instaló en su departamento la “Clínica de Psicopatología Infantil” integré su equipo de trabajo junto con la señora de Mendolía. Esta señora falleció el año pasado, 1992. La Doctora Carolina Tobar García era amante del trabajo en equipo. Si debía atender a los familiares del paciente llamaba a alguno de nosotros. Por ejemplo, si había que hablar con el padre y la madre, distribuía las entrevistas. Uno hablaba con el padre y otro con la madre y tomábamos nota de lo que decían. Después nos reuníamos los tres, cotejábamos las declaraciones, discutíamos, sacábamos conclusiones y recién entonces diagnósticaba. La Doctora anotaba todo lo que el chico decía, sin cambiar una sola palabra aunque no fuera la correcta. Para ella, todo lo que el paciente decía era importante. A nosotros siempre nos insistía en que había que usar el término correcto, para lo cual debíamos consultar continuamente el diccionario. Vivir con el diccionario al lado. Yo seguí el curso de Visitadores Sociales que dictaba la Doctora en la “Liga Argentina de Higiene Mental” cuyo director era el doctor Bosch. Quedaba en la calle Lima 430, de esta Capital. El edificio fue dirruido cuando se hizo la ampliación de la Avenida 9 de julio. Ahí también tuvimos un consultorio. La Doctora también trabajó con la doctora Sixta Elira Guiñazú, ya fallecida. “Si bien la Doctora siguió el psicoanalismo, tomó de cada escuela lo que le convenía, es decir, aquello con lo que estaba de acuerdo. Era ecléctica. “Por la tardes solíamos reunirlos en su casa con otros colegas para tomar el té con ella y conversábamos de todo. Era muy afectiva. Recuerdo su alegría cuando le dí la noticia de que había tenido un hijo. Me pidió que se lo llevara para conocerlo. Ya estaba enferma. Mi hijo nació en octubre de 1961 y un día de marzo del año siguiente le avisé que pasaría a verla. La Doctora le había comprado un globo rojo. “Cuando recibió el aviso telefónico de que su hermano Héctor Manuel estaba muy mal, me pidió que la acompañara para verlo. El hermano vivía por Villa del Parque, con los hijos. En la calle Melincué al 2700. Cuando llegamos el hermano ya había muerto de un ataque cardíaco. Esto fue en julio de 1956. Tenía 54 años. Y bueno... la Doctora no dio muestras de desesperación. No todas lloran. Algunas mujeres lloran continuamente porque son histéricas, otras lloran por cualquier cosa. La Doctora era muy realista. Muy positivista. Muy inteligente. Sus trabajos aún tienen vigencia. En los círculos médicos se la menciona continuamente. En su especialidad aún no fue superada. “Tenía ideas socialistas, pero no estaba afiliada a ningún partido. Recibía el diario La Vanguardia”. “La Doctora se enfermó más o menos en 1957. Tenía leucemia linfoidea. El día que falleció yo había estado con ella a la mañana y le pidió a Mendolía que le leyera el índice de una revista médica que acababa de llegar. Cuando falleció, el 5 de octubre de 1962 a las 17:30 horas, yo no estaba en su casa. Fue atendida por los mejores especialistas, entre ellos el hematólogo Bonchil. Ella personalmente seguía la evolución de su enfermedad.” Considerando que no tenía nada más para agregar, el doctor Luis Stopa dio por terminada la entrevista efectuada el lunes 29 de junio de 1993, en su domicilio. UN LIBRO, TRES AUTORAS La creación de la “Asociación de Docentes Especializados” y, a renglón seguido, la realización de las “Primeras Jornadas Argentinas de Pedagogía Asistencial”, derivaron también en un acercamiento más estrecho entre sus componentes. A la vez, tres ex alumnas de la Doctora, de los cursos de especialización se aunaron para volcar sus conocimientos en un libro destinado a facilitar ese aprendizaje y con miras a que fuera utilizado también en las escuelas normales. Fue así como las señoras: María Rosa Estruch de Morales, Encargada del Gabinete Psicopedagógico de la Escuela Diferencial Nº 4; Irma Anello de Mendolía, Secretaria Técnica de la misma escuela y María Angélica Lobo de Geoghegan, Encargada del Gabinete Psicopedagógico de la Escuela Diferencial Nº 2, en 1958 presentaron el libro impreso en la Imprenta López de Perú 666, Capital, titulado: “¿CUÁNDO EMPEZAR A ENSEÑAR?” aclarando debajo: “Cómo determinar el momento en que un niño puede aprender a leer y escribir.” (El ejemplar que tengo ante mí fue facilitado para esta biografía por Clotilde Tobar de Aragón, sobrina de la Doctora). La primera página luce la dedicatoria escrita por la señora Mendolía: “A la Dra. Tobar García, en un día memorable”. Al pie de la misma firman las tres autoras, con fecha también escrita por Mendolía: “Buenos Aires, 22 de mayo de 1958.” Esas breves líneas reflejan la emoción de las autoras y llevan también a imaginar la que habrá vivido la Doctora el día en que se lo entregaron. Se trataba nada menos que de un trabajo elaborado por tres ex alumnas suyas, quienes en la página siguiente, habían hecho imprimir la dedicatoria pública y formal: “A la Dra. Carolina Tobar García Por su fe en los maestros y su preocupación por la niñez; por el fervor que al anima en elevar la jerarquía de la labor docente, “Por una escuela más humana, más científica, más comprensiva.” Por el constante estímulo de su ejemplo y su palabra, por sus enseñanzas. Respetuosamente y en prueba de agradecimiento. Las Autoras” No cabe la menor duda de que, en esta dedicatoria, las autoras transcribieron entre comillas la frase que cotidianamente debieron escucharle a la Doctora en su lucha por una escuela mejor. En la página siguiente, otra dedicatoria: “Al maestro Jean Piaget Cuyas investigaciones psicológicas inspiraron este trabajo.” Y comienza el libro con el “Prólogo para una nueva generación docente”, firmado por la Doctora Carolina Tobar García. Tomaré algunas partes de este mensaje lanzado en 1958: “Hay en nuestro país un santo horror al experimento. “(...)” “Una actitud antiexperimental domina en todos los planos de la educación. La mayoría de les enseñantes quieren adoctrinar; se disputan las enseñanzas de la moral, pero nunca la de las ciencias o la de materias instrumentales. Hay muchos, muchísimos libros para la enseñanza de la lectura, pero nunca ha habido más dislexias que en la actualidad. Un panorama desolador es el que ofrecen las escuelas sin que en este aspecto se puedan haces excepciones. Una extraña dolencia empieza en la escuela primaria, se va acentuando en la secundaria y termina por ser incurable en la universidad. Esta es una hidra de siete cabezas.” “(...)” “La misma hidra que con sus proteiformes cabezas asoma en el preciso momento y lugar donde aparece un brote de libertad creadora. Se exageraron a sabiendas los errores del ensayo en sus primeros pasos, sin tener en cuenta que se aprende a volar volando. El ensayo de escuela activa fue destruido cuando todavía estaba en agraz.” “(...)” “El trabajo que hoy ve la luz es una contribución experimental a la didáctica. Está destinado a las generaciones que empiezan porque en ellas está puesta la esperanza. Las autoras han comprendido que hay que comenzar por el principio. Han elaborado un test para determinar lo que el niño trae cuando ingresa a la escuela. Es decir, un examen. Pero no un examen para eliminarlo o aplazarlo, sino para orientarlo, dándole la enseñanza a la medida, como hubiera dicho Claparède. Con ese objeto han pensado en el punto de partida, o sea el grado de madurez del educando para dar comienzo a la enseñanza sistemática de las materias instrumentales.” “(...)” “Tenemos la certeza de que la salvación está en la pedagogía científica que es la única que puede estar al alcance de todos, siempre que se tenga una buena formación profesional. Esto es lo que esperan las autoras con su contribución experimental.” Leídas esas claras expresiones, vertidas treinta y seis años atrás, sólo resta preguntarnos: ¿Vive aún la hidra o ha surgido ya el Hércules que de un solo golpe cortó juntas sus siete cabezas? De las tres autoras del mencionado libro sólo vive en la actualidad, 1993, la señora María Rosa Estruch de Morales. De contextura pequeña, delgada y ojos muy vivaces, veamos qué opina la señora de Morales sobre la Doctora Carolina Tobar García y sobre el libro de autoría compartida: “¿Cuándo empezar a enseñar?” “Conocí a la Doctora en 1948 haciendo el curso de maestros especializados. Ella decía que la señora de Mendolía, la señora de Geoghegan y yo éramos sus mejores discípulas. Le dio mucha satisfacción que entre las tres escribiéramos ese libro, porque decía que era muy importante saber trabajar en equipo. Cuando nos daba instrucciones nos decía: “Aquí no manda nadie”. Solíamos reunirnos en la casa de la Doctora. Yo viajé con ella, con Mendolía y otras maestras más a Salta y a Tucumán en 1959 y a Córdoba en 1960 para dar cursos a las maestras que querían especializarse en el trato para con los niños que sufrían atrasos escolares. Para esa fecha ya hacía un par de años que la Doctora estaba enferma. Nunca se quejó. Nos había enseñado a la señora de Mendolía y a mí a dar inyecciones, pero yo nunca me animé a hacerlo. Se las aplicaba la señora de Mendolía. Cuando ya estaba muy mal, un día me preguntó que quería que me dejara de recuerdo. Le respondí que no era necesario, porque siempre la iba a recordar. Un día, en Salta, íbamos las dos caminado por una calle y me dijo que a mi lado se sentía muy bien porque yo era tranquila y le transmitía paz. Al pasar por la Catedral le dije que iba a entrar para rezar un rosario. Ella me esperó en la puerta. Me dijo que no me acompañaba porque era atea. En la casa tenía un consultorio donde atendía a sus pacientes, pero no les cobraba o si lo hacía era muy poco. No era nada interesada. El dinero no la preocupaba. Algunos les regalaron joyas que ella nunca usó, porque no le gustaba hacer ostentación de riqueza. Era muy sencilla en sus costumbres y en su vestimenta. En los últimos tiempos de su enfermedad le hacían transfusiones diarias. Los conscriptos daban la sangre y lo hacían contentos porque después tenían el día libre. Tuvo mucha entereza para sobrellevar su mal. Trabajó hasta que ya no pudo mantenerse más en pie. Lamento no tener ninguna fotografía de la Doctora...” Así terminó la entrevista a la señora María Rosa Estruch de Morales en su domicilio de la calle Santa Fe, de esta Capita, en junio de 1993. Del libro “¿Cuándo empezar a enseñar?” tengo ante mi vista un ejemplar obsequiado por la señora Elba Mendolía, hija de la señora de Mendolía. Corresponde a la segunda edición sacada en 1983, por el “Centro Editor Argentino”. RECORRIENDO EL PAÍS El éxito alcanzado por las Primeras Jornadas de Pedagogía Asistencial realizado en Buenos Aires determinó que el delegado de las mismas, por la Provincia de San Luis, Profesor Plácido Horas se interesa en que las segundas jornadas se realizaran en esa provincia. Por su vinculación con los medios educativos ofreció a la Doctora ocuparse de hacer todas las gestiones que fueran necesarias para que también resultaran exitosas. Sobre la resonancia que tuvieron informó el diario puntano “La Opinión” de San Luis en el artículo publicado el 12 de agosto de 1958 bajo el título: “Continúan con el mayor éxito las “Segundas Jornadas de Pedagogía y Psicología” auspiciadas por la Universidad de Cuyo”. “(...)” “Más de 200 delegados que representan a Universidades Nacionales, a Ministerios y organizaciones nacionales y provinciales de Salud Pública y Educación; a Institutos de Pedagogía, a entidades privadas y estatales de protección y orientación a la infancia concurren a las “Segundas Jornadas de Pedagogía Asistencial” que se cumplirán en San Luis hasta el 15 del corriente. Este Congreso es auspiciado por la Universidad Nacional de Cuyo como un festejo académico de su XIX aniversario y organizado por la Facultad de Ciencias de aquella alta casa de estudios y por la “Asociación de Docentes Especializados”. Luego de relatar los detalles de la ceremonia inaugural menciona a las personalidades que hicieron uso de la palabra en primer término. “... y seguidamente la Presidenta de la “Asociación de Docentes Especializados”, señora Irma Anello de Mendolía quien hizo en su discurso un balance de la acción de la entidad y finalmente expuso sobre el sentido de las Jornadas el Secretario General de las mismas, Profesor Plácido Horas”. “... el lunes 11 se reunió la comisión que trató “Aspectos Médicos, Diagnósticos y Psicológicos” bajo la Presidencia de la Doctora Carolina Tobar García con la Profesora Marta B. de Amelter, discutiéndose varios trabajos”. Sumado a esto, la Doctora continuaba desempeñándose como Médica Forense y dictando la Cátedra de “Pedagogía Asistencial y Escuelas Diferenciales” en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires cuando fue nombrada el 1º setiembre de 1958, Profesora de Psicopedagogía en el “Instituto Nacional del Profesorado Secundario”. Para esta fecha hacía unos meses que el general Pedro E. Aramburu había hecho entrega del mando al nuevo Presidente Doctor Arturo Frondizi. Nuevamente el país había entrado en la senda constitucional. Al año siguiente, en el mes de octubre, la Doctora viajó con Mendolía y otras maestras especializadas a Salta y a Jujuy, invitadas por el Consejo de Educación de esas provincias. En ellas dictaron el curso “Enseñanza a niños infradotados”. Sobre este acontecimiento el diario matutino “El Tribuno” de Salta publicó, en la primera hoja, una nota con la fotografía de la Doctora sentada frente a un escritorio, rodeada de las cuatro docentes que la acompañaron. Puede reconocerse entre ellas a la señora de Mendolía y a la señora Maria Rosa Estruch de Morales. En marzo de 1960 se trasladó a Córdoba invitada por el “Consejo de Enseñanza Secundaria, Normal y Especial”, para dictar el curso “Importancia de la Psicopedagogía”. Viajó también para esta ocasión con un grupo de docentes entre las cuales se hallaba la señora de Mendolía. Se confeccionaron y distribuyeron programas con los cinco temas a tratar en los cuales colaboraron las integrantes del equipo. Este curso se llevó a cabo desde el día 16 al 25 de marzo. Ese mismo año salió la quinta edición del libro “La Enseñanza de la Lengua”, que presentara juntamente con Martha Salotti, por primera vez veintidós años atrás, en 1938. Ello de por sí nos da una idea de la aceptación que tuvo durante ese tiempo. La Doctora acompañada de su sobrina médica, Norma Tobar, antes de finalizar el año viajó a Mar del Plata. Ambas participaron en el “Segundo Congreso de Psiquiatría” que se llevó a cabo en esa ciudad, en el mes de noviembre. Es evidente que la Doctora Carolina Tobar García, se había entregado, con profunda vocación, a las dos profesiones que con tanto sacrifico había alcanzado: Maestra y Médica. GOBIERNO DE CORDOBA Consejo de Enseñanza Secundaria Normal y Especial Importancia de la Psicopedagogía Curso a cargo de la Profesora Doctora Carolina Tobar García ORGANIZA LA INSPECCION DE ENSEÑANZA SECUNDARIA, NORMAL Y ESPECIAL 16 – 25 de Marzo de 1960 CORDOBA Invitación y programa. TESTIMONIOS DE TRES EX MAESTRAS Maestras especializadas que fueron alumnas de la Doctora, indudablemente que, pese al tiempo transcurrido aún deben vivir muchas. La dificultad estriba en ubicarlas para que aporten sus recuerdos. De todos modos, considero que la opinión de tres de ellas, que no están relacionadas entre sí, es número suficiente para agregar a esta biografía. Sus opiniones son un testimonio más sobre la personalidad humana, cálida y tenaz que albergaba en su alma, la Doctora Carolina Tobar García. Las circunstancias en que fueron expuestas demostrarán la veracidad y espontaneidad de los mismos. Durante una reunión familiar en la que se festejaba el cumpleaños de un amigo mío conversando con la madre de éste, maestra jubilada, sobre mi emprendimiento biográfico sobre la Doctora, me interrumpió para decirme ese día de octubre de 1993: “¡Yo la conocí...! Fue en el año 1960. Se estaban creando los jardines de infantes integrados a la escuela primaria para lo cual se necesitaban con urgencia maestras jardineras. Fue creado entonces un curso acelerado de un año, en el “Instituto Bernasconi”, siendo Directora del mismo la señorita Martha Salotti. Al curso de ese año fuimos enviadas las diez mejores maestras de cada distrito. Resultamos veinte por distrito ya que se eligieron en los dos turnos, mañana y tarde. Yo era maestra de 5º grado en la escuela Nº 5, del distrito escolar Nº 16. A mediados del año concurrió la Doctora al Instituto y dio tres o cuatro clases, más bien charlas, para ampliar nuestros conocimientos. La recuerdo muy accesible, respondiendo a todas las preguntas que le formulábamos, incluso algunas de carácter personal. Teníamos una compañera que estaba embarazada y al término de las clases, cuando rodeábamos a la Doctora, se acercaba para consultarla sobre aspectos de su embarazo. Esto no tenía nada que ver con el curso, pero la Doctora igualmente satisfacía sus preguntas y aclaraba sus dudas. No mostraba apuro por retirarse. Era evidente que le agradaba que la hiciéramos partícipe de nuestras inquietudes. Sus clases resultaban muy amenas porque recurría a ejemplos y anécdotas. Insistía en que la escuela debía ser activa. Nos hablaba de la responsabilidad con que debíamos ejercer la enseñanza. Una de las tantas cosas que no debíamos olvidar estaba referida a los elementos que nos proveyeran para la enseñanza. Decía que debíamos usarlos siempre, hasta que se gastaran y de inmediato cuando esto sucediera debíamos pedir la reposición de los mismos. Era muy clara en sus exposiciones. Sencilla en sus maneras y en su vestimenta. Muy cálida en el trato. Yo tomé conocimiento de su fallecimiento producido dos años después de haber hecho ese curso, por medio del diario “La Nación”. Me costó convencerme, porque la había conocido muy dinámica, al frente de la clase... No parecía que estuviera enferma...” Transportada mentalmente a ese tiempo, el rostro de la señora Elsa Sarodio de Castro, 73 años de edad, reflejaba la onda satisfacción que produce el haber cumplido muy bien con su labor docente. El bullicio de la fiesta la volvió al presente. En la sección “Cartas al País” del diario “Clarín”, con fecha 10 de enero de 1989, fue publicada la siguiente carta: “RECUERDOS DE UNA MAESTRA” “Señora Directora: El artículo (sección Educación), “Recuperación de niños con retraso madurativo”, aparecido el 12 de diciembre de 1988, presenta como “una novedad” el tratamiento y recuperación de los niños con problemas de distinta índole que interfieren su madurez para el desempeño escolar. Como ex maestra de la Escuela Diferencial Nº 2, situada entonces en Gaona y Gavilán, de la Capital Federal, jubilada como vice directora en 1959, creo una obligación aclarar que, las llamadas ayer “diferenciales”, son escuelas que existen desde 1941. “Las maestras que tuvimos el honor de actuar, lo hicimos después de un curso de capacitación, bajo la dirección y supervisión de la Doctora Carolina Tobar García y un conjunto de médicos, psicólogos, etc., que nos habilitó para nuestra misión. Funcionaba en doble turno: desde las 8 hasta las 17. Por la mañana, los grupos eran de quince niños con cada maestra; a las doce se daba el almuerzo presidido por la docente de la tarde con el grupo que le correspondía, debiendo tomar el mismo menú que los alumnos. Se permitía a los niños conversar entre sí o con “su señorita”. Después el descanso, en reposeras que se llevaban al jardín o en las aulas según el tiempo lo permitiera. Aprovechaba la maestra la ocasión para conversar con sus alumnos. Este era quizá el momento más importante pues los niños tenían por su maestra una confianza terrible. Luego pasaban a sus talleres, donde se trabajaba una especialidad: carpintería, escobería, cestería, cepillería, cerámica, etcétera. A las 16:30 se daba la merienda completa. Luego se formaba en el patio y, entonando canciones patrias, los chicos se retiraban a sus hogares o instituciones en las que vivían. “Contábamos con suplentes que se hacían presentes en el acto cuando faltaba la titular, en muy raros casos pues teníamos conciencia del daño que producía en el niño la ausencia de “mi maestra”. Se contaba con la colaboración de los padres que asistían a toda reunión o festejo. Para el “Día de la Madre” era la obligatoria la concurrencia de las madres que recibían el homenaje de sus hijos. Los niños del orfanato lo hacían dirigiéndose a la maestra como a “mi mamá” no sintiéndose desamparados. Muchos fueron recuperados y pudieron volver a la escuela común. Los otros eran enviados a la “Escuela de Prolongación”, donde seguían el oficio o tareas que pudieran capacitarlos para la vida pública. El éxito era increíble. Por último se creó el instituto para niños mogólicos que presumo aún funciona. Tengo 83 años y cuando recuerdo todo esto siento que fuimos buenas maestras y me siento profundamente orgullosa. Lidia González Luján de Irusta Rosario (Pcia. de Santa Fe).” El testimonio que brinda la señora de Irusta nos deja una idea clara de que el funcionamiento de las Escuelas Diferenciales estuvo bien concebido desde sus comienzos. Si bien la Doctora Carolina Tobar García no se sintió movilizada por un afán de reconocimiento a su lucha, causa pesar la falta de información sobre el tema, según lo expresado por la señora de Irusta en su explícita carta. No considero necesario reproducir el artículo cuestionado, pues lo que importa para esta biografía es el testimonio que brindó espontáneamente la señora de Irusta. A través de él y por medio de un testigo activo, pudieron los lectores del diario “Clarín” tener una real referencia de cómo, cuándo, por qué y por quién fueron organizadas las primeras escuelas diferenciales. La señora Aurora Morán de Cortés Aparicio, residente en San Luis, en mayo de 1993 habló con documentación a la vista: “El primer encuentro que tuve con la Doctora Carolina Tobar García fue en marzo de 1955, en Mendoza, con motivo de realizarse en esa provincia, el “Primer Congreso Argentino de Readaptación”. Participé en ese Congreso como miembro activo. Aquí tengo el certificado y fotografías del mismo. “El segundo fue en Buenos Aires, en 1957. Participé como miembro titular de las “Primeras Jornadas Argentinas de Pedagogía Asistencial”, organizadas por la “Asociación de Docentes Especializados” cuya Directora era la señora de Mendolía. “El tercero fue en San Luis, donde se realizaron las “Segundas Jornadas de Pedagogía Asistencial.” En ellas participé también como miembro activo. Esto fue en agosto de 1958. “El cuarto y último encuentro fue en Buenos Aires, en los meses de setiembre hasta diciembre de ese mismo año. Asistí a las clases teóricas de “Didáctica Asistencial y Escuelas Diferenciales” que la Doctora dictaba en la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad de Buenos Aires. Hice el curso del tercer cuatrimestre de 1958. Conservo el certificado expedido por la Secretaría de la Facultad. En esta oportunidad mantuve un trato más asiduo y personal con la Doctora. Concluidas en San Luis, las Segundas Jornadas, que se llevaron a cabo entre los días 9 al 15 de agosto, a pedido de la Doctora, el Profesor Plácido Horas inició gestiones para que el Gobierno de la Provincia otorgara una beca a una maestra de la Escuela de Readaptación para que asistiera a la Cátedra que dictaba la Doctora en la Facultad de Filosofía, de Buenos Aires. Como el trámite se demoraba por la burocracia en los Ministerios de Educación y Economía, la Doctora se dirigió por telegrama al señor Gobernador, reclamando “urgente traslado de la docente”. La designación recayó en mí. El 21 de setiembre viajó a Buenos Aires. Yo tenía entonces treinta y cinco años. Hoy el doble. Iba algo nerviosa. Aunque no había sido por mi culpa, llegaba con veintidós días de atraso a ese curso. Me presenté en la Cátedra de la Doctora acompañada por la señora de Mendolía. La satisfacción que demostró la Doctora al verme arribada, me tranquilizó. El Gobierno de mi Provincia había respondido inmediatamente... la Doctora me indicó uno de los primeros pupitres de la clase, para que tomara asiento. Recuerdo que, finalizada la misma, me invitó a tomar el té con la señora de Mendolía, en una confitería próxima y luego me acompañaron hasta que me vieron ubicada en el colectivo que me trasladaría al hogar de mis familiares porteños. Una prima mía me acompañó en todo momento. “En ese encuentro con la Doctora, conversamos de mis próximas actividades y pude apreciar la calidez protectora con que ella me daba las indicaciones. Esos momentos que estaba viviendo me producían una íntima satisfacción y sano orgullo por la distinción de que era objeto. “Además de las clases en la Facultad, dos semanales, asistí por las mañanas a la Escuela Diferencial Nº 1, donde la señora Mendolía atendía el Gabinete Psicopedagógico. Allí recibí sus clases sobre el test de lectoescritura de su autoría y que ella aplicaba en el alumnado de su establecimiento. “Las tardes que no tenía clases en la Facultad, asistía por indicación del Profesor Plácido Horas, Director del “Instituto de Investigaciones Pedagógica” a la Escuela BINET (niños Down); al “Instituto José Ingenieros” (niños espáticos) y al “Instituto Oral Model” (niños sordos). “Pero volvamos a la Doctora. Al término de una clase, tuvo la gentileza de invitarme a tomar el té en su casa. Estaba también la señora de Mendolía. La Doctora esa tarde me habló de la belleza de Mar del Plata y me aconsejó que no regresara a San Luis sin conocer la inmensidad del mar. Pero bueno, ese consejo no pude seguirlo porque no disponía de dinero suficiente como para hacerlo. La Doctora bebió té solamente, sin probar ninguna de las confituras que había sobre la mesa. Luego me pidió permiso para retirarse a su cuarto diciéndome que estaba algo cansada. Al quedar solas, la señora de Mendolía me dijo que la Doctora estaba preocupada porque demoraban en llegar unos remedios que habían encargado a Rusia. Me explicó que ya hacía un par de años que tenía leucemia linfoidea. Realmente no aparentaba sufrir de tan grave dolencia, trabajando tanto como lo hacía. Su vida fue de una lucha constante a favor de los niños disminuidos, de la educación toda. Fue una Maestra ejemplar. Por eso es que tengo los recuerdos tan frescos en mi memoria. Y por reconocimiento a sus méritos incomparables, fue que en 1964, dos años después de fallecida, al ser yo ascendida a Inspectora Técnica del Departamento de Enseñanza Diferenciada del Honorable Consejo de Educación de la Provincia de San Luis, inicié las gestiones ante las autoridades del Consejo para la imposición del nombre de la Doctora a la Escuela de Readaptación que desde 1955, por razones obvias, había dejado de llamarse “Eva Perón” y no tenía ningún nombre. Aquí tengo la resolución del Consejo de Educación de San Luis. Se hizo una excepción que quedó aclarada de la siguiente manera: “... Que si bien el artículo 51º del Reglamento de Escuelas Públicas, Oficiales y Privadas establece que los directores podrán proponer nombres de próceres, de conciudadanos beneméritos, de educadores y personas ilustres de la zona, fallecidos con no menos de diez años de ocurrido éste, a los efectos de dar la suficiente proyección histórica que permita juzgar la obra libre de pasiones y posiciones encontradas, existen por el contrario excepciones honrosas que señalan la existencia de personajes que logran en vida el reconocimiento de sus semejantes por su quehacer en el bien de la comunidad. Que entre estos últimos corresponde situar a la Doctora Carolina Tobar García por su destacada, benemérita y científica actuación...” Esta resolución está firmada por Antonio Aurelio Saad, que en ese tiempo era Director Técnico General del Consejo Provincial de Educación. El expediente lleva el Nº 1242 – D – 64. Sintetizando, fue así como la Escuela de Educación Especial Nº 1, de San Luis, desde entonces se llama: “Doctora Carolina Tobar García”. Participó del acto el Profesor Plácido Horas quien había sido un gran amigo suyo. El Profesor también ya falleció. “La emoción que viví el día del bautismo no puedo expresarla... No encuentro las palabras apropiadas. Íntimamente me sentía dueña de la idea de ese homenaje tan merecido...” Además de este aporte valioso, recibí de la señora Aurora Morán de Aparicio Cortés, las indicaciones para llegar hasta la escuela de Potrerillo y Salado de Amaya, donde la Doctora se había desempeñado como maestra rural a los diecinueve años de edad. D. I. N. A. D. La enfermedad de la Doctora Carolina Tobar García seguía su inexorable curso cuyo final ella no ignoraba. Sin dar muestras de agobio moral continuaba desarrollando actividades como si la afectada no fuera ella. Al finalizar el año escolar, 1960, fue entrevistada por un grupo de padres de niños deficientes. Necesitaban de su asesoramiento para crear ellos una escuela diferencial privada. Fue éste un llamado a su actividad preferida: crear ese tipo de escuelas. Estos padres formaron para esos fines una Asociación de Padres. La Asociación halló el local adecuado para esa escuela en la calle Paraguay 4663. Fue así como el 25 de marzo de 1961 se inauguró la Escuela Diferencial Nº 1 con el nombre de: “Defensa Integral de Niños y Adolescentes”, que adoptó para facilitar la identificación la sigla con la cual aún hoy se la conoce: “D. I. N. A. D.” En los comienzos de esta escuela la Doctora integró el personal docente de esa Institución, siendo designada “Directora Honoraria”. El señor Rodolfo Filloy fue el primer Presidente y la señora Amalia B. de Lo Valvo la primera Secretaria. A esta primera escuela particular siguieron otras del mismo tipo. Una buena parte de ellas está nucleada en la zona de Villa Crespo, pero la nota curiosa está dada por el Instituto “Génesis”, que en el año 1980 comenzó a funcionar justamente en la casa de pensión que fuera el primer domicilio en Buenos Aires, de la Doctora Carolina Tobar García: Lerma 536. Su Director General, el Profesor Andrés R. Reale, en 1993 trasladó la escuela a un nuevo y confortable edificio, una cuadra más arriba del anterior. Lerma 536 quedó desde entonces desocupada guardando hasta hoy, celosamente entre sus paredes el recuerdo de la Doctora junto con el de sus últimos ocupantes a quienes ella consagrara su vida: los niños. ASOCIACION DE PADRES D. I. N. A. D. DEFENSA INTEGRAL DE NIÑOS Y ADOLESCENTES DEFICIENTES Fundad el 25 de Marzo de 1961 Personería Jurídica otorgada el 20 de Octubre de 1961 YERBAL 351 T. E. 90 – 5081 – BUENOS AIRES ESCUELA DIFERENCIAL Nº 1 “Dra. Carolina Tobar García” Escuela Diferencial Nº 2 “Talleres Protegidos” INTERNADO El nombre de la doctora le fue impuesto como homenaje a su memoria. LA ENFERMEDAD El señor Samuel Tiffenberg, luego de un corto silencio continuó con su relato en la noche de mayo de 1993: “Sí, a mi me consta que la Doctora fue una incansable trabajadora. Toda esa actividad desarrollada a lo largo y ancho del país, movilizó a los docentes, se interesaron por todas esas propuestas desconocidas hasta entonces. La gente se empapó de toda esa literatura que ella se hacía traer desde el extranjero, para luego traducir. Trabajó sin descanso, aún sabiendo que su enfermedad tenía un plazo corto. Con sus conocimientos no era posible engañarla. Ella estudiaba sus propios análisis de sangre. Al poco tiempo de saber el mal que la aquejaba, quiso la suerte que yo leyera un artículo sobre ese tema en la revista “Selecciones”. Digo suerte porque no era revista de mi preferencia que comprara asiduamente. Ese artículo traía la noticia de que en un hospital de Inglaterra se había descubierto una medicina, Leukerán, eficiente para la leucemia. Hace de esto algo más de treinta y cinco años. Si bien no era una solución total, tenía la virtud de humanizar el dolor y postergar en el tiempo la vida de los pacientes. Con esa droga se logró prolongar su muerte en tres años. No era fácil traer Leukerán. Había dificultades para introducirla en el país por el control aduanero que entonces se ejercía seriamente en medicina sobre fórmulas no aprobadas. Pero un amigo, de apellido Smart, con su intervención logró que algunos pilotos que viajaban a Inglaterra u otros países europeos, la trajeran. La Doctora comenzó a tomarlo con evidente éxito y desde luego con la guía de los profesionales que la atendían. Aunque ella podía perfectamente identificar si era o no útil para el mal que la afectaba. Posteriormente en uno de mis viajes, visité ese hospital de Inglaterra y recibí la sugerencia de que se le extrajera un ganglio a la Doctora y se enviara para su estudio. La Doctora se sometió a esa operación. Se seccionaron los ganglios y se montaron sobre una suerte de... digamos tacos. Así los enviamos a Inglaterra, a Estados Unidos de Norte América y a Rusia. Los tres hospitales que en ese tiempo eran líderes en la materia, respondieron enviando su información y el consejo de que viajara para examinarla. La Doctora comenzó a pensar a cuál de los tres lugares ir cuando nuevamente surgió la solución inesperada. Para ese tiempo la Doctora atendía a una niña cuyos padres no se resignaban a que el mal de esta adolescente no tuviera la solución que ellos deseaban. Propusieron entonces a la Doctora que los acompañara a Rusia, haciéndose cargo ellos de los gastos del viaje y estadía, así como también le hicieron la misma propuesta a la señora de Mendolía en su carácter de Psicopedagoga. Resuelto el viaje, como yo también tenía que viajar a Europa fui con ellas. La niña viajó acompañada de su madre. Recuerdo perfectamente el nombre de esta familia, pero considero prudente obviarlo. Partimos el 22 de abril de 1961. A las dos de la mañana el avión se detuvo en Dakar y ahí cenamos todos. Llegamos París en la mañana del domingo 23. Al día siguiente ellas partirían para Rusia. Yo no. Si bien había tramitado la visa ya tenía noticias de que en Rusia no podríamos apartarnos más de treinta kilómetros de los lugares turísticos y por otra parte no tenía seguridad de hallar a algunos viejos parientes. Tanto tiempo había transcurrido sin saber de ellos que lo más probable era que no vivieran. Decidí quedarme en París, atendiendo mis actividades comerciales. Si bien la Doctora manifestó estar un poco cansada por el largo viaje, a fin de que conocieran algo de Paris y su vida nocturna, organicé una recorrida por los lugares más importantes de esa ciudad. Desde luego que, para terminar la jornada las llevé a ver el Folies Bergére. “El lunes fuimos sorprendidos por la noticia de que el presidente de Francia, general De Gaulle, había ordenado el cierre del aeropuerto internacional, que en ese tiempo era Orly, debido a que los argelinos habían amenazado con bombardear París. No pudieron proseguir su viaje. De inmediato fui al consulado argentino para hablar con el cónsul que era un antiguo conocido mío, para que me informara cómo llegar a un hospital especializado en cáncer. Me indicó y me dio una recomendación. Fui con la Doctora que fue atendida muy bien por sus colegas, pero no era necesario hacer una serie de estudios para los cuales el tiempo de estadía no le alcanzaba. Tenía ya concertadas en Rusia las visitas a los lugares donde debía concurrir con la niña para ser examinada. Como aún faltaban un par de horas para entrar en el mediodía, me puse en contacto con un profesor amigo, Dupré, preocupado él también por el quehacer pedagógico y le anticipé que la Doctora visitaría el Instituto Pedagógico del cual era Director. Cuando llegamos, mi amigo ya había preparado una sala para que la Doctora explicara los adelantos educacionales que se estaban viendo en La Argentina. Viendo el interés con que se le consultaba, créame, llegué a sentirme emocionado. La señora de Mendolía no pudo acompañarnos porque debía estar con la adolescente, en su función de psicopedagoga. Por la tarde fuimos al Liceo. Todos los políticos franceses que aspiraban a dirigir el país egresan de ese Liceo. La Doctora fue recibida entusiastamente. A la sazón estaba en ese Liceo el segundo de Piaget, un español, que había creado la carrera “Educación Comparada” y pertenecía a la “Organización Iberoamericana de Educación”. “La Doctora era admiradora de la filosofía pedagógica de Jean Piaget. Fue la primera que se inquietó por el tema y que introdujo en el quehacer pedagógico argentino la teoría didáctica de Piaget cuyos conceptos ahora son corrientes en el ámbito de la Psicología y de la educación. “Después visitamos un negocio, donde yo ya había hecho compras años atrás que no llegaron al destino fijado, porque fueron retenidas en la Aduana y nunca más se supo de ellas. Allí se vendía material didáctico de la Escuela Piaget. La Doctora seleccionó algunos de ellos para traer como muestra a nuestro país. Con eso terminamos el día...” Intervino la señora Zulita: “Cuando regresamos de ese viaje, la Doctora me contó que ese día la había llevado saltando como a un gato de aquí para allá. Pero lo contaba feliz... Decía que había hecho todo en un día y recién al cuarto pudieron salir para Rusia...” Continuaba hablando el señor Samuel Tiffenberg: “En Rusia, la permanencia duró un poco más de un mes. Regresamos a Paris el 15 de junio. La señora con su hijita enferma siguió a Buenos Aires, pero la Doctora y la señora de Mendolía se quedaron en Paris un par de días y partieron después en tren rumbo Ginebra. La Doctora fue a entrevistarse con Jean Piaget, tal como lo había convenido con el segundo del Maestro en el Instituto Pedagógico antes de partir para Rusia. De Ginebra volvieron a Paris y de ahí fuimos las tres a Inglaterra donde la Doctora también tenía concertada una entrevista con los médicos del Hospital donde había mandado el ganglio extirpado oportunamente. También ahí le dijeron que debía quedarse para hacerle estudios, pero no pudo hacerlo. El tiempo de las licencias tomadas en la Facultad de Filosofía y en el Profesorado Secundario estaba por vencer. Debía proseguir con sus obligaciones de docente. Regresamos a Buenos Aires luego de pasar 71 días fuera de nuestro país. Por esas distracciones que a veces se tienen, me olvidé de devolverle su pasaporte que me había al salir de Paris. Aún lo conservo. Como que también quiero dejarle en claro que, todo lo que he manifestado puedo probárselo por cuanto conservo la documentación pertinente... ya mismo le exhibo el pasaporte que es lo que tengo más a mano...” El señor Tiffenberg va en búsqueda del documento. Mientras tanto, tomó la palabra su señora Zulita: “Recuerdo una tarde que salimos a caminar por la playa en uno de esos veraneos que pasó con nosotros... Le pregunté cómo era que siendo tan culta, tan agradable, tan fina no se había casado y me respondió con aire pensativo: “Quise realmente a un solo hombre. El quería casarme conmigo, pero para ello yo debía dejar de estudiar. Cuando terminé mi carrera de medicina, él que había comenzado antes que yo todavía debía rendir varias materias. Partí para Estados Unidos y regresé más convencida que antes de que por nada dejaría los libros. Y convencida también de que, sin perder nada de tiempo, debía comenzar a luchar para que nuestro país tuviera escuelas diferenciales. Durante mi ausencia él se había puesto de novio con otra estudiante recién ingresada a la Facultad, con la cual terminó casándose. Hasta hoy seguimos siendo amigos. Y eso es mucho...” La Doctora no agregó nada más, bueno, sí, me dijo el nombre de ese amigo, pero no debo repetirlo, porque él también ya ha falleció...” (Por la misma razón que expuso la señora de Tiffenberg, ese novio estudiante de medicina figura en esta biografía, en la etapa en que también estudiaba la Doctora, con el nombre ficticio: William.) Luego de unos segundos silenciosa, la señora de Tiffenberg, prosiguió: “La tarde en que la Doctora falleció estaba yo sola sentada en una silla al lado de su cama. Parecía dormir. De pronto comenzó a respirar mal. Fui corriendo a llamar a la señora de Mendolía que estaba en su habitación descansando. Si había parientes en la casa, eso no lo recuerdo porque era un departamento muy grande. Cuando llegamos a su lado, había fallecido. Yo estaba muy nerviosa. Lo primero que hice fue avisar a Samuel, que llego enseguidita porque estaba en su oficina de la Avenida de Mayo. De pronto comenzó a aparecer gente, pero no sé quienes eran, porque a los parientes de la Doctora nosotros no los conocíamos. Además, en el momento me aturdí tanto que muchos detalles no los pude retener en mi mente.” Regresó el señor Tiffenberg cargado de papeles: “Esto es todo lo que he guardado de recuerdo. Aquí está el pasaporte y también una carta que me escribiera estando yo en Inglaterra. Coma podrá comprobarlo hemos sido grades amigos. Puedo facilitarle esta documentación por unos días. En cuando a estos opúsculos publicados por la Asociación de Maestros Especializados y este banderín de las “Primeras Jornadas de Pedagogía Asistencial” puedo obsequiárselos pues tengo varios. Aquí también tiene usted estos programas de la “Cátedra Sarmiento de la Provincia de Buenos Aires”. Esta institución fue creada por mí, a los efectos de programar actos de difusión sobre temas psicopedagógicos a los cuales se invitaba a maestros y padres. La sede la fijé en mi domicilio particular de entonces, Rivadavia 13.354, de Ramos Mejía. Fíjese en este cuadernillo. En setiembre y octubre de 1959 organicé juntamente con la Doctora unos cursos al cabo de los cuales hemos entregado a los asistentes un certificado de concurrencia a los mismos. Éste que le muestro lo llamamos “Cursos Pablo Baladía”, como un homenaje al precursor de la Escuela Normal. Baladía fue uno de los principales difundidores del sistema monitorial. Bernardino Rivadavia, en su viaje a Londres, allá por 1824 más o menos, había conocido a este español como refugiado político en esa ciudad y a propuesta de Rivadavia, el General Las Heras contrató sus servicios en Buenos Aires... Aquí tengo otro programa. Se trata de las “Misiones Pedagógicas” que habíamos organizado con la Doctora desde el 17 al 30 de junio de ese mismo año, 1959, en Zárate, en la Escuela Nº 10. En esta oportunidad la Doctora, juntamente con la señora Mendolía, trató el tema “Cuándo empezar a enseñar. Cómo enseñar”. También colaboró Martha Salotti hablando sobre “Qué habla y qué escribe el niño en la escuela” y, entre otros profesores, también habló el Profesor Alfredo M. Ghioldi sobre “Evaluación del Trabajo Escolar”. Para ese tiempo Martha Salotti era Directora General del Instituto Bernasconi y Ghioldi también ejercía como Profesor en ese Instituto. Ambos eran grandes amigos de la Doctora. Los unía la misma preocupación. Todo esto puedo obsequiárselo, porque ya ve que me quedan otros...” Con ese, una vez más, desinteresado y generoso gesto del señor Samuel Tiffenberg, terminó la entrevista llevada a cabo con él y su señora en mayo de 1994. Me retiré del domicilio de ambos con la absoluta certeza de haber conocido dos seres excepcionales, dos verdaderos patriotas. Resulta evidente que la Doctora Carolina Tobar García sabía elegir amigos. Hojeo el cuadernillo que desarrolla el programa de los “Cursos Pablo Baladía”. De los trece profesores que intervinieron en esos cursos, además de la Doctora que expuso sobre “La Aritmética de Emilia. (Aritmética Cualitativa y Álgebra. El Número y las Figuras Numerales. Las Operaciones.)”, mencionaré, por haber sido nombrados anteriormente en esta biografía la intervención del Profesor Alfredo M. Ghioldi y de la Profesora María Rosa Estruch de Morales. El primero se refirió al tema: “Recursos Audio – Visuales: su influencia en el mundo y en la educación” y la segunda, coautora del libro “¿Cuándo Empezar a Enseñar?” lo hizo sobre el tema: “La Maduración Para la Enseñanza”. CATEDRA SARMIENTO DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES CURSOS PABLO BALADIA PERFECCIONAMIENTO DOCENTE LA INSTITUCION CERTIFICA QUE CONCURRIO A LOS CURSOS RAMOS MEJIA – SETIEMBRE – OCTUBRE 1959 S. Tiffenberg Dra. C. Tobar García Fotocopia del certificado que entregaban la doctora y el señor Tiffenberg. TEXTO DE LA CARTA QUE LA DOCTORA ENVIARA AL SEÑOR SAMUEL TIFFENBERG La carta que el señor Samuel Tiffenberg me facilitó para esta biografía resulta muy importante por las referencias que la Doctora hace sobre su enfermedad. No señala el lugar desde donde la enviara ni la fecha en que la escribió. Del propio texto surge que la envió desde Buenos Aires. Los comentarios políticos que hace en la misma permitieron constatar que lo hizo el 31 de diciembre de 1959, luego de leer el diario “La Nación” de ese día. El encabezamiento nos muestra el afecto que la Doctora sentía por el señor Tiffenberg y su familia: “Querido Don Samuelito: Hoy es 31, de tarde. Aquí estamos en este momento en compañía de Zulita y Mónica. Vinimos el 29 porque yo tenía que tomar unos exámenes. Zulita retornará seguramente mañana con buena compañía. Elba terminó los exámenes de la temporada con suerte. Antes de dar examen fue al Chaco. De allá volvió con su sobrina Mirtha. El día 6 parte para Comodoro Rivadavia invitada por las autoridades, para un cursillo. También va al mismo sitio el Presidente de la República el día 5. Hoy la gente está furiosa por la huelga de transportes y otras yerbas entre las que se cuenta huelga de correos. No sabemos si esta carta saldrá ni tampoco si en caso de salir llegará porque vemos que se pierden algunas.” Interrumpo la transcripción para aclarar quienes son las personas mencionadas en este comienzo: Zulita es la señora del señor Tiffenberg y Mónica la hija de ambos. Elba es la señora Irma Anello de Mendolía, quien como un forma de tener siempre presente a su hija, se hacía llamar entre sus allegados, por el nombre de ésta: Elba. Continúo transcribiendo: “Entre otras noticias objetivas muy sabrosas está el duelo del Ministro de Guerra y el diputado Rodríguez Araya. Parece que fue televisado. Esta tarde voy a poner la TV con gran interés para verlo si en caso se transmite. El Diputado recibió una herida de varios cm. en la frente, ojo y hombro. A los dos minutos estaba fuera de combate aunque él, temerario, quería seguir. “Por otra parte, el ministro de TV le ha entablado un juicio por valor de quinientos mil pesos. La popularidad de estos señores ha llegado al cenit de la impopularidad.” El comentario sobre el duelo del diputado Rodríguez Araya tuvo amplia repercusión en los medios informativos. El “ministro de TV”, es una referencia al ingeniero Álvaro Alsogaray, quien para ese entonces era Ministro de Economía y Ministro Interino de Trabajo y Seguridad Social y que muy seguido aparecía por TV, dando al pueblo clases de economía. Mil novecientos cincuenta y nueve fue el año en que el ingeniero pronunció la frase que después repetida con sorna por todos los ciudadanos, se hizo famosa: “Hay que pasar el invierno”. Consultando el diario “La Nación” del 31 de diciembre de 1959 se pudo confirmar, por la mención de los sucesos políticos, que la Doctora había escrito la carta ese mismo día. A continuación trata el tema de su enfermedad: “Don Samuel: por fin hoy conseguí un dato de Dr. Bonchil. Se trata de un veneno de víbora que prepara la casa Borrough Welcome de Londres que viene en ampollas. Es un anticoagulante. Los datos que me ha dado son los siguientes: “Styp ven 2 amp. de 5 cm. y dos de 1 cm. Jeringa micrométrica AGLA. Dirección: The Welcome Building Euston Road London N. W. I. “Ojalá sea posible conseguirlo. Me dijo que tal vez cueste alrededor de 5 libras. “Yo estoy bien. Iré a ver a Bonchil en la semana próxima porque tengo otra vez ganglios en el cuello pero no siento nada.” Analizando estos párrafos, por un lado vemos que si bien ansiaba conseguir el preparado con veneno de víbora no menciona que con él pueda curarse. No se engaña. Pero por otro lado, las líneas y entrelíneas de los mismos dejan traslucir una secreta esperanza. El ansia de vida que la Doctora albergaba dentro de sí, tan propia de todo ser humano, procuró disimularla restándole importancia a la aparición de nuevos ganglios. Dice no sentir nada, que ella está bien, pero igualmente irá a ver a Bonchil. A esta altura corresponde aclarar que el mencionado doctor Bonchil, era el hematólogo que la atendía. Prosigo transcribiendo: “Voy a trabajar en un curso de profesores de educación física en el mes de enero y cuando Ud. vuelva me tomaré unos días de vacaciones para escuchar sus relatos de viaje.” Estos párrafos encierran un mensaje de tranquilidad para el lejano destinatario de su carta. Es una forma de confirmarle que se siente bien. Continúa con comentarios intranscendentes no exentos de un buen sentido del humor. “Yo recibí su carta en Mar del Plata. Sabrá que su papá fue con nosotros a la ida y regresó en un día un poco frío. Y salió de mañana temprano. Yo hablé con él y según me dijo hizo lo mismo que Ud. para combatir el frío del viaje. Los chimentos políticos son los mismos de siempre y los de la Universidad también. Esta noche se espera la palabra del “flaco” que, según dice el diario ya está grabada. La revolución del Paraguay... hay que considerarla como un prolegómeno. En Santiago del Estero hubo un asaltito a una comisaría perpetrado por una manga seguramente peronista. Se han movilizado todas las provincias del norte para dar caza a los asaltantes.” “Flaco” era el apodo con el cual en los años que fue Presidente de la Nación, la gente solía referirse, entre amigos, al doctor Arturo Frondizi. Y continúa: “Hoy llega Caty de Tucumán para empezar la organización del Jardín. Creo que va a llamarse “Dominguito”. Cuando Ud. vuelva estará ya funcionando. “Bueno, en estas últimas horas del año que termina hago fuerzas con mi voluntad para que todo vaya bien, y pueda volver contento y optimista. Su affma. Carolina.” Al mencionar a Caty, se está refiriendo a la señorita Catalina Tonelli quien como directora de la Escuela de Adaptación de Tucumán había representado a los maestros del interior en las “Primeras Jornadas de Pedagogía Asistencial” realizadas en Buenos Aires, en 1957. La carta está escrita a máquina, excepción hecha de la firma. Es un claro testimonio de que ya en 1959 la Doctora no desconocía la gravedad de su mal y, a la vez, que pese a ello no descuidaba sus actividades, ni el mantenerse informada ni perdía su sentido del humor sólo conocido por sus amigos más íntimos. EN LA UNIÓN SOVIÉTICA Visitar la Unión Soviética en ese tiempo era exponerse a ser etiquetado como comunista, lo fuera o no. La Doctora Carolina Tobar García no escapó a ese rótulo. Por otra parte, en la Unión Soviética, salvo que esa filiación política fuera pública y notoria, cualquier visitante que llegara a esas tierras, quedaba sujeto a una serie de medidas restrictivas que configuraban una suerte de vigilancia sobre cada paso que se diera en ese territorio. Ya sabemos por el señor Tiffenberg los motivos que llevaron a la Doctora a efectuar ese viaje. Confirma sus palabras una carta enviada por la Doctora a su sobrina Clotilde Tobar la cual transcribiré más adelante. Es la única referencia que sobre el mismo ha quedado por parte de la Doctora. En cambio, la señora de Mendolía fallecida en 1992, ha dejado recopilados un una carpeta los recuerdos de ese viaje. Según la misma abarcó el siguiente itinerario: Buenos Aires, Dakar, París, Rusia, París, Ginebra, Inglaterra, París, Buenos Aires. La mencionada carpeta fue puesta a mi disposición por la señora Elba Mendolía, hija de la señora de Mendolía. En la primera hoja, hay una reflexión manuscrita de la señora de Mendolía quien viajó acompañando a la Doctora, a la adolescente enferma en función de psicopedagoga y a la madre de la niña. “22 de abril al 3 de julio de 1961 47 años de espera Nunca es tarde... Elba.” La firma puede llevar a confusión. Se hace necesario recordar que, como una forma de tenerla siempre presente, la señora Irma Anello de Mendolía, solía usar el nombre de su hija e incluso hacerse llamar por él en el círculo de sus amistades. En la segunda hoja: “1ra escala: París: 23 al 27 de abril.” De París está el programa del espectáculo del “Folies Bergére” al cual habían sido invitadas por el señor Samuel Tiffenberg. En el reverso de la tapa, sobre el ángulo izquierdo dice manuscrito por alguien que las acompañaba ocasionalmente: “24 de abril 1961. Recuerdo de nuestro viaje a París.” Debajo una firma ininteligible y debajo de ésta, la firma de la Doctora, solamente el nombre: Carolina. Con fecha 9 de mayo de 1961, la señora de Mendolía escribió, en un folleto descriptivo y con fotografías interiores y exteriores del hotel “Ukrania: “Tenemos ahora un departamento de 2 dormitorios, comedor, vestíbulo, pasillo y tres baños. Televisión, piano, radio, tocadiscos, 5 ventanales que dan al río y a la ciudad. El edificio tiene 30 pisos. 9-5/61 Moscú” Continúan una serie de boletos de entradas a diferentes espectáculos: el 20/5 estuvieron en la Sala de Armas del Museo de Kremlin. El 22 en el teatro “Stanislawski” viendo el “Lago de los Cisnes”; el 24 en el teatro de títeres “Kukow” viendo “La Divina Comedia”; el 25 de mayo asistieron según lo indica la invitación que les enviara el Embajador, al festejo conmemorativo de esa fecha nuestra, en la Embajada Argentina; el 8 de junio presenciaron un espectáculo de ballet en el teatro “Bolshoi”; en el mismo teatro cuatro días más tarde, “Príncipe Igor”. Esta continuidad de espectáculos presenciados durante el tiempo que pasaron en Moscú, deja la sensación de que disfrutaron a pleno el tiempo que pasaron en Rusia, pero esa sensación se desvanece de inmediato al leer el encabezamiento subrayado de la página siguiente: “15 de junio. ¡EVASION!” Regreso a París Otro Caravelle” y debajo la foto del avión en vuelo que suelen dar a los viajeros una vez a bordo del aparato. En esa “¡EVASION! escrito cuando ya está en Buenos Aires, queda reflejada el ansia de libertad que debieron sentir durante esa estadía en Moscú. Si bien no sólo los turistas, sino también la gente común de esa ciudad podía asistir a los espectáculos públicos que se realizaban en salas de dimensiones colosales con relación a las nuestras, todo estaba minuciosamente controlado. Ningún turista podía faltar, durante toda la noche, del hotel en que se alojaba. Al regresar debía justificar plenamente el motivo de esa ausencia. Al menos así era hasta el año 1978, fecha en que yo también estuve en Rusia. Siguiendo las anotaciones de la carpeta de viaje de la señora de Mendolía, el 19 de junio partieron en tren de la estación de Lyon París a las 8:20 hs. y llegaron a la de Cornavin en Ginebra, a las 15:15 hs., hora parisina. Se alojaron en el “Hotel des Alpes” durante dos días. Hay una tarjeta mostrando la esquina que ocupa el Hotel y marcada en ella el quinto piso donde se alojaron. Al dorso manuscrito dice: “22/6/61 Ginebra, desde la habitación 56, la que lleva la cruz. Conservála. Cariños Mamá” Es evidente que la hija la conservó. Por otra parte no hay ninguna constancia en esa carpeta de que la señora de Mendolía haya acompañado a la Doctora a la entrevista que mantuvo con Jean Piaget. Regresan a París y se alojan dos días en el hotel “Regina”. El 25 de junio parten para Inglaterra. (El motivo de este viaje nos lo ha relatado anteriormente el señor Tiffenberg). Se alojan en el “Hotel Cumberland” desde el 25 hasta el 28 en que regresan a París y de ahí a Buenos Aires, a donde llegaron el 3 de julio. CARTA DESDE MOSCÚ Hasta ahora sabemos, por la declaraciones del señor Tiffenberg, que el viaje de la Doctora Carolina Tobar García a Rusia fue respondiendo al pedido de un matrimonio que deseaba que la hija fuera revisada o atendida en Moscú, para confirmar o no el diagnóstico de la Doctora. Y de paso hacer una consulta sobre su propia enfermedad en el centro médico especializado de esa capital. La certidumbre de estos motivos, la tendremos por medio de la carta que la Doctora enviara a su sobrina Clotilde Tobar de Aragón y que ésta ha cedido gentilmente para esta biografía: “Junio 1 – 961 “Querida Clota: Ya hace más de un mes que estamos acá. El tratamiento de la niña está en curso. No hay nada que yo no hubiera visto o querido hacer, pero tengo la esperanza de que acá convenzan a los padres de lo que deben hacer. Sobre eso la esperanza no es mucha pero ya se ha hecho lo máximo. Lo demás depende de ellos. Dentro de pocos días decidiré la fecha de la vuelta a Europa Occidental. Aquí ahora gozamos de días tibios y hasta calientes. Empiezan a florecer las lilas. Hay tulipanes en los jardines del Hotel Ukrania. Tenemos unas dos o tres horas de oscuridad en la noche. Amanece a las 3 de la mañana. Se acercan las “noches blancas”. Si puedo iré a Leningrado para verlas mejor. Dicen que se puede leer a la luz natural. Estoy leyendo unos libros de arte, pintura del siglo XIV, italiana, para comprender la decoración de las catedrales del Kremlin que fue hecha por artistas italianos. Aquí no hay nada occidental en Moscú y si lo hay carece de marco. Los grandes bloques de edificios parecen palomares. Supongo que el invierno tan largo lo exige. Ahora estoy triste por no poder seguir la entrevista de Kruschev y Kennedy. Espero encontrar diarios al volver para leer ahí los comentarios. Bueno, en estos días – el 13 – es el aniversario de la muerte de mamá. “Espero que todos anden bien. Yo tuve un brotecito ganglionar. Me examinaron y dieron el tratamiento que ya tenía. Me sirvió porque ya no tenía puedisona. Así pude comprarla con la receta oficial. Nuevamente cariños para todos. Abrazos. Carola.” Como hemos podido leer, habla de la niña enferma y de la preocupación de los padres por su estado, sin mencionar el mal que la aquejaba. Por lo leído, en cuanto al tratamiento de la misma, no recogió ninguna novedad. En esa ligera mención de lilas, tulipanes y “noches blancas” sale a luz el sentimiento poético que había nacido con ella y que se mantenía latente. A continuación escribe sobre las cosas que despiertan su curiosidad y sentido de observación. Esas cualidades las muestra al máximo cuando dice que está “... leyendo libros de arte para comprender la decoración de las catedrales del Kremlin...” Lo expresa en tal forma que parecería ser ésa su única preocupación en ese viaje. Está presente en esas líneas su constante afán por aprender, aprender y aprender. Hasta en ese excepcional viaje los libros estuvieron presentes. Claro que, tratándose de la Doctora Carolina Tobar García, eso no debe extrañarnos. En la referencia a la entrevista de Kruschev y Kennedy muestra su interés por conocer el resultado de la misma dada la importancia mundial que revestía. En una breve línea tiene un recuerdo para su madre fallecida dieciocho años atrás. Ello habla de su afectividad filial que el tiempo transcurrido no había logrado amenguar. Y finaliza casi agradeciendo la aparición de ese ganglio que le permitió poder comprar el remedio que se le había terminado. En esa forma oculta y vuelve positiva la preocupación que sin duda alguna debió sentir. No la transmite. Esa carta llegó acompañada de una tarjeta postal adquirida indefectiblemente por todos los turistas que llegan al Kremlin. En el dorso está manuscrita la explicación de la misma: “Moscú, junio 1 – 1961 “La Catedral de San Basilio es lo más raro en arquitectura, como Uds. verán mezcla de bizantino y de asiático, es lo único que me atrae en esta ciudad. Por adentro es un laberinto de capillas (todavía sin restaurar), oscuras y que sin embargo dejan ver en parte la pintura y decorados. Fue erigida por Iván el Terrible. Se la mando a Ricardito. Pronto estaré de vuelta. Cariños para todos. Carola.” Otra muestra afectiva está dada por el diminutivo con que menciona a su hermano Ricardo. De los dos que vivían, él e Ildorfo, sólo Ricardo residía en Buenos Aires. Muy sintéticamente expresa que lo único que le atrae de Moscú es la Catedral de San Basilio. De esa afirmación puede extraerse que todo lo otro que pudo observar no era de su agrado. Es evidente que no pudo con su genio. De alguna forma debía expresar lo que sentía. Y la halló. Era sabido por todos los que visitamos Rusia en esos años que no era conveniente hacer críticas en la correspondencia al régimen político imperante en ese tiempo. Elogiarlo sí, rechazarlo no. De ese tenor fueron las recomendaciones recibidas por el grupo turístico que integré, del “líder” que nos acompañó desde la salida de nuestro país. Los comentarios en desacuerdo debían guardarse para hacerlos luego de salir de Rusia. Así los habrá hecho la Doctora. Así los hice yo con sólo haber estado una semana visitando Leningrado y Moscú en 1978. EL ÚLTIMO AÑO Inmediatamente de su llegada a Buenos Aires, la Doctora se reintegró a sus actividades docentes en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires y en el Instituto Superior del Profesorado Secundario. Como así también en el consultorio particular que había instalado en su departamento. Ya sabemos que en él contaba con la colaboración de la señora de Mendolía y del doctor Luis Stopa. Las fiestas de fin de año las pasó en su casa, acompañada por la señora de Mendolía y sin mayores festejos. Como cualquier otro día. A mediados de enero pasó unos días en Mar del Plata, invitada por el matrimonio Tiffenberg. No se quejaba de malestar alguno, pero se la veía ensimismada, por momentos como ausente. Al comenzar la temporada de estudio concurrió a dictar sus clases. El 30 de junio recibió una liquidación por derechos de autor de la editorial Kapelusz. Correspondía a la última edición, sacada el año anterior, del libro que escribiera con Martha A. Salotti, veinticuatro años atrás: “La enseñanza de la lengua”. Mientras tanto la leucemia linfoidea que la aquejaba seguía su curso implacable. El 9 de agosto de 1962 se dirigió por nota al Profesor Dagnino Pastore, Rector del “Instituto Superior del Profesorado Secundario con un segundo pedido de licencia hasta fin de setiembre, que le fue concedido. El 13 de este último mes, setiembre, ante el escribano José Basso, dictó su testamento. Se supone que lo hizo en su departamento. Fueron testigos en ese acto la señora Dermidia Rivas de Núñez, de cincuenta y siete años de edad, viuda, maestra jubilada y con domicilio en el mismo edificio en el cual vivía la Doctora, pero sin señalar piso ni departamento; el señor Ramón Gude, argentino naturalizado de sesenta y tres años, empleado, domiciliado en Pichincha 1451, Capital y el señor Samuel Bajarlía, casado, argentino, cuarenta años, abogado, domiciliado en Cerrito 466, Capital. Nombró única y universal heredera de todos sus bienes a la señora Irma Anello de Mendolía. También les dejó los derechos que le correspondían a la locación del departamento en el cual según lo expresa “... he vivido exclusivamente con ella por espacio de más de diez años...” Además la nombra albacea. Como excepción hace un legado de cuatrocientos mil pesos para DINAD, (Defensa Integral de Niños y Adolescentes Deficientes), institución ésta fundada el año anterior, marzo de 1961 y de la cual a pedido de los padres fundadores la Doctora había sido la organizadora. DINAD fue la primera escuela diferencial de carácter privado que se creó en el país. El Presidente, señor Rodolfo Filloy y la Secretaria nombrados al comienzo del funcionamiento de esa escuela, conocedores del amor con que la Doctora los había ayudado, aceptaron el legado y se presentaron en el trámite sucesorio para cobrarlo. Cabe señalar que el testigo Samuel Bejarlía en su carácter de abogado, contando con el poder otorgado en el mes de mayo por la señora de Mendolía, fue quien el lunes 8 de octubre a las 14 horas promovió la sucesión testamentaria. Veintitrés días después de firmado el testamento, fallecía la Doctora Carolina Tobar García. Hoy, 10 de noviembre de 1994, día en que se cumplen noventa y seis años del nacimiento de la Doctora Carolina Tobar García, no puedo terminar su biografía diciendo escuetamente que falleció el viernes 5 de octubre de 1962, a las cinco y media de la tarde, porque... lo estoy sintiendo como si acabara de suceder en este mismo momento. He pasado dos años elaborando este trabajo. Dos años siguiendo sus pasos uno a uno. Dos años durante los cuales la he sentido cerca de mí como si fuera ella misma quien ponía a mi alcance la nota o el dato ignorado. Dos años que los he vivido, día a día, como un reencuentro al cabo de medio siglo de haberla conocido. ¡Extraña y feliz paradoja la de mi destino! Ayer la Doctora en su afán por ayudarme me pidió que le contara mi vida. Hoy, con todo el respeto y amor que su recuerdo me inspira, investigué la suya para, como dije al comienzo: “... que no se pierda en el olvido la vida de una Maestra que supo ser Madre sin haber tenido un hijo propio.” Es por todo eso que la seguiré sintiendo y viéndola en cada niño feliz de los tantos que llenan las tantas escuelas diferenciales que hay en nuestro país. He visitado varias. Prefiero concluir entonces diciendo, en nombre de todos ellos, de sus madres, de sus padres, de sus hermanos y en el mío propio: ¡MUCHAS GRACIAS DOCTORA CAROLINA TOBAR GARCIA POR SU LUCHA, SUS DESVELOS Y SU TRIUNFO! Delia Fontan Fernández. *** FIN ***