RAE No - Universidad Catolica de Colombia

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RESUMEN ANALÍTICO EN EDUCACIÓN - RAE -
FACULTAD DE PSICOLOGÍA
PROGRAMA DE PSICOLOGÍA
MAESTRÍA EN PSICOLOGÍA ENFÁSIS EN ADICCIONES Y VIOLENCIA
BOGOTÁ D.C.
LICENCIA CREATIVE COMMONS: Atribución no comercial.
AÑO DE ELABORACIÓN: 2015
TÍTULO: factores sociodemográficos, psicológicos y sociales que diferencian la
conducta prosocial y el acoso escolar en jóvenes de la localidad de Usme.
AUTOR (ES): Betancourt Torres, Ayda Milena.
DIRECTOR(ES)/ASESOR(ES): Londoño Pérez, Constanza.
MODALIDAD: Trabajo de investigación
PÁGINAS: 137 TABLAS: 10 CUADROS: - FIGURAS:
CONTENIDO:
1.
RESUMEN
2.
MARCO TEÓRICO
3.
JUSTIFICACIÓN
4.
PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA
5.
OBJETIVOS
6.
VARIABLES
7.
METODOLOGIA
8.
ANÁLISIS DE RESULTADOS
9.
DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES
10.
RECOMENDACIONES
11.
LIMITACIONES Y FUTURAS DIRECCIONES
REFERENCIAS
ANEXOS
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- ANEXOS: 8
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DESCRIPCIÓN:
El presente estudio descriptivo tuvo como objetivo comparar los factores
sociodemográficos, masculinidad/ feminidad, funcionamiento familiar, tipo de
relación establecido con los pares entre 3 grupos de jóvenes, prosociales,
observadores de acoso escolar, agresores en situaciones de acoso escolar. Se
evidencian diferencia significativa en cuanto a sexo y grupo al que pertenece, así
mismo se encontró diferencia en la importancia dada a los pares por parte de los
grupos. Se recomienda a las instituciones educativas trabajar en la promoción de
conductas prosociales, lo cual puede verse reflejado en la disminución de casos
de acoso escolar.
METODOLOGÍA:
Esta investigación fue descriptiva
muestra no aleatoria, conformada
Institución Educativa Distrital de la
entre los 12 y 15 años, La muestra
por 30 estudiantes.
de tipo comparativo, se realizó con una
por 90 estudiantes de bachillerato, de una
Localidad de Usme, cuyas edades oscilaron
se dividió en tres grupos, cada uno integrado
Los instrumentos de recolección de información que se utilizaron:
Ficha de registro de variable Sociodemográficas: para identificar edad, sexo,
grado, estrato socioeconómico, conformación familiar.
Ficha de registro del tipo de relación con pares: para identificar características
como cohesión, dependencia, sumisión, afecto y disposición de hacer cosas o no
por ellos, percepción de la relación con compañeros.
Escala de Habilidades Prosociales para Adolescentes EHP-A, de Morales y
Suárez, (2011): Evalúan las habilidades prosociales que tienen los adolescentes,
por medio de cuatro factores: Toma de perspectiva, Solidaridad y respuesta de
ayuda, Altruismo y Asistencia.
Inventario Masculinidad – Feminidad (IMAFE): De Lara (1993) y validada por
Martínez, Guerrero y Rey (2012) en Colombia. Tiene por propósito evaluar
rasgos de personalidad asociados con los roles de género.
Cuestionario APGAR Familiar (Family APGAR): diseñado en 1978 por
Smilkstein y validada por Bellon et al. (1996). Valora la percepción de la
persona sobre la funcionalidad familiar.
PALABRAS CLAVES:
CONDUCTA PROSOCIAL, BULLYING, MASCULINITY, FAMILY RELATIONS
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CONCLUSIONES:
La mayoría de los jóvenes del grupo de agresores eran hombres, tal como lo
señalan otras investigaciones (UNICEF, 2011; DANE, 2011), pues se considera
que los varones tienen mayor tendencia a involucrarse en situaciones violentas,
como robos, ataques físicos, amenazas e insultos (Hinduja & Patchin, 2008;
Romera, et al., 2011). Incluso Romera et al. (2011) en la clasificación que hace de
los protagonistas del acoso escolar, incluye en el perfil del agresor, el sexo como
un factor relevante. Lo cual no quiere decir que las mujeres no se involucren en
situaciones de agresión física reincidentes que son las que regularmente llevan al
reporte, o que se involucran en acoso escolar típicamente con agresiones
indirectas como rumores, que en la institución se denuncian poco aunque son
altamente frecuentes.
El grupo de jóvenes con comportamientos prosociales en oposición al de los
agresores, estaba conformado en su mayoría por mujeres; resultado consistente
con el encontrado en las investigaciones de Álvarez et al. (2010), Lacunza (2012)
López et al. (1998), Redondo y Guevara (2012), Sandoval (2001) y Urquiza y
Casullo (2005). Plazas et al. (2010), por su parte expresa que la conducta
prosocial en edades tempranas, es mayor en niñas, pero aclara que en el
bachillerato dicha diferencia disminuye y que en la Educación Superior incluso se
invierte. Lo cual coincide con lo encontrado, pues los agresores en su mayoría
niños, estaban ubicados en grado 6º, mientras que en grado 10º no hubo casos
registrados de hombres asociados como agresores en acoso escolar. Esto apoya
la idea de que a mayor edad, los hombres se involucran menos en situaciones
agresivas en el colegio.
Podría pensarse que las mujeres están más motivadas a emitir conductas
prosociales y ayudar a los demás (Dávila, Finkelstein & Castien, 2011) asociado a
su rol social definido por la construcción del concepto de lo que significa ser
hombre o mujer en la sociedad occidental, con el rol social que asigna a la mujer
el cuidado, ayuda y protección principalmente de los miembros de su familia, y a
los hombres les corresponde dominar, luchar y proveer, pues se espera que
tengan una postura fuerte y dominante frente a los demás. (Eagly, 2009, Zaratti &
Pinto, 2004),
Otra forma de explicar el hecho de que las mujeres presenten más
comportamientos prosociales que los hombres, puede estar relacionada con la
tendencia a expresar mayor empatía, considerada un factor facilitador en la
ejecución de comportamientos a favor de otras personas (Garaigordobil &
Maganto, 2011). Otra explicación puede estar relacionada con el hecho de que los
jóvenes en general reportaron haber observado comportamientos prosociales más
frecuentemente en sus madres que en sus padres, tal como se había concluido en
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estudios previos, en los que se determinó que la empatía expresada por los niños,
está estrechamente relacionada con los sentimientos empáticos que perciben en
sus padres (Bandy, & Ottoni-Wilhelm, 2012; Richaud de Minzi, 2006; Valiente et
al., 2004), en este caso especialmente en la mamá, quien resulta ser un modelo
de rol más próximo para las mujeres que para los hombres. Aunque no puede
perderse de vista que de acuerdo con Minzi, (2009) las respuestas prosociales de
los jóvenes están relacionadas con la atribución que ellos hacen acerca del
comportamiento prosociales de sus padres, más que con la “realidad” de sus
actos.
Aunque la mayoría de los participantes reporto haber observado que alguno
de sus padres emitían conductas a favor de otros, considerado un factor promotor
de conducta prosocial en los jóvenes (Guijo, 2002; Mora & Rojas, 2010; Ortiz et
al., 1990), al parecer solo algunos imitan e incorporan en su repertorio dicha
conducta (González, 2000), o la manifiestan de forma específica con su grupo de
pares significativos. Sin embargo, Minzi, (2009) sostienen que la percepción de los
niños frente a la capacidad de sus padres de ponerse en lugar del otro y/o
experimentar sus emociones, puede explicar el razonamiento prosocial
estereotipado de los jóvenes, fundamentado en lo que se cree está bien o mal
según los demás, siempre en busca de ser aprobado por los otros, e incluso
identificarse afectivamente.
No obstante, en esta investigación la conducta prosocial de los padres al
parecer no es un aspecto que se relacione directamente con la expresión de
conducta prosocial en los jóvenes pues ni los jóvenes que cumplían el rol de
observador, ni los jóvenes considerados agresores presentaban alto puntaje en las
habilidades prosociales, aun cuando indicaron que habían observado que sus
padres si emitían comportamientos en pro del bienestar de otros. Por tanto, es
necesario profundizar en este aspecto pues es preciso determinar qué
comportamientos específicamente perciben como prosociales los jóvenes y cuál
es el impacto de un modelo prosocial en la familia.
En cuanto al funcionamiento familiar, entendido como soporte familiar
percibido y calidad de la comunicación entre los miembros de la familia, no se
evidencia diferencia significativa en los tres grupos, es decir que tanto los
agresores, observadores como los jóvenes con conducta prosocial indicaron que
percibían un nivel alto de ajuste familiar y buena comunicación entre los miembros
de su familia, a diferencia de otros estudios que relacionan la disfunción familiar y
las relaciones agresivas con la presencia de comportamientos agresivos y
abusivos en los jóvenes en el ámbito escolar (Cerezo & Méndez, 2012; Mestre et.
al., 2007; Mestre, Samper & Frías 2004; Romera, et al., 2011; Sánchez-Queija et
al., 2006). Estos resultados deben ser confirmados pues aunque es posible que
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jóvenes en ambientes familiares positivos adquieran comportamientos agresivos,
no se puede perder de vista el conocimiento previo al respecto.
Para dilucidar este interrogante, también es preciso más adelante estudiar
otros aspectos como la expresión de afecto, la comunicación adecuada y asertiva
al interior de la familia, el apoyo emocional (López et al., 1998; Mestre et. al.,
2007; Mestre, Samper & Frías 2004; Mestre, Samper y Frías 2002; Ortiz et al.,
1990; Sánchez- Queija et al., 2006; Sandoval, 2001) que ya han sido relacionados
como predictores de la presencia de prosocialidad en las personas.
Estos resultados reflejan que la mayoría de jóvenes participantes en el estudio
que cometieron actos agresivos o abusivos en contra de pares, hacían parte de
hogares que no son violentos, según sus reportes, sin embargo quedan dudas
pues en el caso de los agresores existe soportes del trabajo individual y familiar en
psico- orientación, que evidencian contextos hostiles, en los que el maltrato verbal,
físico y psicológico son permanentes. Por lo tanto, puede ser que el joven conciba
que
el trato violento es una forma de relación adecuada, y hasta los
comportamientos agresivos sean percibidos como atención brindada y soporte o
que estos nieguen el maltrato en casa por temor a que la institución tome alguna
acción.
Por otra parte, se evidenció en los adolescentes agresores la presencia de
características negativas de la masculinidad que conforman el machismo, tales
como agresividad, dominación, autoritarismo, egoísmo, arrogancia, frialdad
emocional, individualismo, enmarcadas dentro del machismo. Resultados que
pueden explicarse si se tiene en cuenta el modelo hegemónico de masculinidad,
que empodera en estos roles al hombre cuando lo reconoce como dominante, con
la capacidad de discriminar y subordinar a la mujer y a otros hombres que no se
adaptan este modelo (Keijzer, 2007).
Así mismo, los agresores mostraron alta sumisión expresada en abnegación,
dependencia, debilidad, carácter influenciable, resignación e inseguridad de sí
mismo (Lara, 1991; Martínez, Guerrero & Rey, 2012). La sumisión se caracteriza
por desconocer incluso sus propias necesidades y proyectos personales, permitir
incluso humillaciones y maltrato, todo por la consecución de los proyectos de los
otros (Larraín et. al., 2006).
El rol masculino, socialmente construido, apunta a un hombre dominante,
agresivo, mientras cohíbe todas las manifestaciones emocionales, que pueden ser
interpretadas como sumisión o debilidad (Adinkrah, 2012). Esto implica que la
cultura y el grupo social en el cual cada sujeto está inmerso determina las pautas
de comportamiento, que a la vez inciden en la construcción de identidad, (Branney
& White, 2008; Londoño, Peñate, & González, 2014).
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Sin embargo, al tratar de ahondar en una explicación se puede considerar que
los jóvenes pueden reaccionar de manera agresiva por diferentes razones, una
puede ser precisamente tratar de mantener la imagen de hombre, fuerte y rudo,
exigida en contextos donde las construcciones de la masculinidad se relacionan
directamente con la supresión o no manifestación de emociones (Cleary, 2012).
Otra para evitar ser blanco de agresiones en contextos como la escuela, donde
son frecuentes las burlas a los hombres que son delicados o simplemente
respetuosos, a través de los intentos para evitar ser visto como femenino u
homosexual (Branney y White, 2008).
La combinación, no esperada de machismo sumisión, probablemente muestra
que los agresores se mueven entre el ideal de macho caracterizado por su
dominancia, autoridad y egoísmo; que va en contraposición con su tendencia a
permitir el maltrato de otros poniendo los intereses del grupo por encima de los
propios; o a que estas características se expresan de forma diferencial según el
contexto y el grado de identificación con sus pares, que de por sí parece ser
notablemente más alto en este grupo, que en el de los observadores y el de los
jóvenes con conducta prosocial. Es importante estudiar específicamente este
hallazgo en el futuro, pues en la cultura colombiana se ha asociado la agresividad
con ser “hombre”, pero la sumisión no, pues en el modelo hegemónico resulta
opuesta a la masculinidad. Desde el análisis particular del contexto podría
explicarse esto, sin que haya estudios previos y bajo la necesidad de interpretar o
argumentar estos resultados, se piensa que esta relación machismo-sumisión es
la combinación entre lo que la sociedad demanda y la característica social que se
convierte en no deseada por ser hombre, pero la poca literatura al respecto dirige
la atención hacia la necesidad de adelantar nuevos estudios al respecto.
Entonces se puede decir que factores tales como la edad, el sexo
(posiblemente asociado al rol social) si diferencia a los adolescentes con
conducta prosocial en la escuela, de adolescentes que han estado
involucrados como agresores u observadores en situaciones de acoso
escolar. Siendo más frecuente involucrarse en el acoso escolar como agresor
en el inicio de la adolescencia y mayor la presencia de agresores hombres,
relacionado al parecer con el rol asumido para ajustarse al contexto e
identificarse. Mientras que es más frecuente que las mujeres emitan
comportamientos de ayuda hacia otros, posiblemente por el rol de cuidadoras y
protectoras que socialmente se les ha asignado. Los agresores parecen tener una
mezcla disonante en entre alto machismo y alta sumisión que les genera
inconformidad, probablemente expresada en su conducta agresiva; por otra parte,
se evidencia que el funcionamiento familiar no mostro una relación directa, al
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igual que el tipo de relación con los pares, pero es necesario corroborar este
hallazgo en nuevos estudios.
El estudio permitió iniciar una caracterización más específica de los jóvenes
con conducta prosocial y esto da una guia sobre cuáles serían los aspectos a
trabajar y reforzar dentro de la escuela para mejorar la convivencia, pero también
de manera indirecta evidenció características de los jóvenes agresores, que
también amerita profundizarse, tanto en el nivel preventivo para reducir esos
factores de riesgo como para potenciar esos otros factores que podrían
considerarse protectores o facilitadores de emisión e conducta prosocial.
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LISTA DE ANEXOS:
Apéndice A. Asentimiento informado por la institución educativa.
Apéndice B. Consentimiento informado (para padres).
Apéndice C. Consentimiento asentimiento (para estudiantes).
Apéndice D. Ficha de datos sociodemográficos.
Apéndice E. Cuestionario Apgar Familiar.
Apéndice F. Escala de habilidades prosociales para adolescentes.
Apéndice G. Ficha registro del tipo de relación de pares.
Apéndice H. Imafe.
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