Volumen V - Historia
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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO VOLUMEN V Historia COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO VOLUMEN V Historia américo lugo | antología emiliano tejera | antología bernardo pichardo | resumen de historia patria carlos larrazábal blanco | los negros y la esclavitud en santo domingo manuel arturo peña batlle | obras escogidas. cuatro ensayos históricos - tomo primero pedro troncoso sánchez | estudios de historia política dominicana manuel arturo peña batlle | la rebelión del bahoruco antonio hoepelman y juan a. senior | documentos históricos IntroducciÓN: Frank Moya Pons Santo Domingo, República Dominicana 2009 Sociedad Dominicana de Bibliófilos CONSEJO DIRECTIVO Mariano Mella, Presidente Dennis R. Simó Torres, Vicepresidente Antonio Morel, Tesorero Juan de la Rosa, Vicetesorero Miguel de Camps Jiménez, Secretario Sócrates Olivo Álvarez, Vicesecretario Vocales Eugenio Pérez Montás • Julio Ortega Tous • Eleanor Grimaldi Silié Raymundo González • José Alfredo Rizek Narciso Román, Comisario de Cuentas asesores Emilio Cordero Michel • Mu-Kien Sang Ben • Edwin Espinal José Alcántara Almanzar • Andrés L. Mateo • Manuel Mora Serrano Eduardo Fernández Pichardo • Virtudes Uribe • Amadeo Julián Guillermo Piña Contreras • María Filomena González Tomás Fernández W. • Marino Incháustegui ex-presidentes Enrique Apolinar Henríquez + Gustavo Tavares Espaillat • Frank Moya Pons • Juan Tomás Tavares K. Bernardo Vega • José Chez Checo • Juan Daniel Balcácer Banco de Reservas de la República Dominicana Daniel Toribio Administrador General Miembro ex oficio consejo de directores Lic. Vicente Bengoa Albizu Secretario de Estado de Hacienda Presidente ex oficio Lic. Mícalo E. Bermúdez Miembro Vicepresidente Dra. Andreína Amaro Reyes Secretaria General Vocales Sr. Luis Manuel Bonetti Mesa Lic. Domingo Dauhajre Selman Lic. Luis A. Encarnación Pimentel Ing. Manuel Enrique Tavares Mirabal Lic. Luis Mejía Oviedo Lic. Mariano Mella Suplentes de Vocales Lic. Danilo Díaz Lic. Héctor Herrera Cabral Ing. Ramón de la Rocha Pimentel Dr. Julio E. Báez Báez Lic. Estela Fernández de Abreu Lic. Ada N. Wiscovitch C. Esta publicación, sin valor comercial, es un producto cultural de la conjunción de esfuerzos del Banco de Reservas de la República Dominicana y la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. COMITÉ DE EVALUACIÓN Y SELECCIÓN Orión Mejía Director General de Comunicaciones y Mercadeo, Coordinador Luis O. Brea Franco Gerente de Cultura, Miembro Juan Salvador Tavárez Delgado Gerente de Relaciones Públicas, Miembro Emilio Cordero Michel Sociedad Dominicana de Bibliófilos Asesor Raymundo González Sociedad Dominicana de Bibliófilos Asesor María Filomena González Sociedad Dominicana de Bibliófilos Asesora Los editores han decidido respetar los criterios gramaticales utilizados por los autores en las ediciones que han servido de base para la realización de este volumen COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO VOLUMEN V Historia américo lugo | antología emiliano tejera | antología bernardo pichardo | resumen de historia patria carlos larrazábal blanco | los negros y la esclavitud en santo domingo manuel arturo peña batlle | obras escogidas. cuatro ensayos históricos - tomo primero pedro troncoso sánchez | estudios de historia política dominicana manuel arturo peña batlle | la rebelión del bahoruco antonio hoepelman y juan a. senior | documentos históricos ISBN: Colección completa: 978-9945-8613-96 ISBN: Volumen V: 978-9945-457-16-2 Coordinadores Luis O. Brea Franco, por Banreservas; y Mariano Mella, por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos Ilustración de la portada: Rafael Hutchinson | Diseño y arte final: Ninón León de Saleme Revisión de textos: Juan Freddy Armando y José Chez Checo | Impresión: Amigo del Hogar Santo Domingo, República Dominicana. Noviembre, 2009 8 contenido Presentación Origen de la Colección Pensamiento Dominicano y criterios de reedición................................... 11 Daniel Toribio Administrador General del Banco de Reservas de la República Dominicana Exordio.......................................................................................................................................... 15 Reedición de la Colección Pensamiento Dominicano: una realidad Mariano Mella Presidente de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos Introducción Historiadores y patriotas .............................................................................................................. 17 Frank Moya Pons américo lugo antología Introducción . ............................................................................................................................. 29 Vetilio Alfau Durán emiliano tejera antología (Prólogo) Emiliano Tejera .............................................................................................................. 111 Manuel Arturo Peña Batlle bernardo pichardo resumen de historia patria Bernardo Pichardo. Noticias biográficas . ............................................................................................ 203 Emilio Rodríguez Demorizi carlos larrazábal blanco los negros y la esclavitud en santo domingo Notación preliminar . ..................................................................................................................... 421 manuel arturo peña batlle obras escogidas. cuatro ensayos históricos –tomo primero– Unas palabras .............................................................................................................................. 517 pedro troncoso sánchez estudios de historia política dominicana Intención .................................................................................................................................... 609 manuel arturo peña batlle LA REBELIÓN DEL BAHORUCO..................................................................................... 687 ANTONIO HOEPELMAN y juan A. senior Documentos históricos Introducción............................................................................................................................... 797 Semblanza de Julio D. Postigo, editor de la Colección Pensamiento Dominicano........... 969 9 presentación Origen de la Colección Pensamiento Dominicano y criterios de reedición Es con suma complacencia que, en mi calidad de Administrador General del Banco de Reservas de la República Dominicana, presento al país la reedición completa de la Colección Pensamiento Dominicano realizada con la colaboración de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, que abarca cincuenta y cuatro tomos de la autoría de reconocidos intelectuales y clásicos de nuestra literatura, publicada entre 1949 y 1980. Esta compilación constituye un memorable legado editorial nacido del tesón y la entrega de un hombre bueno y laborioso, don Julio Postigo, que con ilusión y voluntad de Quijote se dedica plenamente a la promoción de la lectura entre los jóvenes y a la difusión del libro dominicano, tanto en el país como en el exterior, durante más de setenta años. Don Julio, originario de San Pedro de Macorís, en su dilatada y fecunda existencia ejerce como pastor y librero, y se convierte en el editor por antonomasia de la cultura dominicana de su generación. El conjunto de la Colección versa sobre temas variados. Incluye obras que abarcan desde la poesía y el teatro, la historia, el derecho, la sociología y los estudios políticos, hasta incluir el cuento, la novela, la crítica de arte, biografías y evocaciones. Don Julio Postigo es designado en 1937 gerente de la Librería Dominicana, una dependencia de la Iglesia Evangélica Dominicana, y es a partir de ese año que comienza la prehistoria de la Colección. Como medida de promoción cultural para atraer nuevos públicos al local de la Librería y difundir la cultura nacional organiza tertulias, conferencias, recitales y exposiciones de libros nacionales y latinoamericanos, y abre una sala de lectura permanente para que los estudiantes puedan documentarse. Es en ese contexto que en 1943, en plena guerra mundial, la Librería Dominicana publica su primer título, cuando aún no había surgido la idea de hacer una colección que reuniera las obras dominicanas de mayor relieve cultural de los siglos XIX y XX. El libro publicado en esa ocasión fue Antología Poética Dominicana, cuya selección y prólogo estuvo a cargo del eminente crítico literario don Pedro René Contín Aybar. Esa obra viene posteriormente recogida con el número 43 de la Colección e incluye algunas variantes con respecto al original y un nuevo título: Poesía Dominicana. En 1946 la Librería da inicio a la publicación de una colección que denomina Estudios, con el fin de poner al alcance de estudiantes en general, textos fundamentales para complementar sus programas académicos. Es en el año 1949 cuando se publica el primer tomo de la Colección Pensamiento Dominicano, una antología de escritos del Lic. Manuel Troncoso de la Concha titulada Narraciones Dominicanas, con prólogo de Ramón Emilio Jiménez. Mientras que el último volumen, el número 54, corresponde a la obra Frases dominicanas, de la autoría del Lic. Emilio Rodríguez Demorizi, publicado en 1980. 11 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Una reimpresión de tan importante obra pionera de la bibliografía dominicana del siglo XX, como la Colección Pensamiento Dominicano, presenta graves problemas para editarse acorde con parámetros vigentes en nuestros días, debido a que originariamente no fue diseñada para desplegarse como un conjunto armónico, planificado y visualizado en todos sus detalles. Esta hazaña, en sus inicios, se logra gracias a la voluntad incansable y al heroísmo cotidiano que exige ahorrar unos centavos cada día, para constituir el fondo necesario que permita imprimir el siguiente volumen –y así sucesivamente– asesorándose puntualmente con los más destacados intelectuales del país, que sugerían medidas e innovaciones adecuadas para la edición y títulos de obras a incluir. A veces era necesario que ellos mismos crearan o seleccionaran el contenido en forma de antologías, para ser presentadas con un breve prólogo o un estudio crítico sobre el tema del libro tratado o la obra en su conjunto, del autor considerado. Los editores hemos decidido establecer algunos criterios generales que contribuyen a la unidad y coherencia de la compilación, y explicar el porqué del formato condensado en que se presenta esta nueva versión. A continuación presentamos, por mor de concisión, una serie de apartados de los criterios acordados: d Al considerar la cantidad de obras que componen la Colección, los editores, atendiendo a razones vinculadas con la utilización adecuada de los recursos técnicos y financieros disponibles, hemos acordado agruparlas en un número reducido de volúmenes, que podrían ser 7 u 8. La definición de la cantidad dependerá de la extensión de los textos disponibles cuando se digitalicen todas las obras. d Se han agrupado las obras por temas, que en ocasiones parecen coincidir con algunos géneros, pero ésto sólo ha sido posible hasta cierto punto. Nuestra edición comprenderá los siguientes temas: poesía y teatro, cuento, biografía y evocaciones, novela, crítica de arte, derecho, sociología, historia, y estudios políticos. d Cada uno de los grandes temas estará precedido de una introducción, elaborada por un especialista destacado de la actualidad, que será de ayuda al lector contemporáneo, para comprender las razones de por qué una determinada obra o autor llegó a considerarse relevante para ser incluida en la Colección Pensamiento Dominicano, y lo auxiliará para situar en el contexto de nuestra época, tanto la obra como al autor seleccionado. Al final de cada tomo se recogen en una ficha técnica los datos personales y profesionales de los especialistas que colaboran en el volumen, así como una semblanza de don Julio Postigo y la lista de los libros que componen la Colección en su totalidad. d De los tomos presentados se hicieron varias ediciones, que en algunos casos modificaban el texto mismo o el prólogo, y en otros casos más extremos se podía agregar otro volumen al anteriormente publicado. Como no era posible realizar un estudio filológico para determinar el texto correcto críticamente establecido, se ha tomado como ejemplar original la edición cuya portada aparece en facsímil en la página preliminar de cada obra. 12 PRESENTACIÓN | Daniel Toribio, Administrador General de Banreservas d Se decidió, igualmente, respetar los criterios gramaticales utilizados por los autores o curadores de las ediciones que han servido de base para la realización de esta publicación. d Las portadas de los volúmenes se han diseñado para esta ocasión, ya que los plan- teamientos gráficos de los libros originales variaban de una publicación a otra, así como la tonalidad de los colores que identificaban los temas incluidos. d Finalmente se decidió que, además de incluir una biografía de don Julio Postigo y una relación de los contenidos de los diversos volúmenes de la edición completa, agregar, en el último tomo, un índice onomástico de los nombres de las personas citadas, y otro índice, también onomástico, de los personajes de ficción citados en la Colección. En Banreservas nos sentimos jubilosos de poder contribuir a que los lectores de nuestro tiempo, en especial los más jóvenes, puedan disfrutar y aprender de una colección bibliográfica que representa una selección de las mejores obras de un período áureo de nuestra cultura. Con ello resaltamos y auspiciamos los genuinos valores de nuestras letras, ampliamos nuestro conocimiento de las esencias de la dominicanidad y renovamos nuestro orgullo de ser dominicanos. Daniel Toribio Administrador General 13 exordio Reedición de la Colección Pensamiento Dominicano: una realidad Como presidente de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, siento una gran emoción al poner a disposición de nuestros socios y público en general la reedición completa de la Colección Pensamiento Dominicano, cuyo creador y director fue don Julio Postigo. Los 54 libros que componen la Colección original fueron editados entre 1949 y 1980. Salomé Ureña, Sócrates Nolasco, Juan Bosch, Manuel Rueda, Emilio Rodríguez Demorizi, son algunos autores de una constelación de lo más excelso de la intelectualidad dominicana del siglo XIX y del pasado siglo XX, cuyas obras fueron seleccionadas para conformar los cincuenta y cuatro tomos de la Colección Pensamiento Dominicano. A la producción intelectual de todos ellos debemos principalmente que dicha Colección se haya podido conformar por iniciativa y dedicación de ese gran hombre que se llamó don Julio Postigo. Qué mejor que las palabras del propio señor Postigo para saber cómo surge la idea o la inspiración de hacer la Colección. En 1972, en el tomo n.º 50, titulado Autobiografía, de Heriberto Pieter, en el prólogo, Julio Postigo escribió lo siguiente: (…) “Reconociendo nuestra poca idoneidad en estos menesteres editoriales, un sentimiento de gratitud nos embarga hacia Dios, que no sólo nos ha ayudado en esta labor, sino que creemos fue Él quien nos inspiró para iniciar esta publicación” (…); y luego añade: (…) “nuestra más ferviente oración a Dios es que esta Colección continúe publicándose y que sea exponente, dentro y fuera de nuestra tierra, de nuestros más altos valores”. En estos extractos podemos percibir la gran humildad de la persona que hasta ese momento llevaba 32 años editando lo mejor de la literatura dominicana. La reedición de la Colección Pensamiento Dominicano es fruto del esfuerzo mancomunado de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, institución dedicada al rescate de obras clásicas dominicanas agotadas, y del Banco de Reservas de la República Dominicana, el más importante del sistema financiero dominicano, en el ejercicio de una función de inversión social de extraordinaria importancia para el desarrollo cultural. Es justo valorar el permanente apoyo del Lic. Daniel Toribio, Administrador General de Banreservas, para que esta reedición sea una realidad. Agradecemos al señor José Antonio Postigo, hijo de don Julio, por ser tan receptivo con nuestro proyecto y dar su permiso para la reedición de la Colección Pensamiento Dominicano. Igualmente damos las gracias a los herederos de los autores por conceder su autorización para reeditar las obras en el nuevo formato que condensa en 7 u 8 volúmenes los 54 tomos de la Colección original. Mis deseos se unen a los de Postigo para que esta Colección se dé a conocer, en nuestro territorio y en el extranjero, como exponente de nuestros más altos valores. Mariano Mella Presidente Sociedad Dominicana de Bibliófilos 15 introducción Historiadores y patriotas Frank Moya Pons Me complace mucho haber sido escogido por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos y el Banco de Reservas de la República Dominicana para escribir esta breve introducción a este volumen que recoge varias obras de historia publicadas inicialmente en la Colección Pensamiento Dominicano que dirigía el inolvidable Julio Postigo desde la irrepetible Librería Dominicana. Para formar este libro los editores general de esta nueva colección han escogido varias obras que marcaron hitos intelectuales en la época en que fueron publicados. Sus autores, bien conocidos entonces, no han sido olvidados todavía, sino todo lo contrario pues fueron escritores y pensadores seminales que dedicaron gran parte de sus vidas a reflexionar sobre el acontecer nacional y dejaron numerosos escritos que han contribuido a la construcción de la conciencia nacional dominicana. Los que conocimos a Julio Postigo lo recordamos como una persona de hablar suave que derramaba naturalmente una humildad cristiana, siempre dispuesto a servir y afanosamente dedicado a administrar aquella inolvidable gran librería, la mejor del país, especializada en literatura evangélica pero que contenía, al mismo tiempo, un extenso inventario de obras seculares procedentes de los mejores catálogos editoriales de España e Iberoamérica. Jovencito yo, apenas comenzando mis estudios universitarios, empecé a frecuentar la Librería Dominicana y siempre me impresionaba que desde que yo asomaba a la puerta Don Julio se levantaba solícito de su escritorio o se desplazaba de cualquier punto en que se encontrara para venir a mi encuentro. Ese gesto siempre me pareció desmedido pero me complacía mucho. Yo no era más que un adolescente, y Don Julio me hacía sentir que alguien importante, como él, apreciaba mi interés por los libros. A pesar de mi escaso presupuesto, le compré muchas obras a la Librería Dominicana en el curso de los años pues Don Julio siempre insistía en que yo aprovechara las oportunidades y no las dejara para un futuro en que ya no aparecerían. Una de sus mayores insistencias fue tratar de que yo adquiriera, a crédito, la gran Enciclopedia Espasa-Calpe. Corría entonces el año 1968 y yo me encontraba de vacaciones en el país pues entonces estudiaba en Washington, D.C., con una beca Fulbright. Ya Don Julio había dejado la Librería Dominicana y había fundado la Librería Hispaniola, en la calle José Reyes, en un pequeño local cedido por la Logia Cuna de América. Me dijo que esa gran enciclopedia de casi cien tomos estaba esperándome y que él necesitaba hacer espacio en sus estanterías. Me pidió que me la llevara al fiado por un precio de 622 pesos. Le dije que no los tenía, y comenzamos una pequeña amistosa discusión, él diciendo que la llevara y yo resbalando con el argumento de que no tenía el dinero y que, además, estaba viviendo fuera de país y no tendría dónde colocarla. En realidad, yo le tenía miedo al endeudamiento pues en aquellos años mi dinero era escaso y yo debía pensar en mis gastos de sustentación mientras duraran mis estudios en el extranjero. No compré la enciclopedia y Don Julio quedó frustradísimo. Yo también, pero 17 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA salí de allí con una sensación de alivio porque no me había endeudado por esa “enorme” suma. Pasados los años lamenté mucho no haber tenido la valentía de haberle aceptado aquel fiado a Don Julio Postigo, y él ocasionalmente me lo echaba en cara pues mantuvimos siempre una gran amistad hasta sus últimos días en este lado del mundo. Don Julio continuó publicando su serie de autores dominicanos desde su exilio empresarial en la Librería Hispaniola pues consiguió que los socios de la antigua Librería Dominicana le reconocieran la propiedad de la marca “Colección Pensamiento Dominicano”. Publicó en aquellos años varios títulos bajo el sello editorial de “Julio Postigo e hijos, editores”. De ellos, cuatro están contenidos en este volumen que hoy presentamos. Son éstos los Estudios de Historia Política Dominicana de Pedro Troncoso Sánchez; unas Obras Escogidas y La Rebelión del Bahoruco de Manuel Arturo Peña Batlle; y una reedición de los famosos Documentos Históricos que se refieren a la Intervención Armada de los Estados Unidos de Norte-América y la Implantación de un Gobierno Militar Americano en la República Dominicana, recopilados por Antonio Hoepelman y Julio A. Senior. Este último título salió bajo el sello de una Editora Educativa Dominicana. Los demás libros que han sido incluidos en este volumen fueron publicados mientras Postigo era gerente general de la Librería Dominicana. El más antiguo de esta nueva compilación que hoy nos ocupa lo preparó Vetilio Alfau Durán con varios ensayos y estudios de Américo Lugo, y lo tituló, apropiadamente, Américo Lugo: Antología. Le sigue otra obra similar preparada y prologada por Manuel Arturo Peña Batlle, titulada Emiliano Tejera: Antología. Además de ésas, este nuevo volumen recoge el conocidísimo Resumen de Historia Patria, de Bernardo Pichardo, en uso obligatorio en las escuelas dominicanas durante más de tres décadas, y un pequeño libro que adquirió gran popularidad por la novedad de su tema en aquel entonces, Los Negros y la Esclavitud en Santo Domingo, de Carlos Larrazábal Blanco. Acerca de estos libros vamos a hablar a continuación. Comencemos con la obra de Hoepelman y Senior. Este libro fue publicado en 1922 con la intención de mostrar otra cara de la intervención militar norteamericana, distinta a aquella que presentaban los estadounidenses. Para entonces ya habían salido a la luz pública numerosos artículos en revistas noticiosas y académicas que presentaban una versión civilizadora, modernizadora y constructiva de la intervención militar norteamericana. Para balancear esa perspectiva Hoepelman y Senior utilizaron una fuente norteamericana de impecables credenciales: el informe que rindió al Congreso de los Estados Unidos una comisión senatorial que visitó el país en diciembre de 1921 para indagar acerca de los hechos del gobierno y determinar si era atendible la demanda nacionalista dominicana de poner fin a la ocupación militar. El título en inglés de ese informe, traducido y comentado por Hoepelman y Senior es: Inquiry into the Occcupation and Administration of Haiti and Santo Domingo. Hearings Before A Select Committee on Haiti and Santo Domingo, 67th Congress (Washington, D. C.: Government Printing Office, 1922). En ese informe aparecen las declaraciones de numerosos testigos dominicanos así como de algunos informantes norteamericanos, y el retrato que surge de la lectura de esas declaraciones y de los documentos que les acompañan es muy distinto al que presentaban algunos publicistas que defendían la obra modernizadora del gobierno militar que estaba a cargo del Departamento de Marina de los Estados Unidos. Aun cuando todos los textos de esta obra son igualmente necesarios para entender el proceso histórico que ella retrata, hay varios que han quedado en la memoria nacional como 18 INTRODUCCIÓN | HISTORIADORES Y PATRIOTAS | Frank Moya Pons ejemplos de la clarísima inteligencia y valentía de los líderes cívicos del país en aquellos momentos decisivos en que la República se debatía entre seguir ocupada por tropas extranjeras, como ocurrió en Haití, o lograr una desocupación negociada, como ocurrió finalmente con la instalación de un gobierno provisional, la celebración posterior de elecciones libres, y la instalación de un gobierno constitucional de corte liberal. Sin restar mérito a los demás documentos, deseo llamar la atención de los lectores hacia la famosa “Carta del Monseñor Nouel al Ministro Americano Russell”, fechada el 29 de diciembre de 1920, y el “Informe del Licenciado Francisco J. Peynado a los Honorables Miembros de la Comisión Especial del Senado de los EE.UU. para Investigar los Asuntos de Haití y Santo Domingo”. Ambos documentos resumen, mejor que cualesquiera otros, la visión dominicana acerca de los resultados de la primera ocupación militar norteamericana. Sin ser exhaustivas, porque no podían serlo, estas piezas argumentan con gran realismo las poderosas razones que tenían los dominicanos para exigir la pronta retirada de las tropas norteamericanas de este país. Como los dominicanos de hoy, comienzos del siglo XXI, particularmente los jóvenes, conocen muy poco acerca de los comienzos del siglo anterior, este libro editado originalmente por Hoepelman y Senior es una fuente indispensable para conocer la estatura histórica de los hombres más influyentes de aquella época, cuyos nombres llenan la lista de informantes de la referida comisión senatorial, y cuyos testimonios no tienen desperdicio alguno. Es de aplaudir que esta obra sea recogida hoy conjuntamente con otra casi contemporánea que estudia la acción política de algunos de estos protagonistas durante los primeros tres lustros del siglo XX. Me refiero al Resumen de Historia Patria, de Bernardo Pichardo, publicada por primera vez en Barcelona en 1930, escrita por un destacado publicista que participó activamente en las luchas cívicas y políticas de aquella época. El Resumen de Pichardo fue obra de texto obligatorio para el estudio de la historia dominicana durante más de treinta años, y sirvió para informar a dos generaciones de dominicanos acerca de la historia política nacional anterior a la Era de Trujillo. Menospreciada hoy por algunos debido a su precaria estructura formal, pues está compuesta de fichas muchas veces inconexas que rompen la continuidad de la narración y de los acontecimientos, esta obra era detestada por los escolares que se veían obligados a memorizar sus datos. No obstante, este libro es una rica mina de datos cronológicos y políticos que se va haciendo más interesante a medida que su narración se acerca y se adentra en el siglo XX. Bernardo Pichardo fue testigo de muchos de los acontecimientos que narra y llegó a ser Ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Juan Isidro Jimenes, derrocado por Desiderio Arias en 1916. Creo que los dominicanos que desechan hoy esta obra están perdiendo la oportunidad de contar con una visión inmediata y objetiva, aunque a veces interesada, de la política dominicana en las primeras dos décadas del siglo XX. Pienso que la obra de Pichardo, leída conjuntamente con la de Hoepelman y Senior, permite a las personas interesadas captar mejor cómo fue aquella época conocida como de “Concho Primo”. Aquel fue un tiempo en que las pasiones políticas y contradicciones de los partidos llevaron al colapso de la soberanía en 1916. El Resumen de Pichardo ha sido sobrepasado desde hace más de treinta años por varias obras generales de historia dominicana escritas por autores más modernos, pero es todavía útil para entender aquel difícil período de inestabilidad política, revoluciones e ingerencia extranjera en la República Dominicana. 19 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Recuerdo que los muchachos rechazábamos este libro en la escuela secundaria porque los profesores nos hacían aprender las fichas de memoria sin conexión unas con las otras, y sin explicarnos la dinámica de los acontecimientos. El libro servía a los profesores de entonces como guía de un anecdotario nacional que a veces llegaba a los límites de lo fantástico. Los estudiantes se quejaban mucho entonces de que no entendían la escritura de Bernardo Pichardo, pero una nueva lectura de la obra, particularmente del período posterior a la Guerra de la Restauración, nos dice que Pichardo realizó un esfuerzo loable por presentar la historia política intentando una objetividad difícil de alcanzar en medio de tantas pasiones partidarias. Muerto Trujillo, Julio Postigo quiso publicar una cuarta edición del Resumen de Pichardo y pidió a Emilio Rodríguez Demorizi una actualización de esta obra cuya narrativa terminaba en 1916. Rodríguez Demorizi acometió la tarea y compuso una “Síntesis Cronológica” que fue incorporada a modo de Apéndice, manteniendo la misma estructura del texto dividido en fichas encabezadas por un título. Hoy esta forma de escribir historia está completamente desfasada y obras como éstas corren entonces el destino de ser más útiles como anecdotarios y ficheros que como narraciones estructuradas conforme a la propia dinámica de los acontecimientos. Recuerdo que algunos críticos le señalaron a Rodríguez Demorizi haber utilizado este Apéndice para desvincularse del trujillismo que este prominente historiador abrazó durante gran parte de su vida. Comoquiera que fuera, la obra de Pichardo quedó “actualizada” y sirvió brevemente en las escuelas hasta que apareció la Historia de Santo Domingo de Jacinto Gimbernard, en 1966, la cual gozó de varias ediciones y sirvió de puente en la enseñanza de la historia nacional por más de diez años, siendo a su vez sucedida por obras más modernas. La apertura democrática que tuvo lugar en el país después de la Era de Trujillo estimuló un interés más amplio por la historia dominicana. A finales de la Dictadura circuló brevemente una obra de historia dominicana que pudo haber sustituido la de Pichardo de no ser porque su autor, Ramón Marrero Aristy, importante colaborador del régimen de Trujillo, fue asesinado por el Dictador casi al mismo tiempo en que terminaba de imprimirse su obra en tres volúmenes titulada República Dominicana: Historia del Pueblo Cristiano Más Antiguo de América (1957-58). La muerte de Marrero Aristy hizo que el régimen detuviera la circulación de esta obra y casi toda la edición quedó guardada por años en los almacenes del Archivo General de la Nación. Su tercer tomo comprendía la Era de Trujillo y contenía una interpretación trujillista de la historia dominicana que, según me contó César Herrera, no fue escrita por Marrero Aristy, sino por el mismo Herrera ya que Marrero tenía entonces muchas ocupaciones como Secretario de Estado de Trabajo. Narro esta versión para dar a conocer que entre 1961 y 1967 la historiografía dominicana o, dicho de otra manera, los textos generales de historia dominicana en uso eran los de Bernardo Pichardo y Marrero Aristy pues aunque la obra de Marrero permanecía guardada en el Archivo General de la Nación, los directores de esta institución y algunos empleados regalaban libremente esta obra a todo el que la requería. La obra de Gimbernard, que sustituyó la de Pichardo, se nutrió de ambas y significó un paso de avance en la historiografía escolar dominicana aun cuando este autor no era historiador profesional sino músico e instrumentista clásico. 20 INTRODUCCIÓN | HISTORIADORES Y PATRIOTAS | Frank Moya Pons La historiografía trujillista enfatizó mucho una interpretación de la formación sociocultural del pueblo dominicano basada en la noción tradicional, construida por la élite intelectual capitaleña, de que los dominicanos eran una colectividad fundamentalmente blanca, católica e hispana. Las raíces de esta concepción son bastante antiguas y han sido estudiadas ampliamente por muchos intelectuales dominicanos que han señalado sus orígenes coloniales y la reafirmación de una identidad socio-racial distinta al pueblo vecino de la República de Haití. Las invasiones haitianas (1801-1805), la dominación haitiana (1822-1844), la guerra dominico-haitiana (1844-1859), la ocupación haitiana de tierras fronterizas (1865-1937), así como la continua disputa diplomática por la definición de la frontera dominico-haitiana (1874-1936), sirvieron de estímulo a la reafirmación de esa identidad socio-racial construida por los intelectuales dominicanos. Dos eventos vinieron a conmover este bloque de creencias sustentado en la blancura, hispanidad y catolicidad dominicanas. Uno de ellos fue la publicación del libro Los Negros y la Esclavitud en Santo Domingo, de Carlos Larrazábal Blanco, dentro de la Colección Pensamiento Dominicano, en 1967, y el otro fue la celebración de un “Primer Coloquio sobre la Influencia de África en las Antillas y en el Caribe”, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, en 1973. En esos años aparecieron las obras Los Negros, los Mulatos y la Nación Dominicana (1969), de Franklin Franco, y Vodú y Magia en Santo Domingo (1975), y La Esclavitud del Negro en Santo Domingo, 1492-1844 (1980), de Carlos Esteban Deive. A partir de entonces surgió una nueva tradición antropológica e historiográfica de cuestionamiento a los supuestos raciales de la historiografía trujillista. Esta tradición se ha enriquecido con numerosas obras en los últimos cuarenta años, pero es de justicia señalar que comenzó con la aparición de la obra de Larrazábal Blanco que editaba Julio Postigo desde la Librería Dominicana. La obra de Larrazábal Blanco se incorpora, muy tardíamente, a un movimiento historiográfico, de larga data en América Latina, que intentaba buscar las raíces africanas en sociedades tropicales inicialmente colonizadas por España y Portugal como Venezuela, Brasil, Honduras, Cuba, Santo Domingo y Panamá, en adición a las zonas costeras de México, Ecuador y Colombia que también contienen grupos significativos de población de origen africano. Me vienen a la mente las obras del Fernando Ortiz, Miguel Acosta Saignes y Gilberto Freyre, entre otras, que sirvieron de estímulo a Larrazábal Blanco para proponer a los dominicanos que, aparte de la mirada tradicional, también había otra forma de percibir la sociedad dominicana: explorando la trata de esclavos y la introducción de miles de personas procedentes de distintas tribus, castas, naciones y culturas africanas, y buscando en la cultura dominicana aquellos rasgos de origen africano enterrados en el folklore y las costumbres. La primera parte del libro de Larrazábal Blanco recuerda bastante a la clásica obra de José Antonio Saco, Historia de la Esclavitud de la Raza Africana en el Nuevo Mundo publicada casi un siglo antes (1875) y poco conocida en el país entonces, pero su aparición causó una gran sorpresa en el medio intelectual dominicano y abrió una compuerta que ha creado un torrente de revisiones de las tesis tradicionales sobre la identidad dominicana. Muchas de esas tesis fueron recogidas en estas obras que hoy comentamos. Dos de sus autores más destacados son Américo Lugo y Manuel Arturo Peña Batlle. En ambos los dominicanos de todas las tendencias reconocen dos vigorosos pensadores que dejaron implantadas ideas sociológicas e historiográficas que todavía hoy perduran y se discuten apasionadamente 21 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA porque dieron lugar a una tradición de pensamiento que algunos intelectuales llaman “el gran pesimismo dominicano”, pero que examinadas más profundamente revelan hondas preocupaciones patrióticas por el destino del pueblo dominicano. Américo Lugo fue, ante todo, un patriota ejemplar, como lo retrata con elocuente precisión Vetilio Alfau Durán, el concienzudo compilador de sus escritos en la Antología publicada por Postigo. Lugo fue también historiador y literato, aun cuando se ganaba la vida como abogado. Como historiador dejó dos obras de mucha importancia, agotadas hoy, pero que influyeron notablemente en su discípulo Manuel Arturo Peña Batlle, de quien hablaremos más adelante. Esas obras son su breve estudio titulado Baltasar López de Castro y la Despoblación del Norte de la Española (1947), y la Historia de Santo Domingo, 1556-1608: La Edad Media de la Isla Española (1952), que incorpora el anterior estudio. Lugo también escribió otros trabajos históricos como fueron sus estudios de rectificación de la historia eclesiástica, y dejó una inmensa colección documental recogida en archivos españoles y franceses pertinentes a los siglos XVI, XVII y XVIII, en la cual se destaca la correspondencia entre los gobernadores de las colonias francesa y española de la isla de Santo Domingo en el siglo XVIII. Esta “Colección Lugo” fue publicada in extenso en el Boletín del Archivo General de la Nación en el curso de varios años. La obra patriótica de Lugo aparece consignada en varias publicaciones periódicas, entre ellas el periódico Patria, desde el cual combatió arduamente la primera ocupación militar norteamericana y demostró su activismo político a favor de la desocupación pura y simple del territorio por las tropas estadounidenses. La Antología de Vetilio Alfau Durán es una excelente muestra de dos aspectos de la multifacética personalidad de Américo Lugo: el historiador y el activista patriótico. También retrata esta compilación al fino escritor que sus contemporáneos reconocían como consumado estilista y crítico literario. Del jurista, Alfáu Durán recoge una de las obras más citadas y discutidas de Lugo: El Estado Dominicano ante el Derecho Público, su tesis para graduarse de doctor en Derecho. A pesar de su brevedad, esta es una de las reflexiones más dolorosas y demoledoras realizadas por pensador alguno acerca del pueblo dominicano. Valiéndose de argumentos postulados por otro pensador igualmente influyente, José Ramón López, en su obra La Alimentación y las Razas (1899), Lugo realiza un diagnóstico pesimista acerca de la capacidad del pueblo dominicano para constituirse en nación, pero no lo hace con la intención de quedarse en el retrato, sino de llamar la atención de los líderes de su tiempo hacia la necesidad de despertar del letargo, invitándolos a constituirse en un partido que luchara por el desarrollo del país infundiéndole a éste “nueva sangre” mediante la inmigración. Las ideas de López y Lugo fueron asimiladas por el pensador político más orgánico que dio la República Dominicana en el siglo XX: Manuel Arturo Peña Batlle. Abogado de profesión y político por obligación, puede decirse que todo lo que escribió Peña Batlle estuvo dirigido a defender las “esencias de la dominicanidad” (hispanidad, catolicismo, blancura), amenazadas, creía él, por la vecindad y la penetración haitianas, por un lado, y por el racionalismo y el positivismo hostosiano, por el otro. Peña Batlle fue a la historia a buscar elementos con los cuales definir los orígenes de la nacionalidad e identidad dominicanas, así como los peligros que las asechaban, entre ellos el nacimiento del Estado haitiano y la presencia haitiana en el territorio dominicano. Todas sus obras estuvieron dirigidas en esa dirección, desde sus tempranos y magníficos estudios sobre 22 INTRODUCCIÓN | HISTORIADORES Y PATRIOTAS | Frank Moya Pons Las Devastaciones de 1605 y 1606: Contribución al Estudio de la Realidad Dominicana (1938), La Isla de la Tortuga (1951), y El Tratado de Basilea y la Desnacionalización del Santo Domingo Español (1952), hasta resumir sus ideas en los sólidos prólogos a la obra de Emilio Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la Anexión a España (1955), a la historia de Antonio Valle Llano, La Compañía de Jesús en Santo Domingo durante el Período Hispánico (1950), y a la Antología de Emiliano Tejera (1951) que preparó el mismo Peña Batlle para la Colección Pensamiento Dominicano. En esos escritos están las piedras angulares del pensamiento nacionalista dominicano que dominó todo el siglo XX. Este fue un nacionalismo conservador, dolorido por la conciencia que tenían sus sustentadores de que el país no había avanzado al ritmo de otras naciones, como por ejemplo Cuba. Los ideólogos de este nacionalismo buscaron en la historia las causas del atraso nacional que ellos percibieron como fracaso de la nación dominicana. Como pruebas de ese fracaso señalaban las constantes asonadas militares y el permanente gavillerismo rural, así como la incapacidad de las élites urbanas de mantener en orden las finanzas públicas. La más grande y dolorosa evidencia del fracaso de la nación fue para ellos el derrumbe de la soberanía en 1916. Terminada la ocupación militar norteamericana, estos ideólogos, patriotas sin lugar a dudas, muchos de ellos procedentes de los sectores medios, anhelaban un régimen de orden que diera continuidad a la estabilidad y modernización experimentadas durante el gobierno militar, y por ello muchos se alinearon desde temprano con el Jefe del Ejército, Rafael Trujillo, pues este soldado prometía la construcción de una patria nueva que surgiera de las cenizas del ciclón de San Zenón que devastó la ciudad capital el 3 de septiembre de 1930. Peña Batlle no estuvo entre ellos. Para entonces su perfil profesional estaba claramente delineado como un abogado nacionalista que había combatido la ocupación militar y que trabajaba para resolver otro de los más amenazantes problemas para la nación dominicana: la indefinición de la frontera con Haití. Peña Batlle dirigió los trabajos que culminaron con el Tratado de Límites con Haití en 1929, pero no era un joven trujillista como otros de su generación. Circunstancias muy bien estudiadas en las obras de Juan Daniel Balcácer, Andrés L. Mateo, Danilo Clime y Manuel Núñez, entre otros, acerca de Peña Batlle, dan cuenta de la transición política de este autor hacia el trujillismo, así como de sus esfuerzos por dar sustancia ideológica a un régimen que en 1937 intentó poner fin, de manera cruenta, a un problema territorial y político que arrastraba la nación dominicana desde antes de 1844: la ocupación de tierras nacionales por inmigrantes haitianos ilegales. A partir de su famoso discurso de Elías Piña, en 1942, Peña Batlle emerge en la escena intelectual y política dominicana como el ideólogo de una generación de intelectuales que buscaba entender y explicar la construcción de una nueva patria dominicana por un dictador sangriento de origen haitiano que, al tiempo que abrazaba los postulados del nacionalismo hispanista, católico y racista, también se proponía industrializar y modernizar el país. Dos de los escritos donde más claramente se ve el hispanismo de Peña Batlle es en su ensayo de juventud El Descubrimiento de América y sus Vinculaciones con la Política Internacional de la Época (1931), y en su controversial obra La Rebelión del Bahoruco (1948), reproducida por Julio Postigo en 1970 en la Colección Pensamiento Dominicano. Este libro le valió no pocos disgustos a Peña Batlle con Fray Cipriano de Utrera, pues le discutió con gran vehemencia al fraile franciscano sus tesis sobre el cacique Enriquillo y sus ideas y datos sobre la temprana historia colonial dominicana. Si se ve en detalle, este fue un debate entre “españoles hispanistas”, más que entre historiadores dominicanos. Le tomó a Utrera muchos años contestar 23 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA adecuadamente a su interlocutor, muriendo antes de lograrlo, siendo así que su obra Polémica de Enriquillo vio la luz en 1973 como edición póstuma ejecutada por Emilio Rodríguez Demorizi en un intento de revindicar a Utrera ante las acusaciones de Peña Batlle. Como puede verse, aquellos fueron tiempos de mucho fermento intelectual, contrariamente a lo que piensan algunos intelectuales que creen hoy que la Era de Trujillo fue un periodo de total oscurantismo. Es cierto, como ha demostrado muy bien Andrés L. Mateo, en su obra Mito y Cultura en la Era de Trujillo (1993), que la mayoría de los escritores de entonces no tenían el vuelo intelectual de Peña Batlle y sus escritos no eran más que una jerga repetitiva de ditirambos dedicados al Dictador, pero no es menos cierto que en las obras de otros varios escritores importantes como Joaquín Balaguer, La Realidad Dominicana (1947), Emilio Rodríguez Demorizi, Invasiones Haitianas 1801, 1805, 1822 (1955), César Herrera, De Harmont a Trujillo (1953) y Las Finanzas de la República Dominicana (1955), y Ramón Marrero Aristy, República Dominicana: Historia del Pueblo Cristiano Más Antiguo de América (1957-58), las ideas de Peña Batlle son el soporte ideológico e historiográfico de sus argumentaciones, como lo fueron de otros escritores trujillistas. Con estos antecedentes intelectuales no es de sorprender que Peña Batlle fuera el encargado de preparar, en 1951, la Antología de Emiliano Tejera que recoge este volumen. Tejera fue, en su época, un modelo de rectitud y patriotismo. Actuó en la política después de la dictadura de Ulises Heureaux, y luchó, como otros de su generación, por salvar al país de la ruina en que lo sumió la pesada deuda externa dejada por Lilís. Fue durante varios de esos años Secretario de Estado de Relaciones Exteriores en el gobierno de Ramón Cáceres y recibió uno de los mayores impactos de su vida cuando su hijo, el General Luis Tejera, jefe militar de Santo Domingo, asesinó al Presidente Cáceres el 19 de noviembre de 1911. Abogado de profesión e historiador de vocación, Emiliano Tejera fue altamente respetado y hasta venerado en vida. Fue testigo del descubrimiento de los restos de Cristóbal Colón en la Catedral de Santo Domingo en 1877. Para defender la autenticidad de ese descubrimiento escribió una obra que todavía constituye un monumento a la verdad y al método histórico. Guardó una amplia colección de documentos coloniales que sirvieron mucho a José Gabriel García, el Padre de la Historia Dominicana. Su hermano Apolinar Tejera también practicó la crítica histórica, realizando numerosas rectificaciones a muchas tradiciones históricas y despejando leyendas que anteriormente se aceptaban como verdades. En adición a su clásico libro Los Restos de Colón en Santo Domingo (1878), completado luego en 1926 y 1928, Emiliano Tejera dejó también una obra muy útil titulada Palabras Indígenas de Santo Domingo (1935) que fue luego ampliada por su hijo Emilio Tejera en un monumental trabajo titulado Indigenismos, rescatado del olvido y publicado por primera vez por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos en 1977. La Antología de Emiliano Tejera que hoy recoge esta compilación de obras históricas de la Colección Pensamiento Dominicano contiene varios escritos que Peña Batlle consideró de importancia para la posteridad. Uno de ellos es un argumento a favor de la autenticidad del hallazgo de los restos de Colón en 1877. Otro es un ensayo biográfico acerca del Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte, para solicitar y justificar ante el Congreso Nacional la erección de una estatua del Fundador de la República. Otros dos documentos son fragmentos de sus memorias como Ministro de Relaciones Exteriores durante los años 1907 y 1908, piezas éstas que demuestran la calidad de estadista de Emiliano Tejera. Dos piezas más cortas acerca de la educación religiosa y la crianza libre en Santo Domingo completan 24 INTRODUCCIÓN | HISTORIADORES Y PATRIOTAS | Frank Moya Pons esta Antología. La última retrata a Tejera como un agudo observador sociológico y es una lástima que no cultivara más esa forma de mirar la realidad porque es probable que hubiera dejado algunos trabajos a la altura de los que nos legó Pedro Francisco Bonó, el Padre de la Sociología Dominicana. Concluimos esta presentación con el libro de Pedro Troncoso Sánchez, el amable historiador y filósofo que dedicó varios años de su vida a biografiar y rescatar la figura del Fundador de la República, Juan Pablo Duarte, quien dejó una biografía hagiográfica de Ramón Cáceres, y quien también combatió públicamente la tesis de quienes sostienen que los restos de Cristóbal Colón no están en Santo Domingo. Conocí muy bien a Don Pedro Troncoso Sánchez. Fue mi profesor de Introducción a la Filosofía y de Teoría del Conocimiento en la universidad en los años 1962 y 1963, y desde entonces nos unió una gran amistad. Juntos estuvimos en la fundación y dirección de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos inspirada y motorizada por el filántropo Gustavo Tavares Espaillat, y juntos también compartimos tareas en la Academia Dominicana de la Historia, de la cual él llego a ser tesorero y yo secretario. Hablábamos con mucha frecuencia, y recuerdo que a él le impresionaba mucho que yo me dedicara más a la historia socioeconómica que a la historia política o a la biografía, campos que él cultivaba con dedicación como se observa en sus obras. Por lo que recuerdo de sus cátedras, Don Pedro Troncoso Sánchez era un filósofo moralista, creyente en una escuela que tuvo muchos cultivadores en una época: la axiología de Max Scheller. Esta le venía muy bien a su formación y creencias religiosas pues era un católico practicante, muy dedicado a su familia. Julio Postigo le publicó en 1973 un libro que hoy es reeditado en este volumen: Estudios de Historia Política Dominicana. Estos son realmente varias conferencias que Don Pedro pronunció en su madurez, producto de sus reflexiones acerca de la vida dominicana en el siglo XIX, aunque la primera, “Una Sinopsis de la Historia Dominicana”, es un esfuerzo por recoger en una sola mirada la evolución política del país desde Cristóbal Colón hasta la guerra civil de 1965. Don Pedro Troncoso Sánchez era un abogado conservador, pero era un historiador liberal y sus escritos lo reflejan, según se ve en su ensayo titulado “Santana en la Balanza”. Su dedicación a la defensa de Duarte se convirtió en un activismo misionero. Una de sus grandes preocupaciones fue reivindicar la figura de Duarte como un hombre activo, combativo y viril muy distinto al ser angelical y pusilánime que proyectaban algunos escritores contemporáneos de Troncoso Sánchez, como Joaquín Balaguer. Por eso Don Pedro escribió “Faceta Dinámica de Duarte”. Troncoso Sánchez también quiso rectificar la óptica provinciana de algunos historiadores y muchos intelectuales dominicanos que tienen la tendencia a pensar que la historia nacional ha ocurrido independientemente de la evolución general de la humanidad como si la isla fuese un territorio aislado. Por ello Don Pedro escribió los ensayos “Las Guerras Europeas de Santo Domingo” y “La Restauración y sus Enlaces con la Historia de Occidente”. Su último ensayo, “Posiciones de Principio en la Historia Política Dominicana”, fue un esfuerzo para mostrar que a pesar del cinismo y del pesimismo intelectual, y a pesar de la larga dominación de las dictaduras y los regímenes corruptos, siempre ha habido sectores nacionales que han enfrentado el autoritarismo y la corrupción desde la fundación de la sociedad secreta La Trinitaria hasta nuestros días. 25 No. 2 AMÉRICO LUGO Antología Selección, introducción y notas de Vetilio Alfau Durán Introducción La personalidad de don Américo Lugo es muy bien conocida en su patria y fuera de ella; de modo, pues, que estas líneas liminares son menos necesarias de lo que parecen. Quien en medio de aquel largo ciclo de cuarteladas, alzamientos y contralzamientos que llevó al país por la más tortuosa calle de amarguras hacia el calvario de la Ocupación extranjera, tuvo, como Eugenio Deschamps, la visión radiante de una patria libre, próspera, íntegra y respetada; quien dice a sus conciudadanos que “gobernar es amar” y desde la alta tribuna de la Cuarta Conferencia Panamericana grita, con unción evangélica, que “el ideal es más necesario que el pan”; quien comparece ante una Alta Comisión Militar impelido sólo por la fuerza y silencia como Jesús en el Pretorio, cuando los jueces le ordenan defenderse, señalando así el camino de la dignidad y del honor que debe trillar siempre el verdadero patriotismo; quien ha consagrado su vida a la patria, al amor hermoso, a lo bueno, a lo bello, a lo noble y a todo cuanto dignifica y engrandece, no necesita de palabras para que su nombre y su obra irradien perpetuamente con relieve inconfundible. De su actitud frente a la Alta Comisión Militar, habla con precisión un periodista distinguido: H. Blanco Fombona, en la página publicada en la revista Letras, de esta ciudad, en su edición núm. 170, correspondiente al 12 de septiembre de 1920. La escogemos de entre los muchos trabajos que se escribieron entonces, porque su autor fue de los que sufrieron prisión y ruina por la misma causa. La Alta Comisión Militar, ante la dominicana entereza del Doctor Lugo, se desconcertó, aplazó la causa y el fallo no fue pronunciado. He aquí la palabra del ya fenecido periodista cuya memoria nos merece respeto: Lugo ante la Comisión Militar Américo Lugo es un hombre maduro. El respeto que se le profesa en la República no es, pues, nada a priori; es algo a posteriori, granjeado, con dificultad, aunque sin proponérselo, por su vida vivida altamente, pulcramente, fructuosamente. El talento y el donaire para expresarse por escrito, son dones que, al nacer, le otorgaron las hadas. Pero el uso que ha hecho de estas cualidades no comunes obra es de su conciencia. Centro de un hogar todo honorabilidad; doctorado en leyes, autor de estudios literarios y científicos de gran interés; cuando la patria ha necesitado el consejo de sus hijos más eminentes, la voz de Américo Lugo se ha dejado oír, no como la de un profesional de la política, que busca medro para bastardos intereses, sino como la de un probo pensador, que ama por sobre todas las cosas, a su patria, que tiene, a toda hora, presentes, para defenderlos con la fogosidad de un buen tropical, los intereses permanentes de la nacionalidad dominicana. Cuando la patria no reclama el concurso de sus capacidades, él se aleja a su gabinete de trabajo, y reconstruye benedictinamente, el pasado de esta isla que es también el pasado de América o cincela una página de amena literatura o busca soluciones legales a los intereses en conflicto que se le han encomendado. Fuera de su hogar y de su oficina es difícil hallarlo en parte alguna. Acordóse de él la República cuando quiso mandar a un hombre bien preparado a la Cuarta Conferencia Panamericana reunida en Buenos Aires, en donde con honradez y sinceridad, que algunos creyeron poco diplomáticas, denunció ante el mundo al imperialismo norteamericano. 29 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Hombre de carácter, no rehúye responsabilidades, llama a las cosas por su nombre, da la cara al conflicto. Iniciada hace poco en el país una campaña doctrinaria que contaba para ser respetada, solamente con su propia respetabilidad, ya que según la ley de censura que se ha impuesto a la prensa dominicana no se tolera sino una propaganda complaciente, es decir de complicidad; Américo Lugo salió a la palestra armado de todas las armas: de un conocimiento cabal del caso dominicano y de una copiosa doctrina jurídica, a llamar las cosas por su nombre dentro de un plan científico de propaganda doctrinaria nacionalista. Esa campaña lo condujo a donde se encuentra hoy: ante una Comisión Militar. Al convocar estas Comisiones se les indica el máximum de pena que pueden aplicar. La Comisión que conoce de la causa que se sigue contra Américo Lugo, puede llegar según expresa la convocatoria, hasta a la pena de muerte. Los artículos doctrinarios de Lugo fueron reproducidos por toda la prensa del país a título de aprobación y contribuyeron grandemente a triplicar la venta del diario Las Noticias en donde aparecían. Se le redujo a prisión y se le permitió la libertad mediante una fianza de $3,000. Juzgados el exdiputado Castillo y el poeta Sanabia, y condenados por supuestos delitos de prensa a un año de presidio y mil quinientos pesos de multa; juzgado Fabio Fiallo y condenado a un año de presidio y dos mil quinientos pesos de multa; juzgado el diarista Flores Cabrera, y pendiente la causa de sentencia, toca a don Américo su turno. Comparece en juicio público ante la Comisión Militar. (Los anteriores juicios habían sido secretos). El país esperaba ansioso algo importante en la defensa de don Américo. Y el país se sintió alborozado, dignificado cuando el supuesto reo dijo: “Señores: No estoy listo para ser juzgado. Al escribir el artículo por el cual se me imputa un delito, he entendido que cumplía un deber de dominicano. En mi calidad de ciudadano dominicano, no puedo reconocer en la República Dominicana la existencia de otra soberanía sino la de mi patria. Toda suplantación de esta soberanía, sea cual fuera el principio invocado, no es ni será a mis ojos sino un hecho de fuerza. Por consiguiente, y puesto que creo que no he cometido ningún delito y que no puedo reconocer ninguna jurisdicción sobre mí a este tribunal, no he venido a defenderme: he comparecido solamente obligado por la fuerza”. Es esta una muralla más inaccesible que la china, tras la cual se coloca el reo, y coloca también al país al colocarse él. Este desconocimiento, escapado de las especulaciones teóricas, se irgue vivificado, concreto, preciso, en un acto, con un valor de suma trascendencia. En el proceso de la Ocupación Militar esta declaración tan categórica hecha por tan conspicua personalidad, se levanta como un faro para sus compatriotas contemporáneos. La historia dominicana guardará amonedada esa contestación para enseñarla a las generaciones venideras cuando tengan que hacer gala de sus magnos gestos. Esa tabla de mármol le hablará al porvenir de patriotismo, de dignidad, de valentía. El Dr. Américo Lugo es desde 1913 Consejero de las Legaciones Dominicanas en los Estados Unidos de Norteamérica y en Europa y Comisionado Especial para el estudio de los archivos extranjeros; y está, desde 1909, adscrito a la Sección Tercera de Washington, que fue una de las siete Secciones que se constituyeron en el Congreso de Delegados de todas las Repúblicas de América reunido en Río de Janeiro con el fin de preparar un Código de Derecho Internacional Público y otro de Derecho Internacional Privado que reglen las relaciones de todos los Estados del Nuevo Mundo. 30 américo lugo | antología Nació en esta ciudad, en la amada calle del Conde de Peñalva, en la casa marcada con el número 75 el 4 de abril del año 1870, hijo legítimo de D. Tomás Joaquín Lugo (1836-1921) y de Da. Cecilia Herrera y Veras (1841-1924). Es primer nieto de D. Nicolás Lugo (1807-1845), nacido en Maracaibo, Venezuela, a donde se establecieron sus padres, cuando de nuestra patria emigró la flor de las familias dominicanas por causa del maldecido Tratado de Basilea, y quien no solamente figura en nuestros anales como maestro de varios próceres distinguidos, sino que fue de los firmantes del Manifiesto de la Independencia y de los legionarios del Baluarte en la noche redentora del 27 de Febrero de 1844, y de Da. Juana María Alfonseca; segundo nieto de D. José Joaquín Lugo, rico propietario, dueño de tierras y de esclavos en los días de la Colonia, y de Da. Felipa Yépez. Contrajo matrimonio en la blasonada ciudad de Puerto Plata el 12 de abril de 1893 con la distinguida señorita Dolores Romero y Correa, de origen cubano; y de cuya feliz unión es único y vigoroso fruto Américo Lugo Romero (n. en 1894). Bibliografía 1. ¿Es arreglada al derecho natural la investigación de la paternidad? Tesis para la Licenciatura en Derecho, S. D., 1889. 2. A punto largo, S. D., 1901. Segunda edición, París, 1910. 3. Heliotropo, S. D., 1903. Segunda edición: C. T., 1939. (Aumentada con una segunda parte). 4. Defensas, Litis Alfau-Vicini, Dos tomos, S. D., 1905. 5. La concesión Ros, S. D., 1905. 6. Ensayos dramáticos, S. D., 1906. 7. Bibliografía, S. D. 1906. 8. Flor y lava, (Antología de Martí), París, 1909. 9. La Cuarta Conferencia Internacional Americana, Sevilla, 1912. 10. El Estado dominicano ante el derecho público, S. D., 1916. (Tesis para el Doctorado en Derecho). 11. La intervención americana, S. D., 1916. (Las núm. VI, IX, X y XV de la serie de cartas al Listín). 12. Asuntos prácticos, S. D., 1917, tomos I y II. (Litis Minier-Grangera-Hihlt & Co.). 13. Camafeos, La Vega, 1919. 14. Por la raza, Barcelona, 1920. 15. El plan de validación Hughes-Peynado, S. D., 1922. 16. Lo que significaría para el pueblo dominicano la ratificación de los actos del Gobierno Militar Norteamericano, S. D., 1922. (Conferencia dictada en Santiago el 25 de junio de 1922. Hay tres ediciones hechas el mismo año). 17. El nacionalismo dominicano, Santiago, 1923. 18. Declaración de principios, S. D., 1925. 19. Colección Lugo, S. D., 1927. (Separata del semanario Patria). 20. Los restos de Colón, C. T., 1936. 21. Manifiesto… al pueblo y al gobierno de España, C. T., 1938. 22. Minas en la Española, C. T., 1940. 23. Recopilación diplomática relativa a las colonias española y francesa de la Isla de Santo Domingo (1640-1701), C. T., 1944, Tomo 13 de la Colección Trujillo, dirigida y nominada por el Lic. Manuel A. Peña Batlle. 24. Baltasar López de Castro y la despoblación del norte de la Española, México, D. F., 1947. 25. Emilio Prud’Homme, Esbozo, C. T., 1948. 31 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Fuera de volumen Colección Lugo. (97 libretas. Documentos, relaciones, cartas, notas bibliográficas, etc., copiadas en archivos de España, Francia y de los Estados Unidos). Publicada en el Boletín del Archivo General de la Nación, desde el núm. 1, que apareció en 1938, y continúa aún. En la Colección Trujillo, que apareció en 1944 con motivo del Centenario de la República, bajo la dirección del Lic. Manuel A. Peña Batlle; en las revistas La Cuna de América y Letras, publicados y anotados por Don Emiliano Tejera; en Renacimiento, publicados y anotados por el propio Dr. Lugo; en su semanario Patria; en la revista Clío, órgano de la Academia Dominicana de la Historia, publicados y anotados por Don Emilio Tejera, han sido publicados documentos pertenecientes a esta Colección). Cómo murió la Primera República. (Serie de artículos publicados en el semanario El Progreso, en el año 1915). Historia eclesiástica de la Arquidiócesis de Santo Domingo. (Serie de artículos, rectificativos y ampliativos, consagrados al primer tomo de la Historia eclesiástica del canónigo Carlos Nouel, publicados en el semanario El Progreso, en el año 1914). La Española en tiempo de Fuenmayor. (Ensayo histórico publicado, fragmentariamente, en la revista Clío, órgano de la Academia Dominicana de la Historia, núm. 27-29, 35, 36, 38 y 39). Historia colonial de la Isla Española o de Santo Domingo. (De esta obra, inconclusa, se publicaron varios capítulos en Clío, números 40-42, 44, 45 y 47. Cuando la publicación iba por el núm. 45 de la mencionada revista, el autor modificó el título así: Historia de la Isla de Santo Domingo, antigua Española). Patria. (Periódico fundado y dirigido por el Dr. Lugo en San Pedro de Macorís en 1922 y trasladado después a esta Capital, donde se publicó hasta mediados de 1928. Los editoriales de este semanario, debidos a la pluma de su director, pueden compilarse en varios volúmenes). Artículos. (En el Listín Diario, en el Nuevo Régimen, en El Progreso, en La Cuna de América, en Letras, en El Tiempo, así como en otras publicaciones nacionales y extranjeras, hay dispersos numerosos artículos literarios, jurídicos, políticos e históricos que tenemos anotados en nuestros ficheros bibliográficos). Algunas opiniones de la crítica dominicana y extranjera Opiniones generales Pedro Henríquez Ureña: “Es la primera figura de nuestra juventud literaria. El primer prosador de la juventud antillana, estilista fino, intenso en el decir, docto y elegante –dice Rubén Darío– perito en cosas y leyes de amor y galantería, y al mismo tiempo serio analista de cuestiones sociales”. (Horas de estudio, París, 1910). “El gran representante de nuestras tradiciones castizas, en quien los dioses infundieron el don de la palabra perfecta”. (Listín Diario, no. 13729, de 19 de mayo de 1932). “Nuestro gran investigador y admirable escritor”. (La cultura y las letras en Santo Domingo, Buenos Aires, 1936). “En prosa es particularmente rico en palabras y giros clásicos el lenguaje de D. Américo Lugo” (El español en Santo Domingo, Buenos Aires. 1940). Pedro de Répide: “Príncipe de las letras”. (La saeta de Abaris, Madrid-Buenos Aires, 1929). José D. Corpeño: “Es uno de los hombres de letras que más honran la lengua de Cervantes”. L. E. Villegas: “Es el más clásico de los escritores jóvenes de América”. Arturo R. de Carricarte: “La primera figura literaria de la juventud dominicana. Si Rodó y Juan P. Echague y Francisco Castañeda se suman a Torres, Caicedo, a Francisco G. Calderón Roy, a Américo Lugo, entonces, ese don raro y divino de la crítica honda y artística ¿cómo podría negársele a nuestra América?”. 32 américo lugo | antología Max Henríquez Ureña: “Escritor eminente y uno de los pensadores más hondos de mi tierra. Maneja el lenguaje con arte supremo”. Tulio M. Cestero: “Esta carta es un homenaje rendido a tu espiga plena de granos de oro, la más alta en el huerto patrio; a tu blanco penacho lírico que prócer y victorioso, ondea al sol de la gloria. Cuantas veces escribo tu nombre en carta a algún compañero de América, expreso que eres el primero de cuantos escritores han nacido en tierra dominicana. Y lo digo con la sinceridad mía que ninguna palabra ni acción desmiente”. Félix E. Mejía: “El más alto, altivo, activo y docto. La primera pluma del país”. Miguel Ángel Garrido: “Uno de los príncipes de la prosa en América”. “Reina en el concierto de las letras patrias”. “Ha tomado de los clásicos maestros del habla castellana la corrección de la forma, y es el primero entre la juventud literaria de la República”. A. R. Nanita: “Es el príncipe de nuestros escritores y autoridad innegable en cuestiones de crítica literaria”. Horacio Blanco-Fombona: “Héroe civil dominicano. Capaz de continuar la inconclusa obra de Martí”. “Cumbre del pensamiento en Santo Domingo”. Manuel A. Peña-Batlle: “Paradigma de dominicanidad. Maestro y guía de su generación”. Carlos Thomson: “La pluma más fina de la nación”. Federico García Godoy: “Ha escrito páginas admirables dignas de figurar en la mejor Antología”. Manuel Arturo Machado: “Puede afirmarse que no hay entre los prosadores dominicanos, quien le supere por el vigor de la frase emotiva y por la frase brillante y numerosa. Como artista de la palabra escrita no hay entre nosotros quien logre aventajarle”. Luis Armando Abreu: “Galván y Lugo son nuestros dos más excelsos prosistas. Por la técnica en la adjetivación, por la sobriedad y belleza de las imágenes, por la gracia y claridad de la sintaxis, por el profundo conocimiento filológico que se advierte, por la musicalidad del estilo, por lo personal de la disposición, la prosa de Lugo debe ser considerada, universalmente, como 'arte mayor ̓”. Manuel Fernández Juncos: “Escritores de la cultura, estilo y valentía de pensamiento de Américo Lugo, bien merecen ser leídos, comentados y estimados por nuestros más competentes pensadores y hombres de letras”. Jacinto López: “Es un escritor artista, un talento auténtico, un poeta genuino”. Eugenio María de Hostos: “Dominicano de los mejores por la cultura, la doctrina y la razón. Es uno de los mejores hijos del pueblo dominicano. Agrega a la elocuencia de las ideas la de los sentimientos elevados. En sus escritos es de notar que el movimiento, la viveza, la elocuencia, resultan de la correspondencia entre la forma clausular de su estilo y la precisión de sus ideas”. Samuel Montefiore Waxman: “Don Américo Lugo está generalmente reconocido como el más grande hombre de letras de Santo Domingo entre los vivientes. Es un historiador y al mismo tiempo artista creador y crítico”. Enrique Henríquez: “Ilustre por su culminante significación universal como pensador y hombre de letras, ilustre asimismo por su tenaz y férvida proceridad nacionalista”. Juan José Llovet; “Lugo no necesita de la historia. Es hombre de leyenda”. F. X. Amiama Gómez: “Ocupa el sitial de príncipe de la prosa”, Gabriel B. Moreno del Christo: “Verdadero príncipe entre los intelectuales”. Osvaldo Bazil: “Es el primero en mi tierra. Américo Lugo es el maestro de la juventud mental de estos días. Nadie como él realiza obras perdurables de belleza en mi tierra”. Gustavo Adolfo Mejía: “El primer escritor dominicano de todos los tiempos”. 33 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Manuel de Jesús Goico: “Galván y Américo Lugo han sido en nuestro país los estilistas que más impecabilidad y belleza han logrado en sus sonoras prosas exornadas con clásico lirismo”. Mariano Lebrón Saviñón: “El hombre más admirable y puro que he conocido”. Alberto Baeza Flores y Franklin Mieses Burgos: “Representa para la República lo que Romain Rolland para Francia o lo que Unamuno para España”. Domingo Moreno Jimenes: “Gran escritor, poeta y esteta, patriota de alma de acero, maestro de la juventud, hombre de justicia y de fe, cuyas provechosas enseñanzas han germinado en mi espíritu”. Emiliano Tejera: “Los documentos que se principian a publicar hoy son las primicias de los muchos e importantes beneficios que producirá el trabajo del señor Américo Lugo en los ricos archivos de España. Ya era tiempo de que esa labor se iniciase. No tenemos realmente historia antigua. Creo finalmente que es dinero bien gastado el que se emplee en copiar fielmente en España los documentos que deben constituir nuestro archivo histórico antiguo. Me parece que sería bien que por quien tenga facultad para ello, se ordenase al Sr. Lugo que hiciese copiar exactamente todos los documentos relativos a Santo Domingo, del 1548 en adelante: que esos documentos se remitiesen a esta capital tan pronto como estuviesen copiados, i que aquí se publicasen, inmediatamente, empleando para ello un medio parecido al que se siguió para publicar los informes geológicos del Sr. W. Gabb. Queda entendido que el Ejecutivo debía recabar del Congreso los medios necesarios para realizar obra tan útil i conveniente”. Samuel Montefiore Waxman: “En experto consejo y orientación, debo mucho al Sr. D. Américo Lugo, reconocido generalmente como el más grande entre los hombres de letras vivos de Santo Domingo. Como muchos hispano-americanos, es un historiador al par que un artista creador y crítico, y tiene varios volúmenes manuscritos que aún aguardan editor. Es de esperar que algún Mecenas o alguna sociedad ilustrada de los Estados Unidos se presente y le ofrezca la ayuda financiera que permita la publicación de esas inapreciables contribuciones a la antigua Historia dominicana… Como bibliografías existentes, las Notas sobre nuestro movimiento literario, de Lugo, en su libro intitulado Bibliografía, y más recientemente, su prólogo a Pinares adentro (1929) de Pedro Archambault, son las más valiosas en la literatura dominicana”. (A bibliography of the belles-lettres of Santo Domingo, Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 1931). Erwin Walter Palm: “Permítame que le diga que he quedado profundamente conmovido por la lectura de sus manuscritos. Porque es raro que en estos tiempos de puro afán documental se cristalice un estilo monumental como Ud. lo ha encontrado, restableciendo el equilibrio entre lo que hay de científico y lo que hay de artístico en la obra del historiógrafo. ¡Qué placer en transformar en historia definitiva lo que fue recuerdo vivo! ¡Qué envidiable don! ¡Y qué cerca de los antiguos!”. Monseñor Adolfo A. Nouel: “Lugo es el Solís dominicano”. José María Chacón y Calvo: “Don Américo Lugo, autor de una excelente historia documental de Santo Domingo en los dos primeros siglos de la colonización, es un investigador formado de la mejor escuela, que concierta armoniosamente el tenaz esfuerzo erudito con el espíritu de la creación artística”. Eugenio M. de Hostos: “El asunto de las intervenciones está muy bien tratado; tan bien tratado, que su autor, como nosotros desearíamos, para darle una prueba de confianza en su juicio, en su talento y su doctrina, podría seguir desarrollando el tema”. Manuel Ugarte: “Es una obra (A Punto Largo) que se sale del nivel general y denuncia en su autor un gran espíritu generoso y alto. Si me entusiasma el fondo, no me agrada menos la forma: ésta muestra un buen escritor, aquél un buen ciudadano”. Contreras Ramos: “El hombre que dice, ’Gobernar es amar ̓, ya está juzgado”. 34 américo lugo | antología Manuel Arturo Machado: “Heliotropo no tiene, en su género, émulos en la literatura nacional, y puede resistir, con ventaja, la comparación con cualquiera obra análoga de Hispanoamérica”. (1903). Federico Henríquez y Carvajal: “Es un raro nido de pétalos, de astros y de alondras. Es un nido de celestes melodías”. (1903) “El paralelo que hago entre la primera y la segunda parte del renovado volumen de Heliotropo, no es óbice a la confirmación del concepto emitido por Machado. Digo, pues, que los nuevos poemas incluidos en el renovado volumen de Heliotropo superan, en emoción y en estilo, a los insertos en el pequeño volumen publicado hace siete lustros; y confirmo que Heliotropo no tiene, en su género, émulos en la literatura nacional… y puede figurar en el primer plano de la literatura américo-española. La flor del jacinto es el mejor regalo que ofrece a sus lectores el nuevo breviario y florilegio”. (1939). Pedro René Confín Aybar: “A principios del siglo un nuevo libro reanimó nuestra poesía. Era un libro en prosa: Heliotropo… Ningún libro nuestro de poesía contiene tanta corrección, tanta belleza, tal pulcritud. Los poemas de Heliotropo son bellos todos. ¿Preferencias? Las preferencias nacen del gusto personal. Yo selecciono Sor Teresa y Las hojas. Pero Sor Teresa y Las hojas no son las mejores. No hay mejor en Heliotropo”. Enrique Deschamps: “Es (Heliotropo) el libro más bello que se ha escrito en la República Dominicana”. Arturo B. Pellerano Castro (Byron): “No puedo poner en mi verso toda la poesía que hay en tu prosa”. Américo Lugo fue apreciado por el ilustre crítico Pedro Henríquez Ureña (Horas de Estudio, París, 1910), como “el primer prosador de la juventud antillana”; y el alto poeta Osvaldo Bazil, en su interesante ensayo Movimiento intelectual dominicano, Washington, D. C., 1924, estimó que “si dentro del actual ambiente de las letras dominicanas, discurriéramos por una escala de estricta selección, podría la República presentar al juicio extraño la suma de una trilogía consagrada, compuesta por los escritores Américo Lugo, Pedro Henríquez Ureña y Tulio M. Cestero, en la seguridad de que con ella obtendría Santo Domingo puesto de honor en la conciencia literaria de América y de España”. Hoy es don Américo Lugo, sin disputa alguna, el primer escritor dominicano; y si recorremos las páginas de nuestra historia cultural, evidenciamos que no ha tenido igual en nuestra tierra. Es el príncipe de nuestras letras. Vetilio Alfau Durán 35 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA ¿Es arreglada al derecho natural la prohibición de la investigación de la paternidad? Al Señor Don Eugenio María de Hostos, como prueba de que el discípulo no olvida al maestro. Américo Lugo. Señor rector. Señores miembros del Consejo. Señores jurados: “¿Es arreglada al derecho natural la prohibición de la investigación de la paternidad?” El azote de la sociedad, el monstruo social, la investigación de la paternidad. Lo han anatematizado conciencias repletas de impurezas: Napoleón, Cambacérès… Lo condenan aun los representantes de una sociedad muerta. La república de Santo Domingo también lo ha pisoteado. ¿Qué más hay que hacer? Pobre legislación la que echa sus cimientos en el polvo podrido de los tiempos, la que recoge en el pasado decrépito los elementos de su vida como la joven raíz alimento en secas rocas; aunque el pasado brotó genios y aunque la decrepitud del genio es sublime, la legislación pretérita, la mejor, la legislación romana no puede servir como legislación moderna. Legislación es expresión social, y, ¿puede ser la expresión social del siglo XIX la misma de los tiempos del Digesto? ¿Es el hombre de hoy el mismo para quien Justiniano compilaba? El cristianismo, las revoluciones de sentimientos y de ideas, las inmensas revoluciones de las necesidades y la potente acción de la gota de tiempo cayendo incesantemente, ¿no han cambiado la faz de la humanidad? Nuestro código es hijo del francés. Tiene todos sus vicios, sólo que, al ser adoptado por la joven antilla, tuvo que conformarse a sus estrechos límites. Títulos hay que son leyes muertas. La oscuridad que ya es grande en el padre, es completa en el hijo, y las materias que el legislador francés dejó truncas aparecen en el código dominicano más mutiladas todavía. Pero hacemos notar la superioridad de nuestra parte penal respecto de la francesa. Busquemos, pues, siempre que se trate de la historia, de la causa, del objeto, de la razón de nuestras leyes civiles, en el arsenal francés, no en el dominicano. El código dominicano no tiene antecedentes. Árbol trasplantado de muy lejos a nuestra región, nada nuestro nos dará el motivo de dar más sombra aquí, menos allá. Obra octogenaria que sobrevive entera por la fuerza de unidad que le dieron los hombres que la formaron, lucha aquí algo más de lo que en Francia lucha por retratar tiempo, ideas, sentimientos que ya no son los suyos. Un siglo nunca pasa impunemente. La legislación de 1804, con todas sus reformas francesas y dominicanas, se ha quedado detrás del derecho que avanza siempre, como avanza todo, por la ley del progreso. Ya no organiza, sino que en vez de organizar, perturba. ¿Y ha sido acaso buena legislación la de 1804, aun en el año mismo de 1804? ¿Se conformaba con su tiempo, con las ideas que la revolución prendió en el seno de la sociedad francesa, con los principios de igualdad y de equidad que hervían en el fondo de la razón? ¿Le dio el legislador el derecho natural como base, la moral como objeto? Compárese el código Napoleón con el código frustrado de la Convención, y se verá qué abismo media *Tesis exigida para la Licenciatura en Derecho por el Reglamento del Instituto Profesional de Santo Domingo. Publicada en folleto, S. D., 1889. Escrita a los 19 años, mereció un juicio crítico de D. Eugenio María de Hostos, en el cual éste transcribe “por su mérito literario,” el párrafo “Sólo hay un hogar, un hogar inmenso, de techo azul”, etc.; y también el párrafo relativo al análisis del Código Napoleón, “por su mérito lógico.” 36 américo lugo | antología entre los dos, abismo que, en todo un siglo de incesante moverse y adiestrarse, no ha podido salvar el código militante. Puede servir, y en efecto sirve para juzgar una obra cualquiera, el examen de sus autores: el hombre jamás está oculto, y su maldad o su bondad se imprime claramente dondequiera que deja la huella de su paso. Podríamos juzgar esa legislación haciendo comparecer a los que la amasaron: el primer Cónsul, el segundo, Portalis, Tronchet, Bigot de Préameneu, Maleville, Treilhard, Thibaudeau, Réal, Emmery, Albisson, Duveyrier… Pero ya que hay otros medios, dejemos dormir los muertos, si es que duermen. Para juzgar el código Napoleón basta examinar un solo artículo, el 340, que dice así: “Queda prohibida la investigación de la paternidad. En caso de rapto, cuando la época en que se hubiere realizado corresponda próximamente a la de la concepción, podrá el raptor ser declarado padre del niño, a instancia de los interesados”. Digamos ante todo que esta disposición se refiere al hijo natural, al triste hijo natural expuesto al abandono de su padre y sometido aun antes de nacer al abandono de la ley: el legítimo, por provenir del lazo legal del matrimonio, el mal llamado legítimo exclusivamente, pues que no hay más razón de llamarlo así que al hijo natural, puede muy bien indagar cuando le plazca quién es su padre. Considerando al hijo natural como el producto de una falta, la ley castiga en el inocente la falta de su padre, dando a éste la careta de la sombra ante la sociedad y la de la impunidad ante el hijo. ¿Es eso justo? No. El hijo no merece reproches de la ley por el hecho de no haber nacido del matrimonio de sus padres; si la ley ve en la ausencia del matrimonio una falta, culpe al padre, pero no haga sufrir las consecuencias al hijo que tiene, por ser hijo natural, más derecho a la protección de la ley que el hijo legítimo, porque, si en ambos casos hay un deber igual en el padre, en el caso primero el deber acrece con la falta. ¿Es moral? No. La ley sustrae al padre del deber que ser padre conlleva; priva al hijo del inapreciable consuelo de conocer a quien le dio el ser; rompe lazos naturales que son los verdaderos lazos de la familia, y todo eso es inmoral. La ley niega al hijo el ejercicio de un derecho que la moral le reconoce; hace suyo el abuso cometido por el padre en la madre de su hijo; fomenta instintos depravados, pasiones vergonzosas con el acicate de una escandalosa presunción en obsequio del escándalo, y todo eso es inmoral. La ley consiente en el matrimonio del padre con la hija, del hijo con la madre, del hermano con la hermana; el artículo 340, prohíbe formalmente la investigación de la paternidad. He ahí el amontonamiento de escándalos que la ley sustenta con el pretexto de evitar escándalos. La ley admite una excepción: el caso de rapto, cuando este corresponda a la concepción. Esta disposición no se refiere a la violación. Napoleón dijo que la ley debía castigar la violación, pero que no debía ir más lejos. El artículo 340, según un autor francés, establece la presunción juris et de jure, de que la mujer violada lo ha sido por otro que el violador. ¿Merecen mención los pretextos que se alegan para justificar la ley? Si se niega la existencia de pruebas, niéguese para todos los casos. Si se teme el escándalo, prohíbanse la denegación de paternidad y todas las acciones del mismo género. La distinción que hace la ley entre el hijo legítimo y el hijo natural no tiene razón de ser ante el derecho natural. Para éste todos los hijos son iguales y todos tienen iguales derechos. ¿Qué importan edad, condición, sexo, ante la naturaleza? La legitimidad consiste en el hecho de ser hijo, no en serlo bajo determinadas condiciones. Si todos los derechos del hijo fundados en los deberes del padre son de derecho natural, la investigación de la paternidad, permitida 37 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA por la ley a unos y negada a otros, es de derecho natural y la prohibición es absurda, pues todos los hijos son iguales. Para el derecho natural no puede haber privilegios: quédense éstos para el derecho civil, que siempre invoca la moral para apartarse del derecho natural. El principio de la moral es la libertad. La legitimidad del derecho positivo está en el derecho natural. El derecho positivo es la aplicación de todo el derecho natural posible a las relaciones humanas para hacerlas morales siendo libres. En cuanto se separe del derecho natural, todo régimen que establezca es inmoral y abusivo. Todos los hijos tienen derecho a ser reconocidos por sus padres porque la paternidad impone a éstos el deber del reconocimiento. Es el primero de los deberes paternos. ¡Y la ley que organiza la familia comienza por decir al padre: “Puedes renegar de tus hijos. Entre aquellos que son iguales ante tu corazón, puedes rechazar los que tu conveniencia te aconseje. Tu iniquidad quedará cubierta porque haré mía la responsabilidad de tus hechos”! Y la misma ley divide la familia estableciendo dos hogares: uno, para la familia que ella llama honrada, el otro, para la otra familia, para la no honrada. Absurda distinción. Sólo hay un hogar, un hogar inmenso, sin puertas, de techo azul, de una lumbre sola: el sol, de una sola autoridad: el amor. Allí van todos los hijos que vienen a la vida; todos llegan gritando, desnudos, con frío, y todos encuentran un puesto al sol, un pedazo de la lumbre común, y un pedazo de amor que los recoja. ¿Qué importa la fragua legislativa? La ley no puede imperar sobre la naturaleza. Los hijos crecen. Un día el mundo se acerca a ellos, a los inocentes, y les dice: “Vosotros no sois iguales. Habéis venido por el mismo camino, bebisteis en el mismo seno la leche de la vida, es cierto, pero ¡existe algo que se llama privilegio, que la moral impone! Los que tengan el privilegio de legítimos ejercerán todos los derechos que el nacimiento da. A los que no lo tengan se les restringirá el ejercicio de sus derechos, se les llamará hijos naturales, y por la tremenda falta de ser naturales, será potestativo a sus padres cumplir sus deberes respecto de ellos. Los hijos naturales pueden disputar: —¿Pero qué hemos hecho nosotros para que así se nos castigue? —Vosotros, nada. Pero vuestro padre pudo casarse con vuestra madre y no lo hizo. No sois pues de unión legítima. —Nuestro padre cometió, no casándose, una falta para la ley. Nosotros hemos nacido después. ¿Por qué hemos de sufrir las consecuencias de faltas que no cometimos? —Porque es justo. —Y ¿por qué es justo? ¿Es justo, acaso, que los hijos sean castigados por la falta de su padre? Si alguien merece castigo es nuestro padre, porque abusó de nuestra madre: ¿por qué la ley le premia permitiéndole sustraerse a sus obligaciones? —Porque es moral. —¿En qué consiste, entonces, la moral? ¿En seducir mujeres y tener hijos, y, amparándose en la ley, negar a las madres indemnización del daño, y a los hijos la cualidad de padre para hacer ilusorios los deberes más sagrados? Noción de justicia, moral, razón, naturaleza, todo lo atropella el artículo 340. Ese artículo, el 335, la teoría entera del hijo natural, deshonran el código que los contenga. La legislación clama reformas. Es menester adelantar, pero no lo es quedar estacionados. Permanecer quietos cuando todo el mundo avanza, es lo mismo que marchar hacia el pasado. La idea del derecho brotó en el siglo XVIII. No se ha pasado de ahí. ¿Por qué? Busquemos las razones en Francia porque nuestro derecho es el francés, y porque la Francia ha sustentado los obstáculos que en todas partes harían imposible la creación de la ciencia del derecho. 38 américo lugo | antología La gran revolución estableció en Francia un régimen de libertad, régimen que murió a manos de Brumario, la primera caída de la libertad. Se trata de nuevo de hacer leyes, mas no para consagrar el principio, caído, sino para desconocerlo: es innegable que el código Napoleón es un código restrictivo de libertad. Sin duda que había en Francia un espíritu guerrero semejante al romano. Y la Francia se puso a retroceder en el pasado, y trajo del pasado los elementos de su obra. No podemos negar que era difícil prescindir de ello: la misma Convención no pudo prescindir, pero se apartó, especialmente en el estatuto personal, de todo lo que era inferior a la concepción nueva del derecho. Mientras que Napoleón puso afán en recordar las formas angostas en que el hombre no cabe desde el siglo XVIII, la revolución buscó en el porvenir, y realizó en parte la libertad. Napoleón perseguía un objeto; la constitución Siéyes se prestaba, con una ligera enmienda. Los hombres relativamente liberales, Benjamín Constant, Ganilh, J. B. Say, y otros, fueron expulsados del laboratorio de la ley. Hecho con materiales de opresión, amasado por hombres de opresión, y respondiendo a un objeto de opresión, el código Napoleón fue promulgado. No era el producto de la revolución filosófica del siglo XVIII, siglo que en el camino de la libertad dejó huellas adelantadas y profundas; era la obra del despotismo que se cernía en Francia con el siglo XIX para borrar esas mismas huellas. ¿Qué mucho que el derecho no haya adelantado en Francia, que no haya podido formarse la doctrina, que la ciencia esté todavía en pañales? El decantado código, el adoptado por varias naciones, el adoptado en 1884 por la República Dominicana por considerarlo una obra monumental de legislación, no merece siquiera nombre de leyes. La ley del privilegio no es ley. El código Napoleón es un sistema de privilegios. Basta un ligero análisis para demostrarlo. Objeto primero de la ley civil: la familia. En el matrimonio, privilegio en obsequio del marido; en vez de la igualdad de derechos que la razón predica, la autoridad marital. Privilegio en obsequio de los ascendientes respecto de los contrayentes: en vez de fijar a la misma época en que el hombre adquiere el libre ejercicio de sus derechos el del derecho de casarse, la teoría del consentimiento, que falsea el matrimonio, porque aleja de él lo que siempre debe ser norma de la vida social: la conciencia plena de la responsabilidad de sus hechos en el que los ejecuta. En vez de declarar que los esposos son libres de reglamentar como quieran sus intereses pecuniarios, la ley establece regímenes matrimoniales, enmarañado sistema de privilegios absurdos a favor de cualquiera de las dos partes, y en el régimen de derecho común establece como base la desigualdad. En filiación, privilegio en obsequio de los hijos legítimos: en vez de declarar igual lo que igual es ante la razón y la conciencia, la teoría del hijo nacido fuera del matrimonio, el artículo 335, la prohibición de la investigación de la paternidad. En tutela, privilegio en obsequio de los incapacitados ordinarios, respecto de los nacidos fuera de matrimonio no reconocidos… Pero la extensión del análisis se sale de los límites de una tesis y basta lo aducido para probar de sobra que la obra que examinamos ni es legislación racional, ni es principio de libertad, ni puede tampoco servir para fundar ciencia del derecho. La filosofía de éste está por crearse; los fragmentos de una sociedad cuyo sepulcro se pierde en las nubes del pasado, la tradición romana y la del antiguo derecho están por abolirse; el verdadero espíritu de doctrina está por formarse; las bases de una buena codificación por discutirse, y la refundición de la legislación actual por intentarse. El hervidero inmenso que, en el fondo de las sociedades, estrecha y golpea, y deshace y funde los elementos de bronce del progreso, consume en vano su fuego en fundir la arenosa 39 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA piedra humana: húmedos de sudores, y hasta de lágrimas y sangre, salen de la eterna gestación los difíciles productos, y el régimen representativo junto con los derechos individuales y la federación aumentan la comunidad; pero el hombre no se funde con el hombre, y la verdadera igualdad nunca rompe el broche del ideal. ¿Será un dulce sueño irrealizable el que la ley corresponda a la noción más elevada del derecho que la razón concibe? En el pasado sólo se lee una palabra: abuso. Es la misma que se lee en el presente. ¡Rompamos, pues, la tradición, salgamos de nosotros mismos, e internémonos en el porvenir a fabricar la ley para nuestros hijos! He dicho. El Estado dominicano ante el derecho público* A mi Padre. El país. El pueblo. La historia La isla de Santo Domingo está compartida por dos Repúblicas: la Dominicana, dueña de las dos terceras partes de ella, y la de Haití, poseedora de la otra tercera parte. Haití es hija de Francia: el fundador de la parte Francesa fue Bertrand d’Ogeron, en 1664, ayudado de los filibusteros y bucaneros que desde 1629, tal vez desde 1627, se habían establecido en la isla de la Tortuga. Reconocida por España desde el tratado de Nimega, gobernada a veces por hombres eminentes como Ducasse, llegó a constituir una gran colonia cuyos límites fueron fijados en 1777 por el tratado de Aranjuez. En 1795 la isla entera fue cedida a Francia; pero arrastrados los negros de la primitiva parte de ésta por el mal ejemplo de la Revolución Francesa, concluyeron por matar a los blancos, destruir la colonia y declararse en 1804 en Estado independiente con el nombre de Haití. La República Dominicana es hija de España: el fundador de la parte española de la isla es el propio Cristóbal Colón, el cual la descubrió y colonizó. Después de haber alcanzado con Ovando y Fuenleal breve esplendor, la colonia decayó para siempre bajo el restrictivo y suspicaz sistema político español, el cual la aisló del comercio del mundo, dejándola a merced de los piratas, hasta que tras larga y gloriosa pero infecunda resistencia contra la creciente ocupación francesa, sirvió de refugio a los franceses después de la cesión de la isla a éstos. Permanecieron los franceses en la antigua parte Española bajo el mando del General Ferrand hasta 1809, en que Juan Sánchez Ramírez reincorporó dicha parte a España. El 1 de diciembre de 1821 fue proclamada por primera vez la independencia por José Núñez de Cáceres; pero pocas semanas después el nuevo Estado cayó inerme bajo la soberanía haitiana. En 1844 Francisco del Rosario Sánchez proclamó de nuevo la independencia, la cual se sostuvo en pie de guerra contra Haití hasta que, cansado de la lucha, el General Pedro Santana, imitador de Juan Sánchez Ramírez, lo incorporó de nuevo a España el 18 de marzo de 1861. Mas, convencida ésta de que los dominicanos no deseaban la anexión, se retiró el 11 de julio de 1865, dejando en la Historia un ejemplo digno de imitación. Proclamada por tercera vez la República Dominicana, desde el 16 de agosto de 1863, comparte hoy con Haití, como se ha dicho al comenzar, el señorío de la isla, invocando para la delimitación de las fronteras, el antiguo tratado de Aranjuez, cuyos límites dejaron de ser coloniales para convertirse en soberanos el 1 de diciembre de 1821, fecha de nuestra primera independencia. ¿Qué valor tiene, desde el punto de vista del Derecho Público moderno, este pequeño Estado dominicano que tantas veces ha declarado y afirmado con las armas su voluntad de ser independiente? *Tesis sustentada en la Universidad de Santo Domingo para el Doctorado en Derecho. Publicada en folleto, S. D., 1916. 40 américo lugo | antología El país El Estado dominicano ocupa un territorio insular. Nada más favorable que las islas para la formación de los Estados. Basta citar a Grecia. Y entre las islas del mundo la situación de la de Santo Domingo es envidiable. Parece el corazón del Nuevo Continente, y la reina del Archipiélago.1 Su extensión es de 50,070 kilómetros cuadrados, mayor que la de Bélgica, Holanda o Dinamarca,2 pero poca en realidad para esta época tan desfavorable a los pequeños Estados, cuya existencia es cada día más azarosa ante los absorbentes intereses de los grandes Estados imperialistas. La igualdad entre éstos y aquéllos es relativa. A la disgregación de los tiempos medios ha sucedido la agregación de pequeñas fracciones en vastas unidades. Las pequeñas fracciones aisladas representan un papel desairado, sólo por mera cortesía son consultadas y su vida misma pende, en las grandes conmociones, de un cabello. Aun los Estados pequeños mejor organizados descansan hoy sobre el acuerdo o la protección tácita de los grandes Estados. Su papel será siempre secundario en política, aunque no sea imposible que se convierta en gran factor de civilización, como lo fue Grecia, gracias a su incomparable unidad intelectual. El camino señalado por la razón y la historia para la República Dominicana es el de las alianzas: con Haití, su aliada natural, en primer término; y luego, siguiendo la geografía y el origen, guías seguros, con la República de Cuba. La poca extensión ofrece, en cambio, incontestables ventajas para la descentralización y el ejercicio de la democracia directa. El clima es cálido y húmedo. A las lluvias suceden las sequías, y frecuentes huracanes y ciclones destruyen las cosechas. El sol tropical es potente generador de pereza. Bajo sus terribles dardos el hombre se acoge instintivamente a la sombra de los árboles. A causa del clima, el estadista dominicano debe estimular el trabajo e inclinarse al proteccionismo. Condición adversa, también, es la fertilidad del suelo. El clima enerva; la fertilidad hace inútil el esfuerzo. Cesa la necesidad. Sólo actúan las pasiones. No existe el ahorro. La desproporción entre los patrimonios es excesiva. No hay barreras. El pueblo es un montón informe. Jornaleros y obreros son alta clase, porque no existe clase media. El territorio, en cambio, es montañoso: Haití significa tierra alta. El valle de la Vega Real es “cosa de las más admirables del mundo”.3 Una multitud de ríos y lo vasto del litoral marítimo, son, también, excelentes condiciones. Pero la falta de vías de comunicación mantiene la separación. El provincialismo reina en las regiones. La ignorancia se perpetúa en lo interior. El producto no paga su transporte. No hay mercado, ni existe la ley de la oferta y la demanda. El pueblo Los primitivos habitantes de la Española, a pesar de sus caciques, nitaínos y buitios, no parece que hayan tenido más aptitud política que los demás indios. Los descubridores, pueblo mezclado, menos ario que semita, aunque incomparablemente superior a la raza conquistada, no eran los más perfectos representantes del espíritu público en Europa. Además, el fervor político de la metrópoli se enfriaba con la travesía del Atlántico, y bastardeaba bajo la influencia del ambiente americano. La fuerza de la poderosa mano central hería casi 1 “La nature a placé notre isle presque au milieu de toutes les autres qu’on diroit n’etre qu autant de Dames d’atour qui l’ accompagnent par honneur et qui semblent lui faire la Cour comme a celle qui merite un jour de leur commander”. (Persel, P. Le Pers., mission. a St. Dom. Histoire Civile Morale et Naturelle de l’ Isle de St. Domingue. Manuscrita en la Sala Mazarin de la Biblioteca Nacional de París). 2 C. Armando Rodríguez, Geografía de la Isla de Santo Domingo o Haití, p.226. 3 Las Casas, Hist. de las Indias. 41 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA siempre en el vacío. Los negros contribuyeron a la relajación de las costumbres públicas. El establecimiento de los franceses en la parte occidental habría podido señalar algún progreso; pero la parte española no les imitó en el trabajo agrícola y continuó el pastoreo. Al crearse el Estado dominicano, de estos elementos antropológicos habíase formado una variedad predominante: el mulato. Esta variedad constituye hoy el elemento criollo por excelencia. Los negros ocupan el segundo y último lugar. La raza blanca pura está representada casi exclusivamente por extranjeros. Entre éstos abundan los turcos, los cocolos, los chinos y los haitianos. El pueblo dominicano es tan mezclado como los pueblos que más han figurado en la historia; pero es de dudarse que saque verdaderos a los antropólogos cuando afirman que “cuanto más mezclado es un pueblo, tanto más fecundo y apto es para la civilización”.4 Un pensador dominicano que en el primer período de su vida tuvo tendencias a producir obras maestras,5 describe en un folleto admirable la vida de nuestros campesinos, raza de ayunadores que vegetan sin higiene, presa de las enfermedades más repugnantes, que a causa de su imprevisión, su violencia y su doblez son, por lo general, incestuosos, jugadores, alcohólicos, ladrones y homicidas. Explica López cómo la raza conquistadora perdió, al arraigarse en Santo Domingo, la costumbre de comer lo suficiente, por la frugalidad de los vencidos y la resistencia física del negro.6 Para la época de la Independencia, las guerras, que antes habían sido concausa de la degeneración, vinieron a ser su efecto permanente, destruyendo la riqueza y habituando a la delincuencia.7 Desde el punto de vista político, la violencia resuelve las cuestiones públicas en el campo de batalla, como las personales por el revólver o el puñal. “Cuando el interés de la República y el particular suyo le exigen más cordura y más comedimiento, sigue la bandera del primero que lo embulla… Jamás da su verdadera opinión si la tiene… En elecciones, en guerras, casi todos los jefes rurales se comprometen con ambos contendientes, reciben mercedes de ellos, les prestan por mitad su gente; y sólo se deciden formalmente por uno cuando ven al otro completamente perdido o inexplorable”.8 En cuanto a la población urbana, no existe la clase media, granero de ciudadanos, orden político perfecto, centro de las masas, contrapeso y equilibrio de los unos, guía y defensa de los otros. Todo es clase elevada y clase inferior. Esta carece de freno, aquella de seguridad. Llámanse estas clases sociedad de primera, y sociedad de segunda. De primera son los ricos, los gobernantes mientras gobiernan, los hombres muy instruidos, los profesionales sobresalientes. Para esta elevación importa poco la clase de medios empleados; el apellido apenas cuenta; los antecedentes no se consultan, la solidaridad no existe, la reputación no es timbre, la edad no se respeta y el crimen mismo no es mancha perdurable. De segunda clase son los obreros, excluidos en general de la primera y que no constituyen ninguna fuerza colectiva; los jornaleros y los proletarios. Amparada en las frecuentes conmociones revolucionarias, irrumpe violentamente en las más altas esferas de la vida social y política y por un momento las domina y señorea, a la manera de la encrespada ola sobre el peñasco inaccesible al mar sereno. Esta clase y la de los agricultores, que nunca deberían ser clases gobernantes sino gobernadas, han dado altos funcionarios y aun jefes del Estado. Inútil es decir que estos han sido los peores. El habitante de las ciudades, casi tan frugal como el de los campos, es Altamira, Hist. de Esp. t. 1. José Ramón López. 6 La Alimentación y las razas. 7 Ibídem. 8 Ibídem. 4 5 42 américo lugo | antología imprevisor, perezoso, sensual, orgulloso y violento. La clase elevada no carece de cultura literaria; pero su cultura científica y artística es muy deficiente. ¿Qué aptitud para el Estado se derivan de tales condiciones? Oigamos al estadista más sabio y de más templanza de la República: “esa masa caótica de crímenes y de sangre” que se llama sociedad dominicana, como la definió un día el senador norteamericano, no se depurará definitivamente sino por el buen sentido junto al continuo esfuerzo vigoroso de los buenos dominicanos, que por desgracia no son muy numerosos. No lo son efectivamente, porque la mayor parte de los dominicanos son seres enfermos, inficionados de vicios morales o de ilusiones que falsean completamente su esfuerzo intelectual…9 Planta exótica, la libertad, en nuestra tierra, en donde todas las condiciones biológicas parecen serle adversas, clima, medio social, tradiciones, leyenda, raza, confusión de elementos étnicos, educación incipiente o violada, desarrollo individual exiguo, desenvolvimiento mental reducido; cuánto esmero no reclama su cultivo para que no perezca en el ensayo de aclimatación…”10 ¿Queréis que un pueblo que ha vivido en la atmósfera de la inmoralidad pública y la injusticia, que está inficionado de vicios, de errores fundamentales, que no conoce más prácticas gubernativas que las que en estas tierras han podido perdurar, las de la tiranía; que está revuelto siempre por ideas subversivas contra el orden gubernativo instituido, sea éste bueno o malo, poco importa; queréis que un pueblo semejante, que carece en absoluto de tradición aprovechable y de educación se convierta de un día a otro, surgiendo de la noche de los horrores todo estropeado, harapiento, hambriento, con el rostro pálido y demacrado a la mañana deliciosa de un despertar inesperado, se convierta, lo repetimos, en un pueblo adulto, robusto y sano, lleno de vigor moral, con ideas justas, con nobles propósitos, con hábitos sociales y políticos que le permitan dar en su nuevo género de vida la misma notación de los pueblos que como Suiza, Inglaterra y los Estados Unidos de América, no sólo necesitaron siglos para llegar ahí, sino que contaban con elementos étnicos superiores por una preparación y una adaptación lenta y natural al medio geográfico y al medio internacional?11 La Historia La Española no tenía representante en las Cortes12 y su Gobierno reposó siempre en la voluntad del monarca, cuyo órgano inmediato era el Real Consejo de Indias, el más vasto tribunal que recuerda la historia, con jurisdicción completa y absoluta sobre la administración de las Indias, y al cual estaba subordinado el ministerio mismo de Indias. Ejercíase la autoridad real en la Colonia por medio de un Gobernador y Capitán General y Presidente de la Real Audiencia de la isla Española, cargo que recaía por lo común en militares, aunque fue desempeñado aun por obispos. Este funcionario proveía sólo a lo militar, ayudado por un Comandante de Armas que lo reemplazaba en ocasiones; asesorándose para el buen gobierno y policía de las ciudades, de la Audiencia, a la cual competía la administración de justicia. La de las finanzas correspondía a tres Oficiales Reales. No parece que los cabildos y regimientos, compuestos de dos alcaldes y doce o seis regidores, hayan tenido una vida brillante y eficaz, aunque elevaban representaciones a S. M. en los casos graves y a veces con valor y decisión. Entre las excelencias del sistema colonial español merecen ser señaladas la temporalidad de los cargos y el pase de una Audiencia a otra; la residencia o examen de la Francisco Henríquez y Carvajal, El Liberal, 24 de oct. 1900. Edición del 26 de oct. del 1900, El Liberal. Ibídem. 12 El 21 de febrero de 1813 fue nombrado diputado a Cortes por Santo Domingo Don Francisco Xavier Caro. 9 10 11 43 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA conducta de todo funcionario cesante; el favor acordado a la prueba testimonial, el derecho de constatación por la Audiencia de los servicios prestados y la democrática costumbre de escribir el súbdito libremente al rey. Regíase la colonia por las famosas Leyes de Indias, perfumadas por el aliento de Las Casas. Si permanecían mudas, hablaban las de Castilla. Del rey emanaban nuevas leyes y cédulas, ésas para seguir al derecho en su evolución; éstas para explicar leyes preexistentes. Muy temprano fueron declarados comuneros los terrenos de la isla, daño que aún hoy surte sus efectos. El habitante fue pastor cuando pudo haber sido agricultor. La prohibición del comercio con los extranjeros era absoluta. La Casa de la Contratación hizo de Sevilla la heredera de los beneficios del Descubrimiento, adjudicándole el monopolio del comercio colonial, que luego pasó a Cádiz. Las necesidades de la isla no podían ser satisfechas. La piratería perturbó entre la metrópoli y la colonia relaciones que la decadencia de ésta hacía cada vez menos frecuentes. Comenzaron los rescates, y, para impedirlos, el gobierno español no vaciló en destruir las poblaciones del litoral. Este crimen mató la isla. El establecimiento de los franceses en ella dióle nueva vida. El ganado tuvo un mercado. Organizóse el contrabando y la colonia española se levantó de nuevo ayudada por el enemigo mismo que procuraba suplantarla. La cruzada contra el usurpador proseguía sin cesar, atizada por las declaraciones o rumores de guerra entre las metrópolis, pero nunca extinguida por los tratados de paz. Sólo hubo tregua hasta cierto punto cuando subió al trono de España un príncipe francés. Así se formó el genio belicoso que aún anima hoy al pueblo dominicano, cuyos arreos y descanso fueron siempre las armas y el pelear. A cada acto de usurpación de terreno de parte del francés, respondía el español con otro de sonsaca de esclavos franceses, con los cuales se fundaron pueblos como el de Los Minas. Montero, lancero y contrabandista, el criollo español, bajo un gobierno semipatriarcal que toleraba y hasta encubría sus fechorías contra los franceses, desarrolló las tendencias individualistas de la raza española y los torpes instintos de la raza africana. Valiente, fino y leal en yendo de España, solía mostrarse cruel, jactancioso y servil con sus vecinos, a quienes no perdonaba ocasión de vengarse por la usurpación del territorio. El tratado de Aranjuez puso paz al fin entre ambas colonias; pero la Revolución Francesa repercutió en la de Francia con nuevos y no imaginados horrores. La alta y sombría figura de Toussaint L’Ouverture se alzó y lo dominó todo, recibiendo al cabo las llaves de la invicta y, por decirlo así, sagrada ciudad de Santo Domingo. Con esto emigró la flor de las familias para siempre; que no lograron que volviesen los resonantes triunfos de la Reconquista. Reducida a escombros la que antes era modelo de colonia, pasmo de naciones y delicia de su metrópoli, estableciéronse los franceses en la antigua parte española cuyos negros había preservado del contagio revolucionario la prudencia del gobernador Don Joaquín García y la noble templanza del carácter español. Echólos de allí para colocar de nuevo a España, un precursor de Santana el Anexador. Mas ¿a qué repetir lo ya dicho en la introducción? ¡Grande debió de ser la incapacidad para el Estado del pueblo que soportó durante un cuarto de siglo yugo tan ominoso como el haitiano! Pero aun los pueblos degradados tienen su libertador. La víspera misma de caer en manos de Haití, Núñez de Cáceres había levantado el suyo al cielo de la independencia. Juan Pablo Duarte recogió esta aspiración de Núñez de Cáceres y Francisco del Rosario Sánchez la selló con el cuño de su alma en las piedras del Baluarte. El Estado dominicano no nació viable. Murió asfixiado en la cuna. Proscriptos salieron los padres de la patria, condenados por el crimen de haberla creado. Un valiente hatero –hijo de un soldado de Palo Hincado– se apoderó del poder. Uno de sus amigos, hombre ilustrado, pero 44 américo lugo | antología adversario de la idea de independencia, se lo disputó. Ambos se rodearon de facciones; ambos defendieron contra Haití el territorio; ambos buscaron ansiosamente el protectorado o la anexión; ambos ensangrentaron el país; ambos provocaron o consintieron humillaciones para la República. Los rasgos más salientes de la época son el ejercicio absoluto de la fuerza, el abuso de la pena de muerte, la insolencia de los cónsules extranjeros, las misiones con propósito de anexión, la ingratitud hacia los fundadores de la República, la absoluta falta de conciencia nacional. Santana creyó extinguir con las ejecuciones de 1845, 1847, 1855 y 1861, la idea de la independencia, flor de la solitaria mente de Núñez de Cáceres, recogida y cultivada por Juan Pablo Duarte; pero la idea brilló un instante en la frente de los hombres del 7 de julio de 1857. Santana se apresuró a suplantarlos, envió al General Felipe Alfau ante S. M. Católica, a Don Pedro Ricart y Torres a La Habana y entregó la República a España. Séame permitido detenerme en el umbral de la historia contemporánea, campo movedizo cruzado de senderos todavía sin término. Basta decir que este segundo período de independencia es una repetición del primero. El personalismo llevó a la antigua República de error en error, al 18 de marzo de 1861. El personalismo nos llevará de nuevo, de error en error, a la pérdida de la nacionalidad. El 29 de noviembre de 1869 se firmó un nuevo tratado de anexión que no tuvo efecto. El 9 de agosto de 1897 se agregó sin causa, ni objeto ni motivo un millón quinientas mil libras a la deuda. La influencia americana apareció al fin con la Improvement en 1892 y ha dado por fruto la Convención de 8 de febrero de 1907 y el gran empréstito de 1908. La importancia y delicadeza de nuestras actuales relaciones con los Estados Unidos de América no han menester encarecimiento. La proximidad de esta gran nación, la triunfante doctrina de Monroe, su política panamericana, su expansión imperialista, su culpable apartamiento de sus generosos fundadores, la ocupación de Puerto Rico, su control en Cuba, la dolorosa situación presente de Haití, todo mueve a la reflexión y a la cordura. Sin embargo, la República Dominicana corre a su ruina. De la lección atenta de la historia se deduce que el pueblo dominicano no constituye una nación. Es ciertamente una comunidad espiritual unida por la lengua, las costumbres y otros lazos; pero su falta de cultura no le permite el desenvolvimiento político necesario a todo pueblo para convertirse en nación. El pueblo en que él se opera, aunque no constituya Estado, está en vísperas de formarlo, va a fundarlo. Aquel en que todavía no se ha operado, aunque proclame el Estado y lo establezca y organice, no logra constituirlo. La infancia no puede ser adulta por su propio querer. El Estado dominicano refleja lo que puede, la variable voluntad de las masas populares; de ningún modo una voluntad pública que aquí no existe. El pueblo dominicano no es una nación porque no tiene conciencia de la comunidad que constituye, porque su actividad política no se ha generalizado lo bastante. No siendo una nación, el Estado que pretende representarlo no es un verdadero Estado. Conclusiones Por la posesión de un territorio demasiado fértil bajo un clima tórrido, la deficiencia de la alimentación, la mezcla excesiva de sangre africana, el individualismo anárquico, y la falta de cultura, el pueblo dominicano tiene muy poca aptitud política. El hombre de Estado debe dirigir sus esfuerzos a aumentar esta aptitud contrarrestando esas causas. Aun con su corta extensión y sus defectos naturales, el país podría servir de asiento a un Estado, siempre que una reforma constitucional que ya comienza a ser tardía, restringiese la enajenación de la propiedad territorial en manos extranjeras. Aunque el concepto del imperium sea esencialmente distinto del dominium, en los Estados pequeños la pérdida de la propiedad privada implica la 45 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA pérdida de la soberanía. Lo que con sus actuales defectos de ningún modo puede servir para la formación de un Estado, es el pueblo dominicano. Hay que transfundirle nueva sangre. La inmigración tiene aquí la importancia de los cimientos en el edificio. Las leyes deben tener un carácter tutelar. Puesto que el pueblo es incapaz de gobernarse y que no quiere después de cincuenta años de independencia, ser gobernado por un Estado extranjero, la minoría ilustrada, que es su más noble elemento, que forma un embrión de Estado, debe constituirse en partido político, menos para aspirar a gobernar las masas que con el propósito de educarlas y suplir la de otro modo inevitable intervención extranjera. En vez de ser lo que hoy disgregada es, puente echado a los pies del primer jornalero audaz victorioso en las luchas fratricidas, esa minoría, suerte de transitoria aristocracia, sería valladar indispensable contra la clase inferior que vive sin freno asaltando el poder a toda hora. Los partidos políticos no deben tener aquí por objeto el gobernar, sino preparar al dominicano para el ejercicio por ahora imposible del gobierno republicano, democrático y representativo, a fin de ir realizando poco a poco este ideal de nuestra Constitución. Defensa de S. Williams* Un hombre cualquiera comete un delito, es aprehendido, se le instruye proceso y se llama a un abogado para que lo defienda. ¿Por qué se busca un hombre honrado e ilustrado que represente a un bribón, un asesino, un bandolero? ¿Por qué la ley, dudando de sí misma y de los jueces que ella misma escoge, declara sagrado el derecho de defensa? ¿Por qué se viene aquí, en el instante supremo, a presentar ante la sociedad, control anónimo pero respetable, el severo plenario de una causa secretamente instruida? Se busca, se declara, se hace todo esto, por el mismo motivo que hace que el abogado mire con respeto aun al acusado del peor de los delitos, que al juez le tiemble el corazón si no la mano, al firmar la sentencia del malhechor más convicto y confeso. Este motivo poderoso, insuperable, es la duda, la tremenda y silenciosa duda que surge lentamente de la conciencia humana, muralla formidable contra los asaltos de las pruebas, tanto más formidable cuanto estas parezcan más convincentes y expresivas. Esta duda es sagrada. Honra al género humano. No es la duda de un hecho, que se tiene por cierto; nace de la certidumbre misma del hecho cometido. Es el saludo respetuoso de la razón ante la responsabilidad de un juicio, de la libertad ante la ejecución de un hecho. Es la protesta callada y solemne que el corazón eleva, pugnando por ausentarse de estos sitios donde la fragilidad se convierte en resistencia para el que juzga, la resistencia en fragilidad para el juzgando, y la falibilidad, pensión invencible del entendimiento, se convierte, a usanza papal, en arma para el poderoso en vez de escudo para los miserables. Es la plegaria del alma dolorida ante las miserias del mundo, perfume purificador, humo sagrado que busca las azules y serenas regiones del perdón y del olvido. El ánimo fuerte, el pecho varonil, el espíritu vigoroso se rebelan, ¿por qué no decirlo?, contra este aparato teatral combinado y preparado con antelación, que constituye la justicia *A Punto Largo, S. D., 1901, pp.83-90. Con esta defensa ocurrió lo que sigue: “En la audiencia de S. Williams, del Tribunal de Primera Instancia de Monte Cristy, que tuvo lugar hacia 1895 más o menos, siendo yo Alguacil de estrados, sucedió que cuando el licenciado Lugo acabó de leer la defensa, en el momento en que iba a formular las conclusiones, fue interrumpido por los aplausos del público que llenaba la sala, de tal manera, que por fin el Juez de Primera Instancia que era Don Ezequiel García, el secretario que era Salvador Dionisio Carvajal y el Fiscal que era Francisco Emilio Reyes, se levantaron y unieron sus aplausos a los del público y yo también, de modo que todo el Tribunal aplaudió”. Euclides González. Ciudad Trujillo, enero 12, 1946. 46 américo lugo | antología penal moderna, con sus códigos de cien años ha, con sus procedimientos siempre bárbaros por lo subrepticio y dudoso, donde como si no fueran hombres, es decir, barro frágil y lodo y podredumbre, los hombres vienen a representar una tragedia de Shakespeare, o a realizar un sacrificio parecido a los sacrificios humanos con que los salvajes apagan la cólera de los dioses o imploran su misericordia. Cuanto más no valía, antes que ejercer una pública venganza de un agravio particular, dejar que el juicio de Dios decidiera entre el ofensor y el ofendido. Al menos esta venganza resultaba más legítima, dejaba independencia y personalidad al culpable, y se desplegaba ante la curiosidad pública con todos los atavíos de las armas y con todo el esplendor de la gloria. ¡Pero hoy…! Para castigar un delito, cometido tal vez en hora súbita, se reúnen los hombres a fraguar despacio, tranquilamente, otro delito mayor, porque si el malhechor arriesga la vida en cada uno de sus pasos, la omnipotencia de la ley no arriesga nada y gana, en cambio, aplausos y condecoraciones. Bentham se disgustó del ejercicio de la profesión de abogado, dedicándose luego a mejorar las leyes. Si hubiera sido juez, habría preferido sentarse junto al acusado antes que juzgar a sus semejantes. El banquillo es el único puesto humilde donde la sabiduría, libre de la presunción y errores terrenales, y la prudencia, libre de toda pasión mundana, encontrarían su más cumplido asiento. Un filósofo entrando a este recinto, Sócrates, el dios pagano o Platón el divino, dudo mucho que escogiera el sitio de donde se descargan los rayos de la ley. Imaginaos una paloma blanca batiendo sus alas puras en este ambiente: después de revolotear sobre nuestras cabezas orgullosas, iría a posarse junto al acusado, es decir, al lado de la debilidad y la ignorancia, porque la ignorancia y la debilidad constituyen la inocencia, inocencia no menos digna de respeto cuando produce crímenes, que cuando sólo exhala el aroma estéril de la continencia o el fecundo aroma de la virtud. Si la historia de la pena es una abolición perpetua, las ciencias contemporáneas han cavado ya el ancho sepulcro donde irán a sepultarse, en breve, los restos de ese andamiaje siniestro sobre el cual se yergue la justicia penal con todos sus errores. Con la mano sobre el corazón, más de un juzgador de sus semejantes, heridos los ojos por la ley de los estudios sociales, herida el alma de pesar inmenso, está preguntándose a sí mismo con qué derecho condena a la cárcel dura o envía a la horca infame a quienes no son ni pueden ser esclavos suyos ni esclavos de la ley, cuando la ley ni los mantiene, ni los instruye, ni los salva de la mordedura rabiosa de la herencia; con qué derecho pone su inteligencia al servicio de la severidad en vez de ponerla al servicio de la piedad; con qué derecho se va a agostar voluntariamente las fuentes de la vida humana en vez de abrirles ancho y venturoso curso; con qué derecho detiene la corriente del trabajo, del amor y de la dicha, y lleva a un calabozo un ideal, y amordaza las energías del espíritu, y abate el vuelo de las almas; con qué derecho, en fin, dispone de lo que no es suyo, confiscando, multando, encarcelando, matando, obligando a retractaciones que ofenden el honor, hiriendo así a título de castigo, como un legionario de César, sobre las frentes inmaculadas de la libertad y la justicia misma cuyo nombre invoca? Si en tu nombre, Libertad, se cometen tantos crímenes, ¡cuántas injusticias, oh, Justicia, se cometen en tu nombre! Innúmeras, como las estrellas del cielo, como la arena de las playas dilatadas, como los pasos del tiempo, como las olas que causan los naufragios; irreparables, como el choque ciego y violento de las fuerzas de la pujante, salvaje naturaleza; avasalladoras como el remordimiento que provocan, son las sentencias que el hombre ha pronunciado sobre el hombre desde que pudo creerse no mejor sino más fuerte que aquel a quien condenaba. El castigo sustituyó a la venganza como los dorados reflejos de un incendio a 47 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA las ondas impetuosas de una inundación. Mal por mal, preferible es al castigo la venganza, más personal y sincera y por tanto más humana. El hombre es animal que no escarmienta: el castigo es flor siniestra que ha necesitado para brotar que el hombre haya aguzado sus instintos y educado sus pasiones sin corregirlas, formando la trama en que viven enredados los malvados. La venganza es la flor, a menudo bella, de la tumba, que espontáneamente brota así para los dioses como para los pecadores y en cuyo perfume insiste a las veces el aliento del heroísmo y la nobleza. No es la venganza, y menos el castigo, lo que necesita el delincuente y lo que el hombre que se llama juez y la ley que se llama obligatoria deben proporcionarle. Es la corrección, mediante la instrucción sana y vigorosa que mejora el alma con el entendimiento. El nivel del corazón no se levanta de la jurisdicción del vicio hasta las regiones donde reina la pureza, sino llevado de ese lazarillo que llamamos inteligencia. La vida afectiva tiene que ser necesariamente defectuosa, allí donde la vida intelectual sea casi nula. Los movimientos del afecto son siempre provocados por un destello de razón que da la medida de su valer. Esta luz, antorcha de la vida, faro de nuestro destino, es estrella que guía al alma al cielo de la virtud, que el alma sigue y no abandona sino con la muerte, dispuesta a ser así su víctima como su protegida. Castigue quien se atreva en una época en que no hay padres que no sepan que no deben castigar a sus hijos; castigue el juez que quiera trocar su misión de padre por la de verdugo. Mas, si la razón le guía tanto como el reflejo dudoso de leyes muchas veces faltas de toda razón, absténgase de castigar, en lo posible; trate de que su ministerio sea fecundo en buenos consejos y buenas obras; piense que más vale una palabra persuasiva para el corazón empedernido, que el más fiero castigo que martirice esta noble entraña sin conmoverla. Mientras el hombre no se despoja de esa arma fratricida que se llama ley penal, mientras lo que se gasta en cárceles no se consuma en escuelas de corrección, busque el juez con ánimo celoso en el tenebroso bosque de los artículos del Código, no la encina sino el arbusto donde ahorque los principios y naturales derechos que la ley le manda colgar arrebatándolos a un miserable para servir de escarmiento a otros miserables. No aplique nunca pena máxima, sino pena mínima, defienda al reo de las asechanzas de la ley y regálese el corazón con las atenuaciones que su inteligencia sepa hallar. ¡Todo lo que pueda mejorar la condición del reo, es una perla que el juez ostentará orgullosamente en su birrete, una cinta de honor que ostentará en el ojal de su toga, toga y birrete que simbolizan al hombre sabio, al hombre piadoso, al hombre prudente, al hombre justo! De la intervención en Derecho Internacional* Existe una sociedad natural de naciones como existe una sociedad natural de individuos en la familia, una sociedad natural de familias en el municipio, una sociedad natural de municipios en la provincia y una sociedad natural de provincias en la nación. Indudablemente el individuo es el sujeto primordial de cuantas sociedades naturales existen; mas como en cada una de las sociedades enumeradas va desarrollando facultades y aplicándolas en la *A Punto Largo, S. D., 1901, pp.103-141. Trabajo leído en el Liceo de Puerto Plata, el 11 de diciembre de 1897. En esta obra sólo reproducimos un fragmento. Este trabajo fue uno de los que escribió el autor “a la hora de la Contienda de Cuba con España”. En él se toca la hoy palpitante manera de cómo debería ser organizada la vida de relación entre las naciones. De lo expuesto aquí se deduce cuán anticientífica es la actual organización de la ONU. 48 américo lugo | antología sociedad inmediatamente superior, resulta que el espíritu individual en la familia es ya diferente al espíritu individual en sí, como en el municipio es ya distinto al que informa la familia, elevándose gradualmente, tanto mejor cuanto mejor organizados constitucionalmente estén los medios sociales naturales, hasta formar el espíritu nacional que, comprendiendo todas las facultades del individuo, le presenta como sujeto de la sociedad internacional. Cada asociación natural forma, pues, un ser complejo con vida propia y particular que viene a ser como laboratorio de otra vida social más comprensiva. Sendas series de instituciones diversas van realizando las funciones cada vez más complicadas de la vida de esas asociaciones, y todas juntas bastan a realizarlas por completo dentro de los términos de la nación, que constituye así uno como laboratorio inmenso de vida universal. El conjunto de instituciones políticas denominado Estado es también el encargado de poner en la comunidad del mundo el espíritu vital de la nación, expresión de toda su actividad interna, y ello, desde luego, no de conformidad a un plan constitucional sino arbitrariamente. Lo que podría llamarse gobierno internacional se cumple como función accesoria de gobierno nacional. De todos modos, la organización actual del mundo, muchísimo mejor que la del mundo antiguo, en que la actividad interna no salía afuera sino en son de conquista o atropello, ha creado cierta comunidad de derecho entre las naciones y hecho de cada una de éstas un ser jurídico igual a todas. Así, la suma de naciones constituye la familia humana, como la suma de asociaciones que integran la nación constituye la familia nacional. La misma capacidad de realizar por medio de funciones propias el destino nacional de los individuos ciudadanos, da a toda nación derecho absoluto para ejercer todos los derechos nacionales naturales de la vida internacional al modo que, en la corporación nacional, el ciudadano ejerce sus derechos individuales naturales sin restricción de ninguna especie. Aunque aquellos no aparezcan o no estén bien definidos, como están éstos, en las constituciones de los pueblos, no habría razón para desconocerlos: la nación constituye el elemento primero de nuevas asociaciones, las confederaciones, realizadas hasta hoy sólo excepcionalmente en la historia, por no haber llegado los pueblos a su completa organización jurídica interna. Para que el derecho de las naciones pueda existir, se necesita que el derecho reine en su interior. La fuerza individual, dice Ihering, engendró el derecho: dijera el poder individual y sus palabras representarían mejor su idea profunda e intensa. El derecho individual engendró el derecho de la ciudad; el derecho de la ciudad, el derecho de la nación: el derecho de la nación es, pues, el que puede engendrar el derecho internacional. El derecho positivo internacional será obra del derecho positivo nacional público y privado. Definidos y consagrados derechos y deberes de la vida internacional, ejercidos los nacionales naturales directamente por el gobierno nacional, los demás por delegación de función gubernativa internacional propia y distinta de las funciones de gobierno nacional, mediante ampliación de la función electoral, creación de una segunda cámara legislativa para fines internacionales, refundición completa del actual sistema diplomático en función ejecutiva internacional y ejercicio de la función judicial internacional por arbitraje electivo y temporal, las intervenciones, producto de la fuerza, consecuencia del estado de desorganización de la vida interna y externa de las naciones, desaparecerán ante el ejercicio constitucional del poder internacional. Hay en las palabras fuerza y poder un abismo: fuerza no es medio de derecho para individuos ni naciones; poder es medio de organización jurídica tan eficaz para éstas como para aquellos: mas es cierto que mientras la fuerza pueda introducirse por los resquicios de la organización jurídica interna para disputar al poder el ejercicio del derecho, será utopía, no ideal, pensar en la capacidad de la sociedad internacional para anular las tentativas de fuerza de cualquiera nación aislada. 49 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA La intervención no es un derecho ni un principio, sino un derecho y un principio de fuerza admitidos en la práctica y teorías internacionales ya como derecho común, ya como derecho excepcional que encuadra bien en el régimen general de conducta egoísta y brutal que aquella acusa y estas aconsejan; un modus procedendi, al cual apelan casi siempre los fuertes para abusar de los débiles, casi nunca los débiles contra los fuertes; una puerta de Jano por donde toda nación puede penetrar a voluntad en el templo que Rómulo erigió a la paz y que los romanos dejaron abierto para que no lo cerrara nunca la posteridad. Grocio, escritor de genio y padre del derecho internacional, condena las intervenciones. Mientras no aparezca otro escritor de genio en tal materia, mientras no estalle una como nueva Revolución francesa, mientras la fuerza rija las relaciones internacionales, el principio de intervención no podrá ser rechazado como arbitrio capaz en casos determinados, como todo arbitrio, de eficacia y salvación. A medida que el derecho y el poder vayan sustituyendo a la arbitrariedad y a la fuerza, las intervenciones irán perdiendo la virtud funesta que también tiene todo arbitrio, de servir al interés egoísta de las naciones. Las intervenciones jurídicas vendrán. Así como los individuos capaces de su derecho terminan por no auxiliarse para despojar de él a nadie, por el mismo caso las naciones acabarán por no intervenir sino en defensa del derecho. Las intervenciones están, pues, llamadas no a pisotear las nacionalidades sino a desarrollar el sentimiento de solidaridad entre los pueblos. Sirvieron de herir a Polonia en el corazón, llagado ya de las heridas profundas que esta nación suicida se infiriera; pues han de servir para curar a su propia víctima, y en no lejano día. Louis Blane, levantando la bandera polaca al tiempo que hablaba sobre la emancipación de las nacionalidades en la Asamblea francesa, es para mí imagen de la posteridad reparadora. Comienza apenas la aurora de otro siglo; en el cielo europeo esplenden nuevas estrellas; mil esplenden también, algunas de primera magnitud, en el cielo americano y no las únicas: levantad vuestras cabezas y veréis, señores, el nacimiento de otra estrella. Esta época, en la que los Estados poderosos hacen los mayores alardes de fuerza, es, sin embargo, época de renacimiento de nacionalidades: de la fuerza misma brotan, como de fragua ciclópea, las armas del derecho. Anhelo serenidad de juicio para observar los grandes sucesos: el entusiasmo ciego es nube que empaña la mirada de las almas. El espectáculo que Cuba ofrece no es desconsolador: Cuba no está completamente sola. Está con ella el espíritu republicano de los pueblos americanos y europeos, espíritu sagrado, que está salvando a la especie humana de la ruin vergüenza que han querido arrojarle encima sus gobiernos, hasta los sedicentes democráticos cuya ausencia dice solamente cuánto dista el mejor gobierno actual de representar con fidelidad el espíritu nacional. La intervención respecto de Cuba y España podría hacer obra buena en servicio del derecho: la teoría internacional moderna faculta y hasta prescribe la intervención cuando una de las partes contendientes la solicita, cuando una metrópoli es impotente a sofocar una insurrección, cuando se perjudica considerablemente a otro Estado y en interés, por último, de la humanidad ultrajada. Si la intervención tampoco sirve para la defensa del derecho en Cuba, ¡cuánto debemos apresurarnos a sustituir arbitrios por medios orgánicos! Un escritor francés aboga calurosamente por la práctica de las convenciones (demandas) extranjeras intentadas por las potencias del Viejo Mundo contra los Estados americanos según el bárbaro procedimiento de la regla inglesa, como único medio de asegurar los derechos de vida y propiedad de los europeos en América. Para él, la América hispana, asolada por la anarquía, debe hallarse sometida al dominio eminente de la Europa civilizada. Revoluciones incesantes, barbarie popular, debilidad gubernativa, todo está haciendo de estos pueblos unos enemigos irreconciliables del género humano. Pero Thiers fue político sin principios e 50 américo lugo | antología historiador sin dignidad: al hablar del Nuevo Mundo, no había de honrar al derecho ni a la libertad sino al interés y al despotismo. Francia ha tenido casi en vida de Thiers once cambios de forma de gobierno y con ellos reyes, emperadores, presidentes: presa de los déspotas, entre los cuales figura el mismo Thiers, ¿hubiera admitido nunca éste la aplicación de la regla inglesa, para salvar de atropellos los intereses extranjeros? En cuanto a barbarie popular, no era ningún pueblo americano a quien se refería el hijo de un obrero marsellés cuando, orador y ministro, hablaba de la “vil multitud”. Las clases populares, sumergidas en la ignorancia, no tienen la culpa de “su vileza”, cuando ministros inmorales no aplican toda la capacidad de que se hallan investidos a adaptar el medio social al mayor desarrollo y a la mejor satisfacción de las necesidades afectivas e intelectuales. Y, finalmente, nuestra debilidad gubernativa implica descentralización republicana, ideal hacia el cual se arrastra, adonde no acabará de llegar nunca la Francia, mientras no le quebrante por completo la cabeza a esa unidad política que hace de la práctica de las instituciones libres una farsa en cualquier latitud, americana o europea. Desde su advenimiento a la vida internacional, las sociedades hispano-americanas se constituyeron en Repúblicas, forma de gobierno que no han abandonado a pesar de esfuerzos franceses. El publicista llama instabilidad de instituciones a la instabilidad de personal gubernativo; pero ningún personal más instable que el gubernativo en Francia, aparte la instabilidad misma de las instituciones. La anarquía que alega para someternos a la regla inglesa, en ninguna parte ha hecho más estragos que en el territorio francés. Anarquía existe en todas partes; pero la nación que ejerce la función social judicial mediante la aplicación de leyes preestablecidas, no puede ser tildada de anárquica. Todo lo que puede exigir el mundo civilizado es que los extranjeros merezcan en el territorio que pisen igual amparo que los ciudadanos. Ninguna nación europea ha consentido nunca en otra cosa. Pues bien: los extranjeros son tratados en América sobre el mismo pie que los nacionales; y, en algunas partes, como la República Dominicana, con marcado interés y deferencia, resultado del afán de población y de la índole nuestra, sociable además. Pero la enorme desproporción de fuerzas entre ciertas Repúblicas hispanoamericanas y ciertas potencias europeas, despertando en éstas la ambición y la concupiscencia, convierte a aquéllas en víctimas de sus propias virtudes afectivas. Hasta el crimen, cometido por extranjeros, viene entonces a servir de pretexto para reclamaciones internacionales con aplicación de la regla inglesa. Envalentonados con el fácil oído prestado a sus quejas por los representantes de sus gobiernos, franceses, ingleses y alemanes se cuidan poco de respetar las leyes de esas Repúblicas, viven amenazando a cada paso con “su cónsul” a los empleados de policía y hasta a los magistrados judiciales, y sólo aspiran a que el azar les ponga en la trilla internacional para “salir de pobres”. La lotería no es medio tan anhelado y socorrido de “hacer fortuna” en estos pueblos como las reclamaciones internacionales con que muchos emigrados europeos sueñan noche y día. ¡A tal punto llega la perversión del sentimiento de solidaridad internacional bajo la práctica de los abusos de fuerza preconizados por publicistas inmorales! América tiene estatuas y recuerdos para más de un francés: para Augusto Thiers sólo debe tener desprecio y olvido. Mientras no llegue para el mundo la era definitiva del derecho, ¿cómo evitar las intervenciones injustas? Trabajando cada nación, especialmente las que hoy son víctimas de la fuerza, por la mayor consagración del derecho. No de otro modo. La libertad de un Estado es una parte de la libertad humana. Ninguna nación, por débil que sea, deja de crecer y centuplicar su poder cuando logra organizarse jurídicamente de modo que todas las energías individuales y sociales estén constantemente promovidas hacia la busca y consecución de la 51 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA utilidad general de la nación entera. Las fuerzas con que la nación más pequeña cuenta, son tan grandes, si bien se considera, que se puede asegurar, sin temor de equivocarse, que la que después de cien años de vida independiente no constituye potencia respetable, no ha sabido, en ese tiempo, gobernar sus destinos con acierto y discreción. Si la evolución es ley biológica internacional, el establecimiento de una colonia no debe mirarse sino como preparación de un Estado independiente. Todas las Repúblicas hispano-americanas fueron colonias: si consiguieron independizarse fue porque al fin se amayoraron a pesar del mal régimen gubernativo de la metrópoli. Sin caudal propio ninguna nacionalidad subsistiría: la aspiración suprema, en toda función de gobierno, debe ser el aumento del caudal nacional. Este se compone de tesoros de tres clases: materiales, morales e intelectuales. Dirigir el esfuerzo al acrecentamiento del caudal material es la aspiración de los gobiernos egoístas; propender a la vez al desarrollo de la riqueza moral e intelectual es el objetivo de gobiernos verdaderamente previsores. Porque las riquezas morales e intelectuales aumentan mucho más presto la riqueza material que ésta aumenta a aquéllas. Mucha razón de nuestra lentitud se esconde en lo pasado; pero la gran falta política de los Estados hispano-americanos estriba en no mirar con preferencia hacia lo porvenir, y no otra es la causa de su perpetua debilidad. Si el más infeliz de todos ellos, tirando sólo a lo presente líneas de economía previsora, acudiese con el grueso de sus energías y recursos a preparar convenientemente la generación juvenil para una vida moral e inteligente, no en ésta tal vez, mas en la generación subsiguiente comenzaría a palpitar la realidad de una nacionalidad grande y poderosa. El culto interno por el derecho, lo vuelvo a decir, es el único contingente verdaderamente eficaz que toda nación puede prestar a la formación del culto por el derecho externo o internacional. Por supuesto, culto por el derecho interno implicaría propósito serio y sostenido de formar de la sociedad nacional un medio intelectual y moral tan grande, tan benéfico, tan puro como lo sueñan los poetas bien intencionados, como lo anhelan los hombres de buena voluntad, como lo vislumbran los espíritus vigorosos que beben, libres de prejuicios, en las claras fuentes de las ciencias contemporáneas. ¿Cómo se quiere que haya solidaridad internacional si ni siquiera la hay en la vida de familia? La patria potestad, al desconocer el derecho del hijo; el centralismo, al vulnerar los derechos de municipios y provincias, ahogan en flor las esperanzas, los esfuerzos individuales, y circunscriben la eficacia del gobierno nacional al círculo reducido de la conservación egoísta. Para que un pueblo levante su espíritu a la cumbre de la evolución, mirando a sus pies, respetuoso y sumiso, el globo de los pueblos; para que, desbordando la áurea copa de la civilización fuera de sus propias fronteras, lleve al seno doliente de la vida internacional el aliento de la solidaridad, necesita dar resueltamente la espalda a lo pasado e internarse en lo porvenir, guiado sólo por los principios rigorosamente científicos, rayos primeros de un sol moral que alumbra hoy las inteligencias privilegiadas, porque ningún sol ilumina, en su aurora, sino las partes sobresalientes de la naturaleza. Sobre Política* A Fabio Fiallo I Si el tiempo me viniera holgado, yo escribiría a los amigos que me asedian, que me excitan y hasta me reprochan de egoísta, una larga carta. En ella expondría despacio, sosegadamente, mis impresiones, mi pensamiento, mis anhelos en estos instantes supremos para *A Punto Largo, S. D., 1901, pp.7-30. Se publicó en 1899, en varias ediciones del periódico El Nuevo Régimen. 52 américo lugo | antología la patria y su felicidad. Desgraciadamente sobre mí pesan agobiadoras responsabilidades profesionales; sobre mí ruedan, gastando juventud y fuerza, ocupaciones incesantes que no me dan punto de reposo. Política es amor y tolerancia. Gobernar es amar, porque gobernar es dirigir la educación de un pueblo; y no educa quien odia, ni gobierna quien no pone sobre su cabeza a unos, junto a su pecho a otros y en sus rodillas a la generación naciente. Gobernar es tolerar, porque es armonizar las partes que forman el todo; y no armoniza quien segrega, ni gobierna quien no suma los intereses, afectos y opiniones del ciudadano más humilde a los de todos los demás interesados. Para oír claramente la voz de un pueblo, es necesario dejar que pasen los momentos de cobardía o excitación. Pueblo privado ayer de todo, hoy lo quiere todo, así en la medida de lo que le conviene, como en la largueza del exceso. Cuando se aplica un régimen cualquiera a un organismo, durante algún tiempo la tendencia a la práctica del régimen sobrevive al régimen. El primer deber del patriotismo ha de ser modificar la vida instintiva cuando fuere mala, impulsarla cuando fuere buena. La sustitución de un régimen por otro, es uno de los actos más serios y delicados de la vida política. Un cambio completo de personal puede dejar en pie un sistema de gobierno, mientras que un cambio de sistema puede dejar en pie una parte del personal gubernativo. Demostración cumplida de esta verdad es la corta pero edificante vida de la administración de Figuereo. Figuereo tenía, como Júpiter, en la mano el rayo; pero ni la venganza en el corazón, ni desapoderadas ambiciones. Amayorado por la experiencia, fue cómplice voluntario de la evolución y se vistió de gala con las insignias de la libertad, para caer dignamente. Funciones que se ejercen por delegación, menester es, para ejercerlas eficazmente, programa definido que aleccione a los funcionarios todos y les sirva de pauta general. Ese programa debe ser como un resumen de las necesidades y aspiraciones legítimas del pueblo. La elección del personal debe ser tal que responda a los propósitos del programa, a fin de que el espíritu de solidaridad entre los funcionarios, impida la creación de obstáculos dentro del seno mismo del gobierno. La condición suprema para la fundación de un Estado de derecho, es un profundo concepto del derecho. Las falsas, empíricas ideas jurídicas, que flotan en las alturas del poder, causan tanto daño como la falta de honradez. No basta la voluntad de gobernar: se necesita la capacidad de hacerlo real y efectivamente. Hay una fuente, que la ninfa Egeria guarda, a donde ir a beber cordura y sabiduría gubernativas: la iniciativa individual. Sociedades comerciales, industriales, agrícolas, benéficas, artísticas, recreativas, instituciones complementarias son de todo Estado jurídico. La prensa discreta e ilustrada, la callada opinión de los hombres de valer dominicanos y extranjeros, el ejemplo de la lucha por la vida jurídica en la historia y en el mundo, son auxiliares preciosísimos que el hombre de Estado puede y debe aprovechar. ...................................................................................................................................................... IV He afirmado que el Gobierno Provisional ha dejado en pie el antiguo régimen, acatando una Constitución que lo condena, y doy paso a la prueba. El antiguo régimen es el centralismo: y el centralismo está en pie. Centralismo es predominio del Poder Ejecutivo sobre las demás funciones de gobierno: el Poder Ejecutivo invade 53 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA legalmente la jurisdicción de lo electoral, legislativo y judicial; pone la mano en todo; es dueño exclusivo de la fuerza pública; y en virtud de discrecionales facultades, tiene la ciudadanía a merced, a merced las arcas nacionales, y la honra y la dignidad nacionales a merced. El antiguo régimen es el centralismo. Causa de todos nuestros males, causa hoy mismo de los desaciertos del Gobierno Provisional, tiene hondas raíces en las costumbres y en la tradición, sanción cumplida en las leyes. El personalismo, el falso principio de autoridad, el apócrifo Orden Público, meras manifestaciones son de esa enfermedad política mortal. Combatir un síntoma, el personalismo, por ejemplo, no es emprender una acertada curación. Para sustituir el antiguo por el deseado nuevo régimen político no basta hacer cumplir las leyes. El centralismo es legal, insisto en decirlo. Dentro de nuestras leyes cabe, pues, un déspota, lo que solemos llamar tirano solamente, y vive holgadamente un tirano, por la falta de responsabilidad que ellas exigen y por la falta de sanción que ellas conllevan. El antiguo régimen es el centralismo: ciudadanos cuyos incompletos derechos individuales pueden ser suspensos sin apelación; ayuntamientos sin autonomía ni personalidad jurídica, en cuanto instituciones integrantes del Estado; gobernaciones que no saben siquiera los fines para que han sido creadas, ni responden a verdaderas necesidades regionales, ni son más que ciegos instrumentos del Ejecutivo; tribunales donde el poder judicial yace postrado de debilidad y de impotencia, desautorizado y hambriento de justicia para sí propio, de tal modo que ni parece poder en el sentido técnico de la palabra, ni representa en realidad sino el valor de un cero a la izquierda de la suma de los poderes del Estado; congreso que comparte sus atribuciones propias con el Ejecutivo, que legisla los tres primeros meses para todo el año y cede luego el puesto a los refrendados decretos del Presidente de la República; electorado nulo y de ningún valer; Ejecutivo servido de Secretarios irresponsables que el Presidente de la República escoge, sin asesores, entre los ciudadanos que le son adictos; y, finalmente, delegaciones que por todas partes reproducen la imagen presidencial, no la impersonal imagen del gobierno, aplastando con el número y diversidad de sus atribuciones así a la ciudadanía como al gobierno mismo de la ciudadanía. Decidme ahora, en presencia de esta exacta descripción de nuestro sistema de gobierno, ¿cuál es el antiguo régimen?, ¿quién el tirano?, ¿quién el déspota? Decidme si hay en el mundo un hombre noble y justo que jurando la Constitución y las leyes que tales abominaciones jurídicas consagran, pueda darnos con ellas libertad y no la esclavitud, paz y no la guerra, prosperidad y no miseria; decidme, en fin, si es nombre de persona el sujeto que causa los males de la patria o si es nombre de institución anti-jurídica, y si puede ser alguna persona quien la salve, o el cambio radical de institución. El antiguo régimen es el centralismo: sólo la descentralización podría salvarnos. ...................................................................................................................................................... VI Tal vez sí. No hay que forjarse ilusiones sobre el valer moral del pueblo dominicano. El valer moral alcanza siempre el límite de la capacidad intelectual, y nuestra capacidad intelectual es casi nula. Una inmensa mayoría de ciudadanos que no saben leer ni escribir, para quienes no existen verdaderas necesidades, sino caprichos y pasiones; bárbaros, en fin, que no conocen más ley que el instinto, más derecho que la fuerza, más hogar que el rancho, más familia que la hembra del fandango, más escuelas que las galleras; una minoría, verdadera golondrina de 54 américo lugo | antología las minorías, que sabe leer y escribir y de deberes y derechos, entre la cual sobresalen, es cierto, personalidades que valen un mundo, tal es el pueblo dominicano, semi-salvaje por un lado, ilustrado por otro, en general apático, belicoso, cruel, desinteresado. Organismo creado por el azar de la conquista, con fragmentos de tres razas inferiores o gastadas, alimentado de prejuicios y preocupaciones funestas, impulsado siempre por el azote o el engaño, semeja, mirado en la historia, uno de esos seres degenerados que la abstinencia de las necesidades fisiológicas lleva al cretinismo, y la falta de necesidades morales lleva a la locura, en cuya frente no resplandecen ideales, en cuyo pecho yacen, secas y marchitas, las virtudes; estatua semoviente que no recuerda nunca la de Amón. Pero semejar no es ser: el pueblo dominicano no es un degenerado, porque, si bien incapaz de la persistencia en las virtudes, tira fuertemente hacia ellas; porque aunque falto de vigor y vuelo intelectuales, tiene todavía talento y fuerzas para ponerse de pie y dominar gran espacio de la bóveda celeste; porque aun postrado y miserable, está subiendo, peregrino doliente, el monte sagrado donde el águila de la civilización forma su nido. Este peregrino doliente necesita reposo, comida, abrigo. Este degenerado aparente necesita salud. Esa mayoría ignorante necesita instrucción. Esa minoría ilustrada necesita ideales patrios. La hermosa Revolución de julio trajo en su bandera el alma de la minoría ilustrada, un pedazo del alma de la patria. La ha colocado en el palacio de gobierno, y allí flota todavía sostenida por un grupo de hombres de bien, y desde allí envía, ondeante y libre, besos de paz que van en alas del viento al último confín de la República. ¡Que la mayoría ignorante no derribe, como otras veces, esa bandera sagrada, para plantar la negra enseña de la iniquidad, bajo cuyo imperio puede medrar el hombre, pero sólo a costa de los más caros intereses sociales! Y la mayoría puede derribarla si la minoría no procede con prudencia y con firmeza. Elegido está el personal del gobierno definitivo: el Gobierno Provisional está despidiéndose del poder, sin haber dado vado a la concupiscencia. De dos modos puede la mayoría ignorante asediar al gobierno: por petición o por rebelión. El primero es el más peligroso de ambos modos. La mayoría carece de patriotismo y desinterés. Falta de bienes de fortuna, sin hábitos de trabajo e inclinada a la disipación, querrá continuar su vida de siempre. El contrabando, la vagancia, el juego, la empleomanía, la vida de expedientes, el fraude, el peculado, la impunidad, la mentira, el fiado, son cauce por donde gusta de correr hacia su subsistencia, su lujo y su holganza. No hay un solo dominicano falto de hombría de bien que, a esta fecha, no se haya acercado a Jimenes para “colocar su piedrecita”, por el mismo caso que todo hombre de bien le habrá dicho: “Señor, sólo los servicios previstos y efectivos deben ser remunerados. No dé entrada a la concupiscencia pública y acalle en su pecho la lástima que han de inspirarle los paniaguados que, sorprendidos por la enfermedad o la vejez, contaban con seguir viviendo del presupuesto, y sea fuerte y animoso para barrer del templo de la República a quienes ni en su casa ni en la calle le rindieron culto de trabajo, de honradez y de orden. Ahogue así mismo el temor de verse derrocado por el segundo modo de asediar que tiene esta gente, la rebelión. Billini, Espaillat, González, cayeron del solio, es cierto, aplastados por esa mayoría brutal; pero cayeron porque no tocaron fuertemente en la conciencia del país; porque no asumieron una actitud completamente enérgica; porque no pusieron a su lado la juventud, que es la fuerza y la esperanza; porque no pusieron de su parte la fuerza de los intereses particulares, el aliento de la opinión pública, la estimación de los extraños; porque, finalmente, no se sustrajeron de toda influencia del personalismo, impersonalizándose ellos también para que la autoridad de las leyes surgiera omnipotente, como el sol. Mire que 55 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA ninguno de ellos llegó al poder en hora tan solemne como esta, en que toda la parte sensata del país está dispuesta a sostener un buen gobierno…”. VII Mi pluma es lo único que hay de amable en mi persona: su iridio derrama caudal de tolerancia que sorregando el campo de la crítica, mitiga el calor que lo fecunda, y deja que el rosal crezca al lado de la ortiga. Nunca rasgó la tersura, nunca el blancor manchó del papel en que escribe, porque antes que ella detenga el vuelo sobra el vacío ideal de una hoja en blanco, he colmado el vacío con mi propio corazón. Sus picos no recuerdan el del águila, pero buscan, sin embargo, el cielo, y es en lo azul y no en el fango donde va a perderse el ramo de ensueños, esperanzas e ilusiones que desprendió del árbol de mi vida. Al dirigirme al público, nunca fue el lazarillo de mi inteligencia el gusto sino la necesidad: la vocación literaria no palpita en mí, ni la afición florece. Ante el espectáculo de una revolución que presenta todos los caracteres de una evolución verdadera, sentí la alegría del náufrago que, al hundirse el bajel que lo sustentaba con su familia, amigos y patrimonio, vislumbra la salvación de su familia, de sus amigos y de su patrimonio. Quise decir de mis alegrías, de mis esperanzas; deseo perdonable en quien haya tenido puesta el alma en los sufrimientos de su patria, en quien la ame con reflexivo amor, en quien haya tenido en cuenta que la grandeza nacional se mide y aprecia solamente por el valer individual de cada ciudadano. He aquí por qué, sin justificación ninguna, estoy hablando de política, en sentido universal, pero con aplicación al estado y necesidades actuales del país. Porque la política es una ciencia cuyos principios se aplican a toda porción de humanidad, dominicana o extranjera. Precisamente por haberse apartado de los principios científicos, por haberse pretendido inventar “una política práctica” dizque adecuada a los dominicanos, es que hemos sufrido tantas vejaciones y quebrantos. Los dominicanos deben gobernarse conforme al derecho, que es como todos los hombres deben gobernarse: las líneas generales de la política científica no pueden ser alteradas acá como en ninguna parte, si bien todo pueblo, como todo organismo individual, adolece de defectos y enfermedades sociales que le son propios y que son para tenidos en cuenta al gobernarse. ...................................................................................................................................................... 1899. Reflexiones* Si la lucha común por la vida exige la concurrencia de virtudes apreciables en el individuo, la lucha por la patria exige la aplicación de virtudes supremas. El bien de la patria es alta y noble empresa: acometerla acusa nobleza en la cuna, cultura en la educación, moralidad en el hogar, tolerancia en sociedad, consecuencia en la amistad. El avaro, el borracho, el mentiroso, el inculto, el libertino, el egoísta sólo excepcionalmente podrán ser buenos ciudadanos; y cuerdo se muestra y sabio el primer magistrado de una nación cuando mide la capacidad política por las virtudes domésticas y sociales. Todo funcionario es, en el ejercicio de su cargo, padre de familia; y éste ha de ser en todo caso prudente y moderado. Los desórdenes, irregularidades, inconsecuencias que suelen acompañar al genio, no cuadran *A Punto Largo, S. D., 1901, pp.31-33. 56 américo lugo | antología a la felicidad pública, cuya base y sustento es el orden que priva en las organizaciones que respiran la rara salud del talento modesto. Las virtudes privadas son la leche de la vida social. El amor al trabajo, el ahorro, el estudio, labran cauce de oro, amplio y profundo, a la reputación. Más vale un pueblo de trabajadores entusiastas y más adelante llega y el sello imprime y fija la bandera de su nacionalidad más clara y firmemente, que lo pudo ni pudiera nunca un pueblo de conquistadores. Las armas han sojuzgado siempre menos mundo que el trabajo: el hombre pierde al morir todo cuanto ganó por la violencia y gana todo aquello de que se despojó en vida por su caridad y tolerancia. La muerte no tolera la injusticia, y despojando a los reyes de su corona para colocarla en la frente de los humildes, vive corrigiendo a la fortuna y haciendo perpetuos legados a la vida. Obscuro, paciente, virtuoso, el obrero que viste a los héroes triunfa de los héroes, y la gloria sólo es campo sin tinieblas cuando guarda en su seno un gran apóstol de la ciencia. Fomentar las virtudes privadas, elevarlas hasta convertir en costumbres científicas las buenas costumbres, es la mayor hombría de bien que pueda mostrar un estadista; y un buen modo de fomentarlas y elevarlas es confiar a la mayor competencia, a la mejor conducta, el desempeño del servicio administrativo, público y privado. Debemos defender nuestra patria* I Sea cual fuere el grado de aptitud política alcanzado hasta ahora por el pueblo dominicano, es indudable que existe una patria dominicana. Los españoles, al mando, al principio, del Gran Almirante, descubrieron, conquistaron, colonizaron y civilizaron las Indias, y primero y muy principalmente esta maravillosa Isla Española. Entre nosotros, pues, ha brillado la luz del Evangelio, e impreso su belleza el arte y derramado la ciencia sus inapreciables dones, siglos antes que en Washington, Boston y Nueva York. Fuimos y somos el mayorazgo de la más grande entre las nacionalidades de la Edad Moderna. La incipiente nacionalidad lucaya puede simbolizarse en la frágil y como etérea constitución fisiológica del dulce lucayo: pereció y se extinguió con éste sin dejar siquiera un solo monumento artístico o literario que la historia pudiese colocar sobre su tumba. Ovando y Ramírez Fuenleal poblaron nuestro suelo de monasterios e iglesias que desde la cumbre de tres siglos miran altivamente a Trinity Church y San Patricio; y de palacios y alcázares soberbios, cuando todavía América, medio sumergida en el seno de los mares y velada la faz por el velo del misterio, casi no era sino un fabuloso cuento de hadas. Santo Domingo de la Mar Océana fue el brazo potente que sacó de las saladas ondas a esta encantadora mitológica Venus del planeta, servicio tan notable ciertamente, y más, si cabe, para la humanidad, y tan español, como la detención del turco en Lepanto, porque ese brazo estaba animado y fortalecido por corazón, cerebro y alma iberos. Ya estaban bien caracterizados los elementos que, andando el tiempo, debían constituir la nacionalidad dominicana, cuando los bravos lanceros del conde de Meneses dieron al traste con el ejército traído por la poderosa flota inglesa de Venables, vengando de terrible modo el ultraje que sesenta años antes había hecho a sus hogares el príncipe de los piratas, sombrío inspirador de la Dragontea. La lucha secular entre las posesiones españolas y francesas de la isla, no hizo sino afianzar en aquellas el espíritu propio, estrechar la comunidad de intereses *Patria, revista, primer editorial. 57 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA e ideales y acendrar el amor al terruño. En vano hacían las paces España y Francia allá en la lejana Europa; perpetuaba el estado de guerra en la isla, el odio de los habitantes de la parte española a los intrusos franceses. La primera afirmación incontestable y notable proeza de la nacionalidad o sea del pueblo dominicano como personalidad propia y diferenciada de todo otro pueblo, aun del mismo que es su progenitor insigne, fue la Reconquista, efectuada contra los franceses en 1809: con ella borró con su espada el caudillo dominicano Don Juan Sánchez Ramírez una cláusula festinada y complaciente del tratado de Basilea e impuso a la Madre Patria su amorosa y heroica voluntad. Ese mismo espíritu dio en 1821 un paso hacia la independencia política, aspiración necesaria a toda nacionalidad en formación y que luego de realizada se convierte en condición vital sin la cual el espíritu nacional decae, languidece y muere. La dominación haitiana no logró modificar el genio dominicano ni quebrantar la unidad espiritual; y cuando Duarte preparó los ánimos, el libertador Francisco del Rosario Sánchez dio a su pueblo la independencia política a que aspiraba. Del breve eclipse de la anexión a España, la nacionalidad salió con mayor pureza y brillo, y de entonces a hoy una más prolongada comunidad de ideales, sentimientos e intereses, ayudada por una mayor cultura y unida al vivo amor al suelo, ha acrecentado en nosotros la solidaridad, vigorizado el carácter, y creado, en fin, aquel modo de ser peculiar que es sello inconfundible y propio de toda personalidad individual o nacional. Aunque abierta la mente del dominicano a toda sana influencia extranjera (v. g. la adopción de la legislación civil y comercial francesa), el fondo de su cultura, aunque todavía deficiente desde el punto de vista político, por el sentido práctico e ideal de la vida permanece siendo española, basada en la lengua, en el culto, en las costumbres, en la herencia, en la historia, en las tradiciones y recuerdos. Asociados en cierto modo a España, si puede decirse así, en la obra, sin igual, del descubrimiento, población y colonización del Nuevo Mundo, desde los primeros días de la invención de América, nuestra misión histórica ha sido gloriosa y útil a la humanidad. De nuestros sentimientos dan cuenta nuestra ejemplar fidelidad a la madre patria, nuestra conducta, tan fina y leal con ella, que poníamos sobre el corazón sus victorias y reveses, y el carácter heroico, noble y desinteresado que se refleja de modo claro y visible en la historia de la República Dominicana. Hemos conservado la civilización que nos trasmitió la nación que era, al crearnos, la más adelantada de Europa, y podemos afirmar, nosotros los dominicanos, que somos fieles depositarios y guardianes de la civilización española y latina en América; que somos, por consiguiente, como nacionalidad, superiores en algunas cosas a los norteamericanos ingleses que ahora pretenden ejercer sobre nosotros una dictadura tutelar; y que debemos, finalmente, defender nuestra patria, fundada con crecientes elementos propios de cultura en suelo fértil, hermoso y adorado, con todas las fuerzas de nuestros brazos y nuestras almas. Abril de 1921. II El hombre que no es ciudadano de una patria libre carece de todo valor legal. La personalidad política es tronco y raíz de la personalidad civil. El Estado da un nombre nacional al ciudadano. El pueblo que se inscribe como tal en los inmortales registros de la Historia, asume el augusto carácter de nación, consagra su personalidad internacional y se eleva desde la baja e insegura situación gregal hasta las dominadoras cimas de la potestad soberana. Setenta años hace que Francisco del Rosario Sánchez estampó con el troquel de su alma el nombre de la República Dominicana en el cielo de las nacionalidades libres; setenta años 58 américo lugo | antología hace que el dominicano tiene un suelo libre en que plantar su bandera, un suelo firme en que pisar con seguridad y confianza; un suelo propio para su disfrute y sustento; un suelo patrio, donde levantar sus templos, donde enterrar y honrar a sus muertos, donde formar sencillos y felices hogares que la virtud y la alegría animan y presiden, donde cultivar tranquilamente sus tradiciones, su vocación y su genio. “Hebreos”, es decir, “extranjeros venidos de lejos”, que en su propio país todavía no constituyen nación porque sus inmigrantes no hablan el inglés, nos despojan de la corona de la soberanía ganada en luchas heroicas, y nos reducen a la condición de colonos, y nos quitan la tierra feracísima, acaparándola toda por medio de exorbitantes impuestos y de rapaces corporaciones todopoderosas. Verdaderas Compañías de Indias, que se apoderan de los terrenos ajenos y desalojan a los infelices propietarios indemnizándoles después con un fajo de sucias papeletas; y finalmente, y para colmo de desdichas, se intitulan hermanos nuestros, salvadores nuestros, regeneradores nuestros, tutores nuestros, maestros nuestros, cuando, en realidad, nos desprecian profundamente…, ¿qué nos falta, decid, para morirnos de pena y de vergüenza, si no ponemos nuestros cinco sentidos, y toda la luz de nuestra mente, en defender lo muestro, lo que Dios nos dio con infinita bondad para que lo gozáramos en santa paz y lo transmitiéramos incólume a nuestros descendientes? Guardar los estatutos nacionales, he ahí la divisa. Nada de partidos, no haya divisiones, abajo banderías. Sólo son dignas de vivir las naciones que proceden con honor. La única fuerza suprema es el derecho, la fuerza injusta no es nada, ni puede nada, ni vale nada, sino ante hombres o pueblos corrompidos o imbéciles. Mejor armado está desarmado, y más invencible es un solo hombre de bien, con sólo la pureza de su corazón, que mil canallas. No hay cañones bastante potentes para destruir la fortaleza de una conciencia. Adquiramos la de nuestro derecho, y sigamos la senda de la dignidad y el decoro, desasidos de todo vil interés, puesta el alma entera en la patria adorada. Hay que predicar paciencia a los débiles, a los pobres de espíritu, a los impacientes, a los transigentes, a los que contemplan la posibilidad de renuncias de irrenunciable orden público: esta clase inferior de ciudadanos es la única calamidad temible y verdadera para la República. En estos momentos difíciles para la honra de ésta y su futuro destino, un ratón de casa podría causarnos más daño que el águila de fuera: sus dientes nos roerían en poco tiempo las entrañas, mientras que el ave de rapiña, con todo su poderío, no ha podido hacer otra cosa, durante un lustro mortal, sino revolar inútilmente sobre nuestras desnudas cabezas. Grave, solemnemente, la pública voluntad de la nación dominicana ha resonado al fin y por la vez primera, por órgano del Presidente Henríquez y Carvajal, en los ámbitos mismos del Capitolio de Washington: Independencia absoluta, desocupación inmediata. ¿Cómo es posible que haya todavía Juntas Consultivas? ¡Funesta cooperación la de los jefes de partido que ayudan al poder Extranjero de Ocupación a poner mano sacrílega sobre nuestra Constitución y nuestras leyes! ¡Actitud vergonzosa la de aquellos otros jefes que, sin valor para dar la cara, apoyan a la Consultiva! ¡Debilidad inexcusable la de un prelado, notable como tal, que presta su innegable valer representativo a la realización de las abusivas e ilegales pretensiones de Wilson! ¡Evidente falta de claridad de concepto jurídico sobre el caso dominicano y de energía, la de un presidente que hasta ahora había considerado y aun propuesto soluciones incompatibles con el Credo Nacional! ¡Obstinada ceguera de la legendaria Vega Real…! Ya tarda el apartarse resueltamente de toda colaboración con nuestros interventores. Esta colaboración es la única cosa que no acertamos 59 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA a comprender. Al cabo de cinco años, no podemos ver a un soldado de la Ocupación sin que se nos enciendan las mejillas de rubor. A pesar de las promesas del nuevo rey de la imperial democracia anglo-americana, nuestra gloriosa República, cubierta de altas sombras, aún no ilumina la triste frente de sus hijos con sus divinos resplandores. Tengamos, pues, el valor del sufrimiento; sacrifiquemos sacrificios de unión y solidaridad. Depongamos a las puertas del templo de la patria, temor, odio, egoísmo, ambición, interés, y armémonos de fe, de amor y de bondad. Oremos a Dios para ser fuertes y no doblegarnos al poder de las potencias codiciosas e injustas. Y luego juremos no renunciar a lo propio por temor de que nos lo quiten. Resistamos con todas nuestras fuerzas; y si caemos, que sea de un modo digno de nuestros antepasados. Mayo de 1921. III Si no tuviésemos, nosotros los dominicanos, un abolengo más ilustre que los yanquis; si Santo Domingo no fuese la cuna en que se meció la infancia de esos mismos Estados Unidos que desvanecidos con sus montones de oro nos desprecian hoy; si nuestra tierra, la predilecta de Colón, la primera en poblarse, colonizarse y civilizarse en el Nuevo Mundo, no hubiese iluminado y presidido el alumbramiento de cuantas son las sociedades civiles que ahora constituyen naciones en América, tanto con el caudal de sus arcas y el tesoro de sus venas, cuanto con las aulas de su Universidad, los talentos de sus capitanes y la piedad de sus prelados; si Colón mismo, y Cortés y Pizarro y mil guerreros, argonautas y misioneros dignos de ser cantados por Homero e historiados por Plutarco no hubieran concebido y organizado sus empresas en esta isla Española, sacando del corazón de ésta el oro, la firmeza evangélica y el brío heroico necesarios; si Vázquez de Ayllón no hubiese encontrado entre nosotros recursos y elementos para poblar la primera Colonia en el entonces solitario seno de las tierras que habían de ser, andando los siglos, los Estados Unidos de América; si la magnificencia de la ciudad de Santo Domingo no hubiera sido tal que se pudo decir a Carlos V que ella poseía palacios superiores a aquellos en que él se aposentaba; si nosotros no hubiéramos combatido, vencido y rechazado a los abuelos anglosajones de estos mercaderes anglo-americanos, cuando desembarcaron, trescientos años ha, en cantidad de ocho o diez mil hombres, en el mismo sitio en que recién desembarcó su gente Caperton; si nuestra historia no fuera tan dramática, tan heroica, tan hermosa, tan pródiga en grandes y fecundas enseñanzas; si no hubiésemos conquistado nuestra independencia derramando nuestra sangre a torrentes y arrojando, con patricio gesto, bienes de fortuna, patrimonio de las familias, ciudades enteras en la pira ardiente en que se forja, para la frente de los pueblos varoniles, la corona de la libertad; si Sánchez y Duarte y Mella no estuvieran mirándonos desde el cielo con adusto ceño y austero continente, y señalándonos, con diestra extendida e índice severo, la ruta del honor y el deber; cuando tanta gloria, tanto servicio a la comunidad de los pueblos, tanto sacrificio, tanto heroísmo, tanto ejemplo ilustre nada significasen ni valiesen a nuestros ojos; cuando después de casi un siglo de marcha, independiente y gallarda, hacia el cumplimiento de nuestro destino nacional, nos fuese dado hacer alto bruscamente, ante el grosero “¡quien vive!” de una nación intrusa y extraña, para deponer ante ella, cobardemente, el cetro de nuestra soberanía; cuando, finalmente, fuera posible aceptar la dictadura tutelar que los Estados Unidos de América pretenden ejercer, a todo trance, sobre nosotros, Patria 60 américo lugo | antología aconsejaría, exhortaría, conminaría a no aceptarla jamás, primero, porque nuestro espíritu es diferente, segundo, porque la dirección de nuestra educación y cultura es diferente y tercero, porque nuestro carácter es diferente. Poner nuestro gobierno político en sus manos sería darles nuestra dirección espiritual. Hay diferencias características y esenciales entre nosotros y ellos: la adopción de sus leyes, costumbres, etc., nos mataría con la peor de las muertes, la muerte por medio de una lenta degradación, porque para modificar en nosotros el elemento espiritual, que es el verdadero patriotismo, se necesitan siglos. Resistamos, pues, con todo nuestro aliento vital, a la dictadura de Washington. La resistencia es el comienzo de la libertad. Oigamos en el fondo de nuestra conciencia la voz que nos dice: “Sois un pueblo libre ante Dios y ante los hombres, y tenéis el derecho y el deber indeclinables de continuar siéndolo. No os dejéis sobrecoger de temor y cobardía ante el poderío de vuestros dominadores. Rechazad la protección que éstos os ofrecen; aceptarla sería la confesión y la prueba de vuestra total depravación moral. Las naciones sólo pueden aceptar la protección de Dios. La soberanía de vuestra República es un depósito sagrado que habéis recibido de sus manos. No os pertenece el disponer de ella, mutilándola en un vergonzoso tratado, sea por temor, sea por utilidad. Al temeroso, cuando os diga “que los americanos no nos la devolverán completa”, respondedle que no se trata de que quieran devolvérosla o no, sino de que vosotros no tenéis facultad para cederla, ni para dejar que os la quiten sin defenderla como hombres; que si los americanos no quieren devolvérosla toda, se habrán convertido en ladrones de aquella parte de soberanía que retuvieren, y que si los dominicanos de la generación actual no tienen la contextura de Sánchez y Duarte, deben al menos comprender que su más elemental deber es protestar contra el robo y acusar al ladrón de su soberanía, hasta que en lo porvenir otra generación más viril reivindique, con la ayuda de Dios, aquello de que ahora con dolo, engaño, fraude y violencia habéis sido despojados. Y a los utilitaristas y gente práctica que os proponen resolver con un criterio de utilidad la usurpación de vuestra soberanía, es decir, un caso de conciencia, de moral, de honor y dignidad nacional, contestadles que ese criterio estaría bien para aplicarlo a la usurpación de los derechos de propiedad de un ingenio de azúcar, verbigracia, pero que resulta mezquino, improcedente y bochornoso aplicarlo a la independencia y soberanía de la República, y que si el caso de ésta hubiese de ser resuelto con un criterio de utilidad, el país se perdería irremisiblemente”. Mayo de 1921. Historia de la Isla de Santo Domingo Introducción I 1. España. 2. Cisneros. 3. Carlos V. 4. América en general. 5. Valer de la Isla Española. 6. Crónicas e historias americanas. 7. Cortés, organizador y político. 8. Magallanes. 1. España. Para ayudarnos a comprender los sucesos de que ahora se trata, será bien referirnos antes al estado en que se hallaban las Indias Occidentales y a la situación particular de la isla Española, después de echar una ojeada sobre España, reflejando en algunos rasgos de la época el carácter del pueblo español y del monarca que lo regía. Era éste Carlos V de Alemania y I de España, que llegó flamenco a ésta en 1517, viniendo de Gante, para salir español de Barcelona en 61 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA 1529 rumbo a Italia, después de haberse fundido su alma en el crisol ibérico con la dura prueba de las Cortes de Castilla y Aragón y, sobre todo, con el hecho que ha debido de revelar mejor a su preclara mente el temple del pueblo español como instrumento para su aspiración a la supremacía europea: me refiero a la resistencia contra los vejámenes de los favoritos extranjeros por parte de los Comuneros dirigidos por Juan de Padilla, uno de los más grandes españoles de todos los tiempos, el cual, abandonado, herido y prisionero, antes de morir decapitado en Villalar el 24 de abril de 1521, escribió una carta a la ciudad de Toledo en que decía: “A ti, corona de España y luz del mundo; a ti que fuiste libre desde el tiempo de los godos y que has vertido tu sangre para asegurar tu libertad y la de las ciudades vecinas, tu hijo legítimo, Juan de Padilla, te hace saber que tus antiguas victorias van a ser renovadas con la sangre de su cuerpo”. Otra enseñanza fue la rebelión de los agermanados de Valencia. Autorizados por Carlos en 1520 a armarse contra los argelinos, volvieron sus armas contra la nobleza, después de constituir una junta dirigida por el cardador Juan Lorenzo y en que figuraban tejedores, alpargateros y labradores, plebeyos que toman el castillo de Játiva al mando de un confitero y derrotan al virrey Diego Hurtado de Mendoza al mando de un terciopelero, el heroico Péris, y conmueven durante más de dos años al país. Y en 1538, por último, la voluntad de Carlos se estrella ante la entereza de las Cortes de Toledo, negadas a aceptar la imposición del tributo de la sisa. 2. Cisneros. Al rayar el alba del siglo XVI, la España que otrora había dado a Roma emperadores y filósofos, se había impregnado de Oriente, y por otra parte, la religión cristiana, adoptada por los godos a fines del siglo VI y para la cual la guerra de la Reconquista sirvió de precioso cultivo, había producido esa flor de catolicidad que fue Cisneros, “en quien Castilla admiraba un político y santo”13 y cuya palidez y austeridad recordaban a los Pablos e Hilariones”.14 La teoría del grande hombre está con razón hoy desacreditada, porque éste depende esencialmente del medio en que se ha formado; pero esta dependencia prueba, sin embargo, que sólo es grande quien expresa con más fuerza y claridad los rasgos fundamentales de su medio social. En tal sentido, el carácter de Cisneros refleja el de su pueblo. “Observaba Cisneros rigurosamente, en medio de la grandeza, la regla de San Francisco, viajando a pie y mendigando su alimento. Menester fue una orden del Papa para obligarlo a aceptar el arzobispado de Toledo y para forzarle a vivir de modo conveniente a la opulencia del más rico beneficio de España. Se resignó a llevar abrigos preciosos, pero por encima del sayal; amuebló sus aposentos con magnífico lecho, pero siguió durmiendo en el suelo; vida humilde y austera que le dejaba intacta, en los negocios públicos, la altiva grandeza del carácter español. Los nobles que él aplastaba, no podían dejar de admirar su valer. Una acta habría puesto en malos términos a Fernando con su yerno: Jiménez osó romperla. Atravesando una plaza durante una corrida de toros, soltóse el animal furioso e hirió a algunos de sus acompañantes, sin hacerle apresurar el paso”.15 Individualista el español y, por tanto, ciudadano primario en su tierra, era cosmopolita por su sentido religioso. Siete siglos de lucha le habían dado maestría en valor y audacia, y la enseña de la cruz, opuesta a la de la media luna, la fe como ideal. La unión, por fin, de castellanos y aragoneses, entregó a España, durante un siglo, el imperio de dos mundos. Grande había de ser para un rey de tan extraordinarios talentos como Carlos V, el fruto de la adhesión, siempre más personal que teórica, de pueblo tan bien preparado. Michelet. Petri Martyris Anglerü, opist. 15 Gomecius, de Rebus gestis a Fr. Ximenio Cisneric 1569, fol. 2, 3, 7, 13, 64, 66, cit. por Michelet. 13 14 62 américo lugo | antología 3. Carlos V. En cuanto a Carlos V, reflejar aquí en un párrafo las ondas dilatadas y profundas de su glorioso reinado, sería reducir al hueco de la mano la cuenca del océano. Inflexible hasta la crueldad en los primeros tiempos, dulcificó después de 1526 su prístina dureza. Sabía que las fábricas del amor son más duraderas que las del odio, y trató siempre de prevenir la guerra con la conciliación. Ante los avances y la resistencia de la Reforma, engendrada por la emancipación política del Estado llano, desatada por mero pretexto de unas indulgencias plenarias, sostenida por el incentivo de la secularización de los bienes de la Iglesia y creadoras de luchadores tales como Lutero, Melanchthon, Zuinglio y Calvino, proclamó la libertad de conciencia en la dieta de Spira y en la de Ausburgo; e insistiendo en la reconciliación, a su iniciativa convocó Paulo III el Concilio de Trento, del cual fue esforzado defensor: ocasión señalada de mostrar, una vez más, sus grandes dotes políticas. En su rivalidad con Francisco I mostró noble consideración, y de su guantelete férreo salió ileso el honor del Rey Caballero. Antes de Cervantes, nadie encarnó como él la antigua caballería española, cuando propuso partir el campo, ante Paulo I, en términos que parten límites con el exquisito furor de Don Quijote: “Yo prometo a Vuestra Santidad, delante de este sacro colegio y de todos estos caballeros que presentes están, si el rey de Francia se quiere conducir conmigo en armas de su persona a la mía, de conducirme con él armado, o desarmado, en camisa, con espada o puñal, en tierra, o en mar, en un puente, o en isla, en campo cerrado o delante de nuestros ejércitos, o doquiera, o como quiera que él querría y justo sea”. Se llenó de gloria combatiendo al Turco. Utilizó en sus campañas, algunas de las cuales dirigió personalmente, a grandes capitanes extranjeros como el Condestable de Borbón y Andrés Doria; y entre sus generales se cuenta al navarro Antonio de Leyva, el defensor de Pavía, a quien honró figurando como simple soldado, con una pica en la mano, en una revista, diciendo en alta voz al pasar ante el maestre de campo: “Carlos de Gante, soldado del tercio del valeroso Antonio de Leyva”. No confundía los límites de la firmeza con los de la obstinación, y en 1552, ante la viril defensa de Metz por Guisa, y en cuyo sitio perdió 30,000 hombres, se retiró exclamando melancólicamente: “La fortuna es como las doncellas; sólo se enamora de los jóvenes, y vuelve la espalda a los viejos”. Finalmente, joven todavía, aunque desengañado y enfermo, reunió en Bruselas a príncipes, princesas, reinas, grandes, magistrados y señores; les narró su vida épica, enumeró sus viajes, sus luchas y sus triunfos, señaló sus obligaciones y tratados, rememoró sus aspiraciones y deseos, exhortó a su hijo y a sus pueblos, y abdicó en Felipe los estados de Flandes y Brabante; y abdicando en el mismo, al año siguiente, la corona de España y la de Nápoles, con los dominios de América, y luego el imperio en su hermano Fernando, murió en 1558, en el monasterio de Yuste, adonde se había retirado desde 1556 y donde celebró en vida sus exequias, después de pasar el resto de sus días en aquel sitio amenísimo, rodeado de numerosa servidumbre y ocupado moderadamente en ejercicios devotos, sin abdicar de su interés por los negocios del mundo ni de los placeres de la mesa. César por naturaleza y por la cuna, orgulloso y ambicioso, nieto de Fernando el Católico, que no es sino un felón afortunado en opinión de Maquiavelo, y cuya tradición política siguió sin recurrir a medios reprobables y elevándose del estiércol político de la edad precedente hasta encarnar en el trono la grandeza y seriedad del siglo XVI, preocupóse en todos los problemas políticos del mundo, aunque no pudo comprender los balbuceos de los pueblos, políticamente recién nacidos, y aplastó las libertades de Castilla, reprimió cruelmente el movimiento de las clases populares en Valencia y en Mallorca, obligó a los moriscos al bautismo, combatió la Reforma, y dejó impune el asesinato del gloriosísimo descubridor del Mar del Sur; pero fue hombre de Estado antes que guerrero, diplomático antes que fanático. 63 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Educado en Flandes, llegó a España sin hablar el castellano; dio la espalda a Cisneros, se rodeó de una corte de flamencos, abusó, con exacciones, de las Cortes, que conservaron, no obstante, su firmeza; despilfarró los recursos de la península y el oro de América, inagotable como el tesoro de los adorables cuentos árabes; pero el espíritu español señoreó su espíritu. De la estirpe de Carlomagno, habiendo reinado al mismo tiempo que Francisco I y Enrique VIII, es él el prototipo del monarca moderno. Inferior sólo a su excelsa abuela materna, superior a Fernando el Católico y a todos los reyes de España, austrias y borbones, ejerció en la suerte de ésta influencia decisiva, y es una de las grandes figuras de la historia universal. 4. América en general. Cabría relatar aquí, a grandes rasgos, el descubrimiento de América por Cristóbal Colón, los viajes posteriores de éste en que descubrió la América del Sur que él llamó Nuevo Mundo, y la América Central; las expediciones de Ojeda y Nicuesa, en las que del fondo de un barril del barco de Enciso surgió inesperadamente el futuro descubridor del Mar del Sur, Vasco Núñez de Balboa, prototipo de conquistadores que tuvo rasgos de rey y a quien luego todos imitaron; las expediciones de Juan Ponce de León a la Florida, y la conquista de México, en la cual Cuauhtémoc salvó en el Nuevo Mundo el concepto de la dignidad humana ultrajado luego en su persona por Cortés. 5. Valer de la isla Española. Esta conquista de México y la del Perú, de la que ahora hablaremos, y la conquista y colonización de la isla Española son los tres hechos más notables de la historia de las Indias Occidentales. México y Perú resplandecen por su respectiva civilización autóctona, por su extensión y gran potencia minera; la Española, por su primería, su fertilidad copiosísima y su clima acogedor, que hicieron de ella cabeza, granero, arsenal y centro de aclimatación de España en el Nuevo Mundo. El historiador mexicano Carlos Pereyra dice con razón: “En gran parte la isla Española fue la conquistadora de México, de la América Central, de Venezuela, de la Nueva Granada, del Bajo y el Alto Perú, de Chile y hasta de algunas zonas tributarias del Río de la Plata”.16 6. Crónicas e historias americanas. Entre las historias de la conquista de México y del Perú conviene dejar las que tiran sus líneas a atribuir todo el mérito al caudillo principal. Dice Solís de Bernal Díaz del Castillo que “en el estilo de su historia se conoce que se explicaba mejor con la espada”;17 pero en el estilo de la suya, se advierte que la pluma pulcra, conceptuosa y poética del más elegante de los cronistas de Indias, maneja mejor el panegírico. Y así en Gómara. En la de estas apasionantes conquistas, Bernal Díaz del Castillo, en lo que a México respecta, se lleva los sufragios de Carlos Pereyra y de Ballesteros Beretta: para ambos la crónica de aquél es el mejor relato de la conquista. Menos acordes, en cambio, están ambos autores al señalar el mejor relato de la del mayor de los imperios de las Indias: para el historiador español, el más notable de los historiógrafos del Perú es Pedro Cieza de León, mientras el formidable publicista mexicano parece inclinarse al inca Garcilaso de la Vega. 7. Cortés, organizador y político. Tan pronto como venció a los aztecas en 1522, Cortés se ocupó con gran actividad en la integración territorial y organización de Nueva España, revelándose como hombre capaz de fundar y regir imperios. Desafortunada, con la temprana cesación de sus funciones, estuvo América. En 1526 fue nombrado para residenciarlo Luis Ponce de León, el cual murió antes de dar comienzo a su encargo y lo mismo le ocurrió a su sustituto Marcos de Aguilar. La opinión pública había rodeado siempre el nombre de Cortés de sombrías 16 17 Historia de América Española, Madrid, 1925, t. V, p.41. Historia de la Conquista de México, Madrid, Gaspar y Roig, 1851, p.21. 64 américo lugo | antología sospechas; se le acusaba de haber asesinado a su primera mujer y tenido participación en la muerte de Francisco de Garay. Bajo el peso de nuevas acusaciones partió seguido a España el gran conquistador, de donde regresó en 1530 confirmado en su título de Capitán General, y con nuevo título de marqués, pero sin ejercicio de gobierno. Durante su ausencia se había creado la Audiencia en 1528. En 1535 fue nombrado Antonio de Mendoza primer virrey de Nueva España y Presidente de la Audiencia. El conquistador de México murió en 1547 en Castilleja, lugar de Sevilla, pobre y olvidado. Carlos V, que llamaba padre a Andrea Doria, fue ingrato con el más grande de sus capitanes como había sido ingrato con el Cardenal Cisneros. 8. Magallanes. No era, sin embargo, Carlos V incapaz de comprender y admirar a Hernán Cortés. Como éste, era su rey, en gran manera activo, capitán y político. Incesante era la actividad del hombre que realizó en su época, nueve viajes a Alemania, seis a España, siete a Italia, cuatro a Francia, dos a Inglaterra, diez a Flandes y dos a África. Solía dirigir personalmente sus campañas al frente de sus tropas, como el magno rey de los antiguos francos; y su habilidad diplomática vertió casi ininterrumpidamente a sus pies el favor de la fortuna. Pero la profusión de asuntos que solicitaba su atención, le hizo desatender no pocas veces los negocios de España y dilatar algunas demasiado la solución de los problemas de América, aunque en las grandes ocurrencias obró con la prontitud y perspicacia de Isabel I, cuya tradición siguió en punto a descubrimientos. Así lo prueba el viaje propuesto por Magallanes, el más importante en la historia de la navegación después del primero de Colón, y que no vaciló en acoger y decidió sin demora; del cual puede decirse que es la más preclara hazaña heroica conocida y, con más propiedad que lo dijo Cervantes de la batalla de Lepanto, “la más alta ocasión que vieron los siglos y esperan ver los venideros”. Ojeada retrospectiva sobre la Iglesia en Santo Domingo Capítulo II 4. El obispo Geraldini. 5. Disposiciones relativas a Geraldini. 6. Fray Luis de Figueroa. 7. D. Sebastián Ramírez de Fuenleal. 8. Ramírez de Fuenleal pasa a México. 9. Juicio sobre Ramírez de Fuenleal. 4. Geraldini. Antonio de León Pinelo trae el dato siguiente: “Libro General de 1516 a 1517. Posesión del obispado de Domingo se dé a don Alejandro Geraldini, presentado y proveído por León 10, en lugar y por muerte de don fray García de Padilla. A 13 de febrero (115). Esta provisión está refrendada del secretario Pedro de Torres (7). Humanista y poeta italiano, Geraldini había sido llamado junto con su hermano Antonio por Isabel la Católica a España, donde fue diplomático y preceptor de los príncipes. Vino Geraldini, ya obispo de Vulturara desde 1496, a su nueva diócesis de Santo Domingo en febrero de 1520, y nos trajo, en ánforas latinas, mieles del Renacimiento. Puso en 1523 la primera piedra de la Catedral de Santo Domingo; pero fatigado por los servicios prestados a la corona española. ‘Agobiada su naturaleza por la inclemencia del clima tropical, libre la mente de menoscabo consecutivo, sorprendióle la muerte cuando estaba entregado de lleno a la obra material de su Iglesia’”. 5. Disposiciones relativas a Geraldini. En 9 de marzo de 1519 “se dio a Geraldini, obispo de Santo Domingo, la mitad de la vacante, y la otra mitad a la iglesia, y no se dice en la cédula que es por merced, sino que el Rey tiene por bien que se le acuda con ella”. (9) Y en 29 de septiembre de 1526, por muerte de dicho obispo, se hizo a la iglesia limosna de sus espolios 65 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA y de lo que rentase, y la sede vacante, hasta que se provea de obispo, cumplidas las limosnas que sobre lo susodicho estuviesen hechas”. 6. Fray Luis de Figueroa. A la muerte de Xuarez Deza, que ha debido de ocurrir el 25 de diciembre de 1522, fue proveído por el obispo de la Concepción de la Vega, fray Luis de Figueroa, aquel antiguo prior de la Mejorada y gobernador gerónimo de la Española en 1516; el cual había sido proveído también el 27 de marzo de 1523 para la Abadía Jamaiquina por no haber tenido efecto la presentación del licenciado Andrés López de Frías, hecha a principios de marzo de 1522, cuando ocurrió la muerte del primer abad D. Sancho de Matienzo. A la muerte del obispo de Santo Domingo, Alejandro Geraldini, verificada el 8 de marzo de 1524, uniéronse los obispados de Santo Domingo, y de la Concepción; “y el propio fray Luis de Figueroa fue presentado nuevamente para la Concepción, para Santo Domingo y para la Abadía de Jamaica, después de la muerte de Geraldini; pero murió sin haberse consagrado, cuando preparaba el viaje, año de 1524”. 7. Ramírez de Fuenleal. Enriquillo. Piratería. D. Sebastián Ramírez de Fuenleal fue presentado en substitución de fray Luis de Figueroa para ambos obispados. Sus ejecutorias son de fecha 28 de junio de 1527. Natural de Villaescusa de Haro (Cuenca), colegial de Santa Cruz, e inquisidor de Sevilla, Ramírez de Fuenleal era a la sazón oidor de Granada. Tan pronto como llegó a Santo Domingo a principios de 1529, electo obispo y presidente de la Audiencia, emprendió con el receloso cacique Enriquillo las gestiones de arreglo que culminaron más tarde en el restablecimiento de la paz en la isla. Trató también de remediar la novedad de la piratería, por el peligro que había en ello, para lo cual hizo junta; y ésta, después de estudiar bien el problema, informó al rey que no había cosa poblada de asiento en todas aquellas partes, sino en Santo Domingo; que el robo del oro, el anegarse los navíos, el riesgo que estos corrían, la falta de respeto a los mandatos reales y los desacatos consiguientes de los gobernadores de aquellas provincias, todo, finalmente, mantenía a éstas en absoluta confusión; para cuyo remedio propuso que la Española fuese la feria y comercio de todas las Indias, y única puerta por donde entrase y saliese la gente, el oro, la plata, los bastimentos, las mercaderías; y ello por concurrir en dicha isla las mejores circunstancias y condiciones marítimas y terrestres, comprobadas cuando de donde ella partieron todos los descubrimientos y pacificaciones de todas las Indias; y poblada y abundante de todo con infinitas maderas e innumerable ganado; “siendo cosa clara que estando poderosa la isla Española, aquello estaba más firme y seguro, ni México podía gobernar lo de la navegación como la Española”. 8. Ramírez de Fuenleal pasa a México. Mientras gobernaba Ramírez de Fuenleal con singular tino y eficacia en la Española, todo hacía presagiar una sublevación en México; los desmanes de la Audiencia, las arbitrariedades y excesos de Ñuño de Guzmán, las acusaciones contra Cortés, el extraordinario prestigio y poderío de éste. La Corte, después de dirigirse inútilmente al conde de Oropesa y don Antonio Mendoza, determinó enviar al obispo de Santo Domingo a Nueva España, para lo cual la Emperatriz, que en ausencia del Emperador gobernaba, le escribió de su propia mano, “que se diese priesa en dejar compuesta las cosas de la Española, para que no se detuviese”; y como se excusase, se le reiteró, en febrero de 1531 “que fuese luego, porque de ninguna persona tenía tanta confianza”. Dejó el sabio prelado y presidente, antes de partir una instrucción a la Real Audiencia de Santo Domingo, formada por Zuazo, Infante y Vadillo, en la cual encargaba a estos, “que sentenciasen sin pasión ni amor y que guardasen el secreto del acuerdo”. 66 américo lugo | antología Para el 11 de marzo de 1531, ya Don Sebastián Ramírez de Fuenleal se encontraba al frente de la nueva Audiencia. 9. Jucio sobre Ramírez de Fuenleal. No podemos seguir a este triunfador en su incomparable actuación en México. Ya rebosa los bordes de una ojeada lo apuntado sobre la vida de este hombre extraordinario, uno de los grandes estadistas que España envió en todo tiempo a América, y el más grande honrador de nuestra patria dominicana, y confirmador de las altas calidades que Colón en ella adivinó. Parece mentira que en el corto tiempo que estuvo en Nueva España hiciese obra tan útil, que fuese permitido decir sin gran hipérbole, como decía Alcedo en 1787, “que a él debe la Nueva España toda su felicidad”. Era D. Sebastián Ramírez de Fuenleal flor de la prolongada, brillante, recia y paradójica estirpe medieval, mitad siervos de Dios, mitad siervos del mundo, que produjo a Cisneros y a La Gasca y al gran capitán místico Loyola que puso en manos del Papa, en nuevo y más vivo fuego templada, la antigua espada con que Roma hería a la vez en todo el universo. En el obispo Ramírez de Fuenleal el hombre de Estado eclipsa al prelado, puesto que fue piadoso, fundando en México un colegio donde doctrinar quinientos niños y un convento de dominicos en el lugar de su nacimiento. Acabado ejemplar de ministros, y no sólo para aquella época en que éstos eran las manos y en ocasiones la cabeza de príncipes distantes y desorientados, sino para todas las épocas, fue Ramírez de Fuenleal bondadoso aunque severo si lo exigía la ocasión: manso, prudente; leal y desinteresado: de buenas costumbres, que en el gobernante son cimiento y fianza de todo buen gobierno; de mucha delicadeza y recato; vigilante, fuerte, sabio y de gran autoridad. Baltasar López de Castro y la despoblación del norte de la Española 1. Memoriales del arbitrio de despoblación La desacertada orden de despoblar los puertos de Plata, Bayahá y la Yaguana en la isla Española, fue determinada por virtud de un Memorial de arbitrio para el remedio de los rescates de dicha isla, presentado a S. M. por Baltasar López de Castro y fechado en Madrid a 20 de noviembre de 1598. Con esta misma fecha presentó al rey un segundo Memorial de arbitrio. En el primero había propuesto “los medios que le parecieron más eficaces para que se estorben los rescates que en la Isla Española se hacen con los herejes”.18 El segundo es aclaratorio y complementario del primero. 2. Idoneidad del arbitrista El autor y solicitante de este formidable arbitrio contaba a la sazón 38 años de edad. Desde los 21 servía el oficio de escribano de cámara de la Audiencia, en el cual sucedió a su padre Nicolás López Cornejo, que lo había servido, a su vez, durante 35; y servía, asimismo, los oficios de alférez mayor y regidor de la ciudad de Santo Domingo, por venta que de ellos le había hecho el Presidente de la Audiencia Lope de Vega Portocarrero. Repite que “ha más de sesenta años que su padre y él sirven los oficios de escribano de Cámara, de civil, criminal y gobierno”.19 Habla de su continuo estudio y de su larga experiencia en estas cosas. “En su oficio de escribano –dice– habían pasado casi todas las causas contra rescatadores; casi 18 19 Archivo General de Indias. Escribanía de Cámara. 7. B. Segundo Memorial de López de Castro al rey. Id. Primer Memorial al rey. Súplica primera al rey. 67 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA siempre había residido en dicha ciudad, había visto mucha parte de aquella isla; y por papeles que se han hecho por jueces de comisión y por otros autos e informaciones, ha entendido el exceso grande que hacen los vecinos de ella que rescatan con corsarios herejes”.20 Aunque haya escrito y firmado sus memoriales en Madrid, se ve que aderezó aquí el primero. Con las fuerzas que tuvo como regidor prominente, “procuró –dice– que hubiese carne de vaca continuamente en la ciudad… y como se estorbaban estos rescates, hizo este discurso con que mediante Dios, se remediarán todos estos daños”.21 “Con trabajo y estudio de muchos años –añade– halló y dio la traza con que tan grande mal se cure”.22 Era natural de aquella tierra, según Osorio. ¿Qué mucho, si no lo fuera? Estaría en la línea, precursora del carácter nacional, como el obispo Bastidas, Miguel de Pasamente, el bígamo don Luis Colón o el magnate don Rodrigo Pimentel, moradores de la isla en los cuales se observa la huella territorial, hábito o costumbre, bastardeando unos o bien purificándose; sin mencionar a otros, como Cristóbal Colón, al filántropo Las Casas o el benefactor Hernán Gorjón, a quienes se les ve la huella en el corazón, clara e indeleble, cautivados de particular y profundo amor por ella. Considerando los memoriales en que nos ocupamos, López de Castro escribe bastante bien, pero con desleimiento y redundancia; juzga el estado presente por antecedentes apropiados; enumera los inútiles esfuerzos de la corona y de la Audiencia. Exagera la gravedad del mal, abona su parecer dando por seguro probables resultados. Insiste en los aspectos seductores, abrillanta los detalles, desecha objeciones. Sostiene la excelencia e infalibilidad de su peligroso instrumento con el arte de un experto sofista. Encubre su ambición en una traza de modestia, y muestra preocupación religiosa y celo por la grandeza del reino y la gloria del monarca. 3. Particularidades biográficas23 Baltasar López de Castro, hijo legítimo de Baltasar López Cornejo y María Cataño, fue bautizado en la catedral de Santo Domingo el día 15 de junio de 1559. Aunque sin la edad requerida fue nombrado con facultad de sustitución, tres años después del fallecimiento de su padre, escribano de la Audiencia, en consideración a que éste lo había sido. Pero no pudo entrar en posesión de su oficio sino en 1580, ya en edad legal; y con tan poca suerte, que fue suspendido dos años después por el visitador D. Rodrigo de Ribero, lo que le desalentó hasta pensar en mudarse a otro lugar de Indias, y aun efectuó algunas diligencias al respecto; mas al fin se quedó. En 1586, cuando las velas de Francis Drake desembarcaron en Jayna, López de Castro fue del pequeño grupo de jinetes que salió de la ciudad de Santo Domingo a hacer rostro al enemigo. El 20 de agosto de 1592 recibió de manos del factor real Juan de Castañeda, a quien más tarde suspendió el visitador Juan Alonso de Villagra o Villagrán, la dignidad del alferazgo mayor de la ciudad; pero como si viviera entonces bajo signo de infortuna, en 1596 se vio suspendido de nuevo del oficio de secretario, probablemente por el visitador que acabamos de mencionar, aunque éste se encontraba a la sazón en México; “mas en caso de no haber sido el licenciado Villagrán, dice fray Cipriano de Utrera, lo fue D. Diego Osorio, que entró a gobernar en 1597, con encargo de visitar la Audiencia”,24 si bien no hay correlación entre el año de la suspensión y el de la entrada de Osorio en el gobierno. Id, Primer Memorial al rey. Súplica primera al rey. Ibídem. 22 Ibídem. 23 Basadas en la interesante noticia biográfica por Fr. Cipriano de Utrera en Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de Emilio Rodríguez Demorizi, Vol. II, pp.161 y s., nota 2. 24 Utrera, ibídem. 20 21 68 américo lugo | antología Como se ve, “no se ha podido dar con el juez cuya pesada mano cayó sobre Baltasar”.25 La historia es Minerva cautiva del dato. Humillado pero no vencido, el alférez real de Santo Domingo dio consigo en la metrópoli, donde había de tocar a sus puertas la mano de la ventura. Allí, después de proponer al Consejo arbitrios sobre repoblación de la Española, viró en redondo, presentando uno de despoblación, como medio de suprimir en ésta los rescates; el cual naufragó en el olvido, de donde no habría debido volver, pero desgraciadamente dicho cuerpo recogiólo al cabo de tres años, a consecuencia de haberle el porfiado arbitrista señalado la inutilidad del envío de una costosa armada con el fin de remediarlos; y consultado al rey, su ejecución fue decretada. 4. Aprobación del arbitrio En efecto, cuando López de Castro, separado de su familia y caído de su estado, presentó sus memoriales para remedio de rescates en la Española, nadie paró en ellos la atención. El presidente Paulo Laguna los dejó dormir en el seno del Consejo Supremo de Indias. Este cuerpo gubernativo y judicial dictaminó favorablemente sobre el proyecto de López de Castro en fecha 23 de abril de 160326 bajo la presidencia de don Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos, Andrade y Villalva, marqués de Sarriá, aquel mecenas para quien Cervantes, con las ansias de la muerte, escribió su última maravillosa carta; y que fue virrey de Nápoles como su padre y luego presidente del Consejo de Italia, es decir, uno de los numerosos representantes de la política española de opresión que sofocó el libre espíritu del genio italiano en el siglo XVII, haciéndole caer del pináculo del Renacimiento a baja esfera de decadencia y mal gusto literario. 5. El arbitrante espera ser nombrado comisario. Mercedes que pide Dos veces suplicó López de Castro mercedes por su arbitrio. La vez primera se adelanta a la ejecución de éste como Colón en las Capitulaciones de Santa Fe, y pide enriquecerse con una merced de mil licencias de esclavos, y un “mandato de acrecentarle sobre el acrecentamiento que habrá en ciertas rentas y derechos Reales, la sexta parte”; limitando la petición de cargos al de alguacil mayor de la Audiencia. La segunda vez, después de ejecutado el arbitrio, solicita honores y dignidades. Sin duda acarició desde el principio la esperanza de ejecutar su arbitrio, acrecentada luego por los términos de la cédula que le rehabilitó, de 25 de febrero de 1602; la cual ha debido de mirar como premio y promesa de singulares mercedes, en pago de la receta propuesta para curar la dolencia de los rescates. Ejemplos había en la historia, y él bien la conocía, en que el hombre de nada puede verse encumbrado súbitamente al cielo de la grandeza; y tampoco ignoraba que la mano de un rey, que otorga la limosna de la dádiva, es de la misma naturaleza que la del pordiosero que la recibe, y que unas veces sin discernir la astucia de la magnanimidad o inclinando otras el ánimo a su capricho o a su propio interés, recompensa el error, perdona el crimen y galardona la injusticia. Pero la esperanza de López de Castro de poner por obra el extraordinario medio que había propuesto, era vana presunción. Fray Cipriano de Utrera juzga “que nunca se pensó en darle tal labor “por no ser sujeto suficiente”. Todo lo más se le encomendó la asistencia del gobernador Osorio, como instrumento circunstancial para actos dependientes del asunto. 25 26 Utrera, ibídem. Resoluciones del Consejo de Indias, de 22 y 24 de septiembre de 1603. (Cfr. Cipriano de Utrera). 69 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA 6. Solicita el alguacilazgo mayor de la Audiencia Pensando en lo futuro, pidió López de Castro ser remunerado “ejemplarmente”: el oficio de alguacil mayor de la Cancillería de Santo Domingo, “con décimas de las ejecuciones y con dos mil ducados anuales de salario mientras no se resolviese el pleito pendiente sobre si aquéllas pertenecían a esos alguaciles o a la ciudad; la alcabala de la cárcel, adjunta al dicho oficio; y que los oficios que sirve de escribano de Cámara, de civil, criminal y gobierno, fuesen renunciables y pudiesen ser servidos por sustitutos”. Respecto de la petición de López de Castro, acordóse por el Consejo en 22 y 24 de septiembre de 1603 diferir la merced para después de la ejecución del arbitrio; y que durante ésta, pueda servir por sustituto su oficio de escribano de Cámara de gobierno.27 Es de notar, por otra parte, que López de Castro tiende a asegurar, en su primer Memorial, la estabilidad de la despoblación, cuando previene que el alcalde mayor “ha de ser persona de buena razón y entendimiento y práctico en los negocios; que se le ha de dar título de alcalde mayor de toda la isla, y que se le ha de dar facultad para que traiga consigo doce hombres bien armados y comisión para que en todas las ciudades, villas y lugares de la isla, y en la de Santo Domingo, pueda entrar con vara alta de justicia y sus ministros y personas que ha de traer para su defensa con sus armas, y prender y poner presos en las cárceles, y proceder contra los culpados y castigarlos por justicia sin que lo estorbe el Audiencia ni otra justicia”. Quería, como se ve, un alcalde con facultades extraordinarias absolutamente inadmisibles. 7. Comisión para ejecutar el arbitrio El nombramiento para la ejecución del arbitrio recayó en don Antonio Osorio, gobernador y presidente de la Audiencia Real de Santo Domingo, y en el reverendo arzobispo de Santo Domingo fray Agustín Dávila y Padilla. Encargóles el rey que diesen la orden y traza para la mudanza de los tres pueblos mencionados, ayudándose para ello y cometiendo la ejecución de lo que resolvieran a uno de dos oidores, Francisco Manso de Contreras o Marcos Núñez de Toledo “y Balthasar López de Castro, mi secretario de Cámara, que, como persona tan plática de esa tierra y de buen celo, podrá ser de provecho su inteligencia y diligencia, haciéndole la onrra y favor quando se permitiere”.28 Procedió solo al cometido el gobernador y presidente, por fallecimiento del arzobispo; pero trató de ayudarse del oidor Manso de Contreras, y se ayudó siempre de López de Castro. Más tarde, cuando el capitán Jerónimo de Agüero Bardecí, Juez de Comisión en la Yaguana, fue procesado por haber dado licencia para que se leyese ante él, en el puerto de Guanahibes, una proclama del conde Mauricio, príncipe de Orange, Manso declinó, en defensa de su deudo, la jurisdicción que había reconocido en Osorio, alegando que éste carecía de la facultad de obrar solo por muerte de Dávila y Padilla.29 Esto bastaría para juzgar a Manso de Contreras. 8. Ficción y realidad Presentaba López de Castro la cosa al pobre rey Felipe III como una futura escena de la feliz Arcadia que el gran pastoralista Sannazaro sublimó. “La mudanza de los lugares R. Cédula de 6 de agosto de 1603, basada en la Consulta del Consejo de 23 de abril de 1603. R. C. de Despoblación dada en Valladolid a 6 de agosto de 1603. S. D. 868 lib. 3, p.165. 29 Testimonio del escribano de la Yaguana, Francisco Atanasio Abreu, del 21 de enero de 1605 y Carta del gobernador D. Antonio Osorio a S. M., de 8 de julio de 1605. Segundo Memorial, V. Relaciones históricas de Santo Domingo, Vol. II, pp.231 y 294. 27 28 70 américo lugo | antología –decía– y traer los ganados de sus vecinos, se puede hacer con facilidad y sin costa ni riesgo alguno, porque para fabricar sus casas de madera y paja, como agora las tienen no ha de faltar dinero, y los ganados se podrán traer en tropas o atajos sin que se las pierda una res, por tener, como tienen, muchos esclavos, vaqueros, cabrestos y caballos; y por donde han de venir a los nuevos sitios hay grandes prados muy abundante de buena yerba y agua”.30 Mas ¡ay! Para efectuar la mudanza fueron menester fuego y sangre; quemar hogares y haciendas y ahorcar más de setenta personas. De las ciento diez mil cabezas de ganado vacuno manso que había en ciento veinte hatos cuando la despoblación comenzó, no se sacaron más de ocho mil, porque el resto se alzó con el ganado montés; en el camino hacia los nuevos sitios murieron seis mil y sólo quedaron unas dos mil que llegaron a San Juan y San Antonio. En cuanto al ganado bravo y cimarrón, que era lo más, todo, naturalmente se perdió. Unos sesenta vecinos lograron pasar a Cuba con sus familias y esclavos, cuyo obligatorio regreso parece haber sido una odisea de desgracia y martirio; y muchos de los negros (solamente en la Yaguana y su término había más de mil quinientos), se internaron en los montes.31 Dice luego López de Castro que los lugares escogidos para la mudanza, “donde antes se apacentaban doscientas mil cabezas de ganado, eran los mejores y desembarazados para pastos, abrevaderos y sesteaderos, donde las vacas paren cada una en veinte meses dos veces; y los sitios para las ciudades y villas, maravillosos, frescos y sanos, donde rara vez se ve persona enferma”. No dudo que el fino, brillante y delicioso ambiente de aquella región influyera en los infelices inmigrados. De la extremada virtud de nuestro suelo para la crianza da testimonio el apodo de Pastores de la Española. Pero si una batalla puede ser origen de un imperio, las ciudades no pueden ser creadas por decreto, efímera excrecencia que debería ser borrada de la legislación política civil. A pesar de las cautelas y cuidados de López de Castro, ni los hombres ni el ganado prosperaron en Bayaguana y Monte de Plata. Don Antonio Sánchez Valverde y M. L. E. Moreau de Saint-Méry, escriben a fines del siglo XVIII que ambos pueblos, tras breve lustre, se convirtieron rápidamente en lugares miserables.32 En cuanto a los puertos despoblados, ellos y la islita de la Tortuga fueron la cuna del imperio colonial francés en América. 9. Retorno a Santo Domingo Partió de Madrid Baltasar López de Castro por orden del conde de Lemos, el día 6 de noviembre de 1603, llevando el pliego de comisión de despoblación, las cédulas que con este motivo habían sido formuladas y un mensaje del referido presidente del Consejo. Detúvose en Sevilla por falta de navío, casi siete meses. Consiguió uno de cien toneladas, pero nadie quería cargar si no fuese de doscientas y con licencia hasta Nueva España. Porque había premura en la salida del portador de los pliegos, escribióse a la Casa de Contratación para que el capitán que le llevase tocara en la Guadalupe, y allí recogiera la carga de una flota perdida, prestándosele para ello a López de Castro dos mil ducados con que transportarla Segundo Memorial. Memorial sobre excesos... por B. Cepero y G. Xuara: Revista La Cuna de América, de Santo Domingo, años de 1913-1914, en que apareció la serie de documentos de las devastaciones de 1605-1606 en la Española, copiados por mí en el A. G. I. y entregados a D. Emiliano Tejera para su publicación. 32 Idea del valor de la isla Española, 2a edición, 1853, p.53; Description de la Partie Espagnole de L’lsle Saint Domingue, vol. I. pp.159-160. Esta obra de Moreau de Saint-Méry ha sido traducida al castellano por el geógrafo, historiador y jurisconsulto don C. Armando Rodríguez: Descripción de la parte española de Santo Domingo. Editora Montalvo. Ciudad Trujillo, Distrito de Santo Domingo, Rep. Dom., 1944. 30 31 71 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA a Santo Domingo. Así pudo por fin tomar vela el 2 de julio de 1604, llegando a esta última ciudad el 11 de agosto con su cargamento de mercancías de la Guadalupe.33 10. Persuade a Osorio de la ejecución inmediata En la casa real, en presencia del oidor y del fiscal entregó el pliego de comisión y demás papeles al presidente, don Antonio Osorio. Tres días después, como el arzobispo Dávila y Padilla había fallecido antes del recibo del pliego, juntáronse el presidente, los oidores, el fiscal y López de Castro. Opúsose éste al parecer sustentado por los oidores Gonzalo Mexia de Villalobos y Francisco Manso de Contreras, y el fiscal Arévalo Cedeño, de que se consultase a S. M. sobre la circunstancia de la muerte del arzobispo. El oidor Marcos Núñez de Toledo apoyó al arbitrista, y se resolvió al fin proceder a la ejecución inmediata sin consulta. 11. Cómo recibe el pueblo a López de Castro De España salió el arriesgado inventor y movedor de esta peligrosa máquina de remediar rescates, con justificado temor de que el pueblo le tomase ojeriza y aversión. Hemos dicho que en su presunción llegó a figurarse que sería el ejecutor, y decía al conde de Lemos “que había de ocuparse muchos meses con excesivo trabajo de día y de noche, asistiendo por su persona a despoblar los viejos pueblos y sitios de ganado y poblar los nuevos, y en todo este tiempo que asistirá en el campo, ni en el que viviere en la ciudad de Santo Domingo, no tendrá hora segura de vida, ni hay potestad en la Isla que se la pueda asegurar”.34 La confirmación de su recelo no tardó. Mucha gente fue a recibirle y acompañarle con regocijo a su llegada, dice. Observa fr. Cipriano de Utrera que esto se debió a verlo llegar “hecho dueño y propietario de tantas cosas necesitadas de todos, en donde por milagro surgía navío de registro con mercancías de la Metrópoli”.35 Pero el gozo se trocó en odio y rencor, continúa diciendo López de Castro, cuando la orden real que trajo fue publicada, maldiciéndole a una y tratando de persuadirle a atajar y suspender la empresa.36 Mas él a todos se oponía, hasta a sus propios deudos,37 contrastando la voluntad popular. 12. López de Castro endereza la vacilante voluntad de Osorio Por las serias dificultades que ofrecía naturalmente la mudanza; por la ineficacia de la merced de perdón hecha por S. M. a los rescatadores y ofrecida a éstos en agosto y las nuevas venidas en septiembre, después de la publicación del perdón, de haber llegado a las costas del norte, una armada de cincuenta y seis navíos de piratas que traía gente de guerra y materiales de fortificación; por la resistencia sorda y firme de los habitantes de la isla, revelada en las relaciones de decaimiento y ruina de ésta, leídas públicamente en la plaza; por la contradicción de las Justicias y Regimientos, de eclesiásticos y seglares, con fingimiento de cartas de S. M. y de ministros de la Corte, mandando sobreseer; por la propagación de sueños y consejas, V. nota 2 de Utrera, cit. supra 6, en Relac. hist. II, p.165. Memorial al Conde de Lemos y señores del Consejo sobre Suplica Primera, publicado por Utrera en Relaciones ya cit., como texto, p.211. 35 Utrera, nota 2 cit., p.165. 36 Relación de la ejecución del arbitrio, V. Rel. hist. II, p.219. 37 Id. Carta de Manso de Contreras a S. M., fecha 18 de diciembre de 1604. Esta Relación contiene la Información con parecer del fiscal presentada al rey por López de Castro, y la cual fue hecha por octubre de 1605 en la Española. Ella y la Consulta del Consejo de 14 de diciembre de 1604, copiadas por Utrera. V. Relaciones compiladas por Demorizi, tomo II cit. supra 5, p.220; carta de Manso. 33 34 72 américo lugo | antología abrumadores del vulgo, en que los muertos se levantaban de sus sepulcros anunciando la perdición de la isla, don Antonio Osorio, gobernador, capitán general y presidente de la Audiencia, árbitro absoluto en el negocio de la despoblación, pero en quien se juntaba la prudencia a la energía, “estándose ejecutando el arbitrio y disponiendo los nuevos sitios y otras cosas necesarias para la reducción, sin haberse empezado a mudar cosa alguna de ellos en cinco meses, dudó del buen fin del remedio de los rescates, pareciéndole que sin buenos ministros de justicia y sin galeras y presidio, era imposible que éstos se acabasen”.38 Pero Baltasar López de Castro, el escribano de Cámara, el cortesano humilde que había cifrado en su invención la loca esperanza de convertirse en un don Gonzalo Jiménez de Quesada, no flaqueó, y tras angustias mortales logró levantar el ánimo del comisario real, vertiendo en él decisión y confianza hasta disipar del todo su perplejidad. 13. Justificación de la duda de Osorio Razón tenía D. Antonio Osorio para dudar del buen éxito de la empresa, al tocar de cerca su naturaleza y su fin. La esencia y el objeto o motivo de la medida era la terminación de los rescates que por más de setenta años menoscababan las rentas del erario; práctica cuya causa era la falta de empleo de marina mercante suficiente con custodia, de parte de la metrópoli, para llevar a la colonia mercaderías bastantes para el consumo; lo que originaba la necesidad de surtirse comerciando de contrabando con los extranjeros, y la posibilidad para éstos de comerciar con los naturales sin riesgo. Aumentar la marina mercante y custodiarla contra la piratería, era lo que había que hacer dentro del régimen prohibitivo imperante. Dejar, como antes insuficiente y desamparado, el tráfico mercantil, restringido al envío anual de un par de buques, y despoblar las poblaciones de la banda del Norte, única parte en donde se respiraba algún bienestar, era el más descabellado plan del mundo para eliminar los rescates dando fin de la isla entera. El comercio ilegal no puede ser contrastado sino con medidas de comercio legal, porque el comercio es una de las fuerzas sociales emanadas del genio mismo de la naturaleza. Pueblos donde se gobierna con maestría la vocación comercial, como los Estados Unidos de América, son los más pacíficos y prósperos del mundo. Osorio reconoce que los males no se acabarán si el rey no se sirve de buenos ministros y galeras.39 14. López de Castro, hombre temerón Baltasar López de Castro era hombre para empresas de medro, pero no de gloria. Las almas heroicas, según Cervantes, son aquellas a quienes su estrella inclina más a las armas que a las letras; pero también en este campo hay plumas templadas en la fragua de Vulcano, como la de Juan Montalvo, que han ganado batallas tan famosas como las que con su espada ganaron César y Alejandro. Alma de escribano no suele ser heroica a menos que se albergue en el pecho de un Cortés, varón ilustre que en los ligeros planos de la fama40 con Aquiles se codea, y para el cual lo circunstancial era la pluma, no la espada. A López de Castro, puesto que resistió con valor la contradicción popular y sirvió personalmente y ayudó al presidente 38 Relación e Información cit. en la nota precedente, p.246 y Carta del Presidente Osorio a S. M. de 20 de diciembre de 1604, p.247. 39 V. carta precedente, Rel. hist., II, p.245. 40 Quid levis vento? Fama. Séneca. 73 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Osorio con muy gran cuidado y trabajo, y a pesar de la complaciente declaración de la Audiencia, de “que se tiene particular noticia que ha acudido a todas las ocasiones de guerra de los primeros”, puede tenérsele, sin embargo, por temerón y recelador constante de daño contra su persona. Según su propia afirmación, “siempre iba y estuvo catorce meses en diferentes partes armado y con vigilancia y cuidado, y de que no lo entendiesen los que estaban con él, por no animar a sus enemigos”;41 “y en las poblaciones que hizo nunca durmió de noche, sino que en pareciéndole que sus oficiales y esclavos que estaban con él, dormían, fiándose de uno que había nacido y criádose en su casa, se armaba, demás de una cota que siempre traía, con un arcabuz y dos pistoletes, y con los papeles de su comisión se entraba en el monte toda la noche hasta que quería amanecer que tornaba al bohío”. A este émulo del fundador de Santa Fe de Bogotá “representábansele” sin cesar “las muertes y daños que se podían esperar de gente tan obstinada”. Se expresa con ridiculez y excedencia al decir “que se ofreció al martirio así cuando navegó para ir de Sevilla a la dicha isla a la ejecución del remedio, y cuando habiéndose ejecutado tornó a ella, por los muchos corsarios que andaban en el mar Océano, y que forzosamente le habían de conocer por haber llevado a Flandes tres retratos suyos”.42 Más gracioso y fantástico se nos muestra en la inimaginada emboscada que nos cuenta, y que según su confesor, fray Tomás de Ayala, le habían puesto cuando estaba para partir de Santo Domingo en seguimiento de Osorio. Decíale el fraile “que en el camino le aguardaba mucha gente en un mal paso y que a él y a los que llevase consigo matarían; y que con qué había de resistir a mil y más personas que podían tomar armas y las tomarían contra él”. Baltasar finge creer en la patraña de fray Tomás. “Sin embargo desto –dice– y de otras cosas semejantes que oía, con mucho ánimo y determinación caminó las sesenta leguas de ida y vuelta, no llevando en su compañía más de personas43 esclavos y otros porque no los hallasen descuidados. El remedio que tenía era hacer más de ordinario noche en despoblado”.44 15. Su participación en la ejecución Hemos visto cómo López de Castro no logró hacerse nombrar ejecutor de su arbitrio, y que mero ayudante, aunque “con honra y favor” en la ejecución, llevó al presidente Osorio y al arzobispo el pliego de comisión, y persuadió al primero a actuar solo sin previa autorización del rey, y le apartó asimismo de la duda que le asaltó sobre la eficacia de la medida y aun sobre la posibilidad de realizarla. Es innegable que el arbitrista ayudó y cooperó, sirviendo con mucha vigilancia y cuidado. Los autos en la prosecución y ejecución se pasaron ante él, con desinterés absoluto de su parte. Osorio se valió y fió de él en todas las materias de la reducción, tanto en despoblar como en fundar. Cuando vinieron tardíamente a Santo Domingo, temerosos y apremiados, los procuradores que Osorio había demandado que le enviasen las justicias y regimientos de Bayajá y Montecristi, oídas las equívocas instrucciones de aplazamiento que trajeron, cometiósele a López de Castro su prisión. Fue luego éste en seguimiento del Presidente en febrero de 1605 a Bayajá, donde permaneció casi un mes; y después de acompañarle a quemar esta ciudad, tornó, comisionado por Osorio, el 15 de marzo siguiente, a los sitios donde habían de ser establecidas las nuevas poblaciones “para hacer diligencias dobladas”, despoblando Osorio y poblando él. El 24 de dicho mes, Relación e Información, cit. Ibídem. 43 Así en la copia. 44 Relación de ejecución cit. 41 42 74 américo lugo | antología encontrándose en Santiago, dispuso que no se comprase el ganado que venía de las ciudades despobladas para las nuevas, y que se manifestase ante él el ganado que viniese. Este auto fue pregonado en Santiago, La Vega y en la villa del Cotuí.45 16. Puebla los nuevos sitios Se contradice en su Relación López de Castro al afirmar en una parte de ella “que empezó a dar posesión de los nuevos sitios a la población trasladada, el 5 de noviembre de 1604, y la última dio a 13 de enero de 1605”, al expresar más adelante “que el 27 de abril de 1605 empezó a poblar el sitio de la ciudad de San Antonio de Monte de Plata, y en acabando esta población, pobló la ciudad de San Juan Bautista de Bayajá”.46 Sea cuando fuere, empezó a poblar el sitio de la ciudad de Monte de Plata “a ocho leguas y media de Santo Domingo; y para animar a los vecinos a hacer sus casas de paja, hizo la suya, y les repartió solares a cada uno como lo hubo menester conforme a su calidad, oficio y caudal, y las fueron haciendo, y al mismo tiempo sus estancias y hatos de vacas… Y en acabando esta población, pobló la ciudad de San Juan Bautista de Bayajá, a siete leguas de Santo Domingo, según la manera que la de San Antonio… Hizo y dio las plantas de las poblaciones y entregó a las Justicias y Regimientos, y mandó que, conforme a ellas, fuesen prosiguiendo las poblaciones. Y porque de la ciudad despoblada de Bayajá se alzaron algunos vecinos del valle de Guaba y de la villa de la Yaguana se fueron otros a la isla de Cuba, con parecer y orden del Presidente pobló juntas estas dos en el sitio de San Juan de Bayajá, dejando al de San Pedro sin poblar”, y en las dos poblaciones dice “que deja mil personas, blancos y negros, poco más o menos, y más de catorce mil cabezas y muchas yeguas y caballos”.47 De esta manera suprimió Osorio su intención de crear en la Buenaventura la población de San Pedro de la Nueva Villa de la Yaguana. De Montecristi no se habla, porque se había ordenado reducirla a Bayajá desde 1579; pero fue poblada de nuevo.48 El nombre de Monte de Plata indica a Montecristi. Además de Puerto de Plata, Bayajá y la Yaguana, fueron despobladas también Montecristi y San Juan de la Maguana. 17. Ordenamiento y prevenciones “Señalóles los lugares de las plazas, y calles, y iglesias, casas de Cabildo, cárceles, ejidos, términos y jurisdicciones; repartióles sitios para sus ganados, tierras para estancias, ingenios y otras granjerías, todo muy bien aventajado de lo que antes tenían… Proveyó los mantenimientos…, hizo que viniese una panadera de la ciudad de Santo Domingo para que les cociese pan…, y que hubiese dos tabernas y tiendas de pulpería, y que se les trajesen de Santo Domingo regalos a vender, y de los que tenía en su mesa y fuera de ella, los convidaba, y les rogaba que fuesen a Santo Domingo para que ellos y sus mujeres se aficionasen al traje, comida y buen lenguaje, y para que viesen tiendas de mercaderías, a do hallarían todo lo que venden los herejes”.49 Procuró, dice, honrarlos y favorecerlos, y les fue ganando. Por tal modo, los vecinos de San Antonio le dieron poder e instrucción para suplicar al rey les hiciese merced.50 Actitud indigna de parte de los recluidos, aunque humana: la masa del Ibídem. Ibídem. 47 Ibídem. 48 Ibídem. 49 Ibídem. 50 Relación cit. 45 46 75 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA pueblo es tierra pedregosa y fango impuro; pero en los profundos senos de esa desagradable superficie, celestes artesanos crían deliciosa pulpa y dulce miel, y forjan el corazón de héroe, afinan el oro del genio y visten de maravillosas galas la hermosura. Esa procuración es el dorado marco en que López de Castro encuadró su figura. 19. Resumen de su esfuerzo Grande fue como se ve, el trabajo realizado por López de Castro, grande su celo, grande el ánimo con que se opuso a las dificultades y tropiezos de la despoblación. Osorio se sirvió con libertad y confianza, para todo lo que hubo menester y pudo desear, de este hombre cuyos ojos fueron avizores de los suyos, cuya voluntad y razones fueron para él acicate y persuasión. Inventor y responsable de aquella medida aciaga, adelantando denodadamente la labor, el arbitrante no dejó cejar un punto al presidente Osorio. La puso en marcha contra viento y marea, ató voluntades, provocó maldiciones y amenazas, vistió malla, arrostró peligros cautelosamente, sufrió enfermedades y caídas, rindió largas jornadas, atravesando espesos bosques, caudalosos ríos, altísimas montañas, durmiendo a la intemperie en noche obscura, arrimado a sus armas temerosamente, como caballero andante que hubiese saltado de repente a una ínsula desconocida. 20. Resultado de su obra El fin y paradero del esfuerzo realizado por inspiración de Baltasar López de Castro, declinó en muerte y desolación. Su arbitrio cerró las ventanas que miraban hacia el mar en la banda del Norte, señalada por Colón y Ovando como derrotero de la civilización desde los primeros días, y abrió de par en par las puertas de la hermosa tierra dominicana a la invasión extranjera. Suprimió las únicas ciudades que se desarrollaban a impulso de su situación privilegiada, erigió dos tumbas mediterráneas a sus restos mortales y hundió la isla toda en la ruina y la miseria. 21. Va a la metrópoli, pide mercedes y muere “Baltasar no esperó la terminación de la empresa para volver a la Corte en demanda de galardón”.51 Provisto de una Información de Oficio hecha por octubre de 1605 con citación fiscal; de una carta favorable del presidente Osorio, y del parecer de la Audiencia de 21 de dicho mes, en que ésta dice “que le parece es justo y conforme a la intención de V. M. se le haga a Baltasar López de Castro una gran merced”, se partió a España, y en llegando, dirigió al rey una segunda súplica. Pide ahora que el otorgamiento de todo lo solicitado anteriormente se efectúe con la adición de una grandísima merced. “Y cuando suplicó a V. M. –dice– le hiciese las mercedes contenidas en su Memorial, V. M. las difirió para cuando se verificase el arbitrio. Pues ya lo está”. Y con aire de capitán indiano, continúa: “Y V. M., a los descubridores, conquistadores y pobladores y a otras personas que han hecho servicios de no tanta estimación como esto en las Indias y otras partes, ha hecho y ofrecido mercedes de títulos de marqueses, condes y adelantados, y otras muy grandes; y bien considerado esto ha sido un famosísimo descubrimiento, conquista y población, y se han vencido muchos corsarios y otros enemigos sin costa, y se han escusado muchas, descubrimiento que el suplicante descubrió este secreto oculto a todo hombre… Y pues en él concurren partes para recibir una de esas mercedes, 51 Utrera, en su nota 2 cit. supra (5). 76 américo lugo | antología suplica humildemente a V. M. sea servido de concederle las contenidas en el dicho Memorial que difirió para agora, y que la sexta parte corra desde el día que pobló las dos ciudades de San Antonio y San Juan Bautista, el uno de estos títulos perpetuo en la dicha Isla Española y las más que hubiere lugar… Y que se saque Memorial (de todo) para que V. M. lo mande ver y proveer, y de algunas mercedes que hubiese hecho y vuestros progenitores en las Indias, en especial al Adelantado del Reino D. Gonzalo Jiménez de Quesada, y al capitán Diego Fernández de Serpa, y a Pánfilo de Narváez, y a Rodrigo de Bastidas, vecino de la ciudad de Santo Domingo de la dicha Isla”.52 ¿Qué le importaba excederse en la petición de mercedes? Diría para su capote como el Licenciado Vidriera: De los hombres se hacen los obispos. Nada de esto fue concedido al ambicioso arbitrante, a excepción del alguacilazgo mayor de la Audiencia para él y sus descendientes, salario de dos mil ducados anuales y perdón del pago de los dos mil que le habían sido prestados; de lo cual vino a gozar su hijo Baltasar López de Castro y Sandoval, porque cuando el padre alargaba el brazo para recibir la vara, mirándose ya al lado del fiscal en las audiencias y solemnidades religiosas, la parca cortó el hilo de su vida.53 22. Sucesores de su hijo. D. Pedro Ortiz de Sandoval Cuando el hijo falleció, de sus tres hermanas, Catalina, Manuela y Marcela, la segunda pidió dicho alguacilazgo para su marido, D. Pedro Ortiz de Sandoval. Diósele contra el dictamen del fiscal Prada, por auto de revista de 23 de septiembre de 1627, firmado por Gil de la Sierpe, don Juan Parra de Meneses, don Alfonso de Cereceda y el licenciado don Miguel de Otalora; y lo recibió de manos del gobernador y capitán general de la Española y Presidente de la Real Audiencia de esta isla D. Gabriel Chaves Osorio, el 24 de noviembre de 1627. El fiscal opositor debe de ser D. Francisco de Prada, quien fue en mayo de 1631 a La Habana, entendiendo en asuntos de S. M. 23. Páez Maldonado. Caravallo. Mesa Garcés. Ortiz de Sandoval. Litigio final Durante la ausencia de don Pedro había usado la vara su sobrino D. Luis Ortiz de Sandoval. Pero al ocurrir su muerte, Juan Melgarejo Ponce de León, que en 1650 presidía la Real Audiencia de la Española, como oidor más antiguo, por muerte del presidente don Nicolás de Velasco Altamirano, nombró interinamente, el 13 de mayo de 1650, al capitán Juan Esteban Páez Maldonado, hasta que hubiese parte legítima a quien dar el oficio, porque sólo había entonces un varón en la familia, don Juan de Aliaga, marido de Marcela, y éste no quiso recibirla. En octubre de 1651, Catalina casó con Bernardo Luis Caravallo, y éste, en 14 de diciembre de 1651 tomó posesión de la vara que Páez Maldonado consintió en dejar. Sucedióle el 13 de mayo de 1656 don Juan de Mesa Garcés, segundo marido de Marcela; y al fallecimiento de éste, entró sin dificultad en el referido oficio, el 27 de agosto de 1660 un sobrino de Manuela, D. Antonio Ortiz de Sandoval. Finalmente, el 25 de enero de 1665, Manuela pidió la vara para su sobrino D. Alonso de Carvajal Campofrío, a lo cual se opuso el fiscal, alegando que el oficio debía venderse porque Manuela no era persona hábil ni heredera de su hermano; y que desde 1627, en que D. Pedro fue recibido, no tuvo confirmación, no obstante haber ido a la Corte. Triunfó el fiscal, y el pleito terminó en el Consejo en contra de Manuela, el 5 de enero de 1668.54 Relación de la ejecución… cit. supra (16), (17), (18). V. nota 2 de Utrera, cit. 54 A.G.I. Exp. de los sucesores de López de Castro: Escribanía de Cámara 7 A. Copia de Utrera. 52 53 77 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA José Martí* La refriega de Dos Ríos fue una caída continental. Hasta yo, el último de los dominicanos, al saber la muerte del más grande de los americanos de su época, sentí que alguna cosa moría en mí. Dice Estrada que Martí era su proveedor de ideal. ¡Lo fue de toda América! El día que Cuba, que todavía no parece darse exacta cuenta de esa pérdida, mida a Martí en toda su grandeza, sus lágrimas rebosarán el mar y sus ayes enternecerán la tierra. Siempre pensé escribir sobre el Maestro algo que, aunque no fuese digno de él, mereciese siquiera ser leído; mas quiere el cielo señalar para un trabajo que habría querido hacer con reposo, la menos propicia de las horas. ...................................................................................................................................................... El apóstol Por ello, el hombre culminó en apóstol. Todos los instantes libres los consagraba a la enseñanza gratuita. Adorábanle sus discípulos, y en sus clases, calificadas por Trujillo de enciclopédicas, enseñaba de todo: moral, política, literatura. Para instrucción y regocijo de los niños redactó La Edad de Oro. Esta hoja periódica, la nota más pura de la prensa castellana, es un monumento de sabiduría y amor, en que la poderosa inteligencia de Martí es sol que rinde sus rayos fulgurantes y se derrama en gotas de suave luz sobre las adorables cabezas infantiles. “Mientras haya un antro no hay derecho al sol”, decía, y era apóstol como se debe serlo: “¡El apóstol, –exclama,– que lo sea a costa suya! ¡ni puede decir la verdad a los hombres quien les recibe la carne y el vino!”. Martí es, a través de los siglos, hermano del Padre Las Casas, a quien dio a conocer a los niños en La Edad de Oro. Había en él “un candor angelical”, sello divino en la naturaleza humana. Ese candor hizo de él el libertador de Cuba; ese candor le dio la fe, el don profético, la palabra arrebatadora; ese candor le iluminó en la senda oscura, lo fortaleció a la hora de la prueba y le dio triunfo glorioso y muerte heroica. Quien dude que los candorosos angelicales pueden libertar pueblos, ignora la historia y la vida. Libertó a Cuba no por mero patriotismo nacional: este afecto sagrado resulta mezquino ante el amor que inflamaba a Martí por la humanidad entera y del cual su americanismo y su cubanismo son luminosísimos reflejos. Se equivoca Manuel de la Cruz cuando nos lo presenta enamorado de ideales históricos. Martí no fue un simple continuador de Washington y Bolívar. Su amor a la patria era entrañable y ningún cubano sintió este amor de un modo más alto y más profundo. Pero Martí era apóstol antes que patriota, y su patriotismo sin ejemplo no es sino un aspecto de su sublime apostolado. Dotado de sensibilidad exquisita, de portentosa inteligencia y de noble carácter, al mismo tiempo que encerró su cuerpo en una mazmorra infecta. España libertó su espíritu y lo ungió para los grandes sacrificios. Un dolor profundo y prematuro es el purificador de los grandes corazones, cáliz de vida donde se bebe toda la experiencia del mundo, misterioso y rebelante paso del alma hacia el conocimiento de sus recónditos destinos. Al salir del presidio, a los diez y ocho años, Martí era ya un inspirado, un elegido. *Fragmento del prólogo Flor y lava, la primera antología publicada sobre el magnífico escritor cubano en 1909. 78 américo lugo | antología Denuncia la suerte horrenda de los presidiarios cubanos, y su palabra fulgura como la de Lamennais. Estigmatiza a España que, en la persona de los Estudiantes, fusila la inocencia, la honra, la ciencia y la esperanza. Vuela a América a cuyos pies arroja el corazón, enajenado. A los veintiocho años decía: “De América soy hijo; a ella me debo”. Al pisar en la República Dominicana exclama: “¡El hombre tiene ya dos patrias!” Patria suya era toda América; pero la porción más infeliz de ésta era Cuba, su patria nativa, uno de los últimos restos del antiguo imperio colonial de España donde ésta extremaba su política de opresión y explotación. Consagróse en cuerpo y alma a la redención de la patria esclavizada, y a este ideal humano ofrendó juventud, riquezas, gloria y ventura. Instruyó al pueblo cubano como a hijo, inculcándole sus propias ideas y virtudes; y cuando lo vio preparado, decidido, vibrante, se lanzó el primero a la lucha sagrada para escribir con su propia sangre, en el libro de la historia de los pueblos libres, el nombre de Cuba. París, 31 de diciembre de 1909. Figuras americanas Carlos Sumner (Fragmento de un ensayo biográfico inédito) Carlos Sumner es el más idealista de los hombres públicos norteamericanos, y la gloria política más pura de los Estados Unidos. Es el último de los puritanos, pero es también el último vástago de los colonizadores ingleses: con él se consumió, en el suelo de Norteamérica, la última gota decisiva y preponderante de la preclara sangre que en el mágico lar isleño había henchido las venas de Spencer y de Milton. Ante el imperialismo de esta hora, su recuerdo pasa por mi memoria como águila acosada por la tempestad, o brilla como delatora estrella en cielo sombrío. Su titánico esfuerzo marca el fin de una época, el definitivo eclipse de la influencia de la sub-raza madre: de aquella que ha fundado, en el peñón más amado del mar, la nación más original y auténtica del mundo moderno, donde la púrpura senatorial romana no eclipsa al Parlamento, donde Plutarco no impone sus patrones griegos, donde una conquista total se convirtió en total derrota, donde, finalmente, la corteza racial es tan resistente que el Renacimiento mismo apenas pudo hacer penetrar la cultura greco-romana en ella. Lincoln llamaba bastardos romanos a los italianos: bastardos ingleses hizo de los norteamericanos la secular corriente de los emigrantes que desde 1820 ha sumergido a los descendientes de las trece colonias fundadoras, permitiendo a Toniolo negarles los caracteres de nación propiamente dicha. Sumner era un par republicano que habría podido ser rey entre lores británicos, porque era un príncipe del humano linaje. Eminentemente europeo en gusto artístico y aficiones literarias, como por sus cartas de 1837 se ve, el más erudito de los estadistas de su patria, orgulloso y solitario, pero liberal y tolerante, era un Fox por la diamantina pureza de su sentido moral. Muéveme, por otra parte, a hablar de Sumner, la gratitud, que es la más rica perla que se cría en el profundo mar del alma. Sumner, en 1870, salvó con dos discursos a la República Dominicana (y aún puede decirse a la isla entera), de las garras de Grant, evitando la anexión de esta República a los Estados Unidos; con lo cual sirvió con grandeza a Hispanoamérica toda. El primero de los escritores anti-imperialistas hispanoamericanos, Carlos Pereyra, dice que los personajes de gran talento son sistemáticamente eliminados de las convenciones 79 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA presidenciales de los Estados Unidos. Impresionadas por el crecimiento prodigioso de éstos y por su material grandeza, un coro de alabanzas a sus virtudes políticas, dirigido por Sarmiento, Hostos y otros notables directores de conciencias, se alzó candorosamente del seno de las repúblicas de origen español. Consideróse punto menos que semidioses a los tripulantes del May Flower; Washington obscureció a Bolívar; Lincoln al indio Juárez. Ese coro de celebraciones excesivas nos ha sido funesto. La presidencia de un Estado no es por sí misma fianza de grandeza, y menos la de un Estado plutócrata. En sentido general, todo político es necesariamente mediocre, porque es hombre restringido; y su mayor escollo sólo puede hallarse en la excelencia de su naturaleza moral. El voto de las masas vale lo que las masas, y éstas, por irremisible sino, son ignorantes, viciosas, codiciosas, ciegas, apasionadas, injustas, impresionables y simples. El engaño es el resorte que las mueve; el interés particular, su aliciente. Ningún hombre verdaderamente puro y noble se prestará jamás a halagarlas. Horacio Mann, filántropo, el publicista Greeley, Henry Clay, anti-esclavista y antiintervencionista, el orador Daniel Webster, Chase, Calhoun, no fueron presidentes de los Estados Unidos. Greeley fue derrotado en la lucha eleccionaria por Grant “cuyo estado de embriaguez era frecuente”; Clay fue derrotado por Jackson, para quien el cargo público no era un deber sino un botín, y por Van Burén, Harrison y Polk, y Chase, superior a Lincoln mismo, fue derrotado por Grant. Todos los pueblos, aun los menos felices, forjan una leyenda áurea para sustituir con ella orígenes humildes, y acuñan en troquel de impostura la medalla que contiene la efigie de sus hombres representativos. Las verdaderas efigies de Washington y Lincoln distan mucho de ser las que figuran en la moneda falsa de la historia. El primero no necesita ser retratado como un dios, trastrocando los rasgos naturales que hacen de él justamente, como dijo Lee, “el más querido de sus conciudadanos”; ni el segundo tampoco, para ser colocado al lado del primero, porque nadie, tal vez ni el mismo Washington, tiene como él, ante los norteamericanos, los lineamientos que tanto gustan a éstos, de semidiós político surgido, como Jesús, de un pesebre. ¿Por qué sus biógrafos los retratan colocándolos de espalda a la luz de la verdad? Ningún historiador, hasta ahora, ha presentado sus almas. Es tiempo ya de que sus biografías dejen de ser una colección de anécdotas sentimentales. Es necesario que el pueblo norteamericano aprenda, para corregirse, a ver en sus hombres más notables sus propios defectos de utilitarismo, de egoísmo, de conservatismo, de practicismo interesado, de patriotismo exclusivista. Es menester enseñarle que si la Unión es gran cosa, hay, sin embargo, cosas más valiosas que ella; y que no basta ser americano, sino que en el americano y por cima de lo americano, debe surgir y señorear el hombre en sentido absolutamente humano y universal; que el espíritu americano no “debe elevarse por su orgullo” como aconsejaba Randolph, sino por la virtud. Urge finalmente señalar en los hombres que el pueblo considera más representativos, lo que pueda faltar a éstos de aquel desinterés supremo que lleva al absoluto interés humano y que es la base de toda grandeza moral verdadera. Las antorchas que agitan en lo alto los personificadores de meros aunque grandes ideales nacionales, no irradian bastante luz para iluminar el mundo. ...................................................................................................................................................... Al volver de Europa, Sumner se había dado cuenta de las proporciones alarmantes y peligrosísimo sesgo de la cuestión de la esclavitud; y como observa muy bien Storey, entró 80 américo lugo | antología en la liza gradualmente y sólo por su sentido del deber público. De su padre tenía el ejemplo dado por éste en 1834, en el caso de dos esclavas fugitivas, apresadas por los esclavistas, después de haber sido libertadas, en el recinto mismo de la corte. Terció en 1841 en la discusión entre el Dr. Chaning y Webster sobre el asunto del Creole; y replicó en 1843 al Advertiser de Boston, demostrando que la esclavitud era un peligro nacional que debía ser removido por la nación mediante una enmienda constitucional. El 4 de julio de 1845 pronunció en Faneuil Hall su oración sobre la verdadera grandeza de las naciones, “la más noble contribución hecha por ningún escritor moderno a la causa de la paz,” (Cobden). En ella afirmó que en nuestro tiempo no puede haber paz que no sea honorable, ni puede haber guerra que no sea deshonrosa. Como dice Grimke, “Hércules, listo para la lucha, se había puesto en marcha para atacar la hidra de Lerma”. Tal era, en el umbral de su vida pública, en el momento de hacer uso de los altísimos dones que había recibido de Dios, en el momento de oír en su propia alma la voz divina que le ordenaba actuar, el hombre que arrebatando la antorcha de las manos vacilantes de los políticos, tomó de repente, con sobrehumana decisión, en un rincón del planeta, la dirección de un gran pueblo descarriado de la verdadera senda; el hombre que, como los profetas antiguos, se convirtió en heraldo de una nueva era, dando a su palabra no sentido doméstico, ni departamental, ni nacional, ni continental, sino sentido humano, dulce, universal, cristiano; el hombre que después de romper con mano firme con la tradición de los indignos compromisos en que se fundaba la dividida Unión y por los cuales Webster abogaba todavía, levantó ésta en sus hercúleos brazos y la sentó definitivamente sobre bases propias, verdaderas y eternas. Tal era en vísperas de la guerra civil, el hombre que fue el único verdaderamente grande bajo la tempestad; el que desobedeciendo las leyes en nombre de los principios, renunció a toda conciliación y sólo retuvo la fe para poner a raya el interés concupiscente y emancipar una raza; el hombre que, terminada la guerra, con el proyecto de ley con que coronó su incomparable vida, para borrar de las banderas del ejército nacional el recuerdo de las batallas de la guerra civil, unió los corazones que la victoria había dejado desunidos, e hizo que la patria perdonara como Jesucristo hubiera perdonado. Tal era en 1850, al dormirse para siempre los falsos dioses, el hombre que abrió de par en par las puertas de la Edad moderna a su patria; el hombre cuya grandeza se mide sólo por su corazón. Washington y Lincoln son hombres seccionales. Su solitaria grandeza, aquél fundando la Unión, éste preservándola, sólo es nacional. La estatura de ellos se medirá por la sombra, alargada o minorada, que proyecte su país. Son grandes americanos, pero no son pequeños hijos del cielo. Para convertirse en una estrella de primera magnitud; en un “Rubí encendido en la divina frente”, Sirio o Aldebarán; para ser polvo de mundos no basta al alma humana limitar sus sacrificios a uno de esos mil pedazos en que la ambición de poderío ha roto nuestro maravilloso globo; es fuerza que el hombre cave tan hondamente su fosa, que se confunda su polvo mísero con la ardiente lava que arroja al cielo el centro de la tierra, y su nombre, con la purificadora sal del mar. Tal era, finalmente, en su mocedad, Carlos Sumner, el hombre a quien, entre los hijos ilustres de la nación que ha producido a Washington, a Hamilton, a Jefferson, a Adams, a Otis, a Patrick Henry, a Brown, a Garrison, a Webster, a Lincoln, a Emerson, a Poe, parece reservado, hasta lo presente, por la remota posteridad, que es la verdadera, el más alto y firme sitial. 81 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Emiliano Tejera* Cuando en 1841 nació Emiliano Tejera, diéronle los Trinitarios el nombre del segundo Escipión el Africano, porque conspiraban contra una nación de origen africano. ¡Movimiento vanidoso y romántico del ánimo, con el cual aquel puñado de conspiradores aspiraban a un imposible origen ario! Iberos son y han sido siempre los españoles; y el pueblo ibero, como todos los de la cuenca del Mediterráneo, pertenece a la raza y civilización euroafricana. En vez de la frase atribuida al gran Dumas, “el África comienza en los Pirineos”, podría decirse que “Europa termina en el Atlas”. Ni es probable que hayan penetrado nunca celtas en España por los Pirineos para convertir a los iberos en celtíberos, ni parece sean los celtas mismos sino pueblo afín de los del Mediterráneo. Pero nadie quiere tener africanos por antepasados, y el mundo todo pretende ser romano. ¿Qué mucho, pues, que los Trinitarios también pretendiesen serlo? De romano antiguo, sí, y en esto los Trinitarios acertaron, era el temple de Publio Escipión Emiliano Tejera, más parecido ciertamente a Marco Catón que a Arístides, y en cuyo acerado espíritu brillan no pocas de las virtudes con que en la historia resplandece el hijo de Paulo Emilio. Suyo habría sido el renunciar a todo plazo para el pago de la dote de sus hermanas; suyo el valor cauteloso y sereno; suya la destrucción de Cartago; suya la amistad con Terencio. Nadie entre nosotros habría sido tan buen censor como Tejera; y al paso de su cadáver se hubiera podido decir lo que Metelo a sus hijos ante el séquito sepulcral de aquel romano: “Formad parte de ese acompañamiento: no tendréis ocasión de ir al entierro de un ciudadano más ilustre”. Su austeridad es insignia solitaria y altísima. Sus yerros son desaciertos de la mente, mas no abdicación de su índole. Flaquezas tuvo nuestro inmaculado Duarte, el más rígido de nuestros próceres. Sinónimo de severo es asimismo el nombre de Catón, y sin embargo, el antiguo censor romano anduvo enredado con mozuelas a altas horas de su edad. No recuerdo en el curso de la dilatada vida de Tejera, eclipses de la fuerza y elevación de su ánimo. Su conversación fue siempre para mí un poderoso reconstituyente moral. La juventud actual debería imitar su ejemplo, beberle la doctrina, reverenciar su nombre, en vez de envolverlo en el desprecio con que ella mira su pasado, y que es inequívoca muestra de decaimiento moral. El pequeño tesoro que forma el patrimonio dominicano es herencia acumulada por el trabajo, el estudio y los sacrificios de nuestros predecesores. Para la tierra humana agostada por la edad, la juventud, como la aurora, trae un mensaje de esperanza, rocío, trinos, rosas; pero entendámonos, toda niñez no es alba, ni el hombre empieza a ser joven sino cuando aprende a agradecer. Severo, rígido, sobrio, retirado, Emiliano Tejera era enemigo de lo superfluo y del lujo, no permitía que se hiciera ningún gasto innecesario de los fondos públicos, y de haber sido presidente de la República, habría elevado al más alto grado el orden, la economía y el cumplimiento de las leyes. Por la abyección política de nuestro pueblo tan noble, por otra parte, y tan viril, se apartó de la cosa pública a principio de su carrera, reservándose para tiempos mejores, como se apartaron algunos otros varones justos con daño tal vez del bien común, daño de que sólo es responsable el pueblo mismo; porque cuando el hombre ha tenido la fortuna de recibir de su padre un nombre puro, no hay circunstancia personal ni social que le autorice a deshonrarlo. A ese respecto escribía Tejera a Heureaux en 1885, sobre el fracaso de su famosa Ley de Crianza: “Sólo había la satisfacción de haber hecho lo que creía útil a *Estos fragmentos de una biografía fueron escritos en 1932-33. 82 américo lugo | antología esta tierra, que tanto he amado, y a la que no he podido nunca servir con otra cosa, sino con no serle carga pesada ni piedra de escándalo. Hace muchos años que comprendí que mi papel era el de anacoreta: estar dentro de mi celda, y a eso vuelvo. He nacido a destiempo, no sé si atrasado o adelantado; y como todo fruto fuera de sazón, carezco de la mayor parte de las cualidades que debe tener el fruto del tiempo”. Pero como Lilís era un gran tirano, volvía siempre los ojos hacia él en las ocasiones graves, y lo eligió como al hombre necesario, a la hora del arbitraje sobre límites territoriales. La caída de Heureaux sembró vanas esperanzas en su alma de patriota, y abandonó por poco tiempo su retiro para servir en la segunda administración de Vásquez y en la administración de Cáceres. Para hombres como él, sólo la plenitud del poder justificaría el ejercicio del poder, como en el caso de Espaillat, porque el mando es ejercicio supremo por esencia. Subordinado, y no a pares, después de compartir inevitables responsabilidades sin haber logrado nada definitivo en bien común, semi-asfixiado en un ambiente de personalismo y mediocridad, renunció por fin, para volver, águila herida, a las altas, abruptas y desiertas cimas del carácter, único espacio donde el hombre es un soberano solitario. Pero no hay duda de que de ese anacoreta se puede decir lo que de Catón el Mayor dice Plutarco: “Todos a una voz convienen en que por sus costumbres, por su elocuencia y por sus años, gozó en la república de una grandísima autoridad”. Veinte años solamente contaba Tejera cuando la Anexión, o sea la entrega del país por el general Pedro Santana a España, obra casi exclusiva de este hombre ignorante y rudo, pero hábil y tenaz, que supo explotar con un pequeño grupo el ingenuo amor del pueblo al antiguo recuerdo colonial, sentimiento que nada significaba ante nuestra versatilidad característica; y cuya malicia campesina y férrea voluntad engañaron y dominaron a Serrano en Cuba y a O’Donnell en Madrid, los cuales fueron meros muñecos en manos del presidente dominicano, y simples servidores del interés, la soberbia y la ambición de éste. La facilidad con que se dio la espalda en 1821 a la obra de don Juan Sánchez Ramírez, prueba que en 1861 el decantado amor a España no era un sentimiento profundo. Gándara lo califica de “recurso retórico”. Nadie se opuso resueltamente en lo interior de la República al plan proditorio de Santana: el único que de este modo habría podido hacerlo, Francisco del Rosario Sánchez, el más heroico de los dominicanos de todas las épocas, había sido expelido del país por aquél desde 1859, y “se hallaba en St. Thomas en el lecho del dolor”, del cual surgió, es cierto, para caer en El Cercado en defensa de la patria que él había creado, y morir a manos de sus conciudadanos para redimirlos de nuevo. La grandeza de su muerte no ha sido superada por la de ningún otro mártir de la libertad de América. Fernando Arturo de Merino trató de oponerse a la Anexión, y ayudólo Tejera, no obstante su extremada juventud. ¡Inútil esfuerzo! Aquél no pudo conquistar a los generales Eusebio Manzueta y José Leger; éste sopló a Santana el noble propósito del vicario, y Manzueta pronunció a Yamasá. Santana actuó con increíble rapidez desde que se persuadió de que el gabinete aceptaría el hecho consumado: cercenó más bien que suprimió con el filo de su voluntad de acero el plazo señalado por O’Donnell, y proclamó la reincorporación el 18 de marzo de 1861, cubriendo el expediente con cuatro mil firmas (el publicista Alejandro Angulo Guridi dice que si se contaran se vería que no llegan a dos mil), arrancadas en su mayoría a las clases civil y militar; pues el pueblo independiente “calló, que era lo que acostumbraba a hacer siempre, a reserva de sublevarse cuando viniera el momento más oportuno”. Meriño fue desterrado el 14 de abril de 1862. Perseguido por la autoridad colonial, Tejera tuvo que salir del país, para continuar en Caracas la campaña de prensa que desde aquí, con el 83 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA seudónimo de Eduardo Montemar, había comenzado en España misma contra la Anexión, demostrando allí que ésta era la obra deleznable y temeraria de un partido, que su oferta era cosa vana, y su aceptación, incauta e inconveniente. Parecía natural que el gobierno español dominara la situación y no se dejase sorprender de Santo Domingo; pero era inferior al problema y no pudo resistir el ímpetu personal de Santana. Este era un animal de presa, y saltó sobre el formidable objeto de su mira en cuanto le consideró a su alcance. Es indudable que en la “rústica epopeya” de la Anexión, resultaron uncidos O’Donnell y Calderón Collantes como mansos bueyes al carro del dictador antillano, y le avino a la hidalga España, en los campos de una isla famosa del Nuevo Mundo, la más rara, nueva, extraña y jamás vista aventura. Restaurada la República, Emiliano Tejera regresó al país convencido de la necesidad de robustecerla constitucionalmente. Santana, hombre absolutamente honrado, capaz de ejecutar en campaña al soldado que robara una yagua, pero que nunca tuvo noción de derechos individuales ni de división de poderes, y que vivió derrocando juntas, rechazando constituciones, desconociendo gobiernos y fusilando a sus conciudadanos, había humillado al primer congreso constitucional, aun antes de negarse a jurar la Constitución formulada por este en San Cristóbal, mientras no se insertase en ella el Art. 210, con el cual convirtió dicha Constitución en una carabina, y fusiló con ella, en 1845, a Trinidad Sánchez, tía del verdadero Libertador dominicano, y en 1855, al gran patriota Duvergé. En cuanto a Báez, el pueblo dominicano, que a pesar de sus relevantes cualidades, entre los que tienen título de nación es, con Santana, Báez y Heureaux el más perfecto forjador de tiranía, no lo había modelado aún: opositor del Art. 210, su primera administración, incruenta y benéfica, queda, dada la época y en cuanto a política interior, como modelo de gobierno. En su segunda administración, cuando ya empezaba a amoldarse a la pauta popular de superponer a las leyes la persona, cayó derrocado por la revolución del 7 de julio de 1857; pero Santana le dio un puntapié en 1858 a la Constitución mocana puesta por dicha revolución bajo su honor de soldado, y acompañó de nuevo, con un trágico coro de descargas, sus tremebundos pasos de gobernante. Tejera aceptó, pues, en 1865, durante el mando supremo del Protector Cabral, el cargo de diputado por San Rafael en la Asamblea Nacional Constituyente, en cuyo seno se hallaban Fernando A. de Meriño, Pedro Alejandrino Pina, Juan B. Zafra, Nicolás Ureña, Mariano Antonio Cestero, Joaquín Montolío, Carlos Nouel y otras personas notables. Dicha Asamblea formuló “una de las constituciones políticas más liberales que han regido en la República”; y en esa ocasión solemne, ésta tuvo la revelación súbita de que poseía en Tejera un ciudadano cuyo criterio, elevado y profundo, hacía luz en todos los problemas. Fue en esa Asamblea que Meriño, el príncipe de los oradores dominicanos, al juramentar a Báez, habló a éste “el lenguaje franco de la verdad” en un discurso famoso en que esbozó un programa de gobierno que Báez, con más lineamiento de estadista que Meriño, debió apreciar en su justo valor; programa en cuyo cumplimiento se excedió el eminente predicador cuando fue presidente él mismo en 1880, hasta el punto de asumir “en obsequio de su partido”, como él mismo dice, la cruenta dictadura de 1881, incomportable con el estado santo de la Iglesia a que pertenecía, “comprometiendo en el poder un pasado rico de merecimientos”, sin que en apariencia se turbase aquel perfecto señorío de sí mismo que fue, sin duda, su característica más bella, y cayendo así de la firmeza moral, que es absoluta, en la conveniencia de la política, siempre relativa y circunstancial. Meriño fue maestro de Tejera, según se trasluce por estos episodios de la Anexión y la Asamblea Constituyente de 84 américo lugo | antología 1865; pero el discípulo superó en carácter al maestro, y se le adelantó en liberalismo, pues combatió la pena de muerte, al revés de Meriño que la patrocinaba. Disuelta la Asamblea el 11 de diciembre de 1865, el presidente Báez, que ya estaba decidido a emplear “los medios que tanto había condenado en Santana”, ordenó inmediatamente la prisión del exdiputado Tejera, quien, desde el fondo de un inmundo calabozo, protestó virilmente, el 16 de diciembre, en carta dirigida al referido presidente: “Sería yo –decía– hasta indigno del nombre de dominicano si consintiera, sin hacer las debidas gestiones, en que se vulnerasen en mí los derechos que el pueblo que Ud. dirige hoy recuperó a tan costoso precio en su heroica lucha contra el extranjero; merecería ser gobernado por éstos o los que se le asemejan, si tolerase sin reclamar que una semana después de jurada la Constitución, las más preciosas garantías de los ciudadanos, aquellas por cuya consecución han sufrido tanto los buenos patriotas, fuesen menospreciadas y pisoteadas por los mismos encargados de su custodia; y eso tratándose de mí que a la circunstancia de ser un ciudadano pacífico y honrado, reunía la de acabar de levantarme de la curul legislativa, a la que me había llamado la confianza de gran número de mis compatriotas”. Igual varonil actitud tuvo ante el presidente Cabral, renunciando en 1867, ante el Ministro de Justicia e Instrucción Pública, el cargo de ministro fiscal de la Suprema Corte de Justicia, al saber que este presidente había enviado a Pablo Pujol a los Estados Unidos para celebrar un contrato de arrendamiento de la península y bahía de Samaná: “Sabedor de que el Gobierno de la República se agita para llevar a cabo planes que inevitablemente tienen que dar por resultado final la pérdida de la independencia…, y no queriendo que ahora ni en ningún tiempo se pueda ni remotamente echárseme en cara la más ligera participación en actos de semejante naturaleza, he resuelto… elevar a Ud., para que a su vez lo haga al Ejecutivo, mi formal renuncia…, deplorando solamente haber servido este destino bajo un Gobierno que abrigaba el propósito de sacrificar una patria que tanto ha costado, por realizar el sueño de cuatro especuladores de mala fe…”. Natural era que hombre tan puntoso en materia de independencia patria, se mostrara decidido opositor a la anexión de la República a los Estados Unidos; la cual, no obstante los poderosos esfuerzos combinados del presidente Buenaventura Báez y del presidente Ulises F. Grant, no pasó de laboriosa tentativa gracias a la entereza de carácter del senador norteamericano Carlos Sumner. Tal anexión era un viejo proyecto. Cuando Báez asumió por primera vez la presidencia en 1849, apoyado por el brazo de hierro de Santana, el lazo que más fuertemente les unía era su común propósito de “obtener la intervención y la protección de una nación fuerte, de aquella que más ventajas ofreciera”. ...................................................................................................................................................... “Risas y lágrimas” La lectura de los trabajos que contiene este volumen es deliciosa. Grabada en ellos honda huella personal, un subjetivismo condensado en lágrimas (Meseniana, En la tumba del poeta,) o dulce y riente (En su glorieta, Mis flores,) va derramando la tristeza o la alegría en el cáliz recóndito del alma. Por la mayor parte son cuentos, cuentos sencillos, del natural copiados (Nuestros bautizos, La mala madrastra,) o flores desprendidas de la cabellera, siempre negra, de la mitología (Los diamantes). 85 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA El pensamiento nacional se ve hoy libre de las ligaduras y trabas que durante largos años lo estacionaron. Su renacimiento perezoso se remonta en versos líricos, se desgrana en artículos, se desdobla en dramas y novelas. El cuento mismo, de temprano germinar y tardío crecer, ha pasado de los labios del vulgo a los de nuestros escritores, y florece en el campo literario como esos arbustos en cuya savia palpita toda la alegría de la naturaleza. Sintetización de la novela, el drama o la comedia, el cuento baja hasta las formas primitivas del chascarrillo, y se eleva hasta las altísimas regiones del poema. Carece de dominio propio: en el mar inmenso de la literatura universal, es la espuma que encima de las olas cuelga su blanco y breve rizo. Enarrando dichas de las princesas, amarguras del esclavo, virtudes del caballero, malicias de los rufianes; o el valor de los héroes, la sencillez de los pastores, la omnipotencia de los dioses, la flaqueza de los mortales, el cuento se enseñorea de igual modo en el Olimpo, los palacios, los castillos, las calles, las plazas, las cabañas. Y en los bosques y florestas, del cuentista son la arena de oro que los ríos lavan, las escondidas violetas, los nidos ondeantes, el secreto de los gnomos, los suspiros de las ninfas. Artificial o campesa, el cuento es flor que brota en la grama de la ignorancia popular, entre el musgo de la historia, sobre el altar de las religiones, en el cielo de la poesía, sobre las enhiestas rocas de la epopeya. Adorna la frente de los autores graves, y su corola diminuta luce en las altas obras de Ariosto o de Cervantes como un lunar en el rostro de una hermosa. Cuentista, Virginia Elena Ortea es ingenua, sencilla, candorosa: satisface, por tanto, a los requisitos del género, adulterado por el caudal de emoción y el prurito de rareza característicos de la literatura actual. Es difícil hallar hoy un cuento sencillo, que no revele en el autor propósito de presentarnos argumentos extraordinarios, adornados en el tocador de esa retórica que sustituye la fuerza de las ideas con la fuerza de los sonidos; un cuento tal como le componían nuestros bisabuelos literarios del siglo XVIII. Al leer un cuento moderno, suelo pasar a la frase final inmediatamente después de la primera; es raro que la melodía inicial no se repita al medio, al fin de la pieza, como los leimotivos de las óperas wagnerianas. Virginia Elena Ortea narra los suyos con una naturalidad que nos recuerda a Voltaire en Jeannot et Colin. Su libro señala nuevo rumbo a la corriente literaria nacional. Colecciones de igual género aumentarán la gloria de las letras patrias; pero de ella será siempre el honor de haberlas iniciado. “Juvenilia” A Fed. Henríquez y Carvajal Si fuese a hablar verdad de mí, en materias esenciales, diría que hubiera querido nacer en la época de la caballería y andar de Ceca en Meca con la lira en una mano y la espada en la otra, repartiendo trovas y estocadas, éstas para mis rivales, ésas para mis enamoradas. Mas ya que, por mi mal, existo ahora y no en aquellos heroicos tiempos adorados, quisiera ser poeta lírico. Al docente, le detesto. Admiro las auroras y sueño con los sueños del Sol; pero la astronomía me fastidia. La vista me la roban los lienzos inmortales; pero encuentro nauseabundo el olor de la pintura. Hubo un tiempo en que despreciaba los versos, tarea que juzgaba indigna del hombre, por ser la prosa su voz natural. Hoy creo que el verso es la forma exacta de la idea y aquella aversión se ha desvanecido, quedando en pie una preferencia 86 américo lugo | antología decidida por la prosa y un horror instintivo a los poemas. Homero mismo está aguardando, hace años, mi lectura. Todos los días lo tomo, lo abro y deposito en alguna de sus páginas un profundo suspiro. Esos escuadrones de versos me amedrentan: mucho me temo que no lo leeré jamás y que me quedaré con las ganas de beber en el ánfora en que Apolo apaga su sed. En verdad soy un lector bastante perezoso. Recuerdo que antes de leer todo Cervantes le empecé mil veces. Y ahora, cuando miro hacia la antigüedad, casi me la oculta ese escritor con su cabeza. Tampoco he podido salir del infierno en compañía de Dante: junto a su maestro Brunetto Latini me detuve, de lástima tocado, contemplando después, a lo lejos, su sotana que se retuerce azotada por el viento de las pasiones al lado de la lilial vestidura de Beatriz, como la bandera que la Edad Media tremola junto a la enseña del Renacimiento. Gústame, en poesía, el triunfo del sentimiento sobre el pensamiento. En toda composición poética quiero hallar un corazón. Un ¡ay! del alma vale más que mil reflexiones sesudas y cabales. El peso de las ideas debe estar como disimulado y perdido en la vaporosa forma sensible. La sabiduría en el poeta, como la discreción en la mujer, debe ser perfume que emerja de las obras, no de las palabras. La verdad misma necesita, en ocasiones, morir a sus manos: la idealidad artística requiere luego elementos superiores a lo real. La ficción es un imperio, la naturaleza no es más que un reino, y desgraciado el bardo cuyo estro no puede volar sobre el águila negra de la locura. La realidad ha de rendir sus fuertes lanzas ante la gracia, y la poesía puede simbolizarse en el muslo de Onfalia. La expresión no debe costar ningún esfuerzo, como no cuesta esfuerzo el mirar. El escritor que detiene en alto la pluma pone pararrayos a los rayos de su numen. En cuanto a la moral, la única poética es la belleza. Si me preguntan cuál es, en el último siglo, mi poeta, contestaré que Byron: sus obras son hijas de un subjetivismo incomparable. La naturaleza es escenario estrecho para los movimientos de esa alma; sus gritos de dolor llenan el aire, sus lágrimas desbordan el océano, sus ímpetus rompen el cielo, sus caídas conmueven los cimientos de la tierra, su amor es más que el sol ardiente, su ambición es sólo a la del ángel rebelde comparable. En cuanto a los poetas españoles, Espronceda levanta la cabeza sobre Quintana, Olmedo, Gallego, Bello, Saavedra, la Avellaneda, Zorrilla, Heredia, Bécquer, Campoamor, Núñez de Arce: El Diablo Mundo, mutilado, es la Venus de Milo de la poesía española. El cantor de Teresa es el príncipe, el Garcilaso de nuestra lírica moderna. Todo pasma en él: la fuerza del sentimiento, la grandeza del concepto, la riqueza de la imagen, la maestría de la versificación. Poeta lírico es aquel que tiene con la aurora amores, con la luna confidencias, con el mar coloquios; el que con el céfiro suspira, ruge con el viento embravecido y se despeña con el torrente fragoso; el que acompaña a las almas solitarias, consuela al que sufre y con los condenados pena; el que tira su corazón, como una flor, a los pies de su dama, por ella muere y, para adorarla de nuevo, resucita; el que mira de hito en hito al sol, se roba las estrellas y se envuelve en el manto de las nubes; el que de un salto salva los abismos, sube a los más altos montes y se pierde en la noche de las grutas; el que escruta las entrañas de la tierra y le arranca el oro virgen que los gnomos guardan; el que despoja a Júpiter de sus rayos para adornar su carcaj; el que con el ariete del verso golpea y derriba las puertas del olvido. El poeta lírico da el grito de guerra a la hora del combate, ciñe el lauro al guerrero, coloca un ciprés junto al vencido. Recoge alegre el grano de las eras, la vid exprime, y del tardo paso de los bueyes y del chirriar de las ruedas toma ritmo y metro. En el hogar es luz, es paz, es bienandanza: de su lira altiva la estrofa cae ahora, mansamente, sobre la frente de sus hijos 87 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA y juega, llena de candor, en el regazo de la fiel amada. Mas si la patria está en peligro, su lira estalla en acentos que al Olimpo suspenden, a la tierra aterran… d Haces bien, poeta, en romper las ligaduras del silencio y dar al vago viento tus cantos juveniles. ¡Feliz tú, que puedes convertir a lo pasado la mirada y hallar dentro de ti un jardín florido donde tu alma, alondra gemidora, desgranó en notas divinas sus tristezas y sus dichas! Tu obra llega a tiempo. La glauca ola decadente nos invade y de tu pecho brota el agua cristalina del sentimiento y de la gracia. A los romeros líricos que llevan la calabaza de Mallarmé, tú les muestras tu cántaro, trasparente y frágil, como el de la niña de la fuente. Tu penacho lírico ondea como caña de azucenas. Tu divisa es un celaje. Tu musa es una virgen, porque tu alma es casta. De tus versos emerge una pureza única. Viven con el suave calor que anima a las rosas. Tu canto es cántico. Tu acento causa la impresión de una flor empapada de rocío en que la elegía besa al madrigal, o la de una arrebolada nube en que la alegría se mezcla a la tristeza… 1903. “Cuentos frágiles”* La publicación de un bello libro debiera celebrarse como el natalicio de un príncipe. La vida es la expresión: las hazañas de la guerra, la palma del martirio sólo surgen a la luz del mundo cuando el soplo eterno de la palabra pasa sobre la frente de los héroes y los mártires. Yacen la bondad, la belleza en el fondo del corazón humano como los metales preciosos en lo profundo de la tierra; cavan las manos de la inteligencia y las sacan arriba en forma de teorías y doctrinas, literatura y ciencias; o esparcidas flotan en el éter, cabalgando silenciosas en los lomos del aire o suspensas de la lumbre de las estrellas, y nuestro oído y nuestra mirada, bendecidos por un átomo de su polen sagrado o por un rayo de su luz celestial, perciben el canto de la música y el encanto del color. Es el dedo ajeno el que nos señala siempre el camino; pero no ignoro, en cambio, que no sirvo para crítico. Dos cosas éste necesita: ciencia e imparcialidad: la primera, no la tengo; la segunda, no la quiero. Imparcialidad es, en cierto modo, supresión de personalidad. La simpatía es el cauce natural del alma: la antipatía, una desviación. Para ser buen crítico ha de tener el hombre seca una parte de su ser, falto de esa irrigación constante del milagroso Nilo de los afectos. Confieso que soy en extremo apasionado. No conozco sino una clase de autores: los autores que me gustan. Juzgo de las obras como de las mujeres o las frutas: las pruebo y, si no me agradan, no las paso no obstante su virtud medicinal. Fuera de esto, hay en el crítico algo ridículo: la parte del maestro. Tienen las líneas precedentes la ventaja de haberme puesto manos a la obra. Nunca sé por dónde principiar. La pauta me mata: la libertad en el vuelo, la independencia del reposo, el derecho al silencio, yo los necesito. Al entreabrir los labios no sé si es para la palabra o para la sonrisa; y por el cielo del discurso dejo que las nubes corran impelidas por el viento *He aquí cuán generosamente correspondió el gran poeta al envío de este prólogo: “Si yo no te hubiera dado mi corazón desde hace mucho tiempo a trueque de la noble y leal amistad que me tienes, daríatelo ahora, todo entero, en pago de tu prólogo “Cuentos frágiles”. Le he leído mil veces y cada nueva lectura despertó en mí un nuevo entusiasmo, me enseñó un encanto, una gracia, un donaire, una aroma, una fibra, que no noté anteriormente, y resplandeciendo entre todas esas cosas tu cariño por mí, tu infinito cariño, lleno de bondad y de generosidad”. Fabio Fiallo. 88 américo lugo | antología de la tristeza. Mi pensamiento es como mi planta y la literatura como todo otro campo: erro enamorado así de las montañas como de los valles profundos. Mariposa para una flor, quisiera ser águila para un risco. Mas si veo una incitadora sombra por los espesos pinceles de los árboles pintada; si doy con el margen de un arroyuelo tranquilo, el ocio, sueño de la voluntad, rinde ésta a su albedrío. Si la vida es expresión, ésta es arte. Los hombres valen por lo que dicen o por lo que de ellos se dice. El artista es fuente de natural expresión, espejo que revela, no las cosas, sino el alma de ellas: la obra artística es completamente distinta de la realidad porque es una realidad. Pero el artista posee el arte como se posee la onda, quebrándola, rompiéndola, sin poder asirla nunca: el río de belleza pasa y él, postrado a la orilla, quisiera detenerlo; mas la corriente sigue, triscando, bailando, rebullendo, y sólo deja entre sus manos algunas gotas cristalinas. Estas gotas cristalinas son el arte. En verdad, lo que queda en la obra, lo que llamamos arte es la sombra del arte, no el arte mismo: el artista que lograra fijar el arte en un lienzo, en un libro habría roto la máquina del mundo. Tal hombre moriría al tocar el fuego sagrado: Cervantes, Shakespeare son gnomos de las profundidades celestes, enanos prodigiosos que van saltando de astro en astro sin que por ello estén, del cielo mismo, a menor distancia que nosotros. Babel simboliza nuestra impotencia para realizar nada perfecto, y San Lucas apartó la gloria del lote de los humanos cuando dijo: Gloria in excelsis Deo. Es la poesía, entre todas las artes, la más rica en expresión. Si una nota es un vivero de notas armónicas, una palabra contiene un poema: puede reflejar el mundo como una gota de rocío el cielo. Poesía es voz del silencio, claridad de los antros: para ella, la ausencia es la sombra de la presencia; el olvido, el lazo que nos une al recuerdo; la locura, la manumisión de la razón; y recoge, a la mañana, en fragantes botones convertidos, los pétalos que las manos de la tarde deshojan piadosas sobre las tumbas. Platón afirma que sólo hay dos bienes en este mundo: la filosofía y la amistad; y yo digo: la poesía y el amor. Esta diferencia de pensar estriba en mi falta de sabiduría y edad; la juventud va a caballo por el mundo; la vejez, a pie. Del amor, “capitán y príncipe de perdición”, no quiero hablar. Sin poesía ni amor, el corazón del hombre se inclinaría al suicidio como un árbol bajo el viento. Es más necesario el poeta que el filósofo: el ser humano es vaso terrenal lleno de celestial rocío, y éste es más poesía que verdad. Un siglo puede carecer de un filósofo, de un héroe; pero cada siglo, qué digo, cada hora produce su bardo. La humanidad necesita una trompeta para ahuyentar a ese ladrón llamado tiempo, y el hombre decir cuanto le sugiere su diablo interior. La verdad alumbra al mundo, pero también lo alumbra el arte, y además, lo encanta. La poesía es la cantidad de mentira que el hombre añade a la verdad para volverla agradable. El verso tiene promesas superiores a los principios; revelaciones ante las cuales se pasmaría Alejandro, discípulo de Aristóteles y conquistador del mundo. El hombre traza en todas sus obras su retrato y me admira oír señalar a Byron en las suyas. Como él, todo artista está pintado por su propia mano; y cuando no acertamos a verlo es porque no le conocemos. La obra, puede decirse, no es sino el velo que cubre al autor; y donde las facciones no se distinguen, el latido del corazón se oye. La literatura es, asimismo, la pintura de una época, de una edad: la antigua, rica en imágenes, pobre de imaginación; la moderna, sobria y sabia, son dos opuestos cuadros del mismo mundo vario y eterno. También en cada país las letras siguen la edad, los gustos, los progresos. El sentimiento precede siempre a la inteligencia, y todo primer esfuerzo se condensa en poesía lírica, aunque nada sea más difícil que la poesía lírica perfecta. Nuestra literatura (si puede llamarse tal lo poco escrito entre nosotros), se reduce casi toda a versos de amor o de guerra, 89 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA eco fiel de la vida nacional. Poetas de estro insuperable como Salomé Ureña, Corina que vence a nuestros Píndaros; elegantes y donosos prosistas, como Galván, han producido, es cierto, obras luminosas, en medio a un mar de odas detestables; y ahogando en mi tintero a algunos a quienes sonríe Apolo, séame lícito señalar aquí a César Nicolás Penson, autor de La víspera del combate, acaso el más hermoso de nuestros cantos; a José Joaquín Pérez, a Gastón F. Deligne y a Arturo B. Pellerano Castro. Entre la nueva generación descuella Fabio Fiallo por el corte moderno de sus versos y sus cuentos. Poeta que no toma del refresco de Lamartine el Melancólico, ni del reconstituyente de Hugo el Enérgico, ni las perlas de Zorrilla el Divino, ni la menta de Darío el Exquisito, sino el veneno, el veneno de Musset el Misántropo y de Heine el Descreído: del amante de Jorge Sand, autor de La coupe et les levres, de Namouna, de Rolla, de Les nuits; y del cisne de Dusseldorf, el Byron franco-germano, irónico y sentimental, que arroja disgustado la pasión que en su pecho como divina miel se cría. No precisamente que los imite, como afirma Unamuno; por más que esto no sería caso de menos valer, a mi juicio: dice Boileau que el que no imitare a los antiguos no será imitado de nadie; y esos dos príncipes de la poesía moderna arrastrarían en la antigüedad manto real. Nadie se pinta en sus obras más exactamente que Fabio Fiallo: su poesía es delicada como él, perfumada como él, soñadora como él, enamorada como él. Dardo es su verso que va certero al seno de las damas y el corazón les parte, como sus miradas, como sus sonrisas, como sus palabras. Hay un punto en la obra de Cervantes, de esos en que éste con su pluma toca el cielo, en que Don Quijote ve estorbado el paso de sus armas por una red de verdes hilos de unos a otros árboles tendidos: en una Arcadia ideal, Fiallo tiende sus versos como red amorosa; sólo que, a la hora del ojeo, pajarillos no, zagalas quedan prisioneras. La familiaridad es enemiga mortal de la admiración y, no obstante, admiro a este poeta y le coloco entre nuestros grandes de primera clase, pocos en número, aunque no faltan muchos que si no pueden habitar en el Olimpo, son capaces de hacer de su pegujal un jardín, parecido al edénico. Carece de gran elevación de ideas y de riqueza en la palabra; pero es gran poeta por la actitud del alma, perpetuamente inclinada hacia ese lado obscuro y misterioso de donde viene el rayo y perciben los artistas las melodías inefables. En su Primavera sentimental campea y se muestra una musa que, en Plenilunio y For ever, no le cede una mínima a las del Helicón. Como cuentista, Fabio Fiallo no ha sido superado entre nosotros; tal vez ni siquiera igualado. José R. López, Virginia E. Ortea, U. Heureaux hijo son cuentistas estimados: el primero tiene la soltura, la sal, la donosura; la segunda, gran facilidad narrativa; el último, fecundidad, ingenio y corte nuevo. Pero la delicadeza, pero la gracia; la sobriedad, la elección del tema, el desarrollo, triunfos son de Fiallo. Fuera del autor que lo elevó hasta el cielo en el cuento de Adán y Eva, el más famoso entre antiguos y modernos, franceses son los reyes de este género levantado por ellos del suelo al trono entre el aplauso y la admiración de los contemporáneos. Como de la mujer graciosa ha podido salir la parisiense, así el cuento moderno es la parisiense del cuento. La franca y alegre risa de La gitanilla no volverá sino con los buenos tiempos de la incomparable España. El cuento es hoy una sonrisa del pensamiento, sonrisa refinada, diabólica, sutil, complicada. Entre la culta Recamier y la zahareña Galatea, media un escarpín de seda. Fabio Fiallo tiene cuentos que pueden ponerse al lado de los mejores cuentos franceses. La inolvidable, Ernesto de Anquises, El príncipe del mar honrarían una Antología. A veces la pobreza de su léxico compromete la forma que, en el género en que hablo, tiene valor independiente: su palabra sale a pistos y no gusta de adornar, al revés de otros que entunican demasiado su 90 américo lugo | antología muñeca. En la manufactura de éstas el traje es cosa esencial y riquísima: los cuentistas extraen de su cantera esas palabras con que embellecen sus obras, piedras preciosas como el diamante o el rubí o flores tan hermosas como las rosas o los lirios, sin otra diferencia que dentro de las piedras suena un corazón y, en las flores, un alma suspira. Ni cláusulas similcadentes, ni bellas y sonoras frases, ni arcaicas matronas, ni donceles neologismos, nada aparece en Fiallo de aquel artificio deleitoso con que los cuentistas suelen uncir la nota y el color, esclavos de otras artes, al carro glorioso de las letras. En cambio, la pluma es, en sus manos, una varilla mágica: todo cuanto le rodea desaparece: otro mundo, otros hombres, otras costumbres: el sentimiento de amor, única virtud; el soplo poético, único impulso; el objetivo de la belleza, único ideal. Escritor nefelibata, su pluma, sus alas; y mientras su cuerpo rueda entre nosotros, su alma va perdida sobre mares y montañas. De ahí que ninguna de sus obras tenga color local, puesto que nadie como él para bañarse en el raudal de poesía que emerge de la ciudad que vio su cuna y le posee; ciudad de la cual puede decirse: laudandis pretiosior ruinis. 1904. Heliotropo A mi pluma* ¡Dulce amiga, amable compañera! Perdona mi larga ausencia de tu lado. Nunca lejos de ti fueron fugaces las pisadas del tiempo, ni leves, ni seguras. Como deja la paloma, por el espacio engañador, la firme rama, mi mano huyó de ti, y extendida por el aire, imploró en vano una bendición del cielo, una caricia de la tierra. Fuiste a mis ojos grosero tronco ennegrecido; hoy te miro como tallo de rosas coronado. A ti vuelven mis alas destrozadas; a ti vuelve mi canto lamentable. ¡Otra vez colgaré mi nido de tu cuello, dulce amiga, amable compañera! Escribiré, de nuevo, cartas a mi amada, tiernas como suspiros, persuasivas como lágrimas, hirientes como denuestos. Vestiré de púrpura su nombre con la sangre más pura de mis venas. Arrojaré a sus pies mis postreras ilusiones como un ramo de flores. Herida mi frente con tus agudos picos, la leche de las ideas bañará mi cuerpo y acaso entonces ya aparezca puro ante sus ojos. Mas si su mirada desdeñosa permaneciere fija ante el misterio de la castidad; si aún prefiere las caricias de su perro a mis caricias y el aliento de las rosas a mis besos, despojaré de mis hombros y colgaré de un sauce el manto de mi juventud para que el frío llanto de la noche marchite sus encajes y el apetito torpe de los buitres lo desgarre. Errante peregrino, tú serás pequeño bordón que afiance mis pasos. Contigo subiré altas montañas: estamparé sobre sus blancas cabezas mi nombre humilde, y ancho surco abriré para que el agua, sangre de la naturaleza, corra a fecundar las llanuras que gimen sedientas a sus pies. Aumentaré con mis lágrimas el caudal contenido de las nubes y las veré alejarse con fruición, pensando que irán a verter fresco llanto sobre el campo donde mi amada teje, por las mañanas, guirnaldas para su cabeza. Y besaré la luz del sol, que da al cielo auroras, salud al pecho de la tierra, lira al ruiseñor. Contigo bajaré a los hondos valles, hoyuelos que ostenta en su risueña faz naturaleza. Libarás allí la rica miel de las abejas, beberás en la corriente de los claros arroyuelos, sobre *El ilustre poeta Arturo B. Pellerano Castro (Byron) puso en verso tres de los poemas en prosa, dos de los cuales, Ruego y Las hojas, figuran en apéndice en la segunda edición de 1939. También el joven poeta Rafael Emilio Sanabia ha publicado una bella poesía inspirada en el poema en prosa Siento una pena… 91 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA las frutas maduras tus picos dejarán la golosa expresión del pico de los pájaros, recostarás la cabeza, de botones de silvestres florecillas adornada, al pie de un árbol cuya copa detenga al sol esparciendo grata sombra. Yo tu sueño velaré, pensando en mi amada. ¡Cómo pudiera depositar a sus pies los felices despojos de tu larga peregrinación! Dispondremos, con frecuencia, a los lugares sagrados, romerías. Las iglesias son lugar de duelo: si esparcen a lo lejos el grato olor de los jardines, es porque en su recinto flota el virginal aliento de María. En la nave recóndita, junto a un muro sombrío, te estrecharé prosternado. La paloma del misticismo rozará con sus alas mi frente, inclinada, como la de un santo monje, ante el misterio. Hay lugares, más sagrados todavía, donde yace sepultada la infancia del mundo; lugares helados donde el misterio florece; lugares de muerte palpitantes de las ansias supremas de la vida; lugares callados cuyas voces sofocan de emoción al peregrino. Una tumba es un asilo: allí encuentra el huérfano hogar, contento el triste, bálsamo el herido, descanso el fatigado. De los cuatro puntos de la tierra llegan presurosos tributarios cargadas las manos de presentes: el rico lleva su fortuna; el pobre su miseria. Allí vuelca su carro la soberbia; rueda en el polvo la ambición; la vanidad se arrodilla. Todos los ríos de la vida corren desatentados hacia ese océano que ningún viento agita, que ninguna vela cruza. Allí te llevaré también. Posaré mis labios sobre los sepulcros; pondré mi corazón junto a las cenizas que guardan; escucharé su callado acento, sosegarán en mi pecho las pasiones y una luz tranquila inundará mi espíritu. ¡Ven! Estoy sediento de paz y de verdad. Endechas I Soy cantor discreto de mis propias desventuras, peregrino doliente que da a los aires la voz de sus canciones, al mudo silencio la causa de sus quejas. Llevo de este largo viaje, breve en dichas, destrozados los pies, desalentado el pecho, marchita en mi cabeza la flor de la razón. Exhausto el tesoro de mi juventud, mezcladas con las muertas hojas que arrastra el viento animador, con esta arena que piso, ardiente y dura, aquellas esperanzas e ilusiones que al partir traía conmigo y que heridas del sol de mi fantasía brillaban en mi seno como claros y perpetuos diamantes; petrificado mi destino, como esos árboles de ramas solitarios y de verdura desnudos, a quien el fuego del cielo apagara en la cima el ímpetu de su savia, yo miro a lo lejos cómo flotan gallardas y surcan raudas la corriente de la vida las gruesas y pintadas barcas de las ajenas alegrías, cómo besa con su luz la estrella de la ventura la frente de otras tierras, mientras son mis pasos presa mansa de la honda oscuridad. Roto el escudo de la esperanza, blancas las armas de mis bríos, desmayada la fe en Dios y mi dama, mi corazón es un caballero vencido. Caballero de los nobles ideales, de la blanca divisa de la honra y de la divisa roja del amor, cuya pluma, señera y ondeante, daba sus rizos al viento porque al cielo los enviase, ¿por qué acometiste empresas grandes, anhelaste triunfos increíbles, ambicionaste glorias ciertas, pobre soñador? ¡Ay!, era fuerza y aun era justicia a tu soberbia y a tu locura remedio que cayeses, fracasadas las fuerzas de tu cuerpo y de tu espíritu. Si hubiere menester consuelo quien sólo a sus propias culpas debe remitir la causa de sus males, sabe, ¡oh cordial caballero!, que fue tu adversario invencible la fortuna, hada indiferente y ciega de cuyo filtro amargo Marte se retrae, Hércules se resguarda, la flaqueza se sirve, la maldad se alegra. 92 américo lugo | antología Escrita está en lo azul del cielo su victoria, en las estrellas de la noche, en la espuma blanca de la mar; escrita está en las hojas de las rosas, en el abanico de las nómades palomas, en las menudas conchas que cría el beso de las olas; escrita está en la cima de las montañas, en la hirviente lava del volcán, en las arenas infinitas del desierto; escrita está en las notas tristes de la tórtola, en la luz moribunda del crepúsculo, en la nube lejana; escrita está en el duro mármol de su pecho, en el pesado bronce de su indiferencia, en la fría piedra de su olvido; escrita está en la hermosa luz de sus ojos, en la rosa de sus mejillas, en su sonrisa candorosa; escrita está en su desvío, en su ingratitud, en su crueldad; escrita está en el dulce acento de su voz, en su alba frente, en la huella leve de su paso. II Soy proscrito infortunado de un país sobre el sol hermoso, más que la luna melancólico, cuyo suelo feliz bañan y doran los ríos de la ilusión, vistiéndole de perdurable manto de esperanza y cuyas márgenes se pierden en los espacios del cielo sin haber traspuesto términos ni límites de la tierra. Regocijada música el aire puebla, luminoso y perfumado; manzanas de oro, fruto encantador que allí se cría, cuelgan de las ramas dóciles al viento; perlas son tus arenas, tus moradores felices, el gnomo, la ninfa, el sueño, la quimera… El paraíso perdido es región del pasado oscura e infeliz, el ansiado paraíso es región del porvenir triste y miserable, comparados contigo, ¡oh país sobre el sol hermoso, más que la luna melancólico! Roto el laúd en mil pedazos, muda la voz en mi garganta, derribado al pie del Olimpo inaccesible, mi corazón es un poeta moribundo. Poeta de los cantos ideales, de las tristes elegías delirantes, de los tiernos madrigales delicados, cuyos versos eran en alas del céfiro férvida plegaria, y amoroso concento en los labios de las damas, ¿por qué, ay, por qué segaste las flores de tu pecho, desviaste hacia el mar de la amargura la suave corriente de tus ideas y atravesaste con la pluma tu propio corazón para escribir el poema doloroso de un amor sin esperanza, sin correspondencia, sin olvido? Escrita está en las nubes del cielo mi tristeza, en la negrura de la noche, en la comba plomiza de las olas; escrita está en las rosas deshojadas, en el nido vacío, en la playa que el mar besa y abandona… ¡y aquí en mi corazón! ¿Nunca más? A Miguel Ángel Garrido, que fue en vida varón de diamantina contextura. Ven esta noche, bien mío, a cenar de mi alma, a beber de mi boca… Tengo para ti suspiros y besos… Quiero poner mis manos, como una diadema de lirios, sobre tu frente; quiero aprisionarte con mis brazos en estrecho círculo de fuego; quiero estrecharte contra mi corazón enardecido: y los alados geniecillos que custodian mi cintura, y las crueles abejas que depositan miel hirviente en ánforas, como armiño blancas, como abismo profundas, como misterio guardadas por mi ondeante vestidura, saltarán de alegría a tu cuello altivo, y sangrarán tus labios con su dardo envenenado… —Y yo ansío, ¡oh, mi adorada!, derramar ardientes lágrimas sobre tu pecho, como rocío de ternura; deshojar sobre tu cabeza, opulenta en rizos de oro, tempranas rosas; hacer, junto a tu oído, pendientes de mis madrigales y, junto a tu garganta, corales de mis redondillas; y beber un mar de luz en tus ojos, y turbarme con tu aliento de flor, y quemarme en el fuego de tu amor, dejando sobre tu blanca piel, mariposa fascinada, el polvo de mis alas; y dar mi 93 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA cuello altivo a los traviesos geniecillos que vaguean por los altos derrames de tu talle victorioso, y dar mi boca, como una roja camelia, para que expriman su jugo, a las mortíferas abejas que llenan de miel los hoyuelos de tu cuerpo inmaculado… Y fue y mordió como dragón insaciable, la carne de su alma; y bebió en sus labios rojos, a raudales, del torrente del placer. Y fue y no dejó en pie una manzana a aquel manzano exuberante, ni una florecilla a aquel arbusto fecundo, ni una gota de agua a aquella cristalina y generosa fuente. Y fue y vivas cayeron, a sus manos piadosas, palomas blancas con voluptuoso arrullo en los picos bermejos y, a sus pies, afortunado cazador, una azorada pero rendida corza. Y fue y sobre el pecho de la amada y sobre la cabellera, opulenta en rizos de oro, llovieron confundidas, lágrimas y hojas de rosas; y sobre la nuca, do el deleite anida, aletearon madrigales y redondillas; y abrillantó la piel blanca y perfumada, el polvo de oro de una mariposa consumida en el altar candente de un seno virginal… Y, cuando al pie de la entreabierta celosía, que separaba un nido celestial de la tierra ingrata y miserable, ella murmuró: “Nunca más”, él apagó la frase cruel con un beso y huyó, huyó palpitante de dicha a contar a las sombras de la noche, cómo cayó en sus brazos, en un trasporte de la naturaleza, la más pura, la más hermosa estrella. Mas ¡ay!, en vano fueron, otro día, los esfuerzos del amante: ruegos, quejas, desesperación; halagos, promesas, dádivas; certeros dardos de la lisonja, aguda lanza de los celos, maza pesada y formidable del insulto, todo quebró sus garras, como delgado cristal, ante el escudo impasible de su indiferencia. –Toma mi sangre en holocausto a tu belleza, le decía, o pídeme que riegue la tierra con la del rey más poderoso. Incendiaré a Roma por una sonrisa de tus labios, pondré sitio a Jerusalén, y alfombra será para tus pies la melena de los leones muertos a mis manos. ¡Oh tú, insólita creación del poder de la hermosura, dulce caricia de la naturaleza, flor del cielo! Si ya no son tus ojos negras alas a cuya sombra anestesiante se adormece algún rival afortunado; si la espuma de tu garganta no es el vino embriagador que apuran otros labios; si las pomas de tu seno, huerto sagrado, no atrajeron la codicia de algún otro pastor, dime, oh hermosa, cuál es mi pecado, cuál mi crimen… Grande debe de ser y horrendo, cuando tu mano misericordiosa no me levanta del polvo, cuando tu plegaria no intercede por mí al cielo. Pero si quieres ser señora de una triste obra y dueña de una indigna hazaña, si quieres sumergir mi amor en el callado estanque del olvido, apagar con tus propias manos la llama que arde, como zarza de Oreb, aquí en mi pecho, sabe, oh pérfida! que cometes el delito más horrible… ¡Arráncame la lengua para que no te alabe, sáltame los ojos para que no te admire, atraviésame el corazón para que no te adore: toma mis ideales y agóstalos; toma mi juventud y marchítala; toma mi honra y mánchala, pero no escarnezcas mis afectos, no me digas que te olvide, no me separes de tu lado…! Como responde el duro mármol, con frío y callado acento; como la ingratitud y el olvido, así ella a su reclamo. Y agotada la esperanza, exánime la voluntad, presa de un dolor desconocido, apartóse de la entreabierta celosía, linde frágil entre un nido celestial y la tierra ingrata y miserable. Ha discurrido el tiempo. La distancia, la ausencia son urna que igualmente guarda el desengaño y la esperanza: él para la mano confiada del dichoso, ella para el pecho del que infeliz se juzga y sin ventura. Cabe esa urna, el lastimado amante ha suspendido mil veces el deseo de escrutar su destino… ¿Capricho? ¿Pasión, acaso dormida, cuyo primer destello el alma sorprendió, y que habrá de despertar mañana, estallando en nuevos, anhelantes besos? 94 américo lugo | antología Cuando tras supremo esfuerzo el pobre amante logra sofocar el deseo de arrancar a la urna, ya entreabierta, aquel secreto, huye, huye palpitante de dolor, a contar a las sombras de la noche, cómo se desvaneció en sus brazos, en un adormecimiento de la naturaleza, la más hermosa, la más fugaz estrella. Siento una pena… A Lico Gautier Siento una pena infinita que no tiene nombre: la de los rosales al morir a manos del invierno; la de las mariposas que la llama devora; la de la ola que vuelca, a los pies de la ribera, su victoriosa arrogancia, la del viento que cuelga sus sollozos de un ciprés. Siento una pena infinita que no tiene nombre: la del bosque que se ve talado y hasta su virgen entraña removido; la de la tierra cuando le roban sus diamantes; la de las estrellas cuando la nube las oculta; la del sol al caer moribundo en el ocaso. Siento una pena infinita que no tiene nombre: la del amo a quien muerde su perro; la del mendigo que recibe el azote de la limosna; la de la flecha que se rinde antes de llegar a su término; la del naufragante que mira la sonrisa verdusca de la onda. Siento una pena infinita que no tiene nombre: la del buque que se pierde a la vista del puerto; la del pájaro que desfallece sobre el ancho mar; la de la palmera que se inclina ante el huracán; la del fruto mordido por el gusano traidor. Siento una pena infinita que no tiene nombre: la del beneficio olvidado y la de la palabra empeñada ante el desagradecimiento y la mentira; la de las hojas caídas; la de la paloma sin nido; la del cachorro que mira exhausta la fuente maternal. Siento una pena infinita que no tiene nombre: la de la patria cuyos hijos se disponen a luchar; la del hogar donde la virtud se torna en frías cenizas; la de la madre al expirar su hijo; la del hombre que devuelve airado a la naturaleza la dádiva inútil de la vida. Siento una pena infinita que no tiene nombre: la de Pompeyo en Farsalia; la de Don Quijote de los Andes ante las ruinas de Itálica; la de Prometeo encadenado; la de Espronceda ante el recuerdo adorado de Teresa. Siento una pena infinita que no tiene nombre… Sor Teresa A las seis estaba a bordo, donde me enamoré de Sor Teresa. Sor Teresa es joven, hermosa, alta, pálida. Sus ojos, dos centinelas de la gloria. Sus tocas discretas y su aire angélico nada pudieron, acostumbrado como estoy a pasar sin tocar, a meditar olvidando, a oír el silencio. Sor Teresa es mujer y profana: el óleo no la ha purificado; en su cabeza revuelan locas mariposas, y por sus sienes las guirnaldas suspiran. Sor Teresa gusta de sumergirse en los deliciosos lagos del ensueño. Sor Teresa ríe y su risa suena como campanas alegres; Sor Teresa ríe y su risa canta canciones de Beranger; Sor Teresa ríe y su risa es copa en que bebe el deseo; Sor Teresa ríe y su risa, franca y fresca, roba el alma desde lejos. Sor Teresa ríe y su risa sería la risa de las perlas y los corales, si corales y perlas reír pudieran; Sor Teresa ríe y su risa es peregrina flor del movimiento, llena de gracia, de aroma y de rubor. 95 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Sor Teresa ríe y su risa son dos culebrillas que se separan sesgueando; Sor Teresa ríe y las abejas toman por una flor su boca; Sor Teresa ríe y es su boca como granada murciana, como dulce y roja cereza; Sor Teresa ríe y las fuentes festonan de aljófar su lecho; Sor Teresa ríe y los dioses despiertan de su sueño milenario. Sor Teresa ríe… Si Sor Teresa llorara, los ruiseñores olvidarían sus cantos, su suave rumor los arroyuelos; el cielo se ataviaría de sus más densas nubes, el mar se despojaría de su manto azul y sus encajes, y el corazón de la naturaleza, enajenado, arrojaría un grito. La Flor del Jacinto A Marta y a Carmencita Oigo tu canto, melodioso ruiseñor. Vives solitario; con la noche suspiras… ¡Flor mágica! Aún palpitas con la timidez con que brotaste. En ti bullen los gérmenes, semilla que te has vuelto corazón, empapada aún del frescor de la cuna. El impetuoso viento que desgaja las altas ramas del árbol, se convierte en céfiro ante ti. Tu belleza exquisita, rebelde, inaccesible, vierte dulzura en la luz. En ti derrama el cielo el rocío de sus gracias. Amor se oculta en tu perfume. Ensueños despiertas en el alma. ¿No es sueño amor? Es un silfo, no un ruiseñor… ¡Flor divina! Un silfo canta en tu cáliz. Tienes alma y aliento de mujer. El alma humana es también un silfo que canta encerrado en pesado caracol. Pero ¡cuánta tristeza en su canto! El tuyo anuncia el rocío; el suyo, lágrimas. Tú cantas al cielo, al sol; anuncias la lluvia, el fruto, la frescura; tu canto es cántico de fe, de bondad y de esperanza. Amo los sitios desiertos. Subo a la montaña agreste; me refugio en el valle escondido. Amo la soledad del océano, la más cara a Dios. Amo la soledad del silencio, sílaba de verdad, pausa de eternidad, única expresión digna del espíritu. Me gusta la sociedad de las estrellas, de los árboles, de las olas y del viento; pero caigo arrodillado ante la rosa radiante que oculta su seno como virgen pudorosa. Nada hay más grato en la tierra que un jardín. Después del niño, es la flor la expresión más bella y noble de la vida. No hay veneno en su copa ni en sus pliegues la doblez de la traición. ¿Por qué surges, flor hechicera, de la región de la paz, del dulce misterio, de la vívida penumbra, de la gracia secreta, de la perenne belleza, a este día sin amor, sin serenidad, sin ilusión? Han huido los ángeles del cielo, y el manto de púrpura y de oro ha caído de los hombros del florido verano. Adorable joyel de seda y perla, peregrino, leve, milagroso; morada de un genio por la mano de una diosa fabricada, ¿quién te cuidará…? Como tú, también nació a la vida. De la misma tierra que da flores, brota la mujer. ¡Flor encantadora! ¿Por qué viene su recuerdo a mi memoria? Ella tuvo como tú, un proceso de formación delicioso. ¡Pequeña mensajera de la naturaleza, apacible voz del viento, criatura candorosa! Tenía trece años. Nunca más la he vuelto a ver. En toda niña casta y pura como vosotras, percibo un destello de mi adorado bien perdido. ¡Viaje funesto! ¡Cruel separación! Mi paso desvió su rumbo. Ausencia vertió su escarcha. Fuimos dos gotas cristalinas juntas en la cima, separadas por siempre al caer. Su recuerdo convierte la luz del sol en luz de estrella… ¡Flor cautivadora! Difunde en el aire tu suave olor. El tiempo, a tu lado, es un minuto de cielo. Las tempestades han destrozado mi bajel; pero mi alma flota aún… Mi alma la desea. 96 américo lugo | antología Discurso sobre el bienestar general* “En la primera sesión de este Congreso, al discutirse la modificación del artículo 69 del reglamento, un honorable colega propuso que la comisión relativa a bienestar general fuese compuesta de un miembro por cada delegación, a causa de la importancia que dicha sección entrañaba. *Este discurso, que tuvo repercusión universal, lo hemos tomado del opúsculo La Cuarta Conferencia Internacional Americana, Sevilla, 1912, pp.29-31. El gran diario La Nación, “el periódico de más autoridad intelectual y moral de la República Argentina”, en edición correspondiente al 21 de julio de 1910, o sea al día siguiente de haber sido pronunciado, se expresó así: “Desde el comienzo advirtióse que aquello tomaba un nuevo sesgo, y que no se trataba de una iniciativa más de agasajos y cumplidos. Quizá era la primera palabra que se pronunciaba en la vasta y sorda sala con un concepto de interés moral. Alguien que simpatiza con el pensamiento insinuado por el señor Lugo recordó luego, oponiendo a una crítica protocolaria el clásico ejemplo, que el delegado dominicano, hablando en representación de un pueblo modesto y pobre y rompiendo con la tesitura convencional de las sesiones, podía ser allí tan inoportuno y, sin embargo, tan elocuente como lo fuera en el célebre congreso de París de 1857, aquel humilde delegado del reducido reino de Cerdeña que se llamaba el conde Cavour... “El señor Lugo habló con franqueza... Puso de relieve la falta de un ideal, de un objetivo superior, en el plan o programa de trabajos de la conferencia. Y como asumió espontáneamente la representación de los pequeños, se llevó de calle los corazones. Hubo una gran expectativa, y aun cierta inquietud. Los que allí están para desempeñar un papel en la escenografía política del mundo, y no para meterse en honduras, se preguntaron adonde podía llevar las cosas semejante actitud”. El día 22 expresaba el mismo diario: “En la tranquila placidez que caracteriza las sesiones del panamericano, ha resonado, como una amenaza detonante contra los formulismos del protocolo, el discurso pronunciado por el delegado de Santo Domingo, señor Américo Lugo, sobre la cláusula del programa referente al bienestar general. No es que el distinguido orador se propusiera romper con proposiciones demoledoras la parsimoniosa severidad de la asamblea; y acaso sus colegas no habrían pasado por las tribulaciones con que los agitó su palabra ardorosa y vibrante, si hubieran podido conocer de antemano el texto íntegro del inquietante discurso”. Y comentando los trabajos de la Conferencia, que fue inaugurada el 12 de julio de 1910 y clausurada el 30 de agosto siguiente, en edición del 2 de septiembre concluía el gran rotativo rioplatense: “Pero esto no quita que en esas reuniones se formule el ideal. Así lo hemos visto en la que acaba de terminar, y por cierto con noble altura de elocuencia. De la hoya del Caribe lejano, como otrora el palo florido al encuentro de las carabelas descubridoras, vino boyando a la azarosa libertad de las corrientes, un indicio de las Américas futuras”. La prensa de toda Hispanoamérica comentó con especial interés el discurso del doctor Lugo, así como otro, complemento de este, en el cual el delegado dominicano puso de relieve el precario resultado de los trabajos de la Asamblea, que terminó sin entusiasmo, pues la palabra del hijo de la patria de Duarte puso de manifiesto la ausencia de un ideal. De El Diario Español, Buenos Aires, 28 de agosto de 1910, son los siguientes conceptos editoriales referentes a la actitud de nuestro delegado y a su segundo discurso: “Inmediatamente hizo uso de la palabra el doctor Américo Lugo, representante de la República Dominicana, quien con llaneza digna de todo aplauso y dejando a un lado las severidades del protocolo, pronunció un discurso digno de toda consideración por la trascendencia de sus palabras. Censuró la parcialidad con que se ha procedido en toda esa larga gestación de la idea panamericana, subordinándolo todo al capricho de los más fuertes, como si temieran represalias. Criticó acerbamente el hecho de haberse rechazado la propuesta de la delegación paraguaya sobre bienestar y pronunció estas palabras, dignas de tomarse en cuenta: “Al separarnos, quedamos, no ya unidos por nuevos vínculos, sino tan separados como antes”. Dijo el doctor Lugo que esas conferencias no tenían ningún resultado práctico sino el de servir los intereses de un cierto número de naciones, y atacó de lleno al expansionismo yanqui. Su discurso fue recibido con frialdad, justo es decirlo; pero, también hay que decir que por debajo de esa frialdad latía el entusiasmo que provocan las grandes verdades. Algunos delegados aplaudieron. Otros censuraban esa actitud “hiriente” y se manifestaban en contra suya; pero, en el fondo, la verdad se imponía. Aplaudimos la energía y la decisión del doctor Américo Lugo, de quien ya por diversas veces hemos tenido el placer de ocuparnos, celebrando su actitud franca, leal e independiente en este Congreso, sobre el cual ha pasado la mano de hierro de una voluntad superior, ajena a nuestra raza. Nos ocuparemos de este asunto con mayor detenimiento y más amplio espacio, limitándonos por hoy a consignar el hecho revelador de un temperamento enérgico y de una voluntad decidida”. “Saluda a su ilustre amigo, el valeroso defensor del ideal americano, y le adjunta ese suelto, (Lo Oportuno y lo anacrónico) en el que nuestro Leopoldo Lugones, coincidiendo con la mayoría del periodismo de mi país asegura que su discurso es “lo más respetable y lo más elevado” que se ha dicho en la conferencia. Se complace por ello y le estrecha cordialmente la mano su affo. Carlos M. Múscari, Director de El Diario”. “Es indudable que, de cuanto se ocupó la Conferencia, nada ha apasionado tanto la prensa y la opinión, como la proposición de la delegación dominicana, sobre bienestar general, estimándosela más oportuna que la insinuada declaración sobre la doctrina de Monroe. Mucho más valiosa, más positiva y elevada que esa adopción, por lo menos inútil, a un americanismo que nadie discute ya, es la proposición formulada ayer con enérgica elocuencia de concepto 97 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA “Fijóse con tal motivo en este punto mi atención, algo distraída ante un programa sin ideal como el que sirve de pauta a nuestras tareas, y buscando la expresión que en los labios del señor delegado paraguayo había vibrado en mi alma, halléla, no en el seno mismo del programa, sino en el reglamento que lo rige y completa. “Mas al leer la frase, una duda asaltó mi ánimo. Esas palabras ambiguas pueden decirlo todo o pueden no decir nada. ¿Qué se quiere expresar con los términos bienestar general? ¿Se trata simplemente de la comodidad y provecho de las delegaciones? ¿O debe entenderse en el sentido de la consecución de cuanto propenda a la dicha de los pueblos? “En apoyo de la primera interpretación podría argüirse con el lugar que la frase ocupa, figurando como figura en el reglamento y no en el programa, y siguiendo como sigue inmediatamente después de la sección de publicaciones, la cual sólo tiene por objeto la realización de actos materiales. “Mas tal interpretación de la frase bienestar general me pareció que implicaría la condenación del espíritu que presidiera a la redacción del programa, y quise ver cómo la habían entendido los hombres que figuraron en las conferencias anteriores. Y aunque parece que nada de efectivo realizó la comisión a que estuvo encomendada la sección de bienestar general, de las actas de 1906 pude extraer estas palabras pronunciadas por el grande y llorado Nabuco en su calidad de presidente: “He abierto tres excepciones al sistema de no colocar las delegaciones unipersonales sino en las comisiones en que fuera obligatoria la presencia de un delegado de cada país. La primera es relativa a la comisión de bienestar general, a la que atañen todas las ideas de carácter, por decir así, unánime suscitadas en beneficio de nuestro hemisferio”. “Conforme, pues, a este criterio debería interpretarse la expresión bienestar general en un sentido ideal, correspondiendo en consecuencia a los miembros de la comisión 14ª. la tarea de estudiar los medios conducentes a la felicidad de los pueblos americanos. “Esta tarea, tan grata cuanto delicada, animaría el frío espíritu de estas reuniones e iluminaría con una luz radiante, ante los ojos de la América entera, el recinto en que nos hallamos congregados. “¡Qué campo tan vasto y tan fecundo! El bienestar general del nuevo continente exigiría la declaración del respeto absoluto a la independencia de cada una de las naciones de América. Este respeto conllevaría, como soluciones previas, el sometimiento obligatorio e inmediato de todas las cuestiones de límites al principio americano de arbitraje; la consagración del principio de no intervención en los asuntos interiores de ningún estado americano, así de parte de los estados europeos como de parte de ningún otro estado americano; y la expresión de un voto perpetuo para que una pacífica evolución política en América devuelva algún día a su propia raza y natural destino aquellos países que han sido anexados por el pretendido derecho de la guerra. “El bienestar general, así entendido, nos llevaría como de la mano al cultivo asiduo de los elementos étnicos originarios que constituyen el espíritu peculiar de cada una de las naciones americanas, para lo cual bastaría guiarse por la naturaleza y la historia que han dividido el nuevo mundo, uno, por otra parte, no sólo en la identidad fundamental humana, sino por el superior sentido del ideal panamericano invocado en estos congresos, no en veintiún pueblos, y de verdad por el delegado dominicano, para que el congreso declare la integridad del dominio territorial de cada nación y su permanencia intangible. De todo lo que ha tratado y va a tratar el congreso, la proposición del delegado de Santo Domingo, señor Lugo, es lo más práctico y superiormente americano. El ideal de justicia efectivado, “el ideal más necesario que el pan” como lo dijo con valerosa elocuencia. Sea o no la voz del débil, eso es lo más respetable y elevado que se ha dicho en la conferencia”. (Lo Oportuno y lo Anacrónico, editorial de El Diario, 21 de julio). 98 américo lugo | antología sino en tres y sólo en tres únicos pueblos: el grande y próspero pueblo anglo-americano, y los no menos grandes aunque menos prósperos pueblos hispano-americanos y luso-americano; porque ese culto asiduo es esencial al bienestar del nuevo mundo para conservar la fuerza y el vigor orgánicos que subordinan y nacionalizan las corrientes migratorias que acrecientan y robustecen el organismo nacional. “El bienestar general necesitaría transformar en deber de legación el derecho de legación entre todas las naciones americanas, con la obligación de propender no sólo a un comercio intelectual científico, artístico y literario sino a la propagación eficaz, en América y en el mundo, del espíritu de América. “Tales, entre otros, serían, señores, los objetivos luminosos de la comisión 14a. del presente congreso, de interpretarse la expresión bienestar general en un sentido ideal. Propongo, pues, que antes de pasar adelante en nuestro trabajo, se defina el carácter de la comisión de bienestar general y se precise el alcance de su título. “Siempre es conveniente definir y a veces, definir es salvar. Si entra en nuestro programa, sin necesidad de alteración e iniciativa particular, cuanto interesa verdadera y profundamente a América; si está en la mente de los que nos han precedido aplicar, sin violencia, un remedio a los graves males que nos afligen; si preocupados estos congresos, no ya sólo con la obtención de recíprocas ventajas materiales sino también con un alto y desinteresado afán de bienestar moral, buscan la solución pacífica del problema americano, entonces, señores, nuestra misión acrecerá en utilidad y grandeza. “Por mi parte, desearía que así fuera. Sin esa interpretación ideal, el programa de la Cuarta Conferencia es ciertamente estimable, pero no corresponde al pensamiento ni a la aspiración actual del continente. Es necesario tener el valor y la hombría de bien de decirlo, porque la América está sedienta de verdad. Las naciones constituidas, prósperas y ricas buscan mercados; pero las que no lo están y son débiles y pobres, antes que mercados, buscan paz, estabilidad y libertad. “Yo no creo en la riqueza, sino en la virtud. El ideal es más necesario que el pan. Pensar una cosa y disimularla, deshonra a la diplomacia. La sinceridad es el pudor de las naciones. Carta a D. José María Chacón y Calvo* Señor Dr. D. José María Chacón y Calvo La Habana. Ciudad Trujillo Distrito de Santo Domingo, Rep. Dom. 28 de mayo de 1946 Mi querido amigo: He recibido la amable carta de Ud., de fecha 21 de los corrientes, en la cual me expresa que quisiera que al través de unas breves cuartillas, yo cerrara la sesión del Ateneo de La Habana en memoria de Pedro Henríquez Ureña. *Esta excusa fue leída, sin embargo, en la velada, por Chacón y Calvo; y publicada luego por este insigne ensayista en El Diario de la Marina el 13 de junio de 1946. Chacón, Lizaso, Don Federico Henríquez y Carvajal y otros consideran que este original no ha sido superado por cuanto ha sido escrito sobre Pedro Henríquez Ureña con motivo de su muerte. 99 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Mucho me honra esta petición de Ud., pero me impiden complacerle quebrantos de salud y esta jíbara costumbre que está convirtiéndose en mi segunda naturaleza. Me arredra, por otra parte, el eminente valer de Pedro, cuyo nacimiento diríase apolínea inspiración. Su padre fue Francisco Henríquez y Carvajal, brazo derecho del señor Hostos, privilegiado entendimiento dominicano que supo apropiarse, para su desarrollo, de más luz acaso que ningún otro de sus coetáneos, y en quien encarnó profundamente el noble espíritu científico de la época. Fue su madre Salomé Ureña, dulce alondra como la que Shelley cantó. Pedro creció bajo profético influjo. Fluctuó primero entre dos mundos: la poesía y la ciencia. Pagó tributo a la estirpe materna, y fue musageta en Lo inasequible y Al mar, en Flores de otoño y Mariposas negras; pero rindióle al fin el pujante temperamento paterno, y ya en 1905 era el más notable crítico dominicano. Predije su alta nombradía cuando para justificar la aparición de su nombre juvenil en las Notas sobre nuestro movimiento literario, insertas en Bibliografía, escribí al poeta Bazil en carta de 21 de enero de 1907: “Confieso que siento admiración por Pedro Nicolás. No me gustan las profecías, por más que sólo en las de esta clase sean tolerables las equivocaciones; pero dudo mucho que no le saque verdadero a quien de él afirmara que llegará a ser el primer hombre de letras de la República”. Juzgadores idóneos, Rubén Darío entre ellos, opinaban que Max, hermano de Pedro, era superior a éste como escritor y, sin duda, es más ágil y brillante. Como humanista y erudito, como filólogo y crítico, Pedro Henríquez Ureña no tenía par entre nosotros, y era uno de los valores más respetados y aplaudidos de toda América. Llegado a la cima del pensamiento crítico en hora oportuna como Petrarca, señaló, igual que éste en el trecento, cauces nuevos a las corrientes de la sensibilidad e inteligencia en Hispanoamérica, y, en tal sentido, ésta le debe unánime homenaje. Pero lo que más aprecio en él es su dominicanidad. Desterrado voluntario a causa del imperativo vocacional, es cierto; pero de los de su generación, nadie amó más a su patria. Escribí en 1943: “Pedro Henríquez Ureña no tiene por oficio el periodismo sino la cátedra, desde la cual su enseñanza irradia luz continental. Félix Lizaso, el mejor discípulo de Martí, acaba de llamarle en Cuba “gran ciudadano de América”. Su nombre es glorioso, su modestia, ejemplar; su patriotismo, conmovedor. Ninguno de nosotros, fuera de su patria, suspira por ella como él, ninguno trabaja para ella como él, ninguno tal vez, desde lo extranjero, la honra tanto como él. Conozco su corazón. Sé que ni honores ni riqueza compensarán jamás en él el efecto de la ausencia del suelo natal. Es tan dominicano, si cabe decirlo, como nuestra iglesia catedral, con quien podría comparársele. Sé que su deseo más profundo será volver, callado; pegarse a los muros de la ciudad sagrada que fue su cuna, besar sus ruinas, y devolver al seno generoso de la tierra patria, cuando su alma pase dulcemente, el maravilloso terrón que la contuvo”. Si sus ojos recorrieron alguna vez estas palabras, ¡cómo debió recordarme al cerrarlos para siempre en tierra extraña! Su alto espíritu al cielo pertenece; pero la dulce tierra dominicana ansiosamente espera, para guardar por siempre sus restos venerandos. Abraza a Ud. cariñosamente, 100 américo lugo | antología Carta a Georgia (Fragmento inédito) I. Ha querido el cielo mover la voluntad de tus padres a que mi torpe mano fuese la primera en abrir las páginas de tu álbum, e imagino que esta singularísima honra me coloca en el sitio preeminente que a tu esclarecido abuelo, por derecho y amor, habría correspondido. ¡Cuánto siento no poseer su prudencia y sabiduría, y aquella elocuencia con que él transformaba en preciada joya el árido consejo! Desearía, de cuanto el alma siente y guarda el corazón, formar para ti un hacecillo de lirios ideales, en vez de ofrecerte una obsequiosa flor de galantería, primor y obligada delicia de los álbumes. No es para mí el tuyo libro abierto a finos cumplidos y desusada urbanía, sino libro íntimo para toda la vida, en el cofre de tus más queridas prendas preservado; que hojearás con reserva cuando instintivamente busques consuelo ante el amargor momentáneo y la nube ligera que aun al día más claro y feliz suelen mezclarse; que te servirá, finalmente, de espejo de tu pasado, en el cual, como advertencia y guía de lo futuro, verás reflejados la opinión que mereciste, las esperanzas que hiciste concebir, el afecto que inspiraste. II. Pon, ante todo, tu corazón en Dios. “Ante todas cosas conosced a Dios, –decía Gutiérrez Díaz de Gómez– e después conosced a vos e después a los otros. Conosced a Dios por fe. ¿Qué es fe? Fe es certidumbre muy firme de la cosa non vista”.55 Practica cosas celestes en la tierra. Vive en lo ideal, laborando en lo real. Haz con tu ser como el agricultor “que a los árboles cubiertos por la sombra les abre el cielo” (Séneca). El alma es sagrada: oféndenla los hábitos profanos. La elevación es su ambiente; bajeza y vulgaridad la matan. En cambio, no puede ser vil el hombre si le gobierna el alma. La salud de ésta es el asunto de la vida. La religión nos enseña que lo verdaderamente moral es lo absolutamente benéfico y no lo meramente útil, que es una expresión del egoísmo. Sólo el bien es moral. Muy parco se muestra mi amado maestro, el Sr. Hostos, al considerar en su Tratado de Moral, la doctrina de Jesús de Nazareth: “La moral de éste, a quien siempre tributará homenaje la razón, –dice–, es particularmente atractiva e insinuante, porque trata de apoderarse de los hombres por la sensibilidad”. N ̒ o hagas a otro lo que no quieras para ti mismo’… no pasa de ser una amonestación a nuestro egoísmo. ’Ama a tu prójimo como a ti mismo’… también es un poderoso llamamiento para nuestro egoísmo. Cuando hacemos resaltar esta peculiaridad de la moral de Jesús no intentamos deprimirla… Por lo demás, junto a los estímulos egoístas brillan, en los preceptos del maestro galileo, las admoniciones altruistas más expresivas. Por ejemplo: ’No sepa tu mano izquierda lo que da tu derecha’”.56 Funda el Sr. Hostos el orden moral “en las leyes eternas de la razón y la conciencia,57 con exclusión de los principios mitológicos y de dogmas religiosos,58 pero reconoce la limitación de nuestra razón y el sentimiento de amor y gratitud hacia la Causa Indemostrable”.59 Si la razón es insuficiente para conocer a Dios, no basta la moral fundada en ella; el doble deber de amor y gratitud hacia Él, buscará siempre, con victoriosa parcialidad, la causa que lo inspira, sin que pueda considerarse, por tanto, como deber moral, “el deber de abstención, de afirmación o negación”,60 deber impuesto por el Sr. Hostos en nombre de una razón limitada. Crónica del Conde Pero Niño, Cap. IV, 1a. parte. Tratado de Moral, por Eugenio M. de Hostos.– La Habana, 1939, p.28. 57 Id., p.49. 58 Id., p.61. 59 Id., p.61. 60 Id., p.60. 55 56 101 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA III. La potencialidad religiosa característica del pueblo judío, la interpretación de la Ley por los sabios rabinos; el gobierno en manos de los ancianos; la perenne creencia popular en el reino mesiánico; la doctrina de los divinos atributos, los Salmos, los Proverbios, las Profecías, y, sobre todo, la del precursor de los Evangelistas, Isaías, todo preparó y anunció la venida al mundo de Jesús. Nacido en Belén, en un pesebre, el más grande y humilde de los hijos de los hombres, recibe el bautismo de Juan el Bautista, carpintero de profesión, discutía de niño en el templo con los doctores de la Ley; a los treinta años de su edad retírase al desierto; comienza luego su predicación en Cafarnaúm; junta a sí a algunos pescadores; y apellidándose Hijo de Dios, pasa a Jerusalem, atrae a las muchedumbres, y se concilia el odio de los grandes. Al pueblo, que quiere proclamarle rey, le responde: “Mi reino no es de este mundo”. Sólo exige del hombre pureza de corazón. De regreso de Fenicia vuelve a Jerusalem; expulsa del templo a los mercaderes; y en víspera de la Pascua, cena por última vez con sus discípulos, anunciándoles su próxima muerte y su resurrección; y finalmente, mientras oraba en el huerto de Getsemaní, es hecho prisionero, acusado de falso Mesías, violador de la Ley y aspirante a rey. Condenado a muerte por el delito de rebelión, es crucificado en la colina del Gólgota; y allí expira pidiendo gracia y perdón en favor de sus verdugos. En su Sermón de la Montaña había explicado cual es “el reino de Dios”. Al despedirse de sus discípulos les había prometido la asistencia perenne “del Espíritu Santo”. Si de cuantos han dejado en la historia huella de su paso, alguien ha poseído poder milagroso, es él, cuya vida misma es toda ella una suma de milagros. Nadie para el ejercicio de esa facultad de imperio y autoridad ilimitada, superior a las fuerzas naturales y humanas, como aquel que ha completado con la ley del amor la antigua ley, enseñándonos a amar a nuestros enemigos, a sufrir la injuria y el maltrato, a perdonar a nuestros verdugos; como aquel que infundió la ley de la gracia en la naturaleza, despojándola de su amargura, su inexorabilidad y su fiereza, de la ley de la gracia, que es la caridad, la verdad, la paz por el equilibrio entre el sentimiento y la razón, entre la autoridad y la tolerancia; como aquel cuyo imperio sobre sí mismo no tiene paralelo, y sobre los demás sólo se vierte en dulzura y mansedumbre; como aquel cuya inconmovible resistencia a las circunstancias le presentan como modelo soberano y eterno del carácter. Más grande que Abraham, que Moisés, que Salomón, que San Juan Bautista, ¿qué ademán habría podido ser tan creador como el suyo, qué sonrisa tan benéfica, qué bendición tan milagrosa? IV. Jesús de Nazareth, o sea Jesucristo, fundador de la religión cristiana, es el modelo más perfecto que las páginas de la historia universal ofrecen a la consideración de la humanidad. Su personalidad histórica y su incomparable vida, relevadamente auténtica en los Evangelios, Epístolas y Actas, constituyen el suceso conocido más notable de cuantos han ocurrido en el globo; suceso que concuerda con la general cronología en sus partes esenciales y del cual dan, por otra parte, testimonio Tácito, Suetonio, Plinio el Joven y, sobre todo, Flavio Josefo. De su doctrina emana una moral suprema que es el más puro alimento de la vida terrenal; aunque él decía que su reino no era de este mundo, el ejemplo de esos varones de carácter que se llaman santos, más valerosos que los héroes y más fuertes que la muerte, prueba que dicha doctrina es practicable entre nosotros. Es el Evangelio ley de fuerte y dulce amor, de amor perseverante y desinteresado. Jesús se nos presenta como hombre santificado por el soplo mismo de la Divinidad. Iluminado con la luz que aclara los misterios, conocedor de las intenciones de Dios, depositario de los secretos eternales, su virtud es la fe, la revelación su verdad, su consejo la pureza, la caridad su práctica, su castigo el perdón, su medicina la gracia. Ninguna especulación religiosa, filosófica o científica 102 américo lugo | antología superará su doctrina, la cual, en síntesis es esta: “Dios es nuestro Padre; el hombre, representado por Jesús, es su Hijo; y el Espíritu Santo, el lazo de amor que une al Hijo con el Padre. Además de los Evangelios y las Epístolas Sagradas, lee los Salmos, los Proverbios de Salomón y los Profetas, anunciadores y en cierto modo, anticipantes. Fíjate en lo que se dice en los Proverbios sobre la mujer de valor; no menosprecies el Antiguo Testamento. Y cuando hayas terminado su lectura, lee a Séneca, el más cristiano de los gentiles, cuyo libro De la Vida Bienaventurada está considerado por Barthio, “lo más excelente que tenemos después de los de la Sagrada Escritura”. ¿Qué mucho, pues, que los Evangelios representen “el más grande prodigio de la historia y la suprema ley entre todas las que norman el espíritu”.61 V. Encierra este leve y minúsculo territorio de barro, sangre y lágrimas que llamamos ser humano, dos soberanos, dos tesoros, dos cosas celestiales: espíritu y amor. Es el espíritu su parte inmaterial; el amor es el vínculo de unión sustancial entre el alma y el cuerpo; y esa unión produce la vida, cuyos deseos en toda ocasión deben ser limpios, honestos y elevados, como los de la pastora Marcela, uno de los personajes del Quijote, en cuya boca pone Cervantes estas simbólicas palabras: “Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen es a contemplar el cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera”.62 En cuanto al amor, “amor no es esa violenta aspiración de todas las facultades hacia un ser creado; es la santa aspiración de la parte más pura de nuestra alma hacia lo desconocido. No nos bastan las emociones de los sentidos; la naturaleza nada tiene en el tesoro de sus sencillos goces, capaz de apagar la sed de felicidad que experimentamos; sería preciso el cielo, y el cielo no le tenemos. Por eso buscamos el cielo en una criatura semejante a nosotros, y gastamos en ella esa sublime energía que se nos dio para más noble uso. Necesitamos amar, y nos engañamos todavía, hasta que al fin, desengañados, ilustrados y purificados abandonamos las esperanzas de una afección permanente sobre la tierra, y elevamos a Dios el homenaje entusiasta y puro que jamás hubiéramos debido dirigir sino a él solo”.63 VI. En la inspirada sabiduría de los Santos Padres y los Doctores de la Iglesia cristiana, cuyas obras eran lectura favorita de un Leopardi, hallarás la explicación fundamental de los misterios y la ley. Natural era que esta tuviera carácter de severidad, excesivo a veces: así lo requería el establecimiento de la Iglesia y su propagación en los tiempos primitivos, por medio de los primeros decretos de los pastores, de los primeros cánones conciliares y, sobre todo, de los primeros escritores eclesiásticos, como Tertuliano, de quien dice Chapman: “Su estilo es comprimido como el de Tácito; pero este maravilloso hacedor de frases es eclipsado por su sucesor cristiano en sentencias como gemas que serán citadas mientras el mundo exista; o como el elegantísimo Minucio Félix, cuyo diálogo Octavius no envejecerá jamás; o como San Cipriano “cuya belleza de estilo –según el citado escritor– raramente ha sido igualada entre los Padres Latinos, y jamás sobrepasada, excepto por San Jerónimo”; o como Lactancio, llamado el Cicerón cristiano, título que luego compartió con San Juan Crisóstomo. El fuego de esas almas encendió las de los fundadores de las órdenes monásticas y las de los exégetas subsiguientes. Dice Tertuliano que “en la moral evangélica nada se lleva en exceso fuera de razón”; pero él mismo aspira a un ascetismo impracticable, fijando reglas que contrarían abiertamente las leyes de la naturaleza, como si la humanidad sólo debiera profesar el cenobitismo y hacer del mundo un monasterio. La doctrina del pecado original, 61 62 63 José Vasconcelos, Nota Preliminar a las ediciones de la Sec. de Ed. Pública de México. Don Quijote de la Mancha, Ed. de Rivadeneira, p.282. Jorge Sand: Lelia, cit. por Fed. Torralba en Cristo y la civilización. 103 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA según aquellos escritores, estableció un concepto de inferioridad para la mujer, a quien Tertuliano llama “puerta del demonio”. Tal exageración ha desaparecido. El que quiera conocer el verdadero concepto que de la mujer tiene la Sagrada Escritura, lea a Fray Luis de León, que sólo en ésta se inspiró para escribir La perfecta casada. VII. La inmarcesible elocuencia de aquellos escritores ha debido de ser de gran provecho para la conversión de los gentiles. Los monumentos primitivos de la iglesia cristiana forman una floresta divina donde el árbol de la filosofía y el arte florece perpetuamente en frescura y lozanía. En su fronda nos parece percibir una música lejana y pura que tiene acentos de plegaria, emanados de las ideas que son eco del texto sagrado, como la de esotros buriladores en la onda y el viento, cabalgadores de estrellas, avasalladores de nuestra inconsciencia, cuyas melodías individuales al fin se alternan, se contraponen y superponen, primero en la conservadora polifonía litúrgica palestriniana, luego en el arte peculiarísimo del gran predicador de la cantata coral y emperador de la fuga; arte que fue el punto de partida de la transformación efectuada siglos después por Mozart e impulsada por Beethoven. VIII. Perdida en el silencio augusto de un pasado inaccesible la verdadera expresión de la música antigua, la maravilla de la música moderna brotó como divina planta, de los ejercicios litúrgicos, en el seno de la iglesia cristiana, bajo la inspiración de los Ambrosios, los Gregorios y los Dámasos. Hijos de la fe fueron las misas de Palestrina, los motetes de Lasso; las cantatas y pasiones de Bach, que en la Matthaus-Passion realizó el ideal soñado por San Felipe de Neri; y los oratorios handelianos. Hasta dónde puede conducirnos, y elevarnos el impulso que la inteligencia cultivada recibe de una sensibilidad exquisita, nos lo muestra la evolución del espíritu humano, desde la primera misa litúrgica, salmódica e hímnica del insigne creador del canto gregoriano, producto espontáneo de la palabra sagrada, hasta las tres misas grandiosas de Bach, Mozart y Beethoven, monumentos excepcionales del arte religioso cuya ejecución en el templo quisieron prohibir algunos escritores eclesiásticos, sin considerar que si no se ciñen a las condiciones, característicamente ortodoxas, de santidad, bondad y universalidad de la música gregoriana y palestriniana, señaladas por Pío X como propias de la música litúrgica, su belleza en cambio sienta admirablemente a la belleza literaria del texto sagrado y a la belleza arquitectónica de las grandes catedrales, y se acerca cuanto es posible, al sublime misterio del incruento sacrificio de la ley de la gracia. Como eres artista, nos detendremos un instante ante el reflejo de aquella evolución en los referidos monumentos. ...................................................................................................................................................... D. Manuel de J. Galván Acaba de herir una encina el rayo de la muerte; se ha desplomado una columna del templo de la verdad y la belleza; acaba de ponerse en el cielo de América un astro refulgente. Escribo esta carta a impulsos del dolor: la amistad es a veces más respetable que la sangre; la admiración, sentimiento tan puro en ocasiones como el amor mismo; y mi corazón sabe guardar luto por la muerte de los grandes hombres. Don Manuel de J. Galván era el dominicano de más talento, el primero de nuestros escritores, el príncipe de nuestros diplomáticos, el más reputado de nuestros jurisconsultos, el más galante de los caballeros, el más cariñoso de los amigos. Pertenecía a esa generación, reclinada ya casi toda en la tumba, que ha dado a la República el más rico florón de hombres ilustres; serie 104 américo lugo | antología de cumbres que arranca en Meriño y termina en Emiliano Tejera. Comenzó a destacarse en el escenario político en la época de la Anexión. Vino a Europa la vez primera como secretario en una misión diplomática; volvió poco después a consecuencia, según creo, de un lance personal en que dio pruebas de valor, y pasó dos años aquí en París compartiendo su tiempo entre la Sorbonne y la Biblioteca Nacional, en donde concibió la idea de escribir Enriquillo. Fue ministro de Relaciones Exteriores de Espaillat, a quien acompañó hasta el fin; de Heureaux, a quien sólo pudo acompañar breves momentos, y en la segunda y efímera presidencia de Woss y Gil; quedando las tres veces alta muestra de su entereza en el Palacio de Gobierno, ya cuando el incidente del Tybee en que ejerció la República sus prerrogativas soberanas no obstante las protestas de la poderosa Confederación Norteamericana; o bien renunciándole irrevocablemente la cartera al temido Heureaux; ora formulando el proyecto de Aguas Neutrales y Puerto Franco, una de las pocas ideas grandiosas que han surgido en la mente de los estadistas dominicanos. Negoció un tratado de libre-cambio entre la República y los Estados Unidos de América; falló como árbitro en el caso de la Improvement Company; combatió más que nadie la cláusula del primer proyecto de Convención Dominico-Americana que atribuía injerencia política al Gobierno norteamericano en nuestro país; y, finalmente, prestó a éste muchos y señalados servicios. En 1882 publicó su obra maestra. Escrita en la hermosa lengua y en el noble y castigado estilo de los clásicos de la literatura castellana que como ningún otro dominicano dominó siendo en ella príncipe y maestro, Enriquillo es aún, al cabo de treinta años, la perla más valiosa y la más alta cima de las letras patrias. Traza Galván el cuadro de la colonización de la Española en los primeros años, y coloca como figura central al cacique Enriquillo, el primer capitán americano y el primer libertador; con lo cual esa leyenda encantadora constituye por sí misma un acto de inequívoco, profundo y sincero patriotismo que infiltró en mí indefinible encanto por aquella época en que agonizaba una raza para que naciese un mundo y en que una isla amamantaba dos continentes a sus pechos; encanto que, a través de los años, me inspiró Higuenamota y tiene suspensos de mi pluma los Episodios coloniales. En el género epistolar reinó sin rivales. Era un goce incomparable la lectura de sus cartas, modelos de naturalidad, fluidez y gracia. Entre mis manos está, recién llegada, la última que me escribió el 22 de noviembre, que no podré contestar y que comienza con estas líneas que la muerte me permite liberar de la oscuridad y el silencio a que condenó inexorablemente todo elogio privado, para dar idea de la soltura y gallardía de sus misivas: “Ante todo, mi entusiasta felicitación por el lucimiento que Ud. supo dar a su representación de nuestra patria en el Congreso Panamericano de Buenos Aires. Brilló por ende la República Dominicana más que ninguna otra de sus opulentas hermanas, porque el brillo de las riquezas es transitorio como ellas mismas; el lauro de las grandes acciones pasa a la Historia y perdura en las edades. ¡Así sea respecto de su gran gesto de verdadero patriotismo en la solemne ocasión del Centenario Argentino! “De tanta altura, fuerza es descender a las miserias de la realidad. ¡Qué estrecha cárcel, la del espíritu, en la bajeza de las necesidades humanas!”. ¿Quién como él, que era él solo una gloria, para el cariño y la alabanza? Celebrando un pobre juicio mío sobre el delicioso poeta Fabio Fiallo, dijo a su hijo Rafael Octavio en Nueva York, y luego a mí aquí: “Le traspaso mi pluma”. Su pluma era un cetro y, oídlo bien, jóvenes que gustáis de conferir supremacía: caído el pontífice, es todavía uno de su generación, Don Emiliano Tejera, quien empuña el cetro literario en la Atenas del Nuevo Mundo por la claridad de su inteligencia, por la profundidad de sus conocimientos, por la altura de su criterio y por la austera nobleza de su estilo. 105 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA El admirable prólogo a los Escritos de Espaillat, última producción de aliento de Galván, es una página de nuestra historia, llena de fecundas y no aprovechadas enseñanzas. Como si presintiera la proximidad de la muerte, durante el postrer invierno, pasado aquí en el seno de la colonia dominicana que le mostró gran respeto y cariño, preparó su testamento y lo depositó en manos de su antiguo amigo, Don José J. Silva. Veíale yo a menudo, y en vano insistí para que, acallando su modestia, me diera las notas para su biografía, tarea que corresponde hoy a alguno de sus hijos, entre los cuales hay artistas y escritores distinguidos; que era muy vivo y generoso el fuego de su portentosa inteligencia para consumirse en sí mismo sin comunicarse a sus descendientes. Todos los pueblos ilustrados veneran a sus grandes ancianos: olvidan sus faltas si las tuvieron para no acordarse sino de su talento y virtudes; ponen su vida a salvo de las contingencias y naufragios del trabajo; rodeándolos de tanta honra y consideración que una como divina aureola los circunda, y la muerte los sorprende felices, amados, admirados, semidioses. Pero nosotros, olvidando nuestros más altos deberes, combatimos a veces encarnizadamente la vejez gloriosa, la acosamos hasta sus últimas trincheras, le negamos un pedazo de pan a la hora del hambre y un pedazo de tierra a la hora de la muerte, sin ver que la patria se deshonra cuando un Peña y Reinoso arrastra penosamente en suelo extranjero el manto de su gloria. Ha muerto en tierra extraña el grande hombre que en sus últimos años sólo tuvo un deseo: morir en su patria, al lado de los suyos. Objetábanle respetuosamente sus amigos que no estaba él desterrado; que el Gobierno actual había demostrado imparcial deferencia a hombres de mérito que figuraron en administraciones públicas sostenidas por partidos contrarios, enviando, por ejemplo, al Dr. Henríquez y Carvajal a La Haya o confiando a D. Juan E. Moscoso hijo la dirección de la secretaría presidencial; pero él respondía: “No temo nada de parte del general Cáceres, que parece dotado de condiciones superiores a las de los pro-hombres del partido en cuyo nombre gobierna; pero no quiero exponerme a que, considerándome caído, me inflija ultraje la chusma”. El país debe justicia a la memoria de Galván, que le dio señales evidentes de su amor aun en la época en que su espíritu superior volaba del solar nativo hacia la cuna gloriosa de la raza. Galván fue un patriota. Por hombre menguado e hijo ingrato tengo al hispanoamericano que insulta a España; por insensible e ignorante, al que no la amare; y por grandeza moral y patriotismo verdadero el santo amor de los que ven en ella la madre, la razón de ser, la tradición gloriosa, la savia de vida, el apoyo desinteresado y la esperanza. Si me fuese permitido hablar de mí, sabría decir que me siento cada día más español, cada vez más orgulloso de pertenecer por origen –¡y por el porvenir!– a un pueblo que, con sólo conocerle, ha resucitado en mi alma aquel ya casi perdido amor que de niño me inspiró mi madre hacia la humanidad por lo que ésta tiene de noble, de hidalga, de hospitalaria, de desinteresada; a una nación que es el último refugio y abrigado asilo del ideal, proscrito hoy de la tierra por la prepotente panza victoriosa; y que si algún día, trastornada la naturaleza y mutilados todos los brazos que manejaran una espada, la República Dominicana dejase de ser, y si yo pudiera sobrevivir a tan tremenda desgracia, buscaría mi único consuelo en el regazo de España, mi patria por la raza, el habla y la historia. ¡Duerma en paz el amigo preclaro, el noble estadista, el escritor eminente! París, 24 de diciembre de 1910. Listín Diario n.º 6492. Santo Domingo, enero 31 de 1911. 106 américo lugo | antología Ulises Heureaux* Hay una isla deliciosa como una fruta, fresca como el rocío, noble como una princesa, bella como una flor; hay una isla creada el séptimo día, después de terminado el mundo, sólo para embellecerlo y adornarlo, si ya no es una piedra preciosa caída de la corona de Dios esta casi divina perla que orgullosamente en su agitado pecho el mar ostenta; hay una isla abrigada como un nido, alta como una estrella, espléndida como un tesoro de los adorables cuentos árabes; hay una isla encantadora, llena de luz y de armonía, beldad de la naturaleza, novia del cielo, cuyo dulce nombre no lo diré: callado queda, guardado lo llevo, oculto está, escrito en letras de oro, aquí en mi corazón. En la más linda, suave y amena parte de esta isla cuya historia es tan maravillosa como ella, hubo una vez un tirano, más tirano que los Treinta, a quien espada, valor y audacia franquearon el poder rápidamente. Negro por los sentimientos y el color, blanco por los modales y la mente, un héroe en la batalla, sufrido en la adversidad, activo sin ejemplo, afable y discreto en sumo grado, ambicioso sin límites, generoso sin tasa, pulquérrimo de su persona, sensual hasta el exceso, conocedor profundo del corazón humano, supersticioso pero ateo, ajeno a todo escrúpulo, de sobriedad y frugalidad espartanas, un Sila para el disimulo y la venganza, tal era Ulises Heureaux, cuerpo de hierro, carácter de acero, alma de bronce, conciencia plutónica, espíritu plutoniano, verbo parabólico, voluntad soberana, dominadora de hombres, pueblos y acontecimientos de esas que empujan el carro del mundo y se imprimen indeleblemente en el libro de la historia. Y este hombre extraordinario a todos engañó, a todos venció, a todos gobernó con ilimitada autoridad. Partidos destruyó, pacificó aterrando, sofocó el pensamiento, que es la niñez de la acción, aherrojó la acción, que es la victoria de la mente, y por todas partes impuso su fuero, su criterio, su capricho, sus instintos, sus pasiones, estableciendo finalmente un centralismo monstruoso en que el senado, los tribunales, la plaza pública, la escuela, el hogar mismo, todo cayó bajo el argivo y briareo control presidencial; aunque presidente no fue, que el nombre no suele ser sino la máscara de la realidad, sátrapa sí, un Ciro, Cambises o Artagerges, acaso el más completo y curioso de América, y sin duda uno de los más notables por su capacidad política, por su autoridad personal, por su don de gentes, por su heroica naturaleza, por su fortaleza casi sobrehumana, por el sello mismo de grandeza que puso a sus crímenes. Veinte años, poco menos, mantuvo bajo su planta el país entero, estremecido éste y vibrante, como Hércules bajo Anteo, hasta que un día, asesinado por un grupo de conjurados que tal vez creyeron salvar así la patria, cayó del solio y de la vida como árbol centenario a los golpes de cortante hacha derribado, causando profunda conmoción a la tierra, estrépito horrible en el aire, espanto en los corazones. De la rica mina de la vida de este hombre singular que fue patriota ante los españoles e infiel a la patria ante los haitianos, ha extraído Víctor M. de Castro el oro de sus breves e *Prólogo al libro Cosas de Lilís, S. D., 1919, de Víctor M. de Castro (1871-1924). Periodista nacido en esta ciudad, quien desde que salió de las aulas del colegio San Luis Gonzaga se encaminó a la región oriental de la República, donde pasó largos años como maestro en Higüey, como juez en el Seybo y luego, en 1912, como gobernador de Macorís. Vivió mucho en Puerto Rico, alejado de la patria por causas políticas, y en Caracas residió desde 1914 hasta su muerte, como representante diplomático de la República. Dio a la estampa los siguientes opúsculos: Desde el Duey hasta el Ozama, S. D., 1899; Del ostracismo, Mayagüez, 1906; y Cosas de Lilís, S. D., 1919. Sus Cartas francas, sus Interdiarias y Mi esfuerzo en Caracas, otros trabajos suyos, no fueron recogidos en volúmenes. Sus restos fueron trasladados algunos años después al patrio suelo. 107 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA interesantes narraciones. ¡Inagotable cantera! Las cosas de Lilís podrían formar volúmenes. Voy a relataros una, aunque sin la donosura con que lo haría De Castro: se refiere a mi inolvidable maestro D. Eugenio María de Hostos, el más formidable adversario que tuvo nunca Heureaux. Envíale éste a llamar y le recibe sin quitarse el gorro, visto lo cual, el Sr. Hostos, que se había descubierto la cabeza al entrar, se puso tranquilamente el sombrero. —Señor Hostos, le dijo Lilís, yo le recibo como recibía Napoleón a Talleyrand. —General Heureaux, le respondió el Sr. Hostos descubriéndose de nuevo, ni usted es Napoleón ni yo soy Talleyrand. El general se quitó el gorro. De las páginas de este libro emerge toda íntegra la figura brillante y sombría a la par del terrible dictador. De Castro ha sabido evocarla con naturalidad y gracia, sin esfuerzos ni erróneas exageraciones. En toda la obra no hay una palabra que no sea verdad. Mézclanse en ella, en justa proporción, lo cómico y lo serio, que en Ulises Heureaux la comedia de la vida está circundada por un inevitable velo trágico. 108 No. 5 emiliano tejera Antología Selección, prólogo y notas de Manuel Arturo Peña Batlle Emiliano Tejera I Emiliano Tejera es figura de difícil biografía. Su vida no tiene valor anecdótico. Hombre predominantemente introspectivo, sólo a ratos compareció en la arena pública para encararse con los demás. Sin embargo, cuando lo hizo, dejó huella profunda de su paso por los caminos comunes. Político y escritor, no se entregó con calidad de profesional ni a la política ni a las letras. Por eso pudo conservar sin menoscabo la independencia con que se distinguió en toda su vida pública. Hombre apasionado y decidido, no se movió nunca sino después de reflexionar con hondura sobre los problemas en que iba a participar y siempre con miras objetivas. Pero una vez convencido de la procedencia de su actitud próxima la seguía invariablemente con incontrastable fuerza temperamental. Ni se arrepentía ni titubeaba. Sus convicciones eran sagradas y le merecían respeto religioso. Antes que toda otra cosa Emiliano Tejera fue un pensador, pero como corresponde a todo pensador verdaderamente constructivo, su pensamiento siempre fue apasionado. Alma solitaria y aislada, no formó escuela propiamente dicha ni dejó discípulos, aunque por varios decenios el reflejo de su pensamiento político y patriótico sirvió de guía en los momentos más difíciles y en los problemas más complejos de nuestra vida nacional. Nadie dudó nunca de la sinceridad de sus actitudes, y hasta sus propios enemigos respetaron en él la fuerza de sus ideas y de sus sentimientos. Combatirlo era honroso y ninguno lo hacía sino en el entendido de que sus equivocaciones eran honradas. Muy pocos dominicanos han desempeñado la función sibilina de Emiliano Tejera y a muy pocos se les ha tenido en la estima en que se tuvo a este honesto y recto hombre público. “El Tabernáculo de la Fe Nacional”, lo llamó alguien, no sin dejo de ironía. La causa de esta situación es fácil de encontrar: nunca se desplazó de la vida privada ni del mundo de sus elaboraciones mentales a impulso de interés personal o de necesidades ocultas. Como escritor sólo movió su pluma para satisfacer el interés general. Sus estudios sobre el descubrimiento de los verdaderos restos de Colón, sus monografías sobre la cuestión fronteriza, la Exposición que redactó para que la sometiera al Congreso la Junta Directiva del Monumento a Duarte, toda su labor de investigación histórica, fueron trabajos que realizó no para regalo de sus propias inclinaciones, sino para darles sentido concreto y tangible a anhelos y sentimientos de tipo colectivo que solamente encontraban forma en las recámaras de aquella mente de selección. Como hombre de gobierno asumió responsabilidades y ocupó posiciones oficiales cuando se lo requirió una necesidad pública en la que tuvieran puestos con ansiedad los ojos del alma nacional. Entonces se sentaba tranquilamente en el sillón que le asignaban las circunstancias y de allí no lo movían ni el miedo, ni la desesperanza, ni la falta de fe. Hacía con imperturbable firmeza lo que tenía que hacer y se iba cuando ya sólo algún móvil personal pudiera mantenerlo en el puesto. No fue un político profesional, ya lo he dicho. Al enjuiciar la vida de Tejera se debe tener en cuenta, no obstante lo escrito más arriba, que toda ella estuvo dirigida por las vías de la publicidad. Nació y vivió para hombre público en el mejor sentido de la expresión. Cuando estaba en su casa –y allí pasó la mayor porción de sus días– no hacía otra cosa que observar cuidadosamente el curso de los sucesos y el ritmo de la vida nacional del que estuvo siempre impregnado su espíritu y del que no se 111 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA apartaba su pensamiento. No rehuyó el contacto con alguno de los grupos disidentes y por algún tiempo fue, en los últimos años de su vida activa, la Ninfa Egeria de los dos dirigentes de aquel bando. Dominicano por los cuatro costados, vivió para su país. Sus virtudes y sus defectos fueron los de un dominicano típico. Las raíces de su alma y la esencia misma de todo su pensamiento se nutrieron de los jugos de la tierra en que nació y se formó. Emiliano Tejera no hubiera podido vivir ni sentir en forma distinta de la del dominicano. No se le concibe en otra función. Por eso la característica de su formación es puramente nacionalista. Lo comprueba su actitud cerrada e intransigente en el problema fronterizo, el amor que puso en la modelación de la figura de Duarte, su gusto nunca desmentido por la historia de Santo Domingo y el fervor con que defendió la autenticidad de los restos de Colón hallados el 10 de septiembre de 1877 en la Catedral de Santo Domingo. En política mantuvo sentimientos liberales, aunque muchas veces guardó reserva sobre la finalidad de ciertos procedimientos excesivamente individualistas. Era enemigo acérrimo de la vagancia improductiva y antisocial. Su proyecto de ley de crianza de 1895 descansó sobre una concepción clara de la utilidad social de la propiedad. Cuando estuvo de Ministro de Hacienda, a la caída de Jimenes, se empeñó mucho en mantener en su Departamento una férrea disciplina presupuestaria y un sentido restrictivo de la distribución de los fondos públicos. Aunque liberal auténtico, Emiliano Tejera no sacrificó nunca su concepto del orden y de la disciplina social a meros postulados teóricos de la libertad individual. Conocedor profundo del medio social dominicano, sabía muy a ciencia cierta cuáles eran los defectos fundamentales de nuestra organización democrática y las deficiencias del pueblo dominicano como entidad colectiva. Llama la atención también el sentido con que ejerció la Cartera de Relaciones Exteriores a principios de siglo. Comprometido en importantes asuntos de interés inmediato, como fueron el reajuste de la deuda y la conversión que de ella se hizo por el convenio financiero del 1907, no perdía oportunidad de estudiar materias de orden diverso pero de grandísimo interés nacional. En su Memoria del 1908 dedica un párrafo muy enjundioso al examen del perjudicial sistema que se usaba en la preparación de nuestros productos para su venta en el extranjero, al examen de las posibilidades del cultivo del arroz en Santo Domingo y al examen de las posibilidades de establecer en el país sistemas científicos para utilizar las fuerzas hidráulicas con fines agrícolas e industriales. “¡Cuántos millares de pesos, quizás millones, no ha perdido la República por enviar al extranjero su cacao, su azúcar, su café i su tabaco en las pésimas condiciones en que se han exportado esos productos hasta hace poco tiempo! ¡Cuántos en la elaboración de la caoba i otras maderas preciosas, en la que por no usar la sierra, quedaban reducidas a astillas en los montes la mayor i mejor parte de los nogales, caobas i sabinas! ¡Y saber que con un poco de más cuidado e inteligencia ingresarían en la fortuna pública millares de millares de pesos que necesitamos en nuestra pobreza i que, sin embargo, no obtenemos por pura desidia e ignorancia!”. Para apreciar debidamente a Emiliano Tejera como hombre de gobierno es necesario haber conocido y vivido el mundo del gobierno, haber pasado por esa escuela de acción amarga y decepcionante. Desde el limbo de un aislamiento dorado, aunque siempre falso, no es posible apreciar con exactitud el temple de un hombre que no temió el contacto con las responsabilidades públicas más caracterizadas de su tiempo. Las desgarraduras y los fracasos no debilitaron en ninguna forma su fe en el porvenir de la República ni amenguaron su certidumbre de que este país cumple un destino glorioso. 112 emiliano tejera | antología Su vida entera transcurrió en la más azarosa época de la historia nacional. Nació bajo el sino de la ocupación haitiana y murió bajo el de la ocupación de los Estados Unidos. Entre esos dos momentos, el de su nacimiento y el de su muerte, ¡cuántos motivos tuvo para desesperar de la suerte de la República y para perder la fe en su viabilidad! Sin embargo, la reciedumbre de su alma no cedió jamás a la desesperación ni al escepticismo. No era un iluso. Realista hasta la médula, no despegó nunca los pies de la tierra. Conocía bien el barro de que está hecha muchas veces la conciencia humana y nunca le exigió a los hombres la luz de las estrellas. No era comunicativo ni simpático. Amaba la soledad de su pensamiento, sin dedicarse, con estudiada solicitud, al cultivo de la opinión ajena. La fuerza de su carácter provenía de su activo retraimiento, que todos, amigos y enemigos, respetaban por igual. No fue hombre amado, pero sí hombre respetado. La formación cultural de Emiliano Tejera sirvió con amplitud su gestión pública. No fue, propiamente hablando, especialista en ninguna rama del saber, pero esa misma circunstancia favoreció su influencia en los destinos del país. Hombre de cultura general, estuvo preparado para afrontar el examen de múltiples cuestiones de casi ninguna conexidad. Era un espíritu curioso e inquieto, de tipo enciclopédico. Lo mismo que investigaba la autenticidad de los restos del Gran Almirante, produciéndose como historiador de primer orden, cuyos trabajos no han sido superados en tres cuartos de siglo, estudiaba la estructura del idioma taíno usado por los indígenas en el momento de ser descubierta la isla. Así como construía la argumentación jurídica que sostuvo la República contra Haití en su litigio fronterizo, echaba las bases financieras del arreglo domínico-americano del 1907 para dilucidar el intrincado problema de nuestra deuda pública. Lo mismo comparecía a una Asamblea Constituyente a defender con brillantez un sistema constitucional, que enseñaba Literatura o Química en el Seminario o en el Colegio de María Nicolasa Billini. La profesión ordinaria de su vida fue la de las ciencias naturales, y como farmacéutico creó el patrimonio de su familia y la tranquilidad de su vejez. Vivió en la mejor época del positivismo en la América Hispana y no fue un positivista. Hombre de ciencia, espíritu profundamente observador, mente lúcida y sin ninguna tangencia con lo romántico ni mucho menos con lo místico, no perdió, sin embargo, la expresión de sus sentimientos en los senderos del materialismo ni del ateísmo. Conciencia dedicada al servicio incondicionado de su país y al esclarecimiento de las raíces espirituales de la nación dominicana, comprendió a fondo que éstas viven prendidas de la tradición y de la historia. Emiliano Tejera no fue un historiador sino para ser un sociólogo. La historia no tenía sentido para él sino en cuanto de la historia de nuestro país se desprenden su característica y su fisonomía sociales. Fue, sin duda, nuestro primer ensayista en la interpretación del pasado como elemento esencial de la actualidad social dominicana. No dispuso de grandes ni abundantes instrumentos de trabajo pero suplió con su formidable intuición la escasez de las fuentes que estuvieron a su alcance. II Consecuente con esta clarísima visión de los destinos de su pueblo, Emiliano Tejera conservó invariablemente como punto de partida de sus preocupaciones y de sus elaboraciones de hombre público, estas dos posturas: la hispánica y la católica, en la medida en que entrambas han influido en nuestro devenir histórico. Esta afirmación la saca verdadera el espíritu entero de los escritos de Tejera, que pueden hojearse al azar para fines de comprobación: “Los dominicanos –entendiendo por este nombre los habitantes de la parte española de Santo Domingo– estuvieron por siglos bajo el dominio de la noble nación que enlazó el 113 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Nuevo Mundo con el Antiguo. Más bien que vivir vegetaban contentos, porque el gobierno era paternal, i todos, gobernantes y gobernados, libres i esclavos, formaban casi una familia. España daba de corazón a su colonia lo que a su juicio era mejor, i Santo Domingo no parecía echar de menos ni aun siquiera la libertad comercial, pedida desde los comienzos de la conquista, i que probablemente habría variado a la larga las condiciones de su existencia social i política. Así se vegetó por siglos entre peripecias de todo género”. Aunque sin acritud, Emiliano Tejera criticó el paso de Núñez de Cáceres y, cuando menos, lo juzgó imprudente en razón de la imposibilidad en que estaban los dominicanos del 1821 de conservar, frente a Haití, el sentido hispánico de su independencia. El siguiente párrafo, que transcribo íntegramente a pesar de su extensión, contiene, en mi concepto, la más profunda y clara síntesis de todo el pensamiento político dominicano: “¡Ah! contrista el ánimo el solo recuerdo de época tan luctuosa. ¡Cuánto horror! ¡Cuánta ruina! ¡Cuánta amargura devorada en las soledades del hogar! ¡Nunca la elegía animada por intenso i legítimo dolor, produjo quejas más lastimeras que las exhaladas por las madres dominicanas en sus eternas horas de angustia! Pena causaba el nacimiento del niño, pena verlo crecer. ¿Para qué la hermosura de la virgen, sino para que fuera más codiciada por el bárbaro dominador? ¿Para qué el fuerte brazo del varón, si no iba a servirle sino para sostener el arma, que debía elevar en las civiles contiendas, no al más hábil, ni al más liberal, sino al mejor representante de las preocupaciones populares de raza? ¿Para qué la inteligencia del joven, sino para hacerle comprender en toda su fuerza la intensidad de su degradación? ¡Qué dolor el del padre al despedirse de la vida, dejando a sus hijos en aquel mar sin orillas, más sombrío i pavoroso que los antros infernales del adusto poeta florentino! ¡Nada grande, nada útil quedaba! Las enredaderas silvestres crecían a su antojo donde antes el cafeto doblaba sus ramas al peso de las rojas bayas, o donde el prolífero cacao encerraba en urnas de oro o púrpura el manjar de los dioses. El grito de los mochuelos interrumpía el silencio de los claustros, que habían resonado un día con los viriles acentos de los Córdobas, Las Casas i Montesinos, i la araña cubría de cortinas polvorientas la cátedra de los sabios profesores que con su ciencia, habían conquistado para su patria el honroso calificativo de Atenas del Nuevo Mundo. Los templos iban convirtiéndose en ruinas, o en cuarteles de los sectarios del Vodoux, i los conventos eran morada de lagartos i lechuzas. La iglesia, oprimida en Occidente por la autoridad civil, no podía llenar con entera libertad su misión civilizadora, i los buenos pastores, o tomaban el bordón del peregrino, o debían resignarse, por amor a sus feligreses, a soportar prácticas sociales contrarias a las buenas costumbres antiguas. Las familias pudientes huían de Santo Domingo como se huía antes de Sodoma i Gomorra, i con ellas los capitales, el saber, la ilustración, las prácticas agrícolas. Las confiscaciones legales hacían bambolear el derecho de propiedad, i se preveía la llegada del momento en que el color fuese una sentencia de muerte, i el nacimiento en el país un crimen imperdonable. ¡I esa situación la soportaban los descendientes de los conquistadores de América! ¡Los que habían vencido o los franceses en cien combates! Los que rechazaron virilmente los ataques de Penn i Venable! ¡A qué abismo se había descendido! ¡Esclavos de los sucesores de Cristóbal i Dessalines, cuando antes, en mar i tierra, los dominicanos habían paseado enhiesto el pabellón de la victoria, i su sangre había corrido a torrentes, para que la tierra que cubriese sus restos no fuese profanada por la sombra de una bandera extraña?”. La independencia dominicana obedeció, antes que a ninguna otra consideración, a un definido sentimiento de cultura. Contrariamente a lo sucedido en los demás países americanos, con la sola excepción de Haití, los dominicanos no fuimos a la independencia impulsados únicamente por un ideal político, sino más bien obligados por necesidades apremiantes de preservación cultural, para resguardo y defensa de las formas de nuestra vida social propiamente dicha. Téngase presente que la palabra cultura se usa aquí en su más estricta acepción sociológica. 114 emiliano tejera | antología Los países americanos llegaron a sus actuales expresiones de organización política siguiendo sin entorpecimientos sensibles la misma trayectoria de cultura que habían recibido de sus respectivas Metrópolis. Cuando la influencia social europea llegó en cada uno de aquellos países a un punto conveniente de madurez, la conciencia de sus pueblos se abrió al ideal de la independencia en una última etapa de su formación colectiva: la etapa de la organización política. Esta, sin embargo, se alcanzó mediante la evolución de los mismos factores culturales que puso en actividad el país de la conquista. En Santo Domingo las cosas sucedieron de otra manera. La ocupación haitiana de la parte española de la isla creó un complejo esencialmente social determinado por la incompatibilidad de los dos tipos de cultura –de formas sociales– que enfrentó el hecho político de la ocupación. El dominicano no podía vivir ni comportarse como vivía y se comportaba el haitiano. El uno y el otro procedían de formaciones muy distintas. No es necesario detenerse en distingos raciales para seguir adelante en este orden de ideas. El dominicano había construido su sentido de grupo en un mundo de valores y jerarquías sociales de carácter netamente español; el haitiano, por el contrario, representa, como tipo social, la negación de todos aquellos valores. La independencia de Haití tiene toda su base en un profundo problema de manumisión. El haitiano libre del 1804 vivía obseso por sentimientos y preocupaciones de igualitarismo que sólo tenían explicación como consecuencia del desbordamiento que produjeron en el alma de los esclavos oprimidos la luz de la libertad y el deseo de no perderla. Es evidente que de haberse perpetuado o prolongado largamente la ocupación haitiana en Santo Domingo, los dominicanos hubiéramos perdido la esencia misma de la nacionalidad de que hoy disfrutamos y que se funda en el idioma que hablamos, en la religión que profesamos, en los hábitos y las costumbres que nos hacen sociables, en el modo como construimos nuestras poblaciones, explotamos nuestra riqueza, acatamos el principio de autoridad y en otras cosas más, todas resultados inmediatos de la civilización y de la cultura que trajo España a la isla. Estados Unidos, el Brasil y las repúblicas sudamericanas son hoy la continuación espiritual y social de Inglaterra, Portugal y España, pero nosotros por ninguna razón podíamos confundirnos con Haití para sacar de la fusión los elementos de una nacionalidad. Era un problema de vida o muerte: de vida por vías de la hispanidad, o de muerte por obra de la corrosión que con muy buen sentido político inició Boyer contra los valores básicos de la nación que él encontró hecha cuando nos invadió en 1822. Cuando se examinan con cuidado el pensamiento y la vida de Juan Pablo Duarte, el verdadero y único fundador de la conciencia nacional dominicana, cae uno en la cuenta, junto con Emiliano Tejera, de que cuando aquel joven de 21 años regresó a su país desde España en 1834 trajo consigo un sedimento de cultura típica de la hispanidad capaz de poner en movimiento las ansias independentistas de los dominicanos. Así se explica también el binomio Duarte-Gaspar Hernández como simple expresión del hecho hispánico en Santo Domingo en uno de los momentos más tenebrosos de su historia. Eso no arguye nada, desde luego, contra la integridad del ideal independentista de Duarte, sostenido contra España en 1864, pero sí aclara la hispanidad del Fundador y su firmeza en usar los elementos históricos de la formación colectiva del pueblo dominicano para amasar con ellos, frente a Haití, el contenido cultural de nuestra independencia. Nunca he creído, por otra parte, que los hombres públicos dominicanos que en los albores de la República sustentaron el criterio de la alianza con un poder europeo hasta caer en el protectorado o en la anexión fueran ni traidores ni malos hijos de la tierra. Aquella 115 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA actitud tiene una explicación lógica y, si se quiere, hasta plausible. Los dominicanos que así pensaban lo hacían presionados por circunstancias de índole social. Ellos se movían impulsados por una serie de consideraciones y sentimientos previos al planteamiento del ideal de la independencia pura y simple, pero que envolvían, sin disputa, todo el complejo de cultura y de civilización a que me he referido anteriormente. El coeficiente de todos los grupos dirigentes entre la Independencia y la Restauración, el elemento básico de todos sus programas, incluso el de los duartistas, era el de no seguir viviendo al estilo haitiano. Todos deseaban liberarse de los sistemas haitianos de cultura a que estuvimos sometidos, directa o indirectamente, desde el Tratado de Basilea (1795). Los sentimientos independentistas descansaban sobre las raíces del Tratado de Aranjuez. Queríamos volver al régimen de la frontera, a la efectividad de la división del 1777 –France-España– para lograr, con la separación, el resguardo de los valores que aquella línea demarcadora aseguró a la parte española de la isla de Santo Domingo después del sangriento y patético drama social en que, por cerca de doscientos años, se formó la nación dominicana. Los dominicanos que no tuvieron fe en la independencia absoluta en razón de la consistencia de la amenaza haitiana, trataron de asegurar la conquista cultural que envolvió la separación de Haití mediante el contacto efectivo de nuestra cultura con la de otra nación europea, preferentemente España, a fin de salvar los peligros que necesariamente implicaba para el hecho social y cultural dominicano la fusión con Haití. Juan Sánchez Ramírez, Gaspar Hernández y Pedro Santana son los tres grandes representativos de esta posición. Es necesario al opinar sobre estos tres personajes hacerlo con mucha serenidad y con mucho dominio de la situación en que vivieron. Sobre la memoria de don Pedro Santana y Familia se ha acumulado mucha injusticia. Generación tras generación los dominicanos hemos mantenido sobre aquella figura un juicio peyorativo que no se compadece con la función que cumplió en el drama de la independencia. A esto han contribuido visiblemente las opiniones de sus enemigos, como la del General La Gándara, cuyo libro sobre Santo Domingo es parcial y muy enjuto de criterio. Hasta ahora no se ha hecho un estudio psicológico de Santana ni se han enfocado con sentido objetivo su vida y su obra. Da miedo penetrar en el examen de la literatura antisantanista. Toda ella está plagada de retórica, lugares comunes y sutilezas. Su contenido es puramente declamatorio. Cuando Santana hizo la anexión a España tenía 61 años y hacía 17 que alternaba en el poder luchando al mismo tiempo contra los haitianos. Conocía como nadie las condiciones de estabilidad de la República. Político y guerrero de primer orden, en mi concepto mejor político que guerrero, o para hablar con más propiedad, guerrero en función de político, no pudo dar un paso como el de la anexión sino por vía intuitiva, presionado por circunstancias vitales y sin sujeción a ningún principio abstracto preestablecido; el de la independencia absoluta no había adquirido todavía carácter definitivo en la realidad dominicana. No hay duda posible de que Santana hizo la anexión con gran repugnancia personal. Es error gravísimo atribuirle a aquel hombre miras de conveniencia personal en el acto de la anexión. A los 61 años de su edad y a los 17 de su influencia política no es posible que se decidiera él a realizar la experiencia de un cambio tan radical en la configuración de su propia vida. Tampoco nos está permitido pensar que lo hiciera para granjear ventajas económicas cuando siempre vivió pobre y fue la honradez virtud esencial de su carácter. Santana se comprometió con España en acto sustancialmente político e imbuido por razones políticas. Algunos escritores eminentes llegan hasta el extremo de afirmar que Santana engañó y sorprendió a 116 emiliano tejera | antología España con sus ardides zorrunos al inducirla por la anexión. Esto raya en candidez. España supo muy bien lo que hizo al volver a Santo Domingo en momentos en que el destino todo de la política mundial se debatía en la Guerra de Secesión. Si Lincoln hubiera perdido esa guerra se dividían los Estados Unidos bajo la influencia de Inglaterra y lo más probable es que España no se hubiera retirado de Santo Domingo tan rápidamente como lo hizo. La doctrina de Monroe, con la derrota de Lincoln, perdía sentido y eficacia. La influencia de Europa en América se perdió en los campos de la Guerra Civil. Contra los que piensan que Santana engañó a España, creo yo que fueron los políticos españoles quienes se valieron de la genuina e intuitiva postura hispánica de Santana para realizar en 1861 –momento oportuno– el acto de la reincorporación que desde 1844 diligenciaba el caudillo sin que el Gabinete de Madrid diera oído a sus instancias. La anexión no fue un acto esporádico realizado por Santana contra un sentimiento unánime de la conciencia pública dominicana. Esta, unánime solamente frente a la unión con Haití, estaba dividida –profundamente dividida– en cuanto a la viabilidad de la independencia absoluta. Santana no mantuvo en ningún momento de su vida esta última disyuntiva ni la mantuvo tampoco una gran parte del pueblo. No hay que hablar de traición puesto que el político dominicano no ocultó nunca su disposición al entendido con una potencia europea. Gobernó el país bajo la premisa de aquel entendido, al que jamás desposeyó de las posibilidades de anexión. Si se coloca el fondo de la independencia dominicana en su justo sentido social de reconquista contra la influencia de Haití y de regreso a la valoración hispánica de nuestra nacionalidad, necesariamente se llegará a la conclusión de que el caudillo no sólo no traicionó a su país sino que trató de consolidar sus cimientos sociales con la anexión a España. Lo cierto es que contra la actitud de los anexionistas se levantó el pendón de la independencia pura. Sin la influencia intelectual de Duarte no se explica el triunfo de los que se aliaron a sus ideas políticas. Por eso creo que fue él quien descubrió y fundó la conciencia nacional dominicana. Contra toda consideración de tipo objetivo, el Apóstol mantuvo el principio intangible de la soberanía total. No admitió una sola limitación en este punto. Con gran limpidez expuso él mismo, en carta dirigida el 7 de marzo del 1865 al Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno de la Revolución dominicana, su ideario nacionalista. Los últimos párrafos de esa carta son concluyentes: “Visto el sesgo que por una parte toma la política franco-española, y por otra la anglo-americana, y por otra la importancia que en sí posee nuestra Isla para el desarrollo de los planes ulteriores de todas cuatro Potencias, no deberemos extrañar que un día se vean en ella fuerzas de cada una de ellas peleando por lo que no es suyo. Entonces podrá haber necios que, por imprevisión o cobardía, ambición o perversidad, correrán a ocultar su ignominia a la sombra de esta o aquella extraña bandera; y como llegado el caso no habrá un solo dominicano que pueda decir: yo soy neutral, sino tendrá cada uno que pronunciarse contra o por la Patria, es bien que yo os diga desde ahora, más que sea repitiéndome, que por desesperada que sea la causa de mi Patria, siempre será la causa del honor, y que siempre estaré dispuesto a honrar su enseña con mi sangre”. En estos párrafos están reconocidos, sin embargo, todos los elementos que en Santo Domingo se oponían entonces al propósito de la independencia total: elementos externos de política internacional y elementos internos concernientes a la poca disposición de los dominicanos por la causa de la soberanía perfecta. Esta carta la escribió Duarte en marzo del 1865, cuando ya estaba ganada la Restauración y casi al terminarse la guerra dominico-española. Es 117 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA verdaderamente sorprendente el espectáculo que se produjo a raíz de terminarse la guerra. Lo describe Emiliano Tejera con tristeza: “Once años estuvo Duarte en espera de mejores tiempos en su país; años interminables, de angustias infinitas, de dolores profundos. La miseria i las enfermedades se le vinieron encima, como precursoras de la muerte, i la Patria entretanto se desgarraba las entrañas, como poseída por vértigo infernal. Los héroes de la Restauración que habían escapado de los cadalsos, vagaban en su mayoría por el extranjero, o perecían en las fronteras, esgrimiendo unos contra otros armas que la inmortalidad había marcado ya. La independencia se veía al borde del abismo, i una bandera extraña flotaba amenazante en un extremo del territorio, codiciado desde antiguo”. La concepción de Duarte hizo escuela. En medio a las continuas dificultades en que se sostuvo el vacilante ideal de la autonomía irrestricta, siempre hubo hombres dispuestos a mantenerlo; por una República absolutamente libre y soberana corrió la sangre de Francisco del Rosario Sánchez y la de sus compañeros en el patíbulo de San Juan; por una patria libre corrió a torrentes sangre dominicana en la guerra de la Restauración; por eso se le enfrentó Meriño a Santana y a Báez y murieron en el exilio hombres tan puros como Pedro Alejandrino Pina, Juan Isidro Pérez, José María Serra, Juan Nepomuceno Ravelo y otros más, víctimas de sus convicciones políticas; por el ideal de la República inmaculada luchó y afanó la generación intelectual que siguió a la Restauración: Emiliano Tejera, José Gabriel García, Francisco Gregorio Billini, Federico Henríquez y Carvajal, Mariano Antonio Cestero, Salomé Ureña, José Joaquín Pérez, César Nicolás Penson, Francisco Henríquez y Carvajal y otros tantos que aunaron sus inquietudes patrióticas y literarias en las tertulias de la Librería de García o en las reuniones de la Sociedad Amigos del País. Es evidente, sin embargo, que por razones históricas innegables la independencia dominicana no hubiera logrado la viabilidad sin la contribución del gran partido de los que apoyaron sus sentimientos políticos antes de la anexión a España en la alianza con una nación europea. Me refiero exclusivamente al grupo que así funcionó durante la primera República porque sólo a este le concedo sinceridad en su actitud. Los programas mediatizantes posteriores a la Restauración no tienen ningún sentido constructivo. Duarte fue un desarraigado en la política dominicana y sólo así, renunciando totalmente a la lucha de los partidos por el poder, pudo conservar inalterado su ideario patriótico. En ese movimiento de su espíritu estriba su grandeza. Pero cuando el ideal político trasciende a la realidad y se convierte en elemento activo enfrentándose con las pasiones y las deformaciones humanas no logra satisfacer sus propios fines sino dentro de la lucha social por las ideas, siempre larga y cruenta. En este sentido el brazo guerrero y la formación política de Santana y Sánchez Ramírez, españolizados, fueron tan útiles al ideal de independencia en Santo Domingo como la fundación de La Trinitaria y la Guerra de la Restauración, factores sociales culminantes del ideal duartista de la República pura. Para comprender bien este aserto no debe olvidarse el sentido preponderante de recuperación social y cultural que tuvo la independencia dominicana. Ese mismo sentido de rescate caracterizó la vida colonial dominicana desde mediados del siglo XVI contra el contrabando calvinista que al fin nos obligó, con las devastaciones de Osorio, a abandonar medio país a principios del XVII; contra el establecimiento de los bucaneros en La Tortuga y la costa noroeste de la Española; contra el contenido económico de la colonia francesa de Saint Domingue, en todo el siglo XVIII; contra la liberación de los esclavos a principios del XIX. El ideal de independencia de los dominicanos, convertido en realidad social y en agente de lucha de ideas, no podía de ninguna manera prescindir de aquel proceso de siglos, 118 emiliano tejera | antología porque toda el alma de la nación se forjó en la contienda colonial. Nosotros no somos hijos de la Revolución Francesa ni del positivismo francés. Voltaire y Rousseau no tienen nada que ver con nosotros. La Reforma, los enciclopedistas y el positivismo fueron los enemigos esenciales de la nación dominicana, que únicamente a las fuerzas morales y bélicas de la Contrarreforma española debe su razón de ser. La constitución de la nacionalidad dominicana es un proceso de tragedia paralelo al de la desintegración del Imperio español. Nada es más español en América que el Santo Domingo de Fray Agustín Dávila y Padilla, Juan Francisco Montemayor de Cuenca y José Solano y Bote. El primero luchó contra las devastaciones de Osorio; el segundo recuperó La Tortuga en 1654 con vivo sentido de reconstrucción hispánica; y el tercero negoció y trazó la frontera de Aranjuez en 1776. III Emiliano Tejera nació el 21 de septiembre del 1841. Según informa Américo Lugo, lo bautizaron los trinitarios, por ser hijo de uno de ellos, Juan Nepomuceno Tejera, con el nombre de Escipión el Africano, Publio Escipión Emiliano, para simbolizar en el nombre del recién nacido la lucha contra el sentido exótico de la ocupación haitiana. El símil tiene mucha fuerza. Los trinitarios quisieron encarnar en el niño el espíritu latinista, que en este caso era español, con que conspiraban para deshacerse del gobierno africanista de Haití. En 1841 estaban adelantados los trabajos de Duarte y formada la conciencia de la conspiración. Antes de cumplirse tres años nació la República. Junto con ella nacieron a la vida política Santana y Báez. El primero con 44 años de su edad y el segundo con 32. A poco, antes de que se fundara el primer gobierno estable y constitucional del país, surgió en el seno de los grupos dirigentes la gran cuestión ideológica que los dividió con profundidad: independencia absoluta o libertad dirigida. Inspiraba a los primeros el ideal impoluto del Fundador y dirigía a los segundos el sentido realista de Santana. El historiador García los clasifica como liberales y reaccionarios. Cuando Emiliano Tejera abrió los ojos de la razón se encontró preso en el oscuro panorama moral y cultural que nos habían dejado los haitianos. En esos cuadros no podía formarse ninguna mente ni siquiera de mediocres aptitudes. La luz atenuada de una cortísima educación sólo la recibían los dominicanos de la buena voluntad de los pastores de la Iglesia. Después del regreso de Duarte en 1834 se inició una nueva corriente de ideas, favorecida también por los entusiasmos del Padre Gaspar Hernández. Pero todo aquello era escaso. En 1848, cuatro años después de la República, se fundó el primer centro estable de enseñanza en el país desde que Boyer clausuró la Universidad en 1823. Los esfuerzos del Arzobispo Portes e Infante restablecieron en aquel año el Seminario Conciliar, como providencia preparatoria de la restauración de la Universidad. El Seminario Santo Tomás de Aquino se fundó en virtud de la ley que con tal fin votó el Congreso Nacional el 8 de mayo del 1848. La ley en sí, dadas las condiciones sociales prevalecientes entonces, es una obra maestra. Se asignó el Convento de Regina, con sus dependencias, como asiento del plantel y a éste se le dio el doble carácter de centro canónico y seglar de enseñanza. La enseñanza pública para externos era gratuita. Por la misma ley mencionada se designó Rector del Seminario al Arzobispo Portes, pero ejerció efectivamente el Rectorado el Dr. Elías Rodríguez, con la ayuda de Gaspar Hernández y del Clérigo Ildefonso Ten, “gran latinista y hombre de profunda humildad, que nunca quiso ordenarse de sacerdote, sino que permaneció como simple clérigo tonsurado”, según apunta el Padre Hugo E. Polanco en su apreciable obra sobre el Seminario Conciliar Santo Tomás de Aquino. 119 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA La ley que instituyó el Seminario fijó el cuadro de las asignaturas que se cursarían en el mismo y determinó los textos de estudio: “Los libros que han de servir de texto en las cátedras que por ahora se establecen, son los siguientes: para el latín, la gramática de Araújo o el arte de Nebrija; para el castellano la gramática de Salvá o el compendio de ella por Gemala; para la lógica y la metafísica, formará el profesor extractos de la ideología de Desttut-de-Tracy; para la moral se extractará de Lugdunense; para la física, se adoptará la de Bendut; para las matemáticas, los elementos publicados por Lista, o el curso de Don Mariano Vallejo; para la teología moral y la dogmática, se deja a elección del Prelado; para el derecho canónico, las instituciones de Cabalano; para la historia eclesiástica la de Bevaul de Belcastes; para el derecho patrio, el profesor formará extracto de los códigos franceses de la restauración por Rogrón del año de treinta, arreglándose las modificaciones que en ellos se hicieren; y finalmente para la ciencia administrativa, la obra de Bonin”. El 3 de mayo del 1852 expidió el Congreso un Decreto sobre Instrucción Pública. El 20 de octubre siguiente dispuso el Presidente Báez, en ejecución de aquella providencia legislativa, la fundación de dos Colegios Nacionales, uno en la Capital y otro en Santiago. El primero se instaló con el nombre de San Buenaventura. Funcionó tres años solamente. El de Santiago no llegó a instalarse. El plan de estudios de estos dos colegios era muy ambicioso; no colidía sino más bien se completaba con el del Seminario y descansaba, desde luego, sobre la universalidad de los conocimientos de entonces, tanto humanísticos como experimentales. Mientras mantuvo sus aulas abiertas el Colegio San Buenaventura, profesaron en él con brillante aureola Javier y Alejandro Angulo Guridi, recién llegados al país, y Félix María del Monte. Los alumnos del Seminario frecuentaban el Colegio Nacional para oír las lecciones de sus profesores. En 1855 fundó la señorita Manuela Calero un Instituto de Niñas en el Convento de Regina que no usó el Seminario. El Instituto funcionó por algunos años, aunque con intermitencia. En 1859 había en la Capital cuatro escuelas: una pública y tres privadas. En 1858 nombró Santana Vicerrector del Seminario al Padre Meriño, que entonces tenía 25 años de edad, por muerte del Dr. Elías Rodríguez (1857) y del Arzobispo Portes (1858). Meriño sustituyó en esa función al Padre Gaspar Hernández, quien, provisionalmente, y por muy poco tiempo, desempeñó el Vicerrectorado y el Gobierno Eclesiástico a la muerte de Portes. Poco después se fue del país y murió en Curazao, el 21 de julio del 1858. El Padre Meriño fue nombrado al año siguiente, 1859, Gobernador Eclesiástico y Vicario General, a diligencia y demanda de Santana, que, en ese mismo año, nombró a Manuel de Jesús Galván su Secretario Particular. En mayo del 1860 se pusieron de acuerdo el Vicerrector del Seminario y el Ministro de Justicia e Instrucción Pública para que en el Convento de Regina funcionaran simultáneamente el Seminario y la antigua Universidad, cuyo restablecimiento había ordenado el Presidente Santana. No tuvo efecto la disposición relativa a la Universidad. Emiliano Tejera, ocho años más joven que Meriño y su discípulo brillantísimo, entró a trabajar en el Seminario, junto con su maestro, como Secretario, luego como profesor de Literatura Castellana y más tarde como Vicerrector. Con la sola ausencia que le impuso la expulsión de que lo hicieron víctima a él y a Meriño los promotores de la anexión, se mantuvo en el Seminario hasta 1871. Estas fueron, expuestas someramente, las condiciones en que se desenvolvió el programa educacional de la primera República. Lo reforzaron más adelante los profesores españoles que trabajaron durante la reincorporación y el Arzobispo doctor Bienvenido Monzón y Martín. Después de la retirada de los españoles, volvieron Meriño y Tejera a la dirección del 120 emiliano tejera | antología Seminario, restablecido por el Presidente Cabral. Entre 1869 y 1874 funcionó un curso de Medicina bajo la cátedra del doctor Manuel Durán, que logró graduar ocho médicos, entre ellos a Juan Francisco Alfonseca (Alfonseca de París), José de Jesús Brenes, Pedro Ma. Garrido e Higinio Díaz Páez, profesionales activísimos por muchos años en esta ciudad. En 1866 fundó el Padre Billini el Colegio de San Luis Gonzaga, alma mater, durante largo tiempo, de la instrucción en Santo Domingo. En 1875 fusionó Monseñor Roque Cochía el Seminario y el Colegio del Padre Billini, designándolo a éste Rector del plantel mancomunado. La unión se mantuvo hasta 1880. En 1866 se fundó el Instituto Profesional, con carácter completamente laico, pero no funcionó hasta 1880, cuando lo organizó el Gobierno de Meriño. Si se observa el curso de la organización docente de la República, se notará de inmediato que toda ella descansó sobre un sentido de conjugación laico-religiosa, no positivista, hasta 1880, año en que el señor Hostos fundó la Escuela Normal. Los grandes promotores de aquella corriente pedagógico-política fueron, sin duda, Juan Pablo Duarte, el Padre Gaspar Hernández, el Arzobispo Portes, el Padre Elías Rodríguez, el Padre Meriño y el Padre Billini. De esa escuela salieron formadas figuras preponderantes de la cultura dominicana: las de todos los trinitarios, las de Fernando Arturo de Meriño, José Gabriel García, Manuel de Jesús Galván, Carlos Nouel, Manuel Rodríguez Objío, Mariano A. Cestero, Emiliano Tejera, Francisco Gregorio Billini, Federico Henríquez y Carvajal, Casimiro N. de Moya, Rafael Abreu Licairac, Salomé Ureña, Amelia Francasci, Apolinar Tejera, César Nicolás Penson, Federico García Godoy, Francisco Henríquez y Carvajal, Gastón F. Deligne, Enrique Henríquez, el Padre Borbón, el Padre García Tejera, el Padre Billini, el doctor Alfonseca, el doctor Brenes, el doctor Garrido y tantos otros más, nacidos antes de la anexión a España y formados con anterioridad a la implantación del sistema hostosiano en la enseñanza oficial. Sólo se mencionan los hombres de letras nacidos antes del 1861, o en este año, por considerarlos ajenos a cualquier influencia positivista y teniendo en cuenta principalmente que aquella generación cultural no ha sido superada todavía en Santo Domingo, y que sigue siendo ínsita del ideal de independencia en el país y de toda la corriente liberal de nuestra formación política. Sin esa escuela no se concibe la República misma. IV De esa escuela, cuya ascendencia ideológica, según tengo dicho, debe buscarse en el pensamiento político del propio Duarte, surgió Emiliano Tejera a la vida pública. Cuando regresó del exilio después de la Restauración compareció en la Asamblea Nacional Constituyente del 1865 como diputado por el distrito de San Rafael. Allí estuvo también el Padre Meriño, elegido por Neiba. El Congreso puso sobre sí la enorme tarea de reconstruir la vida jurídica del país después del colapso de la anexión. El momento era decisivo, de profundo sentido nacional. Dice Rodríguez Objío que nunca antes del día en que se inauguró la Asamblea “un Jefe del Ejecutivo Dominicano (lo era entonces el General Cabral) había iniciado tan trascendentales reformas. Muchos patriotas se dieron a trabajar de buena fe, y viéronse en los bancos de la Asamblea reunidos y agrupados los hombres de todos los partidos políticos anteriores a la Restauración. ¿Por qué, pues el genio de la ambición inspiró el alma de algunos malvados? La Asamblea no debía terminar su obra sino bajo el imperio de un motín, y bien presto todas las ilusiones se disiparon”. Entonces se perdió la oportunidad de modelar con verdadero impulso constructivo el carácter político de la nación. Las deliberaciones de los constituyentes, iniciadas bajo los auspicios de un sentimiento solemne de recuperación 121 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA patriótica, se clausuraron al servicio de un partido. El mismo Cabral, proclamado poco antes Protector de la República, y llevado a la función ejecutiva con aquella comprometida designación, no tuvo fuerzas de carácter suficientes para cumplir el histórico papel que le depararon las circunstancias y se entregó sin reservas al bando de la reacción. La Asamblea Constituyente, presionada por el General Protector, nombró a Báez Presidente de la República para que éste, como primer acto oficial de su nuevo gobierno, desconociera y anulara la Constitución votada por la misma Asamblea que lo designó. Pocos días después, dio el constituyente Tejera con sus huesos en la cárcel, por orden de Báez. Tenía 24 años en este momento. Ni él ni Meriño firmaron la Constitución. Las ilusiones y los entusiasmos juveniles de Tejera debieron de recibir entonces muy dura prueba. Pero el ánimo robusto del joven no estaba hecho para la derrota. Sus convicciones eran profundas. En 1874, después del triunfo de la revolución que dio fin al régimen de los seis años, volvió a la Asamblea Nacional Constituyente en representación de la provincia de Santo Domingo. Se trató también en aquella oportunidad de reafirmar por vía constitucional la vocación dominicana a la independencia absoluta después de las gestiones del Presidente Báez para anexar el país a los Estados Unidos. Dice Federico Henríquez y Carvajal que tanto en la Constituyente del 1865 como en la del 1874 fue Emiliano Tejera “mantenedor bizarro de las aspiraciones de la juventud adscrita al liberalismo, con las orientaciones nacionalistas de Duarte, ganoso de vivir la verdadera vida del Derecho y la Libertad y la Justicia”. Lo cierto es que de aquellas dos deliberaciones resultaron sistemas constitucionales impecables en cuanto a su expresión teórica y al contenido doctrinario de los mismos. Contra la eficacia práctica y orgánica del primero se interpusieron la incapacidad de Cabral y el espíritu reaccionario de Báez; contra el segundo se levantó el fementido espíritu liberal del Presidente González, quien desconoció y anuló también la Constitución del 24 de marzo del 1874, para darle paso a la reacción. Hizo inútil con el cuartelazo la obra de los liberales. En 1874 inició Emiliano Tejera su contacto con la cuestión fronteriza. En junio de ese año llegó a Port-au-Prince como miembro de la primera delegación designada para negociar el Tratado de Paz, Amistad, Comercio, Navegación y Extradición con Haití. Esta primera plenipotencia compuesta por Carlos Nouel, José Gabriel García y Juan Bautista Zafra, además de Tejera, no tuvo éxito en sus gestiones. Fue lástima porque de haber llevado el tratado las firmas de estos primeros negociadores dominicanos es seguro que no hubiera sido el funesto instrumento que luego, en noviembre del mismo año, convinieron sus sustitutos. Emiliano Tejera no negoció el tratado ni fue parte de la segunda Asamblea Nacional Constituyente de González que lo aprobó. En 1883, cuando vino el General Charles Archin como plenipotenciario haitiano a Santo Domingo con el encargo de negociar el restablecimiento del tratado del 1874, desconocido en Haití desde 1876, fue cuando Emiliano Tejera, en unión de José de Jesús Castro y Mariano Antonio Cestero, elaboró la tesis dominicana sobre la interpretación del tan llevado y traído artículo 4o. de aquel convenio. Las negociaciones fracasaron como era de esperarse, porque puesto el interés nacional en manos de estos hombres, no cedieron ni una sola pulgada de su intransigente actitud frente al deseo haitiano de convertir la frase posesiones actuales en norma del régimen fronterizo domínico-haitiano. En 1895 volvió Tejera al asunto con motivo de las nuevas negociaciones que organizaron el arbitraje de León XIII. Esta vez también fue consecuente con su criterio básico del 83, y al fin logró el fracaso del arbitraje por no considerarlo ajustado a aquel criterio. Es necesario tener en cuenta que en esta cuestión fronteriza 122 emiliano tejera | antología trabajaba Tejera no en vista de la elaboración de una postura dominicana propiamente dicha, adoptada ya por el constituyente del 1844, sino para deshacer el error gravísimo del 1874, en el que está envuelto nada menos que el crimen de falsedad en la escritura misma del tratado. Esta circunstancia hace mucho más apreciable la labor de Tejera. Luchaba contra un hecho concreto que nos era adverso y que fue nuestra propia obra. Con motivo del arbitraje viajó a Roma en 1896 y tuvo ocasión de tratar y conocer a los grandes dignatarios de la Iglesia Católica, incluso a León XIII, uno de los papas más conspicuos de estos tiempos. La posición de Tejera en el diferendo fronterizo, independientemente de su contenido práctico, tuvo una enorme significación espiritual. Al oponerse resueltamente a la tesis haitiana del uti possidetis (posesiones actuales) satisfacía un profundo reclamo de la conciencia nacional dominicana: el de que se hiciera valedera su legítima estirpe hispánica. No era el derecho de España a la línea de Aranjuez lo que realmente exigíamos los dominicanos en el litigio fronterizo; lo que movía nuestros pasos en aquel complicado asunto era el deseo de que el establecimiento de una doble nacionalidad en la isla de Santo Domingo no se fundara sobre la tesis haitiana de la ocupación, sobre el triunfo del uti possidetis, porque eso equivalía a despojarnos del mejor sentido de nuestra nacionalidad. No queríamos desprendernos del proceso de nuestra formación social. Eso lo defendió con insuperable maestría el gran dominicano que fue Emiliano Tejera. Sus mejores méritos de hombre público están vinculados a la defensa que hizo de las raíces de nuestro espíritu frente al criterio haitiano de la penetración. Nosotros los dominicanos hemos luchado por la frontera y al fin la trazamos como elemento fijador de la dualidad, pero nunca hemos dejado de afirmar que las jurisdicciones que limita aquella línea de demarcación descansan sobre bases sociales, históricas y jurídicas muy diferentes e incompatibles por necesidad. Desde 1865 hasta la muerte de Heureaux (1899) Emiliano Tejera, aunque factor importante varias veces en el Partido Azul, no fue elemento activo de la lucha política de los partidos. En 1867 renunció la función de Ministro Fiscal de la Suprema Corte de Justicia, porque se enteró de que Cabral había enviado a Pablo Pujol a negociar el arrendamiento de Samaná con el Gobierno de Washington. Hizo entonces una renuncia airada y espectacular. Con Báez no transigió nunca. Sus simpatías estuvieron siempre con los azules, hasta el punto de no negarse a colaborar con Heureaux, procedente de aquellas filas, cuando de su colaboración dependía algún asunto de interés nacional. Con Heureaux mantuvo una especie de neutralidad benévola, pero no se ligó por ningún medio al interés político de este gobernante. El período más movido de la vida pública de Emiliano Tejera es el que corrió entre 1899 y 1916: el 26 de julio y la ocupación americana. En ese lapso desempeñó la Cartera de Hacienda, en 1902, con el Presidente Vásquez, y la de Relaciones Exteriores del 18 de diciembre del 1905 al 31 de julio del 1908, con Morales y Cáceres. Con el primero estuvo muy pocos días. “Doloroso fue para sus mejores amigos, dolorosísimo, que él no perseverase en su alejamiento –en cuanto a su no participación en la función ejecutiva– pues esa actitud suya había llegado a ser lauro para sus sienes al frisar en edad sexagenaria”. Conceptos son éstos de Federico Henríquez y Carvajal. Pero el varón recio no tiene derecho a sustraerse de la lucha sólo para resguardar sobre sus sienes el lauro personal de un retraimiento calculado. Bien hizo Tejera en dedicarle al país los últimos años de su vida activa en uno de los períodos más tristes y desolados de la historia nacional. Puesto que entonces descendió de cuerpo entero a la arena de las pasiones, es ese el más discutido momento de toda su actuación pública. De allí le vinieron acerbas amarguras y 123 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA dolores sin cuento. Los apuró todos con estoica resignación y sin desdecir de su fortaleza de ánimo ni de sus convicciones nacionalistas. Quiso darle sentido político trascendental al movimiento que abatió al General Heureaux, pero las circunstancias fueron más fuertes que sus intenciones. No pudo sobreponerse a los intereses en pugna y tuvo la debilidad de convertirse en agente de la división de los partidos. Entonces rayaba en la ancianidad. Cuando hizo la Convención estaba en los 66 años. En medio del tráfago en que vivió estos últimos tiempos conservó, sin embargo, el prestigio de su nombre, porque jamás dejó de actuar con un levantado concepto de su misión personal en el gobierno, ni de inspirarse en un propósito de bien común. Por más que se busque en el panorama de aquellos días aciagos sólo se encuentran dos figuras con relieve de estadistas: Francisco Henríquez y Carvajal y Emiliano Tejera. Ambos fracasaron porque ni el uno ni el otro tuvieron consigo el respaldo incondicionado de la opinión pública. El espíritu sedicioso de los dominicanos, negado a toda acción constructiva, hundió en el desorden los esfuerzos de aquellos dos hombres, que, por otra parte, nunca estuvieron unidos. Hace falta una historia del período comprendido entre la constitución de la Improvement y la ocupación americana (1893-1916). Cuando se haga la historia científica de esa época se verán situaciones sorprendentes. Colocado Emiliano Tejera en la Secretaría de Relaciones Exteriores desde diciembre del 1905 hasta julio del 1908, tuvo que echar sobre sus hombros la inmensa responsabilidad de conducir las relaciones de la República con los Estados Unidos en uno de sus momentos más comprometidos: aquel en que el Gobierno de Washington se decidió a encarar abiertamente el problema dominicano. Todos los esfuerzos realizados hasta entonces para normalizar la desastrosa situación financiera que le creó al país la política mancomunada de Heureaux y la Improvement habían resultado inútiles. El Presidente Cáceres llegó al poder cuando ya estaba en ejecución el Modus Vivendi establecido por Morales, que no difería de la Convención propuesta por Dillingham desde principios del 1905. Era, por lo tanto, muy difícil obtener de Washington el cambio de un sistema ya en marcha. Las bases de la Convención estaban fijadas desde hacía un año, y de ellas no era directamente responsable Tejera. Es evidente, sin embargo, que éste estuvo desde 1900 inspirando y dirigiendo la política del partido horacista. Este compromiso obligó al firme hombre público a asumir la responsabilidad del acuerdo final con los Estados Unidos. No podía hacer otra cosa. Tuvo, además, muy poderosas razones para proceder como lo hizo. No obró ingenuamente. “La razón dirá a los hombres de buena fe que abrigan desconfianza, pero que estudian desapasionadamente nuestros asuntos, que el Gobierno americano no procede con entero desinterés al ayudarnos: al contrario, tiene como es natural, un interés grande i poderoso. Las conveniencias de su política exigen que los poderes europeos no sienten su planta en América, i para evitar eso es que nos ayudan”. El enorme fracaso de la Convención no fue solamente dominicano. Los Estados Unidos se equivocaron tanto como nosotros respecto de los fines y los efectos de aquel inútil instrumento financiero. Ninguna cosa resulta más cierta en el asunto que la sinceridad con que Emiliano Tejera defendió la Convención. En esa defensa expuso todo su prestigio personal y su influencia. Pero también es cierto que por primera vez en su vida encauzó aquella influencia por los discutidos y muchas veces tortuosos caminos de la bandería. No se justifica que el hombre independiente y liberal que fue siempre Tejera no colaborara con Jimenes en la solución del grave problema económico y financiero que legó al país el Presidente Heureaux. Jimenes le ofreció la Cartera de Hacienda que no aceptó. En aquel momento la unificación de las 124 emiliano tejera | antología opiniones era una suprema necesidad nacional. La división de los partidos nos condujo a la encrucijada del arreglo del 1907, mucho más peligroso que el que se proyectó en 1901 y malogró la impremeditada oposición que se le hizo en el Congreso. Es muy difícil que esto hubiera sucedido, de estar Emiliano Tejera fuera de la lucha política. De todos modos ,siempre se recordará con respeto su rasgo de lealtad con la causa en que se vio envuelto y la inquebrantable firmeza de ánimo con que asumió, llegado el momento, las responsabilidades que le impuso su postura. En 1908, tan pronto como entró el contrato en la vía franca de su ejecución, se retiró del gobierno. Con ello no se ganaría, sin embargo, la tranquilidad que, para ciertos hombres, sólo es regalo de la muerte. Aquel espíritu estaba todavía llamado a sentir muy profundas conmociones y a vivir momentos de sabor shakespereano. Su templanza no se amenguó con el dolor, y en la callada resignación cristiana con que soportó la adversidad dio muestras de su estirpe moral. La ocupación militar del 1916 cerró un ciclo de la historia dominicana. Para los acontecimientos que la siguieron ya no tuvo Emiliano Tejera sino supervivencia simbólica. La gloriosa ancianidad de aquella figura tan genuinamente vernácula sólo un último servicio podía prestar a la República: el de permitir que con su nombre se encabezara el reclamo del patriotismo contra el ultraje de la gran nación, que no lograba comprender ni amparar las necesidades de este pequeño y miserando país. A eso no se negó nunca el anciano repúblico, y desde el primer momento de la reacción cubrió con el manto de su limpio nombre la protesta del pueblo dominicano. ¡Murió el 9 de enero del 1923 sin ver el desenlace de la última tragedia que le tocó vivir! Manuel Arturo Peña Batlle Ciudad Trujillo, noviembre 16 del 1950 125 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA La predestinación. Los dos restos. ¿Cuáles son los verdaderos? ¿Cómo puede comprobarse?1 Si la observación atenta i filosófica de los hechos humanos no nos explicara el por qué de las desgracias de ciertos hombres, que sólo en bien de la humanidad han trabajado, inclinación tendríamos a reconocer que se mezcla en nuestras cosas algo parecido al Destino de los antiguos, i que el está escrito de los mahometanos no es una frase enteramente vacía de sentido. La predestinación para la dicha, i más frecuentemente, como es natural, para el infortunio, se presenta de ordinario a nuestro examen superficial, como lote de ciertos seres, i engañados por esta aparente i a nuestro juicio, inevitable injusticia, nos inclinamos erradamente a culpar la Providencia, cuando deberíamos culpar o las ideas, pasiones i vicios de aquellos entre quienes vivimos, o las nuestras propias en algunos casos, o las de aquellos que nos precedieron, i que encarnadas en la generalidad de nuestros contemporáneos, i combinadas con las que a estos son propias, constituyen en gran parte lo que se ha llamado carácter de la época. Cristóbal Colón, el ilustre Descubridor de la América, aparece ante la historia como uno de esos seres predestinados para la desgracia. Durante muchos años medita el gigantesco proyecto de ensanchar el orbe conocido; emplea gran parte de su juventud en mendigar recursos para su atrevida empresa, i al fin la lleva a cabo entre impedimentos de todo género. El Nuevo Mundo, como en su admiración lo llamaron sus contemporáneos, está descubierto. Los Reyes de Castilla podrán decir en lo adelante que el sol no se pone en sus dominios. Emperadores e Incas poderosos se llamarán tributarios de la venturosa monarquía española. Aventureros que sólo tenían por capital su espada, allegarán grandes riquezas, i se convertirán en señores de vida i haciendas. E Imperios florecientes, i repúblicas poderosas, que llevan en su seno el porvenir del mundo, se fundarán en los sitios en que la soñadora imaginación del inmortal genovés creía ver los magníficos imperios del Oriente. ¿I qué le reservaba la suerte al Descubridor de la América en cambio de tanta fe, de tanta constancia, de una vida entera consagrada a la realización de ese ideal de su alma? Causa tristeza decirlo: los sinsabores del envidiado; el dolor del que sirviendo lealmente en tierra extraña, siente pesar en todo sobre sí el anatema de extranjero; las penalidades del náufrago que sólo en Dios confía; los desengaños i sonrojos del pretendiente importuno; la muerte triste, solitaria, llena de amarguras, del que después de haber dedicado su vida entera al género humano baja al sepulcro con el desconsuelo de ver que la humanidad tiene casi siempre un Calvario para sus bienhechores. Colón no dejó a su familia sino vanos i litigiosos títulos, que debían ser para ella origen de infinitos desagrados; i llegó un día en que los herederos i sucesores del Descubridor de un hemisferio no tenían en él ni un solo palmo de tierra que les recordara, que la inspiración i la constancia de uno de sus antepasados habían convertido en realidades las predicciones de Séneca i los sueños del divino Platón. El mundo recién descubierto debía tener un nombre. ¿Cuál más a propósito que el de Colombia, que recordaría para siempre al que lo había visto con los ojos del alma, al que había sido apellidado loco porque hablaba de tierras ignotas en lugares que la ciencia de entonces juzgaba inhabitables? Pero a la adversa suerte de Colón no le plugo así; e Indias llamaron primero los españoles al Nuevo Mundo, aceptando un error del Grande Almirante, y América lo llamó todo el orbe después, prefiriendo el nombre del que primero había descrito las nuevas tierras, al 1 Se ha respetado la ortografía del autor. 126 emiliano tejera | antología del nauta sin igual que con fe inquebrantable se había lanzado entre las pavorosas soledades del Océano para mostrar un mundo nuevo a los atónitos ojos del viejo Continente. Doscientos ochenta i nueve años después de muerto el Descubridor del Nuevo Mundo quiso un ilustre marino, al hacer la traslación de los restos del Almirante de una colonia española a otra, tributarles todos los honores que les eran debidos. La posteridad quería principiar a satisfacer la deuda de gratitud que sus contemporáneos habían negado. ¿I qué acontece? Los exhumadores cometen un error, i los honores son tributados a un extraño, mientras que el Grande Almirante sigue olvidado en su tumba de piedra de la Española. ¿No ha tenido Colón igual suerte cuando descubre la América, cómo cuando va a darse nombre a este vasto continente, cómo cuando quieren tributarse a sus despojos mortales, honores merecidos, aunque tardíos? Hoi puede cometerse otra grande injusticia con el insigne genovés. Sus verdaderos restos están a punto de ser desconocidos; i de nuevo, tras centenares de años, volverán a estremecerse los huesos de Colón, oyendo repetir hasta a sus mismos admiradores: “Tú no eres el Descubridor de la América”. I el olvido de tres siglos i medio se perpetuará; i el desprecio i la indignación pesarán sobre la osamenta del mártir, mientras que repitiéndose la antigua injusticia habrá honor i respeto para el sustituidor de Colón, en tanto que las venerandas reliquias del inspirado, de la víctima, rechazadas por el error humano, irán a confundirse para siempre entre el polvo de las tumbas. Dos restos se presentan hoi al mundo como los del Grande Almirante. ¿Callarán las pasiones para que decida la razón? ¿Habrá calma suficiente para conocer i juzgar? ¿Se desoirá como engañadora la voz del orgullo patrio? ¿Predominará algún Vespucio segunda vez? ¿O la hora de la justicia i de la reparación habrá llegado por fin para el Descubridor del Nuevo Mundo? Por lo que hemos dicho en este escrito se verá claramente que no abrigamos la menor duda respecto de los verdaderos restos. Para nosotros lo son los que se exhumaron en 10 de septiembre de la bóveda contigua a la pared del Presbiterio de la Catedral de Santo Domingo, i esta creencia la compartimos con cuantos habitan en la República Dominicana, con excepción de uno o dos peninsulares. Una equivocación, hija de causas que hemos tratado de exponer, dio por resultado que los españoles extrajesen en 1795 los huesos de D. Diego o D. Bartolomé,* en vez de los del Primer Almirante. Pero así como nosotros no hemos creído, sino después de haber visto i examinado, no podemos tampoco negar a nadie el derecho de no creer, sino después de ver i examinar también. Mas, lejos de temer, deseamos, pedimos el examen. Nuestra firme persuasión es que quienquiera que estudie todo lo que está relacionado con este asunto, llevando en su mente, no el propósito de buscar argumentos contra tal o cual opinión, sino el de encontrar la verdad como es en sí, se convencerá más tarde o más temprano de que los verdaderos restos de Colón están en Santo Domingo. Al ver las dos bóvedas; al examinar la caja del 10 de septiembre, que en su forma, en su tosquedad, en sus inscripciones, en su aspecto todo, dice a los ojos del más obcecado, que los que la hicieron duermen en paz hace siglo el sueño de los sepulcros; al conocer el carácter de los habitantes de Santo Domingo; al convencerse de que aquí no existía ningún interés *Don Bartolomé reposa aún en las ruinas de la Iglesia de San Francisco, en Santo Domingo. Los restos llevados a La Habana, i años después a Sevilla, son los de D. Diego Colón, hijo del Descubridor. 127 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA especial en poseer los restos del Almirante, ni siquiera habían pensado en ello, sino el General Luperón i algunos de sus amigos; al recordar que en el Presbiterio estaban las tumbas de tres Colones, i que faltaría la de uno de ellos, si se consideran apócrifos los restos extraídos en septiembre; pues solo habrían parecido los que se suponen de D. Cristóbal i los de D. Luis; que además habría en el Santuario de la Catedral una bóveda hecha por puro lujo, pues no se ha encontrado nada en ella ahora, ni nunca habrá tenido nada, si se niega que de ahí se exhumaron los huesos del Colón de La Habana; al pensar en la falta absoluta de inscripciones en las planchas de plomo extraídas en 1795, falta inexplicable i extraordinaria tratándose del Gran Almirante, a quien debe suponerse que se le pusiera un título, un nombre, una fecha, un signo cualquiera sobre la urna que guardaba sus despojos mortales, aunque no fuera sino para distinguirlos de los de D. Diego, que se dice vinieron de España junto con los suyos; al meditar en lo fácil de un error cuando se exhuman restos que están en bóvedas que no tienen lápida, ni inscripción, i hai otros en el mismo lugar, al lado mismo, sin lápidas ni inscripción también, máxime cuando es después de un olvido de doscientos cincuenta i nueve años que se verifica semejante exhumación, i cuando de antemano existía en la mente de los que iban a hacerla el error de creer que en ese lado solo había una tumba, cuando había dos, i tan próximas; al pensar i considerar todo esto creemos sinceramente que el convencimiento debe dominar en muchos ánimos, i en los que no llegue a tanto el poder de los hechos, habrán de excitarse dudas intensas que los impulsen a profundizar las cosas para ver dónde está el error i dónde la verdad. Los documentos que más luz podrían dar en el caso presente serían los que se encontraran en los archivos de la Catedral de Santo Domingo, porque en ellos debía constar el tiempo, modo i forma del enterramiento de los restos; el sitio preciso en que se colocaron; la forma i clase de la caja, i las inscripciones que tenía; si fue enterrada la que vino de Sevilla, o si en esa ocasión, o en épocas posteriores hubo que renovarla por cualquier motivo, i si entonces se le pusieron inscripciones, i cuáles fueron estas. Pero por desgracia esos preciosos i decisivos documentos no serán tal vez examinados en este grave i delicado asunto, pues es fácil que estén perdidos para siempre, o tan extraviados que no se hallen en muchos años. Parece que cuando la desocupación de la Parte española en 1801, se trasladaron todos los archivos, tanto civiles como eclesiásticos, a la ciudad de La Habana, i que después o no los trajeron cuando la reconquista, o si volvieron fue por corto tiempo, pues en 1822 no estaban ya en la isla, bien porque como hemos dicho no los hubieran traído en 1809, bien porque tornaran a llevárselos a Cuba en 1821, cuando se enarboló en esta ciudad el pabellón de Colombia. Se nos ha asegurado que en La Habana se conservan gran número de cajas, que encierran documentos relativos a la colonia de Santo Domingo. Tal vez entre ellos estén los de los archivos de la Catedral, i en cualquier momento pueda algún laborioso investigador obtener i publicar los datos que tanto nos interesan. Entretanto lo que mejor podría suplir su falta sería el acta de traslación de los restos de Sevilla a Santo Domingo, si como es posible, se expresa en ella el tamaño i clase de la caja, i las inscripciones que tenía. Este documento será de suma importancia si las reliquias de Colón han sido depositadas en la bóveda del Presbiterio en la misma urna en que vinieron de Sevilla, i si después no ha habido renovación de la caja; pero si no ha pasado lo primero, o ha acontecido lo segundo, poca cosa se adelantará con la publicación de dicha acta, pues esta no podrá decirnos en qué clase de caja debían encontrarse ahora los restos, ni las señales e inscripciones que tenía para hacerla conocida en todo tiempo. 128 emiliano tejera | antología No estaría demás tampoco que se revolviesen con interés los legajos del archivo del Duque de Veragua. Copia del acta de Sevilla, i de la que se levantó en Santo Domingo cuando la inhumación, debieron conservarse en él para memoria de lo que se había hecho con las reliquias del fundador de tan ilustre casa. I si más después se pasaron los restos de una caja a otra, es verosímil que se diera cuenta a los descendientes del Almirante de ese hecho que tanto debía interesarles, i que quizás no se podía llevar a cabo sin consultarlos previamente. Tal vez al practicar esas investigaciones se obtenga la prueba de si los restos de D. Diego fueron trasladados a Santo Domingo, i por tanto se sabrá con certeza si son ellos o los de D. Bartolomé los que reposan en la Catedral de La Habana. Pero bien parezcan los documentos de que hemos hablado, bien sea preciso atenerse a los que hoi se conocen, es de todo punto necesario para los que abriguen dudas respecto de la autenticidad de los restos, i tengan que opinar en el asunto, venir a Santo Domingo para que vean las cosas por sus propios ojos. El examen de los lugares; la vista de las dos bóvedas; el estudio de las inscripciones; la apreciación de la edad de la caja; el conocimiento cabal del carácter i de las actuales condiciones del pueblo de Santo Domingo, i el de los individuos que han intervenido en el hallazgo, todo esto unido con los datos que suministre la historia, hará que quienquiera que de buena fe busque la verdad, exclame con voz de convicción profunda: verdaderamente los restos del Grande Almirante reposan en la ciudad de Santo Domingo. I entonces, cuando el convencimiento esté en todos los ánimos, se podrá labrar tumba definitiva para esas reliquias del insigne cuanto desgraciado Descubridor de la América; i bien se le levante en una de las capillas de la noble Catedral que por tantos siglos le sirvió de morada, bien se le alce en nuevo temple digno del héroe i de la humanidad, habremos dado entonces paz i verdadero descanso a los huesos del eterno viajero. I cuando el peregrino de pie en el borde de ese mar que vio con asombro por primera vez al gran navegante italiano, dirija la vista con tristeza hacia las ruinas del antiguo Santo Domingo, teatro de una de las mayores iniquidades que han presenciado los siglos, podrá también tornarla con satisfacción al lado opuesto, i al ver sobre altiva columna el noble busto de Colón dominando el espacio, cruzará por su mente la triste, pero también consoladora idea, de que si para los bienhechores de la humanidad suelen tener las pasiones humanas un cáliz de amargura, llega siempre un día de justicia i reparación, en que generaciones de buenos lamentan el infortunio del mártir, i compensan con eterno reconocimiento la ingratitud e injusticia de los contemporáneos. De Los restos de Colón en Santo Domingo, 1878, reproducido en 1926. Un fraude improbable IV Como el hallazgo del 10 de septiembre privaba a Cuba de una de sus glorias más preciadas, i como a la vez era una decepción para España, los apasionados de uno i otro país, en vez de examinar detenidamente lo ocurrido en Santo Domingo, para conocer el valor que debían concederle, acudieron a un medio más en armonía con sus sentimientos, i de seguro más cómodo i menos trabajoso. Sentando como inadmisible la posibilidad de una equivocación en 1795, declararon con más o menos rudeza que el descubrimiento de los restos del Primer Almirante era una grosera superchería. 129 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA De nada valió el testimonio del digno español, Sor. D. José M. Echeverry, Cónsul entonces de España en esta República, i testigo ocular de los sucesos;2 de nada el parecer favorable del Sor. D. Sebastián González de la Fuente, primer comisionado secreto enviado a esta ciudad por el Capitán Gral. de Cuba. La opinión de ambos no se avenía con los deseos de los que a todo trance querían que el hallazgo fuera una mentira, i no sólo no fue bien recibida, sino que bien pronto sintió cada uno de ellos que en ciertos casos conducirse bien, suele traer tantos perjuicios, como en otros conducirse mal. Con la destitución del veraz i honrado Sor. Echeverry indicó el Gobierno español qué clase de verdad le agradaba conocer; i de entonces en lo adelante no faltaron cortesanos del poder, raza de agoreros que estudian las cuestiones en el entrecejo de los potentados, que redujeron todo examen i discusión en asunto tan importante, a repetir en todos los tonos, haciendo coro a los apasionados, que el hallazgo de septiembre era un fraude realizado por los que habían tenido la buena suerte de tropezarse con los olvidados restos del inmortal Descubridor de la América. ¿Ha podido cometerse semejante fraude? ¿I cuándo? ¿Qué interés había en ello? –Digamos algo sobre todo esto. Es perdido el tiempo que se emplee en averiguar si el supuesto fraude pudo tener realización en los años anteriores al de 1865, en que volvió Santo Domingo a recobrar su independencia. Si alguno, francés, haitiano o dominicano hubiera hecho semejante cosa, es seguro que no iría a efectuarlo por el solo placer de enterrar una caja con inscripciones alusivas a Colón. Trataría indudablemente de que, o se descubriese su obra, para lograr el objeto que con ella intentaba, o a lo menos se esforzaría en inspirar dudas respecto del acierto de la exhumación de 1795, a fin de ir preparando los ánimos para el día en que hiciese aparecer sus falsos restos. El no haber pasado nada de esto prueba que semejante cosa no se ha llevado a cabo, pues sólo un demente iba a tomarse el trabajo de fabricar caja, grabar inscripciones, recoger huesos antiguos, i enterrarlo todo, para después dejarlo olvidado para siempre. I que un demente pudiera concebir un plan de esa naturaleza, i que engañara al realizarlo a todos los cuerdos, es cosa tan extraordinaria que raya enteramente en lo imposible. La conjetura de que tal obra pudo haberse llevado a cabo en alguna ocasión que la Catedral estuviera abandonada, no tiene fundamento de ninguna especie. Del 95 acá no ha dejado de estar en uso constante la iglesia metropolitana de Santo Domingo, sino durante el breve tiempo que lo impidieron los efectos del terremoto de 1842, i entonces ni dejó de ser visitada constantemente por toda clase de personas, deseosas de apreciar los estragos del fuerte sacudimiento, ni se le quitó una sola de las losas del Presbiterio, como lo pueden manifestar los albañiles que se ocuparon en las obras de composición, i de los cuales muchos 2 Por cartas de Santander, hemos sabido con suma pena que el Sor. D. José Manuel Echeverry, ex cónsul español en Santo Domingo, había muerto en aquella ciudad el día 21 de julio del corriente año, agobiado principalmente por los pesares que llovieron sobre él, a consecuencia de la conducta que observó en el asunto de los restos de Colón. El Sor. Echeverry ha sido víctima de su honradez i buena fe. Representante de una nación franca i caballerosa, i franco i caballeroso él mismo, creyó indigno de sí i del Estado a que pertenecía negar una verdad que se presentaba a sus ojos con los caracteres de la evidencia i ni aun le cruzó por la mente la idea de que mientras no conociese la manera de pensar de su gobierno, podía convenirle disfrazar esa verdad con reservas que permitiesen más tarde su negación. Se condujo, no como hábil diplomático, sino como bueno i leal español, creyendo que su primer deber era decirle la verdad a su hidalga patria; i la destitución, i las ofensas de toda especie, i la muerte en medio del mayor desconsuelo para sí i para los suyos, fueron la recompensa de su recto proceder. Hoi no puede ser bien juzgado el Sor. Echeverry por muchos de sus compatriotas; pero mañana, cuando se hayan calmado un tanto las pasiones que han hecho se vea una falta en su noble comportamiento, su memoria será recordada con orgullo por todo buen español, i su digna conducta será citada como ejemplo, por todos aquellos que crean que la verdad debe ser antepuesta a todo, i que es preferible perder posición i fortuna, a gozar de una i otra, sacrificando sus convicciones, llevando gusano roedor en el corazón. 130 emiliano tejera | antología existen aún; ni las tribulaciones porque entonces pasaba la Capital, permitían a nadie pensamientos de naturaleza tan dañada, como eran los de falsificación de restos. Aterrorizados en gran manera, tornaban su vista hacia otro mundo mejor, en el que esperaban encontrarse de un momento a otro. Lo grandioso e imponente del fenómeno terrestre inspiraba a todos esa gravedad de pensamientos i esa solemnidad en los actos, que se notan aun en las almas vulgares, cuando se ven en presencia de una catástrofe inevitable. Todos los ojos se volvían a Dios, i no era entonces, el momento a propósito para cambiar el rosario del peregrino por el cincel del falsario, ni la barra i el martillo del constructor de ermitas por el yunque donde debían extenderse las planchas de plomo de la obra de la iniquidad. Después del 65 hasta el hallazgo del 77, cuantos dominicanos se han ocupado de los restos del insigne Descubridor, hablan de ellos suponiéndolos sepultados en la Catedral de La Habana. No hai una sola voz que exprese la duda de que estuviesen en esta Capital. ¿I esto qué indica? Que nada había hecho aun el autor del supuesto fraude para preparar los ánimos en favor de su obra, o hablando con exactitud, i echando a un lado hipótesis inadmisibles, que semejante fraude no existía, pues silencio tan obstinado no es concebible, tratándose de combatir un hecho, como la traslación del 95, que tenía en su favor el asentamiento de casi todos los habitantes de la República. El Sor. Carlos Nouel, que era uno de los pocos que tenían fe en la verdad de la tradición existente en el país, de que las cenizas del Primer Almirante se encontraban todavía en el Presbiterio de la Catedral dominicana, no había podido aún, a principios del año de 1877, hacer prosélitos para su idea, i sólo después del hallazgo de los restos del Primer Duque de Veragua, fue que D. Luis Cambiaso i un gran número de personas, sintieron el deseo de que se comprobara lo que había de cierto en esa tradición, tan antigua como poco creída. No todos los contrarios del hallazgo de septiembre creen empero, que el fraude date de fecha lejana. Algunos, entre ellos la Academia, parece que lo suponen de estos últimos años, i aunque sus inculpaciones no son tan claras como fuera de desearse, dejan entrever que los mismos que tuvieron la fortuna de hallar los restos del Primer Almirante, son, en su concepto, los forjadores del imaginario fraude. Aunque con repugnancia tocaremos este penoso punto. Ante todo es preciso tener entendido que no había en estos últimos tiempos una sola persona que supiera lo que encerraba el Presbiterio de la Catedral de Santo Domingo. Los antiguos esclavos del templo gozaban de la tranquilidad de las tumbas hacía ya muchos años, i con ellos desaparecieron los recuerdos de una multitud de hechos llevados a cabo por los canónigos del tiempo de la vieja España. Del Cabildo de la época de la Reconquista no quedaba un solo miembro. El dignísimo Arzobispo, Sor. Dr. D. Tomás de Portes, que fue el último que murió, tenía en 1877 diez i nueve años de haber bajado al sepulcro, i nada absolutamente sabía ninguno de ellos respecto de ese particular, que de seguro mui poco les interesaba. D. Tomás Bobadilla, que era aficionado a conservar tradiciones, solía decir que el Presbiterio era todo una bóveda,3 lo que indica cuál era la creencia reinante entonces sobre este punto, i a la vez el error en que se estaba, pues en ese sitio no había una sola bóveda espaciosa, como se suponía, sino tres pequeñas; dos en el lado del Evangelio, i una en el de la Epístola. Del Sínodo de 1683, que hablaba de las dos urnas de plomo, no había, ni hai, que sepamos, un solo ejemplar en esta Capital. La Description de la partie espagnole de Saint Domingue, de Mr. Moreau de Saint-Méry, que hubiera dado luz en el asunto, no 3 Véase la pág. 66 de Los Restos de Colón en Santo Domingo, carta de D. Carlos Nouel. 131 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA era casi conocida aquí. El único ejemplar que de ella existía entonces era de la propiedad del Sor. D. Manuel M. Gautier, que desde tiempos antes del hallazgo, se encontraba en Caracas, i ni aun ese mismo ejemplar se sabía que lo hubiera en esta ciudad. La prueba de que la obra de Mr. Moreau era casi desconocida en Santo Domingo, i se conocía poco también en otros lugares, se halla en las referencias que de ella se hicieron entonces, tanto en Cuba como aquí, todas inexactas, pues se atribuía a Mr. Moreau el haber descubierto la tumba i restaurado la caja de D. Cristóbal Colón, cuando él no habla una palabra de semejante cosa. De enero del 78 en adelante fue que se copió con exactitud lo dicho por el escritor francés, i por ese mismo tiempo también (3 de febrero) nos facilitó un amigo la copia que entonces publicamos. Es decir, que ni por comunicación verbal, ni por recuerdos de los viejos del país, ni por el conocimiento adquirido en las obras históricas, podría ninguno saber en estos últimos años lo que encerraba el primitivo Presbiterio de la Catedral dominicana. I no era una noticia cualquiera la que necesitaban los supuestos autores del fraude. Debían saber lo que calló o ignoró el Sínodo de 1683: la existencia de las dos bóvedas contiguas, o sean las de D. Cristóbal i D. Diego; lo que no supieron los canónigos de 1783: el sitio preciso de la verdadera bóveda del Primer Almirante; lo que no llegó a conocimiento de los exhumadores de 1795: el punto exacto en que reposaban los restos del insigne marino que deseaban honrar. ¿I quién podía instruir a los supuestos autores del fraude en una cosa que nadie sabía desde hacía siglos: la existencia de la bóveda pegada al muro derecho, donde verdaderamente estaba Colón? ¿Cómo podían ellos saber lo que había caído totalmente en olvido desde el último tercio del siglo XVII; lo que no estaba consignado claramente en obra ni documento de ninguna especie? I sin saberlo ¿cómo podían cometer el fraude que se les atribuye? ¿Cómo adivinaron la existencia de esa bóveda donde depositaron sus falsos restos? ¿Cómo no la confundieron con la que los españoles abrieron en 1795, i que estaba al lado de aquella, en sitio menos preeminente? Para convenir en la posibilidad de la superchería que suponen los contrarios del hallazgo de septiembre, hai que principiar por aceptar un hecho que nadie en Santo Domingo admitirá ni por un instante: el que hubiera una sola persona que conociese lo que había bajo el enlosado del Presbiterio. I si no se acepta ese casi imposible conocimiento, el fraude no pudo tener lugar. Tal vez se dirá que en algún tiempo después del 65 pudieron practicarse indagaciones con el objeto de conocer esa parte donde habían sido depositados los Colones. Aunque esta hipótesis no es admisible, en razón de que nunca, después de 1795, se ha tocado el piso del Presbiterio, como lo saben todos en Santo Domingo, hai otra cosa que dificultaba en sumo grado tales exploraciones. Para hoyar en ese sitio era preciso quitar parte del pavimento, i este no podía removerse, sin que todas las losas se hicieran pedazos, pues por lo antiguas que eran, por lo adheridas que estaban a la argamasa, i por lo débil i quebradizo que es todo material de barro, cuando tiene mucho tiempo de uso, sobre todo si el pisoteo es mui frecuente, nadie podía abrigar la pretensión de sacar ni una sola losa entera. ¿I en dónde se encontrarían losas iguales para reponer las rotas en semejante exploración? En la Catedral no había ninguna en depósito, i en caso de que las hubiera habido hasta fin de siglo pasado, lo que no es difícil, ya habían desaparecido por completo desde muchos años antes. En toda la Capital no se encontraría tal vez una sola disponible. Ni memoria quedaba de los tejares en que fueron hechas esas antiquísimas losas, i hasta de los que funcionaban en los últimos tiempos de la vieja España, solo existían los hornos derruidos i los montones de ladrillos fundidos. I nadie ignora en Santo Domingo que el piso del Presbiterio de la Catedral, al ser desenlosado a fines de agosto del 77, para blanquear la Capilla Mayor, i utilizar en otros trabajos los fragmentos 132 emiliano tejera | antología de las losas, estaba completo, i tal como lo habíamos visto siempre; que sus losas eran todas de la misma clase, i que no tenía parte ninguna que fuera de hechura reciente. Quiere esto decir, que la exploración no se verificó; porque de lo contrario debían haber quedado indicios de ella; i si no se verificó, era imposible que nadie supiera dónde estaba la bóveda de D. Cristóbal Colón, porque hacía siglos que se había perdido la memoria de su existencia. Había otra dificultad peculiar a Santo Domingo, i que tal vez no podrán apreciar en su justo valor los que no conozcan el carácter de cierta clase del pueblo dominicano, inclinado por naturaleza a dar su parecer, i aun a intervenir en cualquier cosa que se haga en su país, aunque sea de carácter privado, i que en las públicas lo considera como un derecho, i tal vez hasta como un deber. Por este motivo es casi un imposible que se verificara una exploración en el Presbiterio, por secreta que quisieran hacerla, i a poco tiempo no fuera conocida de la mayor parte de los habitantes de la ciudad. Si semejante hecho tuvo lugar antes de principiarse los trabajos de reparación, tenía por fuerza que haberse notado algo en una Iglesia que se abría diariamente; en un Presbiterio donde se celebraban misas con suma frecuencia; i en un piso que no tenía otra alfombra que las mismas viejas i cuarteadas losas de barro. Si fue después de comenzada la reparación, había más motivos aun para advertirse cualquier cosa que se hubiera hecho, pues de continuo se hallaban en el templo una multitud de operarios, ocupados en diversos trabajos, i mayor número aun de mirones i directores oficiosos. Los que hayan efectuado cualquier trabajo de excavación en Santo Domingo, principalmente en edificios públicos, podrán comprender el valor de lo que decimos, sobre todo si se han tropezado con uno de esos busca-entierros, que observan cuidadosamente la más leve diferencia en piso i paredes, i adivinan, más bien que indagan, cuándo y cómo se ha hecho la más leve excavación en cualquier punto de la Capital. Admitida la posibilidad del fraude ¿es de creerse que las inscripciones que se pusieran en la falsa caja serían las mismas que tiene la exhumada el 10 de septiembre? Mucho lo dudamos. Lo más natural es que los autores de la superchería hubieran dado a Colón sus títulos oficiales de Almirante, Visorei i Gobernador, que eran los usados en las obras que podían consultar, i los mismos que debían suponer, le habría puesto la autoridad que hubiere intervenido en depositar los preciosos restos en sitio tan honorífico como era la Capilla mayor de una Catedral de Indias. Aunque el calificativo de Descubridor correspondía mejor que ningún otro título al insigne nauta, pues todos los demás eran precarios, como concesiones de reyes, en tanto que ese, como expresión de un hecho personal, realizado ya, era i tenía que ser indestructible, los forjadores de la pretendida superchería debían procurar hacer, no lo que a ellos pareciera mejor, sino lo que juzgaran factible en el siglo a que querían perteneciese su falsa caja. I como hasta a principios del año próximo pasado se estuvo en la creencia de que la traslación de las reliquias del Primer Almirante a Santo Domingo había sido un acto oficial, i no un paso dado por sus descendientes, en cumplimiento de su postrer deseo, debían los autores del fraude, que no podían conocer la Real Cédula de 1537, publicada últimamente,4 esforzarse en poner en la urna los títulos que calcularan hubiera empleado en semejante caso la autoridad civil, i que era de suponerse no fueran otros que los de Visorei, Gobernador &. Bien mirado todo, los títulos de Descubridor de la América i Primer Almirante, grabados en la caja de plomo de D. Cristóbal Colón, parecen indicar que no fue el Gobierno, ni la familia, los que los hicieron colocar ahí. El Gobierno habría usado de seguro el dictado de Almirante, que es el único título 4 Hemos visto después que el Sor. Harrisse había hecho referencia de esta Real Cédula en “L’histoire de Christophe Colomb attribuée a son fils Fernand”, p.30, nota 10, París, 1875; pero ni esta obra había venido a Santo Domingo hasta este año de 1879, ni lo que dice el docto crítico podía ser de provecho a los autores del supuesto fraude. 133 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA que se da a Colón en las Cédulas de 1537, 39 i 40; pero si se hubiera servido del de Descubridor no habría empleado en modo alguno la palabra América, en vez de la denominación oficial Indias. La familia en 1538, época probable de la traslación de la caja a Santo Domingo, pudo mui bien haber puesto los que se encuentran en la urna; pero es regular que hubiera agregado todos los demás títulos oficiales que correspondían al fundador de la ilustre casa, o cuando menos el de Visorei, pues en ese tiempo Doña María de Toledo era llamada i se llamaba la Vireina, i si ella usaba todavía ese calificativo, con más razón debía dárselo a aquel que lo había obtenido, i que era la causa de que ella pudiera anteponerlo a su nombre. Parece que sólo una persona afecta a Colón, i que mirara las cosas desde cierta altura, i como en realidad son en sí, podía hacer grabar sobre la urna que encerraba los despojos del insigne marino esos dos títulos, únicos salvados en el naufragio de su grandeza: el de Almirante, cuya perpetuidad él quería i el cual los reyes le reconocían aun en las cédulas de 37, 39 i 40, i el de Descubridor, del que nadie podía despojarlo, i que será tan duradero como el mundo. Hasta en la sustitución de la voz Indias por la palabra América, parece percibirse un sentimiento elevado de justicia, que prescinde de las formas, para fijarse en el fondo de las cosas. Colón era realmente el Descubridor, no de las Indias Occidentales, que hablando con propiedad, sólo eran las posesiones españolas en esta parte del globo, sino de lo que la mayoría de los hombres, a mediados del siglo XVII, aun en algunos puntos de la misma España, designaba con el nombre de América; es decir, esas mismas Indias Occidentales, más todo el norte del Nuevo Mundo i las demás partes de éste en que no flotaba el pabellón de Castilla. No parece tampoco probable que si la caja de septiembre fuera la obra del engaño se encontrara en su tapa i costados esa forma de letra, clasificada por algunos paleógrafos italianos como de mediados del siglo XVII. Como los autores del supuesto fraude debían creer que el enterramiento de los restos se efectuó en 1536, según lo decían las obras históricas que entonces podían haber consultado, era natural que trataran de usar en las inscripciones la forma de letra de esa época, i no la de un siglo después. Semejante cosa les era sumamente fácil, pues con sólo recorrer el templo principal de Santo Domingo, encontraban modelos que nada dejaban que desear. Ahí hallarían casi todas las inscripciones que hemos publicado en las pp.74, 75 i 76 del folleto Los restos de Colón. Hasta parece regular que hubieran empleado solamente la letra romana, mucho menos difícil de hacer en el plomo, i bastante común en las lápidas sepulcrales existentes tanto en la iglesia metropolitana, como en otras de la Capital. En buena hora que quien no conociese la forma de letra del siglo XVI, empleara la de la segunda mitad del XVII, si le vino a mano algo de ese tiempo, i aun la moderna si otra cosa no pudo hacer; pero que los supuestos autores del fraude, que tenían ante sus ojos tantos ejemplos de la del siglo XVI, no imitaran la que les convenía, i fueran a trocarla equivocadamente por la de siglos posteriores, es cosa tan inconcebible que nadie la aceptará sin gran dificultad. El empleo en la caja de septiembre de una letra de 1650 en adelante, desechando la de la época de la traslación de los restos del Primer Almirante, que era la que naturalmente debió usarse, indica la improbabilidad del fraude, o más bien que no ha habido fraude de ninguna clase. En la urna de D. Cristóbal Colón aparece la letra del siglo XVII, porque las inscripciones debieron ser hechas en 1655 o años inmediatos, i como era natural, sus autores emplearon la forma de caracteres de esa época. No tenían para qué imitar la de otros siglos. De mui distinto modo hubiera pasado la cosa, si el fraude no fuera una suposición sin fundamento. Sus forjadores habrían procurado imitar la escritura del siglo décimo sexto, que es la más común en las lápidas de nuestros templos, i para la de mano habrían utilizado la de los libros parroquiales de la Catedral, que alcanzan hasta el año de 1589. 134 emiliano tejera | antología Hai otro hecho que para un observador imparcial indica, o la verdad del hallazgo, o una cautela tan grande de parte de los autores del supuesto fraude, que casi raya en lo inverosímil, sobre todo si se tienen en cuenta los errores que se les atribuyen. Cuando la caja de D. Cristóbal Colón fue extraída el 10 de septiembre, se encontró sobre la parte exterior de su cubierta una capa de polvo i cascajo, endurecida en lo que pegaba al metal, i suelta en lo demás. Este depósito, bastante grueso, era el producto de la aglomeración en la superficie de la tapa, de las diversas partículas, que el tiempo i los esfuerzos de diversa clase ejercidos en el piso del Presbiterio, hacían desprender del techo de la bóveda5. Ahora bien ¿es de creerse que los forjadores de la superchería fuesen tan previsores que colocaran esa capa de polvo sobre la tapa con el objeto de probar la antigüedad de su depósito? ¿Era acaso fácil semejante cosa, cuando había que petrificar la parte de polvo que pegaba al metal, i hacerle tomar al todo ese aspecto que sólo el tiempo puede dar a los objetos? I si lo lograron con algún procedimiento desconocido ¿por qué sin causa alguna dejaron de hacer desde el principio el mérito debido de semejante circunstancia, i ni siquiera la mencionaron en los primeros tiempos? No poco caudal de observación i mucho espíritu previsor necesita el falsario, para fijarse en cosas como esta, que parecen pequeñeces, i sin embargo son el sello que la verdad imprime en todas sus obras. Si la caja de D. Cristóbal Colón reposaba en la primera bóveda del Evangelio todo el tiempo que se la encontró, porque la parte de las piedras empleadas en la Catedral son de tal naturaleza, que cuando están en sitios donde no circula libremente el aire, va desprendiéndose de ellas lentamente un polvo que se asemeja mucho a la cal, i aunque así no fuera, los menudos fragmentos de cascajo que caían de la argamasa con que estaban unidas las cuatro piedras del techo de la bóveda, eran bastantes para formar con el transcurso de los siglos esa capa de polvo sobre la urna. Pero ¿eran capaces de haber notado i previsto todo esto, los que según los contrarios del hallazgo, han sido tan torpes, que han colocado una bala entre la urna, cuando Colón nunca fue herido con proyectil de esa clase; los que debiendo poner una inscripción, que querían pasase por del siglo XVI, i teniendo a la vista caracteres de esa época i del siglo XVII, emplean erradamente estos últimos en vez de los primeros? Personas que tales torpezas cometen, no son las que van a ocuparse de cómo debía aparecer una caja depositada hace siglos entre una bóveda. Si ellos hubieran realizado el fraude que suponen los contrarios del hallazgo, de seguro es que la caja de septiembre habría aparecido, o sin polvo sobre su tapa, o con el poco que le hubiera caído en el corto espacio de tiempo que debía tener de depositada allí; pero no en manera alguna con la gruesa capa, petrificada en parte, que los años fueron depositando lentamente sobre su haz superior. No 5 A la bóveda le sirven de techo tres grandes piedras, no contando la de la boca. Al examinarla ahora interiormente se han visto marcas de antiguas hileras de comején, que hoi no existe. Como en ese lugar no hai, ni se ha encontrado nada de madera, i como todo demuestra que esa bóveda hace siglos que no se abre, debe suponerse que antiguamente hubo en ella algo de madera, que atrajo a los destructores insectos. Puede pensarse que la primitiva caja de plomo que contenía los restos del Primer Almirante, estaba entre otra de madera; que a esta fue que acudió el comején; i como la madera al podrirse, produce ácido acético, que a su vez ataca al plomo i lo destruye, combinándose con él, es de creerse que cuando en 1655 fue a examinarse la caja, para comprobar si tenía o no inscripciones, para en su falta ponérselas, se encontró la caja de plomo mui deteriorada. De aquí debió provenir la construcción de la que hoi tenemos, con sus inscripciones relativamente modernas; los fragmentos de plomo dañado que hai en la urna actual, i la planchita de plata, puesta en previsión de otro acontecimiento semejante. Manifiesta el Sor. López Prieto que la bóveda del Primer Almirante “no tiene el carácter de antigüedad que se le supone”. Que “su fondo es de tierra, i sus paredes de ladrillo” –(Informe, p.81). Es mui fácil de probar a quienquiera que lo dude, i basta para ello una simple comparación, que la bóveda de que se trata es tan antigua, como la más antigua de la Catedral, i eso que hai muchas de 1540 en adelante; que su fondo es de piedra, i que sus paredes, por estar empañetadas, o sea cubiertas con mezcla alisada, no se puede juzgar bien o de lo que son, aunque puede presumirse que unas tienen piedras i ladrillos, i otras piedras solamente. La divisoria entre la primera i segunda bóveda es de piedra i ladrillos. 135 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA puede concebirse tanta previsión en lo menos notable, i tanta torpeza en lo importante i que debía ser objeto de observaciones escrupulosas i de largas meditaciones. Ahora ¿qué interés tenían ni el Sor. Obispo de Orope, ni el Sor. Cónsul de Italia, en que los restos de Colón aparecieran en Santo Domingo? ¿Se relacionaba semejante hecho con la canonización del Primer Almirante? ¿Tenía parte en esto el deseo de que Génova poseyese los restos de hijo tan ilustre i afamado? Prescindiendo de que se necesita no poca corrupción de corazón para, so pretexto de honrar más al célebre genovés, sustituir los restos que se tienen por verdaderos con otros evidentemente falsos, nos parece que con lo efectuado en Santo Domingo el 10 de septiembre, no se conseguía en modo alguno el objeto que se preponían los que deseaban llevar a Génova los despojos del ilustre Descubridor de la América. Si Santo Domingo tiene perfecto derecho para poseer las cenizas del Primer Almirante, lo debe a la voluntad de este, reconocida por sus hijos i sucesores, i aceptada por el mismo gobierno español; pero este derecho, fundado únicamente en el querer del célebre marino, no es trasmisible, i desde el instante en que Santo Domingo renunciara la honra insigne que se le hizo, cesaría en el acto de tener el más leve derecho sobre los restos, i volverían estos a quedar a disposición de los herederos de Colón, o sea de España, pues españoles son los Duques de Veragua, i de ellos dependería únicamente la elección del sitio en que debían ser colocados para siempre. Ahora bien ¿qué iban a obtener los autores del fraude con inventar unos restos de Colón en Santo Domingo? ¿Reconocían su autenticidad los demás pueblos, incluso el mismo español? Entonces debían permanecer los restos en Santo Domingo, pues esa fue la voluntad del Primer Almirante, aceptada por sus descendientes i por el mismo rei. ¿Se practicaban gestiones de esta o de la otra naturaleza, i Santo Domingo convenía en entregar los restos a Italia, para que fueran a consumirse en Génova? Entonces, al dar tal paso, perdía Santo Domingo todo su derecho, i pasaba entero a España, que de seguro no iba a consentir, ni en la cesión hecha sin facultad alguna por parte de Santo Domingo, ni en renunciar ella el derecho de tenerlos, trasmitiéndoselo a Italia. Por eso no vemos qué ganaban los pretendidos amigos de Génova con fingir esos restos de Colón. De Santo Domingo nada pueden ahora, ni en ningún tiempo obtener, porque los títulos de este pueblo sobre los restos están claros i perfectamente definidos; amplios, amplísimos para retenerlos i conservarlos; deficientes del todo para disponer de ellos de un modo cualquiera. Al fenecer el derecho de Santo Domingo principia el de España, o sea el de los sucesores del Primer Almirante, i entonces volvían a encontrarse los amigos de la traslación a Génova en el mismo estado en que antes del fraude, es decir, en la necesidad de esperarlo todo de España. I si a ese punto debían llegar con los falsos restos ¿para qué inventarlos? ¿Por qué las diligencias que iban a tener que hacer al fin con ellos no las hacían desde el principio con los verdaderos? No vemos tampoco en qué puede favorecer el hallazgo de septiembre la pretendida beatificación de Colón. No se necesitaba tener a la mano sus restos, para que si era merecedor de ello, se le declarase bienventurado. En todo caso en Cuba se hallaban los que hasta septiembre se tenían por suyos. Si al Primer Almirante, a pesar de sus innegables virtudes, de sus grandes sufrimientos, de su martirio, puede decirse, no se le juzga digno del honor de los altares, será debido sin duda a que fue conquistador, i conquistador teniendo bajo su mando los terribles españoles de aquel tiempo; i sobre todo a que dio cabida en su entendimiento i realización en la práctica, a las ideas poco cristianas de la época, que creían permitido en ciertos casos la esclavitud i venta del ser hecho a imagen de Dios. La conquista, de cualquier modo que se la considere, es una iniquidad, porque destruye el derecho que nunca puede perder ningún 136 emiliano tejera | antología pueblo de gobernarse como bien le plazca. Ni el hombre tiene jamás derecho para esclavizar a otro hombre, ni un pueblo para esclavizar a otro pueblo. I si la conquista del pueblo o el esclavizamiento del hombre se hacen so pretexto de civilizar o cristianizar, la iniquidad es mayor aun, porque al crimen que entraña el hecho en sí, se agrega el escarnio de cubrir la ambición o el fanatismo con el manto de la religión o de la ciencia, i el perjuicio de hacer odioso lo bueno, queriéndolo imponer a la fuerza, como si se tratara de lo malo. La persuasión i el ejemplo son las únicas maneras de propagar la verdad, como lo manifestó con su vida entera el Cristo, i como lo han practicado cuantos siguiendo ese modelo de justicia no han tenido dos criterios, como lo tienen los falsos apóstoles de la libertad, uno para el día del poder i otro para el día de la desgracia, sino uno solo, basado enteramente en la justicia i la razón, i aplicable sin restricciones a todos los hombres i a todos los pueblos. Algunas de las faltas que cometió el Primer Almirante pueden ser atenuadas en cierto modo teniendo presente su sana intención, i la influencia que en él ejercieron las ideas predominantes en aquellos tiempos en la generalidad; pero siempre serán faltas, que probablemente dificultarán o impedirán su beatificación, i no vemos cómo pueda disminuirlas en lo más mínimo el hallazgo de sus restos en Santo Domingo. Por más que nos hemos esforzado, no encontramos el lazo que pueda unir la santidad de Colón con el descubrimiento de sus restos; mucho más cuando el estudio de ese asunto, poniendo de manifiesto las causas naturales que lo han producido, va despojando de su valor a la palabra providencial, empleada al principio por casi todos en esta Capital. I si ese pretendido lazo entre esos dos hechos no existe ¿para qué iban a inventarse esos falsos restos por los ocultos, i por nadie conocidos aquí, partidarios de la beatificación? Hace pensado también que el interés de engrandecer a Santo Domingo, de convertirlo en una Jerusalén americana, ha tenido también parte en la ejecución del supuesto fraude. (Inf. Acad., p.113) ¡Mui iluso habría sido el que tanto esperara de la amortecida fe de nuestra época! Además ¿quién ha dicho a la Academia que en la República entera, no diremos en la ciudad de Santo Domingo, existe el más leve deseo por la beatificación del Primer Almirante? ¿En dónde ha encontrado hecho alguno que la autorice a suponer que la ciudad pretende florecer al abrigo del santuario? Tal vez no se encuentre un solo dominicano que haya, no diremos pensado, pero ni aun soñado, que Colón pueda ocupar un puesto en los altares, i mal se avendría semejante modo de ver las cosas con el propósito de obtener beneficios con la posesión de las reliquias del beatificado. En mui distinto camino piensan los dominicanos encontrar la prosperidad i la ventura. El silbato del vapor no deja oír ya, sino a sus debidas horas, el sonido de las campanas de los templos, i a la antigua indolencia colonial va sustituyéndose el fecundo esfuerzo del ciudadano libre, que considerando el trabajo no como una afrenta sino como un medio de redención, transforma los bosques en hacienda, i llena los puertos con los productos de su laboriosidad. Santo Domingo, por el cual más de un colonista cortesano ha vertido lágrimas farisaicas, comparando su pretendida decadencia presente con una soñada prosperidad antigua, sólo cierta, mientras hubo indígenas qué sacrificar, ha principiado a vivir la vida del progreso, i puede tener esperanzas lisonjeras en su porvenir. ¿I era en situación semejante, cuando todo se espera del trabajo, cuando la tierra, estimulada por los cuidados del labrador, centuplica los productos, i a la vez que recompensa al laborioso, incita con su generosidad al indolente i al tímido, era entonces, decimos, que iba a cifrarse el engrandecimiento de Santo Domingo, en qué? ¡En los beneficios que produjera en estos tiempos de incredulidad la posesión de las reliquias de un santo! No debe olvidarse tampoco que los individuos a quienes se atribuye el fraude son extranjeros en Santo Domingo, i como en último resultado, si glorias i beneficios produjera el 137 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA indigno hecho, serían todos para este país, no se concibe cómo personas que ni para sí, ni para su patria, obtenían ventajas de ninguna clase, iban sin embargo a llevar a cabo la superchería por sólo el placer de dotar a Santo Domingo con las reliquias del Primer Almirante. Ni aun agradecimiento podían esperar de aquel a quien servían tan desinteresadamente, porque ni podía llegar nunca a conocer el tenebroso servicio, ni si lo hubiera descubierto, iría a sentirse deudor de aquellos que lo habían asociado a un crimen. Es decir, que a la postre, i como único premio de todos sus afanes, sólo obtenían los forjadores de la superchería el triste convencimiento de haber ofendido a su ilustre compatriota, haciendo que sus verdaderos restos fuesen considerados como falsos i los falsos como verdaderos. ¿I puede concebirse que haya quien realice cosa alguna para obtener resultados de igual naturaleza? Bajo cualquier punto de vista que se examine el hallazgo de septiembre se encontrarán improbabilidades de toda especie al considerarlo como un fraude. Ni pueden señalarse los móviles que impulsaron a efectuar semejante hecho, ni se encuentra la posibilidad de realizarlo, ni puede decirse con apariencias de fundamento, quiénes fueron sus perpetradores, o quiénes siquiera tenían interés verdadero en llevarlo a cabo. Los que han lanzado la acusación la han fundado en el aire; porque presentan como pruebas del delito los puntos oscuros i de dificultosa explicación que encierra el mismo hecho, sin advertir que son superchería i sin ella, existirían siempre los mismos puntos oscuros, pues tiene por fuerza que tenerlos todo hecho olvidado por siglos, mucho más cuando se han perdido o extraviado los documentos que podían explicarlo o aclararlo. Los cargos hechos hasta hoi al hallazgo de septiembre no autorizan en lo más mínimo a considerar como apócrifos los restos exhumados en esa fecha. No conociéndose, ni existiendo tal vez documento alguno, que indique las inscripciones que debía tener la urna de D. Cristóbal Colón, hai que limitarse a examinar si las que tiene la caja de septiembre, que se presenta como tal, eran posibles antes del Sínodo de 1683, pues en esta fecha no era conocida la tumba del Primer Almirante sino por tradición, i después, no aparece que se la haya examinado, ni aun siquiera que se tuviera conocimiento del sitio preciso donde estaba. Al contrario, todo demuestra que se tomaba el sepulcro de D. Diego por el de su padre. Hemos visto que las abreviaturas de la urna son semejantes a las que se empleaban en esos tiempos; que todas las palabras que hai en las inscripciones habían tenido uso, o antes del siglo XVI, o en este mismo siglo; que en documentos dignos de todo crédito se encuentran ejemplos de la ortografía que se ha tenido por sospechosa; que ni la clase de letra, ni la mezcla de una con otro, pueden servir de fundamento para una objeción seria, pues se encuentran ejemplos de una i otra cosa en lápidas antiguas; que paleógrafos entendidos han considerado los caracteres de la urna como de la segunda mitad del siglo XVII, lo cual puede mui bien ser exacto, porque hai razones plausibles para creer que por ese tiempo tuvo lugar un examen de la caja i reliquias, i entonces pudieron grabarse los mencionados caracteres; en una palabra, hemos visto que la generalidad de los cargos no tienen importancia, i que si hai alguno que pueda dejar restos de duda en el ánimo de un crítico suspicaz, débese a la incertidumbre que la falta de documentos produce, i a la oscuridad que el tiempo trae consigo, sobre todo cuando se investigan hechos que han estado sumidos por siglos en las tinieblas del olvido. Uno de los resultados más importantes de los estudios provocados por el hallazgo de septiembre, es el convencimiento de que los restos exhumados en 1795, i conducidos a La Habana, no son los del Primer Almirante. A él han llegado cuantos con imparcialidad han examinado las pruebas en que se fundaba esa exhumación i traslación. Nadie acepta que unos 138 emiliano tejera | antología restos encontrados en una bóveda que no tenía inscripción, i entre unas planchas de plomo que parece tampoco tenían una sola letra, puedan ser los de D. Cristóbal Colón, cuando sólo se alega para probar semejante cosa, que en ese sitio se sabía por tradición constante que estaban depositados los restos del ilustre marino. No mentía en verdad la tradición al decir que en ese lado reposaba el Descubridor de América; pero como en ese lado había dos bóvedas i dos restos, i esto no lo sabían los exhumadores de 1795, pues la tradición no lo recordaba, su equivocación consistió en extraer como del Almirante los restos de que tenían noticia por el hallazgo de 1783, dejando en la otra bóveda, cuya existencia ignoraban, los verdaderos del Descubridor del Nuevo Mundo. El error tenía un día que descubrirse, i en efecto se descubrió en septiembre de 1877, cuando la reparación del templo permitió hacer investigaciones en los sitios en que habían sido sepultados los Colones. Tras la aceptación de la idea de que los restos llevados a La Habana no son los del Primer Almirante, tiene que venir por fuerza el reconocimiento de que pertenecen a este grande hombre los descubiertos el 10 de septiembre. Después que fueron sepultados en el primitivo Presbiterio de la Catedral de Santo Domingo los despojos del Primer Duque de Veragua, no se han exhumado de ese sitio más restos que los de 1795 i 1877. Si, como todo lo demuestra, los de 1795 no son ni pueden ser los del Primer Almirante, deben encontrarse aún los restos de D. Cristóbal Colón en el Presbiterio, o ser los que se han extraído en 1877. En el primitivo Presbiterio no existen en la actualidad restos de ninguna especie, luego deben ser suyos los de 1877, que han aparecido con el nombre de D. Cristóbal Colón i títulos sólo a él aplicables. A no ser así, habría que aceptar el hecho extraordinario de que mientras las urnas de los demás Colones han aparecido más o menos completas, i sus bóvedas pueden mostrarse aún, la urna i la bóveda del Descubridor de América habrían desaparecido del todo, encontrándose en su lugar una falsa caja en la bóveda más a la derecha del altar, es decir en el sitio más preeminente del Presbiterio. El buen sentido dirá si tal suposición es admisible, i si porque no sufra el buen nombre de los exhumadores de 1795, deben arrojarse al osario de los desconocidos los preciosos restos del insigne Descubridor del Nuevo Mundo. Dos años han transcurrido desde el día memorable en que Santo Domingo se estremeció de gozo al ver surgir del seno de la tierra los despojos del grande hombre que tanto lo había amado, i que no teniendo en la hora de su muerte sino esperanzas que dejar, lo había hecho heredero de lo único de que verdaderamente podía disponer: de sus propios i entonces poco apreciados restos. No había de desmentirse en esta ocasión el sino adverso del infeliz Descubridor, i así como en vida no tuvo proyecto que no se le erizara de dificultades, ni labor cuyo fruto gustara en paz, así el hallazgo de sus restos, en vez de ser saludado con transportes de gozo, sirvió de despertador a las mismas malas pasiones que amargaron su vida hace tantos siglos. Entonces el orgullo nacional encontraba duro que un extranjero gobernase españoles; hoi se lastima, porque extranjeros poseen las reliquias del que a pesar de tan indebido desdén, ha llegado a ser una gloria de la humanidad. Lo que falta saber es si el siglo XIX es el siglo XVI; si las suposiciones ofensivas se aceptan como razones, i si el dogmatismo infundado puede prescindir del examen i ocupar el puesto de la severa crítica. La cuestión de los dos restos está sometida al juicio de los hombres imparciales e ilustrados de todo el mundo civilizado. Veremos si su fallo no está de acuerdo con lo que un pueblo entero, enemigo de todo doblez, tiene por una verdad incontrastable. De Los Restos de Colón en Santo Domingo, 1878. Reproducido en 1926. 139 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Monumento a Duarte Junta Central Directiva Exposición al Honorable Congreso Nacional, solicitando el permiso para la erección de la estatua del ilustre patricio –1894– Señores Diputados: Es lei natural de todo organismo crecer i progresar. Tiende a crecer i desarrollarse la planta; tiende a crecer i mejorar el bruto; tiende a crecer i progresar el hombre; tienden a crecer i progresar las sociedades, que no son otra cosa que agrupaciones de hombres, unidos con el propósito de cumplir esa lei de progreso, mediante los beneficios de toda clase que, a fuertes i débiles, proporcionan el poderoso medio de la reunión de esfuerzos comunes, o la asociación, siempre que esta se halle vivificada en todas sus manifestaciones, por los eternos principios de la equidad i de la justicia. Pero para vivir, crecer i mejorar, necesitan, así el hombre como los pueblos, que el espacio de terreno en que deben existir se preste a facilitarles los medios necesarios para cumplir la lei del progreso, i que esos medios no sean disminuidos o anulados por fuerzas absorbentes propias o extrañas. Podrá vivir, pero no desarrollarse convenientemente, el pueblo que no pueda tener toda la expansión que su progreso exija, o que vea mermados o mal distribuidos los productos de su actividad. Para prosperar, tanto los individuos como las sociedades, necesitan ser inteligentes, instruidos, trabajadores y morales, i además, independientes, libres i bien gobernados. Los hombres se vanaglorian a menudo del estado de su civilización; pero los hechos demuestran que hombres i gobiernos obedecen con gran frecuencia al egoísmo, que es la lei del animal, menospreciando o no acatando el derecho, que es la lei del ser racional. Muchos siglos transcurrirán antes de que el débil, el bárbaro i el ignorante encuentren un escudo eficaz para su derecho en la conciencia del fuerte armado e irresponsable. Los dominicanos –entendiendo por este nombre los habitantes de la parte española de Santo Domingo– estuvieron por siglos bajo el dominio de la noble nación que enlazó el Nuevo Mundo con el Antiguo. Más bien que vivir, vegetaban; pero vegetaban contentos, porque el gobierno era paternal, i todos, gobernantes i gobernados, libres i esclavos, formaban casi una familia. España daba de corazón a su colonia lo que a su juicio era mejor, i Santo Domingo no parecía echar de menos ni aun siquiera la libertad comercial, pedida desde los comienzos de la conquista, i que probablemente habría variado a la larga las condiciones de su existencia social i política. Así se vegetó por siglos entre peripecias de todo género. Un día, el lo. de diciembre de 1821, se proclamó la Separación de la parte española de Santo Domingo i su reunión a Colombia. El paso era mui aventurado. Escasa la población –apenas 80,000 habitantes– mermada la riqueza pública; nulas las rentas; insignificante el comercio; vacilante o contraria la opinión pública, arraigada a sus antiguos hábitos ¿cómo iba a sostenerse la naciente entidad política, sin un solo ejército, contra un vecino diez veces más numeroso, organizado, aguerrido, provisto de recursos de todo género, aguijoneado por el vivo deseo de adueñarse por completo del territorio de la isla, i ensoberbecido con los recientes triunfos que produjeron la unidad haitiana? Son hasta ahora un secreto para la historia las causas que impulsaron a Don José Núñez de Cáceres a separar a su país de España en momentos tan expuestos; aunque se nota que había comprendido los peligros de la empresa en el hecho de no proclamar la independencia absoluta –que tal vez era su anhelo– i sí, la unión 140 emiliano tejera | antología a Colombia, que le ofrecía más probabilidades de éxito. Pero ¿podía él contar realmente con el asentimiento i los recursos de Colombia? ¿Podrían llegarle a tiempo para sostener su obra? Los hechos destruyeron su esperanza, si la fundaba en semejantes bases. Boyer, que espiaba el momento oportuno para caer sobre su presa, esparció sus agentes por todas partes, i sin más espera, i desdeñando sabios consejos que le fueron dados por un previsor estadista haitiano, invadió el país, dominándolo a poco a favor de dos cuerpos de tropa numerosos, que entraron por las fronteras del Norte i del Sud. Setenta días después de proclamada la unión a Colombia el ejército de Haití ocupaba las fortalezas de Santo Domingo, i sus hijos tenían que agregar al dolor de verse sometidos a odiosos extranjeros, el que les causaba el sarcasmo de oír calificar de voluntaria y solicitada esa unión, que el país entero rechazaba, i que sólo algunos pocos esclavos habrían quizás deseado entre las amarguras de su triste condición. Veinte i dos años gimió el dominicano en la dura servidumbre. ¿Qué ocurrió en ese lapso? ¿qué pasos se dieron en la vía del progreso? ¿qué otro beneficio, fuera de la redención de los esclavos, se derivó de acontecimiento tan trascendental? ¡Ah! contrista el ánimo el solo recuerdo de época tan luctuosa. ¡Cuánto horror! ¡Cuánta ruina! ¡Cuánta amargura devorada en las soledades del hogar! ¡Nunca la elegía animada por intenso i legítimo dolor, produjo quejas más lastimeras, que las exhaladas por las madres dominicanas en sus eternas horas de angustia! Pena causaba el nacimiento del niño, pena verlo crecer. ¿Para qué la hermosura de la virgen, sino para que fuera más codiciada por el bárbaro dominador? ¿Para qué el fuerte brazo del varón, si no iba a servirle sino para sostener el arma, que debía elevar en las civiles contiendas, no al más hábil, ni al más liberal, sino al mejor representante de las preocupaciones populares de raza? ¿Para qué la inteligencia del joven, sino para hacerle comprender en toda su fuerza la intensidad de su degradación? ¡Qué dolor el del padre al despedirse de la vida, dejando a sus hijos en aquel mar sin orillas, más sombrío i pavoroso que los antros infernales del adusto poeta florentino! ¡Nada grande, nada útil quedaba! Las enredaderas silvestres crecían a su antojo donde antes el cafeto doblaba sus ramas al peso de las rojas bayas, o donde el prolífico cacao encerraba en urnas de oro o púrpura el manjar de los dioses. El grito de los mochuelos interrumpía el silencio de los claustros, que habían resonado un día con los viriles acentos de los Córdobas, Las Casas i Montesinos, i la araña cubría de cortinas polvorientas la cátedra de los sabios profesores, que con su ciencia, habían conquistado para su patria el honroso calificativo de Atenas del Nuevo Mundo. Los templos iban convirtiéndose en ruinas, o en cuarteles de los sectarios del Vodoux, i los conventos eran morada de lagartos i lechuzas. La iglesia, oprimida en Occidente por la autoridad civil, no podía llenar con entera libertad su misión civilizadora, i los buenos pastores, o tomaban el bordón del peregrino, o debían resignarse, por amor a sus feligreses, a soportar prácticas sociales contrarias a las buenas costumbres antiguas. Las familias pudientes huían de Santo Domingo como se huía antes de Sodoma i Gomorra, i con ellas los capitales, el saber, la ilustración, las prácticas agrícolas. Las confiscaciones legales hacían bambolear el derecho de propiedad, i se preveía la llegada del momento en que el color fuese una sentencia de muerte, i el nacimiento en el país un crimen imperdonable. ¡I esa situación la soportaban los descendientes de los conquistadores de América! ¡Los que habían vencido a los franceses en cien combates! ¡Los que rechazaron virilmente los ataques de Penn i Venables! ¡A qué abismo se había descendido! ¡Esclavos de los sucesores de Cristóbal i Dessalines, cuando antes, en mar i tierra, los dominicanos habían paseado enhiesto el pabellón de la victoria, i su sangre había corrido a torrentes, para que la tierra que cubriese sus restos no fuese profanada por la sombra de una bandera extraña! 141 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Pero es una noble raza la viril raza española, la de entidades más individualistas entre todas las que existen en el globo. Cuando se levanta airada contra la opresión, si su tirano es omnipotente podrá cavarle tumbas; pero imponerle cadenas, jamás. ¡Ah! si como está poseída del sentimiento de su libertad individual, estuviera poseída del respeto que debe tener a la de los demás, i de que, fuera de casos extremos, el derecho no debe sostenerse sino con el derecho, i no con la fuerza! ¡Qué gran raza sería! Los pueblos que tienen siquiera una gota de esa sangre generosa no han nacido para la esclavitud. El dominicano es el hijo primogénito de los conquistadores de América, i no le extrañan las heroicidades de Sagunto i de Numancia. Pueblo igual no puede ser esclavo para siempre. Así lo comprendió Juan Pablo Duarte, al pisar en 1834, de regreso de Europa, las playas de la patria –de la patria, no, porque entonces no tenía patria el dominicano– del suelo esclavizado en donde perecían entre las torturas del cuerpo i del espíritu sus infelices conterráneos. Pero en aquella raza había fermento de héroes; en aquella tierra virgen, que recordaba la antigua Grecia, vasto campo para la actividad de un pueblo civilizado; en las ruinas, en los recuerdos, en la historia, mil excitantes enérgicos con que enardecer el espíritu público i convertir los esclavos en ciudadanos. ¡La cuna de América destinada a ser un jirón de África! ¡Cuánto dolor para su ilustre Descubridor! ¡Cuánta afrenta para la España! ¡I ellos, los descendientes de Colón, de Garay, de Ojeda, de Oviedo, soportarían con vida esa ignominia, cuando ocho siglos de lucha contra otra imposición africana, les mostraban, a la vez que la senda gloriosa, las palmas inmortales que el destino concede a la virilidad i al heroísmo! Duarte aspiró a plenos pulmones el aire de la patria, y por los poros de su cuerpo se infiltraron sus sentimientos, sus dolores, sus aspiraciones. Hubo unificación íntima, absoluta, entre él i aquella patria adorada. Lamentó con el hacendado la ruina de la finca paterna, obra de años de laboriosos esfuerzos; lloró con la madre, que al recibir en sus brazos al fruto de sus entrañas, lo bañaba con sus lágrimas, sabiendo que ese pedazo de su alma era sólo un esclavo i una preocupación más; compartió las angustias del padre, a quien desvelaban el desquiciamiento de la familia, el incierto i tal vez deshonroso porvenir de la hija, i el cierto i vergonzoso destino del hijo, i hasta se enorgulleció con el antiguo esclavo dominicano que, sintiéndose superior en todo a su dominador exótico, sufría con impaciencia su dominio, i anhelaba el momento de probarle, que en la tierra dominicana no había división de castas ni de condiciones, i que todos sus moradores formaban una sola familia, unida por la religión i el amor, i dispuesta a contundir sus esfuerzos i su sangre en las luchas gloriosas por la libertad. Desde ese momento, el destino de Duarte quedó fijado para siempre. Todo por la patria i para la patria. ¡Nombre, juventud, fortuna, esperanzas, cuánto era, cuánto podía ser, todo lo ofrendó en aras de la tierra de su amor! Las grandes causas necesitan grandes sacrificios, i él, puro i justo, se ofreció como víctima propiciatoria. Amor de madre, cariño de hermanas, afectos juveniles tan caros al corazón, ilusiones de perpetuidad, cimentadas en un heredero de nuestra sangre i de nuestras virtudes ¡alejaos, alejaos para siempre! El destino es inexorable, i el sacrificio se consumará. El entendimiento como que vislumbra a veces la razón de estos hechos, al parecer llenos de injusticia; pero el corazón, que no discurre, se acongoja fuertemente, al encontrar que la base de toda obra perdurable es el cadáver de un justo, que no participó en las prevaricaciones pasadas, ni gozará en los festines venideros. ¿Por qué la Independencia necesitó el sacrificio de un Duarte? ¿Por qué la Restauración el sacrificio de un Sánchez? Pero a lo lejos brillaba la esperanza. Los errores de Boyer comenzaban a producir sus naturales frutos, i Duarte, que deseaba utilizar en beneficio de su patria la conmoción social 142 emiliano tejera | antología esperada, se dio a trabajar con toda la energía de su inquebrantable voluntad. Amistades, relaciones, conciudadanía, todo lo aprovechó en bien de su empresa. Excitó a los indolentes, animó a los tibios, templó a los fogosos, convenció a los errados, i pronto tuvo el placer de notar que la Patria tenía campeones decididos, i que no era un sueño su esperanza de redimirla. La juventud, sobre todo, correspondió a su anhelo, i el 16 de julio de 1838 vio nacer la Trinitaria, grupo de apóstoles que debían propagar las doctrinas del maestro i mantener siempre encendida la antorcha del patriotismo. Los nombres de sus primeros miembros son: Juan Pablo Duarte, Juan Isidro Pérez, Pedro Alejandrino Pina, Jacinto de la Concha, Félix Ma. Ruiz, José Ma. Serra, Benito González, Felipe Alfau i Juan Nepomuceno Ravelo. Todos firmaron con su sangre el juramento de morir o hacer libre la tierra de sus antepasados. Entre las decisiones más importantes de la Trinitaria, unas tomadas en el comienzo de su existencia i otras más tarde, figuran el nombramiento de Duarte, como General en Jefe de los Ejércitos de la República, i Director general de la Revolución, i los de Pina, Pérez, Sánchez i Mella, como Coroneles de los mismos Ejércitos. Estos fueron los únicos grados militares concedidos por la Trinitaria; los demás, hasta la creación de la Junta Central, los hizo Duarte, en uso de sus facultades, como Jefe de la Revolución. Los antiguos paladines tenían un lema que sintetizaba sus ideales, Duarte, paladín del derecho, tenía también el suyo, que sintetizaba sus propósitos, i que trasmitió íntegro a la futura República: Patria i Libertad. Pero como la lucha que se iba a sostener era tan desigual, conocidas las fuerzas i la organización del dominador, era preciso buscar en una fuerza moral la compensación que no existía en las materiales. Duarte la encontró en Dios, fuente de justicia i de derecho, i al cual creyó desde luego de su parte, por ser tan santa la causa que sustentaba. No se engañó en esta apreciación, que tenía fundamento sólido en el espíritu religioso de sus compatriotas. El lema de la República Dominicana fue: Dios, Patria i Libertad, i era tanta su influencia, que los primeros campeones de la República invocaban a Dios al comenzar las batallas, creyendo con esto asegurado el triunfo, i con el nombre de Dios en los labios, morían, si la suerte los había destinado a perecer en los combates. Respira decisión i profundo amor cívico el juramento de los trinitarios, ideado por Duarte i firmado con sangre: “En el nombre de la santísima, augustísima é indivisible Trinidad de Dios Omnipotente, juro i prometo, por mi honor i mi conciencia, en manos de nuestro presidente Juan Pablo Duarte, cooperar con mi persona, vida i bienes a la Separación definitiva del gobierno haitiano, i a implantar una República libre, soberana e independiente de toda dominación extranjera, que se denominará República Dominicana, la cual tendrá su pabellón tricolor, en cuartos encarnados i azules, atravesados con una cruz blanca. Mientras tanto, seremos reconocidos los Trinitarios con las palabras sacramentales: Dios, Patria i Libertad. Así lo prometo ante Dios i el mundo: si lo hago, Dios me proteja, i de no, me lo tome en cuenta, i mis consocios me castiguen el perjurio i la traición, si los vendo”. El principio racional de la fusión de las razas, que será la salvación de la América tropical, dotándola con una población apropiada a sus necesidades, encontró en Duarte un intérprete fiel, cuando ideó el pabellón dominicano. Dessalines no quería que el elemento blanco entrase en la composición de la nacionalidad haitiana. Duarte lo hizo figurar en la constitución de la dominicana, como elemento civilizador, i lazo de unión respecto de los pueblos hispanoamericanos i de los demás civilizados del globo. La bandera dominicana puede cobijar a todas las razas: no excluye ni le da predominio a ninguna. Bajo su sombra todas pueden crecer, fundirse, prosperar. 143 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Sin instrucción no hai ciudadanos verdaderamente libres. Duarte trató de que sus compañeros se elevasen a la altura del destino que estaban llamados a cumplir, i en esta tarea fue ayudado eficazmente por el Presbítero Don Gaspar Hernández, peruano instruido, que continuó la obra de los Cruzados, Moscosos, Valverdes i Cigaranes. También los hizo ejercitarse en las artes de la guerra, para que luchasen sin desventaja con el enemigo que tenían que combatir. A pocos permitió la suerte medir sus armas con los haitianos; pero entre ellos sobresalieron algunos como militares, sobre todo Mella, que en la tarde de su vida, formuló en una circular memorable el plan de guerra que permitió a los dominicanos combatir con éxito en la guerra de la Restauración. Duarte i sus compañeros no se dieron tregua en sus trabajos de propaganda, i al espirar el año de 1842 los adeptos eran numerosos i de valía. Sánchez, los Mellas, Duvergé, los Jiménez, los Conchas, Imbert, Salcedo, los Castillos, los Santanas, Espinosa, los Valverdes, Acosta, los Ramírez, Carrasco, Peña, los Pichardos, Soñé, Tabera, Álvarez, Sosa, Roca, Sandoval, los Contreras, Galván, Lluberes, los Breas, Delmonte, los Bonilla, Perdomo, Rijo, Linares, Abreu, Santamaría, Leguísamon, Regalado, i cien i cien otros, que sería prolijo enumerar, habían sido iniciados en la idea redentora, i a su vez la propagaban con ardor. Teatro, asociaciones benéficas, romerías, fiestas campestres i urbanas, trabajos agrícolas… todo se había utilizado como medio a propósito para unificar voluntades i encaminarlas a la redención de la Patria. El clero era propicio i trabajaba con ardor; las damas emulaban las varoniles matronas de Esparta, i una pléyade de jóvenes, sedientos de gloria, ansiaban por el momento en que, a la voz del jefe amado, debían destrozar cadenas tan pesadas e ignominiosas. De Oriente a Poniente, de Mediodía a Septentrión corría aire de entusiasmo i libertad, que enardeciendo la sangre juvenil, hacían parecer actos cotidianos la decisión de Daoiz i Velarde i el sacrificio sublime de Ricaurte. Para fines del 42 estaban prestas al combate las fuerzas que debían derribar el gobierno estacionado de Boyer. Duarte i sus compañeros, siempre activos i en acecho, trataron de aprovechar esta oportunidad para el progreso de su obra, i se unieron con los liberales haitianos o reformistas, que eran los que deseaban variar el estado de cosas existente. Ramón Mella había sido enviado por Duarte a Los Cayos, para entenderse con los reformistas, i combinar el movimiento que debía efectuarse en la parte española, luego que la haitiana enarbolase el estandarte de la insurrección. Los reformistas comprendieron la importancia que tendría un alzamiento general del país, para derribar el arraigado poder de Boyer, i convinieron con el Comisionado dominicano en ponerlo en relaciones íntimas con los amigos que tenían en la parte española, i en los beneficios que esta debía obtener por su cooperación en la obra revolucionaria. Con la unión a los liberales se obtenían varios beneficios: facilidades para reunirse sin inspirar sospechas; conocimiento exacto de las opiniones en juego, i quizás, si las cosas llegaban al terreno de la guerra, adquisición de armas, i formación de cuerpos de tropas amigas, utilísimas en lo adelante. Un solo peligro corrían: que el partido reformista triunfante cumpliese sus promesas, i esto aplazase la Separación dominicana. Pero ¿ignoraban ellos acaso que los partidos de oposición tienen cien bocas para ofrecer, i adueñados del mando, sólo una voluntad inactiva para cumplir? El año 1843 fue fecundo en acontecimientos políticos. La revolución que a principios de él estalló en Los Cayos, acogiendo el manifiesto de Praslin, tuvo fuerza bastante para obligar a Boyer a deponer el mando el 13 de marzo del mismo año. Once días después, el 24, aún luchaba el General Carrié en Santo Domingo, tratando de contener el movimiento de los reformistas, entre los cuales figuraban como elemento importante Duarte i sus compañeros, que con habilidad suma, habían logrado que los dominicanos secundaran el pronunciamiento de la Parte haitiana. 144 emiliano tejera | antología Al fin el General Carrié capituló el 26 de marzo, i una Junta Popular de cinco individuos, (Duarte, Jiménez, Pina, Alcius Ponthieux i M. Morin) en su mayoría dominicanos, vino a dirigir los asuntos públicos, en unión de la autoridad militar, confiada a un reformista. En 7 de abril de 1843 recibió Duarte de la Junta Popular de Santo Domingo el encargo de instalar i regularizar las Juntas Populares del Este de la Parte Española. No fue desaprovechada esta oportunidad, i las Juntas fueron compuestas en gran parte de elementos favorables a la Revolución dominicana. En este viaje se puso Duarte en relaciones íntimas con el patriota Ramón Santana, a quien poco después dio el grado de Coronel, habiendo logrado atraerlo por completo a sus miras de independizar el país, sin la ayuda de poder extranjero. Ramón Santana, con el desinterés característico entonces de los verdaderos patriotas, rogó a Duarte diese el nombramiento de Coronel a su hermano Pedro, que él se conformaba con servir bajo sus órdenes. Duarte no pudo menos de complacer al patriota seibano, cuyo desprendimiento i rectas miras sabía tan bien apreciar. La lucha entre el elemento dominicano i el elemento haitiano se caracterizó entonces, pues este quería aprovecharse exclusivamente de los beneficios de la Reforma, en tanto que aquel deseaba utilizarlos para sus propósitos de independencia. Para este tiempo contaban los duartistas con el valioso contingente de los Puellos, Parmantier i otros, a quienes el honor militar retenía en las filas haitianas, i a los que la Reforma arrojó en el puesto glorioso que la Providencia les tenía destinado. Duarte invitó entonces a una reunión en casa de su tío, Don José Diez, a los habitantes más notables de la Capital, con el objeto de unificarlos en el pensamiento de la Separación, i decidirlos a efectuarla cuanto antes. La mayoría, sobre todo la juventud, correspondió entusiastamente a su propósito; pero encontró tibieza i aun oposición en algunos, debida en parte a miras egoístas, i en parte a los temores que les inspiraba el fracaso de la tentativa de Don José Núñez de Cáceres. Pudo él comprobar a la vez la existencia de un tercer partido, que queriendo como el suyo la Separación de Haití, no se atrevía a efectuarla, sino con el apoyo de una potencia extranjera. Este partido recibió más tarde de los duartistas el calificativo de afrancesado. Cada partido creía tener razones poderosas en qué fundar sus determinaciones. La de los tibios u opositores, que recibieron el nombre de haitianizados, eran puramente egoístas i personales, i por tanto condenables por la historia. Como ellos no sentían la pesadumbre de la exótica dominación, poco o ningún deseo tenían de que desapareciera, sin darse cuenta de que querer la continuación del dominio de Haití sobre la parte dominicana era querer la completa destrucción de ésta, máxime si los acontecimientos políticos llevaban al poder al elemento que había predominado con Cristóbal i Dessalines. Los afrancesados –entre los cuales había más adictos a España que a Francia– se preguntaban a su vez con qué recursos iban a sostener los duartistas o independientes puros la nacionalidad que intentaban crear, i hasta dudaban de que llegara a existir, si no se contaba con un apoyo extranjero. Este apoyo, en forma de Protectorado, lo solicitaban de España i de Francia, sin tal vez parar mientes en la compensación que por él había de exigírseles. Se ha dicho que este partido había convenido con agentes franceses en la cesión a Francia de la bahía de Samaná. Tal cargo no ha sido justificado hasta ahora con ningún documento fidedigno, i ni aún se sabe, en caso de ser fundado, si debe pesar sobre todo el partido, que más era afecto a españoles que a franceses, o sobre algunos de sus miembros más prominentes. La verdad es que este partido quería de corazón la independencia de la Patria, i que ayudó mucho a ella, tanto en Puerto Príncipe, como en la memorable jornada del 27 de Febrero, sirviéndose en esta ocasión de la influencia del cónsul francés en Santo Domingo sobre las autoridades haitianas que gobernaban la plaza, i de la existencia, casual o intencional, de 145 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA buques de guerra franceses en la costa sud de Santo Domingo. Se nota que la preocupación de los afrancesados era el fracaso de la empresa de Don José Núñez de Cáceres, i el éxito desgraciado de las tentativas posteriores. No les faltaba razón en ello, i por esto no puede culpárseles. Lo que sí hizo más tarde antipático el nombre de este partido, fue que de su seno salieron varios de los individuos, que, en unión de los haitianizados, persiguieron de muerte, i con ingratitud extrema, a los duartistas o independientes puros. En cuanto a estos, tenían completa fe en el triunfo de su causa. Los sostenía i vivificaba el varonil espíritu de la raza española, que cree radicado el triunfo en donde sienta la planta. Para combatir a Goliat les bastaba la honda de David. I el éxito vino a justificarlos. Lo dificultoso en su empresa era que se diese a los dominicanos el tiempo suficiente para formar una masa capaz de resistir el empuje de las fuerzas haitianas. Las circunstancias le dieron ese tiempo, i la resistencia de Tabera en la Fuente del Rodeo, i los triunfos de Santana en Azua i de Imbert en Santiago, permitieron la constitución de la República Dominicana. Pierrot i los demás enemigos de Riviére hicieron el resto. Duarte, en vista de semejantes disidencias, se apresuró a terminar la organización del partido separatista en los diversos pueblos de la parte dominicana, i a dotarlo con los elementos de guerra que iba a necesitar con urgencia. El momento propicio se acercaba. La lucha por el nombramiento de las Juntas electorales, que debían elegir los Representantes a la Asamblea Constituyente, i que él dirigió personalmente en la plaza de Santo Domingo, hoi plaza Duarte, le mostró con el triunfo que obtuvo sobre los demás partidos, que la opinión pública estaba a su favor, pero ese mismo triunfo alarmó a los haitianos i haitianizados, mostrándoles a las claras el hondo abismo que tenían a sus pies. Llamóse con instancias al general Charles Hérard (Riviére), verdadero jefe entonces de Haití, porque lo era de las armas, i este, a la cabeza de fuerzas respetables, cruzó la antigua frontera del Norte, con el propósito de sofocar, antes de nacer, a la nacionalidad que vivía ya en los corazones dominicanos. A su paso por las ciudades del Cibao redujo a prisión a varios separatistas, entre ellos a Ramón e Ildefonso Mella, Francisco Antonio Salcedo, Manuel Castillo, Esteban de Aza, Alejo Pérez, Baltasar Paulino, los Presbíteros Peña i Puigvert, Rafael Servando Rodríguez, Manuel Morillo, Jacinto Fabelo, José Ma. Veloz i Pedro Juan Alonso, a los cuales envió a las cárceles de Puerto Príncipe. Gozábanse los haitianos de la Capital con la suerte que iba a caberles a los promovedores de la Independencia, pero el 11 de julio, un día antes de la llegada de Riviére a Santo Domingo, se ocultaron Duarte, Juan Isidro Pérez i Pedro Pina, haciéndolo Sánchez el 12 en la noche, a su vuelta de Los Llanos, a donde había ido a desempeñar una comisión, en tanto que Pedro Pablo Bonilla, Pedro Valverde, Juan Ruiz, Narciso Sánchez, Silvano Pujol, Ignacio de Paula, Alejandro Disú Batigni i Félix Mercenario eran reducidos poco después a prisión (el 14) i con Antonio Ramírez, Nicolás Rijo, Manuel Leguísamon, Nolberto Linares, Pedro i Ramón Santana, que habían tenido igual suerte en los pueblos del Este, enviados, unos por mar i otros por tierra, a las mazmorras de la ciudad de Puerto Príncipe. A la vez dispuso Riviére se trasladasen a la parte haitiana los regimientos 31 i 32, formados en su mayoría de jóvenes dominicanos, sustituyéndolos en esta Capital con los regimientos 12 i 28, compuestos exclusivamente de soldados del Oeste. Los haitianos con sus medidas de represión apresuraban los acontecimientos. Duarte, Pérez i Pina, activamente perseguidos, pudieron salvarse de sus enemigos i embarcarse poco después para el extranjero. Pedro y Ramón Santana se escaparon en Baní, i no fueron apresados. Sánchez, a quien una grave enfermedad retenía en el lecho del dolor, no pudo salir del país, i para salvarlo fue preciso propagar la noticia de su muerte. Pero tan pronto como este 146 emiliano tejera | antología abnegado patricio pudo ocuparse de los asuntos públicos, se puso en comunicación con Duarte i sus compañeros de destierro i activó eficazmente los preparativos para dar el grito de Separación. El país en su gran mayoría estaba por la Independencia, i en todas las poblaciones importantes había centros revolucionarios. Sánchez, temeroso de nuevas complicaciones, deseaba dar el golpe en diciembre, hacerlo memorable, antes de que se promulgase la nueva Constitución, i se eligiese Presidente, que debía ser Charles Hérard, pero tuvo que desistir de su propósito, por la ausencia de los cuerpos de tropa dominicanos, retenidos en Puerto Príncipe, la presencia en Santo Domingo de dos regimientos haitianos, i sobre todo, por la falta de armas i municiones suficientes para las tropas que debían organizarse, tan luego como se proclamara la Independencia. Duarte, a quien Sánchez escribió entonces, pidiéndole armas i municiones, aunque fuera a costa de una estrella del cielo, se mostró a la altura de su patriotismo. Durante los nueve años empleados en los trabajos por la Independencia, i sobre todo en los cinco i medio transcurridos desde la fundación de la Trinitaria, había ido gastando poco a poco su caudal, i para entonces mui poco o nada le quedaba. Pero existían bienes de la familia, procedentes de la herencia paterna, aún indivisa, i él no vaciló en sacrificar la parte que le correspondía, i en pedir a sus hermanos i hermanas sacrificasen la suya. El único medio, les decía, que encuentro para poder reunirme con Ustedes es independizar la Patria. Para conseguirlo se necesitan recursos, supremos recursos, i cuyos recursos son: que Ustedes, de mancomún conmigo i nuestro hermano Vicente, ofrendemos en aras de la Patria lo que a costa del amor i trabajo de nuestro finado padre hemos heredado. Independizada la Patria puedo hacerme cargo del almacén, i heredero del ilimitado crédito de nuestro padre i de sus conocimientos en el ramo de la marina, nuestros negocios mejorarán, i no tendremos por qué arrepentirnos de habernos mostrado dignos hijos de la Patria. Duarte, como Alejandro el Magno, sólo se reservaba la esperanza; pero el héroe macedón ceñía una corona, i tenía a sus órdenes un ejército sin rival: el patricio dominicano gemía en el destierro, i sólo contaba con el aura popular, más variable que las inquietas ondas del Océano. En el mes de enero de 1844 fueron relevados los regimientos haitianos que guarnecían a Santo Domingo, con los dominicanos que habían sido llevados a Puerto Príncipe, habiéndose permitido desde el mes de septiembre (el 14) el regreso a sus hogares a los dominicanos presos en esta última ciudad. El 14 del mes de enero fue electo Charles Hérard, o Riviére, Presidente de Haití, i el 16 se firmaba secretamente en Santo Domingo el Manifiesto, en que los dominicanos expresaban las causas que tenían para separarse de Haití, i constituirse en República independiente. Las circunstancias eran propicias para consumación de la obra tan deseada. Sánchez i sus compañeros enviaron emisarios a los pueblos más importantes, i se fijó el día 27 de Febrero para dar el grito de Separación. O surgía de él una nacionalidad, o las cadenas de veinte i dos años quedaban remachadas por siglos. Juan Ramírez, impulsado por Vicente Celestino Duarte, se pronunció el 26 en Los Llanos. El 27 en la noche los coroneles trinitarios Sánchez i Mella, acompañados de un grupo de patriotas, ocuparon el Fuerte del Conde, i proclamaron la Separación de Haití i la Constitución de la República Dominicana. Por primera vez ondeó en una fortaleza el pabellón cruzado. Cien vítores entusiastas saludaron su aparición, i cuando flameando a impulsos de la brisa del mar cernióse en los aires la blanca cruz redentora, que cubría ya tierra libre, i que parecía querer ir a redimir la esclava, cien voces, unidas en una sola voz, lanzaron el potente grito de Dios, Patria i Libertad, i un solo juramento resonó en el espacio: el de libertar la Patria o perecer. Dios sonrió a los héroes, i la América tuvo una nacionalidad más. 147 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA La capitulación de las fuerzas haitianas en Santo Domingo acrecentó el entusiasmo de los centros revolucionarios, que uno a uno iban cumpliendo sus compromisos patrióticos. Los Santanas habían pronunciado el Seibo en la madrugada del 27. Poco después enarbolaron la bandera cruzada San Cristóbal, Baní, Azua, Moca, Macorís, i a mediados de marzo casi toda la parte española era independiente. ¡Qué época tan heroica la de los comienzos de la República! ¡Qué hombres! ¡qué propósitos! ¡Cuánto desinterés! ¡cuánta abnegación! Pero también ¡cuánta fuerza poderosa desaprovechada! ¡Cuánto entusiasmo juvenil convertido en escepticismo i desengaños! El gobierno colonial con sus miserias i grandezas había caído bajo el peso de los años; pero el elemento egoísta, corrompido, que amargó la vida del ilustre Descubridor de América, se mantenía siempre vigoroso, más gangrenado aun, si cabe, al pasar por los veinte i dos años de sumisión abyecta al gobierno haitiano. ¡Y fue él quien vino a predominar en la naciente República! ¡Fue él quien infiltró su virus deletéreo en nobles corazones que sin eso habrían sido antorchas de patriotismo! ¡Fue él quien convirtió glorias en vergüenza, i sustituyéndose, como espíritu nacional, al generoso i desinteresado espíritu de los febreristas, estacionó el progreso de la Patria, la dividió en bandos encarnizados, la llenó de lágrimas i de sangre, i la llevó con rubor de sus hijos, a tal extremo, que aun el descreído lucha por no ver en ello, a más de las causas naturales, la acción justiciera de la providencia! Pronto el bautismo de sangre demostró lo incontrastable de la resolución. El viento de la libertad aventaba los opresores, i la tierra dominicana se desceñía rápidamente las ataduras de la ignominia. La Fuente del Rodeo, Azua i Santiago vieron la espalda de los enemigos, i el himno de victoria resonó del Atlántico al Caribe. Ya el dominicano no tendría que bajar los ojos i sentir la sangre en las mejillas al encontrarse en presencia de un hombre libre. Duarte, llamado inmediatamente por la Junta Central que gobernaba el país, voló a ocupar el puesto que le indicaba el deber. Al fin llegó a su ciudad natal, antes esclava, hoi señora de su suerte. ¿Quién puede medir la intensidad de su gozo, cuando desde el lejano horizonte divisó la bandera cruzada, meciéndose orgullosa sobre el torreón del Homenaje, antes baluarte de la opresión? Su sueño estaba realizado: había Patria. ¿Habría libertad? ¡Ah! La libertad social completa es fruto tardío, producto del consorcio, nunca realizado, siempre en esponsales, entre la instrucción i la moralidad. Mezcla el hombre de ángel i de bestia, será libre cuando la bestia se transforme, i el ángel domine solo, animado por el derecho i lleno de toda ciencia. ¡Cuándo será! Mas para Duarte había Patria, i la Patria era libre: tenía independencia. En lo adelante se daría sus leyes; explotaría sus veneros de riqueza; abriría sus puertos al comercio de todo el globo; permitiría la inmigración a todas las razas. Amplísimo espacio tenía, como concedido por benéficas hadas tropicales. Bosques inmensos poblados de riquezas; prados siempre verdes; montañas que competían en fertilidad con los valles más afamados; ríos i arroyos para eternizar la verdura; dos mares besando sus costas, con bahías codiciadas en todo el orbe; sol amoroso que con su hálito de fuego renovaba en todas partes la vida; vientos amigos que llevaban en sus alas el aliento del Océano, para convertirlo en benéficas lluvias, i ni una fiera, ni un reptil venenoso... ¿Qué más podía hacer la naturaleza? Lo demás era obra del hombre, i el hombre era ya libre e independiente. Su dicha o su destino estaban en sus manos. Fue un día de triunfo la llegada de Duarte a su Patria. Las ventanas i puertas de las casas se iluminaron al saberse que el buque que había ido a buscarlo a Curazao, por orden del Gobierno, estaba en el puerto, i el día siguiente, 15 de marzo, fijado para el desembarque, las calles se poblaron de banderas de todas las naciones, predominando la dominicana, como un homenaje 148 emiliano tejera | antología al que la había hecho emblema de una nacionalidad. Una comisión de la Junta Central bajó al muelle para recibirlo, i con ella el Prelado i todos los sacerdotes que había en la Capital. Las tropas, formadas en línea, esperaban su llegada, i al poner el pie en tierra, el cañón lo saludó como si hubiera sido el jefe de la República. El Prelado lo abrazó cordialmente, diciéndole: ¡Salve, Padre de la Patria! El pueblo en masa lo vitoreaba, i al llegar a la Plaza de armas, tanto él, como el Ejército, lo proclamaron General en Jefe de los Ejércitos de la República, título que no aceptó, por existir un Gobierno, a quien le correspondía discernir las recompensas a que se hicieran acreedores los servidores de la Patria. Del palacio de Gobierno, a donde fue a ofrecer sus servicios a la Junta Central, se dirigió a su casa, llevado en triunfo por el pueblo i el Ejército, i allí, Sánchez, con aplauso de todos, i con su genial franqueza, colocó él mismo banderas blancas en todas las ventanas, diciendo con su estentórea voz: hoi no hai luto en esta casa: no puede haberlo. La Patria está de plácemes: viste de gala, i Don Juan mismo (el padre de Duarte) desde el cielo bendice i se goza en tan fausto día. El presbítero Don José Antonio Bonilla, al ver que la anciana madre de Duarte lloraba, recordando su recién perdido esposo, le dijo: Los goces no pueden ser completos en la tierra. Si su esposo viviera, el día de hoi sería para Ud. un día de júbilo que sólo se puede disfrutar en el cielo. ¡Dichosa la madre que ha podido dar a su Patria un hijo que tanto la honra!. El mismo día 15, la Junta Central Gubernativa dio a Duarte un puesto en su seno, i le nombró Comandante del Departamento de Santo Domingo. Duarte, henchido de esperanzas, se preparó para ir a combatir el enemigo que persistía en su proyecto de reducir a nueva esclavitud la naciente República. ¡Qué lejos estaba de pensar que ya había llegado a la cumbre de su Tabor, i que lo que se figuraba celajes de gloria, era el vaho infecto de la envidia i la ingratitud, i lo que tomaba por palmas de triunfo, los brazos de la cruz dolorosa en que debía ser ajusticiado por los mismos que acababan de deberle la libertad! Dos victorias llenaron de gloria a la Patria: las del 19 i 30 de marzo. Esta última libró al Cibao del invasor: la primera no produjo frutos tan completos, i el enemigo continuó ocupando parte del sudoeste de la República. Duarte fue enviado a Baní (marzo 21) con un cuerpo de tropas escogido; pero ni en Sabana Buei, en donde estuvo a la cabeza de la vanguardia del Ejército del Sud, ni en el Cibao, adonde le ordenó la Junta pasar poco después, (junio 15) con el fin de ir preparando los medios de resistencia contra el elemento reaccionario que dominaba en los campamentos del Sud, logró que las cosas siguieran el curso que anhelaba su patriotismo. Sus rivales trabajaban sordamente por perderlo, i su suerte estaba decretada ya. A principios del mes de julio (el 3) ocurrió en Azua el primer acto de insubordinación del ejército dominicano. La Junta Central Gubernativa había nombrado, desde meses antes, al General Francisco del R. Sánchez, Jefe auxiliar del General Santana en el Ejército del Sud, i mientras el General Sánchez iba a tomar posesión de su destino, dispuso en 23 de junio que el Coronel Don José Esteban Roca fuese a hacerse cargo provisionalmente del mando de dicho Ejército, en reemplazo del General Santana, a quien se permitía venir a esta Capital a curarse de sus dolencias. El Ejército, instigado por los amigos del General Santana, se negó a reconocer el nombramiento de la Junta, i conservó a su cabeza a su primer Jefe. La impunidad de este hecho hería de muerte al Poder supremo de la República. El verdadero gobierno era el que hacía su voluntad: el Ejército. El 13 de julio, Santana, el vencedor de Azua, fue proclamado Jefe Supremo por las tropas que tenía bajo su mando. El Ejército del Sud había levantado sus tiendas de campaña 149 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA en las fronteras, para venir a derrocar al Gobierno que había tenido hasta entonces la República: la Junta Central Gubernativa. Se había entrado de lleno en la vía funesta de los pronunciamientos contra las autoridades legítimas. La fuerza se sustituía al derecho; el soldado al ciudadano. Para volver al camino de la legalidad, único que debe trillar la democracia, había que malgastar muchos esfuerzos, derramar mucha sangre, sacrificarse muchos ciudadanos. Otra Junta Central, presidida por el Jefe Supremo, i en la cual predominaban los elementos antiduartistas, vino a ocupar el puesto de la antigua. Los reaccionarios, que de un héroe i un patriota habían hecho un simple Jefe Supremo, se sentían aún dominados por la fuerza de los hechos realizados meses antes. Todavía eran un puñado de patriotas, los que el 27 de febrero habían dado el grito de Separación. Santana, en su Proclama del 14 de julio, condena la misma Dictadura que acepta, i no cesa de clamar por la unión i la paz, teniendo él bajo su mando la República. Su alocución termina con estas palabras: Os lo juro, i hasta el último instante de mi vida no me cansaré de gritaros: amigos, hermanos: indulgencia, paz, unión. El General Ramón Mella, Comandante en Jefe de los Departamentos del Cibao, i militar inteligente que veía claro a través de las ficciones, trató de contrarrestar los planes liberticidas que produjeron el atentado el 13 de julio, i de los cuales tenía pleno conocimiento la Junta, con la proclamación de Duarte para Presidente provisional de la República. La Historia, que ha condenado la insubordinación de principios de julio i el atentado del 13 del mismo mes, puede culpar en la forma el acto del 4 de julio; pero no tienen ese derecho los que sustituyeron un gobierno legítimo por otro nacido entre las vocerías de soldados ignorantes. Si el ejército vencedor el 19 de marzo tenía derecho para elegir un Jefe Supremo, un Dictador, ¿por qué no iba a tenerlo también el ejército vencedor el 30 de marzo? Si las poblaciones del Sudoeste de la República elegían, o se decía que elegían, un Jefe Supremo ¿por qué no iban a poder elegir un Presidente provisional las poblaciones del Cibao, más numerosas aún? Herida de muerte la legalidad, sólo quedaba en pie la fuerza, expresada por los tumultos, o por los pronunciamientos de los más audaces i de los más tímidos. El 1o. de agosto, el Ejército libertador del Sud, pidió al Jefe Supremo i a los demás miembros de la nueva Junta Central: justicia contra los asesinos de la Patria, contra el puñado de facciosos, que deseando saciar su ambición, conspiraban contra la Patria, tratando de destruir el Ejército i su valiente Jefe; cambiar el pabellón nacional por uno de los de la República de Colombia, i encender la guerra civil, propagando por todos los pueblos que el país había sido vendido a una nación extranjera, con el fin de restablecer la esclavitud. Contra esos reos de lesa-nación se pedía al Gobierno no prestara oídos a ninguna consideración personal, i se les aplicaran las penas que merecían para escarmiento de los que sólo se alimentan del desorden público. El 3 del mismo mes, sesenta i ocho padres de familia de la Capital peticionaban igualmente la misma autoridad, manifestando: que por los crímenes notorios de los antedichos reos de lesa-nación, era de absoluta necesidad expatriarlos del país, más bien que pasar por la pena de verlos ejecutar i condenar a muerte, medida de sus crímenes i a la que se habían hecho acreedores. Los motivos de este rigor eran poco más o menos los mismos alegados por el Ejército. A través de la dureza de frases de este documento se nota cierta conmiseración que causa extrañeza. La historia sabe hoi que un grupo de ingratos ciudadanos circularon una solicitud, pidiendo la pena de muerte contra todas las víctimas del atentado del 13 de julio, i que la solicitud de los sesenta i ocho padres de familia fue una tentativa de salvación que hacían en favor de los 150 emiliano tejera | antología supuestos reos, tratando de obtener la indulgencia que tanto se les había recomendado en la Proclama del 14 de julio. ¿Y quiénes eran esos asesinos de la Patria, esos reos de lesa-nación, ese puñado de facciosos, esos enemigos de la nacionalidad dominicana, de su bandera, de su ejército, de su jefe? Eran Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez, Ramón Mella, Juan Isidro Pérez, Pedro Pina… eran los fundadores de la República; los que durante muchos años habían hecho sacrificios de todo género para librar al país de la dominación haitiana; los que habían saludado con vítores i disparos el primer despliegue de la bandera cruzada; los que se habían negado constantemente a pedir el apoyo extranjero, temerosos de comprometer el suelo de la Patria; los que sacrificando su patrimonio habían dado armas a ese ejército i libertad a ese grupo de sanguinarios ciudadanos para que ahora se sirviesen de una i otras para infamarlos, para destruirlos. Cinco meses antes eran Libertadores de la Patria; aún no hacía veinte días un puñado de patriotas, i ahora, sin haber faltado a lei alguna, enemigos de la nacionalidad, reos de lesa-nación, criminales dignos de muerte. I lo peor de todo fue que los miembros de la Junta Central, entre los cuales se hallaban los verdaderos acusadores, se convirtieron en jueces, i sin oír a los presuntos reos, sin permitirles la defensa, sin concederles siquiera el consuelo de recusar a los que eran autoridad ejecutiva, pero no judicial, pronunciaron el 22 de agosto sentencia definitiva e inapelable, basada solamente en los cargos de la acusación i en la notoriedad de los hechos. Por ella se declaraban degradados, i traidores e infieles a la Patria a los que la acababan de fundar, desterrados a perpetuidad del país a los que habían libertado meses antes ese mismo país del yugo ominoso de Haití, i como si se tratara de malhechores fuera de la lei, se daba poder a cualquiera autoridad civil o militar para aplicarles la pena de muerte, si intentaban volver a poner el pie en el territorio de la República, independizado por ellos. I todo esto ¿por qué? Por atribuírseles lo mismo que acababa de realizar en julio, Santana, Presidente de la Junta condenadora. Por intentar apoderarse del Poder supremo, i desobedecer i destruir el Gobierno legítimo del país. La consumación del hecho era en Santana un acto de patriotismo, salvador de la nacionalidad: la tentativa no justificada de los otros, crimen de lesa-nación, digno de cien muertos. ¡Vae victis! Duarte pudo defenderse de sus enemigos; mas para ello era preciso encender la guerra civil, i no fue para llegar a extremo tan deplorable, que él i sus beneméritos compañeros habían hecho sacrificios de todo género, en los años empleados combatiendo la dominación haitiana. Para la Patria habían trabajado; no para ellos, i la Patria podía perderse del todo si se desunían los dominicanos. La historia dirá a su tiempo si obraron bien o mal desaprovechando la oportunidad de combatir la nueva tiranía que se entronizaba en el país; pero en cualquier caso no podrá menos de reconocer en sus actos desinterés i abnegación. Entregaron los brazos a las cuerdas de sus enemigos, i las cárceles dominicanas, en vez de criminales, guardaron Libertadores. La sentencia de expatriación se cumplió cruelmente. Unos tras otros tomaron el penoso camino del destierro los próceres más notables de la Independencia, i aún varias de sus familias. El 10 de septiembre, día de iniquidad, que la Providencia hizo más tarde día de reparación, salió para siempre Duarte de la ciudad que le vio nacer. ¡Qué pensamientos embargarían su mente al pasar por el mismo camino que, por idéntica injusticia, había recorrido trescientos cuarenta i cuatro años antes el Descubridor del Nuevo Mundo! Mas a Colón le esperaban al fin de la jornada las lágrimas i las bondades de la grande Isabel, en tanto que el patricio dominicano sólo iba a recibir el helado abrazo del invierno, en la inhospitalaria tierra escogida para su tumba por el frío cálculo de sus crueles enemigos. 151 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Años después se preguntaban los amigos de Duarte cuál había sido la suerte de este insigne i desgraciado dominicano. ¿Vivía aún? ¿Abrumado por la iniquidad de sus contrarios había descendido al sepulcro? Nadie lo sabía. Al regresar de Europa hundióse en las soledades del interior de Venezuela, i se ignoraba si había sido presa de las fieras, o víctima de las inundaciones o las enfermedades. Cuando el error del 61 dio por pedestal de gloria a Sánchez las ruinas de la nacionalidad dominicana, los patriotas lloraron a la vez la suerte infausta de los dos héroes más notables de la Separación: el que acababa de caer, destrozado el cráneo por las balas enemigas, pero libre e independiente, i aquel para quien la nacionalidad había sido solamente una aparición; pero aparición absorbente, implacable, que le había arrebatado juventud, riquezas, amigos, hogar, familia, reputación i hasta la vida misma, sin siquiera concederle lo que la caridad no niega ni aun al náufrago que la tempestad arroja a playas extranjeras: tumba humilde en el suelo de la Patria, que es jirón de paraíso para el anhelo del desterrado. A principios del 62 (abril 10) Duarte, a quien las luchas de la Federación venezolana redujeron a la miseria, supo en las soledades del Apure que la Patria era otra vez esclava, i que Sánchez se había inmortalizado defendiendo la bandera de febrero. Juró de nuevo morir o salvar la nacionalidad, i desde ese instante comenzó a hacer esfuerzos para combatir la dominación extranjera. Poco después, el grito de Capotillo, resonando placentero en toda la América Latina, le llenó de gozo, haciéndole saber que un puñado de héroes batallaba por redimir la Patria, que tan cara le había sido. No consultó sus fuerzas ¡por cierto bien escasas ya! consultó su patriotismo, i aquel ser, todo Patria, se juzgó obligado a acompañar a los nobles campeones de la libertad. El Cibao volvió a recibir en su seno al Iniciador de la Independencia, i todos los patriotas consideraron aquella resurrección como un augurio feliz, para la causa que defendían. Duarte, a su vez, se sintió enorgullecido con los grandes hechos de sus compatriotas. En Moca, algunos valientes habían perecido (mayo 19-61) por restaurar la recién perdida nacionalidad (José Contreras, José María Rodríguez, Inocencio Reyes, Gregorio Geraldino, Benedicto de los Reyes, Estanislao García, José Gabriel Núñez, Félix Campusano, José García, Manuel Altagracia i Cornelio Lisardo) (4) Sánchez i sus compañeros se habían inmortalizado en el cadalso de San Juan (julio 4 de 1961) Perdomo, Batista, Pichardo, la Cruz, Pierre, Lora i Espaillat habían caído a orillas del Yaque, soñando con la Patria libre i prediciendo su restauración. Y Capotillo había sido luz i protesta; i la viril Santiago, cubierta de llamas, monumento eterno de decisión i patriotismo, orgullo aún de los mismos contrarios del momento, que comprobaban que su raza no había degenerado en la Española. Duarte permaneció corto tiempo en el Cibao, porque el Gobierno revolucionario estimó conveniente utilizar sus servicios en Venezuela. Obediente siempre a la autoridad legítima, salió del país para no volver a su seno jamás. Los partidos personales comenzaban a luchar por el mando, i Duarte, que había jurado no desenvainar su espada en contiendas civiles, esperó en Caracas que la Patria, libre otra vez, tuviera un gobierno nacional estable, que le permitiese ir a morir en paz en la tierra de sus progenitores. Las noticias propaladas por algunos periódicos, de que Santo Domingo se anexaba a los Estados Unidos de América, excitaron el patriotismo de Duarte, que en comunicación del 7 de marzo de 1865, decía al Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno de la Revolución dominicana: Mucho se habla en Europa i América sobre el abandono de la isla de Santo Domingo por parte de la España;... i de que se trata de una nueva anexión a los Estados Unidos… Otros suponen (la existencia de) un partido haitiano, i aun hai quien habla de un afrancesado; de aquí proviene acaso que los periódicos extranjeros, que en realidad no están mui al cabo de nuestras cosas, afirmen, sin ser cierto, que en Santo Domingo hai cuatro o más partidos, i que el pueblo se halla, como si dijéramos, en batalla. 152 emiliano tejera | antología Esto es falso de toda falsedad. En Santo Domingo no hai más que un pueblo que desea ser i se ha proclamado independiente de toda potencia extranjera, i una fracción miserable que siempre se ha pronunciado contra esta lei, contra ese querer del pueblo dominicano, logrando siempre por medio de sus intrigas i sórdidos manejos, adueñarse de la situación, i hacer aparecer al pueblo dominicano de un modo distinto de cómo es en realidad. Esa fracción, o mejor dicho, esa facción ha sido, es i será siempre todo, menos dominicana. Así se la ve en nuestra historia representante de todo partido antinacional, i enemiga nata por tanto de nuestras revoluciones; i si no, véanse los Ministeriales, en tiempo de Boyer, i luego Rivieristas, i aún no había sido el veinte i siete de febrero, cuando se les vio proteccionistas franceses, i más tarde anexionistas americanos, i después españoles, i hoi mismo ya pretenden ponerse al abrigo de la vindicta pública con otra nueva anexión, mintiendo así a todas las naciones la fe política que no tienen, i esto, en nombre de la Patria, ellos que no tienen ni merecen otra Patria, sino el fango de su miserable abyección. Ahora bien, si me pronuncié dominicano independiente desde el 16 de julio de 1838, cuando los nombres de Patria, Libertad, Honor nacional se hallaban proscriptos, como palabras infames, i por ello merecí en el año de 43 ser perseguido a muerte por esa facción, entonces haitiana, i por Riviére, que la protegía, i a quien engañaron; si después, en el año de 44, me pronuncié contra el protectorado francés, deseado por esos facciosos, i cesión a esta Potencia de la Península de Samaná, mereciendo por ello todos los males que sobre mí han llovido; si después de veinte años de ausencia he vuelto espontáneamente a mi Patria, a protestar con las armas en la mano, contra la anexión a España, llevada a cabo, a despecho del voto nacional, por la superchería de ese bando traidor i parricida, no es de esperarse que yo deje de protestar, i conmigo todo buen dominicano, cual protesto i protestaré siempre, no digo tan sólo contra la anexión de mi Patria a los Estados Unidos, sino a cualquiera otra potencia de la tierra, i al mismo tiempo contra cualquier tratado, que tienda a menoscabar en lo más mínimo nuestra independencia nacional, i cercenar nuestro territorio, o cualquiera de los derechos del pueblo dominicano. Otrosí, i concluyo. Visto el sesgo que por una parte toma la política franco-española, i por otra la anglo-americana, i por otra la importancia que en sí posee nuestra isla para el desarrollo de los planes ulteriores de todas cuatro Potencias, no deberemos extrañar que un día se vean en ella fuerzas de cada una de ellas, peleando por lo que no es suyo. Entonces podrá haber necios que, por imprevisión o cobardía, ambición o perversidad, correrán a ocultar su ignominia a la sombra de esta o aquella extraña bandera; i como llegado el caso no habrá un solo dominicano que pueda decir yo soi neutral, sino tendrá cada uno que pronunciarse contra o por la Patria, es bien que yo os diga desde ahora, más que sea repitiéndome: que por desesperada que sea la causa de mi Patria, siempre será la causa del honor, i que siempre estaré dispuesto a honrar su enseña con mi sangre. Once años estuvo Duarte en espera de mejores tiempos en su país; años interminables, de angustias infinitas, de dolores profundos. La miseria i las enfermedades se le vinieron encima, como precursoras de la muerte, i la Patria entretanto se desgarraba las entrañas, como poseída por vértigo infernal. Los héroes de la Restauración, que habían escapado de los cadalsos, vagaban en su mayoría por el extranjero, o perecían en las fronteras, esgrimiendo unos contra otros armas que la inmortalidad había marcado ya. La independencia se veía al borde del abismo, i una bandera extraña flotaba amenazante en un extremo del territorio, codiciado desde antiguo. ¡Años terribles para corazón tan dominicano! ¡Ah! si hubiera podido olvidar a esa Patria ingrata, que no tenía para él, su fundador i su víctima, ni un recuerdo, ni una mirada cariñosa! pero, el día que la olvide será el último de mi vida, decía a los que le daban tal consejo, viendo con pesar intenso ese nuevo suplicio, no descrito por el Dante, porque el poeta vengador no inventó castigos para los inocentes, sino para los criminales. I negándose al fin Duarte, el consuelo amargo de estar en comunicación con su país, aunque fuera para combatir sus acerbos dolores, se negó, por su desgracia, la única alegría que pudo tener en ese triste período de su 153 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA vida: la de saber que el Jefe de la Patria había vuelto al fin los ojos hacia él, i le proporcionaba los recursos necesarios para ir a morir en el suelo que le debía su redención. El año de 1876 le encontró en su interminable destierro, i el mes de julio, tan fecundo para él en acontecimientos prósperos i adversos, le vio tendido en su lecho de muerte. (el 15) Dios no le concedía el beneficio, tantas veces pedido, de morir en tierra dominicana. ¿I por qué? ¿Era tan gran delito haber fundado una nacionalidad independiente? Podía haber sido feliz, i desdeñó la felicidad, si no la gozaba en el suelo bendito de la Patria libre. Por ésta había sacrificado sus riquezas, la tranquilidad de sus padres, la dicha de sus hermanos, el amor de su juventud, el natural deseo de verse reproducido en sus hijos. I todo ¿para qué? Su madre reposaba en tierra extraña; sus hermanas, agobiadas por las penas i una ancianidad anticipada, quedaban en la miseria i sin amparo; su hermano, enloquecido por los pesares, podía ser más tarde el ludibrio de los necios, entregando a la befa de los indiscretos, un apellido que tanto había tratado de honrar; sus amigos, los compañeros de su obra, como maldecidos por Dios, habían dejado en la senda dolorosa, donde el menor de los males era el destierro, unos su razón, otros la vida en los patíbulos, todos su dicha i el porvenir de sus familias; i él, agonizante en pobre i solitario lecho, descendería a la tumba ¡el 16 de julio! sin llevar el consuelo de dormir el sueño eterno en la tierra de su afecto; sin dejar siquiera a sus desgraciadas hermanas con qué pagar la humilde cruz de su sepultura, ni el escaso alimento que consumía en sus postreros días. Tanto castigo ¿por qué? ¿No había cumplido con su deber, más que con su deber? Los perversos habían tenido Patria, riquezas, honores, triunfos, i él, inocente, abnegado hasta el sacrificio sólo había recogido calumnias, olvido, miseria, proscripción eterna. ¿Era equitativa tal repartición?… ¡Ah!, es de creerse que el ángel de la muerte no cerraría los ojos del noble anciano sin que antes cayera de lo alto una gota de consuelo, sobre aquel corazón adolorido. Un rayo de amor i justicia iluminaría intensamente la triste mansión del dolor, i el grande espíritu del patriota, libre de la misérrima cubierta terrenal, i confortado por visión sublime y placentera, traspasaría gozoso los umbrales de la eternidad, tan temibles para el que trilló impenitente las sendas de la perdición. Debió ver iluminada la inmensidad tenebrosa que el tiempo aclara paso a paso, i los hechos futuros presentes ante él, como si estuvieran reflejados en un espejo purísimo. Donde un día dominó la bandera de Occidente, ondeaba bandera respetada, señora de los mares que bañan la extensa abra entre las dos Américas, unidas por un puente de granito. Seis naciones ligadas por un pacto de justicia constituían la Confederación colombiana. Vio que la libertad, el trabajo i la moralidad habían asentado su planta en aquellos pueblos hermanos, i que cada día se daba un paso más hacia el verdadero progreso. Vio que sus campos estaban bien cultivados; sus artes i ciencias adelantadas; sus industrias florecientes. No vio siervos ni dueños: vio ciudadanos, esclavos de la lei, i la lei reflejo del derecho. Vio la paz reinando en todas partes, i los pueblos que antes dominaban esas regiones, hermanados con los naturales, como si la Confederación fuese la obra de todos, llevada a cabo por los consejos de una sabia política. I en un punto del espacio, que su corazón le dijo era la Patria; pero que sus ojos desconocían por completo, vio inmensa muchedumbre, que alrededor de imponente estatua, glorificaba una fecha i bendecía un nombre. I esa fecha era la inmortal del 27 de febrero, i ese nombre era el suyo. I con el suyo se glorificaban también los nombres de Sánchez, Mella, Imbert, Duvergé, i de todos los patriotas que habían fundado la República Dominicana. I esa glorificación era igual en Cuba, como en Puerto Rico, en Jamaica, como en Martinica i Guadalupe, i hasta en el mismo Haití, que había sacudido ya el pesado fardo de su exclusivismo de razas. I entonces comprendió que la obra de sus sacrificios no había sido infructuosa, ya que era el punto de partida de aquel glorioso i fecundo porvenir; que el bien humano se cimenta en el dolor, i que es tan grande el poder del mal 154 emiliano tejera | antología en la tierra, por la perversidad, egoísmo, ignorancia i falta de unión de los hombres, que no hai redentor que no cargue pesada cruz, ni deje de beber acíbar hasta su postrer hora en el Calvario. El tiempo es el que convierte las penalidades del héroe en rayos de gloria, porque desapareciendo los perversos que lo combatían por intereses pasajeros, los buenos de las generaciones que se suceden van rindiendo tributo al mérito, i un día esos homenajes se convierten en corona de triunfo o en apoteosis inmortal. La transformación de los hechos actuales en los vistos con tanta claridad por el patriota mártir, está aún en las profundidades de los tiempos, sólo es realidad para el ojo de Dios; pero no así la glorificación de su persona i de su fecunda labor. En agosto de 1879 (19 i 30) el Ayuntamiento de Santo Domingo, a propuesta del regidor Domingo Rodríguez Montaño, inició el proyecto de depositar las cenizas de Duarte en una de las capillas de la Catedral; i el 27 de febrero de 1884 presenció ese acto de justicia, que con entusiasmo indescriptible, llevaron a cabo el Gobierno, el Municipio y los habitantes de la Capital. Ahora el mismo Ayuntamiento se propone realizar otra obra de gratitud i de estímulo: la erección de una estatua de bronce, que represente al ilustre patricio, i que será colocada en la plaza de su nombre, teatro de su primer triunfo en 1843 contra el partido que sostenía la opresión. Obra eminentemente nacional, la apoyan i sostienen treinta i cinco Municipios; treinta Juntas; diez i ocho periódicos, i un sinnúmero de ciudadanos, conscientes de su deber, esparcidos en toda la República i en el extranjero. Para este acto de reparación es que la Junta Central Erectora, compuesta por los infrascritos, i en nombre del Ayuntamiento de Santo Domingo, tiene la honra de pedir al Honorable Congreso Nacional, el permiso de lei para erigir la estatua en el sitio expresado, i el óbolo con que la nación debe contribuir a obra tan justiciera i patriótica. Sería tarea del todo innecesaria demostrar al Congreso la justicia i conveniencia de la erección de una estatua al eximio prócer Juan Pablo Duarte. Basta ser dominicano para sentir lo necesario del homenaje, i aun no siéndolo, sólo se necesita echar una ojeada a lo que era Santo Domingo antes de la Independencia, i a lo que es hoi, para quedar convencido de la importancia de la obra realizada por Duarte, Sánchez, Mella, Jiménez i demás compañeros de gloria, i de que no se equivocaron al creer radicado el bienestar de su Patria en la Separación de Haití. Los contemporáneos del Iniciador de la idea redentora, estimaban ya en su justo valor la importancia capital que esta tenía, i el gran mérito de Duarte por haberla concebido i realizado. El Ilustrísimo Señor Portes llamaba a Duarte, Padre de la Patria. Igual título le discernía el trinitario José Ma. Serra. Félix Ma. Ruiz, trinitario también, llamó a la República Dominicana: la obra magna, la sin igual labor, el sublime engendro del desgraciado Juan Pablo Duarte, i de sus fieles compañeros mártires, declarando igualmente que la gloria de la Separación de Haití correspondía con sobrada justicia a Duarte i a Sánchez. El ilustre Ramón Mella, llevado de su entusiasmo, quiso a Duarte el primer Presidente de la República. Pedro A. Pina, uno de los más activos trinitarios, decía en 1860: Algo hai de providencial en el hecho de saberse del hombre, Fundador de la República, que todos creían muerto… en circunstancias en que la Patria está a pique de perderse. Juan Isidro Pérez, el fogoso i desgraciado trinitario, decía al mismo Duarte, en 25 de diciembre de 1845: Sí, Juan Pablo, la historia dirá que fuiste el Mentor de la juventud contemporánea de la Patria; que conspiraste a la par de sus padres, por la perfección moral de toda ella. La historia dirá que fuiste el Apóstol de la Libertad e Independencia de tu Patria; ella dirá que no les trazaste a tus 155 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA compatriotas el ejemplo de abyección e ignominia que le dieran los que te expulsaron, cual otro Arístides; i en fin, Juan Pablo, ella dirá que fuiste el único vocal de la Junta Central Gubernativa que con una honradez a toda prueba, se opuso a la enajenación de la Península de Samaná, cuando tus enemigos por cobardía, abyección e infamia querían sacrificar el bien de la Patria por su interés particular. La oposición a la enajenación de la Península de Samaná es el servicio más importante que se ha prestado al país i a la revolución. Vive, Juan Pablo, i gloríate en tu ostracismo, i que se gloríe tu santa madre i toda tu honorable familia. I los oficiales del Ejército de Santo Domingo, Juan Alejandro Acosta, Eusebio Puello, Jacinto de la Concha, Pedro Valverde, Eugenio Aguiar, Pedro Aguiar, Marcos Rojas, José Parahoi, Ventura Gneco, Juan Erazo, Pablo García, Juan Bautista Alfonseca, i muchos otros más decían en 31 de mayo de 1844, al solicitar para Puello, (Joaquín), el grado de General de Brigada, i para Villanueva, Mella, Sánchez i Duarte, el de General de División, con más, para este último, el título de Comandante en Jefe del Ejército: que había sido (Duarte) el hombre que desde muchos años estaba constantemente consagrado al bien de la Patria, i por medio de sociedades adquiriendo prosélitos, i públicamente regando la semilla de Separación; que había sido quien más había contribuido a formar el espíritu de libertad e independencia en el suelo dominicano, sufriendo mucho por la Patria, i que su nombre fue invocado inmediatamente después de los nombres de Dios, Patria i Libertad, i considerándolo siempre como el Caudillo de la Revolución, no obstante no haber asistido a la jornada del 27 de febrero por estar expulso del país, a causa de haber sido más encarnizada la persecución contra él. Aquí terminaría la Junta su larga Exposición, si no se hubiera lanzado al público, por personas caracterizadas, la idea de levantar un solo monumento en honra de los héroes de la Independencia, en vez de varios, como ha sido el propósito del Ayuntamiento de Santo Domingo, i si a la vez no se hubieran designado a Duarte, Sánchez i Mella como los próceres que en él debían figurar, en representación de los demás. La Junta se complace en reconocer la sana intención de los autores del proyecto; pero supone que no han sido bien apreciadas por ellos las dificultades, i aún la injusticia, que su realización entrañaría. La Independencia dominicana, por causas que todos conocen, se divide, en cuanto a los actores principales de ella, en tres períodos distintos: el período de preparación o fundación, que comprende desde el 34 hasta comienzos del 44; el período de proclamación, del 26 de febrero a mediados de marzo del mismo año; i el período de sostenimiento o consolidación, que puede extenderse hasta el año de 1849. En el primer período, la figura predominante es Duarte, que concibió la idea de Independencia i preparó los medios para llevarla a cabo; en el segundo lo son Sánchez i Mella, que en unión de muchos otros patriotas distinguidos, dieron el grito de Separación en el Fuerte del Conde, el acto más importante de ese período; en el tercero lo son Imbert, Duvergé, Salcedo, los Puellos, i sobre todo Santana, héroe de la primer batalla librada contra Haití, i Director de las operaciones militares en todo ese lapso. Representar la Independencia en un grupo compuesto solamente de Duarte, Sánchez i Mella sería una representación incompleta, i por tanto injusta; porque se excluirían a otros héroes que tienen perfecto derecho a figurar como actores en esa grande epopeya nacional. I representarlos a todos en un grupo, sería, a más de antiestético, monstruoso o injusto; monstruoso, si se comprende en el grupo a Santana; e injusto, si se le excluye, porque la Patria le debe grandes i valiosos servicios en los primeros tiempos de su existencia. Esa verdad incompleta no sería verdad; i el monumento, en vez de enseñanza i galardón, sería para muchos venganza e injusticia. Además ¿cómo podría lograrse en un grupo la representación exacta del acto, del momento histórico en que cada héroe culminó en sus servicios a la Patria? O la obra carecería de unidad, 156 emiliano tejera | antología o le faltaría la representación verdadera del instante supremo, que en toda obra escultural, digna de este nombre, debe tratar de expresarse, para que impresione por su verdad i exactitud. No es tampoco conveniente que sea sólo el recinto de la Capital el que dé asilo a las estatuas de nuestros grandes hombres. Bien está que el glorioso hecho del Conde se perpetúe en un monumento en la ciudad Capital, porque aquí ocurrió el acontecimiento que se intenta conmemorar; pero ¿por qué ha de hacerse lo mismo con las proezas llevadas a glorioso término por Imbert, Salcedo, Duvergé, los Puellos. En otros puntos inmortalizaron ellos sus nombres; que en otros puntos los inmortalice el mármol o el bronce. Por todo esto, la Junta ha encontrado digno i conveniente el pensamiento del Ayuntamiento de Santo Domingo, de erigir una estatua especial a cada uno de los principales héroes de la Independencia. Así podrá representárseles en el instante histórico que se quiera perpetuar, i en el sitio que se conceptúe más a propósito. Duarte estará bien en la plaza de su nombre; teatro de su primer triunfo contra la opresión; Sánchez i Mella, en el baluarte del Conde, pedestal digno de su gloria; Imbert, en la plaza principal de Santiago, en donde resonaron los vítores del memorable 30 de Marzo; Duvergé, en la de Azua, noble tierra que sembró de victorias; Salcedo, en la de Moca, cuna de uno de los más arrojados campeones de la Independencia...; i si más tarde la posteridad decide que los méritos del héroe de Azua i de Las Carreras son mayores que sus grandes i graves faltas, podrá erigírsele una estatua en el punto más a propósito, para que resalten unos i se olviden las otras. Al glorificar a Duarte se glorifica más que al hombre a la idea que aquel representa. Desde los comienzos de la civilización han existido dos agrupaciones, grandes o pequeñas cada una de ellas, según se las mida por el patrón del número o de la calidad: las de los que adoran la fuerza, i la de los que son servidores o apóstoles del derecho. Al través de los siglos se ven las huellas de sus pasos, variables, como es variable todo lo humano, pues no hai dos hombres que sean iguales ni en formas, ni en ideas, ni en tendencias de ninguna clase. Los pueblos, ignorantes en su mayoría, deslumbrados unas veces por el resplandor de la brillante gloria de los conquistadores, i otras, enloquecidos por el espíritu bestial de dominio, resto del salvajismo del hombre primitivo, del hombre-bestia, han endiosado a menudo a los representantes de la fuerza, i para los del derecho sólo han tenido de ordinario desprecios, proscripciones i cadalsos. Pero como en el mundo moral todo tiene un alma, un espíritu que vivifique, cuando el alma de las sociedades ha sido el derecho, en ese hombre, como merecido galardón de su obediencia a la lei de su organización superior, ha gozado de los beneficios de un sólido progreso, i ha obtenido cuanta felicidad es compatible con su estado de imperfección; cuando el alma social ha sido la fuerza, con exclusión más o menos completa del derecho, los deslumbramientos i los falsos esplendores no han faltado; pero tampoco han faltado a la postre las palabras misteriosas que en el seno de la orgía amedrentaron al rei asirio, ni el galopar de los caballos de los bárbaros, derribando como juguete carcomido el colosal imperio de Roma, ni el triste despertar de Sedan, tan doloroso como fecundo para la noble nación francesa. Duarte no ha sido el héroe de los combates, ni el representante de la fuerza en ninguna de sus manifestaciones: fue un apóstol del derecho; fue de la escuela de Sócrates, de Bruto, de Catón, de las Casas, de Washington, de Lincoln, de Juárez... de todos los adalides antiguos i modernos de la justicia i de la libertad. Su ideal fue el derecho, i se esforzó en inculcárselo a sus conciudadanos, i en dárselo como espíritu vivificador a la Patria que contribuyó a fundar. Ese espíritu fue el que venció el 27 de febrero; el que impulsó a los mártires de Moca i de Santiago; el que dio aliento poderoso a Sánchez i sus patriotas compañeros, para preferir el martirio con 157 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA gloria a la vida con ignominia; el que animó a los viriles campeones del glorioso 16 de agosto, a lanzar a los vientos, con demencia heroica, la enseña que parecía abatida para siempre. Ese espíritu vive aún en el corazón de los dominicanos, a despecho de pasajeros eclipses, i será el que un día lleve a la Patria al puesto que debe ocupar en el mundo colombiano. Medio siglo cumple hoi la República Dominicana. Ya es tiempo de que los héroes de la Independencia sean honrados como lo merecen sus grandes hechos. De la Patria nada o casi nada han recibido. Muchos de ellos han muerto en el destierro, forzado o impuesto por las circunstancias, i ni aun tumba tienen en la tierra que redimieron. Al glorificarlos, quien se enaltece en realidad es la República; porque ellos, en la lobreguez del sepulcro, no sentirán conmovidos sus huesos, ni por los elogios tardíos que se les prodiguen, ni aun por el desconocimiento de sus grandes méritos, si existieran todavía almas ingratas que tal hicieran. Pero la Patria sí, se engrandece, al perpetuar el recuerdo de sus acciones; porque tuvo hijos de espíritu elevado, de abnegación ilimitada, que por su bienestar i progreso, no vacilaron en sacrificar su fortuna, su familia, su porvenir, su vida misma. Tesoro son de la Patria tales héroes, i enseñanza perpetua de las generaciones venideras. Pero no son las estatuas ni los mausoleos lo que a ellos puede complacerles: es el sentimiento de gratitud i justicia que hace surgir esos monumentos. I si algo puede conmover, en sus olvidadas tumbas a los héroes mártires que tuvo la Independencia, es ver a los hijos de sus perseguidores depositar una corona sobre su sepulcro, o contribuir con sus esfuerzos a la erección de monumentos que perpetúen su recuerdo. Tal homenaje, redentor i justiciero a un tiempo, demostraría que el reinado de la razón i de la justicia se había cimentado en la Patria de febrero, i que en lo adelante seguiría ésta imperturbable hacia el hermoso destino que le tiene reservado la Providencia. De Monumento a Duarte, etc., 1894 Santo Domingo, febrero 27 de 1894. Gobernadores de la Isla de Santo Domingo Siglos XVI-XVII6 Aunque esta nota fue escrita para ponerla al pie de un documento del siglo XVI, los lectores de La Cuna de América me perdonarán que la publique en un lugar tan impropio como es debajo de un documento del siglo diez i siete; pero como siempre temo que un trastorno cualquiera demore la publicación de esos datos históricos, i lo importante es que el público los conozca, espero que los aficionados a asuntos históricos excusen esa falta de orden cronológico. La verdad la vamos conociendo a saltos. La mayoría de los datos desde mediados del siglo XVI hasta su terminación, han sido tomados de los documentos copiados por el Sr. Américo Lugo en los archivos de España. Aun habrá deficiencias i errores en los que publico, pero serán siempre menos numerosos que los que hai en las historias publicadas hasta ahora. Las Casas, Oviedo i Herrera aclararon mucho 6 Este acucioso trabajo del historiador Tejera se publicó, al pie de documentos de la Colección Lugo, en la revista La Cuna de América, Santo Domingo, 1915, Núms. 11-15 y 17-20. Acerca del mismo tema, véase: Gobernadores de la Española, siglos XVI-XVIII, en la obra de Fray Cipriano de Utrera, Santo Domingo, dilucidaciones históricas, Santo Domingo, 1929, vol. 1, pp.141-161; Mandatarios del Ejecutivo en la República Dominicana, por Federico Henríquez y Carvajal, i Contribución a la cronología de los gobiernos de la primera época colonial de la parte española de la Isla, por el Lic. Máximo Coiscou Henríquez, en Clío, Santo Domingo, marzo-abril, 1938, pp.49-51; y, finalmente, el opúsculo de Julio Arzeno, Los gobiernos y administraciones de Santo Domingo, 1492–1934, Santiago, R. D., 57 pp.(E. R. D.) 158 emiliano tejera | antología nuestra historia en la primera mitad del siglo XVI; pero la segunda mitad es mui oscura, i para disipar las tinieblas que aún la envuelven hai que hacer todavía muchas investigaciones en los ricos, pero poco ordenados, archivos españoles. Doi ahora la lista o nota de los gobernantes de la colonia de Santo Domingo, de 1501 a 1600. Nuestros historiadores mencionan algunos individuos que, dicen, gobernaron en ese tiempo, de los cuales no he encontrado el menor rastro. Tales son Antonio Osorio i Alonso Arias de Herrera... Nuevas investigaciones aclararán esos puntos oscuros de nuestra interesante, pero poco conocida historia antigua. En el primer año del siglo XVI gobernaba la isla Española el Comendador de Calatrava, Don Francisco de Bobadilla. A fines del año anterior había enviado a España, presos i engrillados, al Descubridor del Nuevo Mundo i a los dos hermanos de éste: Bartolomé i Diego. La ingratitud había obtenido entonces uno de sus más grandes triunfos, i Colón, con su martirio, redimía las faltas que había cometido como gobernante español. La Gobernación de Bobadilla fue mala para el gobierno español i desastrosa para los indios. Por fortuna duró poco; pues el 15 de abril de 1502 llegó a la ciudad de Santo Domingo su sucesor, Frei Nicolás de Ovando, Comendador de Lares, de la orden de Alcántara. Con él vinieron varios frailes franciscanos, i sobre todo, Don Bartolomé de las Casas, el que después fue el infatigable defensor de la raza indígena de América. En ese año, (1502), a principios de julio, la justicia de Dios resplandeció en el mar Caribe. Colón llegó al puerto de Santo Domingo solicitando refugio contra un huracán que lo amenazaba. El refugio le fue negado; pero otro puerto más abrigado de su isla amada, Puerto Hermoso, que debía llamarse Puerto Colón, se lo concedió completamente seguro, en tanto que Bobadilla, Roldán i cien otros enemigos de Colón, despreciadores de su bueno i noble consejo, se hundían con sus mal adquiridos tesoros en el vengador mar Caribe, rodando después sus cadáveres bajo las quillas de las naves de Colón. I la justicia fue completa, pues sus destrozados cuerpos no encontraron ni aun sepultura en la tierra que tanto habían escandalizado i de la que habían arrojado ignominiosamente a Colón, su descubridor. Ovando gobernó hasta el 11 de julio de 1509, en que llegó a la ciudad de Santo Domingo Don Diego Colón, nuevo gobernador de la Colonia, acompañado de su esposa, la virreina Doña María de Toledo i de gran número de damas i señores nobles. En los siete años de su gobierno, Ovando pasó la ciudad de Santo Domingo a donde está hoi; fundó a Puerto Plata i muchas otras poblaciones; edificó i dotó el hospital de San Nicolás de Bari; construyó la Fuerza de esta ciudad, en cuyos calabozos tantos han sufrido; i a costa de la vida de millares de indios hizo prosperar momentáneamente la colonia; pero también ahorcó injustamente a Anacaona en Jaraguá; a Cotubanamá en esta ciudad, e hizo morir con el fuego i la espada infinidad de indios en otros puntos, i con el repartimiento de los indígenas destruyó cientos de millares de éstos, habiéndolos reducido antes, con los malos tratos, a la mayor desesperación que han padecido seres humanos. Si Ovando no fue un hombre malo, fue un hombre de Estado sin conciencia, que las más de las veces es cien veces peor que un hombre perverso, que un hombre criminal. La sangre y los sufrimientos indebidos de tanto indio inocente pesan todavía en la balanza de la justicia divina, i sabe Dios cuánto tiempo aún tendremos, los habitantes de esta tierra, que purgar los crímenes de Ovando i sus codiciosos compañeros. Don Diego Colón tuvo el gobierno de la Colonia, más o menos mermado, hasta principios del año 1515, en que se embarcó para España a defender sus derechos. En el tiempo de su gobierno fabricó, cerca del río, el palacio que se llama del Almirante, i que algunos, 159 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA equivocadamente, atribuyen a su padre. La catedral fue comenzada en 1514. Los indios siguieron sufriendo por los repartimientos. A principios del gobierno de Don Diego Colón (1510) llegaron a esta ciudad Frai Pedro de Córdoba, Frai Antonio Montesinos i otros frailes dominicos. Fundaron su convento, i dieron gloria inmensa a su orden, siendo los primeros, i siempre después, los constantes defensores de la infeliz raza indígena. También propagaron los conocimientos que poseían, i en sus claustros se estableció la Universidad de Santo Tomás de Aquino, que tan útil fue a esta colonia i a las circunvecinas. Bartolomé de las Casas, Protector incansable de los indios, profesó en ese convento en 1522, i años después fundó un convento dominico en Puerto Plata, en donde en el año de 1527, principió a escribir su célebre i veraz Historia de las Indias.7 En el año 1513, o a principios del 1514, murió en esta ciudad de Santo Domingo Alonso de Hojeda, el valiente de los valientes. Por humildad se mandó enterrar en la entrada de la iglesia de San Francisco. Sus restos están hoi en la iglesia del Convento de los Dominicos. Pocos meses después de haber salido de Sto. Domingo Don Diego Colón llegó a ella, como Juez de Residencia, el Lcdo. Cristóbal Lebrón, (en junio 1515) i ejerció oficios de Gobernador, pero en 20 de diciembre de 1516 llegaron a esta ciudad, nombrados por el gran Cardenal Jiménez de Cisneros, i con facultades para ejercer funciones de gobernadores, los padres jerónimos Frai Luis de Figueroa, Frai Alonso de Santo Domingo i Frai Bernardino de Manzaneda. El Licenciado Alonso de Zuazo, uno de los más grandes españoles que han pasado a América, vino poco después de ellos para residenciar a ciertos empleados i ejercer funciones judiciales. Los jueces de Apelación fueron suspendidos entonces. Los padres jerónimos gobernaron lo mejor que pudieron, aunque en realidad no les fue posible destruir todos los abusos. Fomentaron el cultivo de la caña de azúcar i de otros frutos exportables, i se conoce que estaban llenos de buenas intenciones, tanto para con los españoles como para con los indios. Los jerónimos ejercieron funciones de gobernadores hasta algo más de mediados de 1519. El Lcdo. Rodrigo de Figueroa los reemplazó en la gobernación. Este llegó a Santo Domingo en agosto de 1519. En mayo de 1520 se restablecieron los tres Jueces de Apelación, debiendo Figueroa ser 4º Juez, i presidente de esa Audiencia Don Diego Colón. Este llegó a Santo Domingo en 1520 (según un documento en enero, i según otro en noviembre). En ese tiempo (a fines de 1519) ocurrió por justísimas causas el alzamiento del cacique Enriquillo, el más grande de los indios de la Española, i al fin el Libertador del resto de su nación. Después, en 1522, hubo un alzamiento de esclavos africanos, que fue sofocada. Don Diego Colón siguió gobernando la colonia i las demás islas hasta el 1o. de septiembre de 1523, en que se embarcó para España, en donde murió el 23 de febrero de 1526. La Audiencia siguió gobernando entonces (1523), i en 1524 el rei nombró para presidirla, i gobernar la colonia, a Frai Luis de Figueroa; pero este murió en ese mismo año sin haber tomado posesión de ese cargo, ni del obispado de Santo Domingo i de la Concepción de la Vega, para los cuales había sido electo. La Audiencia siguió gobernando. Roma, no aceptó la unión de los dos obispados hasta 1528. En el año de 1526 vino a Santo Domingo a residenciar a la Audiencia el Lcdo. Gaspar de Espinosa, i durante esa residencia ejerció el cargo de Gobernador de la colonia. Refiérese a la Apologética Historia de las Indias. 7 160 emiliano tejera | antología A fines del año 1528 llegó a esta ciudad el Lcdo. Sebastián Ramírez de Fuenleal, nombrado Presidente de la Audiencia de esta isla, i electo Obispo de Santo Domingo i de la Concepción de la Vega. Éste fue un buen gobernante, i estuvo en el mando hasta septiembre de 1531, en que fue a México a presidir la Audiencia de Nueva España, aunque continuó siendo Obispo de Santo Domingo hasta el año de 1538. Después de la partida del Obispo Ramírez de Fuenleal, gobernaron los oidores Alonzo de Zuazo, Rodrigo Infante i Juan de Badillo. Durante ese gobierno, en 21 de febrero de 1533, el capitán Francisco de Barrionuevo les presentó una carta de la reina i emperatriz, Doña Isabel, esposa de Carlos V, relativa a la pacificación del Baoruco, en donde estaba alzado Enriquillo. Ese paso de la reina de España produjo el resultado apetecido, i los indios que quedaban fueron a vivir libres a Boyá, gobernados por Enriquillo. En 14 de diciembre de 1533 llegó a esta ciudad, como Presidente de la Audiencia, el Licenciado Alonso de Fuenmayor, i se hizo cargo de la gobernación. A fines del año de 1538 fue electo Obispo de Santo Domingo i de la Concepción, i continuó gobernando hasta el 1 de enero de 1544, que lo reemplazó en el gobierno, como Juez de Residencia, el Lcdo. Alonso López de Cerrato. Fuenmayor principió en 1542 las murallas de Santo Domingo, por la parte de la Sabana del Rei, i según se dice, hizo tres portadas: la Puerta Grande; la de San Diego i la de la Atarazana. Es completamente incierto que Fuenmayor construyera todas las murallas de la ciudad de Santo Domingo. A duras penas llegaría hasta lo que se llamaba después Palo Hincado. El Conde de Peñalba, dicen, construyó el fuerte del Conde, otros hicieron algo, i las murallas vinieron a terminarse a principios del siglo diez i ocho. Limoneros, arbustos espinosos i zanjas eran la defensa de la ciudad de Santo Domingo en ese tiempo desde el fuerte de la Concepción hasta Santa Bárbara. En el gobierno de Fuenmayor, en 1540, se acabó de construir la Catedral de Santo Domingo, principiada en 1514. Don Alonso de Fuenmayor celebró el primer Sínodo que hubo en Santo Domingo. No sé el año exacto de su celebración, pero supongo que fue del 49 al 54, cuando era Arzobispo. Cita ese Sínodo el Arzobispo frai Andrés Carvajal, que también celebró otro Sínodo Diocesano. En 1540 se dispuso en España nombrar a D. Luis Colón, que entonces tendría apenas 19 años, Gobernador i Capitán General de la Española; pero parece que no llegó nunca a enviársele el título al interesado. El Lcdo. Alonzo López de Cerrato, que fue mui buen gobernante, aunque no agradaba a los conquistadores ni a sus descendientes, gobernó, como Juez de Residencia, hasta el año de 1549, según creo, en que lo enviaron a Tierra Firme, como Presidente de la Audiencia de los Confines. En el tiempo de su gobierno, vino una Real Cédula del Príncipe, (después Felipe II) fecha 27 de diciembre de 1546, en que se decía: que no convenía pasase adelante la construcción de la torre de la Catedral de Santo Domingo, que se había principiado en 1543. La razón era porque esa torre era una especie de fortaleza que sojuzgaba toda la ciudad, i también la Fuerza, construida por el Emperador. No se continuó la fábrica de la torre. En ese tiempo, el campanario estaba, i estuvo mucho tiempo después, al lado de la Sacristía de la Catedral. Hasta ahora no he podido ver un documento que compruebe que Cerrato dejó el gobierno en 1549, i que lo reemplazó en ese mismo año el Lcdo. Alonso Maldonado. En 1553, sí, estaba ya aquí Maldonado gobernando. Esto podrá aclararse más tarde. 161 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA En 11 de mayo de 1549 murió en esta ciudad, en la casa del Almirante, la virreina Da. María de Toledo i Rojas. Dispuso que se la enterrase en la Capilla Mayor de la Catedral de Santo Domingo, al lado de su esposo Diego Colón; pero no en la parte alta del piso de la Capilla mayor, sino en la baja. Allí estuvieron los restos de ambos, uno a los pies del otro, hasta el año de 1795, en que las autoridades españolas, por error, trasladaron a la Habana los restos de D. Diego, creyendo que llevaban los del Descubridor de la América. Hace 120 años que no se cumple el querer de la pobre virreina: de “estar juntos en la muerte como nuestro señor quiso que estuviésemos en la vida”. Este Lcdo. Maldonado, que ahora era Presidente de la Audiencia de la Española, fue el que en 1545, presidiendo la Audiencia de los Confines, tuvo grandes choques con el Protector de los Indios, Frai Bartolomé de las Casas, en ese tiempo Obispo de Chiapas. Maldonado se portó mui mal entonces con el gran dominico, i llegó hasta insultarlo personalmente. ¡I las Casas había sido su protector! El Lcdo. Alonso Maldonado gobernó probablemente desde 1549 hasta mediados del año 1558. El Lcdo. Juan López de Cepeda fue nombrado Juez visitador de Santo Domingo el 19 de mayo de 1557, i comenzó a residenciar a Maldonado el 23 de noviembre de 1558. Durante el gobierno de Maldonado, en el año de 1552, se fundó el Convento de monjas de Santa Clara. Eran patrones de él los Pimenteles. I cuatro años más tarde, en 1556, pidieron permiso al rei para fundar el convento de Regina Angelorum, también de monjas, los Sres. Diego de Guzmán, Salvador Caballero, Juan de Peña, Fernández, i Don Cristóbal Colón i Toledo. Ese convento fue fundado en 1562, en unas casas principales que había dejado para ello, junto con otros bienes, una viuda rica de esta ciudad llamada María de Arana. La iglesia de Regina debe haber sido edificada en ese tiempo. El monasterio fue siempre pobre, i en 20 de abril de 1582 era superiora, i en 6 de mayo de 1583, priora de él Leonor de Ovando, la primera poetisa de Santo Domingo i de América. No es difícil que viviera en 1586, i que fuera de las que tuvieron que salir huyendo de esta ciudad cuando la invasión i toma de ella por Drake. En la noche del 24 de junio de 1557 murió en la Fuerza de esta ciudad, en donde servía interinamente la alcaidía de esa fortaleza, el cronista e historiador de las Indias Gonzalo Fernández de Oviedo. Maldonado comprobó el fallecimiento, i nombró a Hernando de Hoyos para que sirviese interinamente la alcaidía de esa fortaleza hasta que fuese mayor de 22 años Rodrigo de las Bastidas, (yerno de Oviedo) a quien el rei se la había concedido en 10 de mayo de 1554. Juan López Cepeda gobernó hasta fines de 1560, en que fue residenciado por el Lcdo. Echagoyan, según mandato de la Real Cédula de octubre de dicho año. No sé si el Lcdo. Echagoyan gobernó algún tiempo, probablemente durante la residencia, ni quien fue el que ejerció el mando hasta la llegada del Lcdo. Diego de Vera en 1567. En la cédula de octubre de 1560 se dice que el Lcdo. Grageda venía a ocupar el puesto de Cepeda, pero no se sabe si era el puesto de Presidente de la Audiencia o el de oidor. Echagoyan dicen (en 1567 o 1568) que cuando gobernaba Diego de Vera, era oidor Grageda junto con Casares i Ortegón. Don Alonso de Fuenmayor, primer arzobispo de Santo Domingo, nombrado en el año de 1548, murió en esta ciudad a fines de 1554 o a principios de 1555. Se dice que en su lugar nombraron a Diego de Covarrubias, que no llegó a ser Arzobispo de Santo Domingo. Don Juan de Salcedo fue electo para ese cargo; pero no llegó con vida a Santo Domingo, pues murió en la Dominica en el último trimestre de 1564. Su sucesor en el Arzobispado, Frai Juan de Arriola, o Arcola a quien se concedió el palio en 1566, murió antes de venir a Santo Domingo. 162 emiliano tejera | antología El Lcdo. Diego de Vera gobernó desde mayo de 1567 hasta agosto de 1568, en que se fue a Panamá, como presidente de esa Audiencia. El Doctor Don Antonio de Mexia tomó residencia a D. Diego de Vera, i gobernó desde agosto de 1568 hasta el año de 1572. El Lcdo. Don Francisco de Vera parece gobernó desde 1572 hasta mediados de 1576. El Doctor Don Gregorio González de Cuenca gobernó, como Presidente de la Audiencia, desde mediados de 1576 hasta su muerte en esta ciudad a principios de 1581. En el gobierno de Cuenca sucedió una cosa que parecía mui extraña de aquellos tiempos. El rei de España, en 25 de mayo de 1577, ordenó a la Audiencia de Santo Domingo “haga observación i averiguación de la ora a que avrá dos eclipses de la luna en los meses de septiembre deste año i el que viene, i la envíe al Gno”. Las observaciones fueron hechas en esta ciudad por Don Luis de Morales el 24 de septiembre, i parece que fueron mui bien aceptadas, pues el Sr. Don Juan López de Velasco, cosmógrafo i cronista mayor de las Indias, le escribió a Morales, de Madrid, el 8 de diciembre de 1578, felicitándolo por dicho trabajo. El Cabildo Ecco, de Santo Domingo, en carta a su Majestad, fechada el 11 de mayo de 1577, decía: El arzobispo, unos días antes que muriese, hiço una disposición de sus biens, y mandó quince mil ps. a esta santa yglesia para el edificio del sagrario questá començado, e instituyó para su ánima una capellanía, que dotó suficientemente, y Vra. Audiencia Real a secretado todos sus bienes, y los va vendiendo por su mandado, de suerte que nada se ha cumplido... Supongo que el Prelado que murió entonces fue frai Andrés Carvajal, i que la Audiencia presidida por Cuenca sería la que llevó a cabo el secuestro. Pero también en tiempo de Cuenca murió otro arzobispo cuyo nombre ignoro. Los Capitulares Eccos, de esta ciudad, en carta a S. M. fecha 8 de marzo de 1579, decían: el obispo desta ciudad después que la md. le hizo V M. hasta oy, que creemos que serán pocos sus dias, por estar con una grave e sensible enfermedad de perlessía,. a dado lo mas y mejor deste obispado a los frayles de Sancto Dgo., de adonde a resultado que V. M. no ha podido, ni puede, proveer en clérigos, que los mas son lenguas, hijos patrimoniales desta yglesia, mas que quarenta beneffos, i estos tales tan pobres que son en tierra fragosa y enferma…” El Arzobispo siempre murió, pues en carta de 12 de abril de 1579, decían los mismos a S. M.: … aora que por falta de prelado está a nrto. cargo la administracion deste arzobispado... Esta ysla se ha ido gastando y consumiendo de treynta o cuarenta años a esta parte; pero ha ido poco a poco entreteniéndose hasta que abrá como tres años que alargando el paso, i caminando como por la posta, hacia sus daños, ha oy llegado a lo último de toda miseria… no valen ya diez ducados a los que pocos años ha bastaba uno, especialmente después qe gobierna el doctor quenca, presidente desta Audiencia, el que demas del gran daño que hizo a esta ysla con la mudanza desta moneda, con la qual se había antes con menos incomodidad, ha hecho y dexado hacer, otras muchas cosas, con qué nos ha traydo al término donde se ha dicho... (Cuenca cambió moneda mala por moneda buena, i esto encareció las cosas). El 7 de julio de 1576, celebró Sínodo Diocesano el Arzobispo frai Andrés de Carvajal, que, según parece, gobernaba la iglesia dominicana desde el año de 1571, i que la gobernó hasta el año de 1577 en que murió. Con motivo de ese Sínodo, menciona el que había celebrado su predecesor, el arzobispo D. Alonso de Fuenmayor. 163 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Parece que entre éste i Carvajal no hubo ningún arzobispo que residiese en Santo Domingo, pues frai Andrés dice que cuando él llegó a esta ciudad hacía diez i ocho años que no había Prelado que ejerciese tal cargo. El arzobispo Alonso López de Ávila dice que las vacantes entre Fuenmayor i Carvajal fueron de diez i seis años. Del 78 a principios del 79 hubo un prelado cuyo nombre ignoro; pero en 12 de abril del 79 i en el 80 no lo había. A fines de 1581 había prelado; i lo era D. Alonso López de Ávila, el cual duró hasta el año de 1591. En 19 de enero de ese año le decía al rei... con estas yncomodidades y muchas probeza he servido a V. M. diez años... si pareciere que basta tan largo destierro, y en tan mala tierra, suplico a V. M. sea servido de mandarme alçar… Frai Nicolás Ramos le sucedió en el arzobispado en 1593 ó 1594 hasta el 1599 o poco antes. Frai Agustín Dávila Padilla era arzobispo en 1600 i tal vez a fines de 1599, i murió en 1604, combatido en sus últimos días por el sanguinario Antonio Osorio i sus amigos. Pero noto que he mencionado todos los prelados que hubo en Santo Domingo en el siglo XVI, con excepción de los dos primeros, que lo fueron: el obispo García de Padilla, que erigió la catedral en Burgos el 26 de septiembre de 1512, aunque no llegó a venir a Santo Domingo, i el Doctor Alejandro Geraldino, nombrado a mediados de 1516, i que llegó a Santo Domingo en 1520, gobernando la iglesia hasta el 8 de marzo de 1524, en que murió. El Lcdo. Arçeo, parece que gobernó interinamente desde el año 1581 hasta mediados de 1583. Durante su gobierno ocurrió el alzamiento de la galera Capitana, en el Cabo del Engaño, i el asesinato del jefe de las galeras, Rui Gómez de Mendoza. Don Diego Osorio, Capitán de la galera Santiago, que se había encallado i perdido entre la Isabela i Puerto de Plata, pudo al fin apoderarse de la Capitana. El Lcdo. D. Cristóbal de Ovalle parece que gobernó desde mediados de 1583 hasta mediados del año 1587, en que murió en esta ciudad. En su tiempo, en enero de 1586, ocurrió la invasión de Drake, i la ocupación i saqueo por éste de la ciudad de Santo Domingo. Los daños que causó el saqueo e incendio parcial de la ciudad de Santo Domingo fueron mayores de lo que la tradición decía. La catedral la convirtieron en lonja, cárcel i cuartel, i cuando apeaban las campanas, para llevárselas, una de ellas cayó sobre el techo de la sacristía, que era de bóveda, i rompió una parte de él, que se hizo después de vigas i ladrillos, i hoi es de concreto. El campanario estaba entonces pegado de la sacristía i enfrente de la Fuerza. Parece que el Lcdo. Aliaga sucedió interinamente a Ovalle. Estaba ya en el mando el 20 de junio de 1587. En 23 de noviembre de 1588 el Rei, al enviar a Santo Domingo al maestro de campo Juan de Tejeda, le decía en la instrucción que le dio: I daréis hórden en que se cerque la dha ciudad de Sancto Domingo; por la parte de la ciudad se hará un castillejo, como os pareciere mejor, como está dicho, y la çerca será con una trinchera de tapias gruesas, del altura que os pareciere y con sus baluartes, como está designado en la traza, metiendo dentro de la cerca el cerro e padrasto de Santa Bárbara. Ese saque la tierra para las tapias de la parte de afuera de la cerca, para que se haga foso. No consta que dicho maestre de campo Don Juan de Tejeda tuviese el cargo de Gobernador i Capitán General; pero es probable que se le diese la gobernación, pues Aliaga era interino i había ocurrido el saqueo de Drake cerca de tres años antes. En 22 de abril de 1591 era ya Presidente de la Audiencia i Gobernador i Capitán General Don Lope de Vega Portocarrero. Puede que lo fuera un año antes. 164 emiliano tejera | antología Don Diego de Osorio fue el sucesor de Lope de Vega. Fue nombrado Presidente de la Audiencia i Gobernador i Capitán General en 16 de marzo de 1597 i ejerció estos cargos hasta mediados de 1601 en que murió en esta ciudad. Desde el tiempo de Cepeda hasta Lope de Vega Portocarrero hubo siempre luchas i disensiones entre el Presidente de la Audiencia i algunos oidores. Para concertarlos enviaba el Rei a veces Visitadores. Lo fueron el Lcdo. Rivero en junio de 1580 i el Lcdo. Villagra en julio de 1594. El arzobispo D. Agustín de Ávila i Padilla, en 20 de noviembre de 1601, decía al Rei con motivo de los rescates: El segundo remedio es conceder V. M. a los puertos de aquella banda (los del norte de la Española) el comercio libre, como lo tienen en San Lucar y en Canaria las naciones extrangeras: esto era lo más fácil, aunque es muy desabrido para dos mercaderes de Sevilla, que son solos los que de toda ella cargan para esta ysla; i otras veces que se ha tratado desto hicieron que el consulado de Sevilla lo contradijese, y prevaleció el interés de dos hombres contra el bien del reyno. El sabio parecer del arzobispo de Santo Domingo se lo llevó el viento. Si hubiera sido atendido, como lo merecía, Santo Domingo se habría salvado económicamente; i si se hubiese concedido el comercio libre a toda la isla i al resto de la América, el mundo de Colón se habría engrandecido de tal modo que habría sobrepujado los sueños de los más optimistas de sus hijos. Si España en ese tiempo hubiera concedido a las naciones del Nuevo Mundo dos de sus derechos imprescriptibles: el del comercio sin trabas i el de gobernarse a sí mismas ¡qué distinta sería hace siglos la situación de España i la de sus colonias! El desconocimiento de esos dos derechos produjo la decadencia de España i el triste vivir por siglos de los pueblos de raza iberoamericana. Si España hubiera reconocido esos dos derechos naturales, hace siglos que sería la más grande i próspera nación del mundo. No habría habido ruptura violenta entre ella i las comarcas de la América hispana, ligadas por el amor, no por la fuerza, i el mundo de Colón sería ya lo que debe ser en lo futuro: la tierra del derecho, en donde todos los hombres, sea cual fuere su raza, encuentran pan, libertad i justicia. Gobernadores del siglo XVII Con ayuda de los documentos copiados en los archivos de España por el Sor. Américo Lugo; los datos suministrados por los archivos parroquiales de la Catedral de Santo Domingo, i lo que dicen ciertos documentos de archivos particulares, puede hacerse ya una nota menos incompleta i menos errada de los individuos que han gobernado la colonia española de Santo Domingo. Aún habrá errores en esta lista, i no faltarán omisiones; pero serán menos numerosas que en años atrás, cuando acometió, la titánica labor de escribir la historia antigua de Santo Domingo, nuestro nunca, en esta parte, bien alabado amigo D. José Gabriel García. Doi a continuación la nota de gobernantes en el siglo 17. Al principiar el siglo XVII gobernaba la Española D. Diego Osorio, el amigo de Simón de Bolívar, que de esta isla fue a Contador a Venezuela. El 16 de marzo de 1597 fue nombrado Capitán General de la colonia, i lo fue hasta mediados de 1601, en que murió en esta ciudad. Fue un buen gobernador, i el rei concedió una suma a su hija Leonor, para que retirase a España, en premio de los treinta i cuatro años de servicio de su padre. Le sucedió en el mando uno de los gobernantes más sanguinarios i funestos que ha tenido la isla: el Licenciado D. Antonio Osorio, que ya gobernaba en 22 de febrero de 1602, i tal vez antes. Con Ovando i D. Félix de Zúñiga constituye este gobernante el trío 165 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA de gobernadores más funestos que ha tenido la colonia española. Fue ejecutor de la impolítica i desastrosa disposición de destruir la mayoría de las ciudades de la costa, para evitar los rescates, o sea el cambio de productos del país por objetos extranjeros. Parece que gobernó hasta principios del año de 1608. No sé si entre él i su antecesor hubo algún gobernador interino. D. Diego Gómez de Sandoval, gentil hombre de cámara de S. M., su capitán de hombres de armas de las guardias de Castilla, sucedió a D. Antonio Osorio, i de seguro gobernador en 19 de julio de 1608.– Fue un buen gobernante i estuvo en su puesto hasta fines del año 1623, en que murió pobre en esta ciudad. Según lo averiguó el Sor. Américo Lugo, durante su gobierno vivió dos o tres años en el convento de la Merced en esta ciudad, de 1615 a 1617 ó 1618 el famoso dramaturgo Tirso de Molina. El Sor Lugo ha copiado toda la parte relativa al convento e iglesia de la Merced de la obra manuscrita de Tirso, titulada: Historia de la orden de la Merced, existente en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid. Frai Gabriel Tellez narra allí su estada en esta ciudad, los milagros de la Virgen, cuando el terremoto de 1617, i la ceremonia de su adopción como Patrona de la isla. También habla Tirso de su estada en esta ciudad en su obra: Deleytar aprovechando, que fue impresa en 1635. Asimismo en los últimos años del gobierno de Sandoval, celebró Sínodo Provincial, en 1622, el maestro frai Pedro de Oviedo, Arzobispo de Santo Domingo. A él asistieron el maestro frai Gonzalo de Angulo, obispo de Venezuela; el Dr. D. Bernardo Balbuena, obispo de Puerto Rico; D. Agustín Fernández Pimentel, como Procurador del Obispo de Cuba; i Francisco Serrano i Bernal, como Procurador de la Abadía de Jamaica. Queda, pues, aclarado para mí, que el obispo de Puerto Rico, en 1622, se llamaba Bernardo, aunque sospecho que se llamase Diego Bernardo. En 8 de junio de 1628, se escribió desde Madrid a la Audiencia de Santo Domingo, que probea conforme dho, acerca del espolio de D. bernardo de bulbuena, difunto obispo que fue de puerto rico. En una certificación que, en fecha 25 de enero de 1623, los miembros del Sínodo dieron a favor del Lcdo. D. Diego de Albarado, cura de Santiago de los Caballeros, que fue el que tradujo del castellano al latín el texto de dicho Sínodo, el obispo de Puerto Rico firmaba: Dorberdo de barbua obispo de Puerto Rico. También durante el gobierno del Sr. Gómez Sandoval, en 30 de junio de 1610, celebró Sínodo Diocesano el maestro frai Cristóbal Rodríguez Suares, Arzobispo de Santo Domingo. El Sínodo del Arzobispo Oviedo fue mui celebrado; pero no dejaba de tener algo de exclusivismo. Prohibía i denegaba la promoción a las órdenes sagradas “a los ijos de españoles e indios, que son los que llaman mestizos”. El que los examinó en España dijo con razón “sigan las costumbres, y los mestizos puedan ser ordenados de orden sacra, como lo son en el Pirú i en la nueba España”. Sucedió a Sandoval D. Diego de Acuña, caballero de la orden de Alcántara, a quien en una nota anterior, llamé Domingo, por seguirme por un documento, errado en esta parte, de la Historia de Puerto Rico por Íñigo Abad. Acuña gobernaba seguramente en el año 1624. (Fue nombrado el 18 de noviembre de ese año). Tuvo choques con algunos oidores, i sólo gobernó hasta el año 1627, en que se fue de gobernador a Guatemala, i quedando en el mando interinamente D. Juan Martínez 166 emiliano tejera | antología Thenorio. Entre Sandobal i Acuña i a principios de 1624 gobernó interinamente, como oidor más antiguo, Don Juan Martínez Thenorio. Don Gabriel de Chávez Osorio, caballero de la Religión de San Juan, fue el sucesor de Acuña, i estaba en el mando el 13 de noviembre de 1627. Gobernó hasta el 2 de diciembre de 1634 en que murió casi repentinamente en esta ciudad de Santo Domingo. Fue el que hizo construir el castillo o fuerte de Santo Jerónimo, en una playa a tres kilómetros de esta ciudad, aunque no lo vio completamente terminado. El Doctor O. Alonso de Cereceda, como oidor más antiguo, sucedió a D. Gabriel Chávez. Ese Gobernador interino fue el que dispuso el desalojo de la isla de la Tortuga, encomendando el mando de la expedición al capitán Rui Fernández de Fuenmayor, natural de esta ciudad de Santo Domingo. Este llevó a cabo su encargo con gran rigor i daño de los ocupantes, en enero de 1635. Según parece, Cereceda gobernó hasta el año de 1636, en que le sucedió D. Juan Bitrian Biamonte i Navarra, caballero de la orden de Calatrava. Este fue nombrado el l°. de febrero de 1636, i parece gobernó hasta el año de 1645. En 18 de agosto de 1635 se expidió nombramiento de Gobernador i Capitán General de Santo Domingo a favor de D. Íñigo Hurtado de Conçuesa; pero parece que éste no llegó a tomar posesión de ese cargo. Don Nicolás de Velasco Altamirano, castellano de la Fuerza de San Juan de Ulúa sucedió a D. Juan Bitrian i Biamonte. Su nombramiento fue expedido el 2 de marzo de 1644, pero no tomó posesión hasta 1645, i estuvo gobernando hasta marzo de 1649, en que murió en esta ciudad. Le sucedió el Lcdo. D. Juan Melgarejo, Ponce de León, como oidor más antiguo. En 6 de agosto de 1650 escribía el rei a “D. Luis Fernández de Córdoba, de la orden de Santiago, mi Gov. y Cap. General de la ciudad de Santo Domingo, y Pte de mi Aud della”. I aún por una declaración que se hizo en 1650 se comprende que ejercía funciones de Presidente de la Audiencia en una fecha anterior al 17 de julio de dicho año. Después he visto que el Presidente D. Luis Fernández de Córdoba murió en esta ciudad, en 16 de marzo de 1651; que debió sucederle el Lcdo. Pedro Luis Salazar, como oidor más antiguo; pero éste murió el 19 de dicho mes, por lo que vino a gobernar, en 28 de abril, el Lcdo. D. Francisco Pantoja de Ayala, que era el que seguía en antigüedad a Salazar. Se ve que Fernández i Córdoba gobernó mui poco tiempo, pues el 10 de agosto de 1651, gobernaba ya, como oidor más antiguo, D. Francisco Pantoja de Ayala (Título de Capitán, publicado en Ateneo de abril de 1911). Es seguro que el general D. Luis Fernández de Córdoba tomó posesión de su empleo de Gobernador i Capitán General, pues consta en documento fidedigno que nombró unas compañías de nativos del país para la custodia de la frontera francesa, las cuales, habiendo sido suprimidas por el Capitán General D. Juan Balboa i Mogrobejo, permitieran el ataque i toma de Santiago de los Caballeros por De Lisle, el 30 de marzo de 1660. Las compañías fueron restablecidas poco después de dicha toma. En 18 de septiembre de 1651, el rei escribió al “Maestre de Campo D. Andrés Pérez Franco, mi Gov. y Cap. General de la isla de Santo Domingo y Pres. de mi Audiencia”. Pero parece que D. Andrés Pérez Franco no tomó posesión del cargo en ese tiempo; pues 18 de enero de 1652 gobernaba aún D. Francisco Pantoja, según carta que escribió a la corte en esa fecha. En 23 de marzo de 1652 llegó a Santo Domingo, a ocupar su puesto, D. Andrés Pérez 167 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Franco, i lo ocupó el resto de ese año, i parte del año 1653, pues el 7 de enero de este último año expidió el título de Contador que publiqué en Ateneo, en mayo de 1911. Partiendo de una afirmación de Charlevoix supuse que Don Andrés Pérez Franco fue el Capitán General que según dicho autor, fue decapitado en Sevilla. Mi suposición es completamente infundada. D. Andrés Pérez Franco murió en esta ciudad, de Capitán General, el 18 de agosto de 1653, cuando se esforzaba en hacer los preparativos necesarios, a fin de efectuar el desalojo de la Tortuga. Cuando murió Pérez Franco, el rei le había aceptado ya su renuncia, a causa de su mucha edad i falta de vista; pero esto no lo llegó a saber Pérez Franco, por haber muerto antes de llegar a su poder la carta del rei. En agosto de dicho año (1653) gobernaba la isla, como oidor más antiguo, el Doctor D. Juan Francisco Montemayor de Cuenca, (de 29 años de edad) i gobernó hasta el 10 de abril de 1655, en que se hizo cargo de la Capitanía General, D. Bernardino de Meneses Bracamonte i Zapata, Conde de Peñalba. Montemayor de Cuenca envió siempre una expedición a la Tortuga, i esta isla fue ocupada de nuevo por los españoles. El conde de Peñalba había sido nombrado Capitán General de la colonia en 30 de diciembre de 1653; pero no llegó a la ciudad de Santo Domingo sino el día 8 de abril de 1655, después de un largo viaje. A él le cupo la gloria, auxiliado por tropas que trajo i sobre todo por los hijos del país, de rechazar la formidable expedición de Penn i Venables, que en 23 de abril de 1655 ocupó la boca del río Jaina i sus inmediaciones, i estuvo dos veces frente a las murallas. El rei de España dispuso en 14 de diciembre de 1655 que todos los años se celebrase una fiesta solemne el día 14 de mayo, por ser ese día en el que se retiraron los ingleses de Santo Domingo, para ir a atacar i a ocupar a Jamaica. Se asegura que el Conde de Peñalba fue el que hizo construir el fuerte i la Puerta del Conde, aunque probablemente no vio terminado ese trabajo en su gobernación. El Conde de Peñalba duró poco en el mando: algo más de un año. Lo reemplazó el 18 de mayo de 1656 el Sr. O. Félix de Zúñiga i Abellaneda. Conde del Sacro Imperio, el cual resultó mui mal gobernante. El Conde de Peñalba fue nombrado Presidente de las Charcas, i salió de esta ciudad para Cartagena poco después de haber dejado el mando. Don Félix de Zúñiga gobernó hasta la primera quincena de agosto de 1659. Mandó hacer unas trincheras en el camino de Jaina, i tal vez para dificultar nuevas invasiones, el fuerte que hubo cerca de la boca del río de ese nombre. Zúñiga fue reemplazado por el Maestre de Campo, Don Juan de Balboa i Mogrobejo, caballero de la orden de Santiago, el cual acababa de dejar el mando de la plaza de Gibraltar. No resultó tampoco buen gobernante. Fue nombrado el 15 de diciembre de 1658, i tomó posesión en agosto de 1659. En su tiempo ocurrió la toma de Santiago de los Caballeros por los filibusteros franceses, capitaneados por de Lisle. Fue nombrado Presidente de Chile, pero parece que nunca llegó a ocupar ese puesto. Acerca de esa invasión i toma de Santiago por de Lisle hai varios errores, sobre todo en los historiadores franceses. Algunos de ellos suponen dos invasiones, i las fijan en los años de 1659 i 1667. No hubo más que una en ese tiempo: la de 1660, cuando gobernaba Balboa i Mogrobejo. Un documento de la residencia tomada a ese Capitán General dice que la ocupación de Santiago fue el domingo de resurrección de 1660. El arzobispo Fernández Navarrete, en una Relación al rei, dice que fue el 30 de marzo de 1660. No hai gran diferencia entre las dos aserciones, pues la Pascua de resurrección en ese año fue el 29 de marzo. 168 emiliano tejera | antología El Maestre de Campo Don Pedro Carvajal i Cobos sucedió en agosto de 1661 a Balboa i Mogrobejo, i gobernó hasta el año de 1669, o principios de 1670. Fue un buen gobernante. Lo reemplazó el Maestre de Campo D. Ignacio de Zayas Bazán. Don Ignacio de Zayas Bazán gobernó probablemente desde fines de 1669, o principios del 70, hasta su muerte, que ocurrió en esta ciudad el 15 de julio de 1677. Le sucedió en el gobierno de la isla, como oidor más antiguo, el Doctor D. Juan de Padilla Guardiola i Guzmán, el cual estuvo gobernando hasta principios del segundo semestre de 1678 (en 14 agosto gobernaba), en que se hizo cargo de la capitanía General el Maestre de Campo D. Francisco de Segura Sandoval i Castilla. Este gobernante estuvo en su cargo hasta el 12 de junio de 1684, que lo reemplazó, interinamente, i después definitivamente, D. Andrés Robles, nombrado General de artillería en 1685 (julio). Don Andrés Robles gobernó hasta el año de 1690, en que lo reemplazó el Almirante real D. Ignacio Pérez Caro. D. Andrés Robles combatió mucho a los franceses. En julio de 1690 invadió la colonia española el Gobernador de la francesa, Mr. de Cussy, i tomó i saqueó a Santiago de los Caballeros, retirándose días después. Los españoles, i entre ellos casi todos los habitantes de Santiago, invadieron a su vez la colonia francesa, i el 21 de enero de 1691, (día de la Altagracia) mandados por D. Francisco de Segura Sandoval i Castilla; derrotaron completamente a los franceses en Sabana Real o de la Limonade, matando al Gobernador Cussy, al Tte. Gobernador Franquesnay i multitud de oficiales i soldados. En 1695, acompañados por los ingleses, invadieron de nuevo los españoles la colonia francesa, bajo el mando del Tte. de maestre de campo D. Jil Correoso Catalán, i la asolaron. Don Ignacio Pérez Caro gobernó el año de 1696, i le sucedió en junio de 1698, el Maestre de Campo Don Severino Manzaneda i Salinas. Este gobernó hasta poco antes de su muerte, ocurrida en esta ciudad el 5 de agosto de 1702. Había sido nombrado para gobernador de Cartagena; pero murió en víspera de salir a ocupar su puesto, i le sustituyó aquí en el mando, interinamente, Don Juan Barranco. Se ha dicho que el Teniente de Maestre de Campo, Don Jil Correoso Catalán, gobernó interinamente en 1691; pero hasta ahora nada he encontrado que justifique ese aserto, aunque sí, he hallado, que el Señor Jil Correoso Catalán gobernó interinamente entre Caro i Manzaneda, es decir, desde mediados de 1696 hasta que llegó a esta ciudad, procedente de La Habana, en donde era gobernador, D. Severino Manzaneda i Salinas, lo cual fue en junio de 1698. (De Gobernadores de la Isla de Santo Domingo. Boletín del Archivo Gral. de la Nación). El artículo 4o. del Tratado de 1874 “Las Altas Partes Contratantes se comprometen formalmente a establecer de la manera más conforme a la equidad i a los intereses recíprocos de los dos pueblos las líneas fronterizas que separan sus posesiones actuales. Esta necesidad será objeto de un Tratado especial, i para este efecto ambos Gobiernos nombrarán sus Comisarios lo más pronto posible”.8 Tal es el texto exacto del artículo 4o. del Tratado de 9 de noviembre de 1874, tal como lo aprobaron las Cámaras de los dos países; i se dice, tal como lo aprobaron las Cámaras de los dos países porque si se ha de dar fe a las actas de las Conferencias, suscritas por los Plenipotenciarios que 8 Véase Documento n.o 23. 169 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA convinieron el Tratado, el artículo 4o. tiene una modificación trascendental, que no se sabe cuándo, ni por quién fue hecha; pues el texto convenido no decía: las líneas fronterizas que separan sus posesiones actuales; sino las líneas fronterizas que los separan (a los dos pueblos).9 Al examinar el texto vigente se nota desde luego que todas las palabras que lo constituyen tienen un sentido claro, preciso i determinado, con excepción de una sola: la palabra posesiones, que se presta a interpretaciones diferentes, no pudiendo saberse cuál es la verdadera i exacta sino por el estudio detenido del resto del artículo. No cabe duda alguna que este es un compromiso formal, contraído por los dos Gobiernos, de establecer en el más breve plazo posible las líneas fronterizas entre los dos Estados, i felizmente está convenida i determinada con toda claridad la manera con que debe efectuarse el trazado de esas líneas: éste debe ser, según el dicho artículo 4o., de la manera más conforme a la equidad i a los intereses recíprocos de los dos pueblos. ¿Se deberán trazar dichas líneas fronterizas por el límite de los puntos que Haití ocupaba en noviembre de 1874, o sea por sus posesiones en esa fecha? Evidentemente no. Se faltaría con ello a la equidad, i no se tendrían en cuenta los intereses de los dos pueblos, sino el de uno solo: el de Haití, i esto aparentemente; porque no se puede ser en realidad conveniente a ningún pueblo nada que sea injusto i atentatorio al derecho de otro pueblo. Se faltaría a la equidad, –pues un trazado conforme a la equidad es un trazado conforme a derecho–, porque la República Dominicana tiene i ha tenido siempre como suyo, todo el territorio que pertenecía a la antigua parte española, i siendo suyo, como lo es en derecho desde 1855, no sería jamás equitativo que se le despojase de él, contra su voluntad, i sin compensación de ninguna clase, para concedérselo a Haití, que no lo ha poseído sino por violación de la equidad i del derecho. De manera que el trazado por el punto indicado –las posesiones de 1874– sólo sería equitativo en el caso de que Haití fuese el legítimo soberano del territorio en cuestión, i no la República Dominicana, como se ha demostrado anteriormente. La equidad en este último caso exige que se tracen las líneas fronterizas por los límites de Aranjuez. No sería tampoco conforme a los intereses recíprocos de los dos pueblos; porque si a Haití le conviene acrecentar su territorio con los cinco mil i pico de kilómetros cuadrados que mide el territorio en cuestión, a la República Dominicana le conviene igualmente no disminuir el suyo, sobre todo en tan gran cantidad, máxime cuando con él perdería para siempre una población no pequeña de origen español, que vendría a confundirse i desaparecer en la haitiana, i también quedarían inseguros o perdidos los derechos de propiedad del suelo, que casi todo pertenece a dominicanos, i del cual han dispuesto durante la ocupación el Gobierno o las autoridades locales de Haití. De manera que las posesiones actuales, de que habla el artículo 4o., no son las posesiones que Haití ocupaba en 1874; porque tirando la línea por ellas se faltaría a la equidad, que es una de las condiciones indispensables que deben observarse en el trazado de dichas líneas. Las posesiones actuales, en ese caso, deberían ser las posesiones actuales en derecho, o sean las de Aranjuez, porque sólo ellas satisfacen la equidad, condición indicada como precisa en el artículo 4o. del Tratado de 1874. Pero trazando las líneas fronterizas por la línea de equidad no se observa sino una sola condición de las dos convenidas en el Tratado; falta llenar la otra: que el trazado sea conforme con lo que exijan los intereses recíprocos de los dos pueblos. Los puntos por donde esto deba Véase Documento n.o 19. 9 170 emiliano tejera | antología hacerse no están en realidad determinados en el artículo 4o.; pues debían ser resultado de un convenio posterior, i para eso es que debían nombrarse los Comisarios que indica dicho artículo. Así es que en último resultado, la línea fronteriza definitiva debía ser convertida i determinada por Comisarios competentes, i debidamente autorizados, de uno i otro país, i con sujeción a las dos condiciones convenidas de antemano, i que para Santo Domingo, al menos, debían llevarlo obligatoriamente a la convocación de un Plebiscito. Esa manera de entender el artículo 4o. debió ser la del Presidente de la República Dominicana, de 1874 a 1876; porque ni en sus proclamas, ni en sus mensajes al Congreso, ni en ningún otro documento oficial suyo, de los que han visto la luz pública, se encuentra la menor indicación de que hubiera cedido, ni tenido la intención de ceder a Haití la más pequeña parte del territorio de la República Dominicana; cosa que a decir verdad, ni a él, ni a nadie en la República le era posible hacer, sin que ipso facto resultara nulo el convenio en que tal estipulación se consignase, a menos que se hubiese obtenido antes la autorización del pueblo soberano, único que tiene poder para determinar la cesión de cualquiera parte del territorio nacional. Empero, en este punto no hai oscuridad alguna: las instrucciones del Gobierno a los Plenipotenciarios dominicanos son claras i terminantes, i en ellas se les ordena que, en la cuestión límites, nada convengan que sea contrario a lo que prescribe el Pacto fundamental dominicano, que para el caso fue declarado vigente por el Jefe Supremo de la nación.10 Esa manera de entender el artículo 4o., debió ser también la del Gobierno dominicano de fines de 1876, i la de todos los Gobiernos i Congresos que se sucedieron desde octubre del mismo año hasta el de 1883; pues habiendo determinado el Poder Legislativo de Haití, en la lei de 9 de octubre de 1876 la anulación de todos los actos del Presidente Domingue, entre los cuales estaba incluido el Tratado dominico-haitiano de 1874, no aceptaron ansiosamente dicha anulación, en lo que concernía al Tratado antedicho, como lo hubieran podido hacer si lo hubieran creído perjudicial a sus intereses, pues así se libraban sin trabajo alguno, de un compromiso que les hacía perder una extensión de territorio considerable. Lejos de eso, Gobiernos i Congresos se esforzaron a porfía en sostener la vigencia del Tratado, e insistieron en pedir a Haití el reconocimiento de esa vigencia. ¿Qué demuestra semejante proceder? Que en Santo Domingo no creían que ese artículo perjudicaba en nada sus derechos territoriales; porque a haberlo creído así, hubieran aceptado con placer la anulación del Tratado, hecha por el mismo Haití, i que habría sido perfecta con su consentimiento. Al contrario, creían que el artículo 4o., sólo era un compromiso de establecer la línea fronteriza por donde lo exigieran la equidad i los intereses recíprocos de los dos pueblos, i en ello no veían perjuicio alguno, sino un medio aceptable de hacer un arreglo necesario i beneficioso para ambos países. Esa manera de entender el artículo 4o., fue siempre la del pueblo dominicano, i de ello dan testimonio los escritos de sus poetas, oradores, periodistas, historiadores, publicistas i de cuantos han tenido voz pública en el país. Para todos ellos el territorio patrio es siempre el antiguo territorio español; i la ocupación de parte de él por un pueblo extraño ha enardecido unas veces la fibra patriótica, produciendo quejas amargas o apóstrofes sentidos, i otras ha llevado a facilitar un avenimiento, en el que resulten hermanadas la justicia i la conveniencia recíproca de las dos naciones que se dividen el dominio de la isla. Esa manera de entender el artículo 4o., fue también la de la Convención Nacional dominicana que aprobó el Tratado de 1874. Uno de sus miembros, inspirado por el patriotismo, 10 Véase Documento n.o 18. 171 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA comprendió los peligros que entrañaba la redacción de ese artículo, i se esforzó en modificarlo, ayudado en su empresa por algunos de sus dignos colegas. La mayoría de la Convención encontró imaginarios los temores de aquel diputado, i no convino en la modificación propuesta; pero en los largos i acalorados debates que esto produjo, varios diputados declararon que no entendían que “por el artículo 4o., se comprometiese para nada a la República en la cuestión límites, ni se cediese la más pequeña parte del territorio”, i otros manifestaron “que estaban en la inteligencia de que los límites debía fijarlos la Comisión que al efecto se nombrase”. Al fin la Convención Nacional en masa, con excepción de sólo dos diputados, i momentos antes de aprobar el Tratado, hizo la declaración siguiente: l°. Que al votar el artículo 4o., del Tratado domínico-haitiano no ha creído votar sobre el fondo de la cuestión límites. 2o. Que ella cree que en ese punto nada puede haber definitivo, hasta tanto los gobiernos haitiano i dominicano no se hayan entendido por el medio señalado en el artículo 4o.,: un Tratado especial negociado por Comisarios nombrados recíprocamente. 3o. Que también cree, i así lo declara: que el statu quo establecido en el indicado artículo no expresa, ni implica ninguna clase de derechos definitivos, por parte de Haití, sobre las posesiones fronterizas que actualmente ocupa; si bien esto tampoco cierra la vía, por parte de la República Dominicana a un avenimiento equitativo. El diputado Cestero, autor de la anterior manifestación, significó que lo que con ella se proponía era que quedase explicado i bien definido un punto oscuro del Tratado en una Declaración solemne, que tendría fuerza de Lei en caso necesario, como la consulta de un cuerpo docente respecto de un punto de derecho.11 I nuevamente ratificó la Convención Nacional su manera de entender el artículo 4o., al determinar cuál era el territorio de la República, en la Constitución que decretó en 9 de marzo de 1875, menos de tres meses después de haberse aprobado el Tratado domínico-haitiano; pues no sólo volvióse a manifestar que habiéndose dejado pendiente la cuestión límites en el Tratado, para que una Comisión especial la zanjase, debía dejarse el camino expedito a esta comisión para que pudiese hacer la demarcación exigida por las circunstancias; sino que al declarar cuál era el territorio de la República Dominicana, se redactó el artículo 2o. en los términos siguientes: El territorio de la República comprende todo lo que antes se llamaba Parte española de la isla de Santo Domingo i sus islas adyacentes. Un tratado especial determinará sus límites por la parte de Haití. Es decir, que el territorio de la República Dominicana era el mismo que le correspondía en derecho desde el año 1855; esto es, toda la Parte antes española; pero que se admitía la posibilidad de su modificación por la parte que tocaba a Haití, en virtud del Tratado especial que se celebrase, a consecuencia de lo convenido en el artículo 4o., del Tratado de 1874, i previa, sin duda, la autorización necesaria del pueblo soberano para llevar a cabo enajenaciones posibles de territorio.12 I en vista de esto ¿qué nombre tendría la conducta de la Convención Nacional dominicana, si habiendo aprobado tres meses antes la cesión del territorio fronterizo a Haití, al decretar la Constitución que debían observar i defender todos los dominicanos, incluía de nuevo el territorio cedido en el perteneciente a la Nación? ¿I cómo se denominaría el juramento que prestó días después, el Presidente de la República, de defender los derechos del pueblo dominicano, si uno de los más principales, el de la integridad del territorio, tal como lo demarcaba la Constitución, no podía cumplirlo, por haber cedido él mismo, según lo sostiene ahora Haití, no pequeña parte del territorio que se obligaba a defender? 11 Véanse Documentos n.o 21 i 22. Véanse Documentos n.o 24 i 25. 12 172 emiliano tejera | antología I esa misma manera de entender el artículo 4o. debió tener el Gobierno haitiano de esa época, el General Domingue, el mismo que celebró el Tratado de 1874, pues no pudiendo ignorar los términos en que se había redactado en la Constitución de 1875 el artículo relativo al territorio, no hizo observación, ni reclamación alguna sobre ello al Gobierno dominicano, con el cual estaba en relaciones mui cordiales, ni protestó tampoco contra lo expresado en ese artículo, contrario en todo a los derechos soberanos de Haití, si era exacto que se le hubiese reconocido como suyo el territorio que ocupaba en 1874. Igual cosa, i por la misma razón, puede decirse de los Gobiernos haitianos subsiguientes hasta el de 1883. ¿No indica semejante proceder que lo que se había convenido no era la cesión de parte alguna del territorio en cuestión, sino el modo de arreglar más tarde esa dificultad, teniendo por norma para ello la equidad i los intereses recíprocos de los dos pueblos? Confirma esta manera de ver las cosas la misma redacción del artículo 4o. Si lo que en éste se hacía era una cesión graciosa a Haití de todo el territorio dominicano que ocupaba indebidamente ¿por qué no se expresó esto con claridad en dicho artículo? ¿Por qué no se dijo en estos u otros términos: “la República Dominicana cede para siempre a Haití todo el territorio de la antigua Parte española que Haití ocupa en la actualidad, i se compromete formalmente a trazar la línea fronteriza de conformidad con esta cesión”? ¿Para qué hablar de equidad, si se iba a faltar a la equidad? ¿Para qué de intereses de los dos pueblos, si el interés de uno solo era el que debía predominar? Si la voluntad de las dos partes contratantes estaba de acuerdo en realizar la cesión ¿por qué no se llamaban las cosas por su nombre? ¿A quién se pretendía engañar? ¿Era a Haití? ¿Era a Santo Domingo? Nada de esto es probable, ni parece posible. Hasta es absurdo suponerlo. Demasiado bien sabían los contratantes del Tratado que el pueblo dominicano, la única víctima en este caso, no había dado facultad a nadie para disponer de la más pequeña parte de su territorio, i que sin esa facultad, necesaria, indispensable, todo convenio que entrañase cesión de territorio era nulo ipso facto en derecho. Entonces ¿para qué esa tentativa absurda de cesión territorial? No. Los Señores Plenipotenciarios, fieles a su deber, i atentos a proporcionar a sus respectivos países el verdadero bien, el fundado en la justicia, convinieron en lo que tal vez debía convenirse: en que el trazado de los límites se hiciera más tarde por Comisarios, debidamente autorizados, sirviéndoles de regla la equidad i los intereses recíprocos de los dos pueblos. Prueba esto la comunicación dirigida por los Plenipotenciarios dominicanos al Ministro de Relaciones Exteriores, en fecha 28 de octubre de 1874, i el artículo 3o. del mismo Tratado de 9 de noviembre. Si en éste se convenía que ninguno de los dos Estados podía ceder la menor porción de su territorio ¿cómo en el artículo siguiente, el 4o., iba a hacerse por la República Dominicana cesión de territorio a Haití; esto es, lo mismo que acababan de convenir que no se hiciera, i lo que no podían hacer los comisionados dominicanos, por estarle prohibido, tanto para sus instrucciones, como por las leyes fundamentales de la nación, que obligaban a sus mismos poderdantes? No, no hubo cesión. Los Plenipotenciarios dominicanos lo dicen clara i terminantemente: ellos no convinieron sino en el statu quo, i el statu quo no es la cesión.13 Es igualmente asombroso que si la intención de los contratantes del Tratado fue convenir en la cesión territorial antedicha, no se hubieran establecido compensaciones de cualquier clase en favor del cedente de tantos i tan extensos territorios. Si Santo Domingo hubiera estado ocupado por las victoriosas huestes haitianas; si los cadáveres de sus indómitos hijos, esparcidos 13 Véanse Documentos n.os 20, 23 i 25. 173 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA por montes i llanuras, dijeran al mundo que el deber se había cumplido; si los escasos sobrevivientes a tal desastre olvidaran que clima, bosques, aire, suelo, todo lo dominicano, rechaza i combate con energía las imposiciones extranjeras; si el espíritu de Enriquillo cesara de flotar en la atmósfera, i los recuerdos heroicos de la madre patria i los de los fundadores i restauradores de la nacionalidad dominicana no tuvieran ya influencia en el apocado ánimo de los postreros degenerados dominicanos; si en ese estado de extrema decadencia se hubiera exigido como condición de paz, como único medio de salvación, ese desmembramiento del territorio, se concibe entonces que este se hubiera llevado a cabo contra toda justicia i sin compensaciones de ninguna clase; pero fuera de este caso, en plena virilidad de la nación, con ánimo i recursos para alegar i defender sus derechos, ceder en completa paz de hecho, i sin discusión de ningún género, territorio tan disputado, i cederlo sin compensación de ninguna especie, como quien echa de sus hombros carga pesada que le molesta, eso es cosa inexplicable, inconcebible, i sólo admitiendo la inexistencia de semejante cesión territorial es que vuelve el entendimiento a encontrar en los hechos ilación lógica, naturalidad i justicia. VI La interpretación haitiana Sostiene el Gobierno haitiano desde el año 1883, que siendo el uti possidetis la base convenida en el artículo 4o. del Tratado de 1874 para hacer el trazado definitivo de las líneas fronterizas entre los dos países, le corresponden en derecho todos los territorios que ocupaba en 1874, i que lo que falta por hacer es trazar la línea material que demarque exactamente dichas posesiones o territorios. Tal es en el fondo la interpretación haitiana del artículo en cuestión. ¿Tiene fundamento sólido después de todo lo que se ha dicho anteriormente? Una línea fronteriza no es sino la resultante de la determinación exacta de los territorios de dos o más países que se tocan, i para determinar i fijar esos territorios ha de haber una base convenida de antemano. La base convenida en el caso de que se trata es la que consigna el artículo 4o.: la equidad i los intereses recíprocos de los dos pueblos, i no la del uti possidetis, que ni está convenida en parte alguna, ni puede derivarse lógicamente del estudio imparcial i desinteresado del referido artículo 4o. Para que la interpretación haitiana sea exacta es preciso, o mutilar el artículo 4o., o cambiar la base convenida para el trazado de las líneas fronterizas. Ambas cosas hace la interpretación haitiana. Mutila el artículo 4o., porque suprime de él la condición o base convenida para el trazado de las líneas fronterizas, que debe ser así: de la manera más conforme a la equidad i a los intereses recíprocos de los dos pueblos. En efecto, Haití raciocina i establece sus derechos como si el artículo 4o., dijera solamente: Las Altas Partes contratantes se comprometen formalmente a establecer las líneas fronterizas que separan sus posesiones actuales. ¿I la manera cómo deben establecerse esas líneas? De eso hace caso omiso.– Es como si no se hubiera convenido nunca; como si las palabras no estuvieran golpeándole, para recordarle que existen i tienen un sentido modificador profundo. No advierte que si las líneas fronterizas deben ajustarse a la equidad, i las posesiones actuales, las del 74, no son posesiones basadas en la equidad, esas no son ni pueden ser las posesiones por las cuales debe trazarse la línea definitiva, sino que hai que ir a buscar entonces las posesiones o territorios que se conformen con la equidad, i estos no pueden ser sino las posesiones o territorios que en derecho pertenezcan a las dos 174 emiliano tejera | antología partes. No advierte tampoco que si las líneas fronterizas han de acomodarse a lo que exijan los intereses recíprocos de los dos pueblos, entonces la misma línea de equidad no será en toda su extensión la línea fronteriza definitiva, sino en el caso de que reúna a la vez la condición de conveniencia; i si no la reúne, entonces la línea fronteriza definitiva deberá tirarse por donde convenga a los intereses de los dos pueblos, es decir, siguiendo lo más posible la línea de equidad; pero apartándose de ella en donde lo exijan los intereses de los dos pueblos; determinado ese interés en convenio especial, llevado a cabo por quienes legítimamente tengan poder i autorización para hacer semejante determinación. Cambia la base convenida para el trazado de la línea fronteriza, porque encontrando en el artículo 4o., las palabras posesiones actuales quiere hacerlas equivalentes de base de ocupación actual o sea del uti possidetis, lo que no es exacto en el presente caso. En efecto, para llevar a cabo el trazado de una línea fronteriza no se pueden establecer dos bases que no puedan acordarse, mucho menos si una de ellas es o puede ser contraria de la otra; porque entonces o la una o las dos pueden resultar anuladas, i el trazado es imposible. La base consignada en el artículo 4o., para el trazado de las líneas fronterizas es la equidad i la conveniencia recíproca de los dos pueblos, base convenida entre las partes i expresada clara i determinadamente, i a la cual hai por fuerza que ajustarse. Entonces si esta base es la convenida, i es la que debe aceptarse, no puede serlo la del uti possidetis, que pretende Haití, porque a más de no estar convenida, lo que es suficiente para que se la deseche, tiene el gran inconveniente de que es contraria a la base convenida; porque es contraria a la equidad. De modo que sólo en el caso de que Haití demostrara que es legítimo soberano, en derecho, de los territorios que constituyen las posesiones del 74 –cosa que es imposible mientras ocupación a la fuerza i derecho no sean sinónimos– sólo en ese caso el uti possidetis se acomodaría a una de las condiciones de deslinde, quedando aún por averiguar si se podía acomodar a la otra, o sea a la conveniencia de los dos pueblos. I si por ventura se ajustaba a ella, reuniendo a la vez la antedicha condición de equidad, entonces podría ser base de deslinde, no por ser uti possidetis, sino por acomodarse a la base convenida para el deslinde, es decir, a la equidad i a la conveniencia recíproca de los dos pueblos. ¿Puede trazarse la línea fronteriza entre Santo Domingo i Haití tomando por base la interpretación haitiana? No, si hai que observar lo convenido en el artículo 4o., del Tratado del 1874. Las posesiones de Haití en esta fecha, no tienen en su apoyo la equidad, i no se ha examinado aún si estarán de conformidad con lo que exijan los intereses de los dos pueblos. A menos que se haga un convenio especial, esas líneas no podrán ir nunca exactamente por las posesiones de hecho del 74, porque a ello se opone el mismo artículo 4o., invocado por Haití. Esto demuestra cuál es el verdadero sentido de la frase posesiones actuales, que no es otro que el de territorios en derecho pertenecientes a cada Estado, porque sólo dándole este sentido es que no aparece en contradicción con la base estipulada para el señalamiento de los confines entre los dos países. I como Haití no posee, en derecho, otros territorios que los que le fueron cedidos por Francia en 1825, i Santo Domingo no tiene tampoco otros que los que le transmitió España en 1855, por el límite de esos territorios, es decir, por los designados en el Tratado de Aranjuez, es por donde debería ir la línea fronteriza definitiva, si para trazarla sólo hubiera que atender a lo que indica la equidad. Realmente deberían distinguirse en el Derecho de Gentes, con palabras distintas i apropiadas, las tres maneras de poseer un Estado territorios que han sido ya de otro Estado: la ocupación basada solamente en la fuerza (posesión violenta); la posesión que tenga por fundamento un título, aparentemente legítimo, aunque no lo sea en realidad (posesión civil o de buena fe) i el dominio o señorío, 175 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA fundado en un título legítimo i que constituya verdadero derecho (propiedad perfecta). En este caso deberían llamarse ocupaciones de Haití, i no posesiones, los diversos territorios que tiene en su poder esta nación, pertenecientes a la República Dominicana, pues no los posee con derecho alguno, i la posesión sin título legítimo, apoyada sólo en la fuerza, no es en realidad sino una ocupación militar. Pero lo que sobre todo hace inaceptable la interpretación haitiana, es que traería consigo la anulación del Tratado de 1874; i es de creerse que la intención de los contratantes de él no fue estampar una cláusula que destruyera lo mismo que estaban estipulando. Bien sabían los Plenipotenciarios dominicanos que ellos no podían convenir en cesión alguna territorial, por pequeña que fuese, porque no tenían facultades para ello, i nadie puede conceder lo que no tiene. El territorio de cualquier nación, sobre todo de las que no poseen colonias, es inalienable, porque forma el propio cuerpo del Estado, i nadie se mutila por placer, sino en un caso de necesidad extrema, i previo acto de voluntad deliberada. Desde su infancia el pueblo dominicano estableció como canon fundamental de su vida como Estado, al par de la prohibición de la esclavitud, la prohibición absoluta de enajenar el territorio en que iba a desarrollarse en su cualidad de nación independiente i soberana. Sólo al pueblo, reunido en solemne plebiscito, es que compete decidir si debe o no modificar este precepto fundamental, existente en todo tiempo, esté o no consignado en Constituciones escritas; i si él no lo decide, lo hecho a este respecto por cualquier otro es nulo i de ningún valor en derecho. Los plenipotenciarios haitianos, lo mismo que su Gobierno, debían saber hasta dónde alcanzaban las facultades de aquellos con quienes trataban, i si no quisieron averiguarlo, a nadie pueden culpar por su omisión o descuido, porque lo primero que debe hacer un contratante es conocer las facultades del otro contratante, a fin de no aceptar como derechos efectivos frases vacías de sentido i sin existencia en la realidad. Tanto derecho tenían a ceder el territorio dominicano el primer francés, inglés, o haitiano que se le antojase hacerlo, como los Poderes dominicanos que intervinieron en la formación i aprobación del Tratado de 1874. Ni unos ni otros tendrían facultades del único que podía hacer esa cesión: del pueblo soberano. I sin facultades para ello ¿qué valor jurídico tienen semejantes transmisiones de dominio? ¿No son actos puramente nugatorios? VII La interpretación dominicana Cuando en el año de 1883, con motivo de la revisión del Tratado de 1874, fueron conocidas por primera vez las pretensiones de Haití respecto del territorio fronterizo, los Plenipotenciarios dominicanos, Señores Don José de Jesús Castro, Don Mariano A. Cestero i Don Emiliano Tejera, al discutir el importante punto de los límites con el ilustrado Plenipotenciario haitiano, Señor Charles Archin, formularon con toda claridad su manera de entender el artículo 4o., del referido Tratado, i esa interpretación, aceptada primeramente por el Gobierno dominicano, i más después por el Congreso Nacional, es la que se llama interpretación dominicana. En esa misma época los Plenipotenciarios dominicanos propusieron al de Haití, mientras se determinara o conviniera la frontera definitiva, el establecimiento de una línea fronteriza provisional, que pasase por los puntos que ambos pueblos ocupaban en el año de 1856, bien entendido que este arreglo provisorio no podría lastimar en lo más mínimo los derechos que cada pueblo tuviese o creyese tener sobre el territorio ocupado provisionalmente por el otro.14 14 Véanse Documentos n.o 26, 27, 28, 29, 30, 31 i 32. 176 emiliano tejera | antología El Gobierno dominicano entiende que por el artículo 4o., del Tratado de 1874 sólo se establece el compromiso formal de nombrar Comisarios de una i otra parte, que teniendo en cuenta la equidad i los intereses recíprocos de los dos pueblos convengan i determinen la línea fronteriza que debe separar las posesiones o sea el territorio de los dos Estados. Por línea establecida conforme a la equidad entiende el Gobierno dominicano la línea que se trace en estricta conformidad con el derecho perfecto que a cada pueblo asista sobre el territorio en cuestión. Por línea establecida conforme a los intereses de ambos pueblos entiende el Gobierno dominicano la línea que resulte del trazado conforme a derecho, modificada, si es necesario, en uno u otro sentido, según lo exijan los intereses de los dos pueblos, armonizados de tal modo, por convenio especial, que ninguno de los dos sea perjudicado, i sí, ambos satisfechos en todo lo que sea justo i conveniente. Difiere la interpretación dominicana de la haitiana en que esta da como determinada desde el año de 1874, la línea fronteriza definitiva, en tanto que aquella supone que está aún por establecerse dicha línea. Según Haití, lo que falta por hacer es nombrar los Comisarios de uno i otro país, que comprueben los puntos que él ocupaba en 1874, i trazar por esos puntos, por medio de ingenieros competentes, la línea material divisoria. Según Santo Domingo, los Comisarios nombrados al efecto por los dos países deben convenir los puntos que conforme a la equidad i a los intereses de los dos pueblos, deben constituir la línea fronteriza definitiva. La discusión que puede haber entre los Comisarios, será, según Haití, la que pueda originarse de no estar de acuerdo ambas partes en la fecha en que tal o cual punto estuviera ocupado por Haití o por Santo Domingo, o es más bien una averiguación que una discusión; i como tal deberán emplearse los medios necesarios para cualquier investigación; pero serán inútiles del todo las consideraciones de equidad, i mucho menos de conveniencia entre los dos pueblos, que no pueden servir para fijar puntos de ocupación. La discusión entre los Comisarios, según Santo Domingo, no debe ser sobre puntos de ocupación en 1874, que es cosa mui secundaria, sino sobre puntos de equidad i de conveniencia, asaz difíciles de determinar, i que no podrán resolverse sin largo i detenido examen, i discusiones prolongadas i tenaces. Lo que importa para el trazado de la línea no es saber qué puntos ocupaban ambos países en 1874, sino qué puntos les corresponden, según la equidad, i cuáles serían los que armonizándose con esta, convendrían más a los intereses recíprocos de los dos pueblos. Para Haití, la línea fronteriza debe pasar exacta i rigurosamente por las posesiones que ocupaba en el 74, i por tanto no necesita para nada investigaciones de equidad, ni menos de conveniencia de los dos pueblos. Para Santo Domingo, la línea debe tirarse por donde se concilie el derecho con los intereses de los dos pueblos, i si la primera de estas condiciones lleva a los límites de Aranjuez, la segunda puede alejarla de parte de ellos, con ondulaciones más o menos grandes; pero siempre hijas de la discusión i del asentimiento de los Comisarios nombrados al efecto. ¿Cuál de estas dos interpretaciones es la exacta? ¿Cuál se acomoda más a la letra i al espíritu del artículo 4o. del Tratado de 1874? El Gobierno dominicano cree que es la suya, si se le da a la frase posesiones actuales, el sentido que indica el examen imparcial i concienzudo de dicho artículo 4o., i si se le da también su verdadera importancia a la base estipulada: la equidad i la conveniencia recíproca de los dos pueblos. Con la interpretación dominicana todo es natural, todo es posible, i principalmente todo resulta conforme con la justicia i la voluntad de las partes contratantes, consignada en el artículo 4o. del Tratado. Lo contrario sucede con la interpretación haitiana: es deficiente, infundada i sobre todo trae consigo la destrucción del mismo artículo 4o. por convenirse en él, según Haití, cesiones de territorio, sólo posibles al pueblo soberano, i por 177 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA consiguiente superiores a las facultades de los contratantes dominicanos, y por lo tanto nulas de pleno derecho, por ser imposible que nadie transmita lo que no tiene, ni se le ha autorizado a transmitir. Es verdad que admitiéndose en el artículo 4o., del Tratado de 1874 la posibilidad de una modificación en el territorio de la República Dominicana, era preciso que el Gobierno que se propusiera cumplir dicho artículo, solicitase del pueblo, por medio de un plebiscito, las facultades necesarias para ello, pues según el derecho constitucional dominicano, no hai, ni ha habido nunca, Gobierno ni Poder alguno que esté autorizado a ceder, ni enajenar una sola pulgada del territorio nacional. I como el pueblo podría conceder o no conceder esas facultades, el artículo 4o., vendría siempre a quedar nulo, ya se aceptase la interpretación haitiana, ya la dominicana. Pero en realidad el caso no es enteramente idéntico. Con la interpretación haitiana el artículo era nulo, de pleno derecho, porque se había convenido i realizado una cesión de territorio, por quien no podía convenir ni conceder semejante cosa.– Con la interpretación dominicana el artículo 4o., podría, en el caso más desfavorable, quedar incumplido, pero no era nulo de pleno derecho, porque no se había cedido, sino convenido en una cosa que podía entrañar cesión. Si los Comisarios convenían en que la línea de equidad i la línea de conveniencia iban por los mismos puntos, entonces no había cesión de territorio dominicano i el artículo quedaba cumplido sin necesidad de poderes especiales. Si esas líneas no coincidían en todas sus partes, entonces, sí eran necesarias para los Comisarios dominicanos facultades especiales, i se las concedía el pueblo o no. Si se las concedía, el artículo podía tener debido cumplimiento; si no se las concedía, el artículo quedaba incumplido, asemejándose en esto a otras estipulaciones del mismo Tratado, que tampoco han tenido cumplimiento; pero como no era una concesión, sino una oferta de concesión que no podía llevarse a cabo, no resultaba nulo de pleno derecho el artículo, aunque sí daba facultad a las partes, si así les convenía, para pedir su rescisión, por imposibilidad de cumplirlo de momento. VIII La frontera definitiva La frontera domínico-haitiana de 1885 i de 1874 es igual, en sus dos extremos, a la frontera franco-española de Aranjuez. De la boca del río Dajabón o Massacre hasta Bayahá no ha habido modificación en los límites que demarca dicho Tratado. De la boca del río Pedernales o des Anses-á-Pitre hasta cerca de las fuentes de este río tampoco la ha habido; aunque las autoridades haitianas limítrofes han intentado más de una vez traspasar dichos límites, poniendo guardias i colocando marcas en los puntos más desiertos de esos lugares.15 En donde ha habido grandes modificaciones es en la parte central de la antigua línea franco-española. Los haitianos ocuparon primeramente en 1808 o 1809, los pueblos, entonces desguarnecidos de San Miguel i de San Rafael, con sus respectivas jurisdicciones; mas después, en 1822, se apoderaron de toda la Parte española; en 1844, al ser expulsados de esta, retuvieron en su poder las poblaciones de Hincha i las Caobas, y sus jurisdicciones, con parte de la Común de Bánica i Dajabón, i últimamente, después del año de 1856, en que cesaron las hostilidades, parte de la Común de las Matas i una que otra porción de territorio en diversos puntos del lado dominicano de la línea de guerra. 15 Véase Documento n.o 38. 178 emiliano tejera | antología En el Tratado de 1874 se convino que la línea fronteriza se trazase por donde lo exigieran la equidad i los intereses de los dos pueblos. Puede suponerse, sin pasar por exagerado, que este arreglo fue prematuro entonces, i que aún lo es en la actualidad, no obstante comprenderse la conveniencia de fijar un linde convencional entre los dos Estados. Aún admitiendo que Haití aceptase el artículo 4o., en el sentido que le dan los dominicanos, es mui difícil, casi imposible, que llegaran a avenirse los Comisarios respecto de ese punto, fácil de convenir, dificultoso de encontrar, en que la equidad se conciliara con el interés de los dos pueblos. Los haitianos encariñados con el terreno que poseen durante tantos años, i en el cual han fundado pueblos pequeños i establecimientos de todo género, lo juzgan de su propiedad, por el derecho de conquista, por el de incorporación voluntaria en el año 1822, por la voluntad de las poblaciones, título que les es favorable hoi; pero que les era contrario hace algunos años, i que para ser equitativo debería permitir a los dominicanos una posesión igual a la que ha tenido Haití; por todo, en fin, lo que no les obligue a reconocer derecho al pueblo dominicano; i encuentran que sería para ellos el mayor de los sacrificios, perder la más leve porción de territorio tan codiciado. A su vez los dominicanos consideran como atentatorio a su derecho dejar esos pueblos en poder de Haití, sobre todo cuando a más de los títulos históricos, tienen derecho perfecto a poseerlos por la cesión que les hizo España en 1855. En ese encastillamiento de opiniones inflexibles ¿cómo encontrar el punto de avenencia? Sólo un tercero imparcial puede hallarlo; i el servirse de este medio no fue estipulado, como debía haberse hecho, en el Tratado de 1874. De las dos partes contratantes, una posee territorios ocupados indebidamente: la otra tiene derechos legítimos, aunque sin poder ejercerlos por ahora. ¿Qué aconsejaría la razón, si el arreglo es tan necesario, como se dice? Que una de las partes devolviera los territorios en que no esté profundamente arraigada; que la otra cediera, mediante compensación equitativa, aquellos derechos que la ocupación prolongada de la otra parte haya hecho imposibles de ejercer. De otro modo no puede haber transacción posible; i un día u otro la guerra u otra calamidad parecida, se encargarán de arreglar las cosas, al precio que lo hace siempre la fuerza bruta; con desastres terribles siempre renacientes. Pero ¿están preparados debidamente los pueblos dominicano i haitiano para hacer en la actualidad, por sí mismos, un arreglo conveniente, aunque no sea del todo equitativo? Es mui dudoso. I sin culpar a nadie podría pensarse que, a pesar del espíritu de fraternidad reinante hoi entre los dos pueblos, i a pesar también de los deseos, más de una vez manifestados por Haití, de vivir en paz con la República Dominicana, casi todos los gobiernos haitianos que se han sucedido desde el año 1856, han contribuido a hacer dudoso el propósito de perpetuar la paz entre los dos pueblos, ya invadiendo poco a poco; pero incesantemente el territorio dominicano, ganando terreno sobre los límites al cesar la guerra en 1856; ora colocando recientes mojonaduras, con las cuales ha quedado probado su sistema invariable de invadir lentamente el expresado territorio, lastimando los derechos del pueblo dominicano i engendrando en este desconfianzas más o menos justificadas.16 De semejante proceder de parte de los gobiernos de Haití es que nace principalmente el desagrado del pueblo dominicano en convenir en un arreglo definitivo que envuelva cesión de territorio. Por amor a la paz, i a fin de que el progreso se arraigue en el país, podría, tal vez, llegarse a ceder, mediante justa compensación, parte de los derechos que se tienen sobre el territorio dominicano ocupado por Haití. Pero ¿a qué conduciría ese sacrificio, si Haití no 16 Véanse Documentos n.os 33, 34, 37 i 38. 179 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA cambia de sistema? ¿si continúa invadiendo como lo ha hecho ahora? ¿si obliga a los dominicanos a estar siempre rechazando sus pretensiones, si no con las armas, con las reclamaciones diplomáticas? Puede ser conveniente, hasta necesario, el arreglo de los límites; pero es más necesario aun que Haití demuestre con sus obras que ha renunciado verdaderamente a las pretensiones de otro tiempo. Si no fuere así, llegará un día en que se convenzan los dos pueblos de que es imposible para ellos vivir en paz i armonía en el suelo que la suerte les ha señalado, i que deseen salir, de una vez para siempre, de situación tan llena de dificultades. La perspectiva de un duelo a muerte entre pueblos cristianos es horrorosa; i debe por tanto mirarse como un acto civilizador de parte de los actuales Gobiernos de Haití i Santo Domingo, el propósito de buscar en el arbitraje el medio de llegar a la resolución de las dificultades fronterizas.17 Pero para que el arbitraje hubiera sido del todo beneficioso era preciso que fuera completo; es decir, que abarcara la dificultad en toda su extensión, i la resolviera definitivamente en todas sus partes. Dejando cualquier punto sin decidir se dejan siempre dificultades en pie, i toda dificultad puede ser motivo de desavenencias, i aun de guerra, si es grande su importancia. Al contrario, si la cuestión límites queda resuelta justa i definitivamente por el arbitraje, el porvenir de los dos países depende de la conducta posterior de Haití. Santo Domingo no ha sido nunca invasor, ni puede serlo por su inferioridad numérica i la escasez de sus recursos; i si Haití pone linde definitivo a sus pretensiones territoriales, la actividad i energía de haitianos i dominicanos puede aplicarse toda entera a resolver las graves cuestiones, tanto interiores como exteriores, que encierra su porvenir, i que sólo a fuerza de cordura i patriotismo podrán tener solución satisfactoria. La mayoría de los pueblos de América son independientes i autónomos, en derecho; pero en realidad carecen de fuerza verdadera para hacer respetar esas condiciones necesarias de su vida nacional, en circunstancias que no sean extremas, viéndose obligados en las que no merecen este nombre, a soportar exacciones i humillaciones indebidas. I como la fuerza impera aun más de lo que debiera en el mundo civilizado, es preciso que los pueblos americanos busquen en la asociación de unos con otros las garantías que necesitan, i el respeto que el derecho obtiene siempre, cuando a su fuerza virtual, se agrega la persuasión de los demás de que podrá ser sostenido convenientemente en todos los casos, no permitiendo en ninguno imposiciones ni atropellos indebidos. Pero sea cual fuera la extensión que se dé al arbitraje, el Gobierno dominicano piensa haber manifestado; ¡o Beatísimo Padre! que defiende un derecho perfecto de la nación que rige, i que no está errado al creer: 1º. Que la porción de territorio de la antigua Parte española, ocupada hoi por Haití, pertenecía a España hasta el año 1855, en virtud de la retrocesión que le hizo Francia en 1814, no habiendo perdido nunca aquella nación su calidad de propietaria por ninguna causa que sea válida en derecho. 2º. Que Haití sólo es dueño legítimo de la antigua Parte francesa de Santo Domingo, pues esa sola fue la que le cedió Francia en 1825, según los términos claros i precisos de la Ordenanza Real de Carlos X, de fecha 17 de abril del año arriba expresado, no pudiendo Haití invocar derechos de conquista, ni respecto de Francia, ni respecto de España. No respecto de Francia, por no haber estipulado el Tratado de reconocimiento, equivalente al de paz, sobre la base del uti possidetis; no respecto de España por no haber estado nunca Haití en guerra con esta nación. 17 Véanse Documentos n.os 39, 40, 41 i 42. 180 emiliano tejera | antología 3º. Que por la cesión hecha a Santo Domingo por España, en el artículo 1o. del Tratado de 18 de febrero de 1855, la República Dominicana es legítima dueña, hasta el presente, de todo lo que antes se llamaba Parte española de la isla de Santo Domingo, en lo cual está incluido el territorio que Haití ocupa indebidamente, perteneciente a dicha antigua Parte española. 4º. Que Haití ocupa sin derecho el predicho territorio de la antigua Parte española; pues ni Francia, ni España, ni la República Dominicana, que han sido respectivamente sus dueños hasta el presente, se lo han cedido en ningún tiempo, ni le han transmitido ninguna clase de derechos sobre él, poseyéndolo Haití solamente en virtud de la ocupación que de él hizo, parte a la fuerza i parte por tolerancia, lo cual no puede ser invocado contra nadie, i mucho menos contra quien es verdadero poseedor del derecho. 5º. Que el artículo 4o. del Tratado de 9 de noviembre de 1874, celebrado entre Haití i Santo Domingo, no es otra cosa sino un compromiso de establecer, conforme a la equidad i a los intereses recíprocos de los dos pueblos, las líneas fronterizas que separan a los dos Estados; i no, como lo sostiene Haití, una cesión de los territorios de la antigua Parte española que tenía ocupados hasta el año de 1874. 6º. Que la interpretación haitiana es contraria al texto mismo del artículo 4o.; pues con ella no puede trazarse la línea fronteriza, según lo determina dicho artículo; es decir, conforme a la equidad i a los intereses recíprocos de ambos pueblos. No puede trazarse conforme a la equidad, porque tirando la línea por los puntos ocupados por Haití en 1874 se despoja a la República Dominicana de algunos miles de kilómetros de territorio, que le pertenecen en estricto derecho, para concedérselos a Haití, que los ocupa contra todo derecho, lo cual lejos de ser conforme con la equidad, es contrario a ella, i altamente injusto i desmoralizador. No puede tampoco trazarse la línea de conformidad con lo que exijan los intereses de ambos pueblos; porque no es posible jamás que al pueblo dominicano le convenga la pérdida absoluta, i sin compensación, de zona tan extensa; i en ese caso, tirando la línea por la de ocupación del 74, sólo sería atendido el interés de un pueblo, i lastimado profundamente el del otro, lo que sería contrario a lo estipulado en el artículo 4o., que exige se armonicen i satisfagan los intereses de los dos pueblos. 7º. Que si fuera exacta la interpretación dada por Haití al artículo 4o., del Tratado de 9 de noviembre de 1874, entonces éste es nulo de pleno derecho; pues el pueblo dominicano, único que tiene facultades para ello, no había dado poderes a los que en su nombre celebraron dicho Tratado, para que hiciesen enajenaciones de territorio, prohibidas terminantemente por la Constitución de la nación. I 8º. Que en esa virtud, i sea cual fuere la interpretación que se dé al artículo 4o. del expresado Tratado de 1874, la nación dominicana ha sido desde el año 1855, i es actualmente, legítima propietaria, en estricto derecho, del territorio de la antigua Parte española, hoi ocupado por Haití; i sólo está obligada a cumplir el compromiso que, según ella, contrajo en el artículo 4o. de dicho Tratado; es decir, el de convenir en el establecimiento de las líneas fronterizas entre los dos países, tomando por base la equidad i los intereses recíprocos de los dos pueblos; convenio que ha de hacerse mediante Tratado especial, llevado a cabo por quien tenga facultad expresa del pueblo para hacerlo. ¿Está errado el Gobierno dominicano? ¿Reclama lo injusto? ¿Aspira a engrandecerse con los despojos de su vecino? –Grave, enormísima falta sería esa en el pueblo que, desde que nació a la vida política, adoptó, como coronamiento de sus armas, la cruz i el santo libro de los Evangelios; es decir, la paz i la verdad, la justicia i la persuasión. Pero el pueblo dominicano 181 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA por lo mismo que es débil; por lo mismo que comprende que la corona de laurel de los conquistadores no debe ornar la sien de ningún pueblo cristiano i civilizado; por lo mismo que aspira a figurar en el grupo de naciones que tienden a establecer el reinado del derecho, como el sólo digno del hombre moral; por eso mismo cree que uno de sus principales deberes es la defensa i el sostenimiento racional i pacífico de su derecho, por más abatido que este se encuentre; por más poderosas que sean las circunstancias que lo coarten o encadenen. Él sabe que transigir con el abuso que se apoya en la fuerza, i aun tolerarlo sin protesta moral o material, es engrandecer la iniquidad; porque el espectáculo del triunfo del mal i de la humillación de la justicia es profundamente corruptor y deletéreo para la mayoría de los hombres, que sólo miran a menudo lo presente i su personal utilidad, olvidándose de que si el envenenamiento de la fuente de que se bebe sería insigne locura en el orden material, el envenenamiento o corrupción de la sociedad en que se vive, causado por los desarreglos i perversidades, es monstruosidad mayor aun en el orden moral, i más peligrosa ciertamente, por ser más sutiles i menos chocantes sus efectos; pero más perniciosos i trascendentales. El hombre social no es verdaderamente grande sino en cuanto es verdaderamente justo; i mientras las sociedades no tengan infiltrado hasta la médula de los huesos, i predominando en todo, el espíritu de justicia, el mundo oscilará del borde de un abismo al borde de otro abismo, impulsado unas veces por los brillantes desvaríos de la inteligencia, i otras por los engañosos i funestos esplendores de la fuerza. Santo Domingo, grande un tiempo, fue después pobre i esclavo, i desde el cieno de su ergástula pudo apreciar el valor de la libertad i lo imprescindible de la justicia. Las cadenas le hicieron amar la independencia; la dura e injusta opresión, el derecho. Allí creyó, como lo cree todo oprimido, que el derecho, emanación de la justicia, es inmortal; que la fuerza puede oprimirlo, amordazarlo, paralizarlo; pero aniquilarlo, jamás. Allí creyó que las obras injustas, por potentes que parezcan, son débiles i efímeras; i que siempre, para el que sabe esperar i sufrir, llega un día en que el derecho, que es verdadero derecho, se alza potente sobre todos los obstáculos, i triunfa i se enseñorea de todo, sirviéndole de pedestal los mismos elementos que antes servían para su abatimiento i opresión. I de su desdén respecto de las imposiciones de la fuerza nació también su disposición a ceder a las influencias de la razón i de la conveniencia bien entendida. I por eso, rindiendo parias a todo lo racional, siente gozo intenso cuando ve sustituida la tenaz discusión interesada por el avenimiento amistoso, i las brutales i humillantes decisiones de la fuerza por el sereno e imparcial juicio del árbitro. ¿Está errado el Gobierno dominicano en lo que sostiene con tanto tesón? En breve lo decidiréis ¡o Beatísimo Padre! pues a vuestra grande experiencia i sabiduría, i para que lo resolváis en conciencia i derecho, está sometido el desacuerdo existente entre Haití i Santo Domingo, y sea cual fuere vuestro augusto fallo, el Gobierno y el pueblo dominicano lo aceptarán i acatarán como la expresión genuina i verdadera de la imparcialidad, de la conveniencia i de la justicia. De Vuestra Santidad con el más profundo respeto i reconocimiento i el más acendrado afecto, La Legación dominicana, Emiliano Tejera Justino Faszowicz, Barón de Farensbach. De Memoria que la Legación Extraordinaria de la República en Roma presenta a la Santidad de León XI, Roma, 2 de mayo de 1896. 182 emiliano tejera | antología Fragmento de la memoria que al ciudadano Presidente de la República, General Ramón Cáceres, presenta el ciudadano Ministro de Relaciones Exteriores, Licenciado Emiliano Tejera –1907– X Hai cierto malestar, cierto mal entendido en las relaciones entre parte del pueblo dominicano i del pueblo americano, que por suerte no ha llegado hasta la esfera de las relaciones oficiales. Varias son las causas que contribuyen a que en el país exista cierta desconfianza respecto de los procedimientos del Gobierno Americano. Unos, los descreídos, los poseídos del espíritu mercantil, no encuentran posible que un pueblo pueda tender la mano a otro pueblo, sin que tenga en mientes exigirle el sacrificio de su dignidad, el cercenamiento de su territorio, tal vez la pérdida de su independencia i soberanía. Olvidan la historia, i algunas de sus más bellas páginas: el nacimiento de muchas nacionalidades, fundado en el sacrificio sublime, i sin compensaciones de gran número de sus hijos, i el de otras, al que han cooperado desinteresadamente pueblos i gobiernos extraños, movidos sólo por el amor a la libertad; otros, i no son escasos, quieren hacer nacionales sus sentimientos particulares; convertir la herida que en su corazón hayan ocasionado rozamientos debidos a causas étnicas, en heridas de la Patria, i que estos sentimientos i el rencor sordo que esas heridas han causado, sean la norma de conducta de la nación; i por sobre todo cerniéndose el espíritu de partido, que todo lo desnaturaliza i acrimina; el ansia desapoderada de volver a la época de la formación rápida de las grandes fortunas; pero también de las grandes cargas que abruman ahora al pobre pueblo dominicano; el apasionamiento, en fin, sustituido al sereno juicio, tan necesario hoi para sortear los peligros que puedan amenazarnos, i no atraer con procedimientos indebidos el mismo peligro que quisiéramos evitar. Me agrada que el patriotismo esté siempre vigilante –ese es su deber en los pueblos débiles–, i que llegada la hora del sacrificio lo proclame a los cuatro vientos, i repitamos las heroicidades antiguas i modernas, no desconocidas en tierra dominicana; pero no encuentro bien que asustándose con fantasmas, dé la voz de alarma cuando no hai enemigos en el horizonte, ni que escuche estremecido las voces de los antiguos explotadores, vestidos ahora de patriotas, cuando sólo claman para ver si hai quien compre su silencio, o les arroje un mendrugo qué roer. La independencia nacional no está en peligro, como se dice a menudo, porque se tome prestado para saldar compromisos antiguos, ni porque se descargue al pueblo de la mitad de la pesada deuda con que lo habían abrumado las dilapidaciones anteriores; ni porque se paguen en su valor nominal, sino en su valor real, actual, la mayor parte de esas deudas, legales sí, pero no justas en su totalidad. Todo eso es beneficioso para el pueblo, que se descarga de multitud de gravámenes indebidos, i obra patriótica de parte de los que la realizan entre las protestas, denuestos i calumnias de los antiguos explotadores, irritados porque no hai botín que distribuir, i por ver también que se destruye, tal vez para siempre, el fácil medio de enriquecerse a costa del infeliz trabajador dominicano; pero, sí, se pone en peligro la independencia con provocar divisiones i excitar a la guerra entre hermanos; con estorbar que se ponga un cese a las antiguas explotaciones de negociantes extranjeros que, a cuenta de derechos aduaneros, i para encender o sostener la guerra civil, prestaban diez para cobrar mil entre el llanto, i los quejidos de las viudas i los huérfanos; con impedir o dificultar la implantación de un sistema que permita que nos instruyamos, que nos moralicemos, que produzcamos lo necesario para vivir; que nos civilicemos en una palabra, i no seamos en 183 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA lo adelante un peligro i una vergüenza para los pueblos que nos rodean, los cuales tendrán el derecho de impedirnos que continuemos viviendo en la barbarie. A dónde nos llevó el antiguo sistema lo dice la abrumadora carga de deudas que pesa sobre el pueblo, i las mil trabas impuestas a su progreso; a dónde nos lleva el implantado hace poco tiempo lo dice la actual situación, en la cual no se contraen deudas, se pagan los servicios públicos; no se enriquecen especuladores, i se labora con tesón por unificar i reducir las deudas, eliminar concesiones gravosas e impedimentos fiscales i echar las bases de nuestro futuro progreso nacional. ¡Ah! qué falto de sentido común se mostraría el pueblo dominicano si creyese que está mermada su independencia, porque se dificultan o quitan a los Gobiernos malos –los buenos no la utilizan– la facultad de echarle encima deudas pesadas para obtener fondos con que enriquecerse ellos i enriquecer a sus protegidos! ¡qué falto de sentido común se mostraría, si creyese cándidamente que antiguos desacreditados, cuyas frases de honradez hacen sonreír a sus viejos cómplices, son hoi los campeones de la dignidad de la patria, de su independencia económica, que ayer ayudaron ellos a comprometer, i que hoi comprometerían de nuevo, si tuvieran poder para ello i les produjese utilidad! ¡Qué falto de sentido común se mostraría ese pueblo si tuviese por traidores a los patriotas que han llevado en todo tiempo la abnegación hasta el sacrificio; que tienen limpias las manos i la conciencia, i que hoi mismo, en vez del descanso a que pudieran aspirar, luchan patriótica i tenazmente por aliviar de cargas a ese mismo pueblo e impedir que se las impongan en lo porvenir. La razón dirá a los hombres de buena fe que abrigan desconfianzas, pero que estudian desapasionadamente nuestros asuntos, que el Gobierno americano no procede con entero desinterés al ayudarnos; al contrario tiene, como es natural, un interés grande i poderoso. Las conveniencias de su política exigen que los poderes europeos no sienten su planta en América, i para evitar eso es que nos ayuda. Si nuestras locuras continúan, si no pagamos lo que debemos a acreedores europeos, llegará un día en que, cansados de esperar i reclamar, los Gobiernos de Europa ocupen nuestras aduanas, para cobrar esas deudas, i tal vez parte del territorio. Llegado ese caso, el Gobierno americano tiene, o que retroceder en su política, confesando que la doctrina de Monroe es fantasma risible, o que sostener una guerra con naciones poderosas, o que pagar las deudas o garantizar su pago, encargándose él de cobrarlas. ¿No es de sana política prever esas eventualidades, cuando con eso no sólo se evitan peligros propios, sino se ayuda a salir de su crítica situación a un pueblo republicano infeliz? ¿No es de sana política prestar esa ayuda cuando, a los bienes antedichos, se agrega el aumento de influencia en toda la América latina, luego que esté demostrado que los Estados Unidos ayudan sin exigir compensaciones territoriales; i también la preponderancia en un mercado en donde colocar parte de los productos de la agricultura i de la industria? Los Estados Unidos son ahora, i tendrán que ser por mucho tiempo, los protectores naturales de las Repúblicas hispanoamericanas débiles, i en el corazón de los patriotas de cada uno de esos pueblos hai una herida que sangra, cuando se recuerdan las humillaciones i exacciones recibidas cada vez que esa protección se ha debilitado o cuando no ha podido ser solicitada ni concedida. Hombre honrado, debo creer en la palabra de los hombres honrados de otros países, i no tengo derecho para dudar de la sinceridad de los que poseyendo a Cuba, cien veces más rica que nosotros, cien veces más gobernable, se retiraron de ella voluntariamente i la alzaron al rango eminente de nación soberana. Tengo confianza en las afirmaciones, reiteradas 184 emiliano tejera | antología más de una vez, del Presidente Roosevelt, del probo i hábil estadista Mr. Root, i hasta que otros hechos no la desmientan tendré por verdad indiscutible la declaración que copio en seguida, i que fue hecha en 9 de febrero de 1905 por el eminente hombre de Estado, Mr. Hay, por indicación del Presidente Roosevelt, con motivo de una pregunta que dirigió a dicha Secretaría de Estado el notable publicista Mr. J. N. Leger, Ministro de Haití en Washington. Dice así: “En respuesta a lo que V. inquirió de mí esta mañana, tengo el placer de asegurar a V. que el Gobierno de los Estados Unidos de América no tiene la intención de anexarse ni a Haití ni a Santo Domingo, ni tampoco desea adquirir su posesión por la fuerza ni por medio de negociaciones, i que aun en el caso de que ciudadanos de una u otra República solicitasen esa incorporación en la Unión americana, no habría inclinación, ni de parte del Gobierno nacional, ni en el círculo de la opinión pública en aceptar semejante proposición. Nuestro interés está en armonía con nuestros sentimientos en que Uds. continúen en paz, prósperos é independientes. XI En junio 9 de 1906 el Poder Ejecutivo dio amplios poderes al señor Don Federico Velázquez H., Ministro de Hacienda i Comercio, para que diese en los Estados Unidos los pasos necesarios para llegar a la reducción y pago de la Deuda dominicana. Facilitaba ese arreglo, a más del crédito que había adquirido el actual Gobierno, lo estipulado por el Doctor Don Francisco Henríquez i Carvajal en el ventajoso contrato que celebró en 3 de junio de 1901 con los acreedores belgas i franceses, mediante el cual esos acreedores se comprometían a aceptar el 50% de sus acreencias, como pago de todo el capital, siempre que se le pagase en efectivo en un plazo de veinte años. I como la deuda belga i francesa era una de las más legítimas podía esperarse que ese tipo de pago fuese aceptado por otros acreedores que estuviesen en idénticas o peores condiciones, mucho más cuando dicha deuda representaba cerca de la mitad de toda la Deuda dominicana. El Señor Velázquez, ayudado por el Dr. Hollander, mui entendido en asuntos financieros dominicanos, logró después de muchos esfuerzos, contratar con la fuerte casa bancaria de Kuhn, Loeb & Co., de New York, un empréstito de $20,000,000, oro americano, amortizable en 50 años, i redimible en diez, con interés de 5 por ciento al año i prima de 4 por ciento. Este empréstito está destinado para pagar la Deuda dominicana, reduciéndola por convenio con los acreedores, de treinta i pico de millones a $17,000,000, poco más ó menos; comprar con el sobrante i lo que está depositado en New York varias concesiones onerosas, i destinar el remanente a la construcción de ferrocarriles, puentes i otras obras convenientes al progreso industrial del país. El Contrato está subordinado a la condición de que Receptores nombrados por el Gobierno Americano perciban la totalidad de las rentas aduaneras de la República, envíen a la Agencia Fiscal de esta, en New York, la cantidad de un millón, doscientos mil pesos, oro americano ($1,200,000) anuales, para amortización del capital e intereses del empréstito, i entreguen el remanente al Gobierno Dominicano. También se hizo otro Contrato con la Morton Trust & Co., de New York, como Agente Fiscal de la República i depositaria i pagadora de los fondos del empréstito. El Poder Ejecutivo aprobó la labor del Señor Ministro de Hacienda i Comercio, i lo autorizó a hacer Convenios con los acreedores, de acuerdo con el plan que se tuvo en cuenta al hacer la contratación del empréstito. 185 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Como es sabido de todos, la Convención del 7 de febrero de 1905 no llegó a ser examinada por el Senado americano, ni por el Congreso Nacional Dominicano. I como una de las estipulaciones del Contrato de empréstito era que el Gobierno Americano interviniese en la recepción i distribución de las rentas aduaneras de la República, el Presidente de los Estados Unidos dio plenos poderes a Mr. Thomas C. Dawson, su Ministro Residente en esta Capital, para que estipulase con el Plenipotenciario o Plenipotenciarios del Gobierno Dominicano los términos de una nueva Convención que sustituyese la antigua. El Poder Ejecutivo designó al Señor Ministro de Hacienda i Comercio i a mí para el desempeño de ese delicado e importante cargo, i en ocho del corriente, después de largas discusiones, firmamos la Convención que en su oportunidad será sometida a la aprobación del Congreso Nacional. Nuestro patriotismo nos impulsaba a eliminar de ese Tratado cuanto pudiese lastimar el sentimiento nacional, i creemos que bastante se logró en ese sentido; pero no se pudieron dejar de aceptar ciertas restricciones exigidas por nuestra condición de deudores, i, con excepciones cortas de cerca de veinte años, de malos deudores. El pueblo i el Congreso juzgarán nuestra obra, teniendo en cuenta las circunstancias en que ha sido llevada a cabo, i no partiendo del supuesto de que la República nada debiera, i de consiguiente estaba en libertad absoluta de no hacer ningún Convenio, o de hacer sólo el que juzgase beneficioso. No sé si me engañe mi amor a este país siempre tan desdichado; pero paréceme que el empréstito que se ha convenido es el complemento de la fecunda evolución de julio de 1899. Entonces cayó el principal sustentador del sistema que tanto dinero ha costado al contribuyente dominicano, ahora va a destruirse el sistema por completo. Será una resurrección a nueva vida. Si Congreso i Ejecutivo se aúnan con espíritu patriótico, para sacar del empréstito todo el beneficio que puede dar; si las sumas de que va a disponer el Poder Legislativo se emplean en la compra de concesiones onerosas hoi, i más onerosas mañana; en llevar a cabo ferrocarriles i carreteras que unan al Cibao con el Sur de la República, i pongan en fácil comunicación las turbulentas regiones fronterizas con el resto del país; si se fomenta la inmigración de agricultores laboriosos i entendidos; si se destruyen o modifican las trabas que al trabajo oponen la crianza fuera de cercas i los terrenos indivisos; si se instruye al pueblo para que obtenga de su labor todo el beneficio posible, i se modifican los aranceles, abaratando los objetos que consume la clase trabajadora, a fin de que la vida resulte más barata, el país está salvado; la revolución de julio habrá sido el alborear de un nuevo sol de libertad i de progreso, i no será sueño de cerebro febril la bella esperanza de tener dentro de pocos años una patria próspera, digna de respeto, civilizada i del todo independiente i soberana. XII Cincuenta i un años hace que hai paz de hecho entre Haití i la República Dominicana, i treinta i tres que la hai en derecho, i todavía no ha podido fijarse definitivamente la línea fronteriza entre los dos Estados. Verdaderamente no es este plazo largo, si se le compara con el que ha corrido entre otras Repúblicas del Continente americano; pero sí, es indicador de que en esta isla, como en todas partes, son mui dificultosos los arreglos de límites. El sentimiento nacional se excita en esas cuestiones más que en otras de mayor importancia, i es mui raro que la justicia i la conveniencia tengan la influencia que debía corresponderles en las pretensiones de las partes desavenidas. Por eso el arbitraje ha sido adoptado generalmente como el medio más eficaz para poner término a esos desacuerdos que de otro modo serían interminables. 186 emiliano tejera | antología Hai un hecho que ha dificultado, i dificultará siempre, el deslinde de nuestras fronteras; es la ocupación por Haití durante el período de la paz de hecho, i aun después de la de derecho, de algunas porciones de territorio evidentemente dominicano, pues eran parte de que habían ocupado i defendido como suyo nuestras tropas durante el período de guerra activa. Lastima profundamente el sentimiento nacional dominicano que regiones que no pudieron ser dominadas por Haití, cuando ambos contendientes tenían las armas en la mano, fuesen ocupadas después, aprovechándose de nuestras discordias intestinas, del descuido en que se hallaban los pueblos fronterizos, i aun de la alianza que existió por algún tiempo entre el Gobierno de Haití i algunos de nuestros partidos políticos, en lucha entonces con el partido que ocupaba el poder en la República Dominicana. En el año de 1895 comprendieron al fin los Gobiernos de Haití i Santo Domingo que el único medio de arreglar las dificultades fronterizas, era sometiendo el asunto a la decisión de un Poder imparcial. Se hizo un plebiscito en la República Dominicana; se celebró un Tratado de arbitraje, i fue nombrado Arbitro el Pontífice reinante entonces, el sabio i justiciero León XIII, sometiéndose a su juicio la interpretación del artículo 4o. del Tratado de 9 de noviembre de 1874, que era el que se refería a los límites. El Santo Padre manifestó, en 12 de enero de 1897, que la dignidad de la Santa Sede i el convencimiento que tenía de no llegar con eso al noble objeto de la pacificación de los dos pueblos, le obligaban a declinar las funciones de Arbitro, salvo el caso de que los dos Gobiernos se resolvieran a conceder al Juez Arbitro más extensos poderes. En el Tratado de Arbitraje, como en casi todo lo que se hizo en esa época, se nota la influencia del espíritu de mercantilismo. Hai en él afirmaciones erróneas en puntos esenciales, i se cometen extralimitaciones de poder de gran trascendencia. Estas extralimitaciones continuaron en Convenios posteriores, no conocidos del público por no haber sido promulgadas. Es posible que esa cuestión de fronteras hubiera traído un conflicto en lo porvenir entre los dos países, o se hubiera resuelto de un modo arbitrario, a no ser por el cambio de Gobierno que produjo la revolución de 26 de julio de 1899. El Gobierno de Haití viene insistiendo hace tiempo en que se resuelva la cuestión de límites, continuando el arbitraje iniciado en 1896, i nombrándose los Comisionados que deben representar la República Dominicana ante el Tribunal Arbitral, que es siempre el Santo Padre. No ha podido acceder el Gobierno Dominicano a esa fundada solicitud, a causa de las luchas civiles que ha habido últimamente, i de la cuestión financiera, que estaba en pie i debía resolverse prontamente. En el estado de ánimo en que se ha encontrado el país en estos últimos tiempos, intentar el arreglo de la cuestión límites, era dar armas a los enemigos para combatirlo, pues la ceguedad i apasionamiento partidaristas no habrían tardado en servirse de ese hecho para lanzar acusaciones calumniosas contra el Gobierno, i que de seguro excitarían más los ánimos, de suyo ya mui excitados. Pero llegar al arbitraje en las condiciones en que lo colocó el Gobierno que terminó en 1899, es doloroso para el pueblo dominicano. Es cierto que los Gobiernos son solidarios unos de otros; pero eso debe entenderse en lo que hagan en la esfera de su capacidad jurídica. Lo que realicen fuera de ella no puede tener vida en derecho, ni tampoco constituir una obligación para sus sucesores. Tanto en lo material como en lo moral la falta de capacidad reduce a la inexistencia, al estado de sombras, las cosas que se pretenden realizar sin poder; pues no se puede aceptar como hecho lo que no se tiene el poder de hacer. En los actos realizados i convenidos por el Gobierno en 1895, 98 i 99, en el asunto 187 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA arbitraje i fronteras, hai algunos evidentemente inconstitucionales, fuera de la capacidad de ese Gobierno, i no es posible que un Gobierno honrado como el actual, se vea compelido a ejecutar actos ilegales, fuera de sus facultades, porque así lo hubiera estipulado un Gobierno anterior, excediéndose en los poderes que tenía. Creo que antes de llegar al arbitraje hai que examinar bien las facultades que tengan ambos Gobiernos, i luego entrar en negociación para restablecer la verdad de los hechos, eliminar las estipulaciones que no tengan base legal, i buscar con amor el medio de llegar a un acuerdo, realmente fundado en el derecho i la conveniencia, i que por lo tanto tenga la seguridad de una larga duración. Queda siempre entendido que la resolución del diferendo fronterizo deberá ser resuelto por medio del arbitraje. No hai necesidad de encarecer el tacto con que debe procederse para llegar a un resultado satisfactorio. El asunto es de una delicadeza extremada. En su resolución debe echarse a un lado todo sentimiento egoísta; proceder con extrema cordialidad i tener siempre por norma la equidad i la conveniencia de ambos pueblos, sin olvidar ni un instante la imprescindible necesidad en que se encuentran los dos Estados de vivir en paz i en completa armonía, para no atraer sobre ellos desgracias que puedan ser irreparables. ¡Ojalá que el Congreso Nacional, dada la importancia del asunto, determinase examinarlo, i, en su sabiduría, trazase las reglas con que debe resolverse! Fragmento de la memoria que al ciudadano Presidente de la República, General Ramón Cáceres, presenta el ciudadano Ministro de Relaciones Exteriores, Licenciado Emiliano Tejera –1908– XI El Congreso Nacional en fecha 12 de abril de 1907 dictó una Resolución autorizando al Poder Ejecutivo para adherirse a las Convenciones de La Haya de 29 de julio de 1889. Estas Convenciones son la relativa al Arreglo pacífico de los conflictos internacionales, llamada primera Convención; la concerniente a las leyes i usos de la guerra terrestre i la relativa a la adaptación de los principios de la Convención de Ginebra, de 22 de agosto de 1864, a la guerra marítima. A estas dos Convenciones se les daba la denominación de segunda i tercera. En la misma Resolución del Congreso se autorizaba al Poder Ejecutivo para que enviara a la Segunda Conferencia de la Paz dos Delegados i un Secretario de nacionalidad dominicana. En 9 de abril el Señor Ministro de Relaciones Exteriores de Holanda invitó cablegráficamente, en nombre de su Gobierno al de la República para que enviara Delegados a la Segunda Conferencia de la Paz, que tendría lugar en La Haya el 15 de junio siguiente. En nota de la misma fecha (9 de abril), al reiterar la invitación el Señor Ministro, decía que 45 Estados habían aceptado el Programa ruso de 1906 como base de deliberaciones, aunque algunos con ciertas reservas, i que el Gobierno Ruso había pedido al Gobierno Neerlandés convocar la Conferencia para el 15 de junio i que S. M. la Reina había accedido a ello. La reunión tendría lugar en la fecha expresada a las tres de la tarde en la gran sala condal de Binnehof. A su vez el Señor Ministro Dominicano en Washington telegrafiaba en 10 de abril que el Gobierno Ruso manifestaba por órgano de su Embajador en dicha ciudad, que todos los 188 emiliano tejera | antología Estados habían dado consentimiento a la Primera Conferencia del Protocolo de adhesión a la Primera Convención de La Haya. En 12 de abril telegrafié al Ministro de Relaciones Exteriores de los Países Bajos, manifestándole que el Gobierno enviaría Delegados a la Conferencia de la Paz i declarándole a la vez que se adhería a la 2ª. i 3ª. Convención de La Haya i eventualmente a la 1ª. Al día siguiente (13) le repetí lo mismo por nota, rogándole a la vez de parte del Poder Ejecutivo el envío del Programa definitivo de los asuntos que iban a tratarse en la Conferencia, si difería del que le había sido comunicado por el Gobierno Imperial de Rusia en 3 de abril de 1906. Telegrafié igualmente al Ministro Dominicano en Washington la disposición del Poder Ejecutivo de adherirse a las Convenciones i de enviar Delegados a la Conferencia de La Haya, a fin de que lo comunicara al Señor Embajador Ruso en Washington. En 20 de abril tuvo a bien el Poder Ejecutivo nombrar Delegados a la Conferencia de la Paz, a los Señores Dr. Don Francisco Henríquez i Carvajal, Exministro de Relaciones Exteriores, i Lic. Don Apolinar Tejera, Rector del Instituto Profesional de la República. En el mismo día fueron nombrados Secretarios de la Delegación los Señores Tulio M. Cestero, Excónsul General de la República en Hamburgo i Emiliano Tejera, Cónsul Dominicano en el Havre. El Poder Ejecutivo nombró dos secretarios en vez de uno por el temor de que siendo uno solo pudiera enfermarse o inutilizarse durante la Conferencia, i la Delegación quedara sin secretario, pues no era fácil enviar otro a tiempo teniendo que ser dominicano. Lo ocurrido en Roma durante el Congreso Postal i lo que estuvo a punto de ocurrir en Río Janeiro, hicieron comprender al Poder Ejecutivo el peligro que se corre siempre cuando se nombra un solo individuo para representar la República en Congresos o Conferencias internacionales. En 8 de mayo comuniqué al Señor Ministro de Relaciones Exteriores de los Países Bajos el nombramiento de los Delegados i Secretarios que constituían la Delegación Dominicana i le reiteré la adhesión de la República a las tres Convenciones de La Haya, de conformidad con la indicación que había hecho el Gobierno Imperial de Rusia. El lo. de mayo comuniqué también a los Señores Delegados las instrucciones que debían tener presentes en los puntos más importantes que se iban a tratar en La Haya, dejando a su patriotismo i conocimientos la resolución de aquellos otros asuntos de menor importancia, recomendándoles estuviesen siempre de acuerdo en todo lo que fuere posible con los Delegados de los Gobiernos americanos. En 16 de mayo me hizo saber el Señor Ministro de Relaciones Exteriores de los Países Bajos que el Programa de los trabajos de la Conferencia, que el Gobierno Ruso había comunicado al de la República en 3 de abril de 1906, no había sufrido alteración ninguna. Ya antes, en 17 de abril, el mismo Señor Ministro de los Países Bajos me había manifestado que no habiendo tenido lugar el entendido de que habla el artículo 60 de lª. Convención, para la adhesión a esta de los Estados que no habían tomado parte en ella, i por lo tanto no pudiendo estos contribuir a la revisión de una Convención en la que no habían sido partes, habían convenido los Gobiernos firmantes de la Convención en firmar al principio de la Segunda Conferencia un protocolo, en virtud del cual los Estados que no hubieren estado representados en la 1ª. Conferencia, pero que hubiesen sido invitados a la Segunda, podrían adherirse a la 1ª. Convención por medio de una simple notificación al Gobierno Neerlandés. Que al efecto se entendería en el Ministerio de Relaciones Exteriores de los Países Bajos un acta de adhesión a 1ª. Convención, proponiéndole al Gobierno Dominicano encargase, si fuese necesario, por la vía telegráfica, a uno o varios de sus Delegados de firmar dicha acta 189 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA de adhesión tan luego como llegasen a La Haya. El Gobierno Dominicano dio autorización para ello a sus dos Delegados. La segunda Conferencia de la Paz se abrió siempre el 15 de junio a las tres de la tarde. Asistieron a ella los Delegados de 44 Estados soberanos. Fue un acto solemne. Nunca se habían visto reunidos tantos representantes de pueblos independientes. Las naciones de Europa i América estaban casi todas representadas. De Asia, muchas también. Esto indicaba que los pueblos civilizados sienten la necesidad de la paz i buscan con anhelo, aun quizás donde no se encuentran, los medios de conservarla i de evitar los intensos perjuicios de la guerra. Los Delegados Dominicanos firmaron el mismo día 15 de junio el acta de adhesión de la República a la 1ª. Convención de La Haya i desde luego quedaron capacitados para tomar parte en las reformas que a ésta pudieran hacerse. En fecha 22 de junio el Ministerio de Relaciones Exteriores de los Países Bajos llamó la atención de la Delegación Dominicana acerca de la necesidad de adherirse la República a la Convención de Ginebra de 22 de agosto de 1864, por prescribirlo así el artículo 13 de la 3ª. Convención de La Haya. En 25 de junio telegrafié al Señor Presidente de la Confederación Suiza, notificándole que el Gobierno Dominicano se adhería a la Convención de Ginebra de 22 de agosto de 1864, relativa “al mejoramiento de la suerte de los militares heridos en los ejércitos en campaña”. A la vez le pedía que comunicase esa adhesión al Gobierno de los Países Bajos. En 28 de junio me participó el Presidente de la Confederación Suiza haber comunicado a todos los Gobiernos la adhesión de la República a la expresada Convención de Ginebra. No es mi ánimo relatar lo ocurrido en la Segunda Conferencia de la Paz. Esto está hecho en la extensa i detallada Memoria que me han presentado los Señores Delegados, i que figura en los Anexos con el número 9. Tocar de nuevo ese asunto sería repetir lo que magistralmente han dicho los Delegados del Gobierno en aquella augusta Conferencia. Se ha dicho i repetido infinidad de veces que la Segunda Conferencia de la Paz había sido un fracaso. Puede serlo para los que, rayanos en la candidez, esperaban de ella la terminación de las guerras, el arbitraje obligatorio en todos los asuntos, o cuando menos la limitación de los armamentos. Ninguna de estas cosas era posible que hiciese una Asamblea en que estaban representados cuarenta i cuatro Estados soberanos, muchos con aspiraciones opuestas, i en la cual, por consiguiente, debían tomarse las decisiones a unanimidad de votos. Pero agitar profundamente ciertas cuestiones es medio resolverlas, i en la Conferencia de la Paz se han movido cuestiones que han conmovido al mundo civilizado. América se ha revelado a Europa como la tierra del Derecho. Sus Delegados, todos liberales, se han puesto en contacto íntimo con los hombres de Derecho de Europa i del Asia, en las sociedades todas se han infiltrado ideas i aspiraciones que serán fecundas en lo porvenir. El mundo se ha conmovido i está aún en estado de tensión intensa. Los armamentos no se han limitado, porque el bien armado no quiere desarmarse, ni tal vez le conviene hacerlo, i los no suficientemente armados tampoco pueden aceptar no ponerse en las mismas condiciones de los bien armados; pero los que pagan las contribuciones que permiten esos armamentos i los que van a los campos de batalla a ofrendar su vida en aras de ambiciones desapoderadas, esos han meditado, i sus meditaciones pueden i tienen que ser fecundas para la paz. La necesidad hará lo que no pueden las Conferencias, i llegará un día en que sólo haya guerras defensivas contra los ambiciosos, i aun éstas serán disminuidas en gran parte por las alianzas de los enemigos de la guerra. 190 emiliano tejera | antología El arbitraje obligatorio general no ha podido ser establecido, pero la Convención de arbitraje entre nación i nación suplirá esa falta, i ya a la fecha se han celebrado bastantes. Cuando se hayan reducido los casos en que se crean comprometidos el honor i los intereses esenciales de los Estados; cuando la mediación i los buenos oficios tengan más extensión i eficacia que al presente; cuando el obrero que no tiene nada, i el capitalista, que es poseedor del nervio de la guerra, movidos cada cual por su interés, ejerzan presión sobre los Gobiernos ambiciosos, las guerras serán raras, i tal vez llegue el día en que, al igual que los particulares, haya un tribunal de naciones que decida todas las dificultades que pueden suscitarse entre éstas. I a este benéfico fin habrán contribuido las discusiones de la Segunda Conferencia de la Paz i las que se celebren en lo futuro, si se reúnen en ella los Delegados de todos los pueblos civilizados. La buena semilla ha sido regada, ha encontrado tierra fértil, i será fecunda en beneficio para las sociedades, sedientas de paz i de justicia. A la República Dominicana le interesaba el triunfo del arbitraje para todas las cuestiones, por haber sido ella tal vez la primera nación que lo estableció así en su Pacto Fundamental. I le convenía, sobre todo, el que no se emplease la fuerza para el cobro de deudas i sobre todo de reclamaciones. La doctrina Drago trataba de impedir el empleo de la fuerza para el cobro de deudas por empréstitos; la proposición Porter, que triunfó en La Haya, tendía a ese mismo fin en las deudas contractuales, salvo el caso de que la parte deudora se negase al arbitraje o faltase a lo que éste disponía; pero hai una clase, no de deudas, porque no lo son siempre, sino de reclamaciones por perjuicios verdaderos o ficticios de extranjeros, que son las verdaderamente peligrosas, porque casi siempre son infundadas, exageradas, i se cobran por la fuerza, sin preceder muchas veces discusiones diplomáticas. No fue aceptada en la Conferencia la proposición de la Delegación Dominicana de someter siempre al arbitraje toda clase de cuestiones, i habrá que recurrir al medio de hacer Tratados de Arbitraje con las naciones que tienen más relaciones con la República Dominicana. Trece Convenciones fueron ajustadas en la Segunda Conferencia de La Haya. Los Delegados Dominicanos firmaron once; ocho sin reservas i tres con reservas, i se abstuvieron de firmar dos por no estar de acuerdo con prescripciones de nuestra Lei Sustantiva. La primera de éstas es la que crea una Corte Internacional de Presas que debe fallar en último grado sobre la validez o invalidez de las presas. La Constitución Dominicana atribuye esa facultad a la Suprema Corte de Justicia, i los Delegados, con razón, juzgaron que no podían contribuir a la creación de un Tribunal que privase a la Suprema Corte de una de las facultades que le concede la Constitución. Además, en la formación del Tribunal de Presas se lastimaba el principio de la igualdad de los Estados, cosa que no hubieran podido aceptar nunca nuestros Delegados. La otra Convención que no firmaron los Delegados es la relativa a la transformación de los buques mercantes en buques de guerra, i que está fundada en la Declaración de París de abril de 1856, que suprime el corso. I como el artículo 51 (inciso 4o. de la atribución vigésima octava), faculta al Poder Ejecutivo a expedir patentes de corso, no podían los Delegados aceptar una Convención que anulaba una de las facultades constitucionales del Poder Ejecutivo. Las reservas hechas por los Delegados se refieren al cobro de deudas contractuales, a los derechos i deberes de los neutrales en caso de guerra marítima i a la colocación de minas submarinas automáticas de contacto. El texto de estas reservas puede verse en la Memoria que me presentaron los Delegados i que figura como Anexo n.o 9. 191 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA El Congreso Nacional examinará cuando lo tenga por oportuno las Convenciones firmadas por nuestros Delegados en nombre del Poder Ejecutivo, i les acordará o negará su aprobación según lo juzgue conveniente. Estimo que nuestros Delegados en la Segunda Conferencia de La Haya han cumplido su deber. La República ha sido representada dignamente en esa grande Asamblea de Naciones. Antes de cerrar este capítulo debo consignar que el Poder Ejecutivo, en 14 de septiembre último, usando de la facultad que le confiere el artículo 23 de la Primera Convención de La Haya, ha designado como Miembros del Tribunal Permanente de Arbitraje a los Señores Dr. Don Francisco Henríquez i Carvajal, Exministro de Relaciones Exteriores, Licenciado Don Apolinar Tejera, Rector del Instituto Profesional de Santo Domingo, Lic. Don Rafael J. Castillo, Presidente de la Suprema Corte de Justicia, i Don Eliseo Grullón, Exministro de Relaciones Exteriores, personas de reconocida competencia en las cuestiones de Derecho Internacional i que gozan de la más alta consideración moral. Santo Domingo, 26 de mayo de 1867. Una carta en defensa del Seminario Conciliar Al Presidente del Congreso Nacional, Santo Domingo. Ciudadano Presidente. El infrascrito, encargado interinamente del Seminario Conciliar de Santo Tomás, tiene la honra de dirigirse al Honorable Congreso Nacional en demanda de reparación de una injusticia cometida contra aquel establecimiento. El Honorable Congreso Nacional no ignorará tal vez que el edificio del extinguido Convento de Regina Angelorum, con todas sus dependencias y anexidades, es el local destinado para el establecimiento del Seminario Conciliar de Santo Tomás. Así lo determinó la lei de 8 de mayo de 1848, creadora del mencionado Instituto de enseñanza; así lo reconoció el Gobierno de la República en mayo de 1860, y así lo han venido reconociendo cuantos Gobiernos ha tenido el país desde el 48 hasta estos últimos tiempos. Y aunque es verdad que el Seminario Conciliar, con detrimento de sus rentas, no ha podido nunca ocupar su legítimo y verdadero local, ya porque en los primeros tiempos carecía de los fondos necesarios para hacerle las reparaciones que su ruinoso estado exigía, ya porque cuando fue reparado en 1860 se atravesaron circunstancias que aplazaron el cumplimiento de la prescripción legal, este hecho en nada perjudicó el derecho que el Seminario tenía sobre el edificio de Regina, y siempre y bajo cualquier Gobierno le fue reconocido sin disputa de ninguna especie. Toda vez que sigue existiendo un legítimo i verdadero representante del Seminario, el Exconvento de Regina ha sido destinado en todo o en parte a usos extraños al que le señaló la lei o lo ha sido con el consentimiento de aquel, o después de haberse practicado el recurso que queda al débil cuando es impotente para contrarrestar la fuerza: protestar. No obstante esto en noviembre del año próximo pasado, el Presbítero Francisco X. Billini, que tanto como el que más sabía que el edificio de Regina Angelorum pertenecía al Colegio Seminario, solicitó del Gobierno se lo concediese para establecer en él un Colegio particular. El Poder Ejecutivo creyendo tal vez que la disposición de la lei del 8 de mayo de 48 había caducado, y no habiendo reclamaciones sobre el particular, pues el Seminario 192 emiliano tejera | antología no tenía entonces quién lo representase, otorgó la concesión pedida, y el Presbítero Billini ocupó el edificio que legal y debidamente pertenecía al Seminario Conciliar. En esta ocasión el Presbítero Billini sacrificó a su interés particular el interés de la Iglesia, que como sacerdote debía mirar ante todo; privó al Seminario, en el cual se había educado, del local que legítimamente le correspondía, y lo hizo justamente cuando aquél lo iba a necesitar más; cuando el estado de sus rentas exigía que utilizase, para sostener su precaria existencia, el alquiler que podía producirle la casa en la cual hasta entonces se había visto precisado a tener las clases; cuando en fin, por carecer de verdadero representante el Seminario, era un deber de los sacerdotes unirse y combatir para evitar todo despojo en este Instituto de enseñanza religiosa, en vez de aprovechar fatales circunstancias para privarle de una de sus propiedades más importantes. Sin embargo, la concesión del Gobierno no habrá en el fondo perjudicado en gran cosa los derechos del Seminario, puesto que estando en oposición con una lei en vigor, que el Ejecutivo no podía destruir, habría cuido sin duda alguna en cuanto se hubiesen hecho por la autoridad competente las debidas reclamaciones. Pero el Presbítero Billini deseoso de “tener otra concesión en toda forma para no ser interrumpido en el uso que hacía de la del Gobierno y asegurar la estabilidad de su Colegio”, solicitó de esa H. C. en 9 de marzo próximo pasado, se dignase confirmar la concesión que le había hecho en el año anterior el Poder Ejecutivo: es decir, pidió se declarase por la autoridad suprema de la nación que el edificio que hasta entonces había pertenecido al Colegio Seminario, esto es, a un establecimiento único en su clase, de utilidad general i que había dado resultados satisfactorios al país, pertenecía en lo adelante al Colegio de San Luis Gonzaga, esto es, a un establecimiento como el cual podía haber muchos en el país, puramente particular, y que estaba aún por poner de manifiesto los beneficios que podía producir. Y esta solicitud que, como lo juzgó el Rector del Seminario, debía ocasionar un resultado contrario al que se proponía su autor, trayendo, por opuesta a una lei vigente, la destrucción de la concesión gubernativa, no solo ha sido bien recibida, sino que, como lo ha visto el infrascrito en el no. 88 del Monitor, fecha 11 del corriente, ha dado origen a una resolución de ese Honorable Cuerpo en la cual, a la vez que se confirma la concesión hecha por el Gobierno al Presbítero Billini, se habla en términos que dan a suponer que ese Honorable Cuerpo juzga que el Exconvento de Regina Angelorum no pertenece al Colegio Seminario, como hasta ahora, fundándose en la lei de 8 de mayo de 48, lo han creído todos, i como lo ha juzgado posteriormente uno de los miembros del mismo Gobierno concesionario, según se evidencia por el oficio aclaratorio que en 26 de marzo último dirigió a esa Corporación el ciudadano Ministro de Justicia e Instrucción Pública. El infrascrito no puede menos de suponer que al confirmar ese Honorable Cuerpo la concesión hecha al Presbítero Billini, ha creído, como sin duda lo creyó también el Gobierno, que el ex Convento de Regina Angelorum no estaba ya afecto al Colegio Seminario. No de otro modo puede explicarse la resolución del 15 del mes próximo pasado. Si la lei de 8 de mayo de 48 está vigente, i nadie aún lo ha puesto, no podía ponerlo en duda, el Exconvento de Regina Angelorum pertenece al Colegio Seminario de Santo Tomás. Si esto es así, la concesión del Gobierno al Presbítero Billini, fecha 19 de noviembre del año próximo pasado, es nula, puesto que se basa en la falsa suposición de creer el Gobierno que podía disponer del mencionado edificio, por estar bajo su dominio, cuando se ha visto que por una lei, que no podía derogar el Ejecutivo, estaba afecto ya a un Instituto de enseñanza. Y si esto es exacto como se evidencia a la simple vista ¿a qué se reduce entonces la confirmación 193 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA que ha hecho ese Honorable Cuerpo de la concesión del Gobierno? A nada absolutamente. El Poder Legislativo no podía ni en ningún modo habrá querido confirmar una cosa nula, una cosa que en la esfera del derecho es nada. Él sin duda juzgó válida la concesión del Ejecutivo y estimó conveniente ratificarla. Esta concesión resulta ahora nula, porque nadie puede legítimamente disponer de lo que pertenece a otro; la confirmación hecha por ese Cuerpo viene a serlo también, puesto que desapareciendo la concesión tiene naturalmente que desaparecer o reducirse a nada la confirmación de esa concesión. Y como la leí de 8 de mayo de 48 no ha sido derogada por esa Honorable Corporación, ni siquiera le ha sido propuesto semejante cosa, resulta claro, incontestable el derecho del Seminario sobre el edificio del Exconvento de Regina Angelorum. Tal es al menos la creencia del infrascrito; y basado en ella, y abrigando la esperanza de que ese Honorable Cuerpo, por amor a la justicia se dignará examinar la lei de 8 de mayo de 48; la concesión del Ejecutivo al Presbítero Billini, el citado oficio del ciudadano Ministro de Justicia e Instrucción Pública, i cuanto más estime conveniente sobre el particular, se atreve a pedirle se digne anular la resolución de 15 de abril último, referente a la confirmación de la concesión hecha por el Gobierno al Presbítero Billini; disponiendo a la vez sea entregado el Exconvento de Regina Angelorum al Rector del Seminario, sin perjuicio de lo que pueda disponerse para indemnizar al Presbítero Billini, dado caso que así se creyere de justicia. Penoso en extremo le es al infrascrito ocupar la atención de ese Honorable Cuerpo cuando está ya tan próximo a terminar sus sesiones, i mucho más penoso le es todavía poner de manifiesto ante el público el contraste que resulta al ver de una parte a un sacerdote, hoi jefe de la Iglesia dominicana, trabajando por segregar y segregando al fin de las propiedades del Seminario, ¡un Instituto de enseñanza tan necesario a la Iglesia! un edificio que ahora más que nunca necesita, y todo por facilitar la prosperidad de una empresa particular, y de otra a seglares, que no debía suponérseles grande interés en el engrandecimiento de la Iglesia, luchando porque no se le disminuyan a ésta los elementos con que puede formarse un clero nacional ilustrado… Pero el deber así lo exige, i ante semejante mandato el infrascrito debe i no puede menos que obedecer. Santo Domingo, noviembre 14 de 1894. Emiliano Tejera. Sobre crianza libre en Santo Domingo Sr. General D. Tomás D. Morales, Interventor de la Aduana de Santo Domingo. Mui estimado amigo: Doi a Ud. las gracias por el ejemplar de la Reseña de la Aduana de Santo Domingo, que tuvo la amabilidad de dedicarme, i el cual he examinado con toda la atención que se merece. Si hoi es casi una obligación tributar elogios calurosos a los empleados que se limitan a cumplir con su deber, con cuánta más razón no los merecerán aquellos, que saliéndose de la regla común, dedican tiempo, trabajo i dinero a la preparación de obras de utilidad reconocida para la patria. Ud. ha ocupado puesto importante en ese meritorio grupo, i no seré yo quien le escatime las alabanzas a que por ello se ha hecho acreedor. ¡Ojalá tenga Ud. muchos imitadores! 194 emiliano tejera | antología Pero si he sentido grande complacencia al tener a la vista el resultado del esfuerzo de un digno servidor del pueblo, no me ha pasado lo mismo al estudiar los Estados de importación i exportación de la Provincia. Lejos de placer he sentido pena. Las cifras con su abrumadora elocuencia me demuestran una vez más lo que yo sabía de antemano: que nuestra crianza está en decadencia; que la agricultura de la Provincia se encuentra aún en mantillas i que la parte floreciente de ella, la producción de azúcar, reposa sobre base efímera i deleznable. ¡Cómo! La Provincia de Santo Domingo ha tenido que importar, en un año para su consumo según datos oficiales siempre menores que los reales 2,938,373 lbs. de arroz; 307,929 lbs. de manteca de cerdo; 455,197 lbs. de bacalao; 209,375 lbs. de arenques ahumados; 62,300 lbs. de tocinete; 87,158 lbs., entre habichuelas, garbanzos i chícharos; 53,675 lbs. de mantequilla; cerca de 85,000 lbs. de queso; 54,100 lbs. de tasajo de Montevideo; 42,234 lbs. de jamón; 3,456 lbs. de salchichón; 333 barriles de carne de vaca; 113½ de carne de puerco; 404¼ barriles de macarelas; 266 quintales de maíz en grano; 517½ barriles de harina de maíz; 2,419 lbs. de salmón; 3,642 lbs. de leche condensada i hasta 437 novillas. Que importemos harina de trigo (17,640 barriles), aceite i otros objetos que no producimos o que no podemos producir a poco costo, pase; pero que introduzcamos para nuestra alimentación habichuelas, carnes, maíz, leche i hasta animales en pie, eso es inconcebible, es hasta vergonzoso, no habiendo habido guerra, temporales, ni nada que impida o destruya el trabajo. ¿Para qué nos sirven entonces los excelentes terrenos del interior i del extremo Oeste de la Provincia? ¿Para qué los extensos criadores de Boyá, Bayaguana i Monte Plata, de la otra parte de la Cordillera? ¿Vale la pena de tener al cerdo por señor de campos i poblados si ni aun nos produce la manteca que necesitamos para nuestra escasa población? ¿Qué importancia tiene nuestra cría de ganado mayor si ni aun campeando sin rei ni lei en las sabanas i bosques puede libertarnos de ser tributarios del extranjero en carnes, leche, mantequilla, sebo i demás productos que de esa crianza se obtienen? ¿O es que nuestros agricultores i criadores son los más ignorantes, los más perezosos de todos los agricultores i criadores de las Antillas? No dejan de ser ignorantes ni perezosos muchos de nuestros agricultores; pero no es esa pereza ni esa ignorancia la que mantiene estacionada o decadente nuestra agricultura. No faltan muchos –i tal vez son los más– que día por día riegan con el noble sudor del trabajo la semilla que confían a la tierra, i todos, cual más, cual menos, llevan en sus encallecidas manos la prueba irrecusable de que la azada i el machete les son más familiares que los dados i los naipes. Además, la campesina dominicana es como la mayoría de las mujeres dominicanas, eminentemente trabajadora, i no es raro verla con la pesada hacha derribando árboles seculares o con la azada i el machete limpiando el conuco de donde obtiene el sustento de la familia i los escasos recursos con que atiende a sus demás necesidades. Que faltan caminos que disminuyan el costo del transporte de los objetos; que no se emplean las máquinas agrícolas más rudimentarias; que no se atiende, como se debe, a la elección de las semillas; que se carece de un sistema de riego que neutralice los efectos de las inclemencias atmosféricas; que se desconocen o no se siguen las reglas de la agronomía, que prescriben la rotación de los cultivos, la producción de los fertilizantes a bajo precio, los medios en fin de conservar siempre el mismo pedazo de terreno fértil i productivo; que no se acondicionan o preparan como es debido los productos agrícolas, i por eso, con vergüenza 195 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA nuestra, el producto dominicano, no obstante su bondad natural, es el producto que menos precio obtiene en los mercados extranjeros, todo esto, i mucho más que puede agregarse, es verdad, i el sentido común, el patriotismo, el interés especial de cada uno aconseja que se remedie lo más pronto posible, a fin de que nuestra agricultura merezca algún día ese nombre; pero ninguna de estas causas, no obstante lo poderosas que son, influye gran cosa en el resultado que manifiestan los Estados de Aduana. Las verdaderas causas son más potentes, más trascendentales, i cuando se las estudia con cuidado, i se aprecia en su verdadera cuantía el daño que ocasionan, lo que asombra es, no que haya pocos agricultores, sino que haya uno siquiera, i sólo teniendo en cuenta, unas veces la fuerza del hábito, i otras lo imperioso de ciertas necesidades, es que se comprende que todavía haya en la Provincia quien empuñe el hacha de trabajo para derribar un pedazo de monte, i dedique su tiempo i esfuerzos a cercarlo i cultivarlo. Porque en verdad es preciso ser optimista en grado superlativo o vestir el quién sabe con los rientes atavíos de la esperanza para lanzarse al más insignificante trabajo agrícola, sabiendo que existe la crianza libre o fuera de cercas, i que el cerdo con su poderosa trompa intacta, es uno de los que disfrutan de esa libertad de vivir i comer donde le plazca. Que trabajo hai seguro cuando lo aguijonea el hambre, sobre todo si tiene ocho o diez hijos pequeños a quienes alimentar. I el hambre le persigue de seguro durante cuatro o cinco meses del año, i es preciso saber lo que es el hambre en un cerdo. No hai nada al abrigo de su trompa, nada que respete su voracidad. Crías de aves, cabras i aun de reses i bestias, insectos, gusanos, frutos podridos, excrementos, cadáveres corrompidos, cuanta inmundicia hai en los campos, hasta en ocasiones sus mismos hijos, todo es buen alimento para el puerco suelto hambriento. ¿I qué barreras pueden oponérsele a este Heliogábalo minero, sobre todo cuando detrás de él zapador potente o escalador audaz, se encuentra de reserva el ganado mayor presto a suministrar sus servicios? Las únicas eficaces no están al alcance del campesino, porque al cerdo sólo se le vence matándolo, i mal de su agrado tiene aquel que resignarse primero a compartir el fruto de su trabajo con el voraz cuadrúpedo, i más después abandonárselo por completo a él i sus compañeros, sabiendo sin embargo que las más de las veces el hambre i la desnudez han de llegar a su puerta, i gracias que no vengan acompañadas con la prostitución de su esposa o de sus hijas, descorazonadas por ese trabajo sin provecho, sin esperanzas, exclusivamente en beneficio de un extraño a quien nada deben, i que nada les dará en compensación. ¿I puede conservarse laborioso el agricultor que año tras año ve repetirse esa misma dolorosa historia de trabajo i pérdidas innecesarias? ¿Con ese ejemplo perenne, con ese estímulo a la pereza, pueden ser trabajadores sus hijos? ¿No es lo natural, lo lógico, que ese campesino, defraudado en sus justas esperanzas, coja a su vez el machete de trabajo, i en vez de emplearlo en una labor infructuosa, se lance con él al conuco ajeno, no destruido aún, e imitando al cerdo, haga suyos los productos del trabajo de sus compañeros? ¿O que ciego de cólera o aguijoneado por el hambre o las necesidades de su familia, llame en su auxilio al también famélico can, i entre ambos den buena cuenta del rollizo cerdo que calmaba los ardores de su grosura en el pantano frente a la casa arruinada por su voracidad? ¿I los pleitos eternos entre criadores i agricultores, que a menudo terminan en heridas o muertes? ¡I la tendencia de muchos hateros a señalar en el monte como suyas, las crías de los animales ajenos! ¡I los daños causados a los cerdos i reses en el fondo de los bosques 196 emiliano tejera | antología i que después se atribuyen a la peste, a los perros jíbaros, a las inundaciones! ¡I esa incitación constante al robo que hace a los necesitados o hambrientos la vista de animales que nadie custodia, i que muchas veces entran en la propia casa para hacer daño! Todo esto, que va rebajando el nivel moral de las poblaciones rurales, es debido a la crianza libre, que proporciona ocasiones para cometer el mal i tiende cebos halagadores a las pasiones que no tienen freno eficaz en una voluntad habituada al cumplimiento del deber. No otra causa sino la crianza libre reconoce el fenómeno sorprendente de que los pequeños propietarios vendan sus terrenos para convertirse en jornaleros o alejarles de los centros agrícolas. Los que son criadores lo hacen para entregarse sin molestias a la pasión que los domina; los que no lo son, creen aprovechar una oportunidad para salir de la situación de víctimas en que hasta entonces habían estado colocados. I unos i otros labran ordinariamente su propia desgracia, porque buscan el remedio donde no existe, i entretanto disminuyen, por falta de brazos, los medios de subsistencia para ellos i sus familiares o se encarecen de un modo notable. ¿I qué razas de animales pueden conservarse con la crianza libre? Ninguna. Todas degeneran; porque les falta el cuidado del dueño i la buena alimentación. El cerdo se convierte en jabalí; la vaca cesa de servir para el ordeñe, i el caballo desmejora rápidamente. ¡Descuido, escasez, o hambre i malos reproductores, qué otro resultado pueden dar! El caballo bueno se coge para el servicio o el pesebre, i el haragán, enfermo o defectuoso por la edad, los achaques, o su naturaleza es el que queda suelto i sirve muchas veces de padrote. El toro de fuerza i de bríos o conviene venderlo porque produce más, o si se deja suelto en los montes i sabanas pronto se hace temible i es preciso sacarlo del ganado, dejando en su lugar o animales mui tiernos o los indolentes i de poco valor, pero que tengan pintas que se vean a distancia. La vaca no ordeñada i mal alimentada apenas da leche para criar a su hijo. El cerdo andariego gasta en ejercicio la poca grasa que puede almacenar. I sin el alimento suficiente o con casi ninguno en las épocas de seca, sin buenos reproductores i sin el cuidado inteligente e interesado del dueño ¿qué razas pueden conservarse? Todas tienen que volver a su primitivo estado, i a eso tienden las que existen en la Provincia, sobre todo las de cerdo i caballos. El criador de cerdos se siente envanecido cuando a los tres o cuatro años de tener sus machos entre los bosques i con un mes o dos de pocilga en que le consume cada uno algunos quintales de palma o maíz, le produce cada uno de ellos una botijuela de manteca ¡doce lbs.! i yo he tenido aquí cerdos medianos, que mal aprovechada la grasa i sin habérsele dado grano alguno, han producido 225 ó 240 lbs. de manteca. Las reses de doce o catorce arrobas de carne las tiene por superiores el criador, i cualquier res de potrero da el doble de esa cantidad; ¿Qué crianza es esa? Se ha recomendado en infinitas ocasiones que el agricultor siembre cacao i café en los conucos que hace cada dos años i a veces anualmente. Pero esta recomendación es imposible seguirla mientras exista la crianza libre o fuera de cercados. En la común de Yamasá, donde a lo menos se hacen anualmente doscientos conucos, de 6¼ tareas poco más o menos, acostumbran sembrarlos de cacao i café. He visto crecer lozanas estas plantas uno o dos años i aun llegar a fructificar; pero al tercer año ordinariamente todas han desaparecido, salvándose a duras penas ocho o diez árboles de cacao. ¿Quién los ha destruido?– El cerdo i las reses. El agricultor o conuquero ha sostenido en buen estado su empalizada durante dos años; pero al tercero ha sido vencido por los animales, i esto tanto más pronto cuanto más fértil 197 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA es el terreno, porque es sabido que en las tierras feraces no se da madera de duración. Si no existiera la crianza libre, habría cada año en Yamasá mil tareas por lo menos sembradas de cacao i café, que al cabo solamente de diez años serían cerca de 700,000 árboles de una i otra planta (suponiendo siembras iguales de ambas) o 10,000 quintales más agregados a la producción general. I no se olvide que no teniendo que hacer empalizadas, los conucos serían de diez tareas o más cada uno, porque la cerca en esos pequeños plantíos cuesta más que todos los otros trabajos juntos. I eso pasaría en la común de Yamasá que no debe exceder de 4,000 almas, i que es poco agricultora, no obstante ser sus terrenos de los mejores de la Provincia. ¿I en dónde está situado Santo Domingo, podría pensar alguno que no nos conozca bien? ¿Es en Asia en donde existen parias, donde hai aún castas condenadas fatalmente a la servidumbre por la desigualdad de condiciones sociales? ¿O acaso se refiera este escrito a lo que pasaba hace cientos de años en la España de la Mesta i de la agricultura menospreciada? No habría violencia, ni exageración en ninguno de estos pensamientos. Tenemos un canon constitucional que proclama la igualdad de los dominicanos i otros que declaran la propiedad sagrada e inviolable, pero todo esto es una bella mentira tratándose de los agricultores i criadores i de la propiedad agrícola. No son iguales los agricultores i criadores; no existe la propiedad agrícola en la verdadera acepción de la palabra. El criador o hatero es dueño absoluto, o cree serlo, de su terreno, i además lo es de los frutos silvestres del terreno del agricultor, teniendo además el privilegio de que sus animales recorran éste i lo ocupen como bien les plazca. El agricultor sólo es dueño del pedazo de tierra que defiende a la usanza romana con un campo atrincherado, i aun de allí tiende a desalojarlo constantemente el cerdo, i el toro del criador. Del derecho de usar i abusar que tendría a ser cierto el canon constitucional, sólo tiene en realidad el de derribar un pedazo de bosque, cercarlo i sembrarlo; pero en cuanto a los frutos de su trabajo, ¡ah! esos son gajes del vencedor, i si no los defiende en buena lid no le corresponden: son del criador, porque son de sus animales, si llegan a forzar los atrincheramientos en que aquel los ha resguardado. Entonces tenemos realmente dos clases de propietarios: el criador que es propietario de lo suyo i de lo ajeno, i el agricultor que de hecho sólo es propietario de una parte pequeñísima de su terreno i poseedor precario de lo que en él trabaja. ¿Qué clase de propiedad es esa? ¿i por qué esa diferencia monstruosa entre dos propietarios reconocidos iguales por el precepto constitucional? Asombra en verdad lo que pasa en nuestros campos, i si no fuera por el hábito que adquirimos desde la infancia de ver la injusticia triunfante, nos indignaría que esos hechos monstruosos se llevasen a cabo diariamente. Un agricultor, un propietario quiere aprovechar una parte de su terreno, i al efecto lo desmonta, prepara i siembra. No habiendo animales silvestres nada tiene que temer: puede prescindir de cercas, i con lo que éstas le hubieran costado, aumenta si le parece, el campo que quiere cultivar. Este proceder es natural, es lógica, es una aplicación de su derecho. Otro propietario igual, un criador, quiere también aprovechar los frutos de su terreno, i en eso piensa bien, i al efecto trae a él cerdos i reses. Nada teme tampoco porque hasta ese día no ha presenciado el hecho de que el maíz o la yuca de su vecino agricultor vayan a devorarle el fruto de sus yayas i palmas. Pero los cerdos i reses del criador no son como las plantas del agricultor: estas son estacionarias, aquellos caminan i cambian de lugar i no entienden de linderos, i al caminar i cambiar de lugar pueden hacer daño al agricultor que en uso de su derecho ha plantado su pequeño conuco de yucas, 198 emiliano tejera | antología batatas i plátanos. ¿Qué hacer para evitarlo? Lo natural, lo lógico, lo justo es que el criador encierre sus animales en todo o parte de sus terrenos, i así ambos propietarios disfrutarán convenientemente de los derechos de tales. ¿Pasan las cosas así?– No; el que debe cercar, según la leí, es el que produce los objetos inmóviles; los que no pueden transportarse, i no debe cercar el que le place tener los objetos que caminan, i que al caminar no sólo consumen lo ajeno, sino que a veces imposibilitan al otro propietario ¡el ejercicio de sus más legítimos derechos! ¿En dónde está la justicia, en dónde la igualdad, en dónde la lógica? ¿Por qué la lei, para ser consecuente, no dispone que se encierren en grandes prisiones a los habitantes del país, i con ellos sus propiedades, i que los que se dediquen al noble arte de rateros anden sueltos por todas partes de pie i pierna, sin menoscabarles en modo alguno el sagrado derecho de apoderarse de lo ajeno, siempre que encuentren cabida para ello, disponiendo además se castigue, como es natural, a los que por defender lo suyo lo lastimen en lo más mínimo? Así estarían equiparadas las ciudades i los campos. De esto resulta que en realidad no hai verdaderos propietarios rurales. No lo es el criador, porque no utiliza, ni puede utilizar ordinariamente sino las yerbas i frutos silvestres de sus terrenos, i además está cohibido en el ejercicio de sus derechos por otros criadores iguales a él: no lo es el agricultor, porque sólo posee el pedazo de terreno cercado por él i mientras lo tenga cercado. I no habiendo propietarios que dispongan en absoluto de su terreno i tiendan constantemente a mejorarlo jamás podrá haber verdadera agricultura. I no sólo habrá agricultura, sino que tampoco podrán introducirse otras mejoras indispensables para facilitar las comunicaciones i transportes, i asegurar las cosechas. Habiendo cerdos sueltos, ¡qué caminos carreteros pueden existir! ¡qué acequias! ¡qué nada que no sea de cal i canto! La trompa del cerdo todo lo destruye o descompone, sobre todo en tiempo de lluvias, i las reparaciones de esas diversas obras serían frecuentes i costosas. Hasta los mismos ferrocarriles experimentan perjuicios con la crianza libre, siendo tal vez el menor el tener que pagar las empresas las reses i cerdos que perecen por no retirarse a tiempo de la vía. I tanta injusticia, tantos inconvenientes, ¿para qué? ¿Para llegar al resultado tristísimo de que la Provincia, en época normal, se vea obligada a traer del exterior para su consumo miles de quintales de manteca, carne, granos, i hasta animales en pie? ¿Se puede asegurar que hai progreso cuando no se sabe si esos objetos de consumo se pagan con el capital acumulado de antemano o con los beneficios obtenidos del trabajo de ese mismo año? Es tiempo ya de que termine situación tan anómala e injusta. En el corazón del Cibao, con mui buen acuerdo i atendiendo a su verdadero interés, van destruyendo el sistema de crianza libre; en las Yaguas i el Recodo, en la Común de Baní, hace tiempo que desapareció; en Enriquillo (Distrito de Barahona) van surgiendo cafetales como por encanto, merced a la prohibición de tener animales fuera de cercas, i en todos estos lugares se palpan los beneficios de semejante práctica, i se nota lo que un hombre sólo puede hacer cuando no está combatido por el cerdo o las reses de los vecinos. No es esto decir que se prohíba la crianza de animales. De ningún modo. El que le agrade o le convenga criar, que críe; pero que críe en sus terrenos i no en los ajenos; que sepa que debe darles de comer a sus animales, i que debe limitar el número de éstos a la cantidad de alimentos de que pueda disponer. Habrá al principio menos animales; pero serán de mejor clase, i vendrá a ser cosa común lo que hoi es causa de asombro: reses de 30 a 40 arrobas i cerdos que den en carne esta cantidad i otros que lleguen a 250 ó 300 lbs, de manteca. 199 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Lejos de que crea que la crianza debe disminuirse, me alegraría verla siempre asociada a la producción agrícola de substancias alimenticias. Así el estiércol estaría a la mano del agricultor, i le sería fácil conseguir el resultado a que debe tender; conservar siempre a la tierra que cultiva el mismo grado de fertilidad, i no explotar i consumir el capital que ella representa, como ha sucedido i sucede en muchas de las grandes empresas agrícolas que no se cimentan en las buenas reglas de la agronomía. Es tanto lo que podría decirse acerca de los inconvenientes de la crianza libre, que sin advertirlo he escrito varios pliegos, i ni una palabra he dicho del otro grave mal que aqueja a la agricultura: los terrenos pro-indivisos, llamados Comuneros. Quede esto para otros o para otra oportunidad. Notable abuso seria tocarlo ahora. ¡Cuánta satisfacción sentiría Ud., General, si las impresiones que en mí ha causado el estudio de los Estados de Aduana que Ud. publica las hubieran sentido ya algunos de los altos funcionarios del país, i que esto produjera la corrección o disminución de los abusos que he indicado! No le desearía a Ud. otra gloria por ahora su affmo, servidor i amigo. E. Tejera. 200 No. 31 BERNARDO PICHARDO RESUMEN DE HISTORIA PATRIA ¡Nuestra historia para intensificar la resistencia de la virtud ciudadana y estimular los nobles ademanes del patriotismo nacional en las generaciones que nos sucedan, tiene, sin falsear la verdad, que ser escrita con espiritualidad y optimismo! B. Pichardo. Bernardo Pichardo Noticias biográficas* Don Bernardo Pichardo perteneció a una ilustre familia de soldados y de intelectuales, hombres de valor y de inteligencia. De la virtud de dos de ellos habla con vivo encomio Eugenio María de Hostos: de Paíno y de José María Alejandro Pichardo. Excelente munícipe el primero; y el último estudiante en que fueron pares el talento y la desdicha. El devoto autor de Reliquias históricas de la Española nació en la ciudad de Santo Domingo el 18 de octubre de 1877, hijo de José María Pichardo Bethencourt y de doña Amalia Patín de Pichardo. Estudió en Europa, pensionado en 1895. Volvió al país y el medio social le impuso un doble afán común en la juventud de la época, fines de la dictadura de Heureaux: el periodismo y la política. Desde temprano desempeñó altas funciones públicas: Ministro de Correos y Telégrafos del 19 de junio de 1904 al 23 de octubre de 1905, y de Justicia e Instrucción Pública, interinamente, de julio a diciembre de 1904, durante el Gobierno de Morales; de Relaciones Exteriores, del 5 de diciembre de 1914 al 4 de agosto de 1916, Gobierno de Jimenes y principios de la administración de Henríquez y Carvajal; de Fomento y Comunicaciones en abril de 1915 y de Agricultura e Inmigración en agosto del mismo año; y Enviado Extraordinario en Misión Especial ante S. S. Pío X en 1912. Su mejor gloria como político fue su altiva y digna actitud en el ejercicio de la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores, frente a las violencias del Gobierno de Norteamérica, en días aciagos para el patriotismo dominicano. Fue periodista, particularmente desde las columnas de El Tiempo, y atildado escritor y orador brillante en quien se aunaban la prestancia personal y la facilidad de la palabra, de acento poético y atrayente galanura. Sus discursos son bellas páginas antológicas. Fue también hombre de hogar, constante y vehemente en el culto de la amistad y la familia. Su obra literaria es bien valiosa y orientada hacia los temas más caros al patriotismo: la historia, la tradición, la conservación de nuestras reliquias del pasado, la enseñanza cívica. Fue, así, autor de nuestro mejor manual de historia patria y el primero en consagrar un libro a nuestros monumentos coloniales. Por ello, por sus merecimientos, luce el nombre de Bernardo Pichardo una calle de su amada villa natal: en ella murió, el 8 de octubre de 1924. Reposa en la Iglesia del Carmen, en la paz del Señor. Si para el suscrito fue muy alto honor cumplir el gratísimo encargo de preparar la reedición de Reliquias históricas de la Española, el nuevo encargo de la familia PichardoMarchena, de reimprimir este bello libro, es más honrador aun y todavía más grato. Emilio Rodríguez Demorizi. *En esta cuarta edición del Resumen de historia patria han sido hechas las correcciones y adiciones más indispensables –bien escasas por cierto–, incluso el Apéndice, que es una síntesis cronológica de los sucesos de mayor importancia del período 1916-1962. Por su Ordenanza del 30 de octubre de 1942, el Consejo Nacional de Educación resolvió declarar adecuado para la enseñanza, como complemento de esta obra, el libro del mismo autor, Reliquias históricas de la Española, del que se hizo una segunda edición en 1944. Totalmente agotado el Resumen, desde hace algunos años, la familia Pichardo-Marchena ha dispuesto esta edición, cediendo al altruista propósito del Sr. Julio D. Postigo, Gerente de la Librería Dominicana, de incluir la obra en su afamada Colección Pensamiento Dominicano. En esta edición, por razones editoriales, se han suprimido las fotografías de personajes, lugares y monumentos históricos. En cambio, el Apéndice ha sido llevado hasta el año 1962. 203 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA República Dominicana Servicio Nacional de Instrucción Pública A-XXIII 712.– AOM/Est-JAG Archivo Santo Domingo, mayo 11, 1921* Sr. Bernardo Pichardo, Ciudad. Señor: La Superintendencia General de Enseñanza ha sometido al estudio de la Comisión Técnica de esta Oficina la obra de Vd. intitulada Resumen de Historia Patria, y tiene el placer de anunciarle que dicha obra ha merecido una completa aprobación y que, en tal virtud, se ha decidido declararla obra de texto en la enseñanza primaria. De usted respetuosamente, (Firmado) Julio Ortega Frier, Superintendente General de Enseñanza. República Dominicana La Secretaría de Estado de Justicia e Instrucción Pública Hace Saber: Que en virtud de instancia dirigida a esta Secretaría de Estado en fecha 12 de enero de 1922, ha sido inscrito en el Registro Público de la Propiedad Intelectual, en fecha 13 de enero de 1922, y bajo el número 23, el derecho de propiedad que sobre la obra intitulada Resumen de Historia Patria tiene el señor B. Pichardo, del domicilio de la Común de Santo Domingo. Y para los fines del Artículo 11 de la Ley sobre protección de la propiedad literaria y artística, expide el presente en Santo Domingo, Capital de la República Dominicana, hoy día trece del mes de enero de 1922. La Secretaría de Estado de Justicia e Instrucción Pública por (firmado) F. A. Ramsey. *Por Circular no. 107,41, del 21 oct. del Secretario de Estado de Educación Pública y Bellas Artes, Lic. Víctor E. Garrido, se renovó la declaración del Resumen de historia patria como “obra de texto en la enseñanza primaria”. 204 bernardo pichardo | resumen de historia patria Advertencia La carencia de un texto didáctico y sintético, calcado en los actuales programas de enseñanza, en lo que a la Historia patria se refiere, y las constantes exhortaciones del profesorado para que preparásemos un Resumen, que como tal careciera de notas difusas, y que, por lo tanto, facilitara a los alumnos los conocimientos preliminares de esa importante asignatura, nos decidieron a imprimir en el presente volumen los conocimientos que al respecto tenemos. Metodizadas, pues, estas nociones, de acuerdo con los principios pedagógicos que encarecen sencillez para la cabal evolución de la razón, las ofrecemos al público, deseosos de que resulten útiles a cuantos nos favorezcan con su lectura, muy principalmente a la Escuela y, por ende, a la República, que hoy más que nunca necesita demostrar que tuvo y tiene hombres públicos que, desde el Ministerio, en los ardientes debates de sus Congresos, o en la austera tranquilidad de la vida ciudadana, siempre consideraron como problema fundamental y como seguro indicio de redención: la Educación Nacional. No nos sorprenderá en momento alguno que la paciente observación de la crítica, o la estudiosa dedicación de los alumnos, adviertan en este trabajo errores cronológicos, que desde ahora suplicamos rectifiquen con indulgencia debido a las difíciles investigaciones que esta clase de estudios amerita y que son tanto más penosas cuanto menores son los medios de que se dispone en nuestro país al intentarlas. ¡Acoja, pues, con serenidad este esfuerzo la sociedad en que se forman nuestros hijos y que el beneficio intelectual y moral que se derive en las aulas de la sencilla exposición de nuestros principales hechos históricos, sea el mejor galardón que granjee esta nueva y entrañable ofrenda de la gratitud y admiración que profesamos con toda sinceridad a la Patria y a sus egregios defensores! B. Pichardo. 27 de febrero de 1921. Resumen de la Historia de Santo Domingo Capítulo primero Descubrimiento de América por Cristóbal Colón Precursores del Descubrimiento. No fueron pocas las arriesgadas exploraciones realizadas durante el siglo XV de nuestra era con el objeto de poner a Europa en comunicación directa con la India por mar, no pudiendo hacerlo por vía terrestre, en razón de que los turcos se habían apoderado de Constantinopla y dominaban una gran parte de la misma Europa. Los portugueses. Los portugueses se distinguieron notablemente en muchos de esos viajes, pues eran audaces navegantes de aquella época en que se consideraba el Océano Atlántico como un mar proceloso, en cuyo seno desaparecían todos aquellos que se aventuraban más allá del estrecho límite que se le suponía. Había el interés en ese entonces, de llegar a la India, rápidamente, por proceder de aquel país las valiosas especias, perfumes y telas, que se vendían a los más altos precios. Cristóbal Colón. Cristóbal, hijo de un negociante en lanas de la ciudad de Génova, se distinguió desde muy joven como un marino estudioso y valiente, y concibió el proyecto de llegar a la India, dirigiendo la proa de las naves hacia Occidente. Apoyaba su concepción en razonamientos científicos acerca de la redondez de la tierra y en las opiniones de algunos cosmógrafos de su tiempo. 205 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA En Portugal casó Colón con doña Felipa Muñiz, la que pertenecía a una familia de intrépidos marinos de Lisboa que había tomado parte en muchas expediciones a las costas de África. Es indudable que esta circunstancia lo alentó en la realización de sus planes. Para aquella época ya estaban perfeccionados el astrolabio y la brújula, instrumentos que servían para conocer la latitud geográfica y la dirección que habría de seguirse en el mar. Si bien es verdad que los conocimientos geográficos de entonces y los que poseía Colón se aproximaban en algo a la verdad científica, no es menos cierto que le faltaba mucho para llegar a ella. Creía Colón, y con él muchos sabios de su tiempo, que la distancia entre el extremo occidental de Europa y las costas orientales de Asia no era mayor de la tercera parte de la circunferencia terrestre, cuando en realidad es mucho más considerable. Con la vida de Colón podrían llenarse inmensos volúmenes, puesto que un hombre como él, resuelto y de iniciativas nada vulgares, tuvo que sufrir grandes decepciones antes de realizar su original concepción, resultando en todo momento la robustez de su resolución firmísima y la grandeza moral de su carácter que jamás se abatieron por las necesidades materiales que lo circundaran. 1451. Juventud de Colón. Poco se sabe acerca de los primeros años de Colón, de ese genio portentoso que más tarde completó el planeta; pero lo que se tiene hasta ahora como cierto es que nació en Génova, en el año 1451, y que abrazó desde muy joven la profesión de marino. Sus lecturas, sus experiencias y sus convicciones lo impulsaron a realizar empresas importantes y atrevidas, recibiendo en las costas de África una herida. 1473. Colón en Portugal. Su contacto en ese país con expertos pilotos y hombres de ciencia, hizo que madurara su proyecto y que pensara aprovechar para su viaje hacia Occidente los vientos permanentes del Nordeste. ¡Cuántas veces durante la tarde, armado de sus cartas y llevando de la mano a su hijo, su mirada escrutadora debió esparcirse por el dilatado horizonte de los mares! 1486. Gestiones de Colón. Madurado su plan y con el designio de realizarlo, pidió ayuda al Rey de Portugal; pero negada por éste envió Colón a su hermano Bartolomé a la Corte de Inglaterra, encaminando sus gestiones personales para conseguir el apoyo de los Reyes de Castilla y Aragón, Doña Isabel y Don Fernando, conocidos en la Historia con el nombre de los Reyes Católicos. Abandonó Colón a Portugal con ese objeto y sus primeros empeños fueron bien acogidos, no obstante encontrarse los Reyes Católicos en guerra con los moros, que todavía eran dueños de una pequeña parte de España. Colón ante el Consejo de Sabios de Salamanca. Merced a influyentes personajes de la Corte, al fin logró Colón ser recibido por Doña Isabel y Don Fernando en Salamanca, donde sus proyectos fueron sometidos al examen de la congregación de teólogos del Convento de Dominicos de San Esteban, habiendo obtenido una fría aprobación después de prolongadas e interesantes discusiones en las que estos sabios llegaron a considerarle como demente. Nuevas dificultades. No obstante la aprobación que obtuvo para sus planes, se le demoró durante algunos años, pretextándose que los gastos de la expedición serían muy crecidos, y cuando, ya desesperanzado Colón, se había decidido a dirigirse al Rey de Francia, Fray Juan Pérez, su protector, Prior del Convento de La Rábida logró convencer el generoso y magnánimo corazón de la Reina Isabel. Los cortesanos y religiosos de la Corte 206 bernardo pichardo | resumen de historia patria aún trataban de impedir que Colón realizase su proyecto, pero el genio se impuso y en la entrevista que tuvo con ella en Santa Fe, le arrancó el compromiso de su ayuda. Terminó la guerra con la toma de Granada, y la Reina Isabel le confirió plenos poderes para proceder al viaje, nombrándole, además, Almirante y Gobernador de los mares y tierras que pusiese bajo el dominio del cetro de Castilla. Es fama que aquella piadosa reina sacrificó una parte de sus joyas con el objeto de sufragar los gastos de la expedición que debía zarpar para descubrir, sin que persona alguna lo sospechase, un nuevo mundo. Capítulo II El primer viaje de Colón 1492. Salida de Colón del Puerto de Palos de Moguer. Ultimados sus arreglos con Doña Isabel la Católica y provisto de los recursos más indispensables, equipó Colón tres embarcaciones en el Puerto de Palos de Moguer, distinguiéndolas con los nombres de Santa María, La Pinta y La Niña. Tomó a su cargo el mando de la primera y confió el de las otras a los marinos Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez Pinzón. Zarpó de aquel puerto el 3 de agosto de 1492. Hay que suponer las intensas emociones que experimentó el nauta esforzado y perseverante al verse por fin en condiciones de llevar a la categoría de ensayo la concepción que durante tantos años había madurado su inteligencia y que a la postre le ha valido las apoteosis y los homenajes de la posteridad. En las Islas Canarias se demoró algunos días la expedición a causa de las reparaciones que tuvieron que hacerse a La Pinta. Una vez terminadas, hicieron rumbo las tres carabelas al mar de Occidente, hasta entonces, como hemos dicho, inexplorado, muy temido y poblado de fantásticas leyendas. El descubrimiento. Después de cinco semanas de terribles incertidumbres, de grandes sacrificios y de tentativas de amotinamiento, y cuando ya Colón había prometido volver proa hacia España, dentro de un plazo improrrogable, a sus amedrentados compañeros, se dio en La Pinta la señal de tierra el viernes 12 de octubre, quedando rasgada para siempre la oscura nebulosa que ocultaba a América. Puso, pues, Colón la planta en tierra, creyendo todavía que se encontraba en Asia. San Salvador. La primera isla descubierta, perteneciente al grupo de las Bahamas, que los indígenas llamaban Guanahaní, fue bautizada por Colón con el nombre de San Salvador. 1492. En la actualidad no se sabe cuál de ese grupo de islas es aquella en que plantó la Cruz el Descubridor del Nuevo Mundo, aunque recientes estudios de geógrafos y navegantes, guiándose por el rumbo que siguió el Almirante, creen poder establecer que fue la actual isla del Gato. Continuaron los intrépidos marinos su viaje, llenos del mayor alborozo por el buen éxito que acababan de obtener, y después de descubrir a Cuba, que Colón creyó un continente, arribaron a la parte Norte de la isla de Haití. Capítulo III Descubrimiento de nuestra isla San Nicolás. El día 5 de diciembre de 1492 llegó Colón al puerto de la costa Norte que llamó San Nicolás, el cual visitó al siguiente. 207 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Continuó su viaje hacia el Este y, al naufragar la carabela Santa María, construyó con sus restos el fuerte de La Navidad, donde antes de proseguir su viaje invistió de mando a Diego de Arana, a quien dejó bajo protección del Cacique Guacanagarix, con el cual había establecido relaciones de buena amistad. A poco de salir de Monte Cristy se encontró con la carabela La Pinta que mandaba Martín Alonso Pinzón, quien se había insubordinado en las costas de Cuba, debido a las informaciones que, acerca de la riqueza de aquella isla en materia de oro, le habían sido suministradas. 1493. Reconciliados ya, continuaron su viaje de regreso a España, no sin antes haber sostenido en Samaná un combate con los indios de esa región, que agredieron con flechas a los descubridores, circunstancia ésta a que se debe el nombre de Golfo de las Flechas que se dio durante mucho tiempo a la codiciada bahía. El cacique de esa región se llamaba en aquel entonces Mayobanex. Capítulo IV Estado de la isla en los días de su descubrimiento y costumbres de sus habitantes Nombre de la isla. Los naturales de la isla, o sea, los indios, la llamaban Quisqueya o Haití, y hay historiadores que aseveran que también se le denominaba por ellos Babeque y Bohío. Población. La población total de la isla era de indios, sin que se haya podido precisar, con exactitud, los millones que la constituían; pero parece que el número oscilaba de seiscientos mil a un millón. Costumbres. Los indios habitaban en chozas que llamaban bohíos y dormían en hamacas y barbacoas. Sus cultivos eran el maíz, la yuca y otros tubérculos así como el algodón y el tabaco; practicaban la caza y la pesca, practicaban el juego de la pelota; conocían el baile, y sus instrumentos musicales eran toscos tamboriles y flautas de caña. Se proveían del fuego por medio del frote de dos maderos; hablaban el arauaco y sus creencias religiosas las refugiaban, como todos los mortales, en el Turey (cielo), donde residía Louquo, y a sus dioses lares les llamaban Cemís. Su raza era la taína. Andaban desnudos, con sólo una especie de corto brial sujeto a la cintura. Característica de los indios. El color de los indios era, según leemos en el diario de Colón, blanco, destacándose la negrura de su abundante y lacia cabellera y la expresión enigmática de sus ojos. Cacicazgos. La Isla estaba dividida, a la llegada de los españoles, en cinco grandes cacicazgos, que eran: Marién, gobernado por Guacanagarix; Maguá, por Guarionex; Higüey: por Cayacoa; Maguana, por Caonabo, Jaragua, por Bohechío. La Península de Samaná estaba poblada por indios ciguayos, flecheros, de cabellos largos y de distinto dialecto, cuyo cacique era Mayobanex. Capítulo V Conquista 1493. Destrucción del Fuerte de La Navidad. Vueltos de su asombro los indios y exacerbados sus naturales y salvajes sentimientos por los excesos a que los dominadores se entregaron inmediatamente que se ausentó Colón, pues parece ser verdad histórica que las razas que se consideran superiores ponen sello de crueldad en todos sus actos para 208 bernardo pichardo | resumen de historia patria sojuzgar los sentimientos y el albedrío de los débiles, se coligaron los caciques Caonabo y Mairení y a media noche asaltaron la fortaleza de La Navidad, mataron la escasa guarnición que en ella se encontraba y quemaron completamente dicha construcción. 1493. Regreso de Colón. La acogida que dieron los Reyes Católicos a Colón, al darles cuenta de su reciente descubrimiento no pudo ser más lisonjera. Se le reconocieron todos los honores previamente estipulados, y se le puso en condiciones para que efectuara su segundo viaje, comandando tres naos de gavia, catorce carabelas, mil hombres a sueldo y trescientos voluntarios, con todos los aprestos necesarios para intensificar la conquista. Mas, ¡cuál sería su angustia cuando el 27 de noviembre de 1493, al llegar al puerto de La Navidad, vio destruida la fortaleza del mismo nombre y aniquilado el primer núcleo que dejó en el Nuevo Mundo a nombre de los Reyes Católicos! Se sospechó entonces de complicidad en los acontecimientos ocurridos a Guacanagarix, a excepción del Almirante, y teniendo aquel sitio como azaroso, hizo rumbo al Este hasta fundar La Isabela, donde construyó los edificios de más urgente necesidad. Se celebró allí la primera misa en tierra americana, por el Padre Boyl y doce sacerdotes que le acompañaban. Expediciones. Inmediatamente despachó el Almirante dos expediciones: una al mando de Alonso de Ojeda, uno de los hombres más intrépidos de su tiempo, como veremos más adelante, hacia el valle del Cibao, y la otra con rumbo al Este, bajo las órdenes de Ginés de Gorvalán. Las informaciones que ambos suministraron fueron excelentes acerca de la maravillosa riqueza de esas regiones y de la hospitalidad de sus sencillos habitantes, noticias que llevó a España, inmediatamente, Antonio Torres, a quien despachó el Almirante con nueve barcos cargados de madera y con el oro que había podido obtener. Capítulo VI Viaje de Colón al interior 1494. Fundación de dos fortalezas. Siguiendo el audaz itinerario que dejó señalado Alonso de Ojeda en su viaje, salió el Almirante de La Isabela, fundó la fortaleza de Santo Tomás de Jánico, confiando el mando de ella a Mosén Pedro Margarite, y ordenó la construcción, además del fuerte de La Magdalena, en vista de las noticias que por diversos conductos le llegaban, acerca de la actitud belicosa del cacique Caonabo. 1494. Regreso de Colón a La Isabela. Al regresar Colón a La Isabela constituyó una Junta de Gobierno presidida por su hermano don Diego, y se embarcó seguido a descubrir la Tierra Firme, pero limitándose entonces a explorar las costas de Cuba. Sublevación. Durante la ausencia del Almirante, el Padre Boyl y Mosén Pedro Margarite, que formaban parte de la Junta, se rebelaron contra la autoridad de don Diego y se marcharon luego para España en las naves en que llegó don Bartolomé Colón. Alonso de Ojeda sitiado. Al regresar de su viaje el Almirante, tuvo, además de la noticia de los acontecimientos ocurridos durante su ausencia, la muy alarmante de que el bizarro e intrépido Alonso de Ojeda se encontraba sitiado en la fortaleza de Santo Tomás por las huestes que comandaban los valerosos caciques Caonabo y Guarionex. Inmediatamente salió con fuerzas y levantó el sitio: obtuvo la sumisión de Guarionex y fundó la fortaleza de La Concepción. 1495. Actitud bélica de Caonabo. El indómito cacique Caonabo amaba salvajemente su libertad y, personificando el heroísmo legendario con que la historia y la posteridad han 209 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA delineado los caracteres de la raza a que pertenecía, se repuso brevemente de su desastre y hostilizó de nuevo la fortaleza de Santo Tomás, lo que obligó al Almirante a salir otra vez a campaña y a librar la célebre y memorable batalla de La Vega Real, el 25 de marzo de 1495. Fue allí en el sitio donde se levanta la iglesia del mismo nombre y donde antiguamente existió un convento levantado en conmemoración del hecho que vamos a narrar; fue allí, en aquellos lugares que cubre de verdura eterna primavera, donde no sólo se desarrolló el sangriento e inextinguible drama de una raza que defiende su libertad frente a otra que quiere arrancársela, produciendo el choque nuevos cantos al heroísmo y a las nobles audacias del valor, sino que también donde la conquista dio el golpe formidable que le aseguró la posesión de esta isla, desde la cual extendió en breve su dominación a todos los territorios que hoy hablan con orgullo la lengua castellana. 1495. Batalla del Santo Cerro. Refieren los narradores de esa época que en el hoyo en cuyos bordes se arrodillan anualmente millares de peregrinos, dentro del templo, y que, a pesar de las inmensas cantidades de tierra que desde hace siglos vienen extrayéndole para aplicaciones religiosas, no parece aumentar de profundidad, ni dar señales de derrumbe, estuvo plantada la cruz milagrosa, alrededor de la cual siempre ventó sus tiendas la Conquista. Empeñada la sangrienta lucha y desalojados los españoles del cerro por el asalto bravío de los indios, comandados por Maniocatex, hermano de Caonabo, presenciaron la “acometida tumultuosa” de que hicieron objeto los indígenas a la santa insignia de la cruz, la que quisieron destruir a flechazos y quemar sin lograrlo. Reaccionados los españoles por el Padre Infante, religioso de la Orden de Las Mercedes, que los acompañaba como Capellán, se prepararon de nuevo durante las largas horas de aquella noche memorable, en que sólo distinguieron las hogueras amenazantes y fatídicas donde serían arrojados sus cuerpos, para librar con la aurora del nuevo día el duelo por demás desigual a que los obligaba y provocaba su situación y el inmenso y salvaje vocerío de esos indómitos guerreros de la selva. Como a las nueve de la noche dicen que se observó, desde el campamento español, merced a una luz desconocida y suave, sentada en uno de los brazos de la cruz, a Nuestra Señora de las Mercedes, y, ante esa visión todos, absolutamente todos, desde el Descubridor y su hermano don Bartolomé que lo acompañaba, hasta el último soldado, postrados de rodillas, oraron con fervor. Al fin la batalla se empeñó con denuedo y decisión y el éxito definitivo coronó los esfuerzos de las huestes castellanas que produjeron el espanto en todas esas tribus coligadas, cuyo número, según algunos historiadores, alcanzó al de treinta mil indios, en tanto que los españoles sólo ascendían, poco más o menos al de doscientos.* Consecuencias de la batalla. Amedrentados, los indios huyeron a los bosques hasta donde fueron perseguidos con perros; se sometieron a los españoles; se les impuso un tributo trimestral: la religión comenzó a instruir a algunos y se inició el cruento martirio que, junto con las epidemias culminó con la desaparición de esa raza. Nuevas fortalezas. Después de recorrer los territorios conquistados y para asegurar su pacificación, hizo construir el Almirante dos fortalezas más: Santa Catalina y La Esperanza, muy cerca del río Yaque del Norte. *De acuerdo con las investigaciones del Dr. Apolinar Tejera, la célebre batalla fue probablemente en las cercanías de Esperanza. Véase su estudio La Cruz del Santo Cerro y la batalla de La Vega Real, en Boletín del Archivo General de la Nación, S. D., n.o 40, de 1945. 210 bernardo pichardo | resumen de historia patria Santa Reliquia. Como consecuencia del acontecimiento que acabamos de narrar, quedó instituido en la isla el culto de Nuestra Señora de las Mercedes, y la Cruz en que durante la noche aciaga la vieron sentada los españoles, fue partida en trozos que se han conservado en relicarios de oro y plata bajo la denominación de Santa Reliquia. El níspero de donde se tomó la madera para construir la cruz existió hasta hace poco. Capítulo VII Alonso de Ojeda y Caonabo 1495. Captura de Caonabo. Alonso de Ojeda, cuyo espíritu levantisco, temeridad y valor, ya se ha podido apreciar, concibió el plan de hacer preso en sus propios dominios al belicoso e inquieto cacique Caonabo. Y allá se fue como un huésped y una mañana, en que alejados del caserío se bañaban, ofrecióle un par de grillos que el Cacique ajustó a sus piernas, creyéndolo un símbolo de autoridad, instante que aprovechó Ojeda, ayudado por varios, para poner en la grupa de su caballo al cautivo y conducirle como trofeo de su audacia ante las huestes españolas que atónitas contemplaron el prodigio. La musa del dolor debió cantar muy hondo y muy triste en el alma de esas tribus que personificaban en Caonabo su heroísmo; pero nosotros, los que llevamos latente en la mente y arraigado profundamente en el corazón el tradicional orgullo de nuestros ascendientes los españoles, tenemos que convenir en la inaudita intrepidez de aquel hombre que más tarde descubrió parte de la Tierra Firme, para llenar la historia de nuevos hechos hazañosos, y cuyos restos estuvieron sepultados hasta hace pocos años en la puerta principal, según su última voluntad, del derruido monasterio de San Francisco, “para que todo el mundo lo pisara”, de donde fueron exhumados y trasladados al ex Convento Dominico, templo donde reposan después de haber sido gallardamente negados por el Gobierno Nacional al de Venezuela, que los reclamó. (En 1942 los restos fueron restituidos a su primitiva sepultura, a la puerta de San Francisco). Se conserva la tradición de que durante su cautiverio en La Isabela, y cada vez que Ojeda entraba al calabozo donde se le tenía encadenado, Caonabo se ponía de pie y, como fuera interrogado acerca de ello, respondía: “Que Ojeda era el único hombre que se había atrevido a apresarlo”. Vencido y capturado Maniocatex, fueron remitidos a España, en cuyo trayecto murió el bravo cacique de la Maguana. Capítulo VIII Regreso del almirante a España 1496. Llegada de Aguado. A raíz de los acontecimientos que acaban de ser objeto de los párrafos anteriores, llegó de España, con el carácter de Comisario Regio, Don Juan de Aguado, designación que indudablemente tuvo su origen en los malos informes que acerca del Almirante llevaron el Padre Boyl y Mosén Pedro Margarite. La actitud y altanería con que Aguado comenzó a ejercer sus funciones decidieron al Almirante a regresar a España, en su compañía, después de dejar a su hermano, el Adelantado Don Bartolomé, como Gobernador y a Don Diego como su sustituto. 1496. Gobierno del Adelantado. En virtud de las noticias anteriormente suministradas por Miguel Díaz respecto de la existencia de minas de oro en la margen izquierda del río Haina, que fueron comprobadas luego por Don Bartolomé y Francisco Garay, y que 211 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA determinaron la construcción de la fortaleza de La Buenaventura, el primer paso que dio el Adelantado, al hacerse cargo del Gobierno, fue trasladarse a dichos lugares para ordenar y organizar la explotación de ellas. Puso después la primera piedra de la Nueva Isabela (Santo Domingo de Guzmán), en la margen oriental y casi en la desembocadura del río Ozama, en los terrenos contiguos a la Punta Torrecilla; estuvo en Jaragua, donde sometió a Anacaona y a Bohechío, obligándolos a pagar el tributo de que ya se ha hablado y que consistía en la entrega de un cascabel de oro y algunas libras de algodón, per cápita; fundó a Santiago de los Caballeros; la población del Bonao, que tomó el nombre del cacique de aquel lugar; debeló rebeliones de los indígenas; ahorcó caciques y quemó sacrílegos. Es indudable que el férreo Adelantado tenía grandes dotes de gobernante; pero no es menos cierto que su recio carácter quedó confirmado más tarde cuando se realizaron los repartimientos de los indios. 1498. Alzamiento de Roldán. Francisco Roldán, por aquellos tiempos Alcalde Mayor de la Colonia, reunió a muchos descontentos; asaltó La Isabela, ya en plena decadencia; saqueó los almacenes del Estado; cobró los tributos y se dirigió a Jaragua en abierta rebelión contra la autoridad. Como es natural, esta actitud envalentonó a los indios para una nueva insurrección que ahogó en sangre el Adelantado, triunfando de los Ciguayos y capturando a Mayobanex que se negó, lleno de dignidad, a obtener su perdón a cambio de delatar a Guarionex que más tarde fue entregado por sus compañeros. Capítulo IX El Primer Almirante vuelve de Europa 1498. Resultado de su viaje. Durante su permanencia en España, pudo el Almirante desvanecer, en cuanto le fue posible, los malos informes que se habían dado respecto de su persona y sus gestiones, y tan pronto como se le puso en condiciones hizo rumbo a la Española, donde llegó con casualidad poco tiempo después del alzamiento de Roldán. En su deseo de concluir con los disturbios que existían en la Colonia y después de haber fracasado varios comisionados enviados cerca del rebelde y con una debilidad que no logrará excusa en el concepto de la energía bien entendida, se concertó por fin, en Azua, por mediación de Alonso Sánchez Carvajal, un pacto en que Roldán se comprometió a la sumisión siempre que se le dejase como Alcalde Mayor Perpetuo, se le dieran heredades a él y a los suyos y se le otorgaran otras mercedes. ¡Quién sabe si de ese ejemplo de codicia y de debilidad se han derivado muchas imitaciones en nuestra historia! 1500. Gobierno de Bobadilla. Mientras el Almirante se entregaba a la organización de la Colonia, sus enemigos en la Corte habían obtenido el nombramiento del Comendador Francisco Bobadilla como Gobernador, quien, al llegar en el año 1500, se apoderó inmediatamente del mando; lo redujo a prisión junto con sus hermanos don Diego y el Adelantado don Bartolomé; libertó a Guevara y Mojica que se encontraban detenidos por motines; colmó de distinciones a los enemigos de Colón y envió a éste y a sus hermanos, engrillados, para España. Colón prisionero. Colón engrillado fue conducido a la carabela Gloria, cuyo Capitán Andrés Martín, quiso quitarle los grillos, a lo que se negó diciendo: “que si por autoridad de los Reyes se los había puesto Bobadilla, no quería que otras personas 212 bernardo pichardo | resumen de historia patria se los quitasen y que tenía determinado guardarlos para memoria del premio de sus muchos servicios y para testimonio de lo que pueden dar el mundo y sus vanidades”. A su llegada a España fue puesto en libertad, mereciendo la mayor desaprobación la conducta inhumana de Bobadilla, pues siempre en el fondo de los más duros corazones late un sentimiento de justicia ante la grandeza de la víctima. 1501. Gobierno de Ovando. La iniquidad cuando realiza alguna obra es deleznable, y la que Bobadilla quiso edificar, empinándose en la ruina y en la injusticia, duró poco, pues fue reemplazado al siguiente año por don Nicolás de Ovando, Comendador de Lares en la Orden de Alcántara, quien llegó a la Colonia con treinta y dos bajeles, gran número de personas, muchos animales y provisiones de boca y de guerra. 1502. Las dotes de gobernante de Frey Nicolás de Ovando son históricamente indiscutibles: sus impulsos en favor del progreso de la Colonia todavía están fehacientes (la Fuerza, el Homenaje, San Francisco, San Nicolás, etc., en la ciudad de Santo Domingo), y a sus medidas económicas se debió el rápido florecimiento de la Española; pero la historia mantendrá sobre su memoria el sangriento e inapelable anatema de los repartimientos, y tendrá que execrar su nombre, cuando consigne que hizo subir a la trágica y fúnebre tarima a la Princesa de Jaragua: Anacaona. Capítulo X Cuarto y último viaje del Almirante 1502. Huracán. Un tanto mejorado de sus padecimientos físicos, pero profundamente apenado por las injusticias de que había sido víctima, realizó el Almirante su último viaje al Nuevo Mundo, despojado ya del carácter de Gobernador que merecidamente había ostentado, y descubrió las costas de Honduras, Mosquitos y Veragua, hasta llegar al istmo de Darién, convertido hoy por la inteligencia y el esfuerzo de los hombres en portentosa arteria de comunicación entre los océanos Pacífico y Atlántico. Al principio de esta expedición llegó a la Nueva Isabela, pues parece ser que los artífices se encariñan con sus obras y antes de emprender la peregrinación eterna como que un presentimiento los lleva a contemplarlas una y otra vez. Al llegar al Placer de los Estudios solicitó permiso para guarecerse de un huracán que le indicaban sus conocimientos y observaciones que debía presentarse, y éste le fue negado por Ovando, quien, para justificar su negativa, consultó los pilotos de una numerosa escuadra que iba a despachar con rumbo a España. Se burlaron de sus predicciones. Abandonaron el puerto y dos días más tarde habían naufragado, arrebatados por el huracán, veintiuna naves, salvándose solamente aquella en que iba Rodrigo de Bastidas con sus intereses y la carabela Aguja que llevaba los muebles y bienes de Colón. Perecieron ahogados: Bobadilla, el cruel perseguidor del Almirante; Roldán, prototipo de la traición de aquellos días; y el desventurado cacique Guarionex, mientras Colón, que se refugió en Puerto Hermoso con su flotilla, no experimentó daño alguno. 1502. Fundación de la actual ciudad de Santo Domingo. El terrible huracán destruyó la Nueva Isabela, o ciudad de Santo Domingo, circunstancia ésta que, unida a la aparición de una plaga de hormigas, decidió a Ovando a fundarla en el lugar donde actualmente se encuentra. Muchos de los históricos edificios que aún existen se construyeron a iniciativa del Comendador, como ya en párrafos anteriores lo hemos consignado. 213 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Matanza de Jaragua. Considerando el Comendador a los indios como incapaces de asimilarse los principios civilizadores que creía representar, o bien respondiendo a los crueles sentimientos de su época, se trasladó al cacicazgo donde imperaba como soberana Anacaona, ya sometida al pago del tributo. Las demostraciones de afectuosa acogida que se dispensaron allí a Ovando y a los suyos fueron muchas; pero él instruyó a sus parciales en la creencia de que eran fingidas, dándoles, además, la consigna de que en un simulacro militar que iba a efectuar cayeran inesperadamente sobre los indios y los exterminaran, sin respetar sexo ni edad. Y así lo hicieron, dejando ensangrentadas aquellas tierras feraces y hasta entonces felices. Guaroa. Este valeroso indio, sobrino de Anacaona, pretendió defenderse; pero capturado en una montaña, fue supliciado por los españoles. Hatuey. Se salvó momentáneamente por no asistir a la fiesta y logró luego embarcarse clandestinamente para Cuba en una canoa; pero murió violentamente más tarde, al ser conquistada aquella isla. Muerte de Anacaona. Prisionera del Comendador Ovando, pisó el tablado fatal de la horca, según unos, en sus propios dominios, y de acuerdo con otras tradiciones, en el actual Parque Duarte, de la Ciudad de Santo Domingo. Conquista del cacicazgo de Higüey. Los indios de esa región, indignados porque un español azuzó un perro a uno de los caciques subalternos de Cotubanamá, destripado por la fiera, dieron muerte a unos españoles que arribaron en una embarcación a la Saona. Enviado Juan de Esquivel a someterlos, libró varios combates, ahorcó a la anciana Iguanamá y fundó una fortaleza en Higüey. 1503. Tan pronto como Esquivel dio la espalda, se entregaron nuevamente los conquistadores a toda clase de excesos y tropelías, exasperando de tal modo a los indios, que éstos dieron muerte a la guarnición y destruyeron la fortaleza, dando todo ello lugar a que el Comendador Ovando despachara otra vez a Esquivel, quien después de reñidos combates en que venció a los indios, organizó una persecución encarnizada hasta capturar a Cotubanamá en la isla Adamanay (Saona). Muerte de Cotubanamá. En aquellos tiempos de conquista la piedad era un sentimiento que no lo inspiraban los desgraciados naturales que sólo tuvieron el delito de repeler con la fuerza las brutales actuaciones de los que vinieron de ignorados países a despojarlos de sus tierras y a perturbar su tranquilidad. Conducido, pues, Cotubanamá a la ciudad de Santo Domingo como trofeo, fue escarnecido y ahorcado. Arribo del Almirante. Procedente de Jamaica, llegó en esa época Colón a Santo Domingo, mereciendo de parte de Ovando, Gobernador de la Colonia, una aparente buena acogida. 1504. Cargado de pesares y de padecimientos físicos, hizo rumbo el Almirante a España, llevando la firme resolución de no volver más a las tierras portentosas con que su esfuerzo sobrehumano había enriquecido a su patria de adopción. Capítulo XI Estado de la Colonia Pacificación. Terminada la campaña en el cacicazgo de Higüey y asegurada, por ende, la pacificación completa de la Colonia, propendió el Gobernador Ovando a su organización, dictando medidas de regularidad administrativa, que imprimieron el 214 bernardo pichardo | resumen de historia patria mayor orden posible en los servicios públicos y desarrollaron el progreso. Ya para esa época la Colonia contribuía a los gastos de la Metrópoli con la suma de 450,000 ducados anuales, procedentes de las fundiciones. Fundiciones de oro. Existían una en La Vega y dos en La Buenaventura. 1506. Cultivos. Además de los cultivos a que ya nos hemos referido, se hacía el de la caña traída de las Islas Canarias y fue en la ciudad de La Vega donde primero se elaboró azúcar. Crías. La cría de ovejas, cabras, caballos y burros se aumentaba considerablemente. Exportaciones. Se exportaban: sebo, cueros, tocino, caoba, cedro y roble. Estado de la instrucción.– No era muy halagüeña, digámoslo con franqueza, dadas las ideas de aquella época. Oficiaban de maestros los religiosos que, de ordinario, se preocupaban principalmente en ganar prosélitos, instruyendo a los indios en los moralizadores principios de la fe cristiana. En el Monasterio de San Francisco, por ejemplo, cuya construcción se había comenzado, funcionaban algunas cátedras que frecuentaban en su mayoría los hijos de los hombres más importantes de la Colonia. Número de poblaciones. A diez y siete se elevaba el número de las que ya existían por aquel entonces. Muerte de Isabel La Católica. El 26 de noviembre de 1504 había muerto en la ciudad de Medina del Campo (España) esta virtuosa Reina, y antes de cerrar los ojos recomendó a su esposo, el egoísta Don Fernando, que aliviara la suerte de los indios, por cuya razón se permitió la introducción de negros africanos. 1506. Muerte del descubridor. El 20 de mayo de 1506 murió en Valladolid don Cristóbal Colón, primer Almirante y Descubridor del Nuevo Mundo, recibiendo los dulces consuelos de la religión y el postrer beso de su primogénito Diego, quien, al heredar sus legítimos derechos, como que también ciñó, desde entonces, sobre su frente joven, la corona de martirio con que, ¡oh, destino implacable!, atormentaron sus enemigos las sienes del genio portentoso que en alas de la gloria remontó la inconmovible serenidad de lo inmortal. Miguel de Pasamonte. Este hombre, cuya nefasta influencia en los destinos de los Colones fue decisiva, llegó a la ciudad de Santo Domingo, nombrado por el Rey, Tesorero general de la Colonia. Creación de obispados. Su Santidad el Papa Julio II creó por aquel entonces una silla Episcopal en Jaragua y dos Sufragáneas en La Vega e Hincha. Capítulo XII Gobierno de D. Diego Colón 1509. Reemplazo de Ovando. Don Diego Colón casó en España con doña María de Toledo y Rojas, de la célebre casa de los Duques de Alba y sobrina segunda del Rey Don Fernando, circunstancias éstas que determinaron el reconocimiento de los derechos que había heredado y en virtud de los cuales asumió sus calidades de Virrey, Almirante y Gobernador, sustituyendo a Ovando en 1509. Le acompañaron en su viaje su linajuda consorte, sus tíos Don Bartolomé y don Diego, su hermano bastardo don Fernando y muchos caballeros y damas nobles, inaugurando su gobierno con el mayor esplendor, pero sin que tuviera la suficiente energía para evitar que continuaran los repartimientos de los indios. 215 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Intrigas de Pasamonte. Apoyado por el Obispo Rodríguez de Fonseca, desarrolló Pasamonte, toda clase de intrigas contra el Virrey, hasta el punto de acusarlo en la Corte de que la casa que fabricaba, y cuyas hermosas ruinas son orgullo de la ciudad de Santo Domingo, era con el propósito de independizarse de la Metrópoli.* Partidos que se formaron. En razón de la lucha y de las rivalidades existentes se formaron dos partidos que el vulgo denominó: el de los servidores del Rey, que tenía por jefe a Pasamonte, y el de los deservidores, que lo integraban los amigos y familiares del segundo Almirante. 1511. Creación de la Real Audiencia. La lucha de estos dos partidos y las constantes intrigas que llegaban de la Colonia determinaron al Rey a crear un Tribunal Supremo, con atribuciones judiciales y administrativas, que disminuyó la autoridad del Gobernador. Principales actos del gobierno de don Diego. Despachó una expedición al mando de Diego de Velázquez para organizar la isla de Cuba; colocó la primera piedra de nuestra hermosa Catedral, convertida hoy en Basílica; giró una visita al interior de la Colonia y consintió, como ya hemos dicho, en que continuara el repartimiento de los indios. 1511. Reducción de los obispados. Por disposición pontificia quedaron reducidos en 1511 a dos: el de Santo Domingo y el de La Vega, sufragáneos del de Sevilla. Para el primero fue designado Fray García de Padilla y para el segundo don Pedro Suárez Deza. Este último murió en su Sede, mientras García de Padilla falleció sin consagrarse, ocupando su silla más tarde el patricio romano Fray Alejandro Geraldini. 1514. Muerte de Don Bartolomé Colón. En 1514 murió don Bartolomé Colón y fue enterrado en una bóveda perteneciente a la familia Garay, en el Convento de San Francisco. Fray Bartolomé de Las Casas. Debido a las ardientes y nobles gestiones de Fray Bartolomé de Las Casas, generoso defensor de la raza indígena, volvió a reiterar el Rey la orden de introducir esclavos africanos para aliviar la suerte de los nativos que, ya para aquella época no alcanzaban al número de 60,000, en razón de los abrumadores trabajos físicos que se les imponían. La historia tendrá siempre que recordar con respeto al Padre Las Casas, que si incurrió en el error de recomendar la esclavitud de una raza por salvar otra, llegó a ello poseído de un verdadero sentimiento cristiano en presencia del cruento martirologio a que vio sometidos a los aborígenes. 1515. Viaje de Don Diego a la Corte. Con el objeto de desvanecer las imputaciones de que era víctima, y con permiso del Rey, se embarcó el segundo Almirante, en abril de 1515, para España, dejando encargada del Gobierno de la Colonia a la Real Audiencia. No regresó tan pronto como lo deseaba porque, cuando ocurrió la muerte de don Fernando el Católico, aún no había ultimado todos sus asuntos. 1516. Gobierno de los Padres Jerónimos. Al año siguiente llegaron a la Española los Padres Jerónimos Luis de Figueroa, Bernardino de Manzanedo e Ildefonso de Santo Domingo, sustituyendo en el Gobierno a la Real Audiencia, que quedó suprimida. 1517. Epidemia de viruela. En el año 1517 hubo en la Colonia una terrible epidemia de viruela que redujo a la cuarta parte la ya escasísima población indígena. *La Casa de Colón, reconstruida en 1957, remeda ahora su antiguo esplendor. 216 bernardo pichardo | resumen de historia patria 1520. Llegada del obispo Geraldini. Como anteriormente hemos consignado, Fray Alejandro Geraldini había sido designado para ocupar el Obispado de Santo Domingo, vacante por la muerte de Monseñor García de Padilla. Le cupo a Monseñor Geraldini la gloria de haber impulsado grandemente la construcción de la Catedral. Gobierno de Rodrigo de Figueroa. Durante el Gobierno del Licenciado Rodrigo Figueroa, se dio libertad a los indios; pero esta medida fue rectificada al poco tiempo. Restablecimiento de la Real Audiencia. En aquellos tiempos de incertidumbres, las medidas gubernativas no adquirían arraigo, y de ahí que la Real Audiencia fuera restablecida. 1520. Segunda administración de Don Diego Colón. Una vez que alcanzó la edad señalada y hubo desaparecido el Cardenal Jiménez de Cisneros, Regente, ocupó Carlos V el trono, disponiendo casi inmediatamente la restitución de don Diego Colón en el Gobierno de la Española, con instrucciones de reconciliarse con el Tesorero Pasamonte, a quien escribió el Monarca en ese sentido, quedando restituido el segundo Almirante en sus funciones. 1520. Sublevación de Enriquillo. Este cacique, que había sido educado y convertido a la fe cristiana por religiosos Franciscanos, se levantó en armas a causa de que el español Valenzuela, a cuyos servicios se encontraba en virtud de los últimos repartimientos, pretendió ofender a su esposa doña Mencía. Escogió como campo de acción las abruptas montañas del Baoruco y empleó la táctica de cambiar incesantemente de lugar y de sólo librar combates en sitios favorables para sus fuerzas. Inútiles fueron los esfuerzos de su preceptor, el Padre Remigio, enviado por las autoridades para persuadirlo a la sumisión, pues parece que el indignado cacique se convenció de que sólo apoyado en la fuerza lograría respeto para su honra, ya que en vano había reclamado justicia. 1522. Alzamiento de La Isabela. En un ingenio que fundaba el Segundo Almirante en La Isabela, inmediaciones de Santo Domingo, se sublevó un grupo de esclavos; pero, cercados en las proximidades del río Nizao, fueron totalmente exterminados. Muerte del obispo Geraldini. En 1524 murió en la ciudad de Santo Domingo el virtuoso Obispo Geraldini, cuyos restos reposan, desde entonces, en nuestra Santa Iglesia Basílica. 1524. Viaje de Don Diego Colón a España. Forzado por las intrigas de Pasamonte, emprendió el Gobernador nuevamente viaje a España, dejando al frente del Gobierno de la Colonia a Fray Luis de Figueroa, quien más tarde fue nombrado Presidente de la Real Audiencia y Obispo de La Vega, por fallecimiento de Suárez Deza, muriendo antes de tomar posesión de esas dos altas dignidades. Gobierno interino de los licenciados Gaspar Espinosa y Alonso Suazo. Con motivo de la muerte de Fray Luis de Figueroa, asumieron estos dos letrados el Gobierno de la Isla. 1526. Muerte del Virrey Don Diego Colón. A don Diego, que había merecido muy buena acogida en España, le sorprendió la muerte en Montalván, sin haber terminado el arreglo de los asuntos que motivaron su viaje a la Corte, y ¡para coincidencia!, poco más o menos, en los mismos días, la mano fría de la muerte abatió en la ciudad de Santo Domingo 217 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA a Miguel Pasamonte, fuente de grandes desgracias para la Colonia y para los descendientes del Descubridor. Refundición de los dos obispados. El Papa León X refundió, a petición del Rey de España, en una las dos Diócesis que existían, señalándole como asiento la ciudad de Santo Domingo. Capítulo XIII Sucesos importantes 1528. Gobierno de Fuenleal. Nombrado Gobernador de la Colonia y consagrado Obispo, entendió el Licenciado Sebastián Ramírez de Fuenleal que había que promover cuanto antes el restablecimiento de la paz, perturbada con el alzamiento de Enriquillo. Envió sucesivamente a combatirlo a Juan de Badillo, Gobernador de San Juan; al Capitán Iñigo Ortiz y a Hernando de San Miguel, sin que se lograra otro objeto que dejar demostrado que nada doma la voluntad y el valor cuando estas cualidades, enardecidas por la humillación, se abrazan a las extremas decisiones del heroísmo. Insurrección de Tamayo. Un descendiente de los Ciguayos se levantó en las montañas de Monte Cristy, y muerto por los españoles en un encuentro, el osado e intrépido indio Tamayo asumió la dirección de la revuelta y llenó de alarma y consternación aquellas regiones. Enriquillo lo llamó a su lado. 1533. Tratado de paz con Enriquillo. Convencido a su vez Carlos V de lo difícil que era someter a Enriquillo por la fuerza y de los grandes perjuicios que ocasionaba a la Colonia el estado de guerra existente, envió a don Francisco de Barrionuevo para que, de acuerdo con la Real Audiencia, procediera a la pacificación de la Isla. Se trasladó Barrionuevo a Baoruco y, ayudado por la influencia que sobre el cacique ejercían el Padre Las Casas y los religiosos en cuyo convento se educó, logró ponerse en contacto con aquél y entregarle los documentos que el Rey le dirigía. Por fin logró Barrionuevo celebrar un tratado de paz con Enriquillo, en cuya virtud se abolió la esclavitud de los indios, reducidos en ese tiempo al número de 4.000, y luego se les dio terrenos en Boyá para cultivarlos en provecho propio, bajo la condición de reconocer y acatar las disposiciones del Rey. Así descendió de las agrias gargantas del promontorio del Baoruco el héroe de las altiveces quisqueyanas, para ir a morir junto con su esposa y sus compañeros en aquel sitio desolado, donde se levantó un templo que aún existe y en el cual están sepultados sus restos y los de su consorte, doña Mencía. Boyá es el cementerio de los últimos restos de la extinguida raza indígena. Allí todo es quietud, y una profunda somnolencia como que invade al turista que, poblada la mente de los pesarosos recuerdos históricos de esa época, visita el sitio, buscando las huellas del invencible y último cacique.* Capítulo XIV Estado de la isla en 1534 Despoblación. Debido a la casi completa extinción de la raza indígena, cuyos restos acababan de refugiarse en Boyá, y a las constantes expediciones que habían salido para *De acuerdo a las autorizadas investigaciones de Fr. Cipriano de Utrera, Enriquillo murió hacia el 27 de septiembre de 1535, y fue sepultado en la Iglesia de Azua. Véase su estudio Enriquillo y Boyá. S. D., 1946. 218 bernardo pichardo | resumen de historia patria Puerto Rico, Cuba y Costa Firme, la Colonia estaba muy despoblada, sin que de nada valieran las medidas que se tomaban para impedir las últimas, pues la codicia de que estaban poseídos los españoles salvaba o burlaba los obstáculos que en este sentido se le opusieran. Hasta la misma doña María de Toledo pretendió, apoyada en su hijo don Luis, formar expediciones. Gobierno del Licenciado Fuenmayor. En este año llegó a la Española, por primera vez, el Licenciado Alonso de Fuenmayor, con el carácter de Presidente de la Real Audiencia, y dio principio a la construcción de las murallas de la ciudad de Santo Domingo. Poco tiempo después fue nombrado Obispo, dignidad eclesiástica que ejerció simultáneamente con sus otros cargos. Era Fuenmayor amante del progreso y de gran capacidad. 1540. El Duque de Veragua. Don Luis Colón, nieto del Primer Almirante e hijo del Virrey don Diego, cedió al Rey de España sus derechos al Virreinato, a cambio de los títulos de Duque de Veragua y de Marqués de Jamaica, con derecho también a una pensión de mil doblones. Terminación de la Catedral. En esa época se terminó la construcción de nuestra hermosa Catedral, cuyos planos se debieron a la competencia del célebre arquitecto Alonso Rodríguez, quien no concluyó su obra, pues, deslumbrado por las noticias que llegaron de México, se trasladó a aquellos territorios, donde intervino también en la construcción de la Catedral de la ciudad Capital del mismo nombre. La Catedral de México está reputada como el primer edificio de ese género en América y la nuestra como el segundo. 1544. Traslado de los restos del Primero y Segundo Almirantes. En 1544 trajo de España doña María de Toledo los restos del Primero y Segundo Almirantes, los que fueron inhumados en el Presbiterio de la Catedral, del lado del Evangelio. Los de don Diego, en la bóveda abierta en 1795, y los de don Cristóbal en la que se descubrió más tarde, como veremos al probar que los restos del Descubridor se encuentran en la ciudad de Santo Domingo. Reemplazo de Fuenmayor. En el año 1544 fue nombrado Gobernador de la Colonia por el Rey, el Licenciado Alonso López Cerrato, quien trajo instrucciones de dejar completamente libres a los indios, medida ésta que benefició al reducidísimo número de ellos que subsistía. Durante su Gobierno una bula del Papa Paulo III erigió en Metropolitana nuestra Catedral, Primada de Indias. 1549. Segunda administración del Licenciado Fuenmayor. Nombrado Arzobispo y Presidente de la Real Audiencia, volvió Fuenmayor a hacerse cargo del Gobierno de la Colonia, la que encontró en deplorable estado. Se ocupó en continuar la construcción de las murallas de la ciudad de Santo Domingo y de iniciar la edificación de la fortaleza de San Felipe, en Puerto Plata. Fundó, además, el Cabildo Metropolitano. Poco tiempo después ocurrió su muerte. Sustituyóle como Presidente de la Real Audiencia el Licenciado Alonso de Maldonado. 1557. Fallecimiento del historiador Fernández de Oviedo. Don Gonzalo Fernández de Oviedo, Alcaide de la Fortaleza del Homenaje en la ciudad de Santo Domingo y autor de la Historia de Indias, murió el 26 de julio de 1557. Se dio sepultura al cadáver, con la mayor solemnidad religiosa, en la Santa Iglesia Catedral. Instalación de la Universidad Pontificia. El año 1538 quedó señalado por la instalación de la célebre Universidad de Santo Tomás de Aquino, que tantos frutos dio a la ciencia 219 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA y a la filosofía, conquistando para la ciudad de Santo Domingo el merecido renombre de Atenas del Nuevo Mundo. En sus aulas se cursaban: medicina, jurisprudencia, filosofía y teología, y de ella salieron hombres ilustres como los Cruzado, Bonilla, Valverde, etc., que aumentaron la cultura intelectual de la Colonia o fueron a llevar sus luces a los territorios descubiertos. 1560. Presidente de la Real Audiencia. Al Licenciado Maldonado lo sustituyó Cepeda. Se sucedieron después Arias de Herrera, Arias Mejía, F. de Vera, González de Cuesta, y don Antonio Osorio. Terremoto. El 2 de diciembre de 1562 conmovió la Isla un terrible terremoto que destruyó las ciudades de La Vega y Santiago. La primera fue restablecida donde actualmente se encuentra, a orillas del Camú, y la segunda contigua al río Yaque del Norte, en terrenos de la Viuda Minaya y desde donde se divisa perfectamente la montaña de Diego de Ocampo. Capítulo XV Invasión inglesa 1586. Gobierno de Ovalle. En guerra España, por voluntad de su Rey Felipe II, contra Francia, Holanda e Inglaterra, sufrió la descuidada Colonia de la Española las consecuencias de esa actitud, pues la Reina Isabel de Inglaterra entregó el mando de una poderosa escuadra al Almirante Sir Francisco Drake, para que hostilizara todas las posesiones españolas del Nuevo Mundo. El 10 de enero de 1586 se presentó la flota frente a la ciudad de Santo Domingo, con la consiguiente alarma para sus vecinos. Se aumentó el pánico con la noticia, que se tuvo horas después, de que una columna desembarcada en Haina, marchaba rápidamente hacia la ciudad. La cobarde actitud de Ovalle aterrorizó de tal modo a la población que la mayor parte de ella huyó hacia el interior y creó el lastimoso cuadro que ofrecieron los ancianos, niños, mujeres, monjas, frailes y particulares que precipitadamente invadieron los caminos, cuando con un poco de energía y de valor por parte del Gobernador, que fue de los primeros en ausentarse para La Isabela, cercanías de Santo Domingo, se hubiera podido defender la plaza, que, como ya sabemos, tenía murallas casi inaccesibles. Saqueó Drake la ciudad a su antojo; se llevó algunas riquezas históricas, que hoy ostenta en sus museos la ciudad de Londres, y, después de haber obtenido como rescate de la ciudad 25,000 ducados que reunieron en su mayor parte las damas, sacrificando sus joyas, se marchó dueño de tan rico botín. Se conserva la tradición de que durante los veinticinco días que Drake estuvo en la ciudad se alojó en la Capilla de Santa Ana, de nuestra Santa Iglesia Catedral, y que el brazo que le falta a la estatua yacente del Obispo Bastidas lo hizo desaparecer un golpe brutal que dio al fúnebre monumento uno de los marinos del rapaz Almirante inglés. 1588. Muerte de Ovalle. Poco tiempo después murió Ovalle, a quien sustituyó Lope Vega Portocarrero, durante cuya administración se aumentó considerablemente el contrabando que mantenían los pueblos de la parte Norte de la Isla con los holandeses. Le sustituyó Diego de Osorio. 1605. Destrucción de las poblaciones del norte. Durante el gobierno de Antonio de Osorio, que sustituyó a Diego de Osorio, reinando Felipe III, y por orden de este Monarca, se consumó el crimen de destruir las poblaciones de Monte Cristy, Puerto Plata, 220 bernardo pichardo | resumen de historia patria Bayajá y Yaguana, en interés de impedir el contrabando que sus moradores sostenían, como ya hemos dicho, con los holandeses. “Con los habitantes de las dos primeras se fundó a Monte Plata y con los de las dos últimas a Bayaguana”. Tal vez a la concentración de animales que con tal motivo tuvieron que hacer sus dueños, se deba que estos dos sitios se distinguieran después en la crianza. Refiriéndose don Emiliano Tejera a esa medida, exclama: “¡Cuánto no sería el sufrimiento de los ancianos, de los niños y de los enfermos de todas clases en ese transporte violento y lejano! Sin temor de equivocación, puede asegurarse que la cuarta parte de los animales poseídos antes de la tiránica medida pudo llegar a los sitios a que se les conducía…”. Capítulo XVI Decadencia de la Colonia y Sucesos más importantes de esa época 1623. Los bucaneros. Habíanse sucedido en el Gobierno de la Isla, Diego Gómez Sandoval y Diego de Acuña, sin que perturbara la paz de la Colonia acontecimiento alguno de importancia, cuando varios aventureros procedentes de la isla de San Cristóbal se refugiaron en la isla Tortuga, desde donde se introducían en la parte occidental de la Española a robar ganado, cuya carne preparaban ahumada (bucán), por lo que se les denominó bucaneros. 1627. Otros aventureros. Franceses, ingleses y holandeses.– Se dedicaban a perseguir a los galeones españoles, y recibieron el nombre de filibusteros. 1638. Se comunicó esta grave noticia a la Corte, la que envió una escuadra que no sólo destruyó la especie de Colonia que ellos habían fundado, sino que los extinguió casi completamente, para volver luego a reaparecer comandados por un inglés de nombre Willis de innegable valor y gran prudencia. No fueron afortunados los esfuerzos que en el sentido de desalojar a los bucaneros hicieron en sus respectivos Gobiernos don Juan Bitrian de Biamonte (1636), don Nicolás Velasco Altamirano (1645) y don Gabriel Chávez de Osorio (1627), Caballero este último de la Religión de San Juan, a quien cupo la gloria de construir el Castillo de San Jerónimo, que existió hasta 1937 y que jugó un papel importante, como veremos más adelante, en la defensa de la ciudad de Santo Domingo cuando la segunda invasión inglesa. 1655. Gobierno del Conde de Peñalva. Sucedió en el Gobierno de la Colonia a Chávez de Osorio don Bernardino de Meneses y Bracamonte, Conde de Peñalva, a quien parece que le estaba reservada la satisfacción, no solamente de vencer a los bucaneros, como lo hizo, enviando al General Gabriel de Rojas a desalojar a los aventureros, lo que obtuvo obligándolos a capitular, sino que también a borrar la huella vergonzosa que dejó en nuestra historia la huida de Ovalle cuando la invasión de Drake. Invasión de Penn y Venables. En razón del estado de guerra que existía entre Inglaterra y España, envió el Dictador Oliverio Cromwell una escuadra a las órdenes del Almirante Penn, que trajo 9,000 hombres capitaneados por el General Venables, con el objeto, parece, de repetir los vandálicos actos de Drake en la Isla. El 23 de abril de 1655 desembarcó Venables sus fuerzas por Haina y Najayo, las que fueron batidas por los Capitanes de milicias Damián del Castillo y Juan de Morfa, que le salieron al encuentro. 221 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Sirvió el Castillo de San Jerónimo como punto de apoyo para contener las fuerzas que, bajo las órdenes del Coronel inglés Buller, desembarcaron en Haina y venían a marcha forzada sobre la ciudad Capital. En conmemoración de la victoria obtenida, abrió el conde de Peñalva, en el bastión de San Genaro, la Puerta que luego se llamó del Conde, donde más tarde, el 27 de febrero de 1844, se dio el grito de independencia. Gobernaron después la Colonia don Felipe de Zúñiga y Avellaneda y Balboa de Mogrovejo. 1659. Gobierno de Mogrovejo. Durante el Gobierno de don Juan Balboa y Mogrovejo murió Felipe IV, sucediéndole Carlos II, que tuvo como regente a Doña María de Austria. Se señala la administración de Mogrovejo como azarosa para la Colonia por haber aparecido durante ella las epidemias de viruela y sarampión. 1661. A Mogrovejo le sucedió el Oidor don Pedro Carvajal y Cobos. Capítulo XVII Se acentúa la división de la isla en dos colonias Reconocimiento del gobierno francés. Los aventureros que desde hacía años se habían apoderado de algunos puntos de la parte occidental de la Española y que tenían su principal asiento en la isla Tortuga, constituyeron por aquel entonces un núcleo considerable en Port Margot, en la costa Noroeste, obteniendo el reconocimiento por el Gobierno francés de Bertrand D’Ogeron como Gobernador, quien invadió en 1673 la parte Este de la Isla y fue rechazado por las medidas que con tal objeto tomó enérgicamente el entonces Gobernador don Ignacio Zayas Bazán. Un tanto repuesto de su fracaso, y en miras de adueñarse, como siempre lo había soñado, de toda la Isla, organizó D’Ogeron una expedición de 500 hombres al mando del Capitán filibustero Delisle, que desembarcó inesperadamente por Puerto Plata y se apoderó de Santiago, cuyos moradores huyeron hacia La Vega y sus campos, lo que permitió al aventurero saquear la ciudad y exigir un rescate, que le fue pagado, de 25,000 pesos, reembarcándose por el mismo puerto de entrada. 1675. Viaje de D’Ogeron a Francia. El triunfo que había obtenido aumentó en D’Ogeron su intento de adueñarse de toda la Isla y con tal objeto hizo un viaje a Francia para pedir a la Corte recursos y apoyo con que realizar su conquista, propósito que no mereció buena acogida. A su muerte le sucedió como Gobernador de la nueva Colonia su sobrino Poinci. 1677. Sucesor de Zayas Bazán. A la muerte de Zayas Bazán ocupó su vacante Padilla Guardiola, y a éste le sucedió don Francisco Segura Sandoval y Castilla. 1679. Límites provisionales. La paz de Nimega, entre Francia y España, originó, como era natural, una pequeña tregua entre las dos Colonias, lo que permitió a sus Gobernadores, que lo eran: de la parte española Segura y de la parte francesa Mr. Poinci, el establecimiento de límites provisionales, señalando para ello la línea natural que demarca el río Rebouc. Más adelante, y en capítulo especial, dejaremos perfectamente establecida la cuestión de límites que, desde las épocas coloniales, ha sido objeto de torcidas interpretaciones de parte de los franceses y más tarde de los haitianos, que, junto con nosotros, se dividen la soberanía de la Isla. 222 bernardo pichardo | resumen de historia patria Capítulo XVIII Período de las invasiones francesas 1684. Gobierno de Robles. Coincidió que al asumir el Gobierno de la Colonia don Andrés Robles había ordenado el Gobierno francés a su representante o Gobernador de la parte occidental de la Isla, Mr. De Cussy, el que se apoderara de nuestro territorio. Invasión de Mr. De Cussy. Cumplió, pues, Mr. De Cussy las órdenes que había recibido, aguijoneado en gran parte por el ofrecimiento que se le hizo de conferirle el mando de toda la Isla, invadiendo por la parte Norte. 1689. Llegó a Santiago de los Caballeros con sus huestes y tomó como pretexto la alarmante mortalidad de sus tropas, que fingió interpretar como causa de envenenamientos, para incendiar la abandonada ciudad, no sin cometer antes de su retirada, que fue penosa por las emboscadas de los españoles, toda clase de excesos. 1691. Batalla de Sabana Real o de La Limonade. En vista de los anteriores acontecimientos y como justa represalia de esas invasiones, ordenó el Rey de España a su Gobernador en ésta, que lo era a la sazón don Ignacio Pérez Caro, el castigar esos desmanes, y, al efecto, se alistaron fuerzas que, aumentadas con los contingentes que vinieron de México, se pusieron bajo las órdenes del ex Gobernador Sandoval y Castilla, quien libró el 21 de enero la célebre batalla de La Limonade, en que salieron completa y resonantemente victoriosas las tropas españolas. Se calcularon las pérdidas de los franceses en más de 500 soldados, y ello sin contar con que en la acción, perecieron Mr. De Cussy y el Oficial de alta graduación Franquesnay. Contribuyó al espléndido triunfo alcanzado el Capitán santiagués don Antonio Miniel, quien con 300 lanceros que tenía ocultos en los crecidos y secos pajonales de la sabana, cayó de improviso sobre el ejército contrario y le produjo el mayor espanto y confusión. En venganza del saqueo e incendio de Santiago, los españoles pasaron a cuchillo todos los prisioneros, incendiaron poblaciones y se entregaron a toda clase de tropelías. Tan sólo respetaron en la matanza a las mujeres y a los niños. Tuvo el propósito Mr. Ducasse, sucesor de Mr. De Cussy en el Gobierno de la parte francesa, de organizar una nueva invasión; pero no sabemos por qué razón desistió de ello. Fracasado su intento, enderezó entonces sus corruptores y rapaces propósitos hacia Jamaica, que estaba abandonada y donde causó grandes males. De acuerdo, españoles e ingleses, invadieron con fuerzas de mar y tierra las posesiones francesas en 1695, destruyendo muchas poblaciones y haciendo innumerables prisioneros. Capítulo XIX Consecuencias del Tratado de Ryswick Gobernadores que se sucedieron. Después de mutilada la extensión territorial de la Colonia, se sucedieron en el Gobierno de ella Don Gil Correoso Catalán, don Severino de Manzaneda, don Ignacio Pérez Caro (segunda vez), don Sebastián Cerezeda y Girón, don Guillermo Morfi y don Pedro de Niela y Torres. Nada interrumpió en esos tiempos la paz entre las dos Colonias hasta 1714. 1697. Tratado de Ryswick. El Tratado de Ryswick, celebrado entre España, Holanda, Alemania y Francia, que en nada menciona a Santo Domingo, fue tendenciosamente interpretado por los ocupantes de la parte occidental de la Isla, en el sentido de que autorizaba la cesión, en favor de Francia, de la citada porción de la Colonia, que de hecho 223 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA y desde hacía muchos años ocupaban los franceses, con lo cual quedó consumada la mutilación del territorio, cuya defensa había costado tanta sangre a la Metrópoli y a sus súbditos de Santo Domingo. Traidora maquinación del gobernador de la colonia francesa. En ese mismo año de 1714, Mr. Charles Blenac, Gobernador de la Colonia Francesa, encargó al Teniente del Rey Chanté la conquista de la parte española, quien al efecto y bajo el pretexto de una visita oficial, llegó a la ciudad de Santo Domingo y se instaló como huésped en la casa morada del Gobernador don Pedro de Niela y Torres. 1714. Consistía el plan del audaz y pérfido Charité en apoderarse de la ciudad Capital, apoyado en unas balandras en que llegaron tropas francesas disfrazadas y una de las cuales, forzada por los vientos, tuvo que anclar al lado de la Fortaleza. Cometió uno de los tripulantes de ella la indiscreción de preguntar al centinela de tierra si ya gobernaba Mr. Charité. Esta noticia produjo en el vecindario la consiguiente y natural alarma, y un grupo de doscientos de sus moradores sacó de la casa del gobernador a Charité y lo obligó a reembarcarse con todo su séquito, con lo cual quedaron frustrados sus intentos de conquista. 1715. Gobiernos de Landeche, Constanzo, Rocha y Mazo. Fracasado el plan de Charité, se sucedieron en el mando de la Colonia los Gobernadores don Antonio Landeche, don Fernando Constanzo Ramírez, don Francisco Rocha Ferrer y don Alfonso Castro y Mazo, no sin que dejara de subsistir en las fronteras un sordo malestar que al través de los siglos perdura y que produjo aprestos bélicos en 1731, quedando desde entonces señalado como límite de la parte Norte entre los dos países el río Massacre. 1734. Consagración del Templo de Las Mercedes. En 1734 el Arzobispo Juan de Galavis consagró solemnemente en la ciudad de Santo Domingo el Templo de Nuestra Señora de Las Mercedes, Patrona de la República. 1741. Gobierno de Zorrilla de San Martín. En 1741 se hizo cargo del Gobierno de la Colonia don Pedro Zorrilla de San Martín, Marqués de la Gándara Real, en medio del más lamentable estado de decadencia y despoblación para la parte española. A juzgar por el Padre Valverde, la población había decrecido hasta llegar a un número no mayor de 6,000 y se encontraban arruinadas y empobrecidas todas las ciudades. Los corsarios. La guerra que estalló entre Inglaterra y España ofreció a los marinos dominicanos la oportunidad de dedicarse al corso, en el cual obtuvieron grandes éxitos, poblado como estaba el mar Caribe por buques ingleses que realizaban iguales correrías. 1748. Medidas de gran trascendencia para la colonia. No desaprovechó el Gobernador Zorrilla de San Martín su tiempo, y se ocupó en la mejor organización de los servicios públicos. Propendió al desarrollo del progreso, lo que, unido a la apertura de los puertos de la Colonia al Comercio de las naciones neutrales, vigorizó la situación y encauzó una inmigración provechosa. Monumento conmemorativo. Como homenaje a la memoria del Gobernador Zorrilla, existió en la cuesta del río, ciudad de Santo Domingo, cerca de la Puerta de San Diego, una sencilla columna que fue destruida torpemente y que pregonaba la gratitud de aquellos tiempos para quien fue ejemplo de mandatarios. 1750. Gobierno de don Juan José Colomo. Sucedió a Zorrilla de San Martín el Brigadier don Juan José Colomo, quien murió en Santo Domingo y fue sepultado en la Iglesia de San Francisco y a quien sucedió en el mando don José Zunnier de Bateros. 224 bernardo pichardo | resumen de historia patria 1751. Terremoto. Gobernando don Francisco de Rubio y Peñaranda, se sintió en toda la Isla, el 18 de octubre de 1751, un fuerte terremoto que destruyó la ciudad del Seybo e hizo padecer la seguridad de muchos de los principales edificios públicos de la Colonia, que a poco fueron reparados. La ciudad del Seybo comenzó a reconstruirse en el lugar donde actualmente se encuentra y alrededor “de una ermita donde iban los hateros a oír misa los domingos”. 1756. Días de prosperidad para la colonia. El Gobernador Rubio y Peñaranda dictó medidas importantes que levantaron un poco la prosperidad de la Colonia, y deben citarse entre otras; el fomento de la inmigración; el laboreo de las minas de Santa Rosa, en jurisdicción de Santo Domingo; el impulso que dio a Monte Cristy, pues obtuvo que el Rey lo declarara puerto neutral por diez años, y la repoblación de Puerto Plata con familias canarias. Dejó, además, como recuerdo de sus gestiones, el magnífico Cuadrante Solar que aún existe intacto frente al antiguo Palacio de Gobierno en la Ciudad Capital. Capítulo XX Continua la prosperidad de la colonia 1759. Gobierno de Azlor. En 1759 reemplazó al Brigadier Rubio y Peñaranda el Mariscal de Campo don Manuel Azor y Urries, hombre de no escasas energías. 1762. Nueva guerra entre España e Inglaterra. Como consecuencia de la guerra que declaró España a Inglaterra, los marinos de Santo Domingo se dedicaron nuevamente al corso. Derivó de ello gran provecho la Colonia, puesto que se apresaron más de 60 embarcaciones que se vendieron con sus cargamentos a precios muy reducidos, lo que despertó una corriente de inmigración que aumentó el volumen del comercio y de la población. 1764. Fundación de varias poblaciones importantes. Durante el Gobierno de Azlor se fundaron las poblaciones de San Miguel de la Atalaya y Baní, esta última en terrenos que se compraron a los moradores de Cerro Gordo, el 3 de marzo de 1764. Expulsión de los jesuitas. Carlos III ordenó la expulsión de los Padres Jesuitas de todos sus reinos y Colonias, y, como consecuencia de ello, fueron arrojados de aquí. 1771. Reducción del derecho de asilo. Durante el Gobierno de don José Solano y Bote, que fue quien sustituyó al Mariscal Azlor, se redujo el derecho de asilo de que disfrutaban las iglesias para amparar a los delincuentes y se designó solamente la de San Nicolás para la ciudad de Santo Domingo. Consistía el derecho de asilo en que los delincuentes, al abrazarse a una cruz, o agarrarse de una argolla, en otros casos, que existían en las puertas de las iglesias investidas de ese privilegio, obtenían amparo que los libraba de malos tratamientos al ser entregados a la justicia. Fundación de san Francisco de Macorís y Dajabón. Por estos años se fundaron las poblaciones de S. Francisco de Macorís y Dajabón. 1776. Origen del Tratado de Aranjuez. En 1776 convinieron el Brigadier Solano y el señor Víctor Teresa Charpentier, Gobernador de las islas francesas de Barlovento, la descripción de los límites de las dos Colonias y firmaron las estipulaciones que concertaron en San Miguel de la Atalaya, para confiar luego la ejecución de ellas a don Joaquín García, en representación de España, y al Brigadier don Jacinto Luis, en la de Francia, quienes suscribieron el texto en los dos idiomas de esa Convención en el Guarico, el 28 de agosto del mismo año. El 3 de junio de 1777 fue ratificado en Aranjuez, entre los Plenipotenciarios de Francia y España, este Tratado, que en original existió hasta hace poco en el Archivo General de 225 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA la Nación. Es bueno consignar aquí que el Tratado de Aranjuez constituye para la actual República Dominicana la fuente jurídica de sus derechos en la debatida cuestión de límites, por más que los haitianos, sucesores de los colonos franceses en el disfrute de la posesión de la parte occidental de esta isla y de sus tendencias de absorción, no solamente no lo hayan respetado, sino que han llevado sus demasías hasta el punto de no querer aceptar la obra rectificadora de nuestras armas cuando las campañas de la Independencia. Este problema de la frontera ha ocupado y preocupado, como es natural, a nuestros estadistas y diplomáticos y no ha podido solucionarse todavía, debido a las tortuosidades de la diplomacia haitiana, pues cada vez que la República Dominicana, que jamás ha sido detentadora, ha querido ir al fondo de la cuestión, ha pretendido Haití resolverla con interpretaciones de artículos de tratados que conoceremos más adelante. Nosotros creemos un gran deber patriótico el afirmar que el Gobierno Dominicano que deje resuelto este punto conquistará la verdadera gratitud del sentimiento nacional, que en más de una ocasión se ha puesto de pie para obtener el reconocimiento del derecho que tiene a los territorios indebidamente ocupados por los haitianos y que nosotros heredamos legítimamente de España. 1778. Prosperidad de la colonia. Durante el Gobierno de don Isidoro Peralta y Rojas, que fue quien sucedió a Solano, la Colonia prosperó sensiblemente, y, como testimonio de ello, ofrecemos el dato de que para 1785 ya se calculaba la población de ella en 152,640 habitantes. Fundación de Los Llanos y Las Matas de Farfán. En esos tiempos quedaron fundadas las poblaciones de Los Llanos y Las Matas de Farfán y tomó incremento Los Minas, fundado en la margen oriental del río Ozama por negros de la parte occidental. 1787. Gobierno de Don Manuel González de Torres. A la muerte de Peralta le sucedió interinamente en el Gobierno don Joaquín García, reemplazado a poco por el Brigadier don Manuel González de Torres, quien edificó en 1787 la magnífica portada de la Fortaleza de Santo Domingo. 1789. Gobierno de García. (Segunda vez). Ocupó de nuevo el Gobierno de la Colonia, por muerte de González de Torres, don Joaquín García, a quien no sabemos si las circunstancias o sus escasas dotes de inteligencia lo presentan con aspecto poco simpático ante el juicio de la posteridad. Conmoción en la parte francesa. La agitación que conmovía a la Metrópoli, donde en 1789 se habían proclamado los derechos del hombre, estampando la consignación: “Los hombres nacen libres e iguales en derecho, y las distinciones sociales no pueden fundarse sino en motivos de pública utilidad”, alentaron la tendencia antiesclavista de los negros de la parte occidental que, encabezados por Vicente Ogé, intentaron la ejecución del precepto enunciado. Atacados por las autoridades coloniales, traspasaron, en busca de refugio, la frontera, donde fueron arrestados y conducidos a la cárcel de Santo Domingo. Entrega de Ogé y sus compañeros. Las autoridades coloniales francesas se dirigieron al Gobernador García para exigirle la entrega de los prisioneros y, no obstante la opinión digna y decorosa de don Vicente Antonio Faura, que asesoraba al Gobernador García, éste los entregó, dejando una mancha para su nombre. 1790. Tan escandaloso atentado al derecho de asilo y a los más elementales sentimientos de humanidad encrespó la opinión pública de tal modo que el anodino Gobernador García hizo jurar al Comisionado francés Mr. Ligneries, en la Catedral, que se respetaría la vida de los prisioneros entregados, no obstante lo cual fueron ejecutados en Cabo Haitiano. 226 bernardo pichardo | resumen de historia patria La crueldad de este procedimiento y la declaración hecha en una asamblea de blancos, reunida en San Marcos, de que preferían morir antes que compartir sus derechos con los negros, a los que consideraban como una raza bastarda, degenerada y estúpida, determinaron los levantamientos de Biassou y Jean Francois, quienes, dada la inferioridad del número de los blancos, casi los exterminaron en toda la parte Norte de Haití. Capítulo XXI Acontecimientos que anteceden a la desaparición de la colonia española Medida del gobernador García. Comoquiera que los negros sublevados en la parte francesa cometían toda clase de depredaciones, la opinión pública de la Colonia española estaba en expectativa y alarmada, y obligó al Gobernador García a que cubriera las fronteras, no sólo para evitar el contagio, sino también para garantizar la neutralidad. 1793. Guerra entre la República Francesa y España. Con motivo de la decapitación de Luis XVI, guillotinado en París el 21 de enero del 1793, estalló una guerra entre la naciente República Francesa y la Monarquía Española, que cambió el aspecto de los acontecimientos que se verificaban en la Colonia francesa, pues Toussaint, Biassou y Jean Francois, a quienes deslumbraba más el esplendor de la Monarquía que la austeridad de la República, se pusieron al servicio del Rey de España, que les concedió altas graduaciones en sus ejércitos. Invasión a la parte francesa. Envalentonados los españoles con el concurso que les ofrecían esos Jefes negros, traspasaron la frontera y, con ellos siempre a vanguardia, lograron enarbolar el pabellón español en muchos puntos de Haití, mientras los ingleses, que también habían invadido aquel territorio, hostilizaban a los republicanos franceses. 1794. Reveses de las armas españolas. El Gobernador francés Lerveaux sonsacó a Toussaint Louverture con el nombramiento de General, y el 4 de mayo de 1794 este prestigioso Jefe de los negros realizó su defección; obtuvo más tarde el nombramiento de General en Jefe de los Ejércitos; venció después a las fuerzas españolas; desmoralizó a sus antiguos compañeros Biassou y Jean Francois; puso en jaque a los ingleses y se apoderó de varias de las poblaciones españolas. 1795. Tratado de Basilea. El Tratado de Paz celebrado en Basilea el 22 de julio de 1795, entre España y Francia, consumó el imperdonable error de que la Madre Patria hizo víctima a su primera Colonia en América, al traspasar completamente a Francia el dominio de la Isla. Este error, que constituyó un sacrificio inmerecido para los habitantes de la parte española, no puede merecer, no obstante nuestro amor a España, una sola atenuación que disminuya el íntimo dolor que produjo ese hecho cruel que, al través de los siglos, anatematiza la conciencia. Entrega de la colonia a los franceses. Establecía el Tratado de Basilea que un mes después de publicadas sus estipulaciones se efectuaría el traspaso de la Colonia y, para cumplir su fiel ejecución, envió la Madre Patria una escuadra bajo el mando del Teniente General don Gabriel de Aristizabal. Origen de la controversia acerca de los restos de Colón. En virtud de instrucciones del Duque de Veragua, descendiente de Colón, se resolvió trasladar las cenizas del Primer Almirante a La Habana, como para salvarlas de que asistieran a la desnacionalización de la Colonia. 227 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA 1795. En presencia del Arzobispo don Fernando Portillo y Torres y de todas las autoridades, se procedió el día 20 de diciembre de 1795, a la exhumación de tan venerables reliquias, según consta en acta levantada por el Notario don José Francisco Hidalgo, que dice: “Se abrió una bóveda que está sobre el presbiterio, al lado del Evangelio (que es el derecho), pared principal y peana del altar mayor, que tiene una vara cúbica, y en ella se encontraron unas planchas, como de tercia de largo, de plomo, indicante de haber habido caja de dicho metal y pedazos de huesos como canillas u otras partes de algún difunto; y recogido en una salvilla que se llenó de la tierra, que por los fragmentos que contenía de algunos de ellos pequeños y su color se conocía eran pertenecientes a aquel cadáver”. Es cosa clara que los restos que se exhumaron aquel día fueron los de don Diego, y no los del Almirante, puesto que ya hemos visto que en 1541, cuando doña María de Toledo trajo de España los restos de ambos, los de don Diego se sepultaron “en el presbiterio de la Catedral, del lado del Evangelio”, en virtud de la orden del Rey, dictada anteriormente, para que se hiciera entrega a don Luis Colón, de la Capilla Mayor de la Catedral, “para que sirviera de sepultura a los restos del Primer Almirante y sus familiares”, y acabamos de ver que el Notario Hidalgo en su acta habla de restos extraídos del lado del Evangelio. Este error se aclaró cuando el 10 de septiembre de 1877, y con motivo de las reparaciones que hacía en la Catedral el virtuoso Canónigo don Francisco Xavier Billini, se encontraron los verdaderos despojos mortales de Colón, con lo cual quedó evidenciado que los restos de algún difunto, llevados a La Habana, fueron los de don Diego. El hallazgo providencial de los restos de don Cristóbal Colón suscitó una controversia histórica entre la Real Academia de Historia de España, López Prieto y Colmeiro, que calificaron de superchería el hecho, tal vez movidos por un orgullo patriótico exagerado, y Monseñor Roque Cocchía, don Emiliano Tejera, el Dr. Santiago Ponce de León, don César Nicolás Penson, el Dr. Alejandro Llenas y el Cónsul de España, don José Manuel Echeverri, quien cayó en desgracia porque sostuvo la autenticidad del hallazgo. A esta hora sólo la España oficial niega que las cenizas del Primer Almirante reposan para siempre, cumpliéndose sus últimas voluntades, en la amada tierra que fue testigo de sus grandes triunfos y de sus inmensos dolores. El monumento que actualmente los atesora tal vez sea el mejor augurio del edificio a que serán trasladadas esas reliquias venerandas, cuando los pueblos todos del Hemisferio Colombino, poseídos de noble gratitud, lo erijan en la Plaza Colombina de la ciudad de Santo Domingo, cerca de ese mar a quien arrancó sus secretos con prodigios de audacia y con los destellos de su genio. Capítulo XXII Período colonial francés e invasión de Toussaint Comisarios franceses. Al marcharse el Brigadier Aristizabal para La Habana, llevándose los que se creyeron restos de Colón, y los empleados y personas que emigraron con motivo del nuevo orden de cosas, envió el Gobierno francés al General Hedouville. Llegó más tarde el Comisario Civil Roume, a quien instó el Gobernador García para que se hiciera cargo del mando, cosa que no aceptó, pues carecía de tropas y temía, con razón, que Toussaint, cuya aparente sumisión buscaba pretexto de disgusto, se rebelara y adueñara de toda la Isla. 228 bernardo pichardo | resumen de historia patria Se entiende Toussaint con los ingleses. Los ingleses, que habían reforzado sus contingentes militares en la parte occidental, diezmados por las enfermedades, celebraron al fin un pacto con el Caudillo Negro en que reconocieron la independencia de la Isla, la que abandonaron poco tiempo después. Tan pronto como esto ocurrió, Toussaint exigió del Comisario Roume que ordenara al Gobernador García la entrega de la parte española a dos de sus Tenientes, los Generales haitianos Agé y Chanlate. Antes de dar la orden, obtuvo Roume la seguridad de parte de García de que no la cumpliría, pues esperaba tropas europeas, y cuando llegó Agé a recibir la plaza del Gobernador, García se negó a entregársela. Se escoltó al General Agé hasta la frontera con el objeto de evitar que fuera víctima de un atropello. Al darse Toussaint cuenta del engaño, redujo a prisión a Roume y lo expulsó. Dejó, pues, en claro sus intenciones y rompió con el Gobierno francés. 1800. Invasión de Toussaint. Desembarazado ya Toussaint de todo lo que podía constituir para él un compromiso moral o material con Francia, y con el apoyo de los ingleses, exigió del Gobernador García, hombre nacido, según parece, para sustanciar o presenciar hechos políticos degradantes o desagradables, la entrega de la antigua Colonia, y a la cabeza de numerosas huestes invadió por las fronteras del Sur, mientras otro cuerpo de ejército, bajo las órdenes del General Moise, su sobrino, pasó la frontera Noroeste y ocupó el Cibao. Resistencia. Inútil fue la resistencia que a las fuerzas invasoras se opusiera en Mao y Guayubín, y de nada sirvió la bravura de don Juan Barón detrás de las trincheras de Ñaga, en el Sur, pues la ola arrolladora y salvaje de Occidente, después de cubrir de sangre esos sitios, constriñó al Gobernador García a entregar la Capital, de la cual emigraron cuantas personas pudientes eran españolas o simpatizaban con la causa de la Madre Patria. Se ha dicho que al entrar a la ciudad Capital tuvo Toussaint el propósito de pasar a cuchillo a sus moradores; pero nos parece incierta esta versión, pues cuando doña Dominga Núñez, en la reunión de vecinos que provocó el Caudillo y a la cual asistió toda la población sobrecogida de espanto, en el Parque Colón, le increpó y llamó atrevido por haberle tocado el hombro con el bastón, tuvo ocasión para desahogar su cólera contra ella y tal vez para iniciar la matanza que el terror sospechaba que tenía la intención de realizar, de acuerdo con la fama de sanguinario que le precedía. 1801. Constitución. Después de haber nombrado a su hermano Paul Louverture Gobernador de Santo Domingo, regresó a Haití, donde se proclamó Jefe Supremo de la Isla e hizo decretar una Constitución que la declaró “una e indivisible”. Revistió Toussaint su promulgación de la simbólica formalidad de plantar en cada parque público una palma con el gorro frigio, emblema de la Libertad. 1802. Llegada del ejército francés. La paz concertada en Amiens (Francia) permitió al Cónsul Bonaparte enviar a fines de 1801 una escuadra y 16,000 hombres para que tomaran posesión de la Isla. Comandaba en Jefe esas fuerzas el General Leclerc, “a quien acompañaban su esposa, la bella Paulina Bonaparte, Jerónimo Bonaparte y dos hijos de Toussaint que se educaban en Francia”. En Samaná, punto de arribo de los 80 navíos franceses, se dividieron las fuerzas en dos: las que iban a operar en la parte española, al mando de Ferrand y Kerverseau, y las que 229 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA iban a someter a Toussaint en la parte occidental, mandadas por Leclerc, quien tenía bajo sus órdenes a los Generales Rochambeau, Boudet y Hardy. Ocupación de la parte del este (Santo Domingo). No ofreció casi resistencia a las armas francesas la antigua Colonia española, a excepción de la ciudad de Santo Domingo, en que el Gobernador Paul Louverture y el Comandante de Armas se negaron a la entrega de la plaza; pero para lograrlo contaron con el apoyo de los dominicanos, que lógicamente prefirieron ser subordinados de los franceses antes de continuar dominados por los haitianos. Fuerte de San Gil. Los dominicanos, al mando del intrépido Juan Barón, atacaron el Fuerte de San Gil tomándolo después de un reñido combate, con el objeto de facilitar por allí el desembarco de las fuerzas de Kerverseau, mediante señales convenidas que debían hacerle a la flota con fanales rojos; pero el estado rugiente del mar durante esa noche impidió que se realizara tan audaz operación. A la mañana siguiente, atacados don Juan Barón y los suyos por fuerzas haitianas superiores, tuvieron que abandonar la ciudad, para darse el bravo Coronel inmediatamente a la tarea de reunir nuevos contingentes del Sur y del Este que, auxiliados por las fuerzas francesas pusieron sitio bajo su mando a la ciudad y la rindieron, no sin antes haber experimentado los vecinos de ella y los de la villa de San Carlos grandes atropellos y vejámenes de parte de los haitianos. Acontecimientos en la parte occidental. En tanto que estos acontecimientos se desarrollaban en nuestro territorio, los que tuvieron lugar en Haití revistieron un carácter más grave y más sangriento, pues Toussaint, Dessalines y otros resistieron tenaz y heroicamente, librando combates gloriosos para sus armas, hasta reducir a cenizas la ciudad de Cabo Haitiano, para después de tan denodados empeños verse obligados a la sumisión. Captura de Toussaint. Luego de haberse sometido, la perfidia ahogó entre sus brazos a aquel hombre formidable que soñó con la grandeza de su patria y que tantas veces llenó de espanto a sus contrarios en los campos de batalla. Invitado a visitar las naves francesas, se trasladó a una de ellas, y mientras se le rendían los honores de su rango, fue reducido a prisión encadenado, conducido a Francia e internado en el Castillo de Joux, donde murió aterido por el frío y careciente de alimentos, en 1803. Terrible mancha en la historia de Bonaparte, que más tarde tuvo imitadores en los ingleses que le llevaron a él, destronado y taciturno, a la isla de Santa Elena a terminar obscuramente aquella vida que se había deslizado entre el fragor de las batallas y las magnificencias de un trono que deslumbró al mundo. Perfiles biográficos de Toussaint. Amó a su patria. La soñó grande, y para realizar su designio de hacer a Haití libre e independiente y “única e indivisible” en el dominio de la Isla, mató blancos, venció a sus compañeros, sirvió a España y luego le dio la espalda, desconoció a Francia, batió a los ingleses y más tarde se apoyó en ellos, invadió la Española y combatió por último a Bonaparte a quien en una ocasión le escribió: “Al primero de los blancos, del primero de los negros…”. Si para nosotros, es decir, frente a nuestras glorias, nada dice la evocación del recuerdo del Caudillo Negro, no es menos cierto que de un modo general estamos obligados a ver en la figura de ese hombre extraordinario a un libertador de su raza y de su pueblo, o bien, adscribiéndonos al criterio del señor Hostos, al organizador y preparador de la independencia de Haití. 230 bernardo pichardo | resumen de historia patria Capítulo XXIII Continuación del período colonial francés Gobierno de Kerverseau. Ocupada la ciudad Capital de la parte española y gobernados los Departamentos del Cibao por el General Ferrand, quedaron cumplidas de hecho las estipulaciones del Tratado de Basilea, y se trasladaron las tropas haitianas y sus Jefes a la parte occidental. Alzamiento de esclavos. A raíz del abandono de nuestro territorio por las tropas haitianas, un grupo de esclavos, que tal vez temieron que el alejamiento de las huestes negras les anunciara nuevos malos tratamientos para los de su raza, se sublevaron; pero fueron inmediatamente sometidos por el bizarro don Juan Barón, heredero del valor legendario de la raza castellana que, al través de los tiempos y de cruentas vicisitudes, conservamos con orgullo sus descendientes, nosotros los dominicanos. Asesinato del batallón Cantabria. Enterado Toussaint, ya en los últimos días de su omnipotencia, de la ayuda prestada por los dominicanos a la ocupación francesa en interés de sacudir el humillante yugo de los haitianos, hizo asesinar el batallón Cantabria, compuesto de dominicanos y que se encontraba de servicio en la parte occidental. De ese cuerpo sólo se salvaron cinco soldados. Fracaso de Kerverseau. No fueron pocos los esfuerzos que hizo este mandatario por dar consistencia al nuevo orden de cosas; pero la escasez de recursos en que se encontraba y las dificultades que le crearon las noticias llegadas de Haití, donde sus moradores, apoyados por los ingleses, se habían sublevado, obligando a Rochambeau a capitular después de la muerte del General Leclerc, lo imposibilitaron completamente en su labor, lo que tuvo en cuenta Ferrand, que gobernaba a Santiago, para trasladarse a Santo Domingo, asumir el mando y embarcar a su desprestigiado compañero. Proclamación de la independencia de Haití. El lº. de enero de 1804 proclamó Dessalines la Independencia Haitiana, asumió la calidad de Jefe Supremo y se hizo reconocer con tal carácter en el Cibao, donde nombró como su representante en Santiago a José Tavárez. Recuperación del Cibao. Aumentadas las fuerzas de Ferrand, que, como ya hemos visto, gobernaba la Colonia, con el ejército que dejó Kerverseau, el concurso de las milicias dominicanas y con el de los colonos franceses que llegaban a Haití, confió a su ayudante Deveaux un contingente de tropas con el cual recuperó a Santiago, ciudad que, abandonada nuevamente, se vio al fin gobernada por el dominicano Serapio Reinoso, a raíz de una sangrienta desavenencia entre nuestros compatriotas y los franceses. Invasión de Dessalines. Dividido en dos cuerpos el ejército de ese feroz aliado de la muerte, atravesó nuestras fronteras: el del Sur, al mando del mismo Dessalines, contaba en sus filas al noble Petión, una de las legítimas glorias haitianas; y el del Norte lo comandaba el vandálico y cruel Cristóbal. Infructuosas fueron la heroica resistencia que, a orillas del Yaque, en el Sur, y hasta perecer, le opusiera el bravo Coronel francés Viet, y la que en el Departamento Norte personificaron Serapio Reinoso y los dominicanos bajo su mando. Arrollados fueron todos por aquellas huestes que, no a nombre de la libertad, sino de salvajes preocupaciones, profanaron con sus huellas el suelo sagrado de nuestra Patria. Repugnantes crímenes cometidos en Santiago. Dueño ya Cristóbal de Santiago, ordenó el asesinato de los vecinos, sin respetar sexo, edad ni condición social. Entre 231 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA centenares de ilustres víctimas, mencionaremos al Padre Juan Vásquez, que pereció quemado en la sacristía de su templo, entre las herejes y grotescas burlas de la soldadesca. En la Casa Consistorial de esa misma ciudad se colgaron, por orden de Cristóbal, los desnudos cadáveres de notables personajes dominicanos. Sitio de la ciudad de Santo Domingo.– Tanto las fuerzas invasoras del Norte, como las del Sur, concurrieron al sitio de la ciudad de Santo Domingo. Combates alrededor de la ciudad. Cuando ya la ciudad Capital tenía más de quince días de sitiada, llegó al Placer de los Estudios la escuadra francesa al mando del Almirante Missiesy, quien proporcionó al General Ferrand municiones y tropas, lo que dio lugar a que se realizaran salidas para combatir a los sitiadores. Consérvase el recuerdo histórico del asalto dado a las trincheras de San Carlos por el valiente Coronel francés Vassimont, y del combate casi caballeresco trabado en las inmediaciones del Castillo de San Jerónimo entre las fuerzas haitianas bajo las órdenes de Petión y las tropas sitiadas al mando del denodado Coronel francés Aussenac, que, como veremos más adelante, parece que tenía un pacto secreto con la Gloria, cuantas veces tuvo que luchar cerca de esa histórica fortaleza. En esta ocasión, como se diera cuenta el Coronel Aussenac, en el momento de la acometida, de que los suyos flaqueaban o se mostraban reacios al avance, desenvainó súbitamente su espada, corrió hacia los haitianos y, clavándola en el suelo, se acostó a su lado, como diciendo a sus compañeros que moriría antes que retroceder. Enardecidas las tropas ante aquel rasgo de máxima intrepidez, avanzaron para cubrir el cuerpo de su Jefe y trabar el heroico combate en que las fuerzas haitianas tuvieran que huir ensangrentadas. Muerte de don Juan Barón. Comandadas las tropas mixtas, es decir, compuestas de dominicanos y franceses, por don Juan Barón, salieron el 28 de marzo de 1805, en la tarde de Santo Domingo, con el decidido intento de levantar el sitio del lado de San Carlos. Aún no habían abandonado la Puerta del Conde, cuando comenzó con encarnizamiento el trascendental combate sostenido durante tres horas. Al acercarse la noche, cayó mortalmente herido don Juan Barón, a quien sucedió en el mando de las tropas el pundonoroso Capitán Moscoso, que organizó la retirada militar en medio de los mayores peligros y con gran éxito. En la noche de ese mismo día, y no obstante los cuidados que se le prodigaron, murió el intrépido don Juan Barón, para cuyo cadáver se eligió como sepultura la parte céntrica del actual Parque Colón. Revistió el acto de la inhumación la mayor y más silenciosa pompa religiosa y militar, pues se tuvo interés en que los sitiadores no se percataran de la irreparable pérdida que se acababa de experimentar. La figura de don Juan Barón merecerá siempre las rememoraciones agradecidas de la posteridad dominicana, pues, en cuantas ocasiones se necesitó de su innegable y valerosa bizarría, dio el frente a los acontecimientos en interés de conquistar libertad y honores para esta tierra de sus afectos. Levantamiento del sitio. Parece que Dessalines no quiso esperar un nuevo ataque, y al día siguiente de la muerte del Coronel Barón levantó completamente el sitio. Llevóse consigo a los prisioneros capaces de tomar camino, y asesinó a todos aquellos que, por su debilidad física, consideró que podían constituir un retardo para su rápido regreso a Haití. 232 bernardo pichardo | resumen de historia patria Las tropas haitianas que tomaron la vía del Sur dejaron en su derrota grandes cantidades de municiones de guerra, las cuales fueron recogidas por las fuerzas que salieron de la ciudad, antes sitiada, en su persecución. En su marcha hacia la frontera fueron hostilizadas por la escuadra francesa; incendiaron en su tránsito las poblaciones y saquearon las propiedades; pero, con todo eso, no consumaron la cantidad de crímenes que realizaron las fuerzas que tomaron el camino del Cibao. Crímenes cometidos por las huestes de Dessalines al retirarse por la vía del Cibao. Dessalines hacía creer, al retirarse, que la plaza de Santo Domingo se había rendido, y en presencia de tal noticia volvieron a sus ocupaciones muchas personas para encontrar inmediatamente la muerte, la deshonra y horribles vejaciones, antes de que pudieran darse cuenta del miserable ardid. Monte Plata, Cotuí, San Francisco de Macorís, Monte Cristy y San José de las Matas fueron saqueadas e incendiadas. De La Vega se llevó el sanguinario Dessalines quinientos prisioneros distinguidos, y en Moca se degolló en el templo a puertas cerradas, a más de quinientos fieles de todos sexos y edades sin que se escapara al filo del cuchillo exterminador el párroco Fray Pedro Geraldino. En Santiago se repitieron, aumentadas, las atrocidades cometidas por Cristóbal, y perecieron fusilados los venerables sacerdotes Lima, Puerto Alegre, Basarte y Ortega. El camino que conduce de Santiago a Cabo Haitiano quedó cubierto de cadáveres, y como sombras errantes se vio en él a niños que en vano buscaban a sus padres, entre los empellones que les daba la soldadesca para acelerar su marcha; a damas distinguidas, cuyos pies sangraban y que, enloquecidas por el dolor, se precipitaban en los abismos o en los ríos; a ancianos que implorantes pedían la muerte, y a hombres atados que presenciaron los más vergonzosos ultrajes, hasta llegar a Haití, donde el inhumano y execrable Cristóbal los repartió en su residencia de Saint Soucí, como esclavos de sus subalternos y esbirros, hasta que perecieron víctimas de los mayores dolores o lograron fugarse y ganar la frontera. ¡Y pensar que más tarde esas hordas salvajes dominaron nuestra Patria durante veintidós largos y pesados años! Capítulo XXIV Gestiones del gobernador Ferrand Medidas de organización. Libre ya de los haitianos, cuyo territorio se dividió en dos estados, uno en el Norte con la ridícula denominación de reino, bajo el cetro del grotesco Cristóbal, que se constituyó en árbitro de esas regiones después de la muerte de Dessalines; y otro en el Sur, como república, bajo el cuidado y dirección de Petión, pudo el General Ferrand promover el progreso de esta parte de la Isla, convertida en colonia francesa. Creó cuerpos regulares de milicias, reabrió los cortes de madera abandonados, ofreció facilidades a los cultivos y designó como autoridades a las personas de mejores intenciones en cada lugar. Contó, para todo esto y para la mejor organización civil y administrativa de la Colonia, con el crédito que le proporcionó en los Estados Unidos Bonaparte, y es justo consignar que desplegó los mayores esfuerzos por garantizar la propiedad y que no se distinguió como mandatario cruel, arbitrario o despótico. Llevó la liberal inclinación de sus intentos por dar días de prosperidad a la Colonia, hasta el punto de declarar amortizadas las tributaciones territoriales que adeudaban los propietarios. 233 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Los resultados de esa labor no se hicieron esperar, pues la estabilidad y la paz de que se disfrutaba atrajeron a las familias que habían emigrado, las que, al regresar, contribuyeron al florecimiento de la industria, de la enseñanza y de la agricultura, hasta proporcionar días de relativo bienestar a los intereses generales. 1806. Combate naval en Palenque. El 6 de febrero de 1806, en la ensenada de Palenque, hubo un combate naval entre la escuadra inglesa al mando del Almirante Sir John Dukworth y la francesa bajo la dirección de los Contraalmirantes Lessiegues y Villaumez. El encuentro fue sangriento y se decidió la victoria por los ingleses, circunstancia ésta que se reflejó desastrosamente en la Colonia, donde comenzaba a sentirse el influjo de ideas revolucionarias. Ideas de aquella época. El recuerdo de las atrocidades cometidas por Dessalines en su invasión y retirada, con motivo de la ocupación por tropas francesas de nuestro territorio, arraigó entre los dominicanos, que habían apoyado a las armas francesas por librarse de la vejaminosa dominación haitiana, la convicción de que sólo dentro de su anterior estado de Colonia española podría Santo Domingo librarse de futuras contingencias con sus ensoberbecidos vecinos de Occidente. Y esta convicción, explotada por don Juan Sánchez Ramírez, natural de la villa del Cotuy, fanático adorador de la Madre Patria y hombre que, aunque honrado, parece que era ambicioso, degeneró en una labor revolucionaria que al fin descubrió el General Ferrand, lo que obligó a Sánchez Ramírez a embarcarse para Puerto Rico. En realidad, “el amor de los dominicanos por España no se había extinguido”, a pesar de la ingratitud de aquella, que entregó su primera Colonia a Francia, para que sufriera las profundas heridas que a partir de aquel día le ocasionaron los nuevos cautiverios a que se vio sometida después en la rotación de sucesos que vamos enumerando. Impacientes los conspiradores del Sur, se levantaron en armas a las órdenes de don Ciriaco Ramírez y otros. Libraron ellos y las fuerzas al mando del Coronel Aussenac, en Malpaso, orilla occidental del río Yaque del Sur, un encarnizado encuentro en que llevaron la peor parte los revolucionarios, que aunque desbaratados, permanecieron en el monte en espera de los acontecimientos. Poco tiempo después, y con el pretexto de que, al privarlos de sus guaridas, los revoltosos se alejarían aún más de Azua, el Coronel Aussenac, en una de sus salidas, incendió el poblado de Los Conucos. En favor de la reconquista. Apoyado por don Toribio Montes, Gobernador de Puerto Rico, y después de estar seguro de que la trama revolucionaria estaba bien urdida en el país, desembarcó don Juan Sánchez Ramírez con una expedición en las playas del Este, y ocupó la ciudad del Seybo, donde improvisó rápidamente un ejército. 1808. Batalla de Palo Hincado. En conocimiento el pundonoroso General Ferrand de los acontecimientos ocurridos en el Este, salió para el Seybo con una columna de 600 hombres, y en el memorable sitio de Palo Hincado tuvo que librar un combate con las fuerzas de Sánchez Ramírez que le salieron al encuentro y que se decidió a favor de las huestes dominico-españolas. Sucedió el 7 de noviembre de 1808. Es fama que don Juan Sánchez Ramírez antes de comenzar la acción comunicó a sus soldados, en forma de arenga, la siguiente orden: “Pena de la vida al que volviere la cara atrás, pena de la vida al tambor que tocare retirada y pena de la vida al oficial que lo mandare, aunque sea yo mismo”. 234 bernardo pichardo | resumen de historia patria Destrozada la columna del General Ferrand y acompañado de muy pocos, este bravo General francés, abandonó el camino real e internóse en la Cañada de Guaiquía, donde se suicidó con una pistola, lo que no impidió que las fuerzas destacadas en su persecución y al mando de Pedro Santana (padre del libertador) cortaran aquella cabeza, digna de coronas de laurel, y la llevaran al Seybo, destilando sangre. Sitio de Santo Domingo. Con el apoyo de gente del Sur y del Cibao, región esta última donde don Agustín Franco de Medina, Gobernador de Santiago, no pudo contrarrestar el movimiento revolucionario, se dio prisa Sánchez Ramírez en poner sitio a la ciudad Capital. En la Junta de Delegados celebrada por los sitiadores en Bondillo se reconoció al Rey Fernando VII como legítimo soberano y a don Juan Sánchez Ramírez como Gobernador político y militar de la Colonia. Don Ciriaco Ramírez, que fue el primero en sublevarse en la provincia de Azua, como ya hemos visto, y que mandaba las fuerzas del Sur durante el sitio, no brindó su aprobación a lo resuelto, pues parece que aspiraba, lógicamente, a la absoluta independencia y a la supremacía que Sánchez Ramírez, sin mayores escrúpulos ni disimulos, se hizo adjudicar, y antes de terminarse la lucha se retiró para su casa, donde se entregó a sus labores agrícolas. ¡Estrecha visión la de Sánchez Ramírez, que no le permitió realizar obra de mayor amplitud en favor de su Patria! Combates entre sitiados y sitiadores. Durante el sitio se libraron algunos combates de importancia. Se conserva especialmente el recuerdo glorioso del que tuvo lugar en el Castillo de San Jerónimo, defendido por el Teniente español Francisco Díaz y atacado por el indómito Coronel Aussenac. Cuando vio perdido a Díaz, y éste, sable en mano y seguido de un puñado de temerarios lidiadores, abandonó la humeante fortaleza, Aussenac formó sus tropas en columnas de honor, lo dejó desfilar bravío ante ellas, y, mientras el uno vitoreaba a España, el otro levantaba la espada a manera de homenaje al temerario empeño del adversario vencido. El valor legendario de España y la intrepidez gloriosa de Francia tuvieron aquel día digna representación en la Española. Ayuda de los ingleses a los sitiadores. El sitio se prolongaba demasiado, cuando, a instancias del Gobernador de Puerto Rico, bombardeó el Almirante inglés Cumby la ciudad en dos ocasiones y llegaron los refuerzos solicitados en Jamaica por Sánchez Ramírez al mando del Mayor General inglés Sir Hugh Lyle Carmichael, quien desembarcó en Palenque con una división. Este valioso concurso y la miseria que existía en la ciudad, donde una docena de plátanos llegó a valer dos pesos y se comían cueros de reses, decidieron al General Dubarquier, sucesor de Ferrand, a convenir para él y sus aguerridos compañeros una honrosa capitulación que puso fin a la heroica lucha empeñada. “¡Lástima que los sacrificios hechos en aquellos tiempos para consumar la ingrata obra de restaurar un régimen añejo, que si bien contaba con simpatías generales, podía considerarse como contrario a los intereses bien entendidos, no hubieran sido dirigidos a la consecución de la independencia absoluta!”. 1809. Acto de entrega de la plaza. A las cuatro de la madrugada, el General Carmichael, seguido de su Estado Mayor y de un Teniente Coronel, a la cabeza de cien hombres de tropas de línea, se presentó en la Fortaleza y, después de las formalidades de uso, se 235 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA introdujo en ella, donde la guarnición francesa estaba sobre las armas; hizo colocar sus fuerzas frente a aquéllas, luego de lo cual las arengó en la forma siguiente: “Soldados: No habéis tenido la gloria de vencer la brava guarnición que vais a reemplazar; pero vais a reposar vuestra cabeza sobre las mismas piedras, donde intrépidos soldados abandonan sus gloriosos trabajos, después de haber afrontado los peligros de la guerra, los horrores del hambre y privaciones de toda especie. Esos grandes recuerdos impriman en vuestros corazones sentimientos de respeto y de admiración para ellos, y si, como lo espero, un día vosotros imitáis ese bello ejemplo, habréis hecho bastante por vuestra gloria”. A esa bella y caballeresca proclama respondió el Comandante de la Fortaleza con las palabras siguientes: “General: Si algo puede consolar a los bravos soldados franceses del doloroso sentimiento que una suerte contraria les hace experimentar en este momento, son los testimonios de estima que acabáis de darles. Reciba las llaves de esta Fortaleza y permítame manifestarle el deseo de que ellas no permanezcan largo tiempo en vuestras manos”. A lo que replicó el General inglés así: “Yo deseo igualmente tener nuevas ocasiones para podéroslas disputar”. Capítulo XXV Período de la España Boba 1809. Gobierno del brigadier Sánchez Ramírez. Después de entrar los ejércitos aliados a la ciudad de Santo Domingo el 12 de julio de 1809, y de asegurar Carmichael las ventajas que la nueva Colonia otorgaría a sus nacionales y al comercio inglés, embarcó consigo, y como compensación de los gastos efectuados, la famosa artillería de bronce que servía para la defensa de la plaza. Comisionado a España. Uno de los primeros pasos que dio el Brigadier Sánchez Ramírez fue el envío a España de don Andrés Muñoz Caballero a llevar la noticia de todo lo ocurrido en la antigua Colonia de Santo Domingo y a pedir a la Madre Patria el concurso indispensable para organizar la administración pública. La circunstancia de encontrarse España en guerra parece que no le permitió tomar otra medida que no fuera la de enviar como representante suyo a don Francisco Javier y Caro, de cuyas gestiones derivó muy poco provecho la Colonia, puesto que las limitó a reconocer como Capitán General de ella al Brigadier Sánchez Ramírez y a nombrar como Teniente Gobernador y Asesor al distinguido letrado Licenciado don José Núñez de Cáceres. Situación de la colonia. Al asumir el Brigadier Sánchez Ramírez el Gobierno de la Colonia, el estado de ella era deplorable, pues el erario se encontraba exhausto; la agricultura descuidada; el comercio reducido a pequeñísimas exportaciones y a la introducción de lo estrictamente necesario para la vida; la instrucción pública descuidada casi completamente; no existían teatros, ni otros sitios de esparcimiento, y eran tales la monotonía y la estrechez de la vida que para alumbrar las calles se dio la disposición de que los vecinos iluminaran las puertas de sus casas por medio de faroles o guardabrisas con velas encendidas. No se puede negar que el Brigadier Sánchez Ramírez y los que le acompañaban en las funciones de gobierno hicieron cuanto pudieron por mejorar ese estado de cosas sin que lo lograran, puesto que la Metrópoli se encontraba envuelta en acontecimientos de gravísima importancia, como ya hemos significado. 236 bernardo pichardo | resumen de historia patria Todo lo expuesto y la creencia general de que España no había correspondido al esfuerzo realizado motivaron el fermento de ideas revolucionarias. Revolución de los italianos. Se dio el nombre de revolución de los italianos a la conspiración que, sin cautela alguna, tramaba, entre otros, el Capitán italiano Pezzi, y que fue delatada al Brigadier Sánchez Ramírez y ahogada en sangre con la ejecución del mencionado Capitán. Se dio, además, “el horroroso espectáculo de freír en alquitrán los cuerpos descuartizados” de los revolucionarios, y sus cabezas se colgaron en los sitios públicos a manera de escarmiento. 1811. Muerte de Juan Sánchez Ramírez. No obstante las patrióticas e inteligentes sugestiones del Licenciado José Núñez de Cáceres para que se proclamara la independencia absoluta, sorprendió una terrible enfermedad a don Juan Sánchez Ramírez en espera de la ayuda de la Madre Patria. Tuvo tiempo de despedirse del pueblo por medio de una proclama y entregó su alma al Creador el 11 de febrero de 1811, tal vez martirizado su corazón con el recuerdo de las crueldades que se cometieron en interés de mantener la paz. Los restos del héroe de Palo Hincado y Jefe de la Reconquista reposan en nuestra Basílica, en la Capilla donde se encuentran la estatua yacente y los fríos despojos de aquel atleta de nuestra historia que se llamó Fernando Arturo de Meriño. 1811. Gobierno de don Manuel Caballero. A la muerte de Sánchez Ramírez asumió la Capitanía General de la Colonia el Coronel don Manuel Caballero, quien contó con el valioso concurso del ya mencionado e ilustre Núñez de Cáceres. Se señaló el ejercicio del señor Caballero con la elección y toma de posesión, como Arzobispo, de don Pedro Valera y Jiménez, natural de la Isla. Más tarde desempeñó la Capitanía General de la Colonia el Coronel de Artillería don José Masot, durante cuyo ejercicio hubo un levantamiento de negros en Mojarra y Mendoza, que fue castigado con igual crueldad que los anteriores. 1813. Gobierno de don Carlos Urrutia y Matos. En 1813, ocupó el Gobierno de la Colonia, con carácter definitivo, don Carlos Urrutia y Matos, hombre de escasísima inteligencia y lleno de ese autoritarismo irritante de los cuarteles. El vulgo le llamó don Carlos Conuco, porque hizo, en su afán de absorberlo todo, y dizque con el propósito de reprimir la vagancia, una hacienda en la margen oriental del Ozama, a vista de su Palacio, donde mandaba a trabajar los presos, custodiados por tropas, y cuyos frutos vendía, sin delicadeza alguna, en provecho propio. 1818. Gobierno de Kindelán. Sucedió a Urrutia don Sebastián de Kindelán y Oregón, quien no sólo era más inteligente que su antecesor, sino que era hombre de vasta ilustración y de tendencias justicieras. Pretendió suplir la escasez de recursos con el ruinoso expediente del papel moneda, que fue preciso retirar prontamente de la circulación, puesto que llegó a la mayor depreciación. Ya para aquel entonces comenzaban a circular rumores acerca de una nueva invasión haitiana, que contuvieron un poco las explicaciones que diera el Presidente Boyer. Gobierno del brigadier Pascual Real. En 1821 ocupó don Pascual Real la Capitanía General de la Colonia. Sin dotes de ninguna especie, no pudo contener la ola creciente de merecido desprestigio que de día en día crecía en la Colonia contra España, por no haber sabido ésta corresponder al esfuerzo realizado en su favor. 237 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Capítulo XXVI Proclamación de la independencia por d. José Núñez de Cáceres 1821. Bosquejo de la situación de la colonia. El disgusto que había cundido en las masas por la indiferencia con que la Metrópoli había correspondido a la lealtad de su primera Colonia; los rumores de invasiones haitianas que venían de las fronteras y que el futuro dominador trataba de disimular, mantenían el espíritu público inquieto; la miseria pública hacía infructuosa la labor afanosa del trabajo: la instrucción pública había llegado a tal punto de descuido, que, cerrados la Universidad y los planteles, familias enteras emigraron al convencerse de que no había aulas donde sus hijos pudieran adquirir los conocimientos indispensables para la vida; las noticias que alegaban acerca de la emancipación sudamericana y el convencimiento que tenía el Licenciado Núñez de Cáceres de que del lado de España nada tenía ya que esperar la Colonia, parece que afirmaron en él, que acaso era el único estadista de su época, la decisión de que sólo dentro del separatismo absoluto podría alcanzar Santo Domingo verdadera personalidad internacional, y sus hijos el bienestar y preponderancia a que le daban derecho sus antecedentes históricos y el merecido renombre que fue apagando la monotonía de la vida colonial. Y esa idea de emancipación, que de viejo le sugería el cuadro doloroso de tan adversas circunstancias, que indicó a Sánchez Ramírez en los días de la Reconquista y que aquel torpe mandatario no quiso acoger, culminó con una revolución que, depuesto el impopular Brigadier Real, proclamó la creación de un estado autonómico, bajo el amparo de la República de la Gran Colombia, el día 30 de noviembre de 1821. Inútil es que digamos que la obra concebida y realizada por Núñez de Cáceres contó con la oposición de intereses al alcance de espíritus mediocres, acostumbrados a la tutela de rutinarias servidumbres, y que desde la hora misma en que se consumó comenzaron a combatirla. ¡Lo único que encontramos ilógico es que se diera el grito de Independencia sin antes haber proclamado la abolición de la esclavitud! Gobierno de Núñez de Cáceres. El 1º. de diciembre se proclamó formalmente el nuevo Estado; se izó en todos los edificios públicos el pabellón colombiano y se constituyó una Junta de Gobierno, presidida por el Licenciado Núñez de Cáceres, la que dispuso el inmediato envío a Venezuela del Doctor Antonio María Pineda, en solicitud del amparo y protección del Libertador Simón Bolívar, que, empeñado en la campaña del Ecuador, nada pudo hacer en favor de la nueva entidad, que al nacer se había colocado bajo la égida de la Gran Colombia. También se participó al Presidente Boyer lo ocurrido, y se le invitó a sostener los vínculos de amistad necesarios para la estabilidad de los dos Estados que iban desde entonces a compartirse el dominio de la Isla. Boyer significó inmediatamente a Núñez de Cáceres, por órgano del Coronel Papilleaux, “que la Isla era una e indivisible”; ridícula teoría de los tiempos de Toussaint. Y respondió, además, con la invitación de que se enarbolara el pabellón haitiano. 1822. Invasión de Boyer. Sin esperar la respuesta a tan conminatorias declaraciones, invadió Boyer con sus tropas nuestro territorio, divididas en dos cuerpos; uno del lado Sur, al mando del General Borgella, y otro por el Norte, bajo las órdenes del General Bonnet. Ambos cuerpos llegaron frente a los muros de la ciudad de Santo Domingo el 9 de febrero de 1822, en la que penetró Boyer para recibir las llaves de manos de Núñez de Cáceres, en la Sala de recepciones del Ayuntamiento, no sin que dejara de oír de los labios vibrantes y fustigadores del mandatario depuesto frases que lo han inmortalizado y que constituyeron, 238 bernardo pichardo | resumen de historia patria bien podríamos decirlo, 1a profecía de las consecuencias del error en que la vieja ambición haitiana incurría al sojuzgar a un pueblo sufrido y heroico. Muchos han calificado de impremeditada la obra de Núñez de Cáceres, por la corta duración que alcanzó; pero si se tiene en cuenta que él no podía detener el curso de los acontecimientos y que, previsoramente, pudo creer que la constitución de una República no inspiraría recelos a los que, del otro lado de la frontera, decían abominar el régimen monárquico, esa acusación aparece un tanto antojadiza. Fin de Núñez de Cáceres. En Venezuela, donde se refugió, así como en México, dejó fama de notoria sabiduría el Licenciado José Núñez de Cáceres, Caudillo de nuestra primera revolución separatista, quien fue, sin duda alguna, el “nativo de más prolongada influencia intelectual en la sociedad dominicana de comienzos del pasado siglo, idóneo por entero para regir colectividades sociales”, y para cuya memoria se acerca, según el Padre Meriño, “el día de reparación por haberse adelantado a sus compatriotas en el camino del progreso político y social, queriendo conquistar libertad para la Patria idolatrada”. Núñez de Cáceres murió en México en 1846. En el retrato que de él se conserva se notan “rasgos fisonómicos acentuadamente expresivos, algo velados por un matiz de austeridad amarga y reconcentrada”. Capítulo XXVII Ocupación haitiana Abolición de la esclavitud. Tan pronto como Boyer ocupó la parte española y nombró las autoridades que podían secundar sus planes de unificación, decretó la abolición de la esclavitud e hizo construir en la parte central de las plazas de armas de cada ciudad un cuadrilátero de mampostería con una palma real en el centro como símbolo o emblema de la Libertad, a los que llamó altares de la patria, “deforme y ridícula materialización de su patriotismo”. Tentativas de reacción. En Samaná, el Seybo y Sabana de la Mar ocurrieron todavía tentativas en favor de España. En la última de esas poblaciones se enarboló el pabellón español por don Diego de Lira. Todos estos esfuerzos contaron con el apoyo de las autoridades de Puerto Rico y fracasaron por la discrepancia de tendencias que hubo entre la escuadra francesa, fondeada en la bahía de Samaná, que pretendió que el pabellón que debía izarse era el de su nación, y la negativa de los españolizados a consentirlo. Gobernadores nombrados por Boyer. Apagados los conatos de reacción, nombró el Presidente Boyer Gobernador del Departamento de Santo Domingo al General Maximiliano Borgellá, a quien perteneció el Palacio del Gobierno, que construyó con materiales de las sagradas ruinas del Palacio del Almirante y de San Francisco, en la ciudad Capital, y que aún subsiste con su frente al Parque Colón. Nombró con igual carácter, en La Vega, al General Placide Lebrum; en Santiago al general Prophete Daniel y en Puerto Plata al General Jacques Simón. No descuidó el Presidente Boyer, antes de regresar a Haití, dar instrucciones a sus representantes para que haitianizaran a los nuevos ciudadanos, labor que les fue imposible llevarla a término porque todas las familias pudientes emigraron y las que no pudieron hacerlo por falta de recursos jamás llegaron a simpatizar con la nueva dominación. En la legislatura de 1822 tuvo representación Santo Domingo, y sus diputados favorecieron con su voto una proposición del diputado haitiano Félix Dalfour, contraria al 239 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA interés del Gobierno, por cuyo motivo fue fusilado el proponente y amonestados nuestros diputados por Boyer, quien fingió atribuir la actitud de ellos al desconocimiento del idioma francés. Negativa del Arzobispo Valera. Enérgica resultó la actitud asumida en aquellos días memorables por el Arzobispo Valera y Jiménez, quien se negó a aceptar su sueldo del Tesoro de la República, como ciudadano haitiano, y declaró categóricamente, en una carta al Presidente Boyer, que él era súbdito de Su Majestad el Rey de España. Medidas tomadas por el invasor. Disolvió el invasor el Cabildo; formó con los nativos batallones que transportó a Haití; cerró la Universidad; destinó varias de nuestras iglesias a cuarteles; utilizó el esfuerzo personal por medio de la violencia en favor de los intereses de determinados funcionarios, y desterró a ciudadanos pacíficos, de una manera disimulada, por el solo delito de no socorrer con sus simpatías la dominación; de todo lo cual se originó un malestar profundo que se acentuó hasta manifestarse con motines en Bayaguana, Santiago y Puerto Plata y con la conjuración de Los Alcarrizos, donde fueron fusilados en el año 1824 Lázaro Núñez, José María de la Altagracia, Facundo Medina y Juan Jiménez. 1824. Envío de una comisión a Francia. Con motivo de la negativa de Francia a reconocer la independencia de Haití, objeto con el cual había enviado el Presidente Boyer a los haitianos Larose y Rouanez, hubo en 1824 grandes aprestos militares en toda la Isla, pues se interpretó que esa actitud denunciaba propósitos de nuevas invasiones de parte del Rey Carlos X de Francia, quien más tarde reconoció la independencia de la parte francesa de la Isla, bajo la condición de que se le pasaran 150,000,000 de francos de indemnización por las pérdidas que sufrieron los antiguos colonos franceses, y un 50 por 100 de descuento en los de recibos aduaneros para toda mercancía bajo la protección del pabellón francés. Todas esas humillantes condiciones fueron aceptadas por el Presidente Boyer, y aunque expresamente ellas no alcanzaban a la parte española de la Isla, tuvieron nuestros antepasados que participar de su pago, pues las formas de tributación que se decretaron les obligaron indirectamente a contribuir. Envío de una comisión a Colombia. Fue propósito de Boyer el celebrar tratados de comercio y de alianza defensiva con Colombia, cosa que no pudo realizar, pues el comisionado que envió no fue recibido oficialmente por el Gobierno de aquella nación, la que declaró que había sido motivo de ofensa para ella el que se hubiera arriado su bandera en la parte española. 1830. Reclamación de la parte del este por España. En medio de la más penosa servidumbre, continuó la vida del pueblo dominicano. Nada le hacía tener un vislumbre de esperanza, cuando en 1830 don Felipe Fernández de Castro, Intendente General de Cuba, se trasladó de La Habana a Port-au-Prince, para reclamar a nombre del Rey Fernando VII la parte Este de la Isla de Santo Domingo. Nada obtuvo el Comisionado, pues el Gobierno Haitiano se negó, y esa misión perjudicó a los dominicanos, porque intensificó las persecuciones de que ya eran víctimas los que estaban sindicados como contrarios al régimen usurpador haitiano. Expulsión del Arzobispo Valera. La decorosa actitud con que el Arzobispo Valera correspondió a los desmanes de la ocupación haitiana dio lugar a que el General Borgellá, disimulado ejecutor de cuantas medidas tendieran a la desnacionalización y al vejamen del elemento dominicano, supusiera que ese venerable Prelado estaba en connivencia con el Gobierno español y lo expulsara para La Habana, donde murió del cólera. 240 bernardo pichardo | resumen de historia patria Se conserva la noticia de que Borgellá quiso hacer asesinar al Pastor, sirviéndose de un aventurero de apellido Romero. 1831. Reemplazo de Borgella. A Borgellá sucedió en el mando del Departamento Sur el General Alexis Carrié, que desempeñaba la Comandancia de Armas de la plaza de Santo Domingo, y que fue menos cruel que su antecesor. El Palacio que, como hemos dicho había construido Borgellá para su residencia, le fue comprado por el Gobierno en 32,000 pesos. 1834. Nuevo jefe de la Iglesia. En 1834 asumió, como Vicario de la parte española, el Gobierno Eclesiástico el Doctor don Tomás de Portes e Infante, hombre de grandes virtudes, aunque de escasa inteligencia, que logró ser reconocido oficialmente por Boyer. Tormenta del Padre Ruíz. El 21 de septiembre de 1834, fue sepultado en la iglesia de Santa Bárbara, de la ciudad Capital, el Pbro. Doctor José Ruiz, cura de dicha parroquia, desatándose horas después una terrible tormenta a la que se dio el nombre de Tormenta del Padre Ruiz. La importancia de este virtuoso sacerdote está largamente expuesta por el Canónigo don Carlos Nouel en el segundo tomo de su Historia Eclesiástica. Triste estado de nuestra patria. “Los errores de Boyer comenzaban a producir sus naturales frutos”, y Duarte, al regresar de la antigua Metrópoli, “se unificó íntimamente con la Patria”, en desventura. “Lamentó con el hacendado la ruina de la finca paterna, obra de años de laboriosos esfuerzos; lloró con la madre, que al recibir en sus brazos el fruto de sus entrañas lo bañaba con sus lágrimas, sabiendo que ese pedazo de su alma era sólo un esclavo; compartió las angustias del padre, a quien desvelaban el desquiciamiento de la familia, el incierto y tal vez deshonroso porvenir de la hija, y hasta se enorgulleció con el antiguo esclavo dominicano que, sintiéndose superior en todo a su dominador exótico, sufría con impaciencia su dominio y anhelaba el momento de probarle que en la tierra dominicana no había división de castas y de condiciones, y que todos sus moradores formaban una familia, unida por la religión y el amor, y dispuesta a confundir sus esfuerzos y su sangre en las luchas gloriosas por la Libertad”. Y brilló la esperanza, y ya no tuvo reposo, y su impaciencia fue febril por cristalizar en un hecho reparador sus ansias de redención para la Patria amada. Fundación de La Trinitaria. El 16 de julio de 1838 fundó Juan Pablo Duarte, en la Capital, la Sociedad La Trinitaria, junto con sus compañeros Juan Isidro Pérez, Pedro Alejandrino Pina, Jacinto de la Concha, Félix María Ruiz, José María Serra, Benito González, Felipe Alfau y Juan Nepomuceno Ravelo, y luego se incorporaron a ese grupo de apóstoles fervorosos de la libertad Ramón Mella, el representante de la intrepidez dominicana; el glorioso Francisco del Rosario Sánchez, y otros distinguidos ciudadanos que más adelante prestaron eminentes servicios a la causa nacional. Desde aquel momento quedó iniciada la lucha “entre la fuerza que reprime y la idea que liberta”. Organización de la sociedad La Trinitaria. Su lema era: Dios, Patria y Libertad, y se le dio ese nombre porque la Sociedad se componía de nueve, es decir, de tres grupos de tres miembros, quienes debían a su vez iniciar tres cada uno. La existencia de la Sociedad se consideró como un secreto inviolable, y todo trinitario estaba obligado a la propaganda incesante en favor de la idea separatista. Sólo los nueve fundadores se reconocían entre sí, con el objeto de que si algún iniciado delataba la urdimbre no pudiera comprometer sino a lo sumo a uno. 241 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Juramento de los trinitarios. El primitivo juramento era este: “En el nombre de la santísima, augustísima e indivisible Trinidad de Dios Omnipotente, juro y prometo, por mi honor y mi conciencia, en manos de nuestro Presidente Juan Pablo Duarte, cooperar con mi persona, vida y bienes a la Separación definitiva del Gobierno haitiano, y a implantar una República libre, soberana e independiente de toda dominación extranjera, que se denominará República Dominicana, la cual tendrá su pabellón tricolor, en cuartos encarnados y azules atravesados con una cruz blanca. Mientras tanto, seremos reconocidos los trinitarios con las palabras sacramentales: Dios, Patria y Libertad. Así lo prometo ante Dios y el mundo: si lo hago, Dios me proteja, y de no, me lo tome en cuenta, y mis consocios me castiguen el perjurio y la traición si los vendo”. Y ese voto de conciencia y de amor lo firmaron con su sangre aquellos varoniles mancebos que habían nutrido su espíritu al calor de las doctas y provechosas enseñanzas del ilustrado Canónigo limeño don Gaspar Hernández, inspirado apóstol de las ideas redentoras de nuestro pueblo en aquellos días de opresión y de dolor, y para cuya memoria aún no ha tenido la gratitud nacional un acto reparador que perpetúe el recuerdo de sus desvelos. Todavía descansan sus fríos despojos en la vecina isla de Curazao, en casi olvidada sepultura. Abandonemos un momento a los hombres de inquebrantable decisión, de fe robusta en el triunfo de sus ideales, y continuemos la narración de los hechos hasta que nos sorprendan los albores de la libertad. Terremoto. El 7 de mayo de 1842 se sintió en toda la Isla un violento terremoto, el noveno desde el descubrimiento, que causó innumerables daños y redujo a escombros las poblaciones haitianas de Gonaives, San Marcos, La Mole, Port de Paix y Guarico, población esta última donde se declaró además un incendio. Los edificios públicos de las ciudades de Santiago y de La Vega, y las casas de mampostería de Puerto Plata, se convirtieron en escombros; los de Santo Domingo se agrietaron mucho, y las iglesias del Seybo y Cotuy sufrieron grandes desperfectos. La ciudad de Santiago fue abandonada por todos sus moradores, “atribuyéndosele al Padre Solano la expresión de que aquel fenómeno era un castigo divino y que todos debían huir junto con él de aquel sitio”; desocupación ésta que aprovecharon algunos perversos para saquearla. La consternación fue grande y duró varias semanas entre los vecinos de la ciudad de Santo Domingo, que en su mayor parte, al toque de oraciones, se iban a dormir al barrio de la Misericordia, donde el doctor Portes había hecho improvisar una rústica ermita, llevando a ella la Santa Reliquia, que mostraba a las multitudes. Capítulo XXVIII Últimos días de la ocupación haitiana 1843. La reforma. Los inteligentes y patrióticos esfuerzos de la Sociedad La Trinitaria disfrutaban ya para esta época de las simpatías generales. Se había utilizado el teatro como medio de censurar las crueles abominaciones del dominador; se enseñaba desde la cátedra a luchar resueltamente por la libertad, y desde el confesionario propagaba el Clero las ideas separatistas, y puede asegurarse que el criterio nacional era unánime en cuanto al anhelo de redención. En vista de esto y con la seguridad que tenía Duarte de que el absolutismo de Boyer no solamente se había hecho intolerable aquí, sino también en Haití, concibió el plan de ponerse de acuerdo con los revolucionarios haitianos que se llamaban reformistas, y, al efecto, envió 242 bernardo pichardo | resumen de historia patria a Juan Nepomuceno Ravelo primero, y luego a Ramón Mella, quien trajo las combinaciones necesarias para corresponder al derrocamiento del despótico régimen de Boyer. Estalló en Praslin el movimiento el 26 de enero de 1843, encabezado por Charles Hérard Ainé, fue secundado en Jeremie y otros puntos, y se libraron las batallas de Lesieur y la del Número 2, en las que triunfaron completamente los revolucionarios. En cumplimiento de los compromisos establecidos, se reunieron los patriotas dominicanos en la Plazuela del Carmen, hoy Trinitaria, el 24 de marzo, encabezados por Duarte, Sánchez, Mella, Pina y Juan Isidro Pérez, para incorporarse frente a la casa del Comandante Desgrotte al grupo de haitianos que conspiraban en la ciudad de Santo Domingo y hacer preso al General Carrié; pero al llegar a la Plaza de Armas se encontraron con el regimiento 32, al mando del General Paul Alí, trabándose un combate en que resultaron muertos y heridos de ambas partes, y entre los primeros el Coronel haitiano Coussin. De este encuentro salieron derrotados los reformistas, que, apoyados por Esteban Roca, se apoderaron de San Cristóbal, donde organizaron fuerzas que salieron sobre la capital, al mando de Desgrotte, para imponer la rendición del General Carrié, quien, impotente para la resistencia y en vista de la noticia que le había llegado de Haití de la renuncia de Boyer, entregó el mando ante un Consejo de Notables. Esta entidad desapareció al tomar posesión de la plaza el Comandante Desgrotte, quien asumió el mando con la cooperación de una Junta que constituyeron elementos haitianos y dominicanos, y en la cual figuraron Duarte, Jiménez y Pina. Puntos de vista distintos. Unidos los dominicanos al elemento haitiano solamente para la realización de la Reforma, adquirieron gran preponderancia, después de los acontecimientos ocurridos, en cuya virtud activaron su labor revolucionaria, en tanto que los haitianos, alarmados por ella y aunque descontentos con el resultado obtenido por la revolución, cerraron filas en interés de que no se alterase lo que ellos llamaban su ideal nacional, que no era otra cosa que la indivisibilidad de la Isla. Los aliados de la víspera se separaron llenos de resentimientos, puesto que, mientras los unos aspiraban legítimamente a la libertad absoluta, los otros pretendían continuar dominando. 1843. Viaje del general Charles Hérard. En vista de las intranquilizadoras noticias que le llegaron de la parte española, se trasladó a ella por la vía del Cibao, el General Hérard, dispuesto a ahogar en su cuna el movimiento separatista que ya tenía minada la dominación haitiana, apoyada solamente por pocos dominicanos, grupo o casta que aquí, como en todas partes y en todos los tiempos, defiende la usurpación para aparecer luego, al triunfar los nuevos ideales, como núcleo que también los apacentó con moderación y eficacia. A estos dominicanos que solapadamente combatían la idea redentora les servía de excusa para justificar su actitud el recuerdo del fracaso ocurrido cuando la proclamación de la independencia por el Licenciado José Núñez de Cáceres. Tan pronto llegó el General Hérard al Cibao hizo reducir a prisión a Francisco A. Salcedo y Ramón Mella, y los remitió a Port-au-Prince. Después de visitar la población de Puerto Plata, Santiago, Moca, S. Francisco de Macorís y Cotuy llegó a la ciudad de Santo Domingo. Persecución contra Duarte y sus compañeros. Parece que viles delatores completaron las noticias que tenía Hérard acerca de la conspiración independizadora, y tan pronto como llegó a la Capital ordenó la prisión de Duarte, Pina, Pérez y Sánchez. Pudieron 243 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA embarcarse clandestinamente los tres primeros y cesó la persecución contra el último, que se encontraba enfermo, por haber propagado sus amigos y partidarios la noticia de que había muerto. Lograron las autoridades haitianas reducir a prisión a los ciudadanos Pedro Pablo de Bonilla y Juan Nepomuceno Ravelo, trinitarios, y a muchos partidarios de la idea separatista. Después de tomar cuantas medidas de seguridad creyó pertinentes, de poner en marcha con destino a Port-au-Prince, los regimientos dominicanos 31 y 32, con el designio de debilitar las fuerzas del partido separatista, y de enviar para Haití a los ciudadanos que habían sido detenidos, confirmó al General Desgrotte en su puesto de Jefe Militar de la plaza de Santo Domingo, y tomó la vía del Sur el General Hérard para regresar a su país. 1843. Estado de Haití al regreso del general Hérard. Las esperanzas que habían concebido los reformistas haitianos se desvanecieron completamente, pues Charles Hérard aspiraba a imitar el absolutismo de Boyer. Las ideas revolucionarias, pues, estaban nuevamente latentes, y pocos días después de regresar el mandatario, el Coronel Dalzón trató de asaltar los puestos de guardia en Portau-Prince, empresa que le costó la vida. Durante este conato revolucionario los regimientos dominicanos prestaron allí un eficaz concurso para sofocarlo, lo que, sin duda alguna, dio lugar a que les recompensaran con la libertad de los dominicanos detenidos en las cárceles de aquella ciudad, quienes regresaron casi inmediatamente a nuestro país. Un poco más tarde devolvieron los dos regimientos, medida que favoreció la cristalización del golpe concentrado en favor de nuestra independencia. Actitud de nuestros libertadores. Mientras esos acontecimientos ocurrían, Sánchez, desde su escondite, por ausencia de Duarte y ayudado por otros patriotas, atizaba, como Jefe, la hoguera revolucionaria y disponía cuanto era indispensable para dar el grito de separación definitiva. Pero hacían falta nuevos recursos, y comunicada tal noticia a Duarte, que se encontraba en Curazao, para que los proporcionara, “aunque fuera a costa de una estrella del cielo”, éste, con un rasgo de indecible desprendimiento que sumió a él y a los suyos, para siempre, en la miseria, los suministró por medio de la célebre carta que dirigió a sus hermanos y de la cual, con orgullo, insertamos el párrafo más saliente: “El único medio, les decía, que encuentro para poder reunirme con ustedes es independizar la Patria. Para conseguirlo se necesitan recursos, supremos recursos, y cuyos recursos son: que ustedes, de mancomún conmigo y nuestro hermano Vicente, ofrendemos en aras de la Patria lo que a costa del amor y trabajo de nuestro finado padre hemos heredado. Independizada la Patria, puedo hacerme cargo del almacén, y heredero del ilimitado crédito de nuestro padre y de sus conocimientos en el ramo de marina, nuestros negocios mejorarán y no tendremos por qué arrepentirnos de habernos mostrado dignos hijos de la Patria”. Llegada del cónsul de Francia. El 13 de enero de 1844 llegó a Santo Domingo el Cónsul de Francia, Eustache de Juchereau de Saint Denys, quien intervendría de modo directo en los primeros sucesos inmediatos a la proclamación de la República, y cuya presencia fue aprovechada por los duartistas para precipitar su gloriosa obra. 1844. Proclamación de la República. De regreso los regimientos 31 y 32, con cuyo concurso se contaba, en manos del benemérito Sánchez los recursos que suministró Duarte, 244 bernardo pichardo | resumen de historia patria y urgidos los revolucionarios por las noticias que recibían las autoridades haitianas respecto del movimiento, se fijó el 27 de febrero de 1844 para proclamar la Independencia Nacional, eligiéndose la Puerta de la Misericordia como punto de reunión de los conjurados. Y allí fueron todos, encabezados por Tomás Bobadilla, y cuando la vacilación quiso posponer la realización del hecho reivindicador, Mella, con un intrépido y decisivo trabucazo, disparado al aire, los comprometió y anunció al dominador que la República Dominicana surgía de entre las sombras de una larga noche de opresión, dispuesta a conquistar con la sangre de sus hijos el derecho que se proclamaba en aquel instante. De allí se trasladaron inmediatamente al Baluarte del Conde. Compactáronse los libertadores, y después de cambiar disparos con las autoridades militares y de recibir los refuerzos que de San Carlos trajo Eduardo Abreu, al tocarse la primera diana de la libertad, Sánchez enarboló, con sus manos trémulas por el entusiasmo, la Bandera Nacional. Capitulación de las autoridades haitianas. Los distintos puestos de guardia del recinto se sometieron a los libertadores y quedó reducido el General Desgrotte a la Fortaleza, difícil situación que lo indujo a parlamentar por medio del Cónsul Francés Juchereau de Sant Denis, hasta concertarse las bases de su capitulación, la cual se efectuó, sin rozamiento alguno, el día 28. Manifiesto de la separación. Previamente, los patriotas habían redactado, como era de lugar, el 16 de enero de 1844, el “Manifiesto de la parte del Este de la Isla, antes española o de Santo Domingo, sobre las causas de su separación de la República haitiana”. Fue redactado por don Tomás Bobadilla y firmado en primer término por él, Mella, Sánchez, Jiménez, M. M. Valverde, P. P. Bonilla, Ángel Perdomo, los Puello, Serra… Bobadilla tuvo como modelo para la redacción del trascendental documento el Acta de Independencia de los EE. UU. Capítulo XXIX Período de la independencia Constitución de la Junta Central Gubernativa. A la Junta Provisional Revolucionaria que realizó el hecho heroico del 27 de febrero sucedió la Junta Central Gubernativa, compuesta, entre otros, por Bobadilla, quien la presidió, Sánchez, Mella y Jiménez. Pronunciamientos. Sin esfuerzo alguno y compactados por el instinto todos los pueblos del antiguo territorio español, de viejo enardecidos con la propaganda revolucionaria de Duarte y sus compañeros, se adhirieron al movimiento y se distinguieron Francisco Soñé y Antonio Duvergé, en Azua; en el Seybo, Pedro y Ramón Santana; en Moca, José María Imbert; en Santiago, Domingo Daniel Pichardo, y otros que sería prolijo enumerar en cada población. El Plan Levasseur y la Resolución del 8 de marzo. En conocimiento de que el 15 de diciembre de 1843 dominicanos asistentes a la Asamblea Constituyente de Port-auPrince, Buenaventura Báez, Remigio del Castillo, Francisco J. Abreu, J. N. Tejera, M. M. Valencia, J. S. Díaz de Peña y M. A. Rojas, habían suscrito un Plan encaminado a separar la parte española del dominio haitiano, con la protección de Francia, a condición de cederle la Península de Samaná, al que se dio el nombre de Plan Levasseur, nombre del Cónsul francés en Haití, que no llegó a ejecutarse por haberse adelantado en la obra de la Separación los adeptos de Duarte; y en vista de los escasos recursos con que contaban los dominicanos para la lucha contra los haitianos, los patriotas del 27 de febrero, Bobadilla, Sánchez, Caminero, Valverde, Félix Mercenario, Echavarría, C. Moreno y S. Pujol, suscriben la Resolución del 8 245 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA de marzo de 1844 por la cual la Junta Central Gubernativa conviene en pactar una alianza con Francia, la que proveería de armas y de recursos para la consolidación de la República Dominicana a cambio de la cesión de la Península de Samaná. Duarte ausente aún, desde su retorno se opondría vigorosamente a las desnacionalizantes negociaciones. Regreso de Duarte. “Nótase el vacío del gran Caudillo Duarte y de sus compañeros de destierro. La República naciente necesitaba del concurso de sus principales creadores y envióse por ellos a Curazao, viniendo prestos para pisar el suelo de la Patria libre y ser saludados por las entusiastas aclamaciones” del pueblo agradecido. “¿Quien puede medir la intensidad del gozo del Gran Patricio cuando desde el lejano horizonte divisó la bandera cruzada meciéndose orgullosa sobre el torreón del Homenaje, antes baluarte de la opresión? ¡Su sueño estaba realizado; había Patria!”. “El día de su llegada fue un día de triunfo para la Patria. Las ventanas y puertas de las casas se iluminaron al saberse que el buque que había ido a buscarlo a Curazao estaba en el puerto, y el 15 de marzo, día fijado para su desembarco, las calles se poblaron de banderas; una comisión de la Junta Central bajó al muelle para recibirlo, y con ella el Prelado y todos los sacerdotes que había en esta Capital; las tropas formadas en línea le aguardaban para rendirle honores, y al poner el pie en tierra el cañón lo saludó como al Jefe de la República. El Prelado lo abrazó cordialmente, diciéndole: “¡Salve, Padre de la Patria!”. El Pueblo en masa lo vitoreó, y al llegar a la Plaza de Armas, tanto él como el Ejército, lo proclamaron General en Jefe de los Ejércitos de la República, título que no aceptó por existir un Gobierno a quien le correspondía discernir las recompensas a que se hicieron acreedores los servidores de la Patria. Del Palacio de Gobierno, donde fue a ofrecer sus servicios a la Junta Central, se dirigió a su casa llevado en triunfo por el pueblo y el Ejército” y rodeado de sus compañeros que, como él, no podían sospechar que en aquel instante ya sobre sus cabezas comenzaban a amontonarse nubes que si más tarde derramaron sobre ellos grandes infortunios, fue para aumentar su grandeza y presentarlos, como lo hacemos ahora, exultados y bendecidos por la posteridad! Ese mismo día se le ofreció a Duarte un sitial en la Junta Central Gubernativa, que ocupó lleno de la mayor humildad. ¡Oh, varón ilustre; tus virtudes eran dignas de los tiempos de Esparta! Invasión haitiana. Mientras tanto, Charles Hérard, Presidente de Haití, en conocimiento de lo ocurrido, destacó sobre nuestra recién constituida República tres cuerpos de Ejército: uno por el Norte, al mando del General Pierrot; y dos por el Sur: uno por el camino de Neiba, bajo las órdenes del General Souffront, y el otro por la vía de Las Matas bajo su inmediata dirección. Bautismo de sangre. A los últimos vítores del pronunciamiento de Azua puede decirse que correspondió la dominación haitiana con la escaramuza que sostuvo en La Fuente del Rodeo el Coronel Augusto Brouat, que con la gendarmería de Neybo, hizo frente en ese lugar a los patriotas dominicanos capitaneados por Fernando Tavera. En ese encuentro, ocurrido el 13 de marzo, salieron los haitianos derrotados. Movimiento del Ejército Libertador. Los primeros contingentes de tropas que llegaron a la Capital dominicana, después del golpe del 27 de febrero, procedieron en su mayoría de la región del Este de la República, y los comandaba Pedro Santana, hombre de indiscutible prestigio en ella y a quien la Junta Gubernativa improvisó General y le ordenó su inmediata salida para el Sur, con el objeto de detener a las huestes invasoras. De tránsito se le incorporaron refuerzos de San Cristóbal y Baní y las fuerzas organizadas en Azua. 246 bernardo pichardo | resumen de historia patria Batalla del 19 de Marzo. Forzadas nuestras avanzadas, en Las Cabezas de las Marías y Las Hicoteas, y desalojado San Juan por el Comandante Luis Álvarez, se presentó el ejército haitiano de manera imponente el 19 de marzo de 1844 frente a la ciudad de Azua. La lucha no se hizo esperar, y por tres puntos distintos atacó el intruso a la heroica población; pero allí estaban Santana, el intrépido Antonio Duvergé y otros, cuyo arrojo y decisión encarece la fama, viéndose obligados los haitianos después de algunas horas de combate, a abandonar el sangriento palenque que dejaron, cubierto de cadáveres, de heridos y de despojos militares de todas clases. Refieren testigos presenciales de ese épico encuentro que en medio de los fragores del combate se vio a Antonio Duvergé correr con grupos a reforzar la resistencia en el punto donde flaqueaba; vigorizar con su empeño temerario a los bisoños combatientes; restablecer el orden en distintas ocasiones y abrazar en medio de la lucha a sus heroicos compañeros, estimulándolos con frases llenas de cariño. No obstante ese triunfo, y con el pretexto de carecer de municiones, el General Santana se replegó a Sabana Buey y luego a Baní, donde estableció su Cuartel General, lo que dio lugar a que el ejército haitiano, dos o tres días después, ocupara la población que tan denodadamente se le había disputado. Batalla del 30 de Marzo. No menos lisonjeros fueron los resultados obtenidos en el Cibao, cuya organización militar había sido encomendada a los Generales Ramón Mella y Pedro R. de Mena. La heroica Santiago, bajo el mando de don José María Imbert, por ausencia de Mella que se encontraba en San José de las Matas organizando fuerzas, iba a dar también un alto testimonio de lo que puede el esfuerzo cuando lo alienta y anima el sacro espíritu de amor a la Libertad. A las doce de ese día ya había comenzado la batalla, y a las tres p.m. había llegado a ese estado precursor de la catástrofe, en que un grito de desesperación o el prolongado gemido de un moribundo podía inclinar la suerte del lado de las huestes haitianas bajo las órdenes de Pierrot. Las municiones de los patriotas estaban casi agotadas; los tres cañones emplazados para la defensa del Fuerte San Luis yacían en el suelo inútiles y humeantes; el ruido de la fusilería haitiana ensordecía, y aunque el General Imbert se multiplicaba, todo parecía adverso y la onda fatídica del pavor comenzaba a condensarse para paralizar los brazos del Ejército Libertador. Pero, de súbito, un hombre atlético, formidable, en cuyos ojos brillaban llamaradas de odio y de venganza, un loco como lo creyeron en aquel momento, un predestinado de la gloria, decimos nosotros, se lanzó fuera de la trinchera, colérico e irresistible, sable en mano, y tras él corrió una falange que, imitándolo, cargó las divisiones haitianas al arma blanca, las llevó retrocediendo desde las faldas del Fuerte Dios hasta las orillas del Yaque cuyas aguas se enrojecieron, y las obligó a repasar el río que horas antes atravesaran a tambor batiente y bandera desplegada, con presunción de vencedores. Ese hombre que decidió la batalla del 30 de Marzo se llamaba Fernando Valerio, y a su esfuerzo la posteridad le ha dado el nombre de la Carga de los Andulleros. El ejército haitiano, vencido, se vio hostilizado durante su retirada en Guayubín y Talanquera por los Comandantes Francisco Caba y Bartolo Mejía. Encuentro de El Memizo. La inesperada retirada de las tropas vencedoras a Baní dio lugar a que los haitianos avanzaran hacia El Maniel, hasta llegar a El Memizo, agrio 247 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA desfiladero de esa ruta, donde el Coronel Antonio Duvergé sepultó, bajo una lluvia de tiros y guijarros, a los encarnizados batallones que se habían enviado en esa dirección. Intrigas de aquellos días. La inacción en que se encontraba el General Santana después del triunfo del 19 de marzo, había producido un hondo malestar en el seno de la Junta Central Gubernativa, donde don Tomás Bobadilla y el Doctor Caminero, hombres que jamás tuvieron fe en que la República pudiera surgir y luego sostenerse, y por lo cual se les llamó afrancesados, pugnaban por sostener a todo trance al frente del Ejército al General Santana, tal vez persiguiendo futuras combinaciones que les permitieran la realización de sus proyectos de protectorado. Duarte en el Cuartel General de Baní.– “Considerándose de necesidad que en el ejército expedicionario del Sur hubiera, a más del General Santana, un jefe Superior que pudiera reemplazarle en caso de falta”, la Junta Central Gubernativa despachó al inmaculado Duarte, tal vez pérfidamente, para el Cuartel General de Baní, con una columna al mando del Teniente Coronel Pedro Alejandrino Pina. Poblado como estaba el Cuartel General de Baní de intrigantes enviados al efecto, no hubo acuerdo posible entre Duarte y Santana, pues mientras el primero quería que se abrieran operaciones, el segundo opinaba por mantenerse a la defensiva, lo que produjo el mayor disgusto. Y para salir de este apuro resolvió la Junta llamar a la Capital a Duarte, que, sumiso, cumplió una orden que otro, menos respetuoso de la disciplina, en su caso habría desatendido, apoyado como estaba por la opinión. Flotilla Nacional. No descuidó la Junta Central Gubernativa equipar una flotilla como medio de defensa marítima para la naciente República, y, al efecto, armó en guerra las goletas Leonor, María Chica y María Luisa, contando para su organización con el eficaz concurso de don Juan Bautista Cambiaso. Al iniciarse las operaciones marítimas, fue capturada la goleta María Luisa por los haitianos; y el 15 de abril de 1844 la goleta Separación Dominicana, que ya pertenecía a la flotilla, y María Chica, mandadas por Cambiaso y Maggiolo, respectivamente, tuvieron un combate en Tortuguero con tres barcos haitianos, uno de los cuales se varó y los otros huyeron. La flotilla aumentada después, fue muy útil, especialmente para el transporte de tropas. Capítulo XXX Continuación del período de la independencia 1844. Retirada de Charles Hérard. Los acontecimientos ocurridos en Haití, donde el General Pierrot proclamó la separación de la parte Norte del territorio haitiano, mientras en la parte Sur se realizaron levantamientos contra el Gobierno, obligaron al General Hérard a retirarse inesperada y precipitadamente con sus fuerzas, después de haber incendiado la ciudad de Azua, el 9 de marzo. Tan pronto como los haitianos se retiraron, nuestro Ejército, que había permanecido estacionado en Baní, realizó un movimiento de avance hasta ocupar militarmente todas las poblaciones de la parte Sur, con excepción de Las Caobas, Hincha, San Miguel y San Rafael Renace la vieja idea del protectorado. Ya para estos días no era un secreto que los de siempre, los que jamás tuvieron fe en una patria libre, se movían, apoyados por Santana, en busca del protectorado de Francia o de otra nación fuerte, pues fingían considerar que el país no tenía elementos ni vigor para sostener su independencia. 248 bernardo pichardo | resumen de historia patria Como es natural, Duarte y todos aquellos a quienes la Patria les había costado grandes sacrificios e inmensos desvelos, se opusieron tenazmente a tal designio, actitud que produjo grandes desavenencias, especialmente en las memorables jornadas del 26 de mayo y del 9 de junio en el seno de la Junta, que originaron las desventuras que más adelante señalaremos. Prisión de Duarte, Sánchez y Mella. El 4 de julio, mientras Mella proclamaba en el Cibao a Duarte como Presidente de la República, distinción que éste, por aquel entonces huésped de aquellas regiones, declinó por no emanar de unas elecciones, Santana, a la cabeza del Ejército Libertador, entró a la ciudad de Santo Domingo; disolvió la Junta Central Gubernativa, de la cual habían sido expulsados sus amigos y cómplices; se hizo proclamar Jefe Supremo del Ejército e instaló luego otra Junta de la que formó parte, acompañado de Bobadilla, Medrano, etc., y redujo inmediatamente a prisión a Duarte, Sánchez, Mella y otros, es decir, todo lo que representaba el férvido ideal de sincero amor a la Patria. Al través de las rejas de su encierro, desde la Torre del Homenaje, pudo Duarte contemplar la farsa de que sus enemigos se valieron para amontonar a ignorantes y esbirros que pidieron su cabeza de patricio y las de sus nobles compañeros; pero Santana no se había abrazado todavía a esa fórmula sombría de represión que se llama el patíbulo, de la cual usó tanto después para escarnecer la libertad y deslustrar sus valiosas ejecutorias de soldado. La Junta Central se abrogó facultades de alto e inapelable tribunal, y sin siquiera escuchar a los supuestos culpables y “queriendo ser magnánimo”, ¡que irrisión!, declaró traidores a la Patria a Duarte, Sánchez, Mella, Pina, Pérez y otros, y los condenó a destierro perpetuo. Sánchez y Mella fueron embarcados para Irlanda, Duarte para Alemania, y los demás para Curazao, Puerto Rico, Saint Thomas y los Estados Unidos. Desde entonces quedaron dueños de la cosa pública aquellos afrancesados que antes del 27 de febrero jamás tuvieron, como ya hemos dicho, fe en los futuros destinos de la Patria con que se soñaba y que, una vez creada, comenzaron a traicionar solicitando nuevos y vergonzosos cautiverios. Fracaso del plan de los afrancesados. No obstante las muchas diligencias practicadas por el Almirante francés De Moges, que de viejo estaba de acuerdo con Santana y sus partidarios, el Rey de Francia declaró: “que estaba firmemente decidido a no mezclarse en los asuntos de la República Dominicana”, y significó, además: “que si los dominicanos deseaban ponerse bajo el protectorado de España, no haría oposición a ello”; declaraciones estas que dieron lugar, sin duda alguna, a que desde entonces la orientación de los liberticidas escogiera a España como la nación ante la cual querían trocar su noble título de ciudadanos por la miserable y servil condición de colonos. Elección de Santana. El partido conservador, afrancesado o anexionista, que bien puede dársele cualquiera de esas tres denominaciones, por órgano de la Junta Gubernativa, convocó las Asambleas Electorales para que eligieran un Congreso Constituyente, que se reunió en San Cristóbal, el cual votó una Constitución, el 6 de noviembre, que no acomodó a Santana y que hubo de ser modificada por imposición del mismo. Ese mismo Congreso lo eligió Presidente de la República. Después de prestar juramento, nombró el General Santana su Gabinete y las demás autoridades con elementos señalados como enemigos de los próceres de febrero. 1844. La Constitución promulgada consignó un artículo, el 210, que sirvió para cometer en lo futuro toda clase de crímenes, excesos y tropelías, puesto que daba al Presidente de la República facultades para tomar cuantas medidas creyere oportunas, sin quedar sujeto por 249 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA ello a responsabilidad alguna, con lo cual se anularon los principios proclamados y se creó, por ende, una grosera dictadura. Al amparo de ese artículo nefasto, un hombre poco inteligente como Santana cayó en muchas de las celadas que le tendieron los mismos que disfrutaban de su confianza, en interés de realizar venganzas personales. Toma de Cacimán. Los haitianos, que sólo habían desistido momentáneamente de sus planes de recuperación, se ocupaban de fortificarse en Cacimán, lo que obligó al denodado General Duvergé, Jefe del Ejército del Sur, a desalojarlos, el 4 de diciembre, después de un reñido combate en tan estratégica posición. 1845. Tentativa de reacción en favor de los febreristas. Los elementos partidarios de los febreristas no habían quedado conformes, como era natural, con la injusticia de que habían sido víctimas los verdaderos creadores de la nacionalidad; injusticia que adquirió un sabor más amargo cuando al constituir Gabinete el Presidente Santana se vio figurar en él a los supliciadores quienes, lejos de tratar de borrar esos tormentosos recuerdos, oprimieron a determinados elementos. Bajo esos dolorosos auspicios se combinó un movimiento con el objeto de pedir la destitución del Ministerio para que el General Santana, una vez proclamado Jefe Supremo y en virtud de los poderes que le confería la Constitución, diera un decreto de amnistía en favor de Duarte, Sánchez, Mella, etc., y llevar a las carteras a hombres menos intransigentes y que disfrutaran de más simpatías en la causa nacional. Descubierto este propósito por uno de los Ministros, lo denunció al General Santana, bajo la fórmula de que ese movimiento “tenía el objeto aparente de cambiar el Ministerio; pero que su fin real y efectivo era derrocar el Gobierno y mudar su forma”. Creyó Santana amenazado su poder e hizo reducir a prisión a una parte de los que estaban en la combinación, pues le fue imposible averiguar el nombre de los demás, y, al amparo del trágico artículo 210 de la Constitución, creó una Comisión Militar que condenó a muerte a María Trinidad Sánchez, tía del héroe de la Puerta del Conde y dama que “tantos cartuchos fabricó para la noche del 26 de febrero”; a Andrés Sánchez, hermano del mismo prócer, y José del Carmen Figueroa, por considerárseles como “autores instrumentales de la conspiración”. A María Trinidad Sánchez se le ofreció el perdón a cambio de la delación de los otros conjurados, a lo que se negó la heroína. 1845. Ejecución de María Trinidad Sánchez y sus compañeros. No fueron pocas las diligencias que se practicaron en interés de que se conmutara la terrible sentencia; pero todo fue inútil, pues el ministerio, empeñado en subsistir, logró que en el corazón del Mandatario no germinara la piedad, y el 27 de febrero de 1845, primer aniversario de nuestra gloriosa independencia, se conmemoró con el crimen más abominable que registra nuestra historia, acto que se rodeó de un aterrador cúmulo de crueldades. Es cosa averiguada que María Trinidad Sánchez, en razón de su sexo, poseída de un sentimiento de pudor, para marchar al patíbulo ciñó unos pantalones, debajo de su traje, “a fin de que al caer bajo el fuego de las descargas, no quedaran descubiertas sus formas”, y que momentos antes de su ejecución exigió a su hermano Narciso, que la acompañaba, que le amarrara un hilo alrededor de sus piernas, mandato que se cumplió. Y así solemnizaron los afrancesados y Santana el primer natalicio de la República, derramando sangre de próceres y libertadores. 250 bernardo pichardo | resumen de historia patria Medidas de organización. Iniciada la obra de exterminio con que se premió a los creadores de la nacionalidad, dedicaron los hombres del Gobierno su esfuerzo a aumentar la flotilla de guerra y a tomar las providencias que en su concepto tendían a la mejor organización del Estado. Palpitaba en todas ellas el rutinarismo de las épocas coloniales a que aspiraban volver, y se advertía, como idea principal, el sostenimiento del férreo sistema implantado. Campaña de 1845. Ese año se inició con triunfos para el Ejército Dominicano. El Coronel Araujo desalojó a los haitianos de Las Matas; el bravo General Duvergé atacó victoriosamente a Cacimán y lo tomó a la bayoneta; los batió en El Puerto y ocupó Las Caobas, en tanto que el Coronel Fernando Tavera rechazaba en Hondo Valle un violento ataque enemigo y que el Coronel Valentín Sánchez ocupaba a Hincha, posiciones que recuperaron luego las huestes de Occidente hasta llegar a Las Matas, población esta última que volvió a poder de nuestras armas con el auxilio de los refuerzos que llegaron al mando del General José Joaquín Puello. Sublevación de San Cristóbal. Un suceso que pudo tener graves consecuencias para la disciplina del Ejército ocurrió por aquel entonces en San Cristóbal, donde, en virtud del avance haitiano y por orden del Presidente de la República, se procedió al reclutamiento para llevar refuerzos que ayudaran a detener las huestes de Pierrot. Sugestionados por propagandas antipatrióticas, los negros de esa Común, y especialmente los de la Sección de Santa María, se negaron a prestar sus servicios, ora no asistiendo a las convocatorias que se les hizo, o bien no prestándose a formar compañías. En cuenta de esta noticia, el Gobierno ordenó al General Felipe Alfau, Comandante de Armas de la plaza de Santo Domingo, que se trasladara allí y resolviera esas dificultades. Cuando después de no pocos inconvenientes logró el General Alfau reunir a todos los hombres útiles para tomar las armas, al ordenar la incorporación de ciertos grupos a las tropas que debían marchar para las fronteras del Sur, un Sargento, de nombre Dámaso, se adelantó para manifestarle que ni él ni sus compañeros estaban dispuestos a servir, al mismo tiempo que de las filas salieron algunos disparos de fusil que milagrosamente no hirieron al Comandante Alfau. No era este hombre que dejara sin castigo actos de insubordinación, y con la ayuda que le prestaron los Coroneles Juan Alvarez, Comandante de la Común, José María Cabral y otros Oficiales, dominó heroicamente la situación, restableció la disciplina y capturó a la mayor parte de los amotinados, de los cuales unos fueron ejecutados y otros condenados a presidio, figurando entre estos últimos el General Mora, a quien, después de degradado, se envió al Cubo de Puerto Plata, donde estuvo encerrado más de diez años. Batalla de La Estrelleta. De los doce batallones con que llegó al Sur el pundonoroso militar General José Joaquín Puello, puso seis bajo las órdenes de los Coroneles Bernardino Pérez y Valentín Alcántara para que marcharan hacia La Estrelleta, por el camino de Los Jobos, y con los restantes tomó igual dirección del lado de Comendador. En la opuesta ribera del río estaban las tropas haitianas al mando de los Generales Morisset, Toussaint y Samedí, posesionadas de la cadena de cerros que existe en dicha sabana, cuyas dos únicas entradas estaban cubiertas por artillería. El primero en llegar fue el General Puello, quien, a duras penas, pudo contener sus tropas, a las cuales provocaba el enemigo con toques de clarines y redobles de tambores. Era el 17 de septiembre. 251 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA En espera de la señal convenida con el ala derecha estuvieron estacionados durante más de media hora aquellos bravos a quienes la cadena de la obediencia militar contuvo severamente. Rómpese el fuego al fin; la resistencia es grande, pero la impetuosidad de la carga la quebranta al fin. Caen en poder de Puello las piezas de artillería del enemigo; destroza una división; asalta los cerros donde se parapetan los haitianos, y, después de tres horas de combate, merced a una última carga a la bayoneta, quedó el héroe completamente dueño de aquel glorioso campo de batalla sembrado de cadáveres, heridos, pertrechos, fusiles y desgarrados uniformes, coronándose con aquella deslumbrante acción la campaña del Sur. Militarmente considerada, la batalla de La Estrelleta es la de mayor importancia en el sangriento torneo de nuestros primeros tiempos emancipadores. Esta acción rodeó al General Puello de gran prestigio y de una preponderancia entre el elemento militar, que más tarde produjeron celos y lo llevaron al patíbulo. 1845. Batalla de Beler. En la parte Norte, después de dos encuentros con el batallón de Dajabón, en los sitios denominados Las Pocilgas y Capotillo que sirvieron para dar a su Comandante Marcelo Carrasco notaciones de gran valor, las tropas haitianas avanzaron al mando del General Seraphin, hasta ocupar la estratégica posición de Beler. Tan pronto como se supo en Santiago la grave noticia, un cuerpo de ejército, al mando del General Francisco Antonio Salcedo, salió para el lugar de los acontecimientos. Antes de llegar a la Sabana de Beler, sitio memorable que pregonará eternamente el denuedo de nuestros abuelos, dividió el General Salcedo su ejército en dos alas. Confió la derecha al Coronel Eugenio Pelletier, con una pieza de artillería; la izquierda al Coronel José María López, con dos piezas más, y se reservó, en unión del General Imbert, el centro. La caballería se repartió en dos secciones para que cubrieran las dos alas del ejército. A la voz de alarma, iniciaron los haitianos un intenso fuego de artillería que diezmaba nuestros batallones; pero el combate se mantuvo con denuedo de parte de los patriotas, y unas veces a pie firme y otras avanzando lentamente, llegaron, después de largas horas de combate, hasta las posiciones enemigas donde, a la imperiosa voz de ¡asalto!, se trabó una lucha encarnizada, cuerpo a cuerpo, en que, tinto en sangre y tiznado el rostro por los disparos a quema ropa salió victorioso el Ejército Libertador, quien izó inmediatamente, en las humeantes almenas de la posición conquistada, el Pabellón Nacional. El botín de guerra ocupado fue copioso, y en los pozos y reductos del Invencible, como los haitianos llamaban a esa fortaleza, dejó el enemigo en fuga más de cien cadáveres y numerosos heridos. Se señala como hecho que contribuyó grandemente a ese triunfo la presencia de la flotilla nacional en Fort Liberté y los cañonazos disparados la víspera por ella sobre esa población, pues los haitianos, temerosos de que se tratara de un desembarco, retuvieron refuerzos que estaban destinados a Beler. A raíz de ese ruidoso triunfo obtenido por las armas dominicanas, el 27 de octubre, ocurrieron dos encuentros más en aquellas regiones, que se denominaron el de La Mata de los Siete Negros, porque en una ceja de monte se parapetaron siete haitianos que no quisieron huir y que resistieron hasta perecer y no sin ocasionar sensibles pérdidas a nuestras fuerzas. El otro encuentro ocurrió en Escalante. 252 bernardo pichardo | resumen de historia patria Naufragio de la escuadra haitiana. Vencidos los ejércitos haitianos en ambas fronteras, resolvió el Presidente Pierrot la guerra marítima, y, al efecto, envió una flotilla de seis barcos al mando del General Cadet Antoine, a quien acompañaban Vallon Simón y otros personajes haitianos, para que tomaran a Puerto Plata. Avisado el General Villanueva, Comandante de la plaza, se preparó lo mejor que pudo, y cuando todo era alarma, en la noche del 21 de diciembre de 1845, al pretender entrar la flota en el puerto, debido a la obscuridad, sufrió un error y se encalló en la Posa del Diablo, donde quedaron varados cinco barcos, de los cuales sólo pudo salir uno que tomó el rumbo de Haití. Al día siguiente fueron hechos prisioneros sus tripulantes y Jefes, los que más tarde se enviaron a la Torre del Homenaje de la ciudad de Santo Domingo. Se reconoció entre los prisioneros a Vallon Simón, que había jurado nuestra bandera y desertado después, por lo cual se le instruyó una rápida sumaria que determinó su ejecución. Adelantos intelectuales de esa época. No cerraremos este capítulo sin consignar que en ese año se instalaron sendas escuelas primarias en Azua, el Seybo y Santo Domingo, y que el Dr. Elías Rodríguez estableció gratuitamente, en La Vega, cátedras de latinidad, filosofía, teología moral, y derecho público. En ese año solo existían dos escuelas en Santiago. ¡Lamentable estado de postración para la enseñanza que nos obliga a considerar con pesar los pocos medios de que dispusieron nuestros padres para instruirse y educarse! A mediados de ese año apareció El Dominicano, periódico que, redactado por los distinguidos dominicanos Manuel María Valencia, Félix María del Monte, José María Serra, y Pedro Antonio Bobea luchó por el engrandecimiento moral y material de la República, para desaparecer a poco, pues los tiranos no conciben la utilidad de la prensa, y, cuando consienten la existencia de un periódico, es aspirando a que a la pereza se le llame orden, y a que condene los principios y confunda la traición con la virtud. La agricultura estaba muy decaída, pues la escasa población de nuestros campos era la que formaba gran parte del Ejército que combatía en ambas fronteras. Capítulo XXXI Continuación del Gobierno del General Santana 1846. Dimisión del Ministro Bobadilla. Alma de la situación y consejero casi único, rompió al fin el Ministro Bobadilla con el General Santana, pues es ley histórica inalterable que las tiranías en decadencia, hastiadas de perseguir enemigos, vuelven sus garras para herir a sus creadores y a todos los que las salvaron de la derrota y les edificaron tronos. El disgusto de esos dos personajes tuvo su origen en un opúsculo que publicó el hermano del Ministro dimisionario, Pbro. Dr. José María Bobadilla, en defensa de los bienes de la Iglesia frente al Estado, pues parece que Santana pretendió que su favorito se le enfrentara también a vínculos sagrados de la naturaleza. Embajada a Europa. Decidió por aquel entonces el Gobierno, “deseoso de afianzar la independencia y de entablar relaciones con todas las naciones cultas, y muy particularmente con la antigua Metrópoli, con quien la ligaban los vínculos de origen, religión, idioma, costumbres y sentimientos, el envío a Europa, como Embajadores, de los ciudadanos Buenaventura Báez, José María Medrano y Juan Esteban Aybar, para que solicitaran el reconocimiento de la República”. 253 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Estos elementos estaban señalados como afrancesados, es decir como anexionistas, y no descuidaron favorecer sus tendencias bajo la forma de protectorado con varias naciones poderosas y casi exigiendo su reincorporación a España. Visita presidencial al Cibao. Con el objeto más de darse a conocer que de propender sinceramente a la organización de esas regiones, salió el General Santana para el Cibao, donde se le hicieron las más honradoras manifestaciones. Desavenencias entre los Poderes Legislativo y Ejecutivo. Al regresar el General Santana de su viaje, presentó personalmente su Mensaje y las Memorias de sus Ministros, y al conocer el Cuerpo Legislativo de la del Ministro de Hacienda, don Ricardo Miura, a quien se acusaba de malversaciones, el Diputado Bobadilla, antiguo Ministro de Santana, haciéndose eco de los rumores existentes en la opinión, lanzó cargos contra el funcionario encargado de ese Despacho, lo que dio lugar a que el Gabinete y oficiales del Ejército, apoyados por Santana, exigieran su expulsión de la Cámara, la que no estaba dispuesta a acceder a tan escandalosa imposición, conflicto que zanjó Bobadilla embarcándose voluntariamente para Saint Thomas. 1847. Fusilamiento de los hermanos Puello. De viejo perseguían las intrigas ministeriales al más importante de los hermanos Puello. Muchos de los más adictos amigos de Santana vieron con recelo para la realización de sus ambiciones y planes del futuro la preponderancia adquirida por José Joaquín Puello, el héroe de La Estrelleta, al ser designado para el Ministerio de lo Interior, merecido ascenso que había saludado el elemento oficial sano, desde las columnas de El Dominicano, en su edición 7, de fecha 13 de diciembre de 1845, con el siguiente suelto: “El deseo que tengo de ver consolidado nuestro Gobierno me hace apresurar a dar conocimiento al público, que hoy, el señor General José Joaquín Puello, ex Jefe Político, ha sido elevado a la plaza de Ministro Secretario de Estado y del Despacho de lo Interior y Policía que estaba vacante por fallecimiento del señor Manuel Cabral y Bernard, habiendo prestado el juramento requerido por la Constitución. “La elección de este buen patriota merece ser acogida con entusiasmo por todos los buenos dominicanos, porque a la verdad, aunque carezca de grandes conocimientos en materia política, no son siempre los hombres de mucho talento los que mejor aciertan, y estos pueden suplirse con honradez y buenas intenciones…”. Desde que pisó, pues, Puello, el Ministerio, vieron en él algunos elementos políticos a un hombre que se les adelantaría. Denuncian mañeramente una conspiración al General Santana, que hasta entonces había sido sordo a cuantas acusaciones habían deslizado en sus oídos contra Puello, y mientras éste ayudaba en Consejo a tomar medidas que pusieran al Gobierno en condiciones de resistir cualquiera agresión, un piquete le hace preso y lo conduce al Homenaje, donde también ingresan inmediatamente su benemérito hermano Gabino Puello, Comandante de Armas de Samaná que a la sazón se encontraba enfermo de la vista en Higüero; su tío Pedro de Castro y el Señor Manuel Trinidad Franco. Juzgados todos por una Comisión Militar creada en virtud del trágico artículo 210 de la Constitución, fueron condenados a muerte a verdad sabida y buena fe guardada, sin siquiera haber sido interrogados y sin mucho menos permitírseles el que nombraran defensores. El proceso se instruyó en horas, y da pena pensar que la infame sentencia, presionados, tal vez, por el temor a Santana, la firmaron algunos de los antiguos compañeros de los infortunados Generales Puello y hombres distinguidos de aquellos tiempos. 254 bernardo pichardo | resumen de historia patria Detenidos el 21 de diciembre de 1847, fueron ejecutados el 23 de ese mismo mes y año, a las cuatro de la tarde, con cruel aparato militar, después de haberse despedido de sus deudos y amigos y de tener sus hijos sentados en las piernas hasta el momento en que, obedeciendo órdenes, se pusieron de pie para ser atados y conducidos al suplicio, donde demostraron el mayor valor. Hubo, parece, empeño en que desaparecieran pronto las víctimas, pues la superioridad de ciertos hombres constituye un martirio para sus enemigos y adversarios, que sólo permanecen tranquilos cuando los han visto sacrificados. El testamento de los Puello, que publicamos hace apenas un año en el periódico diario El Tiempo, revela la pobreza de aquellos dos meritorios servidores de la Patria, cuyos despojos permanecen depositados en la iglesia de Las Mercedes, en espera de que la gratitud nacional los traslade a la Capilla de los Inmortales en nuestra Santa Iglesia Basílica, junto a sus compañeros de Patria, de nacionalidad y de martirio.* Cuanto más se alejan los crímenes políticos de las pasiones que los hicieron cometer, más sombrío es el color de que se revisten a los ojos de la posteridad. Reclamo del diputado Bobadilla. Espíritu batallador, si para salvar a sus compañeros en la Cámara se embarcó voluntariamente sin renunciar su representación, solicitó poco después permiso para asistir al Congreso; pero éste; amenazado por el Poder Ejecutivo, lo declaró legalmente reemplazado. Actitud de Don Juan Nepomuceno Tejera. Se distinguió este letrado por la entereza con que proclamó, en su calidad de miembro del Consejo Conservador, la nulidad del reemplazo del Diputado Bobadilla y por la opinión desfavorable con que combatió el cambio del oro acuñado en onzas que existía en el Tesoro Público por papel moneda, hecho de que hizo responsable al Ministro de Hacienda. Los debates que esta actitud originó obligaron al General Santana, que se encontraba en sus posesiones de El Prado reponiéndose de quebrantos de salud, a ponerse en marcha para la Capital e influir “tan sólo con el anuncio de su regreso” en el sentido de que el Consejo Conservador declarara: “infundada la denuncia y que el Presidente y los Ministros en nada habían faltado y que, por el contrario, habían cumplido con sus deberes, y dispuso, además: “que todos los documentos relativos a esa materia fueran destruidos totalmente para que en ningún tiempo pudieran dejar el menor vestigio de cuanto había dado lugar al presente procedimiento”. ¡Cínica fórmula de redimir culpables! 1848. Renuncia del General Santana. Convencido el General Santana de que su odioso absolutismo le había enajenado a la carrera las simpatías hasta de muchos de sus propios partidarios, renunció la Presidencia de la República, ante el Consejo de Ministros, expresando: “que lo hacía espontáneamente y por puro amor a la libertad”, lo que obligó al Consejo a convocar los Colegios Electorales y al Congreso Nacional para que eligieran el sustituto, elección que recayó en el General Manuel Jimenes, Ministro de la Guerra y uno de los elementos políticos de mayor prestancia de los que habían contribuido a la Independencia Nacional. El Presidente Jimenes tomó posesión el 8 de septiembre de 1848, después de prestar juramento ante el Congreso Nacional, y formó su Gabinete en la forma siguiente: *Ya ese veto está cumplido. Los restos de José Joaquín y de Gabino Puello fueron depositados en la Capilla de los Inmortales en 1944. 255 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Interior y Policía: Ciudadano Félix Mercenario. Justicia e Instrucción Pública: Ciudadano Domingo de la Rocha. Hacienda y Comercio y Relaciones Exteriores: Doctor Caminero. Guerra y Marina: General Román Franco Bidó. Es de notarse que con la presencia del General Franco Bidó en el Ministerio, rompía el generoso Mandatario con la consigna de Santana de no dar acceso al elemento del Cibao en el Gobierno. Decreto de amnistía. Para rendir culto a los dictados de la opinión pública, a la vez que para satisfacer sus propios impulsos, inició su administración el General Jimenes con un decreto de amnistía en favor de todos los febreristas, al amparo del cual regresaron no solamente ellos, a excepción de Duarte, sino cuantos habían sido expulsados por el Gobierno del General Santana. Consagración del Arzobispo Portes. Durante su administración tuvo efecto en nuestra Santa Iglesia Catedral la consagración del Dr. don Tomás de Portes e Infante, como Arzobispo Metropolitano, acto al que asistió el Obispo de Curazao. Capítulo XXXII Nuevos acontecimientos Regreso de nuestros embajadores. Después de no haber obtenido nada en España, y de haber sido recibidos por el Rey Luis Felipe de Francia, tuvieron nuestros Plenipotenciarios que pedir nuevas credenciales para gestionar, cerca del Gobierno republicano que había surgido en aquella última nación, el reconocimiento de nuestra independencia, y la mediación en la guerra con Haití, regresando después al país, llamados por el Gobierno. Viaje del Presidente Jimenes a Azua. Las graves noticias acerca de una nueva invasión haitiana constriñeron al Presidente Jimenes a trasladarse a Azua, donde se entrevistó con el General Duvergé, quien había organizado todas aquellas regiones en el sentido de poder resistir cualquier agresión de los haitianos. Captura del General Valentín Alcántara. Poco tiempo después fue atacada la población de Las Matas de Farfán por los haitianos, que, aunque fueron rechazados, hicieron prisionero al General Valentín Alcántara, a quien sospecharon algunos elementos del Ejército Dominicano, tal vez sus enemigos, de traición o connivencia. La captura de este bravo General ocasionó una alarma peligrosa, pues los partidarios de Santana explotaron ese asunto para resucitar el ídolo caído, bien fuera en la Primera Magistratura o en la Jefatura del Ejército, a fin de tener la fuerza a su disposición y realizar, cuando les viniera en cuenta, los funestos golpes de mano con que soñaban. Se atribuyó la prisión de Alcántara a falta de disciplina en el Ejército. Canje de prisioneros. Aprobado el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación, celebrado con la República Francesa, se efectuó, por medio del Cónsul Francés, un canje de prisioneros, en virtud del cual regresó al país el General Alcántara, a quien se continuó acusando de traidor, más como arma política contra el Gobierno, como ya hemos expresado, que por un sentimiento de recelo bien entendido, y se aumentó la efervescencia con el pretexto de un uniforme de General Dominicano conque intencionalmente, sin duda alguna, le obsequió el Presidente Soulouque. Detenido en la ciudad Capital, el GeneralAlcántara y depurados los hechos satisfactoriamente para su honor militar, tuvo el Presidente Jimenes la honradez de concepto y el valor moral de enviarlo nuevamente a Las Matas de Farfán, bajo las órdenes del bizarro General Antonio 256 bernardo pichardo | resumen de historia patria Duvergé, medida ésta que explotaron los solapados partidarios de Santana para echar de menos la energía de su Jefe en desgracia y las dotes de organización que le atribuían. 1849. Invasión de Soulouque. La pequeña tregua que existía desapareció, y dividido en columnas atravesó el ejército haitiano nuestras fronteras del Sur, el día 5 de marzo de 1849, lo que obligó a las fuerzas dominicanas destacadas a replegarse en Las Matas, donde, impaciente, aguardaba el General Duvergé la invasión, rodeado de los Generales Ramón Mella, Remigio del Castillo y Valentín Alcántara, a quien todavía querían señalar como traidor las pasiones de los santanistas. Trabado el combate, una defensa heroica de los nuestros arranca todavía gritos de entusiasmo al través de los años a todo corazón dominicano. Distinguiéronse todos esos bizarros adalides y, de manera muy señalada, Valentín Alcántara. Después de muchas horas de rudo batallar, abrumado por el número, que nunca por el ímpetu, nuestro ejército tuvo que replegarse paso a paso, vendiendo muy cara su retirada. Cañada Honda y la Sabana del Pajonal, sitios donde Mella y Alcántara contuvieron denodadamente las feroces embestidas de los haitianos hasta apagarles los fuegos, quedaron sembrados con los cadáveres de los invasores. El obligado retroceso de nuestro Ejército suministró nuevos medios a los enconados partidarios de Santana, que deseaban, como ya hemos dicho, verlo culminar otra vez, para acusar de torpeza al Gobierno, de impericia al General en Jefe Duvergé, y hasta para alentar actos de desobediencia en militares de alta graduación, en que incurrieron, señaladamente, el Coronel Batista, el General Juan Contreras y otros. Los últimos en reconcentrarse en la plaza de Azua fueron Alcántara y Mella, que con sólo noventa hombres habían permanecido de avanzada en las orillas del Jura. 1849. Ataque de Azua. Las fuerzas de Soulouque se encontraban ya en las proximidades de Azua, de donde había regresado el Presidente Jimenes, después de revistar cinco mil hombres. La anarquía más completa reinaba en el Ejército Dominicano. El 5 de abril atacaron los haitianos aquella población y, no obstante el desconcierto existente, fueron rechazados con grandes pérdidas, y en los días subsiguientes salió personalmente el General Duvergé, acompañado de Eusebio Pereyra, Matías de Vargas y otros oficiales de gran nombradía y atacó sus atrincheramientos con porfiado y temerario valor. De súbito, sin orden alguna y en medio de la mayor indisciplina, ese ejército de héroes, minado por las intrigas, abandonó la población para replegarse en el mayor desorden a Baní. En conocimiento el Congreso de estos actos, y durante la ausencia del Presidente Jimenes, pidió concurso en virtud de la desquiciadora consigna política del momento, al General Santana, quien, acompañado de sus huestes, llegó a la ciudad Capital; se dirigió luego a Baní y se entrevistó con el Presidente, que, forzado por las circunstancias, aceptó su cooperación con el carácter de auxiliar del General Duvergé. ¡Desde aquel momento quedó irremisiblemente perdido el Presidente Jimenes! Prisión del General Alcántara. La primera medida de la reacción que representaba Santana fue la prisión del General Valentín Alcántara, a bordo de la fragata de guerra Cibao, acontecimiento preliminar de grandes desventuras políticas para la República. Acción de El Numero. En El Número se batió el General Duvergé con una bravura sin igual, en interés, de acuerdo con una combinación militar, de cerrar el paso al enemigo. Nuestras pérdidas fueron allí importantes; pero jamás comparables con las que experimentó el ejército de Occidente. 257 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Batalla De Las Carreras. Inicióse la batalla de Las Carreras con un cañoneo intenso de parte de los haitianos, al que siguió un ataque general. Tres horas llevaba la batalla, de haber comenzado, cuando las huestes dominicanas, al arma blanca, se apoderaron de la artillería enemiga, al mismo tiempo que un nutrido fuego de fusilería a quema ropa puso en derrota al ejército de Soulouque, que dejó, entre un montón de cadáveres y de municiones de boca y de guerra, tres Generales insepultos, infinidad de oficiales de alta graduación, dos banderas de los Regimientos número 2 y 30 e innumerables despojos. Se destacaron en esta acción, por su serenidad y valor, los Generales Antonio Abad Alfau, Bernardino Pérez y otros, según las propias declaraciones del General Santana en su parte oficial al Gobierno, que la brevedad de este resumen no nos permite considerar. Fue el 21 de abril. Retirada del ejército haitiano. Vencido completamente el ejército de Soulouque, se retiró a marchas forzadas de las regiones del Sur, después de haber incendiado las ciudades y pueblos por donde pasó; profanado los templos; violado las propiedades y cometido toda clase de excesos y de crímenes. Labor revolucionaria del Congreso. Al regresar el Presidente Jimenes al asiento del Gobierno, procedente del campamento de Baní, y antes de que tuvieran lugar los hechos de armas que acabamos de narrar, ya se había iniciado en el Congreso Nacional la labor revolucionaria que en ese Cuerpo dirigía Báez, de acuerdo con Santana. No fueron pocas las desazones que experimentó el Mandatario, pues se dio cuenta, perfectamente, de que la finalidad que se perseguía era el derrocamiento de la situación, a causa de que los amigos de Santana estaban disconformes con los procedimientos civilizados con que él había señalado su administración. Pronunciamiento del Ejercito del Sur. El General Santana, a la cabeza de todo el ejército del Sur, se sublevó contra el Gobierno del Presidente Jimenes y levantó sus tiendas de campaña para poner sitio a la ciudad de Santo Domingo, donde había ocurrido un serio incidente en el Congreso, Cuerpo que llamó al Presidente Jimenes para exigirle cuenta de los grandes desastres sufridos por el Ejército Dominicano en los comienzos de la última invasión. Fueron tan acalorados los debates que, cuando injustamente los diputados de la oposición llamaron traidor al Jefe del Estado, se promovió un incidente en que salieron a relucir las pistolas y los puñales, “costándole al Diputado Buenaventura Báez demostrar un valor a toda prueba para impedir que ocurrieran grandes desgracias en aquel recinto”. Santana Prende a Duvergé. Invitado el General Duvergé al Consejo de Generales provocado por Santana para sublevarse contra el Presidente Jimenes, contestó enfáticamente: “General Santana, yo no vuelvo mis armas contra el Poder legalmente constituido”, lo que dio lugar a que inmediatamente el General Contreras lo redujera a prisión y ordenara su conducción a la fragata de guerra Cibao, surta en el puerto de Azua. Medidas del Gobierno. En conocimiento el Gobierno de que el Ejército había traicionado, se preparó a la defensa de la ciudad, la que quedó pocos días después sitiada por las fuerzas del Sur y bloqueadas por la flotilla nacional. Capitulación del Presidente Jimenes. La mediación del Cuerpo Consular y del Prelado señor Portes, interesados en evitar que continuara el derramamiento de sangre, obtuvo como resultado, después del incendio ocurrido en San Carlos, que se concertara una capitulación entre el General Santana, que tenía su cuartel general en Güibia, y el Presidente Jimenes. En ella quedó establecido el más absoluto respeto para los vencidos. Compromiso éste que violó el General Santana inmediatamente que penetró en la ciudad, pues redujo a 258 bernardo pichardo | resumen de historia patria prisión a los que habían acompañado con lealtad al Presidente caído, quien, llevando doce hijos como toda herencia, se ausentó para Mayagüez. Los pueblos del Cibao respondieron todos al pronunciamiento en virtud de las gestiones de don Tomás Bobadilla, quien reconciliado con Santana, había sido enviado por éste, desde el campamento del Sur, con esa misión. Se atribuye a Bobadilla la indicación posterior de que se confiscaran los bienes de los caídos. Elección de Don Santiago Espaillat. Convocados los Colegios Electorales, eligieron para sustituir al Presidente Jimenes a don Santiago Espaillat, recomendado por Santana, que no aceptó, pues parece que se dio cuenta de que o servía los intereses del vencedor en Las Carreras, o su administración tendría la vida efímera y tormentosa que cupo al Gobierno anterior. Títulos conferidos al General Santana. No anduvo corto el Congreso Nacional para galardonar al ídolo que acababa de resucitar, y, en tal virtud, con menosprecio de las ejecutorias de Sánchez, de Duarte y de los fundadores de la Patria Dominicana, otorgó al General Santana el título de Libertador, que más tarde trocó, como veremos, por el ridículo de Marqués de Las Carreras. Elección de Báez. Convocados nuevamente los Colegios Electorales, designaron al Coronel Buenaventura Báez, en aquel entonces aliado de Santana, como Presidente de la República. Consideraciones acerca del ex-Presidente Jimenes. Para colocarnos al amparo de toda sospecha pasional, declaramos que nuestro abuelo era de los idólatras de Santana. Aun nos parece ver en su solitaria alcoba, a manera de reliquia, un gran retrato del General Santana, uniformado, luciendo sus barbas de marino bretón; pero, por caro que nos sea el recuerdo de nuestros ascendientes, no podemos empeñar el voto de nuestra conciencia para condenar a Jimenes y exultar a Santana. Fue don Manuel Jimenes, sin duda alguna, uno de los hombres que contribuyó con mayor ahínco a nuestra emancipación. Se le ha acusado de débil, y ello es natural, porque a raíz de una situación, como fue la primera de Santana, de represión y de muerte, el mandatario que adviniera, o tenía que encauzar su actuación por esa vía, apoyándose de continuo en el ejército que todo lo asfixiaba con su espíritu de hierro, o aceptaba las ideas de reacción que se interpretaron como debilidad. Manuel Jimenes, como mandatario, no fue cruel, ni disoluto. Abrió las puertas de la Patria a los febreristas; y después, al caer, tomó el camino del destierro. Rodríguez Objío, nuestro poeta inmortal, lo dijo: “Fue una virtud infortunada…”. Sombras muy densas han querido proyectar algunos sobre su memoria, acusándolo porque, huésped, tal vez importuno, fuera a terminar sus tristes días en la ciudad de Portau-Prince; pero esos mismos que lo acusan contribuyeron quizá, con sus intransigencias, a que fuera expulsado de Puerto Rico, luego de Venezuela, y a que, cuando intentó establecer un comercio lícito entre Santo Domingo y Curazao, se le arrojaran al mar, como malas, las provisiones que tomó a crédito, en su afán de proporcionar un pedazo de pan a sus hijos. Puede el hombre realizar actos de heroísmo ofrendando su vida; pero es muy difícil que su estoicismo llegue hasta el punto de ver perecer de hambre y desnudez a los seres que procreara. Manuel Jimenes aceptó las garantías que le brindó Soulouque; y después de llegar a Port-au-Prince, donde se entregó al trabajo, murió casi repentinamente, a la edad de 259 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA cuarenta y cinco años, en diciembre de 1854, rodeado de grandes dolores y suspirando por la Patria que había ayudado a crear. Hasta ahora los enemigos de su memoria no han podido presentar un solo documento que demuestre, atestigüe o evidencie que, desde las artesas de la panadería en que ganaba el sustento de sus hijos, dirigiera una sola carta contra la República. Días llegarán de reparación, en que un análisis sereno de los hechos lo restaure completamente en el corazón de las generaciones que nos han de suceder. Capítulo XXXIII Nuevos rumbos 1849. Primera Presidencia De Báez. Elegido el Coronel Buenaventura Báez, Presidente de la República, prestó el juramento constitucional, el 24 de septiembre, y nombró el Ministerio siguiente: Interior y Policía: Ciudadano José María Medrano. Justicia e Instrucción Pública y Relaciones Exteriores: Ciudadano Manuel Joaquín Delmonte. Hacienda y Comercio: General Ramón Mella. Guerra y Marina: General Juan Esteban Aybar. Es innegable que el nuevo Mandatario procedió con el mayor tino e inteligencia, y que a él se debió la trascendental organización de la ofensiva marítima que llevó a cabo el Comandante francés Carlos Fagalde, al servicio de la República, pues se incendiaron las poblaciones de L’Anse Pitre y de Sale-Trou; se echó a pique la flotilla enemiga en Los Cayos y se capturaron barcos repletos de provisiones para el Gobierno haitiano. Esa ofensiva culminó después con los desembarcos efectuados por Fagalde, Juan Alejandro Acosta y otros audaces marinos dominicanos en Petite Riviére y Dame Marie, poblado este último que quedó reducido a cenizas. Durante esa administración fue aprobado y canjeado el Tratado de Reconocimiento, Paz, Amistad, Comercio y Navegación celebrado con Inglaterra; se autorizó al Poder Ejecutivo para la emisión de papel moneda y se promulgó el generoso Decreto de Amnistía dado en favor de algunos de los expulsos que lealmente defendieron la situación del ex Presidente Jimenes. 1850. Triunfo de nuestra Cancillería. Por iniciativa del Presidente Báez, que indudablemente tenía dotes diplomáticas, solicitó y obtuvo nuestra Cancillería que Inglaterra, Francia y los Estados Unidos de América intervinieran en la guerra que se sostenía con Haití. Participaron los Agentes de esas poderosas naciones a Soulouque, quien ridículamente se había proclamado Emperador bajo el título de Faustino I, que si no abandonaba sus propósitos de invasión contra la República Dominicana, sus naciones, de común acuerdo, tomarían enérgicas medidas. Consecuentes con sus tortuosas tendencias, habían propuesto los haitianos la celebración de la paz bajo las condiciones: “de reconocer a Báez como Presidente y a Santana como General en Jefe del Ejército, con tal de que en nuestro territorio se enarbolara el pabellón haitiano y se reconociera la soberanía del Emperador de Haití”. Antes de que los Agentes de las mencionadas potencias tuvieran tiempo de someter a la consideración del Gobierno haitiano la proposición alternativa de un tratado de 260 bernardo pichardo | resumen de historia patria paz definitivo, o la celebración de un convenio que garantizara una tregua de diez años, ocurrieron hechos que demostraron, a las claras, el origen y causa de las evasivas del Ministro de Relaciones Exteriores haitiano. 1851. Encuentro de Postrer Río. Una fuerte columna haitiana arrolló el puesto avanzado dominicano de La Caleta, en las fronteras del Sur, y llegó a Postrer Río, donde nuestras fuerzas se detuvieron, y, con los refuerzos que les llegaron, se empeñó una acción que duró desde la madrugada hasta las once de la mañana, hora en que los haitianos retrocedieron para luego repasar las fronteras, mientras las armas dominicanas ocuparon nuevamente el puesto de La Caleta. La pérfida actitud de los haitianos, quienes trataron de explicarla ante los Agentes de las potencias como un acto impremeditado de sus tropas, no fue satisfactoria, y esta circunstancia acabó por predisponer a aquellos en favor de la causa dominicana. Creyeron los haitianos que con el envío de Mr. Hardy ante el Gobierno, en interés de darle seguridades del buen deseo de que decían estar poseídos para llegar a un acuerdo, podrían más tarde sorprender al patriotismo dominicano, que aleccionado por esos acontecimientos, se mantuvo arma al brazo y en expectativa. Sin esa actitud de legítima desconfianza no habrían sido tan rápidos los movimientos del ejército del Jefe del Estado y del General Santana, cuando, en conocimiento de que grandes contingentes de tropas enemigas se amontonaban en Juana Méndez, volaron a la frontera Noroeste para, con su sola presencia, obligarlos a retirarse. 1851. Firma del armisticio y notificación del Gobierno Francés. Los Agentes de las potencias constriñeron por fin al Gobierno de Port-au-Prince a firmar un armisticio por un año, y el 15 de diciembre de 1851 el Gobierno Francés notificó al Emperador Soulouque: “que Francia e Inglaterra harían respetar la independencia de los dominicanos”. Puede aseverarse que el primer Gobierno del señor Buenaventura Báez “ha sido uno de los mejores que ha tenido la República”, puesto que organizó el Ejército; aumentó nuestra flotilla; llevó la guerra al territorio enemigo; fundó el Colegio San Buenaventura en la ciudad Capital; administró los fondos públicos con toda escrupulosidad; dio días de tregua al atormentado espíritu del pueblo que luchaba contra el Estado de Occidente, y evitó, con excepcional habilidad, los rozamientos a que lo abocaran frecuentemente las exigencias del General Santana. Buenaventura Báez, con aquella gestión gubernativa, aumentó el prestigio de que ya disfrutaba por sus anteriores ejecutorias y por el arraigo y tradición de su apellido. Al bajar del Solio era un hombre prestigioso que restó un gran concurso de opinión al General Santana. 1853. Segunda Administración de Santana. Verificadas las elecciones, fue designado por segunda vez Presidente de la República el General Santana, alto cargo de que tomó posesión después de rendir observancia a las formalidades de la Constitución. Constituyó su Ministerio en la forma siguiente: Interior y Policía: Ciudadano Miguel Lavastida. Justicia e Instrucción Pública: General Pedro Eugenio Pelletier. Hacienda y Comercio: Ciudadano Francisco Cruz Moreno. Guerra y Marina: General Felipe Alfau. Por no haber aceptado el último, se designó para el desempeño de esas Carteras a su hermano, el General Antonio Abad Alfau, a quien sustituyó más tarde el General Manuel de Regla Mota. 261 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Persecuciones de Santana contra el Clero. Una vez al frente del poder Santana, sus pasiones y sus deseos de venganza fueron a buscar nuevas víctimas en el Clero, al que consideraba como hostil. Llamó ante el Congreso al anciano y venerable Arzobispo Doctor Portes, a quien se amonestó con acritud y se le exigió que jurara la Constitución, a lo cual se negó el virtuoso varón, alegando que esa Ley era contraria “a disposiciones de los sagrados cánones”. Esa actitud del Prelado irritó de tal modo a Santana, que sin respeto ni miramiento alguno, le envió su pasaporte. El achacoso Pastor, obligado por esa violenta medida, juró por fin la Constitución, violencia que le produjo la pérdida de la razón, asumiendo el Gobierno Eclesiástico, como Vicario General, el Presbítero Antonio Gutiérrez. Y como para que la Iglesia Dominicana se viera completamente privada de hombres de luces y de virtudes probadas, expulsó inmediatamente el General Santana a los Sacerdotes Doctor Elías Rodríguez, Gaspar Hernández, ilustre mentor de muchos de los trinitarios, y José S. Díaz de Peña. 1853. Santana acusa a Báez. Un sordo rencor anidaba Santana contra Báez por no haber permitido éste que le constituyera en instrumento y ejecutor de sus pasiones durante su Gobierno. Y, sin que nadie lo esperara, se convirtió en su juez y lo condenó al ostracismo, acusándolo de haber denunciado a las autoridades haitianas el movimiento febrerista; de haber fascinado al Clero para que inclinara las masas en su favor; de mandatario despótico, y declarando, finalmente, que se sentía arrepentido de su insubordinación contra el Presidente Jimenes y de la recomendación con que lo honrara para la Presidencia de la República”. Para esa época vivía Báez en Azua, en medio de los aplausos que su gestión de mandatario le había conquistado y que resaltaba más ante las violencias de la segunda administración de Santana, cuando le llegó la nueva de la expatriación perpetua a que había sido condenado. No quiso Báez resistir con la fuerza contra aquella injusta medida, y, antes de que le fuera notificada su salida forzosa del país, se embarcó para Curazao, de donde pasó a Saint Thomas, y produjo allí uno de los documentos, en nuestro concepto, más serenamente escrito y más sobriamente concebido, en refutación de los cargos con que el Libertador Santana había tratado de desprestigiarlo. Entre otras cosas, dejó demostrado el ex Presidente Báez, en el referido opúsculo, que: “cuando el General Santana vino a la Presidencia por primera vez, nadie supuso que ciego de ambición, pudiera convertirse en instrumento de un estrecho círculo, iniciando la era de las discordias civiles”; afirmaba que los servicios de Santana habían sido largamente recompensados con dádivas generosas y que derribó la administración de Jimenes por colocar a sus amigos; que había aterrado a la sociedad, ejecutando un horrible programa de venganza, y que en manos de Santana, dadas las pasiones que lo avasallaban, desaparecían todas las garantías. 1854. Congreso Revisor. Con el objeto de acomodar la Constitución al sistema de Gobierno iniciado, se decretó su reforma, y, en tal virtud, se reunió en febrero de 1854, en el pueblo de San Antonio de Guerra, un Congreso Revisor que luego se trasladó a la ciudad de Santo Domingo y que creó la Vicepresidencia de la República. Se eligió para ese alto cargo al General Felipe Alfau, quien lo declinó. La nueva elección recayó en el General Manuel de Regla Mota. 262 bernardo pichardo | resumen de historia patria Tratado con los Estados Unidos. El tratado celebrado con los Estados Unidos no fue aceptado por el Congreso, por haberse opuesto a ello el Gobierno inglés. Consigna el señor José María Céspedes, en su obra acerca de la Doctrina de Monroe, lo siguiente: “El 15 de octubre de 1854 concluyó Santana un tratado secreto con un Agente del Presidente Pierce, por el cual cedía a los Estados Unidos la Bahía de Samaná”. La actitud asumida por el General M. Marcano, Secretario de Santana y su favorito, contra el Tratado Americano, le valió el destierro. Nueva Reforma de la Constitución. Disconforme el General Santana con las reformas introducidas al Pacto Fundamental por el Congreso Revisor, gestionó y obtuvo una nueva revisión, en diciembre de 1854, y, al efecto, presentó un proyecto que acompañó de un Mensaje en que se lee esta terrible amenaza: Si mi idea no es aceptada, mi divisa será la salud del pueblo. 1854. Reconocimiento de España. En noviembre de este año llegó a la ciudad de Santo Domingo el señor Eduardo Saint Just, como Cónsul de aquella nación, acto éste que implicó el tardío reconocimiento, por parte de la Madre Patria, de su antigua y primera Colonia en América, como entidad libre, soberana e independiente. 1855. Conspiración del 25 de marzo. El malestar político se acentuaba cada vez más, y el descontento público casi se manifestaba sin embozos contra el sistema de reprimirlo todo con arbitrarios golpes de fuerza. Ausente el General Santana, descubrió el Gobernador de la Provincia, General Antonio Abad Alfau, una conspiración que fue reprimida por la fuerza y en la cual parece que estaba complicado el General Sánchez, que pudo asilarse en el Consulado inglés, mientras eran reducidos a prisión los Generales Pelletier y Jacinto de la Concha. En el Seybo, acusado de connivencia con Pelletier, fue detenido el General Duvergé, quien se encontraba confinado en esa región desde que se negó gallardamente a acompañar al General Santana en su traición contra el Presidente Jimenes. Como era de esperarse, funcionaron las Comisiones Militares de que tanto abusó el General Santana, y, a verdad sabida y buena fe guardada, fue juzgado el más heroico de todos los batalladores de nuestra independencia, General Antonio Duvergé, junto con sus hijos Alcides y Daniel y los Comandantes Tomás de la Concha, Juan María Albert y otros. La sentencia estaba decretada de antemano, pues Santana consideraba a Duvergé como el más capaz de todos los hombres de su época para enfrentársele y vencerlo. El 10 de abril de 1855 fueron puestos en capilla, sin que en momento alguno vieran la cara de sus jueces, y el héroe del 19 de marzo, de Cacimán, en tres ocasiones, de Hincha, de Las Matas y de otros laureles libertadores, exigió al piquete exterminador que fusilaran primero a su hijo, a fin de que éste no contemplara el sacrificio de su padre, y en cuanto al menor, Daniel, cuya ejecución se reenvió para más tarde, por no tener diez y seis años, lo exhortó a que cumpliera firmemente con sus deberes de dominicano. En el patíbulo besó serenamente la frente de su hijo y arrojó a su perro Corsario el sombrero que cubría su cabeza de titán para que lo llevara al hijo que, de rodillas, aguardaba en la prisión oír las descargas que le arrancaron al padre benemérito y al hermano inolvidable. Comisión Militar de Santo Domingo. No fue menos severa la Comisión Militar de Santo Domingo, pues condenó a muerte a los Generales Pedro Eugenio Pelletier y Joaquín Aybar y al ciudadano Francisco Ruiz, para los cuales se obtuvo que se conmutara la pena por la de destierro perpetuo. El perdón de estos infortunados lo concedió el General 263 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Santana en el preciso momento señalado para ser ejecutados en la puerta del Cementerio de la ciudad Capital. Tratados celebrados. En ese mismo año se celebraron Tratados de Reconocimiento, Paz, Amistad, Comercio y Navegación, con Cerdeña, España y la ciudad libre de Bremen. Nuevas dÁdivas a Santana. El Senado Consultor concedió al General Santana, en premio a sus servicios, el usufructo de la isla Saona por cincuenta años. Huracán. El 26 de agosto del ya citado año azotó la parte Sur de la Isla un terrible huracán que ocasionó el naufragio de las goletas de guerra de nuestra flotilla Constitución La Buenaventura y Las Carreras. Capítulo XXXIV Nueva invasión haitiana 1855. Viaje del General Santana a Azua. En conocimiento el General Santana de que el Emperador Soulouque organizaba una nueva invasión contra la República, se dirigió a Azua, dejando encargado del Poder Ejecutivo al Vicepresidente Regla Mota, quien dictó dos decretos: uno por el cual se llamó a las armas a todos los dominicanos de diez y seis a sesenta años, y otro contentivo de la declaratoria de sitio en todo el territorio nacional. Invasión de Soulouque. Con un ejército de treinta mil hombres y después de algunos combates, se apoderaron las fuerzas invasoras de los pueblos de Neyba y Las Matas de Farfán. Dividió el General Santana nuestro ejército en dos cuerpos. Uno salió sobre San Juan, al mando del General Juan Contreras, y otro tomó el camino de Neyba, bajo las órdenes del General Francisco Sosa. Batalla de Santomé. El 23 de diciembre de 1855 es un día de patriótica recordación para las armas dominicanas, por cuanto que el General José María Cabral, Jefe de la vanguardia del cuerpo de ejército bajo las órdenes del General Contreras, batió gallardamente en la Sabana de Santomé a los haitianos; postró en combate singular de dos mandobles al General enemigo Antoine Pierre, Duque de Tiburón; apresó una pieza de artillería y una gran cantidad de equipajes militares y pertrechos, y dejó cubiertos de cadáveres de intrusos los secos pajonales de esa Sabana, que, como dijo un vibrante escritor fenecido: “ardieron como inmensos pebeteros de su gloria”. Acción de Cambronal. Parece que esa fecha y ese mes habían celebrado un pacto victorioso con nuestro ejército, pues el cuerpo de tropas que, como hemos visto, despachó el General Santana hacia Neyba, al mando del General Francisco Sosa, trabó ese día un sangriento combate en Cambronal con las divisiones haitianas que avanzaban por esa vía, a las cuales derrotó en medio de los vítores entusiastas con que cantó su proeza fabulosa. En esta acción quedó muerto el Jefe de las hordas de Occidente, General Dadás, además de doscientos ochenta y siete cadáveres, de infinidad de heridos, prisioneros y municiones que abandonó el ejército en fuga. 1856. Batalla de Sabana Larga. Digno también de las épicas consagraciones del patriotismo agradecido fue el triunfo obtenido por nuestras armas en la frontera Noroeste contra los tenaces enemigos de la República. En el mes de enero de 1856 el ejército del Emperador Soulouque, compuesto de dos divisiones, mandadas por el Conde de Jimaní, atravesó el río Dajabón, y el 24 de ese mismo mes empeñó el recio combate de Sabana Larga, donde le esperaban nuestras tropas y que duró desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde. 264 bernardo pichardo | resumen de historia patria Vencidas quedaron allí una vez más las pretensiones de dominarnos nuevamente. Mil cadáveres enemigos; la artillería ocupada; centenares de prisioneros hechos, muchos de ellos de alta graduación; banderas tomadas; trofeos, medallas y pertrechos abandonados, demostraron que el ejército del Cibao había cumplido por manera heroica, el juramento de perecer antes que permitir que el yugo haitiano volviera a oprimir al indómito pueblo dominicano. No podemos resistir, no obstante la brevedad que nos imponen estas lecciones, la tentación de consignar uno de los más salientes episodios del gran duelo a muerte que fue la batalla de Sabana Larga, y con el cual epilogaron ese magno esfuerzo de patriotismo los Comandantes Juan Suero y Juan Rodríguez. “En disputa estos dos valientes sobre cuál tomaría primero una pieza de artillería, fue rechazado Rodríguez por dos veces consecutivas, y al lograr su intento en la tercera acometida, recibió un metrallazo en que perdió una pierna. En este estado, fue montado sobre el cañón conquistado y arrastrado en triunfo en el campo de batalla”, hasta que, desmayado, fue colocado en una camilla para que fuera a morir a Guayubín. Merecieron especial mención en este brillante hecho de armas el General Valerio y los Coroneles Valverde Peña, Hungría, Batista y otros muchos oficiales, para cuya memoria guardará siempre la gratitud nacional ramo de laurel que conquistaron por sus hazañas portentosas. Los descalabros sufridos por el ejército haitiano persuadieron a Soulouque de que nada podría domar la voluntad del pueblo que se había abrazado al ideal de redención. Llegada del Cónsul Segovia. En reemplazo del Cónsul español Saint Just, llegó a la Capital don Antonio María de Segovia, quien era portador del suspirado Tratado DominicoEspañol, que ya había sido aprobado por su nación, y de la Gran Cruz de Isabel la Católica, con que condecoraba la Reina de España, Doña Isabel II, al General Pedro Santana. Matricula de Segovia. Aumentó la presencia del Cónsul Segovia el malestar político existente, pues estableció una corriente de funestos resultados para el patriotismo nacional. Fingió interpretar el Cónsul Segovia el Art. 79 del Tratado con su nación y matriculó como súbditos españoles a cuantos dominicanos lo solicitaron. Todos los enemigos de Santana se inscribieron en el Consulado español, en interés de poder, sin riesgo alguno, hostilizar al impopular mandatario, lo que suscitó dificultades y rozamientos que acaso más que los motivos de salud que invocó, determinaron al General Santana a renunciar la Presidencia de la República ante el Senado Consultor. Asumió en consecuencia el Vicepresidente, General Regla Mota, la Primera Magistratura del Estado. 1856. Elección del General Antonio Abad Alfau para la Vicepresidencia. Como consecuencia del ascenso del General Regla Mota a la Presidencia de la República, quedó vacante la Vicepresidencia, cargo para el cual se eligió al General Antonio Abad Alfau. Hay que decir con claridad que ambos funcionarios no representaron otra cosa que no fuera la continuación disimulada del General Santana al frente de los negocios públicos. Abusos de Segovia. Mientras con más debilidad trataba el Gobierno los asuntos y exigencias que, con carácter conflictivo y en interés de derrocarlo, le sometía casi a diario el Cónsul Segovia, más insolente era la actitud que éste asumía de acuerdo con los partidarios de Báez, hasta llegar al indiscreto extremo de decir: “que éste era el único hombre capaz de restablecer la tranquilidad y de gobernar la República en paz y bienandanza”. Decreto de Amnistía. Al amparo de los decretos de amnistía dictados, pudieron Báez y todos los expulsos regresar al país: “habiendo reconocido oficialmente ese Caudillo, lo 265 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA mismo que el Libertador, por un rasgo de patriotismo la necesidad de relegar a un eterno olvido los acontecimientos pasados”. Renuncia del Vicepresidente Alfau. Parece que al General Alfau no le acomodó el curso que tomaron los acontecimientos políticos, y, con la energía que le era peculiar, presentó renuncia, lo cual aprovechó la evolución en acecho para elegir a Báez en su reemplazo. 1856. Renuncia del Presidente Regla Mota. El movimiento político reaccionario pronto lo arropó todo, y convencido de ello y de que, por lo tanto, no podía sostenerse, el inepto mandatario General Regla Mota presentó renuncia de su investidura y con ello ofreció la oportunidad al ya, por aquel entonces, General Buenaventura Báez, para que ocupara el Solio por segunda vez. Refieren hombres de aquella época que, consultado el General Ramón Mella por el Gobierno acerca de lo que podría hacerse para contrarrestar la matrícula de Segovia, respondió: “Envolverlo en su bandera y devolverlo a la Madre Patria”. Segunda Administración de Báez. Inmediatamente constituyó su Ministerio el General Báez, con los ciudadanos Félix María Delmonte, Pedro Antonio Bobea, David Cohen y el General Juan Esteban Aybar. Elección del Vicepresidente. Convocados los Colegios Electorales, obtuvo mayoría de votos el General Juan Esteban Aybar, quien no llegó a prestar juramento porque la política de aquellos días exigió que, so pretexto de nulidad en las elecciones verificadas en Santiago y La Vega, se archivara, para purificarlo el proceso electoral correspondiente. Cantaletas. Los partidarios de la nueva situación molestaban de continuo a los amigos del General Santana, cantándoles en altas horas de la noche sangrientas y alusivas coplas a su caída y a sus actuaciones. Esas vulgares manifestaciones de rencor se denominaron cantaletas, y determinaron que la reconciliación promovida entre Santana y Báez por los Cónsules de España, Inglaterra y Francia, se quebrantara completamente. Acusación contra Santana. Un grupo de ciudadanos acusó al General Santana ante el Senado Consultor por violaciones a la Ley Fundamental, en un extenso memorial fechado el 19 de diciembre de 1856. El Senado acogió favorablemente la acusación, pero la mediación de los Cónsules de España, Inglaterra y Francia suspendió sus efectos. A raíz de esto el General Santana resolvió abandonar el país. Agresión haitiana. El 14 de diciembre de ese mismo año un grupo de haitianos realizó una serie de crímenes en Trujin, en la persona de dominicanos indefensos; y, con tal motivo, los Cónsules de Francia e Inglaterra obtuvieron del Emperador Soulouque la cesación de las hostilidades por dos años, acuerdo éste que sólo aceptó nuestra República “como una simple suspensión de armas”, pues “no quería entrar en relaciones de amistad con el Estado vecino sino a base del reconocimiento de la Independencia”. Insurrecciones en el Sur.– Días después del incidente que acabamos de consignar se levantaron en armas, en Cambronal, Sección de Neyba, los Coroneles Fernando Tavera y Lorenzo de Sena, los que fueron sometidos casi seguidamente por el Gobierno sin que se llegara a derramar una sola gota de sangre. De este hecho, en el cual se supuso envuelto al General Santana, se derivó la orden de prisión dictada por el Gobierno contra su persona. 266 bernardo pichardo | resumen de historia patria 1857. Prisión de Santana. El encargado de ir a cumplir la orden dictada contra el ex Presidente Santana, que se encontraba en sus posesiones de El Prado, fue el General José María Cabral, a cuyas órdenes se pusieron dos escuadrones de caballería procedentes de San Cristóbal y Baní. Conducido a la ciudad Capital, se afirma que el General Francisco del Rosario Sánchez, Jefe Militar de la plaza, trató con la mayor generosidad al detenido, sin parar mientes, para reprimir sus nobles impulsos en el recuerdo de que deudos suyos habían sido fusilados por aquel, ni en las persecuciones que, contra su propia persona, había ejercitado Santana, lleno de saña. Embarcado para Martinica, donde debía ser entregado al Contraalmirante Conde de Gueydón, tuvo que regresar el expatriado a Santo Domingo, ciudad en que permaneció hasta que vino en su solicitud el mencionado Jefe de la Escuadra francesa en las Antillas. Rozamiento del Gobierno con el Ministro dominicano en Madrid. Don Rafael María Baralt, nuestro Ministro Plenipotenciario en Madrid, interpretando directamente el art. 7º. del Tratado Dominico-Español, en que Segovia se había apoyado para matricular como españoles a todos los enemigos del General Santana, arrancó al Ministro de Estado de aquella nación aclaraciones que disgustaron al Presidente Báez. Destitución de Segovia. La actitud asumida por el Ministro Baralt ante la Cancillería Española dio como resultado la destitución del Cónsul Segovia, factor importantísimo en la última elección del señor Báez. Honores al General Cabral. El Senado, en nombre de la República, resolvió, en mérito a los servicios prestados por el General Cabral, héroe de Santomé, ofrecer una espada de honor con las inscripciones siguientes, de un lado de la hoja: Gratitud Nacional, y del otro: Honor al General José María Cabral. Además, se dispuso la acuñación de medallas de oro para los Generales, Jefes y Oficiales que tomaron parte en las acciones de guerra de 1855 y de 1856. Capítulo XXXV Revolución del 7 de julio 1857. Origen de ella. Pocos habían sido los progresos materiales e intelectuales con que hasta esa fecha había señalado la República su existencia, absorbidos como habían estado sus hijos durante los trece años recorridos, después de la independencia, unas veces en la tarea de defenderla y otras en la de buscar abrigo contra las encarnizadas persecuciones que inició Santana y en las que ya también se había distinguido Báez, amos, en esas épocas desgraciadas y tormentosas, de las dos únicas corrientes políticas existentes, cuando una medida aniquiladora de la riqueza cibaeña conmovió la opinión pública de aquellas regiones. Consistió ella en la excesiva emisión de papel moneda, que tomó como pretexto, para llevarse a cabo, la escasez de numerario, cuando, por el contrario, se daba el caso de que un peso fuerte equivalía a más de cincuenta en papel, y se aumentó el descontento cuando el pueblo, que siempre vigila con recelo las manos de sus gobernantes, vio a personas adictas al Presidente Báez llegar al Cibao a comprar onzas españolas a razón de mil cien pesos papel por cada una. Sospechado, pues, de falto de honradez el Gobierno, y mortalmente heridos los intereses económicos y comerciales del Cibao, casi todos sus prohombres se reunieron la noche del 7 de julio de 1857 en la Fortaleza de San Luis (Santiago), desconocieron el Gobierno y constituyeron uno provisional bajo la Presidencia del General José Desiderio 267 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Valverde, del cual formaron parte altos prestigios, como eran Ulises Francisco Espaillat, Benigno Filomeno de Rojas, Domingo Daniel Pichardo, Pedro Francisco Bonó y otros. Adhesiones al movimiento. Todos los pueblos de la República se adhirieron en breve al movimiento, a excepción de Higüey y Samaná. Para fines de mes ya estaba sitiada la ciudad Capital por formidables contingentes de tropas al mando del General santiagués Juan Luis Franco Bidó, mientras el Presidente Báez, dentro de los muros de ella, había organizado la defensa con el concurso que le prestó el prestigioso ascendiente de los Generales Cabral, Sánchez, Marcano, Ramírez Báez y Aybar y la flotilla de guerra nacional que permaneció fiel al mandatario. Indemnización a Báez. El Senado Consultor concedió al Presidente Báez: “una indemnización de cincuenta mil pesos fuertes por las depredaciones sufridas en sus bienes y por el uso y destrucción de ellos”. Dio origen esa Resolución a que el Senador don Pedro Tomás Garrido, después de protestar virilmente contra hecho tan escandaloso, se asilara en el Consulado Italiano. Combates entre sitiados y sitiadores. No escasa importancia revistieron los combates que empeñaron en Guerra y La Estrella, antes de encontrarse completamente sitiada la ciudad, las tropas al mando de los Generales Francisco del Rosario Sánchez y José María Cabral, con las fuerzas revolucionarias, y, después de establecido el cerco de ésta, en las salidas que realizaron los sitiados a las alturas de San Carlos. Todos esos combates fueron adversos a las armas del Gobierno. Rendición de Higüey y toma de Samaná. Después de una tenaz resistencia, tuvo el General Merced Marcano, representante del Gobierno en Higüey, que retirarse para la Capital, y a poco cayó la plaza de Samaná, a viva fuerza, en poder del General Mella. Viaje del Presidente Valverde. En septiembre se trasladó el Presidente Valverde al campamento sitiador y regresó casi seguidamente a Santiago. Llegada del General Santana al Cibao. En virtud de los decretos expedidos por el Gobierno provisional de Santiago, hijos de la mejor buena fe, pero que no reflejan cálculo político alguno, regresó el General Santana al país por Puerto Plata, y ya a mediados de septiembre “compartía con el General Franco Bidó el asedio de esta plaza”, error que pagó muy caro la revolución primero, y más tarde, lo que es más sensible aun, la República. 1858. Asamblea Constituyente de Moca. No descuidó el Gobierno Provisional la convocatoria de una Asamblea Constituyente, que, reunida en Moca, votó una nueva Constitución: decretó la traslación de la Capital a Santiago y eligió Presidente de la República al General José Desiderio Valverde y Vicepresidente a don Benigno Filomeno de Rojas. Gabinete del Presidente Valverde. El presidente Valverde, tan pronto tomó posesión de su elevado sitial, nombró sus Ministros a Domingo Daniel Pichardo, Pablo Pujol y al General Ramón Mella. Existían, pues, dos Gobiernos legales en la República. Estado de la ciudad capital durante el sitio. No obstante las medidas tomadas por el Presidente Báez para que buques de la flotilla nacional fueran periódicamente a Curazao y Saint Thomas a buscar provisiones, el estado de miseria en la ciudad de Santo Domingo adquirió proporciones alarmantes. Capitulación de Báez.– Reducido el Gobierno del Presidente Báez a los muros de la ciudad, ya comenzaba, después de once meses de sitio, a decaer el ánimo del aguerrido ejército que lo sostuvo; y, en tal virtud, y dada la miseria existente, resolvió aceptar la 268 bernardo pichardo | resumen de historia patria mediación que le ofreció el Cuerpo Consular para concertar una capitulación el 12 de junio y embarcarse inmediatamente para el extranjero. Al siguiente día entregó la plaza a las fuerzas sitiadoras, al mando del General Pedro Santana, el General José María Pérez Contreras. Contrarrevolución de Santana. Apoyado por los pueblos del Sur y Este de la República, y con el pretexto de restablecer la Constitución de 1854, que había quedado derogada con la promulgación de la votada recientemente en Moca, un grupo de notables ciudadanos dio plenos poderes al General Santana para sostener el orden y lo encargó para entenderse con el General Valverde, Presidente de la República y residente en Santiago, ciudad aquella asiento del Gobierno, en virtud del decreto dictado en tal sentido. Las gestiones que, con el objeto de llenar una aparente actitud de sinceridad, encaminó Santana en este sentido, no fueron acogidas por el General Valverde, quien salió con fuerzas sobre la ciudad Capital, dispuesto a mantener su autoridad. Derrota de Piedra Blanca. Al mando del Comandante Juan Francisco Guillermo, salieron las tropas de La Vega con rumbo a la Provincia de Santo Domingo y trabaron en Piedra Blanca un combate con las fuerzas que desde El Maniel marcharon hacia el Cibao, a las órdenes del Coronel José María Martínez. Derrotado éste, el mismo Guillermo sedujo sus fuerzas y contramarchó en actitud revolucionaria sobre La Vega. Renuncia del General Valverde. Ese hecho, y otros no menos arteros, llevaron el desaliento a las filas del Gobierno, y muy especialmente al corazón del General Valverde, quien se devolvió de Cotuy, hasta donde había llegado con sus tropas, regresó a Santiago, depuso el mando ante el Congreso y embarcó días después para el extranjero por el puerto de Monte Cristy, acompañado de su deudo, el General Domingo Mallol, y de las conspicuas personalidades que habían formado su Gabinete. 1858. Llegada De Santana Al Cibao. El General Santana, que a la cabeza de fuerzas importantes se dirigía al Cibao, llevando como Segundo al General Antonio Abad Alfau, en vista de las noticias que recibió de camino, apresuró su marcha, y, pronunciada La Vega, pasó por ella sin detenerse hasta llegar a Santiago, plaza que le fue entregada por los Generales Fernando Valerio y Juan Evangelista Gil, a quienes el Congreso había nombrado para que mantuvieran el orden. Regreso de Santana. Después de haberse adherido todos los pueblos del Cibao al movimiento contrarrevolucionario y de haber tomado las medidas militares conducente al sostenimiento del orden de cosas que se iniciaba, regresó a la Capital el General Santana, y puso en vigor la Constitución de 1854. Elecciones. Al amparo de esa Constitución se convocaron los Colegios Electorales, que no sólo designaron cuerpos Legislativos y el personal de los Ayuntamientos, sino que eligieron a los Generales Pedro Santana y Antonio Abad Alfau para Presidente y Vicepresidente de la República, por tercera y segunda vez, respectivamente. Consideraciones. Evitemos en lo posible mezclar en nuestra sencilla narración las reflexiones que nos sugiere la rotación de los sucesos, con el propósito de evitar a la Historia ese carácter dogmático que muchas veces adquiere; pero, cuando, en nuestro concepto una consideración que hagamos obliga al lector, y muy principalmente al alumno, a meditar acerca de la trascendencia de determinados hechos, no vacilamos en consignarla. 269 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA De ahí, pues, que nos permitamos aseverar que la caída del Gobierno del General Valverde facilitó la realización de los planes liberticidas que a poco festinaron Santana y sus parciales, en interés de sostenerse en la superficie de los acontecimientos, tarea que ya había franqueado un poco la salida de Báez, expulso por aquel entonces con un considerable número de sus amigos. Muy pronto veremos que a la vieja idea de una nueva tutela se le dio calor y forma hasta cristalizarla con la anexión a España. Capítulo XXXVI Hacia la esclavitud 1859. Tercera y última Presidencia de Santana. El último día del mes de enero de 1859 escaló el Solio presidencial, por tercera y última vez, el General Pedro Santana, para consumar poco tiempo después el más detestable atentado contra la soberanía nacional. Derrocamiento del Emperador Soulouque. Mientras se verificaban algunos de los acontecimientos que dejamos señalados, ocurrió en Haití el derrocamiento del Emperador Soulouque y la restauración de la forma de gobierno republicano, bajo la dirección del General Fabre Geffrard, cambio éste que tranquilizó al pueblo dominicano, puesto que había tenido en el destronado y ridículo Emperador el más obstinado enemigo de su libertad e independencia. Suspensión de relaciones. El 5 de mayo de 1859 los cónsules de Francia, Inglaterra, España, Holanda y Cerdeña, reclamaron en favor de sus compatriotas, tenedores del papel moneda emitido durante la administración del Presidente Báez, una medida menos perjudicial para los intereses de sus representados que la dictada por el Senado Consultor; pero, habiéndose negado el Gobierno a crear esa excepción, se embarcaron los Cónsules francés, inglés y español, dejando sus súbditos bajo la salvaguardia del honor nacional”, que no desmintió su proverbial hidalguía. Este acontecimiento produjo la consiguiente alarma e intranquilizadoras versiones que explotaron los enemigos del Presidente Santana. Buques de Guerra en El Placer de los Estudios. Como consecuencia de la ruptura de relaciones que motivó el embarco de los Cónsules mencionados; se presentaron el 30 de noviembre de ese mismo año en El Placer de los Estudios el bergantín francés Le Mercure, la fragata inglesa Cossack y el vapor español Don Juan de Austria, con el objeto de que sus Comandantes arreglaran la cuestión que había dado origen al incidente. Exigieron estos del Gobierno la promesa de acceder a la demanda intentada en favor de sus súbditos y expresaron que los Cónsules, que se encontraban a bordo, no desembarcarían a restablecer las relaciones sin que antes se les diera la seguridad de que serían acogidos sus deseos y de que la plaza saludara previamente sus pabellones respectivos. Inútiles fueron los alegatos de nuestra Cancillería, pues la fuerza se impuso y sufrió el honor nacional la humillación de tener que aceptar las duras condiciones impuestas. Sólo el vapor español Don Juan de Austria saludó primero nuestra plaza, rindiendo culto a un principio de urbanidad internacional de viejo y universalmente consignado en todas las ordenanzas marítimas. Expulsión del prócer Sánchez. Les pasiones políticas estaban desbordadas, y el prócer Sánchez, junto con varios ciudadanos distinguidos, en virtud de un decreto lanzado por el Gobierno, tuvo que tomar una vez más el camino del destierro. 270 bernardo pichardo | resumen de historia patria Persecución contra la familia del General Matías de Vargas. Para escapar a las crueldades de Santana, se encontraba fugitivo desde hacía tiempo el General Matías de Vargas, cuando, para constreñirlo a que se entregara, ordenó el Gobierno la prisión de todos sus familiares. 1859. Asalto de Azua. En conocimiento el General Matías de Vargas de la cruel medida tomada contra su familia en la ciudad de Azua, organizó un asalto contra esa plaza, en cuya defensa perdió la vida el Comandante de Armas, General Casimiro Feliz. Dueño de ella, no supo utilizar los grandes contingentes de fuerzas que se le unieron, y a los ocho días se encontraba casi solo, a tal punto, que al acercarse con sus tropas el General Antonio Abad Alfau, Vicepresidente de la República, se vio obligado el General Vargas a abandonar la población, seguido de un pequeñísimo grupo que se disminuyó inmediatamente en razón de la persecución establecida. Cuando ya sólo le acompañaba su hermano, de monte a monte, tomó el rumbo de la provincia Capital, donde, capturado en Haina, fue ejecutado, como lo habían sido antes sus principales compañeros en la población asaltada. Después de esos acontecimientos, nuestras cárceles se vieron repletas de detenidos políticos, soñada revancha con que satisfizo sus odios la facción política imperante. Gestiones de Protectorado. Ya hemos dicho que, al ocupar el Solio por tercera vez, se avivaron en el General Santana sus deseos de toda la vida de buscar apoyos extraños, no en interés de la República, que ya estaba cimentada por el esfuerzo de sus hijos, sino para no quedar sujetos él y su grupo a las alternativas que tan pronto lo habían llevado a culminar, como lo habían empujado al ostracismo. En tal virtud, aprovechó la permanencia del General Felipe Alfau en España; lo nombró nuestro Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario en aquella corte, a quien se dieron instrucciones para que gestionara el Protectorado. 1860. Más tarde, en abril de 1860, el General Santana llevó más lejos sus intentos, y solicitó del Gobierno español la anexión de la Patria que había ayudado a crear y cuyo brillante porvenir sacrificó, en interés de conservar un poder que, a la postre, se le escapó de las manos. El anhelo de perpetuarse en el Poder deslustra siempre a los mandatarios que quieren ocupar indefinidamente el turno que corresponde a otros hombres, a las nuevas ideas y a las generaciones que marchan detrás de ellas. Insurrección de Domingo Ramírez. El General Domingo Ramírez, acusado de tolerancia de comercio clandestino en las fronteras, donde actuaba como Jefe, fue llamado a la Capital para rendir cuenta de su conducta, lo que determinó su sublevación, de acuerdo con los Generales Fernando Tavera y Luciano Morillo, acontecimiento que obligó al General Santana a trasladarse a esas regiones. Allí se libraron algunos combates, y vencidos esos cabecillas, se internaron en Haití. Capítulo XXXVII Período de la Anexión Llegada del Brigadier Gutiérrez de Ruvalcaba. Comisionado por el Gobierno Español para enterarse de las ventajas que “podría proporcionar a la Madre Patria la reincorporación de su antigua Colonia”, tan ardientemente solicitada por el Gobierno, llegó a Santo Domingo el Brigadier Joaquín Gutiérrez de Ruvalcaba, en momentos en que 271 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA se encontraba ausente el General Santana, ocupado en combatir el malestar político que creara el levantamiento del General Domingo Ramírez en el Sur. Recibió al distinguido militar español el Vicepresidente, General Alfau, quien le dio informaciones favorables acerca del proyecto, que aquél transmitió y recomendó al gabinete de Madrid, creyéndolas ciertas, mientras, en puridad de verdad, el pueblo ignoraba que el Palacio del Gobierno se había convertido completamente en fragua donde se forjaba el grillete de su próxima esclavitud. 1861. Reunión de personas importantes. Invitados por el General Santana, se trasladaron a la ciudad Capital sus más prestantes amigos del país, quienes reunidos, convinieron en “abrirle camino, de una manera disimulada, a la idea de la anexión, en la masa del pueblo ignorante, que sumido en el más profundo obscurantismo”, sólo despertó cuando se sintió encadenado. Viaje del Brigadier Peláez. Poco despues llegó el Brigadier don Antonio Peláez de Campomanes, segundo Cabo de la Capitanía General de Cuba, en misión que se relacionaba con el proyecto de anexión, y celebró una misteriosa entrevista con el General Santana en San José de Los Llanos. Al ausentarse, acompañó al Brigadier Peláez el Ministro de Hacienda, don Pedro Ricart y Torres, para ultimar con el General Serrano, Capitán General de Cuba, más tarde Duque de la Torre, todo lo relativo a la anexión; pues ese General español tenía plenos poderes para dar forma a la consumación del atentado político que iba a convertir a la República Dominicana en Colonia Española. Proclamación de la Anexión. Hasta el 4 de marzo de 1861 había mantenido en secreto el General Santana las negociaciones entabladas con España. ¡Por medio de una circular, explicó entonces a sus amigos la salvadora transición que se avecinaba! Desde ese momento, el patriotismo vio claro, y, a pesar de la expulsión del General Mella, el ilustre dominicano Pbro. don Fernando Arturo de Meriño concibió un plan para entorpecer la realización de ese crimen de lesa patria, en que jugaban un papel importante los Generales Manzueta y Leger. Denunciado el proyecto de conjuración a Santana, éste amenazó con reticencias al General Leger, y el 18 de marzo de 1861, al proclamarse la anexión, en los balcones del Palacio de Gobierno de la Plaza de la Catedral, donde se vitoreó a Doña Isabel II de España, tuvo el General Leger, cuya presencia se había exigido, que arriar la bandera nacional y enarbolar el pabellón español, que fue saludado por la Fortaleza con ciento un cañonazos. ¡Pobre Patria! Adhesión de todas las autoridades. Preparada de antemano la horrible farsa, todas las autoridades dependientes del Gobierno se adhirieron por medio de simulados pronunciamientos a la inconsulta anexión, distinguiéndose la población de San Francisco de Macorís por la oposición que hizo a que se arriara la bandera nacional, lo que obligó al Comandante de Armas, General Juan Esteban Ariza a usar de la fuerza. Cupo a Puerto Plata la gloria de haber sido la última ciudad que doblara el yugo ante la nueva coyunda que nos esclavizaba. Y, mientras más se empeñaron Santana y sus partidarios en revestir el acto de reincorporación, de acuerdo con las indicaciones del General Leopoldo O’Donnell, Presidente del Consejo de Ministros Español, “de carácter espontáneo para dejar a salvo 272 bernardo pichardo | resumen de historia patria la responsabilidad moral de España”, resaltaron a la vista la perfidia y el engaño de que se habían valido para arrebatarnos la libertad. Cuando el General O’Donnell sugirió la necesidad de un plebiscito, se le expresó que la matrícula de Segovia suplía esa formalidad. Bautismos. El pueblo denominó bautismos a la profusión de grados y ascensos en el ejército otorgados por Santana y al reparto de las casas del Estado entre sus amigos “en pago de acreencias”, con que se esforzó el tirano en mantener sumisos y conformes a ciertos elementos en vísperas de la anexión. Protesta de Moca. El 2 de mayo de 1861, después de mes y medio de proclamada la anexión, el Coronel de Caballería José Contreras proclamó en Moca la Restauración de la República y asaltó los cuarteles, que defendió hasta perecer el Teniente Francisco Capellán, y donde quedó herido el General Suero. ¡Se decidió la acción contra los patriotas, y días después el bravo Coronel Contreras y sus heroicos compañeros bañaron con su sangre de mártires el tronco de nuestra libertad perdida, luego reconquistada a golpes de intrépido batallar! Llegada de las tropas españolas. Los primeros contingentes de fuerzas españolas llegados al país a raíz de la anexión, procedieron de Puerto Rico y Cuba. Tragedia de El Cercado. Aquel noble apóstol de nuestra libertad, el héroe de la Puerta del Conde, el ilustre Francisco del Rosario Sánchez, tan pronto como supo en el destierro que la Patria había desaparecido, se trasladó a Haití, acompañado del General Cabral y de otros distinguidos dominicanos. Una vez obtenido el concurso, que solicitó durante algún tiempo, del presidente Geffrard, atravesó la frontera del lado de El Cercado, mientras el General Cabral hizo lo mismo con otro grupo de patriotas en los límites de Neyba. Cuando ya había abierto Sánchez operaciones militares, le avisó desde Port-au-Prince don Manuel María Gautier que el Presidente Geffrard, “amenazado por el Gobierno Español”, le retiraba su apoyo y negaba los recursos prometidos. Tal noticia produjo hondo desconcierto en las filas de los patriotas, y llegó a tal punto el pánico, que Santiago de Olio, el más influyente y prestigioso de los elementos fronterizos que se habían puesto a las órdenes de Sánchez en El Cercado, concibiera el plan, traidor y vulgar, para redimirse de las persecuciones que le acarrearía su anterior actitud, de capturar a Sánchez y sus compañeros para entregarlos a Santana. “Se adelanta el traidor, aposta sus emboscadas al pie de la loma Juan de la Cruz, y cuando Sánchez y sus compañeros se dirigían a Haití”, forzados por la falta de apoyo, balas dominicanas los acribillan y sus brazos hercúleos de libertadores son atados, como si se tratara de criminales empedernidos. Sánchez herido, y veinte de sus compañeros fueron entregados y trasladados a San Juan, logrando los demás internarse en Haití. Improvisado Consejo de Guerra, presidido por el General Domingo Lazala, enemigo personal de Sánchez, los juzgó, y es fama que el prócer ilustre hizo esfuerzos porque el fallo condenatorio, que ya presumía y aguardaba impasible, sólo alcanzara a él, achacándose la absoluta responsabilidad de todo lo ocurrido, cuando lleno de virilidad exclamó: “Tibi soli peccavi et malum coram te feci…”. 1861. Y allí, el 4 de julio, confundidas por el martirio, como lo estuvieron en el esfuerzo libertador, fueron sacrificadas las víctimas con que la impiedad del patricio quiso ahogar el 273 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA resurgimiento de la libertad, para vigorizar con su ejemplo generoso el espíritu varonil del grito de Capotillo, el intrépido ardimiento de Luperón y los tremendos mandobles con que las vengó Cabral en La Canela. Las ideas de libertad no se extirpan con la muerte de los hombres que les representan, puesto que a medida que los pueblos piensan en ellas, descubren en los mártires una grandeza moral que, poseídos de noble ambición, aspiran a imitar. De ese hecho horroroso protestó con entereza el Comandante del batallón de La Corona, don Antonio Luzón, “que se salió de San Juan con sus fuerzas para no autorizarlo con su presencia”. Viaje de Santana al Sur. De Moca, adonde lo habían llevado los acontecimientos ocurridos, atravesó el General Santana, por el camino de Piedra Blanca, a Azua, cuando en esa ciudad recibió una comunicación del General Serrano, de la que era portador el Teniente Coronel Antonio García Rizo, en la cual le participaba: “que Doña Isabel II, obedeciendo a los magnánimos impulsos de su corazón, se había dignado aceptar los votos de los fieles habitantes de la parte española de Santo Domingo, y consentía en que ésta volviera a entrar en el seno de la Patria Común, formando parte integrante de la monarquía española”. Títulos concedidos al General Santana. Tinto una vez más en sangre de libertadores el territorio dominicano, un manto de impenetrable y silenciosa tristeza envolvió al abatido espíritu nacional, mientras el General Santana, creyéndose para toda la vida omnipotente, recibió como premio a su delito el nombramiento de Teniente General de los Reales Ejércitos, Gobernador Civil y Capitán General de la Colonia, Senador del Reino y posteriormente el título nobiliario de Marqués de Las Carreras. Junta Clasificadora. Al frente de la Capitanía General de la nueva Colonia instaló el General Santana, bajo su presidencia una Junta Clasificadora, de la cual formaron parte el Segundo Cabo don Antonio Peláez de Campomanes y los Generales dominicanos Antonio Abad Alfau, José María Pérez Contreras y Miguel Lavastida, con el objeto de reconocer los empleos y grados militares otorgados por los distintos Gobiernos de la extinguida República. No presidió la equidad las decisiones de esa Junta, pues el General Santana y sus parciales en ella tomaron a empeño el abrillantar la hoja de servicios de aquellos con quienes tenían viejos vínculos políticos y la de postergar los legítimos merecimientos de los que consideraban como adversarios. Expulsión del Padre Meriño. No queremos dejar de consignar que, con motivo de su patriótica actitud contra la anexión, se envió para España, bajo partida de registro, al Pbro. Fernando Arturo de Meriño, más tarde Presidente de la República y Arzobispo Metropolitano de la Arquidiócesis. Absorción de los destinos públicos. Grandes fueron las desazones experimentadas por el General Santana al darse cuenta de que una corriente de peninsulares había invadido los destinos públicos de la nueva Colonia con perjuicio de los amigos que lo habían acompañado a realizar la anexión, obra nefasta a que llegó, casualmente, “para conservar sin peligro el monopolio de un poder absoluto que le permitiera repartir los empleos entre sus allegados”. Santana, al consumar la anexión, se olvidó de que a toda hora y en toda latitud, los invasores, ocupadores, interventores o usurpadores de un país, lo convierten en un renglón de su presupuesto, donde refugian a cuantos asedian el Gobierno de la Metrópoli, con la demanda insaciable de ventajas, negocios, posiciones políticas o ascensos militares de viejo prometidos y hasta ese momento incumplidos. 274 bernardo pichardo | resumen de historia patria 1862. Renuncia de Santana como Capitán General. El contacto con la realidad y la exigente solicitud de muchos de sus amigos que, al sentirse anulados, advirtieron el engaño, cercenaron en gran parte el antiguo prestigio del General Santana, con intrigas desarrolladas cerca del elemento dominador exótico. Desposeído de su omnímodo poder dictatorial, e impotente su indómita voluntariedad para triunfar en la lucha que sostenía contra muchos, y muy especialmente con su Segundo, el Brigadier Peláez, apeló el General Santana a su recurso favorito en días de crisis: el de retirarse “por motivos de salud a El Prado” y luego renunciar, tal vez con la esperanza de que esta última actitud provocaría alarma, y, por ende, una reacción en su favor; pero si tal fue su cálculo sufrió un grave error, pues el Gobierno de Su Majestad aceptó la renuncia y le dio las gracias por “el celo, lealtad e inteligencia” que había demostrado en el desempeño de la Capitanía General. Santana Marqués de Las Carreras. Con el objeto, según parece, de no hacer tan hondo el desencanto de Santana con motivo de la aceptación de su renuncia, la Reina le hizo “merced de título de Castilla”, con la denominación de Marqués de Las Carreras, irrisoria recompensa que, si halagó momentáneamente su selvática vanidad, debió constituir más tarde para él, en la hora de su arrepentimiento, un candente aro de fuego que abrasó los mustios laureles de soldado que ciñeran su frente. Gobierno de Rivero y Lemoine. Para reemplazar al General Santana, nombró la Corte al Teniente General don Felipe Rivero y Lamoine. Continuó el Marqués al frente de la Capitanía General hasta que llegó el sustituto, a mediados de julio de 1862. Tomó posesión de su cargo el General Rivero, acompañado del Brigadier don Carlos de Vargas Machuca y Cerveto, como Segundo Cabo, en reemplazo del Brigadier Peláez. Nuevo Arzobispo. En esos mismos días tomó posesión del Arzobispado don Bienvenido Monzón, quien procedió a la instalación del Cabildo Eclesiástico, en el cual no figuró un solo sacerdote dominicano, pues cuando se destruye la libertad de un pueblo, o se apagan los reflejos de su soberanía, siempre toma empeño el dominador en sojuzgar hasta la dirección espiritual que representan las funciones religiosas. Capítulo XXXVIII Restauración Estado político del país. Para este tiempo ya el sentimiento nacional, de manera casi unánime, consideraba que “la obra de la anexión impuesta por la fuerza” no había reportado beneficio alguno al país. Sólo un grupo de amigos de Santana había derivado ventajas pecuniarias y honores por su complicidad en el crimen cometido, y el afán de aparentes progresos que resultaba costoso a la población unido a las vertiginosas innovaciones con que se pretendió cambiar las costumbres, españolizándolo todo, habían llevado el disgusto a su grado más alto. Cerrados los templos masónicos, como si fueran focos de conspiración; establecida la censura para la prensa y decretados terribles castigos para los desafectos al régimen colonial, rápidamente se levantó una ola de antipatía y repulsión, que culminó con sangrientos arrebatos primero, y más tarde en una protesta armada, por cuyo cauce corrieron torrentes de sangre y de lágrimas. 1863. Asalto de Neyba. A principios del mes de febrero de 1863, a la cabeza de 50 hombres, el Comandante Cayetano Velázquez asaltó la población de Neyba; pero, sin fe 275 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA el vecindario en el éxito de la empresa, secundó al Alcalde para capturar al insurrecto y restablecer la tranquilidad. Pronunciamiento de Guayubín. Pocos días después, el General Lucas Evangelista de Peña, con el concurso de los Coroneles Norberto Torres, Juan Antonio Polanco, Benito Monción y de los Oficiales Pedro Antonio Pimentel, José Cabrera, José Barriento, Juan de la Cruz Alvarez y otros, pronunció al pueblo de San Lorenzo de Guayubín, e hizo presos a los españoles allí destacados, mientras el Coronel José Mártir, ayudado por don Santiago Rodríguez, desalojó de Sabaneta a las fuerzas españolas. El movimiento se extendió rápidamente hasta llegar a Monte Cristy, de donde se despacharon expresos a la autoridad de Santiago con la noticia de todo lo ocurrido. A la cabeza de pocas fuerzas salió para la Línea N. O. el Gobernador Hungría, y mientras se acantonaba en Jaivón para iniciar el envío de una comisión a los insurrectos, entre los cuales contaba con algunos amigos le sorprendió la noticia de que Santiago de los Caballeros había correspondido al movimiento restaurador iniciado. Acontecimientos de Santiago. El sentimiento patriótico, nunca desmentido, con que, entre otras poblaciones del Cibao, había Santiago resistido a la obra de la anexión, se reveló esta vez con actos que, aunque tuvieron un desenlace desgraciado para el interés nacional, comprometieron el innegable espíritu viril de sus hijos para convertirla, más tarde, en sangriento y glorioso escenario de nuestra lucha restauradora. Con el objeto de secundar el movimiento iniciado en la Línea N. O., un grupo de patriotas reunidos en el Fuerte Dios, en la noche del 24 de febrero del año antes citado, se dirigió a la Plaza de Armas, puso en libertad los presos y, de acuerdo con el Ayuntamiento compuesto por los señores Juan Luis Franco Bidó, Pablo Pujol y Belisario Curiel, exigió la rendición de todas las tropas que habían sido reconcentradas a la Fortaleza San Luis, en virtud de denuncias que habían recibido las autoridades españolas. Vaciló el General dominicano Achille Michel, Jefe de las Reservas, a quien el General Hungría confió la Gobernación de esa plaza al tener que salir a campaña; pero el Teniente Coronel español Joaquín Zarzuelo se le impuso, redujo el Ayuntamiento y a un gran número de personas notables a prisión y ordenó al Capitán Lapuente que bajara del Fuerte con su compañía al encuentro de los conjurados, seguido de fuerzas del Batallón de San Marcial, a les órdenes del Comandante Aguilera. Los amotinados a su vez avanzaron dando vítores a la República y trabaron un fuerte tiroteo hasta que, arrollados los patriotas, tuvieron que retirarse, con abandono de cinco muertos y varios heridos. Cuando el General Hungría, informado de los acontecimientos, llegó a Santiago, ya el conato de rebelión había sido sofocado e iniciado el procedimiento sumarísimo que llevó al cadalso a unos, a otros al destierro y a no pocos al presidio. Movimiento de fuerzas. De la ciudad Capital salieron grandes contingentes de tropas hacia el Cibao, al mando del General Santana, del Segundo Cabo don Carlos de Vargas y del General José María Pérez Contreras, de donde regresaron todas a pocos días después de haber tomado posesión de la Gobernación de Santiago el tristemente célebre Brigadier Buceta. 1863. Comisión Militar. No perdió tiempo la Comisión Militar instalada en Santiago, de acuerdo con las disposiciones dictadas por el Capitán General Rivero, y el 17 de abril, en virtud de sentencia recaída fueron fusilados en aquella ciudad los patriotas Eugenio Perdomo, Carlos de Lora, Comandante Vidal Pichardo y Capitán Pedro Ignacio Espaillat 276 bernardo pichardo | resumen de historia patria “como cabecillas de los sediciosos que se amotinaron el 24 de febrero contra la legítima autoridad”. Adquirió las proporciones de leyenda romancesca el hecho de que en la madrugada del día en que debía ser pasado por las armas el poeta Eugenio Perdomo, abandonara la capilla, previo compromiso de honor de regresar, celebrado con el oficial español que le custodiaba, para ir a entonar una última y melancólica endecha de amor, bajo la ventana de su desolada prometida, y que en tiempo oportuno se restituyera a la prisión para acatar el voto de la sentencia fatal. ¡Noble rasgo éste que demuestra el espíritu caballeresco del dominicano y la nobleza legendaria del alma castellana! Después de pacificada la Línea N. O., a costa de pocos sacrificios, el Capitán General Rivero concedió indulto en favor de los complicados en esa insurrección. Exceptuó de los beneficios de esa medida a los Jefes y Oficiales. Muchos se acogieron a la gracia otorgada; pero otros permanecieron ocultos o se trasladaron a Haití en espera de los acontecimientos que sólo habían tenido una iniciación tan incompleta como desgraciada. Capotillo. La rebelión no había muerto, estaba simplemente en acecho de que pudieran ultimarse las combinaciones y de que se consiguieran con el General Salnave, Jefe revolucionario haitiano de aquel entonces, los recursos y municiones indispensables para recomenzarla. Obtenidos estos, el 16 de agosto de 1863, José Cabrera, Santiago Rodríguez, Benito Monción y otros de los que no habían querido acogerse al indulto decretado, enarbolaron en la enhiesta cumbre de Capotillo la bandera nacional, que flotó ufana, como diciendo al mundo que la nacionalidad que representaba surgiría de nuevo, merced al heroico esfuerzo de sus hijos. Enardecidos esos patriotas por el toque de diana glorioso e inolvidable, marcharon inmediatamente sobre Sabaneta, en tanto que Pimentel desbandaba en Jácuba a un destacamento español. Toma de Monte Cristy y Guayubín. El 18 de agosto, Federico de Jesús García, después de un ligero combate, ocupó a Monte Cristy. Cayó ese mismo día Guayubín en poder de los patriotas, que no sólo destrozaron la guarnición, sino también los refuerzos enviados por Buceta. Persecución de Buceta. Del tomo II de la Historia del Licenciado don Manuel Ubaldo Gómez extractamos lo siguiente: “En la mañana del 18, el Brigadier Buceta, con una pequeña escolta, salió de Dajabón a hacer un reconocimiento a Estero-Balsa, y al regreso fue tiroteado por los patriotas. El 19, después de ordenar que la guarnición de Capotillo se concentrase en Dajabón, salió para Guayubín con 50 infantes y 17 de caballería y fue hostilizado desde Jácuba hasta Sabana Larga por Monción y Pimentel; pero forzando el paso llegó hasta Escalante, donde tuvo conocimiento de lo ocurrido en Guayubín. Guiado por un práctico, pasó el Yaque por Castañuela para desechar a Guayubín pero, descubierto por Monción y Pimentel, fue alcanzado en Hatillo y hostilizado tenazmente desde las ocho de la mañana hasta las doce, que llegó a Guayacanes con unos catorce infantes e igual número de jinetes. “Próximo a ser acometido de nuevo, abandonó la infantería, aconsejándoles que procurasen evitar la muerte internándose en los bosques, mientras él siguió por el camino real perseguido de cerca y encarnizadamente, al extremo de que Pimentel de un sablazo derribó a un oficial que tomó por el Brigadier, y Monción de un tiro de revólver al peón de la carga, siendo herido a su vez Monción por uno de los dragones de Buceta, quien 277 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA logró, por la velocidad de los caballos, dejar a retaguardia a los perseguidores y llegar a La Peñuela con ocho jinetes. Avanzando un poco fue sorprendido en una emboscada, donde tuvo que volver grupas e internarse en el monte con dos jinetes, pues los demás habían sido capturados o extraviados. “En la mañana del 23, el Brigadier, acompañado del cabo Donato y el cazador Insúa, ambos del escuadrón de África, se unió en La Emboscada a una columna que había salido de Santiago en su auxilio. Debía su salvación a un moreno dominicano que le sirvió de práctico. “Según refiere el mismo Buceta en el diario de ese via-crucis, permaneció por los bosques perseguido el primer día y sin perseguir en los demás, sin más alimento, desde la mañana del 18, que una taza de leche, un plátano asado que le dieron en una casa, tres guayabas recogidas en el bosque y dos cañas tomadas en un conuco; en cambio, su ropa estaba destrozada, su cuerpo lleno de heridas por las espinas y su sombrero había quedado en poder de los perseguidores. “Desde la salida de Buceta de Santiago el 22 de agosto, se encontraba al frente de la gobernación el Teniente Coronel del batallón de Victoria, don Francisco Abreu, quien informado por el Subteniente de San Quintín, don Pelayo Luengo, que pudo escaparse de Guayubín el día que los patriotas tomaron ese pueblo, de los sucesos que se desarrollaban en la Línea, despachó, el 20, en auxilio de Buceta una columna de 280 infantes y 50 de caballería con dos piezas, a las órdenes del comandante don Florentino García. Esta columna, después de algunos combates en que tuvo que hacer uso de la artillería, llegó a Guayacanes el 22, y allí supo que era cierta la destrucción casi completa de la escolta del Brigadier Buceta, cuyo Jefe había pasado por aquellos parajes huyendo con muy pocos jinetes. Esta circunstancia precisó al Comandante García a volver en el acto para Santiago, teniendo que sostener un fuerte combate en la Barranquita de Guayacanes con las fuerzas de Gaspar Polanco, que desde el 20 se había unido a los revolucionarios en Esperanza y que por ser el único General de la antigua República que hasta entonces se encontraba en sus filas había sido designado Jefe Superior. La defensa de los restauradores fue heroica; pero los españoles se abrieron paso con la artillería, aunque perdiendo en la acción al Comandante García, al Capitán Robles que le sustituyó, al Teniente de artillería Doñaveitía y unos cuantos más, sin contar los heridos. El Capitán Ríos, en quien recayó el mando de la columna, continuó la marcha durante la noche, hasta que en la mañana se le unió Buceta, quien asumió el mando y entró a Santiago el 23”. Es innegable que las crueldades que Buceta había cometido en Santiago lo habían empinado reo ante el sentimiento nacional que quería, a todo trance, demostrarle cómo devuelven los pueblos las ofensas en la hora de la reacción. Sabaneta cae en poder de los patriotas. Abandonada esa población por el General Hungría, que tomó con sus fuerzas el camino de Dajabón, fue ocupada por las que mandaban Cabrera y Rodríguez. Ataque a Puerto Plata. Los Coroneles Pedro Gregorio Martínez y Juan Lafí atacaron el 27 del mismo mes de agosto esa plaza, hasta obligar a todas las tropas realistas a reconcentrarse en la Fortaleza de San Felipe. Combate en La Vega. En igual fecha, durante la noche, fue asaltada la plaza de La Vega por un grupo de patriotas que, rechazado con pérdidas sensibles, se refugió en los montes cercanos. Capitulación de Moca. En los campos de Moca los hermanos Salcedo y Manuel Rodríguez (a) el Chivo, levantaron el pendón revolucionario y, de común acuerdo, atacaron 278 bernardo pichardo | resumen de historia patria la plaza, donde se defendieron con bravura las armas del Gobierno, hasta que, incendiados sus cuarteles, se trasladaron a la iglesia para luego capitular. San Francisco de Macorís. Siguiendo el ejemplo del General Esteban Roca, que ya había abandonado a La Vega, desalojó el General Juan E. Ariza la población de San Francisco de Macorís, la que inmediatamente fue ocupada por fuerzas dominicanas a las órdenes de Cayetano de la Cruz, Manuel María Castillo, Olegario Tenares y otros. Pronunciamiento de Cotuy. La villa de Cotuy fue pronunciada por los Coroneles Basilio Gavilán y Esteban Adames. Quedó convertido, pues, el Cibao en un extenso campo de batalla, donde a diario se luchaba por reconquistar la soberanía de la República. Acción de Gurabito. El último día del mes de agosto, las fuerzas del General Gaspar Polanco levantaron su cantón de Quinigua para intentar un rudo ataque contra Santiago por el lado de Gurabito, sitio donde se empeñó una sangrienta acción con las tropas que, bajo las órdenes de los Generales Antonio Abad Alfau, Hungría y Buceta, le salieron al encuentro. Quedaron victoriosas las armas restauradoras, pues obligaron a los realistas a refugiarse en la Fortaleza San Luis, con algunas pérdidas, después de abandonar un cañón. Ataque a Santiago. Establecido el cerco de la ciudad de Santiago por las fuerzas restauradoras al mando de los Generales Polanco, Luperón, Monción, Lora y otros, llegó la noticia de que a la Fortaleza San Luis, donde se encontraba estrechado el General Buceta, sería enviado, desde Puerto Plata, un refuerzo a las órdenes del Coronel Cappa, y se resolvió tomarla antes de que llegara. El 6 de septiembre realizó el ataque el ejército restaurador, y en pocas horas ese duelo fantástico se generalizó. La acometida de los bizarros batalladores se estrelló contra la impasible resistencia de las tropas españolas. “Las descargas de fusilería y de cañones se hacían a quemaropa, y los sitiados rechazaron a los asaltantes con las puntas de sus bayonetas y con chorros de metrallas”. Cayó mortalmente herido el General Lora, al saltar una trinchera, y perecieron a su lado valerosos oficiales que se disputaban el cuerpo del héroe. Luperón descendió de su caballo herido y tornó a montar en otro; atacó de nuevo Gaspar Polanco y, cuando ya estaba a punto de dominar la Fortaleza, se le avisó que los refuerzos anunciados estaban en La Sabana, por lo cual volvió grupas a su corcel y corrió a detenerlos, dejando en desamparo a Luperón que, rechazado una y otra vez, llegó, acompañado de Monción, a salvar a Polanco a punto de ser envuelto por las columnas enemigas. ¡Cubiertas de cadáveres y destilando sangre estaban las trincheras y reductos! En aquel instante decisivo y sublime, manos patricias, en un paroxismo de quiméricas energías, para evitar que los sitiados y las tropas auxiliares se ayudaran recíprocamente, y con el objeto de rendir el Fuerte, empuñan la tea del incendiario, y Santiago, su propio hogar, se convirtió en un inmensa llamarada que empurpuró el cielo y cubrió de intensas humaredas aquel recinto donde el heroísmo patrio dio la más alta vibración, mientras el constante cañoneo que desde el Castillo mantuvo sobre la Fortaleza el Comandante Lancáster, sembró la muerte y el espanto en las aniquiladas tropas españolas. Destrozados los batallones cazadores de Isabel II, la Corona, Puerto Rico y Cuba, penetraron sus restos por encima del inmenso brasero de la ciudad destruida para acampar 279 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA en la iglesia, en tanto que el cuartel general de los restauradores se estableció en Gurabito, tregua que aprovecharon los sitiados para reunirse y organizar columnas que, al mando del intrépido General Suero, trataron de forzar el cerco y que fueron rechazadas sangrienta y repetidamente en Otra Banda y Los Chachaces. Iniciaron entonces los sitiados negociaciones de paz, y Luperón las aceptó a base de la inmediata entrega de las armas españolas. Indignado, rechazó Buceta la exigencia del prestigioso Caudillo, respondiendo que: “las tropas de Su Majestad jamás han entregado las armas que se les confiaran para defender su honor”, y resolvió abrirse paso con rumbo a Puerto Plata, por el estrecho camino de las lomas, cubierto por las fuerzas republicanas. Abandonó los heridos que había en la Fortaleza y dio el frente hacia Puerto Plata. Durante todo el día 13 se luchó encarnizadamente en esa ruta. Los últimos disparos de un combate eran los primeros del que empeñaban las tropas de refuerzo que, sin cesar empujaban a la pelea Luperón, Monción y Pimentel. Los cachorros acosaron a la leona, que devolvió con sus zarpas las inmensas desgarraduras que ellos le ocasionaron, y a las seis de la tarde, al desmontarse Luperón y abandonar las bridas a uno de sus edecanes, con varonil entonación exclamó: “Hoy hubo gloria para todos los dominicanos”, mientras un Teniente español prisionero, se incorporó y le dijo con altivez: “y para los soldados de Su Majestad también”. Abrazáronse esos dos héroes, reconocieron que la tizona del Cid y el sable restaurador habían sido forjados con el mismo acero y en la misma fragua, y las palpitaciones de esos dos corazones gigantescos ratificaron, de modo solemne, en aquellos desiertos y empinados desfiladeros, los vínculos y el pacto, sólo visibles para los ojos del espíritu, que siempre han existido entre la invicta madre y la hija predilecta. La retirada de Santiago a Puerto Plata costó a las fuerzas realistas, 1,000 hombres, sin contar las pérdidas experimentadas durante el ataque de Santiago, y 223 heridos que quedaron abandonados en la Fortaleza de San Luis, por carecer de los medios indispensables para transportarlos. Estado de la revolución. Abandonada la ciudad de Santiago de los Caballeros por las tropas españolas, el Cibao entero, a excepción de Samaná y Puerto Plata, quedó en poder de los restauradores, iniciándose con el pronunciamiento del General Eusebio Manzueta, en Yamasá, la insurrección de la Provincia de Santo Domingo. Capítulo XXXIX Gobierno Provisional Restaurador 1863. Aclamación. Por aclamación popular se constituyó en la destruida ciudad de Santiago de los Caballeros, el 14 de septiembre, un Gobierno Provisional presidido por el valeroso y temerario General J. A. Salcedo, y en cuyo personal se distinguieron las conspicuas e ilustres figuras de Ulises Francisco Espaillat, Benigno Filomeno de Rojas, Máximo Grullón, Pablo Pujol, Pedro Francisco Bonó, Alfredo Deetjen, Julián B. Curiel y Sebastián Valverde, que publicó una manifestación en que se “declaraba ante Dios, el mundo y el trono de España”, la restauración de la República Dominicana. Primeras medidas del Gobierno Provisional. Procedió inmediatamente a reforzar a los sitiadores de Puerto Plata; promovió la insurrección de Samaná, y la de San Cristóbal y El Maniel, en el Sur, con el envío de una columna por el camino de Constanza, bajo las órdenes del General José Durán. 280 bernardo pichardo | resumen de historia patria En el orden político e internacional tomó otras no menos importantes y trascendentales, como fueron: la exposición razonada dirigida a la Reina de España, contentiva de los motivos que tenía el pueblo dominicano para levantarse en armas en interés de reconquistar su autonomía; un decreto con la declaratoria de guerra por mar y por tierra a la Monarquía Española, y otro declarando traidor a la Patria al General Santana, que ordenaba, además, se le pasara por las armas, una vez reconocida su identidad por cualquier jefe de tropas restauradoras que lo apresara. Santana sale a campaña. No obstante la amarga decepción que invadía toda su alma, se vio obligado el General Santana a ofrecer sus servicios, y, a la cabeza de una columna de 2,100 hombres, y con el General dominicano José María Pérez Contreras y el Coronel español Joaquín Suárez de Avengoza, como Jefes auxiliares, salió a campaña para establecer su Cuartel General en Monte Plata, con el intento de destacar fuerzas sobre el Cibao y de mantener un cordón que impidiera el avance de la revolución hacia el Sur. Insurrección en el Este. El 4 de octubre, el Comandante Pedro Guillermo atacó Hato Mayor, donde fue rechazado. Se guareció luego con su grupo en las montañas de La Yerbabuena, para mantener intranquila una región que se creyó insospechable para la causa de España, en razón del prestigio y arraigo que en ella tuvo en otras épocas el Marqués de Las Carreras. Incendio de Puerto Plata. Mientras los Generales Buceta y Alfau se embarcaban en Puerto Plata, después de haber resistido las duras pruebas que les impusieron las fuerzas dominicanas en todo el trayecto de Santiago a esa población, se adhirió el General Benito Martínez a la causa nacional. Unidas sus fuerzas con las que ya asediaban la Fortaleza de San Felipe, atacaron con verdadero denuedo a los españoles refugiados en ella, oportunidad en que demostró nuevamente el General Primo de Rivero una gran energía y un valor a toda prueba en la defensa. Como consecuencia de ese memorable combate, la población quedó reducida a un montón de cenizas, sin que haya podido determinarse hasta ahora, con verdadera precisión, cómo se inició el espantoso siniestro. Orden de concentración. En vista de las noticias que le llegaban de todas las provincias del Cibao cada vez más adversas para la causa que representaba; insurreccionado el Sur; infectado el Este por partidas revolucionarias, y en la más completa inacción el ejército a las órdenes del General Santana, resolvió el Capitán General Rivero la concentración de todas las fuerzas en la ciudad Capital, para concertar un plan vigoroso y abrir una nueva campaña dentro de la más absoluta unidad de acción. Tanto Gándara, que acababa de llegar a Puerto Plata, como Puello, que operaba en el Sur, la acataron; pero no así el General Santana, quien empeñó, después de oír a la oficialidad, la acción de Arroyo Bermejo, en que los revolucionarios se vieron obligados a replegarse al Sillón de la Viuda. Mientras tanto, en el campamento del General Santana la deserción aumentaba de día en día, merced a la habilidad del General Pedro Valverde y Lara, que se encontraba en el Cuartel General en calidad de preso. Reiterada la orden de concentración, avanzó Santana, en vez de obedecerla, hacia Yamasá, para replegarse luego, sin haber obtenido éxito que pudiera, por lo importante, atenuar en algo su desobediencia. Pronunciamiento de Baní y San Cristóbal. Mientras el irascible Marqués desatendía la orden de concentración del General Rivero, llegó a la Capital la noticia de 281 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA que San Cristóbal y Baní se habían pronunciado y la no menos alarmante de que el General Durán se encontraba en las inmediaciones de Azua. En tal virtud, organizó el Capitán General una columna que puso bajo las órdenes del General Gándara, con el General Eusebio Puello como segundo. Hostilizada en todo el camino, llegó a las inmediaciones de San Cristóbal, dos días después de su salida, para quedar luego, a su entrada en esa población, completamente rodeada de cantones que fue necesario ir a atacar. Se libraron las acciones de Cambita, Doñana y Yaguate. Reemplazo del General Rivero. Después de fracasar en su empeño de someter a obediencia la Colonia, fue reemplazado el General Felipe Rivero y Lemoine del cargo de Capitán General por don Carlos de Vargas. Operaciones de Gándara. Completamente sitiado en San Cristóbal, devoradas sus tropas por las enfermedades, y en conocimiento de que el valeroso Comandante Valeriano Weyler había sido derrotado en Haina, resolvió el General Gándara su regreso, y “a las tres y media de la madrugada, entre las tinieblas y el silencio más profundo, mi pobre división, dice el mismo Gándara, rompió la marcha con más apariencia de Convoy fúnebre que de ágil columna de operaciones. Su General, como sus Jefes todos, marchaban a pie para dejar sus caballos a los enfermos”. Cuando el General Gándara llegó a Haina, encontró, junto con nuevos refuerzos, la orden de abrir operaciones sobre Baní y Azua. En su marcha hacia la primera de esas dos poblaciones fue molestado en todo el camino por las guerrillas enemigas, y de manera muy encarnizada en Sabana Grande, Palmar de Fundación, Nizao y Paya. Al llegar a Baní, que abandonaron los revolucionarios después de incendiarlo, el elemento nativo, exasperado por las crueldades de Pedro Florentino, se puso a las órdenes del General Gándara. Procedimientos de Pedro Florentino. Aquel hombre no era ya un patriota. Se había convertido en una fiera, cuyos salvajes instintos estimulaban, con lecturas que no podían entender, algunos elementos que lo acompañaban. Fusiló pacíficos; atropelló personas de gran valor; impuso contribuciones y ejerció toda clase de tropelías: procedimientos estos con los cuales restó valiosos concursos a la causa nacional. Llegada a Azua. Tan pronto tomó posesión de la ciudad de Azua, destacó el General Gándara una columna sobre San Juan, a las órdenes de su Segundo, el General Eusebio Puello, población que ocupó después de algunas escaramuzas; pero donde sintió el vacío y la repulsa que le obligaron a regresar a la ciudad cabecera de Provincia, casi inmediatamente. Operaciones sobre Neyba y Barahona. En posesión de los refuerzos que había pedido, salió el General Gándara sobre Neyba y Barahona, librando en su marcha las pequeñas acciones del Yaque y Las Cabezas de las Marías. A su llegada a Neyba, encontró la población desierta, y, mientras en la plaza de armas arengaba a los pocos vecinos que se presentaron a las tropas, “cada vez que en el curso de la arenga pronunciaba una palabra de amistad, benevolencia o afectuosa recomendación para el pueblo y sus vecinos, los tiradores enemigos, ocultos en la manigua que rodeaba la plaza, acompañaban con sus cercanos y repetidos tiros los períodos más animados, haciendo, según dice el mismo Gándara, lo confiesa con franqueza, poco tranquila y sosegada mi elocuencia”. 282 bernardo pichardo | resumen de historia patria Cubierta esa población con una pequeña, pero escogida guarnición de las reservas, continuó el aguerrido militar español su marcha hacia Barahona, y se batió de camino en Las Salinas, El Rincón y en la Sabana de Pesquería. Después de ese último combate, entró a Barahona, de donde habían disparado los revolucionarios un cañonazo al vapor Isabel la Católica, que, al hacer blanco, ocasionó cuatro víctimas. Enfermedad del General Santana. Cuando todo esto ocurría, en nada había cambiado el estacionamiento de las fuerzas bajo las órdenes del General Santana, pues, si bien es verdad que libraron algunos combates, no es menos cierto que se obtuvieron triunfos parciales; pero fue para replegarse a poco sin haber logrado romper la línea restauradora que les impedía avanzar hacia el Cibao. A fines de diciembre de 1863 se enfermó el General Santana, y trasladado a la ciudad Capital, fue sustituido en el mando de las tropas por el General Antonio Abad Alfau, designación que coincidió con la ocupación por parte del General revolucionario Marcos Evangelista Adón, de toda la región de La Victoria, con el objeto de interceptar los convoyes que frecuentemente se enviaban por el río Ozama al Cuartel General de Guanuma. Batalla de La Sábana de San Pedro. En los mismos días en que el General Alfau asumió el mando de las fuerzas españolas en Guanuma, se presentó el General Luperón en Arroyo Bermejo, nombrado por el Gobierno provisional Jefe de las Fuerzas Restauradoras. Ambos eran hombres de empeños temerarios, y bien pronto en la Sabana de San Pedro libraron, a campo raso, un sangriento y encarnizado combate en que triunfó la organización, disciplina y superioridad en el armamento de las tropas españolas. Las bajas fueron considerables para ambas partes, logrando Luperón no caer prisionero “por haberlo montado un azuano” en las ancas “de la mula en que cabalgaba”. Los restauradores se replegaron al Sillón de la Viuda, para ocupar nuevamente a Arroyo Bermejo, que había sido abandonado por los españoles al retirarse a Guanuma. Expedición marítima a Samaná. Inútiles habían sido los esfuerzos del General José Hungría, Gobernador de Samaná, para contrarrestar en la península el movimiento revolucionario que sostenía en ella, resueltamente, el General José S. Acosta, por lo cual el Comandante Montojo, Jefe de la Estación Naval de la bahía, concibió una operación marítima, y, al efecto, dispuso que las Cañoneras Ulloa y Número 18 abrieran sus fuegos sobre Los Robalos, a fin de proteger el desembarco de las tropas; pero antes de que éste terminara se le hizo un fuego tan nutrido desde la manigua que las obligó a reembarcarse. Operaciones restauradoras del Sur.– En interés de contrarrestar los desmanes y crímenes de Pedro Florentino, que, como hemos expresado, hacían odiosa la noble causa que representaba y de vigorizar la acción revolucionaria en el Sur, envió el Gobierno Provisional al General Juan de Jesús Salcedo al frente de una columna. No hizo resistencia alguna el General Florentino, quien se retiró para la frontera, donde pagó al fin sus crímenes a manos de sus propios compañeros. Las gestiones del General Salcedo no dieron los resultados que se había propuesto el Gobierno Provisional, y, en tal virtud, se le sustituyó con el General Manuel María Castillo, hombre de clara inteligencia y de excepcional tacto político. Le antecedió en esa misión el General Ramón Mella, Ministro de Guerra, quien, a causa de grave enfermedad, tuvo que regresar a Santiago. Muerte del Prócer General Mella. Este intrépido y bizarro adalid de nuestra independencia, que también tomó parte en la cruzada restauradora y que lanzó, al penetrar 283 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA por Haití, un memorable y hermoso manifiesto, murió en Santiago, el 4 de junio, a causa de la enfermedad que minaba su existencia, y antes de cerrar los ojos, balbuceó, en una última contracción de sus energías: “Aún hay Patria”, “¡Viva la República Dominicana!” y el triste césped del patrio olvido cubrió sus restos hasta que la gratitud nacional los trasladó a la Capilla de los Inmortales. Revolución del Este. Ya por aquel entonces la revolución del Este se había acrecentado de tal modo, merced a la actividad y buena dirección que le imprimieron Pedro Guillermo, Antonio Guzmán y otros, que el General Santana, repuesto de sus quebrantos, salió con fuerzas para el Seybo, en cuyo trayecto hubo de batirse, para a poco recibir la noticia de que las tropas de los Generales Luperón, Manzueta, Adán y Tenares, hostilizaban de cerca el ejército realista en las Comunes de Guerra, Los Llanos, Bayaguana y Monte Plata. 1864. Muerte del General Juan Contreras. El 12 de febrero de 1864, en Maluco, “las fuerzas españolas mandadas por el General de las reservas Juan Contreras” fueron derrotadas por las tropas dominicanas bajo las órdenes del General Olegario Tenares. Desbandada la columna española, se retiraba solo el General Juan Contreras, cuando oyó que Tenares le gritaba para que se detuviera… Se desmontó de la mula, desenvainó el sable y avanzó solo contra sus adversarios, pereciendo como un héroe. El General Juan Contreras había sido de los militares que más se distinguieron durante nuestra guerra de la Independencia, y al efectuarse la anexión, no obstante su enemistad con Santana, permaneció en las filas de los anexionistas. Nuevos hechos de armas. La revolución en el Seybo, donde operaba el General Santana, llegó a adquirir tales proporciones, que las fuerzas españolas estaban obligadas a batirse diariamente. Lo mismo ocurrió en Puerto Plata y Samaná, regiones en que se celebraron también recios combates. Merece consignarse, de manera singular, el sangriento asalto dado en esa época a un convoy español en Arroyo Ratón, jurisdicción de la Provincia de Santo Domingo. Concentración de fuerzas. En vista de que “desgraciadamente el país era contrario en masa” a la causa española, “y de que la mayor parte de las poblaciones que aparecían como pacíficas sólo estaban contenidas por la presencia de las tropas”, resolvió el Capitán General Vargas la concentración de las fuerzas de Guanuma a Santo Domingo, y a Guerra las tropas de Monte Plata, medida con la cual no estuvo de acuerdo el General Santana. Como es natural, efectuada la concentración, las armas dominicanas ocuparon las abandonadas poblaciones de Monte Plata, Bayaguana y Boyá, hasta extender el General Luperón, que era el Jefe de ellas, sus operaciones en todas esas regiones. Combate del Paso del Muerto. El 19 de marzo de 1864, en el lugar denominado Paso del Muerto, río Yabacao, se empeñó un reñido combate en el que murió el General Juan Suero, dominicano que abrazó la causa española y hombre de un valor legendario que había luchado gallardamente durante la Independencia, y de quien dijo un historiador: “Cuando conocí al General Suero creí cierta la existencia del Cid”. A su muerte redobló sus actividades nuestro ejército, pues libró Luperón otros combates que demostraron al Capitán General Vargas que no había medio de hacer desistir a los dominicanos de su actitud bélica, en demanda de la reintegración de su soberanía, perdida sin su consentimiento. Sustitución del General Vargas. Por disposición del Gobierno de Madrid, fue sustituido el General Vargas por el Mariscal de Campo don José de la Gándara y Navarro, 284 bernardo pichardo | resumen de historia patria quien recientemente había sido promovido a Teniente General. Acompañó como Segundo en el Gobierno de la Colonia al nuevo Capitán General el también Mariscal de Campo don Juan José Villar y Flores. Operación sobre San Cristóbal. Por aquel entonces la vecina Común de San Cristóbal se había convertido en un fuerte núcleo restaurador, y, con el objeto de hacerlo desaparecer, preparó el General Gándara una invasión que se realizó con el despacho desde la ciudad Capital, de dos columnas que, en combinación con otras dos que salieron al mismo tiempo de Baní, debían encontrarse el mismo día en la mencionada población. Cuando llegaron a ella, ya había sido abandonada por los patriotas, por lo cual tuvieron que regresar las tropas españolas a sus respectivos puntos de procedencia, cargadas de heridos, a causa de los incesantes disparos que se les hicieron desde la manigua. Capítulo XL Recrudecimiento de la guerra 1864. Llegada de Duarte al Cibao. Para saludar la aparición del esclarecido patriota, Creador de nuestra nacionalidad, el inmortal Juan Pablo Duarte, cedamos la palabra, reverentemente, al genio de la elocuencia dominicana, Dr. Fernando Arturo de Meriño: “Un periódico, mensajero misterioso que la Providencia, tal vez, hizo caer en sus manos, le impuso de lo acaecido en la República en el año 1861, y al punto sintió renacer en su mente las lejanas visiones que había acariciado en su mejor edad. La voz de la nacionalidad sacrificada no podía menos de hallar dilatado eco en su patriótico corazón, y voló a hacerse inmolar con ella o a contribuir a salvarla. “Su inesperada presencia en el Cibao, en el teatro sangriento de la titánica lucha que habían empeñado los indómitos batalladores de la Restauración, sobre las cenizas humeantes aún de la heroica ciudad del Yaque, impresionó como présago feliz y saludóse en su aparición la resurrección de la Patria. “El Gobierno Provisional lo rodeó de consideraciones y escuchó sus consejos con respeto, y, no pudiendo utilizarle en los trabajos fatigosos de aquella situación por su delicada salud, lo invistió de plenos poderes encargándole de la representación de la República en Venezuela”. Acerca de esa reaparición gloriosa del Apóstol de nuestra libertad en el Cibao, en los días de la Restauración, reproducimos también párrafos de la biografía brillantemente escrita acerca de Duarte por el distinguido escritor dominicano don José Ramón López. “Pero ya el Apóstol se encontraba más cercano a la tumba que a la Epopeya. Momentos eran en que toda la ciencia política estaba en el filo de los sables que ya aquel brazo debilitado por los años no podía esgrimir. Queriendo ser útil donde más eficacia tuviera, aceptó el cargo de regresar a Venezuela a solicitar auxilio de los patriotas continentales. “Nada logró, porque entonces Venezuela ardía en las sañudas luchas civiles. El corazón era el mismo; pero la Nación estaba maniatada por la anarquía. “Triunfó al cabo de dos años de rudo batallar la causa restauradora, aunque, en realidad, el patriotismo, que más que cualquiera otro sentimiento necesita ser ilustrado, sucumbió en las tinieblas de la ignorancia. “El virtuoso anciano no osaba regresar a la Patria a horrorizarse con la contemplación de tan afrentosos duelos. El derecho era cosa decorativa y la única práctica la arbitrariedad. Ni la vida ni los bienes estaban seguros, y se cerraban escuelas más rápidamente que se 285 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA abrían fosas, con ser tan repetidas las hecatombes. A pesar de todo, el prestante anciano repetía en su doloroso voluntario exilio refiriéndose a la Patria: “El día que la olvide será el último de mi vida”. Y, allá, en la hospitalaria Caracas, cerró los ojos más tarde, el 15 de julio de 1876, llevando impresa en la mente y latente en el corazón la visión luminosa y adorada de la Patria que creó con sacrificios inauditos. Allí reposaron sus despojos venerados hasta que, en 1884, un acto de reparación histórica los trasladó en hombros de la gratitud y de la gloria a dormir el perenne sueño de la Historia junto a sus férvidos compañeros en la labor de redención nacional. Actitud de Santana. La insistente petición de refuerzos por parte del General Santana fue atendida por fin con el envío de un respetable contingente de tropas, bajo las órdenes del Brigadier don Baldomero Calleja, quien llevaba también instrucciones de “sustituirlo en el mando en caso necesario”. Esto último desagradó profundamente al General Santana, por cuanto que con ello se postergaban los merecimientos de los Generales dominicanos Eugenio Miches, Juan Rosa Herrera, y otros que compartían con él las penalidades de la ruda campaña que sostenía en la insurreccionada Provincia del Seybo. Reflejó el General Santana su estado de ánimo en nota que dirigió al Capitán General Gándara, y que fue contestada enérgicamente, lo que motivó que entregara el mando al General Calleja y se trasladara a Santo Domingo, donde, al comparecer ante el General Villar, que por ausencia de Gándara ocupaba su puesto, no usó un lenguaje mesurado. Muerte del General Santana. No sabemos si un designio piadoso de la muerte, o, según otros, la trágica determinación de su indomable voluntad, economizó al General Santana la vergüenza de ser remitido a Cuba, en espera de las órdenes que se habían pedido a la península con respecto a su persona, pues el 14 de junio de 1864, es decir, ocho días después de su llegada a la Capital murió, casi repentinamente, a las cuatro de la tarde. Detengamos la pluma justiciera y vengadora, y que la mano severa que ha trazado los rasgos del tirano arroje sobre la tumba del arrepentido Marqués de Las Carreras la beatífica flor de la piedad. El entierro del General Santana revistió la mayor solemnidad. Se dio sepultura al cadáver en el patio de la Fortaleza, “a petición de sus deudos, por temor de que los odios provocaran una profanación sacrílega”. Y allí reposaron, arrullados por el mar y por las dianas matinales del clarín, hasta que hace algunos años fueron exhumados y conducidos al templo, que sigilosa y cristianamente los cubre. Invasión del Cibao. Al frente, el General Gándara de la Capitanía General de la Colonia, pensó inmediatamente en el viejo plan que había concebido de penetrar al Cibao por Monte Cristy, a la cabeza de un ejército respetable, y ultimó cuanto fue menester para llevarlo a término con la cooperación del Capitán General de la isla de Cuba, que en 14 vapores, seis de ellos de guerra, le envió un numeroso contingente de tropas de artillería, infantería y caballería. Reunido un ejército de seis mil soldados bajo el mando del General Primo de Rivero, se le incorporó el General Gándara en la bahía de Manzanillo. Una vez desembarcados esos contingentes, el 16 de mayo de 1864 abrió el Capitán General en campaña sus operaciones sobre Monte Cristy, batiéndose durante el trayecto 286 bernardo pichardo | resumen de historia patria con las fuerzas restauradoras que, a las órdenes del General Federico de Jesús García, los hostilizaron. En esa plaza se había organizado la defensa en lo posible, merced al esfuerzo del Jefe de ella, General Benito Monción, quien estuvo secundado entusiastamente por los Generales Pedro Antonio Pimentel y Juan Antonio Polanco. El número de patriotas apercibidos a la defensa de esa plaza sólo alcanzaba a 500, con la agravante de encontrarse muy mal armados y de disponer de pocos cañones y en malas condiciones. No obstante esta desigualdad, el tomarla costó al ejército español cien bajas, entre las cuales se contó la del General Primo de Rivero, herido en la acción. Después de haber luchado como héroes, los patriotas se retiraron a Laguna Verde, donde fueron atacados nuevamente. Desalojados de allí, se internaron en las estratégicas posiciones de El Duro y La Malena. Efectos que produjo en el Cibao la toma de Monte Cristy. Expresa el historiador Gómez que: “en el Cibao, y aun en el seno del Gobierno Provisional, en los primeros momentos, hizo gran efecto la ocupación de Monte Cristy, porque las municiones, especialmente el plomo y el armamento, eran escasos; pero Espaillat, aunque hombre civil, dotado de grandes energías, levantó los ánimos más o menos con estas palabras: “Recójanse, dijo, las pesas, serpentines de los alambiques y todos los objetos de plomo, de estaño y de hierro, y háganse balas y lanzas, que con estas últimas se cubrieron de gloria nuestros compatriotas en la primera guerra de Independencia”. La reacción se operó y pocos días después estaban reforzados los cantones con hombres y pertrechos. Continúa la guerra. Después de efectuada la toma de Monte Cristy, los avances de la causa restauradora habían llegado a tal extremo, que las fuerzas de San Cristóbal tirotearon las guarniciones españolas del Castillo de San Jerónimo, de La Generala y del Paso de Angostura, en el río Haina, a pocos kilómetros de la Capital. Se había combatido encarnizadamente en Guerra, Los Llanos y Samaná. Desembarco de Gándara en Puerto Plata. Sin haber podido obtener los resultados que se propuso Gándara con su expedición a Monte Cristy, preparó silenciosamente un desembarco en Puerto Plata, que dirigió personalmente, y el 31 de agosto, cuatro columnas, apoyadas por algunos vapores de guerra, ocuparon, después de reñido combate las posiciones de punta de Cafemba, Maluis y Los Campeches. En defensa de la primera de ellas perdió la vida heroicamente el General Benito Martínez. Actividad de las operaciones en el Este. No menos intensa fue la actividad revolucionaria en el Este durante ese tiempo. Merece especial mención el asalto que dio el Coronel Antonio Guzmán (a) Antón, a un copioso convoy de provisiones de todas clases en la Sección de Juan Dolio. Como consecuencia de este desastre, los españoles abandonaron a San José de Los Llanos, para donde iban esas provisiones y armas. Luego se reconcentraron en Guerra, y de allí marcharon para la ciudad de Santo Domingo, adonde después llegaron, a principios de diciembre, las que operaban en el Seybo, Higüey y Gato. Insinuaciones de paz. De regreso, don Pablo Pujol, Ministro del Gobierno Provisional, que había ido a los Estados Unidos en solicitud de recursos y protección, recibió en Islas Turcas la visita de don Federico Echinagusia, que, aunque sin poderes escritos, parece que 287 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA estaba comisionado para tal fin, y le insinuó que escribiera a Gándara “con el propósito de ver si se conseguía hacer cesar la guerra que desgraciadamente afligía a este país”. Como es natural, el Ministro Pujol nada concreto pudo responder al Comisionado español, hasta no dar cuenta al Gobierno de esa sugestión, y tan pronto llegó a Santiago se le autorizó a escribir al General Gándara en ese sentido, quien respondió invitándole a una entrevista en su Cuartel General de Monte Cristy. De esta correspondencia resultó que el Gobierno Provisional nombró en comisión a los Generales Alfred Deetjen, Pablo Pujol, Pedro Antonio Pimentel, Julio B. Curiel y al Coronel Manuel Rodríguez Objío, como sus comisionados, para entenderse no solamente acerca del canje de prisioneros, sino también para tratar de la cesación de la guerra entre España y la República Dominicana. Esas conferencias efectuadas en Monte Cristy duraron dos días sin que pudiera llegarse a un entendido, porque la Comisión Dominicana lo primero que exigía era el reconocimiento de la independencia, para lo cual, como es lógico presumir, no tenía instrucciones el General español. Derrocamiento del Presidente Salcedo. Clausuradas las negociaciones, regresaron los Comisionados a Santiago, donde, reunidos varios hombres de la mayor importancia, por iniciativa del General Gaspar Polanco, se desconoció al General Salcedo y se proclamó al primero como Presidente del Gobierno Provisional, quien actuó con el mismo gabinete. El funcionario depuesto se encontraba en Guayubín, y, al recibir la noticia de lo ocurrido en Santiago, regresaba rápidamente al asiento del Gobierno, acompañado de algunos amigos, cuando se encontró con el General Luperón, que había sido designado por el nuevo Gobierno para conducirlo a Haití. Grandes fueron los esfuerzos que tuvo el General Luperón que realizar para convencer al impetuoso General Salcedo de que toda resistencia era inútil y lograr que siguiera con él para Dajabón. Una vez allí, el Jefe de la frontera haitiana se negó a recibir al ilustre expatriado, con la declaratoria de “que a la revolución no le convenía tener a Salcedo, ni expulso, ni preso, ni en libertad”. En vista de esta negativa, tomó el General Luperón el camino de Santiago con el prisionero, y “al encontrarse en las inmediaciones de la ciudad con Polanco, a quien le sorprendió el regreso, y entregarle una carta en la cual Monción, Pimentel y Juan Antonio Polanco, que habían querido quitárselo para fusilarlo, le comunicaban la opinión del General Philantrope, Jefe de la frontera haitiana, resolvió enviarlo como preso al campamento de La Jabilla”. Y de allí la orden secreta del Presidente Polanco lo llevó a la playa de Maimón, donde fue asesinado en altas horas de la noche, y sus restos abandonados, hasta que después fueron trasladados a la Fortaleza de San Felipe, en Puerto Plata. La gratitud de un munícipe, más tarde, le levantó un modesto monumento que luce esta escueta inscripción: “J. A. Salcedo, 1864”. Respetemos el silencio de ella, que compendia la magnitud de un crimen político que proyecta sombras, muchas sombras, sobre frentes ungidas por la Gloria. Junto a esa tumba como que lloran, al pasar, en dolientes rondas, las ráfagas evocadoras que ora agitan las cercanas selvas o azotan el peñasco altivo en que descansan las frías cenizas del héroe. Instrucciones al General Gándara. Al frente del gabinete de Madrid el General Narváez, Duque de Valencia y émulo del General O’Donnell, comunicó al General Gándara las 288 bernardo pichardo | resumen de historia patria instrucciones de reconcentrar las tropas bajo su mando en un limitado número de puntos del litoral, a reserva de lo que resolvieran las Cortes más tarde. Es indudable que el General Narváez no sólo era partidario del abandono, porque conocía que la obra de la anexión no había sido un acto espontáneo del Pueblo Dominicano, sino también porque tenía empeño en enrostrar ese error al Duque de Tetuán, contra quien sostenía luchas políticas muy vehementes. Ayuda haitiana. Más o menos disimuladamente, el Gobierno haitiano había continuado prestando su ayuda a la revolución restauradora, y, al amparo de ella, pudieron penetrar por las fronteras grupos de dominicanos que vigorizaron la guerra en las regiones del Sur, encabezados por el General José María Cabral, héroe de Santomé durante nuestra guerra de Independencia. Mediación haitiana. El Presidente de Haití, General Geffrard, nombró como comisionados cerca del Gobierno Provisional al Coronel Edmundo Roumain y el señor C. Doucet, con el objeto de buscar un medio de poner término a la guerra que sosteníamos con España. De esta gestión se derivó que se iniciaran de nuevo las negociaciones para el canje de prisioneros. Combate de La Canela. No obstante la orden que tenía el General Gándara de concentrar las fuerzas españolas al litoral, el General Eusebio Puello organizó una columna que salió para Neyba y que llevaba un rico convoy, la cual fue completamente destrozada en La Canela por las fuerzas del General Cabral. Para poderse dar una idea exacta de la magnitud de ese triunfo, baste decir que fueron muy pocos los soldados que regresaron a Azua. Cundió tanto la desmoralización de las tropas españolas de esa Provincia, que las deserciones se extendieron hasta arrastrar a oficiales de alta graduación. Operación contra Puerto Caballo. Con el intento de impedir el tráfico marítimo que con el extranjero sostenían los dominicanos por Puerto Caballo, designó el General Gándara al Brigadier Segundo de la Portilla para que, con tres buques de guerra y setecientos hombres de tropa, lo impidiera. Desembarcadas las fuerzas españolas en ese sitio y apresadas pocas embarcaciones pequeñas, les fue imposible continuar en tierra, pues constantemente estuvieron molestadas por las guerrillas dominicanas. El resultado final de esa expedición fue el incendio del caserío, realizado por las fuerzas españolas antes de reembarcarse. Ataque a Monte Cristy. Infructuoso resultó el ataque que a fines de diciembre de 1864 realizó el General Gaspar Polanco, Presidente del Gobierno Provisional, contra el Campamento de Monte Cristy. Allí corrieron torrentes de sangre que obligaron al bravo General dominicano a retirarse con grandes pérdidas. Capítulo XLI Últimos tiempos de la Campaña Restauradora Regreso de Gándara a la Capital. Presintiendo el Capitán General la rectificación del error político de haber aceptado España la obra inconsulta de la anexión, a la vez que en cumplimiento de las órdenes que, como ya hemos dicho, le habían sido transmitidas, abandonó a Monte Cristy al finalizar el año 1864, donde dejó al General Izquierdo con una guarnición; estuvo en Puerto Plata y Samaná; se dirigió luego a Quiabón, donde encontró 289 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA la noticia de que ya el Brigadier Calleja, que operaba en la Provincia del Seybo, se había concentrado a Santo Domingo, y ordenó la evacuación de Higüey y San Pedro de Macorís. Después llegó a la capital para asumir nuevamente sus funciones de Capitán General. 1865. Exposición a Su Majestad la Reina de España. A principios de enero de 1865, el Gobierno Provisional que integraban por aquel entonces los señores Gaspar Polanco, Ulises Francisco Espaillat, Manuel Rodríguez Objío, Julián Belisario Curiel, Silverio Delmonte, Rafael M. Leyba y Pablo Pujol, dirigió una nueva, patriótica y brillante exposición a Su Majestad la Reina de España, en interés de que “echara una mirada compasiva sobre la situación desastrosa de la porción oriental de la Isla de Haití o Santo Domingo”, a la que, “por circunstancias que Su Majestad ignora sin duda, y que sería penoso en extremo relatar, se le arrebató su libertad e independencia”. “Pensad, Señora, que allí donde fueron ciudades florecientes no se ven hoy más que montones de ruinas y cenizas; que sus campos, llenos de una vegetación lozana no ha mucho, están yermos y desiertos; que sus riquezas han desaparecido; que por todas partes se ve devastación y miseria, y que, a la animación de la vida, han sucedido la desolación y la muerte”. Derrocamiento del General Polanco. Cuando sólo habían transcurrido pocos días de la fecha memorable en que se suscribió la digna exposición a la Reina, cuya lectura, por el sentimiento patrio que la inspiró, conmueve intensamente nuestro espíritu, una asonada militar de los Generales Pedro A. Pimentel, Benito Monción y Federico de Jesús García, en los cuarteles restauradores de Dajabón, desconoció la suprema autoridad del General Polanco, quien, en conocimiento de ese acto de sublevación, destacó fuerzas al mando de los Generales Juan de Jesús Salcedo y Luis Guzmán para someter a los sublevados, misión que no cumplieron, pues se incorporaron a ellos, lo que permitió a Monción, Pimentel y García, penetrar en Santiago con el título de Jefes Expedicionarios. Tomar estos Generales como pretexto, entre otros, la muerte, o mejor dicho, el asesinato perpetrado en la persona del General Salcedo por Polanco, fue una repugnante hipocresía que no debemos dejar de condenar, puesto que ellos quisieron arrebatar al infortunado Presidente de manos de Luperón para fusilarlo. 1865. Junta Gubernativa. Se constituyó en reemplazo del derrocado Gobierno del General Polanco una Junta Gubernativa presidida por el ilustre don Benigno Filomeno de Rojas y en la cual figuró el General Luperón como Vicepresidente, que se ocupó en todo lo relativo al canje de prisioneros; que exigió una estricta rendición de cuentas a todos los empleados de hacienda, y que convocó la Convención Nacional, cuya reunión había sido aplazada indefinidamente por el Gobierno anterior. Convención Nacional. El 27 de febrero de 1865, clásico aniversario de nuestra emancipación de Haití, se reunió en la ciudad de Santiago de los Caballeros la Convención Nacional, bajo la Presidencia de don Benigno F. de Rojas, circunstancia ésta que, unida a la forzosa separación del General Luperón, que había sido designado para formar parte de ese mismo Cuerpo Legislativo, permitió al General Pimentel intensificar sus violentas influencias en el seno de la Junta de Gobierno. La Junta Gubernativa rindió cuenta ante los delegados de los pueblos de la labor realizada desde que inició la revolución restauradora, y mereció, junto con la aprobación de todos los actos, un voto de gracias “por su celo y patriotismo”. Después eligió Presidente y Vicepresidente interinos de la República, respectivamente, al General Pedro A. Pimentel y al ciudadano Benigno Filomeno de Rojas, y dictó, entre 290 bernardo pichardo | resumen de historia patria otros decretos, uno amnistiando a los dominicanos que se encontraban en los campamentos enemigos con excepción de aquellos que pertenecían a los Altos Poderes del Estado en el momento de la anexión. Electo Presidente interino de la República, inesperadamente, se presentó un día el General Pimentel, acompañado de tropas, al salón de sesiones de la Convención, con el propósito de arrancarle por el temor un decreto que condenara a muerte a los miembros del Gobierno de Polanco como autores del asesinato del General Salcedo; pero ese Alto Cuerpo, asumiendo una digna y altiva actitud, resolvió: “declarar su incompetencia para dar fallo contra los acusados”, y ordenó “que el Poder Ejecutivo nombrara un Consejo de Guerra que conociera de la causa”, con lo cual dejó abatida la indigna pretensión y desconcertado al mandatario que tan mal iniciaba sus gestiones. De ese Consejo de Guerra salieron absueltos todos los inculpados, pues su abogado, don Cristóbal José de Moya, presentó los oficios y notas en que los Generales Pimentel y Monción y Juan Antonio Polanco reclamaron a Salcedo para fusilarlo. No obstante la sentencia absolutoria, muchas de las personas descargadas fueron antojadizamente confinadas por el Presidente Pimentel. Gabinete del Presidente Pimentel. Tomó posesión el General Pimentel el 25 de marzo de 1865, y constituyó su Ministerio en la forma siguiente: Interior y Policía: General José del Carmen Reinoso. Justicia e Instrucción Pública: Ciudadano Vicente Morel. Hacienda y Comercio y Relaciones Exteriores: General Teodoro Stanley Heneken. Guerra y Marina: General Pedro Gregorio Martínez. Alzamiento del Ex-Presidente General Polanco. Este hombre, cuya importante hoja de servicios está empañada con el crimen realizado en la persona del General Salcedo, su antecesor en el Poder, tan pronto como pudo fugarse de la cárcel de Santiago, quiso reaccionar y se levantó en armas en la Provincia de Puerto Plata, viéndose obligado después a permanecer oculto hasta la caída de su adversario. Real Decreto derogando el de Anexión. Triunfante en España, como ya hemos dicho, el partido contrario al que concertó la anexión, sometió a las Cortes un proyecto de decreto de abandono, que fue sancionado el 3 de marzo de 1865, en cuya virtud se comunicaron al General Gándara las instrucciones necesarias para la desocupación de nuestro territorio. Convenio de El Carmelo. Invitado por el General Gándara, designó el Gobierno Provisional, presidido por el General Pimentel, como Comisionados, a los Generales José del Carmen Reinoso, Melitón Valverde y al Presbítero Miguel Quezada, quienes concertaron, con el Capitán General, en la quinta de El Carmelo, extramuros de la ciudad Capital, en la actual Avenida Independencia un convenio demasiado oneroso para la República y no poco humillante para su decoro, por cuanto que, amén de reconocerle a España una abrumadora indemnización de guerra, con que no soñaba, en su artículo 4º, le otorgaba concesiones que cuadraban muy mal en aquella circunstancia. Sometido lo pactado, mereció un patriótico rechazo de parte del Gobierno del General Pimentel, que avivó el encono del Capitán General hasta el punto de que se negó a recibir una nueva Comisión compuesta por el Ministro Heneken y el General Cabral, Jefe de la revolución del Sur. Dirigió al mismo tiempo el General Gándara al Gobierno Provisional una altanera exposición de cargos en que pretendió fundar las reservas de derecho que hizo a nombre de España y declaró en ella, además, continuar la guerra y el bloqueo. 291 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Abandono. El 10 de julio de 1865 comenzó el embarco de las tropas españolas concentradas en Santo Domingo, que terminó el 11; después de lo cual entraron cubiertas de inmarcesibles laureles las huestes restauradoras del Sur a las órdenes de los valerosos Generales José María Cabral y Eusebio Manzueta. ¡Qué clara debió ser la luz de ese día y cómo palpitó el corazón dominicano al ver flotar de nuevo sobre el Baluarte del Conde, bajo cuyo arco triunfal desfilaron las tropas, y en la Torre del Homenaje, el pabellón dominicano, arriado en 1861! Canje de prisioneros. Antes de embarcarse, el General Gándara junto con las tropas y algunos nativos españolizados, detuvo y se llevó en calidad de rehenes, a distinguidas señoras y señoritas y a caballeros de la Capital, que fueron canjeados en Puerto Plata el 20 del mismo mes, en virtud del convenio que había garantizado el Cónsul de Italia, don Juan Bautista Cambiaso. Pérdidas que experimentó España durante la Guerra de Restauración. La anexión representó para España la movilización más o menos de cincuenta mil hombres, entre soldados, Jefes y oficiales, y un gasto de 300,000,000 de pesetas, distribuyéndose sus bajas así: Muertos por bala o machete............................................................ 486 Muertos a causa de enfermedades................................................ 6,854 Heridos.............................................................................................. 1,389 Prisioneros.......................................................................................... 634 Enfermos enviados a la Península................................................. 1,525 Total . ................................................................................................ 10,888 Todo ello “sin contar las bajas de las reservas y voluntarios que acompañaron al ejército español durante la campaña”. Por fin, se separaron la augusta Madre y la primogénita de sus hijas en América, sin que quedara el sordo rencor que engendran siempre las luchas entre dos pueblos cuando proceden de razas distintas. Hijos de España, conservamos sus tradiciones como nuestras, y en el sangriento palenque que queda cerrado en este capítulo un sentimiento de recíproca admiración late por encima del recuerdo de la contienda, en tanto que en el hogar dominicano quedó por siempre el dulce romance de sus cruentos heroísmos y la evocación de la notoria bizarría de sus inolvidables ascendientes. Capítulo XLII Segunda República 1865. Resurgimiento. Santificada por el sacrificio de los mártires de Moca, San Juan y Santiago; cubierta de copiosos laureles conquistados en los campos de batalla y en cuyas hojas se mezclaban salpiques de sangre castellana con gotas de la de nuestros valerosos adalides; tiznado el rostro con el humo de los incendios de Santiago y Puerto Plata, resurgió la República, “separándose de la Madre Patria, no como enemigos que se odiaban sino como naciones que se apreciaban”, sentimientos de recíproca hidalguía que facilitó, según dice nuestro virtuoso e inolvidable historiador García, “el reanudamiento de las relaciones políticas y comerciales entre ambos pueblos. 292 bernardo pichardo | resumen de historia patria El estado ruinoso del comercio; el desmedrado y casi nulo concurso que ofrecía la agricultura; la postración absoluta de nuestras incipientes industrias; el descuido en que se encontraba la función judicial y el estado de abandono de la instrucción pública, a causa de la guerra que acababa de cesar, daban a la República el triste aspecto de una inmensa e infinita desolación. Pero había Patria, y el sacrificio que ese lamentable estado de cosas representaba constituyó ante el mundo y la historia un nuevo testimonio de algo así como el heroico desinterés de que es capaz el pueblo, dominicano cuando, atropellados sus fueros se ha visto forzado a encararse a sus dominadores en demanda del rescate de su libertad. Actitud del General Cabral. Después de tomar posesión de la Capital, dictó el General Cabral trascendentales medidas, que no sólo sosegaron el ánimo público, sino que contribuyeron a levantar la postración del comercio, pues procuró en todas ellas obtener la armonía de intereses y de miras que necesitaba la sociedad en aquel difícil momento. Como consecuencia de todas ellas, su nombre de soldado valeroso se rodeó de un prestigioso ascendiente político entre todas las clases y gremios. Derrocamiento del Gobierno de Pimentel. Mientras el General Cabral en la parte Sur se condujo en la forma que demandaban las circunstancias, el Presidente interino, General Pimentel, en Santiago, mal aconsejado por varios de sus amigos, se negó al traslado del Gobierno para la ciudad Capital y persiguió encarnizadamente a meritorios servidores de la causa nacional, además de permitir que se cometieran escandalosos desfalcos en la Hacienda Pública, mediante desordenadas operaciones, de las cuales hay que decir, en honor de su nombre, no derivó jamás provecho personal. Ese estado de lamentable desorganización excitó las pasiones y culminó con la proclamación del General Cabral como Protector de la República, acto que iniciaron en la ciudad de Santo Domingo los Generales Eusebio Manzueta, Marcos Evangelista Adón, Pedro Valverde y Lara y Esteban Adames, y al cual se adhirieron inmediatamente todas las poblaciones del Sur y del Este. Al recibir la noticia quiso el General Pimentel destacar tropas contra la Capital; pero, convencido al fin de la impopularidad que le rodeaba a causa de sus violentos procederes, depuso el mando ante el Ayuntamiento de Santiago. En vista de ese acto irrevocable de su voluntad, todas las poblaciones del Cibao se pronunciaron pacíficamente a favor del movimiento iniciado, y el General Cabral acató la designación popular que encumbraba su personalidad al otorgarle poderes suficientes para organizar la República. Gobierno del Protectorado. Designó el General Cabral, para ayudarle en las difíciles tareas que las circunstancias le habían impuesto, su Gabinete en la forma que sigue: Interior y Policía: General Manuel María Castillo. Justicia e Instrucción Pública y Relaciones Exteriores: Ciudadano José Gabriel García. Guerra y Marina: General Pedro Valverde y Lara Hacienda y Comercio: Ciudadano Juan Ramón Fiallo. Además nombró el Protector una Junta que, con el nombre de Consejo de Gobierno, lo asesoraba con sus opiniones y que integraron los ciudadanos Jacinto de la Concha, Francisco Cruz Moreno, Pedro Pablo de Bonilla, Francisco del Rosario Bello, Benito Alejandro Pérez, Pedro Perdomo, Francisco de Luna, Mariano Antonio Cestero y Pedro Tomás Garrido. Inmediatamente se atendió a la organización de los Ayuntamientos; a la creación de la Suprema Corte de Justicia y a la organización de los Tribunales inferiores; al establecimiento 293 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA de escuelas primarias; a la organización y recaudación de los impuestos y a la abolición de la pena de muerte por causas políticas. Viaje del Protector al Cibao. En interés de organizar también los servicios públicos en el Cibao, y después de lanzar una proclama en que anunciaba su visita a los habitantes de esas regiones, salió para el Norte el General Cabral, acompañado de los prestantes ciudadanos Presbítero Fernando Arturo de Meriño, Pedro Alejandrino Pina, Carlos Nouel, Pedro Perdomo, Rafael María Leyba y Rosemond Beauregard. Durante su ausencia quedó el Ministerio encargado del Poder Ejecutivo. Acertado estuvo el Protector en cuantas medidas tomó en esas Provincias. Su discreta actitud promovió manifestaciones de simpatía en favor de su persona en las poblaciones que visitó. Asamblea Nacional Constituyente. El 24 de septiembre de 1865 abrió sus sesiones la Asamblea Nacional Constituyente, a cuya competencia y patriotismo se encomendó la obra de reorganización nacional. Ante ella se presentó el General Cabral a rendir cuenta de sus gestiones por medio de un Mensaje que fue contestado por su Presidente el Presbítero Calixto María Pina, en términos por demás satisfactorios para el Protector. Renacen los viejos partidos. Hombre de honradez insospechable; valeroso hasta la temeridad; sereno hasta llegar a la indolencia; pero de una inteligencia escasa y de un entusiasmo limitado, se vio rodeado, desde muy temprano, el General Cabral por elementos que “a nombre de las nuevas ideas” quisieron excluir del palenque de la vida pública al elemento enemigo, sin darse cuenta de que “las revoluciones, como las olas del mar, vuelven a traer los hombres al mismo sitio del cual se quiso arrancarlos”, y de que ellos, los innovadores, carecían de la consistencia indispensable para extirpar del corazón del Mandatario sus encariñamientos para con Báez, o para crear un partido absoluto, única fórmula segura en días en que se presentan crisis por pretenderse transformar orgánicamente a todo un pueblo. Esa fue entonces, ha sido después y será mañana, la causa de los desencantos de muchos hombres, sin duda alguna, muy ilustres; pero que, en la hora final de la prueba, confunden casi siempre los principios con el furor, la energía con la violencia, la traición con la lealtad y la exclusión con el celo. No se puede exigir, de un hombre que formó parte en las filas de un partido, que olvide precipitadamente a todos los correligionarios que, junto con él, asumieron actitudes defensivas, aunque fuera momentáneamente, ni que sacrifique sus encariñamientos al ascender en brazos de los que antes combatiera. El nombre del ex Presidente Báez, quien en la hora aciaga de la anexión ciñó la faja de Mariscal de Campo español y ofreció en Madrid sus servicios “para realizar la pacificación de la Colonia”, con el propósito de vencer a sus adversarios, comenzó a sonar de nuevo, merced al esfuerzo de sus antiguos partidarios que, excluidos del debate de los negocios públicos, aspiraban, no pocos con mucho derecho, a la rectificación de los apasionamientos de aquella época. Llegó un momento, pues, en que, constreñido el General Cabral a definirse, es decir, a tomar medidas que impidieran la labor de sus antiguos correligionarios y deslindaran campos políticos, creyó discreto deponer el mando ante la Asamblea Constituyente, renuncia que no aceptó ese Cuerpo. Se vio, pues obligado el Protector a continuar al frente del Poder, e introdujo variantes entre sus consejeros y en el personal que servía los Ministerios. 294 bernardo pichardo | resumen de historia patria La lucha política de aquel momento dividió nuevamente el país en los dos viejos partidos, irreconciliables, que se denominaron azul y rojo. Partido Azul. Constituyeron el partido azul los enemigos y adversarios de Báez que rodeaban a Cabral, en su generalidad personas distinguidas, de gran ilustración y de positivos anhelos de bien público, cuya jefatura representaba éste, sin haberla aceptado de una manera categórica. Militaban en sus filas elementos de gran valimiento, tales como los de Meriño, García, Cestero, Travieso, Pichardo, Moya, Espaillat, Grullón y otros que representaban el verdadero abolengo patriótico, y contaba con espadas invencibles, como eran las del mismo Cabral, Luperón, Adón, etc. Creemos sinceramente que sus prolongados afanes por hacer triunfar sus ideales, más se debieron a las luchas internas que entre sí sostuvieron las inteligencias que pugnaban por imponer sus puntos de mira, que a la fuerza del partido adversario, que sólo era formidable por su estructura y disciplina. Partido Rojo. De ese partido era Jefe absoluto don Buenaventura Báez, quien parece que entendió que la popularidad y la dirección política no admiten tantas subdivisiones como el mando. Representaba Báez el centro infranqueable de sus filas, y sólo tuvo dos colaboradores intelectuales: Félix María Delmonte y Manuel María Gautier, hombres inteligentes, instruidos, disciplinados y de un sentido práctico-político indiscutible, que encaminaban sus esfuerzos al sostenimiento de Báez cuando imperaba, a su restauración en el Poder si los acontecimientos lo habían conducido al destierro, sin dividirse, ni emularse, en el seno de la fanática agrupación a que pertenecían. Como es natural, ese ejemplo de sumisión por el Caudillo que daban hombres de esa talla era imitado por las huestes rojas, en cuyas filas se distinguían oficiales de notoria bizarría por sus constantes hechos de armas, pues afrontaban los peligros sin discutirlos con el solo anhelo de tener la satisfacción de que el viejo los abrazara cuando volviera. De ahí que mientras Santana, en la primera República, entró siempre por la Puerta del Conde, a la cabeza de sus huestes, para asaltar el Poder, Báez, en su vida pública, tuvo siempre la ventaja de esperar en el exterior los acontecimientos para, una vez realizados, entrar cómodamente por la barca del Ozama. “El partido azul, según expresiones que conservamos de uno de sus prohombres, tenía demasiados sabios, en tanto que el rojo sólo obedecía a Ventura, que tenía criterio propio y solamente oía a medias a don Félix y a Gautier”. “Por eso fue por lo que siempre, mientras nosotros discutíamos, los rojos obraban unidos y nos vencían”. Revolución en favor de Báez. En tanto que los viejos intereses políticos pugnaban por entronizarse, el General Pedro Guillermo se levantó en armas en la Provincia del Seybo y marchó sobre la Capital, a la cabeza de grandes fuerzas, circunstancia ésta que, unida a la ausencia del General Cabral, que se encontraba en San Cristóbal, aprovechó el General Pimentel para pronunciar la ciudad Capital. A su regreso, en virtud de una nueva resolución de la Asamblea Nacional, asumió Cabral su calidad de Protector, actitud desagradable y ridícula que cuadra mal en un hombre de sus ejecutorias. 295 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA Tan pronto llegó el General Pedro Guillermo a Villa Duarte, y debido a sus exigencias, dictó la Representación Nacional un decreto por el cual, “abreviando todas las formalidades de rigor”, designó a Báez como Presidente de la República, y otro que atribuyó al General Guillermo la calidad de Jefe del Poder Ejecutivo hasta que prestara juramento constitucional el Presidente electo. Se nombró, pues, una Junta de Gobierno presidida por el mencionado Jefe revolucionario, de la cual formaron parte el General José María Cabral y los señores Valentín Ramírez, Manuel María Gautier, Andrés Pérez, Benito Tavárez, Santiago Mercedes, Eusebio Mercedes y Faustino de Soto. Constitución. Ha sido una de las mejores Constituciones que hemos tenido la que votó la Asamblea Nacional Constituyente en esos días de luchas, de grandes apasionamientos políticos y de trascendentales errores. Una vez promulgada, se diputó una Comisión para ir a Curazao en busca del presidente Báez. Juramento de Báez. El 8 de diciembre de 1865 pisó las gradas del Solio, por tercera vez, el General Buenaventura Báez, y al prestar el juramento constitucional ante la Asamblea Nacional, su Presidente, el Presbítero Fernando Arturo de Meriño, que procedía de las falanges restauradoras, “se irguió grandilocuente para expresar su asombro” entre otros patrióticos conceptos, con los siguientes: “Acabáis de hacer la promesa más solemne. En nombre de Dios habéis comprometido vuestra palabra de honor de servir fielmente los intereses de la República, y yo, a nombre de la Nación, representada por esta Augusta Asamblea, que tengo la honra de presidir, acepto el juramento que prestáis; y, desde luego, os confieso que delicada en gran manera es la misión que tenéis que cumplir y abrumador el peso con que graváis vuestros hombros. “¡Profundos e inescrutables secretos de la providencia! “Mientras vagabais por playas extranjeras, extraño a los grandes acontecimientos verificados en nuestra patria; cuando parecía que estabais más alejado del solio y que el poder supremo sería confiado a la diestra victoriosa de alguno de los adalides de la independencia o la restauración… tienen lugar en este país sucesos extraordinarios. “Vuestra estrella se levanta sobre los horizontes de la República y se os llama a ocupar la silla de la Primera Magistratura. ¡Tan inesperado acontecimiento tiene aun atónitos a muchos que lo contemplan! “Empero, yo que sólo debo hablaros el lenguaje franco de la verdad; que he sido como vos aleccionado en la escuela del infortunio, en la que se estudian con provecho las raras vicisitudes de la vida, no prescindiré de deciros que no os alucinéis por ello, que en pueblos como el nuestro, valiéndome de la expresión de un ilustre orador americano, tan fácil es pasar del destierro al solio, como descender de este ante la barra del Senado!”. Este gesto de altiva y patriótica reconvención del Presbítero Meriño le valió su inmediata expulsión del territorio. El mismo día que prestó juramento constituyó el Presidente Báez su Gabinete así: Interior y Policía: General Pedro A. Pimentel. Justicia e Instrucción Pública y Relaciones Exteriores: Ciudadano Manuel María Gautier. Hacienda y Comercio: Ciudadano Pedro Tomás Garrido. Guerra y Marina: General José María Cabral. Capítulo XLIII Luchas partidaristas Tercera Administración de Báez. Enemigo irreconciliable del nuevo mandatario, se sintió el General Luperón amenazado, y se lanzó, inmediatamente, a la revolución, 296 bernardo pichardo | resumen de historia patria que inició con el pronunciamiento de Puerto Plata, movimiento que fracasó a causa de la división existente entre los elementos de armas del Cibao contrarios a Báez. Sofocado el movimiento, tuvo el General Luperón que salir para el destierro. Tomó el nuevo Presidente la fracasada revolución como pretexto, para inaugurar un férreo sistema, de represión y de venganzas contra sus viejos enemigos y, especialmente, para con aquellos que recientemente se habían opuesto a su elección. Como consecuencia de esos procedimientos, las cárceles se vieron bien pronto llenas de detenidos y casi todos los prohombres de la Restauración perseguidos. Pudo el Ministro Pimentel limitar esas persecuciones en el Cibao a sus enemigos; pero no así el General Cabral con respecto a sus numerosos partidarios del Sur y del Este, a quienes debió los días de encumbramiento que no supo aprovechar en favor de los intereses generales. Visita Oficial Americana. Poco tiempo después de la instalación del General Báez en el Poder, recibió el Gobierno la visita oficial del Secretario de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos de América, señor William H. Seward, quien vino, según sus propias declaraciones, a estudiar la situación del país mientras que, según el elemento oficial, ese acto “debía estimarse como halagüeños preliminares de negociaciones y francas inteligencias entre los Estados Unidos y la República Dominicana”. 1866. Renuncia del General Cabral. Impotente el General Cabral para evitar las persecuciones de que eran víctimas sus amigos por parte del Gobierno, y tal vez arrepentido de su poco gallarda actitud cuando fungió de Protector, al dar paso a Báez con perjuicio de los ideales de aquéllos, presentó irrevocable renuncia de las carteras de Guerra y Marina que venía desempeñando y se embarcó para el extranjero, acto que demostró a las claras que se desligaba por completo de la situación. Nueva revolución. Inmediatamente que el General Cabral salió para el exterior, se pronunciaron en San Cristóbal los Coroneles Marcos A. Cabral y Desiderio Pozo, y en las fronteras del Sur los compañeros del héroe de La Canela durante la cruzada restauradora. Logró el Gobierno vencer y derrotar a los primeros; pero no así a los segundos, que, unas veces triunfadores y otras derrotados, aguardaron la llegada del verano que pasó de Curazao a Haití para traspasar la frontera, reunirse con ellos y dar mejor dirección al movimiento. Constitución derogada. El Congreso Nacional, a solicitud del Presidente Báez, derogó la liberal Constitución votada hacía poco tiempo por la Asamblea Nacional Constituyente, a cuyo amparo no podían cometerse los excesos a que ya se había entregado resueltamente el Poder Ejecutivo, y puso en vigor la de 1854, perfectamente preparada para tiranizar al pueblo. Caída del Presidente Báez. La presencia del General Cabral en el Sur había vigorizado la revolución, en tanto que una Junta de Generales en Santiago desconoció al Gobierno, merced a la combinación concertada entre el General Luperón, que había penetrado por Puerto Plata, y el Ministro de lo Interior, General Pimentel. 1866. La intrepidez demostrada por el General Luperón durante esa contienda y especialmente en la toma de Moca a sangre y fuego para salvar al General Pimentel y a sus acompañantes, reducidos a prisión por el bravo General Juan de Jesús Salcedo, sostenedor del Gobierno, dan una alta idea del denodado espíritu de aquel Caudillo 297 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA y de su indomable valor, perfiles con que acabó de acentuar una personalidad que supo mantener luego en medio de riesgosos hechos de armas y de empresas increíbles. Libertado por Luperón en Moca, a la cabeza del mismo puñado que lo acompañó al Cibao, se dirigió el General Pimentel sobre la Capital, y una vez en sus inmediaciones, intimó su rendición al Presidente Báez, quien, sospechoso del exiguo contingente de que disponía su ex Ministro, demoró al parlamento enviado, lo que dio lugar a que esa misma noche el Jefe revolucionario, de acuerdo con el General Marcos Adón, se apoderara de las puertas del Conde, de la Atarazana, de San Diego y de la goleta de guerra Capotillo, que tenía el Presidente Báez lista para embarcarse en caso de que los acontecimientos lo demandaran. En vista de lo ocurrido, se asiló el Presidente Báez en el Consulado Francés, de donde salió para el extranjero. Gobierno del Triunvirato. Los azules habían triunfado; pero la misma forma provisional de Gobierno, el Triunvirato, escogida al iniciarse la revolución que derrocó al Presidente Báez, revelaba las hondas rivalidades y las desconfianzas recíprocas existentes entre los Jefes del Cibao. El Triunvirato fue una Junta Revolucionaria compuesta por los Generales Gregorio Luperón, Pedro Antonio Pimentel y Federico de Jesús García. Después de aplacar los conatos de reacción encabezados por el General Monción y otros partidarios del Expresidente Báez, en el Cibao, se encontraron por fin los triunviros en la ciudad Capital, donde hacía tiempo que había llegado el general Cabral. Con el propósito, el General Luperón, de evitar la repetición de los conatos de pronunciamiento intentados por el General Pimentel, a raíz de su llegada a la misma ciudad, activó de tal modo las cosas que el Triunvirato dictó un decreto de convocatoria al pueblo para la libre elección del Presidente de la República por medio del voto directo, y otro resignando sus poderes en favor del General José María Cabral, con el carácter de Encargado del Poder Ejecutivo, mientras el país expresara su libre voluntad en los comicios. Gobierno Interino de Cabral. Al hacerse cargo del Poder Ejecutivo, organizó el General Cabral su Consejo de Ministros así: Interior y Policía: Ciudadano Juan Nepomuceno Tejera. Justicia e Instrucción Pública y Relaciones Exteriores: Ciudadano Apolinar de Castro. Hacienda y Comercio: Ciudadano Juan Ramón Fiallo. Guerra y Marina: General José del Carmen Reinoso. Elecciones. Verificadas las elecciones y realizado el despojo electoral correspondiente, resultó electo el General José María Cabral como Presidente de la República. Resolvió la Convención Nacional, después de largas discusiones, declarar vigente la Constitución de 1865, con pocas modificaciones. Gobierno Constitucional del General Cabral. En el templo de Nuestra Señora de Las Mercedes, de la ciudad Capital, el 29 de septiembre de 1866, prestó el General Cabral el juramento constitucional de rigor. Los partidarios de Báez, que se abstuvieron de concurrir al palenque electoral, habían preparado un movimiento revolucionario que estalló en La Vega, encabezado por el General Juan de Jesús Salcedo; en Baní, San Cristóbal, San José de Ocoa y Azua por otros ese mismo día, que trastornó las manifestaciones del regocijo público y que pudo vencerse 298 bernardo pichardo | resumen de historia patria en poco tiempo, merced a las rápidas medidas del Gobierno y a la enérgica actitud de las autoridades, sin que hubiera que lamentar el derramamiento de sangre. Para el desempeño de las Carteras hizo el General Cabral las designaciones siguientes: Interior y Policía: Ciudadano Apolinar de Castro. Justicia e Instrucción Pública y Relaciones Exteriores: Ciudadano Ulises F. Espaillat. Hacienda y Comercio: General Pablo Pujol. Guerra y Marina: General José del Carmen Reinoso. Expedición de Yuma. Un comité revolucionario, integrado por partidarios del Expresidente Báez, organizó en Curazao una expedición que llegó a las playas del río Yuma bajo las órdenes de los Coroneles Tomás Botello, Félix Mariano Lluberes y Domingo Cherí. Acompañados de otros elementos que se les unieron, intentaron los mencionados cabecillas asaltar la población de Higüey, donde fueron capturados por fuerzas del Gobierno al mando del Coronel Manuel Durán. Condenados a muerte los Jefes de esa expedición por un Consejo de Guerra, el Gobierno les conmutó la pena y redujo la de sus compañeros. Florecimiento de la Instrucción. Es indudable que entre los hombres que rodearon al General Cabral durante el Protectorado y en la administración constitucional de que nos ocupamos, hubo uno que, como Ministro, consagró en muchas ocasiones no pocos desvelos y energías en favor de la instrucción, representando, dentro de su época, ideas avanzadas en todo aquello que redundó provechoso al desarrollo intelectual de los dominicanos. Nos referimos a don José Gabriel García, a cuya iniciativa se debió el primer esfuerzo para la traducción y localización de los códigos franceses; el aumento de las escuelas primarias; la reorganización de los tribunales; la completa organización de la Suprema Corte de Justicia; el restablecimiento del Colegio del Seminario, bajo la dirección del Pbro. Fernando Arturo de Meriño, que tan buenos frutos dio al país; la concesión al Pbro. Francisco Xavier Billini del local del Exconvento de Regina, que, convertido por aquel apóstol de la caridad y de la enseñanza en Colegio San Luis Gonzaga, proporcionó hombres ilustres al Clero, a la política, a las ciencias y a las artes; la creación del Instituto Profesional; la uniformidad en los métodos de la enseñanza y el estímulo y protección acordadas a las obras didácticas y literarias nacionales de esa época. Don José Gabriel García comparece ante la gratitud de sus conciudadanos, no solamente enaltecido con esas envidiables ejecutorias, sino también admirado por la honradez insospechable de toda su vida; por la constante y ardorosa profesión de sus ideales patrióticos y por haber bajado a la tumba en la mayor pobreza, después de haber concluido su Historia de Santo Domingo, fuente inagotable donde acudimos todos en solicitud de consultas. En sus páginas caldeadas se advierte su devoción por la Patria y su amor por la República. Es deber, pues, de las nuevas generaciones conservar un sentimiento de respetuosa rememoración para sus ejecutorias. ...................................................................................................................................................... Ya por aquellos tiempos lucía sus galas en la oratoria el Presbítero Fernando Arturo de Meriño, rodeado de un brillante discipulado en que descollaron poetas, como José Joaquín Pérez, el olvidado; José Francisco Pichardo, alto infortunio; Francisco Gregorio Billini, el 299 COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Volumen V | HISTORIA repúblico de más tarde; Federico Henríquez y Carvajal, literato y poeta, y otros; rutilaban las gallardías de estilista de Manuel de Jesús Galván; tenían reputación acentuada en las letras y el foro Félix María Delmonte, Pedro A. Bobea y Carlos Nouel; servían cátedras los Angulo Guridi; sobresalían en el Cibao, en el periodismo, Espaillat, Bonó, Peña y Reynoso; consagraba a la enseñanza sus energías Emiliano Tejera, y salpicaba con sus originales y brillantes conceptos la prensa de esa época el Pbro. Gabriel Benito Moreno del Cristo. Viaje del Presidente Cabral al Cibao. Precedido de una Columna de infantería al mando del General José del Carmen Reinoso, ministro de Guerra y Marina, y acompañado de los ciudadanos Pedro A Bobea y Manuel María Valverde, miembros de la Suprema Corte de Justicia, y de su Estado Mayor, realizó el General Cabral su viaje al Cibao, donde fue objeto de grandes manifestaciones de simpatía por parte de los elementos más importantes de aquellas laboriosas y heroicas Provincias, de las que regresó poco tiempo después para presentar su Mensaje ante el Congreso, recién elegido. 1867. Alzamiento del General Pedro Guillermo. Desde la caída del Expresidente Báez y después de fugarse del Consulado Francés, donde estuvo asilado, andaba prófugo en la Provincia del Seybo el General Pedro Guillermo, quien, impulsado por las noticias de sus correligionarios los rojos, quiso apoderarse, a la cabeza de un grupo de parciales, de la población de Hato Mayor, empresa temeraria que fracasó, pues fueron desbandados y capturados el Cabecilla y varios de sus compañeros, y llevados ante un Consejo de Guerra. En virtud de la sentencia dictada por dicho Consejo, fueron condenados a muerte el General Guillermo y los oficiales José Mota y Secundino Belén, previa degradación militar, que se cumplió cabalmente y que señalaba otras penas para el resto de los revolucionarios. Tormenta de Cabral. Así se llamó desde entonces a la que ocurrió en el mes de octubre de 1867. Visita del Subsecretario Americano. Al amparo de las esperanzas que despertaron las gestiones practicadas por partidarios del Presidente Cabral, envió el Gobierno de los Estados Unidos al Subsecretario de Estado, Mr. Frederik Seward, acompañado del Vicealmirante Porter, con el objeto de concluir, “como único medio de prestar a la República Dominicana la ayuda que necesitaba”, un tratado de venta o arrendamiento de la península y bahía de Samaná a cambio de dos millones de pesos que ofreció el funcionario norteamericano. Dividido el Gabinete, triunfó la opinión contraria a la realización de ese atentado de lesa Patria, sin que por ello se dieran por derrotados sus partidarios, quienes continuaron laborando en ese sentido con la más culpable actividad. Complicaciones. La caída del General Geffrard, Presidente de Haití y aliado de hecho del partido azul y del General Cabral, del mismo modo que lo era el General Salnave del partido rojo y de su Jefe el General Báez, acentuó el malestar político en nuestro país, pues inmediatamente después de triunfar, puso el General Salnave a disposición de los Generales Valentín Ramírez Báez, Manuel Altagracia Cáceres y otros, los elementos indispensables con que iniciaron en la Línea Noroeste la revolución contra el Gobierno. Inútiles fueron los viajes del General Cabral, primero al Sur y luego al Cibao, en interés de evitar que la anarquía y el desconcierto atormentaran de nuevo a la República, pues la tibieza de unos y el interés de otros de los partidarios de la situación dividieron y, por lo tanto, debilitaron el partido, hasta que la revolución avanzó y puso cerco a la Capital, donde el 300 bernardo pichardo | resumen de historia patria pueblo se negó a aceptar el papel moneda, camellas, como se llamó a las papeletas de esa época, estableciéndose de hecho el cambalache, que no fue otra cosa sino el canje, cambio o permuta de los objetos y alimentos necesarios para la vida entre sí a falta de moneda circulante. 1867. Epidemia de cólera. Como para agravar dolorosamente el estado de miseria de los sitiados, hizo su aparición la epidemia del cólera que tantas víctimas ocasionó. 1868. Capitulación del General Cabral. Sitiado; falto de recursos; con el solo concurso de las fuerzas militares indispensables para defender la plaza de un asalto; en medio del pánico de la epidemia y con el cuadro de la miseria del pueblo por delante, concertó por fin, el Presidente Cabral, con la mediación de los Cónsules de Francia, Italia, Estados Unidos de América, Inglaterra y Holanda, una capitulación que se suscribió el 31 de enero de 1868, y en cuya virtud se embarcó, acompañado de sus Ministros y de muchos de sus partidarios, en dos goletas que hicieron rumbo a Venezuela, en cuya travesía murió el Pbro. Dionisio de Moya. Capítulo XLIV Período de los Seis Años 1868. Entrada de las fuerzas revolucionarias. Por resultas del convenio a que hemos aludido, entró a la Capital el ejército sitiador revolucionario, al mando del General Manuel Altagracia Cáceres, quien asumió el Poder Ejecutivo y nombró provisionalmente un Ministerio, mientras llegaba, como de costumbre, el General Buenaventura Báez, sin peligro alguno, por la vía marítima, a ocupar la Presidencia de la República. De buen o mal grado, el país dio paso a las ideas revolucionarias triunfantes, y, desde el primer momento, el partido rojo no ocultó los propósitos de venganza con que después cubrió de duelo a la sociedad dominicana. Convención Nacional. Uno de los primeros decretos que dictó el Gobierno Provisional Revolucionario fue el de convocar a elecciones para una Convención Nacional que dispusiera la Cons