FRISO ATLÁNTICO

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FRISO ATLÁNTICO
Progama Teseracto
Excmo. Ayto. de La Laguna
Concejalía de Cultura
Edita:
Excmo. Ayto. de La Laguna
Concejalía de Cultura
FRISO ATLÁNTICO
Comisariado:
Fernando Castro Borrego
Consejo Asesor:
Fernando Castro Borrego
Ernesto Valcárcel Manescau
Paco Sánchez
Textos:
Fernado Castro Borrego
Carlos Díaz-Bertrana
Transporte:
Gobiernoprogramación:
de Canarias
:::
Impresión:
edición KA
Depósito legal:
Colaboran:
Convento Santo Domingo
1 de marzo al 21 de abril
CONCEJALÍA DE CULTURA
S
us cuadros son como peceras fantásticas por donde flotan seres híbridos, palmeras, dragos y casas con un colorido bailón. Al principio
dominaban los tonos pastel y las figuras estaban imbricadas en un
espacio barroco que tenía horror al vacío. En los últimos años entra más luz
en su poética, las figuras crean su propio espacio. Siguen viviendo en un
ámbito común, desinquieto y surreal, pero cada una exhibe su singularidad
y su extrañeza. Parecen figuras de un mundo en formación, donde sus
habitantes van a la deriva, están desnudos y son inocentes.
Casas que también son animales, hombres blandos sin esqueleto y habitualmente amputados, árboles sin frutos ni raíces que flotan en el mar de su
pintura dejando una sensación de alegría y de misterio. No es proclive Paco
Sánchez a dramatizar la existencia, prefiere mostrarla jubilosa y mercurial.
En su galaxia pictórica no hay espacio para la tristeza. Su afán es mostrar
la belleza, transformar la vivencia en poesía. Su pintura refresca, nos ofrece
un mundo que está en otra parte, o un país que nunca existió, o que no ha
terminado de formarse. Una cosmovisión mágica que, según Spengler tenía toda la humanidad hasta que el Renacimiento la cegó. Desde entonces,
"esa sensación de la maravilla insondable, del mundo invisible que existía
en paralelo al mundo sensorial" es excepcional. Sólo algunos visionarios
como Paco Sánchez la transitan.
Los árboles aún no han enraizado, las islas van a la deriva, las casas son
primitivas y la mayoría de los hombres no tienen brazos. Esto puede interpretarse como una reflexión poética sobre la identidad canaria, su falta de
asidero y sus amputaciones. Todas las buenas obras de arte tienen muchas
lecturas, pero Paco Sánchez está muy lejos de la sociología y la política. No
se deja confinar en el goro de la canariedad. Su amor por la cultura aborigen
de estas islas, por los desvalidos y por los paisajes de la memoria, y el que
use, con dicción propia, el indigenismo y el surrealismo, los dos lenguajes
más empleados por los artistas canarios de vanguardia, no son anclas que
lo fijen al destino de un territorio sino alas para volar en el tiempo.
Los mitos y los orígenes son los destinos que más visita. Allí encuentra su
identidad atávica, corre desnudo por los campos, juega con pájaros y se
llena de sol. Feliz inocencia del pintor que regresa al estudio y sueña que
nació en 1947 en la isla de Gran Canaria y vive en una casa de Tamaraceite
asediada por lagartos milenarios. Pero al despertar está de nuevo en su
hogar, en San Borondón, la isla imaginada.
Fragmentos del texto “El Jardín de los Prodigios”, de Carlos Díaz-Bertrana, publicado en el catálogo de la exposición Iconos, de Paco Sánchez. CICCA; Las Palmas de Gran Canaria; 2011.
E
n este análisis iconográfico de la pintura de Paco Sánchez
quisiera referirme a dos símbo­los cuya significación es política. Los árboles secos y los hombres que carecen de brazos.
La mutilación de los cuerpos y la muerte de los árboles introduce
una ficha que a su vez remite a la condición incompleta y frustrada de la
identidad canaria. Empleo consciente e intencionalmente esta categoría
ideológica [la identidad] que el artista asume en su obra como un rasgo
distintivo e inalienable. El primitivismo de Paco Sánchez no es arbitrario ni se sustenta en un mimetismo formalista; sino que se inscribe en una tradición cultural e ide­ológica muy precisa: la del indigenismo canario de Felo Monzón. No hay que olvidar que este artista
jugó un papel trascendental en su formación estética y política. Paco
Sánchez fue en su adolescencia el «escudero» de Felo Monzón, aquel
mencey del arte canario [su apariencia y ademanes así lo proclamaban]. Durante la Guerra Civil fue encarcelado por defender sus ideas
y en la posguerra desarrolló una abnegada labor de proselitismo en
barrios obreros, portando siempre la bandera de la libertad y la utopía. A este mundo perte­nece Paco Sánchez. De él puede decirse
lo que Agustín Espinosa dijo de Felo Monzón: «Nos ha descubierto nuestra ignota ficha. Nos ha adivinado lo que de nuestra alma
es más nuestro, y lo que es prestado o superfluo; por primera
vez, en Canarias se ha atrevido a decir: he aquí lo que somos, lo
que hemos sido, lo que una nube de revueltos aires nos ocultaba»
[Agustín Espinosa: «Felo Monzón, a 90° latitud Norte», Diario de Las
Palmas, 2 de junio de 1933]. En este sentido, me atrevo a afirmar que
su propuesta estética constituye la decantación simbólica más genuina
de los postulados del Manifiesto de El Hierro, denosta­do documento
de la izquierda nacionalista que tantos equívocos ha suscitado
desde que vio la luz en 1977. ¿Por qué nadie se atreve hoy a hablar
de aquel momento de la historia cultural de Canarias? ¿Por qué sólo
provoca chistes fáciles y juicios despreciativos? Sobre este capítulo
hay mucho que decir todavía, y estoy seguro que a Paco Sánchez
no le des­agradaría tomar la palabra, como él hace: pintando.
Árboles secos y cuerpos mutilados. La amputación de los brazos
equivale a una castración simbólica He aquí una alegoría nada amable. Veo en ella un diagnóstico sin paliativos de la realidad social
y política de las Islas. Pero no nos engañemos, pues lo que esta
pintura plantea no es una autocomplaciente denuncia, como la que
a menudo formula el discurso nacionalista más ramplón y ventajista,
sino una visión amarga y autocrítica sobre el laberinto insular. Paco
Sánchez es nacionalista, como Manolo Millares era de izquierdas y
anticlerical. Ser nacionalista no es algo de lo que haya que avergonzarse. Esa es su verdad. Respetémosla. Está ofreciéndonos su visión del
mundo en el que vive, y lo hace fijando su relación con el territorio y
con sus antepasados. ¿Qué hay de malo en ello? Tal vez si ese trasfondo ideológico no existiera en su pintura, alguien podría sostener
que ésta no es sino diseño de camisetas o papel de empapelar. Pero
hay que establecer algunas matizaciones. El nacionalismo de Paco
Sánchez no es en absoluto victimista. Y aunque pudiera parecerlo, al
exhibir al hombre mutilado que habita en estas peñas, sin embargo,
al negarse a atribuir­le al otro la causa de su propia desgracia, está
desvelando las trampas del victimismo auto-consolador y demagógico. Por otra parte, la autocomplacencia es lo que determina la
dife­rencia entre la imagen que tenemos de nosotros mismos y lo
que en verdad somos. El mito de las Islas Afortunadas fue la mejor
coartada ideológica para aquellos isleños que carecían de sentido
autocrítico (...). La pintura de Paco Sánchez rechaza esta obsesión
sobre las esencias identitarias como pretexto o como negocio. No
es verdad que toda reflexión sobre las raíces contenga siempre una
trampa política de mala fe.
El contenido mítico y poético de esta alegoría sobre los orígenes de
las Islas Canarias y sus habitantes es también una meditación sobre
los orígenes de la especie humana. Esto es lo que le otorga un valor
universal a su pintura. Pero claro está, cuando Paco Sánchez pinta
cuerpos mutilados junto a palmeras y volcanes está aludiendo a la
condición manquante de la identidad canaria. Es como un graffiti
cuyo mensaje despierta de inmediato la ira en quien lo lee, no tanto
por su contenido como por el hecho de que no puede borrarlo.
¿Acaso no es Paco Sánchez nuestro mejor graffitero? La verdad
que transmite es incómoda, como la que contiene aquella pregunta
que se hizo Gauguin: “¿Qué somos, de donde venimos a dónde
vamos?” No hay respuesta. El poeta Pedro García Cabrera, tan vinculado a Felo Monzón en los años treinta, escribió su ensayo “El hombre
en función del paisaje” para ahondar en esta pesquisa antropológica
que hoy sigue siendo tan fascinante como enton­ces, a despecho de
la ciénaga del capitalismo posmoderno que, como se sabe, amenaza con taponar el acceso a los pasadizos secretos que conducen a
las grutas [y sigo con la metáfora espeleológica] donde los tesoros
del espíritu se ofrecen sólo a los iniciados. En este sentido, nada
hace pensar que las sombras dejen de proyectarse sobre el fondo de la
caverna, ni que su presencia en la conciencia de los hombres deje de
ser un enigma irreso­luble. Esto lo sabía Manolo Millares, en quien
la contemplación de una momia del Museo Canario de Las Palmas
despertó cuando joven, igual que en Paco Sánchez, un estremeci­
miento del que toda su obra se nutriría. Ya se sabe que en el fondo
de la cuevas, allí donde los hombres enterraban a sus antepasados,
se hallan los manantiales de aguas más puras. Es el agua del olvido
y de la memoria, la que mana del río del Leteo.
Fragmentos del texto “Juego de Sombras”, de Fernando Castro Borrego, publicado en el catálogo de la exposición Macaronesia, de Paco Sánchez; Instituto Cabrera Pinto; Viceconsejería
de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias; La Laguna; 2010.
Baños de color en el arco iris. 162 x 130 cm. Acrílico sobre lienzo. Año 2010.
El sonido del mundo. 130 x 97 cm. Acrílico sobre lienzo. Año 2009.
El tiempo nuevo II. 73 x 60 cm. Acrílico sobre lienzo. Año 2009.
Iconografía guanche. 46 x 38 cm. Acrílico sobre lienzo. Año 2009.
Isleños. 55 x 46 cm. Acrílico sobre lienzo. Año 2009.
Mirada del niño africano. 46 x 38 cm. Acrílico sobre lienzo. Año 2009.
Tángara. 146 x 97 cm. Acrílico sobre lienzo. Año 2009.