ALUVIÓN DE 1826
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ALUVIÓN DE 1826
EL DÍA, jueves, 11 de abril de 2013 25 PENITENCIAS POR COPULAR. Los castigos a las parejas que convivían sin casarse en siglos pasados . 28 revista semanal de EL DÍA Las pérdidas humanas y materiales del ALUVIÓN DE 1826 en el Valle de La Orotava, según las fuentes parroquiales Vista del Realejo Alto e iglesia de Santiago Apóstol, de la que fue párroco don Antonio Santiago Barrios. / ARCHIVO MUNICIPAL DE LOS REALEJOS. Texto: Miguel Ángel Pérez Padilla y Jerónimo David Álvarez García L a isla de Tenerife fue la más castigada por el terrible aluvión acontecido la noche del 7 al 8 de noviembre de 1826, cuando lluvias torrenciales y vientos huracanados causaron inmensas desgracias personales, hicieron desaparecer casas, terrenos de cultivo, canalizaciones, puentes, ermitas, castillos y embarcaciones, además de modificar sustancialmente el paisa- je. Fue tal la magnitud de este temporal que ha permanecido en la memoria colectiva de los habitantes de Tenerife, siendo recordado por la prensa insular desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad, como se deduce de un rotativo insular en el que se da noticia de unas copiosas lluvias en La Orotava, que rememoran el aluvión y “en las que los daños recibidos son mayores que los del año del 1826 llegando el caso hasta hallarse incomunicados por las barranqueras”.(1) Además, este suceso aparece recogido en multitud de narraciones y documen- tos a los que podemos tener acceso hoy en día, entre otros de Sabino Berthelot (8), antropólogo y naturalista francés, que fue testigo directo del mismo, José Agustín Álvarez Rixo (3), cronista del Puerto de la Cruz y alcalde de esa ciudad, las viajeras Florence Du Cane (4) y Elisabeth Murray (5), el profesor Domingo Savignon y el geólogo alemán Leopold von Buch (6), que años antes del aluvión alertó en su obra de la intensidad de la erosión del terreno debida a la tala indiscriminada, relegando la flora a meros matorrales. Así, el viajero norteamericano Daniel Jay Browne nos recuerda en su obra que (7) visitó “el jardín de Mr. Cólogan donde se encuentra el gran drago que Humbolt mencionara”, y cómo durante el aluvión se partió y el temporal se llevó la mitad”(8), lo que confirma los destrozos ocasionados por las lluvias, aportando una cifra de fallecidos semejante a la que en este trabajo sugiere y la constatación de la desaparición de la imagen de Nuestra Señora de Candelaria de su santuario sureño. Concluye con una sorprendente hipótesis donde pasa a la pág. siguiente® 26 jueves, 11 de abril de 2013, EL DÍA EN PORTADA ® viene de la página anterior afirma que el aluvión contribuyó a disminuir la altura del Teide, pues “me han comentado que la apariencia del Pico es sensiblemente distinta de la anterior al desastre de 1826, si comparamos la silueta actual con los dibujos que se conservan de épocas anteriores, la coincidencia es mas bien escasa”, (9), si bien no esta demostrado científicamente y más parece una exageración de una vivencia o hecho traumático, aumentado por la rumorología popular. Las pérdidas humanas y materiales de esta catástrofe natural quedan bien reflejadas en los testimonios antes citados, a los que se une el interesante relato de don Antonio Santiago Barrios (10). Este párroco realejero registró los sucesos acaecidos esos días de noviembre. Su texto recuerda que “jamás los habitantes de la isla de Tenerife, después de la Conquista, habían visto ni experimentado un suceso tan lastimoso ni que más deba conservarse en la memoria de los hombres como lo sucedido el año 1826, en la noche del 7 de noviembre y el día 8, noche y día que debieron hacer punto fijo, para empezar una nueva época, y en particular para los habitantes desde la Fuente de La Guancha y San Juan de la Rambla hasta el Risco de La Orotava”(11). Prosigue este documento con la descripción de los calores de “tiempo sur”, comenzando la lluvia el día 7 a las 8 de la mañana, ambientado con “grandes ruidos que no se sabía de dónde provenían”. El caudal de los barrancos aumentó espectacularmente, unido a la abundante lluvia, viento y relámpagos. Al día siguiente, desde la mañana una gran niebla cubrió la atmósfera, mientras los vecinos comenzaban a salir cautelosamente de sus casas sin dar crédito al dantesco panorama. El temporal había ampliado el cauce de los barrancos y destruido casas, terrenos y vías. Cuando el párroco fue avisado para acudir al pago de la Cruz Santa, donde debía sepultar a varios fallecidos, se unió a una cincuentena de hombres viviendo una odisea, sorteando paredes y barrancos hasta llegar a ese lugar. Una vez llegó, consoló a sus vecinos y ofició por los difuntos. Después, él mismo “cogió la azada” y ayudó a cavar las fosas para los vecinos fallecidos. La búsqueda de cuerpos prosiguió en otros lugares del municipio, como en las playas y “al llegar al barranco de la Raya, encontraron el cuadro más horroroso, porque se puede afirmar que había casi tantos cuerpos muertos como callados; entre ellos había cuerpos de gente, de bueyes, burros, cochinos, cabras, ovejas, perros, caballos, etc., madera que había sido de casas, fragmentos de un barco, (...)”, e incluso retamas. Los cadáveres se enterraron en la playa y en el Puerto de la Cruz debido a su estado de descomposición. El documento concluye con la narración de lo sucedido en Higa, la Rambla y Realejo de Abajo. Por último, los libros de difuntos de las parroquias del Valle son complemento oficial a las anteriores narraciones. En los de Santiago Apóstol del Realejo Alto leemos la siguiente nota: “Desgraciados en el Alubión del siete y ocho de Noviembre,“ de la que se desprenden los enterramientos ya citados del día 9 en la tarde en la ermita del pago de la Cruz Santa. Los fallecidos fueron: “Antonia Martín Fernández, soltera, de edad de sesenta años, hija legítima de Tomás Martín y María Canónigo. María Martín Galano, de edad de cuarenta años, hija de Domingo Martín Galano y Rafaela Fernández, mujer de Antonio Rodríguez Trujillo. Tomasa, de edad de cuatro años, hija legítima [de los anteriores]. Brígida Rodríguez, mayor de sesenta años, natural de Candelaria, soltera, hija legítima de Juan Rodríguez y María Baute. Cecilia, de edad de seis años, hija legítima de Antonio Marrero y Manuela Chaves. Únicas personas de las quince que faltaron del pago de la Cruz Santa y fueron víctimas de la desgracia del crecimiento de Barrancos en el Alubión (...) cuya abundancia hicieron destrozos imponderables”. Al día siguiente se enterró a “María, de edad de dos años y seis meses, hija de Rafael, natural de San Juan de La Villa de La Orotava, y Jerónima Hernández Albelo, de la Concepción de La Orotava y vecinos del Pago del Barranco de Las Lajas. Domingo, de edad de seis meses, hijo de Domingo González Corvo y Juana González Chaves, de esta vecindad en La Cruz Santa”. Como se ha dicho más arriba, y motivado por la descomposición de los cuerpos, se dio sepultura en “la Playa de La Lageta a varios cadáveres que arrojó el mar de Sabino Berthelot, testigo de excepción del aluvión de 1826. los muchos que perecieron de este jurisdicción de Realexo de Arriba, del Pago de Las Rosas, de La Cruz Santa, Barranco de Las Lajas y Dehesa (12), lo que por muy desfigurados no se pudieron conocer y fueron víctimas del Alubión (...) por todos los cuales se hizo en esta P[arroquia] de Santiago del Realejo de Arriba una función fúnebre con la mayor pompa y solemnidad posible con la concurrencia de todo el clero y mucha parte de los vecinos del pueblo y para que conste lo firmo. Sebastián Olivero de la Guardia”(13). Mientras, en el vecino pueblo del Realejo de Abajo su párroco registra que “en ocho de Noviembre de este presente año (...) se enterraron en la Parroquia de Ntra. Sra. de la Concepción a Nicolasa de Aguiar, hija legítima de Vicente de Aguiar y Vergara, naturales de este lugar, y Josefa Hernández, que lo es de la Concepción de La Orotava; mujer legítima de Esteban Luis Mansano; de edad de cuarenta y nueve años que en unión del expresado su marido y cinco hijos que conviven a la vez: Manuel de veinte y un años, Juana de diez y ocho, Vicente de catorce, que aparecieron y sepultaron el mismo día; y José de diez y siete con Juana de nueve, que no se encontraron, perecieron y arrebató el barranco de este dicho pueblo en la noche anterior del espantoso aluvión. Juntamente con Pedro Hernández Henrique, hijo legítimo de José Hernández y María Rodríguez, con su legítima mujer María Pérez de Barrios, hija legítima de Juan José y Cayetana Pérez de Barrios; de edad ambos de veinte y ocho a treinta años, con sus hijos Dominga de seis, Jerónimo de cuatro, María de tres y Antonia de uno. Asimismo, Antonio José de Acosta, hijo legítimo de Amaro Francisco de Acosta y María Rodríguez, de edad de ochenta años, marido de Antonia María de Aguiar, natural de este pueblo y de los cuáles aparecieron y se les dio sepulcro el mismo día, Domingo y Antonia con la referida su madre”.(14) Don Manuel Ildefonso Esquivel(15) registró que “en nueve de Noviembre de 1826 años, dio sepultura en la ermita de San Juan que fue Convento Francisco, al cadáver de Josef Hernández Trujillo, que pareció ser el mismo que la noche del siete llevó con toda su casa en el Pago de San Antonio de este mismo Puerto, el aluvión acaecido en dicha fecha; se desconoce su estado y filiación, de edad sesenta años poco más o menos. Se tiene entendido haber testado en la Villa de La Orotava”. En las notas de este volumen se lee “que de resultas del Aluvión acaecido, ha de haberse enterrado en las ermitas de San Juan y San Pedro Telmo de este Puerto de la Cruz y en su Camposanto, diferentes cadáveres según se le iba descubriendo en los barrancos de Martiánez y el que desagua en las playa del Castillo de San Felipe, como también de los que sucesivamente arrojaba el mar en sus riveras, de los cuales algunos parecían por sus vestidos ser de los franceses naufragados en esta costa dicha noche en una fragata. Otros pertenecientes a los pueblos de Realejo de Arriba en la Cruz Santa y en el Pago de Las Dehesas y otros de la Villa de La Orotava en el Pago de Las Arenas y algunos de este Puerto; cuya nota extiendo por las noticias que se me han dado por haberme sido imposible el poderlas presenciar y conocer”. La relación de fallecidos es la que sigue: “Pedro Méndez y Juana López su mujer, vecinos del Pago de Las Arenas en la Villa de La Orotava; y sus hijos: Josefa, María y Josef, todos célibes. Fernando Martín Rivero, vecino del Pago de Las Arenas en la Villa de La Orotava, de edad de catorce años. Al parecer Bernarda Nuñes, mujer de Rafael Martín en el Pago de Las Arenas de La Orotava, de treinta años de edad al parecer y sus hijos: Domingo, Antonio y Rafael. Juana y Antonia Galano vecinas del Pago de Las Arenas y Domingo Galano. Manuel Eugenio, español que enseñaba las primeras letras a niños, María Lugo su mujer, Dominga su hija y Rita Lugo su cuñada, vecinos del Pago de Las Arenas. Juan Bueno, su mujer María Medina y Carlos su hijo, vecinos de Las Arenas de la Orotava. Juana Martín, mujer de Francisco Álvarez, hija legítima de Andrés Martín y de Ana María Nuñes, vecina de este Puerto de la Cruz. Juan Álvarez, Petra Álvarez, Francisca Álvarez, hijos de Francisco Álvarez y de Juana Martín, dos de los cuales fueron hallados en medio de los escombros de su casa en la Calle de Las Cabezas y Josef, hijo natural de Juana González, vecino de este Puerto del Pago de San Antonio.” Días más tarde, “en doce de noviembre fue conducido al Camposanto de este Lugar y Puerto el cadáver de Mateo Hernández, marido de María Valentina, hijo legítimo 27 EL DÍA, jueves, 11 de abril de 2013 EN PORTADA de Fernando Hernández y de María Valentín naturales y vecinos de este Puerto en el Pago de San Antonio. Falleció el día anterior a los cincuenta y dos años de edad, al parecer de haberle traído el agua del aluvión acaecido el siete del presente desde dicho pago hasta la calle de Las Cabezas; confesó y no se le pudo administrar más sacramentos, no testó”(16). Desde La Orotava sus clérigos nos legan este testimonio, cuando “el día siete de noviembre de mil ochocientos veinte y seis comenzó un fuerte aluvión desde las diez u once de la mañana, duró hasta las ocho del día nueve haciendo imponderables estragos, derrumbando casas, abriendo nuevas barranqueras, llevándose muchas tierras y personas no solo de esta isla, sino también de las demás, cuyo número de difuntos aún no se sabe fijamente, pero entre este pueblo, Realejos, Puerto de la Orotava, San Juan de la Rambla y Guancha habían sido trescientos más o menos y de los de esta parroquia sólo se han encontrado los que constan en las partidas siguientes. Estos son algunos de dichos registros: el día 9 José Méndez fue enterrado en la ermita de San Jerónimo, también Juana, de 14 años, y María de 22, hijas naturales de María Canaria en dicha ermita por ser inaccesible al cementerio, junto a Juana Farrais y María Rodríguez, de 14 años. Afortunadamente, disponemos de un balance de daños descrito por los sacerdotes, en el que se “manifiestan los estragos que causó en la isla de Tenerife el temporal (...) en los veintiún pueblos que componen el distrito de la subdelegacion de policía del partido de La Orotava. Pérdida de personas, animales y valor de terrenos destruidos y noticias sobre este acontecimiento terrible”. (fig. 1) La siguiente anotación nos aclara que “en las 32 personas muertas que van anotadas en el Puerto de la Cruz, se cuentan las quince que se ahogaron de las 19 de la fragata francesa “La Joven Gabrielle”, que con el mismo temporal en estas peñas la madrugada del 8 sin haberse visto de tierra el día antes. Los dos barrancos en medio de los cuales está situado el Puerto arrastraron tanto material que retiraron el mar 250 varas el del poniente y 200 el del naciente, en donde arruino una fortaleza que no se repone en cuatro mil pesos. El del poniente que baja a dicho Puerto por la Montañeta llamada del Fraile, es tanta su extensión en el día, al pie de ella que siendo anteriormente de 50 a 60 varas de ancho tiene ahora 422 varas. En la Villa de La Orotava formó el aluvión doce barrancos de más de los que había en sus contornos. Dos hombres del lugar de la Guancha y que uno de ellos se hallaba en la isla de la Gomera conoció allí el cadáver de su amigo y compañero entre los que la corriente del mar llevó a dicha isla. En los trece pueblos del partido que no van anotados no hubo perdida de personas, pero fue tanto el estrago que causó el viento que en algunos levantó tejados y arrancó los arboles. En los pueblos de Buenavista, Santiago y Arona tuvieron la curiosidad de valorizar los terrenos destruidos y llega su valor en los tres a 22.900 pesos corrientes”. Mientras, el total de fallecidos en La Villa de La Orotava ascendió a 118 personas (87 adultos y 31 niños), recibiendo sepultura eclesiástica tan sólo 18 por lo que los desparecidos o “llevados por el mar” sumaron el centenar de vecinos. Prosigue el relato con otra nota: “A las once y media del día seis se cubrió la atmósfera de una nube gruesa Valle de La Orotava y el Teide en 1925. Joaquim González Espinosa./ FEDAC FIG. 1 Puerto de la Orotava La Orotava Realejo Alto Realejo Bajo La Guancha La Rambla Icod de los Vinos Santa Úrsula Total (1) El Eco del Comercio Nº 791, miércoles 30.11.1859. Santa Cruz de Tenerife. (2)Berthelot, Sabino, Primera Estancia en Tenerife 1820-1830, pp 187-194. (3)Álvarez Rixo, José Agustín, Anales del Puerto de la Cruz de La Orotava (1701-1872) pp 291-296 y Noticias Biográficas de algunos isleños canarios, pp 8595. (4) Du Cane, Florence, Las Islas Canarias, p 40. Esta autora da erróneamente el año 1820 como fecha del aluvión. (5) Murray, Elisabeth, Recuerdos de Tenerife, pp 161-166. Donde se ofrecen cifras de fallecidos y desperfectos aproximadas a las presentadas en este tra- acompañada de un viento sur muy violento y una agua estropeada que duró como una hora, tiempo en que sobrevino un norte igualmente fuerte que parece puso en pugna con el otro viento. Sus remolinos y continuada agua se fueron aumentando por grados al paso que extendió sobre la tierra una niebla que aumentó la oscuridad. A todo esto seguía un ruido espantoso que constantemente fue en aumento hasta el día y cesó enteramente a las veinte y cuatro horas. Aunque el valle permaneció cubierto de nubes no tan densas. En medio del ruido que se ha hecho mérito, se advirtió un movimiento de trepidación en la tierra, cuyos golpes aunque leves se percibieron con frecuencia desde las once de la noche hasta las cinco de la mañana y de sus resultados se cree dimanó el numero de edificios arruinados (...), Domingo Hernández Quintero”.(17) Un último punto es la confirmación de los desperfectos ocasionados por Personas 32 118 25 14 52 10 5 1 255 Casas destruidas 31 144 41 9 72 14 311 bajo. (6) Buch von, Leopold, Descripción Física de las Islas Canarias. (7) Browne, D.J. Cartas desde las Islas Canarias, pp 98-99 y 103. (8) Realmente este drago fue parcialmente derribado en un temporal de 1819 y finalmente abatido por otro de 1867. (9) Browne, D.J. Cartas ..., p 107. (10) Párroco de Santiago del Realejo Alto (1822-1849), fue comisionado de la desamortización del convento de San Juan Bautista del Realejo, falleció el 11.06.1849 a los 62 años. (11) Para la versión íntegra de este documento remi- Animales 23 587 344 13 38 1005 Casas arruinadas 6 130 31 167 timos a Álvarez, Leopoldo en www.tiempo.com/ram/151/elaluvion-del-ano-de-1826-resenado-por-el-beneficiado-de-la-iglesia-del-realejo-alto-isla-de-tenerife-don-antonio-santiago-barrios y Hernández García, Jesús Manuel en “162 Aniversario del Aluvión en el Valle de la Orotava”, La Prensa ELDIA, 20.11.1988. (12) Por esas fechas ese pago pertenecía a la jurisdicción del Realejo Alto. (13) Libro 5º de Entierros, folios 156 y 156 vto, parroquia de Santiago de Realejo Alto. Archivo Histórico Diocesano de Tenerife, en adelante A.H.D.T. (14) Libro 5º de Entierros, folios 181-182, parroquia Ntra. Sra. de la Concepción de Realejo Bajo. A.H.D.T. (15) Párroco de Ntra Sra de la Peña de Francia de la riada en las tierras del convento de Agustinas Recoletas de Realejo Bajo, cuando “hallándose el Convento en la actualidad con bastante escasez (...) para atender a la precisa manutención, como al reparo de las ruinas causadas por el aluvión de siete del corriente cuyas avenidas dejaron sin cerca la propiedad principal del Monasterio y demolieron las paredes de la casa que llaman El Patronato”.(18) Probablemente, el daño psicológico fue más duradero que el material, quedando presente en el subconsciente colectivo. El balance de este análisis arroja 189 muertos en los tres municipios actuales del Valle de La Orotava, por lo que el número de fallecidos ascendió aproximadamente al 1% de su población. No obstante, la cifra debió de aumentar debido a posteriores fallecimientos de heridos y por el descenso del nivel de vida, empeoramiento de las medidas higiénicas y aumento de las enfermedades, cifra difícil de evaluar, pues en los registros parroquiales no constan esas coyunturas. Nota de los autores: Nuestro agradecimiento a las personas e instituciones que han brindado su ayuda para la feliz conclusión de este trabajo, especialmente al personal del Archivo Histórico Diocesano de Tenerife y del Archivo Histórico Provincial de Tenerife. Puerto de la Cruz (1815-1862) y mecenas de la misma; la construcción de su torre y la remodelacion de la fachada corrieron a costa de su peculio, falleció en 1862 a los 84 años. (16) Libro 9º de Entierros, folios 46, 46 vto y 47, parroquia Ntra Sra de la Peña de Francia, Puerto de la Cruz. A.H.D.T. (17) Libro 11º de Entierros, parroquia de San Juan Bautista de La Orotava. A.H.D.T. Remitimos a este volumen para la consulta de la relación completa de fallecidos en La Villa de La Orotava. (18) Libro de Actas del Convento de Recoletas Agustinas del Realejo, 1824-1833, p 15. CONVENTOS 3281. Archivo Histórico Provincial de Tenerife. 28 jueves, 11 de abril de 2013, EL DÍA PATRIMONIO GÜÍMAR: LA EVOLUCIÓN DE la plaza de San Pedro Textos: Rafael Cedrés Jorge E ste trabajo de investigación se centra en presentar la evolución del diseño de la plaza de San Pedro, de Güímar, desde sus inicios, por el año 1610, hasta la actualidad. El documento se centra en presentar los cambios arquitectónicos sufridos en el entorno desde una perspectiva gráfica, recurriendo a las imágenes e información que obran en los documentos históricos existentes. El documento recoge también un apartado dedicado a las actividades comerciales y lúdicas que se han producido en la plaza y los edificios que la circundan, centrándose principalmente en aquellas que han perdurado a lo largo del tiempo. De esta forma el lector podrá hacerse una composición global del entorno desde varios puntos de vista, lo que ahondará en la comprensión del desarrollo del lugar. La plaza de San Pedro de Güímar se conforma en torno al nuevo núcleo de población que se originó como resultado de la expansión del barrio de San Juan (Güímar de Arriba), lugar donde se fundó el pueblo en 1500. Su origen está precedido de la construcción de la primera ermita, que se conoció como la “ermita del Señor San Pedro del Tanque”, al ser construida junto a un tanque de agua (para regar los cultivos de las zonas bajas) en el periodo 1602-1608 por el maestro cantero Pedro de Savalía. Se trataba de una edificación de una sola nave y planta rectangular, con un acceso formado por un arco de cantería de tosca. El templo se abrió al culto en 1610. Durante el siglo XVII se fue consolidando el núcleo de Güímar en torno a esta ermita, que en 1630 se convirtió en parroquia dotándola de piedra bautismal y del Santísimo Sacramento. En esta etapa pasó a denominarse iglesia de San Pedro. En 1731 dispone de dos capillas (La del Rosario y la del Carmen). En 1737 se considera que el pueblo tiene iglesia decente. En 1765 se cataloga la tercera capilla (la de las Ánimas); el templo además ha sido mejorado añadiendo retablos, coro y órgano. Llegado el año 1794 se inician obras de reforma y reconstrucción, añadiéndole dos naves y aumentando la altura existente. La reconstrucción se realizó según los planos de Bernardo Torres Marrero, Estas obras se finalizaron sobre 1805. La nueva portada se construyó de cantería labrada en es- tilo barroco por don Juan Agustín García, así como las columnas interiores y los arcos de medio punto de separación de las naves. Entre 1821 y 1828 se construyó la torre de la iglesia por Juan Nepomuceno Verdugo en estilo clasicista. En años posteriores se mejoró su interior con nuevos retablos, tabernáculos, púlpito y otros elementos. De su interior podemos destacar las imágenes de San Pedro, Virgen del Socorro, San Pablo, el Cristo de la Agonía, Inmaculada Concepción, Virgen de los Dolores, Virgen del Carmen, Cristo de las Tribulaciones, siete retablos, vidrieras, tabernáculo tallado en madera y plata y el púlpito de madera. No obstante, no se ha podido datar una fecha concreta del origen de la plaza al no existir referencias documentales históricas de cuándo comenzó a construirse la primera explanada que diera paso a la futura plaza. Las referencias documentales de finales del siglo XIX especifican que la iglesia daba a una explanada abierta denominada “llana de San Pedro”, delimitada por plantaciones de plátanos. Este espacio se encontraba comunicado con la plaza de Santo Domingo por la calle del mismo nombre. En 1827, con motivo de la fiesta de San Pedro, ya se decoraba con guirnaldas de flores, arcos decorados con ramas y colgaduras en las fachadas de las casas y frente de la iglesia. En 1887 se aco- mete la construcción del tercer cuerpo de la torre de la iglesia para instalare el reloj. La primera obra que delimitó el espacio central de la plaza se acometió en el año 1900. El objetivo era construir un área delimitada por un muro que a su vez sirviera para rellenar el espacio central de tal forma que se allanara la superficie de la misma y se redujese la pendiente. La plaza se inauguró en las fiestas de San Pedro. En 1918, la casona, propiedad de don Pedro Pérez Delgado, situada junto a la iglesia de San Pedro es ocupada por la Sociedad Recreativa y Cultural Casino de Güímar. 1923 fue el año en el que se planteó el proyecto de ejecución del nuevo acerado de los laterales de la plaza, En 1924 se inaugura el antiguo teatro-cine, propiedad de José Ávila y Jerónimo Delgado Marrero. Se accedía por una escalinata que partía desde una de las calles que bordean la plaza. Formó parte del entorno hasta finales de 1959, cuando un temporal que asoló la isla destrozó la cubierta, permaneciendo intacta la fachada. Terminó por desaparecer 1989, cuando se demolió lo que quedaba de la estructura, pasando a convertirse en un aparcamiento público. Este mismo año, el ayuntamiento cuenta con un proyecto de reforma de la plaza de la Iglesia redactado por don Luis Díaz. El ayuntamiento, en octubre de 1927, La plaza de San Pedro según un grabado de J.J. Williams para Sabino Berthelot de 1827-28. ARCHIVO DE RAFAEL CEDRÉS redacta el proyecto de ejecución de obras de adecuación de la plaza de la iglesia para convertir el entorno en un espacio armonizado y reducir las pendientes, al considerar que el proyecto de 1924 no se adecuaba a las nuevas directrices de armonía del entorno fijadas. Para ello se plantea modificar la rasante actual, ensanchar la plataforma de la plaza, dotarla de pretil artístico en piedra artificial e hierro, instalar escalinatas de acceso a la plaza y a la iglesia, dotación de arbolado centralizado, instalación de balaustrada de piedra artificial frente a la iglesia y adoquinado, así como la instalación de alcantarillado y sistemas de recogida de aguas pluviales. El presupuesto de esta obra ascendió a 189.841,12 pesetas (1.140,97 €). En 1931 se plantea en el ayuntamiento la necesidad de arreglar los paseos laterales de la plaza, ya que el espacio central es insuficiente para albergar toda la gente que acude a las fiestas. No obstante, no se considera un asunto urgente ya que se están estudiando nuevos proyectos de remodelación. Don José Ávila García solicita autorización para modificar la facha del teatro-cine para adecuarla a las nuevas necesidades del cine en 1932. Finalmente, nunca llegó a ejecutar esta obra. En septiembre de 1941 se redacta la memoria para modificar las rasantes y repavimentar las calles adyacentes a la plaza. El proyecto no contempla modificar la fisonomía de la misma. 29 EL DÍA, jueves, 11 de abril de 2013 PATRIMONIO Además, se mantienen las alineaciones de las vías existentes. El pavimento a utilizar es del tipo macadán asfáltico en tres capas. Las aceras proyectadas se ubicarán en los bordes laterales de la plaza, con un ancho de 1,25 metros, utilizándose losetas de cemento comprimido sobre firme de hormigón y bordillo de piedra basáltica. Las obras se iniciaron el 17 de septiembre de 1945 por don Luis Díaz de Losada y García por un importe de 52.800 pesetas (317,33 €), finalizándose el 30 de noviembre de 1945. Aprovechando la ejecución de estas obras, en octubre de 1945 se acomete una modificación de la planta de la plaza añadiéndole una acera en medio punto por la parte que da al frente de la iglesia, por un importe de 7.724,30 pesetas (46,42€). En junio de 1947 se procede a acometer las obras de sellado o refinado de las calles circundantes a la plaza y la explanada ubicada frente a la iglesia de San Pedro con asfalto, arena y gravilla por un importe de 9.990 pesetas (59,50€). En 1951 se plantea dotar a la plaza de un sistema de alumbrado público que permita mantener todo el espacio iluminado de forma eficiente. Para ello se plantea ubicar 14 farolas distribuidas en cinco series paralelas entre sí de norte a sur, salvo en la primera serie, que solo llevaría dos. Ocho se colocarían sobre postes de acero y el resto suspendidas por cables. Finalmente, en 1953, se modifica el proyecto sustituyendo las 6 farolas suspendidas por dos pilastras y dos columnas de doble brazo para ubicar 13 armaduras paras lucetas de 250 w. El coste de esta instalación ascendió a 28.825,15 pesetas (173,24 €). La obra fue ejecutada por Hidroeléctrica de Güímar, S.A. En diciembre de 1965 se redacta la memoria para las obras de modificación de la plaza de San Pedro, para lo que es necesario talar los árboles existentes en la plaza por quedar fuera de escala del futuro conjunto y para evitar daños en la obra final producidos por las raíces de los mismos. Otro de los objetivos buscados es reducir al máximo la pendiente de la plaza, reparar las aceras colindantes, ensanchar y reparar las vías que la circundan así como dotarla de nuevo alumbrado. El coste de la obra ascendió a 1.578.311,69 pesetas (9.485,84 €), siendo ejecutada por el contratista don Antonio Pérez Campos, que la finalizó en mayo de 1968. La nueva plaza tendrá además una fuente por el lado más cercano a la iglesia consistente en una serie de escalinatas. En esta se instaló una obra del artista Enrique Cejas Zaldívar, consistente en una pareja de niños. En 1966 se solicita la permuta de la Casa Rectoral por la casona de los Cáceres, para edificar en el lugar que esta ocupa la plaza y monumento al obispo don Domingo Pérez Cáceres, quedando esta plaza como anexa a la principal. En 1968 el Casino pasó a ocupar su actual sede. La casona se demolió este mismo año. En 1969 se redacta el proyecto de desmonte y nivelación del solar anexo a El lateral izquierdo de la plaza según se mira desde la parte baja. Imagen de 1920./ AYTO. DE GÜÍMAR–FONDA MEDINA La plaza en 1870. / FOTO AYUNTAMIENTO DE GÜÍMAR–FONDA MEDINA la plaza para la futura construcción del monumento al obispo Pérez Cáceres. Las obras se ejecutaron y finalizaron en julio de 1970 por un importe de 81.000 pesetas (486,82 €) por don José Fariña Medina. En octubre de 1970 se acomete la obra de construcción de los muros de contención de la futura plaza y monumento por un importe de 155.500 pesetas (934,57€). La construcción de la plaza anexa a la de San Pedro que ubicará el monumento al obispo se inicia en 1971 con la aprobación del proyecto y presupuesto para la misma por importe de 143.693,10 pesetas (863,61 €). Las obras fueron realizadas por don Antonio Pérez Campos, que las finaliza en julio de 1972. La ejecución consistió en el enchapado de las paredes del entorno en color formando dibujo, instalación de pérgolas, colocación de peldaños, y restauración de la pared lateral lindante de la iglesia. Se inauguró el 29 de junio de 1972. La obra escultórica del obispo Pérez Cáceres fue realizada por Enrique Cejas Zaldívar, ganador del concurso de proyectos para la ejecución del monumento. Lamentablemente, esta escultura de cuerpo entero del obispo fue víctima de diversas acciones vandálicas. Entre 1981 y 1991, la plaza sufrió diversas modificaciones y reparaciones menores. En 1999 se iniciaron las obras de reforma de la plaza y las de la plaza anexa, dedicada al obispo Pérez Cáceres. Las obras se acometieron en tres fases; fue una obra promovida por el Cabildo de Tenerife y ejecutada por el ayuntamiento con una inversión de 191.490.040 pesetas (1.150.878,32 €). Los objetivos de esta remodelación consistieron en la supresión de los aparcamientos de las calles que rodean la plaza, lo que permite ampliar el ancho de la misma, consiguiéndose por tanto devolver a la explanada su antigua dimensión. Se eliminó del entorno el asfalto, quedando las aceras y vías laterales rematadas con el mismo material, dando un aspecto de continuidad. Se ha rehabilitado la plaza del Obispo anexa, reubicándose la escultura en un lugar más visible. También se ha dotado a la plaza de nuevo alumbrado, lo que le permitirá disponer de mayor iluminación. La inauguración de las obras se realizó el 5 de septiembre de 2001. En el año 2012 se añadieron al entorno elementos de mobiliario urbano (macetones y bancos). Los nombres de la plaza A lo largo de la historia, la plaza ha tenido varias denominaciones, en algunos casos debido a las situaciones políticas de la época y en otros casos simplemente por comodidad. En este sentido, era muy típico designarla simplemente como “plaza”, especialmente en los documentos, como sistema de abrevia- tura. También se mantenía esta abreviatura posiblemente porque se copiaba la referencia de unos documentos a otros. Podemos encontrar incluso la denominación de “plaza de la Iglesia” en periodos donde el nombre oficial era el acordado por el pleno municipal. Los nombres oficiales que ha tenido este espacio son los siguientes: Llano de San Pedro. Desde su creación hasta aproximadamente 1820 (fechas estimadas por encontrarse en algún documento alguna referencia a este nombre). Plaza de la Iglesia. Desde 1820 (año que se ha estimado por referencias documentales) hasta 1931. Plaza de la República. De 1931 (por acuerdo del pleno municipal de fecha 8/8/1931) a 1936 (por acuerdo del pleno 4/11/1936). Plaza de San Pedro: desde 1936 hasta hoy. La actividad en la plaza: En torno a la plaza, a lo largo de la historia se desarrolló una actividad marcada por los usos de las fincas y construcciones que la han circundado. La actividad inicial de la explanada o Llano de San Pedro debía de ser puramente agrícola, ya que sus alrededores estaban conformados por plantaciones de plátanos así como por un secadero de tabacos y una bodega. Desde el punto de vista comercial, las primeras actividades de la que hay constancia documental en las licencias fiscales datan de 1873, consistentes en una notaría, ventas de aceite y vinagre. Posteriormente, a lo largo del tiempo han existido ventas de tejidos, mercerías, figoneo, médicos, ultramarinos, abacerías, ventas de muebles, comercios de comestibles, cafés, fabricas de gaseosas, barbero, farmacia, venta de objetos de oficina, abogados, notaría, venta de coches, etc. También tenemos las actividades religiosas, musicales y lúdicas que se celebran prácticamente desde que la plaza existe. A modo de resumen destacamos las siguientes actividades por ser las más conocidas, señaladas en el plano adjunto por el número correspondiente: (1) La principal actividad que se conserva hasta la actualidad es la religiosa, que se celebra desde la inauguración de la primera ermita, en 1610. A lo largo del tiempo ha vivido principalmente las fiestas de San Pedro, las romerías del Socorro, la Semana Santa y la coronación canónica de la Virgen del Socorro. Por estas actividades se ha visto engalanada en innumerables ocasiones. (2) La actividad bancaria se instaló en otra de las casas que daban a la plaza, concretamente la primera sucursal de la Caja de Canarias y Monte de Piedad (hoy CaixaBank), desde 1930 hasta 1982. Además, en esta casa vivieron don Ignacio García del Castillo (1770-1870), teniente coronel graduado de Milicias, gobernador de armas, alcalde y depositario de Güímar. También nació en ella don Ignacio González García (1875-1964), juez municipal pasa a la pág. siguiente® 30 jueves, 11 de abril de 2013, EL DÍA PATRIMONIO ® viene de la página anterior y alcalde de Güímar, consejero fundador del Cabildo y presidente del Sindicato Unión de Exportadores. (3) Estuvo también la carnicería de don José y, actualmente, un bar. (4) Fue un espacio dedicado a la agricultura, hasta que hace unas décadas se construyó el edificio conocido como “edificio de Don Radamé”, que actualmente alberga viviendas y la sede de la sucursal de CaixaBank, abriéndose además el pasaje peatonal Aniceto Alberto. (5) Uno de los primeros practicantes de Güímar, don José Primo Leonato (conocido como “el médico chiquito”), se instaló en una casa de la plaza, viviendo en la primera planta. La planta baja albergaba el bar de Pedro Hernández de León, conocido como “Maestro Pedro”. En el sótano de la misma casa estaba la fábrica de gaseosas y refrescos propiedad de don Braulio García Campos. También albergó la sede del Banco Central. (6) En la parte izquierda de esta edificación estaba la oficina de Otón García, en la planta alta; y en la parte baja la tienda de doña Carmen Hernández, donde se forraban botones o remallaban medias, entre otros trabajos curiosos. (7) Fue vivienda la consulta del doctor Néstor Marrero García, el bazar y tienda de electricidad de don Domingo González González y recientemente, una tienda de modas. (8) Sede de la farmacia de don Antonio Cervós Cinto, antes de que se trasladara a la ubicación definitiva (10); la mercería de doña Florinda Campos, esposa de don Miguel Castillo, autor del emblemático pasodoble “Al Socorro”, y más recientemente un videoclub. (9) Estuvo también la barbería de don Vicente Bethencourt y el almacén (tienda) de telas de Dolores Baute. (10) El primer negocio que existió en esta casa fue el comercio de don Ángel Hernández, dedicado principalmente a la venta de víveres. Sobre 1900* se asoció con Fumero, creando el negocio de “Hernández, Fumero y Cía”. En 1928* fue vendido a los Hermanos Quesada Llarena (José y Matías), que continuaron con la actividad comercial y de préstamo de dinero. El 25 de diciembre de 1930 el comercio sufrió un incendio, que lo destruyó en su totalidad. La primera farmacia existente en la plaza se instaló en el año 1928, propiedad de don Antonio Cervós Cinto; tuvo su primera sede en la calle San Pedro Arriba, trasladándose posteriormente a la plaza, primero al mismo lugar que posteriormente ocupó la tienda de doña Florinda (8) y posteriormente (en el año 1931/1932*) al lugar que ocupó la venta de los Hermanos Quesada. En el año 1941 pasó a denominarse Farmacia Roda (o Roda-Vera), propiedad de doña Adela Roda García, farmacéutica, y de don Antonio Rodríguez Plano de la plaza con los inmuebles numerados que se detallan en el texto. Arriba, imagen del lugar según una postal de 1969/1970. ARCHIVO RAFAEL CEDRÉS Vera y Bonafox, licenciado en Ciencias Químicas. A partir del año 1988* pasó a denominarse Farmacia San Pedro. Inicialmente, contaba con un laboratorio y fábrica de productos químicos, principalmente insecticida, tomando como base el petróleo (10). (11) Otra vivienda fue sede de la sucursal del Banco Hispano-Americano hasta 1999. Posteriormente fue un locutorio. (12) En 1931 se instala en otro edificio la primera sede del Banco HispanoAmericano, trasladándose posteriormente al edificio de la esquina opuesta (11). Además ha albergado una vivienda y peluquería. (13) Vivienda. (14) Inmueble que comenzó siendo un empaquetado de tomates, luego carpintería y sede de un sindicato obrero. En tiempos de la Guerra Civil fue los salones del Auxilio Social, donde acudían los necesitados a comer. También estuvo aquí la sede del Frente de Juventudes (conocido como “los flechas”). Más recientemente fue utilizado como sede de una empresa de máquinas recreativas. (15) Al fondo del callejón o serventía (F) estuvo el bar “El Cañizo”. (169 Diariamente se colocaba en esta esquina el carrito de Amelia. (17) El teatro-cine aportaba la actividad cultural desde 1924 (el 17 de febrero de 1924 se proyectó la película “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”) hasta 1959, año en el que un temporal destruyó la cubierta. En 1989 terminó por convertirse en un aparcamiento público descubierto. (18) Casa Rectoral o Parroquial, que en 1966 fue permutada para instalar en ella la Sociedad Recreativa y Cultural Casino de Güímar. (19) Vivienda, primera oficina de Telefónica y sede de la Caja Social (Sindical), pasando este local a utilizarse por una armería y tienda de deportes. Otro de los locales del edificio ha albergado la sede de varios partidos políticos. (20) Viviendas, tienda de muebles y electrodomésticos, una notaría, abogado y gestoría. En 1906 en la antigua casita existente, residía el cura hasta que se edificó la casa rectoral. Posteriormente fue la vivienda del sacristán. (21) La casona de los Cáceres/Baulén en un principio era destinada a secadero de tabacos y bodega en la parte baja, mientras la alta era vivienda. En 1918 se instala en ella la Sociedad Recreativa y Cultural Casino de Güímar, que la ocupa hasta 1966 en que la sociedad se traslada al lugar que ocupaba la Casa Rectoral. Actualmente el emplazamiento de la casona es ocupado por la plaza homenaje al obispo Pérez Cáceres. (22) En el espacio interior que quedaba, delimitado por la iglesia y la casona, existía edificaciones destinadas a vivienda. 23) La caseta o kiosco existente junto a la escalinata de la iglesia, conocido como el bazar, se utilizaba como tómbola parroquial con fines benéficos. Se encargaba de él doña Emelina Campos. La plaza también ha sido el escenario utilizado por la banda de música de Güímar, de La Orotava, de La Laguna y de Santa Cruz, entre otras, para sus conciertos, así como por otras agrupaciones musicales y culturales. En las últimas décadas, además, la actividad de plaza se ha incrementado con la realización de fiestas, bailes, verbenas, pequeñas ferias, teatros improvisados, actividades deportivas, actuaciones de bandas de música y otras actividades lúdicas. La plaza y su red de comunicaciones En la plaza convergen varias calles, además de la vía que la circunda. A lo largo de la historia, el espacio rectangular se ha mantenido, aunque si han sufrido cambios las vías de comunicación que se inician en ella: (A) Calle de San Pedro Arriba. (B )En los orígenes de la plaza era un barranquillo. Actualmente es la calle Teobaldo Power. (C) Pasaje peatonal Aniceto Alberto. (D) Calle Santo Domingo. (E) Calle San Pedro Abajo. (F) Serventía. (G) Acceso de vehículos desde la avenida Obispo Pérez Cáceres. (H) Callejón, que hoy lleva el nombre de Coronación de la Virgen. Tenía un arco hoy desaparecido. (I) Cuesta del Rincón, hoy Calle Arafo. (J) Espacio que quedaba entre la iglesia y la casona. Hoy forma parte de la plaza del Obispo Pérez Cáceres junto con el espacio que dejó la Casona al ser demolida. (K) En el centro de la explanada, la plaza. *Fechas estimadas, sin que se haya podido concretar el año preciso del hecho. FUENTES DE INVESTIGACIÓN: Ayuntamiento de Güímar - Archivo. Iglesia de San Pedro - Archivo. Obispado de Tenerife – Archivo. Biblioteca Municipal Central de Santa Cruz de Tenerife - TEA. Constituciones y Nuevas Adiciones Sinodales del Obispado de las Canarias. 1737. Historia de la religión en Canarias. Editorial Cervantes. 1957. Don Isidro Jesús Cedrés González. Don Fulgencio Cedrés González. Don Cirilo Mesa. Don Fabián Pérez. Don Carlos Filpe Don Ángel Hernández Rodríguez. Pedro Damián Hernández Hernández. Periódico Diario de Avisos. Periódico El Día. Librería Canaria. 31 EL DÍA, jueves, 11 de abril de 2013 Perfiles etnográficos para una genuina cultura de jable (VIII) Penitencias por copular Texto: Emiliano Guillén Rodríguez. Periodista. Cronista oficial Atendiendo a los registros encontrados en los libros de matrimonios referentes a siglos pasados, se detecta que, por lo general, eran frecuentes las parejas que hacían vida marital fuera del sacramento. Cuando estos emparejamientos naturales decidían regularizar su situación ante Dios y ante la sociedad, especialmente a los necesitados de dispensa eclesiástica por razones de consanguinidad, se les aplicaban, previas a la concesión del perdón, unas penitencias públicas muy humillantes y vejatorias, especialmente para la mujer. El grado de ultraje se incrementaba con visible notoriedad en el caso de que los aspirantes hubiesen tenido hijos durante la convivencia extramatrimonial (cópulas fecundas). Para descargo de los sacerdotes, quepa decir que los obispos estaban bastante más alejados de ellos que sus feligreses, a quienes realmente se debían. N ormalmente, cuando se confiesan los pecados o faltas cometidas contra la ley de Dios, sus ministros, los sacerdotes, imponen castigos o penitencias acordes con la gravedad de la infracción y el número de quebrantos cometidos. En otro tiempo no muy lejano, cuando una pareja natural convivía realizando vida marital sin antes haber recibido el sacramento matrimonial, llegado el momento de regularizar su situación, especialmente para provecho de sus hijos, considerados legalmente hasta tanto como naturales y no legítimos, alcanzado ya el momento de solicitar el reconocimiento espiritual de la unión, los clérigos les alentaban, especialmente a la mujer, a que lo hicieran para “no quedar notablemente disfamadas”, porque las entradas y salidas, trato y comunicación que habían tenido con sus parejas las condenaba a la deshonra. Por ello, las amenazaban aseverando que no hallarían “otro de igual condición con quien casarse” y quedarían “expuestas a los riesgos y peligros del mundo”. Cuando la enmienda de la situación se podía llevar a cabo sin precisar otro trámite de carácter externo, los curas locales los casaban sin mayor dificultad o impedimento, en su propio beneficio y el de sus descendientes. En el caso de que fuese preciso solicitar la dispensa por consanguinidad de cualquier grado hasta el cuarto, la Administración eclesiástica siempre emitía un auto de obligado cumplimiento para alcanzar la indulgencia. La sentencia emitida contenía toda una serie de imposiciones precisas de cumplir para la consumación de la penitencia. En todos los casos las penas eran ciertamente vejatorias y especialmente indignas para la mujer, como se verá. El grado de humillación social estaba supeditado a la tenencia o no de hijos (cópulas fecundas). Para este último caso, los sacrificios impuestos para la expiación podrían alcanzar extremos muy poco deseables para ambos miembros de la pareja. En la súplica de solicitud, la mujer declara que lo hace por la angustia del lugar, pobreza y falta de dote; así también porque es mayor de veinticinco años (mayoría de edad). Confiesa que “se conocieron carnalmente llevados por la fragili- dad humana e incitados por la ocasión”, rogando la absolución por los apareamientos que hayan cometido. Aclaran además que la copulación no ha sido con la finalidad de obtener la dispensa sino por las causas ya reseñadas. Para el primer caso, sin tener hijos, cuando los solicitantes admitían el reconocimiento de la convivencia sin que en ella “mediase maldad”, si argumentaban además que las entradas y salidas a las casas del uno y del otro “no han sido procuradas ni solicitadas con ánimo e intención de que de ellas resultase la causa de la disfamia, o para que fácilmente se les dispense, sino que han sido casuales y ajenas de toda malicia”, la imposición se amortiguaba sensiblemente. Veamos uno de los muchos casos recogidos en los Registros Parroquiales. Pedro Marrero y María de Candelaria, convivientes en pareja natural, solicitan la susodicha dispensa por parentesco en tercer grado de consanguinidad, sin haber procreado hijos (sin haber efectuado cópula fecunda). Se les impone, por ello, como condición previa para poderla obtener la asistencia a las tres misas mayores en las que serán amonestados y permanecerán en pie y descubiertos junto a la grada del altar mayor, mientras se leen las amonestaciones y después hasta el Sanctus, a cuyo tiempo se arrodillarán hasta que el celebrante consume el sacramento, y se volverán a poner en pie hasta que se acabe la misa,”y no se dé esta dispensación hasta después de cumplida la penitencia”. Para su verificación es indispensable la firma de varios testigos presenciales. Para Juan Perera, de La Granadilla, parroquia de San Antonio de Padua, y para Juana Leonor, vecina de Arico, parroquia de San Juan Bautista, casados en esta última el 29 de abril de 1707, mediando cópulas fecundas y relación de parentesco dispensable, a la hora de la solicitud reguladora se les impone una sanción tan ejem- el día en que, por los párrocos, fuesen informados los interesados de los contenidos del auto (léase, del total del cuerpo de la dispensa provisional), están obligados a la asistencia al templo todos los viernes y hará cada uno una estación rezando cinco Credos, cinco Salves, igual cantidad de Padres Nuestros y otras tantas Ave Marías. Igualmente a la “ida y vuelta” un tercio del Rosario. Además, todos los domingos de los dichos dos meses oirán la misa mayor y asistirán a la explicación de la doctrina cristiana, y en su parroquia cada domingo harán una estación rezando cinco Padres Nuestros y cinco Ave Marías. Durante estos dos meses el varón servirá a la fábrica de la parroquia si hubiese obra que realizar. Estos trabajos podrían referirse a mantenimiento, pequeñas reparaciones, e incluso participar en los trabajos de mayor envergadura encomendados a especialistas. Si estas labores no fuesen precisas, se le condenaba a llevar la cruz en las procesiones. A la parte femenina se le reservaban e imponían las tareas más relacionadas con la actividad doméstica. La solicitante habrá de lavar la ropa de la iglesia, la que sirve al culto divino, o barrer el templo. Estará del mismo modo obligada a participar en los demás misterios en los que “en cada una de las iglesias se les ordenare”. No satisfechos aún con las imposiciones descritas, “para que hagan con más fervor esta sentencia, confesarán y comulgarán una vez cada mes”, todo como condición previa para la obtención del permiso solicitado. Añade el documento que “no se le expedirá la dispensa hasta que, por ambos, haya sido cumplida la totalidad de la sentencia”. Por cuanto al párroco se refiere, queda este en la obligación de separar a los solicitantes, “y que no se les viere juntos. Procurará que no se vean, traten ni comuniquen hasta que hayan contraído el matrimonio que pretenden”. Aclara el presente dictamen que se les condena por su “incontinencia y para ejemplo”. plarizante como envilecedora. Se les aplica un escarmiento consistente en que, durante los tres días en que habrán de ser amonestados durante la celebración de la misa mayor, deberán subir a las gradas del presbiterio, en pie y descubiertos, “él sin capa ni sombrero”, y ella “sin manto ni mantilla,” sujetando una vela encendida cada uno en ambas manos; estarán así hasta la finalización de la misa y en pie hasta el Sanctus. Luego se arrodillarán hasta que el sacerdote consume el Sacramento. Se volverán a poner de pie hasta la conclusión del ritual. A partir de entonces ofrecerán las velas, en manos del celebrante, para alumbrar al Santísimo Sacramento o para las “fábricas” de sus parroquias (se aclara en plural porque, en este caso, cada uno de ellos pertenece a una parroquia distinta y deberán llevarlo a cabo cada uno en la suya). Asimismo, por tiempo de dos meses que empezarán a “correr” (a contar) desde Ante semejante situación, queda claro que, para la época, era necesario pensárselo más de una vez antes de lanzarse a una convivencia mal vista por el clero. En algunos casos se llega a mencionar incluso la excomunión mayor. El estamento pobre sufría con dignidad solemne todo el rigor de la pena. Los pudientes y colaboradores podrían, en buena medida, suplirlas por modestas colaboraciones, tanto en dinero como en especie. Cuando el templo parroquial se hallase lejos del lugar de residencia de los comparecientes, las penitencias se podrán cumplir en las ermitas que tuviesen más próximas. Finalmente, en los casos en que se dejase de satisfacer alguno de los requisitos exigidos, se facultaba al sacerdote para que pudiera suplirlos por algún tipo de limosna; eso sí, para quien dispusiese de recursos suficientes. Se sabe de la benevolencia generalizada y de la tolerancia practicada por parte de los sacerdotes a la hora de aplicarlas. Los obispados quedaban muy lejos de sus parroquias, y aún mucho más de sus feligreses. 32 jueves, 11 de abril de 2013, EL DÍA www.eldia.es/laprensa Revista semanal de EL DÍA. Segunda época, número 870 LA ANSIEDAD. Rompiendo etiquetas Adaptarnos a los cambios, un factor de salud mental Textos: Lali García. Psicóloga clínica. Ginefem (centro integral para la mujer) E s normal que ante situaciones de estrés, cambio, incertidumbre, ruptura o pérdida (física, material, personal, emocional…) se generen una serie de síntomas: desasosiego, angustia, tristeza, tensión, irritabilidad, nerviosismo, falta de sueño y/o apetito, o por el contrario, aumento de los mismos… Todo ello lo podríamos encuadrar fácilmente en este marco de la ansiedad, o incluso cuando sufrimos una crisis aguda por una pérdida, por ejemplo, es frecuente que hablemos de “crisis de ansiedad” o “de pánico”. Sin embargo, estas son circunstancias dentro de la normalidad, dentro de lo que cualquier ser humano experimenta ante situaciones de cambio, o los duros golpes que nos da la vida. Podemos ante ello pensar que el problema es nuestro –“tengo ansiedad”–, o simplemente aceptar que las circunstancias han cambiado, que la reacción que nos provoca es totalmente normal, y poner en marcha todas esas estrategias, habilidades y creatividad, con las que ya contamos, para superar los problemas. Equivocadamente se nos ha hecho creer que tenemos control ante la vida, que esta es lineal, permanente, predecible. La experiencia nos demuestra cada día que basta de un instante para que todo cambie a nuestro alrededor, y lo que antes considerábamos que era nuestro día a día de pronto ha variado. Cuanto antes comprendamos esta realidad, más sencillo nos será adaptarnos a ella, y menos sufrimiento nos supondrá. Vivimos en un momento social de cambio, de incertidumbre. Es frecuente, y totalmente dentro de la normalidad, que se despierten en nosotros sentimientos de estrés, angustia, tensión, ansiedad adaptativa… El que lo asumamos como expresiones normales del momento que vivimos nos hará coger las riendas de nuestra vida y sacar ese potencial creativo y de superación de la realidad, viendo el cambio no como un fracaso, ni aferrándonos a lo que ya no está, para, por el contrario, aprender que son oportunidades de crecer, mejorar y saber de lo que somos capaces. Que una persona se autodiagnostique ansiedad puede dificultar su recuperación porque identifica esta como una enfermedad y se considera un paciente pasivo Marcarnos objetivos, repensar un abanico de alternativas ante un mismo problema, rescatar habilidades y cualidades que aún no hemos explotado, buscar ayuda, expresar las emociones... nos ayudará a actuar de forma positiva ¿Qué estrategias pueden ayudarnos a superar las dificultades? En la medida en que restablezcamos nuestras fortalezas y afrontemos la situación se verá reducido el sufrimiento que lleva consigo cualquier avatar de la vida. Ponernos metas realistas a corto y a largo plazo, tanto día a día (pequeños pasos que nos acerquen a lo que deseamos para nuestra felicidad) como proyectos de vida (aspiraciones futuras que nos hagan mover nuestros recursos personales), marcarnos objetivos, repensar un abanico de alternativas ante un mismo problema, rescatar habilidades y cualidades que aún no hemos explotado, buscar ayuda (apoyo en las redes de amistades y familiares, y si fuera necesario en personal cualificado según el problema al que nos enfrentemos), expresar las emociones (las emociones no se hablan, se sienten, permitirnos vivenciarlas; la ira, la rabia, la tristeza…), buscar medios de descarga (deporte, artes marciales y/o técnicas orientales), técnicas de relajación, disfrutar del ocio y el tiempo libre, fomentar alguna afición (olvidada o generar una nueva)… todo ello nos va a propiciar que, ante un cambio, pérdida, o sufrimiento en la vida, proyectemos nuestro futuro de forma más posi- tiva, realista y alentadora, siendo los protagonistas del mismo, en lugar de recurrir a una etiqueta como la ansiedad o la depresión, que paralizarían nuestros recursos. Estamos creciendo continuamente, aprendiendo cosas nuevas. No es vano el refrán que dice “no te acostarás sin saber una cosa más”. Es cierto, aprendemos, nos redefinimos, repensamos y reconstruimos a cada instante. En la medida en que aceptemos esto como una realidad, los cuadros de ansiedad y, mucho más, desarrollar una ansiedad patológica u otro tipo de trastorno mental será tan solo algo que aparece en los libros.