doctora carolina tobar garcía - Gobierno de la Provincia de San Luis

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doctora carolina tobar garcía - Gobierno de la Provincia de San Luis
DOCTORA
CAROLINA TOBAR GARCÍA
DELIA FONTAN FERNÁNDEZ
(Año 1995)
Creadora de las Escuelas Diferenciales.
Su vida, su lucha, su triunfo
INDICE
A MARÍA DEL CARMEN CÓRDOBA, PROFESORA DE
LITERATURA .................................................................................... 4
PROLOGO......................................................................................... 5
DESDE LAS RAÍCES........................................................................ 6
PRIMERA PARTE
LA PROVINCIA DE SAN LUIS ...................................................... 6
LAS RAÍCES .................................................................................. 7
LOS PADRES................................................................................. 7
EL PARTIDO DE SAN MARTÍN .................................................... 9
DE QUINES A SAN MARTÍN....................................................... 10
QUINES, LA CUNA...................................................................... 12
LOS HIJOS, LAS MUDANZAS Y SAN ANTONIO...................... 14
LA ESCRITURA ........................................................................... 16
PUESTO TOBAR ......................................................................... 17
SU PRIMERA MAESTRA ............................................................ 20
LA ESCUELA DE PUESTO TOBAR ........................................... 22
NACE LA ADOLESCENTE.......................................................... 25
EN VILLA MERCEDES ................................................................ 26
CUATRO AÑOS EN EL NORMAL DE VILLA MERCEDES ....... 27
CLASIFICACIONES Y CALIFICACIONES ................................. 29
DON CONRADO GARCÍA TORRES........................................... 30
TIEMPO DE ESPERA .................................................................. 31
MAESTRA RURAL ...................................................................... 33
ANALIZANDO: “LEVÁNTATE, MUJER”.................................... 40
CAROLINA RENUNCIA............................................................... 42
CAROLINA Y SU MADRE ........................................................... 44
MAYOR DE EDAD ....................................................................... 46
EN BUENOS AIRES .................................................................... 47
EL INSTITUTO WARD ................................................................. 49
EN LA FACULTAD DE CIENCIAS MÉDICAS ............................ 50
SEGUNDA PARTE
LA HIJA MÉDICA......................................................................... 59
EN LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA............................... 61
REGRESA A BUENOS AIRES .................................................... 64
NUEVAS DESIGNACIONES Y PUBLICACIONES..................... 68
SUS DOMICILIOS. SUS COSTUMBRES.................................... 74
TESTIMONIO DE SU PERSEVERANCIA ................................... 77
PRIMER CONGRESO DE EDUCADORES................................. 80
UN NUEVO LIBRO....................................................................... 81
EL HOGAR “SANTA ROSA” ...................................................... 84
DOS HERMANOS ........................................................................ 90
MÁS TRABAJOS. UN NUEVO LIBRO ....................................... 91
TELEGRAMA ............................................................................... 94
ESCUELA DE ADAPTACIÓN ..................................................... 96
EL DÍA DE SAN ANTONIO........................................................ 102
LA CONFERENCIA DE ESE AÑO ............................................ 103
LA TESIS .................................................................................... 105
LA CASA VACÍA........................................................................ 109
EN EL INSTITUTO BERNASCONI............................................ 110
A QUIEN DIOS NO LE DA HIJOS............................................. 112
LA NUEVA COLABORADORA................................................. 116
ESCUELAS DIFERENCIALES .................................................. 117
TERCERA PARTE
AÑO DEL LIBERTADOR GENERAL SAN MARTÍN ................ 118
HUÉSPED PERMANENTE ........................................................ 120
UNA DURA LUCHA ................................................................... 120
AÑOS DIFÍCILES ....................................................................... 122
CINCO SÁBADOS, CINCO ESCUELAS................................... 123
MÉDICA FORENSE ................................................................... 129
EL NUEVO CONSULTORIO...................................................... 132
UN LIBRO, TRES AUTORAS .................................................... 133
RECORRIENDO EL PAÍS.......................................................... 135
TESTIMONIOS DE TRES EX MAESTRAS ............................... 137
D. I. N. A. D................................................................................. 141
LA ENFERMEDAD..................................................................... 143
TEXTO DE LA CARTA QUE LA DOCTORA ENVIARA........... 147
AL SEÑOR SAMUEL TIFFENBERG......................................... 147
EN LA UNIÓN SOVIÉTICA........................................................ 150
CARTA DESDE MOSCÚ ........................................................... 151
EL ÚLTIMO AÑO........................................................................ 153
A
María del Carmen Córdoba,
Profesora de Literatura
La llamaba PROFE y ella sonreía.
Brillaban sus ojos sin vida.
La fuerza moral que, como de un manantial, brotaba de
su espíritu, fue el mayor estímulo a mi pretencioso afán
de escribir esta biografía.
Su paciencia era inagotable. Una vez, y otra y otra...
¡Tantas veces escuchó mi lectura de cada capítulo
dándome las indicaciones que consideraba necesarias!
Al dar por finalizada nuestra obra me dijo: “... después
de dos años de investigación sobre la vida de la Doctora
Carolina Tobar García, aquella mera relación que
manteníamos se transformó en una sólida amistad que se
cimienta en el perdurable recuerdo que ella nos dejó...”
Un mes después la Profe, mi Profe, falleció víctima de un
doloroso mal.
Ahora,
he quedado sola con ese recuerdo...
D. F. F.
5 de marzo de 1995.
“La libertad es la libertad de elegir y de actuar; para el
comerciante la de comerciar; para el opositor “la de criticar”,
para el periodista la de opinar; para el vago la de
holgar y para el que quiera aprender, la de estudiar.”
Carolina Tobar García
(Del libro“Historia del Colegio Ward” de Floreal Bonano. Ed. 1963.)
PROLOGO
La extraordinaria inteligencia de la Doctora Carolina Tobar García es conocida
por médicos y estudiantes de Psiquiatría, pues aún son consultados sus trabajos sobre
esa especialidad. Pero, pese a que en nuestro país hay ahora numerosas Escuelas
Diferenciales, producto de su constante lucha para lograr que se crearan, poco o
nada se sabe de la Doctora a nivel médico, docente y público sobre su infancia, su
adolescencia y su lucha en su etapa adulta. Éste es el aspecto que abarcará esta
biografía.
En el transcurso de la misma, mencionaré sus trabajos publicados en diarios y
revistas y sus intervenciones en congresos y conferencias referidas a su especialidad
de médica psiquiatra, omitiendo deliberadamente los análisis o comentarios sobre los
mismos. No estoy capacitada para hacerlo. En cambio sí, transcribiré las partes de
sus trabajos de los cuales surjan aportes que contribuyan a mostrarnos su
personalidad en las dos facetas que en ella se conjugaban: fortaleza o ternura según
las circunstancias lo requirieran.
Esta biografía, cuya elaboración asumí con todo respeto, seriedad y
responsabilidad, pretende llenar ese vacío. Pretende sacar a luz la excelsitud de una
vida ejemplar puesta al servicio de los niños débiles.
Pero quiero confesar que no fue idea mía emprender esta tarea.
Comentando en una oportunidad con mi amiga, la licenciada en Historia y
escritora Hebe Clementi, de que poco o nada se sabía sobre la vida de la Doctora
Carolina Tobar García me sugirió, hasta que logró convencerme, de que era yo quien
debía escribirla. No fue ésta una sugerencia hecha al azar ni una aceptación
vanidosa de mi parte. Ambas fueron, aceptémoslo así, la consecuencia de haber
conocido a la Doctora Carolina Tobar García hace ya más de medio siglo, cuando yo
era una adolescente y necesité de su atención.
Y quiero confesar también que la admiración que sentí hacia la Doctora en
aquella etapa de mi vida, a medida que iba avanzando en mis investigaciones crecía,
crecía y crecía. Hoy se ha agigantado en tal forma que ya no tiene límites. Es por esto
que, pese a mis esfuerzos por evitarlo, no pude dejar totalmente de lado mi
subjetividad. En este aspecto recurro a la comprensión de los lectores, convencida a
la vez de que también en éstos el asombro irá cediendo paso para culminar también
en admiración hacia quien consagró su vida a los niños y a los adolescentes.
Delia Fontán Fernández
Desde las raíces
Hoy, 24 de marzo de 1993, he llegado a Quines, por primera vez.
En esta localidad puntana del norte de San Luis, hace noventa y cuatro años,
nació la Doctora Carolina Tobar García.
De pié en este lugar que supo de sus primeros pasos, de sus juegos, de sus risas
y también de sus pesares, me siento como un árbol sin follaje que ahonda sus raíces
en la tierra para hallar la savia que lo llenará de hojas.
Caminando por los mismos lugares, pisando el mismo suelo, las mismas piedras
y mirando el mismo cielo me parece escuchar su voz que, como envuelta en la suave
brisa puntana, llega a mí para narrarme, desde la raíces, su propia historia.
Esa historia que iré volcando en estas páginas para que no se pierda en el olvido
la trayectoria de una Maestra que supo ser madre de muchos niños sin haber tenido
uno propio.
D. F. F.
PRIMERA PARTE
LA PROVINCIA DE SAN LUIS
Antes de comenzar la biografía de la Doctora Carolina Tobar García,
considero conveniente hacer un breve repaso histórico de San Luis, una de las
tres provincias cuyanas.
Dice Diego Abad de Santillán en su “Historia Argentina” Tomo 1, Edit. Tea,
1965, en la pág. 139:
“Siendo Martín Oñez de Loyola gobernador de Chile, encargó a Luis Jufré
la fundación de otra ciudad en la parte oriental de Cuyo, orden cumplida antes
de octubre de 1594. Le dio el nombre de San Luis de Loyola de la Nueva
Medina de Río Seco de la Punta de los Venados y fue erigida al pié de las
sierras de los comechingones.” “(...)” “Así quedó la región de Cuyo a fines del
siglo XVI totalmente conquistada...”
Según el mismo historiador ya Juan Jufré, padre de Luis, había trasladado
a la ciudad de Mendoza a su actual emplazamiento y fundado San Juan.
Actualmente San Luis se divide en nueve departamentos. Por la
importancia que reviste para el inicio de esta biografía, mencionaré en primer
término el departamento de Ayacucho, ubicado al noroeste de San Luis y la
capital del mismo que es San Francisco del Monte de Oro.
“De Oro”, a San Francisco del Monte, se lo agregó don Domingo Faustino
Sarmiento cuando vivió en ese lugar acompañando a su tío, el presbítero José
de Oro. Esto es lo que surge del relato que el propio Sarmiento hizo, de esa
etapa de su vida, en su libro “Recuerdos de Provincia”, cuando dice:
“Fundamos una escuela, a la que asistían “niñitos” de edad de veintidós a
veintitrés años...” “El maestro era yo, el menor de todos, pues tenía quince
años; pero hacía dos por lo menos que era hombre por la formación del
carácter...” “La capilla está sola en medio del campo...”
“Yo tracé, pues que tenía unos tres meses de ingeniero, el plano de una
villa, cuya plaza hicimos triangular para darnos buena maña con la escasa
tela...” “....demolimos el frente de la iglesia que había sido pulverizada por un
rayo y construimos un primer piso de una torre y coro compuesto de pilares
robustos de algarrobo coronado por un garabato natural, encontrado en los
bosques, que describía tres curvas, la del centro más elevada que las otras, en
la cual tallé en grandes letras de molde esta inscripción: “San Francisco del
Monte de Oro”.”
A partir de entonces, comenzaron a esparcirse por San Luis en tal forma
las emanaciones educativas que desbordaban el alma de Sarmiento, que se ha
dado en llamar a esa provincia y no sin razón: “Fábrica de Maestros”.
Parte de esas emanaciones llegaron a Quines, ubicada al noroeste de
Ayacucho y de ellas se nutrió el espíritu educador que ya al nacer traía en sí, la
Doctora Carolina Tobar García.
LAS RAÍCES
En el año 1770, llegaron de Asturias, (España), dos hermanos, Pedro y
Bernardo García, juntamente con un primo, Antonio Garro García.
Pedro pasó a Mendoza y de ahí a Chile, incorporado al ejército del
General San Martín. Murió en la guerra por la independencia de ese país.
Antonio se radicó en Paso Grande, una pequeña localidad de Santa
Bárbara, hoy Libertador General San Martín, (San Luis).
Y Bernardo instaló un comercio también en Santa Bárbara.
Por otra parte, una familia de inmigrantes españoles de apellido Ponce de
León, que había llegado de la provincia de Tucumán, era para ese entonces
dueña de la estancia “Cañada del Pasto”, paraje ubicado también dentro de
Santa Bárbara.
Fue así como, en 1795, Bernardo García se casó con una de las hijas,
(tucumana) de esa familia y tuvieron varios hijos. Entre ellos el que hace a esta
historia se llamaba Andrés.
En 1820, este Andrés García Ponce de León, se casó en segundas
nupcias con Santos Torres Aguirre, oriunda de Córdoba. La señorita Santos
Torres Aguirre, desde la muerte de sus padres, acaecida cuando ella tenía
quince años, vivía en Santa Bárbara con un hermano casado y la hija de éste,
llamada Loreto.
Andrés y Santos fijaron su lugar de residencia en la estancia “Cañada del
Pasto”. En ella se criaron los hijos de ambos que llevaron el apellido de García
Torres.
LOS PADRES
Si bien ya hacía nueve años que en nuestro país se había promulgado la
Constitución Nacional, cuyo preámbulo entre otras cosas dice: “...con el objeto
de constituir la unión nacional...” esta unión continuaba en pañales debido a las
luchas intestinas que aún no habían cesado totalmente.
Tanto era así que en 1862 no hubo Presidente Constitucional cerca de
diez meses. Las provincias habían confiado en mando provisional al general
Bartolomé Mitre, a la sazón Gobernador de Buenos Aires, con el nombramiento
de “Encargado del Poder Ejecutivo Nacional” para que, desde sus dos cargos,
encauzara nuevamente al país por la senda constitucional.
Ese mismo año, en el paraje “Las Cañaditas”, perteneciente al Partido de
San Martín, (San Luis), nació doña Raimunda García Torres, madre de la
Doctora Carolina Tobar García.
Doña Raimunda fue la única mujer de los seis hijos que tuvieron don
Andrés García Ponce de León y doña Santos Torres Aguirre. Siguiendo el
orden cronológico ellos fueron: Conrado, Zoilo, Raimunda, Tomás, Amado y
Andrés pero, anterior a su casamiento, doña Santos Torres Aguirre había
tenido un hijo, José Torres, que lo había incorporado a su nueva familia.
En Conrado García Torres asomó desde temprana edad su vocación
religiosa, razón por la cual sus padres lo enviaron a un seminario de la
provincia de Córdoba, de donde era oriunda su madre.
La muerte de don Andrés García Ponce de León determinó el regreso de
Conrado, pues como hijo mayor de la familia debía ayudar a su madre en la
atención de la estancia “Cañada del Pasto”.
A Raimunda, como única hija le correspondió colaborar con su madre en
las tareas de la casa y atención de sus hermanos, todos los cuales siguieron
estudios secundarios. Al morir doña Santos, la responsabilidad de Conrado y
Raimunda fue aún mayor. Ambos quedaron al frente de la estancia hasta el día
de sus respectivos casamientos. Esta fue en parte, la razón por la cual se
frustró el deseo de Raimunda que ambicionaba ser maestra como llegaron a
serlo algunos de sus hermanos.
Un lustro después de haber nacido doña Raimunda García Torres, es
decir en 1867, reencauzado nuestro país por la senda constitucional bajo la
presidencia del General Bartolomé Mitre, nació en San Martín don Teodosio
Tobar, padre de la Doctora Carolina Tobar García.
Don Teodosio Tobar era hijo de don Macario Morales Ponce, rico
hacendado de San Martín y de doña Pilar Tobar, una mora de la misma zona
que vivió con don Macario una “relación circunstancial”.
Si bien don Macario Morales Ponce mantuvo un trato afectivo con su hijo
Teodosio, éste llevó el apellido de su madre quien se ocupó de criarlo y
educarlo. No se sabe exactamente cuándo murió Pilar Tobar, apodada “la
Mora” por los vecinos del lugar. Lo que sí se sabe es que ya no vivía cuando su
hijo Teodosio, con el ahorro de sus muchos años de trabajo en distintas
actividades, desde “peoncito” a empleado de comercio y la ayuda económica
de su padre, se instaló en Talita con un comercio de “ramos generales”. Don
Macario Morales Ponce ya se había casado y había tenido varios hijos que
llevaron su doble apellido.
Talita está ubicada en el departamento de Junín, casi lindado con el de
San Martín y a unos quince kilómetros hacia el este de Quines. En esos años
era una pujante localidad pues servía como centro de abastecimiento de
localidades vecinas. La apertura de un nuevo sendero hecho a fuerza de
transitarlo dio posibilidades de adelanto a zonas cercanas y ello amortiguó en
parte el empuje inicial de Talita. Actualmente es un pueblo tranquilo como
tantos otros de San Luis.
Doña Raimunda que, de tanto en tanto, iba en su sulky desde la estancia
“Cañada del Pasto” a San Martín para adquirir las mercaderías que necesitaba
su familia, había conocido a don Teodosio, empleado en un comercio del lugar.
De esos encuentros “ocasionales” nació entre ellos una corriente de simpatía.
Cuando don Teodosio le comunicó su decisión de instalarse en Talita por
cuenta propia, fijaron como punto de futuros encuentros la capilla de San
Martín. En esta forma cada uno acortaba parte de la distancia que mediaba
entre Talita y la estancia “Cañada del Pasto”.
Tiempo después de haberse instalado en Talita con el comercio de ramos
generales, don Teodosio compró un campo totalmente cubierto de árboles.
Casi un bosque. De inmediato comenzó a talar los árboles para vender los
troncos con los cuales se fabricaba carbón o bien para utilizarlos como madera
para construcciones.
El estudio de don Teodosio no pasaba del adquirido en los elementales
grados primarios, pero poseía una capacidad innata para los negocios. Era
hombre de pocas palabras, observador y constante en sus tareas.
Pasado un tiempo aprovechó la oportunidad de comprar por bajo precio la
casa de una familia que se iba de la zona. De a poco la fue amueblando.
Este mejoramiento económico lo llevó cerca de cuatro años, durante los
cuales casi todos los domingos se encontraba con su novia en la capilla de San
Martín. Como próspero comerciante ya estaba en condiciones de aspirar a la
mano de la joven estanciera. Él era algo más bajo que ella, pero muy fuerte y
despertaba ilusiones en las muchachas casaderas que también concurrían a
esas misas. Ella era una arrogante muchacha que se sabía admirada por los
jóvenes del lugar, pero solamente le interesaba don Teodosio, a quien después
de casados solía llamar “el gaucho de La Rioja”. Aunque don Teodosio nunca
usó patillas ni tuvo la dureza del “Tigre de los Llanos”.
EL PARTIDO DE SAN MARTÍN
A esta altura del relato considero necesario saber cómo era en aquellos
tiempos el actual partido de San Luis, “Libertador General San Martín”.
Para ello transcribiré algunos párrafos del trabajo “San Martín.
Referencias históricas”, realizado por el doctor Jesús L. Tobares, impreso por
la Imprenta Oficial de San Luis en 1990.
El doctor Tobares, poeta, abogado e historiador oriundo de San Martín,
comienza diciendo:
“Originariamente el paraje se llamó “Rincón de Angola” o “Rincón de
Gonzáles”, nombres que a partir de 1768 fueron reemplazados por “Rincón de
Santa Bárbara” o “Santa Bárbara”. (...) “Más de cien años después, por decreto
firmado en Conlara en 1872 cambia el nombre de “Villa de Santa Bárbara” por
el de “Villa de San Martín”. Y casi setenta años más tarde, por Ley de 1950, se
designa al departamento, como también al pueblo que es su cabecera con el
nombre de “Libertador General San Martín”.”
Con el subtítulo “La Capilla” menciona a los pobladores que se ocuparon
de levantar la primera capilla, llamada “Santa Bárbara” y que nació
aproximadamente en 1768.
En el capítulo “La escuela”, nos dice que la primera comenzó a funcionar
en 1867 y que en 1903 “...se fusionan las escuelas de niños y varones...”.
A continuación menciona a los directores que pasaron por ella y, entre
todos esos nombres, figura en primer término el de don Conrado García Torres,
hermano de doña Raimunda.
Ya veremos más adelante la destacada actuación que tuvo don Conrado
en el partido de San Martín y el apoyo que le brindó a su sobrina Carolina luego
de que se recibiera de Maestra normal.
En “Chasques y Arrieros”, el doctor Tobares deja asentado que: “...en
1889 existía un servicio de mensajería y correo a caballo de San Luis a San
Martín. Salía los lunes y regresaba los sábados”. En otro párrafo agrega: “En
los primeros lustros de este siglo, 1905 – 1910, el transporte regular de
correspondencia de San Martín a San Luis lo hacía a caballo don...” Y continúa:
“...El transporte de mercaderías y productos de San Luis a Santa Bárbara y
viceversa se hacía a lomo de caballo o de mula”.
La estancia “Cañada del Pasto” quedaba a pocos kilómetros del pueblo
cabecera de San Martín. Ya tenemos entonces una idea de cómo era el lugar y
cómo se desenvolvían sus habitantes en los tiempos en que ya habían nacido
en él los dos primeros hijos de doña Raimunda y don Teodosio: Teodosito el
mayor, a quien llamaban por el diminutivo para no confundirlo con el padre e
Ildorfo el segundo.
Y así continuaron desenvolviéndose hasta varios años después de haber
nacido el último de los seis hijos que tuvieron don Teodosio y doña Raimunda.
DE QUINES A SAN MARTÍN
Es una calurosa tarde de marzo de 1993. Como en la época de
“Chasques y Arrieros” ya mencionada, pretendo alquilar un sulky para llegar a
San Martín pasando por los mismos lugares que tantas veces recorrió la
Doctora Carolina Tobar García. No se alquilan sulkys, ni caballos ni mulas. Ese
antiguo sendero ya no lo transita casi nadie. Hoy puede llegarse al lugar en
modernos micros, pero no en viaje directo. Un sobrino nieto de la Doctora,
Gilberto Tobar, me propone llevarme en su moderno auto.
Fue corto el trayecto por la calles de Quines hasta llegar al comienzo del
camino. La esbozada huella sobre esa mezcla de tierra y ripio no alivia los
sacudones producidos por los pronunciados desniveles llamados “lomos de
burro”.
En muchos trechos el camino está bordeado por un tupido follaje que
forma la apretada continuidad de árboles y matorrales que evidentemente
nacieron, crecieron, se robustecieron y multiplicaron por su propia cuenta, en el
curso de los años.
Al frente, nuestra visión se corta constantemente por las sucesivas y
apretadas curvas de ese serpenteado trayecto. De pronto, sobre la izquierda y
mucho más allá del tupido follaje veo la sierra por la cual iremos ascendiendo
para cruzarla. Sí, porque Quines queda al oeste y San Martín al este de ella.
En estos trechos el sendero se angosta aún más. En la abierta soledad sólo se
escucha el golpe de las piedras arrojadas por el roce de las ruedas del auto.
Quiero, aunque sólo sea un corto trecho, caminar por ese sendero. Quiero
pisar esa tierra color azufre, salpicada de piedras que tantas veces habrá
pisado la Doctora Carolina Tobar García. Siento en ese lugar que el cielo, el
aire, la tierra y esa imponente sierra responderán a todos mis interrogantes:
¿Cómo fue su infancia? ¿Cómo su adolescencia? ¿Cómo y cuándo nació en
ella el impulso vital que la llevó a abandonar este apartado lugar del país que le
presagiaba un futuro opaco, para brillar con luz propia en un centro tan
luminoso y pujante como era ya Buenos Aires en esos tiempos? Nuevamente
el sonido del ripio estrellándose contra el coche.
En una de las tantas curvas me sorprende la aparición de dos hombres
que, montados a caballo, vienen arriando dos vacas. Quizá sean las rezagadas
de un grupo mayor que no vimos. Los animales, seguidos por los arrieros, se
internan por un sendero al costado del camino donde apenas, libre del alto y
tupido follaje, se abre el espacio indispensable para que avancen uno detrás
del otro. Los arrieros llevan la cabeza cubierta con una gorra de gruesa visera a
cuyos costados asoman como aletas dos grandes orejeras de cuero. Pese al
calor de la tarde, llevan el torso cubierto por una chaqueta que en los brazos
también tiene coberturas de cuero. A lo largo de las piernas, pegadas al
pantalón tipo vaquero, están añadidas las mismas coberturas. Es la forma de
protegerse de los desgarrones y profundos arañazos que les producirían las
duras y filosas ramas de las salvajes plantas y de los árboles. Tal es la
estrechez de esos senderos.
En algunas partes el camino presenta hendiduras algo más profundas y
bastante más anchas que los “lomos de burros”. Es el lecho del río Quines que
cruzaremos catorce veces debido a las frecuentes curvas. En algunos cruces
hay agua, pero no en cantidad tal que impida atravesarlos con el auto.
Llegamos a San Martín.
Son las siete de la tarde y el sol aún esparce su luz sobre el pueblo de
casas bajas. La plaza es una amplia manzana cercada por uno que otro
arbolito. Parecen recién plantados. En las calles que la rodean no faltan
“boliches” y algunos “parroquianos” recostados contra la pared, a un costado
de la entrada. Ni siquiera conversan entre ellos. El calor agobia. En las puertas
de las casas comienzan a aparecer los bancos y los materos, cada uno con su
equipo, para tomar unos “amargos”. Es la hora de mirar al que pasa.
Si ya por ley promulgada durante el primer período presidencial del
general Julio A. Roca, que abarco desde el año 1880 hasta 1886, se había
creado el Registro Civil supuse que en el Registro Civil de San Martín hallaría
algún dato referido a los Tobar García. Pese a lo avanzado de la hora
entrevistamos al Jefe del mismo, quien no tuvo inconveniente en
suministrarnos en el momento la información requerida. Comprobamos
entonces que las primeras anotaciones datan de 1895.
Punteando los libros aparece inscripto el primer Tobar García en 1918.
Ese año, el hijo mayor, Teodosito, inscribió su casamiento, declarando haber
nacido en “Cañada del Pasto” y tener veintidós años de edad. Surge de esa
declaración que nació en 1896.
Teniendo en cuenta que doña Raimunda había nacido en 1862 al nacer
su primer hijo tenía entre y treinta y dos a treinta y tres años, vale decir que se
ha casado en 1894 o 1895. Don Teodosio tenía veintiocho años.
Conformes con el resultado de ese viaje, regresamos a Quines. La madre
de Gilberto Tobar, viuda del primer hijo de Teodosito me había destinado una
habitación en su casa hasta tanto terminaran mis investigaciones en Quines.
QUINES, LA CUNA
Una tía de Gilberto Tobar, Rosa A. Flores, actual directora, (1993), de la
escuela Nº 120 de Quines, esa misma noche me entregó fotocopias de un
simple cuaderno escolar. Es el “Libro Histórico de la Escuela”. En él están
escritas la Historia de Quines y el origen de la mencionada escuela. En la
página primera dice:
“En la fecha abro el presente “Libro Histórico de la Escuela Nº 120” que
dirige la Sra. Gregoria A. de Aguirre Céliz. En él se consignarán todas las
noticias documentadas que sobre la población, acontecimientos y personas
tengan interés histórico, de acuerdo con lo previsto por el artículo Nº 18 pág.
301 del Digesto de I. Primaria.
Puesto Tobares, (San Luis), 13 de septiembre de 1943”.
Sigue una firma y un sello aclaratorio: “Carlos S. San Martín. Inspector
Técnico de Zona”. Al lado hay otro sello en el cual, dificultosamente leo:
“Escuelas Nacionales Ley...”. La fecha es ilegible.
De “Puesto Tobares”, lugar donde comenzó a funcionar esta escuela Nº
120, hablaré más adelante. Ahora importa saber cómo se formó Quines.
En la página siguiente, un título en tamaño destacado, manuscrito con
tinta azul, dice:
“NOTICIAS RECOGIDAS ACERCA DE LOS NOMBRES Y
ACONTECIMIENTOS DEL PASADO DE LA LOCALIDAD. SU EVOLUCIÓN”.
“A unos 75 kilómetros al norte de San Francisco del Monte de Oro, es
decir a 175 kilómetros de San Luis, se encuentra la hermosa villa de Quines;
hermosa por lo pintoresco del lugar donde ella ha sido levantada, hermosa por
la laboriosidad e iniciativa de sus hijos. Quines, antiguo vecindario en el que el
cacique Quines con su tribu ejercía preponderante influencia, supo interesar
allá por 1870 a los vecinos señores Alberto y Manuel Montiveros, los que
conjuntamente con su hermana Juana le compraron algunos derechos echando
los cimientos del actual pueblo, cuyo nombre según se cree fue puesto o bien
en recuerdo del Cacique y su tribu, o a que éste llamaba sierras de Quinielas a
las que sirven de límite por el este y sud de Quines. Habiéndose luego casado
Doña Juana Montiveros con don José Pablo Céliz, ligó éste su nombre al de los
fundadores, por lo cual se acepta que los hermanos Montiveros antes dichos y
José Pablo Céliz y su esposa han sido los pobladores que echaron los
cimientos de lo que actualmente es la progresista e importante Villa puntana de
Quines. (...) En 1871, el gobierno de la provincia dispuso el trazado de la actual
Villa tomando como base las nueve manzanas existentes en la banda oeste, ya
que la este, fue comprada por don José Calixto Suárez a don Manuel de
Rosas. Posteriormente el medio urbano de Quines se ha ido extendiendo hasta
llegar a ser lo que es actualmente, una importante, quizás la más progresista
del norte de la provincia con una población que pasa actualmente de tres mil
habitantes.
“Su porvenir es grande, levantada en un lugar a 375 metros sobre el nivel
del mar, siendo apta para el cultivo de la vid, frutales, sementeras, con
importantes yacimientos de wolfram, manganeso y galena. Si a todo eso
sumamos su benigno clima y hermosos paisajes que lo hacen ideal para la
industria del turismo y le agregamos que es Quines estación terminal en la
provincia de San Luis de los ferrocarriles del Estado, tendremos explicado el
virtual impulso del progreso anotado en él durante los últimos veinticinco años.”
Firma, “Gregoria G. de Aguirre Céliz”. Debajo está la fecha, “23 de marzo de
1946”. Dos paralelas cierran el informe y debajo de ésta un sello dice: “Escuela
Nº 120, San Luis”.
Firma “Juan Miguel Otero Alric, Inspector de Zona con fecha “Junio 19 de
1956”. También en la parte superior de esta página hay otro sello sin fecha:
“Inspector Técnico de Zona, José V. Chacón”.
En conclusión, es justamente la Escuela Nº 120 de Puesto Tobares, la
que brinda en un sencillo cuaderno y apretada síntesis, el origen y evolución de
Quines. Ya veremos más adelante que no fueron ajenos a la fundación de esta
escuela, los padres de la Doctora Carolina Tobar García.
En esta hermosa mañana del otoño de 1993, decido recorrer Quines.
Parto de la casa donde estoy alojada y camino unas cuantas cuadras de
veredas angostas formadas con ladrillos y anchas calzadas de tierra
apisotonada pero reseca por la ausencia de lluvias. Las casas agrupadas
forman manzanas con ochavas, lo cual señala que no pertenecen a la antigua
construcción colonial. Todas de una planta, permiten apreciar el nítido cielo
celeste que parece estar al alcance de la mano. El sol, con todo su esplendor,
promete un día de agobiante calor: Comienza el pavimento. Ahí nomás está la
plaza principal y frente a una de sus calles, la iglesia nueva construida allá por
mil ochocientos setenta y tantos. También frente a la plaza se encuentra,
resistiendo aún el paso del tiempo, el edificio de la que fuera en origen la
“Escuela Elemental de Niñas”, donde cursó sus estudios primarios la Doctora
Carolina Tobar García. Actualmente esta escuela funciona en un moderno
edificio propio y se llama “Escuela Provincial Nº 50, Eulalio Escudero”.
Numerosos comercios han abierto ya sus puertas. Un supermercado
ofrece entre la variedad de sus productos, ¡artículos importados! Otro negocio
de artículos para colegiales tiene en la puerta un letrero: “FOTOCOPIAS”.
Quines es un pueblo moderno hasta el cual también ha llegado al servicio
privado de correspondencia a domicilio. La etapa de “Chasques y Arriero” ya ha
sido superada. Llego a la calle Nueve de Julio en su cruce con Moreno. Me
detengo en una esquina, frente a la casa donde la Doctora Carolina Tobar
García vivió su infancia y adolescencia. El edificio de una planta ocupa una
superficie aproximada de ochocientos treinta y tres metros cuadrado. El amplio
frente abarca toda la cuadra que tiene a lo largo una estrecha vereda de
ladrillos. Pese a los ciento y pico de años transcurridos desde su construcción,
no es de adobe. El revoque caído en algunas partes deja al descubierto los
ladrillos. Las dos ventanas que dan a la calle están cerradas. La puerta
principal, abierta, comunica con el zaguán. Como no tiene puerta cancel puede
verse desde afuera el viejo aljibe al comienzo del patio. Actualmente esta casa
es propiedad de la viuda del primer sobrino de la Doctora y madre de Gilberto
Tobar.
Al aplauso de mis manos acude una mujer joven seguida de dos niños
que me miran con curiosidad. Esta familia tiene autorización de los dueños
para ocuparla a cambio de cuidarla y conservarla. Me permite pasar a
recorrerla.
Finalizando el zaguán una galería resguarda las seis habitaciones con
puerta a la misma. Una de ellas tiene también puertas que dan a la calle y otras
dos tienen ventanas al exterior. Saliendo de la galería, debajo de una añosa
parra se encuentra el aljibe. Más allá, un extenso terreno está cubierto en parte
con árboles frutales. A la derecha, otras dos habitaciones fueron baño y cocina.
No hablaré de mi emoción al estar caminando por los mismos lugares que
había pisado en su niñez, adolescencia y por última vez en 1961, la Doctora
Carolina Tobar García.
Llegó al Registro Civil de Quines. Al día siguiente, la jefa del mismo me
entregó el certificado de nacimiento de la Doctora.
Puede observarse en ese certificado que se llamaba María Carolina. El
nombre María no figuró ni abreviado en su firma y sólo aparece en algunos
documentos, como ser: Cédula de Identidad, Libreta Cívica, Pasaporte y
Testamento.
También surge del texto que, si bien nació en 1898, no fue inscripta en
ese año. La inscripción aparece en el Tomo I del Libro de Nacimientos de
1899. Vale recordar que para este año ya habían transcurrido trece desde la
terminación del primer período presidencial de Julio A. Roca, (1880–1886),
durante el cual se había promulgado la ley de Registro Civil y que, para esa
misma fecha, 1899, hacía pocos meses que Julio A. Roca había iniciado su
segundo período presidencial, el 12 de octubre de 1898. Como así también no
debemos olvidar que todavía eran los tiempos de los chasques y arrieros.
LOS HIJOS, LAS MUDANZAS Y SAN ANTONIO
A los tres años de haberse casado doña Raimunda con don Teodosio ya
habían nacido dos hijos: Teodosio e Ildorfo.
Un mes antes de que naciera Carolina, don Zoilo García Torres, hermano
de doña Raimunda, que vivía en San Martín con su mujer e hijos, compró en
Quines un campo con una casa grande. Su idea era explotarlo viviendo junto a
su familia. Pocos días después de escriturarlo, la mujer de Zoilo se enfermó y
para hacerla atender debían viajar a San Luis. Ya residía allí su hermano
Andrés con su familia. Don Zoilo necesitó ese dinero recientemente invertido.
Explicó su problema a su cuñado Teodosio ofreciéndole el campo por dos mil
pesos. Éste no dudó un instante. Le entregó el dinero recibiendo como
constancia de la operación una “carta de pago”. La escritura la harían cuando
regresaran de San Luis.
Don Teodosio, de inmediato les vendió a los hermanos Florentino y
Nicomedes de la Vega todo lo que poseía en Talita: el campo con los
sembrados, la casa con los muebles y el almacén de ramos generales. Una
mañana, partió con su familia hacia Quines. La carreta era conducida por don
Teodosio a cuyo lado iba Teodosito. Doña Raimunda viajó en el interior,
echada en el suelo sobre unas frazadas y llevando a su lado al pequeño Ildorfo.
Debido a las irregularidades del camino llegaron al lugar bastante avanzada la
tarde. Fueron recibidos por Rudencio y Francisca, matrimonio que atendía el
campo con los dueños anteriores y a quienes don Teodosio había decidido
conservar a su servicio. Rudecindo controlaba a los peones y Francisca
cocinaba y limpiaba la casa que había quedado amueblada.
Doña Raimunda llegó algo descompuesta por el ajetreo que significaba el
cruce de la sierra. Francisca retiró los bultos que llevaban en la carreta y con
las sábanas y cobijas tendió las camas.
Al día siguiente, doña Raimunda se quejó de fuertes dolores en el vientre.
No había médicos por los alrededores. Estaban en pleno campo. Francisca
cortó el cordón umbilical. Ya lo había hecho otras veces con la patrona anterior.
Para ella era una tarea más. Sólo le preocupaba lograr un nudo fuerte porque
decía que debía durar toda la vida.
Doña Raimunda en cuanto vio a la recién llegada exclamó con gran
regocijo: “¡Al fin una nena... al fin una nena...!”
Don Teodosio observaba a su mujer y a su hija sin pronunciar palabra. Al
cabo de un rato llamó a Teodosito e Ildorfo y les dijo: “Ésta también es
hermana de ustedes. La llamaremos María Carolina”. Les permitió acercarse a
la cama para que la vieran y enseguida les ordenó: “Vayan a continuar con sus
juegos”.
Él no demoró en iniciar su trabajo. Desde el momento que había
comprado el campo se había fijado la idea de hacer rendir al máximo esas
ochocientas y pico de hectáreas.
Doña Raimunda, una vez repuesta y con sus conocimientos de estanciera
ayudó a su marido en la empresa. Ordeñaba las vacas, fabricaba dulces que
luego eran vendidos, alimentaba a las gallinas, recogía los huevos... Llevaba
siempre consigo una canasta con abrazadera desde la cual, sobre un
colchoncito de lana, Carolina la miraba. No lloraba. Cuando sentía hambre lo
manifestaba con inquietos movimientos de cabeza y bracitos. Eran las únicas
partes libres de su cuerpo arrollado como un matambre.
La casa resultó chica para cinco personas y para los próximos que
seguramente llegarían. Enterado don Teodosio de que el señor Antonio Aguilar
vendía una casa que tenía desocupaba a quince kilómetros del campo, en el
centro de Quines, se la compró. Encargó muebles nuevos a un carpintero del
lugar. Cuando todo estuvo listo, volvieron a mudarse. Esta casa es la ya
presentada de seis habitaciones.
El nacimiento de Ricardo se produjo cuando Carolina tenía cinco años.
Ese 12 de diciembre de 1903 don Teodosio hizo llamar a una mujer que en
cuanto llegó pasó a la habitación y lo dejó a él esperando afuera. Al escuchar
llanto infantil, entró. Luego de un rato, la mujer salió restregándose las manos
en señal de regocijo. Don Teodosio le había pagado muy bien su intervención.
Enseguida hizo pasar a sus tres hijos y les dijo: “Éste también es hermano de
ustedes. Lo llamaremos Ricardo.” Luego que, con gran curiosidad, lo miraron
un rato, agregó: “Vayan a continuar con sus juegos”.
Los dos varones regresaron a la calle. Don Teodosio al campo. Carolina
pensativa, se sentó en el suelo, en la puerta de la habitación. Por fin se decidió
y volvió al lado de su madre: “Mamá, ¿cuándo llegó Ricardo que yo no lo vi
entrar? ¿Lo trajo esa mujer que se fue recién?” Doña Raimunda sin responder
le acarició la cabeza y fingió dormirse. Carolina aburrida de esperar en vano
una respuesta, salió al patio decepcionada. Era la primera vez que su madre no
respondía a una pregunta suya. Días después notó a su madre mucho más
delgada. Descubierto el misterio que envolvía la llegada de su hermano se
dirigió a ella para preguntarle casi con tono de reproche: “¿Por qué no me dijo
que lo tenía escondido en su barriga?”.
El nacimiento de Héctor Manuel no le resultó a Carolina una novedad
como lo había sido el de Ricardo que ya tenía un año. Ella seis. Luego de irse
la misma mujer que había llegado a la casa por Ricardo, don Teodosio llamó a
sus otros hijos y les dijo: “Este también es hermano de ustedes. Lo llamaremos
Héctor Manuel”. Luego de un rato de muda contemplación agregó: “Vayan a
continuar con sus juegos”.
Héctor Manuel Tobar García no figura inscripto en el Registro Civil de
Quines y se ignora en qué localidad fue anotado. Lo que sí pude averiguar es
que nació un año después de Ricardo, es decir en 1904.
Doña Raimunda y don Teodosio eran devotos de San Antonio, patrono de
Talita. En el mes de junio de cada año concurrían a la novena que comenzaba
el cuatro y finalizaba el trece.
Héctor Manuel, aproximadamente a los seis meses de haber nacido hizo
su primer viaje a Talita en carreta junto con sus padres y hermanos.
Regresaron muy tarde y cansados, pero contentos. Justo para ir a dormir. No
pudieron hacerlo enseguida. La sirvienta les comunicó que don Zoilo los estaba
esperando en la habitación – escritorio desde las primeras horas de la tarde.
De los cinco sobrinos que don Zoilo vio esa noche sólo conocía a los dos
mayores a quienes, desde luego, halló muy crecidos. Carolina recibió las
mayores fiestas por ser la única mujer entre ellos. Pasado un rato don
Teodosio mandó a dormir a los tres más grandes y doña Raimunda se ocupó
de llevar a los dos más pequeños. Los hombres quedaron solos. Don Zoilo
entonces le explicó a su cuñado que, al poco tiempo de haber llegado a San
Luis con su mujer enferma, había quedado viudo. Regresaba después de siete
años de ausencia con los trámites de la sucesión terminados y con todos los
papeles en regla para escriturar el campo que le había vendido antes de irse.
Quería arreglar sin demora porque había dispuesto radicarse en Las Chacras
definitivamente. Los dos cuñados se pusieron de acuerdo en que al día
siguiente irían a la escribanía.
Enterada doña Raimunda de esa determinación se emocionó. Agradeció a
su hermano que llegara con esa resolución, justamente un trece de junio, día
que finalizaba la novena de San Antonio. Dijo que siempre lo recordaría por
que era una señal de que el santo los protegía y que nunca dejaría de ir a
Talita para esa fecha.
Lejos estaba de imaginar doña Raimunda en ese momento que llegaría un
trece de junio en que faltaría a su promesa.
LA ESCRITURA
Tengo ante mi vista la fotocopia de la escritura del campo de Quines. Está
manuscrita y algo borrosa por el tiempo transcurrido desde aquel año, 1905
hasta el de hoy, 1993.
Transcribiré a continuación las partes de la misma que atestiguan el relato
anterior:
“VENTA: Escritura número treinta y dos. En la Villa de Quines, Partido del
mismo nombre, Departamento de Ayacucho de la Provincia de San Luis,
República Argentina, el día catorce de junio del año mil novecientos cinco,
ante mí el Escribano Público autorizante de este acto y los testigos al final
firmados, comparecieron por una parte don Zoilo García vecino domiciliado en
la Villa de San Martín de esta misma Provincia, accidentalmente en esta
población, de estado viudo y por otra parte don Teodosio Tobar, de estado
casado, con domicilio en el Talita, Departamento de Junín de esta misma
provincia, ambos mayores de edad hábiles, de mi conocimiento de que doy fe,
y el primero declara: que hace algún tiempo que le vendió la respectiva
posesión de un campo de pastoreo sin agua cercado y con todos los trabajos
en él contenido, a don Teodosio Tobar quien recibió la propiedad a su entera
satisfacción bajo los siguientes linderos...” “...que se compone de una superficie
de ochocientas cuarenta y tres hectáreas siete mil metros cuadrados, incluso la
parte terreno que existe cultivada y de labranza y que habiendo convenido con
el comprador de escriturarle la expresada propiedad en la mejor oportunidad,
viene ahora por el presente acto a otorgarle este título para guarda y garantía
de sus propios derechos, siendo ubicado el campo relacionado en este mismo
partido de Quines. Que el inmueble en cuestión se lo compró el declarante a
los esposos don Marcelino Arce y doña Rosenda Guiñazú de Arce con fecha
doce de octubre de mil ochocientos noventa y ocho por ante el Escribano
Público...” “...y que fallecida su esposa doña Loreto Torres de García...”
(Recordemos que Loreto Torres era prima de don Zoilo García Torres y
lógico también de doña Raimunda). Continuó con la escritura:
“...inicio la apertura del juicio sucesorio y previa declaratoria de herederos
en audiencia pública de fecha ocho de octubre de mil novecientos ante el señor
Juez de lo Civil...” “...adjudicándose el campo relacionado según consta del
testimonio judicial y legal que tengo presente en apoyo de lo manifestado...”
“...hijuelas del viudo Zoilo García: 1. Toda la estancia de Quines de pastoreo...”
Expuesto el derecho de don Zoilo García sobre ese campo, continua el
escribano:
“...Manifiesta haber recibido también con anterioridad la suma de dos mil
pesos nacionales, precio por el cual habían convenido otorgándole la
correspondiente carta de pago por la expresada cantidad...” “...con facultad
amplia para que continúe la posesión que le tenía dada, como consta de su
propia confesión...” “El comprador declara que acepta esta escritura dándose
por conforme en todas sus partes y por recibida la posesión del inmueble de
que se trata...”
Termina la escritura con la fórmula de rigor y al pie firman: Zoilo García,
Teodosio Tobar, Adrián Lucero y J. Suárez y sobre el sello que dice: “Escribano
Público de San Luis” firma Cirilo Sergio Olmos. Sobre el margen superior de
dos de las hojas que componen esta escritura, subrayado dice: “Folio cuarenta
y cuatro y Folio cuarenta y cinco respectivamente”. Hay también tres sellos:
uno del Ministerio de Hacienda, Provincia de San Luis; otro dice, “Juzgado de
Paz de San Luis” y el tercero es ilegible.
PUESTO TOBAR
Don Teodosio fue un hombre dedicado al trabajo y con notable visión
comercial. Al momento de escriturar el campo ya era dueño de un negocio en
el centro de Quines. Había comprado un local en una esquina, frente a su casa,
para vender en él carne recién carneada. Con su compadre, Abrahan Gauna,
había formado una sociedad de palabra. Don Teodosio abastecería el local y
don Gauna vendería la carne trozada. Fue la primera carnicería que vendió
carne fresca en Quines. El negocio marchaba bien porque los dos socios eran
muy honestos en cuestiones de dinero. Repartían las ganancias por partes
iguales.
Se cuenta que en una oportunidad fue un vecino a comprar carne al fiado.
El compadre Gauna le negó el crédito. El vecino se dirigió a la casa de don
Teodosio y habló con él. Regresaron juntos a la carnicería don Teodosio le
pidió a su compadre que le entregara al vecino la cantidad de carne pedida
porque la necesitaba para darle de comer a sus siete hijos y el hombre
“momentáneamente” estaba sin trabajo. Salió el vecino de la carnicería con su
gran fuente cargada de carne. Cuando don Guana iba a anotar lo fiado, don
Teodosio extendió la mano con unos pesos en ella y dándoselos a su
compadre le dijo: “No anote nada. Cóbrela de aquí, porque éste no le va a
pagar en su “perra vida” y usted no tiene por qué perjudicarse”.
La ganancia que reportó esa venta también la repartieron por partes
iguales.
Don Teodosio en el campo no tenía espacio sin explotar. Sabía las
cantidades que podría vender de cada cosa y procuraba no excederse en la
oferta, para así poder mantener el precio fijado. En cambio se extendía en la
variedad. Quien no quisiera papas podría necesitar zanahorias o zapallos.
Había marcado en ese campo extensiones acordes con las posibilidades de
venta de cada producto. Sembraba maíz, avena, cebada, trigo... Sembraba de
todo lo que se pudiera sembrar. Fabricaba carbón de leña, velas de cebo,
quesos, preparaba frutas secas, envasaba la miel que extraía de las colmenas.
En invierno, los trozos de carne luego de tajeados, oreados y salados los hacía
colgar dentro de las fiambreras armadas con alambre tejido y éstas pendían de
los árboles hasta que llegaban los compradores del charqui. Con el ganado
procedía igual que con los cultivos. Tenía variedad más que cantidad. Quien no
necesitara caballos, podría necesitar mulas, vacas o cerdos. Nunca le faltaban
gallinas, pollos, conejos, huevos y leche. Todo estaba bajo su control. Daba las
órdenes sin apearse el caballo. Decía que el tiempo también valía. A lo sumo,
en algún puesto, aceptaba el par de mates que le ofrecía la mujer del puestero.
A los pocos días de tener la escritura pidió al hachero más fuerte de su
campo que afilara bien el hacha. De sólo un hachazo debía partir a lo largo un
trozo de tronco de más o menos un metro. Y lo hizo. En la parte interna de una
de esas mitades, marcó con carbón gruesas letras que decían: “Puesto Tobar”.
Luego le pidió a un viejo peón que ocupaba sus horas libres moldeando con el
cuchillo cabezas de hombres o de animales y que también le había hecho un
mortero de madera a doña Raimunda, que ahuecara esas letras marcadas.
Cuando terminó de hacerlo, le pidió que pintara los huecos con pintura roja. Ya
seco, lo sujetaron con alambres en el centro de la tranquera. A partir de
entonces se difundió entre los lugareños el nombre de “Puesto Tobar”.
Don Teodosio atendía a los clientes que llegaban de los pueblos o de las
provincias vecinas o de Chile, en la casa de Puesto Tobar. Las ventas más
importantes de caballos y mulas se les hacía a los arrieros chilenos.
En tiempos de cosechas pasaba hasta diez o quince días sin ir a su casa
del centro de Quines. Decía que recorrer diariamente esas tres leguas y media
que hay entre un punto y otro le hacía perder mucho tiempo. Algunas veces
llevaba con él a Teodosito para que fuera aprendiendo las tareas rurales. Al
hijo mayor le atraía esa vida al aire libre entre sembrados y animales. Quizá fue
por eso el único de los seis hijos que sólo cursó la escuela primaria. En cambio
fue de avanzada en otras lides. Antes de casarse, a los veintidós años, ya le
había dejado a sus padres el regalo de sus dos primeros hijos, nacidos según
él solía explicar de “imperiosas necesidades circunstanciales”. Don Teodosio y
doña Raimunda le exigieron que los reconociera y lo hizo, pero de la crianza de
los niños se ocuparon los abuelos. El menor de ellos, los llamaba “papá” y
“mamá”. Siendo chiquito creía que lo eran.
Para los festejos de fin de año, la familia se reunía en la casa de Quines.
Doña Raimunda comenzaba muy temprano con los preparativos para las cenas
de esos días. Hacía pan fresco y muchísimas tortitas que luego unía de a pares
untándolas con dulce variados. También hacía pastelitos rellenos con dulce de
membrillo. Llegando la tardecita, encendía el fuego en el terreno al fondo de la
casa. La cena se componía de carne, pollos asados y ensaladas que
preparaba llorando a lágrima viva. Carolina sufría viendo llorar a su madre.
Para no hacerlo ella también se alejaba de la cocina. Dejaba a doña Raimunda
sola con las cebollas. De postre preparaba puré de frutas hervidas, aplastadas
en el mortero de madera que le había regalado el peón más viejo de Puesto
Tobar. Éste, con su filoso cuchillo había ahuecado el extremo de un pedazo de
tronco y al otro extremo le había dado la forma de una copa. Los mayores
bebían vino casero y a los chicos les servían el agua dulce en la cual habían
dado un hervor a las frutas.
La víspera del día de Reyes, cuando ya los hijos se habían dormido, doña
Raimunda entraba sigilosamente a sus habitaciones y les cambiaba los
zapatos viejos por otros nuevos. Los usaban cuando no llovía. Para estas
ocasiones tenían botas. No les hacía poner pastito ni agua para los camellos
de los Reyes. Simplemente les decía que eso era un “milagro” y que debían
darle las gracias a Dios por haberse acordado de ellos.
Concluidas las fiestas, iban todos a pasar las vacaciones a Puesto Tobar.
En los ratos que don Teodosio tenía libres enseñaba a sus hijos a usar un
revólver o escopeta. Quería que aprendiesen a defenderse en el caso de ser
atacados por alguna víbora o animal salvaje. Cuando Carolina cumplió los doce
años también debió hacer esas prácticas. En poco tiempo adquirió una notable
puntería. Las víboras abundaban por la zona, pero nunca tuvo necesidad de
matarlas. Doña Raimunda le repetía que si el animal no era molestado no
atacaba, entonces no había por qué matarlo.
Por otra parte, doña Raimunda solía decirle a su marido que no era bueno
que los niños presenciaran la matanza de los animales cuya carne se comía, ni
que vieran ese derrame de tanta sangre. Sostenía que así se acostumbrarían y
terminarían siendo como “el riojano” que había hecho matar a muchas
personas sin consideración alguna. Don Teodosio la escuchaba sin
responderla molesta por el mutismo de su marido volvía a lo que era ya un
acostumbrado rezongo. Le decía entonces que en Puesto Tobar sobraban
zanahorias y hacía falta educación.
(Aportaron datos sobre la familia Tobar – García, el señor Mercedes
Castro, 93 años, residente en Quines y que fuera de chico ayudante de
Teodosio en Talita y el sobrino de la Doctora, don Buenaventura Tobar, 85
años, también residente en Quines.)
SU PRIMERA MAESTRA
Los días en que en la casa de Quines amasaban para hacer pan o fideos
doña Raimunda dirigía a sus dos sirvientas y le permitía a Carolina jugar con
trocitos de masa que luego por tan sobados comían los perros.
Una mañana, doña Raimunda decidió sacar provecho de la inocente
actividad de su hija. Le enseñó entonces a formar letras con trocitos de masa.
Por la tarde, sentada bajo la parra tomando mate, le dio a comer esos amasijos
cocinados en el horno diciéndole que antes nombrara las letras. Así comprobó
la buena memoria de Carolina. Doña Raimunda estimulada por el éxito hizo de
ese juego una costumbre. Cuando terminó con el abecedario siguió
enseñándole sílabas y luego palabras cortas para mantener la unión de las
letras. La madre, cada vez que amasaban sorprendía a Carolina con
novedades para no hastiarla. Pasó a los números, después a los cuerpos
geométricos, a la imitación de las frutas y con ellas les enseñó la suma y la
resta. Le enseñó a moldear los bichos conocidos que andaban por el campo o
por la casa, como ser: sapos, lagartijas, viboritas, perros...
Esas enseñanzas doña Raimunda las planeaba con su hija como si se
tratara de un secreto entre ambas para ambientarlas en un halo de
complicidad. Solía ponerle como ejemplo la laboriosidad de las hormigas.
Carolina era muy observadora y su madre todo se lo explicaba. Lo que un día
no pudo explicarle, al ser sorprendida echando agua hirviendo en un
hormiguero, fue por qué si eran tan laboriosas las “quemaba” en esa forma.
El nacimiento de Ricardo interrumpió la enseñanza. La sirvienta intentó,
en este aspecto, reemplazar a doña Raimunda. No era lo mismo. Carolina se
negó a reproducir cosas. Andaba triste y calladita, cuando anteriormente había
sido alegre y charlatana.
Así las cosas, una tarde don Teodosio llegó del Puesto con un perrito
blanco. Lo bautizaron Blanquito. Con él, Carolina recuperó su alegría. Los dos
pasaban la mayor parte del día corriendo por las calles de Quines que en ese
tiempo eran de tierra. Blanquito se fue oscureciendo. Los vestidos de Carolina
fueron quedando hechos jirones. Doña Raimunda debió comprarle otros en la
casa Bianchet, una gran tienda que había en Quines y que tenía la casa central
en San Francisco del Monte de Oro.
Carolina esperaba que Ricardo creciera como sus otros dos hermanos
para sí recuperar a su madre, pero el nacimiento de Héctor Manuel frustró su
esperanza. Blanquito había crecido y con ello había perdido gran parte de su
gracia. Ya no la distraía. Doña Raimunda enseguida lo notó y ese mismo
verano comenzó a decirle que ya estaba en edad de concurrir a la escuela.
Que había maestras que enseñaban mejor que ella porque eran maestras
normales.
Al comenzar las clases doña Raimunda la inscribió en la “Escuela
Elemental de Niñas” que había sido creada en Quines muchos años atrás.
Funcionaba en un local frente a la plaza.
Desde los primeros días de clase se puso de manifiesto que el grado de
capacidad intelectual de Carolina superaba al de sus compañeras, algunas de
las cuales eran mayores que ella. Se reflejaba, en parte, la intervención
materna. Su carácter alegre le granjeó la simpatía de sus compañeras. Durante
los recreos compartía los juegos con las niñas de más o menos su edad, pero
entonces también asomó su audacia. El despegue de su madre reavivó la
admiración que sentía por sus hermanos mayores cuando los veía correr como
locos, treparse a los árboles con agilidad de monos o montar a caballo y salir a
galopar por el campo para regresar extenuados, pero felices por tanta libertad.
Comenzó a imitarlos.
La señora Francisca Rosales de Díaz, 93 años, vecina de Quines,
compañera de la Doctora Carolina Tobar García, en la escuela primaria, relata
con mucha gracia, la siguiente anécdota:
“En el patio de la escuela había varios naranjos. Las maestras habían
asegurado los gajos en tal forma que las niñas, tomadas de ellos con las dos
manos podíamos hamacarnos. Carolina siempre pedía a sus compañeras que
la empujaran fuerte y yo era quien mejor la satisfacía. A mí, me llamaban por el
sobrenombre: Panchita. Un día le dije a Carolina que se tomara bien fuerte
porque la iba a ser volar. La empujé en tal forma que terminó estrellada contra
el suelo. Se desmayó. La Directora Adela Funes y las maestras Dorila Gatica y
Paulina Ragor de Gatica la hicieron reaccionar y la llevaron a la casa. A mí,
debido al susto que las maestras se habían llevado no me aceptaron
explicaciones y me aplicaron como castigo que por ese año no podría ni
acercarme a los naranjos. El castigo no fue tan severo como parece. Faltaban
pocos días para que terminaran las clases. La audacia y optimismo de Carolina
no sufrió mengua por ese “accidente”. “Nuestra amistad tampoco”.
Próxima a cumplir los diez años, Carolina notó que su madre nuevamente
había engordado demasiado. No le hizo preguntas. Conocía ya el desenlace de
esa gordura. A diferencia de los embarazos anteriores doña Raimunda debió
guardar cama con bastante anticipación. Tenía cuarenta y cinco años. A don
Teodosio se lo notaba muy preocupado. Dejó de ir al Puesto. Un día reunió a
sus hijos como en anteriores ocasiones. Doña Raimunda acababa de ser
atendida por una mujer que ellos no conocían. La de siempre, había muerto.
Esta vez era don Teodosio quien sostenía en sus brazos al recién nacido,
envuelto en una toalla blanca que días antes le había comprado a un turco que
recorría las casas ofreciéndolas. El turco las llevaba, dobladas a lo largo,
colgadas sobre un hombro. Don Teodosio se la había pagado con una gallina
que metió dentro de una bolsa, después de retorcerle el cogote, porque el turco
le había dicho que no tenía coraje para matarla él.
Don Teodosio se agachó un poco para que sus hijos pudieran ver al
recién llegado y les dijo: “Éste también es hermano de ustedes. Lo llamaremos
Gilberto.” Antes de que pudiera agregar que fueran a continuar con sus juegos
como era su costumbre, doña Raimunda abrió los ojos y dijo con un tono muy
débil: “de los Ángeles... Gilberto de los Ángeles, porque ellos me lo enviaron...”
Volvió a cerrar los ojos. Entonces sí, como de costumbre don Teodosio mandó
a los hijos a jugar. No reparó en que Teodosito con doce años e Ildorfo con
once, más que jugar, colaboraban en las tareas del campo. Los que todavía
jugaban eran Carolina que estaba cerca de cumplir los diez años, Ricardo que
tenía cinco y Héctor Manuel cuatro. Gilberto de los Ángeles fue anotado en el
Registro Civil de Quines, donde consta que nació el once de octubre de 1908.
Don Teodosio tuvo su último hijo a los cuarenta años.
Carolina vivió su primera desilusión cuando finalizó la escuela primaria.
Estaba convencida de que seguiría estudiando porque ya ambicionaba ser
maestra, sin siquiera imaginar que su padre se opondría. Don Teodosio
argumentó que ella debía seguir el ejemplo de su madre quien además de ser
una buena ama de casa era buena administradora y conocedora del manejo
del campo. Para que aprendiera las tareas rurales comenzó a llevarla al Puesto
junto con los hermanos. Los fines de semana también iba doña Raimunda.
Veamos cómo cuenta la señora “Panchita” esta etapa de la vida de la Doctora
Carolina Tobar García:
“En ese tiempo yo vivía cerca de Puesto Tobar y todo los días iba a
buscar la leche que me regalaban para mi familia que era muy pobre. Carolina
trabajaba en el puesto como si fuera un peón más. Yo admiraba la destreza
con que ella ordeñaba las vacas, o cuando montada a caballo arreaba a los
animales. También ayudaba en las siembras o en las cosechas o a recoger en
un cesto los huevos que ponían las gallinas. Pasaba tanto tiempo entretenida
mirándola hacer esas tareas que muchas veces la madre me recordaba que
debía irme porque en mi casa estaban esperando la leche. Algunas tardes
llegábamos hasta el río. Ella iba montada en un caballo y yo en mi mula.
Carolina galopaba, se iba lejos y volvía hasta donde yo había quedado y volvía
a salir galopando le gustaba desafiar al río y se metía en él llevando al caballo
contra la corriente. Usábamos unas bombachas azules con elástico ajustado en
los tobillos. Ella se mojaba, pero no se preocupaba porque al regreso, bajo el
sol, se le secaban antes de llegar al Puesto. No lo contábamos a nadie. Sólo
ella y yo sabíamos lo que había echo en el río...”
Doña Raimunda no estaba conforme con la vida que llevaba su hija. Ella
quería que fuera maestra. Don Teodosio, en cambio, aspiraba a que Carolina
aprendiera bien las tareas de la casa y las rurales con miras a que llegara a
casarse con el hijo de algún estanciero tan rico como ya lo era él.
Carolina alguna vez sorprendió a sus padres intercambiando opiniones,
algo ásperamente, sobre su futuro, pero educada en esa disciplina que impedía
a los hijos manifestar su deseo, no intervenía. Salía a la calle y caminaba...
caminaba... Si esa situación se producía en Puesto Tobar, para no
escucharlos, montaba a caballo y salía como loca a galopar por el medio del
campo. Regresaba extenuada, sudorosa y, en ambos casos, silenciosa.
LA ESCUELA DE PUESTO TOBAR
Corría el año 1910. El Vicepresidente, doctor José Figueroa Alcorta,
desempeñaba la primera magistratura completando el período presidencial
que, por fallecimiento, había dejado inconcluso el doctor Manuel Quintana.
Ya desde el año anterior habían comenzado a llegar a Quines noticias
sobre los extraordinarios festejos que se realizarían en Buenos Aires con
motivo de cumplirse el primer centenario de la Revolución de Mayo. Claro que
algo ensombrecidos por el temor, mundialmente difundido de que el cometa
Halley chocaría contra la Tierra, destruyéndola.
Cuando pasó enero y la Tierra continuó dando vueltas, como es su
costumbre, todos los comentarios que llegaban a Buenos Aires se refirieron a
esos espectaculares preparativos. Además arribarían a la Capital de nuestro
país personalidades mundiales. Los porteños estaban como enloquecidos. En
particular por la visita que haría la Infanta Isabel en representación de España.
Consideraban este acontecimiento como una demostración de que la Madre
Patria no guardaba rencor por habernos liberado de su dominación.
Los puntanos escuchaban todas esas novedades sin mayormente
contagiarse del entusiasmo que se estaba viviendo a tantos cientos de
kilómetros. Ello cambió cuando se enteraron de que también nos visitaría el
presidente de Chile, doctor Montt. La vecindad con este país los hizo sentir
partícipes. Los arrieros que llegaban a Quines comentaban con entusiasmo esa
novedad. Surgieron los recuerdos y los lugareños se referían a cómo el general
San Martín había cruzado la cordillera de los Andes; del aporte que habían
hecho los puntanos contribuyendo con hombres, animales y bienes al éxito de
su campaña libertadora y de cómo el General San Martín había donado sus
sueldos para crear escuelas.
Don Teodosio llegaba a su casa de Quines con todos esos comentarios
que había escuchado a los arrieros chilenos en charlas con sus peones de
Puesto Tobar. Doña Raimunda aprovechaba entonces para repetirle
sentenciosamente que esas cosas había que enseñarles a los niños y que para
ello debía haber una escuela en el espacio destinado a las zanahorias.
Una tarde de marzo, de ese 1910, don Teodosio llegó a su casa de
Quines algo más temprano que de costumbre. Con el rebenque en la mano,
golpeando en su pierna izquierda, caminaba de un extremo a otro de la larga
galería. Los tacos de sus botas parecía que iban a romper los ladrillos del piso.
Al escuchar el ruido, desacostumbrado a esa hora, doña Raimunda asomó la
cabeza por la puerta de la cocina. Al ver a su marido, fue a su encuentro. Don
Teodosio, con acento terminante, como si profiriera una amenaza le anunció:
“Mañana comienza a funcionar una escuela en Puesto Tobar”.
Doña Raimunda, disimulando su estupor, mostró su duda en dos
preguntas: “¿En dónde?” “¿En el lugar de las zanahorias?”
Don Teodosio pasó por alto la ironía respondiéndole: “Sí, al final del
campo lindando con nuestro vecino don Cristóbal Pereyra. Él será el maestro
hasta que se oficialice.”
La sorpresa detuvo el paso de doña Raimunda justo debajo de la parra.
Enganchando sus dedos en un sarmiento exclamó:
“¡Al fin ha llegado la civilización a Puesto Tobar!”
Don Teodosio, dejó caer el rebenque, se sentó en un banco, apoyó su
espalda contra la pared, estiró las piernas y uniendo sus manos sobre su
aplastado vientre, sin ocultar su satisfacción por haberla sorprendido, le pidió:
“Ahora, cebáme unos mates.”
En este punto retomaré la transcripción del “Libro Histórico de la Escuela
Nº 120”, en la parte que se refiere a la creación y ubicación de la misma.
“HISTORIA DE LA ESCUELA NACIONAL NÚMERO 120 DE PUESTO
TOBARES. QUINES. SAN LUIS.”
“Creada por resolución del Honorable Consejo Nacional de Educación con
fecha 21 de junio de 1910, inicia su normal desenvolvimiento como tal, en el
lugar denominado “PUESTO TOBARES” el 11 de agosto de 1910, bajo la
dirección de la Maestra Normal Nacional Srta. Petrona Ortiz de Suárez.
“Al paraje se le asignó el nombre de “PUESTO TOBARES” por llamarse
Teodosio Tobares su legítimo propietario. Son muy conocidos de todos los
vecinos de esta localidad los familiares del Sr. Tobares, pues su esposa doña
Raimunda García de Tobares fue dignísima y benemérita dama del pueblo de
Quines y sus hijos se llaman Teodosio (hijo), Ildorfo, Carolina, Ricardo, Manuel
y Gilberto Tobares. La mencionada señorita Carolina Tobares García se graduó
de doctora llegando a ser una reconocida psiquiatra, médico legista, una de las
grandes especialistas en enfermedades nerviosas de nuestro medio y ahora,
desde hace poco, médica forense, cargo que ganó en justicia por riguroso
concurso.
“Al iniciar su funcionamiento la escuela Nº 120 lo hace con escaso número
de alumnos, pero en atención a la correcta función administrativa acrecienta su
estabilidad y aumenta la inscripción escolar, conservando su categoría de
unipersonal solamente por escasos años, nombrándosele luego como maestra
auxiliar a la Srta. Lupercina Alaniz Arce...
“En años sucesivos la población del lugar aumenta notablemente
imponiéndose la necesidad de aumentar su personal en el año 1936 a total de
cinco maestros, inclusive su director.” “(...)” “Esta escuela ha sido creada en un
hermoso lugar semiurbano en las proximidades del pueblo de Quines,
habiendo experimentado en los últimos años una favorable evolución
económica y social. Sus tierras mediante el tesonero esfuerzo de sus
pobladores se han convertido en valles fértiles que producen casi la totalidad
de los cereales y frutos que se consumen en la zona. Sus habitantes son en
casi su totalidad criollos y se dedican a la agricultura y ganadería.”
Luego de otras consideraciones que no agregan nada a esta biografía,
firma al fin del relato sobre la historia de la escuela, la señora Gatica de
Rodríguez, con fecha 30 de noviembre de 1958. Así también está la firma de
Juan Miguel Otero Alric con un sello que dice: “Inspector de Zona”.
Como hemos podido leer, esta historia fue relatada cuarenta y ocho años
después de la creación de la escuela, razón por la cual no debe extrañarnos
que no se mencionen los pocos meses que funcionó antes de ser oficializada.
Pero esto fue posible debido a que sus fundadores de inmediato declararon su
existencia a las autoridades pertinentes. Además en 1958 la primitiva escuela
ya había sido trasladada a otros locales. Actualmente funciona a la vera del
camino que conduce a Puesto Tobar. Por otra parte, en 1958, el Puesto de don
Teodosio Tobar ya no pertenecía a sus descendientes. De todas formas en esa
Historia se rescata la influencia que don Teodosio y doña Raimunda ejercieron
en la zona. El haberle asignado el nombre de Puesto Tobares es un
reconocimiento a esfuerzo de toda la familia ya que fue ella quien logró el
engrandecimiento de ese lugar, aislado totalmente hasta su llegada en 1898. El
apellido Tobares se debe a la costumbre de pluralizar, que aún subsiste,
cuando se menciona a toda una familia.
Al llegar a este punto ya podemos pensar que la vocación docente que
anidó en el espíritu de la Doctora Carolina Tobar García tuvo su origen en el
ejemplo de afán educativo que vio en su madre.
NACE LA ADOLESCENTE
Una tarde Carolina regresó del Puesto con su padre y sus hermanos, pero
no entró en la casa corriendo alborozada al encuentro de la madre, como era
su costumbre. Doña Raimunda sabía que ese cambio se produciría en
cualquier momento. Carolina respondió a sus preguntas manifestándole
molestias en el vientre y dolor de cabeza. Prefirió irse a dormir sin cenar. Su
madre la acompañó al dormitorio donde, muy enternecida, la ayudó a
cambiarse de ropa. Una vez en la cama, acariciándole el rostro, le explicó que
estaba por terminar su último invierno como niña y que se acercaba su primera
primavera como señorita.
Carolina se negó a volver al campo. Los días se le hicieron muy largos. La
inactividad le quitó el apetito. Llenaba sus horas con largas caminatas que la
alejaban del centro de Quines. Ensimismada en sus pensamientos, buscaba
estar sola.
Los vecinos notaron el cambio y lo comentaban entre ellos. De alegre y
ligera Carolina se había vuelto concentrada y de paso lento. Adelgazó, hasta
que presa de la debilidad cayó en cama. Esto sucedió en noviembre, próxima a
cumplir catorce años.
Horas más tarde, cuando don Teodosio regresó de Puesto Tobar, doña
Raimunda le dijo que Carolina tenía fiebre muy alta. Acababa de comprobarlo
colocándole la palma de la mano sobre la frente. En ese tiempo no era
costumbre tener termómetro en la casa. La gente opinaba que “... ese aparatito
tan delicado, sólo los médicos sabían usarlo...”
El rostro de don Teodosio reflejó preocupación y opinó que Carolina había
descuidado la alimentación y que para una pronta recuperación sus comidas
debían centrarse en la carne asada, verduras, frutas y leche recién ordeñada.
Sin imaginarlo, porque en nuestro país aún no se conocían, don Teodosio
estaba indicando un compendio de vitaminas que tenían al alcance de la mano.
Para ese tiempo, recién hacia dos años que el doctor Funk, un médico polaco
había descubierto la primera.
Doña Raimunda aprovechó esa muestra de preocupación de su marido
para recordarle, una vez más, el deseo de su hija. Don Teodosio volvió sobre
sus repetidos argumentos acerca de lo que él consideraba que eran
obligaciones exclusivas de la mujer: atender la casa, al marido y a los hijos.
Esta vez, doña Raimunda le rebatió poniendo como ejemplo a su cuñada
Celina Laredo, quien había llegado a ser la primera vicedirectora del Normal
de Villa Mercedes, sin por eso dejar de atender a su hermano Tomás con
quien había tenido seis hijos. Deliberadamente, para atemorizarlo con una
futura culpa, le sentenció que si no la dejaba ir con sus tíos, no se recuperaría
jamás.
Carolina, fingiendo dormir, imaginaba el ceño fruncido que ponía su padre
cada vez que se le contrariaba en algo. De pronto escuchó los golpes que daba
con su rebenque en la bota que tenía puesta. Tenía por costumbre manifestar
sus claudicaciones con energía.
Esa autorización de don Teodosio, llenó de entusiasmo el despertar de la
adolescencia de la Doctora Carolina Tobar García.
EN VILLA MERCEDES
Villa Mercedes, capital del partido de General Pedernera está ubicada al
sudeste de Quines, cerca del río Quinto.
En el tomo 1, pág. 184 de “San Luis, su Historia y su Cultura”, del
Gobierno de la Provincia de San Luis, (Ministerio de Cultura de la Nación) Edit.
Ceyne, el señor José Mellano dice lo siguiente sobre Villa Mercedes:
“...El 14 de octubre de 1861 se impuso a Fuerte Constitucional el nombre
actual: Villa Mercedes, declarada ciudad en 1896...”
Dos años antes, 1894, se había creado la “Escuela Normal de Villa
Mercedes”. A esta progresista ciudad, en constante avance, llegó Carolina casi
a fines de febrero de 1913.
De Quines a San Luis viajó en diligencia. La acompañaba un matrimonio
amigo de sus padres, el cual luego de pasar un tiempo con los parientes que
tenía en Quines regresaba a su hogar en Villa Mercedes. Hicieron un alto de
unos días en San Luis, alojándose en la casa de otros familiares. Carolina
conoció ahí a una jovencita de más o menos su edad. Ella también ansiaba ser
maestra. El próximo año comenzaría sus estudios en el Normal de San Luis.
Simpatizaron. Se prometieron mantener correspondencia. Fue la primera amiga
que tuvo Carolina. Se llamaba Berta Elena Vidal.
Esa amistad iniciada en la adolescencia perduró a lo largo de la vida de la
Doctora Carolina Tobar García.
De San Luis a Villa Mercedes prosiguieron en el tren del Ferrocarril
Pacífico que unía Mendoza con Buenos Aires. (Actualmente se denomina
Ferrocarril General San Martín).
En la estación de Villa Mercedes esperaban a Carolina el tío, don Tomás
García Torres y su señora Celina Laredo. Felices por verla la abrazaron y
atosigaron a preguntas sin darle tiempo a responderles. En cuanto don Tomás,
hombre de fuerte contextura física, recibió las dos maletas que constituían el
equipaje de Carolina, las acomodó en su elegante sulky tirado por dos caballos.
Enseguida se despidieron del matrimonio que acompañaba a Carolina y que
era también amigo de ellos.
Una vez acomodadas en el sulky, la tía Celina pasó su brazo sobre los
hombros de su sobrina atrayéndola hacia sí en gesto de cariño. Carolina había
quedado sorprendida por la elegante figura de su tía que lucia el cabello
cortado “a la garzón”, última moda en ese tiempo. El vestido entallado hasta la
cintura continuaba en una larga pollera que dejaba ver las botitas negras
sujetas a los costados por una apretada hilera de botones. Le observó la mano
libre como abandonada sobre una pierna. Blanca, de dedos delgados y largos,
mostraba las uñas que, recortadas, apenas sobresalían de las yemas. Miró sus
manos. Ya no las tenía tan “gorditas” y sus uñas también estaban prolijas, pero
ello se debía al abandono que había hecho de las tareas rurales en los últimos
meses.
Las manos de su madre vinieron a su memoria. Eran suaves en las
caricias, pero ásperas al tacto por los constantes y rudos trabajos que realizaba
todos los días y desde que era niña. Por esas coincidencias que la vida depara,
su madre, que tenía cinco hermanos varones tenía también cinco hijos
varones. Los cinco hermanos habían seguido estudios secundarios. Ella no.
Carolina muchas veces le había oído decir “... que no permitiría que su hija
corriera la misma suerte.” Por eso no había cejado en su empeño de apartar a
Carolina de ese similar entorno varonil que a ella le había frustrado su deseo
de ser maestra.
Don Tomás detuvo el sulky. Habían llegado a la casa. Las puertas eran de
hierro trabajo pintado de negro. En el centro de una de las hojas,
interrumpiendo los enrulados dibujos que formaba el hierro, se destacaba una
grande y cursiva “C” y la misma altura, en idéntico estilo, la otra hoja tenía una
“L”. Correspondían a las iniciales del nombre de su tía.
Atravesando el cuidado jardín entraron a la casa. Sin prestar atención al
suntuoso mobiliario, Carolina siguió a su tía hasta la que sería su habitación.
Enseguida abrió otra puerta de ese dormitorio y la hizo pasar al cuarto
siguiente diciéndole que ese sería su lugar de estudio. Aquí sí, Carolina no
pudo reprimir un “¡oooh!” acompañado de una sonrisa plena de satisfacción.
Como marco de un escritorio estaban, contra las paredes y hasta el techo, los
anaqueles repletos de libros. Era la primera vez que veía tantos juntos y a su
disposición.
Durante la cena los tíos le hablaron a Carolina de sus cuatro hijos y dos
hijas que estaban en Buenos Aires, prosiguiendo sus estudios. El menor de
ellos, Víctor, tenía la misma edad de Carolina, catorce años. Tantos
comentarios le hicieron sobre Buenos Aires que, mientras los escuchaba, se
veía ejerciendo como maestra en esa “gran ciudad”, como la denominaban sus
tíos.
Muchas fueron las vueltas que esa noche Carolina dio en su cama antes
de conciliar el sueño.
Rememoró su infancia y vio a su madre enseñándole las primeras letras;
la escuela primaria y vio a su madre llevándola de la mano para inscribirla en el
primer grado; el comienzo de su adolescencia y vio a su madre sentada en el
borde de su cama. Pensó en su presente y recordó su voz repitiendo: “Mi hija
no correrá mi misma suerte”. Comprendió entonces que esa idea fija en la
mente de su madre era lo que había cambiado su destino. Ya no volvería a
ordeñar vacas, a arrear animales ni a cabalgar desenfrenadamente buscando
apaciguar la ansiedad de sus deseos sin horizonte cierto. Su madre la había
puesto en el camino ambicionado, pero el cambio había muy brusco y radical.
Del campo a la ciudad. De no tener libros a disponer de una biblioteca. Los
primeros pasos en esta nueva senda tal vez serían vacilantes, pero se
afirmaría. Debía afirmarse. Desde ese día su futuro dependería solamente de
su esfuerzo y de su perseverancia.
Esa noche, Carolina aceptó y asumió con responsabilidad el desafío que
le planteaba esa nueva forma de vida.
A partir de entonces, esas tres condiciones: esfuerzo, perseverancia y
responsabilidad, fueron como un emblema en todos los jalones de la existencia
de la Doctora Carolina Tobar García.
CUATRO AÑOS EN EL NORMAL DE VILLA MERCEDES
Pese al cariño que los tíos le brindaban, al ánimo de Carolina, durante los
primeros meses, acusó el impacto de ese cambio en su forma de vida. Era la
primera vez que se separaba de su madre. A veces andaba muy ensimismada.
Tanto que, de puro distraída, durante un recreo obstaculizó el paso apresurado
de una alumna que se dirigía a la Dirección. Las dos se rieron de sus
respectivas torpezas. A partir de ese “choque”, a la hora de la salida, como
ambas caminaban unas cuadras para el mismo lado, lo hicieron juntas.
Delfina Domínguez Varela, así se llamaba esa compañera, cursaba tercer
año y había nacido en San Pablo, localidad perteneciente al partido de
Chacabuco, al noroeste de San Luis.
Esa amistad iniciada en el Normal de Villa Mercedes, también perduró a lo
largo de la vida de la Doctora Carolina Tobar García. Ya lo iremos viendo más
adelante.
Al comenzar el segundo año, Carolina tuvo noticias de su amiga Berta
Elena Vidal. Le comunicaba que había comenzado a estudiar en el Normal de
San Luis.
Berta Elena solía enviarle poesías de su creación, por lo general de
contenido patriótico y Carolina le respondía enviándole narraciones de su
invención. No escribía palabras de cuyo significado no estuviera segura.
Continuamente consultaba el diccionario. Sentía como una obsesión en utilizar
los términos correctos.
A mediados de ese año, 1914, el mundo se estremeció con la noticia del
asesinato en Sarajevo, de la futura pareja real del Imperio Austro – Húngaro.
Ello fue la chispa que encendió la Primera Guerra Mundial.
Carolina y Delfina pasaban los recreos en la biblioteca del Normal,
mirando mapas para ubicar el lugar de origen de esa contienda y el de los
países intervinientes. La zona del conflicto sería surcada por zepelines y
aviones con su carga mortífera. Ese despliegue de maquinas que se produciría
actuó como un estímulo más entre los aviadores de nuestro país que ya en
varias oportunidades habían dado muestra de su capacidad y valentía en el
afán de acortar distancias.
Aún estaba latente el dolor producido por la muerte, unos meses atrás, de
uno de nuestros pioneros, Jorge Newbery, al caer su avión en el intento de
cruzar la Cordillera de los Andes, cuando toda Villa Mercedes vibró de
entusiasmo al enterarse del proyecto de una nueva hazaña. El 18 de julio, el
teniente Pedro Zanni intentaría unir en vuelo directo, Buenos Aires con ¡Villa
Mercedes! Días antes comenzó a llegar gente de las localidades cercanas.
Berta Elena le escribía a Carolina anunciándole que ella también iría con sus
familiares.
Ese día, Carolina, Berta y Delfina, mezcladas entre la gente que se había
autoconvocado en la plaza agitaron sus pañuelos blancos y celestes,
saludando alborozadas al héroe que con su avión sobrevolaba el lugar. Zanni
había cubierto los setecientos kilómetros que separan a Buenos Aires de Villa
Mercedes en el tiempo récord de cuatro horas cuarenta minutos.
Berta Elena regresó con su familia a San Luis, luego de haber pasado
junto a Carolina y Delfina, unos de los muchos días inolvidables que también
habrían de compartir en un futuro no muy lejano.
El tío de Carolina tenía una chacra algo apartada de la casa. En algunas
ocasiones, por razones de trabajo se quedaba en ella a pasar la noche. La
madrugada del 11 de octubre don Tomás escuchó ruidos extraños. Empuñando
el revolver salió para ver quien andaba por el lugar. Los intrusos dispararon
primero. Don Tomás cayó muerto. Los ladrones huyeron.
Fue la primera vez que Carolina vivió de cerca la muerte de un ser
querido. Su tía Celina no hallaba consuelo. Próxima a cumplir quince años,
Carolina se convirtió en un apoyo para su tía.
A fines de ese año, su tía Celina comenzó a sentirse mal de salud. Los
hijos decidieron llevarla a vivir con ellos a Buenos Aires. Celina, antes de partir,
habló con el matrimonio amigo con el cual Carolina había viajado y ellos
aceptaron hospedarla durante los dos años que le faltaban para recibirse.
Por otra parte, Delfina Varela Domínguez obtuvo su título de maestra.
Carolina, momentáneamente, perdió la compañía de su amiga. Se prometieron
mantener correspondencia. Y lo hicieron.
Terminadas las vacaciones en Quines, Carolina reinició sus estudios. En
la estación de Villa Mercedes la estaba esperando el matrimonio amigo. En la
casa le habían preparado la habitación que había pertenecido a los dos hijos
varones quines se hallaban cursando estudios universitarios en Córdoba.
Carolina no tardó en adaptarse al nuevo hogar. La señora era profesora
de piano y daba clases particulares. Las horas libres de tareas las ocupaba
interpretando piezas clásicas teniendo como única oyente a Carolina. El marido
era administrador de estancias. Estaba poco en la casa. También ahí Carolina
dispuso de libros, aunque no tantos como en la casa de sus tíos. La lectura era
su refugio preferido. Sólo la interrumpía para contestar las cartas de su madre y
de sus dos amigas: Berta y Delfina.
Casi finalizando el año escolar, Carolina recibió una carta proveniente de
Buenos Aires en la cual su primo Víctor le comunicaba que el 29 de septiembre
de ese año, 1915, había fallecido la madre: Celina Laredo de García, “...víctima
de una terrible enfermedad”. Por aquellos tiempos y hasta no hace mucho la
gente sentía terror o vergüenza de pronunciar la palabra “cáncer” y, en voz
baja, recurría al eufemismo: “terrible enfermedad”.
En octubre del año siguiente, 1916, el doctor Victorino de la Plaza, quien
como vicepresidente había completado el periodo presidencial, inconcluso por
la muerte del titular doctor Roque Sáenz Peña, hizo entrega del mando al
nuevo presidente don Hipólito Irigoyen. El Partido Radical llegaba al poder por
primera vez.
Un mes después, el 10 de noviembre, Carolina cumplió dieciocho años de
edad. El regalo más importante que recibió fue una carta de su madre
anunciándole su viaje a Villa Mercedes para fin de ese mes.
Así fue como doña Raimunda estuvo presente el día en que su hija recibió
el título de Maestra Normal.
CLASIFICACIONES Y CALIFICACIONES
En el folio número catorce del “Libro de Egresadas”, debajo de “Año 1916”
escrito a mano, en el decimonoveno lugar dice: Tobar Carolina.
La planilla correspondiente al primer año no tiene membrete. Está
encabezada: “Clasificaciones y calificaciones”. Debajo y manuscrito dice: “1er.
año. Tobar Carolina 1913”.
Repartidos entre las doce materias y los nueve meses del año escolar,
pueden contarse ¡Nueve ceros! Abundancia de tres y de dos y, como perdidos
entre las numerosas notas hay “unos” y “cincos”. El promedio más alto para su
promoción a segundo año lo obtuvo en “Canto” con un cuatro. El resto de los
promedios se reparten entre tres y dos.
Las planillas de los años siguientes tienen impreso: “Escuela Normal
de........ y manuscrito “Villa Mercedes. San Luis”.
Por el gran tamaño resulta difícil reproducirlas.
En el mes de marzo de su segundo año debuta con un cero en Álgebra,
materia que, juntamente con “Práctica” obtiene el promedio final más bajo:
cinco. Según dice en esta planilla, la equivalencia de cinco es regular. La
mayor parte del resto de las materias tiene entre seis y siete que equivalen a
“Bueno”. En Geografía, Historia Natural y Música tuvo ocho. La equivalencia es
¡Distinguido! Puede pensarse entonces que el estado anímico del primer año
halló su equilibrio.
En tercer año, su promedio final más bajo lo obtuvo en Labores con un
seis. Los dos más altos corresponden a Física y Pedagogía, materias en las
cuales sacó nueve puntos. Le sigue el ocho en seis materias: Aritmética,
Geometría y Álgebra que están agrupadas en una; luego Historia; Geografía;
Música; Ejercicios Físicos y Labores.
En cuarto año, en los exámenes orales que rindió en noviembre sobre
Química; Instrucción Cívica y Música, obtiene diez puntos. En los promedios
finales la nota más alta la saca en Música con nueve. Obtiene ocho en Historia,
Instrucción Cívica y Educación Doméstica. Los numerosos sietes que se
observan en este año corresponden a: Geografía, L. Nacional, Historia Natural,
Psicología, Física y Química, Francés y Práctica. La nota más baja es seis en
Geometría y Dibujo.
Donde no se observan altibajos durante los cuatro años es en las dieciséis
reuniones que realizaron los profesores a razón de cuatro por año. En todas
ellas, el concepto que ha merecido es bueno, bueno y siempre bueno.
DON CONRADO GARCÍA TORRES
Carolina había llevado a Quines una considerable cantidad de libros
comprados en Villa Mercedes con dinero que su madre le daba durante las
vacaciones para que con él pudiera satisfacer sus gustos o deseos personales.
Para esta tiempo hacía ya varios años que doña Raimunda había integrado a
los bienes matrimoniales la parte que, al igual que a sus hermanos, le había
correspondido por la venta de la estancia “Cañada del Pasto”, heredada de sus
padres. Todos ellos se habían casado y afincado en distintos lugares de San
Luis. Pese a las dificultades propias de la época para mantener una asidua
correspondencia, no habían perdido contacto entre sí. Sabían entonces que el
mayor, Conrado, había tenido una destacada actuación pública. Luego de
comenzar como maestro en las escuelas rurales había llegado a ser Director
de Escuela, Comisionado Municipal y Juez de Paz en San Martín.
Posteriormente, en una zona intermedia entre San Martín y Guanaco Pampa,
había comprado una estancia que llamó “La Reforma” y había ido a vivir en ella
con su mujer, Basilia Garro y una hija. En la misma había destinado un
pequeño oratorio para el Niño Jesús de Praga del cual era devoto. A la vez,
movido por su espíritu docente, había hecho las gestiones para crear una
escuela en un lugar llamado Piedra Rosada, que distaba un kilómetro de su
casa. A la misma, el Consejo Nacional de Educación, le había adjudicado el
número 114. oficialmente comenzó a funcionar en 1911. Posteriormente inició
gestiones ante el Gobierno Provincial para crear un pueblo donde él vivía y
obtenida la autorización correspondiente en San Martín, había fundado Villa de
Praga en 1916. Ese mismo año, de su peculio personal, había terminado la
construcción de la Capilla y obtenido el permiso de las autoridades
eclesiásticas llevó a ella la imagen del Niño Jesús de Praga que tenía en el
pequeño oratorio de su casa. También había logrado el traslado de la primitiva
escuela, clausurada por una epidemia de difteria, a un nuevo edificio, frente a
la plaza de Villa de Praga. Estas preocupaciones y ocupaciones cristianas e
intelectuales del tío de Carolina, que para ese tiempo tenía ya cerca de sesenta
años, no le impedían participar en los festejos vecinales que se realizaban en la
plaza de Villa de Praga. Concurría a los mismos con el acordeón heredado de
sus antepasados. Al son de las interpretaciones que ejecutaba de oído, porque
música no sabía, y frente al atavismo que don Conrado ponía de manifiesto en
esas ocasiones, además del respeto había ganado la simpatía y cariño de los
habitantes del lugar quienes, refriéndose a él, lo llamaban “el señor de Praga”.
Fue para este tiempo que, enterado don Conrado de que su sobrina
Carolina se había recibido de Maestra Normal, le escribió felicitándola y
anunciándole que en cuanto se produjera alguna vacante en escuelas de San
Martín la propondría para ocupar el puesto.
Los datos históricos expuestos fueron suministrados gentilmente por la
actual Directora de la Escuela de Villa de Praga, 1994, señora Gloria Becerra
de Suárez. Las fechas de la fundación del pueblo, de la iglesia y de la escuela
fueron tomadas de las placas recordatorias colocadas en homenaje a don
Conrado, en la plaza y en los frentes de los respectivos edificios.
Villa de Praga se halla situada a unos veinte kilómetros de San Martín,
hacia el sur. Actualmente es un pueblo apacible cuyos pobladores son muy
comunicativos. A la entrada del pueblo, un enorme letrero da la bienvenida al
lugar. Las casas son de una sola planta y se halla aún frente a la plaza la que
fuera propiedad de don Conrado García Torres. Las pavimentadas calles del
centro lucen una esmerada prolijidad, al igual que la florida plaza.
TIEMPO DE ESPERA
En tanto esperaba las noticias de su tío Conrado, Carolina retomó sus
largos y meditativos paseos por las calles de Quines. Le preocupaba la
insistente opinión de su padre que nuevamente se oponía a su alejamiento con
los mismos argumentos que había esgrimido en anteriores oportunidades “Vivir
sola y lejos no era conveniente para una jovencita”.
Los vecinos de Quines, al verla pasar, la saludaban con muestras de
respeto y curiosidad. Tenía dieciocho años, era delgada y de estatura mediana.
Peinaba su melena negra con una recta división al costado izquierdo de su
cabeza. El tono blanco mate de su piel acusaba la ascendencia moruna por
línea paterna. Problemas visuales habían determinado la consulta a un oculista
de Villa Mercedes. El resultado fue el uso permanente delante de sus grandes
ojos negros de dos cristales unidos entre sí por un sostén que, apoyado sobre
la nariz, presionaba para que no se cayeran. Los anteojos, sumados a su
preocupación por el demorado llamado de su tío Conrado, le conferían a
Carolina un aire de gravedad propio de los doctores de aquellos tiempos. A tal
punto era así que, los vecinos al verla cuchicheaban entre ellos, sin imaginar
que, en el resumido comentario: “Parece una doctora”, estaban presagiando su
futuro.
También fue durante esa espera que recibió noticias de sus amigas. Berta
Elena Vidal le comunicaba que había comenzado su último año para obtener el
título de Maestra Normal. Y Delfina Domínguez Varela le escribió desde
¡Buenos Aires! Contándole que se había inscripto en la Escuela Normal de
Profesores Nº 1, “Presidente Roque Sáenz Peña”, para recibirse de Profesora
en Letras y que, a la vez, ejercía como maestra en la escuela Nº 23 del
Consejo Escolar Nº 2. Le decía que estaba maravillada con las novedades que
a cada paso descubría en la ciudad. Le instaba a que le contestara pronto
avisándole de su llegada. Carolina sacó cuentas. Delfina había nacido el 29 de
enero de 1895 y ese año, había cumplido veintidós. Ella cumpliría los
diecinueve en noviembre. Le faltaban tres años y medio para alcanzar la
mayoría de edad y estar en condiciones de tomar decisiones por cuenta propia.
Mientras tanto, su futuro dependía de la esperada noticia que en cualquier
momento recibiría de su tío Conrado. Ésa fue su respuesta. Escribió el sobre
tal como Delfina le indicaba en su carta: Calle Zamudio Nº 727. Flores, y
debajo Buenos Aires – Capital Federal.
(Actualmente, 1994, a esa altura la calle se llama: Alfredo R. Bufano.)
Ese mes de junio, como todos los años anteriores, doña Raimunda
comenzó con los preparativos para concurrir a la novena de San Antonio que
se realizaba en Talita. Ella y su marido decidieron que Teodosito e Ildorfo, de
veinte y diecinueve años, respectivamente, quedaran a cargo de Puesto Tobar.
Ricardo y Héctor Manuel, próximos a completar los estudios primarios no
debían faltar a la escuela. Esta vez, emprendieron el viaje con Carolina, con
Gilberto de los Ángeles que tenía unos ocho años y con los dos pequeños hijos
de Teodosito, de tres y dos años, respectivamente. Doña Raimunda, con su fe
en San Antonio viajaba confiada en que tantos serían sus ruegos que al
término de la novena del santo le concedería un nuevo milagro: el tan ansiado
puesto de maestra para su hija. Carolina admiraba la devoción de sus padres
que los llevaba a hacer todos los años ese sacrificado viaje a Talita, cruzando
la sierra, sus desérticos lugares y desafiando la inclemencia del invierno.
En tanto esperaba las noticias de su tío Conrado, Carolina leía y releía los
libros que componían su pequeña biblioteca. Temía olvidar lo aprendido.
Consideraba que la memoria, al igual que el cuerpo necesitaba de un ejercicio
constante para mantenerla lúcida. Así solía decirle a su madre cuando ésta la
sorprendía en su cuarto abstraída en la observación de algún mapa. O
escribiendo en una larga lista la correspondencia existente entre los dioses
griegos y romanos. O bien repasando Historia, tratando de contabilizar las
tantas guerras desarrolladas a partir del comienzo de la Era Cristiana. Esta
última inquietud había sido motivada por la duración de esa guerra que iniciada
en 1914 ya había cumplido tres años y aún no se vislumbraba su final.
En esto estaba cuando llegó la ansiada carta de su tío Conrado.
Escuetamente le comunicaba que la esperaba en Villa de Praga, para que
ocupara el puesto de una maestra que esperaba sucesora para renunciar. El
mayor espacio de esa misiva lo ocupó en enviar bendiciones para todos los de
su familia. La vocación religiosa, frustrada por la muerte de su padre, asomaba
en su vocabulario por lo general pródigo en bendiciones y “santificaciones”
como si realmente él fuera un representante de la Santa Iglesia Católica.
En tanto doña Raimunda reiteraba su agradecimiento al milagroso San
Antonio, Carolina comenzó a empaquetar sus libros. La llegada de don
Teodosio interrumpió esas enfervorizadas actividades desplegadas por madre
e hija. Doña Raimunda, titubeando por la emoción, le leyó la escueta misiva. Su
marido no pudo tampoco esta vez alegar que su hija estaría lejos y sola.
Entonces consintió.
Carolina hizo el trayecto de Quines a San Martín, cruzando la sierra, en
una carreta junto con otras personas del lugar. Pasaron la noche en un posada
y a la mañana siguiente con nuevos acompañantes continuó el viaje hacia Villa
de Praga.
Mientras cenaban, don Conrado sorprendió a Carolina dándole una
explicación que, por apurado o distraído, había omitido en su carta. No
ejercería el magisterio en Villa de Praga y por lo mismo, tampoco viviría con
ellos. La escuela estaba en Potrerillo, una localidad distante unos quince
kilómetros al sudeste de la Villa. Luego de descansar un par de días, él la
llevaría en su sulky para presentarla a un matrimonio amigo en cuya casa
viviría durante la temporada escolar.
Pasada la sorpresa de esa novedad, Carolina rompió a reír. Imaginó los
golpes que daría su padre en la bota con el cabo del rebenque cuando se
enterara de que no sería maestra en Villa de Praga y que por lo mismo no
viviría con su tío. Al explicar la confusión a sus tíos, los tres rieron juntos un
largo rato.
MAESTRA RURAL
Don Conrado y su sobrina partieron hacia Potrerillos. El trote de los dos
caballos y las ruedas del sulky girando sobre la huella reseca del camino,
levantaban nubes de polvo que perezosamente volvían a caer en el mismo
lugar. No había otra cosa de mayor atracción. Muy de tanto en tanto, una
tapera asomaba como nariz sobre la cara del suelo. Formando un marco
irregular a esas cuatro paredes de adobe rondaban una mula, un caballo y, en
el mejor de los casos, también una vaca paseando su carga de hambre sobre
los agudos huesos. Ese marco se completaba con algunas gallinas que,
pareciendo no tener dueños ni límites para sus andanzas, picoteaban la tierra
en la cual sólo hallaban más tierra. La variedad de tachos esparcidos cerca de
los ranchos, con sus bocas abiertas mirando al cielo, parecían clamar por el
agua de una lluvia que, si llegaba, ligeramente las humedecería. Sólo el
rechinar de las ruedas del sulky y el trote corto de los caballos, cortaban el
silencio de la tarde. Al escucharlo, algunas cabezas se asomaban a la puerta
de esas precarias viviendas. Ancianos, adultos y niños miraban el paso del
sulky sin el menor asomo de un sentimiento. ¿Para qué? Si nadie llegaba para
cambiar nada. Si todo seguiría igual que siempre. Eso pensaban ellos. No así
Carolina quien cual moderno Quijote allá iba plena de optimismo esgrimiendo,
en lugar de una lanza, sus conocimientos para luchar contra esa modorra cuya
realidad concreta no eran aspas de molinos sino analfabetos. Abrigaba en sí,
un ansia incontenible por conocer lo que sería el ámbito de su actuación.
Entran al pueblo. A unos cientos de metros don Conrado detiene el sulky
donde en la puerta de una casa un hombre y una mujer, de más o menos la
edad de don Conrado, los están esperando. La señora enseguida tiende las
manos a Carolina dándole la bienvenida en tanto los dos hombres estrechan
sus años en un fuerte abrazo. Juana y Manuel, el matrimonio con el cual vivirá
Carolina, conocían el motivo de esa visita. Ya en la cocina, doña Juana retira
con la bombilla, los lavados palitos que flotan en la abertura del porongo y
agrega un poco de yerba nueva. La mateada comienza su ronda. Los dos
hombres con pocas palabras convinieron el valor del hospedaje que se le
brindaría a Carolina. Cuando en el mate comenzaron a asomar los palitos don
Conrado se despidió.
Doña Juana condujo a Carolina a la habitación que le había destinado.
Era amplia, de paredes blancas y con una ventana que daba a la huerta. Por
ella pudo ver, amarrados a un ciruelo, un caballo y una mula que parecían
conversar amigablemente. El viejo sulky tiene inclinadas sus varas, como
besando el suelo.
El moblaje de la habitación es sencillo, pero confortable: una cama
angosta, prolijamente tendida; una mesita de noche y sobre ella un candelero
de hierro pintado de blanco sostiene una vela cuyo pabilo espera su estreno; la
puerta central de un ropero sirve de marco a un espejo; una mesa contra una
pared debajo de tres anaqueles vacíos y dos sillas con asiento de paja.
Al comenzar la tarde del día siguiente llegó la maestra renunciante, para
entregarle a Carolina la vieja llave de hierro que aseguraba las dos puertas de
la escuela. Le indica la conveniencia de hacer el recorrido de los cinco
kilómetros que la separaban de la escuela, montada en una mula. Doña Juana
enseguida le ofreció la suya con la montura para mujer que le permitiría a
Carolina trasladarse sentada de costado, pues tiene dos salientes: una en la
cual sostendrá su pierna derecha en tanto el pie izquierdo se apoyará en el
estribo y la otra, sobre el lado derecho, para tomarse de ella con la mano. De
esta forma, la larga y amplia pollera de Carolina no será un estorbo.
De la novela autobiográfica del abogado y escritor puntano y ex –
diputado provincial por Córdoba doctor José García Flores, titulada “La Piedra
de Divisar”, editada en Buenos Aires en 1969, tomaré las líneas de la página 51
en la cual relata cómo era en aquellos años la escuela de Potrerillo, donde él
aprendió a leer, a escribir y a sacar cuentas. Había llegado a ella a los siete
años de edad, acompañado de su padre, en marzo de 1917. En septiembre de
ese mismo año, tuvo por Maestra a la Doctora Carolina Tobar García.
“Cuando el último “bordo”, (eminencia sin vegetación), le hizo ver el
edificio escolar constituido por una modesta casa blanqueada a la cal, con un
palo torcido que saliendo de la cumbrera hacía de asta de la bandera que ya
flameaba en él, se le encogió el corazón: sintió deseos de llorar y de volverse a
su casa y de buscar el refugio del seno materno.” “(...)” “Ya solo con su
maestra, ésta lo proveyó de una pizarra de piedra y lápiz del mismo material
cuyo olor característico es muy difícil olvidar; el libro de lectura “El Nene” de
Andrés Ferreira y las consiguientes recomendaciones: agregar dos
almohadillas a la pizarra de las cuales una debía llevarse mojada todos los días
y una “guadamaco” (bolsa de tela con una correa para colgar a media espalda,
en la que se ponen los útiles). Completaban al alumnado de esta modesta
escuela de campaña, varias niñas y varones, de distintas edades, que
recibieron al nuevo condiscípulo con cariño.” “(...)” “Su primera educadora,
mujer afable, suave, cariñosa, le inspiró confianza...” “Las dos horas que la
burra Juliana demoraba en cubrir las treinta cuadras que separaban su casa de
“El Portillo”, resultaban cortas para pensar e imaginar cosas...” “Aquel cuadro
del primer día de clase le era inolvidable: el aula alargada, piso de tierra; un
pizarrón rectangular sostenido por un armazón de madera; bancos con pupitres
para dos alumnos; una regadera, adminículo que él no conocía; contador a
bolitas; un metro de madera y unos pocos mapas”.
Es la mañana del 18 de septiembre de 1917.
Carolina desciende de la mula y sacude el polvo que su vestido claro
recogió en el trayecto. Luego de una ligera mirada al interior de la escuela,
donde en la única aula ejercerá la doble función de maestra y directora, vuelve
a salir. Desde distintos lugares y entre medio de enormes rocas comienzan a
asomar pequeñas figuras, unas caminando y otras montadas en viejas mulas.
A medida que se acercan, dejan de parecerle bultos movedizos para ver en
éstos, niñas y niños de distintas edades que se asemejan en las serias caritas
y cuerpos flacos. Al ver a Carolina, la timidez y el asombro se refleja en sus
rostros. Ella los estimula a que entren diciéndoles que es la nueva maestra.
Apoya sus manos en las nucas de los dos más pequeños y encabeza la
entrada al aula.
Así fue su primer contacto con niños que sólo conocían una enorme
extensión de tierra que perdiéndose en el horizonte, estaba más poblada por
rocas que por personas.
Les dijo su nombre y les preguntó el de ellos. También las edades y si ese
era su primer año de escuela. Enseguida les asignó como primer trabajo que
escribieran en sus pizarras las letras y números que conocieran. Quien supiera
hacerlo podía escribir los nombres de las cosas que los rodeaban. Terminados
esos trabajos les dio quince minutos de recreo. Vencido el tiempo los hizo
ingresar al aula nuevamente. Les pidió que dibujaran cuadrados, rectángulos,
circunferencias y triángulos. A los indecisos, por desconocimiento, les indicó
que dibujaran lo que quisieran. Terminada la tarea les dijo que salieran del aula
y se colocaran en fila de menor a mayor de acuerdo con sus alturas. Tomó la
regadera y les indicó que desfilaran frente a ella, y se refregaran las manos con
el agua que les iría volcando y que luego las sacudieran hasta sentirlas secas.
Nuevamente en el aula, los niños extendieron sobre los pupitres el lienzo que
envolvía el pan o las tortitas con dulce que sus respectivas madres solían
prepararles todos los días. En tanto comían les fue sirviendo en los vasitos de
aluminio de cada uno, el mate cocido caliente contenido en un jarro y que
acababa de prepararles. Pegada al aula había una habitación que oficiaba de
cocina. Ya todos atendidos les explicó la importancia de la higiene para
mantener una buena salud. Los niños perdieron la timidez mostrada cuando la
vieron en la puerta de la escuela. Carolina, por su parte, en ese primer día supo
lo que cada alumno podría rendir. Al término de la clase, anotó en su cuaderno:
“Hoy me hice cargo de la escuela. Los niños parecen buenos, pero aún no
sé si el vecindario también lo es.”
No se trataba de un cuaderno histórico de la escuela, pero sobre él
hablaremos más adelante.
Aquí, consideramos más oportuno hacer conocer la opinión de quien fuera
un alumno de aquella Maestra Rural. El doctor José I. García flores, en la
página cincuenta y cinco de su libro “La Piedra de Divisar”, mencionado
anteriormente, preservando su verdadero nombre con el seudónimo de
Eduardo Antonio, dice:
“LA NUEVA MAESTRA”
“Carola era el nombre de la nueva maestra que, inesperadamente, un
buen día reemplazó a la “señora Sofía”. Niña joven, temperamental, alocada en
sus modales, sumamente inteligente, cambió enseguida la estructura de la
enseñanza.” “(...)” “Ese día, Eduardo Antonio llegó unos minutos tarde; es
decir, ese día las clases comenzaron a la hora reglamentaria. Cuando irrumpió
en el aula, lleno de vergüenza por su llegada tarde, se encontró con que
dictaba clase una nueva maestra, de pie frente a sus alumnos. De tez blanca,
pelo castaño semiondulado, muy linda, de lentes de esos que se sostienen en
la nariz y asegura su permanencia con una cadenita en la oreja, desconocido
por cierto en ese lugar. “Como te llamas tú”, fue el saludo con que la nueva
educadora contestó a los “buenos días” del educando que llegaba. El “tú” le
chocó a Eduardo Antonio acostumbrado a que su antecesora los llamara
siempre de Ud. y de “mi hijo”. Por otra parte se trataba de una expresión
desusada en la zona, aún entre los familiares” “(...)” “...dio sus dos nombres y
apellidos, paterno y materno. La maestra lo miró con cierta insistencia, pero no
pregunta nada más; sólo le ordenó un seco “siéntate”. Recién a los varios días
le preguntó si era hijo de tales padres, pues la casualidad había hecho que esta
niña hubiera sido novia de un primo hermano de Eduardo Antonio.
“Carola fue buena maestra y tuvo la gran virtud de saber estimular a sus
alumnos para que “dejaran esas piedras” y buscaran otros horizontes,
expresiones que dejaban embelesado a Eduardo Antonio. Por eso, al irse,
también de un día para otro y sin despedirse de sus alumnos, la sintió mucho,
recordándola siempre por el acicate que significó en su vida y en su andar
posterior.”
Cuando el doctor García Flores escribió su libro en 1969 ya habían
transcurrido cincuenta y dos años desde que tuviera como Maestra a la
Doctora Carolina Tobar García y siete desde su fallecimiento en 1962.
Por tratarse de un puntano con una destacada trayectoria política, muchas
veces ella habrá recordado que ese diputado provincial había sido alumno suyo
en la escuela de Potrerillo. De lo que quizá no llegó a enterarse es de cómo
habían quedado grabadas en él sus enseñanzas. Por otra parte, hemos podido
leer que desde sus comienzos como docente la Doctora sintió al alumno como
un ser en formación, al que había que educar y estimular y no como el simple
ocupante de un banco escolar. Por eso es que dice que “...cambió la estructura
de la enseñanza...”
En lo que a lo personal se refiere, encontramos en ese relato la primera
referencia a un novio de la Doctora. Reconoce un parentesco, pero
prudentemente no da el nombre.
Anteriormente hemos hablado de un cuaderno en el cual la Doctora había
escrito la impresión de su primer día como Maestra. Dice en él: “...los niños
parecen buenos, pero aún no sé si el vecindario también lo es.” En otra página
del mismo hizo alusión a ese novio, escribiendo:
“Hoy es un día espantoso. El viento sopla muy fuerte. Todo lo que veo es
tierra y hojas sueltas. Estoy cansada de estar aquí. Solamente me alegro
cuando a este lugar tan feo viene mi novio a visitarme. ¡Lo estoy esperando!”
Las referencias a ese cuaderno fueron suministradas por la docente
jubilada señora Isabel Berardi de Loaiza quien al ser entrevistada para esta
biografía, manifestó que al visitar la escuela de Potrerillo en su carácter de
Supervisora, “...le había llamado la atención ese cuadernito que estaba firmado
por Carolina Tobar García, quien para ese entonces ya había alcanzado
enorme importancia como Doctora, en el orden nacional e internacional. Ella
más bien había confeccionado un diario, pero no lo hacía todos los días.
Posteriormente ese cuadernito que era muy simple, pero similar por su
contenido al libro que hoy se lleva en las escuelas para registrar las novedades
diarias, se extravió.”
Por lo expuesto es de suponer que ese novio residía en Potrerillo o en sus
inmediaciones, puesto que es de ese único lugar de donde surgen las dos
referencias coincidentes sobre la existencia del mismo. Pese a que nada más
podemos agregar sobre el tema, consideramos conveniente exponerlo para
aclarar y corroborar lo manifestado en el libro “La Piedra de Divisar” del doctor
García Flores.
Por otra parte, la descripción del lugar donde funcionó esa escuela se
corresponde con lo que aún hoy puede apreciarse. Actualmente funciona a la
entrada de Potrerillo en un moderno edificio. Es la escuela provincial Nº 178 y
lleva el nombre del maestro que sucedió a la Doctora: “José Inés Pedernera”.
Casi finalizando el año escolar, Carolina recibió en Potrerillo, un sobre que
contenía una carta y una fotografía de su amiga Berta Elena Vidal. En ella
Berta está en el patio del Normal de San Luis Rodeada de las compañeras de
su curso. Al dorso le había escrito: “A mi querida Carolina, tu amiga Berta
Elena Vidal”. Al costado entre comillas, “Día del Estudiante” y debajo la fecha:
“21 de septiembre de 1917”. En la carta le contaba que ese año se recibiría de
Maestra Normal y que al siguiente iría a Buenos Aires para proseguir los
estudios como ya lo estaba haciendo la amiga de ambas, Delfina Varela
Domínguez. Volvió su mirada a la fotografía. Relacionó la cabeza de Berta con
la forma de una pera invertida en la cual estaban perfectamente ubicados los
grandes ojos negros, la nariz mediana y la boca pequeña. Para cubrir su ancha
frente se había echado sobre ella un mechón de cabellos que parecía un
cuernito. Al desdibujarse la sonrisa que esa comparación le había provocado,
guardó foto y carta dentro del sobre. Llevándolo en su mano izquierda tomó
con la otra las bridas de la mula y acompasó su paso al del animal. O tal vez la
mula lo acompasó al de ella. Lo cierto es que ninguna de las dos tenía apuro
por llegar a la casa. Cada una, a su manera, mostraba su preocupación. La
mula, con la cabeza apuntando al suelo husmeaba entre las piedras buscando
el inexistente yuyo verde que entretuviera su hambre aunque sólo fuera por un
rato. Carolina con la mirada perdiéndose en el lejano horizonte, pensaba en la
carta de su amiga. Berta Elena, a mediados del año próximo recién cumpliría
dieciocho años y ya estaba proyectando viajar a Buenos Aires para inscribirse
en la Facultad de Filosofía y Letras. Ella, que acababa de cumplir diecinueve, si
estaba ejerciendo como maestra rural, sola en ese paraje, se debía a la
imprecisa información que le enviara su tío Conrado. Ni soñar entonces con
pedirle a su padre que la dejara ir sola a Buenos Aires. Concluyó diciendo que
debía esperar. Recordó a sus pequeños alumnos. Todos los días llegaban
trayendo en sus puños piedritas elegidas en el camino. Ella se las pedía. Y con
las piedritas les había enseñado a sumar y a restar sin aburrirlos con la
repetición cantada de las tablas. Prefería plantearles acertijos que los niños
resolvían cambiándolas de lugar. El próximo año lo terminarían sabiendo
multiplicar y dividir. Eso y que aprendieran a leer contentos era el mejor
estímulo para que los padres enviaran también a sus otros hijos. Se sintió
conforme con el resultado de esos dos meses y medio, pero... su mayor
ambición estaba en Buenos Aires.
Carolina en la puerta de la escuela, al comenzar el nuevo año escolar,
sonrió satisfecha al ver acercarse a sus alumnos con puntualidad sarmientina.
Faltaban dos, pero llegaron cuatro nuevos acompañados de sus respectivas
madres. Comenzó la clase preguntándoles qué habían hecho durante las
vacaciones. No le contaron grandes novedades.
Una tarde de ese invierno, Carolina retiró de la estafeta una carta de Berta
Elena Vidal. Su sorpresa fue mayúscula cuando leyó el remitente. Llegaba de
¡Buenos Aires! Vivía en la calle Nazca 380, de la Capital Federal. En la carta le
contaba que en mayo de ese año había comenzado a desempeñarse como
maestra en la escuela Nº 6, que quedaba en la calle Gualeguaychú al 3300,
casi esquina Navarro, lugar bastante alejado de su domicilio. Le explicaba que
se trataba de una escuela que funcionaba al aire libre y a la cual sólo
concurrían niños débiles. De esa especialidad había seis en Buenos Aires.
Carolina en ese paseo a la estafeta había suplantado a la mula por el
caballo. El intenso frío de esos días la hacía sentir como una estatua de hielo
que se abrigaba inútilmente. Pese a lo incómodo que le resultaba cabalgar
montada de costado ya se había acostumbrado. Lanzó entonces el caballo al
galope sintiendo que el viento en contra parecía estar más en contra que otras
veces. ¡Cuántas cosas había en ese Buenos Aires, tan lejano aún de su
realidad!
Llegó la primavera borrando los últimos vestigios de gripes y resfríos. El
aula recobró la asistencia perfecta y Carolina su optimismo.
Poco antes de terminar las clases de ese año, el mundo vibró de emoción:
había finalizado la Primera Guerra Mundial.
Carolina regresa de sus vacaciones en Quines. Sus deseos de ir a
Buenos Aires se consolidan cada día más por las noticias que recibe de su
amiga Berta Elena Vidal. Atiende y enseña a los niños con el entusiasmo de
siempre aunque sabe que su amiga luego de aprobar el examen de ingreso a
la Facultad de Filosofía y Letras se había inscripto como alumna regular en el
Profesorado en Letras. Sabe también que a la vez, continúa en su cargo de
maestra en la escuela de niños débiles. Como una novedad grata para ambas
le había comunicado que Amado Nervo, el poeta preferido de las dos, en el
mes de febrero había sido designado por Mexico, embajador en nuestro país y
en el Uruguay.
Cada carta que recibía era como un acicate a su deseo de ir a Buenos
Aires.
En una de esas tantas tardes que pasea su soledad entre las enormes
piedras de Potrerillo aflora su inspiración. Sentada sobre una de ellas escribe...
escribe... y escribe. Al dar por concluido el tema, con todo el impulso de una
determinación asumida con la fuerza que da el espíritu, escribió el título:
¡LEVÁNTATE, MUJER!
Recibe otra carta de Berta Elena. En ella le comenta apenada que el 24
de mayo había muerto Amado Nervo en Montevideo y le adjunta la poesía que
dedicó a su memoria. La mandará para su publicación en la revista “Guido y
Spano”, creada recientemente en San Luis por unos destacados jóvenes
intelectuales en homenaje a este poeta muerto el año anterior. Finaliza
pidiéndole que ella también colabore con la inquietud de esos jóvenes,
enviándoles algunas de sus poesías. Carolina, en lugar de una poesía, envió
su página: ¡Levántate, Mujer!
Días antes de finalizar las clases, recibió un ejemplar de la revista “Guido
y Spano”, correspondiente al bimestre octubre – noviembre de ese año, 1919.
Con gran sorpresa y alegría descubrió que en las páginas diecinueve y veinte
habían publicado los dos trabajos: su página “¡Levántate, Mujer!” y la poesía
de Berta Elena Vidal, “EVOCACIÓN” (al poeta mexicano: Amado Nervo)
Veamos qué dicen esos dos trabajos:
¡LEVÁNTATE, MUJER!
“Era una de esas horas lentas y desgarradoras que pasan a veces sobre
las almas poniendo rudas agonías, como si cada minuto fuera un clavo
amartillado en el mismo corazón.
En el horizonte lejano despedíase la tarde con un gesto de amargura,
corriendo eternamente en pos de su quimera.
“La noche llegaba lentamente conteniendo su inquietud de no se qué
trágico drama de sus entrañas, y la luna despuntando las sierras del oriente
llenaba de alma el jardín. Un viejo violinista derramaba en el éter la música de
un nocturno, que parecía de Chopin, con letra impecable de José Asunción
Silva.
“Agitáronse las hojas que el otoño desparramaba por el suelo, y a su ruido
dejé “La cittá morta” y miré... caminaba... caminaba hacia mí, con una luz.
“Tuve miedo de que fuera Diógenes buscando almas, porque no sabía lo
que había de la mía.
“La senda se encantaba, y él seguía siempre... llegó... Puso la luz sobre
mi corazón, y abrió un gran libro, escrito con letras de oro y fuego.
“-¿Qué haces peregrina?... ¿Por qué te detienes ante el triunfo de la
muerte?... La juventud canta y ríe como el ave trina y vuela... ¡La juventud es
orgía y acción, aurora, sangre joven y bullente, sol que nace!... y tú eres joven;
eres una peregrina de la senda infinita del amor; ama y goza, peregrina!
“¡Vuela mariposa azul, hacia la luz, el fuego, el sol, y quémate las alas de
ensueño!... La vida es esto: un minuto de alegría, y el holocausto definitivo.
¡Vete hacia la vorágine!... que canta, que arrulla, que deleita y que sepulta, y
húndete en el placer, en la delicia inefable, es decir, vive la vida ciega y
bellamente...
“Apresúrate a adorar la fragancia suavísima de los lirios, y corta, en la
alborada riente y policroma las rosas, todas las rosas, que cuando esplenda el
véspero se habrán marchitado.
“Sueña!... Canta!... Goza!... y, vete hacia las castalias plateadas, hacia el
Parnaso, hacia el Pentélico; hacia el ara fulgente de Afrodita – que sabe a mirra
e incienso – que con ello no caerás en la ciénaga, ¡no!, andarás en alas de las
brisas perfumadas... en pos de las estrellas”.
“Eso leyó. Y envolviéndome con una mirada infinita de ternura, díjome:
“¡Levántate, mujer!... Yo te traigo, la luz; yo te traigo la vida!
“Era la luz que el ángel fue a buscar para los hombres.
“¡El amor!
CAROLINA TOBAR GARCÍA”
“EVOCACIÓN”
“Al poeta mejicano: AMADO NERVO
Con qué cariño miro las níveas margaritas,
las pálidas que adornan mi mesa de labor,
y pienso en el misterio de las hermosas cuitas
del gran poeta enfermo de sueños y de amor!...
Como ellas son las niñas, las pálidas doncellas,
que suave lo acarician con su mirada azul,
y hermosas resplandecen cual floración de estrellas
en cada verso suyo que es un jirón de tul!
Como ellas son sus noches, tan límpidas y hermosas
veladas por la tenue caricia del esplín;
como ellas las estatuas, las fuentes y las rosas,
las blancas moradoras de su inmortal jardín.
Y es una margarita su alma de poeta,
hecha toda de ensueños, de besos y de tul,
es una Margarita muy pálida, que quieta,
besa la luna amiga con su mirada azul.
Y así como Él decía en su expresión más bella,
de esta la flor hermosa, su ideal transformación
de noche convertida su alma en una estrella
va errando por los cielos sin fin de la ilusión!...
Las miro... pienso entonces en ti, pálido asceta,
en ti que las soñaste en un amanecer,
“en ti que antes de rico quisiste ser poeta”
para cantar la luna, la paz y la mujer...
BERTA ELENA VIDAL”
ANALIZANDO: “LEVÁNTATE, MUJER”
No creo que exista obra literaria en la cual su autor no refleje en alguna
forma, la dosis de subjetividad que la inspiró.
Después de una superficial lectura de “¡Levántate, Mujer!”, podría
suponerse que se trata de un catálogo enunciador de distintas corrientes
artísticas, sobre todo literarias, en boga en esos años. O bien un alarde de
sapiencia estimulado por el afán de sorprender. Aceptando como ciertas estas
suposiciones, surgiría entonces que fue movida por una actitud soberbia. No
hay tal cosa. Es digno de tener en cuenta que fue escrita por una jovencita de
veinte años con poca o ninguna experiencia del mundo y en un medio que con
su letargo amenazaba atraparla. El caudal de conocimientos que ya para ese
entonces poseía la Doctora Carolina Tobar García y del cual, evidentemente,
no puede dudarse, fue utilizado en esta oportunidad para expresar la evolución
de su sentir. Además sale a luz su inteligencia innata y lo valioso de esta
página es que en ella dejó plasmada su toma de posición frente a la vida.
La escribió en 1919, cuando ya habían transcurrido tres años desde que
se recibiera de maestra. Hacia dos que ejercía como tal, lejos de su hogar y sin
miras de que su padre le permitiera continuar sus estudios, sola en la lejana
Buenos Aires.
Es así como comienza expresando, metafóricamente, su profunda
amargura del momento: un párrafo brillante lleno de dolor. “Era una de esas
horas lentas y desgarradoras que pasan (o pesan) a veces sobre las almas
poniendo rudas agonías, como si cada minuto fuera un clavo amartillado en el
mismo corazón.” Y que completa más adelante, “... corriendo eternamente
detrás de su quimera”.
En la oración siguiente, a las “horas lentas” suma “... la noche llegaba
lentamente...”. Esta insistencia en la lentitud, inconscientemente, anuncia su
modalidad serena a la cual agregará la perseverancia, todo lo cual aleja la idea
de pereza. Esa perseverancia que tantas horas le robó a su descanso.
Vuelve a la metáfora para oponer a la contenida inquietud de la noche,
que sería la oscuridad que envuelve su vida, la luz de la luna que “...
despuntando las sierras del oriente, llenaba de alma el jardín”. Asoma ahí la
esperanza. La misma luna que asoma en el oriente, Buenos Aires, es la que
llena de alma el jardín.
Así describió su estado anímico.
A continuación se pasea por las corrientes literarias del siglo XIX y
comienzos del XX. En la conjunción de dos nocturnos, musical el uno y poético
el otro, encuadra como comienzo y fin de sus tribulaciones, dos movimientos
literarios: romanticismo y modernismo.
Refiriéndose a Chopin habla de un “viejo violinista”. ¿Por qué no de un
“joven” o simplemente de “un violinista”? Porque con la palabra “viejo” marca su
alejamiento del romanticismo. Es algo que para ella ya pasó. Fue su etapa del
Normal. Su adolescencia.
Con la mención de José Asunción Silva está señalando la llegada del
modernismo. El término “impecable” con que calificó la letra del “Nocturno”, en
un primer momento parece inapropiado, pero ateniéndonos al significado de
esa palabra, es la que corresponde para expresar la influencia de esa corriente.
El modernismo fue recibido como algo “libre de pecado”, libre de críticas y
defectos.
Entre dos extremos, el viejo Romanticismo y el novedoso Modernismo
Carolina enmarca su vida: superando el primero asume su dolorosa realidad
signada por aplastante monotonía. Con la crudeza del Realismo – Naturalismo
dice: “... a su ruido dejé la “Cittá Morta”. De haber escrito “dejé caer” sonaría a
definitivo, a un entregarse. El “dejé”, así, solo, suena a momentáneo y volitivo.
Antes que el rechazo o la aceptación se impone la reflexión.
Gabriel D`Anunzzio platea en esa obra la tragedia de una familia común,
que no por común está exenta de pasiones turbulentas. Un joven poeta,
casado con una mujer ciega a quien ama, también ama a otra hermosa
muchacha. Ésta a la vez, es amada por su propio hermano. El final del drama
no está libre de ironía. El hermano, al enterarse de la existencia del joven
poeta, corroído por los celos, pone fin a su incestuoso amor, matando a la
hermana. Es mejor solución que matarse él.
El triunfo de la muerte detiene el paso de la autora. Confiesa entonces la
confusión que esta viviendo al manifestar su temor de que quien caminaba
hacia ella con una luz “... fuera Diógenes buscando almas, porque no sabía lo
que había de la mía”. Expresa así su decisión de no enrolarse en ninguna
doctrina filosófica, por buena y optimista que fuera, sin saber antes muy bien
qué es lo que ella quiere para sí, qué es lo que más conviene a su propia
naturaleza, a su manera de ser y de sentir.
En ese punto se produce la reacción. Obviamente no es esa aparición sin
nombre, la que, con derrame verborrágico la hace reaccionar. Reacciona por sí
sola. Es su luz interior la que ilumina sus ideas recordándole que es joven, que
“... la juventud es orgía y acción, aurora, sangre joven y bullente, sol que
nace...!”
La mención del Parnaso, del Pentélico, de Afrodita, parecen ser una
parnasiana invitación a refugiarse en las musas. Pero Carolina opta por el
desafío a la vida y exclama con firmeza: “¡Levántate, Mujer!”.
Es entonces, su luz interior la que la lleva al encuentro del Amor, que
generará en su vida un inmenso respeto hacia la naturaleza del ser poblador
del Universo.
Y es también su luz interior la que iluminará el sendero que recorrerá
lentamente, pero sin claudicaciones durante el resto de su existencia.
CAROLINA RENUNCIA
Don Conrado se maravilló al leer, “¡Levántate, Mujer!” y estimuló el deseo
de su sobrina de ingresar en la Facultad de Filosofía y Letras.
Una tarde de esas vacaciones, Carolina llegó a Quines. Su esperada
presencia interrumpió el encuentro matero que, como un rito, sus padres
realizaban bajo la sombra de la higuera. Los besos y abrazos que prodigó a
ambos estaban como envueltos en un halo triunfal. De su bolso sacó la revista
“Guido y Spano, la abrió en la página donde estaba escrito “¡Levántate, Mujer!”
y la mostró a sus padres, diciéndoles que ella lo había hecho. Doña Raimunda
le pidió que la leyera. Escucharon muy atentos. Terminada la lectura, excitada,
sin esperar comentarios, expresó su deseo de ir a Buenos Aires para, igual que
sus amigas, ingresar en la Facultad de Filosofía y Letras. Don Teodosio de
inmediato se incorporó. ¡Ah, no, eso sí que no! Ya era demasiado con que la
dejara ejercer en Potrerillo aun sabiendo que no estaba viviendo con su tío
Conrado como él había interpretado cuando llegó su carta con el nombramiento
para Carolina. Y sin más, devolvió a doña Raimunda el mate que en su mano
se había enfriado. Abandonó el lugar. La tarde se tiñó de nubes grises. Gotas
de lluvia cayeron sobre el silencio de madre e hija y un frío de hielo se guareció
en sus almas. Habían comprendido la inutilidad del ruego.
Comenzaron las clases. Carolina volvió a Potrerillo con el pensamiento
puesto en Buenos Aires. Llegó el invierno. Nuevamente tierra y hojas secas
que, como conjuradas por el viento, se desplazaban velozmente de un lado
para el otro hasta quedar atrapadas al pie de alguna roca donde, amontonadas,
terminaban su agonía invernal.
Habían transcurrido dos años y nueve meses desde su llegada por
primera vez a la escuela de Potrerillo. ¿Estaba dispuesta a aceptar que fuera
ese su destino? No. Desde luego que no. Entonces ¿para qué continuar
esperando?
A ese día corresponden sus palabras escritas en el ya mencionado
cuaderno particular: “No puedo quedarme más tiempo aquí. Me voy a Buenos
Aires para estudiar”.
El 19 de junio de 1920, fue aceptada su renuncia.
Don Conrado sabía que, por más entusiasmada que estuviera su sobrina
con el nuevo y audaz proyecto que le había confiado, no lograría convencer a
su cuñado Teodosio. No se lo dijo a Carolina para no desanimarla. Por el
contrario, la alentó. Don Conrado, escuchándola, había vislumbrado que esa
nueva inquietud de Carolina ya estaba enraizada en su alma. Sólo le pidió que
le escribiera antes de irse para Buenos Aires. Y la llevó en su sulky desde Villa
de Praga hasta San Martín, donde se despidieron.
Llegada a San Martín, Carolina guardó los anteojos en el estuche y éste
dentro de su bolso para evitar ser objeto de curiosidad entre sus compañeros
de viaje. Siguiendo el orden de ascenso a la carreta, quedó ubicada entre dos
robustas mujeres que ocuparon el mismo banco largo. Superando el ímpetu del
arranque que la llevó a renunciar en la escuela de Potrerillo, su rostro reflejaba
una serena abstracción nada propicia para mantener conversación con gente
desconocida. Cerró los ojos simulando dormir. Se sentía feliz. Atrás quedaban
las inmensas rocas que la erosión de los elementos naturales durante tantos
años habían vuelto lisas, brillantes y resbaladizas. Esas rocas entre las cuales,
como única señal de vida, todas las mañanas aparecían las figuras de los
chicos que horas más tarde volvían a perderse entre ellas. Niñas y niños que
parecían haber nacido en la zona para cargar sobre sus hombros, por el resto
de sus días, la monotonía perezosa del lugar. ¿Cómo enseñarles un cambio a
sus formas de vida si algunos llegaban al mundo agobiados ya por el peso de
enfermedades muchas veces encubadas en el seno materno? Treinta y tres
meses había vivido entre ellos. Treinta y tres meses durante los cuales muchas
veces se había sentido rebasada por la impotencia frente a esporádicas
ausencias que en algunos casos terminaron siendo definitivas. Casi tres años
durante los cuales, su espíritu alegre se fue impregnando de las tristes
radiaciones que emanaban de esos seres inocentes.
La carreta llegó a Quines. Una de las mujeres que tenía a su lado hizo
cuyo rollizo brazo Carolina había hallado una mullida almohada, la despertó.
Atardecía. Don Teodosio en la cocina disfrutaba de los mates que le
cebaba su mujer. Con auténtica unción y como si hubiera sido la primera vez
que participaran de ella, comentaban la solemnidad y belleza con que días
atrás había terminado en Talita, la novena de San Antonio. Sentado en el largo
banco de madera, al lado de don Teodosio, estaba su nieto de cinco años
emulando la postura del abuelo: piernas estiradas y espalda recostada contra
la pared. El niño admiraba tanto a su abuelo que en todo procuraba imitarlo.
De pronto, el marco de la puerta encuadró la figura de Carolina
sosteniendo una maleta en cada mano. Calzaba botas cortas y un largo tapado
negro que le llegaba a los tobillos. Dejó las maletas sobre el piso de cemento,
se quitó los guantes de lana y el gorro que le cubría la cabeza y las orejas.
Arrojando este conjunto sobre la mesa se lanzó a abrazar a sus padres y al
sobrino. Doña Raimunda ni tiempo tuvo para pensar en otro milagro de San
Antonio cuando ya Carolina con terminante tono, explicaba el motivo de su
inesperada aparición:
-¡ Renuncié! ¡Esto no es para mí! ¡Me voy a Buenos Aires para continuar
estudiando!
La reacción de don Teodosio fue inmediata y también terminante:
-Ya dije que a Buenos Aires, ¡NO! Si no se conforma con ser maestra se
quedará en casa ayudando a su madre.
Carolina, bajo el riesgo de quedar empapada por los improperios de esa
esperada tormenta, con suma calma le respondió:
-No, no me conformo con ser maestra, por eso es que iré a Buenos Aires
para estudiar Medicina.
Doña Raimunda quedó con la boca abierta. Sin darse cuenta que se
estaba formando un charco a sus pies, continuó agregando agua al mate.
Por el golpe que don Teodosio pegó con el cabo del rebenque contra su
bota, fue evidente que no recordó que era su pierna la que estaba adentro.
Como si no hubiera escuchado bien, la interrogó asombrado: “¿Medicina?” y
sin esperar respuesta agregó que ese no era estudio para una mujer, que se
había vuelto loca, que eso sólo lo estudiaban los hombres. Carolina no le
respondió. ¿Para qué? Su padre nunca la comprendería y ella no estaba
dispuesta a ceder. Una discusión sería inútil. Miró a su madre como buscando
un apoyo. Doña Raimunda volvió su vista al mate para ocultar la humedad que
esa tormenta había puesto en sus ojos. Don Teodosio, estimulado por ese
silencio arremetió con los consabidos argumentos y otros ruegos que le
surgieron en el instante: No permitiría que fuera a vivir sola en esa ciudad que
estaba tan lejana, no era posible que pretendiera estudiar una carrera en la
cual los hermanos ni siquiera habían pensado; él no facilitaría dinero para esa
“aventura” y finalizó diciéndole que en Quines había varios hijos de estancieros
que serían un buen partido para ella...
Carolina sin perder la calma, pero con firmeza lo interrumpió diciéndole
que no sería estanciera, sería doctora. ¡Ah!, pero don Teodosio no estaba
dispuesto a perder su autoridad por un capricho de la hija. Recordándole que
quien mandaba era él y que ella aún era menor de edad para hacer lo que se le
ocurriera, salió de la cocina seguido por el nieto.
Carolina tomó los guantes, el gorro y las dos maletas y fue con ellas hacia
su habitación.
CAROLINA Y SU MADRE
Carolina estaba vaciando las valijas cuando entró doña Raimunda y fue a
sentarse al borde de la cama. Quería saber por qué, ahora, su hija quería
estudiar medicina. Carolina, que nunca había tenido secretos con su madre,
fue a sentarse a su lado y comenzó a explicarle las cavilaciones que acosaban
su mente:
El novio iba de tanto en tanto a visitarla, pero sus conversaciones siempre
giraban sobre el rol de la mujer dentro de la familia. Sus opiniones eran
similares a las de don Teodosio. Mientras tanto había vuelto el invierno y las
hojas secas de los árboles se sumaban a la tierra y las rocas del lugar. De
pronto había sentido que si no se decidía de una buena vez su vida sería como
ese paisaje seco y agreste que se perdía mucho más allá de lo que su vista
podía abarcar. Nuevamente, al igual que en años anteriores, los alumnos
faltaban aquejados por resfríos o gripes. Otros niños ni siquiera concurrían
porque ya nacían delicados de salud. En esa zona había mucha difteria,
tuberculosis y sífilis. Sobre esta última enfermedad ya no se conformaba con
saber sólo el origen mitológico del nombre. De pronto se había dado cuenta de
que sabía más sobre los dioses del Olimpo que de la realidad que la
circundaba. Precisamente por esa realidad es que había decidido ser médica.
Maestra ya lo era y lo seguiría siendo siempre. También podría ser que hallara
en Buenos Aires un hombre que pensara como ella y con el que coincidieran
sus inquietudes y ambiciones, tal como lo había hallado Madame Curie. Los
Curie casi no tenían qué comer, pero igualmente habían sido felices porque los
alentaba un mismo afán investigador. Los dos habían descubierto el rádium.
Luego de quedar viuda, Madame Curie continuó investigando y aún seguía
haciéndolo. Ella dice que “Hay que llegar a no equivocarse nunca y que el
secreto está en no ir de prisa”. Estaba dispuesta a seguir ese consejo, por eso
es que esperaría. El padre estaba equivocado al decir que esa era una carrera
sólo para hombres. Él no sabía que Cecilia Grierson, la primera médica
argentina, se había recibido en Buenos Aires hacía más o menos unos treinta
años, en 1889, casi diez años antes de nacer ella. Y también en 1906 se había
recibido en Buenos Aires, María Julia Becker, primera médica puntana, nacida
cerca de Quines, en San Francisco del Monte de Oro. Las dos doctoras
estaban trabajando en Buenos Aires. Lamentó el haberse olvidado en la
escuela un cuaderno y junto con él la revista “Guido y Spano”. Le habría
gustado conservar en su poder ese escrito “¡Levántate, Mujer!” porque en él
había dejado plasmada su primera reacción. Reacción que había culminado en
el impulso de abandonar Potrerillo para cristalizar esa nueva ambición.
Durante un rato madre e hija quedaron silenciosas. De pronto doña
Raimunda tomo las manos de Carolina. Con tono decidido le dijo que la
comprendía y la ayudaría. Estaba segura de que llegaría a ser doctora. Ello la
llevaría a estar lejos y sola en Buenos Aires, pero también en esos últimos
años había estado lejos y sola. Sola y pensando ¡tanto...! Y ¡tantas cosas...! Le
pidió que no desesperara. Ella hablaría con su marido y le haría comprender
que esta hija no había nacido para vivir y morir en Quines. Esta hija, a
diferencia de los hermanos tenía alas de cóndor y ella estaba segura de que
volaría muy alto.
Carolina abrazó fuerte, intensamente a su madre y por un buen rato las
dos quedaron unidas como si fueran una sola persona.
Esa noche, Carolina demoró en dormirse. Si bien la explicación que le
había dado a su madre fue como una suerte de desahogo, no podía borrar de
su mente la decepción que le había producido la reacción de su padre. Había
llegado a Quines con la certeza de que por esas ausencias temporarias de los
últimos tres años don Teodosio se había convencido de que podía vivir lejos y
sola. En cambio, había hallado igual o mayor firmeza en esos argumentos que
relegaban a la mujer a un plano de absoluta sumisión frente al hombre. Decidió
esperar, pero no se sumaría al rebaño. Era un ser humano pensante, no un
animal de costumbres. Estaba capacitada para decidir su futuro y no perdería
ese derecho aunque fuera el propio padre quien pretendiera imponérselo.
Al día siguiente escribió a su tío Conrado comentándole el fracaso
momentáneo de sus deseos y lo largo que se le harían esos meses de espera.
También les escribió a sus amigas Berta Elena Vidal y Delfina Domínguez
Varela anunciándoles que muy pronto se reuniría con ellas en Buenos Aires,
pero no para ingresar en la Facultad de Filosofía y Letras sino en la de
Ciencias Médicas. Les confesaba que muchas veces se había sentido
angustiada por su ignorancia frente a las enfermedades que aquejaban a las
personas, en especial a los niños. Ello había despertado el deseo de estudiar
medicina sintiendo que en dicho estudio estaba su verdadera vocación.
MAYOR DE EDAD
Los días, para Carolina, se hicieron interminables, monótonos. Hasta que
recibió una carta breve y precisa de su tío Conrado. Le decía que en la escuela
de Salado de Amaya se había producido una vacante momentánea, por
enfermedad de la titular. El lugar quedaba cerca de Villa de Praga. Esta vez
podría vivir en su casa. Dando por aceptado su ofrecimiento, se despedía con
bendiciones para toda la familia. A esta nueva designación don Teodosio no
ofreció reparos.
Dos días antes de terminar el mes de julio Carolina se hizo cargo de la
escuela de Salado de Amaya. En este pueblo, ubicado aproximadamente a un
kilómetro al sudeste de Villa de Praga, no había rocas que obligaran a hacer
rodeos y rodeos para llegar a la escuela. Nada obstaculizaba la visión de las
pocas casas que había en el trayecto. Carolina lo hacía diariamente montada
en un caballo de don Conrado y sobre la montura especial para mujeres que le
había facilitado su tía.
Al igual que la anterior esta escuela también era de adobe. Sobre una
mesa, prolijamente doblada, estaba la bandera argentina. La izó en el mástil
enclavado en un montículo de barro y piedras que había cerca de la puerta. No
demoraron en llegar los alumnos. Niñas y niños de distintas edades, unos
caminando y otros montados en mulas. Nuevamente se propuso ayudarlos a
sacudir la afligente modorra que los poseía. Igual que en la de Potrerillo se
produjeron algunas ausencias debido a las inevitables enfermedades
invernales y los que concurrían llegaban con lágrimas de frío asomadas a sus
ojos.
Pasó agosto, septiembre y octubre, meses durante los cuales su única
distracción la constituyeron las extensas cartas que enviaba a sus dos amigas,
con infinidad de preguntas sobre Buenos Aires. Las respuestas que recibía
estimulaban su ánimo en ese tiempo de espera. El 10 de noviembre, cumplió
sus ansiados veintidós años. ¡Había llegado a la mayoría de edad!
Días después, el 16 de noviembre de 1920, Carolina terminó su suplencia
en Salado de Amaya y con ella su etapa de maestra rural. Nuevamente dejó la
escuela sin despedirse de los niños, pero nunca los abandonó. Sin saberlo los
llevaba dentro de sí. Ya veremos más adelante que ellos constituirían el motor
que impulsaría su existencia hasta el final de sus días.
(Esta escuela posteriormente fue trasladada a un edificio de material,
construido cerca del camino. Actualmente funciona en un moderno edificio
construido en las cercanías del anterior. Es la Escuela Provincial Nº 214
“Granadero Juan Rodríguez”.)
Doña Raimunda y don Teodosio, sentados en sendos banco debajo de la
parra, tomaban mate y aire fresco, cuando de pronto el nieto entró desde la
calle corriendo y gritando que venía la tía. Detrás del niño apareció Carolina.
Serena y sonriente dejó las dos maletas sobre el piso de la galería y saludo a
sus padres. Luego se inclinó para besar al sobrino que la miraba como
esperando turno.
La madre mostró su regocijo ofreciéndole a su hija tortitas con dulce de
membrillo, de duraznos, de lo que quisiera. Don Teodosio en silencio continuó
sorbiendo la bombilla.
Carolina no dilató la explicación de su presencia. Con tono muy natural
fue breve y precisa:
- Terminé la suplencia. El 10 de noviembre cumplí veintidós años. Pasaré
un par de días con ustedes y luego partiré hacia Buenos Aires.
Don Teodosio simuló no haber escuchado, pero cuando le oyó decir a su
mujer, con un desacostumbrado tono firme, que ella la acompañaría pues no se
quedaría tranquila si ignoraba dónde estaría viviendo su hija, el mate se le cayó
de la mano.
-¡Se rompió! - exclamó el nieto recogiendo la bombilla del suelo.
Don Teodosio había comprendido que esta vez no podría imponer su
voluntad, entonces se fue de la cocina seguido por el nieto que le repetía:
“Abuelo, el mate se rompió, pero la bombilla no... la bombilla no...”.
EN BUENOS AIRES
De las tres direcciones de pensiones familiares que su amiga Berta Elena
Vidal le había enviado, Carolina decidió conocer primero la que más cerca
quedaba de la Facultad de Ciencias Médicas. Acomodado el equipaje en un
coche de plaza, indicó la calle y el número al conductor. En tanto eran
conducidas, al trote tranquilo y acompasado de los dos caballos que tiraban al
carruaje, doña Raimunda y Carolina, sin intercambiar palabras, tal era la
emoción que sentían, giraban la cabeza de un lado a otro observando los altos
edificios; las calles empedradas o adoquinadas que, por esa causa, no
levantaban tierra al paso de los vehículos; los autos, cuyos conductores
parecían estacados frente al volante; las chatas que, por el peso de la cantidad
de bolsas cargadas de mercaderías iban tiradas por cuatro caballos y, lo más
espectacular para ellas, los tranvías eléctricos que circulaban sobre las vías
tendidas a ras sobre las calles y que se detenían en cada esquina para permitir
el ascenso y descenso de pasajeros. Por ser el tranvía el transporte más
económico, ese sería en lo sucesivo, su medio de traslado. Desde el coche de
plaza en que viajaban, observó todos los movimientos que se producían para
saber cómo debía desempeñarse cuando lo utilizara. Así vio que le pasajero
ascendía por la plataforma trasera y ya en el interior ocupaba un asiento. Ahí
esperaba al guarda que venía a venderle el boleto. Al llegar a destino, el
pasajero se dirigía a la plataforma delantera, donde estaba el conductor
uniformado y tieso como soldado que espera una orden. La orden se la daba el
guarda, también uniformado tirando de una cuerda que hacía sonar una
campanilla. Pero lo divertido, para Carolina y su madre, fue ver la lucha del
guarda tratando, desde la calzada, de ensartar nuevamente la polea ubicada
en el extremo superior del trole, en el cable conductor de la electricidad. Claro
que, cuando Carolina debió viajar este inconveniente dejó de causarle gracia
por la pérdida de tiempo que implicaba el tranvía detenido. Siguiendo viaje por
la avenida Córdoba, pasaron delante del Palacio de Obras Sanitarias y se
maravillaron por la imponente belleza de este edificio que ya tenía unos treinta
años de vida. Pocas cuadras más allá, Carolina le señaló a su madre la
Facultad de Ciencias Médicas, diciéndole que ahí debía concurrir para obtener
su título. Luego de recorrer unas veinte cuadras más, el coche dobló a la
izquierda y luego a la derecha. Era la calle Lerma. El conductor lo detuvo frente
a una casa que tenía el número 536.
Ése fue en Buenos Aires, el primer domicilio de la Doctora Carolina Tobar
García. Noviembre de 1920.
Año 1933. La casa en la calle Lerma 536 aún existe. Su propietario es el
profesor Andrés E. Reale. Sobre la puerta un toldo dice: “Instituto Génesis”.
Curiosa casualidad, hace varios años atrás el profesor Reale instaló en esa
casa una escuela privada para niños deficientes, ignorando que ese había sido
el primer domicilio en Buenos Aires de quien, años más tarde, sería la
Creadora de las primeras escuelas diferenciales en nuestro país.
Pocos días después de llegar a Buenos Aires, doña Raimunda, muy
satisfecha, emprendía el regreso a Quines. La pensión de la calle Lerma 536
tenía pocas habitaciones y la atendía la dueña de casa, una amable viuda. Les
ofreció la sala con ventana a la calle, la mejor habitación pues recibía la luz
natural durante todo el día.
Además, doña Raimunda había conocido a Berta Elena Vidal y a Delfina
Domínguez Varela. Si hija no estaría sola en esa grande y bulliciosa ciudad. Lo
único que lamentaba era la negativa de Carolina a aceptar algo de dinero como
un refuerzo para enfrentar eventuales necesidades.
Carolina confiaba en que los ahorros reunidos durante esos tres años y
pico en que se había desempeñado como maestra rural serían suficientes
hasta lograr un empleo como docente en alguna escuela nacional. Por otra
parte, y quizá éste haya sido el motivo principal, Carolina no quería que por su
causa, su madre tuviera problemas de dinero con don Teodosio.
Antes de finalizar el mes de diciembre de ese mismo año, Carolina ya
había rendido tres materias en el Liceo Nacional de Señoritas, de esta Capital.
En febrero del año siguiente rindió dos más. Y debía esperar a julio para rendir
las dos faltantes con las cuales tendría las equivalencias completas para
obtener el título de bachiller, necesario para el ingreso a la Facultad.
Durante los dos primeros meses transcurridos desde su llegada, Carolina
había comprobado que la vida en Buenos Aires tenía un costo económico muy
superior al que ella había calculado. Sus reservas habían mermado
considerablemente, pese a que su única distracción era el encuentro con sus
amigas los fines de semana. A Carolina le encantaba recorrer caminando junto
con ellas la Avenida de Mayo desde el Palacio del Congreso cuya cúpula
despertaba su atracción, hasta la Casa de Gobierno donde comenzaban el
regreso, resistiendo la tentación de entrar en algún bar con “Reservado para
familias” y tomar un suculento chocolate con churros. Carolina solía decirles
que cuando sus ingresos se lo permitieran viviría en el centro, por los
alrededores de esa zona. Berta, en cambio, soñaba con vivir en Villa Devoto,
en alguna casa cercana a la Escuela Nº 6, de Niños Débiles, donde se
desempeñaba como maestra. Mientras tanto, estaba contenta de vivir en la
zona de Flores. Tanto que, en ese comienzo del año, se había mudado a otra
pensión de la calle Carabobo 376. Delfina, igual que Berta, también se sentía
feliz por vivir en Flores. Esta diferencia de gustos la solucionaron alternando los
paseos dominicales. Una vez recorrían la Avenida de Mayo y otra la Avenida
Rivadavia.
EL INSTITUTO WARD
Una mañana de fines de febrero Carolina resolvió ir a Flores, muy
temprano. Desde la estación comenzó su caminata, lenta y firme por la Avenida
Rivadavia. Al llegar a Carabobo siguió de largo. No iba a ver a Berta que a
esas horas estaba trabajando en la escuela. Se detuvo frente al 6100 de
Rivadavia y una vez más leyó la chapa de bronce colocada sobre la verja, al
lado de la puerta del edificio:
“COLEGIO AMERICANO E INSTITUTO COMERCIAL WARD”
Carolina no llegó hasta ese Colegio así porque sí. Llegó porque conocía
su historia a través del relato sintético que sobre el mismo le había hecho Berta
Elena, quien ya llevaba tres años viviendo en Flores. El señor George S. Ward,
hombre de negocios, norteamericano, dedicado a industrias relacionadas con
el bienestar de los niños, se hallaba en nuestro país en 1912, cuando su
madre, a quien admiraba, falleció en Pennsylvania. Ella había sido una mujer
muy preocupada por la educación. Conmovido por este suceso producido tan a
la distancia y agradecido por la formación cristiana y moral que de ella había
recibido decidió crear, en su homenaje, una escuela para jóvenes en Buenos
Aires. Hizo entonces la propuesta de una contribución inicial de dinero a la
Junta Metodista. En 1914 la escuela estaba funcionando. Creció. Debieron de
cambiar de domicilio. Rivadavia al 6100 fuel tercero. Esta vez propio. Recibían
alumnos pupilos, medio – pupilos, externos y también tenían kindergarten.
Carolina no tuvo mucho que pensar para decidirse a dar el paso que podría
convertirla en maestra de ese Instituto en expansión nacido de tan loables
principios: amor a la madre, a los niños y a la educación.
Ya frente al Director del Instituto, Carolina sin ningún rodeo se presentó:
dio su nombre y apellido, demás datos personales y planteó su pretensión.
Seguramente el Señor Director se sonrió gratamente impresionado por esa
joven que, sin recomendación alguna, recién llegada del interior del país y con
solo una experiencia como maestra rural, se presentaba con tanta seguridad y
naturalidad a solicitar un nombramiento en un instituto privado. Todo en ella
denotaba un ansia de superación intelectual. Sabían en el Colegio Ward que
sólo quienes la sienten pueden transmitirla. Carolina cubrió todos los requisitos
necesarios para ser docente en ese Instituto.
Para este tiempo, el Colegio Ward ya contaba con la autorización del
Consejo Nacional de Educación para el funcionamiento del departamento
primario y el Presidente de la Nación, don Hipólito Irigoyen, había sancionado
la incorporación oficial al Colegio Nacional J. Martín de Pueyrredón, de los tres
primeros años del ciclo secundario.
Según consta en planillas del Instituto Ward, la Doctora Carolina Tobar
García comenzó a dictar clase de Historia, Anatomía y Psicología ese mismo
año, al iniciarse el ciclo lectivo el 1º de marzo de 1921 hasta el 31 de julio de
1927.
El 1º de agosto de 1927 tomó licencia sin goce de sueldo. Comenzó a
ejercer como maestra en una escuela dependiente del Consejo Nacional de
Educación.
El 1º de marzo de 1930 se hizo cargo nuevamente de las mismas
cátedras en el Instituto, hasta el 31 de julio de 1931, en que tomó licencia sin
goce de sueldo, para viajar a los Estados Unidos de América. El 1º de marzo
de 1933 retomó sus clases.
El 1º de marzo de 1938 se hizo cargo también de la Clínica Psicológica
del Colegio Ward, durante nueve meses al año.
El 31 de mayo de 1942 renunció definitivamente.
Más adelante me referiré a sus ausencias temporarias.
Con la obtención de esas horas de clase, marzo 1921, como profesora del
Instituto Ward, Carolina superó en algo la estrechez económica que había
comenzado a preocuparla. En julio rindió las dos materias que le faltaban para
obtener el título de bachiller. El 2 de agosto del mismo año, en el Liceo le
entregaron el certificado de estudios. Dice lo siguiente:
“Liceo Nacional de Señoritas de la Capital.
REPÚBLICA ARGENTINA
Berta Wernicke, Rectora del Liceo Nacional de Señoritas de la Capital,
certifica que la señorita Carolina Tobar García ha rendido los exámenes que a
continuación se expresan habiendo obtenido las siguientes clasificaciones:
Por resolución de la fecha 9 de diciembre de 1920 del Ministerio de
Instrucción Pública sobre equivalencias de estudios: En diciembre de 1920: II
año Inglés (5) cinco; V año Lógica (7) siete, Historia de la Civilización y Cultura
Humana (7) siete. Febrero 1921, III año Inglés (5) cinco. IV año Italiano (4)
cuatro. Julio 1921, IV año Inglés (7) siete, V año Italiano (7) siete. Según la
resolución mencionada: ha terminado estudios secundarios.
Derechos: Veinticinco pesos m/n y un peso por ley de certificado.
Buenos Aires 2 de agosto 1921.
Conforme con el reglamento de clasificaciones establecido.”
Firma: Berta Wernicke
(Hay un sello del Liceo)
Firma: Helena M. Ross
Vice-rectora
Secretaria
Puede observarse que no figura el número del Liceo. Se supone que en
1921, era el único Liceo Nacional de Señoritas en la Capital.
EN LA FACULTAD DE CIENCIAS MÉDICAS
Adjuntando el certificado de vacuna obtenido al mes de llegar a Buenos
Aires, enero de 1921; el certificado de sanidad obtenido en noviembre de ese
mismo año y el certificado de estudios secundarios, Carolina se dirigió por nota
al Decano de la Facultad de Ciencias Médicas:
“Buenos Aires, noviembre 12 de 1921.
“La que suscribe, natural de la República Argentina, de veintidós años de
edad, egresada del Liceo Nacional de Señoritas con fecha 2 de agosto de
1921, solicita del señor Decano le permita rendir el examen de ingreso en
Escuela de Medicina en la próxima época reglamentaria.
Saluda a usted atentamente.”
“Domicilio: Lerma 536”
Y firma con letra derecha, propia de las maestras hasta hace muy pocos
años: Carolina Tobar García.
En diciembre de ese mismo año, Carolina aprueba el examen de ingreso
a la Facultad de Medicina con las siguientes notas:
Inglés (escrito)
(7) siete
Botánica
(6) seis
Química
(5)cinco
Total: 18 puntos. Promedio: 6
Pese a la alegría que le significó a Carolina y a sus dos amigas el haber
aprobado el examen de ingreso, no pudieron festejarlo más que con abrazos y
besos. Si bien las tres tenían sus respectivos empleos, los sueldos no les
permitían erogaciones extras. Apenas si llegaban a cubrir, poniendo mucho
cuidado, sus necesidades elementales: pensión, vestimenta y viáticos.
Así fue como respondiendo a su solicitud, la Policía de Buenos Aires,
Capital Federal, le entregó un certificado que dice:
“Certifico que don Carolina Tobar García, quien justificará su identidad con
la cédula número 355.130 expedida por esta policía y cuya firma e impresión
dígito pulgar derecho figuran al pie, carece de recursos para abonar los
derechos de matrícula en la Facultad de Medicina.”
Sello de la Policía
(Impuesto)
“3 de marzo de 1922”
Firma:........ Santiago.
Jefe de Investigaciones.
Firma: Carolina Tobar García
El mismo día que pasó a retirarlo, lo adjuntó a la nota manuscrita que
presentó en la Facultad:
“Buenos Aires, 10 de marzo de 1922.
“Señor Decano de la Facultad de Medicina:
La que suscribe, alumna de primer año de la Escuela de Medicina, solicita
se le exima del pago de derechos por carecer de recursos como lo atestigua
el certificado de la Policía de Investigaciones que adjunta”
Céd. Id. 355.130 Capital. Aparece aquí su firma.
Domicilio: Lerma 536
La letra es inclinada hacia
la derecha y más firme que
la anterior.
Dos días más tarde Carolina fue a informarse de lo resuelto sobre su
solicitud y al dorso de la misma leyó:
“Promedio: seis puntos.
Hay una firma y debajo:
“No alcanza el promedio reglamentario.”
“No ha lugar. Archívese.”
Esa resolución inesperada la sorprendió. No llevaba con ella el importe
correspondiente. Regresó. Hizo las veinticinco cuadras que distaban de la
pensión, sorteando los charcos de agua que la lluvia había formado en las
veredas rotas y entre el adoquinado de las calzadas. Pensaba... Pensaba...
Hasta que pisó un charco. El agua fría que se filtró por las gastadas suelas de
sus zapatos la hizo reaccionar. En adelante pondría más cuidado al andar.
Llegó a la pensión. Decidida rellenó los zapatos con diarios viejos para que
absorbieran la humedad, se calzó las sandalias de verano, y se puso a
estudiar. Al día siguiente llevó los zapatos a un remendón para les colocara las
medias suelas nuevas. Tres meses después pudo inscribirse abonando el
derecho de examen correspondiente. En diciembre rindió la primera materia,
EMBRIOLOGÍA E HISTOLOGÍA sacando como nota: Aprobado.
En junio de 1923 rindió la segunda, ANATOMÍA DESCRIPTIVA, y obtuvo
igual nota: Aprobado.
Para esta fecha ya hacía algo más de ocho meses que el presidente don
Hipólito Irigoyen había hecho entrega del mando al doctor Marcelo T. de
Alvear. Superados los horrores de la Guerra Mundial, el mundo vivía eufórico la
placidez de la paz. Parecía que se había producido algo así como un estallido
de esas ansias de vida hasta entonces controladas por el temor a lo incierto. Y
así como antes nuestro país se había sentido consternado por los sucesos
mundiales, también luego se hizo eco del desbordante optimismo que había
invadido a los ex – países beligerantes. El país transitaba la senda del orden y
el progreso cuando asumió el doctor Alvear. Las condiciones para recibir
alegremente las estridencias de las nuevas corrientes musicales que no
dejaban pie quieto, estaban dadas. El tango, obligado a dejar las alpargatas y
calzar zapatos de charol para entrar a los salones, vio a esos mismos zapatos
moverse dislocados al ritmo de jazz o del chárleston. El centro se pobló de
lugares de diversión nocturna donde se daba cita la elegancia porteña. En esos
lugares, el amor nacía y moría en la misma noche por influjo y sobredosis de
burbujas de champagne francés.
Las luces del centro también despertaban la admiración de Carolina y
algunos sábados concurría con Berta Elena y Delfina Varela Domínguez a
gastar un poco de las suelas de sus zapatos caminando por esas calles. Solían
detenerse a leer las carteleras de teatros y cines; los anuncios de “grandes
bailes familiares” o de “reuniones danzantes”; las vidrieras de las tiendas... y
cuando se hartaban de ver tanto cine y teatro, de bailar y de comprar tantas
cosas con la imaginación, emprendían el regreso tratando de llegar a tiempo
para la cena en sus respectivas pensiones.
Algunas tardes de domingos hacían el recorrido por el Rosedal, los lagos
y el bosque de Palermo. Claro que Carolina cuando paseaba un sábado no lo
hacia el domingo y viceversa. Su presupuesto y sus zapatos no daban para dos
salidas semanales. Los viajes casi diarios hasta el Colegio Ward le insumían
mucho tiempo y dinero. A veces, como un regalo extra que se hacia a sí
misma, llegaba hasta Villa Devoto para esperar en la puerta de la escuela de
niños débiles, la salida de éstos y luego de Berta Elena. Regresaban juntas
comentando el comportamiento de los niños, tema que a Carolina le interesaba
y preocupaba vivamente.
Carolina había conocido a William ocasionalmente en la Facultad de
Medicina. Cuando ella ingresó él ya hacía dos años que concurría. Alto, buen
mozo y simpático se sintió atraído por esa jovencita seria y abstraída aunque
opinaba, con sus compañeros, que con ese paso lento nunca llegaría a tiempo
para nada.
Llegó diciembre y con él la fecha de otro examen. Ese día volvieron a
encontrarse. William estaba un tanto nervioso. No era para menos. Por tercera
vez se presentaba a rendir la misma materia. Dando muestras de su galantería
explicó a Carolina que Anatomía Topográfica era una materia difícil y que
además el mal o buen talante de la mesa examinadora influía en la nota, por lo
tanto si la reprobaban no debía amilanarse. Debía intentar aprobar, tantas
veces como fuera necesario. El tono cómplice que imprimió a su voz para darle
tan sanos consejos complació a Carolina que también se sintió atraída por
William.
Conocido el resultado de esos exámenes, la sorpresa se reflejó en ambos
rostros. En el de ella por el nuevo Reprobado de William y en el de él, por el
Distinguido que había obtenido Carolina. Se revirtieron los papeles. De
aconsejada pasó a ser consejera. Le dijo que debía dedicar más horas al
estudio y menos a las diversiones. Que a ese paso nunca llegaría a médico.
Pese a su fracaso, William quiso que festejaran el triunfo de Carolina y la invitó
a tomar un refresco de granadina en el “Reservado para familias” de un bar
cercano de la Facultad. William se presentó: había nacido en una provincia del
litoral, su padre era médico y lo había enviado a Buenos Aires para que él
también lo fuera. Mensual y puntualmente le enviaba una fuerte suma de dinero
para que no pasara necesidades. Y desde luego que no las pasaba. Su
elegancia en el vestir era la mejor prueba de ello. Carolina lo escuchaba
sonriente. A su turno, simplemente le dijo que ella era de Quines y que sus
padres explotaban un campo. Estaba ejerciendo como profesora en el Instituto
Ward y con su sueldo vivía y estudiaba.
Las vacaciones escolares a Carolina le presentaban un alivio económico y
de tiempo, pero igualmente al comenzar el nuevo año, 1924, sintió el
agotamiento de sus fuerzas.
Un sábado por la tarde no pudo concurrir al habitual encuentro con Berta.
(Delfina se hallaba pasando sus vacaciones en San Luis.) Transcurrido un
tiempo prudencial de espera, Berta llegó a la pensión. Halló a Carolina tendida
en la cama. Dijo sentirse muy mareada y con fuertes dolores de estómago. Lo
conveniente era ir a un hospital, pero ¿a cuál? Carolina pidió a Berta que lo
consultara telefónicamente a William. Y William, que estaba a punto de salir
para pasear su elegancia por el centro, fue a la pensión. De inmediato, en un
taxi, los tres llegaron al Hospital Rawson. El médico de guardia, luego de
diagnosticar una avanzada anemia, aconsejó la internación por unos días para
tenerla en observación.
El día que doña Raimunda, avisada por Berta, llegó a Buenos Aires, halló
a Carolina en la habitación de la pensión, acompañada por Berta y William.
William le explicó que Carolina necesitaba descanso físico y mental y una
sobrealimentación. La reacción inmediata fue decirle que debía regresar con
ella a Quines para atenderla como correspondía. Carolina no aceptó. Aseguró
a su madre que se cuidaría y que sólo volvería a Quines cuando se hubiera
recibido. Si regresaba sin su título todo volvería a ser igual que antes.
Transcurrido un mes, durante el cual la atención directa de la madre, los
tónicos, el aceite de hígado de bacalao, los dos huevos batidos y mezclados
con vino garnacha que tomaba a media mañana y a media tarde, la esmerada
alimentación y el descanso en los horarios correspondientes, se le notó un
asomo de mejoría. Luego de vencer la resistencia de Carolina para que
aceptara una respetable suma de dinero, doña Raimunda regresó a Quines. De
todas maneras, Carolina no estaba aún en condiciones de encarar ningún
esfuerzo. Al comenzar marzo volvió a su puesto en el Ward, pero ese año,
1924, no rindió ningún examen.
En cambio William, en marzo, fue reprobado por cuarta vez en la misma
materia en la que ella había obtenido Distinguido. Cuando Carolina se enteró,
sin enfadarse, le recordó el andar de los cangrejos.
Ese mismo año, las tres amigas se reunieron un tarde en la confitería “El
Molino” para festejar “a lo grande”, con una Bilz cada una, la presentación del
primer libro de poesías de Berta Elena Vidal, titulado “Alas”.
Recién en julio de 1925 Carolina estuvo en condiciones de rendir
Fisiología y en diciembre Anatomía y Fisiología Patológica, con
calificación de Aprobado en ambas.
Unos días antes de fin de año, las tres amigas volvieron a reunirse en la
confitería “El Molino”. Cada una tenía su novedad para festejar. Berta Elena
Vidal les comentó que a mediados de ese mes había sido designada
vicedirectora en la Escuela Nº 6 y que llevaría esa noticia a su familia, como un
regalo de Navidad. Delfina Varela Domínguez, que acababa de recibirse de
Doctora en Filosofía y Letras, les dijo que como coronación a sus treinta años
de edad, había resuelto de común acuerdo con su novio, Américo Antonio
Ghioldi, cuatro años menor que ella, casarse para la próxima primavera. Ella
también pasaría las fiestas en San Luis y festejaría esa novedad con su familia.
A Berta Elena Vidal y Delfina Varela Domínguez sólo les faltaba presentar la
tesis para obtener el diploma de Doctoras en Filosofía y Letras.
Luego de escuchar los comentarios alborozados de los éxitos y proyectos
de sus amigas le llegó el turno a Carolina de comentar los suyos. Ya fuera por
su convalecencia o por su escasez de tiempo y medios económicos, lo cierto
era que estaba muy atrasada en su estudio. Omitió entonces la referencia a
estos problemas que, por otra parte, sus amigas no ignoraban y reconoció ese
atraso. Con la mayor naturalidad, sin dar muestra de preocupación o pena, les
dijo que pasaría sus vacaciones en Buenos Aires preparando la materia que
rendiría en marzo.
A fines de enero sus amigas ya habían regresado de San Luis y también
William que había ido a pasar las fiestas de fin de año con su familia. Carolina
reanudó sus paseos de fin de semana con Berta solamente porque Delfina
Varela Domínguez prefería, y era lógico que así fuera, encontrarse con su
novio, Américo Ghioldi.
Para este tiempo, el cotidiano comentario de la gente sobre la alta
temperatura de ese verano, que no se diferenciaba mucho que digamos de la
de veranos anteriores, cedió su lugar al de la extraordinaria hazaña que había
emprendido el aviador español Ramón Franco. Junto con tres compañeros,
aviadores también, había partido del Puerto de Palos en el hidroavión “Plus
Ultra”, para cruzar por primera vez el Océano Atlántico y llegar hasta el puerto
de Buenos Aires. Todo el mundo estaba pendiente del resultado de esta
hazaña. Cuantos menos días faltaban, más se hablaba de ella. El 10 de
febrero, desde muy temprano, la gente en lugar de ir para sus trabajos, plena
de entusiasmo colmó todos los medios de transporte que conducían a la
avenida Costanera. El “Plus Ultra” había llegado a Montevideo y desde ahí
partiría para Buenos Aires. Carolina, Berta Elena y William llegaron juntos al
lugar. Cuando ya el sol había dejado su marca en todos los rostros de esa
multitud que miraba al cielo, el “Plus Ultra” asomó en el horizonte. La alegría, el
entusiasmo y la emoción no tuvieron límites. Las sirenas de los barcos que
estaban en el puerto se confundieron con los gritos alborozados de la gente.
Cuando Ramón Franco y sus tres compañeros salieron de la cabina, volaron
por el aire los ranchos, gorras y sombreros de los hombres y las mujeres
alzaron a sus hijos por sobre las amontonadas cabezas, para que pudieran
verlos. Unos a otros, sin siquiera conocerse se abrazaban, saltaban o se
besaban plenos de entusiasmo. En ese alboroto, William, contagiado por las
muestras de alegría abrazó a Berta y besó a Carolina en la mejilla. La sorpresa
que a ambas les produjo ese audaz gesto, las dejó mudas. William se disculpó
por su atrevimiento y simuló no darse cuenta del rubor que, por unos segundos,
aumentó el tono rosado que la larga espera bajo el sol había impreso en el
rostro de Carolina. Para festejar el éxito de la hazaña las invitó a tomar una
Bilz, bebida sin alcohol y de moda en ese tiempo, en una de las confiterías de
la Costanera.
Ese 10 de febrero de 1926 fue un día inolvidable para todos los que
concurrieron a la Costanera.
Carolina, procurando no darle importancia al impulso “inconsciente” de
William y sin pensar que, con ese procurar no dárselo se la estaba dando, esa
misma tarde volvió a hundir la cabeza en los libros. En marzo rindió
Parasitología y la aprobó.
El nombramiento de vicedirectora de la “Escuela de Niños Débiles” que
había recibido Berta Elena Vidal le permitió a Carolina esperarla en el patio o
en la vice – dirección cuando llegaba antes de que terminara el horario de las
clases. Pudo entonces observar el comportamiento de los niños, con más
detenimiento, cuando se aprestaban para irse. Le interesó la diversidad de sus
conductas y hablaba de ello con Berta. Comenzó a ir cuantas veces sus
obligaciones se lo permitían. Debido a esta frecuencia llegó a conocer a
algunos por sus nombres y sus problemas. Casi le preocupaba más averiguar
los orígenes de sus males que los males en sí.
En julio, Carolina aprobó Microbiología.
El 23 de septiembre de ese mismo año, 1926, su amiga Delfina Varela
Domínguez se casó con el profesor Américo Ghioldi quien había cumplido
veintisiete años. Desde entonces Carolina cultivó la amistad no sólo de
Américo sino también la de sus hermanos: Alfredo y Rodolfo.
En diciembre obtuvo el tercer aprobado de ese año en Semiología y
Clínica Propedéutica.
Carolina comenzó el nuevo año, 1927, muy disconforme con su
rendimiento como estudiante. En los cinco años transcurridos desde su ingreso
a la Facultad sólo había rendido ocho materias. Aún le faltaban diez y nueve
para recibirse. Tal como acostumbraba a hacerlo cada vez que rendía un
examen le escribió a su madre para informarle el resultado, pero en esta
oportunidad sintió la necesidad de desahogar su decepción y redactó la carta
como si contara un cuento.
Una de la tantas ahijadas que tenía doña Raimunda, María Braulia, quien
para esa fecha contaba con unos veintidós años, era su confidente y estaba
con ella cuando recibió la carta de Carolina. Luego de leerla le comentó con
tono apesadumbrado: “Carolina me cuenta en esta carta la historia de una
muchacha que fue a Buenos Aires para estudiar Medicina. Quiere engañarme,
pero yo me doy cuenta de que todo esto que me dice aquí, es lo que le había
sucedido a ella desde que se fue para allá”.
La señora María Braulia de García, que actualmente (1993), tiene ochenta
y nueve años y reside en Quines (San Luis), recuerda el episodio con palabras
entrecortadas por la añoranza.
Doña Raimunda no respondió a la carta de su hija. Grande fue la sorpresa
que recibió Carolina cuando desde la ventana de su habitación vio detenerse
un carruaje, tirado por dos caballos y a su madre descender de él. El
conductor, un italiano con bigotes con forma de manubrio de bicicleta de
carrera, le ayudó a bajar la maleta y todos los otros bultos que llevaba. Carolina
salió a su encuentro. Rato después, rotos papeles e hilos, la mesa quedó
cubierta de comestibles: media pata de jamón crudo, huevos, frascos de dulces
variados, quesos, frutas secas, tomates, peras, duraznos y damascos no
demasiado maduros y una cantidad enorme de tortitas que había preparado el
día antes de partir para Buenos Aires. Carolina no tenía heladera. Doña
Raimunda decidió comprarle una. Era un gabinete del tamaño de una mesa de
luz. Al frente tenía la puerta y en el interior, recubierto con chapa de zinc, un
estante rejilla la dividía en dos partes. En la interior, al fondo, por un agujerito
pasaba el agua derretida del hielo depositado en esa base y que era recogida
en un recipiente que se retiraba para vaciarlo, sin necesidad de abrir la
heladera. Carolina quedó encantada con ese regalo que, en adelante, le
permitiría guardar la leche hervida, la manteca y tener agua fresca en el
momento que quisiera beberla. Además no le resultaba oneroso. Por diez
centavos diarios podía comprarle al almacenero de la esquina un trozo de hielo
que le duraba casi todo el día.
Doña Raimunda acompañó a su hija unos quince días. Antes de irse
intentó convencer a Carolina de que le aceptara una respetable suma de dinero
para que durante ese año no pasara privaciones. Sólo logró, y tanto como para
conformarla, que le aceptara una ínfima parte, prometiéndole que si se veía
necesitada le escribiría haciéndoselo saber. Procuró hacerle comprender que
ya había hecho demasiado con haberla acompañado esos días, con las tantas
cosas que le había llevado y con regalarle esa magnífica heladera. Y así como
al pasar, le recordó que no quería que por su causa, tuviera problemas con don
Teodosio.
Ese mes de marzo, Carolina rindió tres materias con las siguientes notas:
Medicina Operatoria
Otorrinolaringología
Oftalmología
Sobresaliente
Distinguido
Distinguido
Enseguida le escribió a su madre para enterarla del resultado de esos
resultados de esos exámenes.
En julio Carolina rindió Clínica Genitourinaria y obtuvo un aprobado.
Sumó a esta satisfacción, la de haber sido nombrada maestra en una escuela
perteneciente al Consejo Nacional de Educación. El horario asignado no le
permitía continuar en el Colegio Ward. Planteó su situación ante las
autoridades del mismo quienes entonces resolvieron darle una licencia sin goce
de sueldo, hasta tanto pudieran modificárselo. Así fue como dio su última clase
de ese año en el Colegio Ward el 31 de julio. El 1º de agosto de 1927 se hizo
cargo del puesto de maestra en la escuela Nº 12 del Distrito Escolar 13.
Las cuatro horas corridas de clase, aunque debía concurrir todos los días
de lunes a sábado, le permitieron organizar mejor su tiempo dedicado al
estudio y a las prácticas.
Doce días después, su amiga Berta Elena Vidal, que ya había presentado
su segundo libro “Mitos Sanluiseños” de narraciones populares, fue designada
Directora en el mismo colegio donde se había iniciado como maestra.
Festejaron entonces las dos designaciones nacionales en la confitería “El
Molino”.
Al llegar diciembre, Carolina aprobó la quinta materia de ese año,
Dermatosifilografía, con un Distinguido.
Haciendo caso omiso de las fiestas de fin de año, sin tomarse ningún
respiro, Carolina comenzó a preparar materias para rendir en marzo. Pasaba la
mayor parte del tiempo en la biblioteca de la Facultad y en su entusiasmo,
descuidó nuevamente la alimentación. El calor de ese verano influyó en la
disminución de su apetito y la anemia no demoró en aparecer por segunda vez.
En febrero llegó su madre para acompañarla unos días. Se quedó un mes.
Carolina se repuso, pero no tanto como para pensar en exámenes. Fue así
como, recién en julio de ese año, 1928, estuvo en condiciones de rendir otra
materia: Patología Médica. Obtuvo Sobresaliente, pero no se quedó
dispuesta a terminar el año con menos materias aprobadas que el año anterior
y en diciembre rindió cuatro. En Patología Quirúrgica, obtuvo Sobresaliente,
en Radiología y Fisioterapia, Aprobado; en Clínica Quirúrgica y
Ortopédica, Aprobado y en Higiene, Aprobado.
Para estos días, Carolina y Delfina Varela Domínguez de Ghioldi
despidieron a Berta de su vida de soltera. El lugar de encuentro, como un
recuerdo de tiempos pasados, fue en un “Reservado para familias” de la
Avenida de Mayo.
A comienzos de 1929, el 17 de enero, Berta Elena Vidal se casó en San
Luis con Juan Battini, un docente como ella. A la alegría de su reciente
matrimonio, sumó la de a ver concretado su sueño de vivir en Villa Devoto,
cerca de la escuela, tal como siempre lo había deseado.
Berta Elena Vidal de Battini vivió en la misma casa de la calle
Gualeguaychú al 3300, hasta su fallecimiento en 1984. Actualmente, continua
viviendo en ella sólo el señor Juan Battini. El único hijo del matrimonio falleció
en enero de este año, 1994.
Carolina, unos meses atrás, había cumplido treinta años. Ya era una
mujer, no una jovencita. Recapacitó. Su relación con William no avanzaba ni
retrocedía. Simplemente mantenían una mutua simpatía. Su salud en los
últimos tiempos no le había presentado problemas. Pensó entonces en
concentrar todas sus fuerzas, físicas y mentales para concretar el objetivo que
la había llevado a ingresar en la Facultad de Ciencias Médicas. Pero... se
preguntó: ¿Podré hacerlo? Y se respondió: “Si no lo intento, no lo sabré.” Lo
intentó. El resultado puede verse en el siguiente cuadro:
Año 1929:
Marzo:
Julio:
Noviembre:
Diciembre:
Materia Médica y Terapéutica............................Aprobado
Clínica Neurológica..........................................Distinguido
Clínica Psiquiátrica......................................Sobresaliente
Clínica Ginecológica....................................Sobresaliente
Clínica Obstétrica...............................................Aprobado
Clínica Pediátrica y Puericultura........................Aprobado
Clínica Enfermedades Contagiosas...................Aprobado
Medicina Legal – Toxicología.......................Sobresaliente
Clínica Médica..................................................Distinguido
¡Todo un récord! ¡Nueve materias en un año!
Desde diciembre de 1922 cuando rindió la primera materia a diciembre de
1929 cuando rindió la última habían transcurrido siete años, sin ningún
reprobado. El bajo promedio de materias rendidas en los primeros años, quedó
compensado. Descontando el año en que por problemas de salud no pudo
rendir ninguna, la Doctora Carolina Tobar García, completó la carrera de
médica en seis años.
¿Y William?
William se había enamorado de Carolina y le había pedido que fueran
novios. El día que le habló le planteó su deseo de casarse en cuanto él se
recibiera. Mientras tanto y debido a su delicada salud, ella debía dejar de
estudiar y dedicarse solamente a ejercer como maestra. Una vez casados,
Carolina dejaría de trabajar para atenderlo a él, a los hijos que pudieran tener y
a la casa. William, con la ayuda del padre, instalaría un consultorio que sólo él
atendería porque era obligación del hombre mantener a la familia. Carolina, en
tanto lo escuchaba, lo observaba con mucha atención. William hablaba como
don Teodosio y lo hacía muy convencido de que su propuesto sería bien
recibida por ella. Comprendió que debía ponerle fin a esas ilusiones. Ella no
estaba dispuesta a dejar de estudiar. Procurando no herirlo en su amor propio
le hizo entender que no tenían aspiraciones tan afines como para encarar
juntos el futuro, pero sí podrían ser muy buenos amigos. Cuando Carolina se
recibió, William fue de los primeros en felicitarla. Y pese a que él había
comenzado a estudiar dos años antes que ella, continuó rindiendo y rindiendo y
siendo muy buen amigo. Más adelante volveremos a encontrarlo.
Por otra parte, poco tiempo antes de recibirse la doctora Carolina Tobar
García, ya se habían recibido dos de sus compañeros que fueron más tarde
destacados profesionales y con los cuales, como también veremos más
adelante, mantuvo a través de los años una estrecha relación amistosa y
profesional: la doctora Telma Reca de Acosta y el doctor Florencio Enrique
Juan Escardó. Los había unido la misma preocupación: la problemática de la
infancia y de la adolescencia.
SEGUNDA PARTE
LA HIJA MÉDICA
Cuando el último día de diciembre la figura de Carolina, con sus dos
maletas, se recortó en la puerta de la cocina, la sorpresa dejó sin voz a doña
Raimunda. No supo qué decir ni qué pensar. Temió que le hubiera sucedido
algo imprevisto. De inmediato reaccionó, y como en un gesto de protección la
mantuvo abrazada contra sí, un largo rato.
Si bien los sesenta y ocho inviernos vividos por doña Raimunda le habían
dejado su rastro de nieve en los cabellos, Carolina sintió una vez más, a través
de ese abrazo, que el calor maternal que irradiaba su madre se mantenía
inalterable. Superada la emoción del encuentro, Carolina, como la cosa más
natural, sencillamente le dijo: “Me recibí y vine a pasar las vacaciones con
ustedes”.
Doña Raimunda ni tiempo tuvo de felicitarla. Por sobre el hombro de
Carolina vio a su marido detenerse en la puerta de la cocina. Don Teodosio,
que se encontraba en el fondo de la casa preparando, junto con sus hijos, la
carne y el pollo asado para el festejo de esa última noche del año, avisado por
su nieto preferido de la presencia de su hija, llegó a la cocina en el preciso
momento en que Carolina daba esa explicación a su madre. Carolina escuchó
entonces a sus espaldas la voz del padre que, con un tono humilde como el de
quien confiesa una culpa, le dijo: “Te felicito. Nunca creí que lo lograras. Me
equivoqué...”
Padre e hija se abrazaron como nunca lo habían hecho.
Detrás de don Teodosio, estaban los hermanos de Carolina como
esperando turno para también abrazarla y felicitarla. Y sus cuñadas y sobrinos.
Entre éstos, el “pegote” de don Teodosio, segundo de los hijos que había
Teodosito antes de casarse y que ya contaba catorce años. Todos se habían
reunido en la casa paterna de Quines para festejar el fin de año y la llegada del
nuevo: 1930.
Para ese tiempo, Teodosito, el hermano mayor de Carolina, tenía treinta y
tres años y trabajaba con su padre en Puesto Tobar, donde vivía con su mujer
y los dos hijos de ambos; Ildorfo de treinta y dos años, era maestro, se había
casado y tenía una hija; Ricardo y Héctor Manuel, de veintiséis y veinticinco
años, respectivamente, también se habían casado y ejercían como maestros
en Realicó (La Pampa) y Gilberto de los Ándeles, de veinte años, ayudaba a su
padre en Puesto Tobar y ya había comenzado a incursionar en política como
simpatizante del partido Radical.
Terminados los emotivos saludos del reencuentro, doña Raimunda
acompañó a su hija hasta su habitación y los varones volvieron su atención a
los preparativos del doble festejo: la llegada de Carolina médica y del nuevo
año.
Reunida toda la familia alrededor de la larga mesa armada con tablones y
caballetes cerca del asador, la cena no se caracterizó por el bullicio propio que
provocan las últimas horas del año. Más bien reinaba una sensación de
recogimiento, de sumo respeto originada en el hecho de contar entre ellos con
esa hermana ausente tanto tiempo y que había llegado con el título de médica.
Si bien Carolina estaba al tanto, por su madre, sobre la vida y actividades de
todos sus hermanos y sobrinos, se interesó en conocer los detalles por boca de
ellos mismos. Don Teodosio escuchaba las respuestas de cada uno de sus
hijos, mirándolos fijamente.
Teodosito, el mayor, manifestó su conformidad con las tareas que
realizaba en Puesto Tobar y su deseo de continuar en ellas. Los tres maestros:
Ildorfo, Ricardo y Héctor Manuel confiaban en los ascensos que lograrían por
antigüedad en sus carreras docentes y Gilberto, aún no había hallado su
camino.
Don Teodosio con cuidado, cruzó los cubiertos sobre el plato y como
sintiendo sobre sus hombros el peso de la figura de Carolina que se elevó
gigante frente a la postura conformista de sus hijos varones, le preguntó casi
tímidamente:
- Y usted, ¿qué piensa hacer ahora que ya es médica?
La respuesta de Carolina, dada con naturalidad y convicción sorprendió a
todos, incluso a doña Raimunda:
- Volveré a Buenos Aires para continuar estudiando. Nunca se termina de
aprender.
La noticia de la llegada de la hija de “los Tobares” recibida de médica, se
difundió rápidamente entre los vecinos de Quines. Y fue muy oportuna porque
muchos niños estaban atacados de diarrea infantil. Los primeros días de ese
año comenzaron a llegar a la casa de “los Tobares”, las madres con sus
pequeños hijos preguntando por “la Doctora”.
Estos sucesos los evoca muy bien la señora Dominga Roldán, maestra
jubilada que actualmente – mayo de 1994 – cuenta con ochenta y nueve años
de edad. (Esta señora es hermana de Germana Roldán, recientemente
fallecida, y que fuera compañera de la Doctora Carolina Tobar García en la
escuela primaria.)
“Ese año hubo en Quines algo así como una peste. Casi todos los niños
sufrían de diarrea. Las madres llevaban a sus hijos para que los atendiera
Carolina y ella lo hacía, pero no les cobraba. Yo también tenía una dolencia
estomacal y fui para que me atendiera. Me recetó unos remedios. Me había
recibido de maestra, pero estaba sin trabajo. Cuando le pregunté cuánto le
debía por la consulta me respondió que no le debía nada, que cuando
consiguiera trabajo ya hablaríamos. Que me quedara tranquila y tomara lo que
ella me había indicado. Lo tomé y me curé.”
Otro testimonio del cariño que la Doctora Carolina Tobar García sentía por
los vecinos de su pueblo natal y del desinterés por el dinero, lo da la señora
Severa Ibáñez quien actualmente (1994) cuenta ochenta y cuatro años de edad
y continúa en Quines:
“Yo estaba muy preocupada porque mi hija, que tenía seis años, no
estaba bien desarrollada para su edad. Era muy flaquita. Un verano que la
Doctora vino a pasar sus vacaciones a Quines se la llevé para que la viera. La
señora Raimunda le había preparado la sala de la casa para que atendiera a
los enfermos. Era como un consultorio. La revisó muy bien y le dio un
tratamiento que debía seguir durante todo el año. No quiso cobrarme y me
regaló los remedios. Recuerdo que algunos frascos eran de aceite de hígado
de bacalao. Y mi hija se fortaleció. De esto hace casi sesenta años, pero yo
nunca me olvidé. Ahora vivo con mi hija y con los nietos que ella me dio.”
Un domingo de ese verano Carolina decidió pasarlo fuera de su casa de
Quines y partió temprano en el sulky chico. Su madre no pudo acompañarla
porque debía atender a los otros hijos que también estaban disfrutando de sus
vacaciones. Cuando Carolina llegó a Villa de Praga halló a su tío Conrado en la
puerta de la capilla. Había terminado la misa y estaba conversando con el cura
rodeados ambos por los hombres de la Villa. Proyectaban la instalación de una
comisaría y don Conrado debía ocuparse de los trámites correspondientes. Ya
había cumplido setenta y cinco años. Mantenía su espíritu jovial, pero al ver a
su sobrina no pudo impedir que las lágrimas asomaran a sus ojos. Su emoción
se transformó en júbilo cuando ella, con tono natural, le dijo que se había
recibido de médica. Sin disimular su orgullo la presentó al cura y a los vecinos
que estaban con ellos. El cura, que acostumbraba a almorzar con don
Conrado, ese domingo compartió el almuerzo con tío y sobrina. A la tardecita,
Carolina emprendió el regreso, prometiéndole a don Conrado que lo visitaría
cada verano que fuera a Quines. Y lo hizo.
Terminadas sus vacaciones, la Doctora Carolina Tobar García regresó a
Buenos Aires.
Don Conrado García Torres falleció siete años más tarde, en noviembre
de 1937, a la edad de ochenta y dos años.
En 1976 el Consejo Nacional de Educación dispuso que a la escuela Nº
114 de Villa de Praga se le impusiera el nombre “Conrado García Torres”, en
homenaje al fundador y propulsor del pueblo. En el frente del nuevo edificio
escolar hay dos placas recordatorias.
A la entrada de la capilla de Villa de Praga, una placa dice lo siguiente:
“La Sub – Comisión Pro – Templo, Pueblo y Vecindario. En homenaje al
fundador Conrado García al cumplirse el cincuentenario. 12 de octubre de
1966”.
La casa de don Conrado frente a la plaza aún existe, con las señales
propias del tiempo transcurrido y en la plaza también hay una placa
recordatoria que dice: “Plaza Conrado García. Pueblo y vecindario en
homenaje a su fundador Conrado García al cumplirse el cincuentenario. 12 de
octubre 1966”.
Cuando se le rindieron estos homenajes a don Conrado García Torres, su
sobrina la Doctora Carolina Tobar García también ya había fallecido.
EN LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA
Dos meses antes de recibirse de médica, la Doctora Carolina Tobar
García había sido nombrada por el Consejo Nacional de Educación, Inspectora
de Escuelas de Adultos. Si bien ello le representó un afianzamiento en su
situación económica, igualmente resolvió reincorporarse al Instituto Ward para
continuar con sus clases como Profesora. Era una forma de proseguir no sólo
en contacto directo con los adolescentes sino también con la Institución que tan
cálidamente la había incorporado a su plantel de profesores cuando a poco de
llegar a Buenos Aires se había presentado a solicitar un puesto.
Mientras tanto, en sus encuentros con su amiga Berta Elena, que seguía
al frente de la Escuela Nº 6 de Niños Débiles, las conversaciones se centraban
precisamente en el origen de las debilidades físicas que presentaban esos
niños y que repercutían en la asimilación de las enseñanzas que les brindaban.
Por otra parte, la Doctora ya tenía conocimiento de que en Estados
Unidos se habían creado escuelas especiales para niños con problemas de
diversa índole y había nacido en ella la idea de ir a ese país, para ponerse al
tanto de su funcionamiento. Con la mira puesta en ese objetivo pasó el año y
algo más cuidando de no distraer un solo centavo de su presupuesto en gastos
que consideraba superfluos.
Ocupada en esa previsora “tarea de hormiga”, una mañana en el Colegio
Ward fue sorprendida por la orden de suspender las clases. Las madres
concurrían al Instituto para retirar a sus niños pues según decían alarmadas
“hay revolución”. Vacío el Instituto, la Doctora regresó a su casa. Mirando ese
trajinado ir y venir de la gente alarmada, recordó el día en que sorprendió a su
madre echando agua hirviendo en un hormiguero. Horas más tarde los titulares
de los diarios anunciaban la caída del Presidente Constitucional don Hipólito
Yrigoyen y la asunción del mando por el General José F. Uriburu. Superado el
desconcierto, las “hormigas” pacientemente regresaron a sus trabajos.
Al año siguiente, nuevamente pidió licencia sin goce de sueldo en el
Instituto Ward, y la tomó a partir del 31 de julio. En la misma fecha dejó su
cargo de Inspectora y retomó el de maestra, sin ejercerlo, por el tiempo que
duró su viaje. El motivo de estas licencias, surge en la página 171 de su libro
“Higiene Mental del Escolar”, editado en noviembre de 1945 por “El Ateneo”:
“...El problema de la educación de los “retardados pedagógicos” venía
preocupando a las autoridades desde años atrás sin haberse llegado a la
solución adecuada y permanente.”
“...se pueden citar los grados diferenciales que funcionaban en algunas
escuelas, en el año 1927 y el Instituto Experimental en 1930.”
“La necesidad de encauzar la enseñanza especializada que requieren los
anormales, por una senda definitiva y segura atrajo mi atención desde aquel
entonces.
Terminados mis estudios en la Facultad de Medicina, solicité y obtuve una
beca por intermedio del Instituto Cultural Argentino – Norteamericano para
realizar estudios en el Colegio de Profesores de la Universidad de Columbia.
Estudiando allí durante los años 1931–1932 adquirí las nociones básicas
fundamentales que me sirvieron después para dedicarme a procurar la solución
del problema encarándolo de una manera distinta a lo que se había hecho
anteriormente y según me lo permitieron las circunstancias.”
De que este viaje a Estados Unidos había sido un proyecto que la Doctora
venía madurando desde tiempo atrás y de cómo ocupó su tiempo durante el
año y medio que vivió en ese país lo explicó someramente en la “Introducción”
de su libro “Educación de los Deficientes Mentales en los Estados Unidos.
Necesidad de su implantación en la Argentina”, Ed. Humberto Andreetta,
Buenos Aires, 1933, y que escribió, a pocos meses de su regreso:
“Hace años que se habla en Buenos Aires de la creación de “Escuelas
para Anormales” y hace años que asistimos a esos conatos de “clases
diferenciales” y de cursos para la preparación de maestros especiales.
“Mi experiencia en el magisterio y en dos escuelas de la Universidad de
Buenos Aires me convenció de que el país carecía de profesionales
debidamente capacitados para organizar las instituciones destinadas a la
educación de los deficientes mentales.” “(...)” “Por eso al optar por una beca
en la Facultad de Educación de la Universidad de Columbia presenté un plan
de estudio sobre la materia.
“Las fuentes informativas de este volumen son pues, en primer lugar, los
cursos sobre psicología, educación y administración especiales en el
Teacher´College; otro en el Instituto Psiquiátrico del Medical Center, (Escuela
de Medicina), sobre bases orgánicas de los desórdenes mentales de los niños
y finalmente la observación frecuente de las Ungraded Classes de la ciudad de
New York y la permanencia durante semanas en las más grandes escuelasinternados de los Estados Unidos.
“Se me presentó también la oportunidad de asistir al Congreso Anual de la
Asociación Americana para el Estudio de los Débiles Mentales, entidad
compuesta de médicos, psiquiatras, “psicologistas”, educadores y “social
workers”, que podrían traducirse por asistentes de higiene social. Dicho
Congreso se realizó en Filadelfia,
y en esa oportunidad pude, además, formar un juicio sobre los temas más
discutidos como el de la esterilización de los deficientes, por ejemplo.
“La educación diferenciada que está en pleno desarrollo en otros países,
es desconocida entre nosotros, y sin embargo, hoy en día, el problema de la
educación diferenciada, debe ser el fundamento de todo sistema educativo.”
De su real interés por estudiar en profundidad el tema de los disminuidos
mentales durante su permanencia en Estados Unidos nos dan una idea las
palabras que pronunció bajo el título “Establecimientos para Deficientes
Mentales y Anormales Psíquicos”, en la Segunda Conferencia Nacional
sobre “Infancia Abandonada y Delincuente”. (Tema publicado en el número
25, año 1942, de la revista “Infancia y Juventud” editada por el Patronato
Nacional de Menores.) Podrá también observarse en la primera oración
transcripta que la Doctora Carolina Tobar García decía las cosas sin ambages,
frontal y valientemente. Estos rasgos característicos de su manera de ser que
hemos visto nacer y desarrollarse en el transcurso de esta biografía, se fueron
acentuando con el correr de los años y le valieron en su trayectoria de
luchadora incansable, no pocos comentarios adversos sobre su personalidad.
Veamos a continuación parte de lo que dijo en esa conferencia:
“(...)” “Comenzaré poniendo las palabras sobre la mesa. Les contaré cómo
después de haber estudiado psiquiatría general y conociendo desde luego la
clasificación del Dr. Borda según la cual hay idiotas, imbéciles y débiles de
espíritu, me encontré en la Universidad de Columbia con una beca para
estudiar justamente el tema que tengo que presentar en este momento. Debía
inscribirme en cada curso previa conversación con el “adviser”, que es a la vez
profesor de la materia y tiene por objeto investigar previamente si el alumno
está en condiciones intelectuales de inscribirse o no. Sobre las mesas había
carteles con los nombres de las asignaturas. Después de leer el catálogo me
hice un plan y me dirigí a una de las mesas. En ella el cartel decía “abnormal
childrens”. Pero el enfrentarme con el correspondiente “adviser” le dije con
absoluta convicción que deseaba estudiar “sub-normal children”. Entonces el
Sr. Profesor me respondió: “No es aquí, es en aquella otra”, señalándome un
mesa vecina. Más cuando llegué a la segunda, quiso mi lengua pronunciar
“fleebimended”, no sub-normal y he aquí que tuve que pasar a otra mesa. Pero
nuevamente cometí el error de no pronunciar la palabra que estaba escrita en
el cartel y en vez de decir “fleebimended” dije “backward children”. Tuve que
retirarme por tercera, cuarta y quinta vez, para adquirir, al final, la sensación de
que ab-normal, sub-normal, fleebimended, backward children, eran todos
distintos y que el estudio había llegado aún análisis tal, que había un curso
para cada especie o tipo. Fue así como me inscribí en todos”.
Si bien de lo expuesto resulta sorprendente su decisión, a nosotros, que la
estamos conociendo desde sus primeros pasos no nos extraña. ¿Verdad?
Y durante el transcurso de ese año y medio que estudió en los Estados
Unidos, ¿se olvidó de su preocupación por la sífilis? Recordemos que había
dicho a su madre que no quería quedarse sabiendo sobre esta enfermedad
solamente el origen del nombre. No, no se olvidó. No podía olvidarse porque
ella sabía las consecuencias que esta enfermedad acarrea. Es así como en la
revista “La Semana Médica”, Tomo XXXIX-II, del 1º de septiembre de 1932,
página 591 aparece el título siguiente:
HOSPITAL J. M. RAMOS MEJÍA
Servicio de Enfermedades de la Sangre
LA REACCIÓN DE KLINE PARA EL DIAGNÓSTICO
Y EXCLUSIÓN DE LA SÍFILIS
Por la
DRA. CAROLINA TOBAR GARCÍA
Médica asistente, actualmente en Norte América, becada por el Instituto
Cultural Argentino Norteamericano.
Como su título lo indica se trata de un informe científico que no
corresponde analizar en esta biografía, pero sí puedo hacer notar que esta
comunicación que envió al Hospital Ramos Mejía podría tomarse como una
puesta al día de lo que en Estados Unidos se estaba haciendo para esa fecha
en el estudio de esa enfermedad y que, en alguna medida, aquí podía
desconocerse.
Si bien dado el tiempo transcurrido desde el envío de esa comunicación
hasta el presente, 1994, puede ya, por superado, carecer de interés científico,
debo rescatar de la misma el hecho de que no esperó a regresar para traer con
ello un informe que, para aquellos años, consideró muy importante.
REGRESA A BUENOS AIRES
Cerca del puerto de Buenos Aires, sobre la cubierta del barco, la Doctora
Carolina Tobar García aspiró con fruición la suave brisa democrática que le
llegó desde la Casa Rosada. El destino del país, desde hacía un año, había
vuelto a las manos de un presidente constitucional: el General Agustín P. Justo.
La satisfacción que la había producido a Carolina en su primera llegada a
Buenos Aires al ingresar al cuerpo docente del Colegio Ward, fue similar a la
que sintieron las autoridades del mismo al reincorporarla nuevamente para que
continuara como Profesora en las mismas materias en lo que hacía
anteriormente: Historia, Psicología y Anatomía. Ya no era sólo una maestra
normal que llegaba desde una lejana provincia argentina. Era una Doctora
Argentina que venía de cursar estudios en el país natal del señor Ward,
benefactor del Colegio que lleva su nombre.
La Doctora Carolina Tobar García, luego de la experiencia adquirida
durante el año y medio que pasó en Estados Unidos, regresó gozosa a nuestro
país. Dispuesta a emprender la lucha de acuerdo con su temperamento: lenta,
pero continua. Sin claudicaciones. Con la mente puesta en su objetivo. Nuestro
país, como todos los países, tenía necesidad de escuelas diferenciales. En
algunos ya las había. ¿Por qué no en la Argentina? Fue así como, enseguida
llegar, a comienzos de ese mismo año, 1933, por intermedio de la editorial
“Humberto Andreetta” publicó su primer libro cuyo título preanunciaba el
contenido y que por ello tuvo muy amplia difusión a nivel educacional:
“Educación de los Deficientes Mentales en los Estados Unidos.
Necesidad de su Implantación en La Argentina”
Transcribiré del mismo, parte de la “Introducción” por la cual veremos
que si bien sus ideas fueron muy de avanzadas para ese tiempo, no lo son
menos para el actual ya que en él manifiesta otra necesidad que aún hoy no se
ha llevado a cabo por parte del Estado, aunque esa necesidad continúa siendo
imperiosa:
“(...)” “Este libro sólo plantea el problema de las variedades menos
favorecida de la especie humana, pero en su curso se verá que es necesario
ocuparse también del otro extremo, es decir, el de los niños superiores que no
por mejor dotados, deben ser abandonados a sus propias fuerzas o
malogrados en la escuela “para todos”. No debe postergarse más la
consideración de este problema. Es tiempo ya de que se irrite la sensibilidad de
las entidades cargadas de la instrucción pública para que, saliendo de su
apatía, encaren las cuestiones educacionales, con mejor conocimiento de
causa y efecto” “(...)”
Y en el final de esa introducción firmada por la Doctora Carolina Tobar
García también está presenta la fustigación cuando expresa:
“Entre nosotros, los más altos valores intelectuales desconocen la escuela
primaria. ¿Será por falta de comprensión o de verdadero patriotismo?” “(...)”
“Nuestras instituciones educativas – primarias, secundarias y universitarias –
sólo ven en el educando un receptáculo que hay que llenar con las nociones
informativas que imponen los programas. Cierto que es más cómodo enseñar
dogmáticamente una cuestión, que guiar u orientar para su investigación y
descubrimiento, pero eso no es desenvolver una mentalidad. Desde este punto
de vista la educación diferenciada forma parte integrante de la educación en
general; más aún, es un imperativo de la hora presente. Y están obligados
todos a cooperar para su realización, de acuerdo con las propias aptitudes y
competencias...”
Y también el mismo año, 1933, en el tomo I, Nº 16, pág.19 de “Anales de
Biotipología, Eugenesía, y Medicina Social” se publicó un artículo de la
Doctora, titulado: “Las diferencias individuales en la escuela primaria”
La contundencia de sus apreciaciones en el desarrollo de este trabajo nos
deja una idea clara de los errados enfoques que hasta entonces se producían
por parte de las autoridades educacionales sobre el sistema educativo en
nuestro país y las soluciones que la Doctora proponía para mejorarlo
definitivamente. Transcribiré algunos párrafos, dejando por cuenta del lector la
opinión sobre los mismos teniendo presente que, desde su publicación hasta la
fecha, han transcurrido sesenta y un años:
“(...)” “En suma, toda la reforma de este año se ha dirigido al cuaderno de
lecciones y no a la enseñanza en sí. No nos hemos ocupado para nada del
niño individualmente considerado. No se nos ha ocurrido que la reforma debe
comenzar por el estudio del niño no por el cuaderno de tópicos. Hemos
discutido largamente si es el conejo o el peludo el animal que debe figurar en el
programa, si la tarea hecha en casa debe llamarse “deber” o “trabajo...” (...).
“En un libro publicado a principios de este año, hemos sostenido que la reforma
escolar implica un punto de vista nuevo porque debe apoyarse en la psicología
de las diferencias individuales” “(...)” “Si se observa una bandada de aves en
marcha se verá que en la parte anterior de las bandadas, sólo va una o dos
aves a lo sumo, pero desde ese animal que hace las veces de guía o director,
los demás forman especies de filas cuyo número aumenta hasta llegar a la
parte media del grupo, que es el grueso, desde donde el número comienza a
disminuir, para terminar otra vez en punta hacia atrás, de tal manera que los
primeros y los últimos son los menos en número. Los niños que repiten son
comparables a las aves de la parte posterior de la bandada. ¿Qué ocurre – nos
preguntamos – con los del extremo anterior, o sea los superdotados?” “(...)” “El
escolar que no aprende en el mismo tiempo que la generalidad merece
simpatía; el “mentiroso” comprensión; el nervioso una atmósfera sedante; el
superdotado es acreedor de que se le abran todas la avenidas en las cuales
pueda encontrar su expresión personal y el insuficiente o deficiente mental
necesita que le enseñen a perfeccionarse en surco o en el yunque donde
permanecerá toda su vida.” “(...)” “Ahora bien, por verdadero patriotismo, cada
escuela debería llevar el registro de los mejor dotados para proveerlos de un
“programa enriquecido”, lo cual no significa que se ha de caer en el error de
envanecerlos. Por solidaridad con las generaciones futuras no debemos
postergar por más tiempo el estudio de las diferencias individuales en la
escuela primaria, piedra angular de nuestra argentinidad.” “(...)” “Igualdad
democrática no pude significar el aplastar a unos y levantar a otros por los
cabellos para nivelarlos, sino que igualdad democrática es equivalencia de
oportunidad educativa; en otras palabras, dar a cada uno la educación que
necesita, la única que puede rendir provecho para sí y para la colectividad.”
No puedo dejar de señalar que la de la Doctora Carolina Tobar García
fue la primera voz que mencionó en nuestro país la necesidad de la
escuela diferencial también para superdotados, aunque todavía siga
siendo ésta una “asignatura pendiente”.
Por otra parte, es de suponer que las opiniones manifestadas por la
Doctora en esas publicaciones no cayeron en saco roto. Al menos eso es lo
que surge de la página 172 de su Tesis, ya mencionada anteriormente,
publicada años más tarde:
“(...)” “Ya en el año 1933, (el de su llegada de Estados Unidos), el
Inspector Técnico General de Escuelas de la Capital, Profesor F. Julio Picarel,
me autorizó para formar un grado diferencial en la Escuela Nº 9 del Consejo
Escolar IX, Rafael Herrera Vegas. Estuve al frente de ese grado durante
todo ese curso escolar. Dicho grado se formó con los niños “retardados” de
seis, siete y ocho años que había en las divisiones paralelas del primer grado
inferior”.
Más adelante expone las conclusiones de su estudio sobre esos niños:
“La experiencia de ese año fue suficiente para comprender las ventajas e
inconvenientes de los grados diferenciales y la impropiedad con que
generalmente se los organiza, pues resulta imposible formar un grupo
homogéneo seleccionándolo entre el alumno de una sola escuela, por
numerosa que sea la inscripción de ésta. En efecto, aunque esos alumnos eran
débiles mentales por su cociente de inteligencia, tenían distinta edad mental y
diferentes aptitudes, por cuyo motivo no formaban un conjunto homogéneo que
pudiera considerarse como “grado” y resulta un simple conglomerado.”
Esta comprobación la lleva a otra investigación, pues continúa diciendo:
“Finalizado el curso de 1933, obtuve autorización para realizar un estudio
de los insuficientes en el Consejo Escolar IX, sobre la promoción de ese
distrito.” “...estudio que realicé utilizando únicamente los datos de las planillas
de promoción anual y sin poder efectuar el examen individual de los alumnos
insuficientes”.
Nuevamente, la Doctora Carolina Tobar García, considera que debe sacar
a luz el resultado de estas dos últimas experiencias y es así como sin pérdida
de tiempo, envía al diario “La Nación” un trabajo titulado:
“Alrededor de un Problema Médico – Pedagógico”
y que este diario publica el 9 de enero de 1934, en la página 4. Omitiré por
innecesarias para esta biografía y desactualizadas, dado el tiempo transcurrido,
las cifras estadísticas que presenta en este extenso trabajo, pero resaltaré el
encabezamiento del cual surge una vez más la propiedad, firmeza y valentía
con que planteaba sus opiniones:
“Los problemas educacionales pertenecen a la categoría de los que
no apasionan al publico y por esto mismo se resuelven muy lentamente.
Esta diferencia los ha salvado también de los errores del método de
aprendizaje mecánico que se suele seguir en muchos órdenes de la vida. En
materia de instrucción primaria no se han cometido grandes errores porque nos
hemos quedado prudentemente cerca del punto de partida.
“Podemos afirmar con cierta satisfacción que la ley 1420 nos ha
preservado de los yerros porque ha impedido los ensayos a priori. Más como
ocurre a menudo con muchas leyes, en el terreno de la práctica han surgido las
más variadas y a veces antagónicas interpretaciones. Así hemos tenido épocas
de verdadero encasillamiento en la ya cincuentenaria escuela común de seis
grados, vaciados en un solo molde como si los niños fueran seres artificiales.
Contrariamente se ha llegado a la creación de escuelas para adultos y a las
destinadas a los niños físicamente débiles, lo que parecería acercarnos a las
clases especiales.
“En 1884 (año en que se sancionó la ley 1420), no se conocía el “morón”,
término con que se designa la condición mental comprendida entre la
imbecilidad y la normalidad. ¿Cómo habían de ocuparse de aquel entonces de
la diferencia mental de los educandos? Demasiado previsora ha sido esta ley
cuando cincuenta años después no necesitamos modificar su texto para
encuadrar en ella todos los progresos del arte de educar.
“En la creencia de que los débiles mentales estaban excluidos de los
beneficios de la instrucción primaria, la escuela común no ha hecho otra cosa
que ignorarlos y confundirlos. Pero el débil mental, por su parte, se ha hecho
presente en el aula, en la escuela, en la sociedad y lo que es más importante
todavía está pesando en forma onerosa sobre el presupuesto.
“Cerca de 900 maestros se ocupan de esos niños infructuosamente cada
año en la Capital Federal. Y decimos infructuosamente porque, estando
confundidos en las aulas con los otros, ni asimilan las nociones instructivas
dedicadas a los niños normales ni adquieren lo que ha menester su condición
de frenasténicos. De esto resulta que después de haber pesado inútilmente en
el presupuesto escolar durante su niñez, van a continuar gravitando no sólo en
las formas corrientes de la vida social, sino hasta en los asilos y en las
cárceles.”
Esta intensa actividad que la Doctora desarrollaba no le impedía hacer un
alto y llegar a Quines en algunos meses del verano para visitar a su familia.
Doña Raimunda se sentía muy feliz y don Teodosio muy orgulloso de la hija
que, pese a su creciente fama en Buenos Aires, no se olvidaba del apartado
lugar que la había visto nacer. Claro que la Doctora no dedicaba ese tiempo
enteramente al descanso. Los vecinos concurrían diariamente a su casa,
donde Doña Raimunda le había preparado un sencillo consultorio en una de las
habitaciones para que los atendiera a ellos o a sus hijos de dolencias que
muchas veces soportaban hasta su llegada. De modo que pocas veces podía
disfrutar de los baños en las aguas que brotaban de los manantiales de “El
Zapallar”.
Y, según cuenta el señor Amadei Oscar Sarmiento de ochenta y tres años,
honrado con el título de “Tesoro Viviente de San Martín” por se la persona que
más recuerdos tiene acumulados en su mente sobre los habitantes y el
desarrollo de ese partido, solía verla por el lugar luego de recibida de médico:
“Llegaba en verano junto con su hermano Ricardo, montados a caballo,
para pasar un par de días con José Torres, un primo radicado en el pueblo.
Para este tiempo ya no se usaban las amplias polleras ni las monturas
especiales para mujeres. La doctora vestía un moderno pantalón “breaks” y
botas."
NUEVAS DESIGNACIONES Y PUBLICACIONES
En el cap. V, página 175 de su libro “Higiene Mental del Escolar” editado
por “El Ateneo” en 1945, dice la Doctora Carolina Tobar García:
“(...)” “A principios del año escolar de 1934, poco después de la
publicación que he acotado, fui llamada al Cuerpo Médico Escolar para
hacerme cargo del Consultorio Psico-Fisiológico donde inicié mis actividades,
según criterio personal y con el método que empleo hasta la fecha”.
Por lo expuesto podemos deducir que ese nombramiento fue el resultado
de la ya mencionada publicación “Alrededor de un problema médicopedagógico” en el diario “La Nación” del 9 de enero de 1934.
En la página siguiente, 176 del mismo libro, agrega:
“En junio de 1935, el H. Concejo Nacional de Educación presidido por el
Ing. Pico, me designó para integrar una comisión con el Inspector Técnico
General de Escuelas de la Capital, Dr. Fernando Alvarado; el Director de la
Inspección Médica Escolar, Dr. Enrique M. Olivieri, y la Vice-Directora de la
Escuela Nº 31 del Consejo Escolar XVI, señorita Maria Angélica Echezarraga,
para estudiar el problema de los niños deficientes y anormales y proponer las
medidas oportunas para resolverlo.”
Un año después, el 28 de julio de 1936, el diario, “LA NACIÓN” publica
un trabajo enviado por la Doctora, con el resultado de este estudio. El título de
por sí anuncia que se trata de un llamado de atención sobre esa cuestión. Al
igual que con los anteriores, omitiré las estadísticas que presenta en el mismo
y rescataré las partes en las cuales veremos una vez más la claridad sin
rodeos con que fundamentaba sus opiniones.
“NO TENEMOS ESCUELAS PARA RETARDADOS”
(Para La Nación) por la Dra. Carolina Tobar García
Buenos Aires, Julio de 1936
“Si echamos una ojeada a la organización de nuestra escuela primaria
creeríamos estar en un país de niños privilegiados donde todos fueran
estrictamente normales o superdotados. Apenas si contamos con algunas
escuelas al aire libre, una para ciegos y otra para sordos. Pero no tenemos
escuela para retardados.
“Sin embargo en la actualidad se discute en el Congreso la creación de
“escuela para amblíopes”, o sea para niños de visión defectuosa. Si esa
creación se realizará indicaría un paso más en el sentido del progreso aunque
empezáramos ciertamente por donde otros terminaron. En efecto, las clases de
conservación de la vista (sight saving classes), son la última conquista de la
higiene escolar. Siguiendo ese ejemplo podrían crearse también clases para
inválidos, (crippled children), ya que han aumentado tanto después del brote de
parálisis infantil.
“La única dificultad está en que exigen edificios ad-hoc – las primeras – y
una dotación de material ortopédico y medios de transporte las últimas, que
hace su costo elevado.
“Teniendo estas escuelas y faltando las de retardados pedagógicos nos
encontraríamos en el caso de un ser desnudo con un anillo de brillantes. En
esta oportunidad queremos partir de una declaración del Jefe del Cuerpo
Médico Escolar: “Estamos en retardo – dice es Dr. Olivieri -, todos los países
civilizados tienen escuelas para retardados pedagógicos desde hace años”. Y
así es, efectivamente. Los únicos que ignoran este problema son nuestros
pedagogos. No tratamos de hacerles, con esto, un reproche, puesto que la
Escuela Normal no les ha dado nociones claras sobre la psicología diferencial”.
A continuación de esta última afirmación agrega lo que en el habla
cotidiana solemos anunciar como: “Para muestra, basta un botón.” Al decir:
“Como prueba de ello no tenemos más que relatar lo que nos ocurrió hace
años, cuando fuimos a conversar con un funcionario sobre la creación de
“escuela para retardados”. Nos tomó la palabra, dándonos la razón antes de
oírnos y nos habló de los niños pirómanos, dromómanos, cleptómanos, etc.,
llevando así el problema al terreno de la Psiquiatría. Era preferible abandonar
la empresa a comenzar la tarea de convencerlo de su error al confundir la
psiquiatría, que se ocupa de los desequilibrados, con la psicopedagogía que,
entre otras cosas, se ocupa de la psicología de los niños atípicos, entre los que
figuran en primer término, los “retardados”. Debemos reconocer, sin embargo,
que hay pedagogos más permeables, pero cuyo espíritu encalla, a pesar de la
comprensión, en dificultades de orden sentimental, como la de convencer a los
padres cuando tienen un hijo retardado.
“Con estos antecedentes y a pesar de que en dos oportunidades llegaron
a crearse clases diferenciales, se comprenderá por qué carecemos de ellas
actualmente.”
Luego de plantear el resultado del estudio realizado justamente con la
Señorita M. Angélica Echezarraga en el C.E. Nº 16, durante el año anterior,
1935, finaliza diciendo:
“El Estado no debe gastar más en los deficientes que en los normales.
Pero ocupándose de aquéllos en la infancia, defendería sus finanzas, restando
futuros clientes a sus hospicios y reformatorios”.
Las manifestaciones que hacía la Dra. Carolina Tobar García nos
muestran a una persona de carácter recio. Y por cierto que lo tuvo. Pero
también es cierto que no son los pusilánimes los que acometen las grandes
empresas. La Doctora enarbolaba la bandera que por lógica no podían
enarbolar sus defendidos. Y los hacía con un amplio conocimiento de la causa
que defendía. Sus argumentos los había empollado durante su experiencia
como maestra rural en aquellos desolados parajes de su provincia natal, se
nutrieron en la Escuela para Niños Débiles Nº 6 donde trabajaba su amiga
Berta Elena Vidal y salieron a la luz, como un estallido, luego de su regreso de
Estados Unidos de América. Por eso era contundente en sus opiniones. Pero...
¿siempre era así? No. No cuando hablaba con las madres, cuando examinaba
a los niños. Si pudieran contarlo, ¡cuántos niños nos hablarían de su dulzura!
Para ellos la reservaba. ¡Cuántos niños nos dirían que sintieron, como al
descuido, su mano apoyada en la cabeza, deslizándola hasta la nuca! ¡A
cuántos les brillarían los ojos recordando los comprensivos ojos de ella! Pero,
desde luego, ninguno podría decir que lo hacía movida por la conmiseración.
Porque no les tenía lástima. La lástima no arregla nada. El amor sí. Y la
doctora, ¡los amaba!
He aquí una mínima prueba:
En el número 6 de la Primera Revista Argentina de Educación Maternal,
“La Mujer y el Niño” dirigida por josefina Marpons y de difusión corriente,
editada en Buenos Aires en el año 1935 colaboró con una nota titulada:
“Lo que debe saber su hijo al nacer”
Por el tono cómplice que emplea en el mismo y para que se le conozca el
fondo de ternura que la animaba, lo transcribiré íntegramente:
“No me cabe la más mínima duda de que Ud. querrá protestar ante
semejante título y ante nuestra pretensión de tomar examen a su niño, pero no
crea que es idea nuestra. Muy al contrario. El examinar a los recién nacidos es
costumbre vieja como el andar a pie. Nosotros hemos atemperado la severidad
del examen. Su hijo tendrá la suerte de nacer bajo nuestra era. Cosa muy
distinta hubiera sido sin el pobre infante hubiera caído en las garras de aquellos
sabios y viejos y severísimos doctores de Lacedemonia. ¿Sabe Ud. qué hacían
con los niños que no obtenían el tan ansiado “suficiente”? Los precipitaban
desde lo alto de una pequeña colina que habían elegido “ad hoc”. De nada
valían las protestas de la madre porque el hijo no era de su propiedad sino que
pertenecía a un monstruo llamado Estado. Pero los tiempos han cambiado
felizmente y la pena capital no se aplica a los recién nacidos.
“En lugar de ella deben realizarse exámenes seriados, o periódicos hasta
una cierta edad. Cada uno de los exámenes pueden equipararse a uno de los
doce trabajos de Heracles. Una vez que ha aprobado el último, a los dos años
más o menos, se le concede el título de Niño Normal y se le da la carta blanca
para hacer de las suyas.
“Como buena madre, Ud querrá conocer el programa con el objeto de
hacernos alguna trampita enseñándole lo que no sepa, antes de nuestra
llegada. Pero de nada le valdrá. Lo mejor será que Ud. se porte bien mientras
lo lleva adentro para que no le “enseñe” su mal humor y le dé “cancha” para
que él desenvuelva sus actividades.
“Sabido es que ya a los dos meses empieza a manifestar su personalidad.
Comienza moviéndose como un gusano desde los pies a la cabeza y termina
en un partido de fútbol. El muy haragán, a los siete meses, ya está listo para
salir a tomar aire y sin embargo se queda dos meses más haciéndose la toilette
y engordando. Los verdaderos buenos hijos deberían ser esos que nacen a los
siete meses y libran a su mamá de dos meses de molestias.
“Por eso, cuanto más tiempo tarde, más estricto será el examen.
“Y ahora, entremos en materia.
“¿Qué es lo primero que debe saber? Tan pronto como saca la cabeza y
el cambio de temperatura le acaricia la epidermis, su hijo debe dar un grito
fuerte y valiente. Eso que las madres llaman llanto de recién nacido no es tal.
Es un grito vulgar y silvestre en la más completa aceptación de la palabra, Si
no grita ya sabe Ud. que se llevará unas buenas palmadas. Después, si es un
joven bien nacido, se pondrá a respirar prolijamente y Ud. podrá entonces
acariciar su cabecita tibia y blanda como el pecho de una torcaza.
“La mayor parte de los bebés suelen tener la sabiduría un poco oculta de
manera que hay que ir a buscarla con cuidado. Los examinadores deben ir a
investigar lo que él no muestra espontáneamente.
“Una vez que se le han dado los cinco minutos reglamentarios para que
se explaye a sus anchas lo acercaremos a la ventana para ver cómo se porta
ante la luz. Así lo hizo, hace 50 años el propio Preyer con su propio hijo. De
esa manera sabremos si es vidente o si es ciego. El tercer punto será el de ver
si el joven o la joven, sabe chupar. El chupar es un acto complejo que se
realiza por medios de los labios, la lengua y el paladar. Hay algunos
simuladores que saben “morder” pero no chupar. En ese caso le permitiremos
que Ud. le dé algunas pequeñas lecciones hasta que llegue La Vascongada.
“Cuarto punto. Con un alfiler de gancho le rasparemos – eso sí,
suavemente – la planta del pie para ver cómo mueve los dedos. Veremos si los
mueve hacia el techo o hacia el suelo, si mueve el dedo gordo solo o si hace un
abanico con los otros cuatro. Lo grave sería que no moviera ninguno.
“Después señora, le daremos un pequeño susto. Colocándolo desnudito
sobre la cama daremos un golpe en el colchón, a cierta distancia de la cabeza,
para que no nos vea y ¿sabe Ud. lo que debe hacer en ese momento? Pues
nada menos que levantar un brazo como lo hacían los gladiadores en el circo
Romano.
“La prueba más difícil será la del trapecio. Su hijo debe saber colgarse con
sus propias manos y no soltar la barra ni a palos.
“Este primer examen está a punto de terminar. La mesa examinadora se
reserva el derecho de ponerle un poco de mostaza en la nariz para comprobar
si sabe estornudar o no. No se aflija porque no le hará mal. Su hijo siente, ve,
huele, y gusta, además, aunque no parezca, pero si Ud. toca un timbre en ese
momento permanece impertérrito. La culpa de esa sordera la tiene Ud. que le
ha hecho entrar líquido por la nariz durante el encierro. Hasta que no salga el
líquido no podrá oír.
“El examen ha terminado señora.
“Ahora bien; cuando haya cumplido los cuatro meses, deberá saber ya
una infinidad de cosa nuevas y, lo que es más importante aún, deberá haberse
olvidado de algunas de esas pruebas, como la del trapecio, por ejemplo, por
ser peligrosa. Si él no ha cambiado esas costumbres por otras más juiciosas
aunque haya aprobado el primer examen, quedará aplazado en el segundo y
empezará a ser un niño “retardado”. Conque, ¡ojo con su hijo! Hágalo vigilar.
Por la Dra. Carolina Tobar García.”
En el Nº 4 de esta misma revista, “La mujer y el Niño”, ya había
publicado otro artículo con el título “¡Ocupémonos de los Niños
Retardados!”, en el cual, con lenguaje sencillo explica a las lectoras cuándo
se considera que un niño es retardado para finalizar diciendo:
“Cuando se haya formado la conciencia de la necesidad de clases
diferenciales, el público las reclamara y sólo entonces su establecimiento será
definitivo. Mientras tanto un funcionario podrá crearlas y el siguiente podrá
suprimirlas de una plumada, como ha ocurrido ya dos veces en la Capital.”
En este párrafo final es evidente que no pudo con su genio al encerrar en
él una advertencia y una denuncia sobre dos intentos infructuosos.
Y en el Nº 5, también había aparecido otro trabajo titulado “No enseñe a
su hijo a racionalizar”. En él está presente, una vez más, la maestra que
siempre llevó en su interior. Explica con sencillez y claridad. Esta vez lo hace
tomando un ejemplo que todavía hoy, aplican algunas madres:
“Señora:
“Cuando su niño se cae y Ud. castiga al piso donde él cayó, procede con
la misma lógica de los que defienden a Mussolini atacando a Inglaterra, es
decir, con perfecta paralógica, o sea una lógica desviada.
“El querer conformar al pequeño de esa manera, castigando al piso o a la
mesa o los objetos donde puede hacerse daño al iniciar sus primeros pasos es
hacerle creer que ellos tienen la culpa, lo cual significa, consolarlo con una
mentira.” “(...)” “Con respecto al desarrollo del juicio... ¡que se las arregle solo!
A lo sumo se instituyen los consejos, en la época en que el niño es ya
permeable para los consejos pero antes de ese período suele procederse como
hemos visto al principio cuando no se recurre a elementos de peor categoría. Y
así, sin querer y sin saber, se siembra el germen de la falacia, lo cual es un
atentado contra la función más elevada del espíritu humano. Los psicoanalistas
llaman “racionalización” a ese proceso mediante el cual se hace una inferencia
falsa, a veces inconsciente y a veces no, como el de achacar al piso la causa
de la caída. Hay muchas formas de “racionalización” semejantes a está que se
deben tener en cuenta para no fomentarlas”
Luego de otros ejemplos, finaliza previniendo:
“La “racionalización” del niño pude ser inofensiva, pero la del adulto es
capaz, por sí sola, de llevar a la inadaptación social”.
En todos los números de esa revista, debajo del sumario firmado por “LA
DIRECCIÓN” hay una aclaración:
““LA MUJER Y EL NIÑO” cuenta con un cuerpo de médicos consultores
que revisan y redactan todos los concejos que damos en estas páginas”. La
revista se editaba en un edificio de la calle Alberti Nº 38, y en el Nº 36 del
mismo edificio funcionaba “El Primer Hospital de Niños Particular”. Ese
espacio, aunque destinado a otras actividades, aún existe. La casa del número
36 consta de dos plantas y 16 habitaciones, lo que permite suponer que los
dieciséis médicos y un kinesiólogo que integraban el cuerpo médico cada uno
tenía su consultorio propio; que eran ellos los que revisaban las notas y que,
como en el caso de la Doctora, también las redactaban.
En el número 6 de la mencionada revista, se publica un aviso a toda
página con los nombres, especialidad y currículum de cada uno.
Se haría muy extenso mencionarlos a todos, pero sí lo haré con el Dr.
Florencio Escardó por la estrecha relación amistosa-profesional que mantuvo
con la Doctora durante muchos años. En ese Hospital estaba a cargo de la
CLÍNICA INFANTIL Y PUERICULTURA, juntamente con los doctores Arnaldo
y Luis Rascovsky. Para este tiempo el Dr. Escardó era médico del Hospital de
Niños. Se había recibido el mismo año que la Doctora, quien en este “Primer
Hospital de Niños Particular” estaba a cargo del consultorio de Reeducación y
Psicopedagogía. Debajo del nombre de la Doctora figuraba el siguiente
currículum:
“Médica del Hospicio de las Mercedes, del Cuerpo Médico Escolar y de la
Liga de Higiene Mental. Jefe de trabajos prácticos de la Cátedra de Clínica
Psiquiátrica del Profesor Bosch.”
Conocíamos hasta aquí las actividades de la Doctora como médico y
docente y hemos visto que ello le había significado el nombramiento en el
Cuerpo Médico Escolar (1934), pero nada había comentado sobre los otros
cargos que ya para esa fecha desempeñaba. Se hace entonces necesario una
explicación.
El Profesor Gonzalo Bosch era ya para ese tiempo un médico de
destacada trayectoria en el ámbito médico de nuestro país y del extranjero.
Había nacido en Buenos Aires en el año 1885 y se había recibido de médico en
la Facultad de Ciencias Médicas de esta ciudad.
No podía entonces, pasar inadvertida a su “ojo clínico” la personalidad de
la Doctora Carolina Tobar García y fue así como la designó: “Jefe de trabajos
prácticos en su Cátedra de Clínica Psiquiátrica en la Facultad de Buenos Aires,
cargo en el cual la Doctora se desempeñó hasta 1941, aproximadamente;
Médica del Hospicio de las Mercedes donde el Doctor Bosch era Director
desde 1930 y Médica de la “Liga Argentina de Higiene Mental” de la cual
también era Presidente desde su fundación en 1929.
Por respeto al eminente humanista debo aclarar que de su extenso y
extraordinario currículum aparecido en el Nº 24 de la revista “Infancia y
Juventud” del tercer trimestre de 1942 editada por el Patronato de Menores, he
tomado solamente las partes de su actuación que se relacionan con las
actividades desarrolladas por la Dr. Carolina Tobar García.
Si sumamos a esos cargos que la Doctora Carolina Tobar García
desempeñaba ya en 1935, la intensa actividad desplegada como docente y
médica en el Concejo Nacional de Educación; la publicación de su libro y de
sus trabajos, ya podemos comenzar a preguntarnos qué tiempo le quedaba
para sí misma. Sin embargo no permanecía ausente de los espectáculos
públicos cuando se trataba de escuchar un concierto o de apreciar una obra
teatral de jerarquía o una buena película. Su amplia cultura iba mucho más allá
de la proporcionada por su especialidad. Todo despertaba su afán de saber y
su curiosidad. Estos rasgos peculiares que le conocimos ya desde su infancia
la acompañaron toda la vida. Y los libros también.
Para ese tiempo la Dra. Carolina Tobar García, si bien no era una
extraordinaria belleza era en cambio una atrayente mujer de 36 años. Sencilla y
prolija en el vestir. No usaba cosméticos ni lápiz labial. A lo sumo, al igual que
la mayoría de las mujeres de ese tiempo, llevaba en su cartera para
recomponer su rostro, una petaca de polvo “Coty”, apenas rosado, con su
correspondiente cisne. El lápiz labial lo usaban solamente “las audaces”. De
rimel y rizador de pestañas, ¡ni hablar! en esos años. Pero eso sí, usaba
anteojos levemente oscuros que, por coquetería mal disimulada, se quitaba al
momento del alguna fotografía.
SUS DOMICILIOS. SUS COSTUMBRES
Cuando la Doctora Carolina Tobar García llegó de los Estados Unidos sus
amigas, Berta Elena Vidal de Battini y Delfina Varela Domínguez de Ghioldi, la
estaban esperando en el puerto de Buenos Aires. Las tres se dirigieron al
nuevo domicilio que, siguiendo las indicaciones de la Doctora, ellas ya le
habían reservado. Se trataba de dos habitaciones en una pensión de la calle
Callao, a pocas cuadras del Congreso. La Doctora comenzó así a concretar su
viejo anhelo de vivir en esa zona céntrica que tenía medios comunicación
directa para casi todos los puntos de la ciudad. Entre ellos el subterráneo con
el cual llegaba hasta la Plaza de Miserere y desde ahí seguía el viaje en tren
hasta Ramos Mejía, nueva sede del Colegio Ward.
Si bien la ubicación era más cómoda que su primer domicilio en la calle
Lerma, la Doctora aspiraba a vivir en forma más independiente. Visitaba todos
los edificios de los alrededores en cuyas puertas veía un letrero que anunciaba
el alquiler de un departamento. Era usual en ese tiempo que los propios
dueños, llamados “rentistas” porque vivían con el producto de los alquileres,
hicieran colocar esos letreros en las puertas de sus propiedades.
Personalmente o por medios de sus administradores efectuaban el contrato de
locación, previo pago de “mes adelantado”, únicamente. Fue así como en la
calle Castelli 19, 4 to. piso, departamento “H”, halló el que momentáneamente,
colmaba sus aspiraciones. Constaba de cuatro habitaciones, dos de ellas con
balcón a la calle. Tuvo entonces comodidad suficiente para recibir a su madre
quien comenzó a venir acompañada de alguna nieta.
La Doctora pidió a la “Unión Telefónica” que le colocaran teléfono y a los
pocos días estuvo satisfecho su pedido.
También esto era usual en esos tiempos.
Sus múltiples actividades no le permitieron continuar atendiendo en el
Hospital Privado para Niños.
Para ese tiempo su hermano menor, Gilberto de los Ángeles, resolvió
estudiar Medicina. Esta decisión le produjo una enorme alegría a la Doctora.
Alegría que se disipó cuando luego de tres años, su hermano abandonó los
estudios y le dijo que regresaba a Quines para dedicarse a la política. Respetó
su decisión sin emitir opinión tal como le habría agradado que don Teodosio
respetara la suya cuando le dijo que ella quería estudiar medicina. La Doctora
sentía un rechazo visceral por las cadenas, de cualquier tipo que fueran. Pese
a que además la compañía de su hermano Gilberto de los Ángeles, que para
ese entonces tenía alrededor de veintiséis años, le resultaba muy grata por el
carácter alegre que él tenía, disimuló su decepción y, sin cuestionamiento de
ninguna índole lo dejó marchar.
De nuevo quedó acompañada solamente por sus libros, afanes y
emprendimientos.
Vencido el contrato de Castelli 19 volvió a mudarse. Esta vez alquiló el
primer piso de un edificio de la calle Victoria 2105. Tenía ¡ seis habitaciones! y
dependencias de servicio. ¡Tal como en su casa de Quines!
Entonces sí, vio su sueño totalmente realizado. De ahí en adelante sí
podría recibir a sus padres, o a sus hermanos o a sus sobrinos y brindarles
comodidades similares a las que tenían en su casa natal. Destinó una
habitación para sus escritorio-biblioteca, otra para su dormitorio y la más
grande para comedor. Las otras tres las iría armando como dormitorios. En esa
forma, el pariente que quisiera hacerlo podría vivir con ella sin que ni uno ni
otro perdiera su libertad de acción. Felicísima con su nueva vivienda de
inmediato pidió a la Unión Telefónica el traslado de su teléfono y, al día
siguiente de haberlo hecho se lo conectaron. Continuó con el mismo número
que le había asignado en el departamento de la calle Castelli: Pasco 48-2221.
Las comodidades de este nuevo departamento indujeron a doña
Raimunda a viajar con dos de sus nietas. Habían terminado la escuela primaria
y quería que ingresaran a la secundaria. La Doctora se ocupó de inscribirlas.
Eran atendidas por la mucama, pero cuando las actividades se lo permitían ella
misma les daba el último toque de prolijidad haciéndoles el moño del delantal
blanco y peinándolas. No fueron pocas las veces que las acompañó hasta la
puerta de la escuela. Una de las sobrinas no se adaptó a la vida ciudadana y
sin terminar el secundario regresó a Quines.
También un día llego su sobrino. El pequeño nieto preferido de don
Teodosio ya había cumplido dieciocho años. Lo habían enviado sus abuelos
para que la tía le observara la garganta. Debieron operarlo. La Doctora se
ocupó de que lo hiciera un especialista amigo de ella. Enseguida se repuso
pero igualmente se quedó en su casa cerca de un mes. La mucama, por las
tardes, lo llevaba al cine o a recorrer la ciudad. El sobrino se sentía muy
importante porque cuando llegaba alguien a la casa preguntando por la tía, la
mucama lo presentaba dando su nombre con el agregado: “...es sobrino de la
Doctora...”
Así me lo ha contado él mismo que actualmente tiene 79 años y vive en
Quines con su señora. Más adelante veremos que no ha sido esta la única vez,
ni él el único pariente que se alojó en el piso que la Doctora ocupó hasta el final
de sus días en la calle Victoria (actualmente Hipólito Yrigoyen) 2105.
Este movimiento familiar que se producía en su casa era muy del agrado
de la Doctora. Solía organizar sus cosas de manera tal que podía brindarles
afecto y comodidades sin que ello significara postergar o interrumpir sus
actividades.
Los domingos, día franco de la sirvienta, por las mañanas antes de
concurrir al Hospicio de las Mercedes para atender a los internados, llegaba
hasta el Hogar Santa Rosa con la sobrina que estuviera viviendo con ella y la
dejaba para que alternara con las internadas. Luego del almuerzo pasaba a
buscarla y la levaba a pasear por los lagos de Palermo y el Rosedal. Les
completaba el día en la Confitería de El Molino, donde tomaban un té con
masitas.
Por lo general, en el resto de los días, el único momento que disponía
para descansar un rato y disfrutar del ambiente familiar, era la hora de la cena.
Comía frugalmente escuchando las novedades escolares que les transmitían
sus sobrinas o los variados comentarios de algún otro pariente. Enseguida se
retiraba para continuar trabajando o estudiando encerrada entre las cuatro
paredes de su escritorio-biblioteca. ¡Quién sabe hasta qué hora!
Muchas veces al despertar se halló sentada frente al escritorio, con las
manos apoyadas sobre las hojas de trabajo. Unas manchas de tinta señalaban
el lugar donde la abandonada lapicera dejaba la marca delatora del invencible
sueño. Otras veces amanecía sentada en un sofá, con un libro sobre la falda
sostenido con las dos manos y un fuerte dolor en la nuca consecuencia del par
de horas dormida en incómoda posición.
Reiniciaba las actividades de cada día con optimismo, pero sin
apresuramiento. Su paso era inalterablemente lento. Posiblemente para evitar
que una brusquedad en su accionar interrumpiera el hilo de las ideas o
pensamientos. Como en una incubadora los guardaba dentro de sí hasta lograr
concretarlos. Por eso fue que nunca se le escuchó decir: “Voy a hacer”.
Cuando se presentaba el momento oportuno, directamente hacía.
TESTIMONIO DE SU PERSEVERANCIA
El mismo año de sus tres publicaciones en la revista “La Mujer y el Niño”,
la Inspección Médica Escolar, por intermedio de los talleres gráficos del
Consejo Nacional de Educación publicó un pequeño folleto de dos hojas.
La página primera dice:
CONSEJO NACIONAL DE EDUCACIÓN
INSPECCION MEDICA ESCOLAR
VI
NIÑOS NERVIOSOS
Y
RETARDADOS PEDAGOGICOS
(PARA PADRES Y MAESTROS)
por la
DRA. CAROLINA TOBAR GARCIA
Médica Adscripta
Talleres Gráficos del
Consejo N. de Educación
Buenos Aires – 1935
Las dos páginas interiores están divididas en cuatro partes tituladas:
“Nociones Preliminares”, “Causas del Retardo Escolar”; “Escolaridad e
Inescolaridad” y en la última con una interrogación “¿Por Qué Hacen Falta Las
Clases Especiales?”, va al fondo de la cuestión dando una serie de respuestas.
La claridad en su forma de explicar la hace comprensible para todo nivel
intelectual. En el centro de la página cuatro avisa, dirigiéndose:
“A los maestros:
“Si durante las clases o en los recreos Ud. observa en sus alumnos
alguna manifestación desarmónica en su conducta o en su aplicación envíelo al
Consultorio Psico-fisiológico.
Inspección Médica Escolar Callao 19...”
Ocho años más tarde, en la página 132 del número 3 de la “Revista de
Higiene y Medicina Escolares” correspondiente al cuatrimestre Enero-Abril,
editada por la Inspección Médica Escolar, Callao 19, Bs. Aires y cuya Comisión
Redactora está integrada por médicos, entre los cuales se cuenta también la
Doctora, aparece reproducido el mencionado trabajo. Para esta fecha la
Doctora era Directora de la “Escuela Primaria de Adaptación”. Pasarían varios
años más antes de llegar a la creación de las Escuelas Diferenciales.
NOCIONES PRELIMINARES
Un niño que repite el grado por segunda vez habiendo
concurrido con regularidad a clase, se considera empíricamente
como atrasado o retardado escolar.
Un atraso de 2 años para los menores de 9 y uno de 3 para los
mayores debe hacer sospechar la existencia de la debilidad
mental.
Niños nerviosos son los inestables, turbulentos, mentirosos.
peleadores, emotivos y todos los que no se adaptan a la disciplina
suave del aula.
Los tartamudos, dislálicos y tiñosos pueden ser enfermos que
necesiten atención especial.
CAUSAS DEL RETARDO ESCOLAR
La debilidad mental es una de las causas más comunes.
Esta no es una enfermedad propiamente dicha, sino una
condición, pero no
vergonzosa como creen muchos
equivocadamente.
Débil mental no quiere decir anormal.
En el seno de una familia perfectamente sana pude surgir un
niño que sea débil de inteligencia.
La debilidad
escolaridad.
mental
sin
complicaciones
no
impide
la
Un débil mental pude llegar hasta tercer grado, repitiendo
muchas veces.
Las vegetaciones adenoideas pueden producir dureza de oído
y por ende atraso escolar.
La debilidad física y la mala nutrición producen estados
nerviosos o asténicos que se traducen en retardo escolar.
La irritabilidad constitucional y la inestabilidad psicomotora
impiden también la marcha regular del aprendizaje, por falta de
adaptación a la escuela.
Todo niño atrasado, por cualquier causa que sea, debe ser
sometido a un examen médico-pedagógico.
Interior del folleto del Consejo Nacional de Educación.
–3–
ESCOLARIDAD E INESCOLARIDAD
La escolaridad de un niño depende de su aptitud para
adaptarse a la mente escolar y responder a los requerimientos del
aula.
Hay niños inescolarizables por su temperamento aunque
tengan capacidad suficiente para aprender.
Inescolarizable no quiere decir ineducable.
Los epilépticos por ejemplo, son generalmente inescolarizables
y sin embargo pueden aprender.
¿POR QUE HACEN FALTA LAS CLASES ESPECIALES?
Porque muchos niños inescolarizables en la escuela común
son perfectamente escolarizables en las clases especiales.
Porque, tratándose de los retardados, no se puede hablar de un
nivel mental que permita colocarlos en un grado junto con niños
normales.
Porque la falta de armonía de su desarrollo intelectual se
traduce por la una en el aprendizaje que no puede subsanar la
marcha ordinaria de un grado.
Porque al no poder nivelarse se produce el estancamiento en el
mismo grado repitiéndolo varias veces.
Porque la humillación que sufren al compararse con los
compañeros que obtienen “suficiente” y las fracasos repetidos los
entorpecen más.
Porque los niños retardados dificultan la marcha armónica del
grado y perjudican a los niños sanos.
Las clases lentas – sea cual sea el sistema que se
adopte - aliviarán la situación desventajosa de los atrasados
escolares.
Los
padres
y
los
maestros
deberían
estudiar
concienzudamente el problema para contribuir a la mejor selección
de los alumnos.
Interior del folleto del Consejo Nacional de Educación.
A los maestros:
Si durante las clases o en los recreos Vd.
Observa en sus alumnos alguna manifestación
desarmónica en su conducta o en su
aplicación envíelo al Consultorio Psicofisiológico.
INSPECCIÓN MÉDICA ESCOLAR
CALLAO19
C. N. de E. –T. Gráficos 1935. – Exp. 8084|D|935. T. 10.000
Contratapa del folleto del Consejo Nacional de Educación
PRIMER CONGRESO DE EDUCADORES
El obelisco, recordatorio del cuarto centenario de la primera fundación de
Buenos Aires ya lucía en el centro de la Plaza de la República. Lo que había
sido el blanco de la bromas porteñas mientras lo estaban erigiendo pasó a ser
el blanco del orgullo porteño a partir del sábado 23 de mayo de 1936 en que el
presidente Agustín P. Justo cortó las cintas que impedían acercarse y tocarlo.
Tocarlo y quererlo fue todo uno. Era como tocar el símbolo de un progreso que
no se detenía en su avance, no sólo en el aspecto físico de la ciudad sino
también en el terreno científico-cultural que hacía ya tiempo no era exclusivo de
los hombres.
Ese mismo año se realizó en la Provincia de San Luis el “Primer
Congreso de Educadores”. La Doctora asistió junto con sus amigas
puntanas, Berta Elena Vidal de Battini y Delfina Domínguez Varela de Ghioldi.
Y también con una nueva amistad porteña: Marta A. Salotti.
Al finalizar el Congreso, la Doctora invitó a las tres a pasar el fin de
semana en Quines.
A comienzos del año siguiente, la Doctora Carolina Tobar García fue
ascendida a Médica Inspectora Auxiliar 4ta.
Las Doctoras en Filosofía y Letras, Berta Elena Vidal de Battini y Delfina
Domínguez Varela de Ghioldi descollaban como escritoras. Berta Elena
presentó sus poemarios referidos al folklore de su tierra natal “Agua Serrana”;
“Tierra Puntana” y “Campo y Soledad”. Y Delfina, también ya había
publicado en 1930, “El Momento Pedagógico Actual” y “Alejandro Korn.
Sus Ensayos Filosóficos”.
UN NUEVO LIBRO
Como un regalo del cielo, el 25 de diciembre de 1873, en el pueblo de
Atiles, La Rioja, nació Rosario Vera Peñaloza.
Esta ilustre educadora ya había ejercido la dirección de varias escuelas
del país, cuando fue designada por el Consejo Nacional de Educación para
organizar el Normal Nº 9 “Domingo Faustino Sarmiento” creado en 1914. Entre
los profesores que fue necesario nombrar fue designado para dictar Geografía
el abogado Carlos M. Biedma, quien ya tenía una reconocida y extraordinaria
trayectoria como profesor de esa materia, cartógrafo y museólogo, en nuestro
país y en Europa.
(Lamento tener que reducir la obra de este MAESTRO a su breve paso
por el Normal Nº 9.)
Rosario Vera Peñaloza formó el primer curso de ese año con una división
completa que para ese fin fue trasladada del Normal 1 al recientemente creado.
En esa primera división se hallaba una jovencita que, por su contracción al
estudio, no escapó al ojo avizor de Rosario Vera Peñaloza, quien a partir de
entonces tendió sobre la misma un estimulante velo afectivo que mantuvo
hasta el final de sus días.
Martha Alcira Salotti, tal el nombre de esa alumna, se contó entre la
primera promoción de maestras recibidas en el Normal Nº 9.
Por su parte, el doctor Carlos M. Biedma, un año después creó la
“Escuela Argentina Modelo” y nombró para su organización a Rosario Vera
Peñaloza. Ésta a su vez, designó como maestra jardinera a su dilecta discípula
cuya contracción al estudio también había observado el Dr. Biedma, entusiasta
difusor de la “escuela activa”.
Comenzando 1929, por un generoso legado que dejara en su testamento
el señor Félix Fernando Bernasconi, abrió sus puerta por primera vez el
Instituto que lleva su nombre. Meses después, por iniciativa y legado de los
bienes culturales de Rosario Vera Peñaloza, se creó en el mismo Instituto el
“Primer Museo Argentino para la Escuela Primaria” constituyéndose así el inicio
del Complejo Museológico Geográfico y de Ciencias Naturales, ampliado
posteriormente y existente en el Instituto hasta hoy (1994).
Martha Salotti se convirtió entonces en eficaz colaboradora de tamaña
empresa, ad honorem.
Maestra y discípula contaban para este tiempo, cincuenta y seis y treinta
años, respectivamente.
Paralelamente con esta nueva actividad, Martha Salotti se desempeñaba
como vicedirectora en una escuela de esta Capital, dependiente del Consejo
Nacional de Educación.
Fue entonces cuando conoció a la Dra. Carolina Tobar García.
Y la Doctora, por lógica consecuencia, conoció a Rosario Vera Peñaloza.
Nació así entre las tres una perdurable amistad.
La Doctora Carolina Tobar García y Martha Alcira Salotti, enroladas en
una misma casa, el mejoramiento de las enseñanzas primarias, emprendieron
en la Escuela Herrera Vegas... Mejor veamos cómo narra este hecho la Dra.
Carolina Tobar García en su libro “Higiene Mental del Escolar”, pág. 44:
“Durante cuatro años hemos seguido con Martha Salotti, a un grupo de
niñas desde tercero hasta sexto grado. Realizamos su estudio por medio de la
psicometría y por otros recursos psicológicos aún más fecundos. Por un
método original que nos permite explorar la afectividad a través de la lengua
oral obtuvimos un rico material de estudio. De ese trabajo hicimos una
publicación con el propósito de aprovechar sus conclusiones para la enseñanza
de la composición.”
La publicación a que se refiere la Doctora en ese párrafo es el libro:
ENSEÑANZA
DE
Martha A. Salotti
LA
Carolina Tobar García
LENGUA
Contribución Experimental
editado por Kapelusz en 1938 y del cual, veintidós años después, en
1960, la misma editorial presentó la quinta edición.
Las tantas ediciones nos dicen de su éxito, Rosario Vera Peñaloza en el
prólogo del mismo nos habla de su contenido y de lago más... mucho más...
Veamos algunos párrafos:
“Dentro de nuestra vida educacional, se siente un batir de alas. Es
alentador comprobarlo cuando se tiene la convicción de que esto debía ocurrir,
puesto que nunca hemos marchado a la deriva, en las manifestaciones del
progreso.
“Hace tiempo que, incorporados al movimiento renovador de la
enseñanza, buscamos nuestra ruta. Y esta vez, los pilotos planean tan alto
que, con ese hondo sentimiento patriótico que hace anhelar, para nosotros, la
superación en todo perfeccionamiento, batimos palmas por la magna hazaña y
por la plenitud del triunfo; como que es único y de valor indiscutible el trabajo
que ofrecen en este libro, Martha Salotti y Carolina Tobar García.
“La Enseñanza de la Lengua”, por su valor didáctico, así como por sus
fundamentos lingüísticos y psicológicos que han dado base a este trabajo,
señala un acontecimiento educacional digno de ser celebrado.
“Contribución experimental agregan ellas al título del libro, para explicar
su origen. Porque, en verdad, ha surgido como el torrente, de la entraña misma
de la naturaleza; ha sido el niño quien lo ha sugerido, al mostrar, en toda su
magnificencia, su personalidad, con un sentir puro y fresco, vertido desde lo
íntimo de su ser, por el virtuoso poder de una hábil maestra que supo la carga
afectiva de vivencias que cada niño lleva en sí, para que se volcase en lengua
oral; en forma tan clara, móvil, rica y variada, que conmueve y casi diría apoca,
al considerar tanto trabajo gastado en llevar a su espíritu nuestras propias
ideas y en amoldar, ese pensamiento trasuntado, a las normas a que se ajusta
la lengua literaria, sin ver que dentro llevaba la fuente propia y que bastaba
realizar un inteligente cateo, para que brotase pura y fresca.
“(...)” “Explicable y justo ha sido, entonces, el febril empeño con que estas
dos maestras se han entregado al trabajo de explotar el filón descubierto;
primero mediante trabajos experimentación con diversos grupos de niños; y
luego, buscando fundamentos lógicos y psíquicos para formar el cuerpo de
doctrina.
“(...)” “No se trata, por tanto, de una improvisación, sino de un trabajo serio
y meditado que lleva en sí todos los elementos que lo hacen ponderable; la
observación, la experimentación, y los fundamentos doctrinarios y científicos.
“Por estos procedimientos, las autoras han legado a conclusiones que
modifican sustancialmente el proceso seguido hasta ahora en la enseñanza de
la lengua y muestran una ruta originalísima de cuyos maravillosos resultados
presentan pruebas fehacientes, dentro de la didáctica, con numerosas
experiencias.
“Todo lo cual hace que este libro sea digno de figurar entre los más
completos de la Pedagogía moderna, además de ser único en su género por la
orientación que da a la materia que trata.
“Bienvenido sea; por los niños y por la patria de origen” “(...)”
Rosario Vera Peñaloza
Buenos Aires, 19 de enero de 1938
Como hemos podido leer, en las líneas precedentes, Rosario Vera
Peñaloza, con la autoridad y el entusiasmo propio de quien ya cargaba sobre
sus hombros una vasta y noble entrega total a la educación, nos habla del
contenido del libro y de las autoras. Y es por demás significativa la bienvenida
que le da al mismo, al decir: “...por los niños y por la patria de origen.”
No es éste un prólogo dictado por una cumplida muestra de afecto hacia
las autoras. Lo escribe porque en ese libro ve que el niño es valorado en su
calidad de tal. No está considerado un mero bulto que ocupa un banco. El
entusiasmo que brota de esas líneas se debe a que “La Enseñanza de la
Lengua” además de su valor didáctico encierra amor hacia los que ella también
amaba y por quienes tanto se preocupaba: los niños. Surge de esas líneas su
inocultable ternura hacia ellos.
Ternura que también sienten las autoras y que se evidencian en el
Capítulo VI “Didáctica”, pág. 95, cuando expresan:
“...Declaramos con satisfacción que las composiciones de todos los
alumnos, no las de unos pocos, son originales, frescas y bellas. Ninguna es
desechable, a pesar de que algunos de estos autores deliciosos son alumnos
mediocres, que repetirán tercer grado.”
Resistiendo la tentación de transcribir algunas de las numerosas
composiciones que las autoras presentan como ejemplos, realizadas por los
niños y niñas, me limitaré a expresar mis conclusiones sobre el contenido del
libro.
Parto para ello de la declaración de las autoras en la página 33:
“...Nuestro material consta de cuatro mil composiciones.”
Sólo el amor que Martha Salotti y la Dra. Carolina Tobar García sentían
por los niños, podía darles la fuerza necesaria para llevar a cabo ese
exhaustivo estudio que realizan sobre cada composición.
Y es digno de rescatar también la maravillosa conjunción que se produce
en la “Enseñanza de la Lengua” al hallar unidos los nombres de tres Maestras
que se formaron bajo la figura tutelar del gran Maestro sanjuanino: don
Domingo Faustino Sarmiento.
Tres maestras que como madres amaron y comprendieron a los niños
pero que, por extraña paradoja, ninguna tuvo un hijo propio. ¿Casualidad? No.
Más bien, causalidad. Sus corazones eran tan grandes que necesitaban de
muchos, de todos los niños, para sentirse plenos.
EL HOGAR “SANTA ROSA”
Con la sola mención de ese Hogar que mucho tiene que ver con la
biografía de la Doctora Carolina Tobar García, siento el corazón oprimido por
los recuerdos que acuden a mi mente.
En general se conoce al Hogar “Santa Rosa” por la transcendencia que le
dieron los diarios a los violentos desórdenes que provocó un grupo de
menores, cansadas del mal trato que en él recibían. Fue así como a partir, de
más o menos los años 1949/50, se difundió la impresión de que el Hogar era
una cárcel de menores contraventoras y agresivas.
Considero entonces conveniente, antes de relatar que función desempeñó
la Doctora en el Hogar “Santa Rosa”, aclara qué era y cómo se desenvolvía la
vida de las menores en ese Hogar en tanto dependió del Patronato de
Menores, organismo cuya disolución resolvieron las autoridades surgidas de la
revolución del 4 de junio de 1943. Para ello transcribiré la nota publicada por el
diario “La Nación” el día de su inauguración, es decir, el jueves 29 de diciembre
de 1938, siendo Presidente de la Nación el doctor Roberto M. Ortiz:
“Será inaugurado hoy un hogar para niñas
organizado con un nuevo criterio.”
“Hoy a las diez, en Belgrano 2670 y con asistencia del Presidente de la
Nación, del Cardenal primado, del Ministro de Justicia e Instrucción Pública y
de otras personalidades especialmente invitadas, se llevará a cabo la
inauguración del Hogar Santa Rosa, dependiente del Patronato de Menores.
“Es éste el primer establecimiento en su género que se organiza en el país
y tendrá por finalidad esencial la de observar, estudiar y hacer la clasificación
médico-psicológica de las menores mujeres comprendidas en la ley 10.903,
para proceder así eficazmente a su reeducación. En consecuencia no será una
casa de permanencia sino de paso, durante el cual el personal todo, desde la
directora, el médico, el sacerdote, la psiquiatra, las maestras, las profesoras de
talleres, etc., secundadas por las investigadoras encargadas de realizar las
informaciones de vida, costumbres y ambiente de las menores, contribuirán con
sus observaciones al mejor éxito de las finalidades perseguidas. El criterio
moderno que aconseja el estudio de la personalidad del niño para poder
aplicarle la terapéutica apropiada y encauzarlo de acuerdo con cu carácter y sin
cuya colaboración los jueces se verían incapacitados para tomar las
determinaciones que cada caso requiere, ha inspirado esta obra, que ha sido
llevada a efecto por el actual Presidente del Patronato de Menores, Dr. Carlos
Arenaza, quien organizó hace veinte años la Alcaidía de Menores.
“Del Hogar Santa Rosa, una vez clasificadas las menores, pasarán
siempre bajo la tutela del Patronato, a los establecimiento de educación
definitiva, adecuados a sus características.
“El importante edificio en el cual ha sido instalado, es el que ocupó la Obra
del Cardenal Ferrari y ha sido adaptado por el arquitecto Arturo Ochoa, de
acuerdo con las sugestiones de las autoridades del Patronato. Tiene capacidad
para 140 menores de ocho a dieciocho años. Consta de cuatro pisos. En la
planta baja se encuentra el comedor, los consultorios médico-odontológicos,
aulas y talleres. Los ambientes luminosos contribuyen a dar una atmósfera de
alegría, sobre todo el amplio comedor de veinte metros de largo, decorados
con motivos adecuados a la edad de las menores, con diez paneles ejecutados
por las señoritas Nydia Velazco y María Rocche. En el primer piso han sido
ubicados la capilla, los dormitorios y las aulas para las más pequeñas, que se
trata de mantener aisladas de las mayores. El segundo piso con amplísimos
dormitorios es el de las mayores y en el tercero están distribuidas las
habitaciones del personal y una sección donde las egresadas tendrán un hogar
hasta que encuentre una orientación en la vida.”
En “La Nación” del día siguiente hay una foto del momento de la
inauguración. Está presente el Presidente de la República acompañado de su
esposa: el Dr. Coll, Ministro de Justicia e Instrucción Pública y otras
personalidades, tomada en el momento en que hacía uso de la palabra el Dr.
Carlos Arenaza.
Ya hemos visto hasta aquí que el Hogar Santa Rosa no nació de una
improvisación. Pero, para tener una idea más clara aún de cuáles fueron esos
fines y cómo se cumplieron durante siete años, transcribiré algunos párrafos
extractados del trabajo presentado por la Doctora Carolina Tobar García, en el
número XXIII, año 1942, de la Revista “Infancia y Juventud”, del Patronato de
Menores bajo el título:
HOGAR “SANTA ROSA”
CASA DE OBSERVACIÓN Y DE CLASIFICACIÓN
“(...)” “...cada niña permanece internada un período de tiempo más o
menos breve que en la práctica suele extenderse a veces hasta un año; este
lapso, fundamentalmente determinado por la finalidad específica del
establecimiento, se prolonga en los casos en que es necesario mejorar el
estado físico o morigerar los defectos de comportamiento cuando tienen su
origen en alteraciones funcionales que es posible normalizar o cuando
obedecen a las condiciones favorables del ambiente en que la menor ha vivido.
“El Hogar “Santa Rosa” es pues una clínica de observación donde al
mismo tiempo se combaten con tratamientos adecuados las “deficiencias” a
que acabamos de referirnos, anulando o contrarrestando las causas que las
provocan. De una manera directa actúan en este sentido: la higiene en la
alimentación, en el trabajo y en el descanso, el método de la gimnasia, la
atención médica y odontológica, todo lo cual mejora notablemente el estado
general y abona el terreno para la obra educativa.
“(...)” “Las actividades sujetas a las diversas disciplinas en el aula, en la
clase de canto, de gimnasia, en el taller de manualidades, así como la
actuación francamente espontánea de las niñas en las vida cotidiana del hogar,
en especial en los momentos de recreo y en el juego, proporcionan al
observador directo, maestras, profesoras de taller, celadoras, serenas, etc.,
datos de sumo interés para caracterizar las manifestaciones de la esfera
afectiva, caracterización a la que se llega, por cierto, con un criterio de síntesis.
“(...)” “El objeto del estudio es determinar las aptitudes y disposiciones de cada
menor para disponer su educación en determinadas condiciones o su
reeducación. Las instituciones especializadas para reeducación están por
hacerse todavía.
“Este estudio obliga a penetrar en la base misma de la personalidad a
pesar de que ésta se encuentre en plena evolución.”
Todo lo expuesto anteriormente no quedó impreso solamente en letras
como un mero proyecto. Fue llevado inmediatamente a la práctica. Para
explicar cómo agregaré también unos párrafos tomados de su libro:
“Higiene Mental de Escolar” editado por “El Ateneo” en 1945 que es
a la vez la reproducción de su Tesis Doctoral:
“(...)” “Para cumplir con la finalidad antes expuesta, el Hogar tiene un
Gabinete-Psicopedagógico cuya dirección me fue encomendada desde la
inauguración del establecimiento. Para realizar el trabajo completo cuento con
una ayudante técnica, (Srta. Olimpia Romero Villanueva), especializada en
Higiene Mental y dos investigadoras encargadas de efectuar la encuesta
social.”
“(...)” “Mi labor en el Hogar “Santa Rosa” es parcial, se reduce al estudio
psíquico y social y a la orientación de cada menor. Las conclusiones a que
arriba el Gabinete son sometidas a las autoridades, (Patronato, Defensores o
Jueces a cuya disposición está inscripta la menor). Éstas resuelven en última
instancia.”
Conocemos ya, por medios de los trabajos escritos de la Doctora Carolina
Tobar García y el artículo publicado en el diario “La Nación” los fines para los
cuales había sido creado el Hogar “San Rosa”.
Dada la triste fama que por sucesos posteriores a la disolución del
Patronato de Menores cubrió a lo que había sido colegio-piloto y objeto de
interés por parte de autoridades de países extranjeros, los lectores se estarán
preguntando hasta qué punto esos objetivos se cumplieron. Para clarificar
dudas en tal sentido, bueno sería conocer la opinión de alguna ex-internada.
Dije al comienzo de este capítulo, que con sólo haber escrito título sentí el
corazón oprimidos por los recuerdos. ¡Cómo no había de ser así si fue en el
Hogar “Santa Rosa” donde conocí a la Doctora!
Sin entrar en los detalles, para no extenderme demasiado, diré que según
lo expuso mi padre ingresé al Hogar por rebelde. Si mi rebeldía era o no
justificada, no es motivo que importe en esta biografía.1
En esta ocasión me limitaré a exponer, someramente, mis observaciones
efectuadas durante el año y medio que estuve en él, en calidad de internada.
Eran las diez de la noche del domingo 21 de junio de 1942 cuando a los
diecisiete años traspuse por primera vez las puertas del H. “Santa Rosa”.
Llegué conducida por mi padre y un amigo de él que tenía un cargo en el
Patronato de Menores. Mi ingreso había sido anunciado por ese señor, Cabrera
Domínguez, con bastante anticipación. Debido a lo avanzado de la hora y por
problemas personales la Directora se había retirado. En la Dirección,
esperando nuestra llegada, estaba la Doctora Carolina Tobar García.
En ese primer encuentro, la observé como imagino mirará a su verdugo un
condenado a muerte. Con tono severo preguntó a mis ocasionales
acompañantes el porqué de tanta demora. Me resultó evidente que no había
quedado conforme con las excusas y disculpas presentadas por el amigo de mi
padre. De inmediato, dirigiéndome a mí, con agradable sonrisa me preguntó:
-¿Estas contenta de estar aquí?
Pese a su tono afable pensé que me estaba haciendo una broma. Le
contesté con sequedad:
-Y si no estoy contenta ¿me puedo ir?
Pasó por alto mi insolente respuesta y les dijo a los otros dos:
-La respuesta es por demás contundente.
Me sorprendió que no me retara. Desde ese momento me resulto
simpática.
Al día siguiente, junto con mis compañeras, desayuné en un inmenso
comedor con dibujos pintados en las paredes y mesas redondas cubiertas con
manteles a cuadros verdes y blancos.
Alrededor de cada mesa podíamos cómodamente ubicarnos seis a siete
chicas. Éramos un total aproximado de ciento veinte a ciento treinta
teóricamente divididas en tres grupos: el de las “chiquitas” comprendía a las
niñas de seis a diez años, el de las “medianas” a las que tenían de once a
quince años y el resto éramos las “grandes”. Luego del desayuno, acompañada
de una celadora fui a ropería donde me dieron un delantal blanco, ropa interior
y sábanas porque a partir de esa noche compartiría el dormitorio con otras
chicas de mi edad. Me asignaron un número, 113, para identificar la que en
adelante sería “mi ropa”. A las diez de la mañana, cuando llegó el médico
clínico que concurría todos los días a la misma hora, una compañera, ayudante
de enfermería, me llevó al consultorio en el cual además del doctor estaba una
enfermera. Fui sometida a una exhaustiva revisación. El resultado de la misma
pasó a una ficha. De ahí, al consultorio odontológico. Otra ficha. Y esa misma
tarde, tuve la primera entrevista con la Asistente Social ayudante de la Doctora,
señorita Olimpia Villanueva. La señorita Olimpia, a quien también recuerdo con
cariño, luego de dos sesiones en las cuales me sometió a una serie de
preguntas y de presentarme algunos problemas aritméticos que solucioné
1
“Detrás del mostrador”, Delia Fontán Fernández, novela autobiográfica, edit.G.E.L. 1992
perfectamente, llenó otra ficha y me derivó a la Doctora. Recordando lo
impertinente que había estado con ella el día de mi ingreso, sentí algo así
como un poco de vergüenza de volver a verla, pero no tenía la forma de eludir
el encuentro. La tarde y a la hora que me indicaron, estaba esperándola en la
puerta de su gabinete cuando la vi venir por el largo corredor caminando con
paso lento. Al acercarse me sonrió. Pareció no recordar mi impertinencia. Ya
frente a frente, escritorio de por medio, me pidió que le contara toda mi vida,
desde el nacimiento. Le respondí que en un día solo no iba a poder hacerlo. Me
dijo que concurriría todas las veces que fuera necesario hasta terminar. Le
pregunté si acaso mi padre no se la había contado. Sí, tenían su versión, pero
ella quería conocer la mía. Superando mi asombro, porque me parecía mentira
que alguien se interesara por lo que yo pudiera contar, comencé a hablar. Y le
conté todo lo que sucedía en mi casa. La atención con que me escuchaba me
inspiró confianza. Al terminó de mi confesión que duró varias sesiones largas,
la Doctora me dijo que no me daría consejos y ahí nomás, algo disfrazados, me
los dio, Fue la primera vez que alguien ocupó su tiempo escuchándome. Como
resultado de mi confesión fueron citados todos los parientes y no parientes que
estuvieron enredados en mis andanzas. Así pudo la Doctora comprobar que yo
no había faltado a la verdad, pero me dijo que, pese a mis razones no podía
dejarme ir, porque estaba bajo el Juez de Menores. Con sus explicaciones me
convenció de que para mí era más conveniente pasar un tiempo en el Hogar y,
a la vez, me aclaró la confusión que yo tenía en mi mente. A partir de entonces,
1942, la quise y la admiré. Cariño y admiración sentían también hacia ella mis
compañeras quienes al verla llegar se acercaban, la rodeaban y la atosigaban
con preguntas. Nunca tuvo un gesto de fastidio hacia ninguna ni eludió dar
respuestas esbozando siempre una leve sonrisa que interpretábamos como de
afecto, sentimiento del cual carecíamos la mayor parte de las internadas. La
recuerdo vestida siempre con un trajecito sencillo o con un tapado, ambos de
color negro. Ahora sé que para esos años, la Doctora había perdido a su
hermano, y a su madre. La fotografía más difundida de la Doctora corresponde
a esa etapa de su vida. Es la misma foto que está en su carnet de Médica
Inspectora de Sanidad Escolar. Todo en ella era sencillo: su vestir, su andar y
su vocabulario. Quizá por eso su personalidad se adentraba en cada una de
nosotras. Estoy muy segura de que todas las chicas que fueron atendidas por
ella en el Hogar “Santa Rosa”, conservan al igual que yo un grato recuerdo
indeleble. Lamentablemente, los sucesos ocurridos cuando ya la Doctora había
renunciado, dieron tanta mala fama al Hogar que han preferido ocultar u olvidar
esa etapa de sus vidas. Es así como, a nivel público, sólo se conocen del
Hogar los escándalos acaecidos cuando dejó de cumplir con los fines para los
cuales había sido creado. Por mi parte nunca oculté mi paso por el Hogar, pero
siempre aclaré que fue en el tiempo en que perteneció al Patronato de
Menores. Sentía que callarlo sería una ingratitud de mi parte, hacia la Doctora,
y hacia todo el personal que, en ese tiempo, se esforzaba al máximo para
hacernos placentero ese hospedaje obligado y gratuito. Las celadoras
mantenían la disciplina sin necesidad de rigor. Eran respetadas porque a su
vez ellas nos respetaban. Desde luego que a veces se rompía la armonía
reinante por alguna reyerta suscitada entre las menores grandes, pero
debemos admitir que esto sucede también en las mejores familias. El
conglomerado, demás de numeroso, era de lo más heterogéneo. Los casos de
indisciplina se resolvían aislando en un cuarto, existente al efecto, a las
causantes del mismo. Ello les resultaba pesado por lo aburrido, entonces
pedían disculpas a la celadora de turno para volver a reincorporarse a sus
tareas habituales. Nunca se aplicaron malos tratos. Nunca, durante esos años,
se produjeron rebeliones aisladas o masivas en contra de las autoridades del
Hogar. Al contrario, cuando las veíamos correr las instalaciones, íbamos a su
encuentro. El Presidente del Patronato de Menores, doctor Carlos Arenaza,
solía venir a visitarnos y al acercarnos a saludarlo siempre nos preguntaba si
estábamos contentas y si nos gustaban las comidas, que por cierto eran muy
sabrosas, pese a las grandes cantidades que debían prepararse. El Hogar era
realmente un Hogar. Mucho más podría extenderme en el relato de esta grata
experiencia vivida, pero concluiré diciendo que gracias a mi pasado por el
Hogar “Santa Rosa” pude comprender que no sólo yo, sino todos, en una forma
u otra, atravesamos en la vida por momentos duros y difíciles. También pude
entender en el Hogar, que la comprensión y la solidaridad con los puntales
necesarios para sobrellevarlos sin resentimientos.
Puedo testimoniar todo lo expuesto probando mi paso por el Hogar “Santa
Rosa”, para lo cual transcribiré el resultado del estudio que me hizo la Dra.
Carolina Tobar García y que figura en mi legajo:
PATRONATO NACIONAL DE MENORES
Expediente Ministerio de Justicia e Instrucción Pública 06472/944.
Patronato Nacional de Menores 756/F/942
“Delia Fontan. Ingresó el 21/6/42. Egresó el 24/12/43
Motivos de corrección de disciplina.
Durante su permanencia en el establecimiento se llegó al convencimiento
de que la referida menor es capaz y responsable de sus actos, con un
discernimiento bien desarrollado, habiéndose observado una discreta
adaptación.”
Ingresé a los diecisiete años y siete meses. Egresé ya cumplidos los
diecinueve. Permanecí en él un año y medio.
Por eso es que yo sé también que el Hogar “Santa Rosa” dejó de ser lo
que era a partir de 1945, año en que cesó su dependencia del Patronato
Nacional de Menores.
La Doctora Carolina Tobar García prefirió renunciar antes que adaptarse a
un cambio en su sistema de trabajo, que tenía por miras la observación,
orientación y trato humanote las menores internadas en él y como única arma
su comprensión. Lo hizo con fecha 4 de septiembre de 1945.
En su Tesis “La Higiene Mental del Escolar” la Doctora manifiesta haber
realizado estudios en el Hogar “Santa Rosa” sobre 600 menores. (Por ser
casas de observación tenía capacidad rotativa para 130.) Habiendo presentado
la Tesis en 1944 pude fácilmente comprobarse que desde 1938 a esa fecha
resulta un promedio de cien menores estudiadas anualmente. (Es de hacer
notar que para ese tiempo no se disponía de computadoras.) Como ejemplos
del resultado de esos estudios, en la mencionada Tesis plantea seis casos.
Sin detallar lo expuesto me referiré a unos de ellos por ser el que me ha
dado una prueba más de que no sólo tomaba nota de lo que la menor contaba
en su Gabinete sino de todo lo que con ella se relacionara dentro del Hogar. El
extenso relato parte desde el nacimiento de la menor hasta el momento en que
ingresó al Hogar. Agrega también en este caso la declaración tomada a una
persona que nada tenía que ver con la niña, pero que por casualidad la había
conocido años atrás y que por otra casualidad volvió a verla en el Hogar.
Transcribo esa parte:
“Observación 18 a – Exp. 117/L/942 de la menor D. H. de 13 años de
edad.”
“... Por si esto no fuera suficiente, otra persona que concurre a esta casa,
a visitar a otra pupila, también ha suministrado datos ilustrativos sobre el
ambiente que estoy comentando. Se trata de la señorita G., que visita a la
menor D. F. Afirma que una tía suya tenía hace pocos años una pensión para
artistas, donde vivía la señora L., que en aquel entonces trabajaba como
“bataclana”. D. H. tenía en esa época cinco años y habiendo enfermado la
señora L., la dueña de la pensión se ocupó temporariamente de la menor.”
La mencionada G., era novia de mi hermano y las iniciales D. F. me
corresponden. A la menor mencionada no la recuerdo porque por la edad se
integraba al grupo de las “medianas” y yo al de las “grandes”. Son coincidentes
la fecha, las iniciales y la actividad de la tía de G. La señorita G., años después
se casó con el mayor de mis hermanos.
También me ha resultado sorprendente el secreto en que se mantenían
las investigaciones sobre cada menor, pues yo me he enterado de las
declaraciones de mi cuñada sólo ahora a través de la lectura de la Tesis de la
Doctora Carolina Tobar García.
Tan sorprendentemente ha sido para mí como quizá lo sería para la
Doctora si pudiera enterarse de que, al cabo de medio siglo (1942 – 1993),
hallé las iniciales de mi nombre en su Tesis o libro “La Higiene Mental del
Escolar”, en un caso que era totalmente ajeno al mío.
Termino este capítulo, en el cual he reseñado los loables principios por los
cuales fue creado el Hogar “Santa Rosa” y la obra realizada en él por la
Doctora Carolina Tobar García agregando solamente: Yo fui testigo.
DOS HERMANOS
La Doctora Carolina Tobar García, como acostumbraba a hacerlo, fue
también ese fin de año a pasar las fiestas con su familia en Quines. Los
sobrinos la esperaban ansiosos. Sabían que llagaría con los mejores regalos
para los más pequeños, entre los que se contaban los dos de su hermano
Ricardo, una nena de siete años, y un varón de cinco.
Al ajetreo que provocaba la numerosa familia reunida se sumaba la
llegada de los vecinos con sus presentes, para agradecer al hermano menor
sus oportunas intervenciones en colaboración con el médico de la zona.
Gilberto, ya que de él se trata, si bien había abandonado sus estudios en tercer
año tenía nociones de medicina y solía, a pedido del médico de Quines,
acompañarlo cuando en algún domicilio era requerida su presencia.
Además, como viajaba seguido a visitar a su hermana, cuando regresaba
lo hacía llevando tónicos, jarabes, aspirinas que después repartía entre quienes
lo necesitaran, sin pedir retribución alguna. Ayudaba a don Teodosio en las
tares de Puesto Tobar, pero fundamentalmente había entrado de lleno en la
política. Era radical. Tenía ya treinta y un años. En esas reuniones familiares se
lucía por su carácter alegre y las ocurrencias que mucho divertían a todos.
Principalmente a la Doctora que veía en él al primer niño que acunaron sus
brazos. La Doctora era diez años mayor que Gilberto.
Ricardo tenía treinta y seis años y ya hacía diez que estaba
desempeñándose como maestro en Realicó (La Pampa), donde a la vez había
constituido su familia. Ese año, la Doctora le aconsejó que se radicara en
Buenos Aires. Ella hablaría con Rosario Vera Peñaloza interesándola para que
lo propusiera en cuanto se produjera una vacante de maestro en el Instituto
Bernasconi.
Enterada doña Raimunda del proyecto de sus hijos les dijo que en la
novena de San Antonio le pediría que Ricardo obtuviera ese puesto. Él estaría
mejor y ella no tendría que continuar viajando a la Pampa para verlo. Viajaría
solamente a Buenos Aires y podría estar con ambos a la vez.
La vacante se produjo. Ricardo renunció a la escuela de Realicó el
veintinueve de septiembre de 1939 y el treinta de ese mismo mes y año asumió
como maestro en el Instituto Bernasconi.
La Doctora lo alojó en su departamento junto con la mujer y los dos hijos.
A la niña, que presentaba signos de extrema debilidad, la tuvo bajo su directa
atención durante largo tiempo. Finalmente se repuso.
La Doctora no disponía de tiempo para tomar clases de conducción de
automóviles. Estimuló su cuñada para que aprendiera. De inmediato compró
uno y la mujer de Ricardo se ocupó entonces de trasladarla de un punto a otro.
Ricardo por su parte, aconsejado por la Doctora que vio en él su afición
por la Historia, se inscribió en el Profesorado Secundario. Rosario Vera
Peñaloza le asignó un espacio en el Instituto Bernasconi, para que estudiara en
las horas libres.
Transcurrido más o menos un año y medio Ricardo se mudó a una casa
en Ramos Mejía. La Doctora, momentáneamente, volvió a quedar sola con sus
libros y la sirvienta. Reinició sus traslados en transportes públicos y el auto
quedó por muchos años descansando en un garaje. Finalmente lo vendió.
MÁS TRABAJOS. UN NUEVO LIBRO
Las opiniones sobre la Doctora Carolina Tobar García que he recogido de
personas que la han conocido, sean éstas parientes, amigos y no tan amigos,
porque también los tuvo, son coincidentes en un aspecto: era persona de
pocas palabras. No iniciaba conversaciones triviales ni participaba en ellas. Los
temas de su preferencia, cuando no se trataban de su especialidad, eran los
referidos a la música en general, o a la pintura o a la literatura. Diariamente, a
la hora que podía, leía “La Nación” y “La Vanguardia” cuando ésta no estaba
suspendida por censura gubernamental. Le agradaba concurrir al teatro,
excepción hecha del “teatro de revistas” tan en boga en esos años, pero
disponía de muy poco tiempo para esos “recreos”. Su felicidad se centraba en
el trabajo. Reservaba su locuacidad para con aquellos que, como ella, sintieran
la misma preocupación: los niños y sus problemas.
Para dar una idea aproximada de su constancia y dedicación en ese
aspecto reproduciré algunos párrafos tomados de su libro o Tesis: “Higiene
Mental del Escolar”, ya mencionado anteriormente. Dicen el capítulo primero,
“Nociones Previas”, página 35:
“Casos individuales y estudios de conjunto constituyen el acervo material
de este trabajo que sobrepasa el número de cinco mil fichas coleccionadas
entre las instituciones que voy a utilizar: el Cuerpo Médico Escolar del Consejo
Nacional de Educación, (4.400 fichas); el Hogar “Santa Rosa” (600) y el
Consultorio de Niños de la “Liga Argentina de Higiene Mental”.” “(...)” “A lo largo
de estas páginas se tratará de mostrar la variedad de síndromes que se
encuentran en la psiquiatría escolar.”
Y en la pág. 42:
“En primer lugar he tratado de establecer la correlación real entre la edad
civil y el “grado”. Para ello levanté un censo en el Consejo Escolar III, donde se
inscribieron más de once mil niños en el año 1939.”
En las páginas 198/99 agrega:
“La segunda investigación se realizó al año siguiente (1940). Hice un
censo en las veinticinco escuelas del distrito. Sobre once mil setecientos
ochenta y cuatro alumnos de 1º a 6º grado encontré que 1.418 debían repetir el
grado y 6.052 estaban atrasados en uno o más años. (...). “Parecería inexacto
que hubiera niños con seis y siete años de atraso...” “(...)” “Y sin embargo los
hay.”
De las páginas 179/80 extracté los párrafos que nos hablan de su lucha y
perseverancia para lograr la creación de escuelas diferenciales:
“Todos admiten que segregar al retardado es beneficiar al normal,
sacando de la escuela común esa rémora que a veces impide el desarrollo de
las clases, pero como nunca se ha hecho en el país, las personas que han
propiciado la creación de clases especiales tropezaron siempre con serias
resistencias. Estas resistencias se deben a la falta de organización en los
métodos empleados para la selección de alumnos o a motivos sentimentales
derivados de la falta de preparación del ambiente para las mismas.
“Esto último ha sido mi preocupación desde el año 1933 en que empecé el
trabajo de investigación en el seno mismo de las escuelas para pulsar el
ambiente, conocer la opinión de los maestros y estudiar las necesidades reales
de la Capital, con el propósito definido de llegar al establecimiento de una
“escuela especial autónoma”.
Podemos observar entonces que sus estudios comenzaron a poco de
regresar de Estados Unidos de Norte América. Ya veremos más adelante
cuantos años necesitó para ver concretado el fruto de su esfuerzo y dedicación.
Por de pronto ya sabemos que en 1940 su lucha continuaba. Ya habían
transcurrido siete años.
La mención en su libro o Tesis, “La Higiene Mental del Escolar” de sus
dos amigas, Berta E. de Battini y Martha Salotti, interesadas como ella en la
realización de esos estudios, sumadas a la de otras colaboradoras que
trabajaron bajo su directiva y del concurso de la Dra. Delia Guiñazú, del Dr.
Lanari y del Cuerpo Médico Escolar, nos dan muestras de su forma de trabajar
en equipo y de su reconocimiento hacia ellos. Nos dan muestra de su
humildad. Humildad que desaparece cuando fustiga a quienes nada hacen por
mejorar el sistema educativo en el terreno en que ella lo plantea.
Por otra parte, además de su dedicación en esos aspectos, siempre
hallaba tiempo para ampliar sus conocimientos. En abril de 1939, luego de
obtenido el título de Médico Psiquiatra se inscribió en el curso de Médico
Legista.
En aquel mismo año fue designada Jefe de Trabajo Prácticos; (honorario),
en la Facultad de Medicina, del Curso Libre Completo de Clínica Psiquiátrica a
cargo del Dr. Bosch. No olvidemos que también estaba a cargo del Gabinete
Psicológico del Hogar “Santa Rosa”, que era médica del Hospicio de las
Mercedes, de la Liga Argentina de Higiene Mental y desde luego, continuaba
siéndolo del Consejo Nacional de Educación.
Su capacidad de trabajo era sorprendente. Como si todo ello no fuera
suficiente, ese mismo año presentó:
TEMAS DE PSIQUIATRÍA ESCOLAR
Sobre el concepto psicológico de “Retardado Pedagógico”
editado por
Buenos Aires
Sebastián de Amorrortu e hijos
Ayacucho 774
1939
cuyas 49 páginas están divididas en cuatro capítulos. Los títulos nos dan una
idea de su contenido: “Antecedentes de la cuestión”; “Nuevo planteo del
problema”, “Anormalidad o variedad” y “El “retardado pedagógico”.”
En el número 15 de la revista “Infancia y Juventud” correspondiente al trimestre
abril – mayo de 1940, se publican dos trabajos suyos titulados:
I) “Cociente evolutivo Psíquico normal en la edad escolar.
Cociente evolutivo Psíquico de nuestros niños. Tests mentales”.
II) “El neurosismo infantil. Porvenir de los niños nerviosos.
Instituciones para anormales en nuestro país.”
Meses después, la Sociedad de Puericultura de Buenos Aires, organizó el
“Primer Congreso Nacional de Puericultura” que se llevó a cabo del 7 al 11 de
octubre de 1940. En este Congreso, para el II tema a tratar “Desarrollo
Psíquico del Escolar Argentino” presentó dos trabajos. Uno de ellos es el ya
mencionado Nº 1. El otro no es sólo obra suya. Se titula:
“El Síndrome de Perversidad en la Infancia”
y debajo del título están los nombres de las autoras:
Por las Doctoras
Carolina Tobar García y Sixta Elira Guiñazú y
la Visitadora de higiene Mental Srta. Valentina Marquiani
En ese Primer Congreso Nacional de Puericultura también presentó un
trabajo su amiga la Doctora Telma Reca de Acosta: “Desarrollo psíquico
infantil. Cociente evolutivo de la 1ª y 2ª infancia, edad pre-escolar.
Investigación realizada sobre 140 niños de 1ª infancia y 409 de 2ª
infancia.”
Salta a la vista que el punto de unión de la Doctora Carolina Tobar García
con la Dra. Telma Reca era la preocupación de ambas acerca del mismo tema:
los niños.
Para terminar con la reseña de los trabajos que la Doctora Carolina Tobar
García realizó en esos años, diré que en 1941 la Liga Argentina de Higiene
Mental encuadernó bajo el título:
AFECTIVIDAD
una
“Síntesis de las Conferencias del Curso de Higiene Mental”
CÁTEDRA DE PSICOPATOLOGÍA INFANTIL
Doctora CAROLINA TOBAR GARCÍA
TELEGRAMA
La alegría de ese domingo al mediodía se empañó por la tarde cuando la
madre de la Doctora dijo sentir un malestar estomacal.
Doña Raimunda había venido a Buenos Aires para pasar unos días con
sus hijos y nietos. Ricardo, que ya vivía en Ramos Mejía, había concurrido a la
casa de su hermana, junto con su mujer y los dos hijos. La mesa familiar se vio
rodeada por ellos, por la Doctora y una sobrina de entre catorce y quince años
que estaba a su cuidado en tanto cursaba estudios secundarios. Doña
Raimunda, planea de satisfacción, presidía el almuerzo ubicada en la cabecera
de la gran mesa rectangular. Estaba previsto que al día siguiente emprendería
el regreso a Quines. La Doctora la atendió sin hallar signos de gravedad en el
imprevisto malestar de su madre. Atribuyó los síntomas a los nervios
producidos por el cercano viaje en tren. Solía sucederle. Para que descansara
más tranquila, Ricardo decidió retirarse con su familia.
El lunes por la mañana la Doctora concurrió a atender sus obligaciones
como de costumbre. Su madre había descansado bien, aunque mostraba
algunos signos de nerviosidad.
Cerca de las seis de la tarde, la Doctora se hallaba en el Hogar “Santa
Rosa”, conversando con la Directora en la dirección cuando se produjo un
llamado telefónico. Era para ella. Se alarmó. Su familia tenía orden de no hacer
llamados salvo que se tratara de algo urgente. Atendió.
La Directora escuchó a la Doctora preguntar alarmada:
-¿Qué decís?
Y enseguida:
-Salgo para allá.
Pero no pudo hacerlo inmediatamente. Se desplomó sobre el mismo sillón
en que había estada sentada antes del llamado.
Como pudo le explicó a la Directora que la sobrina la había llamado para
decirle que acababan de recibir un telegrama de Quines donde decía que
habían dado muerte a su hermano Gilberto.
Varias veces se pregunto en voz alta: “¿qué habrá sucedido?, ¿qué habrá
sucedido para que mataran a mi hermano?”
Al llegar a la casa halló a doña Raimunda quien, con la voz entrecortada
por los sollozos no cesaba de repetir: “San Antonio me avisó... ese dolor de
ayer fue un aviso... sí, fue un aviso...”
Esa misma noche, la Doctora partió para Quines junto con su madre y
Ricardo.
La Doctora, quien por la mañana no había tenido tiempo de leer La
Nación, luego de calmar el llanto de su madre había buscado en el diario la
página de las noticias provinciales. En el recorte que llevaba en su cartera
decía:
“La Nación. Lunes 6 de octubre de 1941
El Comisario de Quines dio muerte de un balazo al Diputado Tobar García”.
“El hecho ocurrió en aquella localidad en momentos
en que se realizaba una carrera.”
“San Luis, octubre 5. Informaciones recibidas en la Jefatura de Policía de
esta ciudad hicieron saber que, en la localidad de Quines se produjo esta tarde
un grave suceso de carácter sangriento a raíz del cual resultó muerto el
diputado provincial Gilberto Tobar García.
“A pesar de lo escueto de la información telegráfica enviada a la
superioridad por la policía de Quines y de la distancia que separa esta Capital
de esa población se pudo conocer esta noche a raíz de un segundo despacho
recibido en la Jefatura, que el grave suceso ocurrió en las afueras del citado
pueblo y al promediar la tarde.
“Según esas noticias el hecho se originó durante la realización de unas
carreras cuadreras en las que se hallaban presentes, además del diputado
Tobar García, el comisario de Quines, señor Sosa Reboira y otras personas.
“Referencias, hasta esta noche incompletas, por carecer Quines de
servicio telefónico y por las lógicas reservas policiales, aseguran que mientras
se realizaba una de las pruebas hípicas de referencia, se suscitó entre el
diputado provincial Tobar García y el comisario Sosa Reboira una violenta
discusión.
“En el transcurso de la disputa, que fue presenciada por muchas
personas, los señores Tobar García y Sosa Reboira se cambiaron duros
epítetos y pasaron a vías de hecho. En tal circunstancia, el comisario Sosa
Reboira, completamente exasperado extrajo el revólver de la repartición y
disparó dos balazos contra el diputado provincial quien fue alcanzado por uno
de los proyectiles y se desplomó herido de muerte.
“Horas después de conocerse en esta Capital la noticia del suceso, el
Juez de Crimen doctor Arias, acompañado del fiscal, se dirigió en automóvil a
la localidad de Quines a fin de iniciar la instrucción del sumario y adoptar las
medidas judiciales del caso.”
Al día siguiente, martes, en un auto alquilado llegaron a Quines. Faltaban
unas pocas horas para proceder al entierro. Las calles estaban vacías. La
muerte de Gilberto había golpeado a todos los vecinos. El pueblo se había
reunido en las inmediaciones de la casa. Los vecinos al reconocerlos
silenciosamente se hacían a un costado para que el auto pudiera avanzar. Ya
en la puerta de la casa descendieron sin serles detenido el paso por ninguno
de los que estaban ahí. Sabían todos que primero debían saludar a don
Teodosio, luego a sus hijos y por último a los que no tenían ningún parentesco.
Doña Raimunda no pudo contener el llanto al abrazar a su marido y a sus otros
hijos. La Doctora estaba pendiente de que no se descompusiera por el dolor de
esa pérdida.
A ella, nadie la vio llorar.
Dos días después, junto con Ricardo regresó a Buenos Aires.
La Doctora, ya sola, se encerró en su biblioteca. Sobre el escritorio
estaban sin tocar los diarios de los días que había estado ausente.
A la mañana siguiente, la sirvienta la halló dormida en el sillón. Apoyadas
sobre su falda, las dos manos sostenían un ejemplar del diario La Nación.
Abierto, doblado en una de sus páginas interiores, humedecida por las
silenciosas lágrimas había leído:
“La Nación, martes 7 de octubre de 1941”
“Realizóse el sepelio de los restos del Diputado Provincial
Gilberto Tobar García.”
“San Luis, octubre 6. En la localidad de Quines fueron inhumados los
restos del diputado provincial Gilberto Tobar García, muerto, como informamos,
de un balazo por el comisario de policía de aquella localidad Saturnino Sosa
Reboira. En el acto del sepelio estuvo presente una delegación de legisladores
designada por la presidencia de la Cámara de Diputados haciendo uso de la
palabra el diputado Pedro Moyano.
“El diputado Tobar García había sido electo por el departamento de
Ayacucho en marzo último y gozaba de generales simpatías en aquella zona,
especialmente en Quines, lugar de su nacimiento.
“En cuanto se refiere al comisario Sosa Reboira se halla detenido en la
comisaría de San Francisco, cabecera del departamento de Ayacucho.”
La leve presión de la mano de la sirvienta sobre su hombro la trajo a la
realidad. Y la asumió. Ya no volvería a ver a su hermano menor. Su vida se
había tronchado cuando sólo le faltaban seis días para cumplir treinta y tres
años. Guardó en su alma el recuerdo de su hermano Gilberto y reanudó la
tarea diaria.
En diciembre de ese mismo año obtuvo el título de Médico Legista.
Veintiún años después, otro cinco de octubre, partió ella al encuentro de
Gilberto.
ESCUELA DE ADAPTACIÓN
Es sabido que el dolor más grande que una madre puede sentir es la
perdida de un hijo. Doña Raimunda tenía para ese tiempo setenta y nueve
años. A partir de ese día, su fuerte contextura física comenzó a declinar.
Don Teodosio, que siempre había sido un hombre de pocas palabras
parecía que había perdido el habla totalmente. Tenía setenta y cuatro años.
Ambos, de pronto, se sintieron viejos.
Pero aún así, no pudieron ocultar su satisfacción cuando a comienzos del
año siguiente llegaron a Quines la Doctora y su hermano Ricardo, con dos
buenas noticias: él se había recibido de Profesor y ella le había conseguido un
puesto como tal en el Colegio Ward.
Pasaron unos días procurando distraerlos. No fueron muchos. Las
ocupaciones en Buenos Aires reclamaban a la Doctora. A Ricardo, su mujer y
los dos hijos.
En marzo de ese año, 1942, Ricardo inició su tarea en el Ward como
Profesor Secundario. Y la Doctora presentó su renuncia que fue aceptada en
mayo. Habían transcurrido veintiún años desde al día de su ingreso. En su
sentimiento ello le significó algo así como dejar su propia casa. Pero debía
hacerlo. Ahora era su hermano Ricardo quien se habría camino como años
atrás lo había hecho ella y lo mejor era dejarlo solo en ese mismo lugar. Libre
de su influencia para que descollara por sus propios méritos. La Doctora sabía
que los tenía.
Haber dejado el Colegio Ward no significó que la Doctora Carolina Tobar
García dedicara más horas a su descanso. Ella estaba empeñada en lograr su
anhelo: la creación de las escuelas diferenciales.
Veamos cómo lo cuenta su libro “La Higiene Mental del Escolar”, página
201:
“(...)” “Fundamentada con los resultados de mi estudio la necesidad de
una escuela especial para resolver las necesidades de esos niños examinados,
en forma completa, continué las gestiones para conseguirla, contando con el
apoyo de las autoridades del Consejo Escolar 3º, que me alentaron en todo
momento hasta que en la fecha indicada al comienzo de este capítulo, se creó
la Escuela Primaria de Adaptación, con carácter de autónoma.”
El capítulo al cual se refiere es el quinto, titulado:
“ESCUELA PRIMARIA DE ADAPTACIÓN – ANTECEDENTES –
CREACIÓN – PLAN DE ORGANIZACIÓN Y
PROYECTO DE REGLAMENTO”
y en el comienzo dice:
“En la sesión del 10 de julio de 1942 el H. Consejo Nacional de
Educación, presidido por el doctor Pedro Ledesma, creó la Escuela Primaria de
Adaptación y me encargó de su dirección provisional con el objeto de planear y
realizar su organización técnica.”
Continuando con lo expresado en la página 201 dice en la 202 del mismo
capítulo quinto:
“El acta de creación, al referirse al tipo de niños, se expresa en los
términos de “retardados mentales”, “retardados pedagógicos”, “niños
anómalos”, “niños que son motivo de indisciplina constante” que requieren no
sólo un establecimiento especial, sino también material especial, horario
especial, y maestros especializados. Encargó su organización al Vocal del
mismo cuerpo Profesor Don Próspero Alemandri y autorizó el funcionamiento
provisional de dicha escuela en el local de calle Caseros 1555, hasta tanto se
construya su edificio. El cambio de autoridades que se produjo poco después,
paralizó la obra hasta el día de hoy.”
Al decir “El cambio de autoridades...” se refiere al golpe militar del 4 de
junio de 1943. Y “...el día de hoy”, está referido a un año después (1944), fecha
en que presentó la Tesis.
Pese a la paralización señalada la Doctora no se contagió de ella y
continuó su lucha según lo expresa en el párrafo que sigue al anterior:
“Consecuente con el esfuerzo ya realizado, me he permitido elevar un
plan de organización y un proyecto de reglamento para encauzarla según lo
que considero más acertado. La base de dicho plan es la construcción del
edificio y la preparación técnica del personal”.
Y como una muestra más de que la Doctora Carolina Tobar García no
dejaba nada librado al azar, agrega una recomendación final, seguida de una
sugerencia:
“Por otra parte es necesario evitar el prejuicio de que la Escuela de
Adaptación es una correccional de puertas abiertas a un manicomio
disimulado. La designación de la escuela se usará solamente para indicar su
especialidad entre técnicos. Para el público y especialmente para los niños que
concurren a ella deberá llamarse con un número de orden o un nombre que no
indique su naturaleza. Sería apropiada la designación de escuela auxiliar
médico-pedagógica, escuela Binet, Seguín, por ejemplo, y si se quiere rendir
un homenaje a los que se han ocupado del problema en nuestro país, escuela
tipo Cabred.
“A continuación se halla el plan de organización y proyecto de
reglamento.”
No entraré en la consideración de los mismos por ser algo que escapa a
los fines de esta biografía.
Pero sí proseguiré mencionando los trabajos que nos señalan la intensa
actividad que desplegó también ese año.
En el número 24 de la revista “Infancia y Juventud” del trimestre julio,
agosto y setiembre de 1942, al dorso de una fotografía suya de esos años se
publica su currículum. En él dice que la Doctora participó ese mismo año en la
“Segunda Conferencia Nacional de la Infancia Abandonada y Delincuente”
presentando el tema: “Establecimientos para anormales psíquicos y deficientes
mentales”. También en el mes de octubre participó en la “Cuarta Conferencia
Nacional de Psicotecnia” reunida en la provincia de Santa Fe, con el trabajo “El
niño en la literatura y en la vida”.
Estos dos trabajos han sido registrados en las mencionadas conferencias,
pero por no poder hallar copias de los mismos, me limito a su sola mención.
En el número XXV, correspondiente al trimestre octubre-noviembre y
diciembre de la mencionada revista publica un trabajo que había presentado
como relato oficial en la “Segunda Conferencia Nacional de la Infancia
Abandonada y Delincuente”, realizada ese año, 1942, y titulado:
“Establecimientos para deficientes mentales y anormales psíquicos”.
Continuando con la línea que me he propuesto al encarar esta biografía,
trascribiré los párrafos que nos muestran una vez más su humildad en la
mención de personas que antes que ella se habían ocupado de los niños y
adolescentes y su valiente franqueza expresada sin ambages. Comienza
diciendo:
“Tengo que hablar de establecimientos para anormales. El tema es tan
enorme que apenas podré rozar los puntos que yo creo que son más
importantes en el momento actual. En cuanto a los que omita, tengo la ilusión
de que los presentes harán la caridad de perdonármelos en la discusión, por
cuanto quiero que está se haga solamente acerca de lo que es fundamental y
esté en el conocimiento de la mayoría de la asamblea.” “(...)”
“Debería hacer una síntesis histórica como acto de homenaje a los que se
han ocupado de esto en nuestro país y una relación existente en el orden
nacional, provincial y particular, comparando sistemas y procedimientos, pero
quiero dejar constancia expresa de que, sino lo hiciere o si no lo leyere, no será
por falta de respeto ni por ingratitud.”
Más adelante, luego de aclarar que el tema es muy extenso, dice:
“Haré un esfuerzo por sintetizar y si algunos de los presentes pudiera
aportar una síntesis mejor, después de la mía, hágalo con la absoluta
convicción de prestar un señalado servicio a esta asamblea.” “(...)” “A los fines
que se propone esta asamblea interesa presentar el problema en su conjunto
por lo que haré uso de algunas cifras. Veamos: de los dos mil quinientos
veinticinco niños examinados en el Cuerpo Médico Escolar desde 1934
hasta 1938 se han clasificado de la siguiente manera:...”
Terminada la explicación en la cual abundan las pruebas clasificatorias,
agrega:
“(...)” “Cualquiera que sea la situación, siempre se ha objetado el costo de
las mismas, diciendo que no se debe gastar en los anormales más que en los
normales. Este es el argumento favorito de los que no tienen el dolor de tener
un anormal en su casa o de atenderlo en una clínica de higiene mental. Es
claro que el anormal es caro si se juzga por el rendimiento directo, obtenido del
anormal mismo, pero no es así si se tiende la mirada al hogar atormentado que
lo alberga. Junto a todo niño anormal hay una familia sufriente. Gastar en él, no
es gastar por él solamente, sino por todos los afectados por su desarmonía o
invalidez.”
No resulta difícil comprobar en el contenido de esos párrafos que su
aspiración estaba impulsada por el sentimiento humanístico que anidaba en su
alma.
Finaliza su exposición en esa conferencia con cuatro conclusiones de las
cuales transcribiré las dos cuyos reclamos tienen destinatarios concretos:
“3º Parecería propio que fuera el Ministerio de Instrucción Publica, que es
el de Justicia al mismo tiempo, el encargado de realizar el estudio y
clasificación psicológica de los niños, para decidir sobre su destino en ciertos
casos individuales, enviándolos a establecimientos apropiados, pertenezcan o
no a dicho ministerio.”
“4º Es hora de crear el Profesorado para educadores de anormales
psíquicos y deficientes mentales, en pie de igualdad con el Profesorado para
educadores de ciegos y sordomudos, y esto corresponde al Ministerio de
Justicia e Instrucción Pública.”
Esa prédica constante y sin desmayos mantenida durante tanto tiempo
tuvo su primer fruto.
El 5 de octubre de 1942, fue inaugurada la primera “Escuela Primaria de
Adaptación”.
La Doctora Carolina Tobar García fue nombrada Directora.
Ese mismo día se cumplía en primer aniversario de la muerte de su
hermano Gilberto.
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EMILIO MITRE 1081 – CAPITAL
(Parque Chacabuco)
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1942 – 25 AÑOS – 1967
5 DE OCTUBRE
Fotocopia tomada del programa de festejos.
Homenaje al personal fundador.
PERSONAL FUNDADOR DE LA
ESCUELA DIFERENCIAL Nº 1
DIRECTORA:
Dra. Carolina Tobar García
SECRETARIA:
Srta. Valentina Marquiani
MAESTRAS:
Sra. Guillermina M. de Zavalla, Srta.
Anunciación Catalano, Srta. Bertha Perales,
Srta. Elena Picarel, Srta. Josefina Lobos
Domínguez y Srta. María Beile Erfehler.
AUXILIARES:
Srta. Marta Delponte, Srta. Rita del Carmen
Leiva, Srta. Ernestina Silva, Srta. Angélica
Blanco, Srta. Maria Elena Berasain y Srta.
Aída Molina.
PERSONAL ADMINISTRATIVO:
Srta. Ernestina Sclippa, Sra. María C. de
Ibarra, Sra. Soledad de Filgueira, Sra. Juana
Alba Gomez Bustillo, Sra. Juana L. de Rébora
Fotocopia tomada del programa de festejos.
Homenaje al personal fundador.
EL DÍA DE SAN ANTONIO
La Doctora Carolina Tobar García cuando se hizo cargo de la dirección de
la “Escuela Primaria de Adaptación” ya tenía elaborado su plan organizativo
para el mejor funcionamiento de la misma. Pese a ello, fue considerable el
aumento de su trabajo y de su responsabilidad. Esto determinó que postergara
la comunicación a su madre de la buena nueva. Y decidió decírselo cuando a
fin de año fuera a pasar unos días a Quines, como era su costumbre.
Doña Raimunda se alegró mucho con la noticia que le dio su hija, pero
sus ojos se mantuvieron tristes cuando le dijo que en la novena de ese año se
lo agradecería a San Antonio.
La Doctora halló a su madre muy decaída y a su padre preocupado por
ese decaimiento. Había transcurrido algo más de un año desde la muerte de
Gilberto y según le explicó su padre doña Raimunda no hallaba resignación. Su
vida se había convertido en una alternada y constante manifestación de
lágrimas y suspiros. Se negó a atenuar el luto riguroso que ya había cumplido
el tiempo determinado vaya uno a saber por quién. El caso era que continuaba
como el primer día: vestido, medias y zapatos negros. Y con el blanco pañuelo
de mano ribeteado con una línea negra estrujado en una mano.
La Doctora no se conformó con esa explicación que le había dado su
padre. Regresó a Buenos Aires con doña Raimunda rezongando. Insistía en
que no tenía nada y que con ese viaje perturbaba la labor de su hija.
Luego de exhaustivas revisaciones y análisis de todo tipo, los médicos
amigos de la Doctora confirmaron su presunción: cáncer.
Doña Raimunda quiso conocer el resultado de esos exámenes. Cuando la
Doctora se lo dijo, su madre con la mayor naturalidad le respondió:
-Es lo que me imaginaba.
Esta respuesta es lo único que ha trascendido de las conversaciones que
durante varias noches mantuvieron madre e hija.
Doña Raimunda regresó a Quines acompañada de la nieta, de unos
veinte años, que había viajado con ellas a Buenos Aires. Llevaba consigo
medicamentos que le había suministrado su hija para un mes de tratamiento.
A partir de entonces la Doctora mensualmente le enviaba una cantidad
similar, pero sabía que ellos solamente le procurarían un alivio. No curación.
En el mes de marzo la Doctora fue designada Jefe de Psicología en la
Cátedra interinamente a cargo del Dr. Bosch.
Y comenzó a trabajar sobre un nuevo tema que presentaría para su
publicación en la “Revista de Higiene y Medicina Escolares”.
Comenzó el mes de junio (1943) con acentuados y graves rumores sobre
la situación política en el país. Rumores que se vieron confirmados cuando el
día cuatro los militares se hicieron cargo del poder y le exigieron la renuncia al
Presidente Ramón S. Castillo, quien como vicepresidente había asumido para
completar el período presidencial dejado trunco por el doctor Roberto M. Ortiz.
Pese al maremoto de comentarios que, por ese motivo se suscitó en los
diarios y entre la gente, la Doctora no olvidó que ese mismo día comenzaba en
Talita la novena de San Antonio a la cual su madre asistía devota y
puntualmente todos los años. En esa oportunidad, su estado de salud le había
impedido hacerlo. Días después, la Doctora recibió un telegrama de su
hermano Teodosito comunicándole que doña Raimunda había sufrido una
complicación en su enfermedad. La Doctora viajó a Quines junto con sus
hermanos Ricardo y Héctor Manuel. Cuando llegaron la madre agonizaba.
Falleció horas después. Era el 13 de junio de 1943. En este día finalizaba la
novena. Por primera vez, doña Raimunda no pudo asistir. Todos los familiares
y vecinos amigos coincidieron en afirmar que se trataba de otro milagro del
Santo. Él le había asignado ese día como un premio a su devoción.
La Doctora pasó la noche al lado del féretro sumida en un profundo
silencio. El dolor de ese trance dio lugar a la evocación. Los recuerdos se
sucedieron en su mente, reproduciéndose en los más mínimos detalles. Doña
Raimunda había sido su primera maestra, Su madre jugando, le había
enseñado las primeras letras, los números, las figuras geométricas. Su madre
le había transmitido su amor al estudio. Su madre la había apoyado, la había
estimulado con su confianza. Su madre siempre la acompañaría, porque su
madre sería siempre para ella, “Mi única maestra”.
LA CONFERENCIA DE ESE AÑO
El cargo de Inspectora Médica que desempeñaba en el Cuerpo Médico
Escolar del Consejo Nacional de Educación le brindó, a la Doctora, la ocasión
de efectuar los censos ya mencionados para plantear la necesidad de crear
Escuelas Diferenciales y de preparar maestros para la atención de esos
alumnos, pero su sentido de observación fue aún más allá. Las frecuentes y
variadas solicitudes de licencia y de jubilaciones extraordinarias, presentadas
por parte del personal docente que ella, médica del Consejo Nacional de
Educación, debía resolver la impulsaron a clasificar los casos que se
presentaban, como así también las fallas y “vacíos” que contenía la ley que
regía para las mismas. Partiendo de su premisa: “Si un niño nervioso
contribuye a la desorganización de una clase, un maestro en iguales
condiciones la desorganiza por completo”, desarrolló el tema:
“INVALIDEZ PROFESIONAL DEL MAESTRO. SU PROFILAXIS”
Este trabajo se publicó en el Nº 4 de la “Revista de Higiene y Medicina
Escolar” correspondiente al cuatrimestre mayo – agosto 1943, editada por la
Inspección Médica Escolar, en Callao 19, de cuya Comisión Redactora la
Doctora formaba parte.
Meses después integró como vocal la Comisión Organizadora de la 1ª
Conferencia Argentina de la Asociación de Ayuda y Orientación al
Inválido cuya sesión inaugural se llevó a cabo el 12 de octubre de 1943, en el
salón de Actos del H. Consejo Deliberante. En la sesión del día 15 dio lectura al
mismo tema.
Para conocer en parte la preocupación que, como médico psiquiatra y
legista, sentía por la situación de los maestros, veamos algunos párrafos:
“(...)” “La capacidad profesional docente es la energía potencial del
maestro como tal, que se traduce en enseñanza manual y moral al mismo
tiempo. No hay una sola actividad escolar en la que pueda desglosarse alguno
de esos aspectos. El maestro enseña con la mano, con la palabra, con la
actitud, con la fisonomía, con la presencia.”
“(...)” “La existencia de síntomas de incapacidad profesional ligados
estrictamente a la profesión o al ejercicio de la misma en las condiciones
actuales, justifica el estudio desde un punto de vista médico – legal.” “(...)”
“Hay una invalidez de involución o fisiológica que es la que contempla la ley de
Jubilaciones, pero ésta establece 30 años de ejercicio y 55 de edad.”
“La reforma última no ha tenido en cuenta el fenómeno contemporáneo
del ingreso tardío.” “(...)” “La jubilación extraordinaria exige un mínimo de 20
años, término ansiado al que no llegarán muchos efectuados de invalidez para
la enseñanza de la educación física y también los afectados por invalidez
mental. Los primeros pueden reorientarse, pero los últimos no tienen
posibilidad alguna de re-orientación o re-adaptación aunque conserven muchas
aptitudes. La invalidez docente por alteración mental – sea con alineación o no
– escapa a los beneficios de la Ley y también a la disposición antes citada por
la redacción de su texto. La protección de esa invalidez se reduce en la
actualidad a un máximo de seis meses, bajo el rubro de demencia, que no se
sabe si debe interpretarse en sentido psiquiátrico o jurídico, pero que se aplica
para los casos de alimentación crónica. Son múltiples los aspectos del
problema de la invalidez mental cuyo estudio persigo desde que tengo a mi
cargo el Consultorio de Enfermedades Nerviosas y Mentales...” “(...)” “Dicho
Consultorio ha sido creado por el Dr. Olivieri, aquí presente, para realizar
justamente el estudio de las alteraciones psíquicas de los maestros y es de ahí
de donde proviene el material práctico adquirido para fundamentar este
trabajo.”
Con estas últimas afirmaciones comprobamos una vez más que la Dra.
Carolina Tobar García no vacilaba en reconocer los méritos de sus colegas
basados en igual preocupación y de mencionarlos en cada trabajo que
presentaba. Por otra parte es de hacer notar que, pese a sus numerosas
tareas, cada cargo que aceptaba lo asumía con la mayor naturalidad y una
responsabilidad mayor que la exigida. No estaba en su temperamento
adaptarse a una rutina. No perdía ocasión de aplicar su capacidad de
observación y pensar luego la forma de corregir las cosas en su constante afán
por mejorarlas. Claro que, estos méritos no siempre le fueron reconocidos. Sus
propuestas, generalmente de avanzada para la época que le tocó vivir, fueron
muchas veces criticadas por los obsecuentes y los cómodos rutinarios.
Es de imaginar entonces, cómo habrá repercutido en ellos, la séptima y
última conclusión con que remata este trabajo:
“Fragmentación de la carrera docente por el “año sabático”
organizado por el Estado, como un recurso de Higiene Mental de la
profesión”.
No propugnaba con ello un año de vacaciones pagas sino el
desplazamiento del maestro, por ese lapso, a otras tareas con menor desgaste
mental, como podría ser la colaboración en dependencias del mismo Consejo
Nacional de Educación.
Por lo expuesto podría suponerse que la idea del “año sabático” fue una
idea original suya. No. No fue así y la Doctora lo aclara en la página 127 de su
libro “La Higiene Mental del Escolar”, cuando dice:
“Sobre tal punto – Higiene Mental del Maestro –, se han preocupado
mucho más los extranjeros. Por ejemplo, los países anglosajones tienen el “año
sabático” que podría convertirse en un magnífico recurso de Higiene Mental,
para combatir los males inherentes al largo ejercicio de la profesión, que
parecería actuar sobre algunos maestros, como el filtro de los califas sobre la
cabeza del acusado.
“La actuación profesional tiene una duración de treinta años, durante los
cuales el ser orgánico y psíquico se somete a la más dura rutina intelectual y
somática que se pude concebir. Sólo las grandes inteligencias o los
temperamentos privilegiados se salvan de ella, por sí mismos. De ahí que las
transgresiones al escalafón, que suelen hacerse, tengan un efecto
desmoralizador incalculable.”
Si bien con esta última afirmación me he apartado un poco del tema tal
como fue presentado en la Conferencia, no puedo dejar de transcribir la
valiente admonición que sigue al párrafo anterior:
“Si los individuos que llevan a las esferas gubernativas escolares
conocieran la labor del magisterio, serían seguramente los primeros en
propiciar el “año sabático”, y todas las medidas necesarias para abrir los
horizontes de esta profesión, la primera en el orden de las necesidades
espirituales de los pueblos.”
Así hablaba, porque así sentía, quien por sobre todos los títulos, llevaba
en su alma la vocación de Maestra.
LA TESIS
El 30 de marzo del siguiente año, 1944, la Doctora Carolina Tobar García
llenó el formulario impreso en la Facultad de Medicina por el cual elevó a
consideración del delegado interventor, doctor Carlos P. Waldorp, “...para el
trámite correspondiente, mi tesis que versa sobre Higiene Mental del Escolar
para optar al título de Doctor en Medicina. Me acompaña como padrino del
trabajo presentado el señor Profesor Doctor Gonzalo Bosch.”
Al dorso del formulario, con fecha del día siguiente dice, manuscrito: “Que
se designe jurado”.
En la misma hoja, fechada el 11 de abril, se informan los nombres de los
integrantes del jurado. Fueron ellos, los doctores: Alberto Zarrachea, Teodoro
T... (apellido ilegible), y el doctor Osvaldo Loudet.
Con fecha 3 de junio, el jurado resolvió por unanimidad calificar la Tesis:
SOBRESALIENTE
Uno de los ejemplares que presentó en esa oportunidad se encuentra en
la Biblioteca de la Facultad de Medicina. En la primera hoja está el título:
TESIS “HIGIENE MENTAL DEL ESCOLAR”
En la siguiente, con sencillas palabras, la Doctora rindió homenaje a quien
sin ninguna duda lo merecía:
A mi madre,
mi única maestra.
En ese pensamiento dejó expresado el sentir de toda su vida.
En la tercera hoja dice:
“Dedico este trabajo a las tres instituciones que me han dado la
oportunidad para realizar esta investigación: al Cuerpo Médico Escolar del
Honorable Consejo Nacional de Educación, al Patronato Nacional de Menores
y a la Liga Argentina de Higiene Mental.”
El 13 de junio, día en que se cumplía un año del fallecimiento de doña
Raimunda, la Doctora Carolina Tobar García se dirigió por nota al Interventor
de la Facultad de Medicina, solicitándole la entrega “...de un ejemplar de la
Tesis de Doctorado en medicina para su impresión”. Lo retiró el 30 de ese
mismo mes con cargo de devolución en el término de tres meses. Lo devolvió
dentro del plazo establecido, luego de haber hecho sacar dos copias a
máquina, de las cuales una entregó a la Editorial “El Ateneo”.
Según dice en la última página del libro, que consta de 266, la imprenta
terminó de imprimirlo el 20 de noviembre de 1945, con el título: “La Higiene
Mental del Escolar”.
En esta difusión pública de su trabajo y, en cierto modo comercial, la
Doctora prefirió suprimir la expresión de su sentir. Es así como no figura en él
la dedicatoria a su madre.
Podría ello resultar extraño en otra persona, pero no lo es en el caso de la
Doctora que siempre en su actuar, para poder llevar a cabo sus más loables
propósitos debió mostrar sólo la faz recia de su carácter. La otra, la de su
profunda sensibilidad y ternura la reservó para sus allegados y
fundamentalmente para quienes fueron el motivo constante de su
preocupación: los niños.
Por otra parte, dejar esa dedicatoria a su madre en un libro que tendría
difusión pública podría ser tomado como un signo de debilidad sentimental. La
debilidad, en cualquiera de sus formas, fue algo así como un lujo que no
pudieron permitirse las mujeres que un su tiempo decidieron actuar fuera del
ámbito estrictamente familiar. Es así como en este aspecto también se cuanta
a la Doctora Carolina Tobar García como “pioneer” en la lucha sobre los
derechos de la mujer.
Además, es sabido que la nobleza de sentimientos lleva como cualidad
implícita, el no hacer alarde de los mismos.
Volviendo al contenido del libro, luego del agradecimiento a las
instituciones que, según la Doctora hicieron posibles los estudios y
conclusiones que plantea en el mismo, hay dos agregados.
En el primero, con el título “ADVERTENCIA” expresa los motivos por los
cuales decidió editarlo:
“Este volumen constituye un trabajo presentado como tesis a la Facultad e
Ciencias Médicas de Buenos Aires en el año 1944.
“Fue su padrino el Dr. Gonzalo Bosch, Profesor Titular de Clínica
Psiquiátrica y Presidente de la Liga Argentina de Higiene Mental.
“Tiene por base una serie de hechos comprobados en una “clínica libre” y
expuestos en forma de “tablas de presentación”, como llamaría Bacon a esta
especie de “estadística descriptiva” de que hago uso, ya que no puede hacerse
otra cosa con nuestros rudimentarios elementos de trabajo.
“Parecería una redemostración innecesaria por cuanto el problema que
plantea es un lugar común en la pedagogía contemporánea. Sin embargo,
considero que no está de más en este “nuevo mundo” al que pertenecemos,
donde todo está por empezar.
“Poseer un método de investigación en el campo de la sociología especial,
significa rebasar la empiria de una época precientífica que estamos obligados a
superar.
“Todos los trabajos sociales conocen los procedimientos de su oficio, pero
muy pocos conocen los métodos. Es así como en la mayoría de las
observaciones publicadas, los juicios sintéticos apuntan solamente “a
posteriori”, aun a través de abundosa casuística. De ahí resulta que el progreso
en la organización del trabajo social se convierta en un rompecabezas de
avances y retrocesos interminables. Nuestros más acendrados benefactores,
trabajan generalmente todavía, a fuerza de puro corazón; la era “racionalmente
constructiva” que ha de llegar encontrará un imponderable material
inestructurado, pero repleto de implicaciones significativas y de importancia
prospectiva.
“Así pues, este trabajo no tiene otro valor que el de una simple “prise de
conscience” cuya finalidad en último término no es otra que evitar lo que
Piaget, refiriéndose a los niños, llama “decolage en extensión”, o sea, que para
comenzar de nuevo, una empresa varias veces iniciada, sea necesario recorrer
todas las etapas ya vencidas.”
Al término de esta advertencia están las iniciales de la Doctora: C. T. G.
El segundo agregado, con el título “PRÓLOGO” más que un prólogo
parece una respuesta a la ADVERTENCIA expuesta por la Doctora:
“Al oficiar de prologuista en este trabajo, cuya talentosa autora advierte en
la primera página su origen, significado y finalidad, diré lo que ella no ha podido
enunciar, o mejor dicho, ha callado modestamente cuando declara que no
tiene otro valor que el de una simple “prise de conscience”, en franca
contradicción con los profesores que la Facultad de Ciencias Médicas designó
en hora oportuna para juzgarlo, pues, por unanimidad, opinaron que debía
tener la calificación de sobresaliente. Diré algo más: es el estudio, finamente
realizado por una Maestra Normal, médica psiquiatra, poniendo su inquietud y
sabiduría al servicio de la Higiene Mental, tan necesitada de colaboraciones
como la suya, que dignifican nuestra literatura científica, por la pulcritud de su
pluma y la hondura de los conocimientos revelados.
“Puedo testimoniar que se resume en la obra el empeño constructivo
y fecundo de una luchadora social de merecimientos incuestionables. La
he visto trabajar con tesón y energía como profesora en la Escuela de
Visitadoras y Visitadores de Higiene Mental, desde su fundación y como
auxiliar en mi cátedra de Clínica Psiquiátrica. Además, estoy informado de
cuánto ha hecho en el Consejo Nacional de Educación en beneficio de la
Pedagogía Diferenciada.
“Pero dentro de todo esto, siendo mucho, reflejado en el valor intrínseco
del libro en experiencia y observaciones que de él desbordan, no está su mayor
mérito; para mí, está en que demuestra incontrovertiblemente la necesidad de
metodizar la labor social para la disciplina que ella trata. Leyendo sus
conclusiones, no pueden caber dudas al respecto, por ser aquéllas de interés
grande para todas las personas cultas, llámense sociólogos, médicos,
psiquiatras o legisladores.
“Finalmente, la Doctora Tobar García, con la tesis que comento, llena
de intencionalidad para el bien de los humanos, los hace ver, sin quererlo,
que puede alcanzar censura a aquellos que por negligencia o ignorancia,
descuidan en parte los más graves problemas sociales atingentes a la
infancia; y entrega a la literatura médica un trabajo de indiscutible valor.
GONZALO BOSCH.”
He resaltado del Prólogo, con letras en negrita, el concepto que el Doctor
Gonzalo Bosch tenía de la Doctora Carolina Tobar García. Luego de diez años
durante los cuales la Doctora fue designada, ininterrumpidamente, Auxiliar
“adhonorem”, en su Cátedra de Psiquiatría, ¿quién mejor entonces que el
Doctor Bosch para testimoniar sobre las cualidades morales e intelectuales de
la Doctora y de la importancia de ese libro?
Bien claro queda expuesto todo ello al referirse a su modestia; luego
cuando dice, “...poniendo su inquietud y sabiduría al servicio de la Higiene
Mental...”; cuando la llama “luchadora social de merecimientos
incuestionables”; cuando añade “la he visto trabajar con tesón y energía...” y
cuando referida a la Tesis finaliza expresando: “...que demuestra
incontrovertiblemente la necesidad de metodizar la labor social para la
disciplina que ella trata”.
Parafraseando al doctor Bosch, cuando dice: “pero dentro de todo esto,
siendo mucho...” quiero destacar que en ese Prólogo escribió con letras
mayúsculas el título de “Maestra Normal”. De más está explicar qué es lo que
con ello ha querido significar.
De todos los títulos que la Doctora merecidamente conquistó, el de
Maestra Normal fue el de mayor arraigo en ella. Ya iremos viendo más
adelante que siempre llevó a la enseñanza tomada de su mano.
Con respecto a la Tesis en sí, podría decirse que es un compendio de sus
estudios, observaciones y experiencias desde que se recibió de médica en
diciembre de 1929 hasta 1944 año en que la presentó. Más las conclusiones a
que arriba sobre esos tres aspectos amalgamados en uno.
Sobre el contenido médico – psiquiátrico no haré comentarios porque no
estoy capacitada para ello. Pero sí puedo y quiero destacar lo siguiente:
Por la frondosa bibliografía mencionada a lo largo del libro, brota de sus
páginas el caudal de conocimientos que poseía la Doctora Carolina Tobar
García. Las referencias abarcan personalidades del siglo pasado y del
presente. Pero no sólo cita a médicos famosos nacionales y extranjeros que se
ocuparon del niño y sus problemas sino que también recurre para plantear
ejemplos a biografías y autobiografías escritas por célebres personalidades.
Dos de ellas son: “Recuerdos de niñez y mocedad” de Miguel de Unamuno,
(Austral 1942), y “El mundo de ayer. Autobiografía” de Stefan Zweig (Ed.
Claridad 1942). De ambos libros la Doctora transcribe pequeñas partes en las
cuales los autores relatan sus experiencias de la niñez en la escuela primaria.
Sintetizando, “Higiene Mental del Escolar”, lleva a imaginar a la Doctora
Carolina Tobar García como una gran enciclopedia actualizada con respuestas
para todas las preguntas que alumnos y amigos quisieran formularle.
A los pocos días de retirar un ejemplar de la Tesis, la Doctora envió a la
“Revista de Psiquiatría y Criminología”, órgano de la “Sociedad Argentina de
Criminología” y de la “Sociedad de Psiquiatría y Medicina Legal de La Plata”,
para su publicación, el capítulo titulado: “Consideraciones Generales Sobre las
Enfermedades Mentales de la Infancia y la Higiene Escolar”. Por su
importancia, apareció publicado de inmediato en el Nº 47, correspondiente al
bimestre mayo – junio de ese año, 1944.
La Tesis, compuesta de “Introducción” y seis capítulos, independientes
unos de otros, permitió su difusión por separado en las revistas médicas de la
época. Fue así como a comienzos del año siguiente la “Revista Argentina de
Higiene Mental”, en el número 10, correspondiente a enero de 1945 publicó el
capítulo número tres: “Datos Para Una Clasificación de los Cuadros de
Desadaptación del Escolar. Premisas Metodológicas. Forma y Contenido
de los Cuadros. Importancia del Ambiente como Factor Situacional.”
“La Higiene Mental del Escolar” fue presentada por la Editorial “El Ateneo”
a fines de noviembre de 1945.
LA CASA VACÍA
Luego de transcurridos ocho meses desde que la Doctora Carolina Tobar
García cesara como Directora de la Escuela de Adaptación, en agosto de 1945
asumió nuevamente su cargo de Inspectora General de Enseñanza en el
Consejo Nacional de Educación.
El cuatro de septiembre de ese mismo año, la Doctora renunció a su
cargo de Jefa del Gabinete Psicopedagógico del Hogar “Santa Rosa” del cual
había sido la creadora en tiempos del Presidente Roberto M. Ortiz. Para esa
fecha ya hacia varios meses que los hogares dependientes del Patronato de
Menores habían pasado a depender de la Secretaría de Trabajo y Previsión
Social.
También hacía pocos días que los Estados Unidos de América habían
puesto totalmente fin a la Segunda Guerra Mundial, mediante el empleo de la
bomba atómica que llenó de horror y estupor al mundo entero.
En nuestro país, el gobierno de facto estaba representado por el general
Edelmiro J. Farrell en carácter de Presidente de la Nación y el coronel Juan
Domingo Perón como Vicepresidente. (Es de hacer notar que el Vicepresidente estaba también al frente del Ministerio de Guerra y de la Secretaría
de Trabajo y Previsión Social.) Frente al descontento popular, en constante
aumento, el Presidente Farrell levantó la veda política impuesta en 1943 y los
partidos políticos se reorganizaron para encarar el prometido llamado a
elecciones. En las frecuentes manifestaciones populares convocadas unas
veces por los políticos, otras por los trabajadores y otras por los estudiantes,
comenzó a gestarse la irreconciliable división de los argentinos que duró medio
siglo. Muchos deben recordar aún aquellas proclamas que coreaban los
estudiantes por un lado y los trabajadores por el otro: “Libros sí, alpargatas no”.
Y a la inversa: “Alpargatas sí, libros no”. Por lo general estos enfrentamientos
culminaban en violentas refriegas. La policía montada se ocupaba de ponerle
fin. Someramente planteada esta era, en ese tiempo, la situación en nuestro
país.
Faltando unos días para terminar el mes de septiembre la Doctora recibió
un telegrama de su hermano mayor en el cual le comunicaba que el padre
estaba muy grave.
De inmediato se trasladó a Quines. Halló a don Teodosio afectado por una
pulmonía y sin esperanzas de que mejorara. La había contraído a
consecuencia de una fuerte tormenta que se había desatado una tarde cuando
estaba a mitad del trayecto que había desde Puesto Tobar a Quines. Montado
a caballo, la lluvia lo había empapado totalmente. El viento frío soplaba con tal
fuerza que le había arrancado la capa y el sombrero que lo cubrían. El caballo
en algunos trechos se había visto imposibilitado de continuar avanzando. Don
Teodosio había llegado a la casa muy tarde, tiritando y estornudando. Al día
siguiente amanecido con fiebre. Tomó aspirinas y permaneció en la cama.
Afuera la lluvia continuaba. Por la tarde llamaron al médico quien extendió una
receta, recomendó comidas livianas y mantener calor en la habitación.
Cuando la Doctora llegó, acompañada de Ricardo y Héctor Manuel, halló
junto al enfermo a Teodosito e Ildorfo con sus respectivas mujeres. También
estaba la nieta, de diecinueve años, que junto con su madre vivían en la casa
de Quines atendiendo a don Teodosio. Y una vecina experta en remedios
caseros, quien ya le había hecho varias aplicaciones de cataplasmas de lino y
también de ventosas. En un rincón de la habitación había un brasero con
carbón ardiendo y sobre él, en una pequeña cacerola, varias hojas de
eucaliptus se movían impacientes como queriendo escapar del agua en
ebullición. A la aspiración del vapor que esa agua despedía, la vecina le
atribuía facultades curativas o aliviantes del mal. Al besar a su padre, la
Doctora comprobó que tenía muy alta temperatura, y que ya nada podía hacer
para curarlo.
Don Teodosio falleció días después de haber llegado los hijos que vivían
en Buenos Aires. Tenía setenta y ocho años. Era el cuatro de octubre de 1945.
Un día antes de cumplirse el aniversario de la muerte de su hijo Gilberto.
La Doctora regresó a Buenos Aires con los hermanos que la habían
acompañado a Quines y con su sobrina y la madre quienes ya no tenían a
quien atender.
En Quines, quedó la casa vacía.
En consultorio instalado en el departamento de seis habitaciones que
ocupaba en el primer piso de la calle Hipólito Yrigoyen 2105, (ex Victoria), la
Doctora nombró secretaria a la sobrina y a la madre le dio el cargo de “ama de
llaves”.
Aplicadas cada una a su tarea, las tres convivieron armoniosamente
durante varios años.
EN EL INSTITUTO BERNASCONI
Rosario Vera Peñaloza, creadora y a cargo desde 1929, del “Primer
Museo Argentino para la Escuela Primaria” en el Instituto Bernasconi, seguía
con mucho interés los trabajos de la Doctora Carolina Tobar García, con quien
la unía como ya vimos una estrecha amistad. La gran pedagoga que fue
Rosario Vera Peñaloza, se sintió muy complacida cuando la Doctora le
comunicó que en el acto de Extensión Cultural organizado por la “Comisión de
Extensión Cultural de Escuelas al Aire Libre, Jardines de Infantes y Escuela
Primaria de Adaptación” a realizarse en el Instituto Bernasconi, ella también
pronunciaría una conferencia.
Fue así como, al cumplirse dos meses del fallecimiento de don Teodosio,
el 4 de diciembre, la Doctora disertó sobre:
“PROBLEMAS PSICOPEDAGÓGICOS DE LA
ESCUELA DE ADAPTACIÓN”
Esta conferencia fue publicada meses después, en el número 18 de la
“Revista Argentina de Higiene Mental” (Órgano de la “Liga Argentina de Higiene
Mental”), en junio de 1946.
Dejando de lado las partes en que ocurre a la ciencia y a la mención de
científicos para clarificar su disertación, transcribiré algunos párrafos que nos
muestran su sencillez y calidez en la exposición y que por cierto no se
contraponen a la extensión y profundidad de sus conocimientos:
“Aunque estoy acostumbrado a expedirme en trances de esta naturaleza –
decía un orador en ocasión solemne – me siento intimidado”.
“Cosa muy semejante me ocurre a mí en estas circunstancias. No puedo
menos que detenerme un instante antes de abordar el tema de mi disertación,
al considerar su significado trascendente, ya que se trata de la primera escuela
de adaptación.
“(...)” “Diré para comenzar que es la más pequeña de estas escuelas. Con
algo de Benjamín y algo de Cenicienta, tiene al mismo tiempo problemas de
hijo único.
“Pero antes de entrar en sus problemas, séame permitido recordar a
vosotros, el navío del cuento de Kipling, aquel navío que no había encontrado
su alma. Fue fabricado con esmero y cada una de sus piezas examinadas por
los ingenieros más competentes; pero, en tanto no navegó y no corrió el primer
temporal, no llegó a ser, según la expresión de los marineros viejos, sino un
cuerpo sin alma, sin cohesión. Carecía de alma, que es el símbolo de la unidad
y de la vitalidad; pero llega la tempestad y después de un momento de
desorden, el navío adquiere conciencia de sí propio; encuentra su alma.
“A semejanza del navío curado por la prueba crucial, la Escuela de
Adaptación tiene alma.
“Esta prueba se refiere a su clausura desde setiembre de 1944 hasta
febrero de 1945.
“Esta alma sensible y recatada la impele a permanecer en la intimidad,
pero tiene problemas como toda alma. Razones de pudor y de sentimientos le
obligan a presentarse en el lenguaje técnico, porque es el único traje con que
podría presentarse en el estrado, dada su especial naturaleza.”
A esta altura de la transcripción es bueno recordar que la Escuela de
Adaptación había sido creada el 5 de octubre de 1942, bajo el gobierno del
Presidente Ramón S. Castillo, sucesor del Presidente Roberto M. Ortiz debido
al fallecimiento de éste.
Visto el amor con que se refiere a la mencionada escuela no es difícil
imaginar el dolor con que habrá vivido esos meses que duró la clausura.
La Doctora finalizó esa conferencia, pronunciada meses después de la
reapertura de la Escuela de Adaptación, planteando la realidad concreta sobre
su funcionamiento en ese tiempo y el pronóstico que, afortunadamente, pudo
ver realizado: la integración feliz en la sociedad del disminuido mental. Veamos
cómo lo expresó:
“La Escuela de Adaptación, modesta en su proyección, humilde en sus
alcances, pragmática y vocacional, es simplemente, una escuela – taller. Su
proyección verdadera se encontrará solamente cuando forme parte de un
sistema completo que está todavía en gestación”.
A QUIEN DIOS NO LE DA HIJOS...
Al mes siguiente de fallecer su padre, la Doctora cumplió cuarenta y siete
años. El luto era aún muy reciente como para realizar una reunión con sus
amigas y amigos. Pasó el día como cualquier otro, atendiendo sus obligaciones
y al regresar se encerró en su biblioteca hasta la hora en que su sobrina
primero, y la madre después, le recordaron que la cena estaba lista. Ninguna
de las tres tuvieron deseos de conversar. El tiempo se ocupa de que todo
vuelva a la normalidad.
Al iniciarse el ciclo escolar, Teodosito envió a su hija menor a cursar el
secundario en una escuela comercial. La adolescente fue a vivir a la casa de su
tío Ricardo en Ramos Mejía, localidad de la provincia de Buenos Aires. La
escuela le quedaba cerca. Al llegar el invierno se enfermó de paperas. Para
evitar el contagio de sus hijos, Ricardo la llevó al departamento de la Doctora.
La sobrina que hoy, 1994, tiene sesenta y tres años, nos cuenta así ese pasaje
de su vida:
“Tía Carolina, por las mañanas, antes de irse me iba a revisar y cuando
llegaba entrada la tarde, también. Un día me dijo que si tenía ganas de hacerlo
podía levantarme, pero sin salir del departamento. En ese tiempo, en la casa
vivían mi prima con su madre. Ellas me atendían. Esa tarde fui a su biblioteca.
Era un salón muy grande, de paredes altas con anaqueles que llegaban al
techo, todos cubiertos de libros. Cuando tía regresó me halló sentada, muy
cómoda en el sillón frente a su escritorio, leyendo un libro. No recuerdo cuál,
pero sí que no entendía mucho lo que decía. Tía, con sus delicadas manos,
porque tenía unas manos muy lindas, suavemente me lo quitó diciéndome:
“Todos los libros que tengo aquí son para leer, pero hay que hacerlo siguiendo
un orden. Éste lo entenderás más adelante, no ahora. Cuando quieras leer algo
dime sobre qué tema. So corresponde a tu edad te lo prestaré.” Tomó la
escalera y sin preguntarme de dónde lo había sacado, fue directamente al
lugar, subió tres escalones y lo ubicó en su sitio. Tenía muchísimos libros.
Sobre el escritorio solía dejar grandes volúmenes abiertos, algunos hasta
encimados. Sierpe recomendaba que no le “desordenaran su orden” aunque
ese orden que ella decía fuera un revuelto de libros y papeles. Era de pocas
palabras, pero nos daba muestra de su cariño con sus atenciones y regalos.
Continuamente enviaba a Quines grandes bolsas repletas de ropa y juguetes.
Recuerdo que tenía yo más o menos siete años cuando un día, ayudada por mi
mamá, le escribí a Buenos Aires, pidiéndole una muñeca. Esa vez llegó a
Quines un enorme paquete a mi nombre. Mamá me dejó que yo lo abriera y me
encontré con una caja que contenía la muñeca, sujeta al cartón con unos
elásticos negros para que no se moviera. También venía en la caja un sobre
con una cartita. Me decía en ella que me mandaba una muñeca morena, de
ojos grandes y de pelo negro como el mío, porque era tan linda como yo. El
recuerdo de tía Carolina lo llevo en mí unido al de esa muñeca. Fue la primera
que tuve.”
La emoción cortó su relato.
Esta sobrina, Carolina Tobar, viuda de Leliveld, vive en Bella Vista,
provincia de Buenos Aires, con sus dos hijos: un hombre y una mujer. Ambos a
punto de casarse.
La sobrina de veinte años que al morir don Teodosio vino con su madre a
Buenos Aires a convivir con la Doctora nos cuenta para esta biografía:
“Yo hacía las veces de “secretaria”. Mamá se ocupaba de la casa. Tía
atendía pacientes de todas las edades. Cuando eran pobres no les cobraba. A
mí me había enseñado a hacer “tests” a los niños, después ella los estudiaba.
Al poco tiempo simpaticé con un empleado del banco donde iba a depositar el
dinero de tía. Nos pusimos de novios. Cuando nos casamos tía salió de
madrina de casamiento. Nos hizo una linda fiesta en su departamento...”
A esta altura la interrumpe el marido. Intercambian recuerdos. Rescato de
ese diálogo risueño lo siguiente: Cuando llegó el momento del baile familiar, la
Doctora bailó con su flamante sobrino político el vals “Sobre las olas”, de
Strauss. Lo hicieron tan bien que los parientes y amigos les pidieron que lo
bailaran nuevamente. La música, que provenía del disco colocado en la victrola
“R. C. A. Victor”, la más conocida en esos años, fue acompañado por el lará,
larará, larará que entonaron a coro todos los presentes. Los habían rodeado
tomados de la mano y ellos también mecieron sus cuerpos al compás de esos
sones. Ninguno se acordó de cambiar la púa. El disco, ese día, terminó rayado.
Agotado el recuerdo de esa fiesta, el matrimonio volvió a ponerse serio.
Retomó la palabra la sobrina de la Doctora:
“Como en ese tiempo era difícil conseguir vivienda adecuada a nuestros
recursos, los tres nos quedamos a vivir con tía: mamá, mi marido y yo.
Transcurridos ocho meses desde nuestro casamiento, tío Ricardo nos avisó
que dejaba la casa que alquilaba en Ramos Mejía, para mudarse a otra que
había comprado en la misma zona. La alquilamos nosotros. Esto fue para
febrero o marzo de 1950. Yo no quería irme, pero tuve que hacerlo.
Después de vivir mamá y yo casi cinco años con tía, la dejamos
nuevamente sola. Yo sé que ella lo sintió mucho, pero no lo dejó traslucir. Sólo
nos dijo que hacíamos bien en abrirnos camino solos. Tía tardó en hallar a otra
persona a quien confiarle la casa, pero finalmente la encontró.”
Esta sobrina de la Doctora, Clotilde Tobar de Aragón, tiene actualmente
(1994), sesenta y nueve años. Terminó su relato diciendo que había tenido
solamente un hijo, quien a los dos años de haberse casado, murió. Les dejó
una nieta que ya es adolescente. El matrimonio continuaba viviendo en Ramos
Mejía, provincia de Buenos Aires.
La Doctora ya había hallado una mujer de confianza para que la
atendiera, cuando llegó al departamento uno de sus sobrinos junto con su
mujer y dos hijos. Él lo cuenta así:
“Yo había vivido en la casa de tía cuando fui a Buenos Aires para que me
operaran de la garganta. En ese tiempo tenía dieciocho años. Después me
casé, tuve dos hijos y trabajaba en el ferrocarril cuando me salió el traslado de
Quines para Monte Quemado, en la provincia del Chaco. Pasé allá un año,
pero como ese lugar no me gustaba, renuncié. Con mi mujer, la nena y el nene,
bajé a Buenos Aires y fui al departamento de tía. Yo tenía, más o menos treinta
y cuatro años. Casi todos los días salía a buscar trabajo, pero lo que hallaba no
me gustaba. Así fue como nos que damos los cuatro viviendo en su
departamento, cerca de un año y medio. Tía no nos hacía faltar nada. Ella
pagaba todo. Con todos los parientes era igual. Sabía que ninguno de nosotros
tenía dinero. La única que tenía era ella. Además, el dinero no la preocupaba.
Era muy desinteresada. Sólo quería que estuviéramos cómodos. Cuando
llegaba al departamento se encerraba en la biblioteca para seguir trabajando.
Nos reuníamos a la hora de la cena, pero no era muy conversadora. Siempre
estaba pensativa, preocupada tal vez por sus cosas. Casi a fines de 1951
regresé a Quines con mi familia y aquí me quedé hasta hoy.”
Este sobrino, luego de quedarse un rato pensando, retomó el relato:
“Algunos días de la semana, tía llegaba más temprano porque atendía
pacientes. La ayudaba la señora de Mendolía, una maestra que había venido
también del Chaco. Cuando mi señora y yo nos referíamos a ella, decíamos “la
chaqueña”. También iban a verla otras maestras porque tía era Profesora de
maestras especializadas. A veces hacía reuniones en su biblioteca con otros
médicos y después los invitaba a tomar el té en el comedor. En ese rato,
parecía que estaban de recreo. Hablaban todos juntos, contaban cuentos y se
reían muy fuerte.”
Este sobrino, Buenaventura Tobar, que así recordó a la Doctora, había
sido el “nieto predilecto” de don Teodosio, ya mencionado anteriormente.
Actualmente, 1994, tiene 79 años y vive en Quines, con su señora. Los dos
hijos están casados y a su vez también tuvieron hijos.
La hija de Ricardo tenía siete años y medio cuando en 1939 su padre
renunció en la escuela de Realicó (La Pampa) y vino a Buenos Aires con su
mujer y los dos hijos.
La sobrina de la Doctora cuenta así los recuerdos que conserva de su tía:
“Los cuatro fuimos a vivir al departamento que tía alquilaba en la calle
Victoria 2105. Ahora es Hipólito Yrigoyen. Enseguida que llegamos papá entró
como maestro en el Instituto Bernasconi. Como yo era muy delgadita y estaba
muy débil tía, enseguida, me puso “bajo su lupa”. Me llevaba a hacer análisis
de sangre, me hacía tomar tónicos y le indicó a mamá la cantidad, frecuencia y
calidad de comidas que debía darme. A los seis meses ya era otra. Tía compró
un coche y mamá era la conductora. Los sábados y domingos, como ella no lo
utilizaba, lo hacía mamá llevándonos al zoológico o por los bosques de
Palermo. Pasamos cerca de dos años en la casa de tía. Cuando mataron a tío
Gilberto, en octubre de 1941, hacía ya un mes que vivíamos en Ramos Mejía.
Papá sabía que al año siguiente comenzaría como profesor en el Colegio
“Ward” y había alquilado una casa por esa zona. Yo hice el secundario en ese
Colegio. A los dieciséis años, en 1949, ingresé en Medicina, en la Universidad
de Buenos Aires. Me recibí a los veintidós, en 1954. Durante esos años, como
tía vivía cerca de la Facultad, muchos días me quedaba en su casa. Ahí tenía
la biblioteca a mi disposición. Si bien en mis primeros años de estudio, 1949 al
51, había otros parientes viviendo con ella, a mí ese movimiento de gente no
me ocasionaba inconvenientes porque el departamento era muy grande. Tenía
seis habitaciones, dos baños y dependencias de servicio. Para ese tiempo,
concurría muy seguido una maestra, la señora de Mendolía. Era algo así como
su secretaria.”
Por un rato, esta sobrina médica se detuvo en su relato. De pronto,
sonriendo agregó:
“Recuerdo el único aplazo que tuve en mi carrera. Salí de la Facultad muy
preocupada, pensando cómo se lo diría a tía e imaginando los reproches. No
me animé a ir hasta su departamento. La llamé por teléfono desde un negocio
cercano a la Facultad. En cuanto le dije que me habían aplazado, me
respondió: “Bueno, la próxima vez la sabrás mejor. No te preocupes”.
“Tía no era como esas tías que, al no tener hijos se adueñan de los
sobrinos y ni si quiera los dejan respirar. No. Se interesaba por todos, pero no
era melosa. Podía orientar con una opinión, si se la pedíamos, pero no la
imponía. Sumamente modesta, no hablaba de sus conocimientos, pero sí, era
precisa en sus propuestas y exposiciones.
“Tía fue constantemente una médica y una pedagoga.
“Su preocupación por los docentes la concretó en su libro: “La psicología
aplicada a la enseñanza de la Didáctica”, texto que en su momento se aplicó
en el 5º año de las escuelas normales. En la Universidad creó la Cátedra de
Pedagogía Diferencial, para el abordaje no sólo de las discapacidades
mentales, sino también de las deficiencias cardíacas, glandulares, motoras, etc.
Siempre a nivel de los diferenciales, intentó una metodología para la
rehabilitación de mogólicos y detectando su sensibilidad auditiva
desarrolló junto con Madame Siruyan un método de enseñanza musical
para estos pacientes. A esta altura aparecen los estudios de Jean Piaget, de
Psicología Genética y Evolutiva. Su propuesta de comprender los
mecanismos mentales en el niño para comprender los del adulto, el estudio de
los estadios evolutivos en el niño colman sus expectativas y se convierte en la
introductora de Piaget en nuestro país. Fue editado por Paidós. También
encuentra muy productivo el Test Guestáltico Visomotor de Lauretta
Bender, para identificar problemas neurológicos no visibles en el examen
habitual. Y también lo introduce en nuestro país, editado por Paidós.
“Como legista tuvo que ver con juicios de padres que se separan. Se
ocupó de la investigación de los niños y escribió “El Testimonio Infantil”, trabajo
en el cual defiende la tesis de que los hijos no deben actuar como testigos en
los juicios de separación. Tuve oportunidad de trabajar con ella en ese tiempo
de médica legista. Recuerdo que frecuentemente veía obreros de la Federación
Obrera de la República Argentina (F. O. R. A.). Si bien es cierto que el
porcentaje de indemnización está codificado, su aproximación clínica era
minuciosa, su relación simpática y no tuve oportunidad de enterarme de
ninguna disconformidad o apelación, frente a la correspondiente pericia.
“Como profesional tuve oportunidad de concurrir a participar en algunos
congresos con tía. Tales fueron: “Primer Congreso Argentino de
Readaptación”, organizado por la Sociedad Cuyana de Readaptación.
(Mendoza, marzo de 1955); “1er Congreso Argentino de Psiquiatría” (Buenos
Aires, julio de 1956) y en el “2do Congreso Argentino de Psiquiatría” (Mar del
Plata, noviembre de 1960).
“En síntesis, lo que tía nos dejó a quienes vivimos y trabajamos con ella
fue un estilo, un modo de estar en la vida enfrentando a cada paso la realidad,
asumiéndola de frente, con verdad, con apasionamiento, amor y coraje.”
Así se expresó la doctora Norma Tobar Sánchez, que actualmente (1994)
tiene 62 años, sobre su tía la Doctora Carolina Tobar García.
La estadía circunstancial y a veces prolongada de los familiares en el
departamento de la Doctora no fueron un impedimento en la continuación de
sus trabajos. Participaba de sus problemas en la medida justa como para que
se sintieran cómodos la libertad de acción de que disponían no interfería en la
suya. Llegaban cuando lo necesitaban y se iban cuando ellos así lo disponían.
En su departamento siempre hallaban la puerta abierta. El comentario expuesto
por los tres sobrinos que convivieron con la Doctora son coincidentes en todos
los aspectos que conformaron su personalidad.
Mientras en su casa se producía este movimiento familiar, en la Facultad
de Medicina todos los años se renovaba al nombramiento (ad – honorem), de
la Doctora en la Cátedra de Clínica Psiquiátrica a cargo de Doctor Bosch.
También era Profesora de Neuropsiquiatría infantil.
Para 1947 ya había publicado su libro “Psicología Aplicada” de acuerdo
con el programa de 5º año de las escuelas normales y a comienzos de ese
mismo año presentó “Guía Para Trabajos de Psicología Pedagógicas”,
editado por Ciordia & Rodríguez. Este libro comienza con un “Mensaje al
alumno”. Transcribiré del mismo los pasajes en los cuales resalta la
importancia de lo que en ella fue una constante de vida y de trabajo: la
observación.
“Este libro no es un catálogo de “tests”; es una guía para la iniciación en el
pensamiento experimental relacionado con la aplicación de la psicología a la
pedagogía y a la didáctica. Para que ella dé frutos es necesario que su
utilización no se reduzca a un siempre aprender de memoria, pues su valor
educativo se funda precisamente en su ejercitación.” “(...)”
“La “psicología aplicada”, sin la “práctica” se reduciría a una noticia sobre
su existencia y a la propagación de una serie más de ideas, como las de tantas
otras materias teóricas.
“La experimentación psicopedagógica está llamada a fomentar en Ud. el
hábito de la observación. El ensayo experimental, en éste como en otros
campos, le colocará ante un mundo de fenómenos interesantes, que no pueden
ni deben pasar desapercibidos para el alumno maestro”. “(...)” “La observación
es una mera percepción; no hay observación que no se realice pensando.”
“(...)” “En psicología aplicada no se puede proceder especulativamente; se
impone la observación.” “(...)”
“El experimento psicológico que aquí se va a presentar no tiene otro
objeto que enseñarle a observar, como se enseña a mirar con el microscopio.”
El contenido de este “Mensaje al alumno” en sí ya despertaba interés en
los futuros maestros para abocarse al estudio del contenido del libro.
En 1950, por la misma editorial la Doctora presentaba un “Suplemento del
Libro de Psicología Aplicada”, adaptado al programa de ese año en las
escuelas normales y aprobado por el Ministerio de Educación.
Como hemos podido leer, tenía tiempo para todos sin descuidar lo que
para ella una pasión: su trabajo.
LA NUEVA COLABORADORA
En 1948 la Doctora fue designada Directora del Instituto Neuro–
Psiquiátrico “Cecilia Estrada de Cano” en la “Liga Argentina de Higiene Mental”,
que presidía el Doctor Bosch.
También encargada de Neuro–Psiquiatría Infantil en el 2º año del Curso
de Médicos Psiquiatras que el Doctor Bosch dictaba en la Facultad de
Medicina.
Ese mismo año fue nombrada por el Ministerio de Educación, al frente del
cual estaba el doctor Oscar Ivanissevich, Directora Técnica y Profesora de
Psicopatología Aplicada, del Curso de Capacitación para Maestros
Especializados. Integró también la Comisión Nacional encargada del
Estudio y Planificación de las Escuelas Diferenciales y la Capacitación del
Personal Docente.
Para este tiempo, el coronel Perón ya se había casado con Eva Duarte,
había ascendido a general y hacía algo más de un año y medio que era
Presidente de la Nación. También se habían nacionalizado los ferrocarriles y su
señora ya había regresado de la gira que había emprendido por los países
europeos. El Presidente al asumir, había manifestado que el oro acumulado en
los pasillos del Banco Central obstaculizaban su paso por ese lugar. Los
destellos de esta imagen de abundancia que tenía su centro en Buenos Aires,
arribaron a las provincias con la fuerza de un imán. Se produjo el éxodo. Entre
los tantos y tantos provincianos que vinieron a tentar fortuna, llegó del Chaco el
matrimonio Mendolía con su hija de ocho años.
La señora Irma Anello de Mendolía tenía 35 años de edad y 13 ejerciendo
como maestra en escuelas dependientes del Consejo Nacional de Educación.
Enseguida de llegar a Buenos Aires, se inscribió en el “Curso de Capacitación
de Maestros para la Enseñanza de Escolares Inadaptados” que dictaba la
Doctora. (Ministerio de Educación). (1948/1949).
Así se conocieron.
Con su agudo sentido de observación, la Doctora captó de inmediato que
el grado de inteligencia de la señora de Mendolía excedía los límites de lo
normal. Por su parte, la señora de Mendolía también comprendió de inmediato
que secundando la acción de la Doctora recorrería con mayor facilidad la senda
de sus afanes educativos. Si para lograrlo debía ampliar sus conocimientos de
maestra normal, volcaría toda su inteligencia, que no era poca, en ese empeño.
En tanto hacía el curso de Capacitación de Maestros, fue nombrada por el
Consejo Nacional de Educación, miembro integrante del “Equipo Técnico
para la detectación de escolares Inadaptados”, dirigido por la Doctora. Esta
investigación fue llevada a cabo en los veinte distritos de la Capital Federal
(1948).
Ello produjo un trato más asiduo entre Profesora y alumna. La señora de
Mendolía pasó a ser colaboradora de la Doctora y en calidad de tal concurría a
su departamento. De esta manera se interiorizó de los trabajos que realizaba
para organizar el funcionamiento de las escuelas diferenciales. Así fue como
participó del entusiasmo que embargaba a la Doctora, quien ya veía
cristalizados sus afanes.
A comienzos de 1949 la señora de Mendolía viajó a Chubut. Fue enviada
a esa provincia por el Consejo Nacional de Educación como Directora del curso
de formación docente: “La enseñanza diferenciada del deficiente mental”.
Su inteligencia y afanes habían comenzado a fructificar.
ESCUELAS DIFERENCIALES
Ese mismo año, 1949, con diferencia de meses, entre una y otra, fueron
creadas las
CUATRO PRIMERAS ESCUELAS DIFERENCIALES
En la Capital Federal. Las primeras del país.
La perseverancia de la Doctora Carolina Tobar García había obtenido su
premio. Habían transcurrido ¡DIECISÉIS AÑOS! Desde su primera publicación
al regresar del país del Norte:
“EDUCACIÓN DE LOS DEFICIENTES MENTALES
EN LOS ESTADOS UNIDOS.
NECESIDAD DE SU IMPLANTACIÓN EN LA ARGENTINA”
¡SIETE AÑOS! Desde la creación de la primera y única ESCUELA DE
ADAPTACIÓN, de la cual había sido Directora.
Y ¡CINCO AÑOS!, desde la presentación de la Tesis.
“HIGIENE MENTAL DEL ESCOLAR”
en la cual había dejado registradas todas sus investigaciones y los estudios
realizados hasta ese momento.
No resulta difícil entonces imaginar la emoción que habrá vivido la Doctora
en la inauguración de cada una de esas cuatro escuelas. Había comenzado ya
esa etapa de la vida en que los recuerdos asoman a la mente provocando
humedad en la vista. En sus cabellos negros refulgían las primeras hebras de
plata. Tenía ¡cincuenta y un años! Cuando vio parte de su sueño hecho
realidad. CUATRO ESCUELAS DIFERENCIALES EN LA CAPITAL
FEDERAL. Pero ¿y los otros niños? La Doctora Carolina Tobar García quería
ver Escuelas Diferenciales en todo el país. Era necesario entonces continuar
especializando maestras. Y a ello se abocó, sin desmedro de sus otros cargos.
Se desempeñaba entonces como Inspectora Médica Escolar en el grado de
oficial mayor. También ese año había sido designada Secretaria de la Sección
Psiquiatría de la Sociedad Médica Panamericana y de la Sociedad Argentina
de Criminología.
La señora de Mendolía fue nombrada por el Consejo Nacional de
Educación, Encargada del Gabinete Psicológico y Psicopedagógico en la
Escuela Diferencial Nº 1. Se desempeñó en ese cargo desde junio de 1949
hasta marzo de 1950. Y desde 1951 hasta 1963 como Secretaría Técnica.
TERCERA PARTE
AÑO DEL LIBERTADOR GENERAL SAN MARTÍN
Por una ley del Congreso de la Nación, así se había declarado en nuestro
país al año 1950 por cumplirse en esa fecha el primer centenario de la muerte
del General San Martín.
Ningún habitante del país, argentino o extranjero, debía permanecer ajeno
a la trascendencia de ese acontecimiento. Para ello, fue obligatorio que en
todos los documentos, oficiales o no, diarios, revistas y hasta las boletas
comerciales llevaran impresa esa inscripción en el encabezamiento.
Así fue como la Doctora, al igual que todos los solicitantes, debió
completar en forma manuscrita el formulario existente ese año en la Facultad
de Ciencias Médicas que dice lo siguiente:
“1950. Año del Libertador General San Martín
“Ministerio de Educación de la Nación
“Universidad de Buenos Aires
“Facultad de Ciencias Médicas”
En él, luego de cumplimentarlo con sus datos personales, respondió las
dos últimas preguntas:
“Cargo que desempeña actualmente: Encargada de Neuropsiquiatría.
“Solicita: Nombramiento Titular.”
Al dorso de esa solicitud, también impreso, dice:
“GARANTÍA:
“Por la presente asumo la responsabilidad sobre las condiciones
personales del señor... (a mano, Carolina Tobar García) quien reúne las
cualidades exigidas por el Excelentísimo Señor Presidente de la Nación,
General Juan D. Perón, en circular pública del 17 de junio de 1949 con
referencia a los candidatos a ocupar los cargos de la Administración Nacional,
es decir:
“1º) Compenetración con el gobierno a fin de que su labor no resulte
obstaculizadora.
“2º Honestidad de conducta.
“3º Capacidad técnica de trabajo.
“Conozco en todas sus consecuencias lo establecido en los artículos 5 y 7
de dicha circular, que dicen lo siguiente:
“Art. 5) Las personas que garanticen a quienes hayan de cubrir las
vacantes se responsabilizan de la actuación del empleado.
“Art. 7) No se nombrará para ningún cargo ni empleo a personas que
estén vinculadas a intereses ajenos a la Administración del Estado.”
Al pie de lo expuesto firmó el Doctor Gonzalo Bosch. Tales eran las
exigencias gubernamentales justamente en ese “Año del Libertador General
San Martín”.
El 28 de mayo de ese mismo año, en su pueblo natal, Antiles (La Rioja),
se apagó la vida de la gran educadora Rosario Vera Peñaloza. Entre las
personalidades educativas que hablaron en el acto del sepelio para destacar su
obra y despedir sus restos, lo hizo también su ex-discípula Martha A. Salotti por
la “Comisión Pro Difusión de los Institutos Infantiles” y la “Asociación Pedro
Herrera de Paraná”.
De la nota necrológica que le dedicara el diario “La Nación” el día 29 es de
destacar el espíritu patriótico que animaba a esta excepcional Maestra quien,
también justamente en el Año del Libertador General San Martín, “...se hallaba
empeñada en la creación de un Salón Sanmartiniano en el Consejo Provincial
de Educación, con material preferentemente donado por ella”.
HUÉSPED PERMANENTE
A comienzos de 1951 la Doctora presentó su libro “Suplemento de
Psicología Aplicada”, adaptado al programa de 1951 y aprobado por el
Ministerio de Educación (Ed. Ciordia y Rodríguez).
También había comenzado a trabajar en la “Organización de los
Departamentos de Pedagogía Asistencial en las Provincias de Tucumán y
Jujuy”, por encargo de sus respectivos gobiernos.
Por su parte, la señora Irma Anello de Mendolía a fin de ampliar sus
conocimientos, viajó a Chile para hacer en ese país dos cursos: “Psiquiatría e
Higiene Mental” y “Psicología de la Personalidad”. Ambos los realizó como
alumna regular en el primer cuatrimestre de ese mismo año, 1951.
La intensa actividad desplegada por la señora de Mendolía no era bien
vista por su marido. Al regresar de ese viaje a Chile, la convivencia matrimonial
se les hizo imposible. De común acuerdo decidieron separarse. La hija de
ambos, manifestó su deseo de quedarse con el padre. Así las cosas, la señora
de Mendolía expuso su problema a la Doctora.
La Doctora tenía seis habitaciones en su departamento. Algunos días se
quedaba con ella su sobrina Norma que estaba cursando la carrera médica,
pero igualmente podía ofrecerle una habitación independiente de las otras a la
señora de Mendolía hasta tanto ésta hallara un departamento donde ir a vivir. Y
se la ofreció. En ese año, 1952, Elba, así se llamaba la hija de Mendolía, tenía
doce años y estaba por terminar la escuela primaria. De tanto en tanto visitaba
a su madre en la casa de la Doctora. O bien la señora de Mendolía se
encontraba con su hija, por lo general los fines de semana.
La señora de Mendolía era infatigable y en los ratos libres inclinaba su
cabeza sobre los libros que la Doctora tenía en la biblioteca asimilando con
rapidez el contenido de los mismos. Era delgada, de estatura mediana, cutis
blanco y cabellos castaños. De pocas palabras pero carácter fuerte, la señora
de Mendolía se sintió muy bien conviviendo con la Doctora y ésta a su vez
estaba muy contenta por tener a su lado a tan eficaz colaboradora. Así fue
como, de común acuerdo la señora de Mendolía suspendió la búsqueda de un
departamento en alquiler y se quedó a vivir en el de la Doctora, definitivamente.
A esta altura de las referencias expuestas sobre la señora Irma Anello de
Mendolía, debo aclarar que las mismas fueron desarrolladas en lo personal
sobre la base del relato que me hiciera su hija, Elba Mendolía, y en lo
profesional fueron tomadas de la documentación que la misma me facilitara en
ocasión de las dos entrevistas que con ella mantuve en 1993. La señora de
Mendolía había fallecido el año anterior.
UNA DURA LUCHA
Corría el año 1951 cuando en la “Liga Argentina de Higiene Mental” el
doctor Gonzalo Bosch presentó a la Doctora al señor Samuel Tiffenberg, un
importante introductor de bienes de capital. A este señor, al margen de su
actividad comercial le preocupaba todo lo que a salud y educación de la niñez
se refiriera, tema sobre los cuales solía intercambiar opiniones con el doctor
Bosch. Para ese año, ya hacían dos que habían comenzado a funcionar las
cuatro escuelas diferenciales.
El señor Tiffenberg relata así el ambiente escolar y social que se vivía en
esos años en nuestro país:
“La pedagogía diferencial tendía a tener programas adecuados para los
niños deficientes, cosa que no se lograba en la escuela común.
En la escuela común los niños diferenciales eran siempre desplazados y
los docentes, con las excepciones debidas, evidentemente se sentían molestos
porque soñaban con el grado ideal. ¿Y qué era el grado ideal para la docente?
Una escuela de nivel parejo, donde no hubiera alumnos que la obligaran a
trabajar o a distraerse en función de ellos. Éste era un problema. El otro
problema era como el que ocurre hoy con el S. I. D. A., la ocultación del
enfermo. Los padres de los diferenciales procuraban ocultar la deficiencia de
sus hijos, porque llevaban para consigo una carga, lo que se da en llamar algo
así como “mea culpa”. Era un grave error. Nadie está exento de tener un hijo
afectado, pero el problema era para toda la familia. Por ejemplo, la hermana del
infradotado que tiene que presentarlo a su novio. Ello alerta a la familia del
novio. Todos asumían que a la muerte de los padres, algunos de los hermanos
tendría que ocuparse del infradotado. Son problemas que afectan a la unidad
familiar, a la sociedad. Toda la estrategia de la Doctora estaba destinada a
introducir un nuevo “modus vivendi” en la sociedad con relación al infradotado.
Fue una dura lucha”.
Luego de un breve paréntesis, el señor Samuel Tiffenberg continúa
relatando:
“La teoría final de la Doctora Carolina Tobar García era procurarle un
futuro al niño enfermo. Ella estaba convencida de que, por ejemplo, muchos
niños mogólicos, hoy se les llama Down que significa “abajo”, con un buen
tratamiento podían recuperarse para la sociedad. Que se les podía dar la
capacidad necesaria para que, dentro de su deficiencia, tuvieran elementos
básicos para la autosustentación y dejaran de ser una carga para la propia
familia. La Doctora Carolina Tobar García estaba en todo. En la provincia de
Buenos Aires había una “Dirección de Escuelas de Excepcionales”, pero
prácticamente no había estas escuelas, eran muy pocas y las maestras no eran
especialistas en la materia. Estas escuelas eran entonces meros depósitos de
niños y niñas, porque la didáctica diferencial era incipiente. No había, digamos,
una carrera formal. Las maestras trataban al alumno brindándole cariño, pero
no asistencia médica o especializada en la materia, como necesitaba el
diferencial. Con la Doctora Tobar García se produce un cambio sustancial con
esta nueva carrera.
“Al poco tiempo de ese primer encuentro visito a la Doctora para
comunicarle que hay una escuela en Ramos Mejía que funciona solamente en
horario vespertino. Convinimos en que podría utilizarse por la mañana para
trabajar en la reconquista del sujeto y por la tarde en formarlo para su
autodefensa. También se podría crear en la misma escuela la carrera de
capacitación de maestros especializados. Había que adaptar algunas partes
del edificio para lo cual yo contaba con la colaboración de un arquitecto amigo
y de todo lo que fuera necesario para lograr ese fin. Hice con la Doctora no sé
cuántos viajes a La Plata para convencer al Ministro de Educación, que a la
sazón era Secretario de Educación. Eran los años del segundo gobierno de
Perón y el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, era el mayor Aloé. No
se logró.
“También para este tiempo hice un viaje a Europa y en París donde había
un pequeño negocio que vendía material didáctico de la Escuela Piaget,
compré el contenido de cuatro enormes cajones, con intención de donarlos a
las escuelas diferenciales. Llegaron a Buenos Aires, pero no se logró el
permiso aduanero y finalmente se perdieron. Fue una dura lucha, una dura
lucha.”
Con esas palabras terminó el señor Samuel Tiffenberg la primera parte de
su relación con la Doctora Carolina Tobar García. Más adelante añadiré la
continuación de este relato que hizo para esta biografía, una noche de mayo de
1994.
AÑOS DIFÍCILES
En los últimos años de la primera presidencia del General Perón, la
convivencia entre argentinos ya se había tornado muy difícil. Divididos en dos
fracciones que en un comienzo se llamaron, una de los trabajadores y la otra
de los oligarcas, se identificaron luego como peronistas o antiperonistas. La
fuerza del poder la tenían los peronistas. En 1949 se había llevado a cabo la
reforma de la Constitución Nacional incluyéndose entre sus nuevas
disposiciones la reelección presidencial. De ello resultó que el General Perón
fuera reelegido para el siguiente período que abarcaba desde 1952 a 1958.
Asumió en junio y al mes siguiente falleció su señora, Eva Duarte. Con este
motivo se decretó una serie de homenajes entre los que se contaron la
obligatoriedad en todos los colegios de pronunciar diariamente unas palabras
alusivas, minutos antes de dar comienzo a las clases y la uniformidad de los
horarios nocturnos para la transmisión de los noticieros radiales, que debían
anunciarse todos de la misma forma: “... 20.25 hora en que Eva Perón pasó a
la inmortalidad”. Pero lo que provocó serias resistencias en alguna gente fue la
obligación de adherirse al duelo. Hombres y mujeres debían llevar una cintita
negra colocada como escarapela argentina. También todos los comercios
debían exhibir en las vidrieras una foto de Eva Perón, con una señal de luto. En
resguardo de las represalias que pudieran sufrir quines se negaran a ese
reconocimiento, la medida fue acatada por casi todo el país.
La Doctora no se colocó esa cintita negra. Opinaba que el duelo no era
necesario ostentarlo sino sentirlo. Como empleada de la administración
nacional ello no pasó inadvertido. Además no se privaba de emitir su opinión
contraria al régimen dictatorial reinante por esos años en nuestro país. Las
consecuencias de esta rebeldía se conocieron públicamente por medio de la
nota que publicó el diario “La Nación” el viernes 21 de diciembre de 1956. Con
el título: “Las Designaciones de los Profesores en la Universidad de Buenos
Aires”, aparece la fotografía de la Doctora y de otros tres profesionales de
distintas ramas universitarias. Debajo de su foto está su currículum del cual
tomo los párrafos que expresan las medidas que, por la defensa de sus
derechos como argentina y fundamentalmente como ser humano, debió
soportar en el segundo período presidencial del general Perón:
“... En 1952 fue separada de su puesto por sus convicciones
democráticas.”
Sobre el final de la nota agrega “La Nación”:
“... Por último cabe mencionar su reincorporación en la Dirección de
Sanidad Escolar y su reciente designación como titular en la Facultad de
Filosofía y Letras.”
Para la fecha de la mencionada publicación Perón ya había sido
derrocado y gobernada el país el general Pedro Eugenio Aramburu.
En marzo de 1955, la Doctora acompañada de su sobrina Norma,
recientemente recibida de médica y de la señora de Mendolía concurrió a
Mendoza donde se realizaba el “Primer Congreso Argentino de Readaptación”,
organizado por al “Sociedad Cuyana de Readaptación”.
A los pocos días de haber regresado a Buenos Aires, la Doctora debió
viajar a Quines para asistir al velatorio de su hermano mayor Teodosito, quien
había fallecido de un ataque al corazón (4 de abril 1955).
Durante esos años difíciles la Doctora vio decrecer sensiblemente sus
entradas de dinero, pero lo que seriamente le preocupó fue su inactividad
docente con tanto como había para hacer en nuestro país en materia de
educación.
CINCO SÁBADOS, CINCO ESCUELAS
En tanto el señor Samuel Tiffenberg se concentra para proseguir
cronológicamente con sus recuerdos, su señora Zulema, menuda, rubia y ágil
en sus movimientos hace su aporte a esta biografía:
“Varios años invitamos a la Doctora a veranear con nosotros y con nuestra
hija que en ese tiempo tenía doce a trece años. Íbamos a Mar del Plata donde
teníamos un chalet enorme. También invitábamos a Mendolía porque vivía con
la Doctora. No la íbamos a dejar sola. Samuel tenía dos coches. Yo manejaba
uno y el chofer el otro donde llevábamos el cargamento de maletas. A Samuel
no le gustaba manejar, pero sí ir a mi lado molestándome con sus indicaciones.
Atrás, con la Doctora iba mi hija y Mendolía. Todos cantando. La Doctora
conocía muchas canciones folklóricas y era muy divertida contando cuentos...”
La interrumpe el señor Tiffenberg para continuar relatando:
“Luego de esos inútiles viajes a La Plata, ante esa imposibilidad de lograr
el apoyo de “los de arriba” pensamos en movilizar a “los de abajo”. El problema
era lograr el espacio adecuado donde reunirlos. Esta vez tuvimos más suerte.
Un día iba con la Doctora subiendo en el ascensor de la Bolsa de Cereales,
que está en Corrientes 11, donde yo debía hacer un trámite y conversábamos
sobre el tema de los niños deficientes. El ascensorista interrumpió nuestra
conversación para hacerla unas preguntas a la Doctora sobre un hijo enfermo.
La Doctora inmediatamente se interesó y le pidió que lo llevara a su domicilio.
Desde luego, era un hombre de condición humilde, pero eso a la Doctora no le
preocupaba. Lo atendería sin cobrarle. Para ella lo importante era tratar al niño.
Una vez que se pusieron de acuerdo en el día y la hora en que el hombre le
llevaría a su hijo, intervine diciéndole: “Usted está sometiendo a la
consideración de la Doctora el problema de su hijo, ¿qué le parece si colabora
y logra que la Bolsa nos facilite el salón de actos para hacer unas reuniones
sobre el tema?” Yo conocía ese salón. Y efectivamente el hombre lo logró. Se
denominaron esas reuniones:
“CINCO SÁBADOS, CINCO ESCUELAS”
Para lograr el éxito que tuvimos con ellas, trabajamos como locos, la
Doctora, la señora Mendolía y yo. Hice pegar afiches en los lugares permitidos
de la Ciudad, invitando a la reunión a todos los docentes y fundamentalmente a
los padres de niños disminuidos. En esos años se calificaba como escuelas
diferenciales a las domiciliarias, a las hospitalarias, pero escuelas destinadas a
los niños disminuidos había cuatro en la Capital Federal que habían sido
creadas a instancias de la Doctora y dependían de Sanidad Escolar, que
quedaba en Saavedra 15, y una quinta que se identificaba como de niños
mogólicos y que dependía del Ministerio de Salud. Los cinco sábados
concurrieron todos los docentes de las cinco escuelas, más los de una sexta:
los de una escuela de sordomudos. El interés que habían despertado en la
gente las reuniones de esos cinco sábados, los hizo surgir la idea de agrupar
en una asociación a todos los docentes de alumnos diferenciales. Así nació la
A. D. E., es decir la
“ASOCIACIÓN DE DOCENTES ESPECIALIZADOS”
“Para las reuniones que esta Asociación tendría que realizar ofrecí a la
Doctora un salón donde yo tenía, y aún tengo, mi escritorio en la Avenida de
Mayo 749, 2º piso, escritorio 5 y teléfono 34-6385. Las primeras maestras que
fueron convocadas para participarles la idea, querían que la Doctora fuera la
Directora, pero ella no lo aceptó y en cambio propuso a la señora Mendolía,
quien fue aceptada por unanimidad. Eligieron bien porque esta señora era muy
activa, tenía mucha capacidad de trabajo. Además, y fundamentalmente, al
vivir junto a la Doctora, era una fuente inagotable de respuestas y soluciones.
De inmediato nos abocamos a la tarea de organizar unas jornadas para difundir
dentro y fuera del país la importancia de la pedagogía asistencial. Esas
jornadas fueron las
“PRIMERAS JORNADAS ARGENTINAS
DE PEDAGOGÍA ASISTENCIAL”
“Se llevaron a cabo en la Escuela Normal Nº 4, en Rivadavia 4950, de
esta Capital, desde el 4 al 19 de febrero de 1957. La señora Hortensia P. de
Lacau era la Directora de esa escuela. Se notificó de la realización de esas
jornadas a todos los medios gráficos con la debida anticipación. Fueron
auspiciadas por el Consejo Nacional de Educación y por la Dirección
General de Sanidad Escolar. No debemos olvidarnos de que la Doctora era
médica de Sanidad Escolar. Durante los dieciséis días que duraron esas
jornadas todos los diarios del país le dedicaron importantes espacios con
comentarios sobre los temas tratados. También tomaron numerosas
fotografías, sobre todo en el día de la apertura y en el de la finalización de esas
jornadas. Concurrieron representaciones docentes de Chile, del Uruguay y de
todo el interior del país. Diariamente ese hermoso salón del Normal Nº 4 alojó
entre trescientas cincuenta a cuatrocientas personas. Fueron días de emoción
indescriptible para la Comisión Organizadora que se había formado en la
“Asociación de Docentes Especializados” para llevar a cabo esas jornadas. En
esa Comisión la Doctora fue designada Presidenta Honoraria y Mendolía
Presidenta de la Comisión Directiva. Como Presidenta del Consejo Directivo de
“A. D. E.”, la señora Mendolía pronunció las palabras de apertura de esas
jornadas y la Doctora habló en cuarto término. Aquí tiene usted un borrador de
lo dicho por la Doctora ese mismo día, 4 de febrero de 1957.”
Y así diciendo, el señor Tiffenberg me extiende dos hojas de papel oficio
escritas a máquina y amarillentas por el paso del tiempo. Nuevamente guardó
silencio para concentrarse en sus recuerdos. Más adelante continuaré con su
importante relato sobre tantos trabajos realizados entre la Doctora con su
profesionalidad, la señora de Mendolía como Presidenta de la “Asociación de
Maestros Especializados” y él colaborando desde el anonimato. Anonimato que
quiso mantener también en esta oportunidad, pero pude convencerlo de que
esta vez eso no sería posible. El señor Samuel Tiffenberg no sólo ha sido un
desinteresado colaborador en los afanes de la Doctora sino que también,
juntamente con su señora Zulita fueron ambos excelentes amigos. De esto
último ya nos dará pruebas más adelante.
Transcribo a continuación partes del “Discurso Sobre Pedagogía
Terapéutica y Asistencial” pronunciado por la Doctora Carolina Tobar García
el día de la apertura de las “Primeras Jornadas Argentinas de Pedagogía
Asistencial”. (4 de febrero de 1957).
“Señoras y Señores:
Nada más grato para mí que hacer el elogio de la Pedagogía Terapéutica
y Asistencial. Ella nació con la doctrina del amor al prójimo y es la expresión
más acendrada de la solidaridad humana, puesta a prueba en este siglo XX,
siglo en que han resurgido ciertas tendencias al desprecio por la vida de los
demás y hasta se ha vuelto a hablar de eutanasia. Esta pedagogía como
cualquier otra, es optimista, es decir, cree en el poder de la educación.” “(...)”
“En estos momentos, como en muchos otros casos, se pone a prueba la
vocación, la constancia y a veces la intrepidez de los que a ella se dedican. Es
el mejor exponente de su vocación científica y humanitaria. “(...)” “El ex Cuerpo
Médico Escolar, desde principios de siglo, vino planteando la cuestión de los
retardados escolares. El primer nombre que hemos encontrado en los archivos
es el del Dr. Valdez, que en 1902 señaló el problema y elevó una cifra que ya
en aquel entonces justificaba la creación de escuelas especiales. Después se
encuentra el nombre del Dr. Genaro Sixto ligado a la creación de escuelas al
aire libre. En la década del 20 al 30 el Dr. Olivieri, Director del citado Cuerpo
Médico Escolar dio impulso a las escuelas al aire libre para niños débiles y en
ellas se establecieron grados diferenciales anexos. Todas estas iniciativas
cayeron bajo el hacha destructora de la revolución de 1930”. “(...)” “En
1934, reabrió el consultorio para “retardados pedagógicos” como se decía en
aquel entonces, bajo la influencia de Demours y otros. “(...)” “En 1941 se hizo el
censo de niños con dificultades o inadaptados en el D. E. 3º y en 1942 se creó
la primera escuela de adaptación, que subsiste hasta la fecha con nombre
cambiado. Todos estos han sido estudios y esfuerzos parciales, dispersos y no
bien coordinados con los organismos técnicos correspondientes del C. N. de
Educación, por razones tal vez circunstanciales y transitorias.”
En esta introducción puede observarse que la Doctora hace una breve
historia que comienza a principios de este siglo, y que se había concretado en
parte cincuenta años después. Al mencionar a los doctores que fueron pioneros
en la obra a favor de los niños inadaptados está rindiéndoles un justo
reconocimiento.
En las palabras siguientes plantea la realidad de la educación en el año
que la pronunciara, 1957.desde entonces a la fecha, 1994, han transcurrido
casi cuarenta años y quizá hoy tienen tanta o más vigencia que en aquellos
tiempos:
“En nuestro país, señores, no existe un estudio completo del fracaso
escolar y sin embargo se oye con mucha frecuencia hablar de que los
estudiantes no quieren estudiar, de que no aman al estudio, que lo poco que
hacen lo hacen a la fuerza. Todo el mundo se contenta con echarles la culpa y
los mismos estudiantes no parecen darse cuenta de la raíz de su mal. Es
verdad que la decadencia de la escuela es un fenómeno alarmante que
muchos creen, como hace dos o tres décadas, que se puede arreglar con
conferencias magistrales. Nosotros no creemos en las conferencias porque
hemos visto que no han servido para evitar esa decadencia desde que
desapareció la pléyade de grandes maestros que fueron, Senté, Mercante,
Pizzurno y otros.”
Más adelante destaca insistentemente la importancia del trabajo en
equipo y también en esa referencia pudo verse que aún hoy sus palabras
tienen una vigencia escalofriante:
“Los maestros tienen que trabajar en equipos. Vamos a demostrar que
esto es posible a pesar de nuestro inveterado individualismo. La palabra equipo
no es una palabra más. Hay equipos autocráticos y equipos democráticos.”
“(...)” “Nosotros creemos que la palabra democracia fue una palabra vana en
nuestra vida civil práctica y en la escuelas en primer lugar. El maestro nunca
vivió verdaderamente, dentro de la escuela, una verdadera democracia. Tuvo
mandantes, comandantes, jefes, inspectores, pero no guías, salvo raras
excepciones. Por eso no sabe trabajar en equipo y sobre todo en equipo
democrático, con médicos, con psicólogos, con asistentes sociales, etc. En
nuestro país existió la institución de la “fagocitosis” oficializada, entre médicos
por ejemplo. Con eso designaban esa absorción que los jefes de sala, los
directores del instituto, etc., hacían del trabajo de auxiliadores, ayudantes o
subordinados. No existió el respeto por la propiedad intelectual y los jefes,
directores o inspectores, se apropiaban la mayor parte de las veces de las
iniciativas, trabajos hasta y hasta el material didáctico, preparado por los
subordinados. Eso no ocurrirá si aprenden a trabajar en equipo. Es un
imperativo el aprender a trabajar en equipo.”
Según dicen maestras que escucharon a la Doctora dar conferencias, la
pasión de sus palabras se reflejaba tanto en la forma de pronunciarlas como en
su contenido. Empleaba un tono pausado y suave para hacer más
comprensible su exposición. No imponía conceptos. Los transmitía de manera
tal que los oyentes se sentían tocados en su sensibilidad. Sobre esto último
pueden darnos una idea las palabras finales de esa conferencia:
“Señoras y Señores. La Pedagogía Terapéutica y Asistencial reconoce en
todos los sujetos de que se ocupa, un elemento común, que es el dolor.
Muchos de ellos sufren y hacen sufrir. Sufre el hogar, sufre la comunidad. Ese
hondo dolor es el elemento unitivo, igualador. No respeta al rico ni al pobre; no
respeta status social. Lo mismo ocurre con los problemas de la conducta, con
las anomalías sensoriales, con las encefalitis y sus secuelas, etc., etc.
“De ahí viene el altísimo valor espiritual de esta actividad docente que
hemos dado en llamar Pedagogía Asistencial.”
Los importantes temas tratados en estas jornadas se distribuyeron en los
días siguientes a razón de dos por día. Extensos se haría mencionarlos a todos
con sus correspondientes relatores, pero sí lo haré con aquellos que fueron
tratados el jueves 7 de febrero. Por al mañana la señora Mendolía desarrolló el
tema 3: “La formación del maestro especializado”. Por la tarde, en la mesa
presidida por el Secretario y profesor de la Facultad de Ciencias de la
Educación de San Luis, Universidad de Cuyo, señor Plácido Horas, la Doctora
Carolina Tobar García desarrolló el tema 4: “La función del médico
especializado”.
En oportunidad de esas jornadas, el Profesor Plácido Horas comprometió
a la Doctora a realizar al año siguiente las segundas jornadas en la provincia
de San Luis.
En acto de clausura de las “Primeras Jornadas Argentinas de Pedagogía
Asistencial, acompañado del Director General de Sanidad Escolar, doctor Raúl
Chevalier, se hizo presente el Ministro de Educación y Justicia.
Por otra parte, el diario “La Nación” del día 24 de febrero de ese año,
1957, le dedicó una extensa y elogiosa nota editorial. Como así también todos
los diarios de la Capital y del interior, día a día publicaron notas sobre el
desarrollo de cada jornada y las conclusiones a que arribaban.
El éxito alcanzado por estas “Primeras Jornadas de Psicología Asistencial”
decidió al Consejo Directivo de la “Asociación de Maestros Especializados”
intensificar la difusión de la Pedagogía Terapéutica Asistencial por medio de
opúsculos titulados, “Cuadernos de Psicopedagogía” en los cuales se trataron
temas referidos a esa especialidad. El primer número fue editado en mayo de
1957y en él la señora de Mendolía explica: Cómo organizar un grado
diferencial”. En el segundo, aparecido en julio de ese mismo año, la señorita
María Laura Nardelli, trata el tema: “Iniciación Musical Para Escuelas
Diferenciales y Jardines de Infantes”. Y en el tercero, editado en junio de
1958, Alicia Argibay, María C. de Landajo e Isabel Ponce de León, abarcaron el
tema: “El Niño Lisiado, Sus Dificultades. La Enseñanza Escolar”.
Todo ello vigorizó la naciente “Asociación de Docentes Especializados”
cuya Directora era la señora Mendolía.
Y sus inspiradores la Doctora Carolina Tobar García y el señor S.
Tiffenberg.
1
Cuaderno
de
Psicopedagogía
Cómo organizar
un Grado Diferencial
por Irma Anello de Mendolía
Tapa del Nº 1 de los opúsculos publicados por la
“Asociación de Docentes especializados”.
CUADERNOS DE PSICOPEDAGOGÍA
ORGANO DE LA ASOCIASION DE DOCENTES ESPECIALIZADOS
Avda. de Mayo 749 – 2º Piso – Escritorio 5 – Buenos Aires
*
Destinado a la difusión de la
PEDAGOGÍA TERAPÉUTICA Y ASISTENCIAL
*
CONSEJO DIRECTIVO
Presidenta: Irma Anello de Mendolía
Vicepresidenta: María Cristina Landajo
Secretaria: Isabel Ponce de León
Prosecretaria: Georgina Rebosio
Tesorera: Fanny G. de Molina
Protesorera: Arminda F. de Otero
Delegados:
Rosa Lisa
Elsa de la Vega de Di´Leo
Julia V. de Gentile
Amalia Gonzáles van Doneelaar
Año 1
Mayo 1957
Volumen 1
Primera hoja de los opúsculos publicados por la A. D. E.
La sede de la misma era en el escritorio que aún hoy, 1994,
tiene el Sr. Tiffenberg.
MÉDICA FORENSE
La Vida de la Doctora Carolina Tobar García es tan rica en trabajos,
nombramientos y acontecimientos que se hace difícil, por no decir imposible,
mantener el orden cronológico de los mismos.
El relato del señor Samuel Tiffenberg se prolongó hasta la realización de
las “Primeras Jornadas de Pedagogía Asistencial”, pero entre los años 1956 y
1957 se produjeron otros acontecimientos trascendentales en la trayectoria
existencial de la Doctora Carolina Tobar García.
Al comienzo de 1956 se presentó al primer concurso de ese año para
llenar cargos en el Cuerpo Médico Forense de la Justicia Nacional. Fue así
como llegó a ser la primera mujer Médica Forense de la República
Argentina.
El hecho llenó de asombro a los círculos médicos, pero no tanto entre sus
parientes y amigos que conocían muy bien la vastedad de sus conocimientos y
la fuerza de su carácter. Esa fuerza que asomaba en la Doctora cuando las
circunstancias así lo requerían. Y que de no haberla tenido no habría salido del
recorrido diario por las sierras puntanas ni hubiera sido una “pioneer” más en el
ejercicio de los derechos de la mujer. Derechos que todavía en esos años
había hombres que insistían en limitarlos a la atención de la casa y de la
familia. No estoy haciendo un cargo al sexo masculino sino comentando una
realidad que la Doctora, al igual que algunas otras mujeres excepcionales,
hicieron rodar por el suelo. Desde luego que para lograrlo debieron demostrar,
además de valentía, su capacidad intelectual. La Doctora demostró estas
aptitudes, una vez más, en competencia leal. Constancia de ello dejó uno de
sus pares, el Doctor Eduardo L. Capdehourat, en una nota que enviara a la
“Comisión de Homenaje a la Doctora Carolina Tobar García”, con motivo del
acto realizado en el Hospital Infanto Juvenil que lleva su nombre, al cumplirse
el duodécimo aniversario de su desaparición física. La mencionada nota tiene
impreso el nombre del doctor Capdehourat. Está en escrita en tercera persona.
Comienza con la firma del doctor y continúa mecanografiada:
“E. L. Capdehourat
a destiempo por haberse enterado con posterioridad, esa la razón de su
inasistencia al acto, hace llegar su cálida adhesión al homenaje póstumo
tributado recientemente por la Comisión constituida al efecto, a la Doctora
Carolina Tobar García, a quien tuvo el placer de conocer y tratar asiduamente
siendo el firmante Decano del Cuerpo Médico Forense de la Justicia Nacional,
luego de que tuviéramos la satisfacción de ingresar sobre 204 inscriptos,
como médicos forenses por concurso de antecedentes, títulos y trabajos,
pudiendo apreciar sus sobresalientes dotes morales e intelectuales, como así
también su eficiente capacidad de trabajo y su versada competencia científica
para ejercer exitosamente las delicadas e importantes funciones de
asesoramiento a los magistrados, trasuntadas en sus pericias y demás
requerimientos de ese orden, contribuyendo a que su nombre y su destacada
obra documentada perdure indeleblemente.
“Además tuvo la responsabilidad de ser su médico durante muchos
meses, lo que le permitió a diario apreciar su gran estoicismo para soportar
física y espiritualmente su implacable mal, del que tenía plena conciencia y de
su inexorable y próximo fin como aciagamente aconteció.
Buenos Aires, 25 de octubre de 1974.”
Al pie de la misma está el destinatario:
“Comisión de Homenaje a la Doctora Carolina Tobar García”
Barracas 315 (ex Vieytes)
Buenos Aires”
(En el domicilio señalado funciona el Hospital Infanto Juvenil que lleva el
nombre de la Doctora. Fue inaugurado como parte de los festejos realizados
por el Instituto de Salud Mental, organismo dependiente del Ministerio de
Bienestar Social, conmemorando la “Semana de Salud Mental”, el viernes
veinte de diciembre de 1968. Está considerado en la actualidad, 1994, el único
se su género en Sudamérica. La calle Barracas se llama ahora Doctor Ramón
Carrillo.)
En la mencionada nota he destacado con letras en negrita el número de
concursantes y los requisitos a llenar para cubrir el cargo de Médico Forense.
El hecho de ser doscientos cuatro los aspirantes nos da una clara idea del alto
grado de profesionalidad alcanzado por la Doctora. Por otra parte, a los
cincuenta y siete años de edad dejó asentado una vez más, su espíritu siempre
dispuesto a acometer una nueva empresa dentro de su ámbito profesional. El
paso lento no le impedía pisar fuerte y sin caídas. Los libros fueron su único
apoyo.
Ese mismo año, 1956, fue designada Profesora Titular en el
“Departamento de Ciencias de la Educación” de la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires. Dictaba la cátedra de “Pedagogía
Asistencial y Escuelas Diferenciales.” A estas clases teóricas concurrió, en
carácter de alumna, la señora Mendolía, según consta en el currículum que ella
misma confeccionara años más tarde.
Para ese tiempo, la Doctora era también Profesora Titular en la Facultad
de Humanidades de la Universidad de La Plata.
En julio participó en el “Primer Congreso Argentino de Psiquiatría”,
realizado en Buenos Aires.
A comienzos de 1957 se reunió con su amiga Martha A. Salotti para
festejar el nombramiento de ésta como Directora General del Instituto
Bernasconi. Para ese año, el libro “La Enseñanza de la Lengua”, escrito por
ambas y editado por Kapelusz en 1938, había repetido varias ediciones. Martha
A. Salotti, quien ya había escrito otros libros de lecturas infantiles para la
enseñanza en las escuelas primarias, se desempeñó en el Instituto Bernasconi
hasta 1964, año en que fundó su instituto particular: S. U. M. M. A.
Al mismo tiempo Ricardo, el hermano de la Doctora, renunció como
Profesor en el Colegio Ward, transcurridos 15 años de su ingreso al mismo
como tal, para desempeñarse como Rector en el Colegio Nacional “Esteban
Echeverría” de Ramos Mejía.
En el mes de setiembre de 1957, la Doctora participó en el “Primer
Congreso Latinoamericano de Psicología de Grupo”. El importante
desarrollo, durante cuatro días, de este Congreso se llevó a cabo en el Aula
Magna de la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires y fue recopilado
en un libro editado por la misma Facultad, en 1958.
Entre los nombres de los integrantes del Comité Organizador rescato el
del doctor Arnaldo Rascovsky y de entre los Miembros Honorarios Argentinos,
el del doctor Florencio Escardó. Ambos, junto con la Doctora, ya lo hemos visto
antes, habían creado en 1935, el “Primer Hospital de Niños, Privado”. También
rescato el de la doctora Telma Reca. Los tres habían iniciado la amistad con la
Doctora en sus años de estudiantes en la Facultad de Medicina. La Doctora se
jubiló este año, 1957, como Médica Inspectora de Sanidad Escolar. Había
cumplido sesenta años de edad y cuarenta como docente desde su inicio en la
escuela rural de Potrerillo, San Luis.
EL NUEVO CONSULTORIO
El haberse jubilado en su cargo de Inspectora Médica de Sanidad Escolar,
no le significó a la Doctora comenzar un período de descanso. Pese a que ya
sabía que a su trayectoria como ser humano le quedaba un corto plazo, su afán
de vida la llevó a instalar en su domicilio una “Clínica de Psicopatología
Infantil”. No lo hizo sola. Contó con la colaboración de la señora Mendolía
quien ese año había comenzado a desempeñarse como Psicóloga Auxiliar (ad
honorem), en la Cátedra de Psiquiatría Infantil que dictaba la Doctora en la
Facultad de Medicina de la Universidad de la Universidad de Buenos Aires.
También integró a su clínica, al doctor Luis Stopa, quien había sido
discípulo suyo en la Facultad. El doctor Stopa relata esa etapa en la vida de la
Doctora:
“Conocí a la Doctora en mis tiempos de estudiante de Medicina. Fui
discípulo de ella. Me recibí en 1951 y continué frecuentando su trato.
“Cuando instaló en su departamento la “Clínica de Psicopatología Infantil”
integré su equipo de trabajo junto con la señora de Mendolía. Esta señora
falleció el año pasado, 1992. La Doctora Carolina Tobar García era amante del
trabajo en equipo. Si debía atender a los familiares del paciente llamaba a
alguno de nosotros. Por ejemplo, si había que hablar con el padre y la madre,
distribuía las entrevistas. Uno hablaba con el padre y otro con la madre y
tomábamos nota de lo que decían. Después nos reuníamos los tres,
cotejábamos las declaraciones, discutíamos, sacábamos conclusiones y recién
entonces diagnósticaba. La Doctora anotaba todo lo que el chico decía, sin
cambiar una sola palabra aunque no fuera la correcta. Para ella, todo lo que el
paciente decía era importante. A nosotros siempre nos insistía en que había
que usar el término correcto, para lo cual debíamos consultar continuamente el
diccionario. Vivir con el diccionario al lado. Yo seguí el curso de Visitadores
Sociales que dictaba la Doctora en la “Liga Argentina de Higiene Mental” cuyo
director era el doctor Bosch. Quedaba en la calle Lima 430, de esta Capital. El
edificio fue dirruido cuando se hizo la ampliación de la Avenida 9 de julio. Ahí
también tuvimos un consultorio. La Doctora también trabajó con la doctora
Sixta Elira Guiñazú, ya fallecida.
“Si bien la Doctora siguió el psicoanalismo, tomó de cada escuela lo que
le convenía, es decir, aquello con lo que estaba de acuerdo. Era ecléctica.
“Por la tardes solíamos reunirlos en su casa con otros colegas para tomar
el té con ella y conversábamos de todo. Era muy afectiva. Recuerdo su alegría
cuando le dí la noticia de que había tenido un hijo. Me pidió que se lo llevara
para conocerlo. Ya estaba enferma. Mi hijo nació en octubre de 1961 y un día
de marzo del año siguiente le avisé que pasaría a verla. La Doctora le había
comprado un globo rojo.
“Cuando recibió el aviso telefónico de que su hermano Héctor Manuel
estaba muy mal, me pidió que la acompañara para verlo. El hermano vivía por
Villa del Parque, con los hijos. En la calle Melincué al 2700. Cuando llegamos
el hermano ya había muerto de un ataque cardíaco. Esto fue en julio de 1956.
Tenía 54 años. Y bueno... la Doctora no dio muestras de desesperación. No
todas lloran. Algunas mujeres lloran continuamente porque son histéricas, otras
lloran por cualquier cosa. La Doctora era muy realista. Muy positivista. Muy
inteligente. Sus trabajos aún tienen vigencia. En los círculos médicos se la
menciona continuamente. En su especialidad aún no fue superada.
“Tenía ideas socialistas, pero no estaba afiliada a ningún partido. Recibía
el diario La Vanguardia”.
“La Doctora se enfermó más o menos en 1957. Tenía leucemia linfoidea.
El día que falleció yo había estado con ella a la mañana y le pidió a Mendolía
que le leyera el índice de una revista médica que acababa de llegar. Cuando
falleció, el 5 de octubre de 1962 a las 17:30 horas, yo no estaba en su casa.
Fue atendida por los mejores especialistas, entre ellos el hematólogo Bonchil.
Ella personalmente seguía la evolución de su enfermedad.”
Considerando que no tenía nada más para agregar, el doctor Luis Stopa
dio por terminada la entrevista efectuada el lunes 29 de junio de 1993, en su
domicilio.
UN LIBRO, TRES AUTORAS
La creación de la “Asociación de Docentes Especializados” y, a renglón
seguido, la realización de las “Primeras Jornadas Argentinas de Pedagogía
Asistencial”, derivaron también en un acercamiento más estrecho entre sus
componentes. A la vez, tres ex alumnas de la Doctora, de los cursos de
especialización se aunaron para volcar sus conocimientos en un libro destinado
a facilitar ese aprendizaje y con miras a que fuera utilizado también en las
escuelas normales.
Fue así como las señoras: María Rosa Estruch de Morales, Encargada del
Gabinete Psicopedagógico de la Escuela Diferencial Nº 4; Irma Anello de
Mendolía, Secretaria Técnica de la misma escuela y María Angélica Lobo de
Geoghegan, Encargada del Gabinete Psicopedagógico de la Escuela
Diferencial Nº 2, en 1958 presentaron el libro impreso en la Imprenta López de
Perú 666, Capital, titulado:
“¿CUÁNDO EMPEZAR A ENSEÑAR?”
aclarando debajo:
“Cómo determinar el momento
en que un niño
puede aprender a leer y escribir.”
(El ejemplar que tengo ante mí fue facilitado para esta biografía por
Clotilde Tobar de Aragón, sobrina de la Doctora).
La primera página luce la dedicatoria escrita por la señora Mendolía: “A la
Dra. Tobar García, en un día memorable”. Al pie de la misma firman las tres
autoras, con fecha también escrita por Mendolía: “Buenos Aires, 22 de mayo de
1958.” Esas breves líneas reflejan la emoción de las autoras y llevan también a
imaginar la que habrá vivido la Doctora el día en que se lo entregaron. Se
trataba nada menos que de un trabajo elaborado por tres ex alumnas suyas,
quienes en la página siguiente, habían hecho imprimir la dedicatoria pública y
formal:
“A la
Dra. Carolina Tobar García
Por su fe en los maestros y su preocupación por la
niñez; por el fervor que al anima en elevar la jerarquía de la
labor docente, “Por una escuela más humana, más científica,
más comprensiva.”
Por el constante estímulo de su ejemplo y su palabra,
por sus enseñanzas.
Respetuosamente y en prueba de agradecimiento.
Las Autoras”
No cabe la menor duda de que, en esta dedicatoria, las autoras
transcribieron entre comillas la frase que cotidianamente debieron escucharle a
la Doctora en su lucha por una escuela mejor.
En la página siguiente, otra dedicatoria:
“Al maestro
Jean Piaget
Cuyas investigaciones psicológicas inspiraron este trabajo.”
Y comienza el libro con el “Prólogo para una nueva generación docente”,
firmado por la Doctora Carolina Tobar García.
Tomaré algunas partes de este mensaje lanzado en 1958:
“Hay en nuestro país un santo horror al experimento. “(...)” “Una actitud
antiexperimental domina en todos los planos de la educación. La mayoría de
les enseñantes quieren adoctrinar; se disputan las enseñanzas de la moral,
pero nunca la de las ciencias o la de materias instrumentales. Hay muchos,
muchísimos libros para la enseñanza de la lectura, pero nunca ha habido más
dislexias que en la actualidad. Un panorama desolador es el que ofrecen las
escuelas sin que en este aspecto se puedan haces excepciones. Una extraña
dolencia empieza en la escuela primaria, se va acentuando en la secundaria y
termina por ser incurable en la universidad. Esta es una hidra de siete
cabezas.” “(...)” “La misma hidra que con sus proteiformes cabezas asoma en
el preciso momento y lugar donde aparece un brote de libertad creadora. Se
exageraron a sabiendas los errores del ensayo en sus primeros pasos, sin
tener en cuenta que se aprende a volar volando. El ensayo de escuela activa
fue destruido cuando todavía estaba en agraz.” “(...)” “El trabajo que hoy ve la
luz es una contribución experimental a la didáctica. Está destinado a las
generaciones que empiezan porque en ellas está puesta la esperanza. Las
autoras han comprendido que hay que comenzar por el principio. Han
elaborado un test para determinar lo que el niño trae cuando ingresa a la
escuela. Es decir, un examen. Pero no un examen para eliminarlo o aplazarlo,
sino para orientarlo, dándole la enseñanza a la medida, como hubiera dicho
Claparède. Con ese objeto han pensado en el punto de partida, o sea el grado
de madurez del educando para dar comienzo a la enseñanza sistemática de las
materias instrumentales.” “(...)” “Tenemos la certeza de que la salvación está
en la pedagogía científica que es la única que puede estar al alcance de todos,
siempre que se tenga una buena formación profesional. Esto es lo que esperan
las autoras con su contribución experimental.”
Leídas esas claras expresiones, vertidas treinta y seis años atrás, sólo
resta preguntarnos:
¿Vive aún la hidra o ha surgido ya el Hércules que de un solo golpe cortó
juntas sus siete cabezas?
De las tres autoras del mencionado libro sólo vive en la actualidad, 1993,
la señora María Rosa Estruch de Morales. De contextura pequeña, delgada y
ojos muy vivaces, veamos qué opina la señora de Morales sobre la Doctora
Carolina Tobar García y sobre el libro de autoría compartida: “¿Cuándo
empezar a enseñar?”
“Conocí a la Doctora en 1948 haciendo el curso de maestros
especializados. Ella decía que la señora de Mendolía, la señora de Geoghegan
y yo éramos sus mejores discípulas. Le dio mucha satisfacción que entre las
tres escribiéramos ese libro, porque decía que era muy importante saber
trabajar en equipo. Cuando nos daba instrucciones nos decía: “Aquí no manda
nadie”. Solíamos reunirnos en la casa de la Doctora. Yo viajé con ella, con
Mendolía y otras maestras más a Salta y a Tucumán en 1959 y a Córdoba en
1960 para dar cursos a las maestras que querían especializarse en el trato
para con los niños que sufrían atrasos escolares. Para esa fecha ya hacía un
par de años que la Doctora estaba enferma. Nunca se quejó. Nos había
enseñado a la señora de Mendolía y a mí a dar inyecciones, pero yo nunca me
animé a hacerlo. Se las aplicaba la señora de Mendolía. Cuando ya estaba
muy mal, un día me preguntó que quería que me dejara de recuerdo. Le
respondí que no era necesario, porque siempre la iba a recordar. Un día, en
Salta, íbamos las dos caminado por una calle y me dijo que a mi lado se sentía
muy bien porque yo era tranquila y le transmitía paz. Al pasar por la Catedral le
dije que iba a entrar para rezar un rosario. Ella me esperó en la puerta. Me dijo
que no me acompañaba porque era atea. En la casa tenía un consultorio donde
atendía a sus pacientes, pero no les cobraba o si lo hacía era muy poco. No
era nada interesada. El dinero no la preocupaba. Algunos les regalaron joyas
que ella nunca usó, porque no le gustaba hacer ostentación de riqueza. Era
muy sencilla en sus costumbres y en su vestimenta. En los últimos tiempos de
su enfermedad le hacían transfusiones diarias. Los conscriptos daban la sangre
y lo hacían contentos porque después tenían el día libre. Tuvo mucha entereza
para sobrellevar su mal. Trabajó hasta que ya no pudo mantenerse más en pie.
Lamento no tener ninguna fotografía de la Doctora...”
Así terminó la entrevista a la señora María Rosa Estruch de Morales en su
domicilio de la calle Santa Fe, de esta Capita, en junio de 1993.
Del libro “¿Cuándo empezar a enseñar?” tengo ante mi vista un ejemplar
obsequiado por la señora Elba Mendolía, hija de la señora de Mendolía.
Corresponde a la segunda edición sacada en 1983, por el “Centro Editor
Argentino”.
RECORRIENDO EL PAÍS
El éxito alcanzado por las Primeras Jornadas de Pedagogía Asistencial
realizado en Buenos Aires determinó que el delegado de las mismas, por la
Provincia de San Luis, Profesor Plácido Horas se interesa en que las segundas
jornadas se realizaran en esa provincia. Por su vinculación con los medios
educativos ofreció a la Doctora ocuparse de hacer todas las gestiones que
fueran necesarias para que también resultaran exitosas.
Sobre la resonancia que tuvieron informó el diario puntano “La Opinión” de
San Luis en el artículo publicado el 12 de agosto de 1958 bajo el título:
“Continúan con el mayor éxito las “Segundas Jornadas de Pedagogía y
Psicología” auspiciadas por la Universidad de Cuyo”.
“(...)” “Más de 200 delegados que representan a Universidades
Nacionales, a Ministerios y organizaciones nacionales y provinciales de Salud
Pública y Educación; a Institutos de Pedagogía, a entidades privadas y
estatales de protección y orientación a la infancia concurren a las “Segundas
Jornadas de Pedagogía Asistencial” que se cumplirán en San Luis hasta el 15
del corriente. Este Congreso es auspiciado por la Universidad Nacional de
Cuyo como un festejo académico de su XIX aniversario y organizado por la
Facultad de Ciencias de aquella alta casa de estudios y por la “Asociación de
Docentes Especializados”.
Luego de relatar los detalles de la ceremonia inaugural menciona a las
personalidades que hicieron uso de la palabra en primer término. “... y
seguidamente la Presidenta de la “Asociación de Docentes Especializados”,
señora Irma Anello de Mendolía quien hizo en su discurso un balance de la
acción de la entidad y finalmente expuso sobre el sentido de las Jornadas el
Secretario General de las mismas, Profesor Plácido Horas”.
“... el lunes 11 se reunió la comisión que trató “Aspectos Médicos,
Diagnósticos y Psicológicos” bajo la Presidencia de la Doctora Carolina Tobar
García con la Profesora Marta B. de Amelter, discutiéndose varios trabajos”.
Sumado a esto, la Doctora continuaba desempeñándose como Médica
Forense y dictando la Cátedra de “Pedagogía Asistencial y Escuelas
Diferenciales” en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires cuando fue
nombrada el 1º setiembre de 1958, Profesora de Psicopedagogía en el
“Instituto Nacional del Profesorado Secundario”.
Para esta fecha hacía unos meses que el general Pedro E. Aramburu
había hecho entrega del mando al nuevo Presidente Doctor Arturo Frondizi.
Nuevamente el país había entrado en la senda constitucional.
Al año siguiente, en el mes de octubre, la Doctora viajó con Mendolía y
otras maestras especializadas a Salta y a Jujuy, invitadas por el Consejo de
Educación de esas provincias. En ellas dictaron el curso “Enseñanza a niños
infradotados”. Sobre este acontecimiento el diario matutino “El Tribuno” de
Salta publicó, en la primera hoja, una nota con la fotografía de la Doctora
sentada frente a un escritorio, rodeada de las cuatro docentes que la
acompañaron. Puede reconocerse entre ellas a la señora de Mendolía y a la
señora Maria Rosa Estruch de Morales.
En marzo de 1960 se trasladó a Córdoba invitada por el “Consejo de
Enseñanza Secundaria, Normal y Especial”, para dictar el curso “Importancia
de la Psicopedagogía”. Viajó también para esta ocasión con un grupo de
docentes entre las cuales se hallaba la señora de Mendolía. Se confeccionaron
y distribuyeron programas con los cinco temas a tratar en los cuales
colaboraron las integrantes del equipo. Este curso se llevó a cabo desde el día
16 al 25 de marzo.
Ese mismo año salió la quinta edición del libro “La Enseñanza de la
Lengua”, que presentara juntamente con Martha Salotti, por primera vez
veintidós años atrás, en 1938. Ello de por sí nos da una idea de la aceptación
que tuvo durante ese tiempo.
La Doctora acompañada de su sobrina médica, Norma Tobar, antes de
finalizar el año viajó a Mar del Plata. Ambas participaron en el “Segundo
Congreso de Psiquiatría” que se llevó a cabo en esa ciudad, en el mes de
noviembre.
Es evidente que la Doctora Carolina Tobar García, se había entregado,
con profunda vocación, a las dos profesiones que con tanto sacrifico había
alcanzado: Maestra y Médica.
GOBIERNO DE CORDOBA
Consejo de Enseñanza Secundaria
Normal y Especial
Importancia de la Psicopedagogía
Curso a cargo de la Profesora
Doctora Carolina Tobar García
ORGANIZA LA INSPECCION DE ENSEÑANZA
SECUNDARIA, NORMAL Y ESPECIAL
16 – 25 de Marzo de 1960
CORDOBA
Invitación y programa.
TESTIMONIOS DE TRES EX MAESTRAS
Maestras especializadas que fueron alumnas de la Doctora,
indudablemente que, pese al tiempo transcurrido aún deben vivir muchas. La
dificultad estriba en ubicarlas para que aporten sus recuerdos. De todos
modos, considero que la opinión de tres de ellas, que no están relacionadas
entre sí, es número suficiente para agregar a esta biografía. Sus opiniones son
un testimonio más sobre la personalidad humana, cálida y tenaz que albergaba
en su alma, la Doctora Carolina Tobar García.
Las circunstancias en que fueron expuestas demostrarán la veracidad y
espontaneidad de los mismos.
Durante una reunión familiar en la que se festejaba el cumpleaños de un
amigo mío conversando con la madre de éste, maestra jubilada, sobre mi
emprendimiento biográfico sobre la Doctora, me interrumpió para decirme ese
día de octubre de 1993:
“¡Yo la conocí...! Fue en el año 1960. Se estaban creando los jardines de
infantes integrados a la escuela primaria para lo cual se necesitaban con
urgencia maestras jardineras. Fue creado entonces un curso acelerado de un
año, en el “Instituto Bernasconi”, siendo Directora del mismo la señorita Martha
Salotti. Al curso de ese año fuimos enviadas las diez mejores maestras de cada
distrito. Resultamos veinte por distrito ya que se eligieron en los dos turnos,
mañana y tarde. Yo era maestra de 5º grado en la escuela Nº 5, del distrito
escolar Nº 16. A mediados del año concurrió la Doctora al Instituto y dio tres o
cuatro clases, más bien charlas, para ampliar nuestros conocimientos. La
recuerdo muy accesible, respondiendo a todas las preguntas que le
formulábamos, incluso algunas de carácter personal. Teníamos una compañera
que estaba embarazada y al término de las clases, cuando rodeábamos a la
Doctora, se acercaba para consultarla sobre aspectos de su embarazo. Esto no
tenía nada que ver con el curso, pero la Doctora igualmente satisfacía sus
preguntas y aclaraba sus dudas. No mostraba apuro por retirarse. Era evidente
que le agradaba que la hiciéramos partícipe de nuestras inquietudes. Sus
clases resultaban muy amenas porque recurría a ejemplos y anécdotas. Insistía
en que la escuela debía ser activa. Nos hablaba de la responsabilidad con que
debíamos ejercer la enseñanza. Una de las tantas cosas que no debíamos
olvidar estaba referida a los elementos que nos proveyeran para la enseñanza.
Decía que debíamos usarlos siempre, hasta que se gastaran y de inmediato
cuando esto sucediera debíamos pedir la reposición de los mismos. Era muy
clara en sus exposiciones. Sencilla en sus maneras y en su vestimenta. Muy
cálida en el trato. Yo tomé conocimiento de su fallecimiento producido dos años
después de haber hecho ese curso, por medio del diario “La Nación”. Me costó
convencerme, porque la había conocido muy dinámica, al frente de la clase...
No parecía que estuviera enferma...”
Transportada mentalmente a ese tiempo, el rostro de la señora Elsa
Sarodio de Castro, 73 años de edad, reflejaba la onda satisfacción que produce
el haber cumplido muy bien con su labor docente. El bullicio de la fiesta la
volvió al presente.
En la sección “Cartas al País” del diario “Clarín”, con fecha 10 de enero de
1989, fue publicada la siguiente carta:
“RECUERDOS DE UNA MAESTRA”
“Señora Directora: El artículo (sección Educación), “Recuperación de
niños con retraso madurativo”, aparecido el 12 de diciembre de 1988, presenta
como “una novedad” el tratamiento y recuperación de los niños con problemas
de distinta índole que interfieren su madurez para el desempeño escolar. Como
ex maestra de la Escuela Diferencial Nº 2, situada entonces en Gaona y
Gavilán, de la Capital Federal, jubilada como vice directora en 1959, creo una
obligación aclarar que, las llamadas ayer “diferenciales”, son escuelas que
existen desde 1941.
“Las maestras que tuvimos el honor de actuar, lo hicimos después de un
curso de capacitación, bajo la dirección y supervisión de la Doctora Carolina
Tobar García y un conjunto de médicos, psicólogos, etc., que nos habilitó para
nuestra misión. Funcionaba en doble turno: desde las 8 hasta las 17. Por la
mañana, los grupos eran de quince niños con cada maestra; a las doce se
daba el almuerzo presidido por la docente de la tarde con el grupo que le
correspondía, debiendo tomar el mismo menú que los alumnos. Se permitía a
los niños conversar entre sí o con “su señorita”. Después el descanso, en
reposeras que se llevaban al jardín o en las aulas según el tiempo lo permitiera.
Aprovechaba la maestra la ocasión para conversar con sus alumnos. Este era
quizá el momento más importante pues los niños tenían por su maestra una
confianza terrible. Luego pasaban a sus talleres, donde se trabajaba una
especialidad: carpintería, escobería, cestería, cepillería, cerámica, etcétera. A
las 16:30 se daba la merienda completa. Luego se formaba en el patio y,
entonando canciones patrias, los chicos se retiraban a sus hogares o
instituciones en las que vivían.
“Contábamos con suplentes que se hacían presentes en el acto cuando
faltaba la titular, en muy raros casos pues teníamos conciencia del daño que
producía en el niño la ausencia de “mi maestra”. Se contaba con la
colaboración de los padres que asistían a toda reunión o festejo. Para el “Día
de la Madre” era la obligatoria la concurrencia de las madres que recibían el
homenaje de sus hijos. Los niños del orfanato lo hacían dirigiéndose a la
maestra como a “mi mamá” no sintiéndose desamparados. Muchos fueron
recuperados y pudieron volver a la escuela común. Los otros eran enviados a
la “Escuela de Prolongación”, donde seguían el oficio o tareas que pudieran
capacitarlos para la vida pública. El éxito era increíble. Por último se creó el
instituto para niños mogólicos que presumo aún funciona. Tengo 83 años y
cuando recuerdo todo esto siento que fuimos buenas maestras y me siento
profundamente orgullosa.
Lidia González Luján de Irusta
Rosario (Pcia. de Santa Fe).”
El testimonio que brinda la señora de Irusta nos deja una idea clara de
que el funcionamiento de las Escuelas Diferenciales estuvo bien concebido
desde sus comienzos.
Si bien la Doctora Carolina Tobar García no se sintió movilizada por un
afán de reconocimiento a su lucha, causa pesar la falta de información sobre el
tema, según lo expresado por la señora de Irusta en su explícita carta. No
considero necesario reproducir el artículo cuestionado, pues lo que importa
para esta biografía es el testimonio que brindó espontáneamente la señora de
Irusta. A través de él y por medio de un testigo activo, pudieron los lectores del
diario “Clarín” tener una real referencia de cómo, cuándo, por qué y por quién
fueron organizadas las primeras escuelas diferenciales.
La señora Aurora Morán de Cortés Aparicio, residente en San Luis, en
mayo de 1993 habló con documentación a la vista:
“El primer encuentro que tuve con la Doctora Carolina Tobar García fue en
marzo de 1955, en Mendoza, con motivo de realizarse en esa provincia, el
“Primer Congreso Argentino de Readaptación”. Participé en ese Congreso
como miembro activo. Aquí tengo el certificado y fotografías del mismo.
“El segundo fue en Buenos Aires, en 1957. Participé como miembro titular
de las “Primeras Jornadas Argentinas de Pedagogía Asistencial”, organizadas
por la “Asociación de Docentes Especializados” cuya Directora era la señora de
Mendolía.
“El tercero fue en San Luis, donde se realizaron las “Segundas Jornadas
de Pedagogía Asistencial.” En ellas participé también como miembro activo.
Esto fue en agosto de 1958.
“El cuarto y último encuentro fue en Buenos Aires, en los meses de
setiembre hasta diciembre de ese mismo año. Asistí a las clases teóricas de
“Didáctica Asistencial y Escuelas Diferenciales” que la Doctora dictaba en la
Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad de Buenos Aires. Hice el curso
del tercer cuatrimestre de 1958. Conservo el certificado expedido por la
Secretaría de la Facultad. En esta oportunidad mantuve un trato más asiduo y
personal con la Doctora. Concluidas en San Luis, las Segundas Jornadas, que
se llevaron a cabo entre los días 9 al 15 de agosto, a pedido de la Doctora, el
Profesor Plácido Horas inició gestiones para que el Gobierno de la Provincia
otorgara una beca a una maestra de la Escuela de Readaptación para que
asistiera a la Cátedra que dictaba la Doctora en la Facultad de Filosofía, de
Buenos Aires. Como el trámite se demoraba por la burocracia en los Ministerios
de Educación y Economía, la Doctora se dirigió por telegrama al señor
Gobernador, reclamando “urgente traslado de la docente”. La designación
recayó en mí. El 21 de setiembre viajó a Buenos Aires. Yo tenía entonces
treinta y cinco años. Hoy el doble. Iba algo nerviosa. Aunque no había sido por
mi culpa, llegaba con veintidós días de atraso a ese curso. Me presenté en la
Cátedra de la Doctora acompañada por la señora de Mendolía. La satisfacción
que demostró la Doctora al verme arribada, me tranquilizó. El Gobierno de mi
Provincia había respondido inmediatamente... la Doctora me indicó uno de los
primeros pupitres de la clase, para que tomara asiento. Recuerdo que,
finalizada la misma, me invitó a tomar el té con la señora de Mendolía, en una
confitería próxima y luego me acompañaron hasta que me vieron ubicada en el
colectivo que me trasladaría al hogar de mis familiares porteños. Una prima
mía me acompañó en todo momento.
“En ese encuentro con la Doctora, conversamos de mis próximas
actividades y pude apreciar la calidez protectora con que ella me daba las
indicaciones. Esos momentos que estaba viviendo me producían una íntima
satisfacción y sano orgullo por la distinción de que era objeto.
“Además de las clases en la Facultad, dos semanales, asistí por las
mañanas a la Escuela Diferencial Nº 1, donde la señora Mendolía atendía el
Gabinete Psicopedagógico. Allí recibí sus clases sobre el test de lectoescritura
de su autoría y que ella aplicaba en el alumnado de su establecimiento.
“Las tardes que no tenía clases en la Facultad, asistía por indicación del
Profesor Plácido Horas, Director del “Instituto de Investigaciones Pedagógica” a
la Escuela BINET (niños Down); al “Instituto José Ingenieros” (niños espáticos)
y al “Instituto Oral Model” (niños sordos).
“Pero volvamos a la Doctora. Al término de una clase, tuvo la gentileza de
invitarme a tomar el té en su casa. Estaba también la señora de Mendolía. La
Doctora esa tarde me habló de la belleza de Mar del Plata y me aconsejó que
no regresara a San Luis sin conocer la inmensidad del mar. Pero bueno, ese
consejo no pude seguirlo porque no disponía de dinero suficiente como para
hacerlo. La Doctora bebió té solamente, sin probar ninguna de las confituras
que había sobre la mesa. Luego me pidió permiso para retirarse a su cuarto
diciéndome que estaba algo cansada. Al quedar solas, la señora de Mendolía
me dijo que la Doctora estaba preocupada porque demoraban en llegar unos
remedios que habían encargado a Rusia. Me explicó que ya hacía un par de
años que tenía leucemia linfoidea. Realmente no aparentaba sufrir de tan grave
dolencia, trabajando tanto como lo hacía. Su vida fue de una lucha constante a
favor de los niños disminuidos, de la educación toda. Fue una Maestra
ejemplar. Por eso es que tengo los recuerdos tan frescos en mi memoria. Y por
reconocimiento a sus méritos incomparables, fue que en 1964, dos años
después de fallecida, al ser yo ascendida a Inspectora Técnica del
Departamento de Enseñanza Diferenciada del Honorable Consejo de
Educación de la Provincia de San Luis, inicié las gestiones ante las autoridades
del Consejo para la imposición del nombre de la Doctora a la Escuela de
Readaptación que desde 1955, por razones obvias, había dejado de llamarse
“Eva Perón” y no tenía ningún nombre. Aquí tengo la resolución del Consejo de
Educación de San Luis. Se hizo una excepción que quedó aclarada de la
siguiente manera:
“... Que si bien el artículo 51º del Reglamento de Escuelas Públicas,
Oficiales y Privadas establece que los directores podrán proponer nombres de
próceres, de conciudadanos beneméritos, de educadores y personas ilustres
de la zona, fallecidos con no menos de diez años de ocurrido éste, a los
efectos de dar la suficiente proyección histórica que permita juzgar la obra libre
de pasiones y posiciones encontradas, existen por el contrario excepciones
honrosas que señalan la existencia de personajes que logran en vida el
reconocimiento de sus semejantes por su quehacer en el bien de la comunidad.
Que entre estos últimos corresponde situar a la Doctora Carolina Tobar García
por su destacada, benemérita y científica actuación...” Esta resolución está
firmada por Antonio Aurelio Saad, que en ese tiempo era Director Técnico
General del Consejo Provincial de Educación. El expediente lleva el Nº 1242 –
D – 64. Sintetizando, fue así como la Escuela de Educación Especial Nº 1, de
San Luis, desde entonces se llama: “Doctora Carolina Tobar García”. Participó
del acto el Profesor Plácido Horas quien había sido un gran amigo suyo. El
Profesor también ya falleció.
“La emoción que viví el día del bautismo no puedo expresarla... No
encuentro las palabras apropiadas. Íntimamente me sentía dueña de la idea de
ese homenaje tan merecido...”
Además de este aporte valioso, recibí de la señora Aurora Morán de
Aparicio Cortés, las indicaciones para llegar hasta la escuela de Potrerillo y
Salado de Amaya, donde la Doctora se había desempeñado como maestra
rural a los diecinueve años de edad.
D. I. N. A. D.
La enfermedad de la Doctora Carolina Tobar García seguía su inexorable
curso cuyo final ella no ignoraba. Sin dar muestras de agobio moral continuaba
desarrollando actividades como si la afectada no fuera ella.
Al finalizar el año escolar, 1960, fue entrevistada por un grupo de padres
de niños deficientes. Necesitaban de su asesoramiento para crear ellos una
escuela diferencial privada. Fue éste un llamado a su actividad preferida: crear
ese tipo de escuelas.
Estos padres formaron para esos fines una Asociación de Padres. La
Asociación halló el local adecuado para esa escuela en la calle Paraguay 4663.
Fue así como el 25 de marzo de 1961 se inauguró la Escuela Diferencial Nº 1
con el nombre de: “Defensa Integral de Niños y Adolescentes”, que adoptó para
facilitar la identificación la sigla con la cual aún hoy se la conoce: “D. I. N. A.
D.” En los comienzos de esta escuela la Doctora integró el personal
docente de esa Institución, siendo designada “Directora Honoraria”. El
señor Rodolfo Filloy fue el primer Presidente y la señora Amalia B. de Lo Valvo
la primera Secretaria.
A esta primera escuela particular siguieron otras del mismo tipo. Una
buena parte de ellas está nucleada en la zona de Villa Crespo, pero la nota
curiosa está dada por el Instituto “Génesis”, que en el año 1980 comenzó a
funcionar justamente en la casa de pensión que fuera el primer domicilio en
Buenos Aires, de la Doctora Carolina Tobar García: Lerma 536. Su Director
General, el Profesor Andrés R. Reale, en 1993 trasladó la escuela a un nuevo y
confortable edificio, una cuadra más arriba del anterior. Lerma 536 quedó
desde entonces desocupada guardando hasta hoy, celosamente entre sus
paredes el recuerdo de la Doctora junto con el de sus últimos ocupantes a
quienes ella consagrara su vida: los niños.
ASOCIACION DE PADRES
D. I. N. A. D.
DEFENSA INTEGRAL DE NIÑOS Y ADOLESCENTES DEFICIENTES
Fundad el 25 de Marzo de 1961
Personería Jurídica otorgada el 20 de Octubre de 1961
YERBAL 351
T. E. 90 – 5081 – BUENOS AIRES


ESCUELA DIFERENCIAL Nº 1
“Dra. Carolina Tobar García”
Escuela Diferencial Nº 2
“Talleres Protegidos”
INTERNADO
El nombre de la doctora le fue impuesto como homenaje a su memoria.
LA ENFERMEDAD
El señor Samuel Tiffenberg, luego de un corto silencio continuó con su
relato en la noche de mayo de 1993:
“Sí, a mi me consta que la Doctora fue una incansable trabajadora. Toda
esa actividad desarrollada a lo largo y ancho del país, movilizó a los docentes,
se interesaron por todas esas propuestas desconocidas hasta entonces. La
gente se empapó de toda esa literatura que ella se hacía traer desde el
extranjero, para luego traducir. Trabajó sin descanso, aún sabiendo que su
enfermedad tenía un plazo corto. Con sus conocimientos no era posible
engañarla. Ella estudiaba sus propios análisis de sangre. Al poco tiempo de
saber el mal que la aquejaba, quiso la suerte que yo leyera un artículo sobre
ese tema en la revista “Selecciones”. Digo suerte porque no era revista de mi
preferencia que comprara asiduamente. Ese artículo traía la noticia de que en
un hospital de Inglaterra se había descubierto una medicina, Leukerán,
eficiente para la leucemia. Hace de esto algo más de treinta y cinco años. Si
bien no era una solución total, tenía la virtud de humanizar el dolor y postergar
en el tiempo la vida de los pacientes. Con esa droga se logró prolongar su
muerte en tres años. No era fácil traer Leukerán. Había dificultades para
introducirla en el país por el control aduanero que entonces se ejercía
seriamente en medicina sobre fórmulas no aprobadas. Pero un amigo, de
apellido Smart, con su intervención logró que algunos pilotos que viajaban a
Inglaterra u otros países europeos, la trajeran. La Doctora comenzó a tomarlo
con evidente éxito y desde luego con la guía de los profesionales que la
atendían. Aunque ella podía perfectamente identificar si era o no útil para el
mal que la afectaba. Posteriormente en uno de mis viajes, visité ese hospital de
Inglaterra y recibí la sugerencia de que se le extrajera un ganglio a la Doctora y
se enviara para su estudio. La Doctora se sometió a esa operación. Se
seccionaron los ganglios y se montaron sobre una suerte de... digamos tacos.
Así los enviamos a Inglaterra, a Estados Unidos de Norte América y a Rusia.
Los tres hospitales que en ese tiempo eran líderes en la materia, respondieron
enviando su información y el consejo de que viajara para examinarla. La
Doctora comenzó a pensar a cuál de los tres lugares ir cuando nuevamente
surgió la solución inesperada. Para ese tiempo la Doctora atendía a una niña
cuyos padres no se resignaban a que el mal de esta adolescente no tuviera la
solución que ellos deseaban. Propusieron entonces a la Doctora que los
acompañara a Rusia, haciéndose cargo ellos de los gastos del viaje y estadía,
así como también le hicieron la misma propuesta a la señora de Mendolía en
su carácter de Psicopedagoga. Resuelto el viaje, como yo también tenía que
viajar a Europa fui con ellas. La niña viajó acompañada de su madre. Recuerdo
perfectamente el nombre de esta familia, pero considero prudente obviarlo.
Partimos el 22 de abril de 1961. A las dos de la mañana el avión se detuvo en
Dakar y ahí cenamos todos. Llegamos París en la mañana del domingo 23. Al
día siguiente ellas partirían para Rusia. Yo no. Si bien había tramitado la visa
ya tenía noticias de que en Rusia no podríamos apartarnos más de treinta
kilómetros de los lugares turísticos y por otra parte no tenía seguridad de hallar
a algunos viejos parientes. Tanto tiempo había transcurrido sin saber de ellos
que lo más probable era que no vivieran. Decidí quedarme en París,
atendiendo mis actividades comerciales. Si bien la Doctora manifestó estar un
poco cansada por el largo viaje, a fin de que conocieran algo de Paris y su vida
nocturna, organicé una recorrida por los lugares más importantes de esa
ciudad. Desde luego que, para terminar la jornada las llevé a ver el Folies
Bergére.
“El lunes fuimos sorprendidos por la noticia de que el presidente de
Francia, general De Gaulle, había ordenado el cierre del aeropuerto
internacional, que en ese tiempo era Orly, debido a que los argelinos habían
amenazado con bombardear París. No pudieron proseguir su viaje. De
inmediato fui al consulado argentino para hablar con el cónsul que era un
antiguo conocido mío, para que me informara cómo llegar a un hospital
especializado en cáncer. Me indicó y me dio una recomendación. Fui con la
Doctora que fue atendida muy bien por sus colegas, pero no era necesario
hacer una serie de estudios para los cuales el tiempo de estadía no le
alcanzaba. Tenía ya concertadas en Rusia las visitas a los lugares donde debía
concurrir con la niña para ser examinada. Como aún faltaban un par de horas
para entrar en el mediodía, me puse en contacto con un profesor amigo, Dupré,
preocupado él también por el quehacer pedagógico y le anticipé que la Doctora
visitaría el Instituto Pedagógico del cual era Director. Cuando llegamos, mi
amigo ya había preparado una sala para que la Doctora explicara los adelantos
educacionales que se estaban viendo en La Argentina. Viendo el interés con
que se le consultaba, créame, llegué a sentirme emocionado. La señora de
Mendolía no pudo acompañarnos porque debía estar con la adolescente, en su
función de psicopedagoga. Por la tarde fuimos al Liceo. Todos los políticos
franceses que aspiraban a dirigir el país egresan de ese Liceo. La Doctora fue
recibida entusiastamente. A la sazón estaba en ese Liceo el segundo de
Piaget, un español, que había creado la carrera “Educación Comparada” y
pertenecía a la “Organización Iberoamericana de Educación”.
“La Doctora era admiradora de la filosofía pedagógica de Jean Piaget. Fue
la primera que se inquietó por el tema y que introdujo en el quehacer
pedagógico argentino la teoría didáctica de Piaget cuyos conceptos ahora son
corrientes en el ámbito de la Psicología y de la educación.
“Después visitamos un negocio, donde yo ya había hecho compras años
atrás que no llegaron al destino fijado, porque fueron retenidas en la Aduana y
nunca más se supo de ellas. Allí se vendía material didáctico de la Escuela
Piaget. La Doctora seleccionó algunos de ellos para traer como muestra a
nuestro país. Con eso terminamos el día...”
Intervino la señora Zulita:
“Cuando regresamos de ese viaje, la Doctora me contó que ese día la
había llevado saltando como a un gato de aquí para allá. Pero lo contaba feliz...
Decía que había hecho todo en un día y recién al cuarto pudieron salir para
Rusia...”
Continuaba hablando el señor Samuel Tiffenberg:
“En Rusia, la permanencia duró un poco más de un mes. Regresamos a
Paris el 15 de junio. La señora con su hijita enferma siguió a Buenos Aires,
pero la Doctora y la señora de Mendolía se quedaron en Paris un par de días y
partieron después en tren rumbo Ginebra. La Doctora fue a entrevistarse con
Jean Piaget, tal como lo había convenido con el segundo del Maestro en el
Instituto Pedagógico antes de partir para Rusia. De Ginebra volvieron a Paris y
de ahí fuimos las tres a Inglaterra donde la Doctora también tenía concertada
una entrevista con los médicos del Hospital donde había mandado el ganglio
extirpado oportunamente. También ahí le dijeron que debía quedarse para
hacerle estudios, pero no pudo hacerlo. El tiempo de las licencias tomadas en
la Facultad de Filosofía y en el Profesorado Secundario estaba por vencer.
Debía proseguir con sus obligaciones de docente. Regresamos a Buenos Aires
luego de pasar 71 días fuera de nuestro país. Por esas distracciones que a
veces se tienen, me olvidé de devolverle su pasaporte que me había al salir de
Paris. Aún lo conservo. Como que también quiero dejarle en claro que, todo lo
que he manifestado puedo probárselo por cuanto conservo la documentación
pertinente... ya mismo le exhibo el pasaporte que es lo que tengo más a
mano...”
El señor Tiffenberg va en búsqueda del documento. Mientras tanto, tomó
la palabra su señora Zulita:
“Recuerdo una tarde que salimos a caminar por la playa en uno de esos
veraneos que pasó con nosotros... Le pregunté cómo era que siendo tan culta,
tan agradable, tan fina no se había casado y me respondió con aire pensativo:
“Quise realmente a un solo hombre. El quería casarme conmigo, pero para ello
yo debía dejar de estudiar. Cuando terminé mi carrera de medicina, él que
había comenzado antes que yo todavía debía rendir varias materias. Partí para
Estados Unidos y regresé más convencida que antes de que por nada dejaría
los libros. Y convencida también de que, sin perder nada de tiempo, debía
comenzar a luchar para que nuestro país tuviera escuelas diferenciales.
Durante mi ausencia él se había puesto de novio con otra estudiante recién
ingresada a la Facultad, con la cual terminó casándose. Hasta hoy seguimos
siendo amigos. Y eso es mucho...” La Doctora no agregó nada más, bueno, sí,
me dijo el nombre de ese amigo, pero no debo repetirlo, porque él también ya
ha falleció...”
(Por la misma razón que expuso la señora de Tiffenberg, ese novio
estudiante de medicina figura en esta biografía, en la etapa en que también
estudiaba la Doctora, con el nombre ficticio: William.)
Luego de unos segundos silenciosa, la señora de Tiffenberg, prosiguió:
“La tarde en que la Doctora falleció estaba yo sola sentada en una silla al
lado de su cama. Parecía dormir. De pronto comenzó a respirar mal. Fui
corriendo a llamar a la señora de Mendolía que estaba en su habitación
descansando. Si había parientes en la casa, eso no lo recuerdo porque era un
departamento muy grande. Cuando llegamos a su lado, había fallecido. Yo
estaba muy nerviosa. Lo primero que hice fue avisar a Samuel, que llego
enseguidita porque estaba en su oficina de la Avenida de Mayo. De pronto
comenzó a aparecer gente, pero no sé quienes eran, porque a los parientes de
la Doctora nosotros no los conocíamos. Además, en el momento me aturdí
tanto que muchos detalles no los pude retener en mi mente.”
Regresó el señor Tiffenberg cargado de papeles:
“Esto es todo lo que he guardado de recuerdo. Aquí está el pasaporte y
también una carta que me escribiera estando yo en Inglaterra. Coma podrá
comprobarlo hemos sido grades amigos. Puedo facilitarle esta documentación
por unos días. En cuando a estos opúsculos publicados por la Asociación de
Maestros Especializados y este banderín de las “Primeras Jornadas de
Pedagogía Asistencial” puedo obsequiárselos pues tengo varios. Aquí también
tiene usted estos programas de la “Cátedra Sarmiento de la Provincia de
Buenos Aires”. Esta institución fue creada por mí, a los efectos de programar
actos de difusión sobre temas psicopedagógicos a los cuales se invitaba a
maestros y padres. La sede la fijé en mi domicilio particular de entonces,
Rivadavia 13.354, de Ramos Mejía. Fíjese en este cuadernillo. En setiembre y
octubre de 1959 organicé juntamente con la Doctora unos cursos al cabo de los
cuales hemos entregado a los asistentes un certificado de concurrencia a los
mismos. Éste que le muestro lo llamamos “Cursos Pablo Baladía”, como un
homenaje al precursor de la Escuela Normal. Baladía fue uno de los principales
difundidores del sistema monitorial. Bernardino Rivadavia, en su viaje a
Londres, allá por 1824 más o menos, había conocido a este español como
refugiado político en esa ciudad y a propuesta de Rivadavia, el General Las
Heras contrató sus servicios en Buenos Aires... Aquí tengo otro programa. Se
trata de las “Misiones Pedagógicas” que habíamos organizado con la Doctora
desde el 17 al 30 de junio de ese mismo año, 1959, en Zárate, en la Escuela Nº
10. En esta oportunidad la Doctora, juntamente con la señora Mendolía, trató el
tema “Cuándo empezar a enseñar. Cómo enseñar”. También colaboró Martha
Salotti hablando sobre “Qué habla y qué escribe el niño en la escuela” y, entre
otros profesores, también habló el Profesor Alfredo M. Ghioldi sobre
“Evaluación del Trabajo Escolar”. Para ese tiempo Martha Salotti era Directora
General del Instituto Bernasconi y Ghioldi también ejercía como Profesor en
ese Instituto. Ambos eran grandes amigos de la Doctora. Los unía la misma
preocupación. Todo esto puedo obsequiárselo, porque ya ve que me quedan
otros...”
Con ese, una vez más, desinteresado y generoso gesto del señor Samuel
Tiffenberg, terminó la entrevista llevada a cabo con él y su señora en mayo de
1994. Me retiré del domicilio de ambos con la absoluta certeza de haber
conocido dos seres excepcionales, dos verdaderos patriotas. Resulta evidente
que la Doctora Carolina Tobar García sabía elegir amigos.
Hojeo el cuadernillo que desarrolla el programa de los “Cursos Pablo
Baladía”. De los trece profesores que intervinieron en esos cursos, además de
la Doctora que expuso sobre “La Aritmética de Emilia. (Aritmética Cualitativa y
Álgebra. El Número y las Figuras Numerales. Las Operaciones.)”, mencionaré,
por haber sido nombrados anteriormente en esta biografía la intervención del
Profesor Alfredo M. Ghioldi y de la Profesora María Rosa Estruch de Morales.
El primero se refirió al tema: “Recursos Audio – Visuales: su influencia en el
mundo y en la educación” y la segunda, coautora del libro “¿Cuándo Empezar
a Enseñar?” lo hizo sobre el tema: “La Maduración Para la Enseñanza”.
CATEDRA SARMIENTO
DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES
CURSOS
PABLO BALADIA
PERFECCIONAMIENTO DOCENTE
LA INSTITUCION CERTIFICA QUE
CONCURRIO A LOS CURSOS
RAMOS MEJIA – SETIEMBRE – OCTUBRE 1959
S. Tiffenberg
Dra. C. Tobar García
Fotocopia del certificado que entregaban la doctora y el señor Tiffenberg.
TEXTO DE LA CARTA QUE LA DOCTORA ENVIARA
AL SEÑOR SAMUEL TIFFENBERG
La carta que el señor Samuel Tiffenberg me facilitó para esta biografía
resulta muy importante por las referencias que la Doctora hace sobre su
enfermedad. No señala el lugar desde donde la enviara ni la fecha en que la
escribió. Del propio texto surge que la envió desde Buenos Aires. Los
comentarios políticos que hace en la misma permitieron constatar que lo hizo el
31 de diciembre de 1959, luego de leer el diario “La Nación” de ese día. El
encabezamiento nos muestra el afecto que la Doctora sentía por el señor
Tiffenberg y su familia:
“Querido Don Samuelito:
Hoy es 31, de tarde. Aquí estamos en este momento en compañía de
Zulita y Mónica. Vinimos el 29 porque yo tenía que tomar unos exámenes.
Zulita retornará seguramente mañana con buena compañía. Elba terminó los
exámenes de la temporada con suerte. Antes de dar examen fue al Chaco. De
allá volvió con su sobrina Mirtha. El día 6 parte para Comodoro Rivadavia
invitada por las autoridades, para un cursillo. También va al mismo sitio el
Presidente de la República el día 5. Hoy la gente está furiosa por la huelga de
transportes y otras yerbas entre las que se cuenta huelga de correos. No
sabemos si esta carta saldrá ni tampoco si en caso de salir llegará porque
vemos que se pierden algunas.”
Interrumpo la transcripción para aclarar quienes son las personas
mencionadas en este comienzo:
Zulita es la señora del señor Tiffenberg y Mónica la hija de ambos. Elba es
la señora Irma Anello de Mendolía, quien como un forma de tener siempre
presente a su hija, se hacía llamar entre sus allegados, por el nombre de ésta:
Elba.
Continúo transcribiendo:
“Entre otras noticias objetivas muy sabrosas está el duelo del Ministro de
Guerra y el diputado Rodríguez Araya. Parece que fue televisado. Esta tarde
voy a poner la TV con gran interés para verlo si en caso se transmite. El
Diputado recibió una herida de varios cm. en la frente, ojo y hombro. A los dos
minutos estaba fuera de combate aunque él, temerario, quería seguir.
“Por otra parte, el ministro de TV le ha entablado un juicio por valor de
quinientos mil pesos. La popularidad de estos señores ha llegado al cenit de la
impopularidad.”
El comentario sobre el duelo del diputado Rodríguez Araya tuvo amplia
repercusión en los medios informativos.
El “ministro de TV”, es una referencia al ingeniero Álvaro Alsogaray, quien
para ese entonces era Ministro de Economía y Ministro Interino de Trabajo y
Seguridad Social y que muy seguido aparecía por TV, dando al pueblo clases
de economía. Mil novecientos cincuenta y nueve fue el año en que el ingeniero
pronunció la frase que después repetida con sorna por todos los ciudadanos,
se hizo famosa: “Hay que pasar el invierno”. Consultando el diario “La Nación”
del 31 de diciembre de 1959 se pudo confirmar, por la mención de los sucesos
políticos, que la Doctora había escrito la carta ese mismo día. A continuación
trata el tema de su enfermedad:
“Don Samuel: por fin hoy conseguí un dato de Dr. Bonchil. Se trata de un
veneno de víbora que prepara la casa Borrough Welcome de Londres que
viene en ampollas. Es un anticoagulante. Los datos que me ha dado son los
siguientes:
“Styp ven 2 amp. de 5 cm. y dos de 1 cm. Jeringa micrométrica AGLA.
Dirección: The Welcome Building
Euston Road
London N. W. I.
“Ojalá sea posible conseguirlo. Me dijo que tal vez cueste alrededor de
5 libras.
“Yo estoy bien. Iré a ver a Bonchil en la semana próxima porque tengo
otra vez ganglios en el cuello pero no siento nada.”
Analizando estos párrafos, por un lado vemos que si bien ansiaba
conseguir el preparado con veneno de víbora no menciona que con él pueda
curarse. No se engaña. Pero por otro lado, las líneas y entrelíneas de los
mismos dejan traslucir una secreta esperanza. El ansia de vida que la Doctora
albergaba dentro de sí, tan propia de todo ser humano, procuró disimularla
restándole importancia a la aparición de nuevos ganglios. Dice no sentir nada,
que ella está bien, pero igualmente irá a ver a Bonchil. A esta altura
corresponde aclarar que el mencionado doctor Bonchil, era el hematólogo que
la atendía.
Prosigo transcribiendo:
“Voy a trabajar en un curso de profesores de educación física en el mes
de enero y cuando Ud. vuelva me tomaré unos días de vacaciones para
escuchar sus relatos de viaje.”
Estos párrafos encierran un mensaje de tranquilidad para el lejano
destinatario de su carta. Es una forma de confirmarle que se siente bien.
Continúa con comentarios intranscendentes no exentos de un buen sentido del
humor.
“Yo recibí su carta en Mar del Plata. Sabrá que su papá fue con nosotros
a la ida y regresó en un día un poco frío. Y salió de mañana temprano. Yo
hablé con él y según me dijo hizo lo mismo que Ud. para combatir el frío del
viaje.
Los chimentos políticos son los mismos de siempre y los de la Universidad
también. Esta noche se espera la palabra del “flaco” que, según dice el diario
ya está grabada. La revolución del Paraguay... hay que considerarla como un
prolegómeno. En Santiago del Estero hubo un asaltito a una comisaría
perpetrado por una manga seguramente peronista. Se han movilizado todas las
provincias del norte para dar caza a los asaltantes.”
“Flaco” era el apodo con el cual en los años que fue Presidente de la
Nación, la gente solía referirse, entre amigos, al doctor Arturo Frondizi.
Y continúa:
“Hoy llega Caty de Tucumán para empezar la organización del Jardín.
Creo que va a llamarse “Dominguito”. Cuando Ud. vuelva estará ya
funcionando.
“Bueno, en estas últimas horas del año que termina hago fuerzas con mi
voluntad para que todo vaya bien, y pueda volver contento y optimista. Su
affma.
Carolina.”
Al mencionar a Caty, se está refiriendo a la señorita Catalina Tonelli quien
como directora de la Escuela de Adaptación de Tucumán había representado a
los maestros del interior en las “Primeras Jornadas de Pedagogía Asistencial”
realizadas en Buenos Aires, en 1957.
La carta está escrita a máquina, excepción hecha de la firma. Es un claro
testimonio de que ya en 1959 la Doctora no desconocía la gravedad de su mal
y, a la vez, que pese a ello no descuidaba sus actividades, ni el mantenerse
informada ni perdía su sentido del humor sólo conocido por sus amigos más
íntimos.
EN LA UNIÓN SOVIÉTICA
Visitar la Unión Soviética en ese tiempo era exponerse a ser etiquetado
como comunista, lo fuera o no. La Doctora Carolina Tobar García no escapó a
ese rótulo. Por otra parte, en la Unión Soviética, salvo que esa filiación política
fuera pública y notoria, cualquier visitante que llegara a esas tierras, quedaba
sujeto a una serie de medidas restrictivas que configuraban una suerte de
vigilancia sobre cada paso que se diera en ese territorio. Ya sabemos por el
señor Tiffenberg los motivos que llevaron a la Doctora a efectuar ese viaje.
Confirma sus palabras una carta enviada por la Doctora a su sobrina Clotilde
Tobar la cual transcribiré más adelante. Es la única referencia que sobre el
mismo ha quedado por parte de la Doctora. En cambio, la señora de Mendolía
fallecida en 1992, ha dejado recopilados un una carpeta los recuerdos de ese
viaje. Según la misma abarcó el siguiente itinerario: Buenos Aires, Dakar,
París, Rusia, París, Ginebra, Inglaterra, París, Buenos Aires.
La mencionada carpeta fue puesta a mi disposición por la señora Elba
Mendolía, hija de la señora de Mendolía.
En la primera hoja, hay una reflexión manuscrita de la señora de Mendolía
quien viajó acompañando a la Doctora, a la adolescente enferma en función de
psicopedagoga y a la madre de la niña.
“22 de abril al 3 de julio de 1961
47 años de espera
Nunca es tarde...
Elba.”
La firma puede llevar a confusión. Se hace necesario recordar que, como
una forma de tenerla siempre presente, la señora Irma Anello de Mendolía,
solía usar el nombre de su hija e incluso hacerse llamar por él en el círculo de
sus amistades.
En la segunda hoja:
“1ra escala: París: 23 al 27 de abril.”
De París está el programa del espectáculo del “Folies Bergére” al cual
habían sido invitadas por el señor Samuel Tiffenberg. En el reverso de la tapa,
sobre el ángulo izquierdo dice manuscrito por alguien que las acompañaba
ocasionalmente: “24 de abril 1961. Recuerdo de nuestro viaje a París.” Debajo
una firma ininteligible y debajo de ésta, la firma de la Doctora, solamente el
nombre: Carolina.
Con fecha 9 de mayo de 1961, la señora de Mendolía escribió, en un
folleto descriptivo y con fotografías interiores y exteriores del hotel “Ukrania:
“Tenemos ahora un departamento de 2 dormitorios, comedor, vestíbulo,
pasillo y tres baños. Televisión, piano, radio, tocadiscos, 5 ventanales que dan
al río y a la ciudad. El edificio tiene 30 pisos.
9-5/61
Moscú”
Continúan una serie de boletos de entradas a diferentes espectáculos: el
20/5 estuvieron en la Sala de Armas del Museo de Kremlin. El 22 en el teatro
“Stanislawski” viendo el “Lago de los Cisnes”; el 24 en el teatro de títeres
“Kukow” viendo “La Divina Comedia”; el 25 de mayo asistieron según lo indica
la invitación que les enviara el Embajador, al festejo conmemorativo de esa
fecha nuestra, en la Embajada Argentina; el 8 de junio presenciaron un
espectáculo de ballet en el teatro “Bolshoi”; en el mismo teatro cuatro días más
tarde, “Príncipe Igor”.
Esta continuidad de espectáculos presenciados durante el tiempo que
pasaron en Moscú, deja la sensación de que disfrutaron a pleno el tiempo que
pasaron en Rusia, pero esa sensación se desvanece de inmediato al leer el
encabezamiento subrayado de la página siguiente:
“15 de junio. ¡EVASION!” Regreso a París
Otro Caravelle”
y debajo la foto del avión en vuelo que suelen dar a los viajeros una vez a
bordo del aparato.
En esa “¡EVASION! escrito cuando ya está en Buenos Aires, queda
reflejada el ansia de libertad que debieron sentir durante esa estadía en Moscú.
Si bien no sólo los turistas, sino también la gente común de esa ciudad podía
asistir a los espectáculos públicos que se realizaban en salas de dimensiones
colosales con relación a las nuestras, todo estaba minuciosamente controlado.
Ningún turista podía faltar, durante toda la noche, del hotel en que se alojaba.
Al regresar debía justificar plenamente el motivo de esa ausencia. Al menos así
era hasta el año 1978, fecha en que yo también estuve en Rusia.
Siguiendo las anotaciones de la carpeta de viaje de la señora de
Mendolía, el 19 de junio partieron en tren de la estación de Lyon París a las
8:20 hs. y llegaron a la de Cornavin en Ginebra, a las 15:15 hs., hora parisina.
Se alojaron en el “Hotel des Alpes” durante dos días. Hay una tarjeta
mostrando la esquina que ocupa el Hotel y marcada en ella el quinto piso
donde se alojaron. Al dorso manuscrito dice:
“22/6/61
Ginebra, desde la habitación 56, la que lleva la cruz. Conservála.
Cariños
Mamá”
Es evidente que la hija la conservó. Por otra parte no hay ninguna
constancia en esa carpeta de que la señora de Mendolía haya acompañado a
la Doctora a la entrevista que mantuvo con Jean Piaget.
Regresan a París y se alojan dos días en el hotel “Regina”. El 25 de junio
parten para Inglaterra. (El motivo de este viaje nos lo ha relatado anteriormente
el señor Tiffenberg). Se alojan en el “Hotel Cumberland” desde el 25 hasta el
28 en que regresan a París y de ahí a Buenos Aires, a donde llegaron el 3 de
julio.
CARTA DESDE MOSCÚ
Hasta ahora sabemos, por la declaraciones del señor Tiffenberg, que el
viaje de la Doctora Carolina Tobar García a Rusia fue respondiendo al pedido
de un matrimonio que deseaba que la hija fuera revisada o atendida en Moscú,
para confirmar o no el diagnóstico de la Doctora. Y de paso hacer una consulta
sobre su propia enfermedad en el centro médico especializado de esa capital.
La certidumbre de estos motivos, la tendremos por medio de la carta que la
Doctora enviara a su sobrina Clotilde Tobar de Aragón y que ésta ha cedido
gentilmente para esta biografía:
“Junio 1 – 961
“Querida Clota: Ya hace más de un mes que estamos acá. El tratamiento
de la niña está en curso. No hay nada que yo no hubiera visto o querido hacer,
pero tengo la esperanza de que acá convenzan a los padres de lo que deben
hacer. Sobre eso la esperanza no es mucha pero ya se ha hecho lo máximo.
Lo demás depende de ellos. Dentro de pocos días decidiré la fecha de la vuelta
a Europa Occidental. Aquí ahora gozamos de días tibios y hasta calientes.
Empiezan a florecer las lilas. Hay tulipanes en los jardines del Hotel Ukrania.
Tenemos unas dos o tres horas de oscuridad en la noche. Amanece a las 3 de
la mañana. Se acercan las “noches blancas”. Si puedo iré a Leningrado para
verlas mejor. Dicen que se puede leer a la luz natural. Estoy leyendo unos
libros de arte, pintura del siglo XIV, italiana, para comprender la decoración de
las catedrales del Kremlin que fue hecha por artistas italianos. Aquí no hay
nada occidental en Moscú y si lo hay carece de marco. Los grandes bloques de
edificios parecen palomares. Supongo que el invierno tan largo lo exige. Ahora
estoy triste por no poder seguir la entrevista de Kruschev y Kennedy. Espero
encontrar diarios al volver para leer ahí los comentarios. Bueno, en estos días –
el 13 – es el aniversario de la muerte de mamá.
“Espero que todos anden bien. Yo tuve un brotecito ganglionar. Me
examinaron y dieron el tratamiento que ya tenía. Me sirvió porque ya no tenía
puedisona. Así pude comprarla con la receta oficial. Nuevamente cariños para
todos. Abrazos. Carola.”
Como hemos podido leer, habla de la niña enferma y de la preocupación
de los padres por su estado, sin mencionar el mal que la aquejaba. Por lo leído,
en cuanto al tratamiento de la misma, no recogió ninguna novedad. En esa
ligera mención de lilas, tulipanes y “noches blancas” sale a luz el sentimiento
poético que había nacido con ella y que se mantenía latente. A continuación
escribe sobre las cosas que despiertan su curiosidad y sentido de observación.
Esas cualidades las muestra al máximo cuando dice que está “... leyendo libros
de arte para comprender la decoración de las catedrales del Kremlin...”
Lo expresa en tal forma que parecería ser ésa su única preocupación en
ese viaje. Está presente en esas líneas su constante afán por aprender,
aprender y aprender. Hasta en ese excepcional viaje los libros estuvieron
presentes. Claro que, tratándose de la Doctora Carolina Tobar García, eso no
debe extrañarnos.
En la referencia a la entrevista de Kruschev y Kennedy muestra su interés
por conocer el resultado de la misma dada la importancia mundial que revestía.
En una breve línea tiene un recuerdo para su madre fallecida dieciocho
años atrás. Ello habla de su afectividad filial que el tiempo transcurrido no había
logrado amenguar.
Y finaliza casi agradeciendo la aparición de ese ganglio que le permitió
poder comprar el remedio que se le había terminado. En esa forma oculta y
vuelve positiva la preocupación que sin duda alguna debió sentir. No la
transmite.
Esa carta llegó acompañada de una tarjeta postal adquirida
indefectiblemente por todos los turistas que llegan al Kremlin. En el dorso está
manuscrita la explicación de la misma:
“Moscú, junio 1 – 1961
“La Catedral de San Basilio es lo más raro en arquitectura, como Uds.
verán mezcla de bizantino y de asiático, es lo único que me atrae en esta
ciudad. Por adentro es un laberinto de capillas (todavía sin restaurar), oscuras
y que sin embargo dejan ver en parte la pintura y decorados. Fue erigida por
Iván el Terrible. Se la mando a Ricardito. Pronto estaré de vuelta. Cariños para
todos. Carola.”
Otra muestra afectiva está dada por el diminutivo con que menciona a su
hermano Ricardo. De los dos que vivían, él e Ildorfo, sólo Ricardo residía en
Buenos Aires.
Muy sintéticamente expresa que lo único que le atrae de Moscú es la
Catedral de San Basilio. De esa afirmación puede extraerse que todo lo otro
que pudo observar no era de su agrado. Es evidente que no pudo con su genio.
De alguna forma debía expresar lo que sentía. Y la halló.
Era sabido por todos los que visitamos Rusia en esos años que no era
conveniente hacer críticas en la correspondencia al régimen político imperante
en ese tiempo. Elogiarlo sí, rechazarlo no. De ese tenor fueron las
recomendaciones recibidas por el grupo turístico que integré, del “líder” que
nos acompañó desde la salida de nuestro país. Los comentarios en
desacuerdo debían guardarse para hacerlos luego de salir de Rusia. Así los
habrá hecho la Doctora. Así los hice yo con sólo haber estado una semana
visitando Leningrado y Moscú en 1978.
EL ÚLTIMO AÑO
Inmediatamente de su llegada a Buenos Aires, la Doctora se reintegró a
sus actividades docentes en la Facultad de Filosofía de la Universidad de
Buenos Aires y en el Instituto Superior del Profesorado Secundario. Como así
también en el consultorio particular que había instalado en su departamento.
Ya sabemos que en él contaba con la colaboración de la señora de Mendolía y
del doctor Luis Stopa.
Las fiestas de fin de año las pasó en su casa, acompañada por la señora
de Mendolía y sin mayores festejos. Como cualquier otro día. A mediados de
enero pasó unos días en Mar del Plata, invitada por el matrimonio Tiffenberg.
No se quejaba de malestar alguno, pero se la veía ensimismada, por
momentos como ausente.
Al comenzar la temporada de estudio concurrió a dictar sus clases. El 30
de junio recibió una liquidación por derechos de autor de la editorial Kapelusz.
Correspondía a la última edición, sacada el año anterior, del libro que escribiera
con Martha A. Salotti, veinticuatro años atrás: “La enseñanza de la lengua”.
Mientras tanto la leucemia linfoidea que la aquejaba seguía su curso
implacable. El 9 de agosto de 1962 se dirigió por nota al Profesor Dagnino
Pastore, Rector del “Instituto Superior del Profesorado Secundario con un
segundo pedido de licencia hasta fin de setiembre, que le fue concedido.
El 13 de este último mes, setiembre, ante el escribano José Basso, dictó
su testamento. Se supone que lo hizo en su departamento. Fueron testigos en
ese acto la señora Dermidia Rivas de Núñez, de cincuenta y siete años de
edad, viuda, maestra jubilada y con domicilio en el mismo edificio en el cual
vivía la Doctora, pero sin señalar piso ni departamento; el señor Ramón Gude,
argentino naturalizado de sesenta y tres años, empleado, domiciliado en
Pichincha 1451, Capital y el señor Samuel Bajarlía, casado, argentino, cuarenta
años, abogado, domiciliado en Cerrito 466, Capital.
Nombró única y universal heredera de todos sus bienes a la señora Irma
Anello de Mendolía. También les dejó los derechos que le correspondían a la
locación del departamento en el cual según lo expresa “... he vivido
exclusivamente con ella por espacio de más de diez años...” Además la nombra
albacea. Como excepción hace un legado de cuatrocientos mil pesos para
DINAD, (Defensa Integral de Niños y Adolescentes Deficientes), institución ésta
fundada el año anterior, marzo de 1961 y de la cual a pedido de los padres
fundadores la Doctora había sido la organizadora. DINAD fue la primera
escuela diferencial de carácter privado que se creó en el país. El Presidente,
señor Rodolfo Filloy y la Secretaria nombrados al comienzo del funcionamiento
de esa escuela, conocedores del amor con que la Doctora los había ayudado,
aceptaron el legado y se presentaron en el trámite sucesorio para cobrarlo.
Cabe señalar que el testigo Samuel Bejarlía en su carácter de abogado,
contando con el poder otorgado en el mes de mayo por la señora de Mendolía,
fue quien el lunes 8 de octubre a las 14 horas promovió la sucesión
testamentaria.
Veintitrés días después de firmado el testamento, fallecía la Doctora
Carolina Tobar García.
Hoy, 10 de noviembre de 1994, día en que se cumplen noventa y seis
años del nacimiento de la Doctora Carolina Tobar García, no puedo terminar su
biografía diciendo escuetamente que falleció el viernes 5 de octubre de 1962, a
las cinco y media de la tarde, porque... lo estoy sintiendo como si acabara de
suceder en este mismo momento. He pasado dos años elaborando este
trabajo. Dos años siguiendo sus pasos uno a uno. Dos años durante los cuales
la he sentido cerca de mí como si fuera ella misma quien ponía a mi alcance la
nota o el dato ignorado. Dos años que los he vivido, día a día, como un
reencuentro al cabo de medio siglo de haberla conocido. ¡Extraña y feliz
paradoja la de mi destino! Ayer la Doctora en su afán por ayudarme me pidió
que le contara mi vida. Hoy, con todo el respeto y amor que su recuerdo me
inspira, investigué la suya para, como dije al comienzo: “... que no se pierda en
el olvido la vida de una Maestra que supo ser Madre sin haber tenido un hijo
propio.”
Es por todo eso que la seguiré sintiendo y viéndola en cada niño feliz de
los tantos que llenan las tantas escuelas diferenciales que hay en nuestro país.
He visitado varias. Prefiero concluir entonces diciendo, en nombre de todos
ellos, de sus madres, de sus padres, de sus hermanos y en el mío propio:
¡MUCHAS GRACIAS DOCTORA
CAROLINA TOBAR GARCIA
POR SU LUCHA, SUS DESVELOS Y SU TRIUNFO!
Delia Fontan Fernández.
*** FIN ***