Poemas - EspaPdf
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Junto a Píndaro, Dante o Shakespeare, Hölderlin es uno de los grandes cantores de la humanidad. La insondable belleza de sus poemas alcanza una trascendencia que rebasa los límites del movimiento romántico en que se gestaron. El presente volumen, extraordinariamente traducido por Eduardo Gil Bera, reúne el corpus esencial de la poesía de juventud y madurez del poeta de Suabia, desde las grandes odas hasta las elegías y los himnos, incluido «El Archipiélago», uno de los grandes hitos de la poesía universal. Como recuerda Félix Azúa en su iluminador prólogo, estos poemas, a pesar de oscuridad circundante, aúlla inmenso sí a la vida. de en la un Friedrich Hölderlin Poemas ePub r1.0 Titivillus 17.05.16 Título original: Gedichte Friedrich Hölderlin, 2012 Traducción: Eduardo Gil Bera Prólogo: Félix de Azúa Editor digital: Titivillus ePub base r1.2 ¿DE QUÉ HABLAN LOS POETAS? Aunque desde el bachillerato yo había leído la poesía con la certeza de que era una manera de escribir (una «literatura») distinta a todas y que no podía usarse con ella como con la prosa de las novelas, o la de las historias, o la de los libros de estudio (aunque tenía una imprecisa afinidad con los rezos), creo que mi primera noción concreta de la poesía en tanto que actividad soberana y sin relación con la experiencia inmediata (con el mundo de los sucesos, las actualidades y los objetos) fue cuando tropecé con Hölderlin. Un acto puramente casual: lo compré porque era bilingüe y en aquella época trataba de aprender alemán. Se trataba de un volumen chiquito, de color verde y papel de mala calidad, editado en Argentina, y traducido por Norberto Silvetti Paz. Los poemas me impresionaron, pero más aún la convicción inmediata de que aquellos versos, aún siendo una traducción, tenían una fuerza superior a cualquier poeta vivo de los que yo leía entonces, Neruda, Aleixandre, Jiménez. ¿Cómo podía mantenerse lo poético de la poesía cuando todas y cada una de sus palabras había cambiado, la sintaxis era enteramente distinta y el mundo donde se había producido, la Alemania anterior a la existencia de Alemania, resultaba más exótico que el planeta Marte para un adolescente español del siglo XX? Estas mismas preguntas se las hacía Marx, perplejo por el mantenido interés que las tragedias griegas despertaban en sus coetáneos. ¿Cómo podía alguien emocionarse, o cavilar sobre nuestro destino, a partir de las palabras que hace milenios concibió el extraño habitante de un lugar remoto poblado por gente que se alimentaba de queso de cabra, aceitunas negras e higos y cuya economía, por así llamarla, se sostenía con las incursiones pirata que emprendían durante el verano por el Egeo? ¿Cómo podía seguir siendo actual Sófocles? Estaba mal planteado. No era actual sino atemporal, o mejor aún, ahistórico. La poesía es aquello que escapa de la historicidad, lo que no puede explicarse mediante un discurso histórico razonable y sin embargo mantiene su significado a través de la historia. Puede hacerse historia de la poesía, puede analizarse históricamente un poema, muchos poemas están atados a su momento histórico, pero lo poético de la poesía excede a la historia. Es irrelevante que Dante fuera un conservador toscano o que Hölderlin fuera un revolucionario suabo, que Eliot fuera un yankee monárquico o Rilke un checo imperialista, aunque estas informaciones ayudan a aproximarse a lo más inmediato del poema. Más allá de lo inmediato está lo profundo del poema, lo poético, es decir, la materia misma de la poesía, aquello de lo que trata. En los años sesenta del siglo pasado hubo un fuerte movimiento de crítica literaria que quería tratar el poema como un mero objeto lingüístico. Desde luego un poema es un objeto lingüístico, pero el análisis formal de ese objeto apenas da resultados satisfactorios. No hay nada más triste que el célebre artículo de Jakobson sobre el poema Les chats de Baudelaire. La trivialidad de los resultados aportados por el formalismo, el estructuralismo o la descripción fonológica de los poemas, hace patente que el más sofisticado análisis lingüístico acaba por manifestar la misma perplejidad que yo tuve al constatar que la traducción de un poema antiguo podía ser más interesante que cualquier poema vivo en mi propia lengua. Entonces, ¿de qué tratan los poemas? Yo diría que la gran poesía es siempre un homenaje y que si el poema no es un canto, entonces no pertenece a la gran poesía. Debo aclarar desde este momento que hay una poesía pequeña perfectamente noble, «bien escrita», interesante y de gran valor. La poesía de García Lorca, la de Paul Verlaine, la de Browning, son sumamente agradables y pertenecen al mundo de la poesía pequeña, la cual subsiste como sombra y recordatorio de la gran poesía, la de Shakespeare, la de Rimbaud, la de Hölderlin. Los ejemplos pueden ser otros, los hay por decenas. Lo relevante es que la poesía pequeña no tendría interés si no existiera la grande, del mismo modo que los gatos son preciosos por sí mismos, pero sobre todo en tanto que descendientes domesticados del tigre. Tigres en miniatura que permiten admirar su apariencia grácil, flexible, su vida secreta, en la alcoba. Un tigre no cabe en una alcoba. Los grandes no son solo los antes citados. Hay muchos poetas que poseen de un modo supremo el arte de la poesía y por una razón u otra no llegan a ser universales y atemporales. Sin embargo, también ellos son grandes y escriben cantos, homenajes que forman parte de la gran poesía. Algunos se ocultan: estoy pensando ahora en Philip Larkin, un poeta que se disfraza de funcionario, de cínico, de perverso, de ciudadano vulgar e incluso grosero, de sarcástico y ordinario. Sus poemas, sin embargo, cantan una y otra vez la desesperante fugacidad del esplendor y lo hace con una intensidad tan dolorosa que exige esa máscara de funcionario casposo e idiota para ocultar con dignidad el sufrimiento. En sus mejores poemas Larkin maldice y blasfema, se revuelve como herido de muerte porque las muchachas y los muchachos se vuelven viejos y estúpidos, porque las familias se convierten en una caricatura del núcleo originario de la especie (asunto también obsesivo en Rimbaud), y cuando el grito desgarrador de Larkin alcanza su más negra máscara de cinismo, de impostada elegancia británica, vemos marchitarse a los adolescentes como si asistiéramos a la destrucción de Héctor. A su manera negativa, Larkin canta nuestra fugacidad con la gran música barroca de Ronsard. En otras ocasiones el poeta no alcanza la grandeza de Sófocles o de Hölderlin porque su obra es fragmentaria e incompleta. El poeta de Irlanda, W. B. Yeats, solo comenzó a crecer cuando dejó de ser el poeta de Irlanda y eso fue ya en su extrema vejez. La poesía de Yeats tiene una gran importancia para los irlandeses, pero solo los últimos poemas de Yeats son imprescindibles para todos los humanos. Cuando ya era anciano escribió un poema que nos da indicaciones sobre la materia poética y contesta de algún modo a la pregunta «¿de qué hablan los poetas?». El poema se llama Among school children y es un canto que comienza como un lamento irónico. Yeats es ya muy viejo y figura socialmente como El Poeta de Irlanda, de modo que el gobierno irlandés lo exhibe como una momia por los institutos y universidades. Yeats no se engaña. Sabe que «an aged man is but a paltry thing/a tattered coat upon a stick»[1]. Sin embargo se presta a ello. Las monjas le llevan a un aula de adolescentes y el viejo poeta pasea su mirada por entre aquellos aburridos colegiales. El lector se siente oprimido por el dolor y la banalidad de la muerte. De pronto Yeats ve unos ojos vivos que se han clavado en los suyos. El tiempo del poema gira violentamente y el anciano cree estar mirando los ojos de Maud Gonne, su amor juvenil. Recuerda entonces lo que esa palabra, «amor», oculta: la fuerza ignota e incomprensible que generación tras generación va llenando la tierra de seres vivos. Emocionado, desvía su mirada para evitar los ojos de la niña y entonces ve, a través del ventanal, un enorme castaño en flor. Los últimos versos del poema elevan la visión hasta lo esencialmente poético. El árbol crece y se lanza hacia el cielo impulsado por una potencia inextinguible, explota en el florecer y en el fructificar, danza a la luz del sol como un bailarín colosal. Y el último verso completa el canto: la música que baila el árbol es la potencia del bios, la música de la vida terrestre. Y cuando van juntos la energía vital y el ser vivo, enlazados por la gracia en esa danza extática, pregunta Yeats, How can we know the dancer from the dance?[2] Lo viviente y la música de la vida son una misma cosa. El castaño es la danza de la vida, nosotros somos música viviente. Llaman los griegos bios a ese constante ayuntamiento de elementos dispersos: hidratos de carbono, agua, queratina, marfil, hierro, que cuando ya se encuentran ajustados o como imantados los unos con los otros, permiten que un humano se presente en el mundo y permanezca en pie a la luz de sol durante unos años. El bios mantiene en un equilibrio efímero al nuevo humano porque el mismo bios luego suelta al humano, lo olvida, y entonces el humano se disuelve de nuevo en sus elementos primarios, cae en la tierra y los carbonos van a los carbonos, el agua al agua, el cabello se entrega a sus hermanos minerales y el hierro de la sangre oxida la tierra. Otro humano saldrá de esa disolución. Uno tras otro. Y quien dice «un humano» dice un vegetal, un animal, un alga, un hongo, un liquen, cualquier formación que goce de la luz solar durante un tiempo breve o largo, no hay modo de saberlo. Todas son formaciones efímeras apiñadas por el campo magnético del bios. Todo gran poema es un canto y un homenaje a la fuerza inasible y atemporal del bios que cada año renueva la vida de la tierra, pero también a la misma que cada año la adormece cuando llega el invierno, tema recurrente una y otra vez en los grandes monólogos de Shakespeare ordenados según una figuración de metáforas astrales. Por esta razón la poesía es ahistórica y nos llega desde la más remota antigüedad o desde los países más lejanos como si hubiera sido escrita por nuestro vecino. Todos nosotros somos el resultado de ese empuje oscuro que nos hace crecer, florecer, fructificar y dormir. Somos conciencia en tránsito. Las estaciones vienen y van (tema recurrente durante la locura de Hölderlin), las horas se suceden como aguas fluviales, los humanos acontecemos como los frutos del árbol, pero a diferencia de las ciruelas y los limones, los humanos dejamos noticia de nuestro paso bajo la luz del sol. Esa noticia puede ser la incisión que un cazador de la era glaciar grabó sobre un hueso de reno, los golpes de timbal que hacen temblar las acacias de la sabana africana, las catedrales góticas o un canto escrito en pentámetros yámbicos. Cuando entendemos esas señales, todos los muertos del mundo se unen a nosotros en un mismo canto. Puede parecer que el canto y el homenaje en algún momento o lugar se hacen imposibles. Abrumados por la actualidad podemos dar en pensar que el canto y el homenaje hoy en día, por ejemplo, serían ridículos, incluso ofensivos. Eso creyó Th. W. Adorno cuando, agobiado por el espanto de millones de judíos asesinados por los alemanes, afirmó que escribir poesía después de Auschwitz era una indecencia. El aristocratismo de Adorno le había hecho olvidar sus propios escritos sobre Hölderlin, tan admirables. Y si Hölderlin pudo escribir tras las matanzas de la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas, ¿por qué nosotros no? Estos tiempos no son peores que los que vivió Villon, ni nuestras ciudades son más infames que la estepa castellana del Cid. La poesía no depende de las condiciones materiales sino de la percepción y la lucidez con la que contemplemos nuestras relaciones con la vida de la tierra y nuestro lugar en un cosmos del que somos su única conciencia, su verbo, su logos. Un poeta torturado por un cuerpo contrahecho, recluido en una celda y apartado del mundo a causa de su inmensa desdicha, el gran Leopardi, no por eso dejó de cantar a las estrellas de la Osa Mayor cuyo fulgor orientó uno de los más grandes poemas de la lengua italiana. Los tiempos de Hölderlin fueron tan espantosos como para acabar arrojándole a la locura. Sin embargo el canto era posible y la relación de Hölderlin con su hogar un asunto constante de su poesía. A veces ese hogar era la Germania, a veces el Rin, muchas veces Grecia, en un poema supremo fue Patmos, en innumerables ocasiones lo que canta es la imposibilidad de tener un hogar. También nosotros carecemos de hogar, como el Cid, como Hamlet, como Antígona, como Empédocles, como el anciano Yeats, como el bibliotecario Larkin, razón de más para que desesperadamente busquemos nuestro canto y aunque sea de forma sombría aullemos nuestro inmenso SÍ a la vida, incluso cuando, como Paul Celan, la destruimos. Una palabra sobre la traducción. La poesía y la traducción de la poesía tienen un arreglo simbiótico similar al de los vegetales con el agua. La traducción mantiene lozana a la poesía. Si hubo unas escuelas lingüísticas que trataron de explicar (o domesticar) la poesía es porque esa materia, lo poético, que puede encarnarse en objetos visibles y audibles (quizás también en objetos táctiles, pero es terreno oscuro), tiene su materia más apropiada en el lenguaje porque el logos, para nosotros, es inseparable del bios. El lenguaje está vivo, se transforma, cambia con la misma velocidad con la que cambian los paisajes. Quienes hemos vivido una vida sabemos que ningún lugar es hoy como lo conocimos por primera vez, aunque las ciudades cambien más despacio que el corazón del hombre. Los cambios del lenguaje nos obligan a un esfuerzo suplementario cuando buscamos la música de Mio Cid o la de Shakespeare o la de Sófocles. Gracias a su atemporalidad no precisamos un conocimiento filológico e histórico desorbitado sobre el poema, pero sí algunas indicaciones sobre cuáles de nuestras palabras son las que más se aproximan a las antiguas. La poesía, por lo tanto, ha de ser constantemente traducida y la que está escrita en nuestra lengua debe renovarse una y otra vez. Algunos cantos medievales resucitan en Machado, son verdaderas traducciones. La poesía de Eliot nos devuelve el mundo de los barrocos ingleses, nos lo traduce. Pound concibió la insensata idea de traducir a los poetas chinos y japoneses. Hölderlin quería traducir a los griegos. No a los griegos históricos sino a los griegos que escribieron alucinados poemas y tragedias, unos griegos que en cierto modo eran un invento moderno. Hölderlin no se engañaba, su Grecia, como todos los hogares verdaderos, era un lugar que solo había existido en la palabra. Las traducciones son como un concierto, una interpretación musical a cargo de un artista. Es cierto que Beethoven es uno, pero solo llegaremos hasta él sea de la mano de Furtwängler o de la de Harnoncourt, dos modos antagónicos de traducir a Beethoven. Y Bach puede tener la opalina luz pietista de Leonhardt o la abrumada desolación romántica de Richter, que tocaba a la luz de una vela. De modo que incluso los poemas escritos en nuestra lengua requieren traducción porque no es lo mismo leer el Mío Cid en el más aproximado manuscrito original (necesitaremos un aparato filológico imprescindible) que leerlo en la traducción de Pedro Salinas o en la de Menéndez Pidal. Y si alguien cree que la poesía de nuestros contemporáneos no requiere traducción, yo le invito a que lea a Claudio Rodríguez y compare luego lo que él ha oído en esos versos con lo que hemos entendido cualquiera de quienes le hemos escuchado con atención. Todos los lectores de poesía somos traductores de la poesía que leemos. Sin embargo, algunos traductores son mejores que otros y eso quiere decir, no solo que se aproximan con mayor exactitud filológica al texto, sino, sobre todo, que han sabido mantener la música del canto y el homenaje. Hay muchas traducciones de Hölderlin al español. Por fortuna, ha sido un poeta muy escuchado. Cuando leemos una traducción de Hölderlin estamos oyendo la música del poema a través de una versión instrumental específica, a veces es una orquesta sinfónica como en las viejas ediciones de Díez del Corral, a veces es una orquesta mozartiana como en la reciente versión de Helena Cortés y Arturo Leyte. La de Gil Bera me parece música de cámara y más específicamente de inspiración schubertiana. Tiene una coloración crepuscular y muestra la mirada del viajero: es la traducción de un wanderer que lleva el libro de poemas en la mochila durante años. El rostro del mundo poético adquiere siempre los rasgos del traductor. Como en el teatro, a veces Hamlet es gordo y a veces flaco, alto o bajo, viejo o joven, pero eso no importa si se da la unión entre el danzarín y la danza. Lo esencial es que esa música renueve en nosotros la experiencia profunda del tiempo, de nuestro paso por la tierra, de nuestra colaboración con el tiempo de la tierra. Que nos haga ser danzantes de una música que se funde con nuestra danza singular. Si tal cosa acontece, entonces habremos brillado a la luz del sol. Y con eso basta. FÉLIX DE AZÚA INTRODUCCIÓN Toda traducción es un atrevimiento, pero trasladar la obra poética de Hölderlin exige además un desacato sin esperanza a la inercia conceptual que da sentido a la escritura. Por otra parte, en menos de un siglo se han publicado una treintena de versiones españolas de diverso formato y ambición: ¿por qué habría de ser necesaria hoy otra traducción? Ungaretti dijo que la poesía no es traducible, porque el ritmo se crea en cada lengua conforme a la ligazón y encabalgamiento propios de sus palabras; tampoco es traducible la calidad específica de las sílabas, siendo la fonética la diferencia más patente entre dos lenguas; ni es traducible el contenido poético que se forma y anima en la intimidad más honda de una personalidad irreductiblemente única; y tampoco se pueden trasladar la forma y el estilo, justo ahí donde respira el autor profundo y vivo, que ya no estará ni podrá estar en la traducción. Entonces, ¿por qué se traduce poesía? ¿Por qué lo he hecho yo mismo? Simplemente, concluía Ungaretti, para hacer obras poéticas originales. La explicación del poeta alejandrino me parecía suficiente para cualquier caso, excepto para el de Hölderlin. Porque, por decirlo con mayúsculas terminantes, ya no se trataba de la poesía, sino del Poeta y la Poesía. Hace poco más de diez años traduje al vasco algunos poemas de Hölderlin y, tras ese primer acercamiento, emprendí la traducción al castellano, por la gran insatisfacción y molestia que me producían las oscuridades gratuitas y efervescencias sobrevenidas que percibía en las versiones disponibles. Bajo la invocación de la complejidad de la poesía de Hölderlin, a menudo los traductores se han cargado de razón para usar una «generosidad» arbitraria que pretende dar más largueza poética a su versión. Esa conducta indica su falta de confianza en el poema y en el lector, con el agravante de que el traductor ejerce precisamente por poderes y, mientras hace su labor, es poeta y lector por delegación plenipotenciaria. Mi propósito es ganar para la poesía de Hölderlin nuevos lectores mediante una nueva traducción, sin aparato crítico ni comentarios, pero de máxima transparencia y absoluta confianza en el poema y en el lector. La vida de Hölderlin ya está muy bien contada en varias biografías, y en español disponemos de estudios altamente satisfactorios, como los publicados por Anacleto Ferrer, Felipe Martínez Marzoa o Jesús Munárriz, y de los brillantes ensayos hölderlinianos de Félix de Azúa. Aquí bastará repetir los datos elementales. Friedrich Hölderlin nació en 1770 en Lauffen del Neckar. Descendiente de clérigos protestantes, cursó los estudios correspondientes a la carrera eclesiástica hasta 1793. Durante los años siguientes intentó ganarse la vida como preceptor particular y escritor independiente. En 1804 sucumbió a la esquizofrenia. Pasó el resto de su vida recluido, y murió en 1843. El mayor poeta alemán –y uno de los divinos– compuso sus poemas en poco más de diez años, de 1793 a 1803, durante el tránsito de la juventud a la locura. Ese centenar escaso de composiciones representa la culminación de la tradición clásica alemana, y la más alta expresión de la glorificación romántica del poeta griego. Hölderlin tuvo una relación intensa y entusiasta con los poetas clásicos grecolatinos, que fueron los guías de su periplo iniciático por las diversas estrofas poéticas empleadas hasta llegar al ritmo libre de los cantos finales. Tradujo a Horacio y Sófocles, y estudió muy particularmente a Píndaro y Homero. Desde su conocimiento y devoción por la poesía antigua griega, aportó al lenguaje poético alemán multitud de innovaciones métricas, sintácticas y morfológicas. Por ejemplo, el neologismo allausgleichend (nivelador de todas las cosas), que Hölderlin vincula al destino, se inspira en el griego µοίϊος, que significa lo mismo y está presente en once pasajes homéricos, referido a la guerra, la querella, la edad y la muerte. También en memoriación de los poetas griegos, emplea redundancias estudiadas –por ejemplo, «la luz en su júbilo jubilosa» en el poema «Ánimo»– que homenajean al celebérrimo µέγς µεγαλοστ («grande en tu grandeza») que se repite en seis pasajes homéricos. Su explicación etimológica del nombre griego del mar Negro como «hospitalario», en el poema «La migración», procede de Píndaro. Igual que son pindáricos los dos principales tipos métricos, asclepiadeico y alcaico, que Hölderlin introdujo en sus poemas mayores. La relación que mantuvo con sus maestros contemporáneos fue menos satisfactoria. Los más favorables, como Schelling o Schiller, pasaron del patrocinio al extrañamiento y la compasión. Goethe, por su parte, le llamó «Hölterlein» y le aconsejó que mejor escribiera breves poemas sobre asuntos que tuvieran algún interés para la gente; eso fue el 22 de julio de 1797, fecha de fausta memoria en la literatura universal porque Hölderlin empezó a escribir largos poemas sobre asuntos que no interesaban a Goethe. En cambio, halló comprensión y camaradería en maestros más alejados, como Kant. Cuando, en el poema «Rin», escribe «quien construyó los montes / y marcó la senda a los ríos», Hölderlin dirige un particular saludo al profesor de Königsberg, quien proponía la idea en su temprana Historia general de la naturaleza y teoría del cielo. La presencia de la mitología germánica también es importante en el sustrato poético hölderliniano. La mar natal de «El mozo a los consejeros prudentes», y las aguas nostálgicas de «Germania», recuerdan la fe en la procedencia acuática del alma entre los antiguos germanos. A partir de 1923, con la aparición de la edición de Hellingrath, Hölderlin fue universalmente reconocido como poeta maximus. Casi al mismo tiempo empezó el movimiento exegético que glosa su obra, de modo que hoy es uno de los autores con una bibliografía más copiosa, y muchas veces aparece incensado y comentado hasta lo inextricable, de modo que la pátina apologética producida por el humo de tantas velas encendidas por las filosofías de moda llega a ser opaca y oscurantista. La locura de Hölderlin fue uno de los temas favoritos del siglo pasado en su aproximación a la personalidad y la obra del poeta. Según una explicación promovida en la década de 1920 y cuyo representante más conspicuo fue Pierre Bertaux, el germanista francés amigo de Joseph Roth, Hölderlin habría perdido la razón al recibir la noticia de la muerte de su amada Susette Gontard, quien, además, sería siempre la contrafigura de Diotima. Esta teoría simplista de ribetes románticos reinó en solitario hasta la aparición en la década de 1960 de las teorías negacionistas de la demencia, según las cuales la enfermedad de Hölderlin no sería más que su reacción radical y sublime a las circunstancias hostiles que la sociedad opresora oponía a su temperamento hipersensible. Pero, a despecho de esas opiniones biencreyentes, la esquizofrenia –en griego, «escisión del alma»– es una enfermedad de existencia empírica que también puede afectar a los poetas. La diferencia consiste en que Hölderlin es un caso donde la palabra poética nos arroja una luz reveladora desde dentro de la escisión anímica. En el poema «Quirón» encontramos una clara alusión a su dolor insalvable: «Pero los días cambian, y si uno luego / los considera, en bueno y malo, es doloroso, / cuando uno es de doble configuración, / y no hay quien distinga lo mejor. / Pero ese es el aguijón del dios; de otro modo, / jamás podría uno amar la injusticia divina». Esa doble configuración, o doble diseño (zweigestalt), se refiere a la naturaleza del centauro Quirón. Pero es preciso saber que este es calificado en la Ilíada como δικαιτατος («el más justo»). La moral demediada, la razón bífida, el aguijón del dios, es el resultado desgarrador de la doble configuración que no distingue lo mejor y describe la íntima condición del poeta. En su destino inocente y trágico, sin más poder que la poesía, Hölderlin vivió un exilio duplicado por su alma escindida y su vulnerabilidad extrema. Pero hoy no solo es divino en sentido homérico, también ha alcanzado la gloria de la manera cándida y limpia que él mismo profetizó mientras celebraba la fiesta de la vida, y en cada generación renace la veneración que suscita su nombre. Porque a este poeta admirable caído en certezas visionarias y fervorosos abismos de dolor y soledad, a este hombre que vio a los dioses, le debemos la consumación de la poesía como arte que se propone satisfacer las más elevadas necesidades morales e intelectuales del ser humano mediante la palabra investida de todo su prestigio y poder. EDUARDO GIL BERA NOTA BIBLIOGRÁFICA Este volumen presenta los poemas de Hölderlin de manera cronológica a lo largo de las dos épocas que caracterizan su obra, una primera de juventud, de 1793 a 1799, y la de madurez, de 1800 a 1803. Tras una muestra suficiente de la abundante producción juvenil, se incluyen todos los poemas completos y solo se han exceptuado los fragmentos no consolidados y los poemas de la locura. El texto original alemán se ha establecido a partir de Sämtliche Werke, Große Stuttgarter Ausgabe 1943-1985, edición de F. Beißner, con A. Beck y U. Oelmann; de Sämtliche Werke, «Frankfurter Ausgabe», edición de D. E. Sattler y M. Knaupp, 1975-1984, y de Sämtliche Gedichte, edición de Detlev Lüders, 1989, con las siguientes preferencias más significativas: – Primera versión de «Su curación» y «El viajero». – Segunda versión de «Himno a la libertad», «Diotima» y «El paso de la vida». – Las dos versiones de «Al dios sol» y «Puesta de sol», y de «Coraje de poeta» y «Cortedad». – Tercera versión de «Mnemosine». – Inclusión en «Germania» del hemistiquio 76b: «und den Abgrund trägt» («la que entraña el abismo»). Principales ediciones alemanas de la obra de Hölderlin: – Sämtliche Gedichte, edición de Detlev Lüders, 2 volúmenes, Wiesbaden, 1989. – Sämtliche Werke, «Große Stuttgarter Ausgabe», edición de F. Beißner y otros, 8 volúmenes, Stuttgart, 1943-1985. – Sämtliche Werke, «Frankfurter Ausgabe», edición de D.E. Sattler y M. Knaupp, Frankfurt, 1975-1984. – Sämtliche Werke und Briefe, edición de M. Knaupp, 3 volúmenes, Munich/Viena, 1992/3 y Darmstadt, 1992/3. – Sämtliche Werke, edición de P. Stapf, Berlín/Darms tadt, 1956. – Sämtliche Werke und Briefe, edición de J. Schmidt, 3 volúmenes, Frankfurt/M, 1992-1994. Las ediciones histórico-críticas de Friedrich Seebaß y Norbert v., Hellingrath (Munich y Leipzig, 1913- 1923), y la de Franz Zinkernagel (Leipzig, 1914-1926), tienen hoy únicamente valor histórico. Principales traducciones españolas de la poesía de Hölderlin: – Poemas de Hölderlin, traducción de Luis Cernuda y Hans Gebser, Madrid, 1935. – El Archipiélago, traducción de Luis Díez del Corral, Madrid, 1942. – Doce poemas, traducción de José María Valverde, Madrid, 1949. – Grandes elegías, traducción de Wera y Ludwig Zeller, Santiago de Chile, 1951. – Poemas, traducción de ErnstEdmund Keil y Jenaro Talens, Valencia, 1971. – Poemas, traducción de José Miguel Mínguez, Barcelona, 1975. – Obra completa en poesía, traducción de Federico Gorbea, Barcelona, 1977. – Poemas de la locura, traducción de Txaro Santoro y José María Álvarez, Madrid, 1978. – Las grandes elegías, traducción de Jenaro Talens, Madrid, 1980. – Los himnos de Tubinga, traducción de Carlos Durán y Daniel Innerarity, Madrid, 1990. – Fiesta de la paz, traducción de Rafael Gutiérrez Girardot, Bogotá, 1994. – Odas, traducción de Txaro Santoro, Madrid, 1999. – Antología poética, traducción de Federico Bermúdez-Cañete, Madrid, 2002. – El Archipiélago, traducción de Helena Cortés, Madrid, 2011. POEMAS DE JUVENTUD (1793-1799) COLÉRICO ANHELO lo sufriré más! Eternamente sos infantiles, como un preso, sos cortos, medidos de antemano, minar día a día, ¡no lo sufriré más! el destino del hombre? ¿El mío? No lo sufriré. atrae el laurel, el sosiego no me satisface. gros engendran las fuerzas de los hombres, as inflaman el pecho de los jóvenes. é soy para ti? ¿Qué soy, patria mía? doliente enteco que su madre e en brazos pacientes, mirada desesperada. ás me consoló la copa centelleante, a mirada de la coqueta sonriente. de nublarme un duelo perpetuo? atarme sin cesar el colérico anhelo? é más me da la mano cordial del amigo, ulce bienvenida del alba primaveral, ombra de los robles, o la viña en flor, mí qué el aroma de los tilos! r el cruel Maná! Nunca disfrutaré de ti, z de la alegría, por más bello que destelles, a que culmine un quehacer de hombres, a que conquiste el primer laurel. uramento es grave, hace saltar lágrimas mis ojos, ¡y dichoso de mí, si lo corona el cumplimiento! onces, comunión de los bienaventurados, también yo exultaré. onces, oh Naturaleza, será delicia tu sonrisa. HIMNO A LA LIBERTAD dicha canté en las puertas del Orco, señé embriaguez a las sombras, que vi, escogido entre miles, a la divinidad de mi diosa. mo el piloto su océano purpurea tras la noche lóbrega, mo los bienaventurados los campos Elíseos, e admiro, amada maravilla. erentes plegaron sus alas, dados de su polvo, halcón y águila, bediente a la rienda diamantina, chaba ante la diosa un altivo par de leones. enes torrentes impetuosos se detuvieron, mo mi corazón, mudos de temerosa delicia. ta los Bóreas atrevidos se aplacaron, tierra se hizo templo. en premio a mi fiel homenaje, eina me tendió la diestra, netrados de mágica energía, samiento y corazón la aclamaron. que dijo la jueza de las coronas uena por siempre en mi alma, namente en las regiones de la creación. uchad, espíritus, lo que dijo la madre: cilando en las ondas del viejo caos, z y desenfrenada como sacerdotisa de Baco, añada por el audaz deseo de la juventud, decía reina de la libertad. o el conflicto de los elementos desatados o la hora de la aniquilación. onces apeló mi ley alianza fraternal del infinito. mata mi ley tierna vida, oraje audaz, ni alegría animada, dos se otorgó derecho al amor, a cual ejerce el dulce deber, osa y altiva en su marcha imparada orre la titánica fuerza su vasta carrera, dulce urgencia de amor se acurruca ébil contra el gran mundo. ede un gigante castrar mi águila? tener un dios los rayos orgullosos? ede un decreto tiránico proscribir el mar? tener el curso de las estrellas? profanarse por ídolos que él mismo inventa, uebrantable en la lealtad a su alianza, a las leyes santas del amor, e vive el mundo su vida sagrada. sfechas de su justa magnificencia, ca fulminan las espléndidas armas de Orión s fraternales Tindáridas, a el león les saluda con amor. hoso de su divino destino, que es regocijar, ios en dulce sosiego envía sonrisa oven vida y fastuoso florecer amada esfera terrestre. profanarse por ídolos que él inventa, uebrantable en la lealtad a su alianza, a las leyes santas del amor, e vive el mundo su vida sagrada. , solo uno, ha caído, marcado con la deshonra infernal; az de escoger la más bella vía, rrastra el hombre bajo el yugo abyecto. era el más divino de los seres, e enojes con él, fiel Naturaleza, lleva en sí la traza de la fuerza heroica, avillosa y espléndida para curarse. esúrate, nueva hora de la creación, ríele, dulce edad de oro, ue en la más bella e intacta alianza esteje la inmensidad». ra, hermanos, ¿tardará la hora? rmanos! ¡Por los miles de quejosos, los descendientes que engendró la deshonra, las regias esperanzas, los bienes que colman el alma, la hereditaria fuerza divina, manos, ay, por nuestro amor, es de lo finito, despertad! os de los tiempos! Bajo el calor sofocante abanican refrescantes tus consuelos. nos rosados semblantes nos sonríen l camino espinoso y desierto. ndo ensombrece la gloria ancestral, ndo se derrumba el último resto de libertad, te mi corazón las amargas lágrimas de la separación refugia en su más bello mundo. que el tiempo escogió como presa ecerá de nuevo mañana; a destrucción nacerá la primavera, as olas surgió Urania; ndo las estrellas descoloridas inclinan la cabeza, plandece Hiperión en su heroica carrera. dríos, esclavos! Se alzan sonrientes libres sobre vuestras tumbas. e mucho que la justicia se refugió osa en los severos palacios de Minos, a cómo rebosante de ternura maternal a ahora al fiel hijo de la tierra. ahora triunfan en los Elíseos manes de los divinos Catones, umerables ondean orgullosas banderas de juventud, empo de la gloria premia a los ejércitos. seno de los benevolentes dioses no llueve beneficio sobre el orgullo indolente, sagrados campos de Ceres prefieren decir a la segadora morena; claro suena en las viñas ardientes, animado, el grito jubiloso de los vendimiadores. ás profanado por el ala de la preocupación, ece y sonríe lo que la dicha creó. ciende el amor del cielo, ran el ánimo viril y la altas miras, , hija de la ingenuidad, dulce intimidad, devuelves los días de los dioses. unfa la fidelidad! Y caen salvadores de amigos, estuosos, como se desploman los cedros, s vengadores de la patria marchan riunfo hacia el mundo mejor. go tiempo encerrados en su angosta morada, cansen entonces mis restos en paz. probado el cáliz de la esperanza, me conforté con la dulce aurora. , y allá en la lejanía serena bién me sonríe la meta sagrada de la libertad! á, con vosotras, estrellas regias, ará más festiva mi música. GRECIA A Gotthold Stäudin lá te hubiera encontrado a la sombra de los plátanos, de fluyó el Iliso entre las flores, de los jóvenes ensoñaron con la fama, de Sócrates conquistó corazones, de Aspasia paseó entre mirtos, de el clamor de la alegría fraternal erberó sobre el ágora vibrante, de mi Platón creó paraísos, de sazonaron la primavera cantos solemnes, de los torrentes del entusiasmo recipitaron desde la sagrada montaña de Minerva, omenaje a la protectora, de en incontables dulces horas de poesía, mo un sueño de dioses, se consumió la vejez; á, amigo, te hubiera encontrado entonces, mo hace años mi corazón te halló. de qué distinto modo te habría abrazado! cantarías los héroes de Maratón, más bello entusiasmo laría en tu mirada embriagada, imientos de victoria rejuvenecerían tu pecho, espíritu, ceñido de laurel, entiría el lóbrego sofoco de la vida apenas mitiga un hálito de la alegría. ha ofuscado tu estrella del amor? a dulce luz rosada de la juventud? con las horas áureas de la Hélade danzando en derredor, entiste el flujo de los años; nos, como el fuego de las vestales, ardían aje y amor en cada corazón, mo el fruto de las Hespérides prosperaba eternamente el dulce deseo de la juventud. en aquellos días mejores, habría palpitado en vano, tan fraterno y generoso orazón querido por un pueblo ue lloramos de gratitud. uarda, llega sin duda la hora separa del cepo lo divino! ece! En esta esfera terrestre, le espíritu, en vano buscas tu elemento. ca, la heroína, ha caído. á donde reposan los viejos hijos de los dioses, a ruina de los marmóreos palacios, ra solo guarda el duelo la grulla solitaria; riente desciende la primavera graciosa, o ya no se encuentra más con sus hermanos, l sagrado valle del Iliso, mitan bajo escombro y zarzas. tira aquel país mejor, ro a Alceo y Anacreonte, eferiría dormir en angosta tumba, o a los santos en Maratón. sea esta mi última lágrima ida por la sagrada Grecia. Parcas, haced sonar las tijeras s mi corazón pertenece a los muertos. A HÉRCULES errado en el sueño de la infancia a como el hierro en la mina; acias, Hércules mío!, del niño hecho un hombre. oy maduro para el trono, mpen poderosos y grandes hos, como rayos del hijo de Cronos, as nubes de mi juventud. mo el águila lleva a sus crías uanto prende una chispa en sus ojos el éter dichoso sadas migraciones, me levantas de la cuna, a mesa y casa maternas, s llamaradas de tus guerras, umo semidiós. eíste que tu carro de combate onaría en vano en mis oídos? a trabajo que hiciste tó mi alma. dad es que el discípulo pagó; orosamente quemaron tus rayos pecho, oh luz orgullosa, o no lo consumieron. para las olas de tu destino, remas fuerzas divinas, dador valiente! te criaron, é me formó para la victoria? é llamó al sin padre ado en la sala oscura, divino y lo grande, a que osado te hiciera su modelo? é me cogió y arrancó del encanto os juegos? é indujo a las ramas del arbusto evarse hacia la luz del éter? hubo amistosa mano de jardinero resada en la joven vida, o gracias al propio afán, é y crecí hacia el cielo. o de Cronos, a tu lado mparezco, con sonrojo, Olimpo es conquista tuya, n y pártela conmigo! rto es que nací mortal, o inmortalidad a jurado mi alma, mplirá lo mandado. A LA NATURALEZA ndo aún jugaba en torno a tu velo, día de ti como una flor, u corazón sentía cada acento rcar mi tierno y trémulo corazón. ndo aún rico en fe y nostalgia, mo tú, me veía ante tu imagen, hallaba un lugar para mis lágrimas mundo para mi amor. ndo aún se volvía mi corazón hacia el sol, mo si él oyera su voz, amaba hermanas a las estrellas, la primavera, melodía de Dios, ndo en la brisa que movía el bosque, se agitaba tu espíritu, el de la alegría, a onda callada de mi corazón, de oro me envolvían. ndo en el valle donde la fuente me refrescaba verde de los tiernos arbustos ía la pared silenciosa de las rocas, omaba el éter entre las ramas, ndo allá, inundado de flores, ado y ebrio bebía su aliento nía a mí, aureolada de luz y resplandor, ube áurea de lo excelso. ndo me alejaba sobre el páramo estéril sde el seno de sombríos barrancos mbaba el canto titánico de los torrentes noche de las nubes me rodeaba, ndo la tormenta con sus ondas tempestuosas aba ante mí a través de las montañas e sobrevolaban las llamas celestiales, aparecías tú, ¡alma de la naturaleza! chas veces, con lágrimas de ebriedad rosa, como tras dilatada errancia elan los ríos el océano, perdía, bello mundo, en tu plenitud. entonces me arrojaba, con todos los seres, hoso desde la soledad del tiempo, mo un peregrino vuelto al palacio paternal, s brazos de lo infinito. ditos seáis, sueños dorados de la infancia, me ocultasteis la miseria de la vida, abrigasteis la simiente del bien en el corazón, ue yo jamás alcanzaría, me lo regalasteis. Naturaleza, a la luz de tu hermosura, pena ni coacción medraban regios frutos del amor mo las cosechas en Arcadia. á muerto ahora quien me crió y sació, muerto aquel mundo juvenil, el pecho que un cielo colmó, rto y seco como un barbecho. la primavera replica a mis penas, mo antes, un dulce canto de consuelo. o ya pasó la mañana de mi vida, chita está la primavera de mi corazón. petua indigencia ha de pasar el más tierno amor, ue amamos es solo sombra, ndo murieron los dorados sueños de la juventud, ió para mí la naturaleza amiga. supiste en los días dichosos lejos está tu patria, re corazón, jamás la hallarás, o te basta soñar con ella. EL MOZO A LOS CONSEJEROS PRUDENTES e me calme? ¿Que domeñe el amor ente y feliz que ansía suprema belleza? e entone mi canto del cisne al borde de la tumba de os gusta enterrarnos vivos? vidadme! Todopoderosamente arrastrado, esco caudal impaciente de la vida e revolverse sin pausa en su lecho angosto a reposar en la mar natal. planta del vino desdeña los frescos valles, fortunado jardín de las Hespérides solo duce sus dorados frutos bajo el rayo ardiente como una saeta, penetra en el corazón de la tierra. é vais a aplacar, cuando encadenado empo férreo me arde el alma? mí que solo los combates salvan, ¿a qué me arrebatáis, os de vosotros, mi elemento abrasador? vida no está escogida para la muerte, ara el sueño el dios que nos inflama, ha nacido para el yugo el excelso o que viene del éter. ciende y se zambulle como si se bañara a corriente del siglo; y por un instante áyade arrebata al nadador, o él alza enseguida más clara su cabeza radiante. ad ese gusto de rebajar lo grande, vengáis hablando de vuestra felicidad. plantéis el cedro en vuestros tiestos, oméis el genio a sueldo, atéis de paralizar el corcel del sol, ad a las estrellas seguir su ruta, mí no me aconsejéis que me conforme, me hagáis siervo de esclavos. no podéis soportar lo bello, edle guerra abierta con fuerza y hechos! ora se clavaba al visionario en la cruz, ra lo asesina el prudente y fino consejo. ántos habéis sometido mperio de la necesidad! ¡Qué de veces habéis desviado a vuestro banco de arena al timonel esperanzado udaz derrotero hacia el cálido Oriente! nútil, en vano me retiene esta época ruin, mi siglo mi castigo. iro al verde campo de la vida cielo del entusiasmo. otros, oh muertos, enterrad vuestros muertos, derad la labor humana y tomadme por loco, todo madura en mí, conforme al deseo de mi corazón, ella, la viva Naturaleza. DIOTIMA go tiempo muerto y en su hondura cerrado, da mi corazón al bello mundo, ecen y brotan sus ramas, chidas de nueva fuerza vital. aún volveré a vivir, l que se abre al aire y la luz ujanza radiante de mis flores de la cáscara seca. mo ha cambiado todo! nto odié y evité oniza ahora con benévolos acordes anción de mi vida. a vez que suena la hora maravilla el recuerdo os días dorados de la niñez, de que hallé mi único bien. tima, criatura feliz, ciosa, por quien mi espíritu, ado del miedo de vivir, ugura la juventud de los dioses. estro cielo perdurará! nes en lo insondable, s que nos viéramos, onocieron nuestras almas. ndo aún con sueños de niño, quilo como el cielo azul, tumbaba en la tierra cálida o los árboles del vergel, vago deseo y belleza ezaba mayo de mi corazón, susurró, como acentos de céfiro, spíritu de Diotima. y cuando como un cuento apareció la belleza de mi vida, ndo quedé fuera de la luz, gente como un ciego, ndo la carga del tiempo me quebró, i vida fría y pálida raba dejarse caer s sombras del reino mudo, nces vinieron del ideal mo bajados del cielo, ánimo y fuerza, areciste con tu resplandor, agen divina! en mi noche. volverte a ver, boté otra vez barca dormida de el puerto mudo céano azul. ra te he encontrado bella de lo que soñé as horas solemnes del amor. lime, buena, estás aquí. pobreza de la imaginación! solo la creas tú, ternas armonías, uraleza dichosa de perfección! mo los bienaventurados allá arriba de se refugia la felicidad, de, liberada de la existencia, ece la belleza inmutable mo entre el caos y la discordia melodiosa Urania, siste ella, puramente divina a ruina de los tiempos. e mil homenajes espíritu avergonzado y vencido sforzó por alcanzar uien excede sus mayores audacias. or solar y dulzura primaveral, ordia y paz se alternan la angélica imagen bella a hondura de mi pecho. ontables santas lágrimas del corazón ertido ante ella, odos los tonos de la vida hice uno con la dulzura. ido en lo más hondo del pecho, e suplicado tantas veces piedad, ndo tan claro y santo a ante mí su propio cielo. ndo en opulento silencio, ndo, con una mirada y sola palabra, erenidad y plenitud confía su genio, ndo el dios que me entusiasma nece en su frente, erado por la admiración, do le he reconocido que no soy nada. onces su alma celestial me envuelve a dulzura del juego infantil, su magia se sueltan gremente mis ligaduras, s queda mi esfuerzo ruin, aparece la última traza de lucha, plena vida divina ede la naturaleza mortal. á donde ningún poder terrenal, guna advertencia divina nos separa, de somos uno y todo, está ahora mi elemento, de olvidamos la necesidad y el tiempo l escaso provecho ca medimos el margen, , allá digo que estoy. mo la estrella de los Tindáridas, en brillante majestad, z, como nosotros, recorre uta allá en la altura de la noche, sciende clara y grande a elevada bóveda celeste s ondas marinas de el bello reposo le llama. entusiasmo, así hallamos i bendita tumba; hondura nos deshacemos en tus olas, nciosamente exultantes, a que oímos la llamada de la hora, spiertos con renovado orgullo, vemos como la estrella breve noche de la vida. A LA PRIMAVERA marchitas mis mejillas y caduca la fuerza de mis brazos, azón mío! Aún no envejeces. Igual que Diana a su amante, icha, hija del cielo, te despierta del sueño. anece conmigo hacia una nueva juventud ardiente hermana, la dulce naturaleza, y mis amados es me sonríen, y mis más queridos bosques os de joviales cantos de pájaros y brisas graciosas gritan de puro gusto cordiales saludos. que rejuveneces corazones y campos, santa primavera, ve! Primogénita del tiempo, reparadora primavera, mogénita en el seno del tiempo, poderosa, ve a ti! rotas las cadenas, te entona el río cantos festivos hacen temblar la ribera. Nosotros los jóvenes, dando traspiés, lanzamos allá donde el río te festeja, mostramos el ardiente pecho, avorable, a tu aliento amoroso, y nos precipitamos a corriente y clamamos con ella, y te llamamos hermana. rmana! Cómo baila toda tu tierra infinito amor, y se alza hasta el éter sonriente ncontable dicha, desde los valles elíseos, con la varita mágica te acercas, hija del cielo. vimos con qué amor saluda a su amante orgulloso ía sagrado, cuando, arrogante tras vencer a las sombras, e sobre las montañas, y cuando tiernamente pudorosa o el velo del aire argénteo, mira hacia arriba en dulce espera, a que arde por él, y sus hijos serenos, os, flores y bosques, y sembrados, y viñas que verdeguean. ra duerme, duerme con tus hijos serenos, dre Tierra! Pues hace tiempo que Helios condujo stablo sus corceles fogosos, y los benévolos héroes del cielo, seo por ahí y Hércules por allá, pasan en callado r, y quedamente murmura el aliento de la noche cariciar tu alegre sembrado, y los lejanos arroyos cantores an cantos de cuna. LOS ROBLES desde las huertas a vuestro encuentro, hijos de los montes. de las huertas, donde vive la naturaleza paciente y doméstica, ta y a su vez atendida, junto a los hombres aplicados. otros, en cambio, señoriales, os alzáis como un pueblo de titanes l mundo más sometido, y solo obedecéis a vosotros mismos, cielo que os nutre y cría, y a la tierra que os engendró. fuisteis nunca, ninguno de vosotros, a la escuela de los hombres, áis joviales y libres, prietos unos sobre otros, de raíces potentes, y como el águila su presa, estrecháis fuertes brazos el espacio donde vuestra copa soleada ncara, serena y grande, con las nubes. s cada cual un mundo, vivís como las estrellas del cielo, a cual un dios, juntos en libre alianza. o soportara la esclavitud, nunca envidiaría bosque, y con gusto me plegaría a la vida social. l corazón no me atara más a la vida social, orazón que no se libra del amor, ¡qué a gusto me haría roble! AL ÉTER guno de los dioses ni de los hombres me crió como tú, y benévolo, oh padre éter; antes que la madre tomara en brazos y sus pechos me amamantasen, cogiste tiernamente para darme tu celeste bebida, pués de insuflar el sagrado aliento en mi pecho naciente. solo con alimento terrestre medran los seres, o tú a todos los nutres con tu néctar, oh padre. e agolpa y fluye de tu eterna plenitud ire vivificante por todos los caños de la vida. eso te aman, aspiran y desean cesar en su alegre crecimiento. te buscan, oh celeste, las plantas con sus ojos? tiende hacia ti sus tímidos brazos la mata humilde? hallarte, rompe la semilla presa su cáscara; bañarse en tu onda que da vida, ude el bosque la nieve como un ropaje molesto. mbién los peces ascienden y aletean ansiosos re la luciente piel del río, como si quisieran ar hacia ti desde la cuna; y a los nobles animales de la tierra salen alas cuando el poderoso anhelo amor secreto los impulsa y eleva hacia ti. orgullo desdeña el suelo el caballo, y su cuello de al cielo como acero curvado, apenas toca la arena su pezuña. mo por gracia, roza el tallo herboso la pata del ciervo inca, como un céfiro, por encima del arroyo que espumea monte abajo, viene, y corretea, apenas visible entre las matas. o los favoritos del éter, los pájaros felices, en y juegan graciosamente en el palacio eterno del padre. sitio para todos, a nadie se le traza el camino, ndes y pequeños se mueven libres en su morada. llan de alegría sobre mi cabeza, y también mi corazón maravilla y desea seguirles, como si la patria querida llamase desde lo alto; y por la cima de los Alpes rría yo andar, y desde allá pedir al águila veloz, mo cuando depositó en brazos de Zeus a aquel niño dichoso, me lleve de la prisión al etéreo palacio. mo locos vagamos, como el sarmiento errante, el tutor con que crecía hacia el cielo, propagamos por el suelo, indagamos y marchamos las zonas de la tierra, oh padre éter, en vano, s nos impulsa el deseo de emigrar a tus jardines. lujo del mar nos lanzamos por saciarnos más libres extensiones, y la ola infinita baña stra quilla, así se regocija el corazón en las fuerzas del dios marino. o jamás es bastante, pues nos llama el océano más hondo de la más ligera ola se agita. ¡Quién pudiera ernar el barco errante hacia aquellas doradas costas! o, mientras deseo elevarme a la lejanía nebulosa de ciñes con ola azulada orillas desconocidas, ciendes siseando desde la florida copa del frutal, re éter, y tú mismo aplacas mi corazón anhelante, vo otra vez dichoso con las flores de la tierra. EL VIAJERO uve solo y columbré las áridas planicies África. Llovía fuego del Olimpo. alejaba furtiva la montaña flaca, como un esqueleto andante, e miró su alta cumbre, vacía, sola, descarnada. ! De allá no manaba el bosque infinito, como una fuente saltarina l aire sonoro, fastuosa y espléndida hacia lo alto. os jóvenes gritaban su esperanza amorosa, alegría torrente que se precipita al valle virginal. gún techo surgía amable de la floración de sus árboles amigos, mo la luna de sus queridas nubes plateadas. gún rebaño pasó junto al pozo murmurante del mediodía se le escapó al pastor el caballo fogoso. o la mata había un pájaro asustadizo sin voz apuraba el coro de cigüeñas viajeras. te pedí agua en el desierto, oh naturaleza, gua me la llevaba el manso camello. to de bosque, y figuras y colores de vida, pedí, acostumbrado al bendito suelo patrio. ría libertad, y la naturaleza me respondió ma y belleza, aunque casi daba espanto. mbién visité el Polo, donde pululan y se atropellan ticos y aterradores los glaciares. erta en la envoltura de nieve dormía la vida encadenada, sueño de hierro expectaba la luz en vano. ! Allá el cálido brazo del Olimpo no ceñía la tierra, mo Pigmalión estrechó a su amada. conmovía su pecho con la caricia del sol, e hablaba tiernamente en lluvia y rocío. dre tierra! Te has quedado viuda, clamé, quina y sin hijos vives en tu tiempo lento. engendrar y nada cuidar con solícito amor, verse en los hijos al envejecer, es la muerte. de que un día te calienten los rayos del cielo, caricia de su inspiración te saque del sueño ruin, mpas, como una semilla, tu cáscara de hierro, spunte afuera, temeroso, el mundo en ciernes. uerza guardada llameará en primavera fastuosa, llarán las rosas y correrá el vino en el norte ingrato. o la tierra calló ante mi augurio de alegría vano fue dicha la palabra animosa. he vuelto junto al Rin, a mi patria feliz, í me orean, como antes, las tiernas brisas, mplan mi corazón ansioso los árboles benévolos, ellos familiares que me acunaron en sus ramas. verde sagrado, testigo de la eternamente bella a del mundo, me refresca y devuelve a la mocedad. etanto envejecí, el hielo del Polo blanqueó mi cabello jo el fuego del Meridión cayeron mis rizos. o, como Aurora a Titón, oh tierra patria, abrazas onriente floración, como antes, cálida y jovial, a tu hijo. ndito país! No hay en ti colina que se recorte sin viña, ueve en otoño el fruto sobre la hierba crecida. ardientes montañas bañan contentas los pies en el río, naldas de ramaje y musgo refrescan su cabeza soleada. omo niños que trepan a los hombros del abuelo venerable, alan la sombría montaña castillos y cabañas. nquilo sale el ciervo del bosque a la dulce luz del día, o alto del aire luminoso se cierne el halcón. ntras abajo en el valle, donde la flor se nutre de la fuente, xtiende feliz la aldea por el prado. uí reina el silencio, apenas susurra de lejos el laborioso molino, onte abajo chirría la rueda trabada. ce repica la guadaña martilleada, y la voz del labrador guía el brabán marca los pasos al toro, no suena el canto de la madre sentada en la hierba con su pequeño el sol de mayo acaricia con sueño bendito. otro lado del lago, donde el olmo sombrea de verde ieja puerta del corral y florece el seto bravío de sauco, acoge la casa y la sombra secreta de la huerta de amorosamente me crió mi padre entre las plantas, egre como una ardilla jugué en las ramas tentadoras undí la frente soñadora en el heno oloroso. uraleza patria, qué fiel me has aguardado, cita y tierna, como antes, acoges al fugitivo. n maduran mis albérchigos, aún trepan complacientes a mi ventana, como antes, los racimos deliciosos. n rojean tentadores los dulces frutos del cerezo, s propias ramas vienen a la mano recogedora. uctor me atrae el sendero, como antes, hacia el interminable arrado del bosque, fuera del huerto, o abajo junto al arroyo, de antes, en el soto fresco, bajo el silencio del mediodía, sobre la playa de Tahití o de Tianan. me enrojeces el sendero, me calientas y regocijas ojos, como antes, sol de la patria, con tu luz. o el fuego y el espíritu de tu copa feliz, o dejas que se adormile mi cabeza envejecida. tú que despertaste mi pecho del sueño de la niñez, n dulce poder me llevaste más alto y más lejos, más dulce sol! vuelvo a ti más fiel y sabio, a reposar tranquilo y feliz bajo las flores. LA BUENA FE lla vida!, yaces enferma y está mi corazón tado de llorar; ya despunta el miedo en mí. s no puedo creer, con todo, mueras mientras ames. SU CURACIÓN amiga, oh naturaleza, sufre y dormita, ú tardas, animadora de todo? ¿Es que no la curaréis, erosos aires del éter? mpoco vosotros, manantiales de la luz solar? que no alegrarán todas las flores de la tierra, os bellos frutos gozosos del bosque, vida que vosotros mismos, dioses, amor engendrasteis? que ya respira y suena el santo gusto de vivir nuevo en su voz seductora, como antes, y ya la la mirada de tu favorita cemente esperanzada, oh naturaleza. ANTES Y AHORA mis días mozos, solía alegrarme por la mañana, la noche, lloraba; ahora, que soy más viejo, iezo desesperado mi día, pero dito y sereno es su final. LA BREVEDAD r qué eres tan breve? ¿Ya no te gusta como antes anto? En cambio, de joven, cuando cantabas os días de la esperanza, dabas nunca con el final! canto es como mi suerte. ¿Te bañarías a gusto l rojo crepuscular? Ya se ha pasado, y la tierra está fría, pájaro de la noche aletea esto ante tus ojos. LO IMPERDONABLE lvidáis a los amigos, si os reís del artista, más profundo espíritu tenéis por bajo y vil, s lo perdona; pero no estorbéis ca la paz de los amantes. PLEGARIA dito ser, qué de veces inquieté ivina calma dorada, y cuánto supiste mí del oculto ndo dolor de vivir. vídalo y perdona! Me iré semejante ublado ante la luna apacible, uedarás resplandeciente en tu belleza, nuevo, ¡dulce luz! EL PASO DE LA VIDA mbién tú quisiste más grandeza, pero el amor somete a todos y el dolor nos doblega aún más; todo, por algo regresa stra curvatura allá donde empezó. qué subir o bajar! ¿Acaso no sigue imperando erecho y una justicia en la noche sagrada, de la naturaleza muda medita los días que serán, el Orco más tortuoso? lo supe por mí. Porque vosotros, los celestiales mantenedores de todo, ca me guiasteis, que yo sepa, mo los maestros mortales, solicitud por el sendero llano. ebe todo el hombre, dicen los del cielo, a que nutrido con vigor, sepa dar gracias por todo, imile la libertad partir hacia donde quiera. EL OCIO tea despreocupado el corazón, y descansan los severos pensamientos, voy por el prado donde brota para mí la hierba de sus raíces, ca como el manantial, y los tiernos labios de las flores me abren, y calladas me inspiran con dulce aliento. as incontables ramas del bosque, como en candelas ardientes mbra ante mí la chispa de la vida y las flores rubicundas, a regata soleada chapotean los peces felices, olondrina revolotea alrededor del nido con sus crías locuelas, egocijan las mariposas y las abejas que vagan su deseo. Me yergo en el campo tranquilo ejante a un olmo amoroso, y como viñas y sarmientos me enroscan los dulces juegos de la vida. ien alzo mis ojos al monte que corona nubes su cumbre y sacude al viento rizos sombríos, y cuando me lleva en sus hombros poderosos, ndo el más tenue aire encanta todos mis sentidos valle interminable, como una nube de colores, da a mis pies, entonces me convierto en águila y, liberado del suelo, mbia de morada mi vida, como los nómadas, en el universo de la naturaleza. hora me devuelve el camino a la vida de los hombres. orea a lo lejos la ciudad, como una armadura decrépita ada contra el poder del dios tonante y los hombres. atisba majestuosa, y en torno reposan las aldeas sus tejados velados por el amable humo casero orizado por el crepúsculo. Los huertos descansan dadosamente cercados, y dormita el brabán en los campos deslindados. o se alzan a la luz de la luna las columnas quebradas s puertas del templo que el temible golpeó, el secreto ritu de la inquietud que rabia y hierve l pecho de la tierra y los hombres, el indomado, el viejo conquistador descuartiza las ciudades como corderos, el que escaló Olimpo, el que se remueve en las montañas y arroja fuego, ue desarraiga el bosque y atraviesa el océano, stroza los barcos, y con todo nunca te hace faltar rden eterno, ni borra una sílaba a tabla de tus leyes, el que también, oh naturaleza, es tu hijo, do del mismo seno con el espíritu de la quietud. go leí en casa, donde los árboles susurran en torno a la ventana aire juega con la luz ante mí, un relato de vida humana a el final feliz, oh vida, a del mundo, que está ahí como un bosque sagrado, dije, que coja el hacha quien te quiera arrasar, vivo dichoso en ti. LAS NACIONES CALLADAS SE ADORMECÍAN naciones calladas se adormecían cuando estino veló por que no se durmieran egó el implacable, el terrible hijo a naturaleza, el viejo espíritu de la inquietud. agitó semejante al fuego que hierve l corazón de la tierra, y sacude como frutales en sazón antiguas ciudades, hiende las montañas traga los robles y los peñascos. os ejércitos se exaltaron como el mar hirviente, omo un dios marino, reinó e imperó to gran espíritu sobre el tumulto en ebullición. poca sangre fogosa corrió en el campo de muerte, da anhelo y fuerza humana xaltó en un monstruoso campo de batalla, de el Rin azul hasta el Tíber, de se revolvía en orden fiero ncesante batalla de largos años. esta época, el destino poderoso rae un juego atrevido con los mortales todos. tra vez tililan para ti frutos dorados mo claras estrellas benévolas en la noche fría os naranjales de Italia. AQUILES léndido hijo de los dioses, cuando privado de tu amada te a la orilla del mar y le lloraste al oleaje, joso ansiaba ir tu corazón al abismo bendito, ilencio, lejos del ruido de los barcos, s y hondo bajo las olas, donde mora en gruta gozosa ella Tetis, la que te protegía, la diosa del mar. , poderosa diosa que tiernamente amamantó iño en la costa rocosa de su isla, era la madre joven y lo crió para héroe, la canción bravía de las olas y el baño vigorizante. madre acogió la queja del joven, gida ascendió del fondo del mar como una nubecilla, acó con tiernas caricias los dolores de su querido, te oyó cómo ella cariñosa prometía ayudarle. stago divino! si yo fuera como tú, podría confiar o de los celestiales la queja por mi secreto padecer. o no veré tal cosa, y habré de soportar la afrenta como si uera nada para aquella que me recuerda entre lágrimas. o, dioses benévolos, vosotros escucháis cada súplica humana, , oh bendita luz, te amo profunda y devotamente, de que vivo, y a ti tierra, y a tus fuentes y bosques, ti padre éter, a quien mi corazón añora con deseo puro, acad, oh benévolos, mi sufrimiento, a que mi alma no enmudezca, ay, demasiado pronto, a que viva y os dé gracias, sumas potencias celestiales, un canto piadoso en el día que huye, cias por el bien pasado, por la alegría de la juventud ida, oged benignos al solitario. CUANDO YO ERA NIÑO… ndo yo era niño solía salvar un dios griterío y la férula de los hombres, ba yo entonces seguro y sereno las flores del bosque s brisas celestes ban conmigo. l que regocijas orazón de las plantas, ndo alzan a ti tiernos brazos, colmabas mi corazón, re Helios, y como Endimión yo tu favorito, ada Luna. dioses todos, es amigos, sabéis cómo uiso mi alma! dad es que aún no os invocaba nombres, y tampoco vosotros llamabais nunca como hacen los hombres ndo se conocen. todo, sabía de vosotros más nunca supe de los hombres, ndía el silencio del éter, los hombres jamás entendí palabra. crió la melodía bosque susurrante, rendí a querer e las flores. cí en brazos de los dioses. A LAS PARCAS cededme un solo verano, oh poderosas, otoño para que maduren mis cantos, a que después muera más dócil mi corazón, ado del dulce juego. lma privada en vida de su derecho divino poco reposa abajo en el Orco, o si yo logro lo sagrado me importa, el poema, nvenida sea la quietud del mundo de las sombras, ré contento, aunque mi cítara baje allá conmigo. Habré vivido vez como los dioses, y más no necesito. CANCIÓN DEL DESTINO DE HIPERIÓN mináis arriba en la luz, re un suelo mullido, genios benditos, lantes brisas divinas ozan mo dedos de artista cuerdas sagradas. nos al destino, como el bebé mido, respiran los celestes; icamente guardado umilde capullo spíritu namente florece, s ojos dichosos an con callada idad eterna. o no se nos concedió cansar en morada alguna, hombres sufrientes aparecen y caen gamente de una a a otra, mo el agua que se precipita peña en peña ante años a lo incierto. A LOS JÓVENES POETAS ridos hermanos, acaso madure pronto nuestro arte, ndo, semejante al adolescente, tras largo fermento, nce la serenidad de la belleza; otros sed piadosos como eran los griegos. ad a los dioses y recordad con benevolencia a los mortales, minad de la embriaguez como del hielo, guardaos de adoctrinar y describir, el maestro os atemoriza, id consejo a la gran naturaleza. A NUESTROS GRANDES POETAS orillas del Ganges oyeron el triunfo dios de la alegría, cuando desde el Indus ó el joven Baco conquistador de todo pertando de su sueño a las naciones con el vino sagrado. pertad, poetas, despertad de su sueño s que aún duermen, dadnos leyes, nos vida, y triunfad, héroes, solo vosotros is derecho de conquista, como Baco. LOS POETAS SANTURRONES os mojigatos, no habléis de los dioses. otros sois sensatos, no creéis en Helios, n el tonante ni en el dios de los mares. erra está muerta, ¿quién le dará las gracias? solaos, dioses, aún embellecéis el canto, que se esfumó el alma de vuestros nombres, es precisa una palabra imponente, e invoca, oh madre naturaleza. EL ESPÍRITU DE LA ÉPOCA masiado tiempo has reinado sobre mi cabeza, dios de la época, en tu nube oscura. demasiada violencia y desazón en torno, rrumbe y vacilación dondequiera que miro. chas veces bajo la vista al suelo como un niño, co en la oquedad esconderme de ti, mo iba a dar, infeliz de mí, con un sitio de no estuvieras tú, que remueves todas las cosas! mite de una vez, padre, que te vea a a cara. ¿Acaso no fuiste tú, con tu rayo, en primero despertó el espíritu en mí? que no me trajiste a la vida, oh padre? rto es que brota de las viñas jóvenes nuestra fuerza sagrada, s mortales se encuentran, en el aire benigno, ndo pasean silenciosos por el bosque, dios que les ilustra; pero tú despiertas todopoderoso el alma clara de los jóvenes, y enseñas s prudentes a los mayores; el malo se hace peor o para acabar antes, ndo tú, el removedor, le echas mano. EL HOMBRE nas despuntaban del agua, o tierra, cimas de tus jóvenes montañas, y exhalantes gozo despedían su perfume, cubiertas de perenne dor, en el gris desierto del océano, primeras adorables islas. Ya se complacía ista del dios del sol atisbando las recién nacidas ntas, sus eternamente jóvenes turas sonrientes, nacidas de ti, ndo, en la más bella isla, donde sin cesar ire baña el bosque de tierna paz, a bajo los racimos, nacido tras tibia noche a hora que asoma la alborada, más hermoso hijo, madre tierra. evanta el niño sus ojos conocedores a su padre Helios, se despierta, y elige, hallar tan dulce el grano, a la vid mo nodriza. Pronto se hace grande, s animales le temen, porque es muy distinto a ellos. ombre no se parece a ti, ni a su padre, s hay en él una atrevida mezcla alma eminente del padre, con tu gozo, ierra, unido a tu aflicción inmemorial. querría asemejarse a la madre de los dioses, aturaleza que todo lo abarca! por eso su arrogancia lo arranca u corazón, y tus dones son ano, como tus tiernas ligaduras; ndomable busca algo mejor! la orilla de sus praderas perfumadas e lanzarse el hombre al agua que no florece, nque, semejantes a la noche estrellada, centelleen frutos dorados de su bosque, él excava vas en las montañas, e indaga en la mina, s de la clara luz de su padre, bién infiel al dios sol, pues sta la esclavitud y se burla de las penas. que las aves del bosque respiran más libres, o el hombre alza su pecho con más señorío, uien prevé el futuro oscuro, también la muerte e prever, y solo a ella teme. orta armas contra todo lo que respira su orgullo siempre receloso; se consume uerellas el hombre, y la flor tierna u paz no prospera mucho tiempo. es el más dichoso de todos los consortes vivientes? o también más hondo y desgarrador pa el destino que todo lo iguala echo inflamable del fuerte. LA MUERTE POR LA PATRIA legas, oh batalla, y ya descienden los jóvenes eadas desde sus colinas al valle de bullen insolentes los degolladores uros de su arte y sus brazos, pero aún más segura recipita sobre ellos el alma de los jóvenes, s los justos atacan y, como si fueran magos, cantos patrióticos alizan las rodillas de los infames. cedme sitio en las filas, a que no perezca un día de muerte vil! disgusta morir inútilmente, en cambio place caer en la colina del sacrificio la patria, y verter la sangre del corazón la patria, ¡y qué pronto será! Acudo osotros, queridos, que me enseñasteis vir y morir, ¡ahora bajo con vosotros! é de veces ansié veros a la luz del día oes y poetas de la antigüedad! ra acoged benévolos al extranjero gnificante y reine aquí abajo la fraternidad. bajan heraldos de la victoria; ¡la batalla uestra! Vive en lo alto, oh patria, o cuentes los muertos! Por ti, mada, no ha caído ni uno de más. BUONAPARTE poetas son vasos sagrados de se custodia el vino de la vida, spíritu de los héroes. o el espíritu de este joven, mpetuoso, ¿no romperá aso que lo quiera tener? elo intacto el poeta, como el espíritu de la naturaleza, materias así, el maestro es aprendiz. o puede vivir ni quedar en el poema, ive y queda en el mundo. EMPÉDOCLES cas la vida, buscas, y he ahí que mana y relumbra de lo hondo de la tierra un fuego divino, , trémulo de deseo, ras a las llamas del Etna. fundía perlas en el vino la arrogancia a reina, ¡y allá cuidados! Pero tú, poeta, ¡no tenías que haber sacrificado queza en el cáliz efervescente! venero como al poder de la tierra te llevó consigo, oh audaz sacrificado. me precipitaría tras el héroe al abismo, o me retuviera el amor. APLAUSO HUMANO está mi venturoso corazón lleno de una vida más bella de que amo? ¿Por qué me respetabais más ndo era más petulante y brutal, verboso y vacío? multitud le agrada lo que sirve en el mercado siervo solo respeta a los violentos; o creen en lo divino enes lo son. LOS VELEIDOSOS me lamento, y oigo a lo lejos ras y cantos, mi corazón enmudece enseguida; bién me transformo en cuanto vino purpúreo, me flechas brillante o la sombra del bosque, donde el poderoso del mediodía reluce para mí atenuado sobre el follaje, mismo me siento sereno, cuando, do por la grave ofensa, agado por el campo. Se irritan demasiado a gusto poetas, oh naturaleza, se afligen y lloran fácilmente afortunados; igual que niños mados por su madre, descontentadizos y llenos de caprichos despóticos. su apacible camino, lo más mínimo les desvía; eparan de su vía, obstinan contra ti. o apenas los rozas amorosa, uelven pacíficos y piadosos; y obedecen contentos. llevas a rienda floja, oh guía, nde te place. ADIÓS muero con oprobio, si mi alma no se venga os impertinentes, si quedo vencido los enemigos del genio, na tumba vil, dame, corazón bondadoso, no salves poco mi nombre de la pérdida, ego sonrójate, tú que me fuiste cto, pero no antes. aso no lo sé? ¡Ay, genio protector! os de tu lado, no tardarán todos los espíritus de la muerte ulsar las cuerdas mi corazón hasta romperlas. veos blancos, cabellos de mi juventud vida, mejor hoy que mañana, en este cruce solitario de el dolor postró de muerte. DIOSES ANDUVIERON ANTES… ses anduvieron antes entre los hombres, a semejanza tuya, ando y entusiasmando: las musas soberanas, y el joven Apolo. veo como ellos, como si uno de los bienaventurados hubiera enviado a la vida. Yo voy, y la imagen de mi heroína onmigo, en todo cuanto sufro y creo con amor, a la muerte. Pues eso aprendí y retuve de ella. amos pues, oh tú, con quien sufro, con quien iente, y fiel, y leal, aspiro a un tiempo más bello. o si ya vivimos! Y, si en años venideros, ndo prevalezca de nuevo el genio, saben de nosotros dos, n: amando crearon su mundo secreto, o conocido por los dioses, estos solitarios. s la muchedumbre, solo ocupada con lo mortal, undió en el Orco, mientras los fieles a su amor íntimo espíritu divino hallaron el camino a los dioses, cido el destino con esperanza, paciencia y silencio. SI AHORA OYERA A LOS AMONESTADORES… hora oyera a los amonestadores, se reirían de mí, y pensarían: es se remitía a nuestro criterio, porque nos temía, este loco. o me arrendarían la ganancia… tad, temibles dioses del destino, cantadme ído sin cesar la canción del mal agüero. cabo, soy vuestro, ya lo sé, pero antes quiero mío y hacerme con la vida y la gloria. AL DIOS SOL nde paras? Ebria trasluce mi alma odas tus delicias; pues acabo de ver mo, cansado de su carrera, dorable vástago de los dioses a sus jóvenes rizos en las nubes de oro, ora aún lo busca mi vista, que ya se fue lejos, donde los pueblos piadosos todavía lo veneran. amo, tierra! ¡Tú te condueles conmigo! uestro duelo se transforma, como las penas de los niños, ueño, y así como los vientos olotean y susurran en las cuerdas del harpa a que el dedo del maestro libera el bello son, juegan a nuestro alrededor la niebla y el sueño, a que el amado regrese y nda en nosotros vida y espíritu. PUESTA DE SOL nde paras? Ebria trasluce mi alma odas tus delicias; pues acabo de oír mo, rebosante de dorados sones, ncantador vástago del sol su canción de la tarde en la lira celestial; ques y colinas se hacían eco en derredor, que ya se fue lejos, donde los pueblos piadosos todavía lo veneran. POR LA MAÑANA la el césped de rocío, se apresura ágil la fuente despierta, inclina el abedul opa vacilante, y al hojear urra y centellea. Ya se estrían, orno a las nubes, rojizas llamas cursoras que borbotean sin ruido mbiantes se agitan, más y más arriba, mo las olas en la orilla. ra ven, oh ven, y no tengas demasiada prisa, dorado, en llegar a la cumbre del cielo, s mi vista vuela hacia ti, oh placentero, franca y confiada, mientras las en tu joven belleza, y aún no as vuelto demasiado espléndido y orgulloso. mí podrías correr, oh divino viajero, o pudiera seguirte. Pero sonríes alegre temerario que quiera larse contigo; así que mejor bendice obra mortal y alumbra de nuevo hoy benévolo, mi callado sendero. FANTASÍA VESPERTINA mea el hogar del sobrio labrador se sienta plácido a la sombra de su cabaña, uena hospitalaria para el viajero ampana vespertina en la aldea apacible, bién ahora deben de volver los barcos al puerto, iudades lejanas donde se diluye gozoso el bullicio ociador del mercado y luce en el cobertizo tranquilo ena comunitaria para los amigos. ónde iré? Viven los mortales alario y trabajo, alternando esfuerzo y descanso o es gustoso, ¿por qué entonces jamás uerme en mi pecho la espina? el cielo de la atardecida florece una primavera osas incontables y el mundo de oro ece sereno. ¡Oh, llevadme allá es de púrpura! ¡Así se deshagan, uz y aire, mi amor y mi pena! o, como espantado de la súplica insensata, huye ncanto, oscurece, y quedo solo, o el cielo, como siempre. n ahora tú, dulce sueño! Codicia demasiado corazón. ¡Te irás de una vez, juventud uieta y soñadora! vejez viene luego apacible y serena. EL MENO dad es que algún país de la tierra de los vivientes earía ver, y a menudo se me lanza el corazón allá de las montañas, y mis deseos viajan tramar, hacia las costas que me han derado por encima de las conocidas; o ningún país lejano me es tan caro mo aquel donde los dioses duermen, aís en duelo de los griegos. cómo quisiera poner pie a tierra en la costa Sunion, y allá interrogar a tus columnas, mpeion, antes que la tempestad del norte epulte en los escombros de los templos atenienses s estatuas de dioses. Pues hace mucho, orgullo del mundo que ya no existe! te yergues solitario. Y vosotras, bellas s jonias, donde las brisas inas alientan frescas en las costas ardientes, ntras madura la uva bajo el sol poderoso, de, ay, un dorado otoño transforma antos la queja del pueblo indigente, ra que vuestros limonares anados repletos de frutos de púrpura, dulce vino, y el tambor, y la cítara, tan a los afligidos a la danza laberíntica. zá un día arribe a vosotras, oh islas, antor apátrida, pues ha de vagar xtranjero en extranjero, tierra libre, oh dolor, e servirle de patria, mientras viva, ando muera. Pero yo nunca te olvidaré lejos que vaya, oh Meno hermoso, tus orillas afortunadas. acogedor me recibes, orgulloso de ti, egras la vista del forastero, me enseñas cantos que se deslizan ruido, y vida silenciosa. sereno fluyes con las estrellas, dichoso de ti, de tu mañana hasta el atardecer, a tu hermano el Rin; y luego, él, desciendes feliz al océano. EL NECKAR us valles despertó mi corazón vida, tus ondas jugaban en torno, todas las adorables colinas que te conocen, viajero, ninguna me es desconocida. sus alturas disipó el aire del cielo pesares por la servidumbre, y desde el valle, ejante a la vida en el vaso de la alegría, ella la onda de plata que azulea. apresuraban hacia ti las fuentes de las montañas i corazón con ellas, y tú nos llevabas ublime Rin sosegado, hacia sus ciudades as abajo, y sus islas rientes. avía encuentro bello el mundo y se me va la vista, eosa de las delicias terrestres, ureo Pactolo, a la costa Esmirna y al bosque de Ilion. También quisiera bar al Sunio, y preguntar al sendero mudo tus columnas, Olimpeion, s de que el viento tempestuoso y la edad epulten en los escombros de los templos atenienses s estatuas de dioses, también a ti. s largo tiempo te yergues solo, orgullo del mundo ya no existe. Oh vosotras, as islas de Jonia donde la brisa marina esca la orilla ardiente y susurra l bosque de laureles, cuando el sol calienta la cepa, de, ay, un dorado otoño transforma antos la queja del pueblo indigente, ndo madura su granado, y desde la verde tiniebla ella el naranjo, y gotea la resina lentisco, y tambores y címbalos tan a la danza laberíntica. zá un día me lleve a vosotras, oh islas, dios custodio; pero tampoco ahí orrará del fiel recuerdo mi Neckar sus queridos prados y sauces. HEIDELBERG e tiempo que te amo, y quisiera darme el gusto lamarte madre, y obsequiarte una canción desmañada, de las ciudades patrias más rústicamente hermosa que vi. mo el pájaro del bosque sobrevuela las copas, imbra sobre el río que centellea ante ti uente liviano y sólido retumba de coches y gente. mo enviado por los dioses, un encantamiento me ató uente cuando lo cruzaba, tre los montes umbré la lejanía cautivante, rría el joven río hacia la llanura, e y alegre, como aquel corazón, demasiado bello a perecer amando, se arroja al raudal del tiempo. alabas fuentes al fugitivo esca sombra, y las orillas todas eguían con la vista, y oscilaba as ondas su imagen graciosa. s la gigantesca fortaleza despachada por el destino día severa sobre el valle, hasta los cimientos membrada por la tormenta; todo, el sol eterno vertía uz rejuvenecedora sobre la decrépita mpa titánica, y en torno verdegueaba iedra vivaz, y risueños bosquetes muraban de arriba abajo en la fortaleza. ustos florecían la pendiente hasta el claro valle, de recostadas en la colina o asomadas a la ribera, callejas joviales enden entre jardines perfumados. LOS DIOSES callado, siempre preservas la belleza mi alma en el dolor. Y se ennoblece a la intrepidez bajo tus rayos, Helios, mi pecho sublevado. ses buenos, pobre quien no os conoce, u alma grosera nunca cesa la discordia, mundo es noche para él, y no le ece la alegría ni el canto. o vosotros, con vuestra eterna juventud, sustentáis os corazones que os aman el candor infantil, dejáis nunca que el genio ntristezca de pena y error. A MI VENERABLE ABUELA, EN SU SEPTUAGÉSIMO SEGUNDO ANIVERSARIO pasado mucho, madre querida, y ahora descansas z, pronuncian con amor tu nombre deudos y forasteros, bién yo te venero bajo la plateada corona de la vejez, eada de niños que maduran, crecen y florecen. alma tierna te ha procurado una larga vida esperanza que te ha sostenido en el dolor. s eres serena y piadosa, como la madre que alumbró mejor de los hombres, al amigo de nuestra tierra. ya no saben cómo el supremo caminó entre el pueblo, si está olvidado qué vida llevó. que unos pocos lo conocen y a menudo su imagen celeste aparece, y vuelve serena la más tormentosa época. donando a todos y sin ruido, pasó entre los pobres mortales hombre único de espíritu divino. nguno de los vivientes era ajena su alma portaba en su pecho sufriente el dolor del mundo. mó con la muerte y en nombre de los demás esó victorioso desde el dolor y la pena hasta su padre. mbién tú lo conoces, madre querida, y sigues ublime con fe, paciencia y serenidad. a, a mí mismo me han rejuvenecido las palabras infantiles omo antes, corren lágrimas de mis ojos. tra vez pienso en los días idos hace mucho, patria regocija de nuevo mi ánimo solitario, mbién la casa donde crecí bajo tus bendiciones onde, nutrido de amor, medró más deprisa aquel niño. cuántas veces pensé que te alegrarías por mí, ndo me veía en el futuro, activo en el ancho mundo. poco he intentado, y soñado, y se me estragó orazón en ello, pero vosotros lo sanaréis, ridos míos, y quiero aprender a vivir mucho tiempo, mo tú, madre; pues la vejez es tranquila y piadosa. diré a ti, a que bendigas otra vez al nieto, a que cumpla como hombre lo que te prometió de niño. LOS QUE DUERMEN pasado un día efímero y crecido con los míos, e han dormido uno tras otro, y me han dejado. o vosotros durmientes veláis junto a mi corazón, stra imagen fugitiva descansa en un alma afín. ivís más vivos allá donde la dicha del espíritu divino venece a envejecidos y muertos todos. A LA PRINCESA AUGUSTE DE HOMBURG de noviembre de 1799 n se demora benévolo el año en alejarse u vista, y brilla con la dulzura de las Hespérides ielo invernal sobre tus ticos jardines siempre verdes. ndo recordé tu fiesta y medité qué podría corresponderte agradecido, aún daban flores al borde del sendero que valdrían a trenzarte una exuberante corona, oh noble. o otra cosa más grande, espíritu sublime, frece este tiempo más solemne, pues retumba a falda del monte la tormenta y, mira, diáfanas mo las estrellas serenas, se desprenden mas puras de la vasta desesperación. lo vislumbro, porque el corazón nacido libre princesa, no ha de seguir más tiempo o y abandonado a su suerte, sino que dignamente e unirá en el laurel el héroe, ellamente maduro y purificado. Y también nuestros os lo merecen; ellos, ancestros primigenios, ervan serenos desde las cumbres de la vida. mo se siente el bardo soñador, ejante al niño junto a la cítara ociosa, ndo lo incita la fortuna de los nobles, s acciones y gravedad de los poderosos. o tu nombre da esplendor a mi canto, y tu fiesta, rida Augusta, me es lícito celebrar. Mi oficio es iar a los más elevados, para eso me dio enguaje el dios, y puso gratitud en mi corazón. lá empiece también este día dichoso iempo, para que por fin florezca un canto en tus vergeles, noble, que sea digno de ti. A UNA PRINCESA DE DESSAU chas veces envían los dioses desde sus moradas serenas s favoritos, por poco tiempo, al extranjero, a que, al recordar su noble imagen, egocije el corazón de los mortales. vienes tú también desde los bosques de Luisium, de el sagrado umbral que ciñen los aires ruido, y donde juegan en torno a tu techo pacíficos árboles familiares, de la dicha de tu templo, oh sacerdotisa, sotros, cuando ya nos hace inclinar la cabeza ublado, y de tiempo atrás una tormenta divina nos ronda por la cabeza. é apreciada eras, sacerdotisa, cuando odiabas en silencio el fuego divino! o más lo eres hoy, cuando celebras los tiempos e los murientes que bendicen lo temporal. s allá donde andan los puros, el espíritu más perceptible, y florecen más nítidas y claras formas confusas de la vida, ndo las alumbra una luz segura. omo en la nube oscura florece ermoso arcoíris callado como signo un tiempo venidero y recuerdo os días benditos que fueron, lo hace tu vida, extranjera santa, ndo contemplas el pasado sobre columnas arruinadas de Italia, ticipas el reverdecer en época tormentosa. MI PROPIEDAD ra se recoge el día de otoño en su plenitud, a aclarado la uva y el bosque está rojo rutos, aunque algunas de las flores hechiceras ueron a tierra en acción de gracias. n todos los campos donde recorro allado sendero les ha madurado la cosecha uienes se conforman, y esa riqueza impone un afán ingente y devoto. de el cielo sonríe a los ocupados sus árboles la dulce luz que desciende rticipa de su alegría, pues no solo speró el fruto por la mano del hombre. , oh dorado, ¿también luces para mí? ¿Y me soplas ambién, brisa, como cuando bendecías alegría, en aquel tiempo, y me andas errante, mo en torno a los bienaventurados, por el corazón? fui uno de ellos, pero, ay, igual que las rosas ucó la vida feliz. Demasiado me lo recuerdan que aún me florecen, benevolentes estrellas. hoso quien amando en paz una mujer piadosa e en su propio hogar de la patria celebrada, ombre seguro en tierra firme hermoso le luce el cielo. s, como la planta que no arraiga en su suelo, guidece el alma del mortal en cuanto rompe el día, a pobre por la sagrada tierra. masiado fuerte, ay, tiráis de mí hacia arriba, otras, alturas celestes. Truene o luzca el sol, iento devoradoras y cambiantes mi corazón, errantes fuerzas divinas. o dejadme hoy que siga el sendero conocido az hasta el bosque, cuyas copas adereza oro el follaje desfalleciente, y coronad también rente, vosotros, recuerdos favorables. ara que tenga mi corazón perecedero, mo los demás, una morada estable, i alma desarraigada no anhele más allá de la vida, ú, poesía, mi asilo querido, sé bienhechora, mi jardín que cuido solícito amor, donde vagando e las flores siempre jóvenes, o en segura sencillez, mientras fuera oderoso tiempo tornadizo con todas sus olas uella a lo lejos, y el sol callado alienta mi labor. fuerzas del cielo que favorables bendecís da mortal su propiedad, decid la mía también y que las Parcas pongan fin demasiado pronto al sueño. POEMAS DE MADUREZ (1800-1803) PALINODIA qué me trasluces, tierra, tu verde amable? qué me acaricias otra vez, brisa, como antes? uella en todas las copas … qué despertáis mi alma? ¿A qué, oh bondadosos, nimáis mi pasado? Olvidadme jad en paz las cenizas de mi gría, solo os burláis, marchaos quí, dioses sin destino, y floreced uestra juventud sobre los que envejecen. os gusta frecuentar a los mortales, is de sobra vírgenes en flor, roes juveniles. Pues la mañana se recrea más bella as mejillas de los bienaventurados, en un mirar sombrío; y suenan más risueños cantos de quienes lo tienen fácil. antes corría ligera la fuente del canto de mi pecho, cuando aún la dicha cielo brillaba en mis ojos dón, perdón, oh dioses buenos onstantes, y parad un poco, uiera porque amáis las fuentes puras … EN VERDAD CADA DÍA CAMBIO DE RUTA… verdad, cada día cambio de ruta, al verde del bosque, y a la fuente, a las peñas donde florecen las rosas, o el paisaje desde el cabezo, pero en parte alguna, querida, te encuentro bajo el sol, disipan en el aire mis palabras, s tan devotas que antes junto a ti é lejos estás, rostro bendito! melodía de tu vida se me pierde, o la oigo, ¿y qué fue de vosotros, os mágicos que aplacasteis corazón con placidez celestial? ánto hace de eso! ¡Cuánto! El joven a hecho mayor, hasta la tierra, que nces me sonreía, ha cambiado. e te vaya bueno! Cada día se me separa uelve a ti el alma, y te lloran ojos por ver más claro de te demoras. A LA ESPERANZA eranza favorable, benefactora mía, ue no rehúyes la casa en duelo, inas, oh noble, sirviendo gustosa entre mortales y los poderes del cielo, nde estás? Poco he vivido, pero ya alienta mi tarde, y semejante a las sombras veo aquí, cuando ya sin canto uerme mi corazón estremecido en el pecho. el verde valle, allá donde cada día e la fresca fuente y mi tierno rán silvestre se abre a la luz otoñal, en el silencio, a ti, oh favorable, é a buscar. O si no, a medianoche, ndo reina la vida invisible en el bosque, ntellean sobre mí las siempre felices es, las estrellas fijas. a del éter, comparece pues de los jardines de tu padre, y si no puedes ir como un espíritu terrestre, ántame siquiera el corazón con otro. VULCANO ahora querido espíritu del fuego vuelve en nubes y sueños de oro mente delicada de las mujeres, y protege alma en flor de las siempre benévolas. a que el hombre se recree en sus ensueños y quehaceres luz de las candelas y del día venidero, a que los enojos y penas odiosas e sean excesivos. ra que el Bóreas siempre airado, enemigo jurado, invade el país con el hielo nta luego, a la hora del sueño, errible canción que se burla de los hombres, mpe los muros de nuestras ciudades, y las cercas levantamos con aplicación, y los bosques pacíficos, sta en medio del canto interrumpe a mi alma, malquistador de todas las cosas, furia incesante sobre el manso río carga su nube negra, y el valle entero a en ebullición, y la roca cae mo hoja seca desde la colina rajada. verdad es el hombre más piadoso los demás vivientes; pero cuando afuera reina la ira, nacido libre, se pertenece a sí mismo, jo techo seguro, medita y reposa. e los genios benévolos hay uno siempre vive con él y lo bendice, pueden rabiar todas las indómitas zas demoníacas, el amor ama. EL PAÍS NATAL z regresa el navegante desde las islas lejanas manso río, cuando se ha enriquecido; bién volvería yo a la patria, si hubiera echado tantos bienes como males. las queridas que me criasteis, acáis las penas del amor? Y vosotros, ques de mi juventud, ¿prometéis devolverme ella paz, si vuelvo? o al fresco arroyo donde miraba el juego de las olas, a orilla del río donde veía deslizarse los barcos, nto estaré allá. Vosotras, montañas mías, me disteis cobijo, veneradas y firmes teras de mi patria, que abrazáis amorosas asa de mi madre y mis queridos hermanos, ra os festejaré y me estrecharéis igas fieles! para que, como enfajado, me cure el corazón. Pero sé, bien que lo sé, anaré tan fácil del mal de amor, guna canción de cuna consoladora mortales me sale del alma. que los dioses que nos conceden el fuego celeste, bién nos hacen donación del dolor sagrado; de ahí pues. Un hijo de la tierra e que soy, para amar hecho, y para sufrir. PONTE, SOL HERMOSO te, sol hermoso, que te han hecho o caso, no te han conocido, oh santo, salido sobre los atareados, trabajo ni ruido. able a mis ojos, oh luz, sales y te pones, i vista te saluda, oh espléndida, s aprendí a venerar en silencio lo divino, ndo Diotima me curó el entendimiento. nsajera de los dioses, cómo te escuchaba Diotima, querida, a la luz dorada del día, mo se levantaban hacia ti estos ojos, lantes y agradecidos. Entonces corrían vivas las fuentes, amorosas alaban para mí las flores de la oscura tierra, nriente sobre las nubes plateadas nclinaba a bendecirnos el éter. LOS AMANTES amos a separarnos? ¿Nos parecía bien y juicioso? r qué, cuando lo hicimos, nos horrorizó cual asesinato? qué poco nos conocemos, que un dios reina en nosotros. aicionarlo a él, que nos creó a todos mente y la vida? ¿Al dios que anima otege nuestro amor? eso no soy capaz. o el mundano entendimiento se figura otra falta, ce otro férreo culto, y otro derecho, uso, día a día, engaña el alma. o sabía: desde que el miedo, arraigado y grosero, aró dioses y hombres, reciso, para expiarlo con sangre, perezca el corazón de los amantes. a que calle, no me hagas encarar más mortífero, para que al menos me vaya en paz soledad, a despedida aún sea nuestra! ndeme tú misma la copa, para que beba tigo suficiente santo veneno, y poción Leteo, para que todo, o y amor, se olvide. voy, puede que de aquí a mucho, tima, te vea. Pero entonces el deseo abrá desangrado, e iremos ejantes a los bienaventurados, ajenos al otro, rondados por la conversación sativa y morosa; pero ahora es aviso de olvidadizos ugar del adiós, aldea en nosotros un corazón, miro asombrado, oigo voces y dulces cantos mo del tiempo pasado, y también cítaras, berado, hecho aire y llama, os volatiliza el espíritu. A EDUARD osotros, viejos amigos de ahí arriba, constelación ortal, ¡héroes! os pregunto cómo es que y tan sometido e poderoso que me llama suyo. puedo ofrecer mucho, tengo poco perder, solo una querida felicidad, sola, como recuerdo días más ricos, eso único, mi cítara, lo ordenase, me atrevería a ir donde él quisiera, guiría con mi canto al amigo, incluso a el final de los valientes. n nubes», cantaría, «te abreva la tormenta, oscuro suelo, pero con sangre lo hace el hombre. ese modo calla y reposa quien en vano uirió por su igual arriba y abajo. nde se ve de día la señal del amor, dónde xplaya el corazón, dónde por fin descansa, de se verifica lo que día y noche, e tantísimo, nos anuncia el sueño ardiente? uí, queridos, aquí, donde caen las víctimas, iene el cortejo solemne y brilla el acero, mea la nube, ellos caen, uena en el aire, y la tierra lo glorifica.» cantando así, cayera, entonces véngame uiles mío! Y exclama: «¡Vivió hasta el fin!». La grave sentencia pronunciará mi enemigo y el juez de los muertos. dad es que ahora mismo aún te tengo en paz, culta el bosque severo, te cobija la montaña ernal, como noble vástago, razos seguros, y la sabiduría anta la vieja canción de cuna, y teje orno a la vista su oscuridad sagrada; pero mira, e en el nublado que truena a lo lejos ama precursora del dios del tiempo. empestad te agita las alas, te llama, eva el señor de los héroes, oh llévame ontigo, y presenta al sonriente dios resa ligera. CORAJE DE POETA estás emparentado con todos los vivientes, te nutre la Parca para su servicio? onces avanza inerme la vida y no temas nada. e lo que pase, sea bendito para ti, roclive a la alegría. ¿Qué podría nderte, corazón, y qué te va a pasar de quiera que vayas? s, desde que el canto se escapó de labios mortales ntando paz, y confortaba nuestra música, en la pena y la alegría, el corazón os hombres, nos encontrábamos otros, los cantores del pueblo, gustosos entre los vivientes, donde muchos se unen, contentos, favorables iertos a todos; así se conduce stro abuelo el dios del sol, concede el día alegre a pobres y ricos, en el tiempo fugitivo, a nosotros, los efímeros, mantiene en pie como a niños tos en andadores de oro, spera y acoge, llegada la hora, leada purpúrea, mira, y la noble luz a, precursora del cambio, ánime, camino abajo. í perezca pues, llegada la hora ue nada vulnera al espíritu su derecho, y muera o más grave de la vida, stra alegría, de bella muerte! CORTEDAD conoces a los muchos vivientes? marcha tu pie sobre la verdad, como sobre alfombras? onces, genio mío, entra o en la vida, y no te preocupes. e lo que pase, que todo te venga bien, ina tu rima a la alegría. ¿Qué podría nderte, corazón, y qué te va a pasar de quiera que vayas? de que el canto igualó al hombre, un salvaje solitario, los celestes, y a estos indujo al recogimiento, los coros principescos, ún los géneros, así también nosotros, lenguas del pueblo, anduvimos gustosos entre los vivientes donde muchos se unen, contentos, favorables iertos a todos; así se conduce stro padre el dios del cielo, concede a pobres y ricos el día pensativo, donde se da la vuelta el tiempo, a nosotros, los durmientes, mantiene en pie como a niños tos en andadores de oro. mbién nosotros somos buenos y diestros en algo, ndo conseguimos con arte llevarnos a uno os celestiales. Hasta nosotros mos manos a propósito. ÁNIMO del cielo, sagrado corazón, ¿por qué, por qué, enmudeces entre los vivientes? libre, ¿es que duermes eternamente desterrado los impíos a la noche inferior? que ya no vela como antes la luz del éter, florece la vieja madre tierra? no ejercen el espíritu, ni el amor sonriente, erecho de acá para allá? o faltas tú! Con todo, te invocan los celestes, sopla, como en una campiña asolada, liento moldeador y silencioso de la naturaleza todo lo despeja y anima. esperanza, pronto dejarán de cantar solos bosques la alabanza de la vida, pues llega la hora que el alma más bella se proclame de nuevo de bocas humanas, nces se formará el elemento do con los mortales, y enriquecido la devota gratitud infantil, xpandirá el pecho infinito de la tierra. erán otra vez nuestros días como flores de se mira el sol del cielo artido en callada alternancia, y de nuevo erá la luz en su júbilo jubilosa, que reina sin habla y desconocido para el futuro, el dios, el espíritu, eclarará un bello día de los próximos años, alabras humanas, como antes. NATURALEZA Y ARTE, O SATURNO Y JÚPITER nas en lo alto del día y florece ey, sostienes la balanza, hijo de Saturno, partes el destino, y te complaces a gloria de las inmortales artes soberanas. o cantan los poetas que desterraste bismo a tu propio sagrado padre, gime en lo hondo de los indómitos están por tu justicia, dios inocente de la edad de oro, fue hace mucho como tú, infatigable y grande, cuando ya no dictaba mandamientos ngún mortal lo invocaba por su nombre. a de ahí, o no te avergüences de ser agradecido, quieres seguir, honra a tus mayores, égrate por él, cuando el cantor lo nombre s que todos los dioses y hombres. s, como de la nube tu rayo, así procede l cuanto tienes; mira que fue engendrado por él ue ordenas, y de la paz saturniana a originado todo poder. mi corazón sentía y entreveía orma viva que creabas, e figuraba dormido de delicia u cuna al tiempo inquieto. onces te conocí, hijo de Cronos, y escuché, maestro sabio, hijo del tiempo como nosotros, dicta leyes y proclama ue alberga el sagrado crepúsculo. EL RETRATO DEL ABUELO se pierda aquel carácter! o padre, aún sigues mirando como antes, ndo gustoso vivías entre los mortales, o que más tranquilo y, mo los santos, más sereno, a casa donde el niño te llama padre, de juega sonriente y trastea ante ti, mo los corderos en el campo, re la alfombra verde que la madre oncede para su juego. Manteniéndose aparte lo mira amorosa, y admira su lenguaje ven entendimiento s ojos ya florecientes. u marido, tu hijo, le recuerda otra época, e las brisas de mayo, cuando él suspiraba por ella, os días de prometidos, ndo el orgulloso aprende humildad. o pronto cambió; como era más seguro e los suyos, es ahora más soberbio, oblemente amado, ca adelante su labor cotidiana. dre silencioso! También tú viviste y amaste así, eso habitas como un inmortal ahora, e los niños, y de ti muchas veces, mbre sereno, se derrama re la casa, como del éter callado, vida. e multiplica y madura, cada año más noble, modesta felicidad, ue plantaste con esperanza. a cómo te verdeguean los árboles que criaste amor, y abrazan la casa con su ramaje o de dones agradecidos, e entallan más firmes sus troncos, la falda del cabezo donde les laboreaste oleado suelo, se inclinan y balancean alegres viñas, as y cargadas de racimos purpúreos. o abajo en casa, provisto por ti, reposa ino pasado por el lagar. Caro a tu hijo, reserva para la fiesta iejo fuego decantado. go, en la cena, una vez se ha hablado, e bromas y veras, con los amigos, ho del pasado y el futuro, n resuena el último canto, anta él la copa, mira tu retrato y dice: ra te recordamos; ¡así sean y queden rados los buenos genios a casa, ahora y siempre! cantan claros los cristales, madre, hoy por primera vez, a que sepa que es fiesta, bién le da al niño de tu vino. A LANDAUER grate, has escogido el buen lote, ocó un alma profunda y leal, ste para amigo del amigo, n la fiesta lo atestiguamos. ichoso quien, como tú, conoce la calma u propia casa, y la paz, y el amor, y la plenitud; vidas abigarradas, como de luz y noche, ives en el dorado medio. e en tu atrio bien construido el sol, lá en el somontano el sol te madura el vino, dios previsor te provee, siempre oportuno, os bienes todos para dar y tomar. hijo crece, con su madre, junto al esposo, mo la dorada nube corona el bosque, bién vosotras lo rodeáis, sombras queridas, ntos que a su lado habitasteis. guid con él! Que el nublado y el viento se arrastran enudo inquietos sobre el país y la casa, o el corazón descansa de todas las fatigas de la vida l sagrado recuerdo. mira, de pura alegría hablamos de penas, bién regocija el canto serio, como el vino oscuro. apaga el rumor de la fiesta, y cada cual retoma ana su ruta en la tierra escasa. A UNA PROMETIDA lágrimas del encuentro, y del encuentro, brazo, y tus ojos cuando te besa, querría profético cantarte, da la gracia del amor mágico. verdad, joven alma, eres bella bién sola, pues se alegra de sí misma orece de su propio genio, y del querido o del corazón, la hija de las Musas. o otra cosa es el presente sagrado, ndo tu genio se reconozca en la mirada del reencontrado, ndo camines a sus ojos serena, vez envuelta en una nube de oro. etanto, piensa que le luce el sol, le consuela y amonesta, cuando duerme en el campo, strella del amor, y que al cabo el corazón mpre se reserva días felices. uando esté ahí y las aladas horas del amor len más y más rápido, aproxime tu boda y embriagadoras an ya las estrellas de la felicidad, amantes, no os envidio, ensivos como la flor que vive de la luz, viven gustosos de una bella imagen, ando, dichosos y pobres, los poetas. CANTADO BAJO LOS ALPES ta inocencia, tú, la más familiar a los hombres s dioses, y su favorita, lo mismo u casa, que fuera, descansando ie de los mayores, siempre estás a de sabiduría feliz. Porque el hombre oce diversos bienes, pero se asombra, ejante al venado, ante el cielo; a ti, en cambio, é puro te parece todo! a, la ruda bestia del campo te sirve fía de ti, el bosque mudo te predica máximas, como en los viejos tiempos, montes te enseñan s sagradas, y cuanto nos ordena ser, sotros los muy experimentados, ran padre, solo tú nos lo puedes clamar con claridad. ar así a solas con los celestiales, ntras pasan la luz, el río, y el viento, tiempo se apresura a su cita, templarlos con mirada serena, onozco ni deseo mayor dicha, a que, semejante al sauce llevado por la corriente, vemente acunado y dormido en las olas, a que partir. o gustoso queda en tierra quien incuba ivino en su pecho, y yo deseo ifestarme y cantar, libre y en tanto se me permita, odos vuestros lenguajes celestes. EL RÍO ENCADENADO é haces durmiendo y soñando, jovencito, oculto en ti, morado, paciente, en la orilla fría, dado de tu origen, tú, hijo océano, el amigo de los titanes? que no tienes noticia de los mensajes de amor, s alentadores de vida, que te manda el padre, te alcanza la palabra que, clara desde lo alto, nvía el dios que vela? o ya le suena un canto en el pecho, ana como cuando aún jugaba ba en el seno de las rocas, y ahora se acuerda oderoso de su fuerza, y se apresura, resoluto, se burla de las cadenas, e y rompe y tira colérico trozos jugando acá y allá tra la orilla resonante y, a la voz hijo de los dioses, despiertan en derredor montañas, se agitan los bosques, oye el abismo eraldo lejano, y trémula despierta otra vez legría en el seno de la tierra. ga la primavera; despunta el nuevo verde; o él marcha hacia lo inmortal, s no se le permite detenerse, salvo donde lo recogen los brazos del padre. EL CANTOR CIEGO Ha cedido el dolor terrible de los ojos de Ares. SÓFOCLES nde estás, luz juvenil, que siempre despiertas a la hora del alba, dónde? nto está mi corazón, pero aún me sujeta tiene la noche en su sagrado encantamiento. es espiaba gustoso el alba, antes te aguardaba z en la colina, y nunca en vano. ás me engañaron, oh favorable, mensajeras, las brisas, pues siempre venías diciéndolo todo en tu camino habitual, mparecías en tu belleza, ¿dónde estás, luz? a de nuevo mi corazón, pero aún me sujeta ena la noche interminable. es me verdegueaba la enramada; relucían a mí las flores como mis propios ojos; ndaba lejos y me alumbraba az de los míos; y allá arriba, orno a los bosques, veía batir alas del cielo, cuando era joven. ra estoy sentado solo, a tras hora, y mi memoria a para su propio gozo las figuras mor y dolor de los días claros, uzo el oído por si acaso de lejos viene un amigo salvador. go, a mediodía, oigo muchas veces oz del tonante, cuando se acerca broncíneo, estremece la casa, y retumba el suelo o sus pies, y se hace eco la montaña. alvador le oigo de noche, le oigo rador que mata y da vida, go al tonante apresurarse desde poniente iente, y a su aire sonáis, aire, cuerdas mías, con él vive canto, y como la fuente sigue a la corriente, donde él propone debo ir yo, guir al seguro en su ruta errante. ónde, adónde? Te oigo acá y allá, agnífico, y resuenas por toda la tierra. nde acabas? ¿Qué hay, qué hay re las nubes y qué será de mí? mío que estás sobre nubes que se desploman, ienvenido, abro los ojos a ti. luz de juventud, oh dicha, tú la de siempre, que te derramas más espiritual, manantial dorado del sagrado cáliz, , verde suelo, apacible cuna, , casa de mi padre, y vosotros queridos antes me acogisteis, acercaos, id, para que os alegréis, os vosotros, para que os bendiga el que ve. tadme la vida y lo divino corazón, para que lo soporte. QUIRÓN nde estás, reflexiva, tú que siempre, iempos, debías ir al lado, dónde estás, luz? corazón está pronto, pero, airado conmigo, me a todavía la noche estupefaciente, o, buscaría hierbas por los bosques, y acecharía blanda presa junto a la colina, y nunca en vano. una sola vez me engañaron tus aros, que venías casi demasiado a punto, ída por mi potro o mi jardín, ilante, a causa del corazón, ¿dónde estás, luz? a vez vela mi corazón, pero la poderosa he descorazonada tira incesante de mí. estaba sano, y la tierra me daba los primeros ramilletes zafrán, tomillo y trigo, jo el frío de las estrellas aprendí, o solo lo nombrable. Y conmigo, encantando el campo salvaje y triste, se alojó emidiós, esclavo de Zeus: el hombre derecho. ra estoy sentado solo y quieto, a tras hora, y mi memoria a figuras de tierra fresca y nubes de amor, que hay veneno entre nosotros; uzo el oído por si acaso de lejos viene un amigo salvador. go, a mediodía, oigo muchas veces arro del tonante, cuando se acerca el más conocido, ndo la casa tiembla por él, y el suelo urifica, y mi tormento se hace eco. o luego al salvador de noche, le oigo rador que mata, y abajo, llena xuberante hierba, como en una aparición, la tierra, un poderoso fuego. o los días cambian, y si uno luego considera, en bueno y malo, es doloroso, ndo uno es de doble configuración, hay quien distinga lo mejor. o ese es el aguijón del dios; de otro modo, ás podría uno amar la injusticia divina. o la presencia del dios es innata, tierra es diferente. a! ¡Día! Ahora por fin respiráis, ahora bebéis, otros, sauces de mi arroyo, una escena iluminada, n pisadas derechas, como un soberano espuelas, a lo largo de tu pia trazada, estrella errante del día, apareces bién tú, o tierra, apacible cuna, y tú a de mis padres, que inurbanos pasaron as nubes de bestias salvajes. ra coge un caballo, ármate y empuña anza liviana, muchacho. No rompáis rofecía, ni aguardéis en vano a que suceda el retorno de Hércules. MITAD DE LA VIDA peras amarillas, osante de rosas silvestres soma la orilla al lago, osotros, cisnes favorables, os de besos, bullís la cabeza a sobria agua bendita. re de mí, ¿dónde hallaré es cuando sea invierno, y uz del sol, s sombras de la tierra? tapias figuran habla y frías, rechinan iento las veletas. RECUERDO la el noroeste, viento favorito, que promete al navegante ritu fogoso y feliz travesía. o ahora ve y saluda Garona hermoso s jardines de Burdeos, de pegante a la orilla abrupta e el sendero, y cae hondo a corriente el arroyo, mientras de lo alto erva una noble pareja oble y álamo plateado. n me acuerdo de eso, mo inclina su ancha copa lmo sobre el molino, ntras crece una higuera en el corral. días de fiesta andan mujeres allá re suelos de seda, ndo marcea, igualan noche y día, or senderos lentos, adas de sueños dorados, en brisas acunadoras. o que me pase alguno aso fragante, no de luz oscura, a que yo descanse, pues dulce sería mir bajo las sombras. es bueno r sin alma de mortales samientos, pero es bueno versar y decir arecer del corazón, oír mucho os días amorosos s hechos que pasaron. o ¿dónde paran los amigos? ¿Bellarmino s compañeros? Algunos no se atreven montar las fuentes, s la riqueza principia l mar. Ellos, mo pintores, reúnen elleza de la tierra y no rehúyen uerra alada, ni r solos durante años, bajo mástil deshojado, donde no rielan en la noche días festivos de la ciudad, a cítara y las danzas del país. o ahora han embarcado India los hombres, en el espolón ventoso ie de las viñas, donde ciende el Dordoña, nto al fastuoso ona amplio como un mar, emboca la corriente. Pero el mar a y da memoria, amor también flecha los ojos con empeño, o lo que queda, lo fundan los poetas. LÁGRIMAS or celeste, tierno mío, si te olvidara yo, o, oh destinadas, entes, llenas de ceniza sierto, y asoladas hace tiempo, ridas islas, ojos del mundo maravilloso, otras solas me importáis, stras orillas donde el amor idólatra ía haber sido exclusivo de los celestiales, que con excesiva gratitud sirvieron santos y los héroes coléricos belleza; y había muchos oles y ciudades en pie, bles como un hombre pensativo; ahora n muertos los héroes, y las islas del amor, desfiguradas. Así ha de salir diendo en todas partes el necio amor. otras, lágrimas blandas, no me ceguéis todo, dejad, engañosas, ladronas, me sobreviva siquiera un recuerdo, a que muera noblemente. MNEMOSINE án los frutos maduros, pasados por el fuego, idos y examinados en tierra, y es una ley todo se adentra, semejante a las serpientes, fético, soñador, en colinas del cielo. Y mucho reciso retener, mo una carga de leña ombro. Pero los caminos malos. A desmano, mo caballos, van los elementos ivos y las viejas s de la tierra. Y siempre de un anhelo a lo desenfrenado. Pero hay ho que retener. Y es necesaria la lealtad. que no queremos mirar atrás, delante. Nos dejamos acunar, como na canoa vacilante en el lago. é hay del amor? Vemos lucir el sol l suelo, y polvo seco, s sombras patrias de los bosques, y florece cible el humo en los tejados, junto a las viejas onas de las torres; los signos del día favorables, un celestial erido el alma en la réplica. como flores de mayo significan magnánimo, donde quiera que sea, plandece la nieve l verde prado os Alpes, a medias, cuando, hablando de la cruz sta por los que fallecieron amino, pasa por la calle alta aminante colérico, namente parecido tro, pero ¿qué es esto? pie de la higuera a muerto mi Aquiles, yax yace as grutas del mar, o a los arroyos vecinos del Escamandro. un zumbido en las sienes, conforme s inflexibles costumbres Salamis, en el extranjero, ha rto el gran Áyax, atroclo con la armadura del rey. Y murieron hos más. Pero junto al Citeron estaba utera, la ciudad de Mnemosine, a la que, ndo dios se quitó el manto, la atardecida enseguida oltó los rizos. Los celestiales nojan cuando uno no se modera servando su alma, pero ha de hacerlo; onto pasa su pena. EDADES DE LA VIDA dades del Éufrates, es de Palmira, ques de columnas en la llanura del desierto, é es de vosotros? haber sobrepasado mite de los que respiran, umígena exhalación fuego de los celestiales an arrebatado las coronas. o heme ahora bajo las nubes (cada de las cuales tiene paz propia), bajo es bien ordenados, en rezal del corzo, y extraños parecen y muertos espíritus difuntos. EL RINCÓN DE HAHRDT osque se precipita cuesta abajo mejantes a capullos penden egadas las hojas bajo las que en flores en un suelo alto de elocuencia. onces ha pasado ch; muchas veces reflexiona, más allá del paso, l sitio restante, ran destino dispuesto. CANTO DEL ALEMÁN sagrado corazón de las naciones, oh patria, nipaciente como la callada madre tierra, sconocida por todos, aunque los extranjeros enen de tu profundidad lo mejor que tienen. echan los pensamientos y el espíritu tuyos, gusta vendimiar la uva, pero se te burlan, a arrastrada, que vagas anceante y sin poda por el suelo. s del elevado genio severo, del amor, yo que soy tuyo o llorando, porque siempre egas neciamente de tu propia alma. o algunas bellezas no me puedes ocultar, n de veces he oteado el verde adorable, vastos jardines desde lo alto us aires en la clara montaña y te he visto. orrí tus ríos, y te tenía presente anto el ruiseñor piaba tímido anto en el sauce temblón, y quieta l suelo incierto velaba la ola. n las orillas veía florecer las ciudades, nobles, donde callan en el taller la aplicación ciencia, donde tu sol tibio mbra al artista para la seriedad. noces a los hijos de Minerva? Temprano ogieron al olivo como favorito, ¿los conoces? vive y reina el alma reflexiva iense callada entre los hombres, que el piadoso jardín de Platón ya no deguea junto al viejo río y el hombre necesitado a las cenizas heroicas, y temeroso amenta en la columna el pájaro de la noche. bosque sagrado, oh Ática, ¿te hirió Él bién a ti con su rayo terrible tan pronto apresuraron quienes te amaban, radas las llamas, a remontarse al éter? o, semejante a la primavera, va el genio país en país. ¿Y nosotros? ¿Hay uno siquiera nuestros jóvenes que no calle un sentimiento, un enigma del corazón? adeced a las mujeres alemanas que nos hayan servado el espíritu amable de las estatuas divinas ue, cada día, la clara paz orable aplaque la perversa confusión. nde hay ahora poetas a quienes Dios haya concedido, mo a nuestros mayores, ser jovial y piadoso, ónde hay sabios como los nuestros? ¡Aquellos s y audaces, aquellos insobornables! nvocada ahora en tu nobleza, patria mía, un nuevo nombre, cual fruto más maduro de la época, a última y primera de todas Musas, Urania, ¡salve! n te demoras y callas, meditas una obra dichosa hable de ti, tramas una creación nueva, nica, como tú misma, que nazca amor y sea buena, como tú. nde está tu Delos, dónde tu Olimpia a que todos nosotros nos recojamos en la fiesta suprema? o ¿cómo adivinará tu hijo lo que paras hace tiempo, oh inmortal, a los tuyos? A LOS ALEMANES ca hagáis befa del niño, simple de él, se figura espléndido y gran cosa en su caballo de madera, otros los buenos; también nosotros andamos asos de hechos y sobrados de ocurrencias. aso nace, como el rayo de la nube, irado y maduro el acto de la idea? gue el fruto, como al oscuro follaje bosque, al escrito callado? silencio en la gente, ¿es ya la celebración s de la fiesta? ¿El temor que anuncia al dios? onces llevadme amigos ue expíe la infamia. masiado hace que ando errante, cual profano, este taller en ciernes del espíritu creador, ue florece, eso sí lo veo, o que trama, no me entero. resentir es dulce, pero también un dolor, on bastantes años que vivo en mortal r incomprensible, uda, siempre conmovido ante él, que, siempre con ánimo amoroso, i lado, sonriendo a lo mortal de titubeo, avanza la tarea constante hacer madurar la pura profundidad de la vida. ador, genio de nuestro pueblo, a de la patria, cuándo te revelarás del todo a que me prosterne más abajo, a que hasta la más contenida cuerda enmudezca ante ti, para que avergonzado, flor de la noche ante ti, día celestial, be con alegría, ndo todas nuestras ciudades las que me condolí luminen, y abran, y despierten, llenas de puro fuego, s montañas de la tierra mana sean montañas de las Musas, mo aquellos soberbios, Pindo, Helicón, arnaso, y brille la libre, clara piritual alegría en todo el horizonte cielo dorado de la patria. verdad es limitado nuestro tiempo de vida, rcamos y enumeramos nuestros años, ra, los años de los pueblos, bo ojos mortales para verlos? ndo tu alma se lanza anhelante más alla u tiempo, no dejas tú de estar gido en la fría orilla los tuyos, y no los conoces. os futuros también, los profetizados, nde, dónde los ves, para que te reconforte mano amiga, as perceptible a un alma? e mucho que calla tu pórtico, re vidente, se van apagando tus ojos añorantes uermes debajo nombre, y no llorado. ROUSSEAU estrechamente limitada es nuestra jornada. abas, y mirabas, y te admirabas, y ya cae la tarde. rme ahora en la ilimitada lejanía donde filan los años de los pueblos. gunos ven por encima de su época, ios les señala la libertad, pero tú sigues anhelante a orilla, un disgusto para los tuyos, sombra, y ya no les amas, os que evocas, los profetizados, nde están los nuevos, para que te reconfortes na mano amiga, por dónde vienen, para que de una vez oído tu discurso solitario? re hombre, nada se oye en tu pórtico, mejante a los insepultos vagas uieto, y buscas reposo, y nadie e indicarte el camino debido. ate contento, que el árbol se alza suelo patrio, pero bajan sus ridos y jóvenes zos, y declina triste la cabeza. ás abarca lo sobreabundante de la vida, nterminable que le rodea y trasluce, o que ahora vive en él, orífico y eficaz; el fruto viene de ahí. s vivido! También tu eza se regocijó con el sol lejano, s rayos del tiempo más hermoso. mensajes dieron con tu corazón. percibido y entendido la lengua de los extraños, captado su alma. Al añorante astó la señal, y en señales consiste a antigüedad a esta parte la lengua de los dioses. milagroso, como si el espíritu humano de el principio ya conociera todo inicio, efecto odo de la vida, ingue a la primera lo consumado, espíritu audaz vuela como el águila la tormenta, augurando s dioses venideros, LA PAZ mo si volvieran las aguas antiguas vertidas en otra cólera más terrible urificar lo que hacía falta, hervía, y crecía, y oscilaba, de año en año naudita batalla sin tregua, y sumergió aís inquieto, y la tiniebla y el descolor aron en su amplitud la cabeza de los hombres. ímpetus heroicos se alzaban como olas saparecían; tú, oh vengadora, quitabas ajo a tus servidores y pronto ucías a la calma a los contendientes. que implacable e invencible nzas al cobarde y al tirano, tremeces en tu sacudida hasta ltimo eslabón de su especie ruin, ue manejas el aguijón y el látigo a frenar y enardecer, oh Némesis, a los muertos castigas, que de otro modo mirían en paz los antiguos conquistadores o los lauredales de italia, mpoco perdonas a los pastores ociosos, que no han expiado lo bastante ueño fastuoso los pueblos? ién empezó? ¿Quién trajo la maldición? No es a de ayer ni de hoy, y quienes primero asaron la medida, nuestros padres, o sabían y los impulsaba su espíritu. e ya demasiado que los mortales atean a gusto la cabeza y riñen por el mando, erosos del vecino, y no tiene bendición u propia tierra el hombre. emejantes al caos soplan y vagan deseos de la generacion hirviente erredor, y la vida de los pobres se perpetúa al, temerosa y fría. en cambio sigues serena la ruta segura, luz, oh madre tierra. Se abre tu primavera cruzan, oh rica en vida, los mpos crecientes, cambiantes de melodía. ahora, favorita de todas las sagradas Musas los astros, rejuvenecedora deseada, ven y devuélvenos morada en la vida, un corazón. cente paz! Los niños vienen a ser más sensatos nosotros los mayores; la discordia no ra la mente de los buenos, y sus ojos manecen claros y amistosos. omo el árbitro que mira sonriendo los demás espectadores la carrera de los jóvenes de los fogosos contendientes an sus carros entre nubes polvorientas, sonríe el sol sobre nosotros divina dicha jamás está sola, s eternamente habitan las estrellas éter, florecientes, sagradamente libres. VOZ DEL PUEBLO serías la voz de Dios, así lo creía yo antes, mi devota juventud. ¡Y lo sigo diciendo! mbién corren los ríos indiferentes estra sabiduría, y aun así, én no los ama? Y siempre conmueven corazón cuando los oigo alejarse desvanecientes, os de presentimientos, no de mi ruta, del más infalible mar adonde corren. s lo mortal, cuando avanza con ojos abiertos u propio camino, olvidado de sí cumplir el deseo de los dioses, demasiado gustoso ócil emprende el regreso a la totalidad la más breve ruta. Así se precipita o; él busca la calma. Pero al desgobernado rrastra y atrae, tra su voluntad, de roca en roca, maravillosa nostalgia del abismo. desatado tienta, y también los pueblos traen el deseo de morir, y ciudades erosas, una vez se emplearon tras año en proseguir su obra, han sido nzadas por un final sagrado. Verdeguea la tierra, llada ante las estrellas, ejante a orantes postrados en la arena, untariamente rendida, yace ante ellas inimitables la arte larga; el propio sta, el hombre, por honrar a las sublimes, pió su obra con su propia mano. o no son ellas menos favorables a los hombres, s aman tanto como son amadas, enan muchas veces, para que goce rato en la luz, el derrotero humano. o solo los aguiluchos son botados del nido el padre para que no estén demasiado con él; sotros también nos arrea para fuera justo aguijón el soberano. hosos los idos en paz y caídos s de tiempo, también ellos, ificados como las primicias de la echa, han tenido su parte. o al Janto se alzó la ciudad en la época griega, ra, en cambio, como otras mayores que yacen allá, ido arrebatada a la sagrada del día por un destino. o no perecieron en batalla abierta, or sus propias manos. Lo terrible allá sucedió, nos ha llegado a leyenda oriental. irritó la bondad de Bruto. Pues, nguido el fuego, se ofreció a ayudarles, si bien, como general en jefe, ía establecido el asedio ante sus puertas. s ellos arrojaron de las murallas a los servidores les envió. Se avivó el fuego los se regocijaron, y Bruto ambio les tendió la mano. los estaban fuera de sí. Surgieron os y clamores. Hombres y mujeres rrojaron al fuego, niños se precipitaron os tejados o sobre la espada de los padres. es aconsejable porfiar con héroes. Pero o venía de muy atrás. También los padres, ndo antes fueron atacados esionados por los enemigos persas, on fuego a la ciudad y excavaron arganta del río para liberarse. Y las llamas levaron volando hacia el sagrado éter as y templos, y a los hombres también. lo oyeron de niños, y en verdad provechosas las leyendas, porque son moria de lo más sublime, pero también e falta uno para explicar lo sagrado. QUEJAS DE MENÓN POR DIOTIMA 1 a día salgo y busco uno distinto, e mucho que he interrogado todos los senderos del país. to las frescas colinas ahí arriba, las sombras todas, s fuentes, errante arriba y abajo, suplicante lma de reposo. Así huye al bosque la pieza herida, oscuridad donde suele descansar segura a mediodía, o su verde refugio ya no conforta su corazón, josa e insomne la lleva su aguijón a la deriva. ayuda el calor de la luz ni el fresco de la noche, vano sumerge las heridas en las olas de la corriente. sí como la tierra le alcanza en balde su amable hierba ativa, y ningún céfiro aplaca su sangre hirviente, poco a mí vosotros queridos, según parece, ¿es que ie puede quitar de mi frente el penoso sueño? 2 mbién es inútil, dioses fúnebres, una vez éis cogido y sujetado al hombre vencido, ndo, oh malvados, lo bajáis a la noche espantosa, carlo, suplicar o airarse entonces con vosotros, en morar con paciencia en el terrible destierro, cuchar con una sonrisa vuestra fría canción. de ser así, olvida tu salvación, y duerme sin chistar! o te brota una voz esperanzada en mi pecho, no has podido, alma mía, acostumbrarte eñas en medio de tu sueño de hierro. guardo fiesta, pero desearía coronarme, que no estoy solo? Pero algo querido debe oximarse a mí de lejos, y he de sonreír y maravillarme uán dichoso soy en medio del dolor. 3 z del amor, oh dorada, te apareces también a los muertos! genes del tiempo más claro, ¿me alumbráis en la noche? antadores jardines, montes de rojo atardecer, bienvenidos, y vosotros, callados senderos del bosque, gos de la dicha celeste, y vosotras, estrellas de elevadas miras tantas veces me concedisteis ojeadas de bendición, otras, amorosas, bellas hijas del día de mayo, adas rosas, y lirios que tantas veces nombro, dad es que pasan las primaveras y un año urge al otro mbiante y combativo, así ruge el tiempo pasando re las cabezas mortales, pero no ante ojos bienaventurados, los amantes se les obsequia otra vida, s todos ellos, los días y años de las estrellas, se fusionaron estro alrededor, Diotima, íntimos y eternos. 4 o nosotros pasamos por la tierra unidos como es que contentos se aman cuando reposan junto al lago mecidos en las olas, contemplan el agua donde espejean es plateadas, y el azul etéreo flota bajo los navegantes. unque amenazaba el norte, ese enemigo de amantes y sante de quejas, y caía de las ramas el follaje, olaba en el viento la lluvia, sonreíamos tranquilos, íamos al propio dios en conversación iliar, en único canto del alma, en paz nosotros, cándidos y alegres, solos. o ahora la casa está desierta, me quitaron ojos, y con ellos también yo me perdí. eso voy errante, y como las sombras he de vivir, ce mucho que el resto me parece sin sentido. 5 rría celebrar, ¿el qué? y cantar con otros, o en esta soledad me falta lo divino. mi carencia, lo sé, por eso paraliza una maldición deseos y me derrumba en cuanto emprendo, so el día apático y mudo como los niños, mis ojos solo lágrimas escapan repetidamente frías, e entristecen las plantas del campo y el canto de los pájaros, s con su alegría también son mensajeros del cielo, o en mi pecho estremecido el sol alentador luce frío y estéril, como destellos de la noche, vana y vacía, como paredes de prisión, pende re mi cabeza la carga doblegante del cielo. 6 distinta te conocí, juventud, ¿ya no te devolverán plegarias? ¿Ningún camino te trae de nuevo a mí? mbién yo seré como los sin dios, que en otro tiempo entaron en la mesa bendita regocijados, o, invitados delirantes que pronto se hartaron, ra enmudecen y duermen bajo anto del aire y la tierra fértil, hasta que el poder un milagro haga volver aquellos idos a pique, nuevo caminen sobre el suelo que verdeguea. aliento sagrado recorre divino la figura clara, ndo la fiesta se anima y se agitan oleadas de amor, imentada por el cielo fluye la corriente viva, ndo resuena en lo hondo, y la noche franquea sus tesoros, los torrentes se alza el brillo del oro enterrado. 7 o tú, que cuando me venía abajo en la encrucijada mostrabas consoladora una mayor belleza, que me enseñaste con quieto entusiasmo a ver rande, y a cantar a los dioses con más alegría callando, tura divina, ¿te aparecerás y me confortarás como antes, impulsarás de nuevo a cosas más sublimes? a, lloroso ante ti no puedo sino lamentarme a vergüenza del alma, memorando un tiempo más noble. to y tanto tiempo te he buscado, en el desvarío, ituado a ti, por los descoloridos caminos de la tierra, gre ángel tutelar! Pero fue en vano, y se escurrieron los años de que vimos soñadores las tardes iluminarse en derredor. 8 o a ti te mantiene tu luz, heroína, en la luz, paciencia te mantiene amorosa, oh benévola, nca estás sola, hay bastantes compañeros de juego de tú floreces y descansas entre las rosas del año, propio padre, mediante las musas de suavidad exhalante nvía las tiernas canciones de cuna. es ella, todavía es como si la viera, de la cabeza a los pies, oximarse silenciosa, como antes, a la ateniense. omo el rayo que desciende desde tu frente pensativa y clara, efactor y seguro hasta los mortales, oh espíritu amable, me das pruebas y dices que replique a quienes reen que la alegría es más inmortal penas y cóleras, y que una jornada de oro no termina cuando muere el día. 9 también quiero agradeceros, oh celestiales, y por fin nta de un pecho más aliviado la plegaria del cantor. omo cuando estaba yo con ella en la colina soleada, ios me habla vivificador desde el interior del templo. es yo también quiero vivir! ¡Ya verdeguea! ¡Desde los montes eados, como de la sagrada lira de Apolo, resuena la llamada! n, fue como un sueño! Ya están curadas las alas grantes, viven rejuvenecidas las esperanzas todas. cubrir lo grande es mucho, y queda mucho más; quien o amó, va, tiene que ir, camino a los dioses. mpañadnos vosotras, horas inspiradas, jóvenes, as, quedaos vosotros, presentimientos santos, y vosotras, ciones devotas, y vosotros, entusiasmos, y todos vosotros, os buenos que gustáis vivir entre amantes; daos con nosotros hasta que nos encontremos en el solar mún dispuesto para el descenso de todos los santos, donde están las águilas, los astros, los mensajeros del padre, musas, allá de donde nos vienen héroes y amantes, o también aquí, en la isla cuajada de rocío de estamos unidos en floración del mismo jardín, de son verdad los cantos y más largas las hermosas primaveras, mpieza de nuevo un año de nuestras almas. EL ARCHIPIÉLAGO elven las grullas a ti? ¿Ponen de nuevo naves rumbo a tus orillas? ¿Alientan las brisas eadas el plácido oleaje que te abraza, y el delfín ído del fondo solea su lomo a la nueva luz? orece Jonia? ¿Ya es tiempo? Porque siempre en primavera, ndo el corazón se renueva en los vivientes, y despierta rimer amor y el recuerdo de la edad dorada en los hombres, go a ti y te saludo en tu silencio, oh anciano. n vives, oh poderoso, y te recoges como antes a sombra de tus montes. ¡Todavía estrechas con juvenil azo a tu querido país y a tus hijas, oh padre! guna de tus islas floridas se ha perdido aún. ta se mantiene, y Salamis verdeguea orlada de laureles; ida de rayos floridos, Delos alza su cabeza inspirada salida del sol; y Tenos y Quíos en abasto de purpúreos frutos; fluye el licor priota desde las colinas ebrias, y se precipitan los arroyos eados de Calauria en las viejas aguas paternas. as viven aún, las madres de los héroes, las islas ecientes de año en año, y aunque, al tiempo, rado del abismo el incendio de la noche, la tormenta inferior pa una de las graciosas y la precipita mortal a tu seno, divino! Tú perduras, y habrás visto unas cuantas albas ardecidas sobre tus profundidades sombrías. mbién los celestiales, serenas potencias de lo alto llevan el claro día, el dulce sueño, y el presentimiento o venidero a las cabezas de los hombres sensibles de la plenitud del poder, también ellos, viejos compañeros de juego, en contigo como antes, y muchas veces en la atardecida indecisa, ndo llega de los montes de Asia la sagrada lunar y las estrellas se acogen en tu oleaje, plandeces con celeste brillo y, conforme ellas varían, mbian tus aguas, y resuena la melodía de los hermanos o alto, su canto nocturno en tu corazón amante. ndo luego aparece la transfiguradora de todo, ella, uz del día, la hija de oriente, la prodigiosa, nces reinician todos los vivientes su sueño dorado cada mañana les compone la poetisa, ti, dios entristecido, te envía un hechizo más alegre, propia luz solícita no es tan hermosa mo la señal de amor, la corona que, como siempre, sando en ti, trenza en torno a tu cabello gris. te abraza el éter? ¿No regresan de él las nubes, mensajeras, con el obsequio divino, el rayo o alto, para ti? Después las envías sobre la tierra, a que en la ardiente orilla los bosques ebrios de tormenta n y se agiten contigo; para que, semejante al hijo pródigo ndo lo llama el padre, el Meandro con los mil brazos ndone su errancia y el Caistro se precipite gozoso desde la llanura, y el primogénito, el viejo largo tiempo se ocultó, tu majestuoso Nilo algando desde lo alto de montañas lejanas, como en eco de armas ga triunfante y tienda deseoso sus brazos abiertos. todo, te ves solo; en la noche callada oye ueja la roca, y muchas veces se te escapa do, más allá de los mortales, tu alado oleaje hacia el cielo. que ya no viven contigo tus nobles favoritos, que te honraban y coronaban tus orillas bellos templos y ciudades; y, así como los héroes la corona, elementos sagrados buscan y echan en falta, cesitan siempre, para gloriarse, el corazón de los hombres sensibles. me, ¿dónde está Atenas? ¿Se derrumbó en ceniza iudad preferida sobre las urnas de los maestros, a sagrada orilla, oh dios en duelo, xiste todavía algún rastro de ella, de modo que el marino ombre y memore cuando pasa por delante? se alzaban antes ahí las columnas y relumbraban de la cubierta de la ciudadela las estatuas de los dioses? resonaba ahí la tumultuosa voz del pueblo de el ágora, y no bajaban raudas las calles de los portales acogedores a tu puerto próspero? a, ahí largó amarras el comerciante de ideas que miraban lejos, z porque también le soplaba el viento que da alas, y los dioses maban como al poeta, pues también él repartía dones de la tierra, e incorporaba lo apartado a lo próximo. dirige a Chipre y luego a Tiro, ontará hacia la Cólquida y bajará al antiguo Egipto, n de adquirir púrpura, y vino, y grano, y tejidos, a su propia ciudad, y a menudo las esperanzas s alas de la nave lo llevan más allá de las columnas valiente Hércules; entretanto conmueve o distinto en el muelle de la ciudad a un joven solitario se demora y acecha el oleaje, y gravemente intuye lo grande ndo al pie del maestro que sacude la tierra ucha sentado, y no en vano lo educó el dios marino. que el enemigo del genio, el persa de vastos dominios, de años atrás censaba sus armas y esclavos cuantiosos, ándose del país griego y sus pocas islas parecían al soberano un juego, mientras su pueblo fervoroso, ado de su genio divino, era para él como una visión. il emite la palabra y súbito, como cuando el llameante manantial hirviente etna, terriblemente desbordado en derredor, ulta ciudades y jardines florecientes bajo la ola purpúrea a que el río ardiente se enfría en el mar sagrado, cha sobre Ecbatana, a una tras el rey, astuoso tumulto, quemando y asolando ciudades. y Atenas la espléndida cae; ya lo ven y vuelven a montaña, donde las bestias oyen sus gritos, viejos fugitivos s casas y los templos humeantes, o la plegaria de los hijos ya no despierta eniza sagrada, en el valle hay muerte, se deshace en el cielo ube del incendio, y a saquear tierra adentro, zado por el crimen, se va el persa con el botín. o en la costa de Salamina, ¡qué día en la costa de Salamina!, n esperando el final las atenienses, las vírgenes s madres que mecen en brazos el hijo salvado, suena en sus oídos la voz del dios marino desde la profundidad nciando la salvación, miran los dioses del cielo ando y juzgando lo de abajo, pues allá en la costa trémula ila desde el alba, como tormenta de lento desplazamiento re aguas espumosas, la batalla, y llamea el mediodía re la cabeza de los combatientes, que en su cólera no se dan cuenta. o los hombres del pueblo, los descendientes de héroes, se conducen ra con ojos más vivos, los favoritos de los dioses piensan a suerte otorgada, ahora no frenan los hijos de Atenas enio despreciador de la muerte. s como la fiera del desierto entre la sangre humeante se alza, recuperada la más noble energía, panta al cazador, regresa ahora el brillo de las armas orden del soberano, terrible se recompone el alma tecina de los bárbaros en medio de su abatimiento. mpieza aún más airada la lucha, como un par de luchadores nganchan las naves, se tambalea en las olas el timón, ébrase el suelo bajo los combatientes, y se hunden marinos y naves. o la mirada del rey se revuelve en el sueño engañoso cantado la canción del día, sonríe delirando con el desenlace, naza, y suplica, y exulta, y envía cual relámpagos los mensajeros. o lo hace en vano, ninguno de ellos regresa a él. nsajeros sangrantes, caídos del ejército, y naves reventadas rroja innumerables la vengadora, la ola tonante, el trono donde se sienta en la costa trémula el desgraciado templando la derrota, y arrastrado en la multitud fugitiva presura, lo impulsa el dios que arrastra su escuadra perdida o las olas, y destroza insultante su fasto altivo, or fin alcanza al débil en su armadura amenazante. lve enternecido al río que aguarda solitario ueblo ateniense y baja como una ola desde los montes a patria, en alegre confusión, la abigarrada multitud alle abandonado, ay, semejante a la madre envejecida ndo, tras años, el hijo dado por perdido regresa o a su seno, ya un mozo crecido, o su alma se ha marchitado en la pena, y la dicha a demasiado tarde a la cansada de esperar, y apenas ende lo que su querido hijo en agradecimiento dice, aparece a los que vuelven el suelo patrio. s se preguntan en vano por sus vergeles los piadosos, los vencedores no les recibe un portal amigo, mo antes recibió al caminante que regresaba z de las islas y ascendió a la sagrada acrópolis de la madre Atenas le lucía desde lejos sobre su cabeza anhelante. o pronto reconocen las calles vacías s jardines familiares en derredor y en el ágora, de las columnas del pórtico y las estatuas de los dioses en caídas, se conmueve en el alma y celebra la lealtad ra el pueblo, y se estrechan manos de nuevo en alianza. nto busca y ve el hombre el lugar de su casa o el escombro; llora a su cuello, recordando ormitorio familiar, su mujer; preguntan los niños la mesa, donde se sentaron en graciosa fila o la mirada de los padres, dioses sonrientes de la casa. o el pueblo levanta tiendas, se reúnen de nuevo antiguos vecinos, y conforme a la cordial costumbre linean las aireadas viviendas en torno a la colina. viven ahora como los libres ancestros fiados de su fuerza y del día venidero, mo aves migratorias, se mudaron cantando de monte en monte, cipes del bosque y del río de amplio meandro. o la madre tierra abraza como antes, otra vez, noble pueblo y reposan dulcemente o el santo cielo, como antes, cuando sopla la brisa a juventud sobre los durmientes y el Iliso les murmura de los plátanos, y anunciando el nuevo día imando a nuevas hazañas, la ola del dios marino resuena vía gozosos sueños a sus favoritos. medran y se abren las flores para la siega, doradas re el campo pisoteado, esperanza de manos piadosas, deguea el olivo, y en los prados de Colonos en tranquilos, como antes, los caballos atenienses otra vez. o en honor de la madre tierra y el dios de las olas, ra florece la ciudad, una creación espléndida, fundamentada mo la estrella, obra del genio, que se recrea en cautivarse modo que contiene en grandes figuras se hace él mismo la permanencia del eterno móvil. a, el bosque sirve al obrero, de mármol y minerales rovee con los otros montes el Pentélico, o la creación brota de sus manos dichosa y espléndida, a como él, y le florece como al sol. gen fuentes y, dirigido en limpias acequias la colina, alcanza el manantial la pila brillante; rededor brillan, como héroes festejando orno al mismo cáliz, las filas de casas, con la anía en lo más alto, hay gimnasios abiertos, lzan templos de dioses, un audaz pensamiento sagrado cerca elevado a los inmortales, es el Olimpeion en el éter re el bienaventurado bosque, y otros palacios de los celestiales. dre Atenas, también a ti te surge tu colina espléndida orgullosa sobre el duelo y os florece largo tiempo aún, ios de las olas y a ti, y te cantan tus favoritos zmente reunidos en el promontorio en acción de gracias. , los piadosos vástagos de la fortuna! ¿Andan lejos casa de sus padres, olvidados de los días fatales en la orilla del Leteo, y ningún deseo los traerá de nuevo? nca más los verán mis ojos? ¡Ay, figuras semejantes a dioses! nca os hallará quien os busque por los mil caminos a verde tierra? ¿Y aprendí vuestra lengua yenda para que mi alma siempre en duelo me escape antes de tiempo adonde vosotras, sombras? o deseo ir a vuestro lado, a donde aún crece vuestro bosque, onde el monte sagrado oculta su cabeza solitaria en nubes, arnaso, y cuando centelleante a la sombra del roble uente de Castalia me encuentre perdido, ero verter en el verde naciente el agua mezclada lágrimas de la copa perfumada de flores, para que, durmientes todos, sea para vosotros una libación fúnebre. á en el valle silencioso, junto al acantilado de Tempe, eo vivir con vosotros tantas veces, oh nombres espléndidos, amaros por la noche, y cuando aparezcáis coléricos que el arado profana las tumbas, quiero aplacaros la voz del corazón, y con un piadoso canto, sombras santas, a que el alma se habitúe del todo a vivir con vosotras. más iniciado os preguntará entonces algo, oh muertos, bién a vosotros, vivientes, supremas fuerzas del cielo, ndo pasáis sobre el escombro con vuestros años a ruta segura, pues muchas veces me sobrecoge xtravío bajo las estrellas, como brisas terribles, el corazón, echo un consejo, pues hace mucho que no consuelan ecesitado los bosques proféticos de Dodona, mudo el dios délfico, y los caminos quedan solos cíos, allá donde antes, suavemente guiado por esperanzas endía el hombre interrogante a la ciudad del oráculo fiable. o ahí arriba aún hoy habla la luz a los hombres, na de hermosos augurios, y en la voz del gran tonante ama: ¿Pensáis en mí? Y la doliente ola del dios marino uena en eco: ¿No pensáis ya en mí como antes? s los celestiales gustan reposar en corazones sensibles; guían, como antes, a las energías entusiastas hombre esforzado, y sobre las montañas de la patria osa y reina y vive ubicuo el éter, a que un pueblo amoroso recogido en brazos del padre humanamente dichoso, como antes, y un espíritu común a todos. o, ay, nuestra especie vaga en la noche y vive, mo en el Orco, sin lo divino. Están solo fundidos s propias intrigas, y cada cual se oye a sí mismo l taller que retumba, y los salvajes trabajan mucho poderoso brazo, sin pausa, pero siempre ril, como las Furias, queda el esfuerzo de los miserables. ta que, despertada del sueño angustioso, el alma de los hombres ncorpore, joven y dichosa, y el aliento bendito del amor, nuevo como antes en los hijos florecientes de Grecia le en una nueva era sobre frentes más libres espíritu de la naturaleza que vaga a lo lejos aparezca nuevo cual dios que se demora callado en nubes doradas. ¿aún tardas? Y aquellos vástagos de los dioses, n viven, oh día, en las profundidades de la tierra os, mientras una primavera siempre viva, cantada, alborea sobre la cabeza de los durmientes? o basta, que ya oigo a lo lejos el coro cantor día solemne sobre verdes montañas y el eco del bosque de se alza el joven pecho, y el alma del pueblo ne callada en el canto más libre en honor del dios eedor de las alturas, aunque también los valles son santos, s donde el río alegre se apresura en juventud creciente e flores del campo, y donde madura en la llanura soleada oble grano y el fruto del bosque, ahí gustan coronarse piadosos en su fiesta, y sobre la colina de la ciudad brilla, ejante a una morada humana, el celeste palacio de la dicha. s toda vida se ha vuelto plena de propósito divino, nsumada, como antes, apareces de nuevo a los niños todas partes, oh naturaleza, y, como de montañas que se hacen en fuentes fluye la bendición al alma naciente del pueblo. onces, oh alegría de Atenas, hazañas de Esparta, ciosa primavera griega, cuando llegue nuestro ño, cuando maduréis, espíritus todos del mundo anterior, ved y mirad, se acerca el cabo de año, nces la fiesta os sustentará también a vosotros, días pasados, recia mira el pueblo, y llorando agradecido nternece en el recuerdo del orgulloso día del triunfo. o floreced entretanto, hasta que nuestros frutos vengan, eced, jardines de Jonia, y vosotros que verdegueáis encantadores as ruinas de Atenas ocultando el duelo al día contemplador, osotros laureles, coronad con eterno verdor las colinas vuestros muertos, allá en Maratón donde venciendo ieron los muchachos, ay, allá en los campos Queroneos donde escaparon los últimos atenienses con sus armas en sangre endo del día de la vergüenza, allá donde, aguas vagabundas, a montaña al valle de la batalla caéis en queja diaria, ¡cantad la canción fatal de la cumbre del Oeta! o tú, inmortal dios marino, aunque el canto de los griegos o te festeja como antes, resuena desde tus tolas mi alma una vez más para que el espíritu gite sin miedo sobre las aguas semejante al nadador, la fresca felicidad de los fuertes, y entienda el lenguaje divino, ambio y el devenir, y cuando el tiempo torrencial podere de mi cabeza, y la pobreza y el desvarío e los mortales estremezcan mi vida mortal, ame meditar en el silencio de tus profundidades. VUELTA AL HOGAR 1 á en los Alpes aún es de noche clara, y la nube, endo versos de alegría, cubre el valle que bosteza. ma de acá para allá y se precipita el burlón aire montaraz, do entre los abetos baja un rayo que brilla y desaparece. to se apresura y lucha el caos placenteramente estremecedor, en de figura, pero fuerte, celebra combate amoroso e las rocas, hierve y oscila en los límites eternos, s allá se alza más báquica la mañana, ece más interminable el año, y las sagradas horas, s días están ordenados y mezclados con más atrevimiento. o el pájaro de la tormenta nota el tiempo, y entre ntes, arriba en el aire, se cierne y llama al día. ra se despierta también la aldea y levanta la vista en el fondo, temor, habituada a la altura entre las cumbres. se precipitan las viejas fuentes como relámpagos, bajo, presintiendo el crecimiento, el suelo exhala un vaho, mba el eco a la redonda, y el taller inmenso ve día y noche los brazos, dispensando dones. 2 lan entretanto las cumbres plateadas en lo alto, stá llena de rosas la nieve reluciente, n más arriba vive, sobre la luz, el dios puro nturoso que se recrea con el juego de los sagrados rayos. e solo y tranquilo, y su claro rostro resplandece, téreo parece inclinado a dar vida, ear dicha, con nosotros, así, experto en mesura spiración, el dios envía tardío y moderado fortuna consolidada a las ciudades y casas, y dulce ia de hinchadas nubes para temperar la tierra, vosotras, brisas familiares y tiernas primaveras, n mano lenta conforta a los tristes, ndo creador renueva los tiempos, y refresca y conmueve corazones callados de los hombres que envejecen, túa en las profundidades que abre e ilumina mo gusta hacer, y ahora inicia nueva vida, ece como antes la gracia y llega el espíritu del presente, ánimo gozoso hincha de nuevo las alas. 3 hablé mucho, porque cuanto piensan o cantan poetas suele dirigirse a los ángeles y a él; upliqué mucho por la patria: no nos vaya a sorprender entino el espíritu no deseado; bién por vosotros, ocupados en la patria, uienes la santa gratitud sonriente trae a los fugitivos, e del país, por vosotros, mientras me acunaba el lago, remero, plácidamente sentado, elogiaba la travesía. o ancho de la superficie del lago corría un oleaje alegre o las velas, y florece y luce ahora la ciudad en la mañana, y viene el barco guiado aquí de los Alpes sombríos y reposa en el puerto. a orilla es cálida y los amplios valles acogedores, amente iluminados por senderos, me verdeguean brillantes. jardines figuran expansivos, y empiezan a lucir las yemas, canto de los pájaros invita al caminante. o parece familiar, el saludo al pasar también ece de amigos y cada rostro parece pariente. 4 ro que es el solar natal, el suelo de la patria, ue buscas, y está cerca, ya te acoge. or algo ¡bienaventurada Lindau! está parado, como un hijo u puerta rodeada de oleaje susurrado, un viajero mira y busca un nombre cariñoso para ti, en un canto. a es una de las puertas hospitalarias del país, a adentrarse en la encantadora lejanía de muchas promesas, donde los milagros existen, allá donde la divina fiera Rin abre su ruta arrojada bajando hacia la llanura trae de las peñas el valle jubiloso, allá, a través del claro macizo, dirigirse a Como, cia abajo, conforme declina el día, al mar abierto. o aún más seductora me resultas, bendita puerta, a ir al país donde conozco los caminos florecientes, sitar allá la tierra y hermosos valles del Neckar, s bosques, y el verde de los árboles sagrados donde oble gusta asociarse con mansos abedules y hayas, pueblo en la montaña me retiene hospitalario. 5 á me reciben; y tú, oh voz de la ciudad, voz de la madre, ncides y remueves antiguas lecciones en mí. o son ellos, el sol y la dicha, que todavía lucen, queridos, casi más claros que antes en vuestros ojos. ¡No ha cambiado! Todo medra y madura, pero nada uanto aquí vive y ama deja atrás la fidelidad. o lo mejor, el tesoro que está bajo el sagrado o de la paz, está reservado a jóvenes y viejos. o insensateces. Es la alegría. Pero mañana y en lo venidero, ndo salgamos y contemplemos el campo viviente o los árboles en flor, en los días festivos de la primavera, laré y esperaré mucho de todo esto con vosotros, queridos. cho supe del padre supremo y largo tiempo é sobre él, que reanima al tiempo errante ba en las cumbres y reina sobre montañas, pronto nos concederá dones celestiales y proclamará os más claros y enviará muchos buenos espíritus. Oh, no tardéis, id, vosotros los mantenedores, ángeles del año, y vosotros, 6 eles del hogar, venid. Repártase lo celestial todas las arterias de la vida, alegrando todo a la vez. noblece! ¡Rejuvenece! Que nada de lo bueno para el hombre, na hora del día sin los bienaventurados dicha del reencuentro de los amantes, ustifique conforme es debido. ndo bendecimos la mesa, ¿a quién podré nombrar? uando descansamos de la vida diaria, ¿a quién daré gracias? mbraré al Altísimo? Un dios no ama lo inconveniente, a comprenderlo, nuestra alegría es casi demasiado menguada. emos callar a menudo, faltan nombres sagrados, pitan los corazones y, con todo, se retienen las palabras? o una cítara presta los sones a cada hora, uizá regocije a los celestiales que se acercan. preludia, y con eso casi aplaca reocupación que se deslizaba bajo la alegría. ocupaciones así ha de sufrir en su alma, quiera o no, has veces un cantor; pero los demás, no. SALIDA AL CAMPO A Landauer afuera, amigo, cierto es que hoy apenas luce í abajo y el cielo nos rodea estrechamente, as montañas ni las copas del bosque destacan mo querríamos, y el aire reposa vacío de cantos. y está oscuro, dormitan calles y pasajes, y casi parece que es como en la edad de plomo. todo, el deseo acierta, auténticos creyentes no desesperan na hora, y el día queda dedicado al placer. s lo que ganamos del cielo no alegra menos ndo primero niega y al final obsequia a los niños. mpre que tales palabras, y también pasos, y esfuerzos, ezcan la pena, y lo placentero sea del todo verdadero. eso espero que cuando empecemos eseado, se liberará nuestra lengua, contraremos las palabras, y exultará el corazón, la frente embriagada nacerán más altos pensamientos, oración del cielo empezará a la vez que la nuestra, ierto a la mirada abierta estará lo luminoso. s lo que deseamos no es formidable, sino que enece a la vida, y parece conveniente y favorable a la vez. mbién llegan siempre antes del verano al país unas de las golondrinas traedoras de bendiciones. y queremos subir con nuestros augurios a esta colina a consagrar con buenos propósitos el suelo de el anfitrión entendido construye la casa a los huéspedes, a que disfruten y contemplen la belleza y plenitud del país, a que, como desea el corazón, se coronen pública y espiritualmente comidas, las danzas, los cantos, y el regocijo de Stuttgart. era la filantrópica luz de mayo expresar mejor cuanto invitados versátiles interpretarán por sí mismos, en, como antes, si gusta a los demás, porque el uso es antiguo menudo lo contemplan sonrientes los dioses sobre nosotros, nuncie el carpintero la fórmula desde el caballete del tejado, otros, vaya bueno, ya hicimos lo nuestro. o el lugar es bello cuando en los festivos de primavera espliega el valle, y aguas abajo con el Neckar mecen en el aire acunador, blancos de flores, incontables, os los árboles que verdeguean, como los prados y bosques, ntras cubierta de nubecillas en el somontano, la viña nece, y medra, y se caldea bajo el aire soleado. STUTTGART 1 a vez una felicidad vista. Curada la peligrosa sequía, gor de la luz no socarra más las flores. ra se abre otra sala, está sano el jardín, frescado por la lluvia susurra el valle centelleante onado de vegetación, los arroyos se hinchan, y todas las alas gadas se aventuran de nuevo en el reino del canto. ra el aire está lleno de seres alegres, y la ciudad y el bosque osan de dichosos vástagos del cielo se reencuentran y vagan gustosos entre sí, cuidado, y nada parece escaso ni excesivo. s así lo dispone el corazón, y un espíritu divino envía la gracia garbosa de respirar. o los viajeros también están bien guiados y tienen naldas y cantos, han aderezado el báculo sagrado racimos y follaje, y la sombra del abeto; e el júbilo de pueblo en pueblo, y de día en día, anzan los montes como carros uncidos de animales ajes, y lleva su carga apresurado el camino. 2 o ¿tú crees que los dioses han abierto puertas y alegrado el camino para nada? que en balde añaden a la abundancia del festín os, fresas, miel y frutos en su bondad, bsequian la luz purpúrea para los cánticos festivos, y la fresca ácida noche para las más hondas conversaciones amistosas? e detiene algo más serio, guárdalo para el invierno, y si quieres arte, ten paciencia, mayo favorece a los pretendientes. ra toca otra cosa, ahora ven y celebra la vieja umbre del otoño que aún perdura noble entre nosotros. y es el día de la patria y cada cual arroja a la llama emonial del sacrificio aquello que posee. eso, susurrando en torno al cabello, nos corona el dios común vino disuelve como las perlas el entendimiento. significa la mesa venerada, cuando nos sentamos ntamos en torno a ella, como las abejas alrededor del roble, es el entrechocar de las copas, y por eso se someten al coro almas indómitas de los hombres enfrentados. 3 ra, para que por demasiado prudentes no se nos pase época proclive, saldré al encuentro enseguida a la frontera del país donde las aguas azules río bañan la isla y mi amado solar natal. bas orillas y también la roca que se alza verde as olas, con jardines y casas, son sagradas para mí. á nos encontraremos; oh luz bondadosa, donde uno us rayos más sensibles por primera vez me tocó. á empezó y empezará de nuevo la querida vida. o ¿no veo la tumba del padre y ya te lloro? ra, detente, estrecha tu amigo, y escucha la palabra antes me curó con arte celestial las penas del amor. a cosa se impone, tengo que nombrarle los héroes del país, rbarroja! también tú, buen Christoph, y tú, radino, que caíste como los fuertes, la hiedra deguea en la roca y el follaje báquico oculta la fortaleza, o el pasado, como el futuro, es sagrado para los poetas, días de otoño purgamos las sombras. 4 morando a los héroes y el destino que levanta el corazón, obra y ligeros, pero también piadosos y contemplados el éter, como los antiguos y felices poetas criados por los dioses, ontamos alegremente campo arriba. gran medro en derredor. De aquellos montes más lejanos ceden muchos de los jóvenes que descienden de la colina. de allá corren fuentes y cien laboriosos arroyos recipitan día y noche, y labran el país. o el maestro laborea el medio del país, hace los surcos orriente del Neckar, que hace bajar las bendiciones. egan con él los aires de Italia, envía el mar nubes y soles magníficos a su vez. eso crece casi por encima de nuestras cabezas la cosecha lenta, pues aquí en la llanura la riqueza se ha otorgado más largueza a los paisanos amigos, aunque nadie as montañas les envidia los jardines, las viñas, hierba lozana, y el cereal, y los árboles incandescentes alineados al borde del camino sobrepasan a los viajeros. 5 o mientras miramos y pasamos por esa alegría poderosa, os escapan el camino y el día, como a borrachos. s coronada de sagrado follaje levanta ya la ciudad tre su cabeza sacerdotal que brilla en lontananza. levanta y sostiene con magnificencia el tirso y el abeto a las dichosas nubes purpúreas. avorable a nosotros, el huésped y el hijo, oh princesa de la patria, naventurada Stuttgart, acoge por mí al forastero. mpre has apreciado el canto con flautas y arpas, ún creo, y la palabrería pueril de la canción, y el dulce do de las penas con presencia de ánimo, eso regocijas con gusto el corazón de los cantores. s vosotros, mayores, alegres, que en todo tiempo s y reináis, reconocidos, o aún más poderosos ndo obráis y creáis en la noche sagrada, y gobernáis solos, dopoderosos criáis un pueblo piadoso, a que los jóvenes se acuerdan de los padres ahí arriba, uro y lúcido está ante vosotros el hombre juicioso. 6 eles de la patria, vosotros ante quienes ceden la mirada s rodillas del hombre aislado por fuerte que sea, a mantenerse ha de recurrir a los amigos y solicitar a quienes ama a que conlleven a su lado toda la carga bienhechora, cias os doy, benefactores, por este y todos los demás son mi vida y mi bien entre los mortales. o anochece, apresurémonos a celebrar la fiesta de otoño avía hoy, que el corazón rebosa, pero la vida es corta, ra enumerar lo que el día celestial nos manda decir, rido Schmid, nos bastamos nosotros dos. raigo excelentes, y el fuego de la amistad se elevará, palabra más valerosa se pronunciará más sagrada. a, qué pura es, y los amables dones del dios compartimos solo existen entre quienes aman, a más. O venid, hacedlo real, pues estoy solo, adie me quitará el sueño de la frente? id y tended la mano, queridos, eso bastará, o el mayor placer lo reservamos a la posteridad. PAN Y VINO 1 osa la ciudad a la redonda, se aquieta la calle iluminada, alejan ruidosos los coches adornados de antorchas. etiran a descansar los hombres saciados de las alegrías del día a cabeza reflexiva sopesa ganancias y pérdidas, tenta y en casa. Vacío de racimos y flores, manufacturas, el mercado laborioso descansa. o suena la cítara desde jardines lejanos, acaso la pulse un amante, o un hombre que está solo morando amigos lejanos y la juventud; y las fuentes gotables y frescas charlotean junto a los parterres fragantes. nan lentas en el aire de entreluces campanas volteadas, cuerda la hora, anunciando el número, un vigilante. mbién viene ahora un viento y agita las copas del bosque, a, la imagen en sombra de nuestra tierra, la luna, bién llega a escondidas. La entusiasta, la noche, viene a de estrellas y bastante poco preocupada por nosotros, brilla la asombrosa, la extraña entre los hombres, encima de las cimas montañeras, triste y suntuosa. 2 maravilloso el favor de la archisublime y nadie sabe dónde viene, ni qué le vendrá a uno de ella. mueve el mundo y el alma esperanzada de los hombres, iquiera un sabio entiende lo que trama, pues así uiere el dios superior que te quiere mucho, y por eso ieres, más que la noche, el día reflexivo. o también a veces agradan las sombras a la vista clara hombre leal intenta dormir antes de hora, en se recrea en mirar la noche. procedente dedicarle coronas y cantos que está consagrada a los errantes y los muertos, que ella perdura eterna en el espíritu más libre. ara que tengamos algún asidero en la zozobra la tiniebla, también ella tiene que depararnos lvido y la sagrada embriaguez, garnos la palabra fluida, que sea despierta mo los amantes, y copas más llenas, y vida más valiente, bién memoria sagrada, para velar de noche. 3 más, es inútil que ocultemos el corazón en el pecho, inútil retengamos aún el ímpetu, maestros y aprendices, pues én lo impedirá y quién podrá prohibirnos la alegría? divino fuego nos impulsa día y noche onernos en marcha. Así que ven a que contemplemos lo abierto, ue busquemos lo propio donde quiera que esté. cosa es fija: sea a mediodía, o llegue a la medianoche, siempre existe una medida mún a todos, aunque hay para cada cual una propia, cia ella van y vienen todos en tanto pueden. nga! Que una locura arrebatadora puede burlarse de la burla ndo se apodera repentinamente de los cantores en la sagrada noche. vayamos al Istmo, allá donde ruge el mar abierto, o al Parnaso, y la nieve brilla en torno a los acantilados délficos, al país del Olimpo, en la cima del Citerón, bajo los abetos, entre las viñas, de donde lzan el fragor de Tebas e Ísmeno en el país de Cadmo, llá viene, y señala el regreso, el dios que se acerca. 4 naventurada Grecia, casa de todos los celestiales, entonces cierto lo que oímos en la juventud? a de fiestas! El suelo es el mar, y las mesas, los montes, verdad construida antes de los tiempos para ritos únicos! o ¿dónde están los tronos, dónde los templos y las copas as de néctar, dónde el canto para goce de los dioses? nde brillan pues los oráculos que alcanzan la lejanía? fos duerme, ¿dónde resuena el gran destino? nde está el veloz? ¿Dónde rompe, lleno de fortuna omnipresente, ando desde el aire claro sobre los ojos? dre éter! Se llamaba y volaba de lengua en lengua uplicado, nadie soportaba la vida solo, on semejante regocija repartido e intercambiado con forasteros, convierte en júbilo, y crece durmiendo la fuerza de la palabra, dre sereno! Y se hace eco amplio el signo antiguo edado de los padres, eficaz y creador. aparecen los celestiales, así desciende su luz conmueve lo hondo desde las sombras a los hombres. 5 o primero vienen inadvertidos, y las criaturas se rebelan tra ellos, pues la fortuna aparece demasiado luminosa y cegadora, hombre los teme, un semidiós apenas sabría mbrar a quienes se le aproximan con dones. o es grande el coraje venido de ellos, le llenan el corazón su alegría, y él apenas sabe usar el don, a, despilfarra y casi le parece sagrado lo profano toca con su mano que bendice, insensata y bondadosa. celestiales lo toleran lo más posible, pero luego comparecen erdad, y los hombres se acostumbran a la felicidad la luz, y a contemplar el rostro de los desvelados uienes de tiempo atrás llamaban uno y todo, o el corazón callado de libre satisfacción, primera y sola vez cumplido todo deseo. es el hombre; cuando tiene lo bueno delante, y un dios mismo roporciona sus dones, él no lo entiende ni lo ve. tuvo que padecerlo antes; ahora, en cambio, él nombra lo más querido, ra es cuando tienen que nacer, como flores, palabras para eso. 6 hora piensa en honrar de veras a los dioses bienaventurados, o tiene que proclamar real y verdaderamente su alabanza. a debe aparecer a la luz que no agrade a los de arriba, e admiten ante el éter tentativas vanas. para ser dignos en la presencia de los celestiales, pueblos se rigen en ordenanzas espléndidas, nstruyen hermosos templos y ciudades das y nobles, levantadas en las orillas de las aguas. o ¿dónde están, dónde florecen las célebres, las coronas de la fiesta? as se marchitó, y Atenas. ¿No resuenan ya las armas Olimpia, ni los carros áureos en la carrera, no se decoran las naves de Corinto? r qué callan también los viejos teatros sagrados? r qué no se regocija la danza ceremonial? r qué ya no señala la frente del hombre un dios, marca como antes al designado? ien venía él mismo, y tomaba la figura humana, lminaba y cerraba consolador la fiesta celestial. 7 o amigo, llegamos tarde. Cierto es que viven los dioses, o sobre nuestras cabezas, arriba, en otro mundo. á actúan sin cesar y parecen cuidarse poco i vivimos, de tanto como nos cuidan ellos. s no siempre puede contenerlos un recipiente frágil, o a veces soporta el hombre la divina plenitud. eso la vida es soñar con ellos. Pero el error da, así como el dormir, la necesidad y la noche fortalecen, ntras los héroes crecen lo bastante en sus cunas broncíneas, les en coraje a los dioses, como solía ser. drán tronando, y entretanto muchas veces me parece or dormir que estar así sin compañeros, ardando, y, mientras tanto, no sé qué hacer, ni decir a qué sirven los poetas en tiempo de indigencia. o tú dices que son como los sumos sacerdotes del dios del vino se trasladan de país en país durante la sagrada noche. 8 ndo, hace cierto tiempo, que nos parece mucho, endieron a lo alto todos los que hacen la vida feliz, ndo el padre volvió su rostro de los hombres tristeza empezó justamente sobre la tierra, ndo por fin apareció un genio silencioso, celestialmente solador, que anunció el final del día y desapareció, oro celestial dejó, como señal de que aquel ía estado y de nuevo volvería, algunos dones os que podríamos gozar humanamente como antes, s para alegrarse con el espíritu era excesivo lo supremo e los hombres y aún faltan los fuertes para las más altas grías, aunque todavía pervive en silencio alguna gratitud. an es el fruto de la tierra y está bendecido por la luz, l dios tonante viene la alegría del vino. eso nos hacen pensar en los celestiales que antes vieron aquí y volverán en su tiempo, eso cantan ellos con seriedad, los poetas, al dios del vino, ese antiguo dios no le suena en vano su alabanza. 9 ienen razón al decirlo, él reconcilia el día y la noche, ce salir y ponerse a los astros del cielo, mpre contento, como el follaje del abeto que siempre verdeguea ue él ama, y como la corona de hiedra que escoge, que permanece y hace descender la traza de los dioses idos a quienes viven sin ellos entre tinieblas. a, nosotros somos lo que el antiguo canto dijo de las criaturas de dios: el fruto de las Hespérides. cumple maravillosa y exactamente en los hombres, ree quien lo ha probado. Pero de tanto como acontece a nos afecta, pues somos cual sombras sin corazón, a que el padre éter reconozca y pertenezca a todos. etanto viene como portador de la antorcha e las sombras el hijo del más alto, el sirio. ven los sabios bienaventurados y se ilumina una sonrisa alma presa, ya se abren sus ojos a la luz. rme y sueña más dulcemente el titán en brazos de la tierra, a Cerbero el envidioso bebe y duerme. COMO CUANDO UN DÍA DE FIESTA mo cuando un día de fiesta, un labrador a ver el campo por la mañana, luego de que relámpagos refrescantes cayeran sin cesar a noche ardiente, y aún retumba el trueno en la lejanía, o vuelve a su lecho, suelo fresco verdeguea, viña gotea de la lluvia osa del cielo y se alzan brillantes ol tranquilo los árboles del soto: se alzan, en tempero favorable, s que no educó solo un maestro, sino oderosa, la divinamente hermosa naturaleza agrosamente omnipresente en ligero abrazo. eso, cuando ella parece dormir en épocas del año, l cielo, o entre las plantas, o los pueblos, bién se pone triste la cara de los poetas, ece que están solos, pero siempre prevén. que también ella duerme previendo. o ahora es de día. Esperé y lo vi llegar. o que vi, lo sagrado me sea palabra. propia naturaleza, que es anterior a los tiempos, perior a los dioses de occidente y oriente, ra se ha despertado con estrépito armado, sde lo alto del éter al fondo del abismo, forme a la ley establecida, como antes, originada del sagrado caos, lve a sentir el entusiasmo readora de todo. omo un fuego brilla en la mirada del hombre ndo trama algo elevado, así ha prendido nuevo un fuego en las almas de los poetas, o a los signos y hechos del mundo. o que antes pasó, pero apenas se sintió, ra sí que es evidente, reconocen las fuerzas de los dioses, vivificadoras de todo, las que sonrientes cultivaron los campos en forma de labradores. eguntas por ellas? En la canción anda su espíritu ndo emana del sol diurno y la tierra tibia, las tormentas que en el aire y otros sitios, paradas en la profundidad del tiempo, ás claras y llenas de sentido para nosotros, ulan entre cielo y tierra, y entre los pueblos. pensamientos del espíritu común terminan callados en el alma del poeta a que súbitamente impactada, de tiempo atrás ocedora de lo infinito, instigada por memoria, inflamada por el rayo sagrado, azca el fruto del amor, la obra de dioses y hombres, oema, que da muestra de unos y otros. cayó, según dicen los poetas, el rayo dios en casa de Semele, que deseaba verlo, tocada divinamente parió uto de la tormenta, el sagrado Baco. or eso beben ahora los hijos de la tierra uego celeste sin peligro. o a nosotros poetas nos corresponde manecer descubiertos bajo la tormenta divina, mar con las propias manos ayo del padre y entregar al pueblo, ado en canto, el divino don. s solo nosotros tenemos corazones puros, mo niños, y nuestras manos son inocentes, ayo del padre, el puro, no consume el corazón, que, conmovido profundamente, compadeciendo sufrimientos del más fuerte, permanece stante en las tormentas divinas precipitadas de lo alto. o, ay de mí, si de de mí digo, me he acercado a ver los celestiales, s mismos me arrojan entre los vivientes, s falsos sacerdotes, a la oscuridad, para que e la canción a los aplicados. A LA TIERRA MADRE o canto yo, en nombre de una asamblea abierta. vibra, pulsada como de prueba manos alentadoras, una cuerda rincipio; pero enseguida inclina feliz abeza sobre el harpa, serio, el maestro, y los sonidos e abren, y se vuelven alados, antos que son, y suenan juntos bajo el toque quien los despierta, y rotunda se eleva, como del mar, rminable en los aires, la nube de la armonía. o será distinto son del harpa, anto, oro del pueblo. s aunque tenga tantos signos, autas en su poder, y relámpagos, mo ideas, el sagrado padre ría mudo se reencontraría entre los vivientes, a comunidad no tuviera un corazón para el canto. todo, l que nació la roca, forjaron en el taller tenebroso fundamentos broncíneos de la tierra, antes de que los arroyos corrieran desde los montes, osques y ciudades florecieran junto a los ríos, a había creado, tonante, ley pura, ndó puros sonidos. obstante, disculpa, oh poderoso, ue canta solo, y danos cantos suficientes a que se exprese, conforme emos, el secreto de nuestra alma. s muchas veces oigo cantos de los antiguos sacerdotes mbién paro mi alma para pensar así. o deambulan los hombres la sala de armas, mano sobre mano, atos ociosos, y contemplan las armas suma gravedad, y uno cuenta mo los antepasados tensaban el arco, uros del blanco lejano, dos le creen, o ninguno osa probar. n como un dios los brazos os hombres, poco procede un traje ceremonial para uso diario. columnas del templo se alzan ndonadas en días de penuria, so suene el eco del temporal del norte o hondo de los pórticos, lluvia los limpie, ezca el musgo, y vuelvan las golondrinas, días de primavera, pero permanece innombrado ios en el interior, y la copa de acción de gracias, s vasos del sacrificio, y todos los ornamentos sagrados ltos al enemigo, en la tierra encubridora. o ién agradecerá, antes de recibir, ntestará, antes de haber escuchado? se interrumpa su discurso tonante ntras hable un superior. ne mucho que decir, y otro derecho, y uno que no termina en horas, s tiempos del creador son mo una montaña o alto oleaje de mar a mar xtiende sobre la tierra, viajeros cuentan mucho de eso, bestia salvaje se pierde en los abismos, horda vaga por las cumbres, o en la sagrada sombra, o a la cuesta verde, vive astor y contempla las cimas. EN LA FUENTE DEL DANUBIO que, como cuando desde lo alto del órgano soberbiamente entonado, a nave sagrada, amente fluyendo de los tubos inagotables, ieza por la mañana el preludio que despierta, amplio derredor, de bóveda en bóveda, a la refrescante corriente melódica casa se llena de entusiasmo a sus frías sombras, nces se despierta y, ascendiendo a el sol de la fiesta, responde oro de la comunidad. Así vino sotros la palabra desde Oriente, las rocas del Parnaso y la ladera del Citerón oigo, Asia, tu eco, y se quiebra o al Capitolio, y de golpe bajando de los Alpes ne una extranjera sotros, la despertadora, oz formadora de hombres. onces sobrecogió el asombro las almas odos los aludidos, y la noche rió los ojos de los mejores. s mucho puede el hombre, oleaje, y las rocas, y el poder del fuego, también era con su arte, de elevados pensamientos no teme spada, aunque el fuerte derrotado por lo divino si igualado a la bestia salvaje que, strada por la dulce juventud, a sin cesar por el monte ente su propia fuerza l calor meridiano. Pero, cuando lina en las brisas que juegan uz sagrada, y el espíritu jovial de en la tierra dichosa el rayo más fresco, entonces cede, no habituada más bello, y se duerme a medias, s de que salgan las estrellas. Como nosotros. Pues a algunos es apagó la luz de los ojos antes de que nos llegaran dones favorables divinamente enviados desde Jonia mbién desde Arabia, y nunca se regocijó lma de aquellos dormidos la preciosa enseñanza y los cantos graciosos. o algunos velaron. Y a menudo andaban tentos entre vosotros, ciudadanos de las hermosas ciudades, l campeonato donde el héroe invisible entaba en secreto junto al poeta, veía los contendientes, ogiaba sonriente el elogiado a los niños de seria ociosidad. y es un amor incesante, unque separados, pensamos s en otros; dichosos moradores stmo, de Cefis y del Taigeto, bién pensamos en vosotros, valles del Cáucaso, antiguos en vuestros paraísos, tus patriarcas y profetas, Asia, tus valientes, oh madre! sin miedo ante los signos del mundo, n el cielo y todo el destino sobre los hombros, igados durante días en los montes, eron por primera vez lar a solas Dios. Descansan en paz. Pero aunque vosotros, que decirlo, otros, antiguos todos, no sepáis por qué, otros, sagradamente necesitados, te llamamos raleza, y te surge renovado, mo salido del baño, todo lo divinamente nacido. rto es que casi andamos como huérfanos, so sea como antes, salvo que no hay aquella solicitud; todo, los jóvenes que recuerdan la niñez on extraños en casa. en el triple, igual que primeros soles del cielo. o en vano se nos concedió ealtad en el alma. solo nos preserva a nosotros, sino también lo vuestro, n las reliquias, las armas de la palabra al separarnos, hijos del destino, dejasteis a los menos hábiles, otros, buenos espíritus, también estáis presentes; has veces, cuando a uno lo envuelve la nube sagrada, asombramos y no lo entendemos. o vosotros sazonáis con néctar nuestro aliento, tonces nos regocijamos, o bien nos aflora idea que, si es muy amada por vosotros, descansa hasta que es vuestra. eso, oh bondadosos, rodeadme dulcemente, a que pueda quedarme, pues hay mucho por cantar, o ahora acaba, llorando de dicha, mo un cuento de amor, canto, y así me ha ido, sonrojo y palidez, de el principio. Pero así va todo. LA MIGRACIÓN chosa Suabia, madre mía, bién tú, como la hermana más reluciente, mbardía, al otro lado, vesada por cien corrientes! sombrean árboles abundantes, florecientes de blanco y rosa, ás apagados, adustos, plenos de follaje verde oscuro, mbién las montañas alpinas de Suiza, inas tuyas, pues junto al hogar de casa es, y escuchas cómo fluye en el interior, de cálices de plata, uente repartida manos puras, cuando tocado ristal de hielo los cálidos rayos, y derrumbada la luz de leve estímulo ima nevada, inunda la tierra el agua más pura. Por eso, delidad es innata. Quien habita o al origen difícilmente deja el lugar. s criaturas, las ciudades, o al lago de lejano crepúsculo, o los sauces del Neckar, a la orilla del Rin, as piensan que en ninguna parte iviría mejor. o yo quiero ir al Cáucaso! s he oído mismo en las brisas: poetas son libres como las golondrinas. mbién uno me confió, ías de juventud, antaño antepasados de la raza alemana, cemente arrastrados por las olas del Danubio, oparon, un día de verano, cuando usca la sombra, los hijos del sol, illas del mar Negro, or algo se llama aquel mar ospitalario. s, tras haberse visto, ellos se aproximaron, y luego también entaron los nuestros curiosos bajo los olivos. o al rozarse sus vestidos, ando nadie podía entender engua del otro, habría surgido querella, si no llega a descender as ramas la frescura, muchas veces abre en el rostro os enfrentados una sonrisa, or un momento se miraron en silencio, ego se tendieron las manos. Y pronto rcambiaron las armas y todos objetos familiares, rcambiaron la palabra también en vano hacen votos los queridos padres sus hijos en el júbilo de la boda. s de las sagradas uniones e una estirpe bella que todo nto antes y después recibe nombre humano. o ¿dónde vivís, queridos parientes, a que renovemos la alianza emoremos los queridos antepasados? á en las riberas, bajo los árboles onia, en la llanura del Caistro, de las grullas, alegría del éter, en rodeadas de montes de lejano crepúsculo, estuvisteis vosotros también, los más bellos; en labrasteis las islas coronadas de vino sonantes de canto; mientras otros habitaron o al Taigeto, y la muy ponderata Himeto, últimos en florecer. Pero desde uente del Parnaso hasta los áureos torrentes Tmolo resuena anto eterno; así susurraron s los bosques, y todas cítaras a un tiempo, adas por la dulzura celeste. país de Homero! ie del cerezo purpúreo, uando enviado por ti a la viña verdeguean los jóvenes albérchigos, golondrina viene de lejos y contando muchas cosas struye su casa en mis paredes, os días de mayo, también bajo las estrellas, acuerdo, oh Jonia, de ti. Pero los hombres n el presente. Por eso enido a veros, islas, ¡y a vosotras, embocaduras de las corrientes, moradas de Tetis, vosotros, bosques, y a vosotras, nubes del Ida! o no pienso quedarme. nhóspita y difícil de ganar madre callada de quien me fui. de sus hijos, el Rin, o lanzarse a su cuello violentamente y, rechazado, apareció, nadie sabe dónde, en la lejanía. o yo no querría irme así u lado, y solo por convidaros enido a vosotras, Gracias de Grecia, s del cielo, a que, si el trayecto no es excesivo, ngáis a nosotros, oh favorables! ndo los aires alienten más dulces mañana nos envíe amorosos dardos, sotros, comedidos en exceso, orezcan nubes ligeras re nuestros ojos tímidos, nces diremos: ¿cómo habéis venido ciosas, donde los bárbaros? o las servidoras del cielo maravillosas, mo todo lo divinamente originado. convierten en sueño, si uno quiere rastrear, y castigan a quien quiere reducir a la fuerza. chas veces sorprenden a quien os lo había pensado. EL RIN aba sentado en la hiedra oscura, junto al lindero bosque, cuando el mediodía de oro cendió, visitante de la fuente, la escalera del macizo alpino, según sé por antigua tradición, eputada como fortaleza de los celestiales namente construida, pero donde ho de lo secretamente destinado a a conocimiento de los hombres. allá recibí insospechada noticia un destino, pues no bien itaba en la cálida sombra re algo, cuando fantaseó alma con italia más lejana costa de Morea. ra, en cambio, dentro de la montaña, por debajo de las cimas plateadas l verde gozoso, de los bosques se estremecen por él, s cimas de las rocas atisban s sobre otras, durante días, allá l más frío abismo, escuché oven implorar rtad, y lo oían quejarse padres apiadados, mo acusaba a la madre tierra, tonante que lo engendró, o los mortales rehuían el lugar, s era tremenda la rabia del semidiós, ndo se debatía sin luz, us cadenas. la voz del más noble de los ríos, Rin, nacido libre. esperaba otra cosa cuando allá arriba se separó us hermanos, el Tesino y el Ródano, uiso marchar solo, y su alma regia rrastraba impaciente hacia Asia. o es insensato ear ante el destino. que los más ciegos los hijos de los dioses. Pues el hombre conoce de construir su casa, y el animal, uya, pero a aquellos falta saber dónde gir su alma inexperta. puramente nacido es un enigma. Incluso a el canto es apenas descifrable. Pues como empezaste, permanecerás, más que aprieten la necesidad disciplina, lo que más puede l nacimiento, rayo de luz que de en el recién nacido. o ¿dónde hay uno mo el Rin, para seguir libre a su vida, y cumplir a solas eseo del corazón, desde ras tan favorables? an dichosamente nacido, mo aquel, de un sagrado seno? eso, su palabra es un grito de júbilo. le gusta, como a los demás niños, ar en refajos. s, cuando a lo primero las orillas eslizan y serpentean a su lado, ñen ansiosas mprudente, deseando strarlo y protegerlo us propias fauces, él desgarra riente los meandros y se precipita el botín, y si en la prisa mayor no lo reprime deja crecer, hendirá la tierra mo el rayo y los bosques huirán detrás mo encantados, hundiéndose con ellos los montes. o un dios desea ahorrar a sus hijos ida apresurada y sonríe ndo, desenfrenados pero retenidos los Alpes sagrados, se enojan con él ríos, como este, en la profundidad. mbién en tales fraguas se forja go todo lo puro, hermoso cómo, go de abandonar los montes, eante tranquilo por el país alemán, placa, y acalla su anhelo buenas obras, cuando el padre Rin iva la tierra y sustenta sus amadas criaturas as ciudades que ha fundado. o nunca jamás la olvidará; s antes perecerá la morada, ley, y se volverá intemperie ía de los hombres, que uno así da olvidar la fuente, pura voz de la juventud. ién corrompió primero lazos del amor ellos hizo amarras? go se burlaron los rebeldes u propio derecho l fuego celestial, y entonces, preciando el camino mortal, ogieron lo temerario piraron a ser como los dioses. o a los dioses les basta ropia inmortalidad, y si algo esitan los celestiales, héroes y hombres, ortales en general. Pues como bienaventurados no sienten por sí, debe sentir, si se puede ir tal cosa, en nombre os dioses, como participante ual necesitan. Con todo, su decreto ue, si uno quiere ser como ellos, soporta la diferencia, ese iluso ruirá su propia casa, ará al amigo como enemigo, terrará a su padre e hijo o los escombros. naventurado, pues, quien encontró estino bien satisfactorio, de el recuerdo viajes y penas eleva ulce rumor en orillas seguras, a que pueda mirar gustoso y allá, hasta los límites al nacer, Dios eñaló como morada. onces reposa conforme y dichoso s todo lo que quiso, elestial, rodea por sí, coacción, al audaz ahora sonríe, mientras descansa. ra pienso en los semidioses, s amados que debo conocer que su vida ha conmovido frecuencia mi pecho anhelante. o a quien, como a ti, Rousseau, eparó un alma invencible, uerte tenacidad, sentido seguro, cuchar dulces dones, blar de modo que, desde la plenitud sagrada, mo el dios del vino, dé a entender la lengua os más puros, insensata, divina y sin ley, s buenos, mientras, con todo derecho, pea con ceguera a los irreverentes, s siervos profanos, ¿cómo llamo a ese extranjero? hijos de la tierra son, como la madre, ntes de todo, así que también lo acogen o sin esfuerzo, dichosos ellos. mbién por eso se sorprende panta el hombre mortal ndo piensa en el cielo con brazos amantes, gó sobre los hombros, el peso de la alegría. onces le suele parecer lo mejor r casi del todo olvidado, allá de el rayo no quema, a sombra del bosque, orilla del lago de Bieler, en la fresca verdura, spreocupadamente pobre en cantos, ejante al principiante, aprender del ruiseñor. s señorial levantarse entonces sueño sagrado, despertándose frescor del bosque, ya atardecido, a ir al encuentro de la luz más suave, ndo quien construyó los montes arcó la senda a los ríos, pués de guiar con sus aires, riente, como si fuera una vela, ida ocupada y escasa en inspiración os hombres, también reposa, clina ahora el formador, el día, a su alumna, la tierra de hoy, ontrando más bien mal. onces celebran esponsales hombres y dioses, estejan todos los vivientes, or un momento ancela el destino. os fugitivos buscan el abrigo, s valientes, el dulce sueño, amantes, en cambio, lo que fueron, están asa, donde las flores se alegran alor inofensivo, y el espíritu urra en torno a los árboles sombríos, pero los Irreconciliados an transformado y corren nderse las manos, s de que la luz amiga cienda y venga la noche. todo, esto pasa risa para algunos, otros mantienen más tiempo. dioses eternos están mpre llenos de vida, pero un hombre de conservar en la memoria mejor hasta la muerte. ntonces experimenta lo supremo. o que cada cual tiene su medida, s es difícil sobrellevar nfortunio, pero más aún la fortuna. que un sabio consiguió manecer lúcido durante el festín, de mediodía hasta medianoche, sta que rayó el alba. lá se te aparezca Dios l sendero ardiente bajo los abetos, n la oscuridad del robledal, querido Sinclair, n las nubes, tú lo conocerás, pues conociste, de joven, uerza del bien, y jamás e oculta la sonrisa del Señor día, cuando iviente parece febril cadenado, o también noche, cuando todo está revuelto orden, y regresa aos antiquísimo. GERMANIA os bienaventurados que se aparecieron a tierra antigua, aquellas imágenes divinas as puedo ya invocar, aunque, guas de la patria, ahora que se lamenta mor mi corazón con vosotras, ¿qué más quiere, llora la pérdida de lo sagrado? Pues reina la expectación a tierra y, como en los días ardientes, oprime y ensombrece hoy, oh nostálgicas, ielo lleno de presentimientos, que parece rebosante de augurios, y también nazador, aunque me quedaré con él, i alma no volará de regreso osotros, finados, demasiado queridos para mí. s temo que sea mortífero ver stro bello rostro como sería antes, se permita despertar a los difuntos. oses huidos! ¡También vosotros, los presentes, nces más reales, tuvisteis vuestro tiempo! uí no voy a mentir, ni a rogar nada. que cuando se ha pasado y extinguido el día, so le toque primero al sacerdote, pero amantes iguen el templo, y la estatua, y hasta su rito, aís tenebroso, y nada trasluce. o se eleva entonces, como de llamas fúnebres, umo dorado, la leyenda, s rodea la cabeza con entreluces de duda, die sabe qué le pasa, solo siente sombras de quienes fueron, antiguos, que visitan de nuevo la tierra. que nos urgen quienes tienen que venir, se detiene por más tiempo el batallón sagrado hombres divinos en el cielo azul. verdeguea, en preludio de un tiempo más riguroso, ampo preparado para ellos, la ofrenda está dispuesta a el sacrificio, y valles y ríos están ertos en torno a montes proféticos, a que el hombre pueda ver a Oriente y le conmuevan los muchos cambios de allá. o cae del éter magen fiel y llueven sentencias divinas, umerables, y resuena en lo más hondo del bosque, águila que viene del indus brevuela las cimas nevadas Parnaso, muy por encima de las colinas sacrificiales talia, y busca una presa dichosa a el padre, la veterana ejercitada en el vuelo, omo antes, supera por fin gritando de júbilo Alpes, y mira los países de múltiple aspecto. acerdotisa, la más callada hija de Dios, ue gustosa guarda silencio en su honda sencillez, ca, mirando con los ojos abiertos, mo si no supiera que recién había estallado tormenta mortalmente amenazante sobre su cabeza. criatura presentía algo mejor, or fin se extendió un asombro en el cielo, que alguien grande en fe, como ella misma, a el poder benefactor de lo alto. eso le enviaron al mensajero que, conociéndola enseguida, só sonriendo: a ti, inquebrantable, e que probarte otra palabra, y exclamó de viva voz oven, mirando hacia Germania: eres la elegida, nte de todo, y lo bastante fuerte a soportar una fortuna gravosa, de entonces, oculta en el bosque, llena dulce sueño en las amapolas, embriagada, eparabas en mí, mucho antes de que inferiores percibieran rgullo de la virgen y se pasmaran de quién eras y procedías, ien tú misma lo ignorabas. Yo no te tomé por otra, dejé en secreto al partir, cuando soñabas ediodía, un signo de amistad, ue florece en los labios, y hablaste sola. o también enviaste multitud de áureas palabras, naventurada, con los ríos, que fluyen inagotables todas partes. Pues casi como la madre ada de todo, la que entraña el abismo, bién llamada la oculta por los hombres, echo rebosa amores y penas, o de presentimientos, pleto de paz. e brisas matinales a que te abras, mbra lo que tienes a la vista, ha de seguir secreto tiempo lo indecible, pués que estuvo largo tiempo velado; s conviene el pudor a los mortales, prudente también hablar todo el tiempo de dioses. o donde el oro fluye más que las fuentes puras agrava la cólera en el cielo, e que aparecer entre el día noche algo verdadero de una vez. nscríbelo por triplicado on todo, seguirá indecible, como es, inocente. mbra, hija de la sagrada tierra, madre una vez. Las aguas braman contra la roca tormenta en el bosque, y con el propio nombre uena desde el tiempo antiguo lo divino que pasó. é cambiado está! Y con justicia reluce y habla bién el futuro regocijado desde la lejanía. o en medio del tiempo, ter vive tranquilo con la bendita ra virginal. ustosos, por recordar, no menesterosos son n acogidos, Germania, us jornadas festivas no menesterosas, de eres sacerdotisa partes consejos en derredor, inofensiva, s reyes y los pueblos». PATMOS Al landgrave de Homburg ios es cercano fícil de abarcar. o donde hay peligro bién aumenta lo salvador. águilas viven inieblas, y los hijos de los Alpes chan sin miedo sobre el abismo uentes de liviana construcción. eso, ya que las cimas del tiempo cumulan en derredor, y los preferidos en al lado, languideciendo as cumbres más apartadas, os el agua inocente, danos alas, y los más fieles sentidos, a llegar allá y regresar. hablé, y entonces me arrebató enio de mi propia casa, veloz de cuanto imaginé, jos, adonde jamás ía pensado ir. Traslucían e dos luces, a mi paso, osque sombrío s arroyos nostálgicos a patria; ya no distinguía los países; o enseguida, en fresco destello, teriosa l incienso dorado, florecía itamente crecida aso del sol, mil cimas fragantes, a, y deslumbrado busqué o familiar, porque me eran conocidos los amplios desfiladeros donde descendía del Tmolo actolo adornado de oro, alza el Taurus y Mesogis, silencioso incendio, o de flores de jardines, mientras en la luz ece alta la nieve argéntea, stigo de la vida inmortal ce antiquísima la hiedra muros infranqueables, y se sostienen olumnas vivientes, cedros y laureles, solemnes, namente construidos palacios. o en torno a las puertas de Asia an ruidosas acá y allá a incierta llanura del mar numerosas rutas sin sombra, ien el navegante conoce las islas. omo oí una de las próximas Patmos, eé vivamente car allá y acercarme gruta oscura. s Patmos no vive espléndida, mo Chipre, ca en fuentes, inguna otra, o es hospitalaria us más humildes casas, e a todo, uando un extranjero e acerca, cedente de un naufragio o clamando la patria o el amigo apartado, lo escucha amable, y sus hijos, voces del bosque ardiente, onde cae la arena y se hiende uperficie de la roca, los sonidos scuchan y retumban tiernamente quejas del hombre. Así acogió iempos al vidente amado de Dios en sus días felices uvo el hijo del Altísimo, inseparable, pues aedor de la tormenta amaba el candor joven, y el hombre atento vio precisión el rostro del dios ndo el misterio del vino, pues entaban juntos en la hora de la cena, agnánimo, serenamente previsor, habló eñor de la muerte y el postrer amor, porque ca tenía entonces palabras bastantes a hablar de la bondad y aplacar ólera que había visto en el mundo. s todo es bueno. Luego murió. Habría mucho decir al respecto. Y vieron sus amigos cómo él, más feliz, tuvo una mirada victoriosa hasta el final. o le lloraron, cuando nochecía, perplejos, que tenían los hombres gran resolución l alma, pero amaban la vida o el sol y no deseaban separarse rostro del Señor patria. Estaba inserto en ellos mo fuego en el hierro, el rostro, su lado caminaba la sombra del amor. eso los envió spíritu, y en efecto tembló asa, y las tormentas de Dios aron tonantes desde la lejanía, re las cabezas que presentían; allá estaban reunidos, vemente pensativos, los héroes de la muerte, ndo, ya de despedida, es apareció de nuevo. s entonces se extinguió la regia luz del sol, mismo quebró dolor divino etro que reluce sin desvío, s ha de regresar u debido tiempo. No habría sido luego buena, abruptamente interruptora, y desleal, bra del hombre, y fue una alegría r desde entonces a noche amante, y preservar, jos cándidos e inmóviles, mos de sabiduría. Y verdeguean o hondo de los montes imágenes vivas, o es terrible cómo Dios persa sin cesar lo vivo de acá para allá. mbién lo es dejar ostro de los queridos amigos archar lejos más allá de las montañas, os, donde el espíritu del cielo, lemente conocido, a una sola voz; y eso no estaba profetizado, sino do por los cabellos, presente, ndo, de repente, ándose apresurado les miró ios, y jurando a retenerlo, nombrando mal, como vinculados en lo sucesivo cuerdas de oro, se tendieron la mano. o cuando luego muere el de quien más dependía elleza, de modo que era un prodigio igura, y los celestiales hablaban él, y cuando, enigma eternamente mutuo, podían entenderse enes convivían a memoria, y no solo la arena o sauces fueron llevados por delante, también templos, y cuando la fama semidiós y los suyos esvanece, y hasta el Altísimo lve su rostro, modo que no se divisa gún inmortal más en el cielo, ni en la de tierra, ¿qué es eso? a palada del sembrador, cuando coge el badil el trigo, tira hacia lo claro, aventándolo sobre la era. caen las cáscaras a los pies, pero abo viene el grano, está mal se pierda algo, y se extinga onido vivo de la palabra, s la obra divina es semejante a la nuestra, ltísimo no lo quiere todo a la vez. rto es que la mina produce hierro, Etna, resinas ardientes, como sería yo rico, ormara una imagen y la viera ejante a como fue Cristo, o si uno, hablando con tristeza y de paso, s estaría yo indefenso, se animara a arremeter contra mí, a sorprenderme con que un siervo rría imitar la imagen del dios… vez vi claramente encolerizado eñor del cielo, no porque yo fuera a ser algo, por aprender. Ellos son buenos, pero lo que más detestan ntras reinan es la falsedad y que no haya humanidad entre los hombres. que ellos no gobiernan, sino que lo hace estino inmortal, y la obra de ellos avanza sí misma, y se apresura a su término. uando ascienda el celestial ejo triunfal, será aclamado como el sol los fuertes el exaltante Hijo del Altísimo, uí es una consigna el cetro a poesía mirando para abajo, s nada es común. Él resucita s muertos que aún no están cautivos a materia bruta. Pero esperan has miradas tímidas la luz. No desean ecer bajo los nítidos rayos, que la brida dorada sofrena su coraje. o cuando, dado el mundo los ceños prominentes, ne una fuerza de plácida luz de las sagradas escrituras, rán, alegrándose de la gracia, ayar su mirada tranquila. los celestiales me aman ra, como creo, nto más a ti! que sé una cosa: la voluntad padre eterno oncierne grandemente. Su signo está tranquilo l cielo tonante. Y uno está debajo a su vida. Porque aún vive Cristo. o han venido los héroes, hijos todos, y las sagradas escrituras tratan de él, y explican el rayo hechos de la tierra hasta ahora, iclo incesante. Pero él está presente. Pues es consciente odas sus obras desde siempre. masiado tiempo lleva sible la gloria de los celestiales. s casi han de dirigirnos dedos, y nos va desgarrando orazón una violencia. s todo celestial desea sacrificios; ando uno se omite, ca trae nada bueno. mos servido a la madre tierra cientemente a la luz solar, saberlo. Pero lo que prefiere el padre reina sobre todas las cosas ue se atienda ie de la letra, y el resto nterprete bien. Lo cual cumple la poesía alemana. EL ÍSTER ahora, fuego, estamos deseosos ver el día, ando la prueba asado por las rodillas, de uno sentir las voces del bosque. otros, con todo, cantamos idos del lejano Indus l Alfeo, mucho tiempo mos buscado lo apropiado; alas, no puede uno nzar lo cercano nmediato sar al otro lado. o aquí nos vamos a quedar. que los ríos hacen cultivable aís. Pues allá donde crece la hierba uden a beber erano los animales, bién hay interés para los hombres. ste le dicen el Íster. la morada la suya. Llamea el follaje de las columnas, estremece. Se alzan vías y revueltas; y encima, n segundo orden, avanza echo de rocas. Así que me choca haya alojado a Hércules, ciente desde lejos, al pie del Olimpo, ndo él, en busca de sombra, o del Istmo tórrido, s estaban llenos de coraje , aunque también era preciso el frescor, usa de los espíritus. Por eso prefirió ir a estas fuentes acuáticas, y riberas amarillas scendente fragancia, y negras, el bosque de abetos, donde le gusta ar a un cazador mediodía, y es audible el crecimiento os árboles resinosos del Íster, ual, con todo, parece oceder y se me figura mo si viniera Oriente. ría mucho decir al respecto. Y, ¿por qué se ciñe o a las montañas? El otro, Rin, se ha ido su lado. Por algo fluyen ríos por la aridez. ¿De qué modo? Eso tiene que ser un signo, otra cosa, uno sencillo y preciso, inseparable, entrañe al sol y la luna, ga, día y noche también, y donde tan los celestiales el mutuo calor. eso también son los ríos legría del Altísimo. Pues ¿de qué otro modo cendió él? Y, como Herta la verde, criaturas del cielo. Pero este me parece masiado comedido, no libre, si objeto de burla. Porque ndo rompe el día u juventud, allá donde él mienza a crecer, otro es el que lleva galas, y semejante al potro umea en la valla, y resuena os aires la bulla, ndo está contento. o precisa barrenajes la roca rcos la tierra, a inhóspita, sin cesuras; o nadie sabe hace este río. EL ÁGUILA padre bajó del Gothard, de los ríos, esvían hacia Etruria, uyen derechamente allá de la nieve, a el Olimpo y Hemos, de el Atos proyecta su sombra, a las cuevas de Lemnos. o a lo primero eron los padres os bosques del Indus. ntepasado, por su parte, ó sobre el mar, etrante, y se maravillaba abeza dorada del rey secreto de las aguas, ndo las nubes exhalaban su vaho rojo re la nave y los animales miraban mudos, sando en el alimento, pero montes están quietos, nde vamos a quedarnos? zo. oca es buena para la pradera, eco, para el abrevadero. húmedo, en cambio, para la comida. no quiere vivir que sea en escaleras, onde se recuesta una casita, nte junto al agua. o que posees omar aliento. no lo ha elevado día, ncuentra de nuevo en el sueño. que donde están los ojos tapados ados los pies, ncontrarás. s donde reconoces, ZORNIGE SEHNSUCHT duld es nimmer! ewig und ewig so Knabenschritte, wie ein Gekerkerter kurzen, vorgemeßnen Schritte lich zu wandeln, ich duld es nimmer! Menschenlos – ists meines? ich trag es nicht, h reizt der Lorbeer, – Ruhe beglückt mich nicht, ahren zeugen Männerkräfte, den erheben die Brust des Jünglings. bin ich dir, was bin ich, mein Vaterland? siecher Säugling, welchen mit tränendem, hoffnungslosem Blick die Mutter en gedultigen Armen schaukelt. h tröstete das blinkende Kelchglas nie, h nie der Blick der lächelnden Tändlerin, ewig Trauern mich umwolken? g mich töten die zornge Sehnsucht? soll des Freundes traulicher Handschlag mir, mir des Frühlings freundlicher Morgengruß, mir der Eiche Schatten? was der henden Rebe, der Linde Düfte? m grauen Mana! nimmer genieß ich dein, Kelch der Freuden, blinkest du noch so schön, mir ein Männerwerk gelinget, ich ihn hasche, den ersten Lorbeer. Schwur ist groß. Er zeuget im Auge mir Trän, und wohl mir, wenn ihn Vollendung krönt, n jauchz auch ich, du Kreis der Frohen, n, o Natur, ist dein Lächeln Wonne. HYMNE AN DIE FREIHEIT nne säng’ ich an des Orkus Toren, die Schatten lehrt ich Trunkenheit, n ich sah, vor Tausenden erkoren, ner Göttin ganze Göttlichkeit; nach dumpfer Nacht im Purpurscheine Pilote seinen Ozean, die Seligen Elysens Haine, un ich dich, geliebtes Wunder! an. erbietig senkten ihre Flügel, s Raubs vergessen, Falk und Aar, getreu dem diamantnen Zügel ritt vor ihr ein trotzig Löwenpaar; endliche wilde Ströme standen, mein Herz, vor banger Wonne stumm; bst die kühnen Boreasse schwanden, die Erde ward zum Heiligtum. zum Lohne treuer Huldigungen die Königin die Rechte mir, von zauberischer Kraft durchdrungen chzte Sinn und Herz verschönert ihr; sie sprach, die Richterin der Kronen, g tönts in dieser Seele nach, g in der Schöpfung Regionen – t, o Geister, was die Mutter sprach! umelnd in des alten Chaos Wogen, h und wild, wie Evans Priesterin, der Jugend kühner Lust betrogen, nt ich mich der Freiheit Königin; h es winkte der Vernichtungsstunde elloser Elemente Streit; berief zu brüderlichem Bunde n Gesetz die Unermeßlichkeit. n Gesetz, es tötet zartes Leben, hnen Mut, und bunte Freude nicht, em ward der Liebe Recht gegeben, es übt der Liebe süße Pflicht; h und stolz im ungestörten Gange ndelt Riesenkraft die weite Bahn, her schmiegt in süßem Liebesdrange wächeres der großen Welt sich an. n ein Riese meinen Aar entmannen? t ein Gott die stolzen Donner auf? n Tyrannenspruch die Meere bannen? mmt Tyrannenspruch der Sterne Lauf? – ntweiht von selbsterwählten Götzen, erbrüchlich ihrem Bunde treu, u der Liebe seligen Gesetzen, t die Welt ihr heilig Leben frei. gerechter Herrlichkeit zufrieden mmt Orions helle Rüstung nie die brüderlichen Tyndariden, bst der Löwe grüßt in Liebe sie; h des Götterloses, zu erfreuen, helt Helios in süßer Ruh ges Leben, üppiges Gedeihen m geliebten Erdenrunde zu. ntweiht von selbsterwählten Götzen, erbrüchlich ihrem Bunde treu, u der Liebe seligen Gesetzen, t die Welt ihr heilig Leben frei; er, Einer nur ist abgefallen, gezeichnet mit der Hölle Schmach; k genug, die schönste Bahn zu wallen, echt der Mensch am trägen Joche nach. ! er war das göttlichste der Wesen, n ihm nicht, getreuere Natur! nderbar und herrlich zu genesen, gt er noch der Heldenstärke Spur; – o eile, neue Schöpfungsstunde, hle nieder, süße güldne Zeit! im schönern, unverletzten Bunde e dich die Unermeßlichkeit.« , o Brüder! wird die Stunde säumen? der! um der tausend Jammernden, der Enkel, die der Schande keimen, der königlichen Hoffnungen, der Güter, so die Seele füllen, der angestammten Göttermacht, der ach! um unsrer Liebe willen, nige der Endlichkeit, erwacht! – t der Zeiten! in der Schwüle fächeln lend deine Tröstungen uns an; e, rosige Gesichte lächeln so gern auf öder Dornenbahn; nn der Schatten väterlicher Ehre, nn der Freiheit letzter Rest zerfällt, nt mein Herz der Trennung bittre Zähre entflieht in seine schönre Welt. zum Raube sich die Zeit erkoren, rgen stehts in neuer Blüte da; Zerstörung wird der Lenz geboren, den Fluten stieg Urania; nn ihr Haupt die bleichen Sterne neigen, hlt Hyperion im Heldenlauf – dert, Knechte! freie Tage steigen helnd über euern Gräbern auf. ge war zu Minos ernsten Hallen nend die Gerechtigkeit entflohn – h! in mütterlichem Wohlgefallen t sie nun den treuen Erdensohn; der göttlichen Catone Manen umphieren in Elysium, llos wehn der Tugend stolze Fahnen, re lohnt des Ruhmes Heiligtum. der guten Götter Schoße regnet gem Stolze nimmermehr Gewinn, es heilige Gefilde segnet undlicher die braune Schnitterin, ter tönt am heißen Rebenhügel, iger des Winzers Jubelruf, ntheiligt von der Sorge Flügel ht und lächelt, was die Freude schuf. den Himmeln steigt die Liebe nieder, nnermut, und hoher Sinn gedeiht, du bringst die Göttertage wieder, d der Einfalt! süße Traulichkeit! ue gilt! und Freundesretter fallen, estätisch, wie die Zeder fällt, des Vaterlandes Rächer wallen Triumphe nach der bessern Welt. ge schon vom engen Haus umschlossen, lummre dann im Frieden mein Gebein! ich doch der Hoffnung Kelch genossen, h gelabt am holden Dämmerschein! und dort in wolkenloser Ferne kt auch mir der Freiheit heilig Ziel! t, mit euch, ihr königlichen Sterne, nge festlicher mein Saitenspiel! GRIECHENLAND Gotthold Stäudin t’ ich dich im Schatten der Platanen, durch Blumen der Cephissus rann, die Jünglinge sich Ruhm ersannen, die Herzen Sokrates gewann, Aspasia durch Myrten wallte, der brüderlichen Freude Ruf der lärmenden Agora schallte, mein Plato Paradiese schuf, den Frühling Festgesänge würzten, die Ströme der Begeisterung Minervens heilgem Berge stürzten – Beschützerin zur Huldigung – in tausend süßen Dichterstunden, ein Göttertraum, das Alter schwand, t’ ich da, Geliebter! dich gefunden, vor Jahren dieses Herz dich fand, ! wie anders hätt’ ich dich umschlungen! – athons Heroën sängst du mir, die schönste der Begeisterungen helte vom trunknen Auge dir, ne Brust verjüngten Siegsgefühle, nen Geist, vom Lorbeerzweig umspielt, ckte nicht des Lebens stumpfe Schwüle, so karg der Hauch der Freude kühlt. der Stern der Liebe dir verschwunden? der Jugend holdes Rosenlicht? ! umtanzt von Hellas goldnen Stunden, ltest du die Flucht der Jahre nicht, g, wie der Vesta Flamme, glühte und Liebe dort in jeder Brust, die Frucht der Hesperiden, blühte g dort der Jugend stolze Lust. ! es hätt’ in jenen bessern Tagen ht umsonst so brüderlich und groß das Volk dein liebend Herz geschlagen, m so gern der Freude Zähre floß! – re nun! sie kömmt gewiß, die Stunde, das Göttliche vom Kerker trennt – b! du suchst auf diesem Erdenrunde, er Geist! umsonst dein Element. ka, die Heldin, ist gefallen; die alten Göttersöhne ruhn, Ruin der schönen Marmorhallen ht der Kranich einsam trauernd nun; helnd kehrt der holde Frühling nieder, h er findet seine Brüder nie issus heilgem Tale wieder – er Schutt und Dornen schlummern sie. h verlangt ins ferne Land hinüber h Alcäus und Anakreon, ich schlief’ im engen Hause lieber, den Heiligen in Marathon; ! es sei die letzte meiner Tränen, dem lieben Griechenlande rann, t, o Parzen, laßt die Schere tönen, n mein Herz gehört den Toten an! AN HERKULES er Kindheit Schlaf begraben ich, wie das Erz im Schacht; k, mein Herkules! den Knaben t zum Manne du gemacht, f bin ich zum Königssitze mir brechen stark und groß n, wie Kronions Blitze, der Jugend Wolke los. der Adler seine Jungen, nn der Funk’ im Auge klimmt, die kühnen Wanderungen en frohen Aether nimmt, mmst du aus der Kinderwiege, der Mutter Tisch und Haus ie Flamme deiner Kriege, her Halbgott, mich hinaus. hntest du, dein Kämpferwagen le mir umsonst ins Ohr? e Last, die du getragen, die Seele mir empor, ar der Schüler mußte zahlen; merzlich brannten, stolzes Licht, im Busen deine Strahlen, r sie verzehrten nicht. nn für deines Schicksals Wogen he Götterkräfte dich, hner Schwimmer! auferzogen, erzog dem Siege mich? berief den Vaterlosen, in dunkler Halle saß, dem Göttlichen und Großen, er kühn an dir sich maß? ergriff und zog vom Schwarme Gespielen mich hervor? bewog des Bäumchens Arme h des Aethers Tag empor? undlich nahm des jungen Lebens nes Gärtners Hand sich an, r kraft des eignen Strebens ckt und wuchs ich himmelan. n Kronions! an die Seite ’ ich nun errötend dir, Olymp ist deine Beute; mm und teile sie mit mir! blich bin ich zwar geboren, noch hat Unsterblichkeit ne Seele sich geschworen, sie hält, was sie gebeut. AN DIE NATUR ich noch um deinen Schleier spielte, h an dir, wie eine Blüte, hing, h dein Herz in jedem Laute fühlte, mein zärtlichbebend Herz umfing, ich noch mit Glauben und mit Sehnen ch, wie du, vor deinem Bilde stand, e Stelle noch für meine Tränen, e Welt für meine Liebe fand, zur Sonne noch mein Herz sich wandte, vernähme seine Töne sie, die Sterne seine Brüder nannte den Frühling Gottes Melodie, im Hauche, der den Hain bewegte, h dein Geist, dein Geist der Freude sich es Herzens stiller Welle regte, umfingen goldne Tage mich. nn im Tale, wo der Quell mich kühlte, der jugendlichen Sträuche Grün die stillen Felsenwände spielte der Aether durch die Zweige schien, nn ich da, von Blüten übergossen, l und trunken ihren Othem trank zu mir, von Licht und Glanz umflossen, den Höh’n die goldne Wolke sank – nn ich fern auf nackter Heide wallte, aus dämmernder Geklüfte Schoß Titanensang der Ströme schallte die Nacht der Wolken mich umschloß, nn der Sturm mit seinen Wetterwogen vorüber durch die Berge fuhr des Himmels Flammen mich umflogen, erschienst du, Seele der Natur! verlor ich da mit trunknen Tränen bend, wie nach langer Irre sich en Ozean die Ströme sehnen, öne Welt! in deiner Fülle mich; ! da stürzt ich mit den Wesen allen udig aus der Einsamkeit der Zeit, ein Pilger in des Vaters Hallen, ie Arme der Unendlichkeit. – d gesegnet, goldne Kinderträume, verbargt des Lebens Armut mir, erzogt des Herzens gute Keime, ich nie erringe, schenktet ihr! Natur! an deiner Schönheit Lichte, e Müh’ und Zwang entfalteten h der Liebe königliche Früchte, die Ernten in Arkadien. ist nun, die mich erzog und stillte, ist nun die jugendliche Welt, se Brust, die einst ein Himmel füllte, und dürftig, wie ein Stoppelfeld; ! es singt der Frühling meinen Sorgen h, wie einst, ein freundlich tröstend Lied, r hin ist meines Lebens Morgen, nes Herzens Frühling ist verblüht. g muß die liebste Liebe darben, wir lieben, ist ein Schatten nur, der Jugend goldne Träume starben, rb für mich die freundliche Natur; erfuhrst du nicht in frohen Tagen, so ferne dir die Heimat liegt, mes Herz, du wirst sie nie erfragen, nn dir nicht ein Traum von ihr genügt. DER JÜNGLING AN DIE KLUGEN RATGEBER sollte ruhn? Ich soll die Liebe zwingen, feurigfroh nach hoher Schöne strebt? soll mein Schwanenlied am Grabe singen, ihr so gern lebendig uns begräbt? chonet mein! Allmächtig fortgezogen, ß immerhin des Lebens frische Flut Ungeduld im engen Bette wogen, sie im heimatlichen Meere ruht. Weins Gewächs verschmäht die kühlen Tale, periens beglückter Garten bringt goldnen Früchte nur im heißen Strahle, , wie ein Pfeil, ins Herz der Erde dringt. sänftiget ihr dann, wenn in den Ketten ehrnen Zeit die Seele mir entbrennt, nimmt ihr mir, den nur die Kämpfe retten, Weichlinge! mein glühend Element? Leben ist zum Tode nicht erkoren, m Schlafe nicht der Gott, der uns entflammt, m Joch ist nicht der Herrliche geboren, Genius, der aus dem Aether stammt; kommt herab; er taucht sich, wie zum Bade, es Jahrhunderts Strom und glücklich raubt eine Zeit den Schwimmer die Najade, h hebt er heitrer bald sein leuchtend Haupt. m laßt die Lust, das Große zu verderben, geht und sprecht von eurem Glücke nicht! nzt keinen Zedernbaum in eure Scherben! mmt keinen Geist in eure Söldnerspflicht! sucht es nicht, das Sonnenroß zu lähmen! t immerhin den Sternen ihre Bahn! mir, mir ratet nicht, mich zu bequemen, macht mich nicht den Knechten untertan. könnt ihr ja das Schöne nicht ertragen, ührt den Krieg mit offner Kraft und Tat! st ward der Schwärmer doch ans Kreuz geschlagen, t mordet ihn der sanfte kluge Rat; manchen habt ihr herrlich zubereitet s Reich der Not! wie oft auf euern Sand hoffnungsfrohen Steuermann verleitet kühner Fahrt ins warme Morgenland! sonst! mich hält die dürre Zeit vergebens, d mein Jahrhundert ist mir Züchtigung; sehne mich ins grüne Feld des Lebens d in den Himmel der Begeisterung; rabt sie nur, ihr Toten, eure Toten, preist das Menschenwerk und scheltet nur! h reift in mir, so wie mein Herz geboten, schöne, die lebendige Natur. DIOTIMA ge tot und tiefverschlossen, ßt mein Herz die schöne Welt; ne Zweige blühn und sprossen, von Lebenskraft geschwellt; ch kehre noch ins Leben, heraus in Luft und Licht ner Blumen selig Streben der dürren Hülse bricht. so anders ists geworden! es, was ich haßt und mied, mmt in freundlichen Akkorden in meines Lebens Lied, mit jedem Stundenschlage d’ ich wunderbar gemahnt der Kindheit goldne Tage, ich dieses Eine fand. tima! selig Wesen! rliche, durch die mein Geist, des Lebens Angst genesen, terjugend sich verheißt! er Himmel wird bestehen, rgründlich sich verwandt, sich, eh wir uns gesehen, er Innerstes gekannt. ich noch in Kinderträumen, dlich, wie der blaue Tag, er meines Gartens Bäumen der warmen Erde lag, in leiser Lust und Schöne nes Herzens Mai begann, selte, wie Zephirstöne, timas Geist mich an. ! und da, wie eine Sage, des Lebens Schöne schwand, ich vor des Himmels Tage bend, wie ein Blinder, stand, die Last der Zeit mich beugte, mein Leben, kalt und bleich, nend schon hinab sich neigte er Schatten stummes Reich; da kam vom Ideale, vom Himmel, Mut und Macht, erscheinst mit deinem Strahle, terbild! in meiner Nacht; h zu finden, warf ich wieder, f ich den entschlafnen Kahn dem toten Porte nieder en blauen Ozean. – ! ich habe dich gefunden, öner, als ich ahndend sah er Liebe Feierstunden, he! Gute! bist du da; er armen Phantasien! ses Eine bildest nur in ew’gen Harmonien hvollendete Natur! die Seligen dort oben, hinauf die Freude flieht, des Daseins überhoben, ndellose Schöne blüht, melodisch bei des alten os Zwist Urania, ht sie, göttlich rein erhalten, Ruin der Zeiten da. er tausend Huldigungen mein Geist, beschämt, besiegt, zu fassen schon gerungen, sein Kühnstes überfliegt. nenglut und Frühlingsmilde, it und Frieden wechselt hier dem schönen Engelsbilde es Busens Tiefe mir. der heilgen Herzenstränen ’ ich schon vor ihr geweint, ’ in allen Lebenstönen der Holden mich vereint, ’, ins tiefste Herz getroffen, um Schonung sie gefleht, nn so klar und heilig offen ihr eigner Himmel steht; e, wenn in reicher Stille, nn in einem Blick und Laut ne Ruhe, seine Fülle ihr Genius vertraut, nn der Gott, der mich begeistert, an ihrer Stirne tagt, Bewundrung übermeistert, nend ihr mein Nichts geklagt; n umfängt ihr himmlisch Wesen im Kinderspiele mich, in ihrem Zauber lösen udig meine Bande sich; ist dann mein dürftig Streben, des Kampfes letzte Spur, ins volle Götterleben t die sterbliche Natur. wo keine Macht auf Erden, nes Gottes Wink uns trennt, wir Eins und Alles werden, ist nur mein Element; wir Not und Zeit vergessen, den kärglichen Gewinn mmer mit der Spanne messen, da sag’ ich, daß ich bin. der Stern der Tyndariden, in leichter Majestät ne Bahn, wie wir, zufrieden t in dunkler Höhe geht, in heitre Meereswogen, die schöne Ruhe winkt, des Himmels steilem Bogen r und groß hinuntersinkt; egeisterung! so finden in dir ein selig Grab, in deine Woge schwinden, l frohlockend, wir hinab, der Hore Ruf wir hören, mit neuem Stolz erwacht, die Sterne, wiederkehren es Lebens kurze Nacht. AN DEN FRÜHLING ngen sah ich verblühn, und die Kraft der Arme veralten mein Herz! noch alterst du nicht; wie Luna den Liebling kte des Himmels Kind, die Freude, vom Schlafe dich wieder; n Sie erwacht mit mir zu neuer, glühender Jugend, ne Schwester, die süße Natur, und meine geliebten e lächeln mich an, und meine geliebteren Haine, erfreulichen Vogelgesangs, und scherzender Lüfte, chzen in wilder Lust der freundlichen Gruß mir entgegen. du Herzen verjüngst, und Fluren, heiliger Frühling, l dir! Erstgeborner der Zeit! erquickender Frühling, geborner im Schoße der Zeit! Gewaltiger! l dir, Heil! die Fessel zerriß; und tönt dir Feiergesinge, die Gestad’ erbeben, der Strom, wir Jünglinge taumeln, chzen hinaus, wo der Strom dich preist, wir enthüllen, du Holder, nem Liebeshauche die glühende Brust, und stürzen hinunter en Strom, und jauchzen mit ihm, und nennen dich Bruder. der! wie tanzt so schön, mit tausendfältiger Freude, ! und tausendfältiger Lieb im lächelnden Aether ne Erde dahin, seit aus Elysiums Talen mit dem Zauberstab ihr nahtest, himmlischer Jüngling! n wir nicht, wie sie freundlicher nun den stolzen Geliebten ßt’, den heiligen Tag, wenn er kühn vom Siege der Schatten r die Berge flammt! wie sie sanfterrötend im Schleier erner Düfte verhüllt, in süßen Erwartungen aufblickt, sie glühet von ihm, und ihre friedlichen Kinder e, Blumen und Hain’ und Saaten und sprossende Reben. lummre, schlummre nun, mit deinen friedlichen Kindern, ter Erde! denn Helios hat die glühenden Rosse gst zur Ruhe gelenkt, und die freundlichen Helden des Himmels, seus dort, und Herkules dort, sie wallen in stiller be vorbei, und leise durchstreift der flüsternde Nachthauch ne fröhliche Saat, und die fernher tönenden Bäche peln Schlummergesänge darein. DIE EICHBÄUME den Gärten komm’ ich zu euch, ihr Söhne des Berges! den Gärten, da lebt die Natur geduldig und häuslich, gend und wieder gepflegt mit dem fleißigen Menschen zusammen. r ihr, ihr Herrlichen! steht, wie ein Volk von Titanen er zahmeren Welt und gehört nur euch und dem Himmel, euch nährt’ und erzog, und der Erde, die euch geboren. ner von euch ist noch in die Schule der Menschen gegangen, ihr drängt euch fröhlich und frei, aus der kräftigen Wurzel, er einander herauf und ergreift, wie der Adler die Beute, gewaltigem Arme den Raum, und gegen die Wolken uch heiter und groß die sonnige Krone gerichtet. e Welt ist jeder von euch, wie die Sterne des Himmels t ihr, jeder ein Gott, in freiem Bunde zusammen. nnt’ ich die Knechtschaft nur erdulden, ich neidete nimmer sen Wald und schmiegte mich gern ans gesellige Leben. selte nur nicht mehr ans gesellige Leben das Herz mich, von Liebe nicht läßt, wie gern würd ich zum Eichbaum! AN DEN ÄTHER u und freundlich, wie du, erzog der Götter und Menschen ner, o Vater Aether! mich auf; noch ehe die Mutter ie Arme mich nahm und ihre Brüste mich tränkten, test du zärtlich mich an und gossest himmlischen Trank mir, den heiligen Othem zuerst in den keimenden Busen. ht von irdischer Kost gedeihen einzig die Wesen, r du nährst sie all’ mit deinem Nektar, o Vater! es drängt sich und rinnt aus deiner ewigen Fülle beseelende Luft durch alle Röhren des Lebens. um lieben die Wesen dich auch und ringen und streben ufhörlich hinauf nach dir in freudigem Wachstum. mmlischer! sucht nicht dich mit ihren Augen die Pflanze, ckt nach dir die schüchternen Arme der niedrige Strauch nicht? er dich finde, zerbricht der gefangene Same die Hülse, er belebt von dir in deiner Welle sich bade, üttelt der Wald den Schnee wie ein überlästig Gewand ab. h die Fische kommen herauf und hüpfen verlangend r die glänzende Fläche des Stroms, als begehrten auch diese der Wiege zu dir; auch den edeln Tieren der Erde d zum Fluge der Schritt, wenn oft das gewaltige Sehnen, geheime Liebe zu dir, sie ergreift, sie hinaufzieht. z verachtet den Boden das Roß, wie gebogener Stahl strebt ie Höhe sein Hals, mit der Hufe berührt es den Sand kaum. zum Scherze, berührt der Fuß der Hirsche den Grashalm, pft, wie ein Zephyr, über den Bach, der reißend hinabschäumt, und wieder und schweift kaum sichtbar durch die Gebüsche. r des Aethers Lieblinge, sie, die glücklichen Vögel, hnen und spielen vergnügt in der ewigen Halle des Vaters! ms genug ist für alle. Der Pfad ist keinem bezeichnet, es regen sich frei im Hause die Großen und Kleinen. r dem Haupte frohlocken sie mir und es sehnt sich auch mein Herz nderbar zu ihnen hinauf; wie die freundliche Heimat kt es von oben herab und auf die Gipfel der Alpen cht’ ich wandern und rufen von da dem eilenden Adler, er, wie einst in die Arme des Zeus den seligen Knaben, der Gefangenschaft in des Aethers Halle mich trage. icht treiben wir uns umher; wie die irrende Rebe, nn ihr der Stab gebricht, woran zum Himmel sie aufwächst, iten wir über dem Boden uns aus und suchen und wandern ch die Zonen der Erd’, o Vater Aether! vergebens, n es treibt uns die Lust, in deinen Gärten zu wohnen. ie Meersflut werfen wir uns, in den freieren Ebnen zu sättigen, und es umspielt die unendliche Woge ern Kiel, es freut sich das Herz an den Kräften des Meergotts. noch genügt ihm nicht; denn der tiefere Ozean reizt uns, die leichtere Welle sich regt – o wer dort an jene dnen Küsten das wandernde Schiff zu treiben vermöchte! r indes ich hinauf in die dämmernde Ferne mich sehne, du fremde Gestad’ umfängst mit der bläulichen Woge, mmst du säuselnd herab von des Fruchtbaums blühenden Wipfeln, er Aether! und sänftigest selbst das strebende Herz mir, ich lebe nun gern, wie zuvor, mit den Blumen der Erde. DER WANDERER sam stand ich und sah in die afrikanischen dürren en hinaus; vom Olymp regnete Feuer herab. nhin schlich das hagre Gebirg, wie ein wandelnd Gerippe, hl und einsam und kahl blickt’ aus der Höhe sein Haupt. ! hier sprang, wie ein sprudelnder Quell, der schattende Wald nicht ie tönende Luft üppig und herrlich empor, r frohlockten die Jünglinge nicht, die stürzenden Bäche jungfräuliche Tal hoffend und liebend herab. undlich blickte kein Dach aus der Blüte geselliger Bäume, wie aus lieblichem Silbergewölke der Mond. ner Herde verging am plätschernden Brunnen der Mittag, dem Hirten entlief nirgend das lustige Ross. er dem Strauche saß ein ernster Vogel gesanglos, stig und eilend flohn wandernde Störche vorbei. ht um Wasser rief ich dich an, Natur! in der Wüste, ser bewahrte mir treulich das fromme Kamel. der Haine Gesang, um Gestalten und Farben des Lebens ich, vom heiligen Vaterlandsboden verwöhnt. önheit wollt’ich; es gab die Natur mir Scherze zur Antwort, önheit —aber sie gab fast ein Entsetzen dafür. h den Eispol hab’ ich besucht; da türmten, chaotisch, ereinander gewälzt, schröcklich die Gletscher sich auf. in der Hülse von Schnee schlief hier das gefesselte Leben, der eiserne Schlaf harrte des Tages umsonst. ! nicht schlang um die Erde den wärmenden Arm der Olymp hier, Pygmalions Arm um die Geliebte sich schlang. r bewegt’ er ihr nicht mit dem Sonnenblicke den Busen, in Regen und Tau sprach er nicht freundlich zu ihr. ter Erde! rief ich, du bist zur Witwe geworden, ftig und kinderlos lebst du in langsamer Zeit. hts zu erzeugen und nichts zu pflegen in sorgender Liebe, ernd im Kinde sich nicht wiederzusehen, ist der Tod. r vielleicht erwarmst du dereinst am Strahle des Himmels, dem dürftigen Schlaf schmeichelt sein Othem dich auf; , wie ein Samenkorn, durchbrichst du die eherne Hülse, die knospende Welt windet sich schüchtern heraus. ne gesparte Kraft flammt auf in üppigem Frühling, en glühen und Wein sprudelt im kärglichen Nord. r die Erde schwieg zur Freude, so ich verheissen, vergebens gesagt war das belebende Wort. um kehr’ ich zurück an den Rhein, in die glückliche Heimat es wehen, wie einst, zärtliche Lüfte mich an. das strebende Herz besänftigen mir die vertrauten dlichen Bäume, die einst mich in den Armen gewiegt, das heilige Grün, der Zeuge des ewigen, schönen ens der Welt, es erfrischt, wandelt zum Jüngling mich um. bin ich geworden indes, mich bleichte der Eispol, im Feuer des Süds fielen die Locken mir aus. h, wie Aurora den Tithon, umfängst du in lächelnder Blüte m und fröhlich, wie einst, Vaterlandserde, den Sohn. ges Land! kein Hügel in dir wächst ohne den Weinstock, der ins schwellende Gras regnet im Herbste das Obst. hlich baden im Strome den Fuß die glühenden Berge, nze von Zweigen und Moos kühlen ihr sonniges Haupt. , wie die Kinder hinauf zur Schulter des herrlichen Ahnherrn, gen am dunkeln Gebirg Festen und Hütten hinauf. edsam geht aus dem Walde der Hirsch ans freundliche Tagslicht; h in heiterer Luft siehet der Falke sich um. r unten im Tal, wo die Blume sich nährt von der Quelle, ckt das Dörfchen vergnügt über die Wiese sich aus. l ists hier: kaum rauschet von fern die geschäftige Mühle, vom Berge herab knarrt das gefesselte Rad. blich tönt die gehämmerte Sens und die Stimme des Landmanns, am Pfluge dem Stier lenkend die Schritte gebeut, blich der Mutter Gesang, die im Grase sitzt mit dem Söhnlein, die Sonne des Mais schmeichelt in lächelnden Schlaf. r drüben am See, wo die Ulme das alternde Hoftor rgrünt und den Zaun wilder Holunder umblüht, empfängt mich das Haus und des Gartens heimliches Dunkel, mit den Pflanzen mich einst liebend mein Vater erzog, ich froh, wie das Eichhorn, spielt auf den lispelnden Ästen, r ins duftende Heu träumend die Stirne verbarg. matliche Natur! wie bist du treu mir geblieben! lichpflegend, wie einst, nimmst du den Flüchtling noch auf. h gedeihn die Pfirsiche mir, noch wachsen gefällig ans Fenster, wie sonst, köstliche Trauben herauf. kend röten sich noch die süßen Früchte des Kirschbaums, der pflückenden Hand reichen die Zweige sich selbst. meichelnd zieht mich, wie sonst, in des Walds unendliche Laube dem Garten der Pfad, oder hinab an den Bach, ich einst im kühlen Gebüsch, in der Stille des Mittags Otahitis Gestad oder von Tinian las. die Pfade rötest du mir, es wärmt mich und spielt mir das Auge, wie sonst, Vaterlandssonne! dein Licht; er trink ich und Geist aus deinem freudigen Kelche, läfrig lässest du nicht werden mein alterndes Haupt. die einst mir die Brust erwachte vom Schlaf der Kindheit mit sanfter Gewalt höher und weiter mich trieb, dere Sonne! zu dir kehr ich getreuer und weiser, dlich zu werden und froh unter den Blumen zu ruhn. DER GUTE GLAUBE önes Leben! du liegst krank, und das Herz ist mir d vom Weinen und schon dämmert die Furcht in mir, h, doch kann ich nicht glauben, du sterbest, solang du liebst. IHRE GENESUNG ne Freundin, Natur! leidet und schläft und du, belebende, säumst? ach! und ihr heilt sie nicht, cht’ge Lüfte des Aethers, ht ihr Quellen des Sonnenlichts? e Blumen der Erd’, alle die fröhlichen, önen Früchte des Hains, heitern sie alle nicht ses Leben, ihr Götter! ihr selber in Lieb’ erzogt? ! schon atmet und tönt heilige Lebenslust m reizenden Wort wieder wie sonst und schon nzt das Auge des Lieblings undlichoffen, Natur! dich an. EHMALS UND JETZT üngern Tagen war ich des Morgens froh, Abends weint ich; jetzt, da ich älter bin, inn ich zweifelnd meinen Tag, doch lig und heiter ist mir sein Ende. DIE KÜRZE um bist du so kurz? liebst du, wie vormals, denn nicht mehr den Gesang? fandst du, als Jüngling, doch, en Tagen der Hoffnung, nn du sangest, das Ende nie! mein Glück, ist mein Lied. —Willst du im Abendrot h dich baden? hinweg ists! und die Erd ist kalt, der Vogel der Nacht schwirrt equem vor das Auge dir. DAS UNVERZEIHLICHE nn ihr Freunde vergeßt, wenn ihr den Künstler höhnt, den tieferen Geist klein und gemein versteht, t vergibt es, doch stört nur den Frieden der Liebenden. ABBITTE lig Wesen! gestört hab ich die goldene terruhe dir oft, und der geheimeren, ern Schmerzen des Lebens t du manche gelernt von mir. ergiß es, vergib! gleich dem Gewölke dort dem friedlichen Mond, geh ich dahin, und du st und glänzest in deiner öne wieder, du süßes Licht! LEBENSLAUF ßers wolltest auch du, aber die Liebe zwingt uns nieder, das Leid beuget gewaltiger, h es kehret umsonst nicht er Bogen, woher er kommt. wärts oder hinab! herrschet in heilger Nacht, die stumme Natur werdende Tage sinnt, rscht im schiefesten Orkus ht ein Grades, ein Recht noch auch? s erfuhr ich. Denn nie, sterblichen Meistern gleich, t ihr Himmlischen, ihr Alleserhaltenden, ich wüßte, mit Vorsicht h des ebenen Pfads geführt. es prüfe der Mensch, sagen die Himmlischen, er, kräftig genährt, danken für Alles lern’, verstehe die Freiheit, zubrechen, wohin er will. DIE MUSSE glos schlummert die Brust und es ruhn die strengen Gedanken. die Wiese geh’ ich hinaus, wo das Gras aus der Wurzel ch, wie die Quelle, mir keimt, wo die liebliche Lippe der Blume sich öffnet und stumm mit süßem Othem mich anhaucht, an tausend Zweigen des Hains, wie an brennenden Kerzen das Flämmchen des Lebens glänzt, die rötliche Blüte, im sonnigen Quell die zufriednen Fische sich regen, die Schwalbe das Nest mit den törigen Jungen umflattert, die Schmetterlinge sich freun und die Bienen, da wandl’ ich ten in ihrer Lust; ich steh im friedlichen Felde ein liebender Ulmbaum da, und wie Reben und Trauben lingen sich rund um mich die süßen Spiele des Lebens. r schau ich hinauf zum Berge, der mit Gewölken h die Scheitel umkränzt und die düstern Locken im Winde üttelt, und wenn er mich trägt auf seiner kräftigen Schulter, nn die leichtere Luft mir alle Sinne bezaubert das unendliche Tal, wie eine farbige Wolke, er mir liegt, da werd’ ich zum Adler, und ledig des Bodens chselt mein Leben im All der Natur wie Nomaden den Wohnort. nun führt mich der Pfad zurück ins Leben der Menschen, nher dämmert die Stadt, wie eine eherne Rüstung en die Macht des Gewittergotts und der Menschen geschmiedet, estätisch herauf, und ringsum ruhen die Dörfchen; die Dächer umhüllt, vom Abendlichte gerötet, undlich der häusliche Rauch; es ruhn die sorglich mzäunten ten, es schlummert der Pflug auf den gesonderten Feldern. r ins Mondlicht steigen herauf die zerbrochenen Säulen die Tempeltore, die einst der Furchtbare traf, der geheime st der Unruh, der in der Brust der Erd’ und der Menschen net und gärt, der Unbezwungne, der alte Erobrer, die Städte, wie Lämmer, zerreißt, der einst den Olympus mte, der in den Bergen sich regt, und Flammen herauswirft, die Wälder entwurzelt und durch den Ozean hinfahrt die Schiffe zerschlägt und doch in der ewigen Ordnung mals irre dich macht, auf der Tafel deiner Gesetze ne Silbe verwischt, der auch dein Sohn, o Natur, ist, dem Geiste der Ruh’ aus Einem Schoße geboren. ’ ich zu Hause dann, wo die Bäume das Fenster umsäuseln die Luft mit dem Lichte mir spielt, von menschlichem Leben erzählendes Blatt zu gutem Ende gelesen: en! Leben der Welt! du liegst wie ein heiliger Wald da, ech ich dann, und es nehme die Axt, wer will, dich zu ebnen, cklich wohn’ ich in dir. DIE VÖLKER SCHWIEGEN, SCHLUMMERTEN Völker schwiegen, schlummerten, da sahe Schicksal, daß sie nicht entschliefen, und es kam unerbittliche, der furchtbare n der Natur, der alte Geist der Unruh. regte sich, wie Feuer, das im Herzen Erde gärt, das wie den reifen Obstbaum alten Städte schüttelt, das die Berge reißt, und die Eichen hinabschlingt und die Felsen. Heere tobten, wie die kochende See. wie ein Meergott, herrscht’ und waltete nch großer Geist im kochenden Getümmel. nch feurig Blut zerrann im Todesfeld jeder Wunsch und jede Menschenkraft obt auf Einer da, auf ungeheurer Walstatt, von dem blauen Rheine bis zur Tyber unaufhaltsame, die jahrelange Schlacht wilder Ordnung sich umherbewegte. pielt’ ein kühnes Spiel in dieser Zeit allen Sterblichen das mächtge Schicksal. blinken goldne Früchte wieder dir, heitre holde Sterne, durch die kühle Nacht Pomeranzenwälder in Italien. ACHILLEUS rlicher Göttersohn! da du die Geliebte verloren, gst du ans Meergestad, weintest hinaus in die Flut, heklagend hinab verlangt’ in den heiligen Abgrund, ie Stille dein Herz, wo, von der Schiffe Gelärm n, tief unter den Wogen, in friedlicher Grotte die blaue tis wohnte, die dich schützte, die Göttin des Meers. ter war dem Jünglinge sie, die mächtige Göttin, te den Knaben einst liebend, am Felsengestad ner Insel, gesäugt, mit dem kräftigen Liede der Welle im stärkenden Bad ihn zum Heroen genährt. die Mutter vernahm die Weheklage des Jünglings, g vom Grunde der See, trauernd, wie Wölkchen, herauf, lte mit zärtlichem Umfangen die Schmerzen des Lieblings, er hörte, wie sie schmeichelnd zu helfen versprach. tersohn! o wär ich, wie du, so könnt’ ich vertraulich em der Himmlischen klagen mein heimliches Leid. en soll ich es nicht, soll tragen die Schmach, als gehört ich mmer zu ihr, die doch meiner mit Tränen gedenkt. e Götter! doch hört ihr jegliches Flehen des Menschen, ! und innig und fromm liebt’ ich dich heiliges Licht, ich lebe, dich Erd’ und deine Quellen und Wälder, er Aether, und dich fühlte zu sehnend und rein ses Herz – o sänftiget mir, ihr Guten, mein Leiden, die Seele mir nicht allzu frühe verstummt, ich lebe und euch, ihr hohen himmlischen Mächte, h am fliehenden Tag danke mit frommem Gesang, ke für voriges Gut, für Freuden vergangener Jugend, dann nehmet zu euch gütig den Einsamen auf. DA ICH EIN KNABE WAR… ich ein Knabe war, et’ ein Gott mich oft m Geschrei und der Rute der Menschen, spielt ich sicher und gut den Blumen des Hains, die Lüftchen des Himmels elten mit mir. wie du das Herz Pflanzen erfreust, nn sie entgegen dir zarten Arme strecken, hast du mein Herz erfreut, er Helios! und, wie Endymion, ich dein Liebling, lige Luna! ll ihr treuen undlichen Götter! ihr wüßtet, euch meine Seele geliebt! ar damals rief ich noch nicht h mit Namen, auch ihr ntet mich nie, wie die Menschen sich nennen, kennten sie sich. h kannt’ ich euch besser, ich je die Menschen gekannt, verstand die Stille des Aethers, Menschen Worte verstand ich nie. h erzog der Wohllaut säuselnden Hains lieben lernt’ ich er den Blumen. Arme der Götter wuchs ich groß. AN DIE PARZEN Einen Sommer gönnt, ihr Gewaltigen! einen Herbst zu reifem Gesange mir, williger mein Herz, vom süßen ele gesättiget, dann mir sterbe. Seele, der im Leben ihr göttlich Recht ht ward, sie ruht auch drunten im Orkus nicht; h ist mir einst das Heilge, das am zen mir liegt, das Gedicht, gelungen, lkommen dann, o Stille der Schattenwelt! ieden bin ich, wenn auch mein Saitenspiel h nicht hinab geleitet; Einmal t ich, wie Götter, und mehr bedarfs nicht. HYPERIONS SCHICKSALSLIED wandelt droben im Licht weichem Boden, selige Genien! nzende Götterlüfte ren euch leicht, die Finger der Künstlerin lige Saiten. icksallos, wie der schlafende gling, atmen die Himmlischen; sch bewahrt escheidener Knospe, het ewig n der Geist, die seligen Augen cken in stiller ger Klarheit. h uns ist gegeben, keiner Stätte zu ruhn, chwinden, es fallen leidenden Menschen ndlings von einer nde zur andern, Wasser Voll Klippe Klippe geworfen, lang ins Ungewisse hinab. AN DIE JUNGEN DICHTER ben Brüder! es reift unsere Kunst vielleicht, dem Jünglinge gleich, lange sie schon gegärt, d zur Stille der Schönheit; d nur fromm, wie der Grieche war! bt die Götter und denkt freundlich der Sterblichen! t den Rausch, wie den Frost! lehrt, und beschreibet nicht! nn der Meister euch ängstigt, gt die große Natur um Rat. AN UNSRE GROSSEN DICHTER Ganges Ufer hörten des Freudengotts umph, als allerobernd vom Indus her junge Bacchus kam, mit heilgem ne vom Schlafe die Völker weckend. weckt, ihr Dichter! weckt sie vom Schlummer auch, jetzt noch schlafen, gebt die Gesetze, gebt Leben, siegt, Heroen! ihr nur t der Eroberung Recht, wie Bacchus. DIE SCHEINHEILIGEN DICHTER kalten Heuchler, sprecht von den Göttern nicht! habt Verstand! ihr glaubt nicht an Helios, h an den Donnerer und Meergott; ist die Erde, wer mag ihr danken? – rost ihr Götter! zieret ihr doch das Lied, nn schon aus euren Namen die Seele schwand, ist ein großes Wort vonnöten, ter Natur! so gedenkt man deiner. DER ZEITGEIST ang schon waltest über dem Haupte mir, in der dunkeln Wolke, du Gott der Zeit! wild, zu bang ist’s ringsum, und es mmert und wankt ja, wohin ich blicke. ! wie ein Knabe, seh’ ich zu Boden oft, h’ in der Höhle Rettung von dir, und möcht’, Blöder, eine Stelle finden, eserschütt’rer! wo du nicht wärest. endlich, Vater! offenen Aug’s mich dir egnen! hast denn du nicht zuerst den Geist deinem Strahl aus mir geweckt? mich rlich ans Leben gebracht, o Vater! – hl keimt aus jungen Reben uns heil’ge Kraft; milder Luft begegnet den Sterblichen, wenn sie still im Haine wandeln, ternd ein Gott; doch allmächt’ger weckst du reine Seele Jünglingen auf, und lehrst Alten weise Künste; der Schlimme nur d schlimmer, daß er bälder ende, nn du, Erschütterer! ihn ergreifest. DER MENSCH m sproßten aus den Wassern, o Erde, dir jungen Berge Gipfel und dufteten tatmend, immergrüner Haine , in des Ozeans grauer Wildnis ersten holden Inseln; und freudig sah Sonnengottes Auge die Neulinge, Pflanzen, seiner ewgen Jugend helnde Kinder, aus dir geboren. auf der Inseln schönster, wo immerhin Hain in zarter Ruhe die Luft umfloß, unter Trauben einst, nach lauer ht, in der dämmernden Morgenstunde oren, Mutter Erde! dein schönstes Kind; – auf zum Vater Helios sieht bekannt Knab’, und wacht und wählt, die süßen re versuchend, die heil’ge Rebe Amme sich; und bald ist er groß; ihn scheun Tiere, denn ein anderer ist, wie sie, Mensch; nicht dir und nicht dem Vater icht er, denn kühn ist in ihm und einzig Vaters hohe Seele mit deiner Lust, rd’! und deiner Trauer von je vereint; Göttermutter, der Natur, der esumfassenden möcht er gleichen! ! darum treibt ihn, Erde! vom Herzen dir n Übermut, und deine Geschenke sind sonst und deine zarten Bande; ht er ein Besseres doch, der Wilde! seines Ufers duftender Wiese muß blütenlose Wasser hinaus der Mensch; glänzt auch, wie die Sternenacht, von denen Früchten sein Hain, doch gräbt er h Höhlen in den Bergen und späht im Schacht, seines Vaters heiterem Lichte fern, m Sonnengott auch ungetreu, der chte nicht liebt und der Sorge spottet. n freier atmen Vögel des Walds, wenn schon Menschen Brust sich herrlicher hebt, und der dunkle Zukunft sieht, er muß auch en den Tod und allein ihn fürchten. Waffen wider alle, die atmen, trägt wigbangem Stolze der Mensch; im Zwist zehrt er sich und seines Friedens me, die zärtliche, blüht nicht lange. r von allen Lebensgenossen nicht seligste? Doch tiefer und reißender reift das Schicksal, allausgleichend, h die entzündbare Brust dem Starken. DER TOD FÜRS VATERLAND kömmst, o Schlacht! schon wogen die Jünglinge ab von ihren Hügeln, hinab ins Tal, keck herauf die Würger dringen, her der Kunst und des Arms, doch sichrer mmt über sie die Seele der Jünglinge, n die Gerechten schlagen, wie Zauberer, ihre Vaterlandsgesänge men die Kniee den Ehrelosen. immt mich, nimmt mich mit in die Reihen auf, mit ich einst nicht sterbe gemeinen Tods! sonst zu sterben, lieb’ ich nicht, doch b ich, zu fallen am Opferhügel s Vaterland, zu bluten des Herzens Blut s Vaterland – und bald ist’s geschehn! Zu euch, Teuern! komm ich, die mich leben rten und sterben, zu euch hinunter oft im Lichte dürstet’ ich euch zu sehn, Helden und ihr Dichter aus alter Zeit! grüßt ihr freundlich den geringen mdling und brüderlich ists hier unten; Siegesboten kommen herab: Die Schlacht unser! Lebe droben, o Vaterland, zähle nicht die Toten! Dir ist, bes! nicht Einer zu viel gefallen. BUONAPARTE lige Gefäße sind die Dichter, in des Lebens Wein, der Geist Helden, sich aufbewahrt, r der Geist dieses Jünglings, schnelle, müßt er es nicht zersprengen, es ihn fassen wollte, das Gefäß? Dichter laß ihn unberührt wie den Geist der Natur, solchem Stoffe wird zum Knaben der Meister. kann im Gedichte nicht leben und bleiben, ebt und bleibt in der Welt. EMPEDOKLES Leben suchst du, suchst, und es quillt und glänzt göttlich Feuer tief aus der Erde dir, du in schauderndem Verlangen fst dich hinab, in des Aetna Flammen. schmelzt’ im Weine Perlen der Übermut Königin; und mochte sie doch! hättst du deinen Reichtum nicht, o Dichter, in den gärenden Kelch geopfert! h heilig bist du mir, wie der Erde Macht, dich hinwegnahm, kühner Getöteter! folgen möcht’ ich in die Tiefe, lte die Liebe mich nicht, dem Helden. MENSCHENBEIFALL nicht heilig mein Herz, schöneren Lebens voll, ich liebe? warum achtetet ihr mich mehr, ich stolzer und wilder, tereicher und leerer war? ! der Menge gefällt, was auf den Marktplatz taugt, d es ehret der Knecht nur den Gewaltsamen; das Göttliche glauben allein, die es selber sind. DIE LAUNISCHEN ’ ich ferne nur her, wenn ich für mich geklagt, enspiel und Gesang, schweigt mir das Herz doch gleich; d auch bin ich verwandelt, nkst du, purpurner Wein! mich an er Schatten des Walds, wo die gewaltige tagssonne mir sanft über dem Laube glänzt; ig sitz ich daselbst, wenn nend schwerer Beleidigung im Felde geirrt – Zürnen zu gerne doch ne Dichter, Natur! trauern und weinen leicht, Beglückten; wie Kinder, zu zärtlich die Mutter hält, d sie mürrisch und voll herrischen Eigensinns; ndeln still sie des Wegs, irret Geringes doch d sie wieder; sie reißen dem Gleise sich sträubend dir. h du rührest sie kaum, Liebende! freundlich an, d sie friedlich und fromm; fröhlich gehorchen sie; lenkst, Meisterin! sie mit chem Zügel, wohin du willst. ABSCHIED nn ich sterbe mit Schmach, wenn an den Frechen nicht ne Seele sich rächt, wenn ich hinunter bin, des Genius Feinden rwunden, ins feige Grab, n vergiß mich, o dann rette vom Untergang nen Namen auch du, gütiges Herz! nicht mehr, n erröte, die du mir d gewesen, doch eher nicht! r weiß ich es nicht? Wehe! du liebender utzgeist! ferne von dir spielen zerreißend bald den Saiten des Herzens e Geister des Todes mir. o bleiche dich denn, Locke der mutigen end! heute noch, du, lieber als morgen mir, hier, wo am einsamen eidewege der Schmerz mich, h der Tötende niederwirft. GÖTTER WANDELTEN EINST… ter wandelten einst bei Menschen, die herrlichen Musen der Jüngling, Apoll, heilend, begeisternd wie du. du bist mir, wie sie, als hätte der Seligen Einer h ins Leben gesandt, geh ich, es wandelt das Bild ner Heldin mit mir, wo ich duld und bilde, mit Liebe in den Tod, denn dies lernt ich und hab ich von ihr. uns leben, o du, mit der ich leide, mit der ich g und glaubig und treu ringe nach schönerer Zeit. d doch wirs! und wüßten sie noch in kommenden Jahren uns beiden, wenn einst wieder der Genius gilt, achen sie: es schufen sich einst die Einsamen liebend von Göttern gekannt ihre geheimere Welt. n die Sterbliches nur besorgt, es empfangt sie die Erde, r näher zum Licht wandern, zum Aether hinauf die inniger Liebe treu, und göttlichem Geiste fend und duldend und still über das Schicksal gesiegt. HÖRT ICH DIE WARNENDEN ITZT… t ich die Warnenden itzt, sie lächelten meiner und dächten, her anheim uns fiel, weil er uns scheute, der Tor. sie achtetens keinen Gewinn, … gt, o singet mir nur, unglückweissagend, ihr Furchtbarn, icksalsgötter, das Lied immer und immer ums Ohr. r bin ich zuletzt, ich weiß es, doch will zuvor ich gehören und mir Leben erbeuten und Ruhm. DEM SONNENGOTT bist du? trunken dämmert die Seele mir aller deiner Wonne; denn eben ists, ich gesehn, wie, müde seiner rt, der entzückende Götterjüngling jungen Locken badet’ im Goldgewölk; d jetzt noch blickt mein Auge von selbst nach ihm; h fern ist er zu frommen Völkern, ihn noch ehren, hinweggegangen. h lieb’ ich, Erde! trauerst du doch mit mir! unsre Trauer wandelt, wie Kinderschmerz, chlummer sich, und wie die Winde tern und flüstern im Saitenspiele, ihm des Meisters Finger den schönern Ton ockt, so spielen Nebel und Träum’ um uns, der Geliebte wiederkömmt und en und Geist sich in uns entzündet. SONNENUNTERGANG bist du? trunken dämmert die Seele mir aller deiner Wonne; denn eben ist’s, ich gelauscht, wie, goldner Töne , der entzückende Sonnenjüngling n Abendlied auf himmlischer Leier spielt’; önten rings die Wälder und Hügel nach. h fern ist er zu frommen Völkern, ihn noch ehren, hinweggegangen. DES MORGENS m Taue glänzt der Rasen; beweglicher schon die wache Quelle; die Buche neigt schwankes Haupt und im Geblätter scht es und schimmert; und um die grauen wölke streifen rötliche Flammen dort, kündende, sie wallen geräuschlos auf; Fluten am Gestade, wogen her und höher die Wandelbaren. mm nun, o komm, und eile mir nicht zu schnell, goldner Tag, zum Gipfel des Himmels fort! n offner fliegt, vertrauter dir mein e, du Freudiger! zu, solang du einer Schöne jugendlich blickst und noch herrlich nicht, zu stolz mir geworden bist; möchtest immer eilen, könnt ich, tlicher Wandrer, mit dir! – doch lächelst frohen Übermütigen du, daß er gleichen möchte; segne mir lieber dann n sterblich Tun und heitre wieder iger! heute den stillen Pfad mir. ABENDPHANTASIE seiner Hütte ruhig im Schatten sitzt Pflüger, dem Genügsamen raucht sein Herd. tfreundlich tönt dem Wanderer im dlichen Dorfe die Abendglocke. hl kehren itzt die Schiffer zum Hafen auch, ernen Städten, fröhlich verrauscht des Markts chäftger Lärm; in stiller Laube nzt das gesellige Mahl den Freunden. hin denn ich? Es leben die Sterblichen Lohn und Arbeit; wechselnd in Müh’ und Ruh lles freudig; warum schläft denn mmer nur mir in der Brust der Stachel? Abendhimmel blühet ein Frühling auf; ählig blühn die Rosen und ruhig scheint goldne Welt; o dorthin nimmt mich, purne Wolken! und möge droben icht und Luft zerrinnen mir Lieb’ und Leid! – h, wie verscheucht von töriger Bitte, flieht Zauber; dunkel wirds und einsam er dem Himmel, wie immer, bin ich – mm du nun, sanfter Schlummer! zu viel begehrt Herz; doch endlich, Jugend! verglühst du ja, ruhelose, träumerische! dlich und heiter ist dann das Alter. DER MAIN hl manches Land der lebenden Erde möcht sehn, und öfters über die Berg enteilt Herz mir, und die Wünsche wandern r das Meer, zu den Ufern, die mir andern, so ich kenne, gepriesen sind; h lieb ist in der Ferne nicht Eines mir, jenes, wo die Göttersöhne lafen, das trauernde Land der Griechen. ! einmal dort an Suniums Küste möcht landen, deine Säulen, Olympion! agen, dort, noch eh der Nordsturm in den Schutt der Athenertempel d ihrer Götterbilder auch dich begräbt; n lang schon einsam stehst du, o Stolz der Welt, nicht mehr ist! – und o ihr schönen ln Ioniens, wo die Lüfte m Meere kühl an warme Gestade wehn, nn unter kräft’ger Sonne die Traube reift, ! wo ein goldner Herbst dem armen k in Gesänge die Seufzer wandelt, nn die Betrübten itzt ihr Limonenwald ihr Granatbaum, purpurner Äpfel voll, süßer Wein und Pauk und Zithar m labyrinthischen Tanze ladet – euch vielleicht, ihr Inseln! gerät noch einst heimatloser Sänger; denn wandern muß Fremden er zu Fremden, und die e, die freie, sie muß ja, leider! t Vaterlands ihm dienen, solang er lebt, wenn er stirbt – doch nimmer vergeß ich dich, ern ich wandre, schöner Main! und ne Gestade, die vielbeglückten. tfreundlich nahmst du, Stolzer! bei dir mich auf heitertest das Auge dem Fremdlinge, still hingleitende Gesänge rtest du mich und geräuschlos Leben. uhig mit den Sternen, du Glücklicher! lst du von deinem Morgen zum Abend fort, m Bruder zu, dem Rhein, und dann mit in den Ozean freudig nieder! DER NECKAR einen Tälern wachte mein Herz mir auf m Leben, deine Wellen umspielten mich, all der holden Hügel, die dich nderer! kennen, ist keiner fremd mir. ihren Gipfeln löste des Himmels Luft oft der Knechtschaft Schmerzen; und aus dem Tal, Leben aus dem Freudebecher, nzte die bläuliche Silberwelle. Berge Quellen eilten hinab zu dir, ihnen auch mein Herz und du nahmst uns mit, m stillerhabnen Rhein, zu seinen dten hinunter und lustgen Inseln. h dünkt die Welt mir schön, und das Aug entflieht angend nach den Reizen der Erde mir, m goldenen Paktol, zu Smyrnas r, zu Ilions Wald. Auch möcht ich Sunium oft landen, den stummen Pfad h deinen Säulen fragen, Olympion! h eh der Sturmwind und das Alter in den Schutt der Athenertempel ihrer Gottesbilder auch dich begräbt, n lang schon einsam stehst du, o Stolz der Welt, nicht mehr ist. Und o ihr schönen ln Ioniens! wo die Meerluft heißen Ufer kühlt und den Lorbeerwald chsäuselt, wenn die Sonne den Weinstock wärmt, ! wo ein goldner Herbst dem armen k in Gesänge die Seufzer wandelt, nn sein Granatbaum reift, wenn aus grüner Nacht Pomeranze blinkt, und der Mastixbaum Harze träuft und Pauk und Cymbel m labyrinthischen Tanze klingen. euch, ihr Inseln! bringt mich vielleicht, zu euch n Schutzgott einst; doch weicht mir aus treuem Sinn h da mein Neckar nicht mit seinen blichen Wiesen und Uferweiden. HEIDELBERG ge lieb’ ich dich schon, möchte dich, mir zur Lust, ter nennen, und dir schenken ein kunstlos Lied, der Vaterlandsstädte dlichschönste, so viel ich sah. der Vogel des Walds über die Gipfel fliegt, wingt sich über den Strom, wo er vorbei dir glänzt, cht und kräftig die Brücke, von Wagen und Menschen tönt. von Göttern gesandt, fesselt’ ein Zauber einst die Brücke mich an, da ich vorüber ging, herein in die Berge die reizende Ferne schien, der Jüngling, der Strom, fort in die Ebne zog, urigfroh, wie das Herz, wenn es, sich selbst zu schön, bend unterzugehen, ie Fluten der Zeit sich wirft. llen hattest du ihm, hattest dem Flüchtigen hle Schatten geschenkt, und die Gestade sahn ihm nach, und es bebte den Wellen ihr lieblich Bild. r schwer in das Tal hing die gigantische, icksalskundige Burg nieder bis auf den Grund, den Wettern zerrissen; h die ewige Sonne goß verjüngendes Licht über das alternde senbild, und umher grünte lebendiger u; freundliche Wälder schten über die Burg herab. uche blühten herab, bis wo im heitern Tal, den Hügel gelehnt, oder dem Ufer hold, ne fröhlichen Gassen er duftenden Gärten ruhn. DIE GÖTTER stiller Aether! immer bewahrst du schön Seele mir im Schmerz, und es adelt sich Tapferkeit vor deinen Strahlen, ios! oft die empörte Brust mir. guten Götter! arm ist, wer euch nicht kennt, ohen Busen ruhet der Zwist ihm nie, Nacht ist ihm die Welt und keine ude gedeihet und kein Gesang ihm. ihr, mit eurer ewigen Jugend, nährt Herzen, die euch lieben, den Kindersinn, laßt in Sorgen und in Irren mmer den Genius sich vertrauern. MEINER VEREHRUNGSWÜRDIGEN GROSSMUTTER ZU IHREM ZWEIUNDSIEBZIGSTEN GEBURTSTAG es hast du erlebt, du teure Mutter! und ruhst nun cklich, von Fernen und Nah’n liebend beim Namen genannt, auch herzlich geehrt in des Alters silberner Krone er den Kindern, die dir reifen und wachsen und blühn. ges Leben hat dir die sanfte Seele gewonnen die Hoffnung, die dich freundlich in Leiden geführt. n zufrieden bist du und fromm, wie die Mutter, die einst den ten der Menschen, den Freund unserer Erde, gebar. – ! sie wissen es nicht, wie der Hohe wandelt’ im Volke, vergessen ist fast, was der Lebendige war. nige kennen ihn doch und oft erscheinet erheiternd ten in stürmischer Zeit ihnen das himmlische Bild. versöhnend und still mit den armen Sterblichen ging er, ser einzige Mann, göttlich im Geiste, dahin. nes der Lebenden war aus seiner Seele geschlossen die Leiden der Welt trug er an liebender Brust. dem Tode befreundet’ er sich, im Namen der andern g er aus Schmerzen und Müh’ siegend zum Vater zurück. du kennest ihn auch, du teure Mutter! und wandelst ubend und duldend und still ihm, dem Erhabenen, nach. h! es haben mich selbst verjüngt die kindlichen Worte, d es rinnen, wie einst, Tränen vom Auge mir noch; ich denke zurück an längst vergangene Tage, die Heimat erfreut wieder mein einsam Gemüt, das Haus, wo ich einst bei deinen Segnungen aufwuchs, von Liebe genährt, schneller der Knabe gedieh. ! wie dacht’ ich dann oft, du solltest meiner dich freuen, nn ich ferne mich sah wirkend in offener Welt. nches hab’ ich versucht und geträumt und habe die Brust mir nd gerungen indes, aber ihr heilet sie mir, hr Lieben! und lange, wie du, o Mutter! zu leben l ich lernen; es ist ruhig das Alter und fromm. mmen will ich zu dir; dann segne den Enkel noch Einmal, dir halte der Mann, was er, als Knabe, gelobt. DIE ENTSCHLAFENEN en vergänglichen Tag lebt’ ich und wuchs mit den Meinen, s ums andere schon schläft mir und fliehet dahin. h ihr Schlafenden wacht am Herzen mir, in verwandter le ruhet von euch mir das entfliehende Bild. lebendiger lebt ihr dort, wo des göttlichen Geistes ude die Alternden all, alle die Toten verjüngt. DER PRINZESSIN AUGUSTE VON HOMBURG Den 28. November 1799 h freundlichzögernd scheidet vom Auge dir Jahr, und in hesperischer Milde glänzt Winterhimmel über deinen ten, den dichtrischen, immergrünen. da ich deines Festes gedacht’ und sann, ich dir dankend reichte, da weilten noch Pfade Blumen, daß sie dir zur henden Krone, du Edle, würden. h andres beut dir, Größeres, hoher Geist! festlichere Zeit, denn es hallt hinab Berge das Gewitter, sieh! und r, wie die ruhigen Sterne, gehen langem Zweifel reine Gestalten auf; dünkt es mir; und einsam, o Fürstin! ist Herz der Freigebornen wohl nicht ger im eigenen Glück; denn würdig ellt im Lorbeer ihm der Heroë sich, schöngereifte, echte; die Weisen auch, Unsern, sind es wert; sie blicken l aus der Höhe des Lebens, die ernsten Alten. inge dünkt der träumende Sänger sich, Kindern gleich am müßigen Saitenspiel, nn ihn der Edlen Glück, wenn ihn die und der Ernst der Gewalt’gen aufweckt. h herrlicht mir dein Name das Lied; dein Fest usta! durft’ ich feiern; Beruf ist mirs, ühmen Höhers, darum gab die ache der Gott und den Dank ins Herz mir. aß von diesem freudigen Tage mir h meine Zeit beginne, daß endlich auch ein Gesang in deinen Hainen, e! gedeihe, der deiner wert sei. AN EINE FÜRSTIN VON DESSAU stillem Hause senden die Götter oft kurze Zeit zu Fremden die Lieblinge, mit, erinnert, sich am edlen de der Sterblichen Herz erfreue. kommst du aus Luisiums Hainen auch, heilger Schwelle dort, wo geräuschlos rings Lüfte sind und friedlich um dein h die geselligen Bäume spielen, deines Tempels Freuden, o Priesterin! uns, wenn schon die Wolke das Haupt uns beugt längst ein göttlich Ungewitter über dem Haupt uns wandelt. uer warst du, Priesterin! da du dort Stillen göttlich Feuer behütetest, h teurer heute, da du Zeiten er den Zeitlichen segnend feierst. n wo die Reinen wandeln, vernehmlicher da der Geist, und offen und heiter blühn Lebens dämmernde Gestalten wo ein sicheres Licht erscheinet. wie auf dunkler Wolke der schweigende, schöne Bogen blühet, ein Zeichen ist künftger Zeit, ein Angedenken ger Tage, die einst gewesen, st dein Leben, heilige Fremdlingin! nn du Vergangnes über Italiens brochnen Säulen, wenn du neues nen aus stürmischer Zeit betrachtest. MEIN EIGENTUM einer Fülle ruhet der Herbsttag nun, äutert ist die Traub und der Hain ist rot m Obst, wenn schon der holden Blüten nche der Erde zum Danke fielen. rings im Felde, wo ich den Pfad hinaus, stillen, wandle, ist den Zufriedenen Gut gereift und viel der frohen he gewähret der Reichtum ihnen. m Himmel blicket zu den Geschäftigen ch ihre Bäume milde das Licht herab, Freude teilend, denn es wuchs durch de der Menschen allein die Frucht nicht. leuchtest du, o Goldnes, auch mir, und wehst h du mir wieder, Lüftchen, als segnetest eine Freude mir, wie einst, und t, wie um Glückliche, mir am Busen? st war ichs, doch wie Rosen, vergänglich war fromme Leben, ach! und es mahnen noch, blühend mir geblieben sind, die den Gestirne zu oft mich dessen. lückt, wer, ruhig liebend ein frommes Weib, eignen Herd in rühmlicher Heimat lebt, euchtet über festem Boden öner dem sicheren Mann sein Himmel. n, wie die Pflanze, wurzelt auf eignem Grund nicht, verglüht die Seele des Sterblichen, mit dem Tageslichte nur, ein mer, auf heiliger Erde wandelt. mächtig, ach! ihr himmlischen Höhen, zieht mich empor, bei Stürmen, am heitern Tag l ich verzehrend euch im Busen chseln, ihr wandelnden Götterkräfte. h heute laß mich stille den trauten Pfad m Haine gehn, dem golden die Wipfel schmückt n sterbend Laub, und kränzt auch mir die ne, ihr holden Erinnerungen! daß mir auch, zu retten mein sterblich Herz, andern eine bleibende Stätte sei, heimatlos die Seele mir nicht r das Leben hinweg sich sehne, du, Gesang, mein freundlich Asyl! sei du, lückender! mit sorgender Liebe mir flegt, der Garten, wo ich, wandelnd er den Blüten, den immerjungen, ichrer Einfalt wohne, wenn draußen mir ihren Wellen allen die mächtge Zeit, Wandelbare, fern rauscht und die lere Sonne mein Wirken fördert. segnet gütig über den Sterblichen, Himmelskräfte! jedem sein Eigentum, egnet meines auch, und daß zu he die Parze den Traum nicht ende. PALINODIE dämmert um mich, Erde! Dein freundlich Grün? wehst du wieder, Lüftchen, wie einst mich an? llen Wipfeln rauschts, … weckt ihr mir die Seele? Was regt ihr mir gangnes auf, ihr Guten! O schonet mein laßt sie ruhn, die Asche meiner unden, ihr spottet nur! O wandelt, schicksallosen Götter, vorbei und blüht urer Jugend über den Alternden wollt ihr zu den Sterbliche euch ne gesellen, so blühn der Jungfraun h viel, der jungen Helden, und schöner spielt Morgen um die Wange der Glücklichen n um ein trübes Aug und lieblich en die Sänge der Mühelosen. ! Vormals rauschte leicht des Gesanges Quell h mir vom Busen, da noch die Freude mir, himmlische, vom Auge glänzte söhnung, o Versöhnung, ihr gütigen, mmergleichen Götter, und haltet ein, l ihr die reinen Quellen liebt… WOHL GEH’ICH TÄGLICH ANDERE PFADE… hl geh’ich täglich andere Pfade, bald grüne Laub im Walde, zur Quelle bald, m Felsen, wo die Rosen blühen, cke vom Hügel ins Land, doch nirgend, Holde, nirgend find ich im Lichte dich in die Lüfte schwinden die Worte mir, frommen, die bei dir ich ehmals ferne bist du, seliges Angesicht! deines Lebens Wohllaut verhallt, von mir ht mehr belauscht, und ach! wo seid ihr bergesänge, die einst das Herz mir änftiget mit Ruhe der Himmlischen? lang ists! o wie lange! der Jüngling ist ltert, selbst die Erde, die mir mals gelächelt, ist anders worden. immer wohl! es scheidet und kehrt zu dir Seele jeden Tag, und es weint um dich Auge, daß es helle wieder t wo du säumest, hinüberblicke. AN DIE HOFFNUNG Hoffnung! holde! gütiggeschäftige! du das Haus der Trauernden nicht verschmähst, gerne dienend, Edle! zwischen blichen waltest und Himmelsmächten, bist du? wenig lebt ich; doch atmet kalt n Abend schon. Und stille, den Schatten gleich, ich schon hier; und schon gesanglos lummert das schaudernde Herz im Busen. grünen Tale, dort, wo der frische Quell m Berge täglich rauscht, und die liebliche lose mir am Herbsttag aufblüht, t, in der Stille, du Holde, will ich h suchen, oder wenn in der Mitternacht unsichtbare Leben im Haine wallt, über mir die immerfrohen men, die sicheren Sterne, glänzen, u des Aethers Tochter! erscheine dann deines Vaters Gärten, und darfst du nicht, Geist der Erde, kommen, schröck, o röcke mit anderem nur das Herz mir. VULKAN t komm und hülle, freundlicher Feuergeist, zarten Sinn der Frauen in Wolken ein, oldne Träum und schütze sie, die hende Ruhe der Immerguten. m Manne laß sein Sinnen, und sein Geschäft, seiner Kerze Schein, und den künftgen Tag allen, laß des Unmuts ihm, der lichen Sorge zu viel nicht werden, nn jetzt der immerzürnende Boreas, n Erbfeind, über Nacht mit dem Frost das Land ällt, und spät, zur Schlummerstunde, ttend der Menschen, sein schröcklich Lied singt, unsrer Städte Mauren und unsern Zaun, fleißig wir gesetzt, und den stillen Hain reißt, und selber im Gesang die le mir störet, der Allverderber, rastlos tobend über den sanften Strom n schwarz Gewölk ausschüttet, daß weit umher Tal gärt, und, wie fallend Laub, vom stenden Hügel herab der Fels fällt. hl frömmer ist, denn andre Lebendige, Mensch; doch zürnt es draußen, gehöret der h eigner sich, und sinnt und ruht in herer Hütte, der Freigeborne. immer wohnt der freundlichen Genien h Einer gerne segnend mit ihm, und wenn zürnten all, die ungelehrgen iuskräfte, doch liebt die Liebe. DIE HEIMAT h kehrt der Schiffer heim an den stillen Strom, Inseln fernher, wenn er geerntet hat; käm auch ich zur Heimat, hätt ich er so viele, wie Leid, geerntet. euren Ufer, die mich erzogen einst, lt ihr der Liebe Leiden, versprecht ihr mir, Wälder meiner Jugend, wenn ich mme, die Ruhe noch einmal wieder? kühlen Bache, wo ich der Wellen Spiel, Strome, wo ich gleiten die Schiffe sah, t bin ich bald; euch, traute Berge, mich behüteten einst, der Heimat ehrte sichre Grenzen, der Mutter Haus liebender Geschwister Umarmungen rüß ich bald und ihr umschließt mich, , wie in Banden, das Herz mir heile, Treugebliebnen! aber ich weiß, ich weiß, Liebe Leid, dies heilet so bald mir nicht, s singt kein Wiegensang, den tröstend bliche singen, mir aus dem Busen. n sie, die uns das himmlische Feuer leihn, Götter schenken heiliges Leid uns auch, m bleibe dies. Ein Sohn der Erde ein ich; zu lieben gemacht, zu leiden. GEH UNTER, SCHÖNE SONNE unter, schöne Sonne, sie achteten wenig dein, sie kannten dich, Heilge, nicht, n mühelos und stille bist du r den Mühsamen aufgegangen. gehst du freundlich unter und auf, o Licht! wohl erkennt mein Auge dich, Herrliches! n göttlich stille ehren lernt’ ich, Diotima den Sinn mir heilte. u des Himmels Botin! wie lauscht ich dir! Diotima! Liebe! wie sah von dir m goldnen Tage dieses Auge nzend und dankend empor. Da rauschten endiger die Quellen, es atmeten dunkeln Erde Blüten mich liebend an, lächelnd über Silberwolken gte sich segnend herab der Aether. DIE LIEBENDEN nnen wollten wir uns? wähnten es gut und klug? wirs taten, warum schröckte, wie Mord, die Tat? ! wir kennen uns wenig, n es waltet ein Gott in uns. verraten? ach ihn, welcher uns alles ernst, n und Leben erschuf, ihn, den beseelenden utzgott unserer Liebe, s, dies Eine vermag ich nicht. r anderen Fehl denket der Menschen Sinn, ern ehernen Dienst übt er und anders Recht, es fordert die Seele für Tag der Gebrauch uns ab. hl! ich wußte es zuvor. Seit der gewurzelte entzweiende Haß Götter und Menschen trennt, ß, mit Blut sie zu sühnen, ß der Liebenden Herz vergehn. mich schweigen! oh laß nimmer von nun an mich ses Tödliche sehn, daß ich im Frieden doch ins Einsame ziehe, noch unser der Abschied sei! ch die Schale mir selbst, daß ich des rettenden ligen Giftes genug, daß ich des Lethetranks dir trinke, daß alles, und Liebe, vergessen sei! gehn will ich. Vielleicht seh ich in langer Zeit tima! dich hier. Aber verblutet ist n das Wünschen und friedlich ich den Seligen, fremd sind wir, ein ruhig Gespräch führet uns auf und ab, nend, zögernd, doch itzt faßt die Vergessenen r die Stelle des Abschieds, erwarmet ein Herz in uns, unend seh ich dich an, Stimmen und süßen Sang, aus voriger Zeit hör ich und Saitenspiel, befreiet in Lüfte gt in Flammen der Geist uns auf. AN EDUARD h alten Freunde droben, unsterbliches tirn, euch frag ich, Helden! woher es ist, ich so untertan ihm bin, und der Gewaltige sein mich nennet. ht vieles kann ich bieten, nur weniges n ich verlieren, aber ein liebes Glück, einziges, zum Angedenken cherer Tage zurückgeblieben, dies, so ers geböte, dies Eine noch, n Saitenspiel, ich wagt es, wohin er wollt, mit Gesange folgt ich, selbst ins e der Tapfern, hinab dem Teuern. t Wolken«, säng ich, »tränkt das Gewitter dich, dunkler Boden, aber mit Blut der Mensch; schweigt, so ruht er, der sein Gleiches ben und drunten umsonst erfragte. ist der Liebe Zeichen am Tag? wo spricht h aus das Herz? wo ruhet es endlich? wo ds wahr, was uns, bei Nacht und Tag, zu ge der glühende Traum verkündet? r, wo die Opfer fallen, ihr Lieben, hier! schon tritt hin der festliche Zug! schon blinkt Stahl! die Wolke dampft! sie fallen und es lt in der Luft und die Erde rühmt es! « nn ich so singend fiele, dann rächtest du h, mein Achill! und sprächest: »Er lebte doch u bis zuletzt!« Das ernste Wort, das htet mein Feind und der Totenrichter! ar hab ich dich in Ruhe noch itzt; dich birgt ernste Wald, es hält das Gebirge dich, mütterliche, noch den edlen ling in sicherem Arm, die Weisheit gt dir den alten Wiegengesang, sie webt s Aug ihr heilig Dunkel, doch sieh! es flammt fernetönendem Gewölk die hnende Flamme des Zeitengottes. egt sein Sturm die Schwingen dir auf, dich ruft, h nimmt der Herr der Helden hinauf; o nimm h du! mit dir! und bringe sie dem helnden Gotte, die leichte Beute! DICHTERMUT d denn dir nicht verwandt alle Lebendigen, rt die Parze denn nicht selber im Dienste dich? m, so wandle nur wehrlos t durchs Leben, und fürchte nichts! geschiehet, es sei alles gesegnet dir, zur Freude gewandt! oder was könnte denn h beleidigen, Herz! was begegnen, wohin du sollst? n, seitdem der Gesang sterblichen Lippen sich denatmend entwand, frommend in Leid und Glück re Weise der Menschen z erfreute, so waren auch , die Sänger des Volks, gerne bei Lebenden, sich vieles gesellt, freudig und jedem hold, em offen; so ist ja er Ahne, der Sonnengott, den fröhlichen Tag Armen und Reichen gönnt, in flüchtiger Zeit uns, die Vergänglichen, gerichtet an goldnen gelbanden, wie Kinder, hält. erwartet, auch ihn nimmt, wo die Stunde kömmt, ne purpurne Flut; sieh! und das edle Licht et, kundig des Wandels, ichgesinnet hinab den Pfad. vergehe denn auch, wenn es die Zeit einst ist dem Geiste sein Recht nirgend gebricht, so sterb st im Ernste des Lebens re Freude, doch schönen Tod! BLÖDIGKEIT d denn dir nicht bekannt viele Lebendigen? t auf Wahrem dein Fuß nicht, wie auf Teppichen? m, mein Genius! tritt nur ins Leben, und sorge nicht! geschiehet, es sei alles gelegen dir! zur Freude gereimt, oder was könnte denn h beleidigen, Herz, was begegnen, wohin du sollst? n, seit Himmlischen gleich Menschen, ein einsam Wild, die Himmlischen selbst führet, der Einkehr zu, Gesang und der Fürsten r, nach Arten, so waren auch , die Zungen des Volks, gerne bei Lebenden, sich vieles gesellt, freudig und jedem gleich, em offen, so ist ja er Vater, des Himmels Gott, den denkenden Tag Armen und Reichen gönnt, , zur Wende der Zeit, uns die Entschlafenden gerichtet an goldnen gelbanden, wie Kinder, hält. auch sind und geschickt einem zu etwas wir, nn wir kommen, mit Kunst, und von den Himmlischen en bringen. Doch selber ngen schickliche Hände wir. ERMUNTERUNG o des Himmels! heiliges Herz! warum, um verstummst du unter den Lebenden, läfst, freies! von den Götterlosen g hinab in die Nacht verwiesen? cht denn, wie vormals, nimmer des Aethers Licht? blüht die alte Mutter, die Erde nicht? übt der Geist nicht da und dort, nicht helnd die Liebe das Recht noch immer? du nicht mehr! doch mahnen die Himmlischen, stillebildend weht, wie ein kahl Gefild, Othem der Natur dich an, der eserheiternde, seelenvolle. Hoffnung! bald, bald singen die Haine nicht Lebens Lob allein, denn es ist die Zeit, aus der Menschen Munde sie, die önere Seele, sich neuverkündet, n liebender im Bunde mit Sterblichen Element sich bildet, und dann erst reich, frommer Kinder Dank, der Erde st, die unendliche, sich entfaltet unsre Tage wieder, wie Blumen, sind, sie, des Himmels Sonne, sich ausgeteilt tillen Wechsel sieht und wieder h in den Frohen das Licht sich findet, er, der sprachlos waltet und unbekannt ünftiges bereitet, der Gott, der Geist Menschenwort, am schönen Tage mmenden Jahren, wie einst, sich ausspricht. NATUR UND KUNST ODER SATURN UND JUPITER waltest hoch am Tag und es blühet dein etz, du hältst die Waage, Saturnus Sohn! teilst die Los’ und ruhest froh im m der unsterblichen Herrscherkünste. h in den Abgrund, sagen die Sänger sich, st du den heilgen Vater, den eignen, einst wiesen und es jammre drunten, wo die Wilden vor dir mit Recht sind, uldlos der Gott der goldenen Zeit schon längst: st mühelos, und größer, wie du, wenn schon kein Gebot aussprach und ihn der blichen keiner mit Namen nannte. ab denn! oder schäme des Danks dich nicht! willst du bleiben, diene dem Älteren, gönn es ihm, daß ihn vor allen, tern und Menschen, der Sänger nenne! n, wie aus dem Gewölke dein Blitz, so kömmt ihm, was dein ist, siehe! so zeugt von ihm, du gebeutst, und aus Saturnus den ist jegliche Macht erwachsen. hab ich erst am Herzen Lebendiges ühlt und dämmert, was du gestaltetest, war in ihrer Wiege mir in nne die wechselnde Zeit entschlummert: n kenn ich dich, Kronion! dann hör ich dich, weisen Meister, welcher, wie wir, ein Sohn Zeit, Gesetze gibt und, was die lige Dämmerung birgt, verkündet. DAS AHNENBILD virtus ulla pereat! er Vater! Du blickst immer, wie ehmals, noch, du gerne gelebt unter den Sterblichen, r ruhiger nur, und die Seligen, heiterer ie Wohnung, wo dich, Vater! das Söhnlein nennt, es lächelnd vor dir spielt und den Mutwill übt, die Lämmer im Feld, auf nem Teppiche, den zur Lust die Mutter gegönnt. Ferne sich haltend, sieht die Liebende zu, wundert der Sprache sich des jungen Verstandes des blühenden Auges schon. d an andere Zeit mahnt sie der Mann, dein Sohn; die Lüfte des Mais, da er geseufzt um sie, die Bräutigamstage, der Stolze die Demut lernt. h es wandte sich bald: Sicherer, denn er war, r, herrlicher ist unter den Seinigen der Zweifachgeliebte, ihm gehet sein Tagewerk. ler Vater! auch du lebtest und liebtest so; um wohnest du nun, als ein Unsterblicher, den Kindern, und Leben, vom schweigenden Aether, kommt ers über das Haus, ruhiger Mann! von dir, es mehrt sich, es reift, edler von Jahr zu Jahr, escheidenem Glücke, mit Hoffnungen du gepflanzt. du liebend erzogst, siehe! sie grünen dir, ne Bäume, wie sonst, breiten ums Haus den Arm, von dankenden Gaben; hrer stehen die Stämme schon; am Hügel hinab, wo du den sonnigen en ihnen gebaut, neigen und schwingen sich ne freudigen Reben, nken, purpurner Trauben voll. r unten im Haus ruhet, besorgt von dir, gekelterte Wein. Teuer ist der dem Sohn, er sparet zum Fest das e, lautere Feuer sich. n beim nächtlichen Mahl, wenn er, in Lust und Ernst, Vergangenem viel, vieles von Künftigem den Freunden gesprochen, der letzte Gesang noch hallt, t er höher den Kelch, siehet dein Bild und spricht: ner denken wir nun, dein, und so werd und bleib Ehre des Hauses en Genien, hier und sonst! d es tönen zum Dank hell die Kristalle dir; die Mutter, sie reicht, heute zum erstenmal, es wisse vom Feste, h dem Kinde von deinem Trank. AN LANDAUER froh! Du hast das gute Los erkoren, n tief und treu ward eine Seele dir; Freunde Freund zu sein, bist du geboren, s zeugen dir am Feste wir. selig, wer im eignen Hause Frieden, du, und Lieb und Fülle sieht und Ruh; nch Leben ist, wie Licht und Nacht, verschieden, oldner Mitte wohnest du. glänzt die Sonn in wohlgebauter Halle, Berge reift die Sonne dir den Wein, immer glücklich führt die Güter alle kluge Gott dir aus und ein. Kind gedeiht, und Mutter um den Gatten, wie den Wald die goldne Wolke krönt, seid auch ihr um ihn, geliebte Schatten! Seligen, an ihn gewöhnt! eid mit ihm! denn Wolk und Winde ziehen uhig öfters über Land und Haus, h ruht das Herz bei allen Lebensmühen heilgen Angedenken aus. d sieh! aus Freude sagen wir von Sorgen; dunkler Wein, erfreut auch ernster Sang; Fest verhallt, und jedes gehet morgen schmaler Erde seinen Gang. AN EINE VERLOBTE Wiedersehens Tränen, des Wiedersehns fangen, und dein Auge bei seinem Gruß, – ssagend möcht ich dies und all der brischen Liebe Geschick dir singen. ar jetzt auch, junger Genius! bist du schön, h einsam, und es freuet sich in sich selbst, blüht von eignem Geist und liebem zensgesange die Musentochter. h anders ists in seliger Gegenwart, nn an des Neugefundnen Blicke dein Geist sich kennt, nn friedlich du vor seinem Anschaun der in goldener Wolke wandelst. essen denk, ihm leuchte das Sonnenlicht, tröst und mahne, wenn er im Felde schläft, Liebe Stern, und heitre Tage re zum Ende das Herz sich immer. wenn er da ist, und die geflügelten, Liebesstunden schneller und schneller sind, n sich dein Brauttag neigt und trunkner on die beglückenden Sterne leuchten – n, ihr Geliebten! nein, ich beneid euch nicht! chädlich, wie vom Lichte die Blume lebt, eben, gern vom schönen Bilde umend, und selig und arm, die Dichter. UNTER DEN ALPEN GESUNGEN lige Unschuld, du der Menschen und der ter liebste vertrauteste! du magst im se oder draußen ihnen zu Füßen en, den Alten, merzufriedner Weisheit voll; denn manches e kennet der Mann, doch staunet er, dem d gleich, oft zum Himmel, aber wie rein ist, ne, dir alles! he! das rauhe Tier des Feldes, gerne nt und trauet es dir, der stumme Wald spricht vor alters, seine Sprüche zu dir, es ren die Berge lge Gesetze dich, und was noch jetzt uns erfahrenen offenbar der große er werden heißt, du darfst es allein uns le verkünden. mit den Himmlischen allein zu sein, und t vorüber das Licht, und Strom und Wind, und eilt hin zum Ort, vor ihnen ein stetes e zu haben, ger weiß und wünsch ich nichts, so lange ht auch mich, wie die Weide, fort die Flut nimmt, wohl aufgehoben, schlafend dahin ich ß in den Wogen; r es bleibt daheim gern, wer in treuem en Göttliches hält, und frei will ich, so g ich darf, euch all, ihr Sprachen des Himmels! ten und singen. DER GEFESSELTE STROM schläfst und träumst du, Jüngling, gehüllt in dich, säumst am kalten Ufer, Geduldiger, achtest nicht des Ursprungs, du, des ans Sohn, des Titanenfreundes! Liebesboten, welche der Vater schickt, nst du die lebenatmenden Lüfte nicht? trifft das Wort dich nicht, das hell von n der wachende Gott dir sendet? on tönt, schon tönt es ihm in der Brust, es quillt, , da er noch im Schoße der Felsen spielt’, auf, und nun gedenkt er seiner ft, der Gewaltige, nun, nun eilt er, Zauderer, er spottet der Fesseln nun, nimmt und bricht und wirft die Zerbrochenen Zorne, spielend, da und dort zum allenden Ufer und an der Stimme Göttersohns erwachen die Berge rings, egen sich die Wälder, es hört die Kluft Herold fern und schaudernd regt im en der Erde sich Freude wieder. Frühling kommt; es dämmert das neue Grün; aber wandelt hin zu Unsterblichen; n nirgend darf er bleiben, als wo in die Arme der Vater aufnimmt. DER BLINDE SÄNGER ’Έλυσεν αἰνòν ἄχος άπ’ ὀµµάτων ’Ἀρης. SOPHOKLES bist du, Jugendliches! das immer mich Stunde weckt des Morgens, wo bist du, Licht! Herz ist wach, doch bannt und hält in ligem Zauber die Nacht mich immer. st lauscht ich um die Dämmerung gern, sonst harrt gerne dein am Hügel, und nie umsonst! täuschten mich, du Holdes, deine en, die Lüfte, denn immer kamst du, mst allbeseligend den gewohnten Pfad ein in deiner Schöne, wo bist du, Licht! Herz ist wieder wach, doch bannt und mmt die unendliche Nacht mich immer. grünten sonst die Lauben; es leuchteten Blumen, wie die eigenen Augen, mir; ht ferne war das Angesicht der nen und leuchtete mir und droben um die Wälder sah ich die Fittige Himmels wandern, da ich ein Jüngling war; sitz ich still allein, von einer nde zur anderen, und Gestalten Lieb und Leid der helleren Tage schafft eignen Freude nun mein Gedanke sich, ferne lausch ich hin, ob nicht ein undlicher Retter vielleicht mir komme. n hör ich oft die Stimme des Donnerers Mittag, wenn der eherne nahe kommt, nn ihm das Haus bebt und der Boden er ihm dröhnt und der Berg es nachhallt. Retter hör ich dann in der Nacht, ich hör tötend, den Befreier, belebend ihn, Donnerer vom Untergang zum ent eilen und ihm nach tönt ihr, nach, ihr meine Saiten! es lebt mit ihm n Lied und wie die Quelle dem Strome folgt, hin er denkt, so muß ich fort und ge dem Sicheren auf der Irrbahn. hin? wohin? ich höre dich da und dort, Herrlicher! und rings um die Erde tönts. endest du? und was, was ist es r den Wolken und o wie wird mir? ! Tag! du über stürzenden Wolken! sei lkommen mir! es blühet mein Auge dir. ugendlicht! o Glück! das alte der! doch geistiger rinnst du nieder, goldner Quell aus heiligem Kelch! und du, grüner Boden, friedliche Wieg! und du, s meiner Väter! und ihr Lieben, mir begegneten einst, o nahet, ommt, daß euer, euer die Freude sei, alle, daß euch segne der Sehende! immt, daß ichs ertrage, mir das en, das Göttliche mir vom Herzen. CHIRON bist du, Nachdenkliches! das immer muß Seite gehn, zu Zeiten, wo bist du, Licht? hl ist das Herz wach, doch mir zürnt, mich mmt die erstaunende Nacht nun immer st nämlich folgt ich Kräutern des Walds und lauscht weiches Wild am Hügel; und nie umsonst. täuschten, auch nicht einmal deine el; denn allzubereit fast kamst du, Füllen oder Garten dir labend ward, schlagend, Herzens wegen; wo bist du, Licht? Herz ist wieder wach, doch herzlos ht die gewaltige Nacht mich immer. wars wohl. Und von Krokus und Thymian Korn gab mir die Erde den ersten Strauß. bei der Sterne Kühle lernt ich, r das Nennbare nur. Und bei mir wilde Feld entzaubernd, das traurge, zog Halbgott, Zeus Knecht, ein, der gerade Mann; sitz ich still allein, von einer nde zur anderen, und Gestalten frischer Erd und Wolken der Liebe schafft, l Gift ist zwischen uns, mein Gedanke nun; ferne lausch ich hin, ob nicht ein undlicher Retter vielleicht mir komme. n hör ich oft den Wagen des Donnerers Mittag, wenn er naht, der bekannteste, nn ihm das Haus bebt und der Boden niget sich, und die Qual Echo wird. Retter hör ich dann in der Nacht, ich hör tötend, den Befreier, und drunten voll üppgem Kraut, als in Gesichten, au ich die Erd, ein gewaltig Feuer; Tage aber wechseln, wenn einer dann iehet denen, lieblich und bös, ein Schmerz, nn einer zweigestalt ist, und es net kein einziger nicht das Beste; aber ist der Stachel des Gottes; nie n einer lieben göttliches Unrecht sonst. heimisch aber ist der Gott dann esichts da, und die Erd ist anders. ! Tag! Nun wieder atmet ihr recht; nun trinkt, meiner Bäche Weiden! ein Augenlicht, rechte Stapfen gehn, und als ein rscher, mit Sporen, und bei dir selber ich, Irrstern des Tages, erscheinest du, auch, o Erde, friedliche Wieg, und du, s meiner Väter, die unstädtisch d, in den Wolken des Wilds, gegangen. mm nun ein Roß, und harnische dich und nimm leichten Speer, o Knabe! Die Wahrsagung reißt nicht, und umsonst nicht wartet, sie erscheinet, Herakles Rückkehr. HÄLFTE DES LEBENS gelben Birnen hänget voll mit wilden Rosen Land in den See, holden Schwäne, trunken von Küssen kt ihr das Haupt heilignüchterne Wasser. h mir, wo nehm ich, wenn Winter ist, die Blumen, und wo Sonnenschein, Schatten der Erde? Mauern stehn achlos und kalt, im Winde ren die Fahnen. ANDENKEN Nordost wehet, liebste unter den Winden , weil er feurigen Geist gute Fahrt verheißet den Schiffern. aber nun und grüße schöne Garonne, die Gärten von Bourdeaux t, wo am scharfen Ufer gehet der Steg und in den Strom fällt der Bach, darüber aber schauet ein edel Paar Eichen und Silberpappeln; h denket das mir wohl und wie breiten Gipfel neiget Ulmwald, über die Mühl, Hofe aber wächset ein Feigenbaum. Feiertagen gehn braunen Frauen daselbst seidnen Boden, Märzenzeit, nn gleich ist Nacht und Tag, über langsamen Stegen, goldenen Träumen schwer, wiegende Lüfte ziehen. eiche aber, dunkeln Lichtes voll, einer den duftenden Becher, mit ich ruhen möge; denn süß r unter Schatten der Schlummer. ht ist es gut, llos von sterblichen anken zu sein. Doch gut in Gespräch und zu sagen Herzens Meinung, zu hören viel Tagen der Lieb, Taten, welche geschehen. aber sind die Freunde? Bellarmin dem Gefährten? Mancher gt Scheue, an die Quelle zu gehn; beginnet nämlich der Reichtum Meere. Sie, Maler, bringen zusammen Schöne der Erd und verschmähn geflügelten Krieg nicht, und wohnen einsam, jahrlang, unter m entlaubten Mast, wo nicht die Nacht durchglänzen Feiertage der Stadt, Saitenspiel und eingeborener Tanz nicht. aber sind zu Indiern Männer gegangen, t an der luftigen Spitz Traubenbergen, wo herab Dordogne kommt, zusammen mit der prächtgen onne meerbreit gehet der Strom. Es nehmet aber gibt Gedächtnis die See, die Lieb auch heftet fleißig die Augen, bleibet aber, stiften die Dichter. TRÄNEN mmlische Liebe! zärtliche! wenn ich dein gäße, wenn ich, o ihr geschicklichen, feurgen, die voll Asche sind und st und vereinsamet ohnedies schon, ieben Inseln, Augen der Wunderwelt! nämlich geht nun einzig allein mich an, Ufer, wo die abgöttische et, doch Himmlischen nur, die Liebe. n allzudankbar haben die Heiligen ienet dort in Tagen der Schönheit und zorngen Helden; und viel Bäume d, und die Städte daselbst gestanden, htbar, gleich einem sinnigen Mann; itzt sind Helden tot, die Inseln der Liebe sind stellt fast. So muß übervorteilt, ern doch überall sein die Liebe. weichen Tränen, löschet das Augenlicht aber nicht ganz aus; ein Gedächtnis doch, mit ich edel sterbe, laßt ihr grischen, Diebischen, mir nachleben. MNEMOSYNE f sind, in Feuer getaucht, gekochet Frücht und auf der Erde geprüfet und ein Gesetz ist, alles hineingeht, Schlangen gleich, phetisch, träumend auf Hügeln des Himmels. Und vieles auf den Schultern eine t von Scheitern ist behalten. Aber bös sind Pfade. Nämlich unrecht, Rosse, gehn die gefangenen ment und alten etze der Erd. Und immer Ungebundene gehet eine Sehnsucht. Vieles aber ist behalten. Und not die Treue. wärts aber und rückwärts wollen wir ht sehn. Uns wiegen lassen, wie schwankem Kahne der See. aber Liebes? Sonnenschein Boden sehen wir und trockenen Staub heimatlich die Schatten der Wälder und es blühet Dächern der Rauch, bei alter Krone Türme, friedsam; gut sind nämlich gegenredend die Seele Himmlisches verwundet, die Tageszeichen. n Schnee, wie Maienblumen Edelmütige, wo eie, bedeutend, glänzet auf grünen Wiese Alpen, hälftig, da, vom Kreuze redend, das etzt ist unterwegs einmal torbenen, auf hoher Straß Wandersmann geht zornig, n ahnend mit m andern, aber was ist dies? Feigenbaum ist mein illes mir gestorben, Ajax liegt den Grotten der See, Bächen, benachbart dem Skamandros. Schläfen Sausen einst, nach unbewegten Salamis steter wohnheit, in der Fremd, ist groß x gestorben, oklos aber in des Königes Harnisch. Und es starben h andere viel. Am Kithäron aber lag utherä, der Mnemosyne Stadt. Der auch, als egte den Mantel Gott, das Abendliche nachher löste Locken. Himmlische nämlich sind willig, wenn einer nicht die Seele schonend sich ammengenommen, aber er muß doch; dem ich fehlet die Trauer. LEBENSALTER Städte des Euphrats! Gassen von Palmyra! Säulenwälder in der Ebne der Wüste, seid ihr? h hat die Kronen, weil ihr über die Grenze Othmenden seid gegangen, Himmlischen der Rauchdampf und weg das Feuer genommen; t aber sitz ich unter Wolken (deren jedes eine Ruh hat eigen) unter hleingerichteten Eichen, auf Heide des Rehs, und fremd cheinen und gestorben mir Seligen Geister. DER WINKEL VON HAHRDT unter sinket der Wald, Knospen ähnlich, hängen wärts die Blätter, denen ht unten auf ein Grund, ht gar unmündig. nämlich ist Ulrich angen; oft sinnt, über den Fußtritt, groß Schicksal eit, an übrigem Orte. GESANG DES DEUTSCHEN eilig Herz der Völker, o Vaterland! duldend, gleich der schweigenden Mutter Erd, allverkannt, wenn schon aus deiner e die Fremden ihr Bestes haben! ernten den Gedanken, den Geist von dir, pflücken gern die Traube, doch höhnen sie h, ungestalte Rebe! daß du wankend den Boden und wild umirrest. Land des hohen ernsteren Genius! Land der Liebe! bin ich der deine schon, zürnt ich weinend, daß du immer de die eigene Seele leugnest. h magst du manches Schöne nicht bergen mir; stand ich überschauend das holde Grün, weiten Garten hoch in deinen en auf hellem Gebirg und sah dich. deinen Strömen ging ich und dachte dich, es die Töne schüchtern die Nachtigall schwanker Weide sang, und still auf mmerndem Grunde die Welle weilte. an den Ufern sah ich die Städte blühn, Edlen, wo der Fleiß in der Werkstatt schweigt, Wissenschaft, wo deine Sonne de dem Künstler zum Ernste leuchtet. nst du Minervas Kinder? sie wählten sich Ölbaum früh zum Lieblinge; kennst du sie? h lebt, noch waltet der Athener le, die sinnende, still bei Menschen, nn Platons frommer Garten auch schon nicht mehr alten Strome grünt und der dürftge Mann Heldenasche pflügt, und scheu der el der Nacht auf der Säule trauert. eilger Wald! o Attika! traf Er doch seinem furchtbarn Strahle dich auch, so bald, eilten sie, die dich belebt, die mmen entbunden zum Aether über? h, wie der Frühling, wandelt der Genius Land zu Land. Und wir? ist denn Einer auch unsern Jünglingen, der nicht ein den, ein Rätsel der Brust, verschwiege? deutschen Frauen danket! sie haben uns Götterbilder freundlichen Geist bewahrt, täglich sühnt der holde klare de das böse Gewirre wieder. sind jetzt Dichter, denen der Gott es gab, unsern Alten, freudig und fromm zu sein, Weise, wie die unsre sind? die ten und Kühnen, die Unbestechbarn! ! sei gegrüßt in deinem Adel, mein Vaterland, neuem Namen, reifeste Frucht der Zeit! letzte und du erste aller sen, Urania, sei gegrüßt mir! h säumst und schweigst du, sinnest ein freudig Werk, von dir zeuge, sinnest ein neu Gebild, einzig, wie du selber, das aus be geboren und gut, wie du, sei – ist dein Delos, wo dein Olympia, wir uns alle finden am höchsten Fest? – h wie errät der Sohn, was du den nen, Unsterbliche, längst bereitest? AN DIE DEUTSCHEN ttet nimmer des Kinds, wenn noch das alberne dem Rosse von Holz herrlich und viel sich dünkt, hr Guten! auch wir sind narm und gedankenvoll! r kommt, wie der Strahl aus dem Gewölke kommt, Gedanken vielleicht, geistig und reif die Tat? gt die Frucht, wie des Haines klem Blatte, der stillen Schrift? das Schweigen im Volk, ist es die Feier schon dem Feste? die Furcht, welche den Gott ansagt? ann nimmt mich, ihr Lieben! ich büße die Lästerung. on zu lange, zu lang irr ich, dem Laien gleich, es bildenden Geists werdender Werkstatt hier, was blühet, erkenn ich, er sinnet, erkenn ich nicht. zu ahnen ist süß, aber ein Leiden auch, schon Jahre genug leb ich in sterblicher erständiger Liebe eifelnd, immer bewegt vor ihm, das stetige Werk immer aus liebender le näher mir bringt, lächelnd dem Sterblichen, ich zage, des Lebens ne Tiefe zu Reife bringt. öpferischer, o wann, Genius unsers Volks, nn erscheinest du ganz, Seele des Vaterlands, ich tiefer mich beuge, die leiseste Saite selbst verstumme vor dir, daß ich beschämt e Blume der Nacht, himmlischer Tag, vor dir en möge mit Freuden, nn sie alle, mit denen ich mals trauerte, wenn unsere Städte nun l und offen und wach, reineren Feuers voll die Berge des deutschen des Berge der Musen sind, die herrlichen einst, Pindos und Helikon, Parnassos, und rings unter des Vaterlands dnem Himmel die freie, re, geistige Freude glänzt. hl ist enge begrenzt unsere Lebenszeit, erer Jahre Zahl sehen und zählen wir, h die Jahre der Völker, ein sterbliches Auge sie? nn die Seele dir auch über die eigne Zeit h, die sehnende, schwingt, trauernd verweilest du n am kalten Gestade den Deinen und kennst sie nie, die Künftigen auch, sie, die Verheißenen, wo siehest du sie, daß du an Freundeshand mal wieder erwarmest, er Seele vernehmlich seist? nglos, ists in der Halle längst, mer Seher! bei dir, sehnend verlischt dein Aug du schlummerst hinunter e Namen und unbeweint. ROUSSEAU eng begrenzt ist unsere Tageszeit. warst und sahst und stauntest, schon Abend ists, schlafe, wo unendlich ferne hen vorüber der Völker Jahre. mancher siehet über die eigne Zeit, zeigt ein Gott ins Freie, doch sehnend stehst Ufer du, ein Ärgernis den nen, ein Schatten, und liebst sie nimmer, jene, die du nennst, die Verheißenen, sind die Neuen, daß du an Freundeshand warmst, wo nahn sie, daß du einmal, same Rede, vernehmlich seiest? nglos ists, armer Mann, in der Halle dir, gleich den Unbegrabenen, irrest du tät und suchest Ruh und niemand ß den beschiedenen Weg zu weisen. denn zufrieden! der Baum entwächst m heimatlichen Boden, aber es sinken ihm liebenden, die jugendlichen me, und trauernd neigt er sein Haupt. Lebens Überfluß, das Unendliche, um ihn und dämmert, er faßt es nie. h lebts in ihm und gegenwärtig, rmend und wirkend, die Frucht entquillt ihm. hast gelebt! auch dir, auch dir euet die ferne Sonne dein Haupt, Strahlen aus der schönern Zeit. Es en die Boten dein Herz gefunden. nommen hast du sie, verstanden die Sprache der Fremdlinge, eutet ihre Seele! Dem Sehnenden war Wink genug, und Winke sind alters her die Sprache der Götter. wunderbar, als hätte von Anbeginn Menschen Geist das Werden und Wirken all, Lebens Weise schon erfahren, nt er im ersten Zeichen Vollendetes schon, fliegt, der kühne Geist, wie Adler den wittern, weissagend seinen mmenden Göttern voraus, DER FRIEDEN wenn die alten Wasser, die in andern Zorn, chröcklichern verwandelt wieder men, zu reinigen, da es not war, gählt’ und wuchs und wogte von Jahr zu Jahr tlos und überschwemmte das bange Land unerhörte Schlacht, daß weit hüllt kel und Blässe das Haupt der Menschen. Heldenkräfte flogen, wie Wellen, auf schwanden weg, du kürztest, o Rächerin! Dienern oft die Arbeit schnell und chtest in Ruhe sie heim, die Streiter. u, die unerbittlich und unbesiegt Feigern und den Übergewaltgen trifft, bis ins letzte Glied hinab vom lage sein armes Geschlecht erzittert, du geheim den Stachel und Zügel hältst, hemmen und zu fördern, o Nemesis, fst du die Toten noch, es schliefen er Italiens Lorbeergärten st ungestört die alten Eroberer. schonst du auch des müßigen Hirten nicht, haben endlich wohl genug den pigen Schlummer gebüßt die Völker? hub es an? wer brachte den Fluch? von heut nicht und nicht von gestern, und die zuerst Maß verloren, unsre Väter ßten es nicht, und es trieb ihr Geist sie. ang, zu lang schon treten die Sterblichen h gern aufs Haupt, und zanken um Herrschaft sich, Nachbar fürchtend, und es hat auf enem Boden der Mann nicht Segen. unstät wehn und irren, dem Chaos gleich, m gärenden Geschlechte die Wünsche noch her und wild ist und verzagt und kalt von gen das Leben der Armen immer. aber wandelst ruhig die sichre Bahn, Mutter Erd, im Lichte. Dein Frühling blüht, odischwechselnd gehn dir hin die chsenden Zeiten, du Lebensreiche! mm du nun, du der heiligen Musen all, der Gestirne Liebling, verjüngender ehnter Friede, komm und gib ein iben im Leben, ein Herz uns wieder. chuldiger! sind klüger die Kinder doch nahe, denn wir Alten; es irrt der Zwist Guten nicht den Sinn, und klar und udig ist ihnen ihr Auge blieben. wie mit andern Schauenden lächelnd ernst Richter auf der Jünglinge Rennbahn sieht, glühender die Kämpfenden die gen in stäubende Wolken treiben, steht und lächelt Helios über uns einsam ist der Göttliche, Frohe nie, n ewig wohnen sie, des Aethers hende Sterne, die Heiligfreien. STIMME DES VOLKS seiest Gottes Stimme, so glaubt ich sonst eilger Jugend; ja, und ich sag es noch! unsre Weisheit unbekümmert schen die Ströme doch auch, und dennoch, liebt sie nicht? und immer bewegen sie Herz mir, hör ich ferne die Schwindenden, Ahnungsvollen meine Bahn nicht, r gewisser ins Meer hin eilen. n selbstvergessen, allzubereit, den Wunsch Götter zu erfüllen, ergreift zu gern, sterblich ist, wenn offnen Augs auf enen Pfaden es einmal wandelt, All zurück die kürzeste Bahn; so stürzt Strom hinab, er suchet die Ruh, es reißt, ziehet wider Willen ihn, von ppe zu Klippe, den Steuerlosen, wunderbare Sehnen dem Abgrund zu; Ungebundne reizet und Völker auch reift die Todeslust und kühne dte, nachdem sie versucht das Beste, Jahr zu Jahr forttreibend das Werk, sie hat heilig Ende troffen; die Erde grünt stille vor den Sternen liegt, den enden gleich, in den Sand geworfen, willig überwunden die lange Kunst jenen Unnachahmbaren da; er selbst, Mensch, mit eigner Hand zerbrach, die hen zu ehren, sein Werk, der Künstler. h minder nicht sind jene den Menschen hold, lieben wieder, so wie geliebt sie sind, hemmen öfters, daß er lang im hte sich freue, die Bahn des Menschen. , nicht des Adlers Jungen allein, sie wirft Vater aus dem Neste, damit sie nicht ang ihm bleiben, uns auch treibt mit htigem Stachel hinaus der Herrscher. hl jenen, die zur Ruhe gegangen sind, vor der Zeit gefallen, auch die, auch die pfert, gleich den Erstlingen der te, sie haben ein Teil gefunden. Xanthos lag, in griechischer Zeit, die Stadt, t aber, gleich den größeren, die dort ruhn, durch ein Schicksal sie dem heilgen hte des Tages hinweggekommen. kamen aber, nicht in der offnen Schlacht, ch eigne Hand um. Fürchterlich ist davon, dort geschehn, die wunderbare e von Osten zu uns gelanget. eizte sie die Güte von Brutus. Denn Feuer ausgegangen, so bot er sich, helfen ihnen, ob er gleich, als Feldherr, nd in Belagerung vor den Toren. h von den Mauern warfen die Diener sie, er gesandt. Lebendiger ward darauf Feuer und sie freuten sich und ihnen cket’ entgegen die Hände Brutus alle waren außer sich selbst. Geschrei stand und Jauchzen. Drauf in die Flamme warf h Mann und Weib, von Knaben stürzt’ auch von dem Dach, in der Väter Schwert der. ht rätlich ist es, Helden zu trotzen. Längst s aber vorbereitet. Die Väter auch, sie ergriffen waren, einst, und tig die persischen Feinde drängten, zündeten, ergreifend des Stromes Rohr, sie das Freie fänden, die Stadt. Und Haus Tempel nahm, zum heilgen Aether gend, und Menschen hinweg die Flamme. hatten es die Kinder gehört, und wohl d gut die Sagen, denn ein Gedächtnis sind m Höchsten sie, doch auch bedarf es es, die heiligen auszulegen. MENONS KLAGEN UM DIOTIMA 1 lich geh ich heraus, und such ein Anderes immer, be längst sie befragt, alle die Pfade des Lands; ben die kühlenden Höhn, die Schatten alle besuch ich, die Quellen; hinauf irret der Geist und hinab, erbittend; so flieht das getroffene Wild in die Wälder, es um Mittag sonst sicher im Dunkel geruht; r nimmer erquickt sein grünes Lager das Herz ihm, mernd und schlummerlos treibt es der Stachel umher. ht die Wärme des Lichts, und nicht die Kühle der Nacht hilft, in Wogen des Stroms taucht es die Wunden umsonst. wie ihm vergebens die Erd ihr fröhliches Heilkraut cht, und das gärende Blut keiner der Zephyre stillt, ihr Lieben! auch mir, so will es scheinen, und niemand n von der Stirne mir nehmen den traurigen Traum? 2 es frommet auch nicht, ihr Todesgötter! wenn einmal hn haltet, und fest habt den bezwungenen Mann, nn ihr Bösen hinab in die schaurige Nacht ihn genommen, n zu suchen, zu flehn, oder zu zürnen mit euch, r geduldig auch wohl im furchtsamen Banne zu wohnen, mit Lächeln von euch hören das nüchterne Lied. es sein, so vergiß dein Heil, und schlummere klanglos! r doch quillt ein Laut hoffend im Busen dir auf, mer kannst du noch nicht, o meine Seele! noch kannst du’s ht gewohnen, und träumst mitten im eisernen Schlaf! tzeit hab ich nicht, doch möcht ich die Locke bekränzen; ich allein denn nicht? aber ein Freundliches muß nher nahe mir sein, und lächeln muß ich und staunen, so selig doch auch mitten im Leide mir ist. 3 ht der Liebe! scheinest du denn auch Toten, du goldnes! der aus hellerer Zeit, leuchtet ihr mir in die Nacht? bliche Gärten seid, ihr abendrötlichen Berge, d willkommen und ihr, schweigende Pfade des Hains, gen himmlischen Glücks, und ihr, hochschauende Sterne, mir damals so oft segnende Blicke gegönnt! h, ihr Liebenden auch, ihr schönen Kinder des Maitags, le Rosen und euch, Lilien, nenn ich noch oft! hl gehn Frühlinge fort, ein Jahr verdränget das andre, chselnd und streitend, so tost droben vorüber die Zeit r sterblichem Haupt, doch nicht vor seligen Augen, den Liebenden ist anderes Leben geschenkt. n sie alle, die Tag und Jahre der Sterne, sie waren tima! um uns innig und ewig vereint; 4 r wir, zufrieden gesellt, wie die liebenden Schwäne, nn sie ruhen am See, oder, auf Wellen gewiegt, dersehn in die Wasser, wo silberne Wolken sich spiegeln, ätherisches Blau unter den Schiffenden wallt, auf Erden wandelten wir. Und drohte der Nord auch, der Liebenden Feind, klagenbereitend, und fiel den Ästen das Laub, und flog im Winde der Regen, ig lächelten wir, fühlten den eigenen Gott er trautem Gespräch; in Einem Seelengesange, z in Frieden mit uns kindlich und freudig allein. r das Haus ist öde mir nun, und sie haben mein Auge genommen, auch mich hab ich verloren mit ihr. um irr ich umher, und wohl, wie die Schatten, so muß ich en, und sinnlos dünkt lange das Übrige mir. 5 ern möcht ich; aber wofür? und singen mit Andern, r so einsam fehlt jegliches Göttliche mir. s ists, dies mein Gebrechen, ich weiß, es lähmet ein Fluch mir um die Sehnen, und wirft, wo ich beginne, mich hin, ich fühllos sitze den Tag, und stumm wie die Kinder, vom Auge mir kalt öfters die Träne noch schleicht, die Pflanze des Felds, und der Vögel Singen mich trüb macht, l mit Freuden auch sie Boten des Himmlischen sind, r mir in schaudernder Brust die beseelende Sonne, hl und fruchtlos mir dämmert, wie Strahlen der Nacht, ! und nichtig und leer, wie Gefängniswände, der Himmel e beugende Last über dem Haupte mir hängt! 6 st mir anders bekannt! o Jugend, und bringen Gebete h nicht wieder, dich nie? führet kein Pfad mich zurück? es werden auch mir, wie den Götterlosen, die vormals nzenden Auges doch auch saßen an seligem Tisch, r übersättiget bald, die schwärmenden Gäste, verstummet, und nun, unter der Lüfte Gesang, er blühender Erd entschlafen sind, bis dereinst sie es Wunders Gewalt, sie, die Versunkenen, zwingt, derzukehren, und neu auf grünendem Boden zu wandeln. – liger Othem durchströmt göttlich die lichte Gestalt, nn das Fest sich beseelt, und Fluten der Liebe sich regen, vom Himmel getränkt, rauscht der lebendige Strom, nn es drunten ertönt, und ihre Schätze die Nacht zollt, aus Bächen herauf glänzt das begrabene Gold. – 7 r o du, die schon am Scheidewege mir damals, ich versank vor dir, tröstend ein Schöneres wies, die Großes zu sehn, und froher die Götter zu singen, weigend, wie sie, mich einst stille begeisternd gelehrt; terkind! erscheinest du mir, und grüßest, wie einst, mich, est wieder, wie einst, höhere Dinge mir zu? he! weinen vor dir, und klagen muß ich, wenn schon noch. kend edlerer Zeit, dessen die Seele sich schämt. n so lange, so lang auf matten Pfaden der Erde ich, deiner gewohnt, dich in der Irre gesucht, udiger Schutzgeist! aber umsonst, und Jahre zerrannen, wir ahnend um uns glänzen die Abende sahn. 8 h nur, dich erhält dein Licht, o Heldin! im Lichte, d dein Dulden erhält liebend, o Gütige, dich; nicht einmal bist du allein; Gespielen genug sind, du blühest und ruhst unter den Rosen des Jahrs; der Vater, er selbst, durch sanftumatmende Musen det die zärtlichen Wiegengesänge dir zu. noch ist sie es ganz! noch schwebt vom Haupte zur Sohle, lherwandelnd, wie sonst, mir die Athenerin vor. wie, freundlicher Geist! von heitersinnender Stirne nend und sicher dein Strahl unter die Sterblichen fällt, bezeugest du mirs, und sagst mirs, daß ich es andern dersage, denn auch andere glauben es nicht, unsterblicher doch, denn Sorg und Zürnen, die Freude ein goldener Tag täglich am Ende noch ist. 9 will ich, ihr Himmlischen! denn auch danken, und endlich met aus leichter Brust wieder des Sängers Gebet. wie, wenn ich mit ihr, auf sonniger Höhe mit ihr stand, icht belebend ein Gott innen vom Tempel mich an. en will ich denn auch! schon grünts! wie von heiliger Leier t es von silbernen Bergen Apollons voran! mm! es war wie ein Traum! Die blutenden Fittige sind ja on genesen, verjüngt leben die Hoffnungen all. ßes zu finden, ist viel, ist viel noch übrig, und wer so bte, gehet, er muß, gehet zu Göttern die Bahn. geleitet ihr uns, ihr Weihestunden! ihr ernsten, endlichen! o bleibt, heilige Ahnungen, ihr mme Bitten! und ihr Begeisterungen und all ihr en Genien, die gerne bei Liebenden sind; ibt so lange mit uns, bis wir auf gemeinsamem Boden t, wo die Seligen all niederzukehren bereit, t, wo die Adler sind, die Gestirne, die Boten des Vaters, t, wo die Musen, woher Helden und Liebende sind, t uns, oder auch hier, auf tauender Insel begegnen, die Unsrigen erst, blühend in Gärten gesellt, die Gesänge wahr, und länger die Frühlinge schön sind, von neuem ein Jahr unserer Seele beginnt. DER ARCHIPIELAGUS ren die Kraniche wieder zu dir, und suchen zu deinen rn wieder die Schiffe den Lauf? umatmen erwünschte e dir die beruhigte Flut, und sonnet der Delphin, der Tiefe gelockt, am neuen Lichte den Rücken? ht Ionien? ists die Zeit? denn immer im Frühling, nn den Lebenden sich das Herz erneut und die erste be den Menschen erwacht und goldner Zeiten Erinnrung, mm ich zu dir und grüß in deiner Stille dich, Alter! mer, Gewaltiger! lebst du noch und ruhest im Schatten ner Berge, wie sonst; mit Jünglingsarmen umfängst du h dein liebliches Land, und deiner Töchter, o Vater! ner Inseln ist noch, der blühenden, keine verloren. ta steht und Salamis grünt, umdämmert von Lorbeern, gs von Strahlen umblüht, erhebt zur Stunde des Aufgangs os ihr begeistertes Haupt, und Tenos und Chios en der purpurnen Früchte genug, von trunkenen Hügeln llt der Cypriertrank, und von Kalauria fallen erne Bäche, wie einst, in die alten Wasser des Vaters. e leben sie noch, die Heroenmütter, die Inseln, hend von Jahr zu Jahr, und wenn zu Zeiten, vom Abgrund gelassen, die Flamme der Nacht, das untre Gewitter, e der holden ergriff, und die Sterbende dir in den Schoß sank, tlicher! du, du dauertest aus, denn über den dunkeln en ist manches schon dir auf und untergegangen. h die Himmlischen, sie, die Kräfte der Höhe, die stillen, den heiteren Tag und süßen Schlummer und Ahnung nher bringen über das Haupt der fühlenden Menschen der Fülle der Macht, auch sie, die alten Gespielen, hnen, wie einst, mit dir, und oft am dämmernden Abend, nn von Asiens Bergen herein das heilige Mondlicht mmt und die Sterne sich in deiner Woge begegnen, chtest du von himmlischem Glanz, und so, wie sie wandeln, chseln die Wasser dir, es tönt die Weise der Brüder ben, ihr Nachtgesang, im liebenden Busen dir wieder. nn die allverklärende dann, die Sonne des Tages, des Orients Kind, die Wundertätige, da ist, n die Lebenden all im goldenen Traume beginnen, die Dichtende stets des Morgens ihnen bereitet, dem trauernden Gott, dir sendet sie froheren Zauber, ihr eigen freundliches Licht ist selber so schön nicht n das Liebeszeichen, der Kranz, den immer, wie vormals, ner gedenk, doch sie um die graue Locke dir windet. umfängt der Aether dich nicht, und kehren die Wolken, ne Boten, von ihm mit dem Göttergeschenke, dem Strahle der Höhe dir nicht? dann sendest du über das Land sie, am heißen Gestad die gewittertrunkenen Wälder schen und wogen mit dir, daß bald, dem wandernden Sohn gleich, nn der Vater ihn ruft, mit den tausend Bächen Mäander nen Irren enteilt und aus der Ebne Kayster entgegenfrohlockt, und der Erstgeborne, der Alte, zu lange sich barg, dein majestätischer Nil itzt hherschreitend aus fernem Gebirg, wie im Klange der Waffen, greich kömmt, und die offenen Arme der sehnende reichet. noch einsam dünkest du dir; in schweigender Nacht hört ne Weheklage der Fels, und öfters entflieht dir nend von Sterblichen weg die geflügelte Woge zum Himmel. n es leben mit dir die edlen Lieblinge nimmer, dich geehrt, die einst mit den schönen Tempeln und Städten ne Gestade bekränzt, und immer suchen und missen, mer bedürfen ja, wie Heroen den Kranz, die geweihten mente zum Ruhme das Herz der fühlenden Menschen. e, wo ist Athen? ist über den Urnen der Meister ne Stadt, die geliebteste dir, an den heiligen Ufern, uernder Gott! dir ganz in Asche zusammengesunken, r ist noch ein Zeichen von ihr, daß etwa der Schiffer, nn er vorüberkommt, sie nenn und ihrer gedenke? gen dort die Säulen empor und leuchteten dort nicht st vom Dache der Burg herab die Göttergestalten? schte dort die Stimme des Volks, die stürmischbewegte, der Agora nicht her, und eilten aus freudigen Pforten t die Gassen dir nicht zu gesegnetem Hafen herunter? he! da löste sein Schiff der fernhinsinnende Kaufmann, h, denn es wehet’ auch ihm die beflügelnde Luft und die Götter bten so, wie den Dichter, auch ihn, dieweil er die guten en der Erd ausglich und Fernes Nahem vereinte. n nach Cypros ziehet er hin und ferne nach Tyros, bt nach Kolchis hinauf und hinab zum alten Aegyptos, er Purpur und Wein und Korn und Vließe gewinne die eigene Stadt, und öfters über des kühnen kules Säulen hinaus, zu neuen seligen Inseln gen die Hoffnungen ihn und des Schiffes Flügel, indessen ers bewegt, am Gestade der Stadt ein einsamer Jüngling lt und die Woge belauscht, und Großes ahndet der Ernste, nn er zu Füßen so des erderschütternden Meisters schet und sitzt, und nicht umsonst erzog ihn der Meergott. n des Genius Feind, der vielgebietende Perse, lang zählt’ er sie schon, der Waffen Menge, der Knechte, ttend des griechischen Lands und seiner wenigen Inseln, sie deuchten dem Herrscher ein Spiel, und noch, wie ein Traum, war das innige Volk, vom Göttergeiste gerüstet. cht aus spricht er das Wort und schnell, wie der flammende Bergquell, nn er, furchtbar umher vom gärenden Aetna gegossen, dte begräbt in der purpurnen Flut und blühende Gärten, der brennende Strom im heiligen Meere sich kühlet, mit dem Könige nun, versengend, städteverwüstend, rzt von Ekbatana daher sein prächtig Getümmel; h! und Athene, die herrliche, fällt; wohl schauen und ringen m Gebirg, wo das Wild ihr Geschrei hört, fliehende Greise h den Wohnungen dort zurück und den rauchenden Tempeln; r es weckt der Söhne Gebet die heilige Asche nicht mehr, im Tal ist der Tod, und die Wolke des Brandes windet am Himmel dahin, und weiter im Lande zu ernten, ht, vom Frevel erhitzt, mit der Beute der Perse vorüber. r an Salamis Ufern, o Tag an Salamis Ufern! rend des Endes stehn die Athenerinnen, die Jungfraun, hn die Mütter, wiegend im Arm das gerettete Söhnlein, r den Horchenden schallt von Tiefen die Stimme des Meergotts lweissagend herauf, es schauen die Götter des Himmels gend und richtend herab, denn dort an den bebenden Ufern nkt seit Tagesbeginn, wie langsamwandelnd Gewitter, t auf schäumenden Wassern die Schlacht, und es glühet der Mittag, emerket im Zorn, schon über dem Haupte den Kämpfern. r die Männer des Volks, die Heroenenkel, sie walten leren Auges jetzt, die Götterlieblinge denken beschiedenen Glücks, es zähmen die Kinder Athenes n Genius, ihn, den todverachtenden, jetzt nicht. n wie aus rauchendem Blut das Wild der Wüste noch einmal h zuletzt verwandelt erhebt, der edleren Kraft gleich, den Jäger erschröckt, kehrt jetzt im Glanze der Waffen, der Herrscher Gebot, furchtbargesammelt den Wilden, ten im Untergang, die ermattete Seele noch einmal. entbrannter beginnts; wie Paare ringender Männer sen die Schiffe sich an, in die Woge taumelt das Steuer, er den Streitern bricht der Boden, und Schiffer und Schiff sinkt. r in schwindelnden Traum vom Liede des Tages gesungen, lt der König den Blick; irrlächelnd über den Ausgang ht er, und fleht, und frohlockt, und sendet, wie Blitze, die Boten. h er sendet umsonst, es kehret keiner ihm wieder. tige Boten, Erschlagne des Heers, und berstende Schiffe, ft die Rächerin ihm zahllos, die donnernde Woge, den Thron, wo er sitzt am bebenden Ufer, der Arme, auend die Flucht, und fort in die fliehende Menge gerissen, er, ihn treibt der Gott, es treibt sein irrend Geschwader r die Fluten der Gott, der spottend sein eitel Geschmeid ihm lich zerschlug und den Schwachen erreicht’ in der drohenden Rüstung. r liebend zurück zum einsamharrenden Strome mmt der Athener Volk und von den Bergen der Heimat gen, freudig gemischt, die glänzenden Scharen herunter verlassene Tal, ach! gleich der gealterten Mutter, nn nach Jahren das Kind, das verlorengeachtete, wieder end ihr an die Brüste kehrt, ein erwachsener Jüngling, r im Gram ist ihr die Seele gewelkt und die Freude mmt der hoffnungsmüden zu spät und mühsam vernimmt sie, der liebende Sohn in seinem Danke geredet: erscheint den Kommenden dort der Boden der Heimat. n es fragen umsonst nach ihren Hainen die Frommen, die Sieger empfängt die freundliche Pforte nicht wieder, den Wanderer sonst sie empfing, wenn er froh von den Inseln derkehrt’ und die selige Burg der Mutter Athene r sehnendem Haupt ihm fernherglänzend heraufging. r wohl sind ihnen bekannt die verödeten Gassen die trauernden Gärten umher und auf der Agora, des Portikus Säulen gestürzt und die göttlichen Bilder gen, da reicht in der Seele bewegt, und der Treue sich freuend, t das liebende Volk zum Bunde die Hände sich wieder. d auch suchet und sieht den Ort des eigenen Hauses er dem Schutt der Mann; ihm weint am Halse, der trauten lummerstätte gedenk, sein Weib, es fragen die Kindlein h dem Tische, wo sonst in lieblicher Reihe sie saßen, den Vätern gesehn, den lächelnden Göttern des Hauses. r Gezelte bauet das Volk, es schließen die alten hbarn wieder sich an, und nach des Herzens Gewohnheit nen die luftigen Wohnungen sich umher an den Hügeln. ndessen wohnen sie nun, wie die Freien, die Alten, , der Stärke gewiß und dem kommenden Tage vertrauend, ndernden Vögeln gleich, mit Gesange von Berge zu Berg einst en, die Fürsten des Forsts und des weitumirrenden Stromes. h umfängt noch, wie sonst, die Muttererde, die treue, der ihr edel Volk, und unter heiligem Himmel en sie sanft, wenn milde, wie sonst, die Lüfte der Jugend die Schlafenden wehn, und aus Platanen Ilissus n herüberrauscht, und neue Tage verkündend, kend zu neuen Taten, bei Nacht die Woge des Meergotts nher tönt und fröhliche Träume den Lieblingen sendet. on auch sprossen und blühn die Blumen mählich, die goldnen, zertretenem Feld, von frommen Händen gewartet, net der Ölbaum auf, und auf Kolonos Gefilden ren friedlich, wie sonst, die Athenischen Rosse sich wieder. r der Muttererd und dem Gott der Woge zu Ehren het die Stadt itzt auf, ein herrlich Gebild, dem Gestirn gleich hergegründet, des Genius Werk, denn Fesseln der Liebe afft er gerne sich so, so hält in großen Gestalten, er selbst sich erbaut, der immerrege sich bleibend. h! und dem Schaffenden dienet der Wald, ihm reicht mit den andern gen nahe zur Hand der Pentele Marmor und Erze, r lebend, wie er, und froh und herrlich entquillt es nen Händen, und leicht, wie der Sonne, gedeiht das Geschäft ihm. nnen steigen empor und über die Hügel in reinen nen gelenkt, ereilt der Quell das glänzende Becken; umher an ihnen erglänzt, gleich festlichen Helden gemeinsamen Kelch, die Reihe der Wohnungen, hoch ragt Prytanen Gemach, es stehn Gymnasien offen, tertempel entstehn, ein heiligkühner Gedanke gt, Unsterblichen nah, das Olympion auf in den Aether dem seligen Hain; noch manche der himmlischen Hallen! ter Athene, dir auch, dir wuchs dein herrlicher Hügel zer aus der Trauer empor und blühte noch lange, t der Wogen und dir, und deine Lieblinge sangen hversammelt noch oft am Vorgebirge den Dank dir. ie Kinder des Glücks, die frommen! wandeln sie fern nun den Vätern daheim, und der Schicksalstage vergessen, ben am Lethestrom, und bringt kein Sehnen sie wieder? ht mein Auge sie nie? ach! findet über den tausend den der grünenden Erd, ihr göttergleichen Gestalten! h das Suchende nie, und vernahm ich darum die Sprache, um die Sage von euch, daß immertrauernd die Seele der Zeit mir hinab zu euern Schatten entfliehe? r näher zu euch, wo eure Haine noch wachsen, sein einsames Haupt in Wolken der heilige Berg hüllt, m Parnassos will ich, und wenn im Dunkel der Eiche immernd, mir Irrenden dort Kastalias Quelle begegnet, l ich, mit Tränen gemischt, aus blütenumdufteter Schale t, auf keimendes Grün, das Wasser gießen, damit doch, hr Schlafenden all! ein Totenopfer euch werde. t im schweigenden Tal, an Tempes hangenden Felsen, l ich wohnen mit euch, dort oft, ihr herrlichen Namen! euch rufen bei Nacht, und wenn ihr zürnend erscheinet, l der Pflug die Gräber entweiht, mit der Stimme des Herzens l ich, mit frommem Gesang euch sühnen, heilige Schatten! zu leben mit euch, sich ganz die Seele gewöhnet. gen wird der Geweihtere dann euch manches, ihr Toten! h, ihr Lebenden auch, ihr hohen Kräfte des Himmels, nn ihr über dem Schutt mit euren Jahren vorbeigeht, n der sicheren Bahn! denn oft ergreifet das Irrsal er den Sternen mir, wie schaurige Lüfte, den Busen, ich spähe nach Rat, und lang schon reden sie nimmer st den Bedürftigen zu, die prophetischen Haine Dodonas, mm ist der delphische Gott, und einsam liegen und öde gst die Pfade, wo einst, von Hoffnungen leise geleitet, gend der Mann zur Stadt des redlichen Sehers heraufstieg. r droben das Licht, es spricht noch heute zu Menschen, öner Deutungen voll und des großen Donnerers Stimme t es: Denket ihr mein? und die trauernde Woge des Meergotts lt es wider: Gedenkt ihr nimmer meiner, wie vormals? n es ruhn die Himmlischen gern am fühlenden Herzen; mer, wie sonst, geleiten sie noch, die begeisternden Kräfte, ne den strebenden Mann und über Bergen der Heimat t und waltet und lebt allgegenwärtig der Aether, ein liebendes Volk in des Vaters Armen gesammelt, nschlich freudig, wie sonst, und Ein Geist allen gemein sei. r weh! es wandelt in Nacht, es wohnt, wie im Orkus, e Göttliches unser Geschlecht. Ans eigene Treiben d sie geschmiedet allein, und sich in der tosenden Werkstatt et jeglicher nur und viel arbeiten die Wilden gewaltigem Arm, rastlos, doch immer und immer ruchtbar, wie die Furien, bleibt die Mühe der Armen. erwacht vom ängstigen Traum, die Seele den Menschen geht, jugendlich froh, und der Liebe segnender Othem der, wie vormals oft, bei Hellas blühenden Kindern, het in neuer Zeit und über freierer Stirne der Geist der Natur, der fernherwandelnde, wieder leweilend der Gott in goldnen Wolken erscheinet. ! und säumest du noch? und jene, die Göttlichgebornen, hnen immer, o Tag! noch als in Tiefen der Erde sam unten, indes ein immerlebender Frühling esungen über dem Haupt den Schlafenden dämmert? r länger nicht mehr! schon hör ich ferne des Festtags rgesang auf grünem Gebirg und das Echo der Haine, der Jünglinge Brust sich hebt, wo die Seele des Volks sich lvereint im freieren Lied, zur Ehre des Gottes, m die Höhe gebührt, doch auch die Tale sind heilig; n, wo fröhlich der Strom in wachsender Jugend hinauseilt, er Blumen des Lands, und wo auf sonnigen Ebnen es Korn und der Obstwald reift, da kränzen am Feste ne die Frommen sich auch, und auf dem Hügel der Stadt glänzt, nschlicher Wohnung gleich, die himmlische Halle der Freude. n voll göttlichen Sinns ist alles Leben geworden, vollendend, wie sonst, erscheinst du wieder den Kindern rall, o Natur! und, wie vom Quellengebirg, rinnt en von da und dort in die keimende Seele dem Volke. n, dann, o ihr Freuden Athens! ihr Taten in Sparta! tliche Frühlingszeit im Griechenlande! wenn unser bst kömmt, wenn ihr gereift, ihr Geister alle der Vorwelt! derkehret und siehe! des Jahrs Vollendung ist nahe! n erhalte das Fest auch euch, vergangene Tage! nach Hellas schaue das Volk, und weinend und dankend ftige sich in Erinnerungen der stolze Triumphtag! r blühet indes, bis unsre Früchte beginnen, ht, ihr Gärten Ioniens! nur, und die an Athens Schutt nen, ihr Holden! verbergt dem schauenden Tage die Trauer! nzt mit ewigem Laub, ihr Lorbeerwälder! die Hügel er Toten umher, bei Marathon dort, wo die Knaben gend starben, ach! dort auf Chäroneas Gefilden, mit den Waffen ins Blut die letzten Athener enteilten, hend vor dem Tage der Schmach, dort, dort von den Bergen gt ins Schlachttal täglich herab, dort singet von Oetas feln das Schicksalslied, ihr wandelnden Wasser, herunter! r du, unsterblich, wenn auch der Griechengesang schon h nicht feiert, wie sonst, aus deinen Wogen, o Meergott! e mir in die Seele noch oft, daß über den Wassern chtlosrege der Geist, dem Schwimmer gleich, in der Starken chem Glücke sich üb, und die Göttersprache, das Wechseln das Werden versteh, und wenn die reißende Zeit mir gewaltig das Haupt ergreift und die Not und das Irrsal er Sterblichen mir mein sterblich Leben erschüttert, der Stille mich dann in deiner Tiefe gedenken. HEIMKUNFT 1 n in den Alpen ists noch helle Nacht und die Wolke, udiges dichtend, sie deckt drinnen das gähnende Tal. in, dorthin toset und stürzt die scherzende Bergluft, roff durch Tannen herab glänzet und schwindet ein Strahl. gsam eilt und kämpft das freudigschauernde Chaos, g an Gestalt, doch stark, feiert es liebenden Streit er den Felsen, es gärt und wankt in den ewigen Schranken, n bacchantischer zieht drinnen der Morgen herauf. n es wächst unendlicher dort das Jahr und die heilgen nden, die Tage, sie sind kühner geordnet, gemischt. noch merket die Zeit der Gewittervogel und zwischen gen, hoch in der Luft weilt er und rufet den Tag. t auch wachet und schaut in der Tiefe drinnen das Dörflein chtlos, Hohem vertraut, unter den Gipfeln hinauf. chstum ahnend, denn schon, wie Blitze, fallen die alten serquellen, der Grund unter den Stürzenden dampft, o tönet umher, und die unermeßliche Werkstatt et bei Tag und Nacht, Gaben versendend, den Arm. 2 ig glänzen indes die silbernen Höhen darüber, mit Rosen ist schon droben der leuchtende Schnee. noch höher hinauf wohnt über dem Lichte der reine ge Gott vom Spiel heiliger Strahlen erfreut. le wohnt er allein und hell erscheinet sein Antlitz, ätherische scheint Leben zu geben geneigt, ude zu schaffen, mit uns, wie oft, wenn, kundig des Maßes, dig der Atmenden auch zögernd und schonend der Gott hlgediegenes Glück den Städten und Häusern und milde en, zu öffnen das Land, brütende Wolken, und euch, uteste Lüfte dann, euch, sanfte Frühlinge, sendet, mit langsamer Hand Traurige wieder erfreut, nn er die Zeiten erneut, der Schöpferische, die stillen zen der alternden Menschen erfrischt und ergreift, hinab in die Tiefe wirkt, und öffnet und aufhellt, ers liebet, und jetzt wieder ein Leben beginnt, mut blühet, wie einst, und gegenwärtiger Geist kömmt, ein freudiger Mut wieder die Fittige schwellt. 3 es sprach ich zu ihm, denn, was auch Dichtende sinnen r singen, es gilt meistens den Engeln und ihm; es bat ich, zu lieb dem Vaterlande, damit nicht gebeten uns einst plötzlich befiele der Geist; es für euch auch, die im Vaterlande besorgt sind, en der heilige Dank lächelnd die Flüchtlinge bringt, desleute! für euch, indessen wiegte der See mich, der Ruderer saß ruhig und lobte die Fahrt. t in des Sees Ebene wars Ein freudiges Wallen er den Segeln und jetzt blühet und hellet die Stadt t in der Frühe sich auf, wohl her von schattigen Alpen mmt geleitet und ruht nun in dem Hafen das Schiff. m ist das Ufer hier und freundlich offene Tale, ön von Pfaden erhellt, grünen und schimmern mich an. ten stehen gesellt und die glänzende Knospe beginnt schon, des Vogels Gesang ladet den Wanderer ein. es scheinet vertraut, der vorübereilende Gruß auch eint von Freunden, es scheint jegliche Miene verwandt. 4 lich wohl! das Geburtsland ists, der Boden der Heimat, du suchest, es ist nahe, begegnet dir schon. umsonst nicht steht, wie ein Sohn, am wellenumrauschten und siehet und sucht liebende Namen für dich, Gesang, ein wandernder Mann, glückseliges Lindau! e der gastlichen Pforten des Landes ist dies, zend hinauszugehn in die vielversprechende Ferne, t, wo die Wunder sind, dort, wo das göttliche Wild h in die Ebnen herab der Rhein die verwegene Bahn bricht, aus Felsen hervor ziehet das jauchzende Tal, t hinein, durchs helle Gebirg, nach Como zu wandern, r hinab, wie der Tag wandelt, den offenen See; r reizender mir bist du, geweihete Pforte! mzugehn, wo bekannt blühende Wege mir sind, t zu besuchen das Land und die schönen Tale des Neckars, die Wälder, das Grün heiliger Bäume, wo gern h die Eiche gesellt mit stillen Birken und Buchen, in Bergen ein Ort freundlich gefangen mich nimmt. 5 t empfangen sie mich. O Stimme der Stadt, der Mutter! u triffest, du regst Langegelerntes mir auf! noch sind sie es noch! noch blühet die Sonn und die Freud euch, hr Liebsten! und fast heller im Auge, wie sonst. das Alte noch ists! Es gedeihet und reifet, doch keines, da lebet und liebt, lässet die Treue zurück. r das Beste, der Fund, der unter des heiligen Friedens en lieget, er ist Jungen und Alten gespart. ig red ich. Es ist die Freude. Doch morgen und künftig, nn wir gehen und schaun draußen das lebende Feld er den Blüten des Baums, in den Feiertagen des Frühlings und hoff ich mit euch vieles, ihr Lieben! davon. es hab ich gehört vom großen Vater und habe ge geschwiegen von ihm, welcher die wandernde Zeit ben in Höhen erfrischt, und waltet über Gebirgen, gewähret uns bald himmlische Gaben und ruft lern Gesang und schickt viel gute Geister. O säumt nicht, mmt, Erhaltenden ihr! Engel des Jahres! und ihr, 6 el des Hauses, kommt! in die Adern alle des Lebens, e freuend zugleich, teile das Himmlische sich! e! verjünge! damit nichts Menschlichgutes, damit nicht e Stunde des Tags ohne die Frohen und auch che Freude, wie jetzt, wenn Liebende wieder sich finden, es gehört für sie, schicklich geheiliget sei. nn wir segnen das Mahl, wen darf ich nennen, und wenn wir n vom Leben des Tags, saget, wie bring ich den Dank? n ich den Hohen dabei? Unschickliches liebet ein Gott nicht, zu fassen, ist fast unsere Freude zu klein. weigen müssen wir oft; es fehlen heilige Namen, zen schlagen und doch bleibet die Rede zurück? r ein Saitenspiel leiht jeder Stunde die Töne, erfreuet vielleicht Himmlische, welche sich nahn. bereitet und so ist auch beinahe die Sorge on befriediget, die unter das Freudige kam. gen, wie diese, muß, gern oder nicht, in der Seele gen ein Sänger und oft, aber die anderen nicht. DER GANG AUFS LAND An Ladauer mm! ins Offene, Freund! zwar glänzt ein Weniges heute herunter und eng schließet der Himmel uns ein. der die Berge sind noch aufgegangen des Waldes fel nach Wunsch und leer ruht von Gesange die Luft. b ists heut, es schlummern die Gäng und die Gassen und fast will es scheinen, es sei, als in der bleiernen Zeit. noch gelinget der Wunsch, Rechtglaubige zweifeln an Einer nde nicht und der Lust bleibe geweihet der Tag. n nicht wenig erfreut, was wir vom Himmel gewonnen, nn ers weigert und doch gönnet den Kindern zuletzt. daß solcher Reden und auch der Schritt’ und der Mühe t der Gewinn und ganz wahr das Ergötzliche sei. um hoff ich sogar, es werde, wenn das Gewünschte beginnen und erst unsere Zunge gelöst, gefunden das Wort, und aufgegangen das Herz ist, von trunkener Stirn höher Besinnen entspringt, der unsern zugleich des Himmels Blüte beginnen, dem offenen Blick offen der Leuchtende sein. n nicht Mächtiges ists, zum Leben aber gehört es, wir wollen, und scheint schicklich und freudig zugleich. r kommen doch auch der segenbringenden Schwalben mer einige noch, ehe der Sommer, ins Land. mlich droben zu weihn bei guter Rede den Boden, den Gästen das Haus baut der verständige Wirt; sie kosten und schaun das Schönste, die Fülle des Landes, , wie das Herz es wünscht, offen, dem Geiste gemäß hl und Tanz und Gesang und Stuttgarts Freude gekrönt sei, halb wollen wir heut wünschend den Hügel hinauf. g ein Besseres noch das menschenfreundliche Mailicht ber sprechen, von selbst bildsamen Gästen erklärt, r, wie sonst, wenns andern gefällt, denn alt ist die Sitte, es schauen so oft lächelnd die Götter auf uns, ge der Zimmermann vom Gipfel des Daches den Spruch tun, , so gut es gelang, haben das Unsre getan. r schön ist der Ort, wenn in Feiertagen des Frühlings gegangen das Tal, wenn mit dem Neckar herab den grünend und Wald und all die grünenden Bäume llos, blühend weiß, wallen in wiegender Luft, r mit Wölkchen bedeckt an Bergen herunter der Weinstock mmert und wächst und erwarmt unter dem sonnigen Duft. STUTTGART 1 der ein Glück ist erlebt. Die gefährliche Dürre geneset, die Schärfe des Lichts senget die Blüte nicht mehr. en steht jetzt wieder ein Saal, und gesund ist der Garten, von Regen erfrischt rauschet das glänzende Tal, h von Gewächsen, es schwellen die Bäch und alle gebundnen ge wagen sich wieder ins Reich des Gesangs. ist die Luft von Fröhlichen jetzt und die Stadt und der Hain ist gs von zufriedenen Kindern des Himmels erfüllt. ne begegnen sie sich, und irren untereinander, genlos, und es scheint keines zu wenig, zu viel. n so ordnet das Herz es an, und zu atmen die Anmut, die geschickliche, schenkt ihnen ein göttlicher Geist. r die Wanderer auch sind wohlgeleitet und haben nze genug und Gesang, haben den heiligen Stab geschmückt mit Trauben und Laub bei sich und der Fichte atten; von Dorfe zu Dorf jauchzt es, von Tage zu Tag, wie Wagen, bespannt mit freiem Wilde, so ziehn die ge voran und so träget und eilet der Pfad. 2 r meinest du nun, es haben die Tore vergebens getan und den Weg freudig die Götter gemacht? es schenken umsonst zu des Gastmahls Fülle die Guten st dem Weine noch auch Beeren und Honig und Obst? enken das purpurne Licht zu Festgesängen und kühl und ig zu tieferem Freundesgespräche die Nacht? t ein Ernsteres dich, so spars dem Winter und willst du en, habe Geduld, Freier beglücket der Mai. t ist Anderes not, jetzt komm und feire des Herbstes e Sitte, noch jetzt blühet die Edle mit uns. s nur gilt für den Tag, das Vaterland, und des Opfers tlicher Flamme wirft jeder sein Eigenes zu. um kränzt der gemeinsame Gott umsäuselnd das Haar uns, den eigenen Sinn schmelzet, wie Perlen, der Wein. s bedeutet der Tisch, der geehrte, wenn, wie die Bienen, d um den Eichbaum, wir sitzen und singen um ihn, s der Pokale Klang, und darum zwinget die wilden len der streitenden Männer zusammen der Chor. 3 r damit uns nicht, gleich Allzuklugen, entfliehe se neigende Zeit, komm ich entgegen sogleich, an die Grenze des Lands, wo mir den lieben Geburtsort die Insel des Stroms blaues Gewässer umfließt. lig ist mir der Ort, an beiden Ufern, der Fels auch, mit Garten und Haus grün aus den Wellen sich hebt. t begegnen wir uns; o gütiges Licht! wo zuerst mich ner gefühlteren Strahlen mich einer betraf. t begann und beginnt das liebe Leben von neuem; r des Vaters Grab seh ich und weine dir schon? n und halt und habe den Freund und höre das Wort, das st mir in himmlischer Kunst Leiden der Liebe geheilt. res erwacht! ich muß die Landesheroen ihm nennen, barossa! dich auch, gütiger Christoph, und dich, nradin! wie du fielst, so fallen Starke, der Efeu nt am Fels und die Burg deckt das bacchantische Laub, h Vergangenes ist, wie Künftiges, heilig den Sängern, in Tagen des Herbsts sühnen die Schatten wir uns. 4 der Gewaltgen gedenk und des herzerhebenden Schicksals, os selber, und leicht, aber vom Aether doch auch eschauet und fromm, wie die Alten, die göttlicherzognen udigen Dichter ziehn freudig das Land wir hinauf. ß ist das Werden umher. Dort von den äußersten Bergen mmen der Jünglinge viel, steigen die Hügel herab. llen rauschen von dort und hundert geschäftige Bäche, mmen bei Tag und Nacht nieder und bauen das Land. r der Meister pflügt die Mitte des Landes, die Furchen het der Neckarstrom, ziehet den Segen herab. es kommen mit ihm Italiens Lüfte, die See schickt Wolken, sie schickt prächtige Sonnen mit ihm. um wächset uns auch fast über das Haupt die gewaltge e, denn hieher ward, hier in die Ebne das Gut cher den Lieben gebracht, den Landesleuten, doch neidet ner an Bergen dort ihnen die Gärten, den Wein r das üppige Gras und das Korn und die glühenden Bäume, am Wege gereiht über den Wanderern stehn. 5 r indes wir schaun und die mächtige Freude durchwandeln, het der Weg und der Tag uns, wie den Trunkenen, hin. n mit heiligem Laub umkränzt erhebet die Stadt schon, gepriesene, dort leuchtend ihr priesterlich Haupt. rlich steht sie und hält den Rebenstab und die Tanne h in die seligen purpurnen Wolken empor. uns hold! dem Gast und dem Sohn, o Fürstin der Heimat! ckliches Stuttgart, nimm freundlich den Fremdling mir auf! mer hast du Gesang mit Flöten und Saiten gebilligt, ich glaub, und des Lieds kindlich Geschwätz und der Mühn e Vergessenheit bei gegenwärtigem Geiste, m erfreuest du auch gerne den Sängern das Herz. r ihr, ihr Größeren auch, ihr Frohen, die allzeit en und walten, erkannt, oder gewaltiger auch, nn ihr wirket und schafft in heiliger Nacht und allein herrscht allmächtig empor ziehet ein ahnendes Volk, die Jünglinge sich der Väter droben erinnern, ndig und hell vor euch steht der besonnene Mensch – 6 el des Vaterlands! o ihr, vor denen das Auge, s auch stark, und das Knie bricht dem vereinzelten Mann, er halten sich muß an die Freund und bitten die Teuern, sie tragen mit ihm all die beglückende Last, t, o Gütige, Dank für den und alle die Andern, mein Leben, mein Gut unter den Sterblichen sind. r die Nacht kommt! laß uns eilen, zu feiern das Herbstfest t noch! voll ist das Herz, aber das Leben ist kurz, was uns der himmlische Tag zu sagen geboten, zu nennen, mein Schmid! reichen wir beide nicht aus. ffliche bring ich dir und das Freudenfeuer wird hoch auf lagen und heiliger soll sprechen das kühnere Wort. he! da ist es rein! und des Gottes freundliche Gaben, wir teilen, sie sind zwischen den Liebenden nur. eres nicht – o kommt! o macht es wahr! denn allein ja ich und niemand nimmt mir von der Stirne den Traum? mmt und reicht, ihr Lieben, die Hand! das möge genug sein, r die größere Lust sparen dem Enkel wir auf. BROT UND WEIN 1 gs um ruhet die Stadt; still wird die erleuchtete Gasse, , mit Fackeln geschmückt, rauschen die Wagen hinweg. gehn heim von Freuden des Tags zu ruhen die Menschen, Gewinn und Verlust wäget ein sinniges Haupt hlzufrieden zu Haus; leer steht von Trauben und Blumen, von Werken der Hand ruht der geschäftige Markt. r das Saitenspiel tönt fern aus Gärten; vielleicht, daß t ein Liebendes spielt oder ein einsamer Mann ner Freunde gedenkt und der Jugendzeit; und die Brunnen merquillend und frisch rauschen an duftendem Beet. l in dämmriger Luft ertönen geläutete Glocken, der Stunden gedenk rufet ein Wächter die Zahl. t auch kommet ein Wehn und regt die Gipfel des Hains auf, h! und das Schattenbild unserer Erde, der Mond, mmet geheim nun auch; die Schwärmerische, die Nacht kommt, mit Sternen und wohl wenig bekümmert um uns, nzt die Erstaunende dort, die Fremdlingin unter den Menschen, r Gebirgeshöhn traurig und prächtig herauf. 2 nderbar ist die Gunst der Hocherhabnen und niemand ß, von wannen und was einem geschiehet von ihr. bewegt sie die Welt und die hoffende Seele der Menschen, bst kein Weiser versteht, was sie bereitet, denn so l es der oberste Gott, der sehr dich liebet, und darum noch lieber, wie sie, dir der besonnene Tag. r zuweilen liebt auch klares Auge den Schatten versuchet zu Lust, eh es die Not ist, den Schlaf, r es blickt auch gern ein treuer Mann in die Nacht hin, es ziemet sich, ihr Kränze zu weihn und Gesang, l den Irrenden sie geheiliget ist und den Toten, ber aber besteht, ewig, in freiestem Geist. r sie muß uns auch, daß in der zaudernden Weile, im Finstern für uns einiges Haltbare sei, die Vergessenheit und das Heiligtrunkene gönnen, nnen das strömende Wort, das, wie die Liebenden, sei, lummerlos, und vollern Pokal und kühneres Leben, lig Gedächtnis auch, wachend zu bleiben bei Nacht. 3 h verbergen umsonst das Herz im Busen, umsonst nur ten den Mut noch wir, Meister und Knaben, denn wer cht es hindern und wer möcht uns die Freude verbieten? tliches Feuer auch treibet, bei Tag und bei Nacht, zubrechen. So komm! daß wir das Offene schauen, ein Eigenes wir suchen, so weit es auch ist. t bleibt Eins; es sei um Mittag oder es gehe in die Mitternacht, immer bestehet ein Maß, en gemein, doch jeglichem auch ist eignes beschieden, in gehet und kommt jeder, wohin er es kann. m! und spotten des Spotts mag gern frohlockender Wahnsinn, nn er in heiliger Nacht plötzlich die Sänger ergreift. m an den Isthmos komm! dorthin, wo das offene Meer rauscht Parnaß und der Schnee delphische Felsen umglänzt, t ins Land des Olymps, dort auf die Höhe Cithärons, er die Fichten dort, unter die Trauben, von wo be drunten und Ismenos rauscht im Lande des Kadmos, ther kommt und zurück deutet der kommende Gott. 4 ges Griechenland! du Haus der Himmlischen alle, o ist wahr, was einst wir in der Jugend gehört? tlicher Saal! der Boden ist Meer! und Tische die Berge, hrlich zu einzigem Brauche vor alters gebaut! r die Thronen, wo? die Tempel, und wo die Gefäße, mit Nektar gefüllt, Göttern zu Lust der Gesang? wo leuchten sie denn, die fernhintreffenden Sprüche? phi schlummert und wo tönet das große Geschick? ist das schnelle? wo brichts, allgegenwärtigen Glücks voll, nnernd aus heiterer Luft über die Augen herein? er Aether! so riefs und flog von Zunge zu Zunge sendfach, es ertrug keiner das Leben allein; geteilet erfreut solch Gut und getauschet, mit Fremden, ds ein Jubel, es wächst schlafend des Wortes Gewalt: er! heiter! und hallt, so weit es gehet, das uralt chen, von Eltern geerbt, treffend und schaffend hinab. n so kehren die Himmlischen ein, tiefschütternd gelangt so den Schatten herab unter die Menschen ihr Tag. 5 mpfunden kommen sie erst, es streben entgegen n die Kinder, zu hell kommet, zu blendend das Glück, es scheut sie der Mensch, kaum weiß zu sagen ein Halbgott, mit Namen sie sind, die mit den Gaben ihm nahn. r der Mut von ihnen ist groß, es füllen das Herz ihm Freuden und kaum weiß er zu brauchen das Gut, afft, verschwendet und fast ward ihm Unheiliges heilig, er mit segnender Hand törig und gütig berührt. glichst dulden die Himmlischen dies; dann aber in Wahrheit mmen sie selbst und gewohnt werden die Menschen des Glücks des Tags und zu schaun die Offenbaren, das Antlitz er, welche, schon längst Eines und Alles genannt, die verschwiegene Brust mit freier Genüge gefüllet, d zuerst und allein alles Verlangen beglückt; st der Mensch; wenn da ist das Gut, und es sorget mit Gaben ber ein Gott für ihn, kennet und sieht er es nicht. gen muß er, zuvor; nun aber nennt er sein Liebstes, , nun müssen dafür Worte, wie Blumen, entstehn. 6 nun denkt er zu ehren in Ernst die seligen Götter, klich und wahrhaft muß alles verkünden ihr Lob. hts darf schauen das Licht, was nicht den Hohen gefället, den Aether gebührt Müßigversuchendes nicht. m in der Gegenwart der Himmlischen würdig zu stehen, hten in herrlichen Ordnungen Völker sich auf ereinander und baun die schönen Tempel und Städte t und edel, sie gehn über Gestaden empor – r wo sind sie? wo blühn die Bekannten, die Kronen des Festes? be welkt und Athen; rauschen die Waffen nicht mehr Olympia, nicht die goldnen Wagen des Kampfspiels, bekränzen sich denn nimmer die Schiffe Korinths? um schweigen auch sie, die alten heilgen Theater? um freuet sich denn nicht der geweihete Tanz? um zeichnet, wie sonst, die Stirne des Mannes ein Gott nicht, ckt den Stempel, wie sonst, nicht dem Getroffenen auf? r er kam auch selbst und nahm des Menschen Gestalt an vollendet’ und schloß tröstend das himmlische Fest. 7 r Freund! wir kommen zu spät. Zwar leben die Götter, r über dem Haupt droben in anderer Welt. los wirken sie da und scheinens wenig zu achten, wir leben, so sehr schonen die Himmlischen uns. n nicht immer vermag ein schwaches Gefäß sie zu fassen, zu Zeiten erträgt göttliche Fülle der Mensch. um von ihnen ist drauf das Leben. Aber das Irrsal t, wie Schlummer, und stark machet die Not und die Nacht, daß Helden genug in der ehernen Wiege gewachsen, zen an Kraft, wie sonst, ähnlich den Himmlischen sind. nnernd kommen sie drauf. Indessen dünket mir öfters ser zu schlafen, wie so ohne Genossen zu sein, zu harren, und was zu tun indes und zu sagen, ß ich nicht, und wozu Dichter in dürftiger Zeit. r sie sind, sagst du, wie des Weingotts heilige Priester, che von Lande zu Land zogen in heiliger Nacht. 8 mlich, als vor einiger Zeit, uns dünket sie lange, wärts stiegen sie all, welche das Leben beglückt, der Vater gewandt sein Angesicht von den Menschen, das Trauern mit Recht über der Erde begann, erschienen zuletzt ein stiller Genius, himmlisch stend, welcher des Tags Ende verkündet’ und schwand, ß zum Zeichen, daß einst er da gewesen und wieder me, der himmlische Chor einige Gaben zurück, er menschlich, wie sonst, wir uns zu freuen vermöchten, n zur Freude, mit Geist, wurde das Größre zu groß er den Menschen und noch, noch fehlen die Starken zu höchsten uden, aber es lebt stille noch einiger Dank. t ist der Erde Frucht, doch ists vom Lichte gesegnet, vom donnernden Gott kommet die Freude des Weins. um denken wir auch dabei der Himmlischen, die sonst gewesen und die kehren in richtiger Zeit, um singen sie auch mit Ernst, die Sänger, den Weingott nicht eitel erdacht tönet dem Alten das Lob. 9 sie sagen mit Recht, er söhne den Tag mit der Nacht aus, re des Himmels Gestirn ewig hinunter, hinauf, zeit froh, wie das Laub der immergrünenden Fichte, er liebt, und der Kranz, den er von Efeu gewählt, l er bleibet und selbst die Spur der entflohenen Götter terlosen hinab unter das Finstere bringt. der Alten Gesang von Kindern Gottes geweissagt, he! wir sind es, wir; Frucht von Hesperien ists! nderbar und genau ists als an Menschen erfüllet, ube, wer es geprüft! aber so vieles geschieht, nes wirket, denn wir sind herzlos, Schatten, bis unser er Aether erkannt jeden und allen gehört. r indessen kommt als Fackelschwinger des Höchsten n, der Syrier, unter die Schatten herab. ge Weise sehns; ein Lächeln aus der gefangnen le leuchtet, dem Licht tauet ihr Auge noch auf. fter träumet und schläft in Armen der Erde der Titan, bst der neidische, selbst Cerberus trinket und schläft. WIE WENN AM FEIERTAGE wenn am Feiertage, das Feld zu sehn, Landmann geht, des Morgens, wenn heißer Nacht die kühlenden Blitze fielen ganze Zeit und fern noch tönet der Donner, ein Gestade wieder tritt der Strom, frisch der Boden grünt von des Himmels erfreuendem Regen Weinstock trauft und glänzend tiller Sonne stehn die Bäume des Haines: stehn sie unter günstiger Witterung, die kein Meister allein, die wunderbar gegenwärtig erzieht in leichtem Umfangen mächtige, die göttlichschöne Natur. m wenn zu schlafen sie scheint zu Zeiten des Jahrs Himmel oder unter den Pflanzen oder den Völkern, rauert der Dichter Angesicht auch, scheinen allein zu sein, doch ahnen sie immer. n ahnend ruhet sie selbst auch. t aber tagts! Ich harrt und sah es kommen, was ich sah, das Heilige sei mein Wort. n sie, sie selbst, die älter denn die Zeiten über die Götter des Abends und Orients ist, Natur ist jetzt mit Waffenklang erwacht, hoch vom Aether bis zum Abgrund nieder h festem Gesetze, wie einst, aus heiligem Chaos gezeugt, lt neu die Begeisterung sich, Allerschaffende, wieder. wie im Aug ein Feuer dem Manne glänzt, nn hohes er entwarf, so ist neuem an den Zeichen, den Taten der Welt jetzt Feuer angezündet in Seelen der Dichter. was zuvor geschah, doch kaum gefühlt, offenbar erst jetzt, die uns lächelnd den Acker gebauet, Knechtsgestalt, sie sind erkannt, Allebendigen, die Kräfte der Götter. ägst du sie? im Liede wehet ihr Geist, nn es der Sonne des Tags und warmer Erd wächst, und Wettern, die in der Luft, und andern, vorbereiteter in Tiefen der Zeit, deutungsvoller, und vernehmlicher uns wandeln zwischen Himmel und Erd und unter den Völkern. gemeinsamen Geistes Gedanken sind, l endend, in der Seele des Dichters, schnellbetroffen sie, Unendlichem annt seit langer Zeit, von Erinnerung ebt, und ihr, von heilgem Strahl entzündet, Frucht in Liebe geboren, der Götter und Menschen Werk, Gesang, damit er beiden zeuge, glückt. iel, wie Dichter sagen, da sie sichtbar Gott zu sehen begehrte, sein Blitz auf Semeles Haus die göttlichgetroffne gebar, Frucht des Gewitters, den heiligen Bacchus. daher trinken himmlisches Feuer jetzt Erdensöhne ohne Gefahr. h uns gebührt es, unter Gottes Gewittern, Dichter! mit entblößtem Haupte zu stehen, Vaters Strahl, ihn selbst, mit eigner Hand assen und dem Volk ins Lied üllt die himmlische Gabe zu reichen. n sind nur reinen Herzens, Kinder, wir, sind schuldlos unsere Hände, Vaters Strahl, der reine, versengt es nicht tieferschüttert, die Leiden des Stärkeren leidend, bleibt in den hochherstürzenden Stürmen Gottes, wenn er nahet, das Herz doch fest. h weh mir! wenn von h mir! sag ich gleich, sei genaht, die Himmlischen zu schauen, selbst, sie werfen mich tief unter die Lebenden, falschen Priester, ins Dunkel, daß ich warnende Lied den Gelehrigen singe. DER MUTTER ERDE t offner Gemeine sing ich Gesang. spielt, von erfreulichen Händen zum Versuche berühret, eine Saite Anfang. Aber freudig ernster neigt d über die Harfe Meister das Haupt und die Töne eiten sich ihm, und werden geflügelt, viele sie sind, und zusammen tönt es unter dem Schlage Weckenden und voll, wie aus Meeren, schwingt ndlich sich in die Lüfte die Wolke des Wohllauts. h wird ein anderes noch der Harfe Klang Gesang sein, Chor des Volks. n wenn er schon der Zeichen genug Fluten in seiner Macht und Wetterflammen Gedanken hat, der heilige Vater, ussprechlich wär er wohl nirgend fänd er wahr sich unter den Lebenden wieder, nn zum Gesange nicht hätt ein Herz die Gemeinde. h aber h wie der Fels erst ward, geschmiedet wurden in schattiger Werkstatt, ehernen Festen der Erde, h ehe Bäche rauschten von den Bergen Hain’ und Städte blüheten an den Strömen, hat er donnernd schon chaffen ein reines Gesetz, reine Laute gegründet. essen schon’, o Mächtiger, deß, einsam singt, und gib uns Lieder genug, ausgesprochen ist, wie wir meinen, unserer Seele Geheimnis. n öfters hört ich alten Priesters Gesänge so danken bereite die Seele mir auch. h wandeln im Waffensaale gebundener Hand in müßigen Zeiten Männer und schauen die Rüstungen an, Ernstes stehen sie und einer erzählt, die Väter sonst den Bogen gespannet nhin des Zieles gewiß, alle glauben es ihm, h keiner darf es versuchen ein Gott sinken die Arme Menschen, h ziemt ein Feiergewand an jedem Tage sich nicht. Tempelsäulen stehn assen in Tagen der Not, hl tönet des Nordsturms Echo in den Hallen, der Regen machet sie rein, Moos wächst und es kehren die Schwalben, agen des Frühlings, namlos aber ist hnen der Gott, und die Schale des Danks Opfergefäß und alle Heiligtümer raben dem Feind in verschwiegener Erde. o will auch danken, eh er empfängt, Antwort geben, eh er gehört hat? ndes ein Höherer spricht, allen in die tönende Rede. hat er zu sagen und anders Recht, Einer ist, der endet in Stunden nicht, die Zeiten des Schaffenden sind, Gebirg, hochaufwogend von Meer zu Meer ziehet über die Erde, agen der Wanderer viele davon, das Wild irrt in den Klüften, die Horde schweifet über die Höhen, eiligem Schatten aber, grünen Abhang wohnet Hirt und schauet die Gipfel. AM QUELL DER DONAU n, wie wenn hoch von der herrlichgestimmten, der Orgel heiligen Saal, nquillend aus den unerschöpflichen Röhren, Vorspiel, weckend, des Morgens beginnt weitumher, von Halle zu Halle, erfrischende nun, der melodische Strom rinnt, in den kalten Schatten das Haus Begeisterungen erfüllt, aber erwacht ist, nun, aufsteigend ihr, Sonne des Fests, antwortet Chor der Gemeinde: so kam Wort aus Osten zu uns, an Parnassos Felsen und am Kithäron hör ich, Asia, das Echo von dir und es bricht sich Kapitol und jählings herab von den Alpen mmt eine Fremdlingin sie uns, die Erweckerin, menschenbildende Stimme. faßt’ ein Staunen die Seele Getroffenen all und Nacht über den Augen der Besten. n vieles vermag die Flut und den Fels und Feuersgewalt auch winget mit Kunst der Mensch achtet, der Hochgesinnte, das Schwert ht, aber es steht Göttlichem der Starke niedergeschlagen, gleichet dem Wild fast; das, süßer Jugend getrieben, weift rastlos über die Berg fühlet die eigene Kraft er Mittagshitze. Wenn aber abgeführt, in spielenden Lüften, heilige Licht, und mit dem kühleren Strahl freudige Geist kommt zu seligen Erde, dann erliegt es, ungewohnt Schönsten, und schlummert wachenden Schlaf, h ehe Gestirn naht. So auch wir. Denn manchen erlosch Augenlicht schon vor den göttlichgesendeten Gaben, freundlichen, die aus Ionien uns, h aus Arabia kamen, und froh ward teuern Lehr und auch der holden Gesänge Seele jener Entschlafenen nie, h einige wachten. Und sie wandelten oft ieden unter euch, ihr Bürger schöner Städte, m Kampfspiel, wo sonst unsichtbar der Heros eim bei Dichtern saß, die Ringer schaut’ und lächelnd s, der gepriesene, die müßigernsten Kinder. unaufhörlich Lieben wars und ists. wohlgeschieden, aber darum denken aneinander doch, ihr Fröhlichen am Isthmos, am Cephiß und am Taygetos, h eurer denken wir, ihr Tale des Kaukasos, alt ihr seid, ihr Paradiese dort, deiner Patriarchen und deiner Propheten, Asia, deiner Starken, o Mutter! furchtlos vor den Zeichen der Welt, den Himmel auf Schultern und alles Schicksal, lang auf Bergen gewurzelt, rst es verstanden, ein zu reden Gott. Die ruhn nun. Aber wenn ihr, dies ist zu sagen, Alten all, nicht sagtet, woher nennen dich: heiliggenötiget, nennen, ur! dich wir, und neu, wie dem Bad entsteigt alles Göttlichgeborne. ar gehn wir fast, wie die Waisen; hl ists, wie sonst, nur jene Pflege nicht wieder; h Jünglinge, der Kindheit gedenk, Hause sind auch diese nicht fremde. leben dreifach, eben wie auch ersten Söhne des Himmels. nicht umsonst ward uns ie Seele die Treue gegeben. ht uns, auch Eures bewahrt sie, bei den Heiligtümern, den Waffen des Worts, scheidend ihr den Ungeschickteren uns, Schicksalssöhne, zurückgelassen, guten Geister, da seid ihr auch, mals, wenn einen dann die heilige Wolk umschwebt, staunen wir und wissens nicht zu deuten. aber würzt mit Nektar uns den Othem dann frohlocken wir oft oder es befällt uns Sinnen, wenn ihr aber einen zu sehr liebt, uht nicht, bis er euer einer geworden. um, ihr Gütigen! umgebet mich leicht, mit ich bleiben möge, denn noch ist manches zu singen, t aber endiget, seligweinend, eine Sage der Liebe, der Gesang, und so auch ist er , mit Erröten, Erblassen, Anfang her gegangen. Doch Alles geht so. DIE WANDERUNG ckselig Suevien, meine Mutter, h du, der glänzenderen, der Schwester mbarda drüben gleich, hundert Bächen durchflossen! Bäume genug, weißblühend und rötlich, dunklere, wild, tiefgrünenden Laubs voll, Alpengebirg der Schweiz auch überschattet achbartes dich; denn nah dem Herde des Hauses hnst du, und hörst, wie drinnen silbernen Opferschalen Quell rauscht, ausgeschüttet reinen Händen, wenn berührt warmen Strahlen stallenes Eis und umgestürzt m leichtanregenden Lichte schneeige Gipfel übergießt die Erde reinestem Wasser. Darum ist angeboren die Treue. Schwer verläßt, nahe dem Ursprung wohnet, den Ort. deine Kinder, die Städte, weithindämmernden See, Neckars Weiden, am Rheine, alle meinen, es wäre st nirgend besser zu wohnen. aber will dem Kaukasos zu! n sagen hört ich h heut in den Lüften: sei’n, wie Schwalben, die Dichter. h hat mir ohnedies üngeren Tagen Eines vertraut, eien vor alter Zeit Eltern einst, das deutsche Geschlecht, l fortgezogen von Wellen der Donau, Sommertage, da diese h Schatten suchten, zusammen Kindern der Sonn schwarzen Meere gekommen; nicht umsonst sei dies gastfreundliche genennet. n, als sie erst sich angesehen, nahten die Anderen erst; dann satzten auch Unseren sich neugierig unter den Ölbaum. h als sich ihre Gewande berührt, keiner vernehmen konnte eigene Rede des andern, wäre wohl standen ein Zwist, wenn nicht aus Zweigen herunter ommen wäre die Kühlung, Lächeln über das Angesicht Streitenden öfters breitet, und eine Weile n still sie auf, dann reichten sie sich Hände liebend einander. Und bald auschten sie Waffen und all lieben Güter des Hauses, auschten das Wort auch und es wünschten freundlichen Väter umsonst nichts m Hochzeitjubel den Kindern. n aus den heiligvermählten chs schöner, denn Alles, vor und nach Menschen sich nannt, ein Geschlecht auf. Wo, aber wohnt ihr, liebe Verwandten, wir das Bündnis wiederbegehn der teuern Ahnen gedenken? t an den Ufern, unter den Bäumen as, in Ebenen des Kaysters, Kraniche, des Aethers froh, schlossen sind von fernhindämmernden Bergen, t wart auch ihr, ihr Schönsten! oder pflegtet Inseln, die mit Wein bekränzt, tönten von Gesang; noch andere wohnten Tayget, am vielgepriesnen Hymettos, blühten zuletzt; doch von nassos Quell bis zu des Tmolos dglänzenden Bächen erklang ewiges Lied; so rauschten mals die Wälder und all Saitenspiele zusamt himmlischer Milde gerühret. and des Homer! purpurnen Kirschbaum oder wenn dir gesandt im Weinberg mir jungen Pfirsiche grünen, die Schwalbe fernher kommt und vieles erzählend meinen Wänden ihr Haus baut, in Tagen des Mais, auch unter den Sternen enk ich, o Ionia, dein! doch Menschen Gegenwärtiges lieb. Drum bin ich ommen, euch, ihr Inseln, zu sehn, und euch, Mündungen der Ströme, o ihr Hallen der Thetis, Wälder, euch, und euch, ihr Wolken des Ida! h nicht zu bleiben gedenk ich. reundlich ist und schwer zu gewinnen Verschlossene, der ich entkommen, die Mutter. ihren Söhnen einer, der Rhein, Gewalt wollt er ans Herz ihr stürzen und schwand Zurückgestoßene, niemand weiß, wohin, in die Ferne. h so nicht wünscht ich gegangen zu sein, ihr, und nur, euch einzuladen, ich zu euch, ihr Grazien Griechenlands, Himmelstöchter, gegangen, , wenn die Reise zu weit nicht ist, uns ihr kommet, ihr Holden!. nn milder atmen die Lüfte, liebende Pfeile der Morgen Allzugedultigen schickt, leichte Gewölke blühn über den schüchternen Augen, n werden wir sagen, wie kommt Charitinnen, zu Wilden? Dienerinnen des Himmels d aber wunderbar, alles Göttlichgeborne. m Traume wirds ihm, will es Einer chleichen und straft den, der gleichen will mit Gewalt; überraschet es einen, eben kaum es gedacht hat. DER RHEIN dunkeln Efeu saß ich, an der Pforte Waldes, eben, da der goldene Mittag, Quell besuchend, herunterkam Treppen des Alpengebirgs, mir die göttlichgebaute, Burg der Himmlischen heißt h alter Meinung, wo aber eim noch manches entschieden Menschen gelanget; von da nahm ich ohne Vermuten Schicksal, denn noch kaum mir im warmen Schatten h manches beredend, die Seele a zu geschweift fernhin an die Küsten Moreas. t aber, drin im Gebirg, unter den silbernen Gipfeln unter fröhlichem Grün, die Wälder schauernd zu ihm, der Felsen Häupter übereinander abschaun, taglang, dort kältesten Abgrund hört um Erlösung jammern Jüngling, es hörten ihn, wie er tobt’, die Mutter Erd anklagt’, den Donnerer, der ihn gezeuget, armend die Eltern, doch Sterblichen flohn von dem Ort, n furchtbar war, da lichtlos er en Fesseln sich wälzte, Rasen des Halbgotts. Stimme wars des edelsten der Ströme, freigeborenen Rheins, anderes hoffte der, als droben von den Brüdern, m Tessin und dem Rhodanus, chied und wandern wollt, und ungeduldig ihn h Asia trieb die königliche Seele. h unverständig ist Wünschen vor dem Schicksal. Blindesten aber d Göttersöhne. Denn es kennet der Mensch n Haus und dem Tier ward, wo bauen solle, doch jenen ist Fehl, daß sie nicht wissen wohin ie unerfahrne Seele gegeben. Rätsel ist Reinentsprungenes. Auch Gesang kaum darf es enthüllen. Denn du anfingst, wirst du bleiben, viel auch wirket die Not, die Zucht, das meiste nämlich mag die Geburt, der Lichtstrahl, der m Neugebornen begegnet. aber ist einer, frei zu bleiben n Leben lang, und des Herzens Wunsch ein zu erfüllen, so günstigen Höhn, wie der Rhein, so aus heiligem Schoße cklich geboren, wie jener? m ist ein Jauchzen sein Wort. ht liebt er, wie andere Kinder, Wickelbanden zu weinen; n wo die Ufer zuerst die Seit ihm schleichen, die krummen, durstig umwindend ihn, Unbedachten, zu ziehn wohl zu behüten begehren eigenen Zahne, lachend reißt er die Schlangen und stürzt der Beut und wenn in der Eil Größerer ihn nicht zähmt, wachsen läßt, wie der Blitz, muß er Erde spalten, und wie Bezauberte fliehn Wälder ihm nach und zusammensinkend die Berge. Gott will aber sparen den Söhnen eilende Leben und lächelt, nn unenthaltsam, aber gehemmt heiligen Alpen, ihm er Tiefe, wie jener, zürnen die Ströme. olcher Esse wird dann h alles Lautre geschmiedet, schön ists, wie er drauf, hdem er die Berge verlassen, lwandelnd sich im deutschen Lande nüget und das Sehnen stillt guten Geschäfte, wenn er das Land baut, Vater Rhein, und liebe Kinder nährt tädten, die er gegründet. h nimmer, nimmer vergißt ers. n eher muß die Wohnung vergehn, die Satzung und zum Unbild werden Tag der Menschen, ehe vergessen solcher dürfte den Ursprung die reine Stimme der Jugend. war es, der zuerst Liebesbande verderbt Stricke von ihnen gemacht hat? n haben des eigenen Rechts gewiß des himmlischen Feuers pottet die Trotzigen, dann erst sterblichen Pfade verachtend wegnes erwählt den Göttern gleich zu werden getrachtet. haben aber an eigner terblichkeit die Götter genug, und bedürfen Himmlischen eines Dings, sinds Heroen und Menschen Sterbliche sonst. Denn weil Seligsten nichts fühlen von selbst, ß wohl, wenn solches zu sagen aubt ist, in der Götter Namen nehmend fühlen ein Andrer, brauchen sie; jedoch ihr Gericht daß sein eigenes Haus breche der und das Liebste den Feind schelt und sich Vater und Kind rabe unter den Trümmern, nn einer, wie sie, sein will und nicht leiches dulden, der Schwärmer. m wohl ihm, welcher fand wohlbeschiedenes Schicksal, noch der Wanderungen süß der Leiden Erinnerung rauscht am sichern Gestade, da und dorthin gern ehn mag bis an die Grenzen, bei der Geburt ihm Gott m Aufenthalte gezeichnet. n ruht er, seligbescheiden, n alles, was er gewollt, Himmlische, von selber umfängt unbezwungen, lächelnd t, da er ruhet, den Kühnen. bgötter denk ich jetzt kennen muß ich die Teuern, l oft ihr Leben so sehnende Brust mir beweget. m aber, wie, Rousseau, dir, berwindlich die Seele, starkausdauernde, ward, sicherer Sinn süße Gabe zu hören, eden so, daß er aus heiliger Fülle der Weingott, törig göttlich gesetzlos sie, die Sprache der Reinesten, gibt ständlich den Guten, aber mit Recht Achtungslosen mit Blindheit schlägt, entweihenden Knechte, wie nenn ich den Fremden? Söhne der Erde sind, wie die Mutter, ebend, so empfangen sie auch hlos, die Glücklichen, Alles. m überraschet es auch schröckt den sterblichen Mann, nn er den Himmel, den mit den liebenden Armen h auf die Schultern gehäuft, d die Last der Freude bedenket; n scheint ihm oft das Beste, t ganz vergessen da, der Strahl nicht brennt, Schatten des Walds Bielersee in frischer Grüne zu sein, sorglosarm an Tönen, ängern gleich, bei Nachtigallen zu lernen. herrlich ists, aus heiligem Schlafe dann ehen und, aus Waldes Kühle wachend, abends nun m milderen Licht entgegenzugehn, nn, der die Berge gebaut den Pfad der Ströme gezeichnet, hdem er lächelnd auch Menschen geschäftiges Leben, othemarme, wie Segel seinen Lüften gelenkt hat, h ruht und zu der Schülerin jetzt, Bildner, Gutes mehr n Böses findend, heutigen Erde der Tag sich neiget. – n feiern das Brautfest Menschen und Götter, eiern die Lebenden all, ausgeglichen ine Weile das Schicksal. die Flüchtlinge suchen die Herberg, süßen Schlummer die Tapfern, Liebenden aber d, was sie waren, sie sind Hause, wo die Blume sich freuet chädlicher Glut und die finsteren Bäume Geist umsäuselt, aber die Unversöhnten d umgewandelt und eilen Hände sich ehe zu reichen, or das freundliche Licht untergeht und die Nacht kommt. h einigen eilt s schnell vorüber, andere alten es länger. ewigen Götter sind Lebens allzeit; bis in den Tod n aber ein Mensch auch Gedächtnis doch das Beste behalten, dann erlebt er das Höchste. hat ein jeder sein Maß. n schwer ist zu tragen Unglück, aber schwerer das Glück. Weiser aber vermocht es m Mittag bis in die Mitternacht, bis der Morgen erglänzte, m Gastmahl helle zu bleiben. mag auf heißem Pfade unter Tannen oder Dunkel des Eichwalds gehüllt tahl, mein Sinclair! Gott erscheinen oder Wolken, du kennst ihn, da du kennest, jugendlich, Guten Kraft, und nimmer ist dir borgen das Lächeln des Herrschers Tage, wenn ieberhaft und angekettet das endige scheinet oder auch Nacht, wenn alles gemischt ordnungslos und wiederkehrt lte Verwirrung. GERMANIEN ht sie, die Seligen, die erschienen sind, Götterbilder in dem alten Lande, darf ich ja nicht rufen mehr, wenn aber, heimatlichen Wasser! jetzt mit euch Herzens Liebe klagt, was will es anders, Heiligtrauernde? Denn voll Erwartung liegt Land und als in heißen Tagen abgesenkt, umschattet heut, Sehnenden! uns ahnungsvoll ein Himmel. ist er von Verheißungen und scheint drohend auch, doch will ich bei ihm bleiben, rückwärts soll die Seele mir nicht fliehn euch, Vergangene! die zu lieb mir sind. n euer schönes Angesicht zu sehn, wärs, wie sonst, ich fürcht es, tödlich ists, kaum erlaubt, Gestorbene zu wecken. lohene Götter! auch ihr, ihr gegenwärtigen, damals hrhaftiger, ihr hattet eure Zeiten! hts leugnen will ich hier und nichts erbitten. n wenn es aus ist, und der Tag erloschen, hl triffts den Priester erst, doch liebend folgt Tempel und das Bild ihm auch und seine Sitte m dunkeln Land und keines mag noch scheinen. als von Grabesflammen, ziehet dann goldner Rauch, die Sage, drob hinüber, dämmert jetzt uns Zweifelnden um das Haupt, keiner weiß, wie ihm geschieht. Er fühlt Schatten derer, so gewesen sind, Alten, so die Erde neubesuchen. n die da kommen sollen, drängen uns, länger säumt von Göttermenschen heilige Schar nicht mehr im blauen Himmel. on grünet ja, im Vorspiel rauherer Zeit sie erzogen, das Feld, bereitet ist die Gabe m Opfermahl und Tal und Ströme sind toffen um prophetische Berge, schauen mag bis in den Orient Mann und ihn von dort der Wandlungen viele bewegen. m Aether aber fällt treue Bild und Göttersprüche regnen ählbare von ihm, und es tönt im innersten Haine. der Adler, der vom Indus kömmt, über des Parnassos chneite Gipfel fliegt, hoch über den Opferhügeln as, und frohe Beute sucht m Vater, nicht wie sonst, geübter im Fluge Alte, jauchzend überschwingt er etzt die Alpen und sieht die vielgearteten Länder. Priesterin, die stillste Tochter Gottes, die zu gern in tiefer Einfalt schweigt, suchet er, die offnen Auges schaute, wüßte sie es nicht, jüngst, da ein Sturm drohend über ihrem Haupt ertönte; ahnete das Kind ein Besseres, endlich ward ein Staunen weit im Himmel, l Eines groß an Glauben, wie sie selbst, segnende, die Macht der Höhe sei; m sandten sie den Boten, der, sie schnell erkennend, kt lächelnd so: Dich, unzerbrechliche, muß ander Wort erprüfen und ruft es laut, Jugendliche, nach Germania schauend: u bist es, auserwählt, ebend und ein schweres Glück du zu tragen stark geworden, damals, da im Walde versteckt und blühendem Mohn süßen Schlummers, trunkene, meiner du ht achtetest, lang, ehe noch auch geringere fühlten Jungfrau Stolz und staunten, wes du wärst und woher, h du es selbst nicht wußtest. Ich mißkannte dich nicht, heimlich, da du träumtest, ließ ich Mittag scheidend dir ein Freundeszeichen, Blume des Mundes zurück und du redetest einsam. h Fülle der goldenen Worte sandtest du auch, ckselige! mit den Strömen und sie quillen unerschöpflich ie Gegenden all. Denn fast, wie der heiligen, Mutter ist von allem, und den Abgrund trägt, Verborgene sonst genannt von Menschen, st von Lieben und Leiden voll von Ahnungen dir voll von Frieden der Busen. inke Morgenlüfte, daß du offen bist, nenne, was vor Augen dir ist, ht länger darf Geheimnis mehr Ungesprochene bleiben, hdem es lange verhüllt ist; n Sterblichen geziemet die Scham, so zu reden die meiste Zeit, weise auch, von Göttern. aber überflüssiger, denn lautere Quellen, Gold und ernst geworden ist der Zorn an dem Himmel, ß zwischen Tag und Nacht smals ein Wahres erscheinen. ifach umschreibe du es, h ungesprochen auch, wie es da ist, chuldige, muß es bleiben. enne, Tochter du der heiligen Erd, mal die Mutter. Es rauschen die Wasser am Fels Wetter im Wald und bei dem Namen derselben t auf aus alter Zeit Vergangengöttliches wieder. anders ists! und rechthin glänzt und spricht ünftiges auch erfreulich aus den Fernen. h in der Mitte der Zeit t ruhig mit geweihter gfräulicher Erde der Aether gerne, zur Erinnerung, sind, unbedürftigen, sie tfreundlich bei den unbedürftgen, deinen Feiertagen, mania, wo du Priesterin bist wehrlos Rat gibst rings Königen und den Völkern.« PATMOS Dem Landgrafen von Homburg ist schwer zu fassen der Gott. aber Gefahr ist, wächst Rettende auch. Finstern wohnen Adler und furchtlos gehn Söhne der Alpen über den Abgrund weg leichtgebaueten Brücken. m, da gehäuft sind rings Gipfel der Zeit, und die Liebsten wohnen, ermattend auf renntesten Bergen, gib unschuldig Wasser, ittige gib uns, treuesten Sinns überzugehn und wiederzukehren. sprach ich, da entführte h schneller, denn ich vermutet, weit, wohin ich nimmer kommen gedacht, ein Genius mich m eigenen Haus. Es dämmerten Zwielicht, da ich ging, schattige Wald die sehnsüchtigen Bäche Heimat; nimmer kannt ich die Länder; h bald, in frischem Glanze, eimnisvoll goldenen Rauche, blühte nellaufgewachsen, Schritten der Sonne, tausend Gipfeln duftend, Asia auf, und geblendet sucht eines, das ich kennete, denn ungewohnt ich der breiten Gassen, wo herab m Tmolus fährt goldgeschmückte Paktol Taurus stehet und Messogis, voll von Blumen der Garten, stilles Feuer, aber im Lichte ht hoch der silberne Schnee, Zeug unsterblichen Lebens unzugangbaren Wänden lt der Efeu wächst und getragen sind lebenden Säulen, Zedern und Lorbeern, feierlichen, göttlichgebauten Paläste. auschen aber um Asias Tore ziehend da und dort ngewisser Meeresebene schattenlosen Straßen genug, h kennt die Inseln der Schiffer. da ich hörte, nahegelegenen eine Patmos, angte mich sehr, t einzukehren und dort dunkeln Grotte zu nahn. n nicht, wie Cypros, quellenreiche, oder anderen eine hnt herrlich Patmos, tfreundlich aber ist ärmeren Hause dennoch wenn vom Schiffbruch oder klagend die Heimat oder abgeschiedenen Freund nahet einer Fremden, hört sie es gern, und ihre Kinder, Stimmen des heißen Hains, wo der Sand fällt, und sich spaltet Feldes Fläche, die Laute, hören ihn und liebend tönt wider von den Klagen des Manns. So pflegte einst des gottgeliebten, Sehers, der in seliger Jugend war angen mit m Sohne des Höchsten, unzertrennlich, denn iebte der Gewittertragende die Einfalt Jüngers und es sahe der achtsame Mann Angesicht des Gottes genau, beim Geheimnisse des Weinstocks, sie ammensaßen, zu der Stunde des Gastmahls, in der großen Seele, ruhigahnend, den Tod sprach der Herr und die letzte Liebe, denn nie genug t er von Güte zu sagen Worte, damals, und zu erheitern, da sahe, das Zürnen der Welt. n alles ist gut. Drauf starb er. Vieles wäre agen davon. Und es sahn ihn, wie er siegend blickte, Freudigsten die Freunde noch zuletzt, h trauerten sie, da nun Abend worden, erstaunt, n Großentschiedenes hatten in der Seele Männer, aber sie liebten unter der Sonne Leben und lassen wollten sie nicht m Angesichte des Herrn der Heimat. Eingetrieben war, Feuer im Eisen, das, und ihnen ging Seite der Schatte des Lieben. m sandt er ihnen Geist, und freilich bebte Haus und die Wetter Gottes rollten ndonnernd über ahnenden Häupter, da, schwersinnend, sammelt waren die Todeshelden, da er scheidend h einmal ihnen erschien. n itzt erlosch der Sonne Tag, Königliche, und zerbrach geradestrahlenden, Zepter, göttlichleidend, von selbst, n wiederkommen sollt es, echter Zeit. Nicht wär es gut wesen, später, und schroffabbrechend, untreu, Menschen Werk, und Freude war es nun an, wohnen in liebender Nacht, und bewahren infältigen Augen, unverwandt gründe der Weisheit. Und es grünen an den Bergen auch lebendige Bilder, h furchtbar ist, wie da und dort ndlich hin zerstreut das Lebende Gott. n schon das Angesicht teuern Freunde zu lassen fernhin über die Berge zu gehn ein, wo zweifach annt, einstimmig himmlischer Geist; und nicht geweissagt war es, sondern Locken ergriff es, gegenwärtig, nn ihnen plötzlich neilend zurück blickte Gott und schwörend, mit er halte, wie an Seilen golden unden hinfort Böse nennend, sie die Hände sich reichten – nn aber stirbt alsdenn, dem am meisten Schönheit hing, daß an der Gestalt Wunder war und die Himmlischen gedeutet ihn, und wenn, ein Rätsel ewig füreinander, sich nicht fassen können ander, die zusammenlebten Gedächtnis, und nicht den Sand nur oder Weiden es hinwegnimmt und die Tempel reift, wenn die Ehre Halbgotts und der Seinen weht und selber sein Angesicht Höchste wendet ob, daß nirgend ein terbliches mehr am Himmel zu sehn ist oder grüner Erde, was ist dies? st der Wurf des Säemanns, wenn er faßt der Schaufel den Weizen, wirft, dem Klaren zu, ihn schwingend über die Tenne. fällt die Schale vor den Füßen, aber Ende kommet das Korn, nicht ein Übel ists, wenn einiges oren gehet und von der Rede hallet der lebendige Laut, n göttliches Werk auch gleichet dem unsern, ht alles will der Höchste zumal. ar Eisen träget der Schacht, glühende Harze der Aetna, hätt ich Reichtum, Bild zu bilden, und ähnlich chaun, wie er gewesen, den Christ, nn aber einer spornte sich selbst, traurig redend, unterweges, da ich wehrlos wäre, h überfiele, daß ich staunt und von dem Gotte Bild nachahmen möcht ein Knecht – Zorne sichtbar sah ich einmal Himmels Herrn, nicht, daß ich sein sollt etwas, sondern ernen. Gütig sind sie, ihr Verhaßtestes aber ist, ange sie herrschen, das Falsche, und es gilt n Menschliches unter Menschen nicht mehr. n sie nicht walten, es waltet aber terblicher Schicksal und es wandelt ihr Werk selbst, und eilend geht es zu Ende. nn nämlich höher gehet himmlischer umphgang, wird genennet, der Sonne gleich, Starken der frohlockende Sohn des Höchsten, Losungszeichen, und hier ist der Stab Gesanges, niederwinkend, n nichts ist gemein. Die Toten wecket uf, die noch gefangen nicht m Rohen sind. Es warten aber scheuen Augen viele, chauen das Licht. Nicht wollen scharfen Strahle sie blühn, wohl den Mut der goldene Zaum hält. nn aber, als schwellenden Augenbraunen, Welt vergessen leuchtende Kraft aus heiliger Schrift fällt, mögen, Gnade sich freuend, sie stillen Blicke sich üben. wenn die Himmlischen jetzt wie ich glaube, mich lieben, viel mehr Dich, n Eines weiß ich, nämlich der Wille ewigen Vaters viel gilt. Still ist sein Zeichen donnernden Himmel. Und Einer stehet darunter n Leben lang. Denn noch lebt Christus. ind aber die Helden, seine Söhne, ommen all und heilige Schriften ihm und den Blitz erklären Taten der Erde bis itzt, Wettlauf unaufhaltsam. Er ist aber dabei. Denn seine Werke sind alle bewußt von jeher. ang, zu lang schon ist Ehre der Himmlischen unsichtbar. n fast die Finger müssen sie führen und schmählich eißt das Herz uns eine Gewalt. n Opfer will der Himmlischen jedes, nn aber eines versäumt ward, hat es Gutes gebracht. haben gedienet der Mutter Erd haben jüngst dem Sonnenlichte gedient, wissend, der Vater aber liebt, über allen waltet, meisten, daß gepfleget werde feste Buchstab, und Bestehendes gut eutet. Dem folgt deutscher Gesang. DER ISTER t komme, Feuer! ierig sind wir, chauen den Tag, wenn die Prüfung durch die Knie gegangen, g einer spüren das Waldgeschrei. singen aber vom Indus her nangekommen und m Alpheus, lange haben Schickliche wir gesucht, ht ohne Schwingen mag m Nächsten einer greifen adezu kommen auf die andere Seite. r aber wollen wir bauen. n Ströme machen urbar Land. Wenn nämlich Kräuter wachsen an denselben gehn Sommer zu trinken die Tiere, gehn auch Menschen daran. n nennet aber diesen den Ister. ön wohnt er. Es brennet der Säulen Laub, reget sich. Wild stehn aufgerichtet, untereinander; darob zweites Maß, springt vor Felsen das Dach. So wundert h nicht, daß er Herkules zu Gaste geladen, nglänzend, am Olympos drunten, der, sich Schatten zu suchen m heißen Isthmos kam, n voll des Mutes waren elbst sie, es bedarf aber, der Geister wegen, Kühlung auch. Darum zog jener lieber die Wasserquellen hieher und gelben Ufer, h duftend oben, und schwarz m Fichtenwald, wo in den Tiefen Jäger gern lustwandelt tags, und Wachstum hörbar ist harzigen Bäumen des Isters, scheinet aber fast kwärts zu gehen und mein, er müsse kommen Osten. es wäre agen davon. Und warum hängt er den Bergen gerad? Der andre, Rhein, ist seitwärts weggegangen. Umsonst nicht gehn Trocknen die Ströme. Aber wie? Ein Zeichen braucht es, hts anderes, schlecht und recht, damit es Sonn Mond trag im Gemüt, untrennbar, fortgeh, Tag und Nacht auch, und Himmlischen warm sich fühlen aneinander. um sind jene auch Freude des Höchsten. Denn wie käm er unter? Und wie Hertha grün, d sie die Kinder des Himmels. Aber allzugedultig eint der mir, nicht er, und fast zu spotten. Nämlich wenn ehen soll der Tag er Jugend, wo er zu wachsen ängt, es treibet ein anderer da h schon die Pracht, und Füllen gleich en Zaum knirscht er, und weithin hören Treiben die Lüfte, der zufrieden; brauchet aber Stiche der Fels Furchen die Erd, wirtbar wär es, ohne Weile; aber jener tuet, der Strom, ß niemand. DER ADLER n Vater ist gewandert, auf dem Gotthard, wo die Flüsse, hinab, hl nach Hetruria seitwärts, des geraden Weges h über den Schnee, dem Olympos und Hämos, den Schatten der Athos wirft, h Höhlen in Lemnos. änglich aber sind Wäldern des Indus, Eltern gekommen. Urahn aber geflogen über der See arfsinnend, und es wunderte sich Königes goldnes Haupt dem Geheimnis der Wasser, rot die Wolken dampften r dem Schiff und die Tiere stumm ander schauend Speise gedachten, aber tehen die Berge doch still, wollen wir bleiben? Fels ist zu Weide gut, Trockne zu Trank. Nasse aber zu Speise. l einer wohnen, sei es an Treppen, wo ein Häuslein hinabhängt, Wasser halte dich auf. was du hast, ist m zu holen. einer ihn nämlich hinauf Tage gebracht, indet im Schlaf ihn wieder. n wo die Augen zugedeckt, gebunden die Füße sind, wirst du es finden. n wo erkennest, FRIEDRICH HÖLDERLIN (Lauffen am Neckar, Alemania, 1770 - Tubinga, id., 1843) Poeta alemán. Al morir su padre, administrador del seminario protestante de Lauffen, cuando él tenía dos años, su madre casó en segundas nupcias con Johann Christoph Gock, consejero municipal de Nürtingen, donde Hölderlin se crió junto con su hermana y su hermanastro. En 1784 ingresó en un colegio preparatorio para el seminario, en Denkendorf, y en 1788 entró como becario en el seminario de Tubinga, donde trabó amistad con Hegel y Schelling, a partir de 1791. Muy influido por Platón y por la mitología y cultura helénicas, se apartó sensiblemente de la fe protestante. En 1793 salió del seminario provisto de la licencia que le permitía ejercer el ministerio evangélico, pero decidió no dedicarse a su carrera, sino emplearse como preceptor. Schiller le proporcionó una plaza para ocuparse del hijo de Charlotte von Kalb, en Waltershausen, aunque pronto abandonó su puesto, dada la limitada influencia que ejercía sobre su alumno, y se instaló en Jena, uno de los principales centros intelectuales del país. Asistió a clases impartidas por Fichte, y Schiller le publicó un fragmento del Hiperión en su revista Thalia. Falto de recursos, volvió a Nürtingen en 1795, antes de ser introducido en casa del banquero Gontard, en Frankfurt, siempre como preceptor. Susette, la esposa de Gontard, mujer al parecer de gran belleza y sensibilidad, habría de convertirse en su gran amor; tanto en sus poemas como en el Hiperión se referiría a ella con el nombre de «Diotima». Su amor fue correspondido, y el poeta describió su relación en una carta como «una eterna, feliz y sagrada amistad». A pesar de su trabajo y de los viajes que debió efectuar con la familia Gontard a causa de la guerra, fue una época de intensa actividad literaria, y en 1799 finalizó su novela epistolar Hiperión. En septiembre de 1798 tuvo que abandonar la casa de los Gontard, después de vivir una penosa escena con el marido de Susette. Se entrevistó varias veces en secreto con ella, hasta que se trasladó a Homburg, por consejo de su amigo, Isaak von Sinclair. Emprendió entonces su tragedia La muerte de Empédocles e intentó lanzar una revista intelectual y literaria, que fracasó. En 1800 fue invitado a Stuttgart, donde tuvo tiempo para dedicarse a la poesía y traducir a Píndaro, que ejercería una gran influencia sobre sus himnos. A finales del año aceptó otro puesto como preceptor en Hauptwil, Suiza; se ignora por qué razones abandonó su trabajo, en abril de 1801, y volvió con su madre, a Nütingen. Hasta enero de 1802, cuando obtuvo un cargo en casa del cónsul de Hamburgo en Burdeos, trabajó ininterrumpidamente en su obra poética. Al aparecer los primeros síntomas de su enfermedad mental, en abril abandonó una vez más su puesto. Sinclair le comunicó por carta la muerte de Susette Gontard, el 22 de junio de 1803, en Frankfurt. Tras un período de gran violencia, su trastorno mental pareció remitir. Sinclair lo llevó de viaje a Ratisbona y Ulm y, a la vuelta, escribió El único y Patmos, dos de sus obras maestras. Por influencia de su amigo obtuvo la plaza de bibliotecario de la corte, en el palacio del landgrave de Homburg. Como sus crisis mentales se hicieran cada vez más frecuentes, en 1806 fue internado en una clínica de Tubinga, sin que se produjera mejoría en su estado. Un ebanista de la misma ciudad, entusiasmado por la lectura del Hiperión, lo acogió en su casa en 1807. Allí permaneció hasta su muerte, en unas condiciones de locura pacífica que se prolongaron durante treinta y seis años. La obra de Hölderlin tiene en su eje central el intento de hallar el sentido y esencia de la lírica en los momentos históricos convulsos que le tocó vivir. Los juveniles Himnos (1793), en los que canta a la belleza, la libertad y el genio de la adolescencia, sufren aún la influencia de Schiller y ensalzan los «ideales de la humanidad». Las Elegías (1793), sobre todo «Grecia» y «El destino», son ya un lamento por lo desaparecido e incluyen una propuesta fundamental en Hölderlin: el impulso hacia un nuevo helenismo. Hiperión (1797-1799) es un texto a mitad de camino de la novela epistolar y de la llamada «de iniciación», que comparte también las características confesionales de un diario íntimo y anticipa múltiples aspectos de la sensibilidad romántica. A partir de 1797 el poeta escribió los fragmentos de Empédocles, su única incursión en la dramaturgia, que debía ser una tragedia clásica que trabajó en múltiples versiones. Su protagonista encarna para él al poeta y visionario en quien se refleja la armonía inherente a la unicidad total, y la serenidad que acompaña a la maduración para la muerte. Las Poesías (1799) aparecieron mayoritariamente en el Musenalmanach de Schiller y en el Taschenbuch für Frauenzimmer von Bildung, y son formalmente clásicas y hasta deliberadamente arcaicas en ocasiones. Las colecciones conocidas como Lírica tardía contienen los poemas escritos entre 1801 y 1808, y se publicaron en vida del autor. Los poemarios editados por Uhland y Schwab en 1826, y también, póstumamente, las Obras completas publicadas por Schwab en 1846, incluyen algunos de los inquietantes textos escritos durante la apacible demencia del autor, que él gustaba atribuir a un alter ego al que llamaba Scardanelli. A finales del siglo XIX la obra del poeta alemán fue recuperada y ensalzada por los simbolistas, a través de los cuales ha venido ejerciendo un influencia creciente en las letras europeas. Notas [1] «Un viejo no es más que una vulgar piltrafa/un abrigo harapiento sobre un palo», del poema «Navegando hacia Bizancio», en la traducción de Daniel Aguirre: W.B. Yeats, Antropología poética, Barcelona, Lumen, 2005. << [2] «¿Podemos discernir el baile de quien baila?», en la misma traducción que en la nota anterior. <<