⢠Textos Litúrgicos ⢠Exégesis ⢠Comentario Teológico
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Domingo de Ramos (Ciclo B) - 2015 Textos Litúrgicos • • Lecturas de la Santa Misa • Guión para la Santa Misa • Directorio Homilético ( 22 - 25) • Orientaciones de Semana Santa Exégesis • P. José María Solé Roma, C. M. F. • Comentario Teológico • Directorio Homilético (77) • Santos Padres • San Jerónimo • • Aplicación • P. Alfredo Sáenz, S.J. • San Juan Pablo II • S.S. Benedicto XVI • San Juan XXIII • P. Gustavo Pascual, I.V.E. • P. Jorge Loring S.I. • Ejemplos Predicables Textos Litúrgicos Lecturas de la Santa Misa Domingo de Ramos en la pasión del Señor (B) (Domingo 29 de marzo de 2015) LECTURAS DOMINGO DE RAMOS EN LA PROCESIÓN DE RAMOS ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 11, 1-10 Cuando se aproximaban a Jerusalén, estando ya al pie del monte de los Olivos, cerca de Betfagé y de Betania, Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: "¿Qué están haciendo?", respondan: "El Señor lo necesita y lo va a devolver en seguida"». Ellos fueron y encontraron un asno atado cerca de una puerta, en la calle, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les preguntaron: «¿Qué hacen? ¿Por qué desatan ese asno?» Ellos respondieron como Jesús les había dicho y nadie los molestó. Entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó. Muchos extendían sus mantos sobre el camino; otros, lo cubrían con ramas que cortaban en el campo. Los que iban delante y los que seguían a Jesús, gritaban: «¡Hosana! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! ¡Hosana en las alturas!» Palabra del Señor. MISA No retiré mi rostro cuando me ultrajaban, pero sé muy bien que no seré defraudado Lectura del libro de Isaías 50, 4-7 El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, Él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. Palabra de Dios. SALMO REsPONsOrIAL 21.8-9.17-18a.19-20.23-24 R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Los que me ven, se burlan de mí, hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo: «Confió en el Señor, que Él lo libre; que lo salve, si lo quiere tanto». R. Me rodea una jauría de perros, me asalta una banda de malhechores; taladran mis manos y mis pies. Yo puedo contar todos mis huesos. R. Se reparten entre sí mi ropa y sortean mi túnica. Pero Tú, Señor, no te quedes lejos; Tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R. Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea: «Alábenlo, los que temen al Señor; glorifíquenlo, descendientes de Jacob; témanlo, descendientes de Israel». R. Se anonadó a sí mismo. Por eso, Dios lo exaltó Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 2, 6-11 Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor». Palabra de Dios. Aclamación al Evangelio Flp 2, 8-9 Cristo se humilló por nosotros Hasta aceptar por obediencia la muerte, Y muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre. Evangelio Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 14, 1-15, 47 Buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte C. Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Ácimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte. Porque decían: S. «No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca tumulto en el pueblo». Ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura C. Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús. Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y comentaban entre sí: S. «¿Para qué este derroche de perfume? Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres». C. Y la criticaban. Pero Jesús dijo: + «Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo. A los pobres los tienen siempre con ustedes y pueden hacerles el bien cuando quieran, pero a mí no me tendrán siempre. Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura. Les aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo». Prometieron a Judas Iscariote darle dinero C. Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo. ¿Dónde está mi sala, En la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos? C. El primer día de la fiesta de los panes Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: S. «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?» C. Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: + «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: "¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?" Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario». C. Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua. Uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo C. Al atardecer, Jesús llegó con los Doce. Y mientras estaba comiendo, dijo: + Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo». C. Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle. -tras otro: S. «¿Seré yo?» C. Él les respondió: + «Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que Yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay aquél por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!» Esto es mi Cuerpo. Ésta es mi Sangre, la Sangre de la alianza C. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: + «Tomen, esto es mi Cuerpo». C. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: + «Ésta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios». Antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces C. Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. Y Jesús les dijo: + . «Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: "Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas". Pero después que Yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea». C . Pedro le dijo: S. «Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré». C. Jesús le respondió: + «Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces». C. Pero él insistía: S. «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré». C. Y todos decían lo mismo. Comenzó a sentir temor y angustia C. Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: + «Quédense aquí, mientras Yo voy a orar» C. Después llevó con Él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse. Entonces les dijo: + «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando». C. Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora. Y decía: + «Abbá —Padre— todo te es posible: aleja de mí este cáliz pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». C. Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Jesús dijo a Pedro: + «Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora? Permanezcan despiertos y oren para caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero carne es débil». C. Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras. Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle. Volvió tercera vez y les dijo: + «Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar». Deténganlo y llévenlo bien custodiado C. Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y enviado por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado esta señal: S. «Es aquél a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien custodiado». C. Apenas llegó, se le acercó y le dijo: S. «Maestro». C. Y lo besó. Los otros se abalanzaron sobre Él y lo arrestaron. Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. Jesús les dijo: + «Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos. Todos los días estaba entre ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras». C. Entonces todos lo abandonaron y huyeron. Lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron; pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo. ¿Eres el Mesías, el Hijo del Dios bendito? C. Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junte al fuego. Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban. Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra Él, pero sus testimonios no concordaban. Algunos declaraban falsamente contra Jesús: S. «Nosotros lo hemos oído decir: "Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre"». C. Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones. El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús: S. «¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra ti?» C. Él permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente: S. «¿Eres el Mesías, el Hijo del Dios bendito?» C. Jesús respondió: + «Sí, Yo lo soy: y ustedes verán "al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo"». C. Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: S. «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?» C. Y todos sentenciaron que merecía la muerte. Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían: S. «¡Profetiza!» C. Y también los servidores le daban bofetadas. Se puso a maldecir Y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando C. Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo: S. «Tú también estabas con Jesús, el Nazareno». C. Él lo negó, diciendo: S. «No sé nada; no entiendo de qué estás hablando». C. Luego salió al vestíbulo y en ese momento cantó el gallo. La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes: S. «Éste es uno de ellos». C. Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro: S. «Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo». C. Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando. En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: «Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces». Y se puso a llorar. ¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos? C. En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Éste lo interrogó: S. «¿Eres Tú el rey de los judíos?» C. Jesús le respondió: + «Tú lo dices». C. Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra Él. Pilato lo interrogó nuevamente: S. «¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan! » C. Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato. En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición. La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado. Pilato les dijo: S. «¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos? » C. Él sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás. Pilato continuó diciendo: S. «¿Qué quieren que haga, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judíos? » C. Ellos gritaron de nuevo: S. «¡Crucifícalo! » C. Pilato les dijo: S. «¿Qué mal ha hecho? » C. Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: S. «¡Crucifícalo! » C. Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado. Hicieron una corona de espinas y se la colocaron C. Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio. Convocaron a toda la guardia. Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron. Y comenzaron a saludarlo: S. «¡Salud, rey de los judíos!» C. Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían doblando la rodilla, le rendían homenaje. Después de haber burlado de Él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificar Condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota y lo crucificaron C. Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar cruz de Jesús. Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota que significa: «lugar del Cráneo». Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero Él no lo tomó. Después lo crucificaron. Los soldados "se repartieron sus vestiduras, sorteándolas" para ver qué le tocaba a cada uno. Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron. La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: «El rey de los judíos». Con Él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda Ha salvado a otros y no puede salvarse a si mismo C. Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: S. «¡Eh, Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!» C. De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: S. «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para veamos y creamos!» C. También lo insultaban los que habían sido crucificados con Él. Jesús, dando un gran grito expiró C. Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: + «Eloi, Eloi, lemá sabactaní». C. Que significa: + Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» C. Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: S. «Está llamando a Elías». C. Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: S. «Vamos a ver si Elías viene a bajarlo». C. Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró. Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve silencio de adoración. C. El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a Él, exclamó: S. «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!» C. Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con Él a Jerusalén. José hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro C. Era día de Preparación, es decir, vísperas de sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea —miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios— tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto. Informado por el centurión, entregó el cadáver a José. Éste compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto. Palabra del Señor. Volver Arriba Guión para la Santa Misa DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR –CICLO B- 2015 PROCESIÓN O ENTRADA SOLEMNE: EVANGELIO: Mc .11, 1-10 o bien Jn. 12,12-16 La realeza del Señor se manifiesta en su entrada triunfal a Jerusalén. Es reconocido como el Hijo de David, el Mesías esperado, y al mismo tiempo, sumido en humildad se encamina decididamente a la Pasión. Acompañémoslo en su anonadamiento con espíritu de amor y de reparación. LITURGIA DE LA PALABRA: 1º LECTURA: Isaías 50,4-7 El Siervo de Dios no opuso resistencia a los sufrimientos, sino que se entregó con plena confianza en las manos del Padre. 2ºLECTURA: Filip.2, 6-11 Jesús, nuestro Señor, se humilló voluntariamente por nuestros pecados y el Padre lo exaltó. EVANGELIO: Mc 14,1-15 o bien 15,1-39 Escuchemos el Evangelio y revivamos la Sagrada Pasión del Señor. PRECES Amados hermanos, próximos ya a la Solemnidad de la Pascua, oremos al Señor con más insistencia para que la multitud de los bautizados, y el universo entero, participemos más abundantemente de este sagrado misterio. A cada intención respondemos cantando +Para que la Iglesia, Esposa de Cristo, en este tiempo de pasión se purifique plenamente en la sangre de Cristo. Oremos. +Para que por la sangre de Cristo venga la paz al mundo entero y los pueblos se dispongan para la salvación. Oremos. +Para que dé fortaleza y valor a los que participan de Pasión de Cristo por la enfermedad y las tribulaciones. Oremos. +Para que todos nosotros, por la Pasión y Muerte del Señor, lleguemos a la gloria de la resurrección. Oremos. +Por los abundantes frutos de los Ejercicios Espirituales que se predican en Semana Santa y la generosidad de los ejercitantes. Oremos. Señor, atiende las súplicas de tu pueblo, para que lo que no se atreve a esperar por sus propios méritos, pueda alcanzarlo por los méritos de la Pasión de tu Hijo. Que vive y reina por los siglos de los siglos. LITURGIA DE LA EUCARISTIA- OFERTORIO: Nos ofrecemos con estos humildes dones con el deseo de ser transformados en ofrenda permanente al Padre. Incienso, con él unimos nuestras oraciones por las necesidades de la Santa Iglesia. Alimentos, como signo de caridad con los hermanos más necesitados. Comunión: Al Dios Eucaristía, pidámosle la gracia de crecer en el espíritu de reparación y adoración por tanto bien recibido. Que María Santísima nos conceda la gracia, en este tiempo penitencial, de una auténtica conversión y de un intenso conocimiento del misterio de Cristo. (Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina) Volver Arriba Directorio Homilético Nuevo Directorio Homilético II. LA INTERPRETACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS EN LA LITURgIA (Continuación) 22. El Misterio Pascual, eficazmente experimentado en la celebración sacramental, no sólo ilumina las Escrituras proclamadas sino que transforma también la vida de cuantos las escuchan. De este modo, otra función de la homilía es la de ayudar al pueblo de Dios a ver cómo el Misterio Pascual no solo da forma a lo que creemos, sino que nos hace también capaces de actuar a la luz de las realidades que creemos. El Catecismo, con las palabras de san Juan Eudes, indica la identificación con Cristo como la condición fundamental de la vida cristiana: «Te ruego que pienses [...] que Jesucristo, Nuestro Señor, es tu verdadera Cabeza, y que tú eres uno de sus miembros [...]. Él es con relación a ti lo que la cabeza es con relación a sus miembros; todo lo que es suyo es tuyo, su espíritu, su corazón, su cuerpo, su alma y todas sus facultades, y debes usar de ellos como de cosas que son tuyas, para servir, alabar, amar y glorificar a Dios. Tú eres de Él como los miembros lo son de su cabeza. Así desea Él ardientemente usar de todo lo que hay en ti, para el servicio y la gloria de su Padre, como de cosas que son de Él» (Tractatus de admirabili Corde Iesu; cf. Liturgia de las Horas, IV, Oficio de las lecturas del 19 de agosto, citado en CEC 1698). 23. El Catecismo de la Iglesia Católica es un recurso inestimable para el homileta que utiliza los tres criterios interpretativos de los que hemos hablado. Ofrece un apreciable ejemplo de «la unidad de toda la Escritura», de la «Tradición viviente de toda la Iglesia» y de la «analogía de la fe». Esto se hace particularmente claro cuando nos damos cuenta de la relación dinámica que hay entre las cuatro partes que componen el Catecismo, y que corresponden a lo que creemos, a cómo celebramos el culto, a cómo vivimos y a cómo rezamos. Se trata de cuatro ámbitos relacionados por medio de una única sinfonía. San Juan Pablo II señaló esta relación orgánica en la Constitución apostólica Fidei depositum: «La Liturgia es en sí misma oración; la confesión de la fe encuentra su lugar propio en la celebración del culto. La gracia, fruto de los sacramentos, es la condición insustituible del obrar cristiano, del mismo modo que la participación en la Liturgia de la Iglesia exige la fe. Si la fe carece de obras, es fe muerta (cf. St 2, 14-26) y no puede producir frutos de vida eterna. Leyendo el Catecismo de la Iglesia católica, podemos apreciar la admirable unidad del misterio de Dios y de su voluntad salvífica, así como el puesto central que ocupa Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, enviado por el Padre, hecho hombre en el seno de la bienaventurada Virgen María por obra del Espíritu Santo, para ser nuestro Salvador. Muerto y resucitado, está siempre presente en su Iglesia, de manera especial en los sacramentos. Él es la verdadera fuente de la fe, el modelo del obrar cristiano y el Maestro de nuestra oración» (2). En relación a los pasajes que conectan entre sí las cuatro partes del Catecismo, sirven de ayuda al homileta que, prestando atención a la analogía de la fe, intenta interpretar la Palabra de Dios en la Tradición viva de la Iglesia y a la luz de la unidad de toda la Escritura. Análogamente, el Índice de las referencias del Catecismo muestra cuánto rebosa de la palabra bíblica toda la enseñanza de la Iglesia. Podría ser utilizado correctamente por los homiletas para poner en evidencia cómo ciertos textos bíblicos, usados en las homilías, son utilizados en otros contextos para explicar las enseñanzas dogmáticas y morales. El Apéndice I de este Directorio ofrece al homileta una contribución para el uso del Catecismo. 24. Con todo lo apuntado hasta ahora, debería quedar claro que, mientras los métodos exegéticos pueden revelarse útiles para la preparación de la homilía, es necesario que el homileta preste atención, también, al sentido espiritual de la Escritura. La definición de tal sentido, ofrecida por la Pontificia Comisión Bíblica, sugiere que este método interpretativo es particularmente apto para la Liturgia: «[El sentido espiritual es] como el sentido expresado por los textos bíblicos, cuando se los lee bajo la influencia del Espíritu Santo en el contexto del Misterio Pascual de Cristo y de la vida nueva que proviene de él. Este contexto existe efectivamente. El Nuevo Testamento reconoce en él el cumplimiento de las Escrituras. Es, pues, normal releer las Escrituras a la luz de este nuevo contexto, que es el de la vida en el Espíritu» (Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, II, B, 2 citado en VD 37). De este modo, la lectura de las Escrituras forma parte del vivir católico. Un buen ejemplo proviene de los Salmos que rezamos en la Liturgia de las Horas; a pesar de las diferentes circunstancias literarias en las que florece cada Salmo, nosotros los comprendemos en referencia al Misterio de Cristo y de la Iglesia y también como expresión de los gozos, dolores y lamentaciones que caracterizan nuestra relación personal con Dios. 25. Los grandes maestros de la interpretación espiritual de la Escritura son los Padres de la Iglesia, en su mayoría pastores, cuyos escritos con frecuencia contienen explicaciones de la Palabra de Dios ofrecidas al pueblo en el curso de la Liturgia. Es providencial que, junto a los progresos realizados por la investigación bíblica en el siglo pasado, se haya llevado a cabo también un notable avance en los estudios patrísticos. Documentos que se creían perdidos han sido recuperados, se han realizado ediciones críticas de los Padres y ahora están disponibles las traducciones de grandes obras de exégesis patrística y medieval. La revisión del Oficio de Lectura de la Liturgia de las Horas ha puesto a disposición de los sacerdotes y de los fieles muchos de estos escritos. La familiaridad con los escritos de los Padres puede ayudar en gran medida al homileta a descubrir el significado espiritual de la Escritura. De la predicación de los Padres es de donde nosotros, hoy, aprendemos cuan íntima es la unidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. De ellos podemos aprender a discernir innumerables figuras y modelos del Misterio Pascual que están presentes en el mundo desde el alba de la creación y se revelan ulteriormente a lo largo de toda la historia de Israel que culmina en Jesucristo. Es de los Padres de quien aprendemos de qué modo todas las palabras de las Escrituras inspiradas pueden revelarse como inesperadas e impenetrables riquezas si vienen consideradas en el corazón de la vida y de la oración de la Iglesia. Es de los Padres de quien aprendemos la íntima conexión existente entre el misterio de la Palabra bíblica y el de la celebración sacramental. La Catena Aurea de santo Tomás de Aquino permanece como un instrumento magnífico para acceder a las riquezas de los Padres. El Concilio Vaticano II ha reconocido con claridad que tales escritos representan un recurso valioso para el homileta: «En el sagrado rito de la Ordenación el obispo recomienda a los presbíteros que “estén maduros en la ciencia” y que su doctrina sea “medicina espiritual para el pueblo de Dios”. Pero la ciencia de un ministro sagrado debe ser sagrada, porque emana de una fuente sagrada y a un fin sagrado se dirige. Ante todo, pues, se obtiene por la lectura y meditación de la Sagrada Escritura, y se nutre también fructuosamente con el estudio de los santos Padres y Doctores, y de otros monumentos de la Tradición» (Presbyterorum ordinis 19). El Concilio ha transmitido una renovada comprensión de la homilía como parte integrante de la Celebración Litúrgica, método fructuoso para la interpretación bíblica y estímulo, con el fin de que los homiletas se familiaricen con las riquezas de dos mil años de reflexión sobre la Palabra de Dios, que constituyen el patrimonio católico. ¿Cómo puede un homileta traducir en la práctica esta visión? (Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio Homilético, 2014, nº 22 - 25) Volver Arriba Orientaciones P. Lic. José A. Marcone, I.V.E. Orientaciones para las homilías de Semana Santa Reunimos aquí las indicaciones litúrgicas para la celebración de la Liturgia de la Palabra en las Misas de la Semana Santa. Están tomadas de los libros litúrgicos aprobados canónicamente por la Iglesia. Con esta mirada de conjunto podemos ya hacer un plan y un primer bosquejo de todos nuestros sermones de Semana Santa. Domingo de Ramos “En el Domingo de Ramos de la Pasión del Señor, para la procesión se han escogido los textos que se refieren a la solemne entrada del Señor en Jerusalén, tomados de los tres Evangelios sinópticos; en la Misa se lee el relato de la pasión del Señor”. (Leccionario, Prenotanda, nº 97) “La misa de este domingo incluye tres lecturas, cuya proclamación mucho se recomienda, a no ser que razones pastorales aconsejen lo contrario. “Teniendo en cuenta la importancia de la lectura de la Pasión del Señor, está permitido al sacerdote, en vista de las necesidades de cada comunidad, elegir una sola de las lecturas que preceden al Evangelio, o leer únicamente la historia de la Pasión, también en forma abreviada, si fuera necesario. Esto vale exclusivamente para las misas celebradas con el pueblo.” (Leccionario, Tomo I, p. 445; anotación en rojo antes de las lecturas de la Misa del Domingo de Ramos) “En los lugares en que pareciere oportuno, durante la lectura de la Pasión se pueden incorporar aclamaciones” (Leccionario, Tomo I, p. 451; anotación en rojo antes de la lectura de la Pasión) Recordamos que el sacerdote celebrante, en las Misas del Domingo de Ramos que se hagan con procesión o con entrada solemne, debe predicar tres veces. La primera es una monición antes de la bendición de los ramos, monición que puede leer también del Misal (Misal Romano, Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, nº 5, p. 219). La segunda es después de la lectura del Evangelio antes de iniciar la procesión. El Misal, respecto a esta predicación dice textualmente: “Después del Evangelio, si se cree oportuno, puede hacerse una breve homilía.” (Misal Romano, Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, nº 8, p. 223). La tercera predicación es ya dentro de la Misa, después de la lectura de la Pasión (según San Marcos, en este Ciclo B). Dice el Misal textualmente: “Después de la proclamación de la Pasión, si se cree oportuno, hágase una breve homilía. Puede hacerse también un momento de silencio” (Misal Romano, Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, nº 22, p. 228). En algunas regiones el Domingo de Ramos es una de las misas más concurridas del año y, por lo tanto, la utilidad espiritual de la homilía es muy grande. En estos casos aconsejamos no omitirla. En cuanto al tema de la homilía es preciosa esta indicación del Ceremonial de los Obispos: “Con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, la Iglesia entra en el misterio de su Señor crucificado, sepultado y resucitado, el cual, entrando en Jerusalén, dio un anuncio profético de su poder. “Los cristianos llevan ramos en sus manos como signo de que Cristo muriendo en la cruz, triunfó como Rey. Habiendo enseñado el Apóstol: ‘Si sufrimos con Él, también con Él seremos glorificados’ (Rm.8,17), el nexo entre ambos aspectos del misterio pascual, ha de resplandecer en la celebración y en la catequesis de este día” (Ceremonial de los Obispos, nº 263). De acuerdo a esto podemos decir que el Domingo de Ramos comprende, a la vez, el presagio del triunfo real de Cristo y el anuncio de la Pasión. Por lo tanto, en la homilía debe quedar en evidencia la relación entre estos dos aspectos del misterio pascual. Ferias de Semana Santa “Los primeros días de la Semana Santa, las lecturas consideran el misterio de la pasión” (Leccionario, Prenotanda, nº 98) Misa crismal “En la Misa crismal, las lecturas ponen de relieve la función mesiánica de Cristo y su continuación en la Iglesia, por medio de los sacramentos”. (Leccionario, Prenotanda, nº 98) Respecto a la predicación en la Misa crismal, dice el Misal textualmente: “Después de la proclamación del Evangelio, el obispo pronuncia la homilía inspirándose en los textos de la Liturgia de la Palabra, hablando al pueblo y a sus presbíteros acerca de la unción sacerdotal, exhortando a los presbíteros a conservar la fidelidad a su ministerio e invitándolos a renovar públicamente sus promesas sacerdotales” (Misal Romano, Jueves Santo, nº 8, p. 233) Sagrado Triduo pascual Jueves Santo o Jueves de la Cena del Señor “El jueves santo, en la Misa vespertina, el recuerdo del banquete que precedió al éxodo ilumina de un modo especial el ejemplo de Cristo al lavar los pies de los discípulos y las palabras de Pablo sobre la institución de la Pascua cristiana de la Eucaristía” (Leccionario, Prenotanda, nº 99). “Después de proclamar el Evangelio, el sacerdote pronuncia la homilía, en la cual se exponen los grandes misterios que se recuerdan en esta Misa, es decir, la institución de la sagrada Eucaristía y del Orden sacerdotal, y también el mandato del Señor sobre la caridad fraterna” (Misal Romano, Jueves de la Cena del Señor, nº 9, p. 240). Esta breve indicación del Misal Romano es de gran valor, ya que nos indica con claridad cuál debe ser el contenido de nuestra homilía para Misa de la Cena del Señor. Viernes Santo “La acción litúrgica del viernes santo llega a su momento culminante en el relato según san Juan de la pasión de aquel que, como el Siervo del Señor, anunciado en el libro de Isaías, se ha convertido realmente en el único sacerdote al ofrecerse a sí mismo al Padre”. (Leccionario, Prenotanda, nº 99) “Concluida la lectura de la Pasión (según San Juan), hágase una breve homilía, y terminada ésta, los fieles pueden ser invitados a hacer un tiempo de oración en silencio” (Misal Romano, Viernes Santo de la Pasión del Señor, nº 10, p. 245). Viernes Santo: Memoria de los Dolores de la Santísima Virgen María junto a la Cruz El Misal Romano (Viernes Santo de la Pasión del Señor, nº 20 bis) contempla dos posibilidades para la memoria de los dolores y la soledad de la Virgen María: el “piadoso ejercicio tradicional” del Sermón de la Soledad o la inclusión de “la memoria del dolor de María en la misma acción litúrgica con la que se celebra la Pasión del Señor”. El Misal considera “más conveniente” esta última porque “de esta manera aparecerá con más evidencia que la Virgen María está unida indisolublemente a la obra de la salvación realizada por su Hijo”. Sin embargo resalta el Misal que en algunos lugares puede “considerarse oportuno conservar” aquel piadoso ejercicio tradicional del Sermón de la Soledad. El Misal lo describe de esta manera: “Según una antigua tradición, en la tarde del Viernes Santo se realizaba en nuestras iglesias un piadoso ejercicio en memoria de los dolores sufridos por la Santísima Virgen María junto a la cruz de su Hijo, y de su estado de profunda soledad después de la muerte de Jesús.” Debe tenerse el cuidado de realizarlo de tal manera que no reste importancia a la Celebración litúrgica de la Pasión del Señor. Mi experiencia de nueve años de párroco en la periferia de la gran ciudad de Santiago de Chile me lleva a decir que es perfectamente posible realizar este piadoso ejercicio sin que reste importancia a la Celebración de la Pasión del Señor. Nosotros hacíamos la Celebración de la Pasión del Señor a las 15 hs., aproximadamente. Luego hacíamos el Via Crucis por las calles de la población, que duraba varias horas. Y el Via Crucis terminaba en el templo con el Sermón de la Soledad, hecho a modo de Liturgia de la Palabra. De ese modo, el Sermón de la Soledad no restaba importancia a la Celebración litúrgica de la Pasión del Señor. Las ideas fundamentales de dicho sermón están expresadas en el Misal Romano, citado recién. Era de mucho provecho para los fieles. Vigilia Pascual en la Noche Santa “En la vigilia pascual de la noche santa, se proponen siete lecturas del Antiguo Testamento, que recuerdan las maravillas de Dios en la historia de la salvación, y dos del Nuevo, a saber, el anuncio de la resurrección según los tres evangelios sinópticos, y la lectura apostólica sobre el bautismo cristiano como sacramento de la resurrección de Cristo” (Leccionario, Prenotanda, nº 99). “En esta Vigilia, ‘Madre de todas las vigilias’, se proponen nueve lecturas: siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo Testamento (Epístola y Evangelio). En la medida de lo posible, y respetando la índole de la Vigilia, debe proclamarse todas las lecturas. “Si graves circunstancias pastorales lo exigen, puede reducirse el número de las lecturas del Antiguo Testamento; con todo, téngase siempre presente que la lectura de la Palabra de Dios es una parte fundamental de esta Vigilia pascual. Por eso, deben leerse por lo menos tres lecturas del Antiguo Testamento, que provengan de la Ley y los Profetas y se canten los respectivos salmos responsoriales. Nunca debe omitirse la lectura tomada del capítulo 14 del Éxodo con sus respectivo cántico” (Misal Romano, Vigilia Pascual en la Noche Santa, nº 20 – 21, p. 275) El Leccionario se expresa con términos semejantes. Respecto a la homilía para esta celebración dice el Misal Romano: “Después del Evangelio tiene lugar la homilía que, aunque breve, no debe omitirse” (Misal Romano, Vigilia Pascual en la Noche Santa, nº 36, p. 279) Misa del día de Pascua “Para la Misa del día de Pascua se propone la lectura del Evangelio de san Juan sobre el hallazgo del sepulcro vacío. También pueden leerse, si se prefiere, los textos de los evangelios propuestos para la noche santa, o, cuando hay Misa vespertina, la narración de Lucas sobre la aparición a los discípulos que iban a Emaús. La primera lectura se toma de los Hechos de los Apóstoles, que se leen durante el tiempo pascual en vez de la lectura del Antiguo Testamento. La lectura del Apóstol se refiere al misterio de Pascua vivido en la Iglesia” (Leccionario, Prenotanda, nº 99). Volver Arriba Exégesis P. José María Solé Roma, C. M. F. Sobre la Primera Lectura (Is 50,4-7) Se nos da en este domingo el tercer canto del Poema del Siervo de Yahvé: - En este canto o profecía se pone de relieve cuán atento está el 'Siervo' - Mesías a la 'Palabra' = Voluntad de Dios: cómo es discípulo que a toda hora está presto a oír la palabra de su maestro. Jesús se aplica a Sí mismo el sentido de esta profecía Me-siánica y nos lo explica cuando dice: 'Yo de Mí mismo nada puedo hacer; según oigo transmito' (Jn 5, 30). 'Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envió' (Jn 7, 16). 'No puede el Hijo hacer cosa alguna de Sí mismo, sino sólo lo que ve que hace el Padre. Pues el Padre ama al Hijo, y le manifiesta cuanto El hace' (Jn 5, 19). Y la encomienda y mensaje que recibe el 'Siervo' es mensaje de Salvación (v 4). Y eso mismo se aplica a Sí Jesús: 'El que escucha mis palabras tiene Vida Eterna; llega la hora y es ahora, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y cuantos la oigan recobrarán la vida' (Jn 5, 25). Nos trae Cristo gozo, vida, salvación. -Esta misión del 'Siervo' = Mesías va a ser muy difícil. Pero el 'Siervo' acepta con plena y heroica docilidad y disponibilidad la voluntad de Dios: 'Yo no le he resistido, ni me he echado atrás (v 5). Jesús podrá decirnos aplicándose esta profecía: 'Por esto me ama el Padre, porque Yo entrego mi vida; voluntariamente la entrego. Este es el mandato que he recibido de mi Padre' (Jn 10, 17). Y al iniciar la Pasión se ofrece a ella con plena generosidad: 'Debe conocer el mundo que Yo amo al Padre: y que procedo conforme al mandato del Padre; levantaos; vámonos de aquí' (Jn 14, 31). Ahora que a la luz del N. T. sabemos que el 'Siervo' es el 'Hijo', nos maravilla aún más esta plena obediencia; obediencia plenamente filial. - En el cumplimiento de su misión el 'Siervo' va a correr la suerte de todos los Profetas de Dios. Es recibido con hostilidad. La actitud del 'Siervo' frente a las persecuciones es de una humildad y abnegación que sorprenden: 'He presentado mis espaldas a los que me golpeaban y mis mejillas a los que mesaban mi barba. No he hurtado mi faz a los ultrajes y a los salivazos' (6). ¡Cuán diferente este acento del de un Jeremías; p. ej.: 'Que sean confundidos mis perseguidores y que no sea yo confundido. Haz venir sobre ellos el día de la desventura y destrúyelos con doble destrucción' (Jer 17, 18). El 'Siervo' = Mesías (lo veremos en la historia de la Pasión de Jesús) es el 'Cordero que, llevado al matadero, no abre su boca' (Is 53, 7). Que en la Cruz ora al Padre: 'Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen' (Lc 23, 24). Sobre la Segunda Lectura (Flp 2,6-11) Es una exposición lírica y doctrinal del Misterio Redentor: - Antítesis luminosa entre los dos estados de Cristo: El 'glorioso', que le correspondía en su calidad de Hijo de Dios (y 6). Al tomar la naturaleza humana renuncia a todo derecho. Y escoge el estado de humillación (kénosis), y despojo (tapéinosis) y obediencia: en condición humana, sin privilegio alguno, con todas sus miserias y limitaciones (excepto la del pecado: cfr. Heb 4, 15); anonadado; 'Siervo' obediente; sujeto a la misma muerte: muerte de cruz (vv 7-8). - En el trasfondo de este cuadro se adivina la contraposición entre el Adán viejo y el Adán Nuevo. Adán quiso usurpar los derechos divinos; ser como Dios. Y, desobediente, se rebeló. Cristo, el Nuevo Adán, renuncia a sus derechos divinos; se hace en todo como nosotros los hombres. Se somete en total obediencia al Padre. Con esto Cristo repara la obra nefasta de Adán. Nos salva. - Con su obediencia, el Siervo, Adán Nuevo, gana para todos nosotros el perdón de nuestras desobediencias; y merece para sí mismo, para su humana naturaleza, la suprema exaltación a la diestra del Padre. Son muy claras en todo este pasaje paulino las alusiones al 'Siervo de Yahvé' de Isaías: 'Siervo' humillado hasta la más abyecta pasión y muerte (Is 53, 1-9). 'Siervo' galardonado: con su 'expiación' justifica y salva a la muchedumbre de los pecadores (Is 53, 12). Y restituido a la vida, es saciado de gozo y de gloria (Is 53, 11). San Pablo sabe mejor cuál es la Gloria de Cristo Resucitado: El 'Señorío' universal (v. 10) a la diestra del Padre. Y como raíz y razón de este 'Señorío' y Gloria el 'Nombre', e. d., la Divina Filiación: 'Desde la Resurrección ha sido constituido Hijo de Dios Glorioso, según el Espíritu de Santidad' (Rom 1, 3). Gloria, laus et honor tibi sit, Rex Christe Redemptor! Sobre el Evangelio (Mc 14.15) San Marcos, en el relato de la Pasión, pone de relieve el cumplimiento de las Escrituras. Especialmente las referentes al 'Siervo de Yahvé' de Isaías. Por tanto, la Pasión es sometimiento a la voluntad del Padre, acto supremo de obediencia de Cristo. - Igualmente se pone de relieve, en la profecía del 'Siervo', el sentido 'vicario' de la muerte de Cristo: Muere en sustitución de nosotros pecadores, El, que es inocente (Is 53, 4. 9); y el valor 'expiatorio': Por sus llagas todos hemos sido curados; por su muerte todos hemos sido vivificados (Is 53, 5-11). - Es la doctrina del Misterio Redentor escrita con sangre por los Evangelistas y expresada teológicamente por San Pablo: 'Cristo fue entregado para expiación de nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación = Salvación' (Rom 4, 25). (Solé Roma, J. M., Ministros de la Palabra, ciclo "B", Herder, Barcelona, 1979) Volver Arriba Comentario Teológico Directorio Homilético Domingo de Ramos en la Pasión del Señor 77. «El domingo de Ramos en la Pasión del Señor: para la procesión, se han escogido los textos que se refieren a la entrada solemne del Señor en Jerusalén, tomados de los tres Evangelios sinópticos; en la Misa, se lee el relato de la pasión del Señor» (OLM 97). Dos antiguas tradiciones conforman esta Celebración Litúrgica, única en su género: el uso de una procesión en Jerusalén y la lectura de la Pasión en Roma. La exuberancia que rodea la entrada real de Cristo, pronto da paso a uno de los cantos del Siervo doliente y a la solemne proclamación de la Pasión del Señor. Y esta liturgia tiene lugar en domingo, día desde los comienzos asociado a la Resurrección de Cristo. ¿Cómo puede el celebrante unir los múltiples elementos teológicos y emotivos de este día, sobre todo por el hecho de que las consideraciones pastorales aconsejan una homilía bastante breve? La clave se encuentra en la segunda lectura, el hermosísimo himno de la carta de san Pablo a los Filipenses, que resume de manera admirable todo el Misterio Pascual. El homileta podría destacar brevemente que, en el momento en el que la Iglesia entre en la Semana Santa, experimentaremos ese Misterio, de manera que podamos hablarle a nuestros corazones. Diversos usos y tradiciones locales conducen a los fieles a considerar los acontecimientos de los últimos días de Jesús, pero el gran deseo de la Iglesia en esta Semana no es, únicamente, el de remover nuestras emociones, sino el de hacer más profunda nuestra fe. En las celebraciones litúrgicas de la Semana que se inicia no nos limitamos a la mera conmemoración de lo que Jesús realizó; estamos inmersos en el mismo Misterio Pascual, para morir y resucitar con Cristo. (Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio Homilético, 2014, nº 77) Volver Arriba Santos Padres San Jerónimo Domingo de Ramos Este pollino, que estaba atado, ¿cómo es que, según el Evangelio de Lucas, tenía muchos dueños? ¿Por qué se les quita a muchos dueños y es llevado a un solo señor? ¿Por qué estaba delante de la puerta y por qué en la calle? Delante de la puerta significa que estaba preparado para la fe, mas no podía entrar sin los apóstoles; y en la calle significa que estaba entre la gentilidad y el judaísmo, no sabiendo a quién seguir. ¿Por qué en el Evangelio de Marcos se dice que era un pollino, al que nadie había montado nunca? Realmente nadie lo había montado nunca. Todos lo habían querido domar y montar, pero nadie había podido. No habían podido montarlo, evidentemente, porque no había sido domado. ¡Cosa sorprendente: había sido atado, sin haber podido ser domado! De muy diverso modo actúa Jesús: lo desata y así precisamente, lo doma. Este mismo pollino es llevado desde Betania a Betfagé. Jesús estaba en Betania, si bien los evangelistas hablan de modo diverso. Unos dicen que estaba en Betania y otros que estaba en Betfagé. Betania es el lugar, la aldea, donde hoy está Lázaro, la aldea de Marta y María, la aldea de Lázaro. Tened en cuenta también todo esto. Aquel pollino indómito es llevado al lugar donde Lázaro había sido resucitado, a Betania, que significa «casa de obediencia». Era indomable y es llevado a la obediencia, a fin de que en él pueda montar Jesús. Hemos hablado de Betania, hablemos ahora de Betfagé. Betfagé significa «casa de la quijada». Fijaos en el proceso de la fe. Primero creemos y llegamos a Betania, es decir, a la casa de la obediencia; y después, a la casa de las quijadas, casa de la confesión, o casa sacerdotal. Pues los sacerdotes, en efecto, solían recibir la quijada. Tal vez alguien pregunte: ¿por qué los sacerdotes reciben precisamente la siagona, esto es, la quijada? El sacerdote no recibe otra cosa más que la siagona, el pecho y el hombro. Daos cuenta de lo que reciben los sacerdotes: la quijada, el pecho, y el hombro. Fijaos bien en ello. Lo propio del oficio sacerdotal es poder enseñar a los pueblos. De ahí que diga el profeta: «Pregunta a los sacerdotes sobre la ley de Dios.» Es propio de los sacerdotes, por tanto, responder a las preguntas sobre la ley. Por ello, reciben la palabra, que está en la quijada; reciben también el pecho, esto es, el conocimiento de las Escrituras, pues de nada aprovecha tener las palabras, si no se posee este conocimiento. Y una vez has recibido la siagona y el pecho, entonces recibes también los brazos, es decir, las obras, pues de nada te aprovecha que tengas las palabras y que tengas el conocimiento, si no tienes las obras. ¿Por qué he dicho todo esto? A propósito de este pollino de asna, llevado a la «casa de las quijadas», que es lo que significa Betfagé. No es llevado primero a los brazos, ni es llevado tampoco al pecho, sino a la quijada, a la palabra, para que de ella reciba enseñanza. Así, pues, sobre este pollino monta el Salvador: monta porque estaba cansado. Desde Samaria de Galilea había venido a Jericó, y desde Jericó hasta Betania; había subido incluso un monte y no se había cansado, y sin embargo, en dos millas se cansa y pide el asno. De Jerusalén iba a Galilea, caminando siempre a pie hasta Samaria, y no pudo caminar dos millas. Mas todo lo que hizo Jesús es un sacramento, todo es nuestra salvación. Si el apóstol nos dice: «Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis lo que sea, hacedlo todo en el nombre del Señor», ¿cuánto más será para nosotros un signo que el Salvador camine, o se siente, o coma, o duerma? Tenemos, pues, que monta una asna. Pero otro evangelista dice que monta un pollino, y otro que tanto una asna como un pollino . Voy a decir una cosa ridícula: ¿podía poner un pie en cada uno de los asnos? En todo esto hablo contra los judíos. Si, pues, vino en una asna, no vino en un pollino. Sin embargo, las dos cosas ocurrieron en realidad, aunque precedidas por un signo. Montó Jesús en un pollino de asna indomable, al que no habían podido poner frenos, ni nadie había montado nunca, en el pueblo gentil, y montó en una asna en aquellos creyentes, que procedían de la sinagoga. Fíjate en lo que dice: Montó en una asna sujeta al yugo, que tenía el cuello y la cerviz molidos por la ley. Y se le acercó, dice el Evangelio, la multitud. Mientras estaba en el monte, no podía acercársele la multitud: comienza a descender y la turba se le acerca. Y la turba que lo precedía y lo seguía — dice— clamaba: Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en el nombre del Señor, hosanna en las alturas. Tanto los que precedían, como los que le seguían, gritan a una sola voz. ¿Quiénes son los que le preceden? Los patriarcas y profetas. ¿Quiénes los que le siguen? Los apóstoles y el pueblo de los gentiles. Más, tanto en los que le preceden como en los que le siguen Cristo es la única voz: a él alaban, a él aclaman al unísono. ¿Y qué dicen? «Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en el nombre del Señor, hosanna en las alturas». Dicen tres cosas: «Hosanna al Hijo de David», a los incipientes; «bendito el que viene en el nombre del Señor», a los perfectos; «hosanna en las alturas», a los que reinan. Nadie piense que dividimos a Cristo. Sólo quienes nos calumnian suelen decir que distinguimos en Cristo dos personas: el hombre y Dios. Nosotros creemos en la Trinidad, no en una cuaternidad, como ocurriría en el caso de que en Cristo hubiera dos personas. Pues si en Cristo hay dos personas, el Hijo, es decir Cristo, es doble, y entonces las personas serían cuatro. Nosotros creemos en el Padre, en el Hijo, y en el Espíritu Santo. Respecto al Padre y al Espíritu no hay ninguna duda, pues no tomaron un cuerpo, ni asumieron ninguna debilidad. Mas ahora hablamos de Cristo, nuestro Dios, Hijo de Dios e hijo del hombre, el Hijo único de Dios. El mismo Hijo de Dios es también hijo del hombre. Lo que tiene de grande refiérelo al Hijo de Dios; lo que tiene de humilde al hijo del hombre, pero, de todos modos, es un único Hijo de Dios. ¿Por qué me veo obligado a decir esto? Porque he oído que nos calumnian algunos, que probablemente tienen alma arriana. Porque no he querido referir a Dios la bajeza de la humanidad, no por ello divido a Cristo. Pues él mismo está simultáneamente en el infierno y en el cielo: en un mismo instante descendió a los infiernos y entró con el ladrón en el paraíso. Todos los elementos los tiene en su puño. Y si están en su puño, ¿dónde no va a estar el que lo sostiene todo? Con la ayuda de vuestras oraciones hemos explicado todas estas cosas, como hemos podido. A Él la gloria por los siglos de los siglos. AMEN. Volver Arriba Aplicación P. Alfredo Sáenz,S.J. LA ENTRADA DE CRISTO EN JERUSALEN Con este domingo —domingo de Ramos— entramos en el corazón del año litúrgico, que es la Semana Santa. Y entramos de una manera curiosa. Porque la Iglesia junta hoy en su liturgia la procesión de Ramos, por una parte, y el recuerdo de la Pasión, por otra. Reúne en un haz la procesión y la pasión: la procesión incluye el aplauso victorioso; la pasión trae consigo el llanto compartido. No deja de impresionarnos el hecho evangélico de la entrada de Jesús en Jerusalén. El Señor ingresa triunfalmente en su ciudad amada, montado en un asno, mientras la muchedumbre lo recibe tendiendo unos sus mantos por las calles, y otros cortando ramas de los árboles para cubrir con ellas el camino. Al tiempo que la multitud clamaba: Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor, Hosanna en las alturas. Y ahora acabamos de escuchar el relato de la pasión del Señor. ¡Qué curioso contraste! Pero es un contraste pretendido. Porque en verdad el Señor pasó de la procesión a la pasión. ¡Terrible este tránsito de la procesión a la pasión! Porque por un mismo pueblo, en la misma ciudad, interponiéndose poquísimos días, Jesús es primero recibido con tantos honores, y luego lo llevan al Calvario. ¡Cuán distintas las voces: "Bendito el que viene en nombre del Señor" y "¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!". Hoy lo llaman "Rey de Israel" y el viernes dirán: "No tenemos más Rey que al César". ¡Qué distintos son los ramos verdes y la cruz reseca, qué diversas son las flores y las espinas! A quien ahora tienden por tapiz los vestidos propios, de aquí a poco le desnudarán de los suyos y se los sortearán. Oportunamente la liturgia de hoy junta, pues, la pasión y la procesión, para que aprendamos por ello a no descansar demasiado en nuestras alegrías terrenas; en este mundo es fácil que los gozos se conviertan en llanto. No seamos como los insensatos, a quienes mata su propia prosperidad, sino que en el día de los bienes no nos olvidemos de los males, ya que nuestra vida está mezclada de unos y de otros, según aquello que se lee en Job: "Le visitas cada día, y a cada momento le pruebas". Veamos, así, en la procesión, una imagen de la gloria que nos espera en el cielo, y en la pasión, una figura del camino que es preciso transitar para llegar al cielo. Si la procesión nos trae al pensamiento aquella gloria con la que soñamos, y aquel gozo sobremanera grande que con la gracia de Dios confiamos alcanzar, si con todo nuestro afán deseamos ver aquel día en que Jesucristo nuestro Señor será recibido en la Jerusalén celestial, marchando victoriosamente a la cabeza de todos sus miembros, aplaudido no ya por las turbas populares sino por la corte celestial en pleno, ángeles y santos, clamando por todas partes los pueblos de uno y otro Testamento: "Bendito el que viene en nombre del Señor", si todo esto suscita en nuestra mente la procesión, aprendamos a ver en la pasión el sendero de ida que conduce a esa gloria anhelada. La tribulación presente es el camino de la vida, el camino de la gloria, el camino de la ciudad que merece habitarse, el camino del reino. La gloria que entrevemos desde ahora en la procesión hará llevaderos los trabajos de la pasión. Ya que el viernes santo contemplaremos de manera especial la Pasión y Muerte de Jesús, reduzcámonos hoy a la consideración del misterio de Ramos. Jesús —lo sabemos— es el Rey del universo. Y sin embargo no ingresó en su Ciudad Real con la solemnidad acostumbrada por los monarcas cuando tomaban posesión de su sede. El Rey de reyes no viene montado en carroza engalanada, ni avanza sobre tapices regiamente recamados, ni camina rodeado por una brillante comitiva. Su corte la constituye esa muchedumbre con olor a pueblo, que se pone a arrancar ramas de los árboles, que se quita sus humildes vestidos para trenzar con ellos una alfombra en honor de su Señor. Ni lo reciben a Jesús los jefes de la ciudad, los príncipes y los sacerdotes judíos. Están, sí, presentes, pero rezumando odio y planeando la venganza, la terrible venganza que consistiría en sustituir en los labios del pueblo el Hosanna por el Crucifícalo. El Señor quiere que esta entrada triunfal tenga lugar, porque es Rey de Jerusalén y también Rey de todo el mundo. Aunque bien sabe que cinco días más tarde, muchos de los allí presentes gritarían a Pilatos: ¡Crucifícalo!, poco importa. Ello nada quita a sus derechos reales. El podía hacer ahora un solo signo milagroso, y Jerusalén entera, incluidos sus jefes, se hubiesen postrado sus pies, el trono de David sería su sede, y podría cubrir su frente con una corona de diamantes. Pero Jesús no necesita de estas cosas exteriores. No necesita. "probar" que es Rey. Lo es, simplemente. Haciendo su entrada en Jerusalén, quiere mostrar que como Rey-Pastor no olvida a su Pueblo ni a su Ciudad. Este solemne momento representa para Israel, tomado en su conjunto, la última hora de gracia, la última vez que el Señor, antes de dejar la tierra, intenta salvar colectivamente a los suyos, cubriéndolos con su bondad, como una gallina que quiere poner a los pollitos bajo sus alas maternales. Pero el judaísmo oficial no lo acepta. Lo aceptan los humildes de corazón, aquellos que al levantar en sus manos los ramos de olivo saludaron, sin saberlo, la próxima victoria de Cristo sobre la muerte y sobre el demonio. Esa muchedumbre que extiende sus mantos sobre el camino es como una síntesis de todas las generaciones de la historia que esperaron y prepararon la venida del Mesías, patriarcas, profetas y justos del Antiguo Testamento, que tanto desearon ver la hora de su salvación. Así, amados hermanos, la liturgia de este domingo en su conjunto nos presenta esa ambivalencia que caracteriza al Misterio Pascual, muerte y vida, pasión y triunfo. Pero hoy demos más bien rienda suelta a nuestros Hosannas. Tomemos parte en el triunfo de nuestro Señor, proclamemos su Realeza, pongámonos bajo su cetro. Jesús es Rey ahora y lo seguirá siendo desde la Cruz, cuando la corona de ramos se vea reemplazada por la corona de espinas. El Hosanna y el Crucifícalo son dos gritos que convienen a su reyecía, y así sucederá también con su cuerpo místico, la Iglesia, que a lo largo de los siglos está siempre pasando de la victoria a la agonía, y de la agonía a la victoria. Quizás en esta época de crisis generalizada, de apostasía universal, la Iglesia esté pasando por un momento de agonía, de Crucifícalo. Pero no perdamos la esperanza: tarde o temprano volverá a resonar el Hosanna, que será la última palabra, la que cierre la historia. Y lo que sucede en la Iglesia pasa y pasará también en cada uno de nosotros, que somos miembros de Cristo. Hoy en la misa digamos de manera especial nuestro Sanctus, repitiendo las palabras de los humildes: Hosanna en las alturas, bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas: porque gracias a la Eucaristía entramos en comunión con los ángeles, con el cielo, con las alturas. Bendito el que viene: porque pronto Jesús se hará presente de manera real y sustancial sobre el altar. Cuando entre en nuestro corazón, despojémonos del vestido de nuestros egoísmos y tendámoslo en nuestro interior para que Jesús pise sobre ellos; que penetre en la ciudad de nuestra alma de tal modo que sea reconocido como Rey por todos los poros de nuestro ser. (SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993, p. 105-108) Volver Arriba San Juan Pablo II El domingo de hoy permanece estrechamente unido con el acontecimiento que tuvo lugar cuando Jesús se acercó a Jerusalén para cumplir allí todo lo que había sido anunciado por los Profetas. Precisamente en este día los discípulos, por orden del Maestro, le llevaron un borriquillo, después de haber solicitado poder tomarlo prestado por un cierto tiempo. Y Jesús se sentó sobre él para que se cumpliese también aquel detalle de los escritos proféticos. En efecto así dice el Profeta Zacarías: “Alégrate sobre manera, hija de Sión, grita exultante, hija de Jerusalén. He aquí que viene a ti tu Rey, justo y victorioso, humilde, montado en un asno, en un pollino de asna” (9,9). Entonces, también la gente que se traslada a Jerusalén con motivo de las fiestas -la gente que veía los hechos que Jesús realizaba y escuchaba sus palabras- manifestando la fe mesiánica que Él había despertado, gritaba: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene de David, nuestro Padre! ¡Hosanna en las alturas!” (Mc 11,910). Así, pues, en el camino de la Ciudad Santa, cerca de la entrada de Jerusalén, surge ante nosotros la escena del triunfo entusiasmante: “Muchos extendían sus mantos sobre el camino, otros cortaban follaje de los campos” (Mc 11,8). El pueblo de Israel mira a Jesús con los ojos de la propia historia; ésta es la historia que llevaba al pueblo elegido, a través de todos los caminos de su espiritualidad, de su tradición, de su culto, precisamente hacia el Mesías. El reino de David representa el punto culminante de la prosperidad y de la gloria terrestre del pueblo, que desde los tiempos de Abraham, varias veces, había encontrado su alianza con Dios-Yahvé, pero también más de una vez la había roto. Y ahora, ¿cerrará esta alianza de manera definitiva? ¿O acaso perderá de nuevo este hilo de la vocación, que ha marcado desde el comienzo el sentido de su historia? Jesús entra en Jerusalén sobre un borriquillo que le habían prestado. La multitud parece estar más cercana al cumplimiento de la promesa de la que habían dependido tantas generaciones. Los gritos: “¡Hosanna!” “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”, parecían ser expresión del encuentro ahora ya cercano de los corazones humanos con la eterna Elección. En medio de esta alegría que precede a las solemnidades pascuales, Jesús está recogido y silencioso. Es plenamente consciente de que el encuentro de los corazones humanos con la eterna elección no sucederá mediante los “hosanna”, sino mediante la cruz. Antes que viniese a Jerusalén, acompañado por la multitud de sus paisanos, peregrinos para la fiesta de Pascua, otro lo había dado a conocer y había definido su puesto en medio de Israel. Fue precisamente Juan Bautista en el Jordán. Pero Juan, cuando vio a Jesús, al que esperaba, no gritó “hosanna”, sino que señalándolo con el dedo, dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Jesús siente el grito de la multitud el día de su entrada en Jerusalén, pero su pensamiento está fijo en las palabras de Juan junto al Jordán: “He aquí el que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Hoy leemos la narración de la Pasión del Señor, según Marcos. La Iglesia no cesa de leer nuevamente la narración de la Pasión de Cristo, y desea que esta descripción permanezca en nuestra conciencia y en nuestro corazón. En esta semana estamos llamados a una solidaridad particular con Jesucristo: “Varón de dolores” (Is. 53,3). Así, pues, junto a la figura de este Mesías, que el Israel de la Antigua Alianza esperaba y, más aún, que parecía haber alcanzado ya con la propia fe en el momento de la entrada en Jerusalén, la liturgia de hoy nos presenta al mismo tiempo otra figura. La descrita por los Profetas, de modo particular por Isaías: “He dado mis espaldas a los que me herían... sabiendo que no sería confundido” (Is 50,6-7). Cristo viene a Jerusalén para que se cumplan en Él estas palabras, para realizar la figura de “Siervo de Yahvé”, mediante la cual el Profeta, ocho siglos antes, había revelado la intención de Dios. El “Siervo de Yahvé”: el Mesías, el descendiente de David, en quien se cumple el “hosanna” del pueblo, pero el que es sometido a la más terrible prueba: “Burlanse de mí cuantos me ven..., líbrele, sálvele, pues dice que le es grato” (Sal 21,8-9). En cambio, no mediante la “liberación” del oprobio sino precisamente mediante la obediencia hasta la muerte, mediante la cruz, debía realizarse el designio eterno del amor. Y he aquí que habla ahora no ya el Profeta, sino el Apóstol, habla Pablo, en quien “la palabra de la cruz” ha encontrado un camino particular. Pablo, consciente del misterio de la redención, da testimonio de quien “existiendo en forma de Dios... se anonadó, tomando la forma de siervo..., se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2,6-8). He aquí la verdadera figura del Mesías, del Ungido, del Hijo de Dios, del Siervo de Yahvé. Jesús, con esta figura, entraba en Jerusalén cuando los peregrinos que lo acompañaban por el camino cantaban: “Hosanna”. Y extendían sus mantos y los ramos de los árboles en el camino por el que pasaba. Y nosotros hoy llevamos en nuestras manos los ramos de olivo. Sabemos que después estos ramos se secarán. Con su ceniza cubriremos nuestras cabezas el próximo año, para recordar que el Hijo de Dios, hecho hombre, aceptó la muerte humana para merecernos la Vida. Volver Arriba S.S. Benedicto XVI Queridos hermanos y hermanas, queridos jóvenes: Junto con una creciente muchedumbre de peregrinos, Jesús había subido a Jerusalén para la Pascua. En la última etapa del camino, cerca de Jericó, había curado al ciego Bartimeo, que lo había invocado como Hijo de David y suplicado piedad. Ahora que ya podía ver, se había sumado con gratitud al grupo de los peregrinos. Cuando a las puertas de Jerusalén Jesús montó en un borrico, que simbolizaba el reinado de David, entre los peregrinos explotó espontáneamente la alegre certeza: Es él, el Hijo de David. Y saludan a Jesús con la aclamación mesiánica: «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»; y añaden: «¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en el cielo!», (Mc 11,9s). No sabemos cómo se imaginaban exactamente los peregrinos entusiastas el reino de David que llega. Pero nosotros, ¿hemos entendido realmente el mensaje de Jesús, Hijo de David? ¿Hemos entendido lo que es el Reino del que habló al ser interrogado por Pilato? ¿Comprendemos lo que quiere decir que su Reino no es de este mundo? ¿O acaso quisiéramos más bien que fuera de este mundo? San Juan, en su Evangelio, después de narrar la entrada en Jerusalén, añade una serie de dichos de Jesús, en los que Él explica lo esencial de este nuevo género de reino. A simple vista podemos distinguir en estos textos tres imágenes diversas del reino en las que, aunque de modo diferente, se refleja el mismo misterio. Ante todo, Juan relata que, entre los peregrinos que querían «adorar a Dios» durante la fiesta, había también algunos griegos (cf. 12,20). Fijémonos en que el verdadero objetivo de estos peregrinos era adorar a Dios. Esto concuerda perfectamente con lo que Jesús dice en la purificación del Templo: «Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos» (Mc 11,17). La verdadera meta de la peregrinación ha de ser encontrar a Dios, adorarlo, y así poner en el justo orden la relación de fondo de nuestra vida. Los griegos están en busca de Dios, con su vida están en camino hacia Dios. Ahora, mediante dos Apóstoles de lengua griega, Felipe y Andrés, hacen llegar al Señor esta petición: «Quisiéramos ver a Jesús» (Jn 12,21). Son palabras mayores. Queridos amigos, por eso nos hemos reunido aquí: Queremos ver a Jesús. Para eso han ido a Sydney el año pasado miles de jóvenes. Ciertamente, habrán puesto muchas ilusiones en esta peregrinación. Pero el objetivo esencial era éste: Queremos ver a Jesús. ¿Qué dijo, qué hizo Jesús en aquel momento ante esta petición? En el Evangelio no aparece claramente que hubiera un encuentro entre aquellos griegos y Jesús. La vista de Jesús va mucho más allá. El núcleo de su respuesta a la solicitud de aquellas personas es: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Y esto quiere decir: ahora no tiene importancia un coloquio más o menos breve con algunas personas, que después vuelven a casa. Vendré al encuentro del mundo de los griegos como grano de trigo muerto y resucitado, de manera totalmente nueva y por encima de los límites del momento. Por su resurrección, Jesús supera los límites del espacio y del tiempo. Como Resucitado, recorre la inmensidad del mundo y de la historia. Sí, como Resucitado, va a los griegos y habla con ellos, se les manifiesta, de modo que ellos, los lejanos, se convierten en cercanos y, precisamente en su lengua, en su cultura, la palabra de Jesús irá avanzando y será entendida de un modo nuevo: así viene su Reino. Por tanto, podemos reconocer dos características esenciales de este Reino. La primera es que este Reino pasa por la cruz. Puesto que Jesús se entrega totalmente, como Resucitado puede pertenecer a todos y hacerse presente a todos. En la sagrada Eucaristía recibimos el fruto del grano de trigo que muere, la multiplicación de los panes que continúa hasta el fin del mundo y en todos los tiempos. La segunda característica dice: su Reino es universal. Se cumple la antigua esperanza de Israel: esta realeza de David ya no conoce fronteras. Se extiende «de mar a mar», como dice el profeta Zacarías (9,10), es decir, abarca todo el mundo. Pero esto es posible sólo porque no es la soberanía de un poder político, sino que se basa únicamente en la libre adhesión del amor; un amor que responde al amor de Jesucristo, que se ha entregado por todos. Pienso que siempre hemos de aprender de nuevo ambas cosas. Ante todo, la universalidad, la catolicidad. Ésta significa que nadie puede considerarse a sí mismo, a su cultura a su tiempo y su mundo como absoluto. Y eso requiere que todos nos acojamos recíprocamente, renunciando a algo nuestro. La universalidad incluye el misterio de la cruz, la superación de sí mismos, la obediencia a la palabra de Jesucristo, que es común, en la común Iglesia. La universalidad es siempre una superación de sí mismos, renunciar a algo personal. La universalidad y la cruz van juntas. Sólo así se crea la paz. La palabra sobre el grano de trigo que muere sigue formando parte de la respuesta de Jesús a los griegos, es su respuesta. Pero, a continuación, Él formula una vez más la ley fundamental de la existencia humana: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12,25). Es decir, quien quiere tener su vida para sí, vivir sólo para él mismo, tener todo en puño y explotar todas sus posibilidades, éste es precisamente quien pierde la vida. Ésta se vuelve tediosa y vacía. Solamente en el abandono de sí mismo, en la entrega desinteresada del yo en favor del tú, en el «sí» a la vida más grande, la vida de Dios, nuestra vida se ensancha y engrandece. Así, este principio fundamental que el Señor establece es, en último término, simplemente idéntico al principio del amor. En efecto, el amor significa dejarse a sí mismo, entregarse, no querer poseerse a sí mismo, sino liberarse de sí: no replegarse sobre sí mismo — ¡qué será de mí!— sino mirar adelante, hacia el otro, hacia Dios y hacia los hombres que Él pone a mi lado. Y este principio del amor, que define el camino del hombre, es una vez más idéntico al misterio de la cruz, al misterio de muerte y resurrección que encontramos en Cristo. Queridos amigos, tal vez sea relativamente fácil aceptar esto como gran visión fundamental de la vida. Pero, en la realidad concreta, no se trata simplemente de reconocer un principio, sino de vivir su verdad, la verdad de la cruz y la resurrección. Y por ello, una vez más, no basta una única gran decisión. Indudablemente, es importante, esencial, lanzarse a la gran decisión fundamental, al gran «sí» que el Señor nos pide en un determinado momento de nuestra vida. Pero el gran «sí» del momento decisivo en nuestra vida —el «sí» a la verdad que el Señor nos pone delante— ha de ser después reconquistado cotidianamente en las situaciones de todos los días en las que, una y otra vez, hemos de abandonar nuestro yo, ponernos a disposición, aun cuando en el fondo quisiéramos más bien aferrarnos a nuestro yo. También el sacrificio, la renuncia, son parte de una vida recta. Quien promete una vida sin este continuo y renovado don de sí mismo, engaña a la gente. Sin sacrificio, no existe una vida lograda. Si echo una mirada retrospectiva sobre mi vida personal, tengo que decir que precisamente los momentos en que he dicho «sí» a una renuncia han sido los momentos grandes e importantes de mi vida. Finalmente, san Juan ha recogido también en su relato de los dichos del Señor para el «Domingo de Ramos» una forma modificada de la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos. Ante todo una afirmación: «Mi alma está agitada» (12,27). Aquí aparece el pavor de Jesús, ampliamente descrito por los otros tres evangelistas: su terror ante el poder de la muerte, ante todo el abismo de mal que ve, y al cual debe bajar. El Señor sufre nuestras angustias junto con nosotros, nos acompaña a través de la última angustia hasta la luz. En Juan, siguen después dos súplicas de Jesús. La primera formulada sólo de manera condicional: «¿Qué diré? Padre, líbrame de esta hora» (12,27). Como ser humano, también Jesús se siente impulsado a rogar que se le libre del terror de la pasión. También nosotros podemos orar de este modo. También nosotros podemos lamentarnos ante el Señor, como Job, presentarle todas las nuestras peticiones que surgen en nosotros frente a la injusticia en el mundo y las trabas de nuestro propio yo. Ante Él, no hemos de refugiarnos en frases piadosas, en un mundo ficticio. Orar siempre significa luchar también con Dios y, como Jacob, podemos decirle: «no te soltaré hasta que me bendigas» (Gn 32,27). Pero luego viene la segunda petición de Jesús: «Glorifica tu nombre» (Jn 12,28). En los sinópticos, este ruego se expresa así: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42). Al final, la gloria de Dios, su señoría, su voluntad, es siempre más importante y más verdadera que mi pensamiento y mi voluntad. Y esto es lo esencial en nuestra oración y en nuestra vida: aprender este orden justo de la realidad, aceptarlo íntimamente; confiar en Dios y creer que Él está haciendo lo que es justo; que su voluntad es la verdad y el amor; que mi vida se hace buena si aprendo a ajustarme a este orden. Vida, muerte y resurrección de Jesús, son para nosotros la garantía de que verdaderamente podemos fiarnos de Dios. De este modo se realiza su Reino. Queridos amigos. Al término de esta liturgia, los jóvenes de Australia entregarán la Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud a sus coetáneos de España. La Cruz está en camino de una a otra parte del mundo, de mar a mar. Y nosotros la acompañamos. Avancemos con ella por su camino y así encontraremos nuestro camino. Cuando tocamos la Cruz, más aún, cuando la llevamos, tocamos el misterio de Dios, el misterio de Jesucristo: el misterio de que Dios ha tanto amado al mundo, a nosotros, que entregó a su Hijo único por nosotros (cf. Jn 3,16). Toquemos el misterio maravilloso del amor de Dios, la única verdad realmente redentora. Pero hagamos nuestra también la ley fundamental, la norma constitutiva de nuestra vida, es decir, el hecho que sin el «sí» a la Cruz, sin caminar día tras día en comunión con Cristo, no se puede lograr la vida. Cuanto más renunciemos a algo por amor de la gran verdad y el gran amor — por amor de la verdad y el amor de Dios —, tanto más grande y rica se hace la vida. Quien quiere guardar su vida para sí mismo, la pierde. Quien da su vida — cotidianamente, en los pequeños gestos que forman parte de la gran decisión —, la encuentra. Esta es la verdad exigente, pero también profundamente bella y liberadora, en la que queremos entrar paso a paso durante el camino de la Cruz por los continentes. Que el Señor bendiga este camino. Amén. (Homilía del Domingo de Ramos, dada en la Plaza de San Pedro. XXIV Jornada Mundial de la Juventud, Domingo 5 de abril de 2009) Volver Arriba San Juan XXIII Venerables hermanos y queridos hijos: A través de las notas de la Santa Liturgia, vamos viendo a Jesús que durante su paso por la tierra se acerca a las moradas de los hombres. Los niños inocentes son los primeros que le han salido al paso al aproximarse montado sobre el humilde jumento, super pullum asinae. Agitan ramas de fresco olivo en torno a Él y le cantan Hosanna, hosanna; mientras que los adolescentes y los hombres maduros extienden sus mantos a su paso y le saludan también con las notas del antiguo cántico. ¿Cómo no ver en este episodio de mansedumbre, de gozo interior y de paz dulce y serena, la expresión de la santa Iglesia de Jesús sobre todos los puntos de la tierra, de la Iglesia que aclama a su Salvador, a su Divino Maestro, fuente de su vida y seguridad de su felicidad eterna? Dice bien San Agustín: «Rami palmarum laudes sunt significantes victoriam». Los ramos de olivo son himnos de victoria. Que el Señor bendito, os decimos también nosotros, queridos hijos, os ayude, os ayude a todos y a cada uno en particular para conservar en vuestras familias su gracia que es pureza de vida, espíritu de doctrina evangélica, gozo interior y efusión perenne de verdadera fraternidad y de caridad sobrenatural en las relaciones domésticas y sociales. Os ayude a hacer honor a vuestro carácter de cristianos perfectos; y a no tener miedo en el crecimiento de la vida familiar, de los hijos, más aún, a pedirlos a la bendita Providencia y a educarlos para consuelo y honor de vuestros años viejos y, en todo caso, como mérito grande para la patria terrestre y para la eterna patria que nos aguarda. ¡Oh, qué delicia estos pueri haebreorum portantes ramos palmarum seu olivarum, et contantes osanna Christo: benedictus qui venit, qui venit in nomine Domine! Pero llegados a este punto de nuestra dulce contemplación, venerables hermanos y queridos hijos, y aunque no saciados todavía de contemplar a través de las notas de la liturgia el pacífico triunfo de Jesús entre las almas inocentes y buenas, un triste pensamiento invade nuestro espíritu y nos turba. La misma realidad histórica de la narración evangélica que mirada, de una parte, a la luz de la profecía nos asegura un triunfo cierto y de proporciones inconmensurables del reino de Cristo con los suyos en la consumación de los siglos, de otra parte, mientras este mundo visible se mantiene en los contornos de la presente vida, ofrece a nuestra mirada graves y tentadoras reflexiones de desaliento y de tristeza. El mismo evangelista San Mateo, que nos alegra transmitiéndonos el eco de los Hosannas al Hijo de Dios en la mañana de su entrada en Jerusalén, pocas páginas después nos hace temblar transmitiéndonos como al oído el grito desatinado del crucifige. El mismo Apóstol Pablo, junto a cuya tumba nos encontramos, cuyo epistolario sigue todavía y siempre resonando después de veinte siglos en exaltación de las enseñanzas de Jesús para luz, promoción y triunfo de cada una de las almas y de todo el pueblo cristiano redimido y santificado, describe a renglón seguido la dolorosa contracción del error, de la protervia de cuantos él llama inimici crucis Christi, reos de todas las maldades de la historia del mundo, caracterizada por los errores de los diversos siglos; y en cuanto a su persona, ved cómo él, que se había proclamado vaso de elección para llevar el nombre de Jesús a las naciones, cantor de la libertad, vedle transfigurado en un esclavo; pues así se llamó a sí mismo y como tal era reconocido: Paulus vinctus Christi Iesu. La semana que hoy comienza nos congregará una vez más en torno a Jesús que sufre y renueva místicamente el sacrificio de su vida por nosotros y con nosotros. Nuestra participación en el sacrificio de la Cruz, hecha más viva mediante un esfuerzo de elevada santificación de nuestras almas hará esplendoroso nuestro testimonio de amor fraterno; y la transformación de los méritos de nuestros hermanos de la Iglesia del Silencio, perseguidos y oprimidos en el ejercicio de su libertad religiosa será también para ellos seguridad de victoria, ya esté lejana todavía o próxima, pero victoria de Cristo y, por tanto, bienhechora y triunfal. Saber asociar a la inocencia de los niños que cantan hosannas a Cristo la fe vigorosa y la práctica de la enseñanza evangélica en nuestra vida cotidiana, el amor a la cruz en el ejercicio de la paciencia y del sacrificio con los hermanos que sufren doquiera se encuentren, es ya un verdadero y gran apostolado de paz. También María, la bendita Madre de Jesús y dulcísima Madre nuestra, viene a completar con su presencia y con su ejemplo este cuadro delicioso, en medio de la tristeza por todo aquello que se anuncia para los días santos de la Semana Mayor. ¡Oh, madre nuestra!, así te saludamos anteayer al filo de la liturgia dedicada al culto de tus dolores. Sed siempre propicia con tus hermosos ejemplos y dulces bendiciones a estos tus hijos: «Felices sensus beatae Mariae Virginis, qui sine morte meruerunt martyrii palmam sub cruce Domini» (Com. de la Misa de la Dolorosa). (Homilía en la Basílica de San Pablo extramuros, Domingo 10 de abril de 1960) Volver Arriba P. Gustavo Pascual, I.V.E. Entrada triunfal a Jerusalén [1] Jesús se dirige desde Betania, donde había resucitado a Lázaro y donde había sido ungido por María, anticipando [3] [2] con este gesto su sepultura , hacia Jerusalén pasando por Betfagé . Cerca del Monte de los Olivos envió a dos de sus discípulos a traer la cabalgadura en la que entraría triunfalmente en la capital religiosa. Jesús es aclamado rey y recibe el homenaje de la gente. Entra por las calles de Jerusalén hasta el templo. Luego volverá a Betania. La manifestación de su mesianismo es real pero a la vez humilde: sobre un asno, lleno de mansedumbre, agasajado pobremente con estandartes naturales cortados al paso y alfombras rústicas de mantos de gente sencilla. Bendecido como enviado del Altísimo e Hijo del rey David. También como rey de Israel (Jn). [4] Jesús había venido para dar testimonio de la verdad y debía dar testimonio público de su mesianidad y ser aclamado públicamente como el Mesías. Así sucedió aunque solo fue un paso fugaz y humilde, sólo percibido, como su nacimiento, por los pequeños. Sus enemigos están allí. Una vez más la verdad se les manifiesta y las voces de la gente la hacen llegar a sus oídos: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!”. [5] Le dicen a Jesús: “Maestro reprende a tus discípulos”. Respondió: “Os digo que si estos callan gritarán las piedras” . Querer callar a Dios cuando se quiere revelar es como querer oscurecer el sol con el dedo, es imposible. Jesús quería revelar su mesianismo porque así lo quería el Padre. Si los hombres hubieran callado, lo más insensible de la creación hubiera proclamado su mesianidad. Así como los fariseos intentaron en vano ocultar la verdad y callar la revelación, muchos hombres e instituciones han querido ocultar a Jesús y callar su divinidad. No lo han logrado. La verdad es como la boya en el agua, por más que se la quiera mantener oculta después de un tiempo aparece. Al final del tiempo Jesús se manifestará gloriosamente delante de todos los hombres, los que lo confesaron y los que lo negaron, para dar a cada uno el premio o castigo merecidos. Tenemos que cantar bendiciendo a Jesús, el Mesías esperado, el Salvador del mundo. Hoy se manifiesta como Mesías para que con ánimo firme entremos con Él en Jerusalén a consumar su obra redentora. La fe que confesamos hoy debe mantenerse sin alteración, para que la cruz no sea para nosotros motivo de escándalo, para que nuestro ánimo, hoy entusiasta, no se mude ante la compasión que viviremos con Jesús sufriente. La cruz es el camino necesario para llegar a la gloria. Confesar al Mesías verdadero, es confesar el mesianismo de cruz. En este domingo, triunfal para Jesús y sus discípulos, hay un gesto de Jesús que empaña un tanto la alegría de la marcha hacia el monte Sión. Un gesto muy humano que brotó del corazón amante del Salvador: “Al acercarse y ver la ciudad, lloró por Jerusalén, diciendo: ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! [...] No dejarán en ti piedra [6] sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita” . Jerusalén no ha conocido la paz mesiánica, paz que se realiza en el corazón y no en la derrota de los enemigos, paz en la humildad y no en lo espectacular, paz en la humillación y no en el orgullo, paz que se realiza en la cruz por la muerte y no en la vida exitosa. Y no alcanzar la paz de Cristo, es muerte, destrucción y ruina. Jerusalén no conoció el tiempo de la visita del Mesías. Todavía hoy lo espera. Jerusalén anhela la paz en [7] vano. No la tendrá hasta que diga “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” . También Jerusalén es cada una de nuestras almas donde el Mesías quiere entrar y ser en ella su templo. Esta semana, es semana de visita, principalmente esta semana es donde Jesús quiere derramar abundantísimas misericordias. Quiere traer a nosotros su paz, que sólo Él puede dar. Debemos ser fieles. Hoy en el triunfo hemos confesado al Mesías Salvador. Es fácil confesar al triunfador. Pero, Jesús asumirá la humillación y la derrota, la muerte, el dolor y aquí no es tan fácil la fidelidad. ¡Cuántos hombres confesaron a Jesús el domingo de Ramos y lo negaron el viernes de Pasión, porque querían saltar del triunfo temporal, a la gloria de la resurrección sin subir al Gólgota! No así nosotros. Visita es el triunfo de Ramos, visita es la Pascua del Señor, paso del dolor a la gloria. “Si hemos [8] muerto con él, también viviremos con él” . Que Jesús llore por nuestros pecados y nosotros con Él. Compasión con Jesús que se compadece de mí. Que no llore Jesús nuestro rechazo, nuestra torpe distracción ante visita tan sublime. Que mi alma sea la Jerusalén fiel, en donde Jesús hace su morada, para que se transforme en el día final en la Jerusalén celeste para toda la eternidad. Que mi alma sea el lugar donde Cristo muera y resucite y no como aquella ciudad deicida que no quiso que la Sangre salvadora limpiara su pecado. Que llevó a su Salvador fuera de ella, para contemplar su muerte en sarcástica expectación y profiriendo burlas y blasfemias hacia aquel que había venido a hacerla su Esposa. Volver Arriba P. Jorge Loring S.I. 1.- Hoy se lee la Pasión aunque la muerte de Cristo será el VIERNES SANTO, para dar continuidad a las lecturas bíblicas, porque el próximo domingo es la resurrección del Señor. 2.- El entrar en Jerusalén montado en un borrico es una muestra más de la mesianidad de Jesucristo, pues Zacarías (9:9) profetizó del Mesías: «Alégrate Jerusalén porque tu Señor vendrá a ti montado en un borrico». 3.- La idea que brota espontánea al contemplar la entrada en Jerusalén de Jesucristo aclamado por el pueblo es la volubilidad de las masas: hoy lo aclaman con entusiasmo y a los tres días van a pedir que lo crucifiquen. 4.- Esto se repite hoy día: las masas se dejan manipular por los agitadores. 5.-Pero también tiene una aplicación a nosotros mismos: un día estamos fervorosos, y entusiasmados en nuestro servicio al Señor, y a los pocos días le ofendemos tranquilamente. 6.- La fidelidad es uno de los mayores valores de la persona humana. 7.- El haber sido fieles al Señor durante toda la vida será una de las mayores alegrías que tendremos a la hora de la muerte. (Homilía del Domingo de Ramos, Plaza de San Pedro, 8 de abril de 1979) Volver Arriba Ejemplos Predicables HAAKON Cuenta una antigua leyenda Noruega, acerca de un hombre llamado Haakon, quien, cuidaba una Ermita. A ella acudía la gente a orar con mucha devoción. En esta ermita había una cruz muy antigua. Muchos acudían ahí para pedirle a Cristo algún milagro. Un día el ermitaño Haakon quiso pedirle un favor. Lo impulsaba un sentimiento generoso. Se arrodillo ante la cruz y dijo: "Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en la cruz". Y se quedó fijo con la mirada puesta en la efigie, como esperando la respuesta. El Señor abrió sus labios y habló. Sus palabras cayeron de lo alto. Susurrantes y amonestadoras: "Siervo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición" - ¿Cuál, Señor?, - preguntó con acento suplicante Haakon. - ¿Es una condición difícil? - ¡Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor!, - respondió el viejo ermitaño. Escucha: "suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardarte en silencio siempre". Haakon contesto: "Os, lo prometo, Señor" Y se efectuó el cambio. Nadie advirtió el trueque. Nadie reconoció al ermitaño, colgado con los clavos en la Cruz. El Señor ocupaba el puesto de Haakon. Y Éste por largo tiempo cumplió el compromiso. A nadie dijo nada. Pero un día, llegó un rico, después de haber orado, dejo allí olvidada su cartera. Haakon lo vio y calló. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas después, se apropió de la cartera del rico. Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postro ante el poco después para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje. Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de la bolsa. Al no hallarla, pensó que el muchacho se la había apropiado. El rico se volvió al joven y le dijo iracundo: -¡Dame la bolsa que me has robado! El joven sorprendido replicó: - ¡No he robado ninguna bolsa!- ¡No mientas, devuélvemela enseguida! - ¡Le repito que no he cogido ninguna bolsa! Afirmó el muchacho. El rico arremetió, furioso contra él. Sonó entonces una voz fuerte: -¡Detente! El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba. Haakon, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven, increpo al rico por la falsa acusación. Este quedó anonadado, y salió de la Ermita. El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje. Cuando la Ermita quedo a solas, Cristo se dirigió a su siervo y le dijo: - "Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio" -"Señor, - dijo Haakon - ¿Cómo iba a permitir esa injusticia?". Se cambiaron los oficios. Jesús ocupó la Cruz de nuevo y el ermitaño se quedó ante la Cruz. El Señor, siguió hablando: - "Tu no sabías que convenía que el rico perdiera la bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo, en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal. Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada. Yo sí. Por eso Callo. Y el Señor nuevamente guardó silencio". Muchas veces no preguntamos ¿Por qué razón Dios no nos contesta? ¿Por qué razón se queda callado Dios? Muchos de nosotros quisiéramos que Él nos respondiera lo que deseamos oír. Pero, Dios no es así. Dios nos responde aún con el silencio. Debemos aprender a escucharlo. Su Divino Silencio, son palabras destinadas a convencernos de que, Él sabe lo que está haciendo. En su silencio nos dice con amor: ¡CONFÍA EN MÍ, QUE SE BIEN LO QUE DEBO HACER! Volver Arriba Instituto del Verbo Encarnado Provincia Nuestra Señora de Luján, Argentina E- mail: [email protected] [email protected] Sitio Web: www.iveargentina.org [1] Jn 11, 1-44 [2] [3] [4] [5] [6] [7] [8] Jn 12, 1-11 Mt 21, 1 Jn 18, 37 Lc 19, 38-40 Lc 19, 41-42.44 (Cf. Nota de la Biblia de Jerusalén). Usamos la Biblia de Jerusalén, Desclée de Brouwer Bilbao 19983. En adelante Jsalén. Mt 23, 39 2 Tm 2, 12