El concepto de apego en el desarrollo infantil temprano

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El concepto de apego en el desarrollo infantil temprano
El concepto de Apego.
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El concepto de apego en
el desarrollo infantil
temprano
Teresa Lartigue Becerra y Juan Vives
(1997)
En, Eduardo Dallal y Castillo (1997). Caminos del desarrollo
psicológico, Vol. 1, De lo prenatal al primer año de vida. Plaza
y Valdez Editores. México.
[Lo capturado en el presente material va
De la página 83 a la 165 perteneciente al capítulo 2]
Presentación
El proceso de la humanización y socialización del ser humano ha sido objeto de estudio en
el último siglo desde los particulares enfoques de muy diversas disciplinas; los
investigadores continúan preguntándose acerca del proceso a través del cual un infante
deviene –o no, según el caso- en un adulto integrado física y mentalmente, capaz de amar y
de gratificarse con lo que la vida le ofrece, de trabajar en forma creativa en la medida de sus
aptitudes y capacidades, de observar el panorama que ofrece la existencia con una mirada
en la que pueda integrarse esa sabiduría decantada con el paso de los años y con el
suficiente humor como para saber lo poco que entiende de su propio estar en el mundo. Se
interrogan también sobre las posibilidades de que emerja una persona autorrealizada, un
sujeto psíquico y social que tiene la capacidad para asumir la responsabilidad de sus
acciones, un ciudadano con sentido cívico del rol que ha venido ocupar en el entramado de
la cultura en la que le ha tocado vivir.
En suma, cualquiera que sea el ideal o la norma construidos por la sociedad y la cultura en
la que se cría y desarrolla el infante, una de las preguntas fundamentales gira en torno del
devenir del ser humano, asimismo sobre las formas en las que se puede promover un
desarrollo armónico; por otra parte se estudian las diversas distorsiones gracias a las cuales
los sujetos devienen infelices, inválidos físicos y mentales como funcionamientos poco
gratificantes para ellos mismos y para los demás. Si bien somos conscientes de que la
madre y el padre no son los únicos agentes que contribuyen a este proceso de
humanización y socialización del niño y niña, al parecer la familia en el mundo occidental –
en cualquiera de sus manifestaciones múltiples- sigue siendo el espacio privilegiado en el
que ocurre la parte fundamental de este proceso evolutivo. El hecho de brindar cuidados se
considera una función primordial de ambos padres y esta conducta se constituye en uno de
los componentes esenciales del comportamiento de apego; es complementaria a la conducta
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de buscar cuidados por parte del infante. Ambos fenómenos, pedir y brindar cuidados, están
íntimamente relacionados con la capacidad para establecer vínculos afectivos con otros
individuos. Es por esto que la Teoría del Apego se concibe también como una teoría del
desarrollo socio-afectivo o socio-emocional. Se trata de una teoría entre otras muchas de las
que abordan el tema del desarrollo, con las que se interrelaciona en forma complementaria,
pero que tiene la virtud de aportar un punto de vista original que amplía el horizonte en la
comprensión de las formas de conformación de los seres humanos.
Este capítulo lo hemos dividido, para su presentación, en siete partes; la primera de ellas,
trata de los orígenes de la Teoría del Apego: la segunda aborda sus principales postulados
teóricos; la tercera versa sobre el Método de la Situación Extraña y las diferencias
individuales y transculturales; la cuarta parte tiene que ver con la E entrevista de Apego
Adulta y la transmisión intergeneracional de patrones a apego; en la quinta parte se
presentan las aportaciones de la Teoría del A pego a otros campos y disciplinas; la sexta
parte está dedicada a la discusión crítica de este aporte teórico; y, en la ultima parte,
ofrecemos algunas conclusiones sobre esta misma revisión.
I. Los orígenes de la Teoría del Apego
El fenómeno del apego, desde el punto de vista del desarrollo, designa las primeras etapas
en el establecimiento de vínculos afectivos, de una relación emocional que se mantiene en la
vida adulta y la vejez. La comprensión de sus mecanismos se basa en sus orígenes en los
conceptos de Freud (1905) de la relación de objeto como componente fundamental de las
funciones del Yo y de la identificación como el primer vínculo afectivo. En esta misma época,
otros autores se preocupaban por identificar algunos factores que interfieren con este
proceso durante el primer año de vida; entre estos, se encuentran Rackford, quien en 1905
describió las diferencias individuales de bebés muy pequeños que fueron denominados
como con actividad nerviosa excesiva e inmadurez funcional del Sistema Nervioso.
Posteriormente Camerón en 1919, dedicó un capítulo a los bebés ―nerviosos
hereditariamente‖ (Lourie, 1989).
La observación de la conducta infantil fue estimulada por el propio Freud, gracias a lo cual
se inició el primer tratamiento psicoanalítico de un niño (a través de su padre): el caso del
―pequeño Hans‖ (Freud, 1909). Si bien Freud desde 1908 reconoció la seriedad del juego del
infante y su significado adaptativo en el desarrollo infantil, no es sino hasta Más allá del
principio del placer (1920), donde describe la particular conducta de su nieto, un pequeño de
18 meses de edad, ante la ausencia de su madre. El famoso ―juego del cartel‖ viene a ser la
primera descripción de la conducta de un infante no sólo ante la separación afectiva, sino del
trabajo psíquico llevado a cabo por él con el fin de manejar superara la angustia que la
separación le provocaba, desarrollando así un modelo de adquisición de destreza en el
juego de la primera infancia. Emde (1992), por su parte, ha señalado que la respuesta del
infante ante la separación de la madre ha venido a ser no sólo un prototipo del juego y sus
diferentes funciones (como son la motivación del logro y la adquisición de destrezas
específicas), sino del desarrollo del Yo en general. No hay que olvidar que este autor ha
enfatizado con insistencia la nocion de que los componentes afectivos constituyen en núcleo
central del Self. Las observaciones de Freud sobre otro importante juego infantil, consistente
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en esconderse y aparecer luego con un grito de júbilo (el ―peek-a-boo game‖) también
pusieron de relieve la importancia del sostenimiento materno en el proceso de comunicación
del infante y en el fortalecimiento de su andamiaje emocional. Este apoyo parental y de
compartir significados no es únicamente lingüístico y cognitivo, sino también emocional. Las
preguntas acerca de qué se comparte, que expectativas se generan, y cuáles son las
diferencias de los juegos infantiles, introdujeron también el tema de la creatividad (Emde,
1995).
Por otra parte, Freud desde su trabajo sobre Duelo y melancolía (1917), ya había dejado
señalado el problema del dolor psíquico y había descrito al cuadro melancólico como una
reacción ante la sensación de devastación interna sentida cuando ocurre una pérdida
objetal; asimismo que la transformación en una estructura mental interna tenía lugar a través
del proceso de la identificación, proceso que relacionó con la separación del objeto de amor
–como son la madre o el padre. Separación del objeto y castración serían, desde entonces,
dos de los peligros más temidos por el ser humano, provocadores de grandes montantes de
angustia. Sabemos que una primera aproximación a los sentimientos de ansiedad llevaron a
Freud a postular la hipótesis tóxica de la angustia, teoría que explicaba la emergencia de
esta ante el estacionamiento de una libido que no podía ser descargada en forma adecuada.
Muchos años después, en una profunda revisión de los postulados psicoanalíticos
fundamentales, Freud postula una segunda hipótesis para explicar el fenómeno de la
ansiedad: la teoría de la señal, expresada en Inhibición, síntomas y angustia (1926). Desde
esta perspectiva, la angustia sería un mecanismo del Yo con el fin de prevenirle sobre la
cercanía de un peligro potencial emergiendo de las profundidades del Ello, de donde
provienen las pulsaciones –muchas de ellas prohibidas por el severo Superyó. A partir de
aquí, Freud distingue con claridad entre la angustia (aprensión ante un peligro de origen
intrapsíquico) y el miedo, que es la reacción de alarma ante un peligro que proviene del
mundo circundante- situación luego sistematizada en los clásicos trabajos de Cannon. Sin
embargo, al final de su trabajo de 1926, Freud al hablar de la noción de angustia de
separación, nos introduce de nueva cuenta en un campo de las relaciones Objetales, antes
apenas oscuramente intuido en los Tres ensayos… y en aquellas observaciones, ya
consignadas, del niño del carretel. A partir de aquí ya no resultará tan difícil entender ciertos
miedos prototípicos del hombre, como son el miedo a la soledad y el miedo a la oscuridad.
Bowlby (a973) se basará en estos datos para postular que el mido a estar solo –del cual el
miedo a la oscuridad es sólo una de sus modalidades- tiene un sólido fundamento en
mecanismos adaptativos, prototípicos de las especies, para salvaguarda de la
superviovencia de su individuos. Poco a poco, la angustia de separación va evolucionando y
transformándose en angustia ante la posibilidad de perder el amor del objeto; de la misma
forma, la ansiedad de castración, prototípica y nuclear del complejo edípico – situación casi
paradigmática de la dinámica de las relaciones objetales -va evolucionando hacia cualquier
situación de pérdida, daño, o invasión corporal de cualquier naturaleza. Como Freud dejó
establecido, la ansiedad de castración, estudiada con todo cuidado en el caso del pequeño
Hans (Freud, 1909), tiene antecedentes orales –en la experiencia del destete y precursores
anales –en el prototipo clásico de las ulteriores experiencias de pérdida y separación de las
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propias heces, vividas como partes del cuerpo- y aún, más tempranamente, en la
experiencia única del nacimiento (Freud, 1923, 1925)1.
Si bien Winnicott había escrito desde 1931, basado en su práctica pediátrica, diferentes
artículos sobre el papel fundamental que desempeña la madre en el desarrollo del infante,
no fue sino hasta la década de los cuarenta cuando empezaron a estudiarse en profundidad
los efectos de la ausencia materna en los niños criados en orfelinatos (Lowrey, 1940; Hunt,
1040; Backwim, 1942). Sin embargo, las observaciones sobre los niños que habían sido
separados de sus padres durante los bombardeos londinenses de la Segunda Guerra
Mundial, o que los habían perdido definitivamente, patentizaron la importancia de las
interacciones primitivas o precoces entre los infantes y sus madres (o sustitutos). Dorothy
Burlingham y Anna Freud, a partir de 1940, fueron las pioneras en llevar a cabo este tipo de
estudios sobre las reacciones de la relación madre-hijo, en particular sobre las reacciones
del infante ante la separación y la deprivación materna. Luego da un año de investigación,
publicaron un articulo donde formularon, por primera vez, un modelo teórico del desarrollo de
la relación materno-infantil, en el que describen las reacciones típicas del infante ante la
separación en cada una de sus fases, resaltando además las diferencias individuales en
cuanto a la capacidad de los bebés de estimular o provocar determinados comportamientos
maternales (Burlinghan y Freud, A., y Burlingham, 1943, 1944).
Otro de los pioneros en el campo de las observaciones empíricas de infantes es René Spitz
(analizando de Freud en 1911), impulsor de los enfoques multidisciplinarios y del empleo,
desde 1947, de las observaciones filmadas para documentar las interacciones no verbales
entre el bebé y su madre; también fue el que hizo patente el postulado de que las
experiencias de separación podían resultar devastadoras para el psiquismo de los infantes,
cuando ocurrirían en el transcurso del primer año de vida (Spitz, 1945). A través de sus
cuidadosos estudios, este investigador estableció la presencia de tres organizadores
primarios del psiquismo: el reflejo de la sonrisa, que se establece en la gran mayoría de los
bebés alrededor del tercer mes de vida; la llamada angustia del octavo mes, que tiene que
ver con la capacidad para distinguir a la madre del resto de la gente –extraños, a partir de
este momento-; y la adquisición de la capacidad simbólica a través del ―no‖, tercer
organizador psíquico de importancia crucial para la estructuración mental y la capacidad de
comunicación verbal (Spitz, 1965).
Por otra parte Spitz fue uno de los primeros psicoanalistas en llamar la atención sobre la
influencia del estilo de maternaje sobre la salud física y mental de los hijos. Hizo patente el
hecho de que los infantes pueden enfermar tanto por exceso como por carencia: las
primeras son las denominadas relaciones psicotóxicas- ya que la madre actúa como una
auténtica toxina para el psiquismo del bebé- y, las segundas, son las interacciones
deficitarias, defectivas o carentes- son los niños deprivados del estímulo materno
indispensable para su desarrollo físico y mental. En un continuum que abarca desde lo
psicotóxico hasta lo carencial transita toda la gama de relaciones didácticas que se
manifiestan como el infanticidio y filicidio abiertos, en uno de sus polos, hasta todas las
formas burdas o encubiertas de sobreprotección e intrusividad parentales (Lartigue y Vives,
1995).
1
Para una revisión actualizada del tema, recomendamos la lectura de los trabajos que M. I. López (1990) y M.
Salles (1989) han escrito sobre este primer caso clínico de psicoanálisis infantil, supervisado por Freud.
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Por su parte John Bowlby, quien luego de graduarse en la Universidad de Cambridge, en
1928, en el área de lo que ahora se conoce como Psicología del Desarrollo, y de su paso
como voluntario en una escuela para niños con problemas de ajuste emocional (donde tuvo
la oportunidad de advertir la importancia que tienen los vínculos familiares tempranos en el
desarrollo de la personalidad), pronto se vio fuertemente motivado por sus experiencias
clínicas a solicitar un entrenamiento como psiquiatra infantil y, un poco más adelante, a
ingresar al Instituto Británico de Psicoanálisis, donde se formó como psicoanalista. En esa
institución, llevó a cabo sus análisis didácticos con Joan Riviere y una de sus supervisoras
fue la mismísima Melanie Klein, con la que, por cierto, pronto entró en desacuerdos teóricos
cuando ésta le prohibió hablar con la madre de un pequeño de tres años de edad que estaba
en tratamiento con él. Al poco tiempo entró a trabajar en la Clínica de Orientación Infantil de
Londres (London Child Guidance Clinic), donde pronto tomó conciencia del papel tan
significativo que juega la interacción con los padres en el desarrollo emocional de los hijos y
la manera como esta interacción, a su vez, se ve influida por las experiencias vividas por los
propios padres. En 1944 realizó su primera investigación sistemática, al comparar a 44
ladrones juveniles que había estudiado en esa institución con un grupo control, en la que
encontró una serie de correlaciones entre los síntomas de los jóvenes infractores del primer
grupo con las experiencias de separación madre-hijo o de deprivación del cuidado maternal,
situación que rea mucho menos relevante en el grupo control (Ainsworth y Bowlby, 1991).
Durante todo el tiempo que duró la Segunda Guerra Mundial, Bowlby estuvo colaborado en
la Clínica Tavistock y, al término de la contienda, fue nombrado Jefe del Departamento de
Niños de dicha institución. Sin embargo, al poco tiempo, después de 1948, decidió formar su
propia unidad de investigación centrada alrededor del estudio de las experiencias de
separación madre-hijo. En esta misma época, Mary Salter estaba graduándose en la
Universidad de Toronto (Ontario, Canadá) con una Tesis que basaba sus argumentos en el
concepto de seguridad de William E. Blatz. Una vez graduada, Salter estuvo impartiendo
clases en su misma Universidad sobre técnicas de evaluación de la personalidad y
colaborando con Klopfer en sus estudios de interpretación del Test de Rorschach. Luego de
contraer matrimonio con Leonard Ainsworth en 1950, se trasladaron a Londres donde
rápidamente se integro al equipo de John Bowlby con quien trabajo durante tres años, en la
misma época en la que James Robertson –quien provenía de la Clínica Hampstead- también
era parte del equipo y tenía a su cargo un estudio prospectivo sobre niños separados de sus
papás. Esta unidad de investigación estuvo integrada, además de los mencionados, por
Anthony Ambrose, Christoph Heinecke, Colin Murray Parkes y Rudolph Schaffer.
Todos estos hechos prepararon el terreno para que John Bowlby estuviera en condiciones
de aceptar la solicitud de la Organización Mundial de la Salud para elaborar un informe, en
1950, sobre las condiciones emocionales de los niños sin hogar de la posguerra –trabajo
que le brindó la oportunidad de invitar a Spitz y Goldfarb para intercambiar puntos de vista.
En este trabajo, publicado en 1951, en cuyo prefacio el autor hace constar que ha iniciado
sus investigaciones desde un punto de partida diametralmente opuesto al de Freud, dejo
asentado que concibe a la madre no sólo como una organizadora del psiquismo infantil, sino
como una estructura externa que funciona como un Yo y un Superyó auxiliares del infante
mientras éste va adquiriendo la capacidad para la autorregulación en su aparato psíquico; y
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escribió la revolucionaria declaración de que ―para que el infante pueda crecer sano física y
mentalmente requiere de una relación cálida, íntima y continuada con su madre (o sustituto)
en donde ambos encuentran satisfacción y placer. Para que esto suceda –añadio- se
requiere que el padre brinde apoyo emocional a la madre y, así, favorecer el proceso del
maternaje‖ (Bowlby, 1951, pp. xi-xii).
Esta perspectiva novedosa integraba los resultados de diversas investigaciones, entre ellas,
el estudio prospectivo ya mencionado llevado a acabo por James Robertson quien ya había
detectado la intensidad de la aflicción y desdicha que sufrían los niños cuando eran
separados de sus hogares y la amplitud y persistencia de los trastornos que manifestaban
luego que regresaban a sus hogares. A partir de estos hallazgos, Bowlby y su equipo
comenzaron a pensar que la necesidad de un bebé de la presencia y atención de su madre
eran importantes como su hambre de alimentos, y en una explicación teórica que fuera más
allá del placer de la sensualidad oral, de la gratificación de la necesidad o de las teorías del
aprendizaje social. De aquí que los eventos que perturban esta relación primaria con la
madre (separaciones, problemas en el vínculo y distorsiones en la calidad del mismo) serían
determinantes de un desarrollo distorsionado y de las dificultades en las relaciones
interpersonales que más tarde en la vida presentarían estas personas. Al igual que Spitz y
Erikson, tomó de la embriología el concepto de los periodos o fases críticas en el desarrollo
temprano, así como el concepto de aprendizaje relámpago (imprinting) que había postulado
su buen amigo Konrad Lorenz para poder explicar la formación del apego en las crías,
concepto que no estaba vinculado con las necesidades de alimentación (Bretherton, 1992).
En forma semejante, entró en contacto con los estudios de Hinde quien había estudiado las
diferencias individuales que se daban en las conductas de separación y reunión en un grupo
de díadas materno-infantiles en mono Rhesus. De esta forma, en 1953, Bowlby publicó su
primer trabajo en el que incorporaba los puntos de vista de la etiología –aunque su
contribución no fue bien recibida por la comunidad científica. Posteriormente, en 1956, con la
colaboración de Mary S. Ainsworth y otros, dio a conocer su agenda contribución en la
misma línea teórica, trabajo en el que ya se hace mención de tres patrones básicos en los
fenómenos de vinculación entre madre e hijo (a).
De esta forma, poco tiempo después fue postulada la Teoría del Apego en cinco artículos –
de los cuales sólo publicó los primeros tres, en 1958, 1959 y 1960- creándose por tal motivo
una gran controversia en la Asociación Psicoanalítica Británica cuyos actores principales
fueron Anna Freud, R. Spitz, Grosskurth y Max Schur.
Como hemos visto, Freud, en su investigación sobre el desarrollo infantil, había partido de
las reconstrucciones históricas hechas a partir del relato de sus pacientes adultos; Bowlby,
por el contrario, se basa en la observación directa de infantes –siguiendo de cerca los
procedimientos metodológicos de la etología. Partiendo de estas observaciones de la
conducta de niños pequeños se pretendía la posibilidad de hacer inferencias sobre las
repercusiones en sus conductas futuras. Al revés del psicoanálisis, Bowlby tomó las
experiencias tempranas observadas por Robertson como punto de partida (la pérdida de la
madre entre los seis meses y los seis años) y, desde ahí, realizó inferencias acerca de su
futura influencia; es decir, lo contrario de lo que el psicoanálisis realiza. Ya veremos más
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adelante cómo ambos puntos de vista, lejos de ser opuestos y contradictorios, muestran una
gran potencialidad de complementariedad.
Por otra parte, cuando examinamos los conceptos de Freud en relación a las causas de los
trastornos psíquicos, siempre nos topamos con la noción de trauma como agente patógeno
por excelencia (al menos en sus primeras aproximaciones, ya que –recordémoslo- luego fue
la fantasía quien ocupó el lugar central dentro de los factores etiológicos y, con ella, la
dinámica particular del efecto a posteriori que promueven que un evento del pasado, inerte
en sí mismo, devenga patógeno en edades posteriores). La importancia de la fantasía y el
efecto a posteriori de los eventos históricos son conceptos que Bowlby no tuvo en cuenta en
sus postulaciones teóricas. De cualquier manera, dentro de los factores de corte traumático,
es la naturaleza del trauma lo que ocupa un lugar central en la obra de Freud –es decir, su
carácter de trauma sexual. Como es obvio, la sola presencia del trauma, sin tener en cuenta
el papel de la fantasía y el efecto a posteriori, no tiene la solidez predicativa para entender
por qué un trauma dado es promotor de neurosis en unos sujetos y no en otros. Lo que
Freud sí menciona a lo largo de su obra es la gran vulnerabilidad con la que nace el ser
humano y su grave indefensión durante los primeros años de su desarrollo.
De hecho, Freud hace referencia a la separación de madre e hijo durante los primeros años
de vida del niño, como de un factor traumático, productor de trastornos psíquicos
posteriores. Sin embargo, cabe señalar que no prestó mucha atención al problema de la
separación madre-hijo como evento traumático de la infancia. Por ello Bowlby subraya que
―el traslado de un niño a un contexto extraño provoca una intensa desazón, que se prolonga
durante un periodo bastante extenso, lo cual se ajusta a la hipótesis freudiana según la cual
se produce un trauma cuando el aparato mental se halla sujeto a un grado excesivo de
excitación‖ (Bowlby, 1969, p.11). Si se considera que los cambios psicológicos consecutivos
al dolor de una separación prolongada de la madre en esas tempranas edades son los que
provocan que el sujeto tenga que echar mano de la represión, la fragmentación y la
negación, mecanismos que, desde Freud, sabemos son los que se postulan como resultado
del trauma, no será difícil entender que, a parir esto, Bowlby (1969) concluye que la teoría
que él postula en relación a la importancia del apego durante el desarrollo infantil, está en la
línea del pensamiento freudiano y es uno de los ejemplos de trauma en la teoría general de
las neurosis que han postulado el psicoanálisis.
Sin embargo, desde otras formas de conceptualización, Bowlby critica el paradigma de la
energía psíquica que Freud introdujo en la teoría psicoanalítica, ya que se trataba de un
modelo originado fuera del campo propio del psicoanálisis, e incorporado a sus esquemas
en función del deseo de Freud de asegurar que su psicología se ajustara a los conceptos
centrales de la ciencia vigente de su época. A diferencia de este modelo energético
freudiano, Bowlby y sus colaboradores postularon que el modelo de las relaciones objetales
presentaba mayores beneficios ya que éste deriva de la experimentación clínica y de los
datos obtenidos durante el análisis de los pacientes es decir, este autor se colocó en la línea
de trabajo seguida por analistas como M. Klein, Balint, Winnicott y Fairbain.
Los trabajos observacionales de Robertson describen las conductas por tiempos
relativamente breves a guarderías u hospitales. La secuencia de conductas puede dividirse
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en tres etapas: protesta, desesperación y desapego. ―La etapa inicial, o de protesta, puede
desencadenarse de inmediato o con cierto retardo, y dura de unas pocas horas a una
semana o más. Durante su transcurso, el pequeño (…) llora con frecuencia, sacude su cuna,
da vueltas en la cama y aguarda ansiosamente toda visión o sonido que pueda delatar la
presencia de la progenitora. Todas sus conductas indican que aguarda con ansiedad su
retorno. Mientras tanto, suele rechazara toda figura sustituta que le ofrezca su ayuda‖
(Bowlby, 1969, p. 27). Posteriormente, ―durante la etapa de desesperación… sigue siendo
evidente la preocupación del niño por la madre ausente, aunque ya comienza a perder toda
esperanza de recuperarla. Disminuyendo o se interrumpen sus violentos movimientos, y el
niño llora en forma ininterrumpida y monótona, o con ciertas interrupciones. Se muestra
retraído e inactivo (…) Esta segunda etapa se caracteriza por la mayor pasividad del sujeto‖
(Ibídem). Finalmente, ―cuando el niño se muestra más interesado por el ambiente que lo
rodea, suele creerse que en la fase de desapego, que más tarde o más temprano sigue a las
de protesta y desesperación, el niño comienza a recobrarse de la pérdida sufrida. Aquel ya
no rechaza la presencia de las niñeras o enfermeras, sino que acepta los cuidados que le
prodigan y los alimentos y juguetes que las portan (…) Ante la vista de la madre, no
obstante, se advierte que las cosas no marchan tan bien como se suponía, ya que se
observa palpablemente la ausencia de las conductas características de un fuerte vinculo de
afecto normal a su edad. Lejos de dar la bienvenida a la madre, el niño no parece
reconocerla: en vez de correr a sus brazos, se muestra distante y apático, más retraído que
lloroso. Parece haber perdido todo interés en ella‖ (Op. cit., p. 28). Bowlby observa que ―al
cabo de una serie de experiencias perturbadoras, debido a la pérdida de distintas figuras
maternas a las cuales había brindado su confianza y afecto, disminuirá en el pequeño su
capacidad de entrega y, a la postre, le resultará imposible encariñándose con persona
alguna‖ (Ibíd.).
Es fácil advertir el papel central de la madre en este tipo de situaciones, ya que en estudios
realizados en casos en los que el niño es cambiado a un medio ambiente extraño, como un
hospital, la experiencia ha puesto de relieve sin lugar a dudas que, cuando el niño ingresa en
este establecimiento acompañado de la madre, no manifiesta las perturbaciones de
conducta características del pequeño a quien se ha dejado solo. En forma semejante esto
puede ser demostrado a través del comportamiento de los pequeños cuando se hallan de
vacaciones con la familia, es decir, en un medio desconocido y ante infinidad de situaciones
nuevas –y potencialmente amenazantes- donde, sin embargo, no suelen desencadenarse
ninguno de los problemas descritos en los infantes dejados sin su madre, en virtud de que
estas últimas experiencias vacacionales suceden en compañía de la madre.
Por su parte, Mary Ainsworth, miembro del equipo de investigación de Bowlby desde 1950,
llevó a cabo la primera investigación empírica sobre la conducta de apego en Uganda,
África, en 1953. Este estudio de 28 madres con sus bebés cuya observación se llevó a cabo
en sus hogares, resultó fundamental para establecer las diferencias individuales en la
calidad de la interacción madre-infante, evaluándose cuidadosamente la sensibilidad
materna para responder a las señales de su bebé, interacción en la que se identificaron tres
diferentes patrones de apego: inseguro, y desapego. El apego seguro tuvo una correlación
significativa con una mayor sensibilidad por parte de la madre captar y entender las
necesidades de sus bebés.
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En la década de los sesenta, Bowlby dirigió el Seminario sobre la Interacción Madre- Infante
de la Clínica Tavistock, entre cuyos participantes podemos mencionar a investigadores
connotados como Mary S. Ainsworth, Jacob Gewirtz, David Hamburg, Harry H. Harlow,
Robert Hinde, Hanus Papousek, Jay Rosenblatt, Len Rosenblem, Louis Sander, Rudolph
Schaffer y Peter Wolf, entre otros. Resulta claro que el desarrollo posterior de la Teoría del
Apego se benefició mucho a través de las discusiones que se dieron en el curso de este
Seminario, así como de los proyectos de investigación que se generaron en su seno, entre
los que deseamos destacar, por su importancia, el Proyecto Baltimore –donde se aplicó por
primera vez, en 1964, el Método de la Situación Extraña.
Estas investigaciones sirvieron para consolidar la Teoría del Apego, que se concretizó en la
conocida trilogía de Bowlby: Attachmente and Loss (1969, 1973, 1980) y en la colección de
estudios empíricos sobre el apego: Ainsworth et al. (1978);Bretherton y Waters (1985);
Belsky y Nezworsky (1988); Greenberg, Cicchetti y Cummings (1990); Parkes, StevensonHide y Marris (1991); y Goldberger, Muir y Kerr (1995). En estas obras se pretende un
Nuevo paradigma que permite esclarecer esa propensión observable en todos los seres
humanos a permanecer apegados a—o en la vecindad de- las figuras que se ocupan de su
crianza, es decir, la tendencia a mostrar una conducta de apego –que es el sustrato
biológico en el que se apoya la capacidad vincular del hombre con sus semejantes (Vives,
Lartigue y Córdova, 1994). En forma similar, permite una nueva forma de explicarnos los
orígenes de diversas formas de trastornos emocionales, de la personalidad, y distorsiones
del apego; es una nueva dimensión para entender las formas en que se manifiestan las
emociones humanas fundamentales (incluyendo la angustia, el miedo, la cólera, el odio, la
depresión y el desapego) cuando ocurre una situación deficitaria por una relativa deprivación
materna, o como consecuencia de la separación, pérdida, o maltrato a manos de las figuras
parentales –o sus sustitutos (Ainsworth y Bowlby, 1991; Fonagy, 1997).
II- Postulados Teóricos de la Teoría del Apego
La Teoría del Apego de John Bowlby y Mary Ainsworth forma parte integrante de las Teorías
de las Relaciones Objetales, en términos de Berenstein (1991) desde la vertiente de los
vínculos intersubjetivos, más que a partir de los vínculos intrasubjetivas o intrapsíquicos –a
la manera en que los hicieron R. D. Fairbairn y M. Klein. A su vez se ha enriquecido con
conceptos surgidos de la Teoría de la Evolución, de la Etología, de la Teoría Cibernética de
la Regulación y de la Psicología Cognoscitiva.
De hecho, la Teoría del Apego es una de las que se oponen a la Teoría Instintiva de Freud y
su énfasis en el punto de vista económico de la Metapsicología que postula que el aparato
psíquico tiene como objetivo primordial el desembarazarse (o derivar). De cualquier cantidad
de excitación que ingrese al sistema, perturbándolo. La necesidad de apego, con su énfasis
en los postulados evolucionistas de Darwin y las observaciones etológicas, establece que el
vínculo temprano con la madre es una necesidad primaria, al servicio de la sobrevivencia de
la especie y desligada de las necesidades alimentarias o sexuales.
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Mucho más allá de esta concepción económica de la descarga y de la primitiva idea
hidráulica de la distribución de la libido –en la que Freud basó las nociones de Principio de
Constancia y la importancia del binomio displacer/placer; y de Principio de Nirvana, con su
tendencia al cero o a la desgarga total (y que, más adelante, al elaborar su segunda teoría
pulsional, dio paso a la noción de la Pulsión de Muerte como opuesta a las pulsiones
eróticas o de vida)- la Teoría del Apego nos habla de una avidez por el otro, por la presencia
de la madre (o de una figura maternal substitutiva). Como consecuencia, la Teoría del Apego
postula que la temprana relación madre-infante no se apoya en la sexualidad, sino que tiene
sus propias motivaciones y una dinámica propia. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que
Freud estableció una clara diferenciación entre lo que llamó sexualidad – en su sentido
amplio, que abarca la pregenitalidad- y la sexualidad adulta o genitalidad. Desde esta
perspectiva, hay que tener en cuenta lo intuido por numerosos investigadores del
Psicoanálisis quienes han sostenido la existencia de fases pre-orales del desarrollo
psicosexual: fases respiratorias y cutáneas de la sexualidad; incluso, estadios fetales de
dicha evolución. En este sentido, habría que explorar con todo cuidado la posibilidad de que
el apego, en sí mismo, pudiera estar expresando una fase muy primitiva, cutánea, de dicha
evolución psicosexual, en la que el contacto con la madre, la necesidad del bebé de
continuar siendo abarcado por una madre que se siente con toda la superficie de su cuerpo,
como ocurriría en su estadio fetal, no fuese otra cosa que un estadio que se inicia desde
antes del nacimiento y se continua bastante más allá del momento del parto y de la
separación física de la madre. Hay que recordar que el neonato humano es una especie de
prematuro fisiológico, un nacido antes de tiempo dada su inmadurez –neotenia- que lo
condena a una dependencia de quienes lo cuidan como ninguna otra especie de la creación.
Los conceptos de D. Anzieu en tono del Yo-piel penamos, que apoyan, de alguna manera, lo
antedicho.
Por otra parte, la Teoría del Apego viene a representar una especie de teoría-puente ya que
permite relacionar diversas disciplinas como son la Etología, la Neurofisiología, la
Psicopatología, la Psiquiatría Infantil, la Psicología Genética y del Desarrollo, la Psicología
Preventiva (Ver Lartigue, 1995b).
A su vez, la Teoría del Apego abre numerosos campos de investigación al proponer el
estudio de la díada materno-infantil y, a partir de esta, al estudio de la importancia de otras
relaciones, interpersonales: en primer término, las relaciones entre el padre y su hijo e hija;
posteriormente, la recién descubierta relevancia de las relaciones existentes entre los
abuelos (as) y sus nietos (as); y, finalmente, las relaciones entre los infantes y sus hermanos
(as).
Haciendo una apretada síntesis de los conceptos vertidos tanto por John Bowlby (1969,
1973, 1980) como por Mary Ainsworth y Bowlby (1991), podríamos concluir de la Teoría del
Apego:
1. Es una teoría de la motivación y del control de la conducta, así como de sus
representaciones mentales, derivada, por una parte, de la Te3oría Psicoanalítica y,
por la otra, de la Teoría General de Sistemas y de un modelo cibernético que da
cuenta de la forma en la que se llevan a cabo los patrones primitivos de las acciones
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reflejas, así como de los planes complejos organizados jerárquicamente- en donde las
conductas instintivas pueden ser corregidas con ajustes continuos en el transcurso de
una acción, de acuerdo a su finalidad.
Las funciones últimas de los sistemas conductuales internos que controlan el apego,
la paternidad, el apareamiento, la alimentación y la exploración están al servicio de la
sobrevivencia de la especie y la procreación de sus individuos. Los organismos con
sistemas conductuales más complicados poseen habilidades y la capacidad para
construir modelos internos de trabajo –tanto del self como del ambiente (objeto)- de
donde resulta que a mayor adecuación y congruencia del modelo interno, mayor
capacidad existirá para anticipar y prever el futuro.
2. En los seres humanos el proceso de comunicación inicialmente centrado en la
expresión de las emociones, los gestos y señales y, posteriormente, en el uso del
lenguaje hablado, evoluciona hasta un nivel intersubjetivo en el que se comparten los
contenidos de os modelos internos. En el nivel intrasubjetivo (intrapsíquico) el mismo
proceso está al servicio de la autorregulación del Self y para la determinación del
conjunto de conductas que resultan prioritarias.
3. La conducta de apego se caracteriza por la búsqueda de proximidad con una figura
de apego –generalmente, la madre-confiable, cuya función desde el punto de vista
evolutivo es la de proteger al infante de los diversos peligros, primordialmente, de los
depredadores. Al principio el infante dirige las señales con las cuales comunica una
búsqueda de proximidad a cualquier figura primaria que responda a su llanto, sujeto
que lo estimula y lo engancha en el inicio de una interacción social. en términos
generales, se observa que estas conductas tienden a motivar a la figura de apego
para brindar determinados cuidados. Una vez apegado, el infante será capaz de
utilizar a dicha figura como una base segura para, a partir de ella, llevar a cabo una
exploración creciente del medio ambiente, y para regresar a ella con el fin de obtener
un adecuado reaseguramiento. La sensibilidad de la madre para responder a las
señales del infante deviene un factor determinante para el establecimiento de un
apego seguro. Es así que la conducta de apego se va modificando a medida que
ciertos sistemas de control van operando correlaciones en la conducta en función de
ciertas metas (en otras palabras, se trata de un sistema homeostático de
retroalimentación), esto implica que se utilizan sistemas representacionales –modelos
internos de trabajo- tanto de las capacidades del sí mismo –del Self- como de las
características más relevantes del medio y del objeto externo; de esta forma, la meta
de la conducta de apego consiste en mantener cierto grado de proximidad o de
comunicación con las figuras de apego.
4. En el curso del desarrollo sano, la conducta de apego lleva al infante a la capacidad
de establecer vínculos afectivos entre él o ella y su madre. Posteriormente, se suele
complementar, en los años preescolares, con el sistema de cuidados proporcionados
por el padre y por otros miembros de la familia –como los hermanos. Esto requiere de
una reorganización constante de las interacciones y la existencia de un cierto insight
sobre los motivos y planes habidos en las distintas figuras de apego. Asimismo, la
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conducta de apego lleva al lento pero paulatino establecimiento de vínculos afectivos
entre el infante y su familia; y, más tarde, a las formas de relación entre adultos. Los
modelos de comportamiento y las modalidades vinculares derivadas de ellos están
presentes y activos durante el transcurso de toda la vida.
5. La Teoriza del Apego es, también, un modelo epigenético de la personalidad en la
que se explicita la existencia de dos conjuntos de estímulos que despiertan miedo en
el infante: el primero de ellos tiene que ver con el peligro y con lo desconocido; el
segundo, con la ausencia de la figura de apego, o con su falta de disponibilidad o de
respuesta. Si bien las tendencias a huir del peligro e ir hacia la madre ocurren de
maneras simultaneas, estas dos conductas están gobernadas por sistemas de control
distintos. Los seres humanos están motivados para mantener un equilibrio entre las
necesidades de preservación del Self y de lo familiar con conductas que reducen el
stress (como puede verse a través del apego a personas y lugares); y por las
conductas antitéticas de exploración y búsqueda. Es así como los sistemas de los
cuales depende la conducta de apego se activan sólo en ciertas condiciones y se
desactivan cuando cesan éstas. Sin embargo, cuando una conducta de apego se
activa en forma intensa, su desactivación puede requerir de maniobras de seguridad
adicional, como son el tocar o el aferramiento; o bien, la presencia de una conducta
activamente tranquilizadora por parte de la figura de apego.
La mayoría de las emociones más intensas que experimenta un infante surgen
mientras se forman, mantienen, desorganizan y renuevan las conductas de apego. De
esta forma, vemos que cuando ocurre una amenaza de pérdida del objeto, lo que se
despierta es una reacción de ansiedad; mientras que la pérdida real de dicho objeto
da origen a un sentimiento de pesadumbre y de aflicción; y, finalmente, que ambas
situaciones tienden a despertar cólera. Por el contrario, el mantenimiento inalterado
de un vínculo se experimenta como fuente de seguridad, dicha y placer. En virtud de
que tales emociones suelen depender cercanamente del estado y modalidad de los
vínculos afectivos de una persona, Bowlby considera que la psicología y la
psicopatología de las emociones son, substancialmente, la psicología y
psicopatología de los vínculos afectivos. De hecho, la tendencia al apego es lo que
Platón describía en el Banquete cuando hace discutir entre los comensales la teoría
del andrógino y la necesidad de todo ser humano, desde entonces, de volver a
reunirse con otra mitad. Este concepto está en la misma línea conceptual que Roman
Rolland propuso a Freud con el término de ―sentimiento oceánico‖ para referirse a la
génesis de la religiosidad como una avidez de fusión con el todo, que nunca deja de
anhelar el ser humano.
La conducta de apego se ha vuelto característica de muchas especies porque
contribuye a la supervivencia del individuo al manterlo en contacto con quienes le
brindan cuidado, reduciendo así el riesgo de que sufra algún daño y de que sea
víctima de predadores. En vista de que la conducta de apego permanece
potencialmente activa durante toda la vida y de que cumple la función biológica
descrita, es un grave error suponer que su presencia y actividad en el adulto indica
alguna forma de patología o una regresión a una conducta pretérita e inmadura. Los
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cuadros psicopatológicos se conciben, por lo tanto, como el resultado de un desarrollo
psicológico atípico, y no como una forma de fijación del individuo o algún tipo de
regresión a alguna etapa temprana del desarrollo. Los patrones de apego, cuando
están perturbados, pueden existir a cualquier edad, dado que su evolución transitó
por un camino distorsionado desde su temprano origen. Los principales determinantes
del curso que sigue el desarrollo de la conducta de apego en un individuo dado, y la
forma en que dicho comportamiento se organiza, son las experiencias con sus figuras
de apego durante los años de inmadurez: la infancia, la niñez y la adolescencia; y el
patrón de los vínculos afectivos que un individuo específico va estableciendo en el
curso de su vida dependen de la forma en que su conducta de apego se organizó
durante la etapa de estructuración de su personalidad.
6. Dentro de los esquemas internalizados de trabajo, los modelos del Self y del objeto –
la figura de apego- son particularmente relevantes y complementarios; con la ayuda
de estos modelos el niño puede predecir la conducta probable de la figura de apego y,
de esta forma, planear sus propias respuestas. La estabilidad de dichos modelos
internos, así como sus distorsiones defensivas, derivan de dos fuentes: a) de
patrones de interacción cada vez menos accesibles a la conciencia, por lo que
devienen habituales y automáticos; y b) de patrones didácticos de relación, que son
más resistentes al cambio que los patrones individuales en virtud de las experiencias
recíprocas.
7. La exclusión defensiva de la información de la conciencia deriva del mismo proceso
que la exclusión selectiva, si bien la motivación es diferente para cada una de ellas.
La primera, la exclusión defensiva, ocurre por lo general en tres situaciones: a)
cuando los padres no desean que sus hijos hablen y comprendan un evento del que
fueron testigos; b) cuando los hijos consideran que la conducta de los padres es
demasiado intolerable o insufrible como para pensar en ella; o bien c) cuando los hijos
hicieron o pensaron algo acerca de lo cual están profundamente avergonzados. Si
bien la exclusión defensiva protege al individuo de experimentar un dolor psíquico
inenarrable, confusión o conflicto, es claro que interfiere con la adecuación de los
modelos internos para el trabajo con la realidad externa; de hecho, este tipo de
exclusión defensiva da lugar a una escisión de los modelos internos de trabajo.
Esta disociación provoca que un conjunto de modelos, accesible a la conciencia y, por
tanto, susceptibles de discusión, esté basado en lo que se le ha dicho al niño –gracias
a lo cual se representa a los padres como buenos, y puede comprenderse el rechazo
de la conducta de los padres en virtud de la ―maldad‖ del hijo. Mientras que el otro
modelo se basa en lo que el niño ha experimentado pero excluido defensivamente de
la conciencia, y representa, de esta manera, el lado odiado o desaprobado de los
padres. Con el fin de ilustrar mejor estos fenómenos represivos y disociativos, Bowlby
(1980) toma apoyo en la distinción entre la memoria episódica y semántica, dado que
cada uno de los sistemas de memoria utiliza distintos mecanismos de
almacenamiento; las experiencias autobiográficas se registran en la memoria
episódica, mientras que las preposiciones generales son almacenadas en la memoria
semántica. Bowlby piensa que el conflicto psíquico severo aparece cuando las fuentes
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de almacenamiento de información (las generalizaciones construidas a partir de la
propia experiencia o a partir de las comunicaciones de otros) son altamente
contradictorias. En tales situaciones, la exclusión defensiva puede imponerle una
pesada carga a las memorias episódicas de experiencias actuales. Estos procesos
son especialmente detectables en niños acongojados menores de tres años de edad.
Por otra parte, Bowlby considera que el Sistema Nervioso Central está organizado de
una manera jerárquica, con una enorme red de comunicación bidireccional entre los
distintos subsistemas. En la parte más alta de la jerarquía están situados varios
principios evaluadores o controladores ligados a la mayoría de largo plazo, cuya tarea
es examinar cuidadosamente la relevancia de toda la información entrante; cuando
ésta resulta relevante, entonces se le canaliza para abastecer a la memoria corta y,
en su oportunidad, poder seleccionar diversos aspectos de dicha información con
fines de un procesamiento posterior.
El proceso consciente probablemente facilita el funcionamiento de las actividades de
alto nivel, como son: categorizar, recuperar (recordar), comprar, construir planes y la
inspección de los sistemas aprendidos de acción automática. En una personalidad
bien integrada, tanto el sistema principal como los otros sistemas pueden acceder al
examen de todas las memorias; sin embargo, en algunos casos la comunicación entre
los diferentes sistemas está impedida, por lo cual éstos no pueden activarse
apropiadamente; o bien, puede suceder que las señales de un sistema no devengan
conscientes, aunque con el tiempo puedan colarse ciertos fragmentos de la
información defensiva excluida.
8. Brindar cuidados es la conducta que viene a servir de complemento de la conducta de
apego, por lo que cumple una función también complementaria de protección del
individuo apegado. Por lo general, esta conducta se conserva en el comportamiento
de un progenitor –u otro adulto que asuma las funciones parentales- hacia el niño o el
adolescente, pero también puede observarse en un adulto frente a otro,
principalmente en momentos de enfermedad, tensión emocional, o durante la vejez.
Cabe señalar que este proceso de brindar cuidados, tan necesarios para la
supervivencia del individuo y para el desarrollo de la socialización, ha sido asignado a
las mujeres mediante los esquemas de división sexual del trabajo que encontramos
en la gran mayoría de las sociedades desde la antigüedad, por lo que ha sido tema de
un importante debate dentro de las teorías feministas (Lagarde, 1994; Burinpor,
1995).
Por otra parte, el modo de brindar los cuidados ha sido motivo de estudio dentro de la
Teoría de las Relaciones de Objeto, como podemos constatar en el concepto
winnicotteano de la ―madre suficientemente buena‖ (Winnicott, 1964); así como en los
trabajos de Blaint (1969) en los que se centra el interés en los aspectos de la llamada
―falla básica‖. De hecho, la gran mayoría de los estudios sobre el apego –y los que se
han realizado a través del Método de la Situación Extraña- tienen que ver con las
diferencias individuales de las figuras de apego en la manera de impartir y promover
seguridad –o no- en sus hijos; en las formas de proporcionar los cuidados básicos por
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diferentes tipos de madres: normales, deprimidas, ansiosas; madres que maltratan a
sus infantes, madres que tuvieron vínculos deficitarios y un apego inseguro durante
sus propias infancias, etc. (ver Fonagy y Target, 1997).
9. El modelo de la conducta de apego se desarrolla durante los meses medios del
primer año de vida (del cuarto al séptimo mes); a partir de entonces, dicho modelo es
accesible a los efectos de reconocimiento y búsqueda elemental de la figura de
apego. A medida que pasan los meses, el bebé se hace cada vez más accesible
también a los efectos de recordar (hacia el final del primer año) y a los efectos de las
operaciones cognoscitivas. Bowlby considera que la capacidad de un niño para
reconocer y recordar a su madre (o su figura sustituta) se desarrolla semanas –y
probablemente meses- antes que su capacidad para reconocer o recordar a cualquier
otra persona o cosa de su entorno, en virtud tanto de la prominencia emocional de la
misa, como por las diversas y variadas experiencias de interacción con ella.
Bowlby sostiene la hipótesis de que durante el séptimo mes y siguientes, el modelo
representacional que un infante tiene de su madre se hace prontamente accesible a
él, a los efectos de la comparación durante la ausencia de la madre, y para su rápido
reconocimiento cuando ella regresa. También durante estos meses, el infante está
desarrollando la capacidad de concebir a su madre como una persona que existe
independiente de él mismo.
Este autor considera que hay pruebas suficientes para atribuir una capacidad
germinal de duelo en las y los niños pequeños a partir de los dieciséis meses de
edad, lo cual implica que tienen la facultad de forjar y conservar una imagen de su
madre ausente, así como la de distingue a la madre natural de una madre sustituta, y
de saber a cuál de las dos prefiere. Señala asimismo que aún sigue siendo un enigma
el cómo caracterizar las respuestas de los niños entre los seis y los dieciséis meses
de edad ante una experiencia de pérdida objetal, ya que el término de duelo podría
ser inapropiado en virtud de la aún incipiente capacidad simbólica del pequeño; sin
embargo, es un hecho de observación que los niños muestran una evidente aflicción,
pesar y dolor cuando está ausente su figura de apego, y a medida que pasan los
meses, manifiestan un creciente grado de competencia en sus búsquedas de ficha
figura.
También nos advierte sobre la importancia de tomar en cuenta la influencia que
tienen, en las respuestas de un niño ante la pérdida de la figura de apego, la forma y
calidad de los cuidados que se le brindan mientras está alejado de la madre; por lo
tanto, hay que considerar los efectos mitigantes que tienen los buenos cuidados
proporcionados por las figuras sustitutas. De esta manera, Bowlby concluye que a lo
largo de todas las edades la estructura de la vida familiar ejerce siempre una
poderosa influencia sobre la manera como el individuo responde a las pérdidas.
También es importante considerar –nos dice Bowlby- que la ruptura o inminente
ruptura de un vínculo afectivo, junto con las condiciones que tienen lugar antes,
durante o después de la ruptura, influyen de manera fundamental en el desarrollo de
la personalidad. Hace mención, al mismo tiempo, de la forma como cierta
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combinación de circunstancias determina modalidades diferentes de perturbación
emocional, entre las que pueden encontrarse: trastornos clínicos comunes, estados
de ansiedad y fobias, de depresión, suicidios, y perturbaciones de las relaciones
conyugales y parentales.
III- El método de la Situación Extraña
Luego de las investigaciones llevadas a cabo en Uganda (África), Leonard y Mary S.
Ainsworth se establecieron, a partir del verano de 1955, en la ciudad de Baltimore, donde
ella ingresó al Departamento de Psicología de la Universidad John Hopkins y a los
Hospitales Dheppard y Enoch Pratt, para trabajar como psicóloga clínica. Algún tiempo
después, en la primavera de 1959, y luego de una visita que le hiciera John Bowlby,
reanudaron su antigua colaboración, con magníficos resultados académicos. En 1961 Mary
Ainsworth dedicó la mayor parte de su tiempo a la investigación de estos temas y, al año
siguiente, obtuvo el financiamiento para poder llevar a cabo su segundo estudio longitudinal,
conocido como el Proyecto Baltimore, en estrecha colaboración con Barbara Witting como
su asistente.
En este proyecto, llevado a cabo a lo largo de los años de 1963 y 1964, las investigadoras
llevaron a cabo observaciones en quince díadas materno-infantiles, a las que visitaban una
vez cada tres semanas –desde la tercera hasta la semana 54 de edad de los infantes. Más
adelante, durante el curso en 1966 y 1967, con la ayuda de Robert Marvin y George Allyn
como asistentes, estudiaron otros once binomios madre-infante, en los que las entrevistas
fueron grabadas y se transcribieron todas las observaciones realizadas durante las visitas. El
examen detallado de las grabaciones reveló la emergencia de varios patrones
característicos de la relación madre-infante, observable durante los tres primeros meses de
vida. Al mismo tiempo, se llevaron a cabo los análisis por separado respecto de la conducta
de ambos componentes de la díada durante la alimentación, en las interacciones cara a
cara; se estudió el balance entre la conducta afectivo, etc. la sensibilidad materna durante
los dos y medio primeros meses de la vida, se asoció claramente con una relación más
armónica entre la madre y su bebé al final del primer año de este último.
Como resultado de sus investigaciones , Ainsworth y Witting, diseñaron un método de
observación estandarizado, conocido como el Método de la Situación Extraña (Ainsworth y
Witting, 1969), que permite evaluar el tipo de apego que está desarrollando un infante con su
madre (o su sustituto) al año de edad. De hecho, lo que este procedimiento mi9de es la
capacidad del apego (búsqueda de proximidad, de contacto, y la integración con la madre) y
las de exploración, en una situación experimental videograbada. La experiencia, que se
considera un drama en miniatura, consta de ocho episodios de tres minutos de duración
cada uno, en que se va incrementando el nivel del stress del bebé, ya que se alterna la
presencia y ausencia de la madre y de una ―persona extraña‖ (que, por lo general, debe ser
mujer). ―Al comienzo madre e hijo se hallan juntos en una habitación que no conocen, cada
una de las cuales dura alrededor de tres minutos. Primero una mujer desconocida se une a
ellos; luego la madre deja entonces completamente solo al bebé, situación a la que pone fin,
luego de un intervalo, el regreso de la desconocida y, por fin, del la propia madre‖ (Bowlby,
1969, p. 336).
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En este estudio se evalúa cuidadosamente los dos momentos de separación y de reunión
con la madre; registrándose, además, las cualidades y patrones de la interacción
perdurables de la díada madre-infante, que trascienden la situación momentánea. La
organización y diferencias en el patrón de apego son únicas, ya que el infante puede
aproximarse de manera similar a otras personas pero, en una situación de alarma, el gesto
característico de ―levántame‖ se dirige sólo a la figura de apego. En el transcurso posterior
del desarrollo, el infante va integrando a otras figuras de apego, como son el padre, los
abuelos, o los hermanos, dependiendo de cuales hayan sido las personas que le brindaron
los cuidados básicos y los que le apoyaron en su creciente capacidad para la sobrevivencia.
En los libros Patrones de apego: un estudio psicológico de la situación extraña (Ainsworth et
al., 1978), y Apego madre-infante: orígenes y desarrollo de las diferencias individuales
significativas en la Situación Extraña (Lamb et al., 1985), se encuentran descritas las
categorías y el sistema de calificación de este método.
La utilización del tipo de apego como un índice diagnostico temprano es una opción muy
eficaz para detectar oportunamente, ya que se ha demostrado que los trastornos del apego
son predictores de psicopatología posterior (Fonagy, 1995).
La estandarización del Método de la Situación Extraña hizo posible la identificación de
patrones conductuales bien definidos en la conducta de apego. Mary Ainsworth identificó
tres tipos de conductas de apego bien diferenciadas: el denominado apego seguro, y dos
modalidades de apego ansioso o inseguro: el evidente, y el ambivalente o resistente.
Los infantes con una conducta de apego seguro –denominado como grupo B en los estudios
iniciales- antes de la primera separación de la madre se caracterizaron por una exploración
activa del sitio en el que se encontraban, y se entretuvieron con los juguetes que se
encontraban en el lugar de la observación. Hacia el final de la primera separación, cuando
los infantes se quedaban solos con la persona extraña, mostraban algunos signos de
extrañar a su madre, se dirigían a la puerta y trataban de buscar a la madre. Cuando ésta
regresaba, la recibían muy complacidos y, al cabo de muy poco tiempo, volvían a jugar. En
la segunda separación, los infantes llamaban a su madre, y al llegar la persona extraña en
lugar de la madre, mostraban su disgusto, algunos de ellos por medio del llanto, tanto dure
este episodio como en el anterior. En la segunda reunión, los infantes alzaban los brazos
pidiendo a su madre que los cargara, y trataban de mantener la cercanía física con ella;
hacia el final de este último episodio, podían volver a jugar. Estos registros se llevaron a
cabo en el hogar, y mostraron que las madres de los infantes de este grupo B fueron más
sensibles a las necesidades de sus hijos que las madres de los otros dos grupos (Ainsworth
et al., 1971, 1978).
Los infantes del llamado grupo A, que mostraron un apego de tipo inseguro/evidente
mostraron poco o ningún malestar durante la prueba de la Situación Extraña, ya que
continuaban la exploración durante las separaciones de la madre y en las reuniones con ella.
En los momentos en los que la madre regresaba, la evitaban o ignoraban sus esfuerzos para
llamar su atención a través de conductas tales como darse la vuelta, desviar la mirada o
rehusando con claridad toda cercanía con ella. Esta situación de evitación se asocio al
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rechazo de la madre a la conducta del infante en el hogar. Algunas de las madres se
describieron a sí mismas como sintiendo disgusto por el contacto físico, y los registros de
sus conductas mostraron también que se alejaban activamente de sus infantes cuando éstos
les pedían o demandaban cercanía. Main (1995) ha señalado que el estudio de estos
infantes nos ha mostrado el mecanismo de apego señalada por Bowlby en 1980).
Por último, los infantes del denominado grupo C, es decir, aquellos que presentaron un
apego de tipo ambivalente/resistente, s e mostraron preocupados por la madre en la prueba
de la Situación Extraña; se observó también en ellos una mezcla de una abierta resistencia
al contacto físico con la madre en los episodios de reunión, junto con la expresión de
continuos signos de malestar o de stress y de búsqueda de proximidad. También se
evidenció una disminución de las conductas de exploración, miedo e inhabilidad para ser
tranquilizados por sus madres. En los registros de Ainsworth se encontró que las madres de
estos infantes habían sido inconscientes e impredictibles al responder a sus necesidades;
asimismo que no solían favorecer la autonomía de sus bebés.
Después de haber concluido el estudio de Baltimore, Mary S. Ainsworth ingresó, en 1976, a
la Universidad de Virginia, donde se dedico a integrar las contribuciones de Bowlby y a
ampliar sus investigaciones sobre las diferencias individuales en los patrones de apego en
los años preescolares, la adolescencia y la edad adulta. Al mismo tiempo, dedicó buena
parte de su tiempo a supervisar las investigaciones sobre el tema se realizaban en otros
laboratorios, lo que promovió que muchos investigadores tuvieran la oportunidad de
formarse con ella y publicaran los resultados de sus propias investigaciones. Entre estos,
cabe destacar los trabajos de Alan Sroyfe y Everett Waters, quienes llevaron a cabo el
estudio longitudinal de Minnesota, en el que hicieron del apego un constructo organizacional
más accesible a un mayor número de investigadores. Con el correr del tiempo, el estudio del
Apego y el Método de la Situación Extraña se convirtieron en términos sinónimos.
Por otra parte, Mary Main llevó a cabo otra investigación longitudinal en Berkeley, California,
en la que empleó otro instrumento: la Entrevista de Apego Adulto, constituida tanto por ella
como por George y Kaplan en 1985, prueba en la que distinguieron cuatro distintos ―estados
de la mente‖ de los padres, que serán descritos más adelante.
Main y Solomon (1990) al revisar 200 videos de infantes cuyas conductas eran difíciles de
clasificar, encontraron que la gran mayoría de estos niños inclasificables tenían como
característica central y común una desorganización o desorientación en su conducta, que se
manifestaba con claridad en presencia de la madre. Por tanto, estos investigadores
propusieron la creación de una cuarta clasificación: el grupo D. Los niños de este grupo
parecían estar más asustados por la presencia de la madre que por el ambiente poco
familiar o desconocido. Main (1995) señaló que, en estos casos, el niño se encuentra
colocado en una situación de paradoja irresoluble, en donde no puede aproximarse a la
figura de apego (como ocurre en los casos de los grupos B y C) debido a que la atención de
ésta es cambiante o esquiva. La gran mayoría de los niños maltratados cayeron dentro de
este grupo, por lo que se piensa que en ciertas circunstancias en las que los padres están
muy asustados, estos tienden a asustar a sus hijos, especialmente cuando presentan alguna
tendencia a la disociación en su comportamiento. Desde esta perspectiva, se concibe al
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grupo D como constituido por la segunda generación con experiencias traumáticas en la
infancia.
A medida que se ha ido profundizando en este tipo de estudios se han encontrado otros
tipos diferentes de apego ansioso. Lieberman y Pawl (1988) distinguieron tres tipos
generales de distorsión en los patrones de apego, describiendo de esta forma un tipo de
apego indiferente con propensión a los accidentes; otra modalidad de apego en la que se
observa una inhibición de la conducta exploratoria; y un tercer tipo de protección precoz.
El apego indiferente se caracteriza por la tendencia del infante a alejarse de su madre por
periodos prolongados, sin la necesidad de regresar a ella con el fin de obtener
reaseguramiento. Al mismo tiempo, son infantes en los que se observa una cierta inclinación
a lastimarse en forma repetida en el curso de la exploración, una cierta tendencia a caerse,
chocar con los muebles, a cortarse, etc. en estos niños el balance entre las conductas de
exploración y de apego se inclinan a favor de la primera condición, por lo que la seguridad o
la protección del infante suelen poner se en riesgo, ya que sus conductas no s e acompañan
del resguardo que habitualmente es proporcionado por el conjunto de las conductas de
apego.
El apego con inhibiciones de la exploración se caracteriza, por el contrario, por una
supresión exagerada de esta actividad, que se acompaña por desviaciones en la conducta
de apego. Los infantes que muestran este tipo de patrón conductual suelen dudar, titubean y
vacilar para acercarse, tocar o manipular objetos, y suelen retirarse de la interacción social
con desconocidos.
Aun en presencia de la madre muestran una marcada restricción de la afectividad, se
apegan y adhieren a ella, y rehúsan separarse a pesar de encontrarse en un ambiente
conocido; algunos de ellos tienden a retirarse tanto de la proximidad de la madre, como de la
exploración de su entorno.
Finalmente, el apego ansioso con autoprotección se caracteriza por una muy temprana
inversión de roles entre la madre y el niño, gracias a lo cual el infante se empeña en
desplegar conductas de tipo protector que normalmente son desempeñadas por la madre, y
en donde el infante procura estar muy al tanto de los deseos y necesidades de la madre. A
este tipo de apego también se le ha denominado como una ―compulsión por complacer‖.
Lieberman y Pawl (1988) también dejaron otros dos tipos de trastorno del apego: el
desapego, y el apego interrumpido. El primer término se utiliza para describir a los infantes
criados sin oportunidad para establecer relaciones emocionales con otros seres humanos;
son niños cuyos desarrollos muestran una deficiencia yóica estructural muy temprana que
daña su capacidad para establecer vínculos significativos con sus semejantes, ya que el
contacto con los demás está basado en la satisfacción de sus necesidades, sin desarrollar
ningún tipo de consideración por el otro; no demuestran señales de tener sentimientos de
soledad o ansiedad cuando cambian de cuidador. Si nos enfocamos en el nivel cognitivo,
estos niños tienden a mostrar algunas fallas importantes en el funcionamiento intelectual –
particularmente en el área del lenguaje. En forma semejante, presentan una severa
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deficiencia en la regulación de sus impulsos agresivos y en su capacidad para modular sus
respuestas ante la frustración y las experiencias de displacer.
Por lo que toca al llamado apego interrumpido, se trata de un trastorno que está íntimamente
relacionado con experiencias de separación o pérdida de la madre (o la figura sustituta),
siendo un problema temporal en el primer caso y definitivo en el segundo. Las experiencias
de separación pueden variar enormemente en relación al impacto psicológico que provocan
en el niño; por una parte, si la separación se lleva a cabo en forma gradual y moderada
puede incluso estimular el desarrollo psicológico del infante; o, por el contrario, si son
bruscas y prolongadas pueden despertar una ansiedad de tal magnitud que los mecanismos
defensivos del niño queden copados, lo que puede traes consecuencias muy negativas en
su desarrollo y afectar su capacidad para formar relaciones emocionales con los demás.
En el Manual Diagnostico de los Trastornos Mentales se menciona por primera vez los
trastornos reactivos del apego hasta el DSM-III, descripción que se mantiene en el DSM-IIIR, donde s e les ubica entre los ―otros trastornos de la infancia‖, caracterizados por un
desarrollo físico y emocional deficiente directamente atribuible a un cuidado inadecuado de
la madre, en los que se representan severas deficiencias en la capacidad del infante para
iniciar o responder la mayoría de las interacciones sociales, que se manifiestan, por ejemplo,
en la incapacidad para seguir con la mirada a la madre, en la ausencia de vocalizaciones, en
la apatía y la falta de espontaneidad. Asimismo se externaliza mediante una sociabilidad
indiscriminada y una excesiva familiaridad con los extraños, por una ganancia insuficiente de
peso –muy por debajo de lo esperado para su edad.
Por su parte, el DSM-IV (1994) considera que los trastornos de apego obedecen a una
crianza claramente patológica que puede adoptar la forma de desatención persistente de las
necesidades emocionales básicas del niño relativas a su bienestar, estimulación y afecto, o
bien debido a cambios repetidos del cuidador primario. Este Manual… divide a los trastornos
reactivos del apego en dos subtipos: en el primero, del tipo inhibido, en el que la alteración
dominante de la relación social reside en la incapacidad persistente para iniciar la mayor
parte de las relaciones sociales y responder a ellas de modo adecuado al nivel del desarrollo
del sujeto; y en el segundo, de tipo desinhibido, donde la relación social consiste en una
sociabilidad indiscriminada o una falta de selectividad en la elección de las figuras de apego.
Hemos encontrado en la literatura el reporte de cuatro casos de infantes que reunían los
criterios para ser diagnosticados con este tipo de trastorno del apego, sin embargo, en ellos
se encontraron otras alteraciones que podrían ser clasificadas como de un Síndrome de
desarrollo atípico, por lo que recomendaron profundizar en la sensibilidad y especificidad de
los criterios diagnósticos, incluyendo una historia detallada de los problemas del desarrollo;
así como la revisión de la etiología y las inconsistencias de la Organización Mundial de la
Salud: la ICD-10. Estos autores consideran que el término ―Síndrome del maltraído‖ podría
ser más preciso, ya que tanto los clínicos como los investigadores están de acuerdo en que
se trata de niños que han sufrido diversos tipos de abuso, indiferencias o disrupciones
frecuentes en los cuidados primarios básicos, por lo que presentan una gran variedad de
alteraciones y relatos en el desarrollo físico, cognoscitivo y socioemocional.
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Por su parte, Zeanah, Mammen y Liberman (1993) proponen cinco tipos de trastornos del
apego, debido a las limitaciones del DSM-IV y del ICD-10, que pueden ser diagnosticados
entre el primero y cuarto años de la vida, basados en la conducta del infante en la presencia
de al menos una figura de apego.
Los cinco tipos que proponen: Tipo I. Desapego, que más que un trastorno en el balance
exploración/seguridad, representa una falla en el desarrollo de una figura de apego preferida
(corresponde al trastorno descrito por Lieberman y Pawl, en 1988). El tipo II, apego
indiscriminado, guarda cierta correspondencia con el apego desinhibitorio del DSM-IV e ICD10; el niño o niña presenta un desequilibrio en las funcione s de exploración/seguridad al no
regresar con la figura de apego en un medio ambiente desconocido, así como tampoco
buscarla cuando tiene miedo o ansiedad. El Tipo III lo denominan apego inhibido. El Tipo IV
es el apego agresivo, y el de Tipo V es el apego de inversión de roles. Estos autores señalan
que esta tipología necesita ser validada en la práctica clínica, al igual que deben describirse
otros tipos de trastornos o desórdenes del apego que ellos no contemplan, como son las
posiciones extremas del apego evitante, resistente y desorganizado. Es fundamental para el
clínico distinguir entre los trastornos del apego per se de otros tipos de trastorno o
desordenes del apego que ellos no contemplan, como son las posiciones extremas del
apego evitante, resistente y desorganizado. Es fundamental para el clínico distinguir entre
los trastornos en donde el apego inseguro o ansioso contribuye, ya sea de manera
específica o inespecífica.
La utilización del tipo de apego como un índice diagnostico temprano es una opción muy
eficaz para detectar oportunamente situaciones de vulnerabilidad o riesgo psicológico en el
infante; por otra parte, la Teoría del apego al ser al mismo tiempo normativa y prospectiva,
está demostrado ser específica y altamente predictiva –en el sentido probabilístico del
términos- de conductas posteriores, algunas de ellas psicopatológicas –si bien sabemos que
las manifestaciones de la patología pueden ser muy diferentes en las distintas edades.
En la actualidad se piensa que incluso los rasgos más normales del desarrollo sufren una
serie de transformaciones considerables a lo largo de os años; de hecho, esta ha sido una
idea que ha ganado fuerza al observarse la paradoja de la discontinuidad del desarrollo
dentro de una continuidad evolutiva, donde el tipo de apego a los doce meses predice el tipo
de apego que veremos a los dieciocho meses, y este último nos informa sobre la
frustrabilidad, la persistencia, la cooperatividad y la capacidad de entusiasmo en la tarea a
los veinticuatro meses, que a su vez nos predicen la competencia social que tendrá en la
edad preescolar, y la autoestima, la empatía y la conducta en el salón de clases de acuerdo
con la revisión de estudios llevada a cabo por Stern (1985).
Por otra parte, el estudio longitudinal de Main y Cassidy (1988) mostró que las
clasificaciones ABCD del apego en la infancia predecían cuatro patrones específicos de
reunión con la madre a los seis años de edad. De la misma manera, Grossman y Grossman
(1991)n Suess et al. (1992), y Urban et al. (1991) han observado que los niños con un apego
seguro –tanto en las familias de clase baja como en las de clase media- muestran, dentro de
su grupo de pares, mayor concentración en el juego, mayor número de expresiones de
afectos positivos, mayor competencia social y mayor resiliencia del Yo, en comparación con
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los otros niños con apego inseguro. Estas diferencias a favor de los niños con apego
inseguro. Estas diferencias a favor de los niños con apego seguro continúan observándose
hasta los diez años de edad.
Asimismo, el Método de la Situación Extraña ha permitido la relación de estudios de tipo
transcultural en diversos países, trabajos que han enriquecido el debate de significados
universales versus significados específicos para cada cultura. Inicialmente, las diferencias
fueron interpretadas en términos exclusivamente culturales. Por ejemplo, Grossman et al.
(1985) replicaron en Alemania del Norte el estudio realizado en Baltimore y pudieron
corroborar las correlaciones encontradas por Ainsworth y sus colegas entre las
clasificaciones obtenidas por los infantes en la Situación Extraña y la sensibilidad de las
madres para responder a las señales de sus bebés; encontraron, además, que en su
investigación había una sobrerrepresentación de los infantes con apego evitante (grupo A),
lo cual fue interpretado por ellos como un valor de la cultura alemana que favorece o
promueve la independencia del infante muy tempranamente, más que como un indicador de
rechazo materno. Sagi et al. (1985) por su parte, en su estudio realizado con infantes criados
en un Kibbutz en Israel, encontraron que había un contingente mayor de ellos con un apego
del tipo ambivalente/resistente (grupo C), en las observaciones realizadas con sus madres y
sus padres. En este caso los resultados fueron explicados en términos de una elevada
ansiedad ante el extraño, más que en términos de inseguridad. En formas semejantes, se
encontró una sobrerrepresentación del grupo C en una muestra estudiada en el Japón por
Miyake et al. (1985), situación que fue correlacionada con el temperamento neonatal y con
tipo de interacción madre-infante. Bretherton (1992) ha señalado que estas explicaciones no
están basadas en una evaluación sistemática de las creencias, actitudes parentales y
prácticas de crianza determinadas por la cultura.
La distribución obtenida por Ainsworth et al. (1978) en los Estados Unidos de Norteamérica
con 106 díadas materno-infantiles, ha servido de base para las comparaciones con otros
países, por lo que se le considerara como una muestra estándar. Estos autores encontraron
un 20% de infantes con apego evitante, un 70% con apego seguro, y un 10% con apego
ambivalente/resistente. Por otra parte, van Ijzendoorn y Kroonenberg (1988) llevaron a cabo
un meta-análisis de los resultados de evolución con la Situación Extraña en las que
influyeron 2000 calificaciones obtenidas en ocho países diferentes. La muestra de los
Estados Unidos de Norteamérica incluye el mayor numero de díadas: 1230; mientras que la
muestra menor es la de China, con claramente la clasificación más frecuente en todas las
distribuciones. Al comparar la distribución global, se encontró que los países europeos –
Alemania, Inglaterra, Holanda y Suecia- obtuvieron un mayor porcentaje de apego evitante
(grupo A), y menor en la categoría del apego resistente (grupo C); observándose lo contrario
en el caso de las muestras de Israel y Japón. En China se encontró la misma proporción de
apego evitante que de apego resistente (20% en ambos), mientras que la proporción de
apego seguro fue la más baja (50%) de los ocho países considerados. La muestra global de
Estados Unidos de Norteamérica se acerca a la encontrada por Ainsworth, con un
porcentaje de apego evitante de 21%, con un apego seguro del 65%, y un apego resistente
del 14%, lo cual resulta prácticamente idéntico a la medida global de los países restantes,
que obtuvieron el 20, 65 y 14 por ciento, respectivamente.
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En el caso de México, a través de la investigación pionera –y hasta hoy, única- realizada con
el Método de la Situación Extraña (ver Lartigue y Vives, 1992; Córdova et al; 1994) en el
Instituto Nacional de Perinatología ubicado en el Distrito Federal, con 38 díadas maternoinfantiles, encontró una distribución de 16% de apego evitante, un 79% de apego seguro, y
sólo un 5% de apego resistente; distribución, por cierto, muy semejante a la encontrada en
Suecia –donde se estudiaron 51 díadas y se encontró una distribución de 22, 75 y 4 por
ciento, respectivamente. La sobrerrepresentación del apego seguro en el estudio mexicano
pudo deberse a la atención que recibieron estas madres durante sus respectivos embarazos
por parte de un equipo interdisciplinario (nutrición, psicología, medicina), lo cual es posible
que haya influido en la capacidad de maternaje de este grupo –incluso alginas de ellas
recibieron psicoterapia durante la gestación y en el postparto inmediato (ver Vives y Lartigue,
1994).
Cabe destacar que en los casos en los que se incluyó a la abuela al término del
procedimiento con el Método de la Situación Extraña –como un episodio que se agregó
adicionalmente y que también fue videograbado- se observó que las abuelas estimulaban a
los bebés con una interacción más activa y rica en la expresión verbal y no verbal, mientras
que las madres las contemplaban a la distancia con una actitud más bien pasiva. Al parecer
las abuelas buscaban provocar una respuesta clara de aceptación por parte de los bebés,
sin incluir a la madre. Córdova (1995) señala que aún resta por llevar a cabo un análisis más
detenido de la sintonía afectiva que las abuelas pueden lograr al interactuar con sus nietos.
Podría suponerse a priori que algunas de estas madres tuviesen una tendencia a delegar
sus funciones en sus propias madres; sin embargo, los datos obtenidos son insuficientes
para determinar si la presencia de las abuelas son un factor de protección –como un
sustituto materno funcional- o bien un factor de riesgo al actuar como un elemento
competitivo y desplazante de la atención materna en el desarrollo del apego del infante.
IV.- La entrevista de Apego Adulto. Representaciones mentales y estudios de
concordancia intergeneracional.
Uno de los principales postulados de la Teoría Psicoanalítica es la existencia de una
concordancia intergeneracional en los patrones de relación (Freud, 1940; Bowlby, 1969,
1973, 1980; Fraiberg et al., 1975; Emde, 1988; Zeanah et al., 1993), debido a que el vínculo
temprano con la madre se internaliza y se activa posteriormente cuando se reedita y revive
en otras relaciones significativas, con las que se repite el modelo vincular original-como se
aprecia en las relaciones de pareja y en el vinculo emocional que se establece con los hijos,
si bien no como un determinante invariable. Este fenómeno puede comprobarse
cotidianamente en el tratamiento psicoanalítico donde el modelo vincular incorporado se
externaliza en la repetición transferencial de dicha modalidad relacional con el o la analista
(Lartigue y Córdova, 1994).
Son diversas las hipótesis psicoanalíticas que se han formulado para explicar la influencia
del mundo representacional de los padres y los abuelos –e forma preponderante, la historia
personal de la madre- en el desarrollo y la estructuración psíquica de un nuevo ser. Fraiberg
y et al. (1975), por ejemplo, han enfatizado la importancia que los fantasmas tienen en toda
crianza, visitantes de un pasado no recordado por los padres –huespedes no invitados al
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bautizo- que en algunas familias aparecen en escena en momentos inesperados, en los
cuales padres e hijos se descubren a sí mismos protagonizando papeles de obras del
pasado. En otras familias, por el contrario, son huéspedes permanentes en dos o tres
generaciones consecutivas, que claman por el cumplimiento de la tradición y por sus
derechos de pertenencia. Para esta autora, estos fantasmas son los que determinan la
necesidad de repetición de los conflictos pasados de los padres –no resueltos- que, en el
presente, interfieren en la relación con los hijos. Selma Fraiberg concede gran importancia a
los mecanismo defensivos que emplean gran importancia a los mecanismos defensivos que
emplean los padres para combatir las dificultades pasadas, y señala que la denegación del
afecto asociado con el trauma y la identificación de la víctima con el agresor, son las dos
modalidades defensivas más utilizadas por los padres que maltratan a sus hijos, y que son
incapaces de resistir, de oponerse a la necesidad de infringir su propio dolor y las
transgresiones de su infancia sobre su propio hijo. Por su parte, Fonagy et al. (1993) piensan
que la cualidad de la representación mental del objeto y de la representación en el Self de la
relación con éste, son dos determinantes importantes en la mecánica de esta transmisión
generacional.
Desde las investigaciones del apego, las contribuciones más importantes provienen de
estudios realizados con familias de la clase media de países desarrollados (Inglaterra,
Canadá y los Estados Unidos de Norteamérica); la mayoría de ellas conformadas de
acuerdo al modelo nuclear-conyugar. En los estudios longitudinales se ha explorado con
gran rigor metodológico la relación existente entre las representaciones mentales de las
experiencias infantiles de los padres, así como el grado de coherencia de sus relatos (a
través del Método de la Situación Extraña). Un apego seguro a los padres durante la primera
infancia es lo que se ha identificado como una influencia primordial en la evolución de su
adaptación psicológica al medio ambiente; asimismo, la cualidad del vínculo materno-infantil
se considera un factor determinantes del subsiguiente desarrollo social, cognoscitivo y
emocional. Además, han demostrado que existe una marcada continuidad en la seguridad
del apego en tres generaciones –vinculo mantenido probablemente por la cualidad estable
de la relación padre-hijo (a), madre-hijo (a).
Una investigación complementaria a las aportaciones de J. Bowlby y M. Ainswoth, tuvo que
ver con el estudio del comportamiento de apego en el adulto. George, Kaplan y Main (1984)
idearon la Entrevista de Apego Adulto que, aplicada a las madres o a los padres, o ambos,
durante el embarazo o en los primeros meses de vida del infante, permite validar y entender
los modelos internos de trabajo y los estados mentales que son parte fundamental de la
Teoría de Apego. La prueba consiste en una entrevista clínica, semiestructurada, que
focaliza las tempranas experiencias de apego de los padres y sus efectos. Se les pide a las
personas en quienes se aplica que expliciten cinco adjetivos que describan sus relaciones
con cada padre durante la infancia; también se les solicita que relaten los recuerdos durante
la infancia; también se les solicita que relaten los recuerdos que fundamentan o apoyan la
elección de cada adjetivo. Posteriormente, se les interroga si se sintieron rechazados
durante su niñez y si se sentía más cercanos al padre o a la madre, y las razones de lo
anterior; además, se les pregunta si consideran que estas expriencias pudieron haber
influido en el desarrollo de su personalidad. La técnica empleada ha sido descrita como una
forma de ―sorprender al inconsciente‖, ya que una rápida revisión del formato de la entrevista
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muestra que él o la interrogada tiene amplias oportunidades para contradecirse, o para no
estar en condiciones de poder fundamentar los adjetivos. Las entrevistas, de una hora de
duración, son transcritas verbatim y un grupo de jueces las evalúan exclusivamente desde la
perspectiva del lenguaje, el discurso. En un estudio de Main2 se presentan las escalas que
permiten inferir las experiencias con los padres, así como las escalas de los estados
organizados de la mente, al igual que las escalas de los estados desorganizados. Esta
autora señala que en el estudio longitudinal de seis años (mencionado en el apartado
anterior) se identificaron cuatro posibles clasificaciones que se había hecho de la conducta
de apego de los infantes al año de edad, medida con el Método de la Situación Extraña. La
correspondencia entre ambas clasificaciones es la siguiente: padres autónomos con hijos
con apego seguro; padres distantes con infantes con apego evitante; padres preocupados
con infantes con apego ambivalente/resistente; y padres desorganizados con infantes con
apego desorganizado (Main, 1995).
Las cuatro categorías de madres y padres tipificadas en este estudio son las siguientes:
1. En primer término, los padres denominados como autónomos/seguros(F), que se
caracterizan por su libertad para responder a las señales de apego de sus bebés en
virtud de que no están bloqueados por conflictos sin resolver de sus propias infancias.
También se le denomina ―padres balanceados‖, debido a que son capaces de
equilibrar con éxito sus necesidades de apego con su capacidad para llevar a cabo
actividades independientes. Las transcripciones de las entrevistas mostraban una
presentación con una gran consistencia interna, que a la vez eran clara, relevantes y
sucintas.
2. En segundo lugar, están los padres calificados como rechazantes/apartados,
distantes (D), quienes presentan ciertas dificultades para identificar y comprender las
necesidades de sus bebés, debido a que no han podido elaborar o resolver la
experiencia infantil de rechazo por parte de sus propios padres y, consecuentemente,
se encuentran aparentemente insensibles a las señales de sus infantes. Manifiestan
también dificultades para recordar sus experiencias tempranas. Su modelo interno de
trabajo está referido a un Self separado de los otros, especialmente en situaciones
de stress y necesidad, por lo que tienden a rechazar la ayuda que se les trata de
proporcionar, por ejemplo, a través de una psicoterapia. Los padres con este tipo de
perfil pueden llevar una vida normal, si bien son susceptibles de aparecer como con
un falso self. En un extremo, pueden presentar trastornos derivados de
personalidades narcisistas, evitantes, y esquizoides (Biringen, 1994). Las entrevistas
con estos padres mostraron que presentaban una colaboración de tipo superficial, con
contradicciones internas más que falsas.
3. En tercer lugar, encontramos a los padres embrollados/preocupados (E), quienes
suelen brindar una imagen inconsciente, turbia y confusa a sus bebés; y, con
frecuencia, llegan a presentar conductas que frustran las necesidades de apego de
sus hijos. Suelen experimentar una intensa rabia y resentimiento en sus relaciones
debido al miedo y a las constantes dudas sobre la disponibilidad y capacidad de
2
Trabajo descrito en un libro editado por la autora, de próxima aparición bajo la firma de la Cambrige Press de
Nueva York, cuyo título provisional es Evaluación del apego a través del discurso, dibujo y de las situaciones de
reunión.
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respuestas de sus propias figuras de apego, por lo que presentan una gran
ambivalencia con agresión y angustia hacia dichas figuras. Generalmente, estos
padres muestran mayor malestar psicológico que los padres distantes. En las
entrevistas se identifican por una tendencia a mezclar las interacciones pasadas con
las del presente, debido a que las entrevistas suelen ser excesivamente largas.
4. Finalmente, en cuarto término, están los padres de tipo desorganizados/melancólicos,
que presentan semejanzas con el modelo del cuidador compulsivo descrito por
Bowlby (1980), y que son los que no han podido elaborar el duelo consecutivo a la
pérdida de una figura de apego, que presentan conductas de pánico o terror
repentino, y que tienden a invertir los roles en las relaciones y pesadumbre (Biringen,
1994). También se ha observado que los lapsus que presenta este tipo de padres en
sus comunicaciones, correlacionan con los indicadores de estados disociados (Main
et al., 1993).
En la investigación de Fonagy et al. (1991, 1993), realizadas en Inglaterra con cien parejas,
encontradas que la distribución de las clasificaciones de los padres a través de la Entrevista
de Apego Adulta realizada durante el último trimestre del embarazo, fue la siguiente: el 60%
de las madres y el 66% de los padres fueron evaluados como seguros (F); el 25% de las
madre y el 24% de los adres fueron distantes (D); el 15% de las madres y el 10% de los
padres calificaron como preocupados (E). También encontraron que debido a que había una
distribución muy similar entre padres y madres, el estatus del tipo de apego adulto no podía
ser utilizado para predecir el estatus del apego entre los esposos. Estos autores, a través del
Método de la Situación Extraña –realizado a los doce meses con la madre y a los dieciocho
meses con el padre- obtuvieron los siguientes resultados: en el momento de la primera
reunión, un 78% de los infantes que obtuvieron una calificación de apego seguro, tenían
madres que también había sido calificadas como seguras (F); y un 72% de infantes
inseguros tenían madres que también habían sido evaluadas como in seguras (D y E). De
estos resultados, los autores concluyeron que los infantes cuyas madres tenían
representaciones mentales de relaciones pasadas clasificadas como inseguras, aparecieron
con un gran riesgo de desarrollar, durante el primer año de vida, un apego de tipo inseguro
hacia ellas. Respecto de los padres autónomos, calificaron como evitantes o resistentes en
el momento de la reunión, en contraposición al 50% de los infantes de padres distantes o
preocupados.
Para ambos padres, la asociación más fuerte tuvo lugar entre padres e hijos seguros y entre
padres distantes e hijos inseguros. Por su parte, la categoría de padres preocupados sólo
apuntó a una mayor inseguridad en el infante. La categoría de padres desorganizados no fue
usada. Los autores también señalaron que la incoherencia en la forma y el contenido de la
entrevista fue el más claro indicador pronóstico de inseguridad en los infantes a los doce y
dieciocho meses de edad.
Benoit y Parker (1994), por su parte, realizaron una investigación similar en Toronto,
Canadá; sin embargo, en su estudio aplicaron en dos ocasiones la Entrevista de Apego
Adulto a 96 madres de raza blanca. La primera aplicación fue durante el último mes del
embarazo, y la segunda se llevó a cabo dos o cuatro semanas antes de la aplicación del
Método de la Situación Extraña con sus infantes a los doce meses de edad. En este estudio,
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los autores incluyeron a las abuelas maternas a las que se les aplicó la misma Entrevista de
Apego Adulto en cualquier momento en el que se les encontró disponibles en el curso del
año que duró la investigación. Benoit y Parker encontraron una estabilidad de 90% entre la
primera y la segunda clasificación, utilizando la calificación de tres categorías; y de 77%
cuando usaron la calificación de cuatro. La clasificación durante el embarazo predijo el
apego del infante en el 81% de los casos –con la clasificación de tres categorías. La
clasificación de las relaciones de apego de las abuelas correspondió en un 75% con la
calificación del infante. Como conclusión, los autores concluyeron que existe un modelo de
transmisión del apego –como lo pensaba Bowlby en 1980- en el que puede transmitir a
través de tres generaciones un ―estado de la mente‖ que es comunicado al hijo o a la hija a
través de la conducta materna, en especial la manera o la forma de responder de la madre
en situaciones de stress –que es cuando se activa el sistema de apego.
Otro estudio longitudinal en el que se establecieron las correlaciones entre la Entrevista de
Apego Adulto y la del Método de la Situación Extraña es el realizado por Ward y Carlson
(1995) en Nueva York, en 74 díadas materno-infantiles. Las madres, todas ellas primíparas,
controlaban con una edad promedio de 16.5 años en el momento del nacimiento del infante,
y fueron entrevistadas en el tercer trimestre de la gestación. Posteriormente, cuando los
bebés contaban con tres y nueve meses de edad, fueron observados en una sesión
inestructurada de juego, y a los quince meses se efectuó el registro de la Situación Extraña.
Encontraron que, en términos generales, las adolescentes s e mostraron más reticentes a
realizar la entrevista que las adultas; al mismo tiempo, obtuvieron una correspondencia entre
el apego materno y el apego del infante en el 78% de las díadas (utilizando la clasificación
de apego seguro versus apego inseguro), y una concordancia exacta por grupo en el 68%.
Las madres clasificadas como autónomas mostraron mayores niveles de sensibilidad ante
sus infantes a los tres y a los nueve meses, que las madres de los otros tres grupos.
Fonagy et al. (1993), al tratar de explicar los resultados encontrados en su investigación en
relación a la causa por la que los rasgos cualitativos de las narraciones de los padres de su
propia infancia proveen un indicador de su potencial para establecer relaciones seguras o
inseguras con sus hijos, destacan cuatro etapas o fases en este proceso. Postulan, en
primer lugar, que las conductas defensivas que pueden discernirse en las reacciones del
infante bajo condiciones de estress tienen su origen en las estrategias defensivas utilizadas
por sus padres. De esta manera, cuando el balance de la experiencia del bebé está cargada
hacia los términos del displacer (debido a las fallas de la madre, por sus manejos
defensivos, para reconocer las circunstancias o los determinantes de su malestar, o a causa
de una falla para responder a los afectos negativos despertados), persisten la ansiedad y
cólera del infante. Como el infante no puede confiar en su madre para responder a las
señales de sus estados afectivos negativos y, por consiguiente, ésta no puede ayudarle a
reducirlos, él tiene que recurrir a estrategias conductuales propias para disminuirlos. Dichas
estrategias, accesibles en una forma rudimentaria, forman parte del programa genético de
acciones de autoprotección –que anteceden a los mecanismos defensivos psíquicos- como
son las conductas de evitación, de pelea y de congelación emocional, que generalmente le
resultan perjudiciales u ofensivas para sí mismo.
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Por otra parte, la elección de una conducta defensiva específica puede estar determinada
tanto por la naturaleza de la interacción del infante con su madre, como por su
temperamento; sin embargo, estos autores consideran que el infante internaliza la cualidad
defensiva de las reacciones parentales a sus señales afectivas, lo que s e manifiesta de una
manera concordante en las conductas de reunión. Este punto de vista, elabora un viejo
concepto de Anna Freud (1965), quien señalaba que, en el periodo preverbal, los conflictos
externos con el medio ambiente prefiguran el modo y los mecanismos que, posteriormente,
van a tratar de regular el conflicto.
En segundo lugar, estos autores encuentran que los padres que son incapaces de demostrar
sintonía afectiva, entonamientos de comunión o capacidad de sincronía con sus bebés; que
repetidamente fallan en responder de manera apropiada a los tempranos y rudimentarios
intentos de comunicación de sus hijos, los fuerzan a adoptar estrategias defensivas que
favorecen esta vulnerabilidad. Esto se puede advertir con claridad en los momentos de
reunión con el objeto primario durante los cuales recurre a estrategias defensivas que nos
hablan de experiencias dolorosas, de repetidas alteraciones en la comunicación, y de fallas
en el cuidador para percibir el estado mental de su infante.
En tercer lugar, Fonagy et al. Señalan que la capacidad reflexiva del self juega un papel
fundamental en la paternidad; la madre en términos psicológicos en lugar de emplear
descripciones físicas, y que es capaz de respetar el mundo psicológico emergente y
vulnerable de su infante, así como de reducir al mínimo las ocasiones en las que las
necesidades del niño lo obligarían adoptar estrategias defensivas, es la que promueve un
apego seguro. En su investigación, los autores encontraron que esta capacidad reflexiva del
self –medida a través de la Escala del Self Reflexivo (RSS)- mostró la asociación más
importante con el apego seguro que cualquier otra medida, y fue el predictor más potente
que cualquiera de las demás escalas de la Entrevista de Apego Adulta. En aquellas adres
que obtuvieron los mayores puntajes, sus hijos mostraron menos conductas de evitación y
mayor mantenimiento del contacto. De estos hallazgos deducen que la capacidad parental
para identificar apropiadamente los estados psicológicos del bebé, juega un papel crucial en
el desarrollo emocional del infante. Lo contrario aparece muy claramente ilustrado por Laing
y Esterton (1964), quienes muestran la incapacidad que presentan estas madres para
comprender y conocer a sus hijas psicóticas, situaciones en donde las narraciones de
ambas muestran dos historias totalmente diferentes.
Señalan, por último, que existe una interdependencia entre la capacidad de comprenderse a
sí mismo y la capacidad de comprender al otro, por lo que a mayor capacidad reflexiva del
self en el niño. Encontraron que, durante los primeros años, las experiencias mentales que el
infante tiene acerca de sí mismo las adquiere a través de la observación de sus objetos,
lográndose de esta manera, la intersubjetividad; este compartir estados internos continúa
hasta que tiene lugar la conciencia del ―tercero‖ –que introduce la problemática del Complejo
de Edipo en la psique infantil. Las capacidades reflexivas de los padres contribuyen, de esta
manera, a desarrollar la capacidad del infante para organizar sus defensas, controlar sus
afectos, y lograr la constancia objetal. Fonagy amplía estas formulaciones en trabajos
posteriores (1995, 1997) en donde plantea que las experiencias tempranas de apego de
cada padre contribuyen a crear un modelo de relación –que afecta, a todas las demás
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relaciones- incluyendo la capacidad para responder de manera sensible a su hijo (a). Esta
capacidad afecta, a su vez, la seguridad del apego del infante a cada uno de ellos. Desde su
perspectiva, lo que distingue a los individuos con resiliencia de los que han sido seriamente
dañados y continúan dañando, es la capacidad para reflexionar sobre su experiencia mental,
posiblemente al permitir que su hijo o hija pueda modificar sus modelos internos negativos
de trabajo en sus relaciones posteriores. Sin embargo, en otros casos esta capacidad
reflexiva puede ser inhibida como una manera de defender al self en desarrollo en contra del
abuso y del maltrato. Los orígenes de la organización bordeline de la personalidad podrían
originarse como una distorsión de esta capacidad de reflexión.
Otra forma de tipología es la propuesta por Rahael-Leff (1994) quien distingue dos tipos de
orientación en la madre: una actitud calificada como ―facilitadora‖, en la que la madre se
adapta a las necesidades del bebé y donde es capaz de gratificarle en virtud de que puede
identificarse con su propio self-bebé, vulnerable e idealizado; la otra, denominada
―reguladora‖, en la cual la madre espera que sea el bebé quien se adapte a sus
necesidades: se trata de un tipo de madre que controla y socializa a su bebé al que identifica
con sus propios aspectos necesitados y salvajes, denigrados o repudiados (ver Lartigue,
1996).
Pr otra parte, las investigaciones paralelas de M. Mahler (1968) han venido a dar un
complemento importantísimo a las Teorías del Apego, en virtud de los descubrimientos
realizados en torno de la etapa de simbiosis y las diversas subfases por las que transita la
posterior etapa de separación- individuación, hasta culminar con la autonomía del sujeto.
Siguiendo las ideas de esta investigadora, Emde (1980) realizó la profundización de estos
estudios, expandiéndolos posteriormente con el concepto de disponibilidad materna.
Por su parte, en Europa merece la pena destacar, en forma muy relevante, las
investigaciones llevadas a cabo por S. Lebovici (1983) y B. Cramer y F. Palacio-Esparsa
(1993), quienes han contribuido en forma considerable al estudio de la díada madre-infante.
V. Aportaciones de la Teoría del Apego a otros campos y disciplinas. Nuevas
direcciones y aplicaciones
Una de las aportaciones más importantes de la Teoría del Apego tiene que ver con la nueva
mirada que ha ofrecido sobre algunos campos del desarrollo y la psicopatología, como son
el vasto campo del desarrollo de los patrones de alimentación infantil, sus desviaciones y los
cuadros psicopatológicos a los que da lugar; el territorio de las formas interaccionales y el
proceso de la comunicación interpersonal; el desarrollo emocional y afectivo, así como las
formas de su modulación y las posibilidades de expresión –o bloqueo- de estos diversos
contenidos emocionales que transitan y colorean los aspectos simbólicos, la percepción, la
memoria, la evocación y las inescapables fabulaciones a que dan lugar. En este apartado
abordaremos algunas de las contribuciones que la Teoría del Apego ha hecho en los
siguientes campos:
1.- El apego a través del ciclo de la familia.
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La relación madre-hijo (a) es uno de los campos en donde la Teoría del Apego ha sido
especialmente fructífera en brindar explicaciones acerca de cómo interactúan los estados de
la mente de la madre, su estilo de maternaje y el desarrollo socioemocional del infante. Se
requiere, sin embargo, continuar con el estudio de cómo se desarrolla el apego con el padre
(o su figura substitutiva), al igual que con los hermanos (as) y con los abuelos (as).
Asimismo, el tipo de apego que desarrollan los infantes criados en una familia extensa, o el
que tienen quienes se encuentran a cargo de múltiples cuidadores; en forma similar, falta
aún estudiar el tipo de apego que se forma en las familias reconstruidas.
Por otra parte, a partir de la década de los setenta, se observó que esta teoría era de gran
utilidad para explicar las reacciones de duelo en los adultos ante la pérdida, o bien ante una
separación matrimonial. Asimismo, s e le ha empleado para estudiar las relaciones de
pareja, encontrándose que los individuos que se describían a sí mismos como seguros,
evitantes o ambivalentes en sus relaciones amorosas, referían también diferentes patrones
en la relación padres-hijos en sus respectivas familias de origen. Se ha estudiado también el
apego de hermanos de mediana edad con sus padres ancianos.
La pregunta central de estas investigaciones es si los vínculos del apego adulto son parte
del desarrollo del apego de la infancia. Esta es una pregunta importante, debido a que la
continuidad entre el apego infantil y el adulto podría proveernos de una explicación tanto del
estilo de las relaciones actuales, como de la psicopatología; al parecer existe una semejanza
en las reacciones emocionales, aunque los elementos perceptuales se hayan modificado.
Asimismo, se han observado que las experiencias emocionales de la infancia tienden a
generalizarse hacia otras figuras en la vida adulta y que los vínculos afectivos de pareja o
filiales, emergen una vez que los padres han dejado de ser las figuras principales de apego.
El debate permanece abierto, por lo que solo nos permitimos recomendar el libro editado
por Parkes, Stevenson- Hinde y Maris (1991), que lleva por título El apego a través del ciclo
vital, cuyas dos primeras partes tratan de responder a esta interrogante.
2.- Psicología del desarrollo.
La teoría del apego ha sido también particularmente útil para estudiar la génesis de cierta
psicopatología del desarrollo, campo donde destacan las investigaciones realizadas en
familias con maltrato infantil; con el síndrome multicarencial (Lieberman y Pawl, 1988); con
madres depresivas (Radke-Yarrow et al., 1994; Goodman et al., 1994); con trastornos de
ansiedad (Manassis et al., 1994); con ansiedad de separación (Hock y Schirtzinger, 1992).
En dos importantes libros titulados, el primero, Avances sobre la Teoría e Investigación
sobre el Apego, editado por Bretherton y Waters (1985), e Implicaciones clínicas del apego,
editado por Belsky y Nezworski (1988) el segundo, se encuentra algunos de los estudios
más representativos de este apasionante campo, en donde se pueden rastrear los orígenes
de la psicología in statu nascendi.
3.- Elaboración de instrumentos y de metodología de investigación.
Un campo especialmente fértil ha sido el de la creación de instrumentos y/o métodos
novedosos para la evaluación del apego, entre los que cabe destacar a los dos ya
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mencionados anteriormente: el Método de la Situación Extraña y la Entrevista de Apego
Adulta. Los criterios para la calificación del primero, originalmente diseñado para infantes de
un año de edad, se han modificado para su aplicación a preescolares de hasta cinco años
de edad. Otros instrumentos inspirados en el Método de la Situación Extraña, son la
Respuesta Vocal Diferenciada que se puede aplicar a los tres meses de edad, en el cual se
graban las vocalizaciones de una persona extraña por otros tres minutos; y, a través de un
método de jueces, se registran y clasifican el número y tipo de vocalizaciones; la situación
de juego libre estructurado con la madre (videograbado) en donde se le dan instrucciones
especificas a la madre para comportarse en las dos situaciones. Asimismo, se diseñó un
método inspirado en la Situación Extraña, sólo que de menor duración, y que es posible
aplicar desde los nueve meses de edad. Este método se conoce con el nombre de Situación
de Reunion/separación y se califica de la misma manera que el de Mary Ainsworh. Consiste
en intercalar entre dos periodos de cinco minutos de juego madre-infante, una situación de
separación que consiste, básicamente, en que l madre se aleja del niño hacia la parte más
distante del cuarto por espacio de tres minutos (Florente López, 1996 la emplea en México).
Para evaluar los modelos internos de trabajo de los padres en la relación actual con su hijo o
hija, se diseñó la Entrevista de Apego Parental. Asimismo, se construyó la Entrevista de
Apego Recíproco como una forma de evaluar el apego hacia una figura del presente o del
pasado inmediato, al igual que otros cuestionarios para valorarlos fenómenos relevantes del
apego (ver Clark, Paulson y Conlin, 1993).
Main (1995), con el fin de evaluar longitudinalmente el apego de los niños a los seis años de
edad (que fueron previamente evaluados con el Método de la Situación Extraña, al año de
edad), empleó la técnica del dibujo de la familia, así como el mostrarle a los pequeños una
fotografía del niño en su familia, al tiempo que los entrevistaba sobre lo que posiblemente
había sentido el niño en ese tiempo, y también sobre cómo se sentía al separarse de sus
padres.
Otros instrumentos que se han creado son la Prueba Pictórica de Ansiedad de Separación
para Adolescentes, adaptada para púberes o latentes; así como la Prueba de Completar
Historias de Apego, para preescolares. En forma semejante, se ha empleado la metodología
del Q sort para evaluar la organización de la conducta de apego durante la infancia y la
adolescencia.
4.- Psicoterapia.
Un capítulo importante tiene que ver con intervenciones psicoterapéuticas que pueden
llevarse a cabo desde estadios muy primitivos de la relación materno-infantil y que resultan
particularmente útiles para corregir las distorsiones o alteraciones que se presentan desde el
momento mismo en el que se inician.
a) Psicoterapia del binomio madre-infante. Esta es una forma de tratamiento cuyo objeto
de intervención es la interacción, tanto fantasmática como manifiesta, de la madre con
su bebé. Desde la Teoría del Apego, cabe destacar el trabajo desarrollado por Selma
Freibeg y los miembros del Programa Padre-Hijo de Sn Francisco, Cal., en los Estado
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Unidos, entre los que se encuentran Lieberman, Pawl y Weston. En este enfoque, la
meta terapéutica es relacionar las interacciones presentes de la madre con su hijo,
con las relaciones pasadas de la madre con su familia de origen; con este objetivo en
mente, se le anima a explorar sus propios patrones de apego como una manera de
comprender el comportamiento actual de su bebé. La transferencia se interpreta en el
contexto de la relación madre-hijo, en lugar de la relación con el o la psicoterapeuta.
Los principales progresos que se obtienen al explorar las relaciones tempranas de la
madre tienen que ver con el incremento de su sensibilidad para responder
adecuadamente a las distintas señales y necesidades de su infante (ver Minde y
Hesse, 1996).
b) Psicoterapia de la pareja. En este tipo de intervención terapéutica se focalizan los
modelos internos de trabajo que tienen internalizadas las figuras de apego –
representaciones complejas y dinámicas de sus propias relaciones tempranas, que
operan a diferentes niveles del sistema de memoria del individuo. En este tipo de
modalidad terapéutica, se invita a los padres a efectuar una revisión crítica de dichos
modelos internalizados con el fin de examinar la influencia que los patrones de apego
del pasado tienen sobre las relaciones que los patrones de apego del pasado tienen
sobre las relaciones actuales –trabajo a través de la transferencia. West y
colaboradores apoyan el punto de vista de Bowlby quien conceptualiza al terapeuta
como una figura de apego que puede ayudar a los padres a realizar el trabajo de
duelo por pérdidas acumuladas relacionadas con la muerte, separación o maltrato por
parte de los cuidadores. Biringen (1994), por su parte, recomienda llevar a cabo la
Entrevista de A pego Adulto antes de iniciar la psicoterapia, con el fin de identificar el
tipo de apego de la pareja hacia sus propios padres.
c) Psicoterapia de la familia. Bowlby, desde 1949, consideraba que la psicoterapia
familiar era un método efectivo cuando las intervenciones de la psicoterapia familiar
era un método efectivo cuando las intervenciones de la psicoterapia individual
fallaban o cuando la relación didáctica no había sido suficientemente explorada. Este
enfoque permite la observación del grado en el que los miembros de una familia –
nuclear o extensa- pueden asumir un rol o fungir como una ―base segura‖ para sus
propios componentes. La posibilidad de observar la dinámica familiar, así como las
manifestaciones transferenciales entre los individuos que la componen, proporciona
una información muy valiosa sobre las relaciones de apego en la red familiar. Entre
los terapeutas familiares que utilizan los conceptos de la Teoría del Apego, se pueden
mencionar a Byng-Hall, en Inglaterra; y a Marvin y Stewart, en los Estados Unidos de
Norteamérica. También deseamos dejar constancia de las frecuentes similitudes
existentes entre las clasificaciones de Minuchin (1974), y las que derivan de la Teoría
del Apego, debido a que ambas se basan en la Teoría General de Sistemas (von
Bertalanffy, 1968).
d) Psicoterapia infantil. Es frecuente que se utilice preferentemente la Teoría del Apego
en el tratamiento de niños maltratados, en cualquiera de sus modalidades: rechazo,
abuso sexual o físico, e indiferencia; infantes en los que pueden apreciarse las
repercusiones debidas a la presencia de fallas importantes en el proceso de
maternaje y paternaje. Se han descrito con detalle los trastornos en la identidad, la
baja autoestima y la imagen corporal negativa que suelen observarse en estos niños
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maltratados, así como la tendencia a la repetición generacional tanto del trauma como
de los trastornos del apego.
e) Psicoterapia familiar múltiple. Se han instrumentado grupos de autoayuda a los que
asisten varias familias conjuntamente, con el fin de brindar un espacio para aquellos
casos de padres que maltratan a sus hijos y que desean encontrar alternativas para
ofrecerles una crianza más adecuada a sus hijos. Existen también grupos de
autoayuda cuya finalidad está centrada en tratar de disminuir las respuestas violentas
en los padres.
f) Psicoterapia individual. La posibilidad de entender los patrones del apego durante la
infancia, ha permitido una mejor comprensión de las diversas modalidades que puede
presentar el fenómeno de la transferencia –y su correlato contratransferencial-, ya que
dichos patrones se activan en el transcurso de la relación terapéutica. De hecho,
hemos podido observar que el vínculo transferencial también adopta las modalidades
de un apego seguro, evitante o ambivalente/resistente, etc. En su relación con el
terapeuta. Este enfoque también nos permite comprender las distintas estrategias
defensivas que utilizan los pacientes, así como ciertos fenómenos que se presentan
durante el tratamiento y que tienen que ver con la ansiedad de separación (Lartigue y
Córdova, 1994).
5.- Teoría de la Técnica Psicoanalítica.
Lichtenberg, Lachmann y Fosshage (1992) plantean una conceptualización desde la cual
la Teoría Psicoanalítica, en sus aspectos fundamentales, puede ser vista como una
teoría de la motivación, en que se han postulado cinco sistemas que promueven la
satisfacción y regularización de las necesidades básicas del individuo; de esta forma,
cada sistema es una entidad psicológica (con posibles correlatos neurofisiológicos) que
se estructuró alrededor de una necesidad fundamental, con conductas claramente
observables que se inician a partir del período neonatal. Los cinco sistemas
motivacionales son: a) la necesidad de regularización psíquica de los requerimientos
fisiológicos, b) la necesidad de apego y filiación posterior, c) la necesidad de exploración
y afirmatividad, d) la necesidad de reaccionar aversivamente a través del antagonismo, la
reiterada, o ambas, y e) la necesidad de goce sensual y excitación sexual. Al tomar en
cuenta estos sistemas, los autores plantean que la teoría de la técnica psicoanalítica
debería ser ampliada, con el fin de que en la interpretación se pudieran incluir todos
estos determinantes motivacionales.
6.- Intervención preventiva.
Un campo que resulta particularmente prometedor para el desarrollo y aplicación de
estos conceptos durante el próximo siglo, e4s el de la intervención preventiva sobre
aquellas familias en riesgo de presentar alteraciones en la formación de la conducta de
apego y en el vínculo materno-infantil; la prevención de este tipo de malformaciones
vinculares es una base de acción fundamental para promover el desarrollo del niño o la
niña, tanto en su aspecto neurológico como emocional y conductual. La intervención
puede resultar particularmente benéfica durante la primera etapa del ciclo vital de la
familia, ya que es cuando ésta se encuentra en un período de cambio y la mayoría de los
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padres que planearon la concepción de su hijo se encuentran dispuestos a revisar sus
roles y responsabilidades con objeto de cuidar mejor de su bebé. Las trayectorias del
desarrollo pueden ser ―redirigidas‖ a través de la modificación de los modelos internos de
trabajo del apego materno y paterno, o bien pueden reducirse los factores provocadores
de stress en el ambiente familiar en ese lapso de tiempo, también pueden ampliarse las
redes psicosociales de apoyo (Lartigue, 1995a).
En virtud de que el apego comienza desde el nacimiento, se pueden realizar programas
preventivos a partir del momento de embarazo, cuando con mayor facilidad se pueden
anticipar riesgos, ya sean de tipo biológico o psicosocial. Las principales intervenciones
cuyo objetivo es la prevención primaria estarían dirigidas o fomentar un apego seguro en
el grupo familiar, principalmente en la díada madre-hijo (a), pero también en la de padrehijo (a). Al intervenir preventivamente se les enseña a los padres a saber apreciar el
aspecto positivo del comportamiento del infante y a observar y reconocer los avances
que va logrando. La relación armónica, funcional, genera un sentido del Self con base en
la confianza; cuando la madre o el padre validan un nuevo logro, el avance de bebés es
sentido como un logro personal, mejorando el sentimiento de competencia parental.
Es importante señalar que el primer paso para una acción preventiva es identificar y
respetar el sistema de creencias, tradiciones, ideologías, etc. Que tienen los padres
respecto de la crianza y cuidado de los hijos, ya que cada cultura organiza de manera
diferente estas prácticas. Asimismo, es importante que el profesional esté consciente de
sus propios prejuicios y mitos en torno a la ―maternidad o paternidad perfectas‖ y de
cómo es influido por el modelo de dominación masculina y subordinación femenina en el
que se encuentra inserto, en su abordaje sobre las madres y padres con los que
interactúa –y si su labor perpetúa este modelo o, por el contrario, colabora a
transformarlo. El objetivo a lograr, desde una perspectiva de género, sería el ejercicio de
una maternidad y paternidad voluntarias y la corresponsabilidad directa de ambos padres
en la crianza y educación de los hijos (ver Lartigue, 1996).
A continuación mencionaremos algunas de las intervenciones que puede llevarse a cabo
en el ámbito de la prevención primaria:
a) El entrenamiento de profesionales y paraprofesionales en salud materno-infantil,
salud sexual y reproductiva, con el fin de llevar a cabo las siguientes funciones:
i)
La detección de mujeres y/o parejas en riesgo de presentar bloqueos o
alteraciones en la formación del vínculo materno-infantil durante el embarazo;
de manera especial, detectar a las adolescentes susceptibles de embarazarse;
ii)
La detección de las mujeres que sufrieron algún tipo de pérdida perinatal y/o
las mujeres que presentan embarazos de alto riesgo, ya sea bilógico o
psicosocial;
iii)
La detección de neonatos que por algún tipo de complicación (prematurez, bajo
peso al nacer, etc.) tuvieron que permanecer separados de sus madres
inmediatamente después del nacimiento. La intervención es también de gran
utilidad para prevenir trastornos en la alimentación;
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La observación de díadas materno-infantiles a los tres, seis, nueve y doce
meses con el objeto de detectar, lo más oportunamente posible, cualquier tipo
de trastorno en la formación de la conducta de apego y del vínculo maternoinfantil, antes de que el conflicto sea internalizado.
b) Promover la competencia materna y paterna durante el embarazo, estimulando el
desarrollo de habilidades y destrezas en relación a la disponibilidad emocional y la
capacidad de sintonía afectiva; asimismo fomentar la capacidad de introspección y
reflexión de la pareja.
c) La capacidad de las madres y los padres para que sean capaces de llevar a cabo
interacciones saludables con sus infantes durante el primer año de vida –y, como
consecuencia, en los años subsiguientes. En este sentido, sería importante diseñar
diversos juegos susceptibles de ser llevados a cabo por la díada o la tríada, en donde
se favorezca el intercambio de afectos positivos y, al mismo tiempo, se le permita al
infante expresar la amplia gama de sentimientos displacenteros. Los programas de
estimulación temprana pueden servir de base para promover interacciones gozosas y
satisfactorias en los miembros de la díada o tríada. También se puede trabajar en
grupos de madres y bebés, padres y bebés, etc. donde la creatividad del profesional
es fundamental (Lartigue y Vives, 1995).
Una fuente de inspiración para este tipo de intervención preventiva o de intervención
preventiva precoz es la que describen Soulé, Noel y Frichet (1989) en Francia, en su
trabajo sobre las familias de alto riesgo que detectan en su comunidad. Al igual que las
que describen Barnard, Mourisset y Spieker (1993) en los Estados Unidos de
Norteamérica.
VI. Discusión crítica de la Teoría del Apego
Uno de los aspectos más importantes en la discusión de la Teoría del Apego tiene que ver
con el hecho de que a pesar de que John Bowlby dice haberse basado tanto en la teoría de
la evolución de Charles Darwin como en los postulados de la etiología, y con esto haber
concluido que el apego temprano es una necesidad primaria al servicio de la sobrevivencia
de las especies y desligada de las necesidades alimentarias o sexuales, es muy sugerente
la posibilidad de entender la conducta de apego no sólo como una de las primeras
manifestaciones de la sexualidad, sino como su externalización temprana más trascendente.
El apego, visto como la tendencia universal a la unión con el otro podría considerarse como
una de las manifestaciones más conspicuas de la pulsión libidinal y su tendencia a la unión o
ligadura. Esta es precisamente la forma en la que Freud consideró al Eros universal de su
segunda teoría pulsional – al que quedaron descritas tanto las pulsiones sexuales, al servicio
de la perpetuación de la especie, como las pulsiones del Yo, que protegen al individuofuerza a la que luego opuso la pulsión de muerte como contrapeso dualista de la primera. El
Eros funciona como una especie de avidez por el todo, una tendencia a la completud; por
ello la conducta de apego puede ser vista como una manifestación de esta tendencia a no
perder la unión habida con la madre durante la época gestacional, a fomentar su
recuperación.
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Por otra parte, es importante preguntarnos ¿a qué nos refieren los hallazgos encontrados en
la investigación a través del Método de la Situación Extraña? Sabemos que cuando el niño
está con su madre puede explorar con tranquilidad el mundo circundante –incluso entre
algunos antropoides superiores sucede que la distancia del círculo territorial dentro del cual
juegan y exploran las pequeñas crías no debe rebasar al ámbito de la longitud del brazo de
la madre con el fin de que ésta, en cualquier momento, esté en posibilidades de asistir y
proteger a su cría. Sin embargo, dado que el bebé humano durante este mismo periodo está
en plena estructuración de su incipiente psiquismo, es necesario preguntarse, antes que
nada, qué tipo de representaciones mentales se están construyendo con estas experiencias
y a qué eventos del mundo interno hace referencia esta exploración del medio ambiente. La
necesidad de la presencia de la madre y su disponibilidad en todo momento, nos advierte
que el bebé aún no dispone de una imagen interna de una madre protectora, es decir, aún
no tiene una constancia objetal de la figura materna (estructura que se logra sólo al final del
tercer año de la vida) y, por lo tanto, que en dicha figura externa ha depositado la fuente de
su seguridad. Esta situación, además de demostrar que la madre aún no ha sido incorporada
como objeto interno constante, nos hace ver que desde etapas muy tempranas de la vida
extrauterina hay una cierta distinción –aunque incipiente- entre el adentro y el afuera, y que
el objeto externo aún no ha sido internalizado, por lo que no forma parte de las estructuras
intrapsíquicas del bebé.
Un aspecto muy importante de la Teoría del Apego tiene que ver con el problema del miedo
y la angustia. Para Hanly (1978) la teoría de la ansiedad formulada por Bowlby no es
consistente con una serie de observaciones clínicas bien establecidas en Psicoanálisis.
Bowlby postula un sistema conductual hereditario que reacciona ante estímulos ambientales
del medio circundante y propioceptivos con el fin de promover una conducta de huida o
evitación. Estos sistemas conductuales son instintivos en el sentido de que entran en acción
sin que medie un aprendizaje o conocimiento. Los estímulos que los activan son ciertos
indicios que se han significado como peligrosos y están al servicio de la adaptación evolutiva
de las especies. Estos estímulos son los ruidos fuertes, lo desconocido, los objetos que se
acercan rápidamente al sujeto, la soledad y la oscuridad. La angustia ante estos objetos es
yugulada mediante el alejamiento del estímulo y por la conducta de apego. Sin embargo –
señala el autor- esta teoría no contempla ningún espacio para sucesos de tal importancia
como los intercambios libidinales y agresivos entre la madre y el hijo. Para Hanly es
imposible pensar en sistemas conductuales, innatos o adquiridos, que no puedan llegar a
estar bajo la influencia de las pulsiones libidinales y que no resulten determinados, durante
las etapas del desarrollo infantil, en formas de integración y expresión por estas pulsiones.
¿Por qué un niño de un año tendría que sentirse mal o inseguro cuando la madre no está
presente? Bowlby, basado en los estudios de la Etología y en la Teoría darwiniana de la
evolución de las especies, no dice que se trata de un engrama innato al servicio de la
sobrevivencia, ya que desde la perspectiva evolutiva, la unión con otros miembros adultos
de la especie tiene un alto valor adaptativo para la supervivencia del individuo. Sin embargo,
este autor no dice nada en relación a cómo este tipo de experiencias son incorporadas,
procesadas e integradas en el psiquismo del infante; en otras palabras, Bowlby no menciona
o tiende a minimizar los factores adquiridos durante la experiencia –o sea, el aprendizaje y la
capacidad de utilizarlo como experiencia. ¿Cómo vive el psiquismo inmaduro de un infante el
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imperativo de una reacción defensiva filogénica, cuya lógica se le escapa, y que está en
contradicción con la captación de lo que el Principio de realidad –en desarrollo- le informa?
Desde cierto punto de vista lógico (con el que opera el Principio de realidad) podríamos decir
que dado que no existe un peligro externo, ya que no hay nada que le amenace, la ansiedad
que el niño siente –cuyo valor filogénico no negamos- tiene que comenzar a vivirse
subjetivamente como parte de su mundo interno (incluso porque el desarrollo paulatino del
juicio de realidad le informa que el peligro que vive como amenaza viene de adentro del
psiquismo del propio infante), y su cualidad tiene que ser del tipo persecutorio –ya que se
trata de una amenaza a la integridad física. Este tipo de vivencia subjetiva es intensamente
displacentera por lo que el bebé tiende a proyectarlo hacia el mundo externo –de hecho, el
bebé restituye al afuera un peligro que la adaptación filogénica había incorporado en el
adentro, en las estructuras hereditarias de la especie. Bowlby parecería no tomar en cuenta
este mundo interno en formación, por lo que no emprende la exploración de las
repercusiones que estos engramas hereditarios tienen en el psiquismo incipiente –en la
formación de fantasías y en la necesidad de echar mano de mecanismos de defensa que le
protejan contra angustias internas que son inmanejables.
La angustia que invade al niño pequeño cuando se queda solo y que desaparece en el
momento en el que ve a su madre en su entorno inmediato, nos lleva a otra conclusión: la
madre viene a ser incorporada como represión (como clivaje entre la conciencia y el
inconsciente), es decir, la figura materna es la que posibilita que desaparezcan las
ansiedades persecutorias que abruman al infante cuando está solo; por tanto, la vivencia del
niño es que la madre le sirve y funciona como represora de esas fantasías aterrorizantes. Si
en el niño pequeño la represión aun no funciona y por lo tanto no es capaz de mantener bajo
control sus fantasías persecutorias, nos damos cuenta de la importancia de la llamada
función continente preconizada primero por Bion y luego por la Teoría de las relaciones de
objeto –principalmente en la forma como está entendida en los escritos de Winnicott. Es tan
importante la función estructurante del objeto externo, que los seres humanos conservamos
durante toda la vida la necesidad de este tipo de estructuras externas –al menos en algunas
de las funciones- como lo han comprobado las investigaciones sobre deprivación sensorial:
los sujetos que son sometidos a la ausencia total de referentes externos (en los
experimentos de deprivación sensorial o en el llamado lavado de cerebro) se psicotizan
luego de muy poco tiempo; es decir, tienen fracturas en su capacidad de represión del
mundo interno. La Teoría del Apego parecería no haberse dado cuenta de la trascendencia
de la madre como formadora del mundo interno, de su función como barrera externa
protectora de estímulos tanto del mundo circundante como del mundo interno, más allá de
su función como base de seguridad para el infante. D e hecho, las investigaciones de
Bowlby y sus seguidores pudieran servir de confirmación de muchas de las experiencias
empíricas clínicas y de los hallazgos del Psicoanálisis en el campo del desarrollo infantil, si
trascendiera el nivel de la mera descripción conductual.
¿Por qué el bebé tiende a reaccionar como miedo ante un ambiente desconocido o ante la
presencia de un extraño? De entrada parecería que el psiquismo del infante humano tiene
una tendencia espontanea a reaccionar de forma paranoide ya que, por sistema, el niño (a)
considera como potencialmente peligroso todo aquello de lo que no tiene la experiencia
empírica de comportarse como un objeto digno de su confianza –como lo es la madre o la
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figura que administra los cuidados maternos. Sólo a medida que avanzaba en su
maduración y por la repetida interacción con lo extraño y lo desconocido (sobre todo cuando
ve a la madre interactuar sin temor con los extraños y desenvolverse cómodamente en los
ambientes para él desconocidos, modelos paulatinamente va incorporando e interiorizando
como parte de su bagaje experiencial), sólo entonces puede ir transformando lo desconocido
y amenazante en algo conocido y habitual, e ir adquiriendo la confianza de que este tipo de
situaciones, ambientes o personas no ponen en peligro su integridad física o su
sobrevivencia. Es la experiencia repetida en numerosas ocasiones lo que va dejando el
decantado de la confianza en el otro, más allá de la figura de su madre. En otras palabras,
estamos en presencia de un mecanismo de sana prudencia, al servicio del individuo –y de la
especie.
Desde esta perspectiva, podemos decir que los niños que los niños que desarrollan apegos
inseguros son aquellos que no han podido vivir a la figura de su madre como fuente de
seguridad y protección y, por tanto, que no han podido incorporar en su psiquismo una
estructura interna que les proporcione lo que Erikson (1950) llamó la confianza básica, por lo
que tenderán a vivir al mundo como peligroso y a mantener los mecanismos de tipo
paranoide –entendiendo este tipo de interacción adaptativa con los objetos como derivada
de no haber podido remontar el punto de partida persecutorio ―normal‖ del pequeño infante
que reacciona a situaciones que significan un peligro potencial con los engramas filogénicos
que tienden a protegerle.
El apego seguro es, evidentemente, un estadio evolutivo superior en relación a la
inseguridad innata del ser humano. El apego inseguro sería entonces una detención del
desarrollo –una falla básica según el pensamiento de Balint (1969)-, una situación donde el
bebé no ha podido acceder a un nivel de experiencia correctora –a través de su madre- y se
ha quedado en un tipo de funcionamiento innato y automatizado; es decir, rìgido y poco
adaptado a las condiciones de la realidad. Esto nos da una visión diferente de los problemas
que tienen como base una desagradable y persecutoria sensación de inseguridad, cuyo
origen tiene que ver con una interacción patogénica con la madre (la falla gracias a la cual
no desarrollan la confianza), pero cuyo sustrato ancla en determinantes congénitos del ser
humano.
El hecho de que un niño pueda ser tranquilizado de las angustias persecutorias que le
invaden cuando se ha quedado solo, por una persona extraña, implica que su experiencia
vincular con la madre ha sido lo suficientemente buena como para que él se pueda permitir
una generalización en relación a la potencial no-peligrosidad o bondad de los demás objetos
de su entorno, aunque no les conozca; en otras palabras, que su original visión paranoide ha
sido dejada atrás (al menos en sus aspectos más relevantes) y el niño (a) considera al
mundo externo como potencialmente bueno. Lo opuesto ocurre cuando un infante no puede
ser aliviado de su ansiedad paranoide por una persona extraña, pero ni siquiera por la
presencia de la madre. En estos casos el infante, lejos de haber podido incorporar una
sensación de confianza y de seguridad en sí mismo y en las otras personas, como derivado
de sus experiencias placenteras con la madre, permanece detenido de una ―saludable‖
visión de confianza hacia cualquier objeto externo –ya que su incipiente experiencia le hace
no poder confiar en dichos objetos.
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Como podemos ver, estos aspectos del desarrollo infantil temprano coinciden cercanamente
con las inferencias desarrolladas por R. Fairbain y M. Klein y que, andando el tiempo,
vinieron a integrarse bajo el concepto de posición esquizo-paranoide; pero también coincide
con las investigaciones epigenéticas de E. Erikson y su concepto de la confianza básica, que a su vez tiene puntos de contacto de la confianza básica, -que a su vez tiene puntos de
contacto muy importantes con el segundo organizador postulado por Spitz –la angustia del
octavo mes- en sus estudios sobre desarrollo infantil durante el primer año de vida. De
hecho, podría pensarse que el primer organizador de Spitz, el llamado reflejo de la sonrisa,
es una suerte de remanente filogénico que toma la forma de una conducta al servicio del
apaciguamiento del otro –aún potencialmente peligroso- y destinada a inhibir su agresión- a
la manera como opera la inhibición refleja de la agresión en el otro cuando el animal que se
declara vencido en la lucha expone ante su vencedor la parte más vulnerable de su
anatomía.
En las observaciones de la Situación Extraña, se ejemplifica lo mencionado por Winnicott
cuando dice que el bebé no existe, que sólo es concebible en interacción con la madre.
Dentro de este capítulo del estudio de las relaciones madre-hijo (a), un aspecto de gran
relevancia ha tenido que ver con la investigación de las características maternas y paternas
que hacen de los progenitores padres ―suficientemente buenos‖, para emplear la
terminología empleada por D. W. Winnicott. En este sentido había que distinguir, en primer
término, entre la reproducción y la condición de progenitor propiamente dicha, ya que
asumido y alcanzado la función parental desde el punto de vista psicológico. A este respecto
es pertinente recordar los trabajos pioneros de Bibring et al. (1961) quienes señalaron en su
oportunidad que una maternidad exitosa sólo es posible si la mujer y la pareja han resuelto
adecuadamente la compleja crisis del desarrollo que produce el embarazo mismo,
particularmente la primera gestación. En este proceso la gestante reedita todos los conflictos
habidos con su madre, en forma muy relevante los procesos de identificación con ella como
mujer y, ahora, como madre; también en relación a la visión que tiene de sí misma, a la
representación de su propio Self y la revivencia regresiva que le despierta la identificación
simultanea con el feto en formación, y los aspectos relacionales con su pareja. Para alcanzar
la maternidad, la mujer debe haber avanzado en la resolución del proceso de separaciónindividualización- también reeditado, por tercera ocasión en la vida de una mujer, durante el
embarazo- y la diferenciación de su propia madre, tarea que perdura toda la vida.
En virtud de este tipo de concepción han cobrado gran relevancia los estudios que
investigan la interrelación objetal desde los primeros estadios postnatales –incluyendo las
investigaciones sobre precursores vinculares durante la gestación (Vives, 1991, 1992), y los
estudios sobre las prerrepresentaciones en los padres como determinantes de aspectos
fundamentales del desarrollo futuro (López, 1978; López y León, 1990). Por otra parte, es
una evidencia de la importancia de las interacciones tanto fantasmática como
manifestaciones entre el bebé y su madre, y que han sido tratadas con todo detalle en los
diferentes textos que Lebovici ha dedicado al tema –donde señala que el funcionamiento
interactivo precede al funcionamiento mental. De hecho, los múltiples estudios realizados
con madres deprimidas, ansiosas o que maltratan a sus hijos, muestran este tipo de
interacción cuando es deficiente o alterada. Al mismo tiempo, resulta de gran utilidad para
poder realizar un corte dentro de la diacronía histórica de la relación madre-bebé hasta esos
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momentos, que muestra las diferencias con el apego a la figura paterna, en donde se han
observado casos con apego seguro a la madre y apego inseguro con el padre, y viceversa.
En relación al cuarto punto mencionado en los postulados teóricos de la Teoría del Apego,
que dice que la conducta de apego lleva al infante a la capacidad de establecer vínculos
afectivos entre él o ella y su madre, y posteriormente con el padre y otros miembros de la
familia; si lo vemos desde la perspectiva psicoanalítica y desde los conceptos de
incorporación de representaciones mentales y modelos vinculares, nos damos cuenta de
que estos conceptos nos explican el alto poder predictivo que tienen las observaciones del
tipo de apego desarrollado por los infantes, ya que el modelo vincular incorporado –normal o
distorsionado- es el que tenderá a repetirse durante toda la vida. Aún mas, solo desde este
modelo se emprenderá la crianza de los hijos cuando llegue el momento, lo que a su vez nos
ayuda a entender con mayor agudeza y profundidad el proceso de transmisión
intergeneracional de dichos modelos vinculares –ya que estos tienden a perpetuarse en el
curso de las diferentes generaciones. Sin embargo, para llegar a este tipo de
consideraciones hay que tener en cuenta que es necesario transitar desde el mero concepto
observacional del apego hasta la noción relacional intersubjetiva de vínculo, lo cual implica
ya una dimensión intrapsíquica y simbólica que el concepto bowlbiano de apego no contiene
(Vives, Lartigue y Córdova, 1994).
Una cuestión de gran relevancia, en relación a las investigaciones de Fonagy, Benoit y otros
sobre la concordancia intergeneracional del tipo de apego (tanto del apego seguro como del
inseguro) y que nos explican las coincidencias mayoritarias, tiene que ver con la
investigación de las causas por las que una madre que ha incorporado un modelo vincular
de apego seguro puede, eventualmente, promover un apego inseguro en su bebé; y de aún
mayor importancia es la posibilidad de esclarecimiento de aquellos otros casos en los que,
por el contrario, una madre que introyectó una forma de modelo vincular basado en un
apego inseguro con su propia madre durante su infancia, puede, pese a ello, promover un
apego seguro en sus hijos.
No podemos relacionarnos con el otro si no es a través de los modelos vinculares que
hemos aprendido e incorporado en nuestras relaciones más tempranas, así como los que
hemos observado en la relación de nuestras figuras parentales entre sí –donde el
intoyectado es el vínculo entre ambos. En forma similar, la identificación con los patrones de
ideales y de prohibiciones de nuestros padres –tanto los preceptos normativos y morales
que los padres –tanto los preceptos normativos y morales que los padres inculcan a sus
hijos, como os que los padres ejercen en su comportamiento cotidiano- formará parte de
nuestro Superyó y de la forma como nos relacionamos con los demás. En forma semejante,
dentro de los modelos vinculares incorporados durante el desarrollo, parte importantísima
tiene que ver con las identificaciones del Yo, tanto conscientes como inconscientes;
incorporaciones que suelen ser sintónicas y pasarán, al terminar la adolescencia, a formar
parte de los automatismos caracterológicos del sujeto. De particular relevancia resulta la
incorporación de ciertos aspectos inconscientes de los padres que, sin embargo, son
capatados y hechos suyos por los hijos (as) –también en forma inconsciente que van a
dteminar muchos de los aspectos conductuales de los vínculos adultos mencionados en el
apartado anterior. La necesidad de ocupar un lugar determinado por la generación anterior,
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por la de los abuelos o por una tradición familiar que se pierde en el pasado, son algunos de
los ejemplos de este tipo de trasmisión inconsciente de roles, conductas, ideales,
prohibiciones y modalidades vinculares.
La posibilidad de incorporar un modelo vincular tiene que ver con la Teoría psicoanalítica de
la identificación, es decir, con una capacidad innata y constitucional del ser humano para la
imitación –que es su prototipo más elemental- y la empatía. Nacemos con la capacidad de
entender al otro, de saber cuándo está experimentando miedo o dolor (Gioia, 1984). El
equipo mental para este tipo de conocimiento de las emociones básicas del otro y de
algunos de sus procesos mentales más primitivos –para leer en su inconsciente- no es dado
en forma innata. A partir de estos atributos congénitos y de las posibilidades que nos ofrece
la imitación, desarrollados luego por las experiencias que acumulamos a través del
aprendizaje, podemos llegar a inferir como se van estructurando los esquemas internos de
relación con uno mismo y con los demás.
Lo que conocemos como el mecanismo de defensa de identificación con el agresor puede
ser, desde un punto de vista simplista (me pegan, yo pego), sólo un caso especial de la
capacidad general de identificación (me besan, yo beso; me cuidan, yo cuido; me aman, yo
amo). De hecho, la capacidad de imitación es una conducta que nos permite inferir que lo
observado por el sujeto ha dejado una huella mnémica en su psiquismo, y que e s capaz de
reproducir como propia esa representación mental: la imitación es la puesta en acto de una
situación en la que el sujeto establece un principio de identidad entre su conducta y la de
objeto. Se ha identificado con él. Esta representación mental del acto del otro pasa por
diferentes fases (Vives y Tubert, 1990), aún poco estudiadas, pero a las cuales hemos
intentado aproximarnos a través de los conceptos de introyección (que es el mero hecho de
asimilar una percepción externa y ponerla en el psiquismo), de incorporación (mecanismo
que implica el hecho de guardar un registro mnémico de un evento o un concepto, y hacerlo
suyo), e identificación (cuando esa representación mental es metabolizada, neutralizada, y
pasa a formar parte de nuestro propio Yo o Superyó).
La gran mayoría de estos procesos mentales ocurren en forma totalmente inconsciente y
posteriormente están sujetos a procesos de elaboración, reorganización interna, y de
resignificación. En otras palabras, las nuevas adquisiciones se van incorporando en
representaciones mentales, las cuales pueden dar un nuevo significado a las
representaciones anteriores de un conjunto asociativo determinado, modificándolas.
Hay que tener en cuenta que en la Teoría Psicoanalítica, cuando hablamos de modelos de
pensamiento y de formación de representaciones mentales internas, estamos siguiendo el
esquema freudiano clásico que nos habla sobre la importancia de la demora óptima y su
papel como fundante del pensamiento y como estimuladora del desarrollo del aparato
psíquico del infante. Sin embargo, desde la terminología y los conceptos de la Teoría del
Apego tenemos que admitir que, además de la demora, existen otras situaciones que tienen
que ver con las experiencias vinculares que también son formadoras de estructuras
psíquicas. Para poner el ejemplo más citado en la literatura, es un hecho que el niño del
carretel (Freud, 1920) está elaborando la pérdida de su madre, pero al mismo tiempo
también está adquiriendo maestría yóica. El infante humano, lejos de ser un organismo que
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tiende a la descarga de cualquier cantidad de energía que penetre en el sistema, es un ávido
buscador de estímulos y de información con la cual estructura su complejísmo sistema
psíquico.
Conclusiones
1. La Teoría del Apego es una teoría entre las Teorías de las relaciones objetales
(intrasubjetivas) y las Teorías de cambio bipersonal (intersubjetivas); asimismo, es
una construcción teórica que ha permitido la comunicación y el intercambio
conceptual con otras perspectivas teóricas como con el Conductismo, el
Cognoscitivismo, la Teoría General de Sistemas y la Teoría de la Comunicación
Humana.
2. El método de la Situación Extraña ha fomentado el diseño de nuevos instrumentos,
procedimientos y metodologías para evaluar las interacciones, transacciones e
intercambios verbales y afectivos que tienen lugar en la reacción madre-infante (ver al
respecto las importantes revisiones llevadas a cabo por Crowell y Fleischman, 1993;
así como las de Clark, Paulson y Conlin, 1993), lo que ha permitido el diseño de
investigaciones más acuciosas y puntuales sobre las características del desarrollo
socioemocional del infante y la formación de las estructuras intrapsíquicas. Asimismo
ha permitido recientemente contrastar dos dimensiones del apego, la de la
seguridad/inseguridad y la de coherencia en la organización de la conducta versus
desorganización (Sprangler et. al., 1996).
3. La Teoría del Apego ha expandido la comprensión de los procesos defensivos, de los
factores desencadenantes de los mismos y de los orígenes más tempranos de la
psicopatología, al identificar y clasificar con mayor precisión los diferentes trastornos
del apego y del vínculo materno-infantil desde las primeras interacciones; al mismo
tiempo ha promovido el estudio de las diferencias de género en el desarrollo. Lo
anterior ha propiciado la fundamentación de medidas de prevención primaria de los
trastornos mentales más acordes con los hallazgos de los modelos vinculares que se
establecen entre el bebé y su madre.
4. La Teoría del Apego también ha contribuido al establecimiento de nuevas hipótesis
explicativas sobre los mecanismos y modos de transmisión integracional de patrones
o modos de relación, donde la capacidad reflexiva del self y el proceso de resiliencia
tiene un papel fundamental. Según Fonagy (1995), la capacidad para suspender las
demandas de la realidad psíquica inmediata, y la posibilidad de poder contemplar
percepciones alternativas, es una enorme ventaja para lidiar con las adversidades de
la vida. El deseo, la capacidad de planeación y proyección de alternativas posibles,
así como la capacidad para jugar y divertirse, forman parte de la función reflexiva del
self y son ingredientes fundamentales de la creciente autonomía de sujeto, así como
parte integrante del sentido de estar edificando una identidad coherente.
5. La Teoría del Apego ha facilitado la extrapolación de los datos de observación en el
desarrollo del infante, al campo del tratamiento psicoanalítico de niños, adolescentes
y adultos, en virtud de que los patrones de apego infantil se activan y se reeditan en el
tratamiento psicoanalítico principalmente en el eje de la transferenciacontratransferencia, ya que las formas vinculares establecidas en las primeras
interacciones son las que van a determinar el estilo relacional y transferencial con el
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analista durante el tratamiento psicoanalítico (para una sistematización de estas
observaciones sobre la repetición transferencial del tipo de apego, ver: Dowling y
Rothstein, 1989; y Lartigue y Córdova, 1994).
6. La Teoría del Apego ha puesto al día las controversias sobre el estatus de los
estudios científicos sobre la mente. Desde esta perspectiva, sólo dejaremos mención
de lo sostenido por Main (1995), quien menciona que cuando desarrollaron los
procedimientos para instrumentar la Entrevista de Apego Adulto, su forma de trabajo
les permitió manejar, simultáneamente, tanto el método dialéctico como el hipotéticodeductivo; asimismo el método dialéctico como el hipotético-deductivo; asimismo, en
la búsqueda de la coherencia y consistencia interna de este instrumento, incluyeron
las aportaciones que ofrece las perspectivas del método hermenéutico, así como la
inclusión del método constructivista con el fin de establecer, al mismo tiempo, la
correspondencia o validación externa del mismo.
Bibliografía
Ainsworth, M. D. S. and Witting, B. A. (1969), “Attachment and exploratory behavior of
one-year-olds in a strange situation”, en Foss, B. M. (ed.), Determinants of infant
behavior, vol. IV, Methuen, London, pp. 113-136.
Ainsworth, M. D. S.; Bell, S. M. and Stayton, D. (1917), “Individual differences in Strange
Situation behavior of one-year-olds”, in Schaffer, H. R. (ed.), The origins of human social
relations, Academic Press, London, pp. 17-57.
Ainsworth, M. D. S. et al. (1978)
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