Serena Sexy Picture

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Serena Sexy Picture
Jeffrey K. Zeig,
compilador
Un
Seminario
Didáctico
con
Milton H. Erickson
Amorrortu editores Buenos Aires
Directores de la biblioteca de psicología y psicoanálisis, Colapinto y David Maldavsky A
Troching Seminar with Milton H. Erickson, M.D.
@ The Milton H. Erickson Foundation, 1980
Traducción, Leandro Wolfson
Jorge
Dedico esta obra a Martin J. Zeig y a su esposa.
Única edición en castellano autorizada por Brunner/ Mazel¡ne., Nueva York, y
debidamente protegida en todos los países. Queda hecho el depósito que previene la
ley n° 11.723. Todos los derechos de la edición castellana reservados por Amorrortu
editores, S.A., Paraguay 1225, 7° piso, Buenos Aires
Industria argentina. Made in Argentina.
ISBN 950-518-476-X
ISBN 0-87630-247-9, Brunner/Mazel, Inc., Nueva York, edición original. .
IDUSTRIA CENTRAL
UNAM
Composición enfrío y armado: HUR, Av. Juan B. Justo 3167, 1414 Capital Federal.
Impreso en Talleres Gráficos Edigraf. Delgado 834. Buenos Aires.
Tirada de esta edición: 2.000 ejemplares.
"En toda vida humana debe sobrevenir algo de confusión... y también algo de luz".
"Y mi voz va contigo a todas partes, y se convierte en la voz de tus padres, de tus
maestras, de tus compañeros, y en la voz del viento y de la lluvia".
Milton H. Erickson
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Índice general
Palabras preliminares Reconocimientos
Acerca del doctor Milton H. Erickson
Introducción
El uso que daba Erickson a las anécdotas
El seminario
Lunes
Martes
Miércoles
Jueves
Viernes
Apéndice. Comentario sobre las inducciones efectuadas con Sally y Rosa
Palabras preliminares
Aunque existe ya una considerable bibliografía sobre el extinto doctor Milton H.
Erickson, el presente volumen merece una cálida acogida, pues no sólo brinda la
oportunidad de aprender algo más sobre Erickson, sino que, merced a la trascripción
de uno de sus seminarios didácticos, permite ofrecer al lector la imagen más próxima
de lo que pudo ser un aprendizaje directo con él.
Incluso para quienes han tenido el privilegio de participar en un seminario como este,
la lectura de la obra les revelará, sin duda, muchos aspectos de la enseñanza de
Erickson de los que hasta entonces no se habían percatado. Podemos asegurarlo
porque el método didáctico de Erickson era tal que en la mente de su eventual
discípulo la confusión siempre precedía a la iluminación, y no era sucedida de
inmediato por esta. Pese al esclarecedor capítulo introductorio de Jeffrey Zeig, y a que
en el apéndice de la obra se da valiosa información para entender cómo manejó
Erickson la interacción durante el seminario, es probable que el lector sea atrapado
por la misma secuencia de confusión e iluminación.
El recurso al "aprendizaje inconciente" (tal como Erickson lo aplica en este seminario)
es un método poderoso y muy penetrante; no obstante, debe admitirse que la
comprensión intelectual tiene también sus méritos y sus encantos. Para quien busque
esa comprensión más manifiesta, remitimos a las obras de Haley, Erickson y Rossi,
Bandler y Grinder y otros comentaristas que han suministrado diversos marcos de
referencia para un análisis ulterior de importantes facetas de los métodos
ericksonianos. En verdad, el lector estará en mejores condiciones de apreciar este
seminario si ya se ha familiarizado con esas otras obras.
Estas palabras preliminares, además de permitirme introducir un libro de gran valor,
constituyen para mí un placer particular, pues conocí a Erickson en un seminario muy
semejante al que aquí ha quedado registrado. Antes de ello, estuvimos trabajando
unos cuantos años, junto con algunos colegas holandeses, en el desarrollo de un tipo
de terapia breve que denominamos "terapia directiva". En nuestro enfoque gravitó
mucho Erickson, por más que sólo lo conocíamos a través de sus escritos y los de Jay
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Haley. Gracias a Kay Thompson, quien colaboró con Erickson durante mucho tiempo y
dictó cursos sobre hipnosis en Holanda, me enteré de que aún recibía visitantes
cuando su salud se lo permitía. El doctor Thompson escribió a mi solicitud una carta
de presentación, y emprendí el viaje a Phoenix, no sólo con gran curiosidad sino
también con un sentimiento de respeto rayando en la reverencia.
Nada sabía acerca de lo que me esperaría al llegar, aparte de la abundancia del color
púrpura. Lo que más me impresionó en nuestra entrevista inicial fue la simplicidad de
Erickson, el amable interés que mostró hacia mí y su total ausencia de vanidad.
Expresó su complacencia por tener un visitante holandés e inició la charla narrándome
una historia que, como más tarde comprendí, tenía por objeto establecer entre ambos
un interés común. La anécdota se refería a la cría de ganado vacuno de raza frisona
en el desierto de Arizona y a la irrigación que consecuentemente debió realizarse en la
zona; me explicó que hacía muchísimo tiempo los indígenas habían cavado canales de
riego, y concluyó diciendo: "Usted se preguntará cómo hicieron los trabajos de
exploración del terreno necesarios para trazar los canales". Por cierto que me lo
preguntaba, pero a la vez me intrigaba saber qué relación podía tener esa anécdota
con el propósito de mi visita.
El seminario que llevé a cabo con Erickson me dio muchas más ocasiones para la
perplejidad. Era previsible que un terapeuta no convencional tuviera una manera no
convencional de enseñar. Erickson lanzaba sobre el alumno una roca que después
resultaba ser una imitación hecha de espuma de goma, tras lo cual decía
enfáticamente: "Las cosas no son siempre como parecen", narrando a continuación
algún fragmento de terapia a modo de ejemplo.
Ante una mirada superficial, los casos clínicos que él relataba tenían la apariencia de
un mero entretenimiento. Algunos queríamos llegar hasta la "verdadera enseñanza", y
le formulábamos preguntas aclaratorias. Erickson respondía contando alguna otra
historia; a nuevas preguntas, nuevas historias, una tras otra, sin darnos tiempo a
rumiar su significado, a veces intercalando algún chiste para atraer nuestra atención,
otras veces sin transición ninguna.
Erickson rara vez nos decía qué quería enseñarnos; a lo sumo, hacía una breve
enunciación al comienzo o al final del relato. Este procedimiento nos obligaba a
extraer nuestras propias conclusiones y por momentos era decepcionante. La
confusión y leve malestar resultante era uno de los elementos que contribuía a esos
desplazamientos regulares de nuestra atención que Erickson llamaba "los trances
naturales", facilitadores del aprendizaje inconciente.
Inicié el seminario con la intención de formular una serie de preguntas; nunca lo hice.
Sin necesidad de ello obtuve la respuesta a algunas; a otras no las formulé porque
sentía que estaba recibiendo más información de la que era capaz de manejar. Sólo
gradualmente me fui dando cuenta de cuál era la estructura del seminario, y hasta mi
retorno a Europa no empecé a captar qué había aprendido.
Una de mis impresiones más inmediatas fue que Erickson no se preocupaba
demasiado por tener siempre éxito en su terapia -mucho menos de lo que tal vez
hacía suponer la bibliografía sobre él-.
Subrayaba que los beneficios que podían obtenerse eran a veces limitados; quizá sólo
consistirían en un mero cambio de la valoración que el paciente hacía de sí mismo y
de su conducta sintomática. La mejoría directa de los síntomas no siempre era
posible. Fue un alivio escuchar de sus labios que un terapeuta no puede hacer nada
por algunas personas, y reconfortante enterarse de que a veces él consideraba
inapropiado enfrentarse con el paciente en el propio terreno de este (como lo ilustra la
correspondencia que mantuvo con el tartamudo que le solicitó tratamiento, infra, pág.
179).
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Era claro que a Erickson no lo movía el deseo de postularse como figura mítica de
ningún tipo; más bien se presentaba como un artesano competente, muy interesado
en trasmitir a otros sus habilidades. En vez de tratar de impresionar a sus oyentes (lo
que de todos modos ocurría), se empeñaba por situarlos en la ruta que sería
importante para ellos, y que él tan bien conocía.
Su amor por la artesanía se evidenciaba no sólo en la colección de objetos de arte y
de souvenirs que lo rodeaba, sino en la minuciosidad con que nos relataba una
historia terapéutica o realizaba una inducción hipnótica.
La modalidad de Erickson me recordaba a un avezado neurólogo, también un notable
artesano en su oficio, a quien conocí durante mis años de formación. Generalmente se
le reservaban los diagnósticos difíciles. Observaba con sumo cuidado a los pacientes
desde el momento mismo de trasponer la puerta del consultorio, y superficialmente
parecía cumplir, distraído y como al descuido, el examen neurológico corriente
(aunque quizá sólo lo aparentaba por nosotros). No obstante, se tenía la impresión de
que era llevado hacia las áreas específicas de la patología, en lugar de tener que
descubrirlas mediante la pesquisa laboriosa y metódica que otros emprendían. Por
supuesto, su vasta experiencia clínica le había enseñado a reconocer signos sutiles de
los que nosotros ni siquiera habíamos oído hablar; muchos de ellos no estaban en los
libros de texto, y algunos tal vez ni a él mismo le eran concientes. Resultado de su
método era la misma engañosa simplicidad característica de Erickson. Llegaba al
diagnóstico como cosa natural, con la misma admirable soltura que mostraba Erickson
al averiguar elementos decisivos por la manera en que se presentaba ante él el
paciente.
Puede ser peligroso que los alumnos interpreten mal esta clase de simplicidad.
Reparando en que no se respetan las bien establecidas reglas sobre la recolección de
datos, quizá presuman que lo indicado es dejarse guiar por su intuición. Al narrar sus
relatos didácticos, Erickson parecía no recoger dato alguno ni efectuar ninguna labor
de diagnóstico; pero había inventado procedimientos sumamente hábiles para
aprender mucho preguntando poco, y lograba obtener la información que precisaba
sin que ello se notase. Conviene que nos detengamos en el proceso diagnóstico de
Erickson, ya que esto facilitará la comprensión de sus métodos.
Es evidente que le interesaban otros datos que los que emplean la psiquiatría general
o las terapias psicodinámicas. Parecía basarse mucho en el conocimiento del vivir
efectivo del individuo, con el cual la psicología y sicopatología tradicionales vacilan en
entrometerse, pese a que es el meollo de la experiencia directa cotidiana. El enfoque
diagnóstico de Erickson incluía los valores personales, las peculiaridades y
circunstancias singulares del individuo, todo lo cual aporta poco a la ciencia como
conjunto de datos generalizables pero es en cambio decisivo para la capacidad de
cambio del sujeto. Otro elemento de su enfoque es que Erickson no era un recolector
neutral de hechos, sino un buscador de soluciones. Había desarrollado un especial
talento para descubrir, en toda clase de sucesos del pasado, un significado que
apuntara a un futuro positivo. A partir de toda suerte de síntomas él vislumbraba una
apertura constructiva para una vida mejor.
Pero más allá de sus excepcionales dotes personales, Erickson será recordado porque
su método cambiará el rumbo de la psicoterapia. Allí donde otros se centraban en
analizar falencias y en tratar de hallar compensación para las debilidades individuales,
Erickson mostraba cómo se podían descubrir capacidades potenciales y trocar las
pérdidas en ganancias. El enfoque típico del pensamiento psicoterapéutico tradicional
consiste en formular una teoría general de la disfunción y luego aplicarla a casos
específicos; en el punto de aplicación surgen permanentes dificultades, ya que una y
otra vez se presentan variaciones individuales imprevistas que no pueden ser
sometidas a control. Erickson no contribuyó mucho a la teoría según esta tradición
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clásica, pero brindó a la profesión un enorme caudal de ejemplos sobre la manera de
adaptarse a circunstancias singulares y promover el cambio. Dejó a otros la tarea de
construir, a partir de sus numerosos experimentos, teorías del cambio. A diferencia de
Freud y de los que lo siguieron, Erickson no creó una cerrada escuela de partidarios
con una organización destinada a conservar y custodiar sus contribuciones. Muchos
terapeutas de diferentes orientaciones recibieron inspiración de él, y algunos se
convirtieron en sus amigos y colaboradores íntimos. El hecho de que atrajera a varios
calificados terapeutas que, como Jeffrey Zeig, que se sintieron movidos a dedicar
mucho tiempo y esfuerzo en una estrecha colaboración con él, da testimonio de la
riqueza de sus aportes. Estos colegas continúan reuniendo, analizando y aclarando la
obra de Erickson, para ponerla a disposición de otros terapeutas. En vez de producir
"ericksonianos ortodoxos", fomentó avances que se ramificaron en múltiples
direcciones, lo cual ilustra elocuentemente su profundo respeto por la libertad e
individualidad de sus alumnos y de sus pacientes.
Varios de los aspectos señalados podrán reconocerse en las anécdotas de este libro.
La que más me gusta es la referida a Betty, la enfermera suicida (pág. 139). Lo que
Erickson hizo con ella es algo más que psicoterapia: es una obra de arte, significativa
en muchos planos. Para el auditorio, fue una demostración práctica de diversos
fenómenos hipnóticos. Para Betty fue una terapia, o más bien una invitación indirecta
pero potente a retomar su proyecto de vida. El cambio se logró proponiéndole una
visita guiada al ciclo, en sí mismo fascinante, de muerte y regeneración de la
naturaleza. Repárese en este toque magistral: Erickson no puso de relieve,
simplemente, el valor de la vida, sino que primero describió la muerte, confluyendo
así con Betty en su marco de referencia inmediato. Esta era una de sus típicas
técnicas terapéuticas, pero su importancia es mayor aún. Lo que allí hizo es
especialmente digno de mención; al mismo tiempo, estaba luchando contra la habitual
reacción profesional de instintivo retraimiento. ¿Qué otro terapeuta habría tenido el
coraje, luego de involucrarse tan profunda y públicamente en el problema de Betty,
de dejar que ella tomara su propia decisión? Consecuencia de ello fue que se lo
acusara por el aparente suicidio de Betty. Pasaron muchos años antes de apreciar con
claridad que el procedimiento que él había seguido fue, desde el comienzo, el más
correcto y sabio.
Richard Van Dyck
Presidente de la Sociedad Holandesa de Hipnosis Clínica, Oegstgeest, Países Bajos, 24
de junio de 1980.
Reconocimientos
Me siento muy afortunado de poder agradecer a muchos amigos por su ayuda y apoyo
para completar este manuscrito. Dick Heiman, Dale Fogelstrom y Marge Cattey me
brindaron una inestimable asistencia técnica y posibilitaron la filmación de Erickson en
videocinta. Trude Gruber y Bernd Schmid proporcionaron materiales que hicieron
mucho más sencilla la trascripción total. Elizabeth Erickson, Edward Hancock y Roy
Cohen tuvieron a su cargo la preparación del original y la corrección de pruebas de
imprenta. Barbara Bellamy, Sherron Peters y Barbara Curtis colaboraron en el
dactilografiado del manuscrito. Estoy agradecido a la señora Bellamy por su
insistencia en lograr un trabajo perfecto.
Vaya mi agradecimiento a las personas que participaron en el seminario de una
semana de duración con el doctor Erickson por su cooperación relacionada con la
videocinta.
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Debo un reconocimiento especial a muchos de los que intervinieron en mis seminarios
de capacitación, llevados a cabo en Estados Unidos y Europa; ellos me dieron
estimulantes ideas que, en una u otra forma, fueron a la larga incorporadas a este
libro. Lamentablemente, son demasiado numerosos para nombrarlos de manera
individual.
Estoy sumamente agradecido a Sherron Peters por el cariño y el apoyo que me brindó
mientras escribía esta obra.
Y en memoria de mi mentor, Milton H. Erickson... diré que él me trasmitió mucho
saber para que yo lo pasara, a mi vez, a otras personas, me enseñó a valorar tanto la
iluminación como la confusión, y a apreciar mejor cuán maravilloso es abrir los ojos.
J.Z.
Acerca del doctor Milton H. Erickson
Milton H. Erickson ha sido reconocido como la principal autoridad mundial en
hipnoterapia y en psicoterapia estratégica breve. Fue una de las personalidades
psicoterapéuticas más creadoras, sagaces e ingeniosas de todos los tiempos. Se lo
llamó "el más grande comunicador mundial" y "el máximo psicoterapeuta del siglo".
No es exagerado afirmar que la historia demostrará que su contribución a la práctica
de la psicoterapia breve corre pareja con la contribución de Freud a la teoría de la
psicoterapia.
Erickson hizo su licenciatura en psicología y su doctorado en medicina en la
Universidad de Wisconsin. Entre otros antecedentes profesionales, mencionemos que
fue presidente de la Sociedad Norteamericara de Hipnosis Clínica, director fundador de
su Fundación de Educación e Investigaciones, director fundador de American Journal
of Clinical Hypnosis, profesor asociado de psiquiatría en la Universidad Estadual de
Wayne (Facultad de Medicina), miembro vitalicio de la Asociación Psicológica
Norteamericana y de la Asociación Psiquiátrica Norteamericana. Es autor de más de
140 artículos científicos, en su mayoría sobre el tema de la hipnosis, y coautor de
diversos libros, entre ellos Hypnotic Experience: Therapeutic Approaches to Altered
States [Experiencia hipnótica: enfoques terapéuticos de los estados de conciencia
alterada], Hypnotherapy: An Exploratory Casebook [Hipnoterapia: casuística
exploratoria], Hypnotic Realities [Realidades hipnóticas], Practical Applications of
Medical and Dental Hypnosis [Aplicaciones prácticas de la hipnosis en medicina y
odontología], y Time Distortion in Hypnosis [Distorsión del tiempo en la hipnosis]. Hay
además otros libros, en prensa o en preparación, que se ocupan de él.
Con relación al enfoque profesional de Erickson, importa destacar que si bien creó
muchos métodos permisivos novedosos de hipnosis terapéutica, se mostró muy
renuente a formular una teoría. No postulaba ninguna teoría explícita de la
personalidad, porque estaba firmemente convencido de que ello limitaría la
psicoterapia y haría que los psicoterapeutas actuaran con mayor rigidez. Promovía la
flexibilidad, la singularidad y la individualidad, como lo puso en claro en sus escritos y
en su manera de vivir.
Erickson se radicó en Phoenix, estado de Arizona, en 1948, donde efectuó una intensa
práctica privada, viajando con frecuencia a otros lugares del país para enseñar
hipnoterapia. En sus últimos años, cuando ya no le fue posible trasladarse, acudieron
allí estudiosos de todo el mundo para escucharlo y aprender su método. Ocupado
como estaba con su trabajo, era a la vez un hombre de hogar orgulloso de su familia
y dedicado a ella.
Erickson padeció gran número de problemas de salud en el curso de su vida adulta.
Desde 1967 quedó confinado a una silla de ruedas por las secuelas de una
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poliomielitis anterior. Decía que la poliomielitis había sido su mejor maestro sobre la
conducta y las potencialidades del ser humano. Tenía una falla en la visión cromática,
pero le gustaba el púrpura y disfrutaba mucho rodeándose de objetos de ese color o
cuando los recibía como regalos especiales.
Erickson fue un genio de la práctica de la psicoterapia, pero esas dotes eran
eclipsadas por las que tenía para el arte de vivir. En la época de su vida en que se
filmaron el grueso de las videocintas que integran este libro, sufría muchas dolencias
físicas; los residuos de la polio y de un cúmulo de otros males le provocaban enormes
dolores. Era prácticamente cuadripléjico, ya que apenas podía mover su brazo
derecho y tenía un uso limitado del izquierdo, al par que sus piernas permanecían
inmóviles. Además, sus labios estaban prácticamente paralizados, la lengua salida de
sitio, y sólo tenía movimiento la mitad del diafragma. Súmese a ello que estaba
imposibilitado de usar dientes postizos. Este hombre, cuya voz era su herramienta de
trabajo y que se enorgullecía de su manejo del lenguaje, hablaba con dificultad, en
voz baja y medida, y no era fácil entenderlo. Se tenía la impresión de que sopesaba el
efecto que podía causar cada una de sus palabras.
A pesar de sus muchos padecimientos físicos y de que debía esforzarse para
reejercitarse en tantas cosas, Erickson era, permanentemente, uno de los seres
humanos más contentos de estar vivos que es dable encontrar. Casi todos los que lo
conocieron quedaron impresionados por sus cualidades personales. Era brioso y muy
sagaz. Sentado junto a él, uno sentía que allí había un individuo muy alerta al "aquí y
ahora", al instante. Gozaba realmente de la vida y era un excelente modelo de "buena
vida". Amable, compasivo, tomaba muy en cuenta a los demás; tenía una franca y
deliciosa sonrisa, y a menudo reía a carcajadas. Su manera de reírse para sí cuando
algo lo divertía era contagiosa.
También tenía una encantadora actitud de respetuoso asombro ante los otros. Era un
individuo muy positivo, el tipo de persona que contempla las flores y pasa por alto las
malas hierbas. Y alentaba a sus pacientes para que hicieran lo mismo. Lo complacían
los cambios positivos de la gente; si alguien hacía uno de esos cambios, o cada vez
que un paciente tenía una levitación del brazo (por más que fuera la milésima vez que
Erickson lograba una levitación), se mostraba sumamente contento, asombrado y
orgulloso de que su paciente la hubiera conseguido. En su mayor parte, ese
sentimiento de goce y admiración era trasmitido en un plano no verbal, lo cual hacía
difícil desestimarlo. Por lo demás, no se atribuía méritos personales por esos cambios
positivos de sus pacientes o alumnos, comunicando más bien su satisfacción de que el
sujeto se hubiera puesto en contacto con nuevas capacidades propias y con nuevas
potencialidades vitales.
Erickson había nacido el 5 de diciembre de 1901, criándose en comunidades rurales
de Nevada y Wisconsin. Formaba parte intrínseca de su vida una actitud propia de las
personas oriundas de la campaña. Tenía visión de futuro, pero no era ambicioso.
Murió el 25 de marzo de 1980, de una infección aguda. Hasta el momento de su
muerte estuvo activo y gozó relativamente de buena salud. En muchos de los relatos
en que abundaban sus lecciones, solía hacer referencia al trabajo con pacientes que
padecían dolores crónicos, explicando que luego de haberles aplicado su técnica esos
sujetos habían llevado una vida activa, hasta que de pronto cayeron en coma y
murieron tranquilos. De manera similar, él perdió repentinamente la conciencia el
domingo 23 de marzo, permaneciendo dos días en estado semiconciente, hasta que el
martes 25, rodeado de sus familiares, dio su último y pacífico suspiro. Hasta ese
súbito colapso, tuvo el cabal propósito de continuar con su plan docente.
Durante gran parte de su vida profesional en Phoenix, Erickson les pedía a sus
pacientes y alumnos que subieran al cerro Squaw, el más alto de la zona, de unos 350
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metros; el recorrido hasta la cumbre es de cerca de dos kilómetros, y está
perfectamente marcado, ya que es habitual que la gente haga la ascensión por
motivos de salud o para gozar del magnífico espectáculo del valle del Phoenix. El
ascenso es cansador, pero una persona sana lo puede hacer en 45 a 60 minutos; el
sendero es sinuoso y tiene muchas subidas y bajadas. Una perdurable sensación de
triunfo invade al que llega a la cumbre, además de ofrecerle una más vasta
perspectiva y un ángulo de mira más alto sobre el mundo que lo rodea.
Se rumorea que las cenizas del doctor Erickson fueron esparcidas en el cerro Squaw.
Si así fuera, no habría nada más apropiado: él había hecho de ese ascenso una parte
sustancial de su terapia. Ahora, para rendirle honores, la gente seguirá subiendo el
cerro Squaw.
Libros en los que participó Milton H. Erickson como coautor
Cooper, L. F., Y Erickson, M. H., Time Distortion in Hypnosis, Baltimore: The William &
Wilkins Company, 1959
Erickson, M. H., Hershman, S. y Secter, 1. l., The Practical Applications of Medical and
Dental Hypnosis, Nueva York: The Julian Press, 1961.
Erickson, M. H., Rossi, E. L. Y Rossi, S. l., Hypnotic Realities, Nueva York: Irvington,
1976.
Erickson, M. H. Y Rossi, E. L., Hypnotherapy: An Exploratory Casebook, Nueva York:
Irvington, 1979.
Erickson, M. H. Y Rossi, E. L., Experiencing Hypnosis: Therapeutic Approaches to
Altered States, Nueva York: Irvington, 1981.
Haley, J., ed., Advanced Techniques of Hypnosis and Therapy: Selected Papers of
Milton H. Erickson, M. D., Nueva York: Grune& Stratton, 1967.
Rossi, E. L., ed., The Collected Papers of Milton H. Erickson on Hypnosis (4 vols.),
Nueva York: Irvington, 1982.
Introducción
Un físico suizo amigo mío me narró una anécdota acerca del célebre físico danés Niels
Bohr. En una de sus conferencias el doctor Bohr exponía sobre el "principio de
incertidumbre" de Heisenberg. Este principio de "complementariedad" afirma que
cuando el observador de una partícula en movimiento descubre un dato referido a su
localización, sacrifica un dato sobre el impulso de la partícula, y a la inversa: cuando
obtiene información sobre el impulso, sacrifica información sobre la localización. Un
estudiante presente preguntó a Bohr: "¿Qué es lo complementario de la claridad de la
exposición?"; tras reflexionar un momento, el sabio respondió: "La precisión".
Aunque posiblemente sea apócrifa, esta anécdota expresa una intelección importante.
Cuando de la verdad se trata, para ser claro es menester ser simple en demasía,
sacrificando así la precisión; y para ser preciso es menester que la exposición sea
extensa, detallada y quizá confusa, con lo cual se sacrifica la claridad.
El manuscrito a que ahora accederá el lector es trascripción de un seminario docente
que el doctor Milton H. Erickson realizó con profesionales de la salud en su casa de
Phoenix, Arizona, y que tuvo una duración de una semana. La manera que tiene
Erickson de comunicarse es compleja y el lector apreciará su consumada precisión;
pero si intenta comprender el proceso de esa comunicación, quizá advierta también
cierta confusión y falta de claridad.
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Se impone una nota aclaratoria sobre estos seminarios docentes de Erickson. Luego
de abandonar formalmente la práctica privada, Erickson continuó dedicado de manera
activa a la enseñanza. Grupos de personas de todo el mundo tomaban contacto con él
para pedirle que los incluyera en sus seminarios; entre ellos había médicos,
psicólogos, psiquiatras y psicoterapeutas todavía no doctorados. Erickson daba estas
clases todos los días, aproximadamente desde mediodía hasta las cuatro de la tarde.
A medida que aumentaba su popularidad, cada vez se hizo más difícil conseguir una
vacante. A fines de 1979 ya tenía completos sus horarios para el año siguiente.
Entre el 30 de julio y el 4 de agosto de 1979, logré filmar en videocinta uno de estos
seminarios realizados en su casa, y que constituye el grueso de este libro. No se han
añadido comentarios para describir la técnica empleada por Erickson durante esa
semana; he preferido dar al lector la oportunidad de consustanciarse con la
trascripción y llegar a sus propias conclusiones e intelecciones sobre los métodos de
Erickson.
Estos ya han sido descriptos en detalle por otros autores. Haley (1973) lo hizo con un
enfoque interaccional; Bandler y Grinder (1975) analizaron microscópicamente las
pautas de comunicación de Erickson mediante un método lingüístico basado en la
gramática trasformacional; Rossi (Erickson, Rossi y Rossi, 1976; Erickson y Rossi,
1979), en su calidad de analista de orientación junguiana, apeló a una perspectiva
intrapsíquica para comprender a Erickson. Cabe especular que Erickson hizo bien en
promover que su trabajo fuera descrito por teóricos con puntos de vista tan
divergentes: al leer los análisis de estos autores se obtiene una perspectiva
equilibrada acerca de la técnica por él utilizada.
Este método se caracterizaba por su índole indirecta. Erickson enseñó en forma
indirecta toda su vida, desde sus primeras conferencias. Curiosamente, también su
fama se divulgó de manera indirecta, ya que ganó popularidad menos por sus propios
empeños que por lo que otras personas escribieron sobre él.
Con este volumen no pretendemos proporcionar un modo diferente de comprender a
Erickson: la idea no es exponer algo nuevo sobre él, sino presentarlo bajo una nueva
luz. A lo largo del libro se podrá percibir el decurso de sus narraciones didácticas y
obtener un panorama del proceso de su comunicación. A quienes nunca estuvieron
junto a él personalmente, esta obra les brinda la posibilidad de visualizarlo en acción;
a quienes lo conocieron.. la de contemplarlo desde un ángulo distinto.
Al escuchar a Erickson personalmente era muy difícil que su comunicación resultase
clara; la gente solía decir que los "ofuscaba". Una experiencia diferente es leer sus
anécdotas o verlas en videocinta; estas perspectivas permiten apreciar mejor lo que él
hacía. En persona, era fácil confundirse a causa de la multiplicidad dé niveles,
verbales y no verbales, en que operaba. No era infrecuente, verbigracia, que cada una
de las personas, al término de una de las jornadas del seminario, dijera: "Hoy me
estuvo hablando a mí".
En una primera lectura, las historias didácticas de Erickson pueden parecer de fácil
comprensión, pero en realidad no es así. Yo he presentado filmes y videocintas sobre
Erickson en reuniones de asociaciones nacionales de profesionales, planteando a los
concurrentes el siguiente desafío: "Si logran captar el 50% de lo que hace Erickson,
pueden considerarse observadores y oyentes muy agudos". Tal vez en las presentes
trascripciones sea más sencillo aprehender lo que hace Erickson, pero puedo repetir el
mismo desafío al lector de este libro.
A título demostrativo, incluí un "Apéndice" en el que Erickson y yo comentamos una
de las inducciones hipnóticas realizadas por él en el curso de la semana. La inducción
hipnótica (acontecida el día martes, con Sally) duró cincuenta minutos; nuestros
comentarios llevaron casi cinco horas. Sería interesante que el lector, luego de
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repasar el fragmento de trascripción correspondiente, compare lo que ha podido
comprender con los detalles que se dan en el "Apéndice".
Otras cuantas cosas deben tenerse en cuenta con respecto a los relatos didácticos de
Erickson. Era un individuo muy congruente consigo mismo; narrar historias no era
sólo su manera de trabajar sino su manera de vivir. Lo hacía al hablar con sus
parientes, colegas, alumnos o pacientes. Si alguien le pedía un consejo, lo habitual
era que respondiese con una anécdota. De ahí que este libro permita formarse una
buena idea no sólo de su método terapéutico, sino también de su enfoque pedagógico.
Además, se compenetraba mucho de lo que narraba, dando la impresión de que
estaba reviviéndolo. Sus relatos tenían un sentido teatral; los orquestaba de una
manera vívida. Por supuesto, estos aspectos no verbales se pierden en una
trascripción escrita; desgraciadamente, sus gestos y ademanes, la entonación de su
voz, su risa y su brío son irreproducibles.
Erickson estaba tan familiarizado con sus historias, cada una de las cuales era
relatada por él muchas veces, que podía aportar mucho vigor a la comunicación,
tornando más penetrante aún los mensajes mediante la apelación a técnicas verbales
y no verbales. El conocía la continuación del relato, y sus oyentes no. Pero además del
contenido de sus anécdotas, las empleaba para comunicarse al mismo tiempo en otros
niveles terapéuticos. En verdad, nunca parecía contentarlo la comunicación en un solo
plano. Tal vez le molestaba la unilateralidad mental que implica hacer una sola cosa
por vez.
Respecto de la comunicación en múltiples niveles, a la mayoría de los psicoterapeutas
se los instruye para que adviertan que, cuando sus pacientes se comunican en un
nivel, el significado de lo que expresan se hallará en otros niveles: el histórico, el
simbólico y otros niveles "psicológicos". Es mérito de Erickson haber demostrado que
si el paciente puede comunicarse en varios niveles, también el terapeuta puede
hacerlo. La comunicación terapéutica no debe ser forzosamente clara, concisa y
directa; la comunicación focalizada en varios niveles a la vez puede ser una técnica
poderosa, y Erickson la utilizaba de continuo. Por ejemplo, al leer este manuscrito se
notará que en muchas oportunidades Erickson describía un principio, lo ejemplificaba
con una anécdota y demostraba su aplicación con las personas allí reunidas, todo al
mismo tiempo.
Nos hemos empeñado por conservar aquí en la mayor medida posible la comunicación
original. Se introdujeron mínimas modificaciones, a fin de preservar el estilo de
Erickson proporcionando a la vez un texto legible. Dado que en sus inducciones
hipnóticas Erickson se afanaba por obtener una precisión mayor que la corriente, las
trascribimos aquí en forma literal. Preparar para su publicación las anécdotas de
Erickson no ofreció mayores dificultades, pues casi siempre se expresaba con
oraciones completas y gramaticalmente correctas.
Las anécdotas a que Erickson recurría dependían mucho de la composición del grupo.
Si se dirigía a un grupo interesado en la atención de niños, sus relatos versaban en
mayor medida sobre niños; si su auditorio se especializaba en la eliminación del dolor
físico, en eso se centraban sus anécdotas. El grupo presente en la semana que aquí se
trascribe era heterogéneo, y por ende Erickson empleó una temática general, aunque
dedicando cada día a uno o dos temas. Asimismo, con algunas de sus anécdotas
trabajó en forma decididamente terapéutica, a fin de ampliar la flexibilidad de algunos
miembros.
La conducta no verbal de Erickson durante sus seminarios didácticos era muy
interesante. Por lo común miraba al piso mientras narraba una historia, pero con la
visión periférica captaba las reacciones de sus pacientes o alumnos. Tenía un limitado
11
control de su cuerpo; si quería destacar que un mensaje terapéutico estaba dirigido a
una persona en particular, modificaba la localización espacial de la voz.
Erickson no se veía obligado a recurrir a inducciones formales para fijar la atención de
sus oyentes; estos a menudo cerraban los ojos al entrar y salir espontáneamente de
un trance en el curso de la sesión. El propio Erickson parecía entrar y salir de tales
trances, como si la oportunidad de enseñar le permitiera salir fuera de sí mismo y
aminorar así los dolores permanentes causados por las secuelas de la poliomielitis.
Referencias bibliográficas.
Haley., Uncommon Therapy, Nueva York: Norton, 1973. [Terapia no convencional,
Buenos Aires: Amorrortu editores, 1980.]
Bandler, R. y Grinder, J., Patterns of the Hypnotic Techniques of Mílton H. Eriékson,
M. D., vol. 1, California: Meta Publicions, 1975.
Erickson, M, H., Rossi, E. L. y Rossi, S. 1., Hypnotic Realities, Nueva York: Irvington,
1976.
Erickson, M, H. y Rossi, E- L., Hypnotherapy: An Exploratory Casebook, Nueva York:
Irvington, 1979.
El uso que daba Erickson a las anécdotas
Uno de los signos distintivos del método de Erickson fue su uso de las anécdotas como
instrumento didáctico y terapéutico. Llegó a adquirir renombre por sus precisas y
focalizadas comunicaciones, adaptadas a cada paciente. Este recurso constituía un
empleo sumamente elaborado y eficaz de la comunicación verbal.
A fin de proporcionar al lector un marco general que le permita entender mejor la
trascripción siguiente, describiré ciertos usos de las anécdotas y expondré mi primer
encuentro con Erickson, en 1973, como ejemplo de este uso para una potente
comunicación terapéutica en múltiples niveles.
El uso de anécdotas en psicoterapia
Un diccionario inglés define la "anécdota" como "una breve anotación relativa a un
suceso o incidente interesante o divertido". Las anécdotas pueden ser ficticias (p. ej.,
pueden ser cuentos tradicionales, fábulas, parábolas o alegorías), pero también
pueden ser relatos o crónicas de genuinas experiencias y aventuras vitales. La
abrumadora mayoría de las anécdotas que contaba Erickson eran descripciones
verídicas de sucesos de su vida y de las de sus familiares y pacientes.
Las anécdotas pueden ser empleadas en todo tipo de psicoterapia y en cualquier fase
del tratamiento. No se conocen contraindicaciones para ellas.
Todas las psicoterapias tienen en común determinadas operaciones; en particular, el
diagnóstico, el establecimiento de una relación empática, la ejecución de un plan de
tratamiento. En cada una de estas operaciones terapéuticas pueden utilizarse
anécdotas.
Diagnóstico
Sin interferencia ni obstáculo de la mente conciente. Erickson empleaba mucho este
procedimiento indirecto para lograr cambios inconcientes con la mayor rapidez
posible.
En armonía con el empleo que hacía Erickson de la insinuación indirecta, también
pueden emplearse anécdotas, para un observador agudo puede emplear las anécdotas
12
para el diagnóstico usándolas proyectivamente, más o menos como lo haría con las
partes de este artículo, fueron presentadas en la reunión de la Sociedad
Norteamericana de Hipnosis Clínica celebrada el 14 de octubre de 1978, un test de
Rorschach. En esta circunstancia, con la anécdota suministra estímulos que dan lugar
a una respuesta de significación diagnóstica.
Por ejemplo, puede relatarse una historia compuesta de muchos elementos y ver a
qué parte de ella reacciona el paciente. Supongamos que el terapeuta cuenta acerca
de una persona con problemas conyugales, que a su vez derivaban de los que había
tenido de niño con sus padres. Además, esos problemas tenían que ver con las
dificultades sexuales actuales de la persona y la llevaron a hacer un consumo indebido
de alcohol.
Esta sucinta historia tiene varios componentes. El terapeuta observador reparará en
las partes a las que reacciona el paciente de manera no verbal, y en aquella parte
específica a la que reacciona diciendo algo. La información diagnóstica así obtenida
puede luego profundizarse.
Para ilustrar este uso diagnóstico adicional de las anécdotas daré un ejemplo tomado
de mi propia experiencia clínica. Una mujer se presentó con una fobia de trece años
de antigüedad y solicitó tratamiento hipnótico. En la entrevista inicial le conté una
serie de anécdotas relativas a otros pacientes que habían superado sus problemas en
lapsos diversos; algunos de ellos en forma inmediata e inesperada, sin una mayor
comprensión de lo que les pasaba, en tanto que otros sólo los habían superado lenta y
laboriosamente; a estos últimos les interesaba mucho comprender su problemática.
La paciente de referencia tenía una especial manera de asentir con la cabeza, que ella
no advertía concientemente: hacía una señal afirmativa ante cada parte de la
anécdota relacionada con una lenta superación de los problemas, y con la misma
congruencia se abstenía de todo movimiento cuando se le hablaba de una resolución
inmediata. Esta pauta fue confirmada recurriendo a anécdotas similares relatadas en
diverso orden.
Por su gesto de asentimiento, era notorio que ella iba a superar sus problemas
lentamente; no intenté, pues, ninguna medida terapéutica en la sesión inicial. En
lugar de ello, le formulé preguntas detalladas sobre la etiología y las pautas de sus
síntomas. Con dos sesiones más al mes siguiente, logré aliviada de la fobia. No fue
necesario fijar reuniones más frecuentes, ya que ella misma había indicado que iba a
cambiar con lentitud.
Mientras narraba sus historias, Erickson se mantenía continuamente al tanto de las
respuestas conductuales de sus pacientes. A menudo no los miraba en forma directa,
pero los vigilaba con su visión periférica, muy bien desarrollada.
Su perceptividad era legendaria. Diligentemente se autoejercitó para notar y
comprender los más sutiles matices del comportamiento humano. Su capacidad de
respuesta terapéutica estaba fundada en esta agudeza diagnóstica. Ahondar en el
método diagnóstico de Erickson sobrepasa los alcances de este libro, pero nunca
destacaríamos lo suficiente la importancia de la aptitud que había desarrollado para
percibir con rapidez las cuestiones nucleares de cada paciente.
Establecimiento del rapport
Se considera que el establecimiento de una vinculación y un rapport empáticos es una
de las piedras angulares de la psicoterapia; para algunos teóricos (v. gr., Carkhuff y
Berenson, 1967), este es uno de los instrumentos fundamentales. Pero el método
empático tiene sus bemoles. El paciente puede aprender un tipo de empatía
autodiagnóstica que implica el escrutinio permanente de sus propios sentimientos,
13
escrutinio que puede entorpecer el proceso de goce y utilización de ese flujo
emocional. En algunos casos, un método empático directo puede estar contraindicado
o ser innecesario (p, ej., no es propio del estilo de ciertos individuos sintonizar con
sus propios sentimientos); además, hay pacientes que objetan que se les señale en
forma directa sus sentimientos, o les molesta.
Según el enfoque de Erickson, las cosas funcionan mejor cuando lo hacen de manera
automática e inconciente, o sea, establecer empatía con un paciente y los procesos
que están o no dentro de su conciencia inmediata. El paciente no necesita advertir
concientemente que el terapeuta tuvo una respuesta empática; las anécdotas pueden
emplearse para establecer rapport empático con el inconciente. Por más que la
respuesta empática permanezca fuera de la conciencia del paciente, este suele poner
de manifiesto, en forma verbal o no verbal, que el terapeuta tuvo una respuesta
empática "inconsciente".
Ilustraremos el uso de anécdotas empáticas con uno de los primeros seminarios
didácticos de Erickson, realizado en su consultorio con tres alumnos en 1975.
Erickson narró una anécdota sobre un paciente muy competitivo, quien acudió a verlo
y le pidió que lo pusiera en estado de trance. Comentó Erickson que lo hizo pidiéndole
que vigilara sus propias manos para ver cuál de ellas se elevaba primero y cuál
llegaba primero a tocar el rostro. De este modo, apeló a la competitividad del
individuo para ayudarlo a conseguir sus objetivos.
A los tres estudiantes esta anécdota les pareció muy atractiva, porque Erickson estaba
enseñándoles un aspecto interesante de su técnica. Pero de inmediato se puso en
evidencia que la historia perseguía otra finalidad, ya que algunos de los presentes
competían también por ganar para sí la atención y el tiempo de Erickson. Las
anécdotas pueden emplearse en cualquier fase del proceso de tratamiento a fin de
alcanzar los objetivos de la terapia. A título de ejemplo, repasaremos ocho categorías,
que no se excluyen entre sí
Cuando se señaló el propósito múltiple de la anécdota, Erickson analizó este otro
aspecto, declarando que había notado la competencia que ellos estaban librando y que
a través de esa anécdota les indicó dicho reconocimiento.
Ante esto, los estudiantes podrían haber reaccionado de tres maneras: una,
reconociendo concientemente su competitividad, como ocurrió; dos, comunicando,
mediante alguna indicación no verbal, que reconocía esa competitividad pero aún no
estaban preparados para hacerla conciente; por último, pudo pasárseles por alto el
sentido de la historia, tal como se aplicaba a la situación inmediata.
Cualquiera de las tres respuestas habría sido satisfactoria para Erickson, porque
habría concordado con las necesidades y personalidades de esos estudiantes. El
estaba dispuesto a seguir cualquier rumbo que los hechos indicasen. En esas
circunstancias, dijo que quería examinar la anécdota en forma conciente porque
estaban en una situación de aprendizaje.
Pero había en la anécdota un tercer mensaje: apuntaba a sugerir a los estudiantes, o
forzarlos a adoptar, una particular reacción conductual. Tras examinar la anécdota,
Erickson añadió que no sabía hasta qué punto había competitividad entre los
estudiantes, pero por cierto no deseaba que compitieran con él.
Proceso del tratamiento
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1. Formular o ejemplificar una opinión
Mediante el uso de anécdotas puede establecerse una opinión de manera memorable
y potente. Teniendo en cuenta la estructura de la memoria humana, es más sencillo
recordar el tema de una anécdota que si eso mismo fuera dicho en una enunciación
común. Las anécdotas quedan "fijadas en el recuerdo", al hacer que ideas sencillas
cobren vivacidad. Véase el siguiente ejemplo.
A comienzos de 1980 debí intervenir por primera vez en un caso vinculado con el uso
forense de la hipnosis, y solicité ayuda a Erickson. El me narró lo que reproduciré a
continuación, comenzando con esta frase: "Conozca al abogado del otro bando"…
Me explicó que estaba testimoniando en favor de un individuo en un juicio por la
tenencia de su hijo. La esposa padecía graves problemas psíquicos y el sujeto era la
persona que estaba en mejores condiciones para cuidar del chico. Luego dijo que
había conocido muy bien a la abogada de la esposa, y que sabía que era una persona
muy rigurosa.
Cuando llegó el día de prestar declaración, dijo, ella se vino muy bien preparada:
tenía 14 páginas de preguntas escritas para formularle. Al subir a la tarima, ella le
inquirió: "Doctor Erickson, dice usted que es un especialista en psiquiatría. ¿En qué
autoridad se basa?". "Me baso en mi propia autoridad", replicó él. Sabía que si
mencionaba a alguien, esta calificada abogada comenzaría a minar su condición de
especialista citando otras autoridades en pugna con la suya.
Ella le preguntó entonces: "Doctor Erickson, dice usted que es un especialista en
psiquiatría. ¿Qué es la psiquiatría?". Erickson respondió: "Puedo darle el siguiente
ejemplo. Si yo fuera un especialista en historia norteamericana, sin duda sabría algo
respecto de Simon Girty, también llamado 'Girty el Sucio'. Alguien que no sea un
especialista en historia norteamericana no sabría nada sobre Simon Girty, también
llamado 'Girty el Sucio'.
Erickson contó que cuando miró al juez, este se estaba cubriendo el rostro con las
manos. El secretario del juzgado buscaba una lapicera debajo de la mesa. Por su
parte, la abogada procuraba sofocar una risa incontrolable.
Dijo Erickson que luego de esa analogía, la abogada hizo a un lado sus papeles y dijo:
"No más preguntas, doctor Erickson".** Entonces Erickson me miró fijamente y me
comentó: "El apellido de esa abogada era... Gertie", contándome a continuación que
cada vez que su abogado se encontraba con ella en el bando opuesto, hallaba el modo
de introducir en sus argumentaciones alguna referencia a "Girty el Sucio".
La anécdota de Erickson fue entretenida e interesante, y una encantadora manera de
darme su opinión. Si me hubiera dicho: "No se deje intimidar por la situación", el
efecto habría sido mínimo; el mensaje, tal como él me lo trasmitió, realzó sus efectos.
2. Sugerir soluciones
Erickson solía utilizar las anécdotas para sugerir una solución a su paciente, en forma
directa o indirecta. Por lo común lo hacía narrando una anécdota paralela y/o
narrando múltiples anécdotas con el mismo tema. Las conclusiones extraídas de estas
anécdotas ofrecían una perspectiva novedosa o una solución antes pasada por alto.
Con frecuencia, la anécdota que él narraba trazaba un paralelismo con el problema del
paciente pero brindando un nuevo punto de vista. Por ejemplo, si el sujeto describía
los repetidos fracasos que había tenido en su vida, le contaba historias de alguien que
había sufrido repetidos fracasos, pero esas historias terapéuticas eran
**
"Dirty Girty": la reiteración vocálica suena graciosa, más o menos como ocurriría en castellano con
"Rucio el Sucio". [N. del T.] .. "Gertie" se pronuncia casi igual a "Girty" [N. del T.]
15
cuidadosamente elaboradas, de tal modo que su desenlace final era un éxito. Así,
cada uno de los fracasos de la historia terapéutica era a la postre interpretado como
un "elemento constructivo" para alcanzar el éxito.
Un buen ejemplo de una anécdota paralela que ofrece una nueva perspectiva lo
encontramos en la trascripción del seminario correspondiente al día martes. Ese día
Erickson practicó una inducción con Sally, haciéndole atravesar algunas difíciles y
embarazosas vicisitudes; a continuación le contó el caso de un paciente que había
atravesado embarazosas vicisitudes y gracias a eso se había vuelto más flexible y
había tenido más éxito en la vida.
También sugería a veces mediante un relato una solución que el paciente había
pasado por alto; esto tiene más eficacia terapéutica que un consejo directo, que los
pacientes tienden a rechazar. Se le expone al sujeto el caso de alguien con un
problema semejante al suyo, que recurrió con éxito a determinada solución; queda en
sus manos establecer la conexión y aplicar a su vida una solución parecida.
Mediante las anécdotas se puede sugerir soluciones indirectamente, en cuyo caso el
paciente es quien "tiene la idea" y puede atribuirse los méritos del cambio en vez de
atribuírselos al terapeuta.
Erickson solía usar un estilo indirecto contando múltiples anécdotas de igual tema. Por
ejemplo, quizás introdujera una idea como la de "abordar al paciente en el propio
marco de referencia de este", y luego contaba múltiples anécdotas en todas las cuales
se enhebraba ese tema. (Además, invariablemente expondría el principio abordando a
los allí reunidos en su propio marco.) A veces mencionaba el tema antes de contarlas,
otras veces al final de la serie. Si advertía que el paciente o los alumnos habían
captado el asunto en forma inconciente (o conciente), tal vez no hacía ninguna
mención directa del tema.
3. Ayudar a las personas a reconocerse tal cual son
Uno de los procedimientos corrientes de los terapeutas es enfrentar a los pacientes
con su propia realidad, para que se vean tal como son y puedan cambiar en
consecuencia. Las anécdotas proporcionan esa comprensión de un modo más o menos
indirecto.
Por ejemplo, hacia el final de la trascripción de la sesión del miércoles, Erickson narra
algunas historias sobre psicoterapia simbólica, describiendo el caso de una pareja,
compuesta por un psiquiatra y su esposa, a quienes indicó como tarea que subieran
por separado al cerro Squaw y visitaran el Jardín Botánico. Aquí Erickson apeló a una
actividad física para que los pacientes, simbólicamente, se reconocieran y adoptaran
las medidas apropiadas; pero también estaba dando un ejemplo a los terapeutas allí
reunidos, quienes podrían aprovechar la oportunidad para reconocerse.
A la anécdota del psiquiatra le sigue otra sobre un psicoanalista y su mujer. Al leerlas,
uno repara en que ellas guían las asociaciones del auditorio (y del lector): es muy
difícil escuchar estos relatos de boca de Erickson o leerlos sin pensar en las propias
relaciones personales. Erickson solía emplear las anécdotas para guiar las
asociaciones de las personas y llevarlas a reconocerse a sí mismas, y luego tomar las
medidas correspondientes.
Este uso de las anécdotas a fin de guiar y provocar asociaciones tenía gran
importancia dentro del método de Erickson. Le encantaba dar este ejemplo: "Si
quieres que alguien te hable de su relación con el hermano, todo lo que tienes que
hacer es contarle una historia sobre tu propio hermano".
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Erickson nos viene a recordar que el poder de cambiar permanece dormido en el
paciente y debe ser despertado. Las anécdotas pueden orientar sus asociaciones, pero
el cambio es en realidad obra de él. "El terapeuta sólo crea el clima, la atmósfera".
4. Sembrar ideas e intensificar las motivaciones
En el caso de la paciente fóbica antes citado, se notará que todas las anécdotas que le
fueron relatadas se referían a éxitos psicoterapéuticos; por ende, cumplían el
propósito adicional de aumentar sus expectativas favorables. Además, permitían
diagnosticar su motivación para cambiar. Por su manera de asentir con la cabeza se
apreciaba que estaba dispuesta a introducir los cambios indispensables en su anterior
pauta fóbica; la única cuestión era cuánto tiempo llevaría ese cambio.
Erickson era perfectamente capaz de narrar una anécdota que estimulara en su
paciente o alumno cierta idea básica, y luego, conociendo la secuencia de sus
anécdotas, fortalecía esa idea con otra historia contada el mismo día o incluso varios
días o semanas más tarde.
Esta manera de "sembrar ideas" es muy importante en la “técnica hipnótica". Si el
hipnotizador quiere sugerir la levitación de un brazo, lo hará "eslabonando" sucesivos
pasos o "sembrando semillas" en cadena. Por ejemplo, atraerá la atención del sujeto
hacia su mano, luego le sugerirá la posibilidad de que tenga en ella alguna sensación,
luego su capacidad de moverla, luego la conveniencia de que realice ese movimiento,
luego centrará la atención en el movimiento en sí, hasta por último sugerir su
realización. Conociendo de antemano el resultado buscado, el terapeuta puede
sembrar ideas que lleven a él en un momento temprano de la terapia. Esta técnica de
la "siembra" era muy común en Erickson, y vigorizaba mucho el poder de su
comunicación.
5. Controlar terapéuticamente la relación.
Los pacientes suelen adquirir pautas de relación terapéutica inadaptadas,
manipuladoras o autodestructivas. Las anécdotas son un arma eficaz para controlar la
relación a fin de mantener al paciente en una posición complementaria "subordinada"
o "sometida" (cf. Haley, 1963). Esta táctica puede resultar terapéutica para ciertos
individuos rígidos, que tienen dificultades para obrar cómoda y eficazmente cuando
están en posición subordinada: las anécdotas les enseñan a sentirse confiados por
más que ocupen esa posición. Las anécdotas pueden "desequilibrar" al paciente, al
punto que ya no le sea posible recurrir a sus métodos de control habituales; a la vez,
lo hacen sentir más seguro al saber que hay alguien a quien no pueden manejar con
sus síntomas.
6. Insertar directivas.
Las anécdotas pueden emplearse para formular "directivas insertadas" (cf. Bandler y
Grinder, 1975). Esta técnica consiste en tomar una frase importante de un relato y,
sacándola de contexto, dirigirla explícita o tácitamente a un paciente. La formulación
indirecta se haría, por ejemplo, concediendo a la frase menor importancia que la que
tiene o modificando la emisión espacial de la voz al relatarla.
En la trascripción del día viernes Erickson examina el desarrollo sexual del ser
humano, y en medio de ese examen cuenta una historia acerca del doctor A., su
supervisor en el Hospital Estatal de Worcester. La anécdota parece fuera de contexto,
pero imagínese el efecto que podría causar la última oración en un alumno que opone
resistencia: allí el supervisor le sugiere que permanezca "con el rostro impasible, la
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boca cerrada, los ojos y oídos bien abiertos, y no se forme juicio propio hasta contar
con alguna prueba efectiva que venga en apoyo de sus inferencias y sus juicios".
7. Reducir la resistencia
Por el mismo hecho de ser indirectas, las anécdotas ayudan a reducir la resistencia
frente a las ideas ajenas. La anécdota estimula una asociación propia en el paciente,
que puede luego actuar llevado por dicha asociación. Es difícil resistirse a una
asociación que uno mismo ha establecido.
La anécdota puede también exponer una idea en forma indirecta. En cada anécdota se
presentan muchas ideas, y el paciente debe participar activamente para otorgar
sentido a la anécdota y decidir qué parte tiene algo que ver con él. Se fomenta así
que la energía generadora del cambio provenga del paciente mismo.
Los mensajes anecdóticos, a raíz de su estructura, pueden volverse prontamente
inconcientes: ningún paciente puede asimilar y comprender concientemente todos los
mensajes contienen una anécdota compleja. El individuo es capaz de vivenciar un
cambio de conducta que acontece fuera de su percatamiento consciente pues le es
posible responder a una parte de la anécdota, la habrá registrado concientemente.
Con frecuencia se informó de pacientes que, tras haber visitado a Erickson,
descubrían que estaban cambiando "por su cuenta", sin advertir el efecto que había
tenido sobre ellos la comunicación terapéutica de aquel.
En general, Erickson recurría a una anécdota cuando era necesario un mayor grado de
insinuación indirecta; y cuanta mayor resistencia provocaban sus ideas, más indirecto
y anecdótico se tornaba. Esto se funda en el principio de que el carácter indirecto de
la comunicación guarda una relación proporcional con la magnitud de la resistencia
percibida (Zeig, 1980b).
Hay otras técnicas vinculadas con el uso de las anécdotas para diluir la resistencia. El
terapeuta puede sembrar una idea en una anécdota y luego pasar rápidamente a una
segunda anécdota de distinto tema. Este tipo de maniobra vuelve más difícil para el
paciente resistirse a la idea presentada en la primera anécdota, y aumentan las
probabilidades de que esta idea devenga "inconciente" con más rapidez. El paciente
puede padecer una amnesia respecto de la primera historia.
Las anécdotas pueden emplearse para distraer al paciente. Erickson sostenía que a
veces las utilizaba terapéuticamente para aburrirlo, como técnica preliminar a la
presentación de una idea terapéutica en un momento en que aquel tenía menos
resistencia y podía responder mejor.
8. Reencuadrar y redefinir un problema
Las anécdotas sirven también para "reencuadrar" [reframe] un problema. El arte del
"reencuadre" ha sido descrito por diversos autores (v.gr., Watzlawick, Weakland y
Fisch, 1974). Los pacientes tienen determinadas actitudes hacia sus síntomas; el
reencuadre es una técnica que opera en el plano de las actitudes, brindando al sujeto
la alternativa de adoptar una actitud positiva hacia la situación sintomática.
La modificación de las actitudes hacia los síntomas es terapéutica. Erickson propuso
que terapia es todo aquello que cambia la pauta de conducta habitual. Este cambio
puede darse en una dirección favorable o inicialmente en una dirección negativa. A
menudo, al cambiar la actitud del individuo hacia su síntoma cambia el propio
complejo sintomático (c. Zeig, 1980b).
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La redefinición es una técnica que consiste en definir el problema de una manera
levemente diferente a como lo hace el paciente, tras lo cual se ofrece una acción
terapéutica que corregirá la nueva definición del problema, y así lo solucionará.
Erickson emplea las anécdotas tanto para el reencuadre como para la redefinición. Un
buen ejemplo se halla al comienzo de la sesión del miércoles, cuando le relata a
Christine anécdotas sobre los dolores de cabeza. Repárese al leerlas en cómo Erickson
reencuadra y redefine el dolor de cabeza de Christine.
Estas categorías no son en modo alguno exhaustivas. Pueden enumerarse los
siguientes usos adicionales de las anécdotas:
1. Las anécdotas pueden ser usadas como técnicas de edificación del yo, o sea, para
edificar las emociones, el pensamiento ylo la conducta del individuo, ayudándolo a
llevar una vida más equilibrada.
2. En sí mismas, las anécdotas son una forma infrecuente y creativa de comunicarse,
y en tal sentido sirven como "modelo" de una vida mejor. El terapeuta alienta al
paciente a vivir de manera más flexible y creadora mostrándose flexible y creador en
su propia comunicación.
3. Por su intermedio pueden estimularse y revitalizarse diversas pautas de
sentimiento, pensamiento y acción, ayudando al individuo a tomar contacto con un
recurso personal que antes le había pasado inadvertido. Erickson nos advierte que los
pacientes han evidenciado, en el pasado, que poseen los recursos para resolver el
problema que traen a la terapia, y las anécdotas se utilizan para recordárselo.
4. Las anécdotas pueden servir para desensibilizar a un paciente respecto de sus
temores. Al trabajar con fóbicos, mediante una serie de anécdotas se aumenta y
disminuye alternadamente la tensión, y así decrece el temor. Las anécdotas pueden
emplearse por muy variadas razones técnicas en cualquier clase de psicoterapia, y
también durante la inducción formal y natural y en el curso de una hipnosis.
El uso de las anécdotas en la hipnosis
Las anécdotas y la hipnosis formal tienen tres similitudes estructurales básicas:
1) En ambas, el terapeuta se dirige fundamentalmente a un sujeto pasivo, tratando
de suscitar el poder que hay dentro de él y de demostrarle que tiene la capacidad de
cambiar.
2) En uno y otro caso, el rol del sujeto se define como subordinado y complementario.
3) En ambas técnicas se trabaja a partir de los indicadores de conducta mínimos del
paciente.
Debido a estas similitudes estructurales, las anécdotas pueden aplicarse con suma
eficacia en la hipnosis formal y natural, de un modo análogo a su uso en psicoterapia.
Puede empleárselas para diagnosticar la hipnotizabilidad de un sujeto y crear rapport
con él, como también en las fases de inducción y de utilización del tratamiento
hipnótico.
Uso diagnóstico
Las anécdotas pueden emplearse diagnósticamente para evaluar la hipnotizabilidad
del sujeto y el estilo de utilización del trance que manifestará. Este proceso es similar
al uso diagnóstico de las anécdotas en psicoterapia que ya hemos descrito, pero en la
evaluación de la hipnotizabilidad intervienen algunos factores adicionales, de los
cuales tienen especial relieve los siguientes: la absorción, el estilo de respuesta, la
capacidad de atención y el control.
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1. Al relatar una anécdota, el terapeuta puede advertir el grado de absorción que
manifiesta el sujeto. Quienes se muestran más cautivados y absorbidos por la historia
suelen ser, clásicamente, los sujetos más hipnotizables.
2. Mediante las anécdotas es posible evaluar en alguna medida el estilo de respuesta
de cada individuo. Hay personas que responden mejor a la sugestión directa y otras a
la indirecta; las anécdotas permiten advertir a qué tipo de sugestión responde mejor
el sujeto. Por ejemplo, si al narrar una anécdota el operador menciona que el
protagonista tuvo que mirar súbitamente hacia arriba para ver qué hora era, la
reacción del paciente dice algo sobre su estilo de respuesta
3. Las anécdotas permiten apreciar si el sujeto tiene su atención focalizada o difusa,
interna o externa. Una persona más focalizada exhibirá movimientos mínimos y se
centrará en una sola cosa durante períodos extensos; una más difusa se mueve con
mayor frecuencia y desplaza su atención de uno a otro asunto. Las personas de
atención interna se ocupan de su propia vida interior: sus sentimientos, pensamientos
y movimientos; las de atención externa están más alertas a lo que sucede en torno.
(Erickson disfrutaba clavando la mirada en las cosas que lo rodeaban, como un gato:
su atención estaba muy orientada a lo externo.)
4. La narración permite asimismo al terapeuta averiguar algo acerca de la flexibilidad
del paciente en su control de las relaciones personales. Hay individuos que necesitan
subordinar a los demás, otros necesitan subordinarse y otros estar en un plano de
igualdad. Estas necesidades salen a relucir en la reacción verbal y no verbal frente a
las anécdotas "prehipnóticas".
Muchos elementos más pueden utilizarse para diagnosticar el estilo hipnótico de un
individuo, pero los cuatro mencionados se avienen particularmente a ser evaluados
simultáneamente con el relato de una anécdota. Al considerar este enfoque
diagnóstico (y sin trascender los alcances de este libro), resultan claras las
consecuencias que esto tiene para trazar una estrategia terapéutica. Las anécdotas y
directivas que imparte un terapeuta serán tanto más eficaces cuanto más se ajusten a
la experiencia del paciente. Por ejemplo, no se aplicarán las mismas técnicas
hipnóticas y psicoterapéuticas a un individuo sumiso, orientado hacia lo exterior y
muy sensible a la sugestión directa, que a un individuo dominante, absorto en su vida
interior y que responde mejor a la sugestión indirecta.
Al principio, hasta aprender verdaderamente la técnica, el uso diagnóstico de las
anécdotas puede ser muy fatigoso para el terapeuta, ya que al mismo tiempo que
compone su relato debe prestar atención a las respuestas del paciente y ser
susceptible a las sugestiones que se le imparten en el momento y las subsiguientes.
Erickson empleaba a menudo las anécdotas en forma natural a manera de entrada en
el trance hipnótico. Varios de sus ex pacientes me dijeron que, mientras escuchaban
sus narraciones, súbitamente se vieron en estado de trance. Una de ellas me explicó
que de pronto se sintió adormilada, y que al principio la fastidió dormirse mientras
escuchaba a su médico, hasta que se dio cuenta de que era eso lo que Erickson
quería. ¡Así pues, cerró los ojos y cayó en trance!
Pautamiento
Uso en la fase de inducción de la hipnosis
Pueden emplearse anécdotas para establecer la pauta del estado hipnótico, vale decir,
los parámetros experienciales de lo que puede significar dicho estado para un
individuo en particular. Un operador puede usarlas para describir y sugerir al paciente
cómo sería la hipnosis en su caso; por ejemplo, puede contarle a un individuo
inexperto en la materia cómo fue la hipnosis de otro más avezado, de modo que la
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conducta del personaje de la anécdota se equipare y superponga con la conducta
efectiva del sujeto inexperto. Con ello le estaría impartiendo a este una sugestión
indirecta.
Otro tipo de pautamiento del estado hipnótico. consiste en lograr que los sujetos
prueben por sí mismos (con o sin percatamiento conciente) que pueden practicar
algunos de los fenómenos hipnóticos básicos, cualquiera de los cuales puede ser
sugerido mediante anécdotas dirigidas. Una de las inducciones favoritas de Erickson
implicaba el repaso, mediante anécdotas, de las primeras cosas aprendidas en la
escuela, incluso las letras del alfabeto y el modo de formarse imágenes psíquicas y
visuales de ellas sin percatarse concientemente del proceso. Estas anécdotas
sugieren, y pueden provocar, muchos fenómenos hipnóticos clásicos, como la
regresión a una edad anterior, la hiperamnesia, la disociación y la alucinación. Al
mismo tiempo fomenta la absorción interior y la fijación interior de la atención.
Las anécdotas pueden ser empleadas en la hipnosis formal. Charles Tart (1975) ha
descrito correctamente este proceso como consistente en el desbaratamiento del
estado de conciencia básico y el pautamiento [patterning] de un nuevo estado de
conciencia hipnótico. En cualquiera de estas dos fases pueden aplicarse anécdotas.
Desbaratamiento
En la fase inicial de una inducción hipnótica formal puede usarse la técnica de la
confusión para facilitar el desbaratamiento de la predisposición conciente del sujeto.
Las anécdotas son por sí mismas generadoras de confusión, en cuanto "desequilibran"
al oyente, quien se ve instado a conferir sentido a la anécdota y comprender la
pertinencia del mensaje para su situación. Además, las anécdotas causan confusión
porque son ambiguas y tienen múltiples significados. Ni siquiera el más agudo oyente,
al escuchar a Erickson, podía percatarse quizá de todos los mensajes que componían
su anécdota, y sus posibles referentes. Las anécdotas pueden "instalar" una inducción
distrayendo y despotenciando la predisposición conciente (Erickson, Rossi y Rossi,
1976), tomando así al sujeto más abierto.
Uso en la fase de utilización de la hipnosis
En la fase de utilización de la hipnoterapia (o sea, la que sigue a la inducción), las
anécdotas pueden emplearse del mismo modo que en el tratamiento psicoterapéutico
(para formular o ejemplificar una opinión, intensificar una motivación, etc.), como
también para recordarle a la persona que posee dotes potenciales para aprender de
las que hasta entonces no hizo uso. Por ejemplo, si se trabaja en el control del dolor
físico, a través de una anécdota puede rememorarse en la hipnosis una circunstancia
en que el sujeto sufrió una herida de poca gravedad y no sintió dolor sino mucho
tiempo después.
La historia lleva implícito que el sujeto ya tiene experiencia en el control del dolor, y
que puede volver a aplicarlo.
Cuando el paciente participa intensamente en el relato, puede suscitarse en él una
disociación; la anécdota sirve entonces para situar al sujeto en un itinerario de
pensamiento que excluya su problema sintomático. Este uso de las anécdotas es
también muy eficaz en el control del dolor.
Usos combinados de anécdotas. Comunicación en niveles múltiples
Los psicoterapeutas han aprendido a tomar una pequeña muestra de comunicación en
el nivel social e, interpretándola, añadirle significados en cuanto a lo que "realmente"
sucede en el nivel psicológico del paciente. Es curioso que, si bien se percatan de que
21
los pacientes se comunican en múltiples niveles y aplican esto en su diagnóstico, en
su mayoría no han sido instruidos para utilizar ellos mismos, como herramienta
terapéutica, la comunicación en múltiples niveles. Tal vez una de las principales
contribuciones de Erickson a la psicología sea haber demostrado la posibilidad de este
empleo terapéutico de la comunicación en múltiples niveles. El puso de manifiesto
cuánto músculo puede insertarse en una comunicación terapéutica y cuánta grasa
inútil puede suprimirse de ella.
Para exponer la eficacia de esta comunicación en múltiples planos, relataré mi primer
encuentro con Erickson, en diciembre de 1973. Las anécdotas que Erickson me contó
en su transcurso ejemplifican una compleja combinación de algunos de los usos
simples a que antes hice referencia. Antes de describirlas en detalle, y para preparar
la escena, contaré los preliminares de ese encuentro inicial.
Comencé mis estudios de hipnosis en el año 1972 y me impresionó mucho la obra de
Erickson. A la sazón escribí por azar a una prima mía que estudiaba enfermería en
Tucson, estado de Arizona, comentándole lo que estaba haciendo, y le dije que si
tenía oportunidad de ir a Phoenix, no dejara de visitar a Erickson, "un genio de la
psicoterapia". Mi prima me contestó que conocía a la penúltima hija de Erickson,
Roxanna, con quien años atrás había compartido un dormitorio para estudiantes en
San Francisco. Escribí entonces a Roxanna y luego a Erickson, solicitándole estudiar
con él. Me respondió que podía tomarme como alumno, y en diciembre de 1973 viajé
por primera vez a Pnoenix.
Mi presentación fue bastante fuera de lo común. Llegué a la casa de Erickson, donde
iba a alojarme como huésped, alrededor de las diez y media de la noche. Roxanna me
recibió en la puerta y con un ademán me señaló a su padre, quien estaba sentado a la
izquierda, cerca de la puerta, mirando televisión. "Este es mi padre, el doctor
Erickson", dijo ella. Erickson alzó la cabeza lenta y mecánicamente, con movimientos
breves y entrecortados. Cuando llegó al nivel de la horizontal torció el cuello hacia mí
con idénticos movimientos escalonados. Captada mi atención visual, me miró a los
ojos e inició una serie similar de movimientos descendentes a lo largo de la línea
media de mi cuerpo. Si digo que este tipo de saludo me sorprendió e impactó, no digo
toda la verdad: nadie hasta entonces me había dicho "HOLA" de esa manera. Roxanna
me acompañó al otro cuarto y me explicó que su padre era un bromista.
Sin embargo, la conducta de Erickson había sido una excelente inducción hipnótica no
verbal; en ella no faltaba ninguno de los elementos necesarios para provocar la
hipnosis. La confusión que me produjo desbarató mi predisposición conciente: mi
expectativa era que me estrecharía las manos y me diría" ¡Hola!". Además, me ofreció
un modelo de fenómeno hipnótico, al reproducir el movimiento cataléptico escalonado
que exhiben los pacientes cuando levitan un brazo. Su conducta logró focalizar mi
atención. Al bajar la vista por la línea media de mi cuerpo me estaba sugiriendo ir
"hacia mi interior profundo". Fundamentalmente, Erickson aplicó una técnica no verbal
para desbaratar mi predisposición conciente e instaurar una nueva pauta inconciente,
dándome un ejemplo del poder que era capaz de trasmitir en su comunicación.
A la mañana siguiente, Erickson fue acompañado por su esposa hasta la casa de
huéspedes, donde sin decir palabra ni entablar ningún contacto visual conmigo se
trasladó penosamente de su silla de ruedas al sillón de su consultorio. Le pregunté si
podía encender el grabador, y sin mirarme en absoluto hizo una señal afirmativa con
la cabeza. Luego habló pausadamente, sin levantar la vista del piso:
E. Para ayudarlo a superar el choque de todo este color púrpura...
Z.: ¡Uy, uy!
E.: Soy parcialmente ciego a los colores.
22
Z.: Comprendo.
E.: Y el teléfono púrpura... fue un regalo de cuatro alumnos avanzados.
Z.: Ajá.
E.: Dos de ellos sabían que iban a ser aplazados en las materias principales... y dos
sabían que iban a ser aplazados... en las materias secundarias. Los dos que sabían
que los aplazarían en las principales, pero aprobarían... las secundarias... aprobaron
todos los exámenes. Los dos que sabían que aprobarían las principales y los botarían
en las secundarias... fueron botados en las principales y aprobaron las secundarias.
En otras palabras, seleccionaron la ayuda que yo les ofrecí. (E. mira a Z. por primera
vez, fijamente.) En lo que respecta a la psicoterapia...
(Aquí Erickson me expuso su enfoque terapéutico y lo discutió conmigo. A quien les
interese saber cómo prosiguió esta entrevista los remito (c. 1980).
Esta anécdota es un elegante fragmento de comunicación. Contiene muchos niveles
de mensaje y es un excelente ejemplo de cómo pueden condensarse muchos de ellos
en una comunicación comparativamente breve. Enumeraré los mensajes que Erickson
me difirió con esa breve anécdota:
1. La anécdota (fue una inducción hipnótica por confusión. No hizo ninguna alusión a
la hipnosis, pero de hecho su referencia a las materias principales y secundarias
generaba confusión. Además. fijó mi atención hipnóticamente. Yo había estudiado ya
su técnica de inducción por confusión (Erickson, 1964) y la había incorporado a mi
método, pero su abordaje fue tan espontáneo e inusual que no me di cuenta. Que la
estaba usando conmigo.
2. La primera referencia de Erickson contenía la palabra "choque", destacada de una
manera especial. En verdad, Erickson sabía perfectamente que el púrpura no era
ningún choque para mí. Ya había estado en su consultorio y en su casa de huéspedes
(decorada en púrpura) y ya lo había visto a él mismo vestido de color púrpura. El
choque del color púrpura había quedado atrás. El énfasis de Erickson en la palabra
"choque" tuvo como objeto enfocar mi atención y alertar a mi inconciente sobre el
choque que en ese momento estaba sucediendo, y el que estaba por venir.
3. La conducta no verbal de Erickson también provocaba confusión. En lugar de
mirarme, miraba el piso. Durante toda mi vida me habían enseñado: "Cuando hablas
con alguien, míralo a los ojos". Esa conducta de Erickson desbarataba mi esquema
habitual. Cuando luego me miró, la confusión y el choque aumentaron, fortaleciendo
el efecto de fijar mi conducta y mi atención.
4. Uno de los efectos de esta comunicación fue que olvidé la anécdota por completo.
Sólo al regresar a mi hogar y poner a funcionar el grabador en un seminario al que
asistía, escuché lo dicho entonces, y me percaté de que Erickson me había inducido
una hipnosis por confusión. Fue para mí una maravillosa enseñanza y una excelente
demostración de mi propia capacidad para experimentar amnesia.
5. En la anécdota misma había una serie de elementos significativos. Versaba sobre
estudiantes avanzados: Erickson me abordaba en mi propio marco de referencia.
Estableció un cierto vínculo conmigo hablándome de estudiantes avanzados, tema que
era para mí de comprensión inmediata.
6. El contenido expreso de la anécdota portaba un mensaje. A los estudiantes
avanzados que iban allí a aprender con Erickson les habían ocurrido ciertas cosas
inesperadas. Yo podía vincular la anécdota con mi propia situación: algunas cosas
inesperadas podrían sucederme. De hecho, ya me estaban sucediendo algunas cosas
inesperadas, de las cuales no era la de menor monta que jamás nadie se había
23
presentado ante mí de una manera tan inusual ni me había hablado de una manera
tan inusual
7. Además, la anécdota hacía referencia a estudiantes que seleccionaban algo de toda
la ayuda que Erickson les brindaba. Paralelamente, ello implicaba que yo, en mi
calidad de estudiante, también seleccionaría algo (aunque tal vez en forma
inesperada) de toda la ayuda y las enseñanzas que él me iba a brindar.
8. Había en la anécdota un mensaje adicional. Los estudiantes fueron a aprender con
Erickson y le hicieron un regalo. A mí nunca me cobró sus clases, porque yo no estaba
realmente en condiciones de pagarle. La política de Erickson era que le pagara el que
pudiera; se negaba a cobrarles a quienes no tenían recursos económicos. No
obstante, yo podía compensarle haciéndole un regalo. Le regalé una talla de madera
que colocó en su escritorio como había hecho con el teléfono púrpura. No estoy
seguro de que en esa anécdota no estuvieran contenidas las "semillas" para que le
hiciera un regalo; es posible que si le hice ese regalo, fue en parte como conducta de
respuesta.
9. La anécdota estructuró el tipo de relación que habría entre nosotros. Erickson no
dejó que yo tomara la palabra y me presentara. Puso en claro que la nuestra sería
una relación complementaria en la que hablaría él y yo me subordinaría y escucharía.
10. Estoy casi seguro de que Erickson evaluaba también en ese momento mi estilo de
respuesta. Con su visión periférica tomaba cuenta de mi reacción ante los conceptos
que él iba mencionando. Por ejemplo, cuando aludió al teléfono púrpura, yo podría no
haber dirigido la mirada al teléfono situado sobre el escritorio. Así, averiguaba algo
referente a mi manera de responder a sus sugestiones.
11. Debe mencionarse un aspecto más de esta anécdota. En 1980 un psicólogo de
Phoenix llamado Don vino a verme para pedirme que supervisara su método
psicoterapéutico ericksoniano. Acepté, y en nuestra charla me explicó que en 1972 él
y otros estudiantes avanzados habían ido a verlo a Erickson, y a cambio del tiempo
que les dedicó quisieron regalarle un teléfono de color púrpura. Tuvieron, me dijo,
muchas dificultades para gestionar el aparato en la compañía telefónica, pero al fin lo
consiguieron. Más tarde, en una de nuestras sesiones de supervisión, reproduje para
Don la grabación de mi entrevista inicial con Erickson. Don me contó que él y otros
tres estudiantes habían pedido la ayuda de Erickson para rendir sus exámenes, y en
verdad dos de ellos aprobaron los exámenes y otros dos fracasaron. ¡Por lo tanto, lo
que Erickson me había relatado era absolutamente cierto!
Luego de la presentación, Erickson pasó a examinar conmigo un caso de un paciente
sicótico que había tratado en los comienzos de su carrera (se informa sobre él en
Zeig, 1980a). También esta fue una eficaz manera de establecer rapport con un
psicoterapeuta novel, tomando un ejemplo terapéutico de la década del treinta,
cuando el propio Erickson era un novato. Además, escogió a un paciente sicótico a
sabiendas de que yo había trabajado varios años con sicóticos. Estaba haciendo muy
buen uso de lo poco que sabía sobre mí.
Los dos casos siguientes que examinó conmigo fueron ejemplos en que su
psicoterapia no había resultado eficaz; más aún, se trataba de pacientes con los que
casi no pudo trabajar. Uno de ellos ilustraba el error de presuponer cualquier cosa
respecto de un paciente; el otro, el valor de un diagnóstico rápido y preciso. Pero en
todo esto había envuelto otro mensaje. Erickson estaba destacando la importancia de
entender que ciertos pacientes no se avienen a la psicoterapia y de nada sirve invertir
energía terapéutica en ellos. El mensaje cobraba mayor dimensión por provenir de
alguien conocido por sus abrumadores éxitos psicoterapéuticos
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Estas anécdotas de mi primera entrevista con Erickson muestran algunas de las
complejas y poderosas comunicaciones que caracterizaban su estilo. Su método de
enseñanza se veía realzado por su capacidad para utilizar la comunicación en
múltiples niveles.
Justificación del empleo de anécdotas
Resumiremos las razones que justifican el empleo de anécdotas mediante la siguiente
ilustración:
EL VIENTO Y EL SOL
"Bóreas (el Viento Norte) y el Sol tuvieron cierta vez una disputa acerca de quién de
los dos era el más fuerte. Cada uno relató sus más célebres hazañas y al fin
terminaron como habían empezado: cada uno pensaba que era él el de mayor poder.
"En ese momento apareció un viajero, y coincidieron en dirimir la cuestión con esta
prueba: quien antes lo obligara a sacarse la capa que llevaba puesta, sería el
vencedor.
"El jactancioso Viento Norte fue el primero en probar, mientras el Sol observaba
detrás de unos grises nubarrones. Dejó caer sobre el viajero una furiosa borrasca que
casi le arranca el abrigo, pero aquel no hizo más que ajustárselo mejor al cuerpo con
unos tientos, y el viejo Bóreas agotó sus fuerzas en vano. Mortificado por su fracaso
en algo tan simple, se retiró al fin, presa del desconsuelo, mientras decía: 'No creo
que tú puedas lograrlo'.
"Apareció entonces el Sol, cordial y en todo su esplendor, disipando las nubes que
había reunido en torno de sí y lanzando sobre el viajero sus más cálidos rayos.
"El hombre elevó la vista agradecido, pero luego, agobiado por el súbito calor,
prontamente se quitó la capa y buscó alivio en la sombra más próxima" (Stickney,
1915).
Digamos a modo de síntesis que las anécdotas tienen los siguientes empleos
y características:
1. Las anécdotas no implican una amenaza.
2. Las anécdotas captan el interés del oyente.
3. Las anécdotas fomentan la independencia del individuo y el sentimiento de un
dominio de sí que él mismo determina. Al tener que conferir sentido al mensaje, llega
a adoptar una acción por propia iniciativa. Se hace responsable de su propio cambio,
cuyos méritos le pertenecen. El cambio proviene de su interior y no de la directiva del
terapeuta.
4. Las anécdotas pueden ser utilizadas para eludir la natural resistencia al cambio,
presentando directivas y sugerencias de modo tal que la posibilidad de que sean
aceptadas resulte máxima. Cuando un paciente tiene un síntoma, erige defensas;
estas pueden quebrarse de manera indirecta mediante las anécdotas. Si el paciente va
a seguir las sugestiones que se le hagan, la vía indirecta no es necesaria. En general,
la medida de la acción indirecta es proporcional a la resistencia prevista. En su estilo
de inducción hipnótica, Erickson parecía ser más directo con los sujetos que
respondían mejor, en el sentido clásico, en tanto que con los más resistentes era
proclive a presentar sus ideas a través de anécdotas.
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5. Las anécdotas pueden emplearse a fin de controlar la relación entablada con el
oyente, quien para otorgarles sentido tiene que poner una cuota de esfuerzo propio.
Al atender a la anécdota se aparta de su "equilibrio" habitual y no puede recurrir a sus
procedimientos corrientes para controlar las relaciones personales.
6. Las anécdotas son un modelo de flexibilidad. Erickson era un devoto de la
creatividad, y empleaba anécdotas como una manera de expresar su interés en lo
sutil y lo creativo. Margaret Mead (1977) escribió que una de sus más singulares
características personales era su anhelo de ser creativo.
7. Las anécdotas, tal como las empleaba Erickson, crean confusión y promueven una
buena respuesta hipnótica del sujeto.
8. Las anécdotas imprimen su huella en el recuerdo, haciendo más rememorable la
idea expuesta.
Conclusiones
Para que causen el efecto más provechoso, las anécdotas deben adecuarse
cuidadosamente a cada paciente y construirse de modo de abordar a este en su
propio marco de referencia, promoviendo cambios congruentes con la conducta y
comprensión del individuo y que sean consecuencia de estos.
De este modo se despierta un poder curativo que estaba dormido. Lo mejor no es
apartar con ellas al paciente de su síntoma, como si se le hiciera una treta, sino
conseguir que cambie por mérito propio y por obra de su propio poder (c Zeig,1980).
El efecto de las anécdotas es brindar al paciente el modelo de una modalidad creadora
y flexible de estar en el mundo. A través de esa experiencia los individuos aprenden
que pueden oponerse a sus hábitos rígidos y limitativos, y operar con más flexibilidad
y eficacia.
Teniendo en cuenta estas ideas, sugerimos al lector que preste atención a sus
asociaciones y advierta el efecto particular que causan en él las anécdotas que narra
Erickson.
Referencias bibliográficas
Bandler, R. Y Grinder, J., Pattems of the Hypnotic Techniques of Milton H. Erickson,
M.D., vol. 1; California: Meta Publications, 1975.
CarkhufC, R. R. Y Berenson, B. G., Beyond Counseling and Therapy, Nueva York: Holt,
Rinehart and Winston, 1967.
Erickson, M. H., "The Confusion Technique in Hypnosis", American Joumal of Clinical
Hypnosis, 1964, vol. 6, págs. 183- 207. Erickson, M. H., Rossi, E. L. Y Rossi, S. 1.,
Hypnotic Realities, Nueva York: Irvington, 1976.
Haley, J., Strategies of Psychotherapy, Nueva York: Grune & Stration, 1963.
(Estrategias en psicoterapia, Barcelona: Toray.)
Mead, M., "The Originality of Milton Erickson", American Journal of Clinical Hypnosis,
1977, vol. 20, págs. 4-5. Stickney, J..H., Aesop's Fables, Boston: Ginnand Co., 1915.
Tart, Charles T., States of Consciousness, Nueva York: E. P. Dutton, 1975.
Watzlawick, P., Weakland, J. y Fisch, R., Change:' Principies of Problem Formation
and Problem Resolution, Nueva York: Norton, 1974.
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Zeig, J. K., "Symptom Prescription and Ericksonian Principies of Hypnosis and
Psychotherapy", American Joumal of Clinical Hypnosis, 1980 (a), vol. 23, págs. 16-22.
Zeig, J. K., "Symptom Prescription Tecnniques: Clinical Applications Using Elements of
Communication", American Journal of Clinical Hypnosis, 1980 (b), vol. 23, págs. 2333.
El seminario
Lunes
La sesión tiene lugar en la casa para huéspedes del doctor Erickson, un pequeño
edificio de tres ambientes: un dormitorio, una sala de espera más grande que aquel
(junto a la cual hay una cocina) y el consultorio de Erickson. Las sesiones se realizan
en la sala de espera a raíz de que el consultorio es demasiado pequeño para dar
cabida a los grupos, que a veces están compuestos de hasta quince personas. Hay en
el cuarto tres bibliotecas, y está decorado con diplomas, fotografías y diversos objetos
recordatorios.
Los estudiantes se sientan en círculo sobre un diván y sillas plegables tapizadas. A la
izquierda de la silla de ruedas de Erickson hay un sillón de tela verde que suele ser el
"banquillo del sujeto".
Erickson entra en su silla de ruedas empujado por su esposa, y permite que diversos
estudiantes prendan pequeños micrófonos de la solapa de su saco. Toma luego un
lápiz adornado en su parte superior, el adorno consiste en una cabeza con pelos de
fibra de color púrpura, acomodados hacia arriba en forma de punta. Erickson muestra
el lápiz al grupo y dice: "Las personas llegan aquí de este modo"; luego lo hace girar
vigorosamente entre sus palmas deshaciendo el "peinado", y agrega: "y se van de
aquí de este modo".
A continuación indica que los allí presentes deberán llenar unos formularios; entrega a
cada uno una hoja de block y les solicita que consignen los datos siguientes: fecha del
día; nombre, dirección, código postal y número de teléfono; estado civil y cantidad de
hijos; estudios realizados y lugar donde se graduaron; edad y fecha de nacimiento;
hermanos (sexo y edad); y si se criaron en un medio rural o urbano.
Espera hasta que se completan estos datos y luego lee cuidadosamente cada hoja,
haciéndoles comentarios a algunos participantes e indicaciones a quienes no
suministraron toda la información requerida.
La sesión se inicia cuando Jan, psicóloga de Nueva York, contesta a un comentario de
Erickson diciendo que ella fue durante varios años hija única. Erickson le responde:
E.: ¿Hasta qué punto simpatiza una chica de quince años con un hermano de siete?
Jan: Las cosas empezaron a invertirse después de eso.
E.: Pobre hermano.
Jan: Pudo sobrevivir.
E. (dirigiéndose a Anna, una asistente social suiza): ¿Usted no tiene hermanos ni
hermanas?
Anna: Sí, tengo. No escuché con claridad qué datos debía poner. ¿Qué desea usted
que consigne?
E.: Sus hermanos, con edad y sexo.
Sande (terapeuta de Nueva York que acaba de entrar): Hola, doctor Erickson, yo soy
Sande.
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E. (luego de saludar a Sande con un ademán de la cabeza): Carol, su título y la fecha.
Carol (quien está haciendo el doctorado en psicología clínica en Massachusetts): ¿La
fecha en que obtuve el título?
E.: No, la fecha de hoy, Su nombre, dirección, número de teléfono, código postal,
título, dónde lo obtuvo, hermanos con sexo y edad, estado civil, hijos, y si proviene de
un medio urbano o rural.
Siegfried (doctor en psicología clínica): Yo soy Siegfried, de Heidelberg, Alemania.
E.: Encantado de conocerlo.
Siegfried: ¿No le molesta si le agrego un micrófono?
E.: Pueden poner cualquier cantidad de fichas, no hay problema.
Siegfried: Gracias.
Sande: ¿Soportaría uno más?
E.: Tengo la voz débil. Tuve polio dos veces, tengo la lengua fuera de sitio y los labios
parcialmente paralizados. Sólo me queda la mitad del diafragma y no puedo hablar
muy fuerte. Sus grabadores registrarán perfectamente todo lo que diga, pero tal vez
ustedes tengan dificultades para oírme. Si no me oyen, pues, háganmelo saber. Y una
precaución más: si hay entre ustedes personas duras de oído, que se sienten más
cerca de mí. Por lo común, las personas con dificultades de audición se sientan atrás.
(Se ríe.)
Bien. Al enseñar psicoterapia, hago hincapié en un estado de percatamiento conciente
y un estado de percatamiento inconciente. Para mayor conveniencia, hablo de la
mente conciente y de la mente inconciente.
La mente conciente es el estado de percatamiento inmediato. Ustedes se percatan
concientemente de la silla de ruedas, la alfombra que cubre el piso, las demás
personas presentes, las luces, las bibliotecas, las flores de cactus que se abren por la
noche, las fotografías o cuadros sobre la pared, el conde Drácula en la que tienen
detrás. (El "conde Drácula" es un pez raya seco que cuelga de una de las paredes.) En
otras palabras, dividen su atención entre lo que yo digo y todo lo que los rodea.
La mente inconciente se compone de lo que aprendieron a lo largo de su vida, mucho
de lo cual lo tienen por entero olvidado pero les sirve para su funcionamiento
automático. Ahora bien, gran parte de la conducta de ustedes consiste en el
funcionamiento automático de estos recuerdos olvidados.
Por ejemplo... La elegiré a usted. (Erickson sonríe y se dirige a Christine, una médica
californiana con fuerte acento alemán.) ¿Sabe usted caminar? ¿Y ponerse de pie?
¿Podría decirme, por favor, cómo hace para ponerse de pie?
Christine: Probablemente desplazando mi centro de gravedad y al mismo tiempo...
E.: ¿Y cómo hizo para desplazar su centro de gravedad?
Christine: Mediante muchos ajustes inconcientes, sin duda.
E.: Bueno, ¿y cuáles son esos ajustes?
Christine: No creo que me percate de ellos.
E.: ¿Piensa que sería capaz de caminar seis cuadras a ritmo uniforme por una calle sin
tránsito de ningún tipo? ¿Que podría hacerlo en línea recta y a ritmo uniforme?
Christine: Es probable que no pudiera hacerlo exactamente a ritmo uniforme. Y creo
que cuanta más atención le prestara a ello, menos lo lograría.
E.: Dígame, ¿cómo caminaría por la calle?
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Christine: ¿Si me esforzase? Peor que si no hiciera esfuerzo alguno.
E.: ¿Qué?
Christine: Mucho peor que si no hiciera esfuerzo alguno.
E.: ¿Cómo caminaría naturalmente por la calle... si estuviese apurada?
Christine: Poniendo un pie delante del otro, sin prestar atención a ello.
E.: ¿Y lo haría en línea recta?
Christine: No sé. Tal vez sí, en un grado razonable.
E.: ¿Dónde se detendría y dónde disminuiría la marcha?
Christine: Donde las circunstancias lo aconsejaran.
E. (se ríe): ¡Eso es lo que llamo una respuesta evasiva! ¿Dónde se detendría y dónde
disminuiría la marcha?
Christine: Si hubiera un semáforo, me detendría.
E.: ¿Dónde?
Christine: Al terminar la acera.
E.: ¿No se detendría hasta llegar al término de la acera?
Christine: Tal vez un poco antes.
E.: ¿Cuánto antes?
Christine: Unos pasos antes, tal vez un paso.
E.: Bueno. Ahora supongamos que en vez de un semáforo hay un cartel indicador de
detención, y luego supongamos que no hay señal alguna.
Christine: Si hubiera tránsito, me detendría.
E.: Dije que no había tránsito de ningún tipo.
Christine: Entonces podría seguir.
E.: Bueno, digamos que esta es la calle (hace un ademán), y hay un semáforo; usted
camina hasta aquí, mira hacia arriba y mueve la cabeza para ver cuánto le falta hasta
el término de la acera. Y si hay un cartel indicador, disminuye la marcha para leerlo.
Al llegar al final de la acera, ¿qué haría luego?
Christine: ¿Luego de detenerme?
E.: Luego de llegar al final de la acera.
Christine: Me pararía y miraría a mi alrededor.
E.: ¿Dónde miraría?
Christine: En la dirección en que presumo que podría venir el tránsito.
E.: Dije que no había tránsito.
Christine: Entonces seguiría. Miraría del otro lado de la calle y evaluaría cómo es el
paso que tengo que dar.
E.: Debe detenerse y ver qué paso debe dar, y mirar automáticamente a izquierda y
derecha y a lo largo de la calle. Y cuando llega a la acera opuesta. disminuiría la
marcha y mediría la altura de la acera, y allí no tendría que mirar a izquierda y
derecha. ¿Y qué la haría disminuir la marcha?
Christine: ¿El tránsito que viene?
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E.: Si tuviera hambre, la disminuiría al pasar frente a un restaurante. Si le echa una
mirada a su collar, enfilaría hacia una joyería. (Christine se ríe.) Y si fuera un hombre
que gusta de la caza y de la pesca, se apartaría de la línea recta hacia la vidriera de
una casa de artículos deportivos. ¿Pero dónde disminuirían la marcha todos ustedes?
¿En qué edificio..., como si estuvieran atravesando una barrera invisible? ¿Nunca
trataron de caminar por delante de una panadería? Al pasar frente a una panadería,
todos, hombres, mujeres y niños, aminoran la marcha. (Vuelve a dirigirse a
Christine.) Bien. Siendo usted médica, ¿puede decirme cómo aprendió a ponerse de
pie? La misma pregunta es válida para los demás. ¿Sabe cómo aprendió a pararse?
¿Cuál fue su primer "bit" de conocimiento?
Christine: Haciendo un esfuerzo e intentándolo.
E.: Ni siquiera sabía qué significaba "pararse". ¿Cómo lo aprendió?
Christine: Tal vez por accidente.
E.: No todos tienen el mismo accidente. (Risas.)
Rosa (una terapeuta italiana): Yo quería alcanzar algo.
E.: ¿Y qué quería alcanzar?
Rosa: ¿Qué quería alcanzar?
E.: No trate de responder a esa pregunta.
Anna: Probablemente quería hacer lo mismo que hace el resto de la gente. Como el
niño que se estira hacia los adultos que vienen por él.
E.: Sí, pero, ¿cómo lo hizo?
Anna: Fisiológicamente, imagino que presionando con mis pies hacia abajo... y
ayudándome con mis manos.
E. (dirigiéndose al grupo, pero mirando un punto particular en el suelo, frente a él):
Yo tuve que aprender dos veces a ponerme de pie... la primera cuando era bebé y la
otra cuando tenía 18 años. A los 17 años quedé paralizado por completo. Tenía una
pequeña hermanita, y la observé mientras gateaba para ver cómo se ponía de pie. Y
así aprendí de mi hermanita, 17 años menor que yo, cómo pararme.
Primero uno se estira hacia arriba, hasta que accidentalmente (todos tienen el mismo
accidente), tarde o temprano descubre que carga cierto peso sobre el pie. Luego
descubre que la rodilla se dobla y uno cae sentado. (Se ríe.) Entonces se estira y lo
intenta con el otro pie, y la rodilla vuelve a doblarse. Pasa mucho tiempo antes de que
uno pueda cargar su peso sobre los dos pies y mantener las rodillas derechas. Hay
que aprender a mantener los pies separados sin que se crucen nunca, porque si se
cruzan uno no se puede parar. Hay que aprender a mantenerlos lo más separados que
sea posible. Entonces uno endereza las rodillas... y el cuerpo vuelve a fallarle, se
flexiona la cadera.
Después de un tiempo, después de muchos esfuerzos, uno se las arregla para
mantener las rodillas derechas, los pies bien apartados, la cadera derecha, y se cuelga
de uno de los lados del corralito. Tiene cuatro bases de apoyo: dos en los pies y dos
en las manos.
¿Qué pasa entonces cuando uno levanta este brazo? (Alza el brazo izquierdo.) Se cae
sentado. Da bastante trabajo aprender a levantar esta mano, y más todavía
extenderla, porque el cuerpo se tambalea así. (Se mueve a derecha e izquierda.) Y
después se va para allá, y para allá. Y hay que aprender a mantener el equilibrio no
importa dónde se lleve la mano. Y después hay que aprender a mover la otra mano. Y
después hay que aprender a coordinar eso con el movimiento de la cabeza los
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hombros y el cuerpo. Hasta que finalmente uno se puede parar con las dos manos
libres.
Ahora viene el aprender a pararse en un solo pie. Es un enorme esfuerzo, porque la
primera vez que uno lo intenta, se olvida de dejar derechas las rodillas y la cadera, y
se cae sentado. Después de un tiempo se aprende a descansar todo el peso en un pie,
pero entonces, cuando se avanza el otro pie, el centro de gravedad se desplaza y uno
se cae. Lleva mucho tiempo aprender a adelantar un solo pie. Finalmente uno da su
primer paso, y la cosa parece andar bastante bien; luego da el segundo paso con el
mismo pie, y ya no sale tan bien, y si da un tercero se cae. Lleva mucho tiempo
avanzar el derecho, el izquierdo, el derecho, el izquierdo, el derecho, el izquierdo.
Todos ustedes saben caminar, pero en realidad no conocen los movimientos o
procesos que están en juego. (A Christine.) Usted habla alemán, ¿no es cierto?
Christine: Sí.
E.: ¿El inglés lo aprendió mucho más fácilmente que el alemán?
Christine: No, fue más difícil.
E.: ¿Por qué?
Christine: El alemán lo aprendí en forma natural y sin esfuerzo, porque lo oí hablar. El
inglés lo aprendí...
E.: Debió aprender toda una nueva serie de movimientos vocales, y a coordinarlos con
lo que oía. ¿Puede decir, en inglés, "El pájaro vuela alto”?
Christine: The bird flies high.
E.: Dígalo ahora en alemán.
Christine: Der Vogel fliegt hoch.
E.: ¿Puede decirlo en bajo alemán?
Christine: No.
E.:¿Por qué no?
Christine: Nunca lo aprendí. Creo que nunca, podría entender ese dialecto. Es muy
diferente.
E.: ¡No sabe esto: "Es bueno ser Preiss, pero es superior ser Bayer"!
Christine: Creo que no le entiendo.
E.: Es bueno ser Preiss, pero es superior ser Bayer.
Christine: Nunca escuché eso.
E.: Yo no sé hablar alemán, tal vez mi acento sea incorrecto. Es bueno ser prusiano,
pero es mejor ser bávaro. (Risas.)
Siegfried: ¿Podría hablar más alto, por favor?
E.: Quiero acusarlos a todos ustedes de hablar en voz demasiado baja. Creo que la
verdad es que no oigo bien. (Se ríe.)
Muy bien. (Continúa hablando con la vista hacia el suelo.) En psicoterapia se le
enseña al paciente a usar muchas de las cosas que aprendió hace largo tiempo, y que
no recuerda haber aprendido.
Otra cosa que quiero decirles es que todos tenemos miles de millones de células
cerebrales. Miles y miles de millones de células cerebrales. Y las células cerebrales son
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sumamente especializadas. Para aprender alemán se utiliza un conjunto de células,
otro para aprender inglés y otro para aprender español.
Puedo darles este ejemplo. En una sala hospitalaria yo tenía dos pacientes que me
servían para enseñarle cosas a uno de mis alumnos de medicina. Ambos padecían una
hemorragia cerebral secundaria... muy secundaria. Uno de ellos podía nombrar
cualquier objeto, pero si se le pedía que dijese qué se hacía con ellos, no lo sabía.
Podía nombrar una llave, la puerta, la manija de la puerta y el ojo de la cerradura.
Podía nombrar los objetos, pero no sabía ningún verbo.
El otro paciente no sabía los nombres de los objetos, pero sí ejemplificar su uso. No
sabía el nombre de una llave; no era capaz de señalar la cerradura, ni la manija, ni la
puerta. Y si se le tendía una llave y se le decía: "Abra la puerta", no sabía de qué le
estaban hablando. Pero sise le indicaba que la introdujera en el ojo de la cerradura,
lograba abrirla. Si uno le decía: "Gire la manija de la puerta", no sabía de qué le
hablaba; pero si uno le mostraba así (hace el ademán de girar la manija), entendía; si
uno abría la puerta, él entendía.
En otras palabras, las células cerebrales son tan especializadas que ustedes tienen,
literalmente, una por cada ítem de conocimiento, y todas ellas están conectadas.
También quiero que reparen en la cuestión de la hipnosis. La hipnosis es el cese del
percatamiento conciente; en la hipnosis uno empieza a usar su percatamiento
inconciente; porque inconcientemente saben tanto o más de lo que saben
concientemente. (Se dirige a Sande, quien está sentado en el sillón verde.) Voy a
pedirle que cambie de asiento con... (A Christine) ¿Cuál era su nombre de pila?
Christine: Christine.
E.: ¿Kristie?
Christine: Christine. (Christine se traslada al sillón verde.)
E.: ¿Joe Barber la puso en estado de trance?
Christine: Sí.
E.: ¿Muchas veces?
Christine: Algunas.
E.: Muy bien. Recuéstese en el sillón y mire ese caballo. (Le señala un caballo de yeso
situado sobre un estante, del otro lado del cuarto. Christine se acomoda y pone a un
lado su anotador. Extiende las piernas y pone las manos sobre las caderas.) ¿Lo ve?
Christine: Sí.
E.: Simplemente mire en esa dirección. Quiero que todos me escuchen y reparen en lo
que digo.
Bien, Christine, mire a ese caballo. (Christine cambia de lugar el anotador,
colocándolo a su izquierda, entre su cuerpo y el sillón.) No es necesario que se
mueva. No es necesario que hable. Voy a recordarle algo que aprendió hace mucho
tiempo. Cuando fue por primera vez a la escuela y la maestra le pidió que aprendiera
a escribir las letras del alfabeto, eso le pareció una tarea terriblemente difícil. Todas
esas letras... con sus diferentes formas y trazos. Para peor, estaban las letras de
imprenta y las comunes. (Christine parpadea lentamente.) Y mientras yo le hablo su
respiración cambió. Su pulso cambió. Su presión arterial cambió. Su tono muscular
cambió. Sus reflejos motores cambiaron. Y ahora (Christine cierra los ojos), me
gustaría que mantuviese los ojos cerrados, y que se sienta sumamente cómoda.
Cuanto más cómoda se sienta, más profundo será su estado de trance. Quiero que
entre en un trance tan profundo que ni siquiera le parezca tener un cuerpo. Se sentirá
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un espíritu sin cuerpo. Un espíritu flotando en el espacio. Flotando en el tiempo. Y
recuerdos muy antiguos vendrán hacia usted. Recuerdos que hace mucho ha olvidado
y mi voz irá con usted a todas partes, y puede convertirse en la voz de sus padres, de
sus maestros. Puede convertirse en una voz alemana. Puede ser la voz de sus
compañeros de juego, de sus condiscípulos, de su maestra; y a continuación quiero
que usted aprenda otra cosa muy importante. Quiero que su cuerpo siga durmiendo
profundamente, completamente, en un trance muy profundo, y después de un tiempo
se despierte sólo su cabeza. Sólo su cabeza. Su cuerpo dormirá; del cuello para arriba
estará bien despierta. Le será difícil hacerlo, pero podrá despertar del cuello para
arriba. Será duro, será difícil, pero podrá hacerlo. Y deje que su cuerpo duerma
profundamente. Puede hacer un esfuerzo mayor todavía; aunque usted no quiere
despertar va a despertar del cuello para arriba. (Christine abrió los ojos.) ¿Cómo se
siente?
Christine: Bien. (Sonríe. Al principio, mientras le habla a E. su cuerpo se encuentra
rígido y tiene concentrada su atención visual solamente en E.)
E.: ¿Y qué recuerdos le gustaría compartir con nosotros?
Christine: Lo único que experimenté fue lo que usted me estaba diciendo.
E.: Sí... ¿qué me dice de la escuela?
Christine: No creo haber tenido un recuerdo de la escuela.
E.: ¿No cree haber tenido un recuerdo de su época de la escuela?
Christine: Podría referir algo ahora, concientemente, pero no experimenté nada.
E.: ¿Está segura?
Christine (alzando la vista): Creo que sí.
E.: Siente que está despierta.
Christine: Como usted dijo, estoy despierta del cuello para arriba. (Sonríe.) Creo que
si hiciera un esfuerzo probablemente podría mover las manos, pero no tengo ganas.
E.: Una de las cosas importantes que uno aprende al nacer (Christine mira hacia la
cámara filmadora) es que uno no sabe que tiene un cuerpo. Uno no sabe que "esta es
mi mano (mueve su mano izquierda) y este es mi pie".
Y uno llora si tiene hambre (Christine mira al grupo) y la madre tal vez lo levante, le
acaricie la pancita y lo vuelva a acostar. El pensamiento no ha adelantado lo
suficiente, pero las emociones sí. Y cuando viene la próxima contracción de hambre
(Christine mira al grupo mientras su mano derecha se alza lentamente), se dice en
tono emocional: "Esa comida no duró mucho tiempo en mis costillas". Tal vez la
madre lo tome en brazos y le acaricie la espalda, y parece una buena comida, hasta el
próximo aguijón de hambre, y otra vez uno reacciona emocionalmente frente al hecho
de que esa pobre comida no duro mucho.
Y en cierto momento, después que uno aprendió a tomar un sonajero o algún otro
juguete y a jugar con él, se da cuenta de esta mano. (La mano de Christine se ha
detenido, poco antes de llegar al nivel del hombro.) Parece interesante, y uno quiere
tomarla, y se le plantea un terrible problema; no se imagina porqué ese "juguete" se
le escapa cuando trata de cogerlo. Un día, accidentalmente, trata de tomar ese
"juguete" y se desconcierta mucho, porque a los juguetes los siente de otra manera,
no los siente... a ambos lados de uno. Ahí recibe estimulación en las palmas y en el
dorso, y este aprendizaje es más fácil.
¿Cómo es que alzó la mano?
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Christine: Noté que quería empezar a levitar antes de abrir los ojos. Sé dónde está
ahora.
E.:¿Es eso lo importante, o lo importante es que su mano levito y usted no sabe por
qué?
Christine (sonriendo): Así es. Siempre lo racionalizo, porque ya me pasó antes.
E.: ¿Qué cosa?
Christine: Siempre lo racionalizo y lo observo, porque me ha pasado antes.
Habitualmente es esta mano la que lo hace.
E.: Bien, ¿y qué la hizo levitar?
Christine (sacudiendo la cabeza): No lo sé.
E.: Hay muchísimas conductas suyas que usted desconoce. Siempre toma la dirección
de la mano derecha y la levita hasta el rostro. (La mano de Christine comienza a
alzarse hasta su rostro; a poco, lo toca con el dorso de la mano, la palma vuelta hacia
el grupo y el pulgar y el meñique extendidos.) Y sabe que no es usted la que lo hace,
y la mano se quedará adherida a su rostro sin que pueda moverla de allí. Cuanto más
se empeña en apartarla de su rostro, más se adhiere. Así que empéñese en apartarla.
Porque no puede. (Christine se sonríe.) La única manera de poder bajar esa mano...
(E. ha levantado su mano izquierda.) Usted responde muy bien. Hice un movimiento
con la mano y empezó a copiarlo.
Christine: Perdón.
E.: Hice un movimiento con la mano. Usted empezó a copiarlo.
Ahora bien, la única manera de que pueda bajar esa mano hasta su falda es que
levante la otra y la baje con ella.
Christine: En este punto siempre tengo un tremendo conflicto, por que pienso que
podría hacerlo, pero a la vez trato de ser cortés. Y no estoy segura si estoy
dramatizando para ser cortés, o si realmente no puedo hacerlo.
E.: Eso ya lo sé. Usted permite que su intelecto interfiera en su aprendizaje.
Christine: Siempre interfiere.
E.: Ahora les pido a todos que me atiendan. ¿Vieron alguna vez a alguien sentado tan
quieto y tranquilo? Ya al principio no dio vuelta la cabeza para mirarme. Al principio
giró los ojos. De ordinario, cuando se quiere mirar a alguien, se da vuelta la cabeza.
(Se dirige a Christine.) Y usted dio vuelta los ojos. Separó los ojos de la cabeza y el
cuello.
Christine: Mi brazo se está cansando.
E.: ¿Cómo?
Christine: Mi brazo se está cansando.
E.: Me alegra oír eso. Cuando usted realmente quiera bajar la mano derecha, su mano
izquierda se alzará y la bajará. Piensa que está despierta, ¿no?
Christine (en voz muy baja): Sí.
E.: Realmente lo está, ¿no? Realmente no sabe que está dormida. ¿Cuánto tiempo
más cree usted que podrá mantener los ojos abiertos?
Christine: No sé.
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E.: ¿Acaso se cerrarán ahora mismo? (Christine parpadea.) ¿Y se quedarán cerrados?
(Los ojos de Christine se cierran.) ¿Quiere ahora racionalizar eso? (Christine abre los
ojos.)
Christine: Quisiera eliminar esa tonta mente conciente mía. Lo racionaliza todo.
E.: ¿Se percata de que no puede ponerse de pie?
Christine: No.
E.: ¿Comienza a dudar de que le sea posible ponerse de pie?
Christine: No.
E.: ¿No está actuando como si tuviera un bloqueo sacral?
Christine: ¿Un qué?
E.: Un bloqueo sacral. Una anestesia sacral.
Christine: Oh, ya veo lo que quiere decir. Oh, sí.
E.: ¿No está actuando de ese modo?
Christine: Casi.
E. (señalando a otra mujer): No la vio menearse a ella, ni vio cómo se meneaban
todos los demás. Ahora bien, todos ustedes entienden qué quiero significar con "ver
menearse a todos los demás". Usted está tremendamente quieta, teniendo en cuenta
que es una persona que está despierta. (Christine mueve un poco el codo derecho.)
Ahora deje que su brazo se le canse más y más, hasta que usted quiera usar...
(Christine cierra los ojos) usar su mano izquierda para bajarlo... (Christine se sonríe,
abre los ojos, alza la mano izquierda y suavemente baja con ella el brazo derecho.) Se
siente más despierta en los brazos, ¿no?
Christine: ¿En las manos? Sí.
E.: ¿Puede moverlas? Sus dedos no son sus manos.
Christine (sonriendo): ¡Es un esfuerzo enorme!
E.: ¿Puede racionalizar ese esfuerzo? La médica aquí presente es anestesista, y está
interesada en la hipnosis. A fin de producir un bloqueo sacral en una embarazada,
muchas veces la pongo en un estado de trance como este y no le menciono nada más.
Le digo: "Cuando entre a la sala de partos, piense en el sexo del bebé, su peso, su
aspecto y sus rasgos, si tendrá o no cabello. Después de un rato, el obstetra, que se
ha hecho cargo perfectamente de la parte inferior de su cuerpo, le dirá que mire a su
bebé, sosteniéndolo entre sus manos. Usted tendrá un bloqueo sacral completo... una
anestesia total".
Cuando mi hija Betty Alice tuvo su primer bebé, el médico, un alumno mío, estaba
muy preocupado. Ella le dijo: "No se preocupe, doctor, usted es obstetra y conoce su
oficio. En la saja de partos usted es dueño de la parte inferior de mi cuerpo, yo sólo
soy dueña, de la parte superior". Y empezó a hablarles a las enfermeras y al personal
de la sala sobre la experiencia de ser maestra en Australia. Después de un rato el
doctor dijo: "Betty Alice, ¿quiere saber qué es?", mientras sostenía el bebé en los
brazos. Ella exclamó: "¡Oh, un varón! Démelo. Soy como cualquier otra madre. Tengo
que contar cuántos dedos tiene en las manos y en los pies". Ella debía saber qué
estaba pasando, pese a que charlaba sobre su docencia en Australia.
Noto que todos ustedes cambian continuamente de postura. (Christine sonríe, y E.
mira al piso.) Tuve una vez una paciente que me solicitó terapia, y después de venir
varios meses, un día dijo: "Voy a entrar en trance, doctor Erickson"; y cuando estuvo
en trance, dijo: "Me siento tan cómoda... me quedaré aquí todo el día". Le contesté:
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"Desgraciadamente, van a venir otros pacientes. No puede quedarse aquí todo el día".
"No me importan sus otros pacientes", replicó. Le señalé que me ganaba la vida
atendiendo pacientes. Dijo: "Está bien, le abonaré todas las horas. Me quedaré aquí
todo el día". (E. mira a Christine.) ¿Cómo podía desembarazarme de ella?
Le dije que durmiera contenta, y añadí: "Espero que no tenga que ir al baño". (A
Christine:) Sus hombros se están despertando.
Christine: ¿Quiere que se despierte el resto de mí?
E.: Pienso que eso le ahorrará algunas molestias. (E. se ríe, y Christine sonríe.)
Christine: Simplemente no sabía qué se esperaba que yo hiciera.
E.: Bueno, espero que no tenga que ir al baño de repente... (Christine se ríe y mueve
la mano.) Ahora se está familiarizando mejor consigo misma.
Christine (acomoda el cuerpo y las manos): Sí.
E.: No tiene que ir al baño. (Se ríe; dirigiéndose al grupo:) ¿Quién de ustedes ha
estado alguna vez en trance? (A Carol:) Usted no ha estado. (A Siegfried:) Y usted
tampoco. Bueno, doctor, es más fácil mirar a una chica bonita en trance que a un
hombre; ¿no ha sido esa su experiencia?
Siegfried: ¿Podría repetir, por favor? No lo oí.
E.: Es más fácil mirar a una chica bonita.
Siegfried: Ahora lo oí. (Risas.)
E. (a Carol): Entonces, ¿puede usted cambiar de asiento con...? (Christine y Carol
cambian de asiento.) ¿Todos se percataron de que no le pedí nada a Christine?
Rosa: ¿Usted preguntó si nunca habíamos estado en trance antes, y él nunca lo
estuvo? Bueno, yo nunca estuve en trance antes. Pensé que usted había preguntado
otra cosa, por eso yo no...
E. (a Christine): Su nombre es Kristie, ¿no?
Christine: No. Christine.
E.: Christine. ¿Yo le pedí que se sentara allí?
Christine: Pensé que me pedía cambiar de asiento con ella.
E.: No. Se lo pedí a ella (señala a Carol).
Christine: Oh. ¿Qué quiere que yo haga?
E.: Bueno, ya lo hizo. No le pedí que se levantara. (Risas.) Dejé que su mente
conciente se hiciera cargo. Lo único que hice fue preguntarle a ella si quería sentarse
aquí. El resto lo hizo usted. (A Carol:) ¿Nunca estuvo en trance?
Carol (colocando los brazos sobre los apoyabrazos del sillón): En realidad, no estoy
segura. (Mueve la cabeza en señal negativa.) Tal vez en una oportunidad, tal vez no.
(Acomoda mínimamente las manos.)
E.: ¿Su nombre?
Carol: Carol.
E.: Carol. (Toma la mano izquierda de Carol por la muñeca, la levanta y deja el brazo
suspendido catalépticamente. Carol mira su mano y luego a E. Tiene la muñeca
formando un ángulo y los dedos muy abiertos.) ¿Es habitual para usted dejar que un
hombre extraño le alce la mano y la deje en medio del aire?
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Carol (aparta la vista, luego vuelve a mirar a Erickson): Nunca me sucedió antes. (Se
ríe.) Pero esperaré a ver qué pasa.
E.: ¿Cree que está en trance?
Carol: No.
E.: ¿De veras?
Carol: No.
E.: ¿Está segura?
Carol: Después de ver eso, no estoy segura. (Se ríe.)
E.: No está segura. ¿Piensa que pronto se le cerrarán los ojos? Carol (mirando a E.,
quien sigue mirándola directamente): No sé.
E.: No sabe.
Carol: Siento que sí.
E.: ¿Está segura de que sus ojos no se cerrarán y quedarán cerrados?
Carol: No estoy segura. Parecen parpadear. (Sonríe.)
E.: ¿Supone que pronto parpadearán hasta cerrarse, y se quedarán cerrados?
Carol: Hay más probabilidades. (Risas en el grupo; Carol sonríe.)
E.: En realidad no está nada segura, ¿no, Carol?
Carol: No.
E.: Pero empieza a estar segura de que sus ojos se cerrarán. (Carol parpadea.) Muy
pronto... se quedarán cerrados. (Los ojos de Carol se cierran.) En psicoterapia, deben
saber que su paciente sabe más acerca de lo que aprendió en el pasado, que todo lo
que puedan llegar a saber ustedes. Ustedes no saben cómo se duermen. No saben
cómo dejan en libertad a su percatamiento conciente. Así pues, cuando un paciente
viene a verme, yo tengo todas las dudas. Dudo en la dirección correcta, él duda en la
dirección equivocada. (Se dirige a Carol, mientras lentamente le baja el brazo hasta
su regazo.) Cada vez más cómoda. Y se dormirá tan profundamente, que le parecerá
que no tiene cuerpo en absoluto. Le parecerá que usted es simplemente una mente,
un intelecto, flotando en el espacio, en el tiempo.
Tal vez sea una niña pequeña jugando en la casa, o tal vez una niña en la escuela.
Quisiera que resurjan muchos recuerdos que usted ha olvidado hace largo rato.
Quiero que sienta como una niña pequeña, que tenga todos los sentimientos de una
niña. Y sean cuales fueren esos sentimientos, un rato más tarde decidirá contamos
algunos.
Quizás esté jugando en el patio de la escuela. Quizás esté almorzando, o mirando
interesada el vestido de la maestra, y lo que se ve en el pizarrón, o las figuras de un
libro ilustrado... cosas que ha olvidado hace largo rato. Y el año no es 1979, sino muy
anterior. Ni siquiera es 1977... ni siquiera 1970. No sé si el año es 1959 o 1960. No sé
si está mirando un árbol de Navidad o una iglesia, o si está jugando con un perro o
con un gato.
Después de un rato usted despertará y nos contará sobre la pequeña Carol. Y será
realmente esa linda nena, Carol, en 1959 ó 1960. Tal vez se imagine qué será cuando
sea grande. Me gustaría que tenga la experiencia de dejar que su cuerpo duerma
profundamente, y que se despierte sólo del cuello para arriba. (E. hace una pausa.
Luego Carol gira la cabeza y lo mira.) Hola. (Mira a Carol directamente; durante la
mayor parte de la inducción, E. estuvo mirando un lugar del piso situado frente a
ella.) ¿Qué querías, decirme?
37
Carol: Usted parece un buen hombre. (La voz de Carol sueña aniñada.)
E.: ¿Lo soy?
Carol: Ajá.
E.:. Gracias. ¿Dónde estamos?
Carol: Creo que en un parque. (La atención de Carol se centra en E. al hablar.)
E.: En un pequeño parque. ¿Qué vas a ser cuando seas grande?
Carol: No sé, falta mucho para eso.
E.: Falta mucho. ¿Qué te gustaría hacer ahora?
Carol: Jugar.
E.: ¿Jugar a qué?
Carol: A la pelota.
E.:. ¿A la pelota?
Carol: A la rayuela.
E.: A la rayuela. ¿Dónde vives? ¿Cerca de este parque?
Carol: No.
E.: ¿Dónde?
Carol: Vivo lejos de aquí. Estoy de visita.
E.: ¿En qué lugar vives, tan lejos?
Carol: En Reading.
E.: ¿Dónde queda eso?
Carol: En Pennsylvania.
E.: En Pennsylvania. (Con vivacidad:) ¿Cuántos años tienes?
Carol: Cinco.
E.: Tienes cinco años.
Carol: Tal vez tres, me parece. O cuatro.
E.: Tres o cuatro. ¿Y qué es lo que más te gusta de este parque?
Carol: Bueno, me gusta venir aquí con mi abuelo y mirar a sus amigas.
E.: ¿Te gustaría que él estuviese aquí en este momento?
Carol: No.
E.: ¿Y hay muchos árboles?
Carol: Árboles y bancos, y una tienda.
E.: ¿Hay alguien alrededor?
Carol: ¿En esa época?
E.: Ahora.
Carol: Ahora... Sí. Ajá.
.
E.: ¿Quiénes son esas personas?
Carol: Profesionales.
38
E.: Tienes sólo tres, o cuatro, o cinco años. ¿Dónde aprendiste a decir una palabra tan
larga como "profesional"?
Carol (sonriendo): Bueno, conozco la diferencia entre-ahora y esa época.
E.: ¿Cómo te sientes en este momento por no poder pararte?
Carol: No me había dado cuenta de que no puedo pararme.
E.: Ahora te estás dando cuenta.
Carol: Es muy extraño.
E.: Lo es. ¿Te gustaría que te cuente un secreto?
Carol: Me encantaría.
E.: Bien, todas las personas que están aquí alrededor se han olvidado de los ruidos
del tránsito. (Sonríe.) Y jamás les dije que fueran sordos. Y de repente empiezan a oír
los ruidos del tránsito. ¿Cuántos de ustedes están en trance? (Varias personas están
con los ojos cerrados.) Si algunos de ustedes miran a su alrededor verán que hay
mucha inmovilidad. (A Carol:) Cierra los ojos. (Carol cierra los ojos.) Ciérralos
simplemente. Y disfruta de tu dormir profundo... en un trance muy cómodo. (A los
demás:) También ustedes, también ustedes. Cierren los ojos ahora. Desde ahora,
todo el tiempo... y entren en trance, porque tienen miles de millones de células
cerebrales que funcionarán y les enseñarán todo lo que tienen que aprender.
Cuando enseñaba a residentes en psiquiatría acostumbraba dar a cada uno un libro
para que lo leyera en su casa, y les decía: "Algún día, dentro de tres o cuatro meses,
los citaré a todos para una reunión. Conviene que cada uno haya leído su libro y
pueda hacer una reseña completa de él". Y ellos se daban cuenta de que yo tenía
realmente ese propósito. Ahora bien, algunos de los residentes eran buenos sujetos
hipnóticos, y unos cuatro meses más tarde los reunía en la sala de conferencias y les
decía: "Como recordarán... les asigné unos libros para que los leyeran. Ha llegado el
momento de hacer la reseña". Y los que no eran buenos sujetos hipnóticos se sentían
muy contentos, pues sabían que habían leído el libro asignado, y uno por uno daban
su informe. Los que eran buenos sujetos hipnóticos, en cambio, parecían
descontentos y afligidos. Cuando los llamaba por su nombre uno por uno, me decían
lamentándose: "Lo siento, doctor Erickson, me olvidé de leer el libro". Yo respondía:
"No acepto excusas. Se les asignó un libro para leer, y se les dijo que en tres o cuatro
meses tuvieran listo el informe. Y ahora me vienen con que no lo han leído. ¿Saben el
título y el autor?". Me decían el título y el autor, y volvían a disculparse. "Tomen una
hoja", agregaba yo, "saquen su lapicera, y resuma cada uno lo que cree que pudo
haber dicho el autor en el tercer capítulo; resuman luego lo que creen que pudo haber
dicho en el séptimo, y en el noveno". Me miraban azorados y decían: "¿Pero cómo
podemos saber eso?" "Bueno", yo les contestaba, "saben el nombre del autor y el
título. Eso es todo. Siéntense y resuma cada uno esos tres capítulos". Ellos se
sentaban y empezaban a escribir: "Creo que en el capítulo tres el autor debió
examinar los puntos a, b, c, d, e, f, g, y toda una lista de cosas. En el capítulo siete,
creo que examinó..." Y enumeraban las cosas. "Y en el capítulo nueve, creo que
examinó..." Entonces yo sacaba los libros y les pedía leer el capítulo tres, y luego
mirar su informe escrito. Decían: "¿Cómo pude saber eso?" Habían leído el libro
durante un trance hipnótico y no lo recordaban en absoluto; pero tenían una reseña
mucho mejor que la que salió de su mente. No recordaban haber leído el libro.
Después de un par de veces que sucedió lo mismo, ya no se asustaban cuando
íbamos a la sala de conferencias a informar sobre los libros. Sabían que debían tener
esos informes. (Se ríe y mira a Carol.)
Carol, brevemente, me gustaría que usted se despertase por completo. Tranquila, con
comodidad.
39
¿Qué piensa de ese conde Drácula ahí colgado? (Lo señala.) Durante el día vive ahí,
pero de noche cobra vida y se alimenta de sangre. (Carol se sonríe.) Pues bien, todos
ustedes han visto al conde Drácula. ¿Se dan cuenta?; de este modo no necesita un
ataúd, y nadie sospecha quién es. (Carol mueve los brazos; E. se dirige a ella:) ¿Le
gustaría que le dijera su buena fortuna?
Carol: Sí.
E. (mirando la palma extendida de Carol): Mire esta línea... ¿ve las letras "R, e, a, d,
i, n, g"? Es el nombre de un parque.
Carol: ¿El nombre de qué?
E.: De un parque.
Carol: Parque.
E.: En Pennsylvania. ¿Ve a su abuelo aquí? ¿Le gusta realmente ir a ese pequeño
parque en Reading, Pennsylvania? ¿Qué tal soy para leer las manos?
Carol: ¿Qué?
E.: ¿Qué tal soy para leer las manos?
Carol: No muy malo. (Se ríe y deja caer la mano.)
E.: Bien. ¿Por qué hablé del conde Drácula? ¿Por qué me referí al conde Drácula? El
conde Drácula atrae a los niños.
Siegfred: ¿Qué les hace a los niños?
E.: Los atrae... Les interesa a los niños.
Ana: ¿Para qué los atrae?
Siegfried: ¿Influye en los niños?
E.: No, les interesa.
Siegtried: Les interesa.
E. (a todo el grupo): Me estoy refiriendo a algo sobre lo cual piensan los niños. Y la
lectura de las manos es otra cosa útil, y el hecho de que el conde Drácula está muy,
muy lejos del parque Reading permitió la amnesia y apartó la atención de este sillón
dirigiéndola al parque Reading, a su niñez, al pasado, y yo no le dije que tuviese una
amnesia. (A. Carol:) ¿De qué estoy hablando?
Carol: No pude seguir muy bien el asunto. (Se ríe.)
E.: Así que no pudo seguir muy bien el asunto. (Se ríe.) A todos ustedes sus padres y
maestros les enseñaron: "Mírame cuando te hablo, y cuando me hables". Y ella vino
aquí y me escuchó, y evoqué una pauta de conducta perteneciente al antiguo pasado.
(A Christine:) No pudo seguirme, aunque estaba hablando de ella. (A Carol:) ¿Cuándo
se fue de ese lugar de Pennsylvania donde estaba el parque Reading?
Carol: Cuando terminé la escuela secundaria.
E.: Bien. ¿Y cómo supe yo que usted y su abuelo iban al parque Reading?
Carol (susurrando): Yo se lo dije.
E. (su voz se superpone a la de Carol): Porque él iba allí, ¿no? Y a usted le gustaba
mirar a sus amigos. ¿Había entre ustedes algún otro oscuro secreto del cual no quiere
que yo me entere? (Risas.)
40
Es el paciente el que hace la terapia, uno sólo tiene que proporcionar un clima
favorable. Luego se le deja traer las cosas que ha reprimido y las que ha olvidado, por
uno u otro motivo.
¿No es gracioso cómo volvieron a acallarse todos los sonidos del tránsito? (Sonríe.)
Ahora pueden escucharlos otra vez.
Bien. Todos nos movemos de tres maneras diferentes: intelectualmente,
emocionalmente y motrizmente, desplazándonos de un lado a otro. Algunos se
mueven más que otros. Ahora bien, la capacidad para moverse de un lado a otro... Un
oso polar puede vivir en el Ártico, pero no en la Antártida. Los pingüinos pueden vivir
en la Antártida, pero no en el Ártico. Los animales están limitados: viven sobre el
agua, debajo del agua, en el desierto, en los bosques tropicales. Nosotros podemos
vivir en cualquier parte. Es característico del animal humano.
Tenemos una vida afectiva o emocional, y tenemos una vida cognitiva o intelectual. Y
desde el principio se nos enseña a poner el acento en la inteligencia, como si eso
fuera realmente lo importante. Lo importante es la persona en todos sus niveles.
Un año estaba enseñando hipnosis para dentistas, médicos y psicólogos en el Phoenix
College. Mis clases eran por la noche, de las siete a las diez y media, y asistían a ellas
gente de Yuma, Flagstaff, Mesa y Phoenix. Y después de la clase volvían a sus
hogares.
En el primer semestre había una psicóloga de Flagstaff llamada Mary. En la primera
clase, tan pronto empecé a hablar, entró enseguida en trance profundo. La desperté y
comentó que nunca había estudiado hipnosis, jamás había sido sujeto hipnótico, y se
mostró sorprendida de haber entrado en trance. Era una mujer de unos 35 años, que
estaba cursando su doctorado en psicología. La desperté y le dije que permaneciera
despierta. Comencé mi clase. Muy pronto volvió a caer en trance, un trance profundo.
Volví a despertarla y le dije que "permaneciera despierta". No hice más que empezar
otra vez la clase y ya estaba en trance profundo. Pasó así todo el tiempo de esa
primera clase, hasta que renuncié a despertarla.
Ahora bien, a mediados del semestre pensé recurrir a Mary como sujeto de
demostración, de manera que le dije que saliera de su trance profundo y aportara
algunos recuerdos infantiles. Mary despertó y dijo que lo único que recordaba de su
niñez era una red de cazar mariposas y un matorral de bambúes. Le pregunté qué
significaban, pero dijo no saberlo. Lo intenté una y otra vez, y no obtuve ningún otro
recuerdo de infancia que la red de cazar mariposas y el matorral de bambúes.
Mary repitió el curso al semestre siguiente, y nuevamente caía en trance y
permanecía así toda la clase. Repitió el curso una tercera vez, -y yo pensé: "Bueno,
ya que no puedo sonsacarle nada, crearé una situación en la que Mary pueda
realmente enseñamos mucho a todos nosotros". Le dije: "Quiero que entre usted en
un trance muy, muy profundo". Primero le expliqué que las personas viven
intelectualmente, emocionalmente y motrizmente. Luego le dije: "Entre en un trance
profundo, muy profundo, y busque alguna emoción cuyo significado no se atreva a
penetrar". Le dije que debía ser una emoción muy fuerte, y que debía sacarla a la luz.
"y sin cognición, sin comprensión intelectual, sólo sacar a luz la emoción y nada más".
Mary se despertó y quedó muy rígida, colgada de los brazos del sillón. Estaba pálida y
sudando; el sudor le caía por el rostro hasta el mentón y la punta de la nariz. Le
inquirí: "¿Cuál es el problema, Mary?" Ella respondió: "¡Tengo un miedo terrible!",
pero lo único que se le movía eran los ojos; no movía ninguna otra parte del cuerpo,
salvo, desde luego, los órganos del habla. "¡Tengo un miedo terrible, un miedo
terrible!" repetía, pálida. Le pregunté si podía tomar mi mano y dijo que sí; le
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pregunté si quería hacerlo, y me dijo que no. Le pregunté por qué. Contestó: " ¡Tengo
un miedo terrible!"
Invité al resto de los presentes a que la miraran bien y le hablaran. Una persona se
sintió mal al verla tan asustada. Se le veía el sudor cayéndole por el rostro, y su
palidez, y sus limitados movimientos oculares. Hablaba con el ángulo de la boca.
Rígidamente aferrada a los brazos del sillón, respiraba muy lenta y cuidadosamente.
Cuando toda la clase hubo confirmado que Mary había salido del trance con una
intensísima emoción, le dije: "Vuelva a su trance, bien profundo, y traiga el aspecto
intelectual". Mary despertó, se enjugó el rostro y declaró: "Me alegro que haya pasado
hace treinta años". Por supuesto, todos teníamos sumo interés en saber qué había
pasado hacía treinta años.
Continuó: "Vivíamos en la ladera de una montaña, y había una hendidura profunda,
una grieta, en la ladera; mi madre siempre me advertía: 'No te acerques a la grieta'.
Una mañana salí a jugar y olvidé la recomendación de mi madre; llegué hasta esa
profunda grieta y vi que la cruzaba de lado a lado un caño de hierro, de unos 35
centímetros de diámetro. Me olvidé completamente de la advertencia de mi madre y
pensé que sería magnífico ponerme en cuatro patas y sin dejar de mirar bien el caño
cruzar sobre él al otro lado. Cuando ya casi estaba por la mitad aparté los ojos del
caño y levanté la vista para ver cuánto me faltaba. Al hacerlo pude ver cuán profunda
era la grieta. Era terriblemente profunda. Y yo sólo estaba por la mitad, y me quedé
helada de terror. Me quedé paralizada media hora, pensando cómo podía salir de esa
situación, hasta que finalmente me di cuenta cómo podía hacerlo. Con mucho
cuidado, sin apartar los ojos del caño, fui retrocediendo hasta que mis pies volvieron a
pisar suelo firme. Entonces me volví y corriendo fui a esconderme entre unas matas
de bambú, y permanecí allí mucho tiempo".
Le dije a Mary: "¿Cómo terminó la historia?" Respondió: "Esa es toda la historia. No
hay nada más". Insistí: "Hay algo más aún". "No recuerdo", contestó ella. "En la
próxima clase tráiganos el siguiente episodio", concluí.
A la clase siguiente Mary acudió roja de furia: "Me resulta molesto contarle esto",
comenzó. "Cuando llegué a Flagstaff era más de la una de la mañana. Crucé el
pueblo, fui a despertar a mi madre y le dije que me había subido a ese caño de hierro
que cruzaba la grieta, y que debía darme una tunda. Mi madre exclamó: '¡No voy a
darte una tunda por algo que sucedió hace treinta años!' Intenté dormir, pero me
dolieron las nalgas toda la noche, y aún me siguen doliendo. Necesitaba tanto esa
tunda y mi madre no quiso dármela.
Ojalá lo hubiese hecho. Me duelen las nalgas". Yo le dije: "¿Algo más, Mary?" Ella
continuó; "No, ya es suficiente con ese dolor de nalgas". Agregué: "La próxima clase
tráiganos otro episodio de la historia". Ella insistió: "Eso es todo, no hay más". "Está
bien", le dije.
A la clase siguiente apareció diciendo: "Ya no me duelen más las nalgas, y esa es la
única parte que puedo añadirle". Yo dije: "No, Mary, puede contamos la parte
siguiente de la historia". "No recuerdo ninguna otra parte", replicó. Le dije: "Le haré
una pregunta, y luego podrá contamos la próxima parte". Mary me dijo: "¿Qué
pregunta podría usted hacerme?" "Es muy simple", continué. ¿Como le explicó a su
madre que llegó tarde al almuerzo?" Mary exclamó: "¡Ah, eso! Llegué tarde a
almorzar y le conté a mi madre que me había capturado una banda de asaltantes
encerrándome en una enorme cueva tras un grueso portón de madera, y que me llevó
horas y horas echar abajo el portón con mis manos. Pero como sabía que no tenía
sangre en las manos las escondí bajo la mesa, confiando en que mi madre me
creyese. Confiaba ansiosamente en que me creyese. A ella sólo pareció divertirle un
poco que una banda de asaltantes me hubiera encerrado en una cueva".
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Le dije: "¿Algo más?" "No, eso es todo", respondió ella- "Muy bien", le dije, "traiga el
episodio siguiente la próxima clase". Dijo: "Ahí acaba la historia, no hay más". "Oh sí,
lo hay", insistí yo.
Mary vino a la clase siguiente y dijo: "He pensado y repensado y no hay nada más en
esa historia". Le contesté: "Bien, tendré que volver a hacerle una pregunta. Dígame,
Mary, cuando llegó a su casa, ¿entró por adelante o por atrás?" Mary se ruborizó y
dijo: "Me deslicé por la puerta trasera, sintiéndome muy culpable". Luego se enderezó
y exclamó: "¡Ahora se me ocurre algo más sobre eso! Poco después de esa aventura
de cruzar la grieta, mi madre tuvo un ataque cardíaco y fue llevada al hospital.
Alrededor de su cama había un biombo de bambú. Sentada allí, mirando a mi madre
en el lecho, supe que mi intento de cruzar la grieta le había causado a mi madre el
ataque, que yo era culpable de su muerte. Me sentí horriblemente culpable, terrible,
terriblemente. Me pregunto si será por eso que estoy trabajando para el doctorado de
psicología... en una especie de búsqueda desesperada de ese recuerdo profundamente
reprimido". Le pregunté: "¿Hay algo más, Mary?" "No", me replicó.
En la siguiente clase Mary me dijo: "Doctor Erickson, la historia tiene otra parte. De
vuelta en Flagstaff, me sentía tan culpable por haberle provocado el ataque a mi
madre, que me vi impulsada a contarle sobre esa culpa que tanto había olvidado... la
de la grieta y el caño de hierro, y su regreso a casa del hospital. Era más de la una,
crucé el pueblo, desperté a mi madre y le conté todo eso. Mi madre me dijo: "¿Sabes,
Mary?, cuando tú eras niña yo te tomaba fotografías a menudo. Ve al desván y saca
esa gran caja de cartón en la que guardo las fotos, que siempre digo que ordenaré en
un álbum".
Fueron al desván, y aquí está la foto de la pequeña Mary con su red de cazar
mariposas; detrás de unas matas de bambú. (Muestra la fotografía a Carol, quien la
mira y luego la pasa a la persona situada a su izquierda.)
Bien. Cuando los pacientes tienen recuerdos profundamente reprimidos, eso no
significa que no los tengan. Y a veces la mejor manera de sacar esas represiones,
esos recuerdos horribles enterrados, es traer la emoción, o bien la parte intelectual, o
la motriz. Porque las emociones por sí solas no dicen nada; la parte intelectual sola es
como leer algo en un libro de cuentos, y las reacciones recordadas no significan
absolutamente nada.
Así pues, Mary me dio esa foto, y dijo: "Inicié psicología en un empeño por averiguar
ese recuerdo. No me interesa la psicología. Estoy casada y soy feliz con mi marido, mi
hogar y mis hijos. No quiero el título de doctora". Tenía casi 37 años, y durante
treinta había estado gobernada por esa emoción hondamente reprimida y al hacer
psicoterapia, no hay que empeñarse en excavar todo al mismo tiempo. Si es una
represión profunda, hay que excavar lo que es seguro.
La esposa de un dentista me pidió una vez que la pusiera en trance porque quería
regresar a su temprana infancia. Le dije: "Indíqueme a qué año o a qué suceso quiere
regresar". Ella añadió: "Podría ser a mi tercer cumpleaños".
La hice regresar en el tiempo hasta que dijo tener tres años. Estaba en una fiesta, y le
pedí que me contara sobre la fiesta y lo que ella hacía. Me contó de la torta de
cumpleaños y de sus amiguitos, y que ella usaba un vestido con guarniciones y
cabalgaba en su caballito en el patio trasero. Cuando despertó del trance y escuchó la
cinta grabada, se rió y dijo: "No es un recuerdo auténtico. Ninguna niña de tres años
sabe la palabra 'guarniciones'. Por cierto que yo no la sabía a los tres años. En cuanto
a cabalgar en el patio trasero... nuestro patio era tan pequeño que un caballo no
habría cabido en él. Fue una pura fantasía".
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Más o menos un mes más tarde, había ido a visitar a su madre y esta le dijo: "Por
supuesto que tú sabías la palabra 'guarniciones' cuando tenías tres años. Yo te hacía
todos los vestidos, y en todos los casos les ponía esas guarniciones. Vayamos al
desván. Tengo fotografías tuyas de todos tus cumpleaños, y muchas más".
Finalmente rescataron la foto de los tres años con el vestido con guarniciones, y
mientras ella cabalgaba en el patio. La esposa del dentista mandó hacer una copia de
varias de esas fotos y me las dio. (Muestra las fotografías al grupo.) Aquí está el
vestido con guarniciones, y aquí el caballito. Pero tanto ella como yo, dos adultos,
oímos la palabra "caballito" y pensamos que se trataba de un caballo de verdad; en
realidad ella tenía un triciclo con forma de "caballito" (se ríe), y estaba "cabalgando"
sobre él en el patio. (Se ríe.) Y pese a sus convicciones adultas, la niña de tres años
conocía la palabra "guarniciones". Esto prueba que una niña de tres años sabe qué es
un vestido con guarniciones.
Si uno de los pacientes les habla en su propio lenguaje, no lo traduzcan al lenguaje de
ustedes. Su mente de tres años recordó un "caballito", y nosotros, como adultos,
traducimos por "caballo" real. Les advierto a todos que jamás, al escuchar a un
paciente, piensen que lo comprenden, porque están escuchando con sus propios oídos
y con su propio vocabulario. El vocabulario del paciente es algo totalmente distinto.
Para un chico de tres años un "caballito" es un "caballito" de juguete, y para un adulto
de 60 años es un "caballo" de verdad.
¿Qué hora es, por favor?
Stu (un psicoanalista de Arizona): Las dos y cinco.
E.: Ahora les informaré sobre un caso; creo que sobre dos. El primero les mostrará
hasta qué punto el terapeuta carece de importancia.
Un miércoles por la tarde vino a mi consultorio un joven abogado de Wisconsin y me
dijo: "Me dedico a la abogacía en Wisconsin. El clima de ese estado no nos gusta ni a
mi esposa ni a mí; queremos mudarnos a Arizona y levantar aquí nuestro hogar. Por
lo tanto, rendí el examen de jurisconsulto de Arizona. Lo rendí cinco veces y las cinco
fracasé. He ejercido bien la abogacía en Wisconsin, y cinco veces fracasé en el
examen de Arizona. Y mañana por la mañana tengo que ir a Tucson a rendirlo
nuevamente".
Así pues, vino el miércoles por la tarde y a la mañana siguiente se iba a Tucson,
donde lo habían aplazado cinco veces en el examen de jurisconsulto. "Pero dice usted
que tanto a usted como a su esposa les gustaría mudarse a Arizona y fundar un
hogar"; "Así es", contestó. "Bueno", continué yo, "no sé nada sobre las leyes de
Arizona; soy psiquiatra, y nada sé de leyes. Sí sé cómo se toma el examen de
jurisconsulto. Sé que los abogados que quieren obtener el título se congregan en
cierto edificio de Tucson. Es un examen sencillo. Las preguntas están mimeografiadas;
hay una pila de hojas mimeografiadas y otra de hojas en blanco para las respuestas.
Cada candidato toma un ejemplar de las preguntas y unas hojas en blanco, busca un
asiento cómodo, se instala y escribe todo el día desde las 9 de la mañana hasta las 5
de la tarde. Y luego, el viernes, vuelve a empezar a las 9 y termina a las 5; el sábado
le dan otra serie de preguntas y escribe hasta las cinco. Allí concluye el examen. Cada
día le formulan una serie diferente de preguntas, y debe contestar cada día con un
ensayo diferente".
Lo puse en trance profundo y le dije: "Irá a Tucson mañana por la mañana y les dirá
que usted y su esposa quieren trasladarse a Arizona, que les gusta Arizona, que no les
gusta Wisconsin. Por consiguiente, mientras conduce hacia Tucson, y son más de 220
kilómetros, desde temprano observará el paisaje a la izquierda y a la derecha de la
ruta. Y gozará de ese paisaje de Arizona durante todo el viaje a Tucson. (Con las
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nuevas carreteras, ahora son menos de 190 kilómetros.) Gozará del paisaje a la luz
de la alborada.
"Cuando llegue a Tucson -continué diciéndole-, buscará distraídamente una playa de
estacionamiento, estacionará el auto y mirando en torno verá un edificio. Se
preguntará qué edificio es ese, pero entrará en él. Verá muchas personas, hombres y
mujeres, jóvenes y viejos. Ninguno mostrará real interés por usted. Verá una pila de
hojas mimeografiadas con preguntas, tomará una del lote y unas hojas en blanco.
Buscará un lugar cómodo para sentarse.
"Leerá todas las preguntas y no entenderá nada de nada. Luego releerá la primera
pregunta, y le parecerá encontrarle algún sentido, y así, un pequeño fragmento de
información se deslizará desde su estilográfica a la hoja en blanco. Y antes de que la
tinta se haya secado, ya habrá junto a él otro fragmento, seguido de otro fragmento.
Después de un rato esos trozos se secarán y leerá la segunda pregunta. Le parecerá
que tiene cierto sentido, y un pequeño fragmento de información bajará por su
estilográfica hasta el papel, seguido por otro y otro. Hasta que finalmente ese trozo se
haya secado. Pasará a la próxima pregunta, y así hasta terminar con todas.
"Esa tarde paseará por Tucson admirando el panorama. Tendrá mucho apetito y
disfrutará de la cena. Antes de irse a dormir dará otro paseo, gozando del hermoso
cielo azul de Arizona. Luego se irá a dormir y lo hará profundamente. Se despertará
sintiéndose renovado. Tomará un buen desayuno, y se encaminará hacia ese edificio
para repetir lo mismo del día anterior, lo mismo del jueves "el viernes a la noche
caminará por Tucson para abrir el apetito mientras goza del panorama, y comerá una
magnífica cena. Luego irá a dar otro paseo y gozar del cielo azul y de las montañas
que circundan Tucson, y se irá a la cama y dormirá profundamente.
"Lo mismo sucederá el sábado".
Alrededor de un año más tarde entró en mi consultorio una mujer con un embarazo
muy avanzado. Me dijo su apellido, y reconocí el de aquel abogado. "Voy camino del
hospital para tener mi bebé", comentó. "Después de lo que hizo por mi marido,
quisiera dar a luz a mi hijo bajo los efectos de una hipnosis". Le insinué cordialmente
qué útil resulta disponer de un poco más de tiempo.
Le dije que entrara en trance, lo hizo muy bien, y le dije: "Vaya al hospital y coopere
en todos los aspectos, salvo que, según les explicará, no ha de tomar ninguna clase
de medicamento, ni permitirá que la anestesien. Dirá que sólo quiere ir a la sala de
partos y tener su bebé. Y cuando esté en la camilla piense en el bebé. ¿Será un varón
o una niña? ¿Cuánto pesará? ¿Cuánto medirá? ¿De qué color serán sus ojos? ¿Le
pondrá realmente el nombre que escogieron usted y su marido? Mientras esté ahí
esperando el bebé, disfrute de todas esas ideas felices que se le ocurran sobre él, y
espere contenta y con paciencia hasta escuchar el primer vagido. Piense en toda la
felicidad que, según espera, le traerá el bebé. Y piense en lo feliz que será su marido,
y lo hermoso que es vivir en Arizona".
¡Ella estaba gozando de sus pensamientos cuando de pronto el obstetra le dijo:
"Señora X, aquí tiene a su bebé", sosteniendo un varoncito!
Dos años después vino y me dijo: "Recordé lo que me dijo sobre tener un poco más
de tiempo. Hasta dentro de tres días no tengo que ir al hospital. Quisiera tener otro
parto hipnótico".
Le contesté: "Muy bien, cierre los ojos. Entre en un trance muy profundo, y repita lo
que hizo la primera vez". La desperté y se fue.
La vez anterior me había contado que su marido, al volver a su casa ese sábado a la
noche, pudo apreciar el paisaje de Arizona desde el punto de vista opuesto. Lo vio al ir
y lo pudo ver al regresar. (Se ríe.).
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Siegfried: Por favor, ¿puede repetir la última oración? No la escuché.
E.: Cuando su marido terminó el examen de jurisconsulto, volvió de noche y pudo
apreciar el paisaje de Arizona desde el punto de vista opuesto, a la luz nocturna.
Y él no pensó que era necesario, en absoluto, decirme que había pasado el examen.
Pues mi actitud hacia los pacientes es esta: Usted logrará su propósito, su objetivo. Y
lo digo muy confiado. Parezco seguro y actúo en consecuencia. Hablo con confianza, y
mi paciente se inclina a creerme.
Demasiados terapeutas dicen: "Confío en que podré ayudarlo", y expresan sus dudas.
Yo no tuve ninguna duda cuando le pedí que entrara en trance. No tuve dudas con ella
(señala a Carol), ni tampoco con ellas dos (señala a dos mujeres sentadas en el
diván.) Estaba totalmente confiado. Un buen terapeuta debe tener plena confianza.
Ahora bien (mira hacia el piso), después de nacer el primer bebé, el abogado vino a
verme y me dijo: "Fue lindísimo lo que hizo por mi esposa. Gozamos realmente del
nacimiento del niño. Pero hay algo que me está molestando. Cuando mi abuelo
paterno tenía mi edad comenzó con molestias en la espalda, y lo estorbaron toda la
vida, le arruinaron la vida. Padecía de un dolor crónico en la espalda. y también su
hermano, cuando tenía mi edad, empezó con dolores crónicos de espalda, y los tuvo
toda la vida. Mi madre empezó a mi edad con dolores crónicos de espalda, que le
impedían trabajar, y mi hermano mayor, a la edad que yo tengo ahora, también. Yo
estoy empezando a tener dolores de espalda".
Contesté: "Muy bien, me ocuparé de eso. Entre en un trance profundo". Una vez que
lo hizo, le dije: "Si su dolor de espalda tiene origen orgánico, o algo que anda mal en
su columna, nada de lo que yo diga podrá ayudado. Pero si es psicológico, si es un
esquema psicosomático que usted aprendió de su abuelo, de su tío abuelo, de su
padre y de su hermano, sepa que usted no necesita ese dolor. No es más que un
esquema de conducta psicosomático".
Nueve años más tarde volvió y me dijo: "¿Recuerda el dolor de espalda que usted me
trató? No lo volví a tener hasta hace unas pocas semanas, en que empecé a sentir la
espalda algo dolida. Siempre tuve temor a esos dolores de mi abuelo, mi tío abuelo,
mi padre y mi hermano, y ahora siento la espalda algo dolida".
Respondí: "Nueve años es mucho tiempo. Yo no puedo verlo con rayos X ni hacerle el
examen físico que quisiera. Lo enviaré a que vea a un amigo mío, y él me informará
sobre lo que encuentre y me hará saber su opinión".
Mi amigo, llamado Frank, le dijo a este hombre: "Usted es abogado de una empresa.
Pasa el día entero sentado en su escritorio. No hace suficiente ejercicio físico. Quiero
que haga algunos ejercicios diariamente, que mejorarán su salud en general, y no
volverá a tener dolor de espalda".
Vino a verme y me contó lo que había dicho Frank. Lo puse en trance y le dije: "Ahora
usted hará esos ejercicios y llevará una vida bien equilibrada en cuanto a actividad y
descanso".
Un año después me telefoneó y me dijo: "¿Sabe una cosa?, me siento mucho más
joven y más sano que un año atrás. Esos ejercicios me hicieron sentir mucho más
joven, y ya no tengo el dolor de espalda".
Ahora bien, hay algo que ustedes deben saber. Una secretaria que era buen sujeto
hipnótico me telefoneó y me dijo: "A veces, cuando menstruo, tengo muy fuertes
calambres. Y ahora está empezando mi menstruación y tengo esos fuertes calambres
en el bajo abdomen, a la derecha. ¿Podrá darme usted una anestesia para mis
calambres menstruales?".
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La puse en trance por teléfono. Le dije: "Usted acaba de decirme, despierta, que tenía
calambres menstruales y que quería que se los aliviase. Entonces, comprenda esto:
su menstruación no le causará ningún dolor más. No tendrá más calambres
menstruales. Le subrayé dolores menstruales, calambres menstruales. "Ahora
despierte". Ella despertó, y dijo: "Gracias, pasó el dolor". Yo respondí: "Magnífico".
Unos veinte minutos más tarde llamó de vuelta y me dijo: "Los efectos de la anestesia
desaparecieron. Tengo otra vez los calambres menstruales". Repliqué: "Entre en
trance y escuche atentamente. Quiero que desarrolle una anestesia para calambres
menstruales, para dolores menstruales de todo tipo. Ahora despierte y ya no tendrá
dolor!" Ella despertó y dijo: "Esta vez me ha dado una buena anestesia. Muchas
gracias".
Media hora después llamó y me dijo: "Me volvieron los calambres menstruales". Le
contesté: "Su cuerpo es mucho más sabio que usted. Usted no tiene dolores
menstruales. Le di una anestesia hipnótica, y cualquier médico sabe que una
apendicitis aguda puede producir dolores semejantes a los calambres menstruales. Mi
anestesia fue para calambres menstruales, no he mencionado su apéndice. Llame a su
cirujano. Así lo hizo. El hizo que se internara y la operó de apendicitis aguda la
mañana siguiente.
El cuerpo de cada uno sabe más sobre ustedes que ustedes mismos. De modo que al
tratar a un paciente deben saber de qué le están hablando. No le den instrucciones
generales. Si trato un dolor de cabeza, tal vez diré que mi sugestión es "para un dolor
de cabeza inocuo". Si después el dolor de cabeza procede de un tumor cerebral, la
anestesia hipnótica no funcionará. Si son dolores de apéndice y con anestesia
hipnótica desaparecen, el verdadero diagnóstico es calambres menstruales o algo
semejante. Así pues, si tratan una enfermedad orgánica, deben saber de qué están
hablando.
Con respecto al abogado, todo lo que hice fue llevarlo a pensar que Arizona era un
hermoso lugar para vivir, y que el examen de derecho no tenía ninguna importancia;
por lo tanto, él no tuvo ningún temor, ninguna angustia. Sólo debía dejar caer un
fragmento de información por vez; Cualquiera puede hacer eso. Y he tratado a
muchísimos abogados y médicos de la misma manera, impartiéndoles un sentimiento
de sosiego mental, de confianza y seguridad en sí mismos.
A una mujer la habían aplazado una y otra vez en su examen de doctorado. El comité
examinador sabía que ella podía aprobar, pero lo cierto es que siempre la asaltaba el
pánico y se le hacía un blanco total. La hice asistir a una clase en que conté el caso
del abogado, y ella entró en trance escuchando ese caso. Cuando terminé mi relato,
despertó. La despedí y volvió al estado del que era oriunda. Un mes más tarde me
escribió: "Aprobé mi examen de doctorado con bombos y platillos. ¿Qué me hizo
usted?" (Se ríe.) No le hice nada más que contarle sobre ese abogado.
Ahora bien, todos ustedes escucharán las cosas que yo digo. Todos aplicarán lo que
digo según lo que haya comprendido cada cual. Cuando yo hablo sobre la manera en
que los abogados aprecian el maravilloso paisaje -de Arizona (a Christine), usted
estará pensando en el "wunderbar" [maravilloso, en alemán] paisaje de Alemania, y
esas dos cosas son muy distintas.
¿Y cómo obtienen información de sus pacientes? Mantienen con ellos una charla
social. Empiezan hablando acerca de sus estudios universitarios. Yo asistí a la
Universidad de Wisconsin y cada uno empieza a pensar en su universidad. Si yo hablo
del río Mississippi, nuestra amiga alemana pensará en el Rhin.
Siempre traducimos el lenguaje de la otra persona a nuestro propio lenguaje.
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Y bien, en 1972 una mujer de 35 años, casada, muy bonita, tocó el timbre, entró y
me expuso su caso así: "Doctor Erickson, tengo fobia a los aviones. Y esta mañana mi
jefe me dijo: 'El jueves debe viajar a Dallas, Texas, y volver el sábado'. Y agregó el
jefe: 'O hace el viaje de ida y vuelta, o pierde su empleo'. Yo soy programadora de
computación -continuó la mujer-, he programado computadoras en todo Estados
Unidos. En 1962, hace diez años, el avión en que volaba se estrelló, aunque no sufrió
grave daño el aparato ni las personas que íbamos en él. Y en los cinco años siguientes
viajé en avión, de Phoenix a Boston; Nueva York, Nueva Orleans, Dalias, a todas
partes. Cada vez que estaba en un avión volando por el aire sentía más y más temor.
Hasta que mi temor llegó a ser tan grande que me temblaba todo el cuerpo. (Lo
muestra con su cuerpo.) Cerraba los ojos, ni siquiera oía lo que me decía mi marido.
Mi fobia era tan fuerte que al llegar a mi lugar de trabajo hasta mi vestido estaba
empapado de transpiración. Era tan terrible que debía meterme en cama y dormir
ocho horas antes de ir a trabajar. Fue así que empecé a trasladarme en tren, en
ómnibus, en automóvil. Mi fobia a los aviones es muy peculiar. Al entrar al aparato
camino lo más bien, no pasa nada mientras el avión corre por la pista, pero tan pronto
alza vuelo empiezo a temblar y me invade el terror. Sin embargo, si hay una escala
intermedia, en el mismo momento en que toca tierra me siento muy cómoda. No pasa
nada en el recorrido por la pista hasta el aeropuerto ni cuando vuelve a partir.
"De modo que empecé a recurrir a automóviles, omnibuses y trenes. Hasta que al
final mi jefe se cansó de que yo empleara todos mis días de vacaciones, de
enfermedad y de ausencias justificadas para hacer esos viajes en tren, automóvil u
ómnibus. Esta mañana me dijo: 'O viaja a Dallas en avión o pierde el empleo'. No
quiero perder mi empleo. Estoy contenta con él".
Le dije, pues: "y bien, ¿cómo quiere que tratemos su fobia?" "Mediante hipnosis", me
contestó. "No sé si usted será un buen sujeto hipnótico", acoté. Ella dijo: "Estuve en
la universidad". "Eso fue hace mucho tiempo", añadí yo. "¿Cómo será ahora?" "Soy
sumamente buena para eso", dijo. "Tendré que probar", señalé.
Era un buen sujeto hipnótico. La desperté y le dije: "Usted es un buen sujeto
hipnótico. Como no sé de qué manera usted se conduce cuando está en un avión,
quiero ponerla en trance hipnótico y que alucine estar en un jet a diez mil metros de
altura". Así que entró en trance y alucinó estar en un jet a diez mil metros. Fue
horrible para mí ver cómo se sacudía hacia arriba y hacia abajo temblando por
completo. Y la hice alucinar que el avión aterrizaba. Luego agregué: "Antes de
ayudarla, quiero que entienda algo. Usted es una mujer hermosa, treintañera, y yo
soy un hombre. Cierto es que estoy en silla de ruedas, pero usted no sabe hasta
dónde llega mi invalidez. Ahora bien, quiero que me prometa que hará cualquier cosa
que yo le pida, buena o mala. Y recuerde que usted es una mujer atractiva y yo un
hombre cuya invalidez usted desconoce. Quiero su promesa absoluta de que hará todo
lo que yo le sugiera, bueno o malo, cualquier cosa que sea".
Ella lo pensó durante unos cinco minutos y luego manifestó: "Nada que usted pueda
pedirme o hacerme sería peor que mi fobia a los aviones", Yo le dije: "Ahora que me
ha prometido eso, voy a ponerla en un trance y pedirle una promesa semejante". En
trance, me lo prometió de inmediato. La desperté y le recalqué: “Me lo ha prometido
despierta y en trance... me hizo una promesa absoluta".
Le dije entonces: "Ahora ya puedo tratarla por su fobia a los aviones. Entre en trance
y alucine estar a diez mil metros de altura, en un vuelo horizontal a una velocidad de
mil kilómetros por hora". Temblaba como una hoja, inclinándose y tocándose las
rodillas con la frente. "y ahora quiero que haga descender el avión, y cuando toque
tierra todos sus temores y fobias, su angustia y su tortura endemoniada se deslizarán
fuera de su cuerpo hasta el asiento junto a usted". Ella alucinó el aterrizaje, despertó
del trance y de repente saltó de la silla dando un grito y se fue corriendo hasta la otra
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punta del cuarto, mientras exclamaba: "¡Están allí, están allí!" (Señala el sillón
verde.)
Llamé a mi esposa y le dije: "Betty, siéntate en esa silla" (señala el mismo sitio), ante
lo cual la paciente le advirtió: "Por favor, señora Erickson, no se siente allí". Mi esposa
siguió encaminándose a la silla, y la paciente se abalanzó y le impidió que se sentase.
Entonces le dije a Betty que saliera, me volví hacia la paciente y le dije: "Su terapia
ha terminado. Que tenga un buen vuelo a Dallas y de vuelta a Phoenix. Llámeme
desde el aeropuerto y cuénteme cómo disfrutó los viajes".
Cuando se fue, llamé a mi hija y le pedí que sacara tres fotografías de esa silla (la
señala): una sobreexpuesta, una subexpuesta y una con la exposición correcta. Las
puse en tres sobres separados, y a la sobreexpuesta le agregué la siguiente leyenda:
"El lugar de descanso eterno de sus fobias, temores, angustias y torturas
endemoniadas, tal como se hunde lentamente en el más negro olvido". A la
subexpuesta le agregué: "El lugar de descanso eterno de sus temores, tal como se
esfuma por completo en el espacio exterior". Y a la que tenía la exposición correcta le
escribí: "El lugar de descanso eterno de sus fobias, temores y angustias".
Le envié las fotografías por correo. Las recibió el miércoles por la mañana, y el sábado
me telefoneó excitada desde el aeropuerto. "¡Fue magnífico!", exclamó. "Fue
maravilloso, la más hermosa experiencia de mi vida". Le pregunté: "¿No le molestaría
narrarla ante unos alumnos míos a quienes estoy preparando para sus exámenes de
doctorado?" "No tengo inconvenientes", respondió. Le pedí que viniera a las ocho.
A esa hora ella y su marido entraron en la casa. Ella rodeó el sillón y fue a sentarse lo
más lejos posible de él. Mis alumnos llegaron unos cinco minutos más tarde; uno de
ellos hizo el ademán de sentarse allí, a lo cual ella vociferó: "¡Por favor, por favor, no
se siente en ese sillón!". El alumno respondió: "Ya me he sentado otras veces allí; es
un sillón cómodo y volveré a hacerlo". La paciente agregó: "¡Por favor, por favor, no
lo haga!" Mi alumno replicó: "Bueno, ya me senté otras veces en el piso; así lo haré
ahora, si eso la satisface". Ella le agradeció mucho, y pasó a relatarles la historia,
incluso mi envío de las fotografías. "Las llevé conmigo, más o menos como se lleva
una pata de conejo o una medalla de San Cristóbal, como un amuleto de buena
suerte. Formaron parte de mi equipaje. La primera escala fue El Paso; hasta ahí yo
estaba lo más bien, preguntándome en que momento comenzaría el disturbio aéreo.
La parada allí era de unos minutos. Desembarqué, busqué un lugar tranquilo del
aeropuerto y allí entré en trance y me dije: "El doctor Erickson te ha dicho que lo
disfrutes. Debes hacer lo que el doctor Erickson te ha dicho". Volví al avión y el tramo
de El Paso a Dallas fue maravilloso.
Al volver de Dallas, volando muy alto, todo lo que se veía abajo era un banco de
nubes con espacios vacíos aquí y allá. A través de esos agujeros se divisaba la tierra,
a lo lejos. Fue un viaje fantástico".
Le dije: "Bien, quisiera que entrara en trance ahora mismo, aquí". Así lo hizo Y añadí:
"Ahora quiero que en trance vaya al aeropuerto de Phoenix compre un pasaje a San
Francisco y goce del panorama durante el viaje allá, en especial el paisaje de las
montañas. Cuando llegue a San Francisco, baje del avión, tome un auto de alquiler y
quiero que valla al puente Golden Gate. Estacione el auto, camine hasta la mitad del
puente y mire para abajo.
"Le contaré algo sobre la historia de ese puente. Los pilones que lo sostienen tienen
doscientos cincuenta metros de alto. Cuando se terminó el puente, uno de los obreros
que lo estaban pintando apresó gaviotas con una red de pescar atada al extremo de
una larga vara y les pintó la cabeza de rojo. Un día, un cronista emprendedor publicó
una nota sobre una nueva especie de gaviotas de cabeza roja. Se llamaba Jake. Todo
esto son datos empíricos. "Luego -seguí diciéndole a Betty-, observe las olas debajo
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suyo, la espuma que se forma sobre ellas, y las gaviotas. Se interpondrá entonces
una niebla y no podrá ver nada más. Vuelva a su automóvil, regrese al aeropuerto y
tome el avión a Phoenix, y desde el aeropuerto véngase directamente aquí".
Muy pronto despertó del trance y dijo a mis alumnos: "Tengo que contarles sobre mi
viaje a San Francisco, y sobre ese estúpido de Jake". Su marido acotó: "Sabía que eso
no iba a gustarle". Betty era una fanática de la ecología. (Se ríe.) Y cuando, terminó
de contar la historia, dijo: "y me vine directamente desde el aeropuerto. ¡Oh, santo
Dios!, hice todo en trance. No fui realmente a San Francisco. Estaba en trance, y
Pensé que había estado allí".
Formulé entonces una pregunta importante: "¿Qué otro problema superó usted en su
viaje a Dallas?" Respondió: "Ningún otro problema, sólo mi fobia a los aviones".
Insistí: "Sí, usted tenía otro problema, un problema muy molesto. No sé durante
cuánto tiempo lo ha tenido; ahora lo superó. Pero cuéntele a los estudiantes cuál era
ese otro problema". Ella contestó con franqueza: "No tenía ningún otro problema. No
tengo ningún otro problema". Le dije: "Ya sé que ahora no tiene ningún otro
problema, pero, ¿cuál fue el otro problema que solucionó en Dallas?" "Tendrá que
decírmelo usted", aseveró. "No", repliqué, "sólo le haré una pregunta, y usted sabrá
cuál era ese problema".
Pues bien, quiero preguntarles a ustedes, como grupo, ¿cuáles eran sus problemas?
(Pausa.) Les adelantaré que ella tenía tres problemas principales, que eran serias
desventajas. ¿Cuáles eran? (Pausa.) Los ayudaré a pensar. Ella no tenía una fobia a
los aviones. (Se ríe.) Simplemente creía tenerla. Escuché todo lo que ella dijo, y les
trasmití a ustedes todo lo que le escuché decir. (Pausa.)
Dejé que mis alumnos estudiaran el asunto un rato. No imaginaban cuáles podían ser
los problemas. Unos pocos de ellos hicieron unas conjeturas bastante buenas acerca
de uno de los problemas. (Pausa.) No tienen necesidad de gritar la respuesta todos al
mismo tiempo. Háganlo por turno. (Se ríe. Pausa.)
Sande: Tiene miedo de los hombres.
E.: Diga lo que piensa usted, John.*
Anna: ¿Tenía un problema con su jefe en el trabajo? (E. mueve la cabeza en señal
negativa.)
Siegfried: Mi conjetura es que la asustaba tener éxito.
E. (mueve la cabeza en señal negativa, y añade:): Le dije: "Usted tenía otro problema
que logró corregir. ¿Cuál era? Le haré una pregunta sencilla: ¿Qué fue lo primero que
usted hizo en Dallas?" Ella contestó: "¡Oh, eso! Fui a ese edificio de cuarenta pisos y
subí en el ascensor desde la planta baja hasta arriba de todo". Volví a preguntar:
"¿Cómo solía usted subir en ascensor?" Contestó: "Subía hasta el segundo piso, me
bajaba y tomaba otro ascensor hasta el tercero, me bajaba y tomaba otro hasta el
quinto; así todo el tiempo, de uno o dos pisos por vez. Estoy tan acostumbrada que
nunca lo consideré un problema".
Anna: ¿Temor a las alturas?
E. (mueve la cabeza en señal negativa): Ella dijo: "Puedo subir al avión y sentirme lo
más bien mientras corre por la pista, pero tan pronto alza vuelo empiezo con mi
temblor fóbico". Ella tenía miedo de los espacios cerrados que no tienen un apoyo
visible. Un avión es un espacio cerrado sin un apoyo visible, lo mismo un ascensor.
*
Alude a un cuento tradicional en Estados Unidos en que un individuo llamado John se encuentra con una
mujer y le comenta que el amigo más íntimo de él Quiere casarse con ella: la mujer le responde: "Di lo
Que piensas tú. John", queriendo significarle que le interesa John y no el amigo. [N. del T.]
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Le dije: "Ahora bien, ¿cuál era su otro problema?" Respondió: "No sé de ningún otro
problema, pero si usted lo dice debo tenerlo". Insistí: "Por cierto que tiene otro
problema, que ahora se solucionó. Cuando usted no viajaba en avión, lo hacía en
automóvil, ómnibus y ferrocarril. En los trenes no tenía perturbaciones. ¿Qué pasaba
cuando iba en auto o en ómnibus y tenían que atravesar un largo puente colgante?""
¡Oh, eso!", dijo ella. "Solía tenderme en el piso, cerraba los ojos y temblaba. Tenía
que preguntar a algún extraño:
¿Ya cruzó el puente? Mis alumnos sabían que yo estaba enterado de eso porque le
hice hacer ese viaje hipnótico a San Francisco y que caminara por el puente.
Y ahora mi paciente vive a bordo de aviones. Ella y su marido se van de vacaciones a
Australia y vuelan por todo el territorio. Viaja regularmente a Roma, a Londres, a
París. Y no le gusta quedarse en los hoteles; prefiere dormir y comer a bordo de un
avión. Y todavía conserva esas tres fotografías, y sigue teniendo miedo de ese sillón.
(Señala el sillón)(se ríe.)
Ustedes no escucharon, ¿se dan cuenta? No tenía una fobia a los aviones. Dijo: "Me
siento lo más bien en el avión, pero cuando alza vuelo empiezo a temblar". Yo sé que
cuando un avión alza vuelo, es un espacio cerrado sin apoyo visible, lo mismo que un
ascensor, o que un ómnibus sobre un puente colgante: uno no ve los pilotes en que se
apoya en uno y otro extremo, uno mira a derecha e izquierda (gira la cabeza a
derecha e izquierda) y está en medio del aire. Sobre un tren tenía una prueba auditiva
del apoyo, el traqueteo de las ruedas sobre los rieles; por eso no tenía fobias en el
compartimiento de un tren. Podía oír el apoyo externo.
Y me pregunto cómo recordará esta historia cada uno de ustedes dentro de un año.
Porque la he contado muchas veces, y un año después, alguno de mis alumnos me
contará el caso con variaciones. (Se ríe.) A veces Mary es un hombre.
Porque cuando uno le habla a la gente, cada cual lo escucha en su propio lenguaje.
Si yo digo "Universidad de Wisconsin", haré que cada cual piense en la facultad donde
estudió. Si digo que nací en las montañas de Sierra Nevada, todos pensarán en el
lugar donde nacieron. Reflexionen sobre eso. Si hablo de mis hermanas, ustedes
pensarán en las suyas, si es que las tienen... o de lo contrario pensarán en el hecho
de no tener hermanas. Respondemos a la palabra hablada en términos de lo que
hemos aprendido. Un terapeuta debe tener eso presente.
Bien. ¿Cuántos de ustedes estuvieron antes aquí? ¿Alguno estuvo antes aquí? (Una
mujer levanta la mano.) ¿Usted estuvo? ¿Hace cuánto tiempo?
Sande: Siete meses.
E.: No revele mis secretos. ¿Cuántos de ustedes creen en la lámpara de Aladino?
Anna: ¿La lámpara de Aladino?
E.: ¿Cuántos de ustedes creen en la lámpara de Aladino? Yo tengo una lámpara de
Aladino. Aladino frotaba la lámpara y salía un genio de su interior. Mi lámpara de
Aladino es más moderna; la enchufo en el tomacorriente y sale un genio femenino.
Quiero que la vean; es muy amable. Le gusta sonreír, hacer guiñas y besar. Pero
recuerden que me pertenece.
Acabo de recordar que esta tarde la señora Erickson no está en casa; de lo contrario
los invitaría a ver mi genio femenino. (A, Anna:) Sé que usted duda de mí. También
duda de que ese sea el conde Drácula.
Anna: No lo dudo.
E.: Entonces no ande por aquí hoy a la medianoche, porque perderá algo de sangre.
51
Esa es otra cosa que quería decirles. Al enseñar, al hacer terapia, tienen que poner
cuidado en usar el humor, pues sus pacientes traerán ya bastante dolor consigo, y no
necesitan todo ese dolor y aflicción. Mejor será que de entrada los pongan en un
marco anímico más agradable.
¿Por favor, podría usted acercarme una tarjeta? (Indica un montón de papeles justo a
su derecha, Christine lo ayuda a tomar la tarjeta que busca.) Hay aquí una tarjeta
negra. Voy a hacerla circular para que todos la lean. Me la envió mi hija Betty Alice
cuando estaba en la universidad. Es costumbre que cuando un Erickson recibe una
linda tarjeta, tache el nombre del remitente y la envíe a alguna otra persona. Por
ejemplo, mi hermana envió a mi esposa una tarjeta de cumpleaños; mi esposa tachó
el nombre de mi hermana, le puso su nombre y la envió a otro miembro de la familia.
Mi hermana fue la trigésima quinta persona en recibir la tarjeta. (Le pasa la tarjeta a
Carol, sentada a su izquierda.) Lean atentamente lo que ,dice afuera y luego ábranla y
lean lo que está escrito en ella. (Carol sonríe. E. recibe de ella la tarjeta y la pasa a la
siguiente mujer.) Lean la tarjeta y consideren el efecto que puede tener en un
paciente deprimido; es muy beneficioso para esos pacientes leer la tarjeta. (La tajeta
circula por todo el grupo. Afuera se lee: "Cuando te detienes a pensar en todos los
misterios inexplicables del universo... ¿no te sientes pequeño e insignificante?" Dentro
de la tarjeta se lee: "... yo tampoco".
E. se dirige a Christine: A mis pacientes deprimidos les doy a leer esa tarjeta. (E. se
ríe.) A todos mis otros alumnos les recuerdo que si están interesados en adquirir
joyas indígenas, hay un lugar en el que pueden estar seguros de su valor, y es el
Museo Heard, en la avenida Central. Allí les venderán joyas indígenas auténticas. En
cualquier negocio podrán conseguir turquesas de plástico, o mezcladas con plástico, o
reconstituidas, plata falsa, oro falso. En el Museo Heard, que es el museo del
Sudoeste, pueden adquirir material genuino. Vale la pena visitarlo.
Vayan también a la avenida Glendale, a un kilómetro de aquí, y doblen hacia el este
por la calle Lincoln. Dan la vuelta por la avenida Glendale hacia la calle Lincoln. Por
esa calle se sale de Phoenix y se entra en Scottsdale. A poco andar, más o menos por
la calle 24, encontrarán el parque del cerro Squaw. Sigan por allí, estacionen el auto y
suban hasta la cima del cerro Squaw.
Porque yo creo que los pacientes y alumnos deben hacer cosas.
Así aprenden mejor, recuerdan mejor. Además, la subida vale la pena.
El mejor momento no es a pleno sol, sino en el crepúsculo o cuando anochece, a
medianoche... el panorama es maravilloso. Tiene unos trescientos metros de altura y
la subida unos dos kilómetros.
El tiempo récord ha sido de 15 minutos y 10 segundos. Uno de mis alumnos, que
desde chico tenía la ambición de trepar a montañas de tres mil metros, subió diez
veces en un solo día, con un promedio de 23 minutos para subir. A mi esposa le lleva
una hora y media. Mi hijo lo hace cómodamente en 43 minutos. Sugiero que inicien la
subida poco antes de la caída del sol. Vale la pena.
El otro sitio que deben visitar es el Jardín Botánico.
Anna: ¿De Phoenix?
E.: De Phoenix. Es un magnífico Jardín Botánico; hay en él dos cosas, en especial,
para ver. Hay un árbol Boojum. ¿Recuerdan "La cacería del snar”? Un Boojum, hay allí
un auténtico Boojum*
*
El término "Boojum" fue aplicado por primera vez al árbol en 1922. El botánico inglés Godfrew Sykes
conocía sin duda la referencia de Lewis Carroll al mítico Boojum en su épico poema del absurdo. "The
Hunting of the Snark". Cuando a través de su telescopio Sykes vio por primera vez el árbol en el desierto
de Sonora (México), se cuenta que exclamó: "¡Oh, un Boojum, decididamente un Boojum!". (Nota de J.
52
Anna: Lo vi en el Jardín Botánico de Tucson.
E.: Y el Boojum les planteará un problema. Al verlo, intelectualmente sabrán que es
un árbol, pero no podrán creerlo.
Anna: Es un nabo dado vuelta.
E.: Deje que lo descubran por sí mismos. Y están los "demonios rastreros". Los
encontrarán cerca de los árboles Boojum. Los reconocerán. No les hará falta pedir que
les indiquen dónde, los encontrarán y los reconocerán enseguida. Y desde entonces
tendrán gran respeto por los "demonios rastreros".
Los veré mañana al mediodía.
Ahora iré a casa, beberé un poco de agua y me iré a dormir. Me levantaré mañana por
la mañana, me vestiré y seguiré durmiendo hasta el mediodía. No tengo muchas
fuerzas. Bueno, ahora, tengan a bien descontaminarme. (Indica a los miembros del
grupo que le quiten los micrófonos. Risas.)
Martes
(Al comenzar la sesión, Erickson le hace llenar el formulario con sus datos a un nuevo
estudiante. Luego le menciona a Christine que tiene dos nietas que se llaman igual
que ella.)
Christine: No es muy habitual tener dos con el mismo nombre.
E.: Ahora voy a cambiar el orden en que se sientan. (A Rosa:) Miren cómo trata de no
mirarme. Porque usted es una de las que se cambiarán. (Le pide que pase al sillón
verde. Rosa tiene algunas dificultades para hablar en inglés.) Continúa evitando mi
mirada.
Rosa: No, es que no puedo verlo muy bien. Soy hipermétrope. (Pausa. Erickson
coloca a su izquierda, sobre la silla de ruedas, un juguete: es un pulpo de cáñamo de
color púrpura.)
E.: Cuando éramos chicos queríamos aprender. Cuanto más crecemos, más
limitaciones nos imponemos. Voy a darles un ejemplo. (Se inclina a su izquierda. Rosa
se inclina acercándose a él.) Siete. Diez. Uno. Cinco. Dos. Cuatro. Seis. Tres. Ocho.
Nueve. (Dirigiéndose al grupo:) ¿Qué acabo de hacer?
Anna: Contó hacia atrás.
Siegfried: Dijo números.
E.: Lo haré de nuevo. Nueve. Cinco. Tres. Seis. Dos. Cinco. Siete. Diez. Ocho.
(Pausa.) ¿Cuántos de ustedes oyeron a un niño contar con sus dedos de uno a diez?
Cuatro. Siete. Diez. Nueve. Ocho. Tres. Cinco. Dos. Uno. Siete. (Marca la secuencia
con los dedos de la mano a medida que va diciendo los números.) El niño empieza
aprendiendo los números. Contar de uno a diez le lleva muchísimo tiempo más. Tiene
el concepto de lo que es contar hasta diez, pero no conoce el orden correcto. (A
Rosa:) Bien, ¿cuántos dedos tiene usted?
Rosa: Veinte. Diez arriba y diez abajo.
E.: Descruce las piernas. Ponga las manos sobre las rodillas. ¿Cambia algo si cuenta
de aquí para aquí? (Señala los dedos de Rosa de izquierda a derecha.)
Rosa: ¿Yo?
E.: ¿Cambia algo?
Z.)
53
Rosa: No.
E.: Si cuenta de aquí para aquí (señala de derecha a izquierda), ¿el resultado será el
mismo?
Rosa: Sí. (Titubeando.) Siempre son diez.
E.: Si a los dedos de esta mano les agrega los dedos de esta (señala su mano derecha
y su mano izquierda), ¿obtendrá la cifra correcta?
Rosa: ¿Cinco más cinco?
E.: Yo sólo hice una pregunta. Si a estos dedos les agrega estos (señala su mano
izquierda y su mano derecha), ¿obtendrá la cifra correcta? Rosa: ¿Me está
preguntando cuál sería la cifra correcta si agrego estos dedos a estos dedos? Diez.
(Rosa señala su mano izquierda y su mano derecha.)
E.:¿Está segura?
Rosa: No estoy segura, pero pienso... Es lo que pensaba hasta hoy. (Se ríe.)
E. (riéndose): Y usted dijo que tenía diez dedos.
Rosa: Sí.
E.: Yo pienso que tiene once.
Rosa: Once. Está bien, lo creo. (Niega con la cabeza.)
E.: ¿Lo cree? (Risas.)
Rosa: Seguro. Sólo puedo ver diez de ellos.
E.: ¿Puede acercar su sillón? (Rosa acerca el sillón.) Ahora, cuéntelos. Rosa: Uno.
Dos. Tres...
E.: No. Yo los señalaré y usted los contará. (Los señala.)
Rosa: Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez.
E.: Esa es su manera de contarlos. Estuvo de acuerdo antes en que podía contarlos de
esta manera o de esta otra. (Señala primero de izquierda a derecha, y luego de
derecha a izquierda.) Coincidió en que si a estos les agrega estos (señala su mano
izquierda y su mano derecha) obtiene la cifra correcta.
Rosa: La cifra correcta.
E.: Ahora voy a contarlos yo. Diez, nueve, ocho, siete, seis (cuenta los dedos de la
mano izquierda y luego señala su mano derecha) y cinco más son once. (Todos se
ríen.)
Rosa: Exacto. Puedo decirles a mis amigos que tengo once dedos.
E.: Ahora bien, ¿usted conoce su mano derecha a partir de su mano izquierda?
Rosa: Me dijeron que esta es la derecha. (mueve la mano derecha.)
E.: ¿Y lo cree?
Rosa: Sí, lo creo.
E.: Ponga la mano detrás. (Rosa pone la mano detrás de su cuerpo.) Ahora, ¿cuál es
la mano izquierda? (E. se ríe.).
Rosa: Esa es una broma.
E.: Pero es una técnica maravillosa para trabajar con chicos.
Rosa: En inglés funciona, pero en italiano no funcionaría.
54
E.: ¿Por qué?
Rosa: Porque "izquierda" no significa dos cosas distintas. No significa la que se queda
aquí. Usted dice dos palabras diferentes, así que en otro idioma no funcionaría. Eso
está muy mal.
E..: Quiere decir que en inglés hay una mano derecha que es izquierda.
Rosa: ¿Qué?
E.: Usted quiere decir que el inglés tiene una mano derecha que puede ser una mano
izquierda. (Risas.)
Rosa: Sí.
E. (sacude la
sorprendentes.
cabeza
y
sonríe:)
Estas
diferencias
entre
las
naciones
son
Bien. Ayer destaqué la importancia de comprender las palabras del paciente, y
comprenderlas realmente. Ustedes no interpretan las palabras de sus pacientes en la
lengua de ustedes. Y ella acaba de demostrar que en inglés la mano derecha puede
ser la izquierda, pero no puede serlo en italiano.
Y bien, en cualquier idioma, las palabras tienen habitualmente muchísimos
significados diferentes. Por ejemplo, en inglés la palabra "run" tiene alrededor de 142
significados.
Siegfried: ¿Run?
E.: Sí, "run". Una muchacha puede "run" [correr]. Un político puede "run" [ser
candidato en unas elecciones]. Un camino puede "run" [ir] hacia arriba o hacia abajo,
sin moverse de su lugar. Hay un "run" de peces [cardumen], un "run" de buena
suerte en los juegos de naipes [racha], un "run" en la media de una mujer
[corrimiento del punto]. Ciento cuarenta y dos significados de una sola palabra.
En alemán se dice "¡Uachen Sie das Pferd los". ¿Es así? (Se dirige a Siegfried y
Christine; ambos asienten.) En inglés eso mismo se dice: "Untie the horse"
[Desenganche el caballo]. Los alemanes colocan los verbos en una posición, los
ingleses en otra. Así pues, deben familiarizarse con los esquemas lingüísticos de sus
pacientes. Todos tenemos nuestros propios esquemas lingüísticos, nuestra forma
personal de entender las cosas.
Una vez me invitaron a hablar en la Sociedad de Medicina de St. Louis; el presidente
de la Sociedad sería mi anfitrión. Su esposa me dijo: "Doctor Erickson, quisiera
prepararle una buena cena, con sus platos favoritos". Yo le contesté: "Yo soy hombre
de comer carne y papas. Las papas pueden ser hervidas. Pero si quiere ofrecerme
algo especial, me gustaría un poco de leche de maicena. (Al grupo:) ¿Conocen todos
la leche de maicena? (Todos contestan negativamente.) Es harina de maicena
mezclada con leche hervida. Es muy rica. Cuando le dije a la mujer: "Si quiere
ofrecerme algo especial, déme leche de maicena", su marido se echó hacia atrás en el
diván y soltó la carcajada, mientras su esposa permanecía como trasfigurada, fría,
completamente ruborizada. El marido seguía riéndose, hasta que al fin se contuvo y
dijo: "Durante veinticinco años le estuve pidiendo, rogando a mi esposa que me
hiciera leche de maicena, y ella siempre me contestaba: 'La leche de maicena es una
porquería para los pobres'. ¡Y esta noche tendré mi leche de maicena!". (Risas.)
Su marido había sido criado en una granja, lo mismo que yo. Ambos sabíamos lo rica
que es la leche de maicena. Ella era una chica de ciudad, y la leche de maicena era
una porquería para los pobres según ella.
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Ahora bien, sus pacientes vienen a verlos y les cuentan sus problemas; pero, ¿les
cuentan sus problemas o les cuentan lo que ellos suponen que son sus problemas? ¿Y
son problemas únicamente porque ellos suponen que lo son?
Una madre me vino a ver con una hija de 11 años, alta y rubia, muy bonita. Tan
pronto escuché la palabra "enuresis" le dije a la madre que saliera de la habitación y
le pedí a la chica que me relatase la historia...
La historia era que al mes de nacer tuvo una infección de la vejiga, tratada por
urólogos. Le hicieron cistoscopia día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año
tras año. Finalmente le examinaron cada riñón con una lámpara de Lucita introducida
por la vejiga, a través de la pelvis, hasta el riñón. Se encontró que el foco de la
infección estaba en un riñón. la operaron y la infección desapareció. Pero le habían
hecho cistoscopia... ¿todos conocen la palabra, no? (A Rosa:) ¿Usted conoce el
cistoscopio? Se lo hicieron tantas veces que el esfínter de su vejiga se dilataba tan
pronto ella se relajaba al irse al dormir, y entonces mojaba la cama. Durante la vigilia,
mientras podía con esfuerzo controlar su orina, duraba; pero tan pronto se reía por
algo y su cuerpo se relajaba, se mojaba la bombacha.
Como tenía ya 11 años y hacía varios que había desaparecido la infección, sus padres
se estaban poniendo impacientes. Ella debía aprender a controlarse y parar de
mojarse todas las noches. Sus tres hermanitas menores se mofaban de ella; todos los
vecinos estaban enterados .de que se mojaba en la cama y en la bombacha. Los dos o
tres mil niños que asistían a su misma escuela lo sabían y se deleitaban en hacerla
reír para que se orinase encima. La vida no era muy agradable para ella. Le pregunté
si había ido a ver a algún otro médico, y me contestó que había visto a montones de
médicos y tragado barriles de píldoras y de jarabes, sin que nada le hiciera efecto,
hasta que al fin su madre me la trajo para que la ayudase y bien. (A Rosa:) ¿Cómo
trataría usted este caso?
Rosa: ¿Cómo lo trataría yo? (E. hace una señal afirmativa.} Yo habría citado a toda la
familia, el padre, la madre y las hermanas. Habría atendido a toda la familia.
E.: Terapia familiar. (Mira a Carol, sentada directamente frente a él.) ¿Y usted?
(Pausa.) En realidad, se lo pregunto a todos... y no hace falta que griten todos a la
vez.
Anna: Yo hubiera empezado por controlar la parte fisiológica. Habría procurado ver si
había alguna lesión fisiológica. Una vez reunida esa información, habría continuado
con terapia familiar e individual, y tratado de ver qué significaba para ella esa falta de
control.
E.: ¿Durante cuánto tiempo supone usted que habría tenido que tratarla?
Anna: ¿Cuánto tiempo? Probablemente podría decirlo una vez que hubiera visto a toda
la familia y la forma en que actuaba... Tal vez era un asunto de la familia más que de
ella.
E.: ¿Algún otro?
.
Carol: Yo habría probado con hipnosis.
E.: ¿Y qué le habría dicho?
Carol: Bueno, quizás habría trabajado en torno de su risa y su abandono conciente,
tratando luego de hacer que se controlara; lo abordaría de ese modo.
E.: ¿Qué piensa usted que había estado haciendo la chica en los cuatro últimos años?
Dan: ¿Qué tal si se la retrotraía a: la edad en que se le enseñó por primera vez a
controlarse, y se le enseñaba de vuelta? Yo nunca apliqué la hipnosis, pero mi primer
pensamiento fue que se la enviaría a usted. (Risas).
56
Jane (una terapeuta de Nueva York): Averiguaría si el esfínter podía contraerse.
E.: ¿De qué manera lo averiguaría?
Jane: Le habría preguntado a algún médico especialista en músculos si eso sería
posible. Tal vez le podría enseñar a controlarse mediante ejercicios, o bien la enviaría
a un fisioterapeuta que le enseñara a contraer ese músculo.
E.: ¿Cuánto tiempo piensa que llevaría ese tratamiento?
Jane: No sé cuánto tiempo lleva volver a poner en forma un músculo.
Christine: Pienso en otro abordaje que tal vez sea semejante al de ella. Tal vez en
hipnosis consiguiera motivarla para enseñarle a...
E. (interrumpiéndola): ¿No cree usted que ya la había motivado lo suficiente el hecho
de que durante once años le dijeran que se mojaba en la cama?
Christine: De acuerdo. Entonces empezaría de otra manera. La haría practicar la
contracción de la vejiga antes de vaciada y no dejarla vaciarse por completo, así
aumentaría su tono muscular.
E.: ¿Cuánto tiempo llevaría?
Christine: Creo que sin hipnosis llevaría mucho tiempo, pero con adiestramiento
hipnótico, con sugestión hipnótica, la chica podría hacerlo bastante rápido. Y
comprendería mejor lo que uno quería trasmitirle, también.
E.: Muy bien. .
Christine (continúa, su voz se superpone a la de E.): Me parece que usted dijo que
había cierta lesión en el músculo.
E.: Sí. .
Christine: Necesita reentrenamiento para fortalecer los esfínteres.
E.: ¿No le parece que en esos once años había estado tratando de ejercitar esos
músculos? .
Christine: Seguro que sí. De lo que no estoy segura es que supiera cómo hacerlo.
E.: ¿De qué modo se lo explicaría?
Christine: Le diría que procurase retener la orina lo más posible antes de ir por propia
voluntad al baño. Que procurase hacer eso de vez en cuando.
E.: Muy bien. Ahora bien: todos ustedes conocen la solución, pero no saben que la
conocen. Yo le dije a la chica: "Yo soy como todos los demás médicos; yo tampoco
puedo ayudarte. Pero hay algo que tú sabes, aunque no sabes que lo sabes. Tan
pronto descubras eso que ya sabes.. pero no sabes que lo sabes, empezarás a tener
la cama seca". Pues bien: ¿qué era eso que ella sabía, pero no sabía que lo sabía? .
Christine: Ella podía retener la orina voluntariamente durante el día, la mayor parte
del tiempo.
E.: Cuando usted dice "la mayor parte del tiempo", lo que quiere decir es que podía
retenerla una parte del tiempo, pero no todo el tiempo. Pero no es una gran ayuda
saber que hay una parte del tiempo en que no es posible retenerla.
Todos nosotros hemos crecido y aprendido que al vaciar la vejiga, la vaciamos por
completo. Hemos crecido sabiendo eso. Es un conocimiento que damos por sentado-y
que practicamos todos los días.
Así que le dije a la chica: "Mira el pisapapeles que está sobre mi escritorio" para que
no se hablara ni se moviera. "Mantén los ojos abiertos y mira el pisapapeles". Hice
57
que recordara la época en que iba a la escuela y en que aprendió a escribir las letras
del alfabeto; lo difícil que fue aprender todas esas formas y figuras diferentes, y las
minúsculas y las mayúsculas y las comunes y las de imprenta. Pero al fin ella se
formó una imagen visual mental, ubicada en algún lugar de su cerebro para siempre.
Aunque ella no sabía que tenía esa imagen mental, estaba allí permanentemente.
Luego le dije: "Sigue mirando ese pisapapeles; no te muevas, no hables, tu pulso
cambió, tu respiración cambió, tu presión arterial cambió, tu tono motor y tu tono
muscular cambiaron, y tus reflejos cambiaron. Nada de esto es importante...
simplemente te lo digo. Ahora voy a hacerte una pregunta sencilla y quiero que me
des una respuesta sencilla. Suponte que estás en el baño, sentada, orinando, y de
pronto un extraño asoma la cabeza por la puerta. ¿Qué harías?"
"Me quedaría helada", contestó.
"Muy bien", continué yo. "Te quedarías helada y dejarías de orinar, y tan pronto ese
extraño se fuese, podrías empezar de vuelta. Ahora bien: todo lo que tú necesitas es
practicar ese empezar y parar, empezar y parar. No es preciso que un extraño te esté
mirando: puedes empezar y parar por ti misma. Algunos días te olvidarás de
practicar, no importa. Tu cuerpo será bueno contigo, y siempre te dará nuevas
oportunidades de practicar. Algunos días tal vez te olvides de practicar, no importa.
Tu cuerpo será bueno contigo.
Tal vez te lleve dos semanas levantarte con la cama seca, está bien. Necesitas
practicar el empezar y parar. Conseguir levantarte con la cama seca dos días
seguidos, eso es mucho más difícil, y más todavía levantarse con la cama seca tres
días seguidos. Conseguirlo cuatro días seguidos es mucho más difícil todavía. Después
empieza a resultar más fácil. Y una vez que lo logres el quinto, el sexto y el séptimo
día, ya tendrás una semana entera de cama seca. Y después de una semana de cama
seca, tendrás otra semana de cama seca.
Ahora bien, me sorprendería muchísima que tuvieras la cama seca permanentemente
durante tres meses. También me sorprendería muchísimo que no la tuvieras
permanentemente seca dentro de seis meses.
Seis meses más tarde ya pasaba la noche en casa de sus amigas o iba a fiestas y se
quedaba a dormir. Todo lo que necesitaba saber era que en cualquier momento ella
era capaz de detener su micción, con el estímulo apropiado. Y todos ustedes saben
esta verdad. Y es lo que todos pasamos por alto. Crecemos pensando que tenemos
que seguir hasta el final. Eso no es cierto. Y entonces...
Anna: ¿Todos pasamos por alto qué?
E.: Que tenemos que seguir orinando hasta el final. Eso no es cierto. Siempre
podemos parar, con el estímulo apropiado. Y todos saben qué sucede cuando están
orinando en el baño y de pronto los mira un hombre o una mujer. Uno se interrumpe.
(Se ríe.) Así pues, cuando ella era una chicuela de once años, le dediqué una hora y
media... y eso fue todo.
En cuanto a tratar a la familia, bueno... me figuro que para el padre y la madre iba a
ser una buena tarea acostumbrarse a la cama seca. (Risas.) Supongo que para la
hermanita no iba a ser muy afortunado acostumbrarse a que su hermana se levantaba
con la cama seca. Supongo que los chicos de la escuela iban a perder un buen motivo
de bromas. Creo que la chica era la única que precisaba tratamiento.
Así fue como diez días después ella me trajo este juguete; simbolizaba la primera vez
en su vida que le regalaba algo a una persona que sabía que ella se levantó con la
cama seca. (Se ríe y muestra al grupo un pulpo de cañamazo, de color púrpura, que
la niña había hecho para él) Y eso de levantarse con la cama seca le sucedió en
menos de dos semanas.
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¿Por qué debía yo molestarme en verla por segunda vez? ¿Tenía algún objeto que la
viera de nuevo?
¿Por qué se esconde usted allí atrás? (Se da vuelta y le habla a una mujer que acaba
de entrar en la sala desde el consultorio situado a espaldas de Erickson. Es Sally, una
rubia alta y atractiva que usa jeans) una blusa amplia sobre un tube top. Ha
completado todas las materias del doctorado en psicología y le falta presentar la tesis.
No asistió a la sesión del lunes, y obviamente llega tarde a esta del martes.
Sally: Estaba esperando un momento oportuno para interrumpir. Veamos si puedo
conseguir un asiento.
E.: Yo puedo retomar en cualquier punto, así que entre y siéntese.
Sally: ¿Hay un lugar allí atrás?
E. (a Rosa, sentada en el sillón verde): Se puede correr ese asiento. Puede poner otra
silla aquí (señala un sitio libre a su izquierda). Denle una silla. (Un hombre ubica una
silla plegadiza junto a Erickson, a su izquierda. Sally se sienta y gira el cuerpo hacia él
cruzando las piernas.)
E.: No es preciso que cruce las piernas.
Sally (riéndose): Me imaginé que haría algún comentario sobre eso. De acuerdo.
(Descruza las piernas.)
E.: Tal vez nuestros visitantes extranjeros no conozcan esta rima:... A dillar, a dollar,
a ten o 'dock scholar". Pero usted la conoce, ¿no?
Sally: No.
E. (con incredulidad): ¿Nunca oyó hablar de "A dillar, a dollar, a ten o 'clock scholar"?
Sally: No sé cómo sigue.
E.: Francamente, yo tampoco. (Sally se ríe.) ¿Se siente cómoda?
Sally: No. En verdad, llegué en medio de las cosas y estoy... este...
E.: Y yo nunca la vi a usted antes.
Sally: Oh... Yo sí lo vi una vez, el verano pasado. Vine con un grupo.
E.: ¿Estuvo en trance?
Sally: Así creo, sí. (Hace una señal afirmativa con la cabeza.)
E.: ¿No lo sabe?
Sally: Creo que sí. (Vuelve a asentir con la cabeza.)
E.: ¿Es sólo una creencia?
Sally: Ajá.
E.: ¿Una creencia y no una realidad?
Sally: Es más o menos lo mismo.
E. (con incredulidad): ¿Una creencia es una realidad?
Sally: A veces.
E.: A veces. Esta creencia suya de haber estado en trance, ¿es una realidad o una
creencia?
Sally (se ríe y carraspea; parece molesta y cohibida): ¿Tiene alguna importancia?
(Risas en el grupo.)
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E.: Esa es otra pregunta. Mi pregunta es si su creencia es una creencia o una realidad.
Sally: Pienso que probablemente sea ambas cosas.
E.: ¿O sea que una creencia puede ser una irrealidad y puede ser una realidad, y su
creencia es las dos cosas, una irrealidad y a la vez una realidad?
Sally: No, es a la vez una creencia y una realidad. (Sacude la cabeza y se la toma
entre las manos.)
E.: ¿Quiere decir que es a la vez una creencia que podría ser una realidad o una
irrealidad, y también es una realidad? ¿Qué es, pues?
Sally (riéndose): Realmente no lo sé en este momento.
E.: Bueno, bueno, ¿por qué tardó tanto en decirme eso?
Sally (riéndose): Tampoco lo sé.
El.: ¿Se siente cómoda?
Sally: Oh, sí, me siento mejor. (Habla en voz baja.) Espero que esta gente no se haya
molestado por mi interrupción.
E.: ¿No se siente cohibida?
Sally: Este... Me sentiría mejor sentada allí atrás, pero...
E.: ¿Donde los demás no la vieran?
Sally: ¿Donde no me vieran? Quizá.
E.: ¿Cómo es eso?
Sally: No destacarme.
E.: ¿Así que no le gusta destacarse?
Sally: Oh, Dios. (Se ríe y vuelve a mostrarse cohibida. Se cubre la boca con la mano
izquierda mientras carraspea.) No... no... este...
E.: ¿No le agrada lo que estoy haciendo con usted en este momento?
Sally: Este... no... Bueno, tengo sentimientos mezclados. Me halaga que me preste
atención y tengo curiosidad por lo que me está diciendo. (Risa general.)
E. (superponiéndosele): ¡Y tiene unas ganas infernales de que deje de hacerlo!
Sally (asiente con la cabeza): Sí, sentimientos mezclados. Si sólo estuviera hablando
con usted, sin haber interrumpido la sesión, sería distinto…
E.: ¿Así que le preocupan estas personas?
Sally: Bueno, sí, yo...
E.: Ajá.
Sally: "Su tiempo aquí. .. y yo vine a ocuparles el tiempo”.
E. (mirando el piso): Dejemos descansar otra firme creencia, esa de que al hacer
psicoterapia hay que tratar de que el paciente se sienta cómodo y a sus anchas. Yo
hice todo lo posible para que ella se sienta incómoda, cohibida y llame la atención (al
grupo:), y esa no es la manera de comenzar una buena relación terapéutica, ¿no?
(Mira a Sally, le toma la mano derecha por la muñeca y la levanta lentamente.) Cierre
los ojos. (Ella lo mira, sonríe, luego baja la vista hacia su mano derecha y cierra los
ojos.) Manténgalos cerrados. (Saca su mano de la muñeca de ella, y le deja la mano
suspendida catalépticamente.) Entre en un trance profundo. (E. mantiene sus dedos
cerca de la muñeca de Sally; ella baja levemente el brazo; luego él le empuja con
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suavidad la mano derecha hacia abajo y comienza a hablarle lenta y metódicamente.)
Y póngase muy cómoda, muy a sus anchas, gozando realmente de esa comodidad...
muy cómoda... Puede olvidarse de todo salvo de esa maravillosa sensación de
comodidad.
Y después de un rato le parecerá qué su mente abandona el cuerpo y flota en el
espacio... retrocede en el tiempo. (Pausa.) Ya no es 1979, ni siquiera 1978, y 1975 es
el futuro (se inclina aproximándose a Sally), es 1970 y el tiempo sigue rodando hacia
atrás. Pronto será 1960, y pronto 1955... y entonces sabrá que es 1953... y que usted
es una niña pequeña. Es lindo ser una niña pequeña. Y tal vez tú estés esperando tu
fiesta de cumpleaños o ir de visita a algún lado... ir a lo de abuelita... o ir a la
escuela... tal vez ahora estés sentada en la escuela, mirando a tu maestra. O jugando
en el patio de recreos o tal vez sea época de vacaciones. (Vuelve a apoyarse en el
respaldo de su sillón.) Y realmente lo estás pasando bien. Quiero que disfrutes de ser
una niña pequeña que algún día va a crecer. (Se inclina otra vez hacia Sally.) y tal vez
quieras preguntarte qué serás cuando crezcas. Tal vez quieras preguntarte qué serás
cuando seas grande. Me pregunto si te gustará la escuela secundaria. Y tú te puedes
preguntar lo mismo, y mi voz va contigo a todas partes, y se convierte en la voz de
tus padres, de tus maestras, de tus compañeros, y en las voces del viento y de la
lluvia.
Tal vez estés en el jardín juntando flores. Y en algún momento, cuando seas grande,
te encontrarás con mucha gente y les contarás de tus felices tiempos de niña. Y
cuanto más cómoda te sientas, más niña te sentirás, porque tú eres realmente una
niña. (Con voz viva.) Yo no sé dónde vives, pero tal vez quieras andar descalza.
Podrías querer sentarte junto a la pileta de natación y hundir tus pies en el agua y
pensar qué lindo si pudieras nadar. (Sally esboza una sonrisa.) ¿Te gustaría comer
ahora tu golosina favorita? (Sally sonríe y asiente levemente.) Aquí la tienes, la
sientes en tu boca y la disfrutas. (E. le toca la mano. Larga pausa. Vuelve a apoyarse
contra el respaldo.) En algún momento, cuando seas una chica grande, le contarás a
muchas personas extrañas sobre tu golosina favorita cuando eras pequeña.
Y hay muchas cosas que aprender. Muchas cosas que aprender. Ahora mismo voy a
mostrarte una. Voy a tomarte la mano. (Le alza la mano izquierda.) Voy a alzarla y
ponerla sobre tu hombro. (Le alza lentamente la mano izquierda por la muñeca y la
apoya sobre el brazo derecho de Sally, cerca del hombro.) Allí. Quiero que tu brazo
quede paralizado, de modo que no puedas moverlo. No podrás moverlo hasta que yo
te diga. Ni siquiera cuando seas una chica grande, ni siquiera cuando seas adulta. No
podrás mover tu mano y tu brazo izquierdo hasta que yo te diga.
Ahora, ante todo, quiero que te despiertes del cuello para arriba, mientras tu cuerpo
se duerme más y más profundo... Te despertarás del cuello para arriba. Es difícil, pero
lo lograrás. (Pausa.) Es lindo sentir tu cuerpo profundamente dormido y tu brazo
paralizado. (Sally sonríe y se le agitan los párpados.) Y estar despierta del cuello para
arriba. ¿Cuántos años tienes? (Pausa. Sally sonríe.) ¿Cuántos años tienes?... ¿Cuántos
años tienes? (Se inclina hacia Sally.)
Sally (en voz baja): Este... 34…
E. (asiente con la cabeza): Muy bien. (Se reclina en su sillón.) Tiene 35 años... ¿y por
qué mantiene los ojos cerrados?
Sally: Es agradable.
E.: Bueno, creo que sus ojos se van a abrir. (Sally sonríe y continúa con los ojos
cerrados.)
E.: Se van a abrir, ¿no? (Sally carraspea.) Se van a abrir y permanecerán abiertos.
(Sally sonríe, se humedece los labios con la lengua, abre los ojos y pestañea.) Yo
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estaba en lo cierto. (Sally continúa con la vista clavada delante suyo.) ¿Dónde está
usted?
Sally: ¿Eh? Creo que estoy aquí.
E.: ¿Está aquí?
Sally: Ajá.
E.: ¿Y qué recuerdos tiene de cuando era niña? Algo que quiera contarle a unos
extraños. (Se inclina hacia Sally.)
Sally: Este, bueno...
E.: Más fuerte.
Sally (carraspea): Yo, este... recuerdo... un árbol y un patio, y, este…
E.: ¿Se trepaba a esos árboles?
Sally (en voz baja): No, eran arbustos. Y un corredor.
E.: ¿Dónde?
Sally: Entre las filas de casas. Y todos los chicos jugaban en el patio trasero y el
corredor. Jugaban, este...
E.: ¿Quiénes eran esos chicos?
Sally: ¿Sus nombres? ¿Quiere saber sus nombres?
E.: Ajá.
Sally: Oh, bueno, este... (Sally continúa mirando hacia su derecha, o hacia donde
está Erickson, quien sigue inclinado próximo a ella. La mano de Sally sigue apoyada
en el hombro, y no mantiene contacto visual con la gente allí reunida.) Bueno,
recuerdo a María, y Eileen, y David, y Giuseppe.
E.: ¿Becky?
Sally (alzando la voz): Giuseppe.
E.: ¿Y qué pensaba usted cuando era una niña pequeña, sobre lo que sería al llegar a
ser una chica grande?
Sally: Pensaba, este, ser astrónomo o escritora. (Hace una mueca.)
E.: ¿Cree que eso sucederá?
Sally: Creo que una de los dos cosas sucederá. (Pausa.) Yo estoy... mi mano izquierda
no se movió. (Sonríe.) Realmente me sorprende.(Se ríe.)
E.: La sorprende un poco su mano izquierda.
Sally: Recuerdo que usted dijo que no se movería y, este...
E.: ¿Me creyó?
Sally (sonriendo): Me imagino que sí.
E.: Se lo imagina solamente.
Sally (riendo): Yo, este... Me da la impresión de que no se movió.
E.: Entonces, es algo más que una imaginación.
Sally (riendo): Sí... (En voz baja.) Yo... estoy muy sorprendida también de que una
pueda despertarse del cuello para arriba y no del cuello para abajo.
E.: ¿Qué es lo que le sorprende?
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Sally: Que una pueda, este... que su cuerpo pueda quedar dormido del cuello para
abajo y una pueda hablar... estar despierta y saber... con el cuerpo tan entumecido.
(Se ríe.)
E.: En otras palabras, no puede caminar.
Sally (niega con la cabeza): Bueno, no, no en este momento.
E.: No en este momento.
Sally (suspirando); Ajá, no en este momento.
E.: Cualquier obstetra en este grupo sabe cómo producir una anestesia... del cuerpo.
(Mira expectante a Sally. Esta primero asiente con la cabeza y después hace una
señal negativa. Carraspea y sigue con la vista en blanco dirigida hacia la derecha.)
¿Cómo se siente una a los 35 años sin poder caminar?
Sally (corrigiéndolo): 34.
E. (sonriendo): 34.
Sally: Este... en este momento se lo siente... agradable.
E.: Muy agradable.
Sally: Ajá.
E.: Ahora bien, cuando llegó, ¿le gustó mi actitud bromista hacia usted?
Sally: Probablemente sí.
E.: ¿Probablemente sí?
Sally: Sí.
E.: ¿O probablemente no?
Sally: Sí, probablemente sea así. (Se ríe.)
E. (sonriendo): Bueno, llegó la hora de la verdad.
Sally: ¿Qué? (Se ríe.)
E.: Llegó la hora de la verdad.
Sally: Bueno, sí, tengo una mezcla de sentimientos. (Se ríe.)
E.: ¿Dice que tiene una mezcla de sentimientos... una gran mezcla de sentimientos?
Sally: Bueno, sí, me gustó y no me gustó.
E.: ¿Una gran, gran mezcla de sentimientos?
Sally: Este, no sé si puedo hacer esa distinción.
E.: ¿Hubiera preferido no haber venido nunca?
Sally: Oh, no, estoy muy contenta de haber venido. (Se muerde el labio inferior.)
E.: De modo que viniendo aquí aprendió a no caminar.
Sally (riendo): Sí (asiente con la cabeza), a no moverme del cuello para abajo.
E.: ¿Estaba rica esa golosina?
Sally (en voz baja): Oh, sí, realmente rica... pero, este... había golosinas de muchas
clases.
E. (sonriendo): Entonces estuvo comiendo golosinas.
Sally (sonriendo): Ajá.
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E.: ¿Quién se las dio?
Sally: Usted.
E. (asiente): Fue generoso de mi parte, ¿no?
Sally: Sí, estuvo realmente bien. (Sonríe.)
E.: ¿Le gustaron las golosinas?
Sally: Ajá, sí.
E.: Y todos los filósofos dicen que la realidad está enteramente en nuestra cabeza.
(Sonríe.) ¿Quiénes son estas personas?
Sally (mirando a su alrededor, mientras E. se inclina más hacia ella): No tengo la
menor idea.
E.: Bien, dígame francamente qué opina de ellos.
Sally: Bueno; todos... parecen diferentes.
E.: Parecen diferentes.
Sally: Sí, todos parecen diferentes. (Carraspea.) Tienen buen aspecto. Todos parecen
diferentes... entre sí.
E.: Todas las personas son diferentes entre sí. (Sally ríe cohibida, carraspea y
suspira.) ¿Dónde está Eileen ahora?
Sally: Oh, no sé... Este...
E.: ¿Cuánto hace que pensó en ella por última vez?
Sally: Oh, bueno... hace mucho tiempo... Este, su... María era su hermana. María
tenía una edad más próxima a la mía, y este... era la hermana menor, y las
recuerdo... ¿Sabe?, recuerdo a esas personas de mi niñez, pero rara vez pienso en
ellas.
E.: ¿Dónde estaba su casa?
Sally: Este... En Filadelfia.
E.: ¿Y usted estaba en el patio?
Sally: Ajá.
E.: ¿En Filadelfia?
Sally: Ajá.
E.: ¿Cómo llegó aquí?
Sally (riéndose): Oh, tal vez yo, simplemente imaginé que estaba aquí.
E.: Mire esto... (Señala a diversas personas.) Él está moviendo la pierna. Él está
moviendo los dedos de los pies, y ella está moviendo los suyos. ¿Cómo es que usted
está tan quieta?
Sally: Bueno, recuerdo que usted dijo algo sobre... este...
E.: ¿Siempre hace lo que yo le digo?
Sally (niega con la cabeza): Es muy poco común que yo haga lo que me indican...
E. (interrumpiéndola): ¿Quiere decir que usted es una chica poco común?
Sally: No, es poco común que haga lo que me indican. Nunca hago lo que me indican.
E.: ¿Nunca?
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Sally: No puedo decir que nunca... muy rara vez. (Sonríe.)
E.: ¿Está segura de que nunca hace lo que le indican?
Sally: No, creo que acabo de hacerlo. (Se ríe y carraspea.)
E.: ¿Sigue indicaciones ridículas?
Sally (riéndose): Este... bueno, probablemente podría moverme.
E.: ¿Cómo?
Sally: Probablemente podría moverme si deveras decidiera hacerlo.
E.: Mire a cada una de las personas que la rodean y dígame quién será el próximo
que, a su juicio, entrará en estado de trance. Mire a cada uno.
Sally (mira a su alrededor): Este... Tal vez esta mujer del anillo en el dedo que está
sentada aquí (señala a Anna).
E.: ¿Cuál?
Sally (en voz baja): Este... la mujer que está frente a nosotros, con el anillo en el
dedo izquierdo. La que tiene los anteojos sobre la frente. (E. se inclina y se aproxima
más aún a Sally.)
E.: ¿Y qué más?
Sally: ¿Qué más? Creo que probablemente ella sea la próxima persona que entrará en
trance.
E.: ¿Está segura de que no pasó por alto a nadie?
Sally: Tuve esa impresión sobre un par de personas... el hombre situado junto a ella.
E.: ¿Alguien más?
Sally: Este... sí, alguien más.
E.: ¿Eh?
Sally (sonriendo): Alguien más.
E.: ¿Qué piensa de la chica sentada a su izquierda? (Señala a Rosa.)
Sally: Sí.
E.: ¿Cuánto tiempo, piensa usted, le llevará a ella descruzar las piernas y cerrar los
ojos? (Rosa está sentada en el otro extremo que Erickson respecto del sillón verde,
con las piernas y los brazos cruzados.)
Sally: Este... no mucho.
E.: Bien, obsérvela. (Rosa no descruza las piernas. Mira de vuelta a Erickson, luego
baja la vista. A continuación alza la vista, sonríe, y mira a su alrededor.)
Rosa (encogiéndose de hombros): No tengo ganas de descruzarlas.
E.: No le pedí que se ponga incómoda. Nadie le pidió que se ponga incómoda. (Rosa
hace una señal negativa.) Simplemente le pregunté a esta chica cuánto tiempo le iba
a llevar a usted descruzar las piernas... cerrar los ojos y entrar en trance. (Rosa
asiente. Pausa. E. la mira expectante, luego le habla a Sally, situada muy próxima a
él, a su izquierda.) Obsérvela. (Pausa. Rosa cierra y abre los ojos.) Ella cerró los ojos,
y los abrió. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que usted los cierra y los mantenga
cerrados? (Pausa. E. mira a Rosa, quien parpadea.) Cada vez le cuesta más abrir los
ojos. (Rosa cierra los ojos, se muerde el labio y los vuelve a abrir. Pausa. Sally cierra
los ojos.) Se está empeñando mucho en jugar conmigo, pero está perdiendo. (Pausa.)
Y no sabe lo cerca que está de entrar en trance. Entonces, cierre los ojos ahora. Y
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manténgalos cerrados, ahora. (Rosa parpadea una vez, y otra vez durante más
tiempo.) Está bien, puede tomarse tiempo. (Rosa vuelve a parpadear.) Pero los
cerrará. (Rosa parpadea.) Y la próxima vez que se cierren, déjelos que se queden
cerrados... más tiempo. (Rosa cierra los ojos y los abre, vuelve a cerrarlos y a
abrirlos. Pone cierta actitud deliberada en la manera de cerrarlos.) Está empezando a
saber que se cerrarán. Está luchando duro para mantenerlos abiertos y se pregunta
por qué me la tomé con usted. (Rosa cierra los ojos y los abre, los cierra y los abre.)
Eso es. (Cierra los ojos y los mantiene cerrados.) Eso es. Bien, lo que quiero que
adviertan es su cooperación. Los pacientes pueden resistirse, y de hecho se resistirán.
Yo pensé que ella se resistiría e ilustraría muy bien la resistencia. Ella va a descruzar
las piernas, aunque todavía no lo sabe. Pero quiere mostrar que no tiene por qué
hacerlo. Está bien. Cuando se trata a pacientes, siempre quieren aferrarse a algo. Y
como terapeutas, deben dejar que lo hagan. (Pausa. Rosa se mueve en su silla y se
inclina hacia adelante, pero aún con las piernas cruzadas.) Porque el paciente no es
esclavo de ustedes. Ustedes están tratando de ayudarlo. Le piden que haga cosas, y
todos crecemos pensando: "Yo no soy esclavo de nadie, no tengo por qué hacer lo
que me dicen". Y utilizan la hipnosis para que el paciente descubra que puede hacer
esas cosas (Rosa abre los ojos), incluso las cosas que piensa que contrarían sus
deseos. (Sally tose. E. se dirige a Rosa:) ¿Qué piensa de que yo me la tome con
usted?
Rosa: Simplemente quería ver si podía resistirme a lo que me decía.
E.: Sí. (Sally tose.)
Rosa: Quiero decir que yo podía descruzar las piernas. (Las descruza y las vuelve a
cruzar. Sally se ríe y tose. E. hace una pausa.)
E.: Yo le dije que descruzaría las piernas.
Rosa: ¿Eh?
E.: Le dije que descruzaría las piernas.
Rosa: Sí, puedo hacerlo.
Sally (la tos hace que mueva el brazo izquierdo; un hombre le da una pastilla para la
tos, y ella se la lleva a la boca; luego abre los brazos, mira a E. y encogiéndose de
hombros le pregunta: ¿A mí me dijo que iba a toser? (Se ríe, toca a E. con la mano y
sigue tosiendo.)
E.: ¿No fue esa una magnífica manera indirecta... (Sally tose y se cubre la boca con la
mano), una magnífica e inteligente manera indirecta de controlar... su mano
izquierda?
Sally (asiente riendo y tosiendo): Desarrollar un síntoma.
E.: Se libró de la parálisis del brazo gracias a la tos. (Sally asiente y tose.) Y funcionó
también , ¿no es cierto? (Sally se ríe y tose.) No es realmente una esclava.
Sally: Imagino que no.
E.: Porque se cansó de tener la mano izquierda así levantada, de modo que pudo
bajarla... tosiendo lo suficiente... (Sally se ríe)... y la bajó. (Sally suspira y se ríe.)
Christine: Quisiera hacerle una pregunta acerca de este cansarse de tener el brazo en
alto. Yo pensaba que cuando uno está en trance, por lo común no se cansa de
ninguna posición, no importa lo incómoda que sea ¿es un error? (A Sally:) ¿Realmente
se le cansó el brazo... de tenerlo así alzado? ¿estaba tan despierta que le incomodaba
esa posición?
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Sally: Este, yo... este... Lo experimenté como una especie de... tal... tal vez fuera una
sensación diferente, un percatarse de la tensión, pero, este... probablemente habría
podido permanecer así sentada mucho tiempo más.
Christine: ¿Habría podido?
Sally: Sentí que habría podido, sí... quedarme sentada mucho más... Fue una especie
de extraña... ¿no?.. Yo...
E. (interrumpiéndola y dirigiéndose a Rosa): Su nombre es Carol, ¿no?
Rosa: ¿Cómo dice?
E.: Su nombre es Carol.
Rosa: ¿Mi nombre? No.
E.: ¿Cuál es?
Rosa: ¿Quiere saber mi nombre? (E. asiente.) Rosa.
E. (burlonamente): ¿Rosa?
Rosa: Como el color rosa.
E.: Muy bien. Hice que Rosa mostrara resistencia, y ella hizo un espléndido trabajo
mostrando resistencia. Mostró resistencia: y también mostró acatamiento, porque de
hecho sus ojos se cerraron. (A Sally:) ¿Cuál es su nombre?
Sally: Sally.
E.: Sally. Ahora bien, yo estaba haciendo que Rosa mostrara resistencia y sin
embargo cediera. (Sally sonríe.) Sally desarrolló un acceso de tos para liberarse y
mostrar resistencia también. (A Rosa:) y usted le dio el ejemplo a Sally para que
liberara su brazo.
Rosa: Bueno, yo cerré los ojos porque pensé que en ese momento era más fácil
cerrarlos. De lo contrario usted me iba a decir que los cierre, así que me dije: "Muy
bien, los cerraré para que deje de pedirme que los cierre".
E.: Ajá. Pero los cerró, y Sally siguió su ejemplo de resistencia. Lo hizo
indirectamente, tosiendo. (Sally sonríe.) Es una chica muy astuta. (Sally tose y
carraspea. E. se dirige a Sally:) ¿Y ahora cómo va a descruzar las piernas?
Sally (riendo): Lo haré, simplemente. (E., espera. Sally se ríe.) Muy bien, mire. (Sally
miro a su alrededor antes de mover las piernas. E. mira sus piernas y espera.)
E.: ¿Qué hizo ella? Empezó por recurrir a indicadores visuales. Busco otro sitio donde
poner el pie. Pasó por otro proceso sensorial a fin de conseguir una reacción
muscular. (A Sally:) Ahora bien, ¿cómo va usted a ponerse de pie?
Sally: Bueno, simplemente me pondré de pie. (Primero mira hacia bajo, se ríe, luego
toma impulso y se levanta.)
E.: ¿De ordinario cuesta tanto esfuerzo? (Sally tose y carraspea.) ¿segura de que
comió una golosina?
Sally: ¿Ahora? Sí... ¿o antes?
E.: Antes.
Sally: Bueno, sí. Pero recordé que era una sugestión.
E. (aproximándose a Sally): ¿Piensa que ahora está bien despierta?
Sally (riendo): Sí, pienso que estoy bien despierta.
E.: Bien despierta. ¿Está despierta?
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Sally: Sí, estoy despierta.
E.: ¿Está segura?
Sally (riendo): Sí. (E. le separa lentamente las manos, que él la tenía tomadas, y le
alza la mano derecha por la muñeca.)
E.: ¿Qué?
Sally: No parece que me perteneciera... cuando usted hace eso. (E. deja suspendido
catalépticamente el brazo de Sally y se ríe. Sally también se ríe.)
E.: Ya se siente menos segura de estar despierta.
Sally (sonriendo): Menos segura, sí. No siento ningún, este, peso en mi brazo
derecho, no tengo sensación de peso en mi brazo derecho.
E.: No experimenta sensación de peso. (A Christine:) Eso responde a su pregunta,
¿no? (Se refiere a la pregunta anterior de Christine sobre el mantenimiento del brazo
en una posición incómoda bajo hipnosis.) A Sally: ¿Puede usted mantenerlo en ese
lugar, o lo levantará hasta su rostro? (E. hace un gesto de alzar su mano izquierda.)
Sally: Hmmm, probablemente pueda mantenerlo allí.
E.: Obsérvelo. Creo que va a subir.
Sally (sacudiendo la cabeza): ¡Uy, uy, no!
E.: Subirá dando pequeños respingos (Pausa. Sally mira hacia adelante con los ojos
en blanco, luego mira a E., mientras sacude en señal negativa la cabeza.) Quizá ya
sienta el respingo. Está subiendo. (Sally se mira la mano.) ¿Ve el respingo?
Sally: Cuando usted lo menciona, lo siento.
E.: ¿Eh?
Sally: Cuando usted menciona el respingo, sí lo siento.
E.: No siente todos los respingos.
Sally: Ajá.
E. (le baja la mano en forma lenta y gradual, apoyando sus dedos sobre la muñeca de
ella; luego aparta su propia mano): Se resistía.
Sally: Me parecía bien como estaba. (Se ríe.)
E. (sonriendo): Estaba bien... como estaba. (Mira hacia el piso.) Un joven de treinta
años que en la Segunda Guerra Mundial había como batido en la marina en el Pacífico
Sur, volvió al hogar. Pese a que estuvo en varias batallas, nunca lo habían herido.
Sus padres se alegraron al verlo, y la madre resolvió ser bondadosa con él, y el padre
también resolvió ser bondadoso con él. Así, la madre empezó a decirle qué comería en
el desayuno, y qué en el almuerzo, y qué en la cena. Empezó a decirle qué ropa se
pondría cada día. El padre pensó que el hijo había trabajado muy duro y debía
divertirse un poco, de manera que le apartó los cuentos del Saturday EveningPost
para que Will leyera.
Will era muy buen muchacho, así que comió lo que le dijo su madre y se puso la ropa
que ella le indicó, y leyó los relatos que su padre le dijo que leyese. Era el buen chico
de sus padres. Pero se cansó y se hartó de hacer solamente las cosas que le decían
mamá y papá y en verdad le decían todo lo que tenía que hacer. Su única libertad
consistía en trabajar en un negocio de venta de autos usados.
El negoció estaba en la calle Van Buren, y un día Will descubrió que no podía cruzar la
calle Van Buren. También descubrió que no podía conducir por la Avenida Central del
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Norte para ir a trabajar. Había un restaurante llamado "La Baqueta Dorada", que tenía
un montón de ventanas; y como tenía miedo de pasar por ese restaurante, debía
apartarse varias cuadras de su camino. Y después comprobó que no podía subir en
ascensor, que no podía subir una escalera, y que también: había un montón de calles
por las que tenía miedo de cruzar.
Como no le agradaba su situación hogareña, acudió a verme para que le hiciera
terapia. Cuando supe que no podía pasar por "La Banqueta Dorada", le dije: "WiII, va
a llevarnos a cenar a mi esposa y a mí, y yo elegiré el restaurante". Contestó: "Usted
no irá a escoger La Baqueta Dorada". "Will -proseguí-, la señora Erickson y yo
seremos sus invitados, y naturalmente usted querrá complacer a sus invitados, y no
pensará en decirles que a tal lado no pueden ir. Querrá llevarlos adonde ellos deseen
ir". Luego le dije: "y usted les tiene miedo a las mujeres. Incluso cuando vende autos
usados, pone cuidado en mirar el piso, jamás mira a las mujeres. Tiene miedo a las
mujeres. Y como nos llevará a cenar a la señora Erickson y a mí, creo que sería
magnífico que se buscara una compañera. Ahora bien, yo no sé qué clase de
compañera le gusta; así que dígame con qué clase de mujer no quisiera salir".
Contestó: "No quisiera salir con una chica soltera y bien parecida". "¿Hay algo peor
que una chica soltera bien parecida?", le pregunté. "Oh, sí, una divorciada bien
parecida... eso sería mucho peor que una soltera". "Bien -continué yo-, ¿con qué otras
mujeres preferiría no salir?" "No quiero salir con ninguna viuda joven", replicó.
Finalmente le pregunté: "Si tiene que salir con una compañera, ¿de qué clase le
gustaría que fuera?" "Oh, si tuviera que salir con una mujer, me gustaría una que
tuviera como mínimo 86 años". "Muy bien -agregué-, venga a casa el próximo martes
a las seis de la tarde, preparado para llevarnos a la señora Erickson, a mí y a alguna
otra mujer a cenar". Temeroso, añadió: "No creo que pueda hacerlo". Yo le dije: "Will,
estése aquí el próximo martes a las seis, usted puede hacer eso".
El martes a las seis en punto vino bien vestido, el sudor rodándole por el rostro. Le
costó un gran esfuerzo sentarse en el diván. Le dije: "La mujer que invité para usted
no ha llegado aún, así que podemos pasar un rato ameno mientras la esperamos".
Will no pasó un rato muy ameno. Se agitaba inquieto en el diván, con la vista clavada
en la puerta de entrada, y lanzándonos de vez en cuando una mirada de socorro a la
señora Erickson y a mí. Mantuvimos una conversación social común y corriente, hasta
que llegó, con veinte minutos de atraso, una hermosa muchacha. Will estaba
espantado. Los presenté diciendo: "Will, esta es Keech. Keech, Will nos llevará a los
tres a cenar", y Keech le estrechó la mano y sonrió contenta. Añadí: "Dicho sea de
paso, Keech, ¿cuántas veces estuvo usted casada?" Keech contestó: "Oh, seis veces".
"¿Cuántas veces se divorció?" "Seis", replicó ella. (Erickson se ríe.) Will estaba muy
pálido.
Le dije: "Will, pregúntele a Keech si le gustaría venir a cenar". Keech dijo: "Oh, Will,
me gustaría ir a 'La Baqueta Dorada', en la Avenida Central Norte". "A mí también",
agregó la señora Erickson y yo: "Ese es un buen restaurante, Will". Will temblaba. Le
dije: "Vayamos. ¿Necesito tomarme de su brazo, Will?" "No", replicó, "puedo caminar.
Temo que voy a desmayarme". Le dije: "En el porche hay tres escalones. No se
desmaye allí, porque se haría daño contra el piso. Espere a que lleguemos al césped,
allí puede desmayarse". Will contestó: "No es que yo quiera desmayarme. Tal vez
consiga llegar al auto".
Cuando llegó al auto... era mi automóvil, y yo sabía que iba a manejar yo, Will dijo:
"Mejor me apoyo en el auto; voy a desmayarme". Yo le dije: "Aquí puede desmayarse
sin ningún problema, es un lugar seguro". Y Keech añadió: "Oh Will, ven y siéntate
atrás conmigo". Will trepó al auto temblando.
69
Llegamos a la playa de estacionamiento de "La Baqueta Dorada", y estacioné lejos del
edificio. Le dije: "Will, cuando bajes del auto, puedes desmayarte aquí, en el piso de
tierra". "No quiero desmayarme aquí", dijo Will.
Keech y la señora Erickson salieron del auto, y luego salí yo. Comenzamos a caminar
hacia el restaurante. En el camino yo iba señalando (gesticula): "Aquí hay un buen
lugar para desmayarse, aquí hay otro buen lugar para desmayarse, aquí hay otro..."
Llegamos a la puerta del restaurante y le pregunté: "¿Quiere desmayarse adentro o
afuera?" Contestó: "No quiero desmayarme afuera". "Muy bien -continué-, entremos y
se podrá desmayar allí".
Cuando entramos le pregunté: "¿Qué mesa le gusta, Will?" "Una cerca de la puerta",
me contestó. Le dije: "En el otro extremo del restaurante hay un balcón terraza con
unos compartimentos muy lindos. Vayamos allí, desde ese lugar se ve todo el
restaurante". Will dijo: "Me desmayaré antes de llegar". "Está bien", le repliqué.
"Puede desmayarse junto a esa mesa (gesticula), o a esa, o a esa otra". Will dejó
atrás todas las mesas. Al llegar al compartimento de la terraza la señora Erickson
tomó asiento y Keech le dijo a Will: "Tú en el medio", y se sentó tras él. Yo ocupé el
asiento que estaba del otro lado. Así que Will quedó rodeado por las dos mujeres de
un lado de la mesa.
Vino la camarera, nos preguntó qué íbamos a pedir, y algo de lo que ella dijo me
molestó. Le contesté bruscamente, y ella a su vez me replicó airada. Nos trenzamos
en una disputa a gritos. Todo el restaurante se había dado vuelta y nos miraba. Will
trató de esconderse debajo de la mesa, pero la señora Erickson lo tomó del brazo y le
dijo: "Va a ser mejor que miremos lo que pasa aquí". Finalmente la camarera se fue
muy ofuscada y llamó al gerente, quien inquirió cuál era la causa del problema. Así
que me puse a discutir y al poco tiempo ya estábamos vociferando. Al rato se fue.
Volvió la camarera y preguntó: "¿Qué van a pedir?" La señora Erickson hizo su pedido
y yo el mío. La camarera se volvió a Keech y le dijo: "Su pedido, por favor". Keech
respondió: "Este caballero amigo mío quiere carne de pollo bien blanca, una papa
asada ni muy grande ni muy chica, con salsa de ricota y cebollanas. En cuanto a las
hortalizas, creo que lo mejor para él es un plato de zanahorias hervidas; también
quiero panecillos de corteza dura para Will". Luego hizo su propio pedido.
Durante toda la cena Keech se la pasó diciéndole a Will qué debía comer, con qué
bocado debía seguir, y supervisando cada cosa que se llevaba a la boca. Betty y yo
disfrutamos la cena, Keech disfrutó también. Para Will fue un verdadero infierno.
Y cuando se levantó para irse Keech le dijo: "Por supuesto, Will, pagarás tú la cena; y
mira, creo que deberías darle una buena propina a la camarera. Fue una cena muy
buena, así que dale..." y le aclaró el monto de la propina.
Mientras salíamos seguí recomendándole: "Esta es una buena mesa para
desmayarse", y señalándole todos los lugares en que podía hacerlo, hasta que
llegamos al coche y se subió.
Al llegar a casa, Keech dijo: "Will, entremos y hagámosle una visita al doctor Erickson
y su esposa". Lo tomó del brazo y prácticamente lo arrastró. Se intercambiaron
algunas formalidades y luego Keech declaró: "Me encantaría bailar". Will respondió
triunfante: "Yo no sé bailar". Pero Keech le retrucó: "¡Magnífico! No hay nada que me
guste más que enseñarle a bailar a un hombre. Y con una alfombra de pared a pared…
¡Doctor Erickson, usted tiene un tocadiscos! ponga algunas piezas bailables y le
enseñaré a Will". Bailaron, y al final Keech dijo: "Realmente, Will, eres un bailarín
nato. Vayamos al salón de baile y pasemos una buena noche". Will salió con ella de
mala gana, bailaron hasta las tres de la mañana y luego él la llevo a su casa.
70
A la mañana siguiente, cuando la madre le sirvió el desayuno, Will le dijo: "No quiero
huevos pasados por agua. Quiero un huevo frito, y tres tajadas de panceta, y dos
tostadas. Y un vaso de jugo de naranja". Su madre atinó a musitar: "Pero Will..."
¡Nada de peros! -le contestó él-, yo sé lo que quiero".
Esa noche, cuando regresó a su casa el padre le dijo: "Encontré un hermoso relato
para ti en el Saturday Evening Post", pero Will le replicó: "Traje a casa La gaceta
policial. Voy a leer eso". (Al grupo:) La gaceta policial es... ¿cómo podríamos
describirla para los extranjeros? Es una revista bastante vulgar. Se ocupa de crímenes
de toda índole, en especial crímenes sexuales. El padre de Will estaba horrorizado, y
éste le dijo: "y la próxima semana voy a mudarme. Quiero vivir en mi propio
departamento. Quiero hacer lo que me gusta".
Telefoneó a Keech, y ese domingo fueron juntos a cenar y a bailar, y siguieron
viéndose durante tres meses. Luego, un día Will vino a verme y me dijo: "¿Qué pasa
si dejo de salir con Keech?" Yo le contesté: "Ella se ha divorciado seis veces. Si tú te
apartas de su vida, lo aceptará también". "Me apartaré", dijo. Dejó de ver a Keech y
empezó a salir con otras muchachas. Me envió como pacientes a su hermana, a su
cuñado y a un primo.
Un día se presentó con una joven y me dijo: "La señorita M. tiene miedo de hablar,
tiene miedo de salir. Va de su casa a su trabajo, y no quiere hablar. La semana que
viene quiero llevarla a una fiesta donde estarán todos mis amigos, y ella no quiere ir.
Quiero que usted la haga ir". Y se fue.
Yo le dije: "Señorita M., aparentemente Will simpatiza con usted". Ella contestó: "Sí,
pero yo tengo miedo de los hombres. Tengo miedo de la gente. No quiero ir a esa
fiesta. No sé qué decir cuando estoy con gente extraña, simplemente no puedo
hablar". Yo le dije: "Señorita M., conozco a todas las personas que van a estar en esa
fiesta. A todas les encanta hablar y lo hacen todo el tiempo. No habrá en la fiesta
ninguna persona que sea un oyente atento. Usted será la invitada más apreciada,
porque todos tendrán quien los escuche".
Will y esta señorita se casaron. Will viajó con ella en avión a Yuma, y a Tucson, y a
Flagstaff, para cenar. Subió todas las escaleras y todos los ascensores que hay en
Phoenix. Ahora es director de una compañía de venta de automóviles. Ese paseo a "La
Baqueta Dorada" le enseñó que era capaz de entrar en un restaurante, en un
mercado, en cualquier negocio donde hubiera escaleras o ascensores. Le enseñó que
podía salir con una mujer y que no iba a desmayarse en ningún lado. (Se ríe para sí.)
Y fue Will quien le dijo a su madre lo que iba a comer, y fue Will quien le dijo a su
padre lo que prefería leer... y quien les dijo a ambos dónde iba a vivir.
Yo no hice otra cosa que arreglar lo de la cena en el restaurante y hablar con la
camarera y el gerente para que tuviéramos una buena disputa. Y la camarera, el
gerente y yo lo pasamos bien, y Will como probó que era capaz de soportar eso.
(Sonríe.) Pudo soportar a una mujer divorciada seis veces. Pudo aprender a bailar con
esa hermosa muchacha con seis divorcios a cuestas. No fueron necesarias muchas
semanas de psicoterapia. Se precisaba una terapia familiar, pero dejé que lo decidiera
Will. Todo lo que hice fue demostrarle que no se iba a morir con eso. (Se ríe.) Y
también yo lo pasé bien.
Pero hay tantos terapeutas que leen libros y se ponen a practicar terapia, diciendo:
esta semana haremos tanto así, la próxima haremos tanto asá. Y siguen todas las
reglas... tanto esta semana, tanto la semana que viene, tanto este mes, tanto el mes
que viene. Lo único que Will necesitaba era comprobar que era capaz de cruzar la
calle, de entrar a un restaurante. Se apartaba varias cuadras de su camino con el auto
para no verlo. Yo le mostré todos los buenos lugares para desmayarse. El no pudo
hacerlo. Le di todas las oportunidades para desmayarse, para morirse... (se ríe), pero
71
él descubrió que la vida era demasiado buena. Y todo el resto de la terapia la hizo él.
Y hoy la señorita M. es madre de varios niños y lleva una buena vida social. Porque
todo el mundo necesita alguien que lo escuche como se debe.
Como ven, yo no creo en el psicoanálisis freudiano. Freud aportó por cierto un montón
de buenas ideas a la psiquiatría y a la psicología. Un montón de ideas que los
psiquiatras y psicólogos deberían haber descubierto por sí mismos, sin esperar a que
Freud se las dijese, y también inventó esa religión llamada "psicoanálisis"... religión o
terapia adaptada a todas las personas de cualquier edad y sexo, en todas las culturas,
en todas las situaciones... incluso en algunas que el propio Freud desconocía.
El psicoanálisis se adapta a todos los problemas de todas las épocas. Freud analizó a
Moisés. Y estoy dispuesto a apostar cualquier cosa que Freud no tuvo jamás ninguna
clase de contacto con Moisés. Ni siquiera sabía cómo era Moisés, pero lo analizó. Pero
la vida en la época de Moisés era muy distinta que en la época de Freud. Y Freud
analizó a Edgar Allan Poe a partir de sus escritos, de sus cartas y de sus artículos en
periódicos. Creo que cualquier médico que intentase diagnosticar apendicitis partiendo
de los relatos de un autor, las cartas que envió a sus amigos y sus artículos
periodísticos, debería ser recluido. (Se ríe.) Sin embargo, Freud analizó a Edgar Allan
Poe de oídas, basándose en lo que se decía de él y en sus escritos. No sabía ni una
palabra sobre el hombre real. Y los discípulos de Freud analizaron "Alicia en el país de
las maravillas", que es una obra de ficción, totalmente imaginaria. Sin embargo, los
analistas la analizaron.
Y para la psicología freudiana, que uno sea hijo único o que tenga diez hermanos y
hermanas no cambia la cantidad de rivales fraternos. Está la fijación al padre y la
fijación a la madre, aunque el niño jamás se enterara de quien fue su padre. Está
siempre la fijación oral, la fijación anal, el complejo de Edipo, el complejo de Electra.
La mera verdad en realidad no significa nada. Es una religión. Y estoy muy agradecido
a Freud por los conceptos que aportó a la psiquiatría y la psicología. También
descubrió que la cocaína era un anestésico ocular; (Mira a una mujer situada a su
izquierda.)
Ahora bien, la psicoterapia adleriana nos enseña que todos los zurdos escriben mejor
que los diestros. Él basó gran parte de su teoría, ¿saben?, en la inferioridad de órgano
y el predominio del macho sobre la hembra. Ni una sola vez estudió la caligrafía de
muchos diestros y zurdos o la analizó para evaluar quién escribía mejor. Tengo
presentes a muchos médicos diestros... no diría que son muchos... la caligrafía de los
médicos es terrible; y creo que la de los zurdos no es menos terrible que la de los
diestros.
Adolph Meyer, a quien yo admiré muchísimo, tenía una teoría general de la
enfermedad mental. Según él era meramente una cuestión de energía. Bien, admito
que todo enfermo mental tiene cierta cantidad de energía, y que esa energía puede
expresarse de muchas maneras, pero no se puede usar la energía para clasificar a los
enfermos mentales.
Creo que todos deberíamos saber que cada individuo es único. (Sally abre los ojos y
luego los cierra.) No hay duplicaciones. Creo que puedo afirmar con Seguridad que en
los tres millones y medio de años que el hombre ha vivido sobre la Tierra no ha
habido dos huellas digitales iguales, dos individuos iguales. Los hermanos gemelos
son muy, muy diferentes en sus huellas digitales, su resistencia a: las enfermedades,
su estructura psicológica y su personalidad y realmente quisiera que los terapeutas
rogerianos, los guestaltistas, los que practican el análisis grupal, el análisis
transaccional y todas las demás derivaciones de las diversas teorías, reconocieran que
ni uno solo de ellos acepta realmente que la psicoterapia para la persona 1 no es la
psicoterapia para la persona 2. He tratado muchas afecciones, y siempre invento un
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nuevo tratamiento de acuerdo con la personalidad del individuo. Sé que si invito a
unas personas a cenar afuera, las dejaré que escojan lo que quieren comer, porque en
verdad yo no sé lo que les gusta. Pienso que la gente debería vestirse a su gusto.
Estoy seguro que todos ustedes saben que yo me visto como me gusta. (Se ríe.) Creo
que la psicoterapia es un procedimiento individual.
Ya les conté cómo corregí a esa chica que mojaba la cama. Ese día no tenía mucho
que hacer y le dediqué una hora y media; en realidad, era más tiempo del que
necesitaba. Sé que una gran cantidad de mis colegas terapeutas la habrían tenido
dos, o tres, o cuatro, o cinco años. Un psicoanalista tal vez le hubiera dedicado diez
años.
Recuerdo a uno de mis alumnos de psiquiatría, un joven residente muy brillante a
quien se le había puesto en la cabeza que quería aprender psicoanálisis, así que fue a
ver al doctor S., un discípulo de Freud.- Había dos psicoanalistas importantes en
Detroit, el doctor B. y el doctor S. Los que no simpatizábamos con el psicoanálisis
llamábamos al doctor B. "el papa", y al doctor S., "el pequeño Jesús". Mi brillante
alumno fue a ver al "pequeño Jesús". En verdad tres de mis residentes fueron a verlo
y ya en la primera sesión el doctor S. le dijo a mi brillante alumno que tendría que
someterse a un análisis terapéutico durante seis años, a razón de cinco veces por
semana; y le explicó que después tendría que analizarse seis años más en un análisis
didáctico. En la primera entrevista le dio doce años a Alex, y le dijo que su esposa, a
quien el "pequeño Jesús" no había visto nunca, también tendría que tener un análisis
terapéutico durante seis años. Así que mi residente tuvo sus doce años de
psicoanálisis, y su esposa seis. El "pequeño Jesús" les dijo que no podrían tener un
bebé hasta que él se los dijera. Y yo pensaba que Alex era un joven psiquiatra muy,
muy brillante.
Ahora bien, el doctor S. dijo que él practicaba el análisis ortodoxo, del mismo modo
que Freud. Y atendió a los tres residentes, A, B Y C. El primero debía estacionar su
auto en el lugar A; B debía estacionarlo en el lugar B, y C debía estacionarlo en el
lugar C. A llegaba a la una en punto y se iba a la una y cincuenta. Entraba por una
puerta, el "pequeño Jesús" le estrechaba la mano, se acostaba en el diván y el
"pequeño Jesús" corría su sillón a la izquierda, a 45 centímetros detrás de su cabeza y
35 centímetros del borde del diván. Cuando llegaba el analizando B, entraba por una
puerta y salía por otra. Se acostaba en el diván y el "pequeño Jesús" se ubicaba a 45
centímetros y a 35 centímetros a la izquierda.
Los tres analizandos fueron tratados de igual manera, Alex durante seis años, B
durante cinco y C durante cinco. Y yo pienso que fue un crimen, porque Alex y su
esposa se amaban mucho, y que el "pequeño Jesús" les haya dicho que esperaran
doce años para ser padres fue un atropello.
He aquí otro caso. Un chico de 12 años vino a verme porque mojaba la cama. Tenía
12 años y medía un metro ochenta, era un chico muy grandote. Sus padres lo
acompañaron y me contaron cómo lo habían castigado por mojar la cama: lo
obligaban a frotarse la cara con las sábanas mojadas, lo privaban de postres y no lo
dejaban ir a jugar con sus amigos. Lo regañaban, lo zurraban, le hacían lavar su ropa
de cama, hacerse la cama de noche, y a partir del mediodía no lo dejaban tomar
agua. Y durante 12 años Joe se fue a acostar todas las noches y mojó la cama todas
las noches de esos 12 años. Hasta que finalmente sus padres me lo trajeron en la
primera semana de enero.
Le dije: "Joe, ya eres un chico grande. Quiero oírte decir lo que tengas que decir a tus
padres". A los padres: "Joe es mi paciente y nadie interferirá con mi paciente. Señora,
usted va a lavar su ropa de cama sin regañarlo ni privarlo de nada. No le dirá una
palabra acerca de la cama mojada. Señor, usted tampoco lo privará de nada ni lo
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castigará. Lo tratará como si no mojase la cama, como si fuera un hijo modelo. Le
diré a Joe todo lo que tengo que decir".
-Puse a Joe en trance leve y le dije: "Joe, escúchame. Has mojado la cama durante 12
años, a cualquiera le lleva tiempo aprender a tener la cama seca. En tu caso, está
llevando más tiempo de lo habitual. Está bien. Tienes derecho a tomarte tu tiempo
para aprender a dejar la cama seca. Estamos en la primera semana de enero. No creo
que fuera razonable pedirte que dejaras la cama seca en menos de un mes, y febrero
es un mes muy corto. No sé si te parece bien empezar a dejar la cama seca a partir
del Día de los Inocentes, en abril".
Ahora bien, para un chico de 12 años, entre la primera semana de enero y el día de
San Patricio [17 de marzo] o el Día de los Inocentes, en abril, hay un largo, largo
tiempo. Así es como lo piensa un niño. Y le dije: "Joe, a nadie le importa si dejas de
mojar la cama el día de San Patricio o el Día de los Inocentes. Ni siquiera es cuestión
mía. Es un secreto que te pertenece a ti".
En junio vino su madre y me dijo: "Joe ha dejado la cama seca ya no sé desde hace
cuánto tiempo. Hoy me di cuenta de que su cama estaba seca todas las mañanas
desde hace bastante tiempo". No sabía decirme cuándo empezó a dejar la cama seca.
Yo tampoco. Tal vez fue el día de San Patricio, tal vez el Día de los Inocentes. Es un
secreto que sólo Joe conoce. Sus padres no lo supieron hasta junio.
Hubo otro chico de 12 años que mojaba la cama todas las noches de sus doce años.
Su padre lo rechazaba, ni siquiera quería dirigirle la palabra. Cuando la madre vino a
contármelo, hice que Jim esperara afuera, en la sala. Ella me dio dos datos valiosos:
el padre del chico había mojado la cama hasta los 19 años, y el hermano de la madre
hasta los 18, más o menos.
La madre sentía mucha pena por el chico; pensaba que su enuresis podía ser
hereditaria. Así que le dije: "Le hablaré a Jim en su presencia; escuche atentamente
todo lo que le diga, y haga todo lo que yo le indique. Jim también hará todo lo que yo
le diga".
Llamé a Jim y le dije: "Jim, averigüé por tu madre todo lo relacionado con tus
mojaduras de la cama, y sé que tú quieres dejar la cama seca. Eso es algo que tú
tienes que aprender, y sé de un método seguro. Por supuesto, como cualquier otro
aprendizaje, cuesta trabajo. Sé que lo deseas lo suficiente como para trabajar todo
para lograrlo, como tuviste que trabajar duro para aprender a escribir. Te diré lo que
voy a pedirles a ti y a tu familia. Tu madre dice que la familia se levanta a las siete de
la mañana. Bien, le he pedido que ponga el despertador a las cinco, y a esa hora
entre a tu cuarto y vea cómo está la cama. Si la siente húmeda, te despertará e irán
los dos juntos a la cocina, encenderán la luz y tú comenzarás a copiar algún libro.
Puedes elegir el libro que quieras". Eligió El príncipe y el mendigo.
"A usted, señora, le gusta coser, tejer y hacer crochet, y fabricar cobertores con
retazos. Se sentará en silencio en la cocina mientras Jim copia el libro que ha elegido,
y desde las cinco hasta las siete se dedicará a coser, tejer y hacer crochet. Eso le dará
tiempo suficiente a Jim y a su padre para vestirse. Luego, usted preparará el
desayuno y tendrán una jornada común y corriente. Cada mañana a las cinco verá si
está húmeda la cama de Jim, y si lo está, lo despertará y sin decir palabra lo llevará a
la cocina, donde usted empezará a coser y él a copiar el libro. Y todos los sábados me
traerán lo que haya copiado".
Le pedí a Jim que saliera y dije a su madre: "Bien, señora, ya oyó lo que les dije. Hay
algo que no les dije. Jim me escuchó decirle que usted va a sentir si la cama está
húmeda, en cuyo caso lo despertará y lo llevará a la cocina a que haga su trabajo de
copia. Alguna mañana la cama de Jim estará seca; usted volverá en silencio a su
74
cuarto y seguirá durmiendo hasta las siete. A esa hora se levantará, lo despertará a
Jim y le pedirá disculpas por haberlo dejado dormir más de la cuenta".
A la semana la madre encontró la cama seca, volvió a su cama y a las siete le pidió
disculpas por haberlo dejado dormir más de la cuenta. Yo lo había visto a Jim ello de
julio; a fin de mes, ya dejaba la cama seca todas las noches. Y su madre seguía
durmiendo hasta las siete sin despertarlo.
Porque mi mensaje a la madre había sido que controlara la cama, y si la encontraba
húmeda, "lo despertará y lo hará copiar". Si se aprecia esa frase con cuidado,
significa: "Tu madre tocará tu cama, y si está húmeda, te levantarás y copiarás". Está
implícito lo opuesto: "Si está seca, no te levantarás". Así pues un mes después Jim
tenía la cama siempre seca, y su padre, cuyo deporte favorito era la pesca, lo llevó de
pesca con él.
Ahora bien, allí había que hacer una terapia familiar. Le pedí a la madre que cosiera
un poco. Ella sentía pena por el hijo, y viéndola allí sentada, en la cocina, cosiendo,
Jim no podía considerar un castigo que lo despertaran para copiar de un libro. Estaba
aprendiendo algo.
Cuando Jim vino a verme al consultorio con su trabajo de copia, lo ordenamos
cronológicamente. Jim miró la primera página y dijo: "Eso está horrible. Me salteé
algunas palabras, y otras las escribí con errores. Me salteé líneas enteras. Esa
escritura es horrible". A medida que repasábamos las páginas en su orden
cronológico, Jim parecía cada vez más complacido: su caligrafía y ortografía
mejoraban, no se salteaba palabras ni oraciones. Cuando llegamos al final de lo
copiado se lo veía muy contento.
Después que Jim hubo vuelto a la escuela por un par de semanas... tres semanas... lo
llamé otra vez y le pregunté cómo le iba en la escuela. Dijo: "Es gracioso, ¿sabe?
Antes nadie simpatizaba conmigo, nadie quería jugar conmigo. Me sentía muy
desgraciado en la escuela y sacaba malas calificaciones. Pero este año soy capitán del
equipo de béisbol y estoy sacando notas sobresalientes y muy buenas, en lugar de
sacar regulares o malas". Yo no había hecho otra cosa que reorientar a Jim con
respecto a Jim.
Y su padre, a quien no llegué a conocer, lo llevó de pesca después de haber
desestimado al chico durante años y años. Su deficiente desempeño escolar...
comprobó que podía escribir muy bien, copiar bien. Así que Jim llevó consigo ese
conocimiento a la escuela. Ya sabía que podía escribir bien, y estaba en condiciones
de averiguar que podía jugar bien y socializarse bien. Esa es la terapia para Jim.
Veamos el caso de otro chico que estaba en el primer año de la escuela secundaria.
Dos años atrás había tenido un granito en la frente y se lo quiso sacar apretándolo...
como hacen todos los chicos con sus granitos. Kenny estuvo hurgándose ese granito
por dos años, hasta que se convirtió en una gran úlcera. Sus padres, enojados con él,
lo llevaron al médico, y éste le colocó un apretado vendaje con colodión; pero Kenny,
distraídamente, metía los dedos debajo de la venda y se apretaba el grano. El médico
lo amenazó diciéndole que tendría un cáncer. Sus padres lo castigaron de todas las
formas concebibles: lo abofeteaban, lo azotaban, le quitaban sus juguetes y lo ataron
para que no pudiera salir del patio. Y en la escuela Kenny se sacaba malas
calificaciones y sus profesores lo reprendían. Finalmente, sus padres lo amenazaron
con llevarlo a un médico de locos, lo cual lo puso a Kenny más furioso que nunca. A
veces, para la cena, le daban pan y agua; nunca comía helados, postres ni tortas. Le
daban una lata de carne de cerdo fría y porotos. No comía lo mismo que su hermana,
su madre o su padre. Y le decían que tenía que dejar de hurgarse esa úlcera, a lo cual
Kenny contestaba que lo hacía distraído, que no era su intención.
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Ahora bien, como no quería que sus padres lo trajeran a verme, lo fui a visitar en su
casa. Me lanzó una mirada feroz cuando entré. Le dije: "Kenny, tú no quieres que yo
sea tu médico, ¿no?" "Seguro que no", contestó. Continué: "Concuerdo contigo en que
no me quieres como médico, pero escucha lo que les diré a tus padres".
Les dije a los padres: "Tratarán a Kenny igual que a su hermana. Comerá lo mismo
que el resto de la familia. Le devolverán la pelota, su bate de béisbol, el arco y las
flechas, su escopeta, su tambor y todas las cosas que le quitaron. Ahora Kenny es mi
paciente y yo me encargo de todo el tratamiento. Y ustedes lo tratarán como deben
tratar los padres a sus hijos. Pues bien, Kenny, ¿quieres ser mi paciente?" "Seguro
que sí", contestó él. (Risas.)
Proseguí: "Bien, Kenny, a ti no te gusta tener esa herida en tu frente, ni a mí
tampoco. En realidad, a nadie le gusta. Así que voy a tratarla a mi modo. Esto
significa que tendrás que trabajar duro. Supongo que estás dispuesto. El trabajo
consiste en esto: Todas las semanas copiarás mil veces esta oración: 'Concuerdo
totalmente con el doctor Erickson y comprendo que no es bueno, ni sensato, ni
conveniente seguir hurgándome esa herida en la frente'. Lo harás durante cuatro
semanas, a razón de mil veces por semana". La herida se curó en dos semanas.
(Sonríe.) y sus padres dijeron: "Gracias a Dios, ahora no tendrás que seguir copiando
esa oración". Y Kenny dijo: "El doctor Erickson dijo que ustedes no se van a meter. El
me dijo que lo hiciera durante cuatro semanas, y lo voy a hacer durante cuatro
semanas". Así lo hizo. Cada semana me traía su tarea.
Después de cuatro semanas, le dije: "Esto anda muy bien, Kenny. Quiero que me
llames un sábado, más o menos dentro de un mes". "Seguro", contestó, y al mes
volvió. Yo tenía todas las hojas escritas por él, puestas en orden cronológico. Miró la
primera hoja y dijo: "Esa escritura es horrible. Cometí errores de ortografía, me olvidé
de poner todas las palabras, las líneas están muy torcidas". Fuimos pasando hoja tras
hoja, mientras Kenny abría los ojos y decía: "Mi escritura va cada vez mejor. No hay
faltas de ortografía, ni palabras omitidas". Le dije: "Una sola cosa más, Kenny. ¿Cómo
andan tus calificaciones en la escuela?" "El último mes estuve sacándome
sobresaliente y muy bueno", contestó. "Nunca me había sacado esas notas antes".
(Alza la vista y mira a Carol y a algunos otros miembros del grupo.) Cuando uno logra
encauzar en otra dirección esa energía mal encaminada, el paciente se cura. Por
supuesto, su familia mejoró mucho. (Se ríe.) Y también sus profesores.
Otro caso de enuresis: Jerry, de diez años de edad, se había mojado en la cama todas
las noches de sus diez años. Tenía un hermano menor de ocho años, más grandote y
fortachón que él, y el hermano no mojaba la cama nunca.
Jerry, de diez años, era objeto de burlas. Sus padres lo azotaban y lo dejaban sin
cenar. Pertenecían a una secta religiosa, y en la iglesia pidieron a los demás que
rezaran para que Jerry dejase de mojar la cama. Humillaban a Jerry de todas las
formas. Tenía que usar un escudo que le cubría el pecho y la espalda, atado con
cintas, donde decía: "Yo me mojo en la cama". Le habían aplicado todos los castigos
que sus padres pudieron concebir y él seguía mojando la cama.
Los interrogué con mucho cuidado. Averigüé que eran extremadamente religiosos y
pertenecían a esa secta estricta. Les dije que trajeran a Jerry a mi consultorio. Así lo
hicieron. Lo arrastraron tomándolo cada uno de una mano y lo hicieron tenderse en el
piso del consultorio de cara a él. Les pedí que salieran y cerré la puerta; Jerry estaba
gritando y chillando.
Ahora bien, cuando alguien chilla y grita, llega un momento que le falta el resuello.
Esperé pacientemente, y cuando Jerry hizo una pausa para tomar aliento me puse a
gritar. Jerry se mostró sorprendido. Le dije: "Me tocaba el turno a mí. Ahora te toca a
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ti". El volvió a chillar, hizo otra pausa y yo aproveché mi turno. Así pasamos un rato
chillando y gritando por turno hasta que finalmente dije: "Ahora es mi turno de
sentarme". Jerry aprovechó su turno de sentarse en la otra silla. Entonces le hablé:
"Sé que te gustaría jugar al béisbol; le dije." ¿Sabes algo de béisbol? Tienes que
coordinar tu vista con los movimientos del brazo y de la mano, y mantener el cuerpo
en equilibrio. Es un juego muy científico, realmente. Se juega coordinando trabajo
conjunto... la vista, el oído. Y tus músculos tienen que estar preparados para la acción
precisa. No es como en el rugby, donde lo que importa es que abras paso con tus
huesos y tu cuerpo".
Su hermano de ocho años jugaba al rugby. (Se ríe.) Hablamos acerca de la ciencia del
béisbol, y a Jerry le encantó la forma en que yo le describí las complicadas cosas que
había que hacer para jugarlo.
Sabía que él solía jugar también con el arco y las flechas. Le expliqué que para jugar
con arco y flechas hay que emplear exactamente la fuerza apropiada, y usar la vista
con precisión. Hay que prestar atención al viento, la distancia, la altura adecuada,
para dar en el blanco. "Es un juego científico", le dije. "El nombre común para el juego
de arco y flechas es arquería, el nombre científico es toxofilia", y elogié a Jerry por
jugar tan bien al béisbol y al arco y flechas.
El sábado siguiente, sin que hubiéramos concertado una entrevista, Jerry vino para
tener otra charla conmigo sobre béisbol y arquería y al otro sábado también vino por
propia voluntad sin que yo lo citara. El cuarto sábado que vino, entró diciendo
triunfalmente: " ¡Mamá no puede dejar su hábito de fumar!" Eso fue todo lo que se
habló sobre el asunto. Jerry había dejado su hábito. (Se ríe.) Y durante todo el resto
de su escuela primaria y secundaria, Jerry acostumbraba hacerme una visita semanal.
Charlamos de muchas cosas y yo jamás le mencioné el "mojar la cama". Simplemente
hablamos de lo que él era capaz de hacer.
Yo sabía que Jerry quería dejar la cama seca. Le elogié su coordinación muscular, su
coordinación visual, su coordinación sensorial, y él aplicó eso mismo a otras cosas.
(Sonríe.) .
A los pacientes hay que tratarlos como individuos.
Un médico, casado con una enfermera, vino muy preocupado por su hijo de seis años,
que se chupaba el pulgar. Y cuando no se chupaba el pulgar se comía las uñas. Lo
castigaban, lo zurraban, lo azotaban, lo privaban de la comida, lo obligaban a
quedarse sentado en una silla mientras su hermana jugaba. Finalmente le dijeron a
Jackie que iban a llamar a un médico de chiflados, que trataba a los locos, y cuando
llegué a la casa Jackie me lanzó una mirada de furia, con los puños apretados. Le dije:
"Jackie, tu mamá y tu papá quieren que te trate... porque te chupas el dedo y te
comes las uñas. Tu papá y tu mamá me pidieron que fuera tu médico. Ahora bien, yo
sé que tú no quieres que sea tu médico, así que escucha bien porque voy a decirles
algo a tus padres".
Me volví hacia el médico y su esposa, la enfermera, y les dije: "Hay algunos padres
que no comprenden lo que necesita hacer un niño pequeño. Todo chico de seis años
necesita chuparse el pulgar y necesita comerse las uñas. Jackie, quiero que te chupes
el pulgar y te comas las uñas todo lo que se te antoje. Tus padres no te van a
reprender. Tu padre es médico y sabe que un médico nunca se mete con los pacientes
de otro médico. Tú eres mi paciente, y él no puede interferir en la forma como yo te
maneje. Y una enfermera nunca interfiere en lo que hace un médico. Así que no te
aflijas, Jackie. Puedes chuparte el pulgar y comerte las uñas porque todo chico de seis
años necesita hacer eso. Por supuesto, cuando seas un chico grande, de siete años,
ya serás demasiado crecido y grandote como para chuparte el pulgar y comerte las
uñas".
77
Ahora bien, Jackie iba a cumplir años dentro de dos meses. Para un chico de seis
años, dos meses es la eternidad. Su cumpleaños iba a ser en una fecha muy, muy
lejana. Jackie estuvo de acuerdo conmigo. Y todo chico de seis años quiere ser un
chico grande de siete, y Jackie dejó de comerse las uñas y de chuparse el pulgar un
par de semanas antes de su cumpleaños. Yo no había hecho más que apelar a lo que
un chico comprende.
Uno debe individualizar su terapia para satisfacer las necesidades de cada paciente.
(A Sally:) Por ser una joven que está despierta, usted permanece demasiado inmóvil.
Creo que me estuvo escuchando como en un trance y advierto que a todos los demás
les pasó lo mismo, incluso en buena compañía. (A Anna:) Y usted es la más conciente
de ello. ¿Qué hora es?
Jane: Las tres menos diez.
E.: Las tres menos diez. Ayer les pregunté si creían en la lámpara de Aladino, de la
que sale un genio. Pues bien: ¿cuántos de ustedes creen que puede salir un genio de
una lámpara? (A Stu:) Conoce ese cuento infantil, ¿no?, sobre Aladino y la lámpara
maravillosa. Yo tengo una lámpara de Aladino modernizada. No tengo que frotarla;
simplemente la enchufo en el tomacorriente y aparece el genio... un verdadero genio.
¿Qué piensan, que les estoy contando un cuento o diciendo la verdad? ¿Eh?
Stu: Según cómo sea su genio.
E.: Bueno, ella besa, sonríe, guiña. ¿Les gustaría conocer a esa clase de hermoso
genio?
Stu: ¿Perdón?
E.: ¿Les gustaría conocer a esa clase de hermoso genio?
Stu: Por cierto que me gustaría, pero creo que es su esposa. (Risas.)
E.: No. No es mi esposa.
Stu: Me gustaría conocerla.
E.: Es un verdadero genio, que sale de una luz. (A Anna:) ¿Está segura de que le
gustaría verla?
Anna: Sí.
E.: ¿Piensa que estoy diciendo la verdad, o contándole solamente una leyenda?
Anna: Creo que usted está diciendo la verdad, y creo que hay una treta.
E.: ¿Una treta? ¿No pensarán que una hermosa muchacha es una treta, no?
Anna: Sí, bueno, si sale de una lámpara de Aladino, sí.
E.: Pero recuerde: ella es mi genio y no quiero que nadie trate de sacármela. Mi
esposa no tiene celos de ella.
¿Pueden descontaminarme, por favor? (Hace una seña indicando que le quiten los
micrófonos de la solapa.)
Erickson lleva al grupo a su casa para que vea la lámpara de Aladino y sus
colecciones. La lámpara de Aladino es un regalo de uno de sus alumnos: es el
holograma de una mujer. Al encender la luz interior, aparece la fotografía
tridimensional de una mujer; cuando se da la vuelta en torno del hológrafo, la figura
guiña un ojo, sonríe y envía un beso hacia el observador. Erickson mostró con gran
orgullo a sus visitantes su colección de grabados en madera y recuerdos de diverso
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tipo. Tenía una amplia colección de grabados de los indios Seri, * que llenaban la sala
de estar, y muchos regalos interesantes que exhibía a sus alumnos para seguir
demostrando algunos de los principios psicológicos examinados por él en sus
seminarios didácticos.
Miércoles
(Uno de los hijos de Erickson preparó el sacro de una vaca de modo tal que pareciera
la cabeza; en las cavidades oculares colocó dos pequeños focos, y en el interior una
instalación eléctrica produce la descarga de la electricidad acumulada cuando se lo
desenchufa. A este artefacto se lo llama "Blinky" [el que parpadea].)
E. (a su esposa): Betty, ¿es posible encender a Blinky?
Señora Erickson: Sí.
E.: ¿Les gusta mi amigo Blinky, allí atrás?
Stu: Parece un observador muy curioso.
Señora Erickson: Muy bien. ¿Lo desconecto ahora, Milton?
E.: ¿Mientras todos lo están mirando?
Mírenlo. Ella va a hacer que Blinky deje de parpadear. (Blinhy continúa parpadeando
después de ser desconectado.) Y Blinky tiene un predominio del ojo derecho. (Pausa.)
Ahora bien: Christine me dio cierta información esta mañana. Me dijo que después de
haber estado en trance le dolía la cabeza. Me alegra que esa información haya salido a
relucir más tarde, que no me la trasmitiera de inmediato, porque cuando uno se
empeña en cambiar la manera de pensar de una persona, cuando uno quiere subvertir
sus pautas de pensamiento habituales, con suma frecuencia el resultado. es un dolor
de cabeza.
Tal Vez ustedes no se dieron cuenta, pero al inducir trances yo doy las sugestiones de
modo tal que, si la respuesta natural del sujeto es un dolor de cabeza, dejo que lo
tenga; pero también intercalo sugerencias para que no se alarmen o se atemoricen en
demasía. (Se dirige directamente a Christine:) ¿Cómo se sintió con su dolor de
cabeza?
Christine: Me dejó muy desconcertada en el momento, pero una vez que pasó me di
cuenta que ya había sucedido antes. Lo vinculé con mi primera experiencia de
hipnosis; a la sazón me decepcionó mucho la sesión de instrucción, porque parecía
que el instructor les permitía a los alumnos dar sugestiones poshipnóticas que no
estaban de acuerdo con lo que habían aprendido ni con lo que sabían acerca de los
sujetos a quienes se las impartían.
E.: Lo sé. Cuando yo formaba parte del plantel docente de la Sociedad
Norteamericana de Hipnosis Clínica, ponía siempre mucho cuidado en dar sugestiones
a todos... para que ninguno de los asistentes al curso o al seminario sufriera
innecesariamente ni tuviera luego dolores de cabeza.
Christine: Pero... quizá mi interpretación es equivocada... pero a mí me parecía que
los alumnos que impartían sugestiones a otro alumno estaban propasándose
realmente con respecto a su competencia. (E. sonríe mientras mira a Christine, y
hace una señal afirmativa.) y yo estaba... quizá muy decepcionada, o molesta con el
instructor por permitir eso. Por otra parte, como no soy psicóloga, además estaba
confundida y realmente no sabía si mi evaluación de la situación era acertada. Primero
observé cómo trabajaron todos los demás, y quedé para el final. Luego sentí que la
*
Tribu mexicana del estado de Sonora, fronterizo con Arizona. I S. c/d T. ]
79
persona que se puso a trabajar conmigo era muy insensible, tal vez, y realmente me
daba sugestiones tan absurdas que me resultaban inaceptables. Pero traté de seguir y
ser cortés, y no arruinar su experiencia de aprendizaje. Tal vez es por eso que tuve el
dolor de cabeza, y lo que revivo cada vez que me inducen un trance. No sé.
E.: Bueno, no es necesario que lo reviva más.
Por mi experiencia de chico en la granja, y cuando estudié agricultura en la escuela
primaria, aprendí la importancia de la rotación de los cultivos. Se lo expliqué en
detalle a un viejo granjero que hizo todos los esfuerzos posibles por entender lo que
yo le decía sobre la importancia de cultivar maíz un año en un terreno, al año
siguiente avena, al siguiente alfalfa, etc. Comprobé que él siempre se quejaba de que
yo le daba un dolor de cabeza. (Se ríe.) Porque al fin aprendió a modificar sus ideas.
Más tarde, cuando estuve en la universidad, un año estuve vendiendo libros en una
comunidad agraria de un grupo étnico, y allí aprendí esto otro: nadie puede rotar los
cultivos por su cuenta. El padre de familia llamaba a sus hijos casados y a sus
vecinos, y entre todos discutían la importancia de la rotación. Luego, bajo
responsabilidad de la comunidad entera, el granjero podía rotar sus cultivos; pero si lo
hacía por su cuenta, le daba un dolor de cabeza. (Sonríe.)
En cuanto a la conducta humana... desde niños nos volvemos rígidos, muy rígidos en
nuestra conducta, sólo que no lo sabemos, pensamos que somos libres, pero no es
así. Y tendríamos que darnos cuenta. (Mira hacia el piso.) Ahora bien, en esta
comunidad étnica... No les diré de qué grupo étnico se trataba, pero lo cierto es que
eran todos agricultores. Cuando vendía libros, a veces me quedaba a pasar la noche
con alguna familia de granjeros. Siempre me cobraban la comida. Una vez llegué a
una casa a la hora del almuerzo y les pedí si podía comer con ellos. El dueño de casa,
un muchacho joven, estaba recogiendo heno y su padre había venido a ayudarlo.
Antes de comer se leyó un largo capítulo de la Biblia y se rezó una larguísima
plegaria. Después de la comida, se rezó otra larga plegaria y se leyó otro capítulo de
la Biblia.
Al levantarse de la mesa, el padre sacó la billetera del bolsillo y dijo: "Comí dos papas
medianas, un poco de salsa, dos rodajas de pan y dos trozos de carne". Nombró el
resto de cosas que había comido, calculó el costo y se lo pagó a su hijo. Le pregunté:
"¿Por qué le paga el almuerzo a su hijo si dedicó una jornada a ayudarlo a recoger el
heno?" Me respondió: "Estoy ayudando a mi hijo, pero alimentarme es
responsabilidad mía; por lo tanto, se lo pago". Y otra vez vi a un joven que conducía
un automóvil en dirección a cierta localidad, y pasó junto a un anciano que iba
caminando. Yo reconocí al joven, apuré el paso y alcancé al anciano: "Su hijo va al
pueblo en el auto", le dije. "Queda a quince kilómetros, y usted va a pie. ¿Por qué su
hijo no lo levantó y lo llevó con él?" El padre me contestó: "Es un buen hijo. Para
detener un auto y volver a ponerlo en marcha hay que usar gasolina adicional. Eso no
es bueno, no hay que desperdiciar las cosas". (Sonríe) y una mañana que yo me
había quedado en lo de unas personas de ese grupo, tomé el desayuno con la familia.
Después de ingerir un buen desayuno, el jefe de la familia se fue hacia el porche
trasero; yo, curioso, lo seguí. Las gallinas corrían de un lado a otro del patio; el
hombre vomitó su desayuno y ellas lo devoraron. Le inquirí por qué lo hacía, y me
explicó -como después lo hicieron muchos otros: "Cuando uno se casa la vida cambia;
un hombre casado siempre vomita su desayuno".
Me enteré de que iba a haber una boda cierto día, a las diez y media de la mañana, de
modo que me dispuse a viajar por la ruta para estar en el lugar a las once. Allí me
encontré con la novia vestida con unos zapatos y una pollera viejos, que estaba
limpiando el granero; su marido estaba en el campo de atrás de la casa sembrando
80
maíz. Se habían casado un miércoles, y en día de semana uno no se toma tiempo
libre para frivolidades. (Sonríe.)
Una vez, en la junta de inducción, uno de mis alumnos de medicina y residente de
psiquiatría vino a verme practicar exámenes psiquiátricos a los individuos
seleccionados para el ejército; y después me dijo: "¿Estoy loco? Acabo de rechazar a
doce granjeros. Están sanos, todos ellos se quejaban de tener dolor de espalda una
vez a la semana. Ese día permanecían en cama y seis vecinos distintos venían a
ayudarlo con la labor de la jornada, porque aquel debía quedarse en cama con su gran
dolor de espalda". Yo le respondí: "Usted no está loco, simplemente conoció una
cultura étnica particular, específica".
Pudo comprobar que los hombres vomitaban su desayuno todas las mañanas, y
pasaban un día en cama mientras seis vecinos lo auxiliaban con la tarea. Inquirí lo
suficiente para saber que cada joven ayuda a sus seis vecinos una vez a la semana,
porque cada uno de ellos tenía el dolor de espalda un día distinto. El residente me
miró, incrédulo. Le expliqué que en ese grupo étnico, cuando uno contrae matrimonio,
visita a seis de sus vecinos y mantiene con ellos una seria charla. Como el joven va a
casarse, eso implica que después de hacer el coito con su mujer tendrá que guardar
cama el día siguiente, afectado de un severo dolor de espalda; y lo mismo le pasará a
sus vecinos entonces, tienen que ponerse de acuerdo sobre el día de la semana en
que practicarán el coito (se ríe), ya que ese día están impedidos de trabajar. (Sacude
la cabeza riendo.)
Eso me pareció muy divertido, y por cierto provocó las más alocadas ideas en el joven
residente, que estaba muy enamorado de su mujer. (Se ríe.)
Todo se hacía siguiendo una rutina. Lo que había hecho el abuelo lo hacía el nieto. Ese
verano aprendí mucha antropología con ese tipo. Siempre me interesó la antropología,
y creo que es algo que todo psicoterapeuta debe leer y conocer, porque diferentes
grupos étnicos tienen diferentes modos de pensar.
Por ejemplo, el estado de Pennsylvania me contrató para que les diera unos cursos a
los psiquiatras públicos de la localidad de Erie un curso de psiquiatría. Llegué allí un
domingo y me alojé en el Hospital Estadual de Erie. Fuimos a cenar y lo pasé bien en
mi encuentro con todo el equipo del hospital y las demás personas allí reunidas. Uno
de los que allí trabaja le preguntó a un colega: "¿Hoy es viernes?" El colega refunfuñó
y contestó, tendiéndole su plato de carne: "Tómalo" (tiende la mano), al par que le
decía a la camarera: "Tráigame una lata de salmón". Si un día cualquiera de la
semana uno le preguntaba a ese individuo: "¿Hoy es viernes?", no podía comer carne.
Era muy buen católico, y estaba condicionado hasta tal punto que si alguien le
preguntaba" ¿Hoy es viernes?", él no comía carne. Su colega quiso probarme que era
así.
La gente es tan, tan rígida. Cada grupo étnico tiene sus costumbres sobre lo que se
puede y lo que no se puede hacer. Cuando fui a dar conferencias a Venezuela, en
Sudamérica, tenía curiosidad por saber cómo me iría; así que a través de un
intérprete les expliqué en el aeropuerto que mi esposa y yo éramos norteamericanos,
que no habíamos conocido las ventajas de la refinada cultura venezolana, y
cometeríamos muchos errores. Confiábamos en que nos perdonarían, porque éramos
norteamericanos y no se nos había instruido realmente sobre los refinamientos de su
conducta social.
Una de las primeras cosas que aprendí fue que no debía hablar con un venezolano
cara a cara, porque la idea que ellos tienen de una conversación cara a cara es que el
pecho de cada interlocutor está tan próximo al del otro que se tocan. Como dijo una
vez Groucho Marx, "Si te acercas un poco más, quedarás detrás de mí". (Risas.) Así
pues, mantuve cuidadosamente mi bastón a esta altura (hace un ademán como si
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sostuviera un bastón delante de él). porque después de la polio nunca pude aprender
a caminar hacia atrás, y sabía que si me empujaban en el pecho me iba a caer. Así
que puse mi bastón de manera que no se me acercaran.
Le dije entonces a mi anfitrión, a través del intérprete, que mi esposa y yo
cometeríamos muchísimos errores de adaptación social, y le dije que mi esposa y yo
queríamos experimentar, y que nos gustaría asistir a una fiesta con hombres y
mujeres y sus hijos en alguna casa de familia.
Más tarde comprobé que cuando en Venezuela hay una fiesta en una casa particular
sólo asisten hombres. Si la fiesta la dan mujeres, sólo asisten mujeres; Y si la dan
niños, sólo asiste una mujer de edad para cuidarlos. Y hete aquí que estábamos con
un grupo mixto, hombres, mujeres y niños, todos los cuales eran muy atentos con
nosotros.
Pero entonces la señora Erickson hizo algo horrible. Como ella sabía bastante español,
se puso a escuchar a unos chicos de escuela secundaria que debatían acerca de la
cadena genética; la pregunta era: ¿Cuántos cromosomas hay en cada célula: 45, 46
47? Ella se sumó a la conversación y les dijo en español el número correcto. Pero
ocurre que un montón de los médicos que allí estaban desconocían ese número, y en
Venezuela se supone que los hombres están mucho mejor informados que las
mujeres; allí estaba esa mujer norteamericana diciéndole a sus hijos cosas que ni su
madre ni su padre sabían. Fue horrible de su parte.
Una rigidez. Pero todos nuestros pacientes tienen sus propias rigideces (Pausa. Una
nueva mujer entra al cuarto con Sally. Llegan unos veinte minutos tarde.) Usted es
nueva, ¿no? Llene uno de estos formularios para mi archivo. (En ese momento están
presentes once personas, además de Erickson.).
Ahora les voy a informar sobre un caso que les mostrará la importancia del
conocimiento de la antropología. (Pide a Stu que saque una carpeta. Stu se la
entrega. E. se dirige a la recién llegada:) Desconocida, ¿cuál es su nombre de pila?
Mujer: Sarah.
E.: ¿Sarah Lee?
Sarah (riéndose): No.
E. (a Siecfried): Muy bien, mi amigo alemán, acabo de preguntarle si su segundo
nombre era Lee. Sarah Lee. ¿Sabe por qué?
Siegfiied: No.. Debe ser un juego de palabras. No lo entendí.
E. (a Christine): ¿Se lo explicaría usted? Mi hijo la llama a su perra Sarah Lee (se ríe),
porque nadie la quiere. (Risa general. A Sarah:) Esa ha sido su experiencia, ¿no es
cierto?
Sarah: Tal vez.
E. (riendo): Muy bien. Hace unos años recibí una llamada de larga distancia desde
Worcester, Massachusetts. Era un psicólogo, que me dijo: "Tengo en mi consultorio a
un joven de 16 años, muy inteligente y con excelentes calificaciones en la escuela.
Acaba de terminar el tercer año del secundario. Pero tartamudea desde que empezó a
hablar. Su padre, que es una persona de fortuna, ha contratado psicoanalistas,
psicólogos, foniatras e instructores durante 15 años para que le enseñaran a hablar al
hijo, y ahora tartamudea peor que antes. ¿Quisiera tomarlo como paciente?" Le
contesté: "No tengo la energía suficiente para tomar esa clase de trabajo".
Un año más tarde volvió a llamar y me dijo: "Rick tiene ahora 17 años y tartamudea
peor que nunca; ¿no lo tomaría como paciente, favor?" Le contesté: "Eso parece
implicar demasiado trabajo, no tengo fuerzas para eso". Unos días después volvió a
82
llamar y me dijo: "He conversado con los padres y están dispuestos a enviar a Rick
para que usted lo atienda aunque sólo sea por una hora". Le contesté: "¿Entienden los
padres que una consulta de una hora no me obliga en absoluto a atenderlo ni un
minuto más?" "Le expliqué a los padres", continuó él, "que una hora es sólo una hora,
y que no podrán reclamar de usted nada más". Le dije: "Si quieren correr con los
gastos de traer a Rick desde Massachusetts y pagar mis honorarios por una hora de
consulta, ese es un problema de ellos, no mío. Atenderé al chico exactamente por una
hora".
A los pocos días entraban a mi consultorio Rick y su madre; los miré a ambos y
reconocí el grupo étnico al cual pertenecían: eran libaneses. Rick trató de hablar e
hizo un menjurje tal de ruidos que no entendí ni una palabra. Así que me volví a la
madre y le pedí que me contara la historia de la familia…
Me contó que ella y su marido habían sido criados en una cierta comunidad del
Líbano. Le inquirí acerca de la cultura libanesa de esa pequeña comunidad y me contó
al respecto.
Habían sido criados allí y luego emigraron a Massachusetts, decidieron casarse en ese
estado y luego decidieron naturalizarse. Ahora bien, en esa cultura, el hombre es algo
muy superior a Dios, y la mujer, muy inferior, lo más bajo. Los hijos de un hombre
viven con él, y en esa medida él es con ellos un dictador absoluto. Y las hijas son una
carga molesta. Hay que tratar de casarlas y sacárselas de encima, porque las niñas y
las mujeres sólo sirven para dos cosas: para el trabajo duro y para procrear y el
primogénito de un matrimonio tiene que ser varón. Si no es varón, el esposo dice tres
veces: "Me divorciaré de ti", y por más que la novia le haya aportado una dote de un
millón de dólares, se la confisca. A ella se le permite tomar a su hija y tiene que irse
con la ropa que lleva puesta, a tratar de ganarse la vida como pueda. Porque el
primer hijo tiene que ser varón.
Ahora bien, nuestro ciudadano naturalizado de Massachusetts no pudo decirle a su
mujer: "Me divorciaré de ti"; tuvo que soportar esa horrible afrenta, esa intolerable
afrenta, de que su primer hijo fuera una niña. La segunda fue niña también: la afrenta
estaba llegando demasiado lejos. Y no había nada que él pudiera hacer: era un
ciudadano norteamericano naturalizado.
Rick fue el tercer hijo. Ahora bien: lo menos que podía pedirse de él es que se
pareciera a su padre y al crecer fuese un hombre alto, espigado y esbelto, muy
semejante a su padre. Pero en lugar de ello Rick era macizo, ancho de hombros, más
o menos de un metro sesenta de alto. El padre era un individuo esbelto de un metro
ochenta, Así que Rick no sólo era una afrenta por ser el tercer hijo sino además por no
parecerse a su padre, y la palabra del padre es ley. Y los chicos, cuando crecen,
trabajan en la casa o en el negocio, y de vez en cuando el padre les da unos céntimos
a veces medio dólar. Los hijos trabajan por nada literalmente hablando, y se
comportan como es habitual en el viejo y buen Líbano, en esa zona particular del
Líbano.
Rick empezó a tartamudear no bien comenzó a hablar, y siguió tartamudeando a
pesar de haber sido atendido esos 16 años por psicoanalistas, psicólogos, foniatras,
instructores o cualquier otra clase de asistencia que el padre, que era un hombre muy
rico, podía pagar. Esta fue la información que obtuve de la madre.
Le dije a la madre: "Estoy dispuesto a ver a Rick durante dos horas más, siempre que
cumpla con estas dos condiciones: Puede alquilar un automóvil y pasear por Phoenix,
Arizona, y ver lo que se le antoje. Pero recuerde, yo soy un hombre". Por eso, al
decirle que "podía" hacer eso, para ella era una orden absoluta de hacerla. (Apunta
hacia Christine con su mano izquierda y cambia levemente la inflexión de la voz.)
"Aquí en Phoenix hay una colonia libanesa", continué yo. "Pero en ese paseo, nunca,
83
bajo ninguna circunstancia, debe usted hablarle a un libanés". Ellos aceptaron hacer
eso. Yo agregué: "Hay otra condición: Tengo una amiga que es dueña de una florería
y de una guardería infantil. Voy a telefonearle, y quiero que ustedes escuchen la
charla que mantengo con ella". La llamé a Minnie, mi amiga, y le dije: "Minnie, hay
aquí en mi consultorio un muchacho de 17 años que es paciente mío. Todos los días, a
la hora que tú indiques, él irá a tu florería o a tu guardería, y quiero que le encargues,
Minnie, el trabajo más sucio que tengas. Lo reconocerás apenas entre". Minnie era
libanesa y yo había tratado a dos de sus hermanos, así que se dio cuenta de lo que yo
quería decir. "Trabajará durante dos horas", agregué, "y no le pagarás nada, no le
darás siquiera una flor marchita. Y quiero que la tarea sea lo más sucia posible.
Apenas entre lo reconocerás. No tienes que saludarlo, ni decirle nada, simplemente le
indicas lo que debe hacer". Ningún hombre que se respete en esa comunidad libanesa
pensará jamás en trabajar para una mujer... es un ultraje a su dignidad. Y en cuanto
a los trabajos sucios, sólo las mujeres están hechas para eso.
Unos días después verifiqué que Rick estaba concurriendo a lo de Minnie, quien le
había encargado la tarea de mezclar a mano estiércol con tierra. Porque Minnie sabía
cuál era mi intención. No le dirigía la palabra a Rick; éste se presentaba todos los días
a la hora fijada, trabajaba dos horas completas y se iba sin que nadie lo saludase ni
hablara. Ahora bien, es deber de toda mujer libanesa hacerle una reverencia o decirle
algo cortés a cualquier hombre que tenga enfrente. En este sentido, Rick era tratado
como la hez de la tierra. Vigilé a Rick y comprobé que trabajaba dos horas por día,
todos los días de la semana, y que ni él ni su madre habían visitado a libaneses.
En ese período atendí a Rick de vez en cuando. Le hice a su madre minuciosas
preguntas sobre él, sus hermanas, el lugar de Worcester donde vivían, etc., sólo para
contar con una sólida información general. Y después de ver a Rick algunas veces,
una hora cada vez, le dije a su madre: "Señora, quiero que alquile un departamento
para Rick le abra una cuenta en el banco, y luego se tome el primer avión de vuelta a
Worcester". La madre respondió: "No creo que su padre lo apruebe". (Mira a
Christine.) "Señora", proseguí yo, "nunca permito que nadie interfiera con mis
pacientes. Ahora váyase y haga lo que le dije". Así, ella supo que estaba hablando con
un hombre. Alquiló un departamento, abrió una cuenta bancaria y ese mismo día se
fue a Massachusetts.
Rick vino a verme y le dije: "Rick, te he escuchado atentamente. Desde que tenías un
año te han dicho que tartamudeabas. Te lo han dicho los psicoanalistas, los
psiquiatras, los médicos en general, tus maestros, foniatras, psicólogos, instructores y
todos los demás". Hice una pausa y continué: "Rick, te he escuchado atentamente. Yo
no creo que tú tartamudees. Quiero que mañana vengas con dos hojas de papel.
Escribirás en ellas los números de uno al diez y las letras del alfabeto y después
escribirás una composición sobre el tema que se te antoje y la traerás mañana. Y eso
demostrará que tú no tartamudeas". Se mostró sorprendido.
Al día siguiente volvió con las dos hojas. Les mostraré una. Los subrayados son míos.
Los hice para ayudar a los alumnos a entender por qué eso probaba que él no
tartamudeaba. Les bastará echarle una mirada apenas, como esta (mira la hoja unos
segundos) la pasa a Anna, sentada inmediatamente a su izquierda, en el sillón verde),
y se darán cuenta de que Rick no tartamudeaba.
Sin embargo, tengo la ambición de que alguien, algún día, mire esa hoja y me diga:
"Es cierto, Rick no tartamudeaba". (A Anna:) Usted ha tenido esa hoja en la mano el
tiempo suficiente como para escribir una tesis, pero todavía no se dio cuenta; así que
pásela. (A Sande, la persona siguiente:) Usted no escribirá una tesis sobre eso.
Anna: Sí, creo que me doy cuenta.
84
E. (asiente con la cabeza): Pásela. (La hoja circula entre todos los miembros del
grupo. E. se dirige a Anna:) Bien, usted dijo que sabía por qué esto era una prueba
de que Rick no tartamudeaba.
9876543210
zyx w vu tsrq pon m I kji h gfedcba
Histor de im vida
Yo creg que exis otra razoQ de q yo tartamudQg,quenosotr no analizamso. Yo croe,
sin embarog, que eas razón sool es secunda. raL Peor quizsa usted pienes que eas
razón on tiene naad que vre con im tartamudeo.
En im niñez, hasat que estuev en cuarot grado, ear muy gorod. Incluso ahoar mi peos
es oscilanet. Puedo engordra cinco kilso o dize kilos, despuse hago dieat y tlaot de
bajarlso. Ahora misom decidí hacre una dieat. Noté qeu cuando estro muy nervioos o
pero turbaod, mi peos (aumeata) (IWmeaeta) aumeneta porque entonese yo
Anna: Quiero manifestarle lo que pienso. El escribe de derecha a izquierda, en lugar
de hacerlo de izquierda a derecha. Así que probablemente en su pensamiento y en su
aprendizaje mezcló las dos formas de algún modo en su cerebro, y entonces tiene
cierta confusión. ¿Tiene sentido lo que digo?
E.: ¿Es eso lo que usted piensa?
Anna: Sí.
E.: Y es equivocado.
Anna: ¿Es equivocado?
Christine: ¿Tendrá algo que ver con sus antecedentes árabes, y con el hecho de que
los árabes escriben de derecha a izquierda?
E.: No.
Siegtried: ¿Dijo usted que le encargó escribir dos hojas para demostrar que no tenía
necesidad de tartamudear?
E.: Debía escribir los números de uno a diez, el alfabeto, y dos hojas de composición
sobre el tema que se le antojase. Yo le eché una mirada a lo que me trajo y le dije:
"Muy bien, Rick, tú no tartamudeas. Ahora te mostraré, Rick, qué es lo que está mal".
(Toma un libro y comienza a leer.) "'Vida', 'amor', 'es', 'uno', 'trabajo', 'es', 'de',
'ambos', 'ventaja', 'la', 'hacia', 'responsabilidad', 'enfrentado', 'mi', 'eso', 'hacia',
'reaccionó', 'él'. Oíste cada una de las palabras que dije, pero no te comuniqué nada,
¿no es cierto?".
(Mira la hoja escrita por Rick.) Veamos qué puso en esta hoja. Mi comunicación había
sido la siguiente: Escribe los números de uno a diez. ¿Y qué fue lo que él me
comunicó de retorno? "Nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero".
Estos son símbolos numéricos, no son los números de uno a diez. Así que él no
entendió mi comunicación y no me devolvió la comunicación que yo le pedí. Le solicité
que escribiera el alfabeto; él escribió todas las letras, pero no el alfabeto.
Nuevamente, no entendió mi comunicación y no me retornó su comunicación. En
cuanto a la composición, cada otra palabra* (otra es aquí la palabra importante) tiene
un error de ortografía. ¿Y cuál es ese error? Las dos últimas letras están invertidas.
Descendía de libaneses. Esa fue la primera parte de su familia, y estaban todos bien.
Y tenía dos hermanas nacidas antes que él, y debieron haber dos inversiones en esa
familia. Pero era imposible hacerlas. Le expliqué esto a Rick, y luego le dije: "Tu
terapia será esta, Rick. Quiero que tomes un libro cualquiera, el que se te antoje, y lo
*
other word o sea, una palabra de cada dos; traducimos literalmente por lo que sigue. [N, del T.]
85
leas en voz alta de atrás para adelante, desde la última palabra hasta la primera. Eso
te dará práctica en decir palabras sin comunicar nada.
!Así como yo leí sin comunicar, tú necesitas práctica en decir palabras. Así que lee el
libro para atrás, palabra por palabra, desde la última hasta la primera. Así adquirirás
práctica en decir palabras.
"Y lo siguiente es esto, Rick. Vienes de un hogar en que la cultura dominante es
libanesa. Nada tiene de malo o equivocado la cultura libanesa. Es adecuada para los
libaneses. Pero tú y tus hermanas nacieron en Estados Unidos. La cultura de ustedes
es la estadounidense. Ustedes son ciudadanos de primera clase de Estados Unidos;
sus padres son ciudadanos de segunda clase. Esto no significa menospreciarlos,
porque ellos procedieron como mejor pudieron. De modo que tú puedes respetar la
cultura libanesa, pero no es tu cultura. Tu cultura es la de Estados Unidos.
"Tú eres un muchacho estadounidense de 17 años. Trabajas en el negocio de tu
padre, quien te da un níquel, un céntimo, quizá medio dólar de vez en cuando. Los
hijos de padres libaneses trabajan por nada y hacen todo lo que les dice el padre.
Pero tú no eres un muchacho libanés, tú eres un muchacho estadounidense. Tus
hermanas son muchachas estadounidenses. Para la cultura estadounidense, eres un
muchachote estadounidense de 17 años, que conoce el negocio de su padre mejor
que cualquiera de sus empleados. Le dirás a tu padre que te agradaría seguir
trabajando en su negocio pero que quieres recibir el sueldo de un trabajador
estadounidense.
"Tus padres tienen derecho a pedirte que te vayas de casa, y tú tienes derecho a
pagarte el alquiler de tu cuarto, tu comida y el lavado y planchado de tu ropa. Eso es
lo que hace un estadounidense. Quiero que les expliques esto a tus hermanas.
"Ahora bien, tus padres, de cultura libanesa, piensan que las leyes americanas no
dicen que uno deba ir a la escuela después de los 16 años. Pero toda muchacha
estadounidense tiene derecho, si sus padres cuentan con dinero, de terminar su
escuela secundaria e ir a la universidad si le place. Ese es su derecho estadounidense,
su derecho cultural. Les explicas esto muy cuidadosamente a tus hermanas y les
haces entender que ellas son ciudadanas estadounidenses, nativas de Estados Unidos
en una cultura estadounidense.
"Pero a ti, Rick, que vives en un hogar libanés, te han enseñado cómo debes pensar,
cuándo debes pensar y en qué dirección debes pensar. Pero tú eres estadounidense.
(E. parece dirigir la mirada a Christine.) Los estadounidenses pueden pensar lo que
les plazca. Bien, quiero que tú tomes un buen libro, una buena novela, y leas el último
capítulo; luego te pondrás a pensar, imaginar y especular acerca de lo que podría
contener el capítulo anterior. Piensa todo lo que se te antoje. Luego lee ese penúltimo
capítulo y comprueba en qué aspectos te equivocaste; seguramente te habrás
equivocado en muchos. Entonces imaginas qué puede decir el capítulo anterior a ese,
y lo lees; y así, cuando hayas terminado de leer el libro desde el último capítulo hasta
el primero, pensando, imaginando y especulando, habrás aprendido por ti a
reflexionar libremente en todas direcciones.
"Y además de eso, tendrás que aprender esto otro: un buen autor traza un argumento
para su relato y da cuenta de las ideas y comportamientos de los seres humanos en
forma fiel y correcta. Ahora bien, te contaré mi propia experiencia. Leí La montaña
mágica, de Thomas Mann, y al llegar a la página 50 ya sabía que Hans Castorp, el
personaje principal, iba a suicidarse. Cuanto más avanzaba en la lectura, más certeza
tenía de que Hans Castorp se iba a suicidar; pero sabía que lo intentaría de muchas
maneras distintas y que iba a fracasar. Hasta que al final me dije: sí, va a suicidarse,
pero lo hará de modo de contar con la aprobación social.
86
"Algo más sobre lectura de libros. Ernest Hemingway es un buen autor. Cuando leí
Por quien doblan las campanas, en una de las páginas hizo una breve aparición un
personaje muy secundario, contra cierto telón de fondo psicológico. Supe en ese
mismo momento que un buen autor como Hemingway seguramente lo haría
reaparecer a ese personaje en otro momento de la historia, contra el mismo telón de
fondo psicológico, de modo de crear una situación nítida.
"Bien, Rick, tu terapia consiste en respetar a tus padres, saber qué significa la cultura
estadounidense para ti y para tus hermanas, y aprender a pensar libremente en todas
direcciones".
Rick se fue cavilando. Un par de días después me llamó por teléfono el psicólogo que
lo había derivado, la primera persona a quien Rick había ido a ver. Me llamó y me dijo
que Rick había mejorado en un 90 por ciento.
Rick me escribió muchas cartas, como si le escribiera a un padre. Yo se las respondí
evitando toda semejanza con el papel de padre. Le respondía como si fuera un amigo
de la escuela secundaria
Un año más tarde vino a verme. Hablaba con soltura y cómodamente, con voz clara.
Su padre había querido que ingresara en Yale o en Harvard, pero él escogió otra
universidad -como lo habría hecho cualquier muchacho estadounidense-. El padre
quería que estudiase administración de empresas; Rick me dijo: "Sé que ningún
gerente me contrataría. Seguí esa carrera durante un semestre pero no me gustó y la
dejé. Estoy más interesado en la química o la psicología". Después de concurrir a la
universidad durante tres años, empezó a pensar que cualquier buen joven
estadounidense debe pagarse con su propio trabajo por lo menos una parte de sus
estudios universitarios, "y bien", me dijo, "este año, después de tres años de estudio,
dejé la universidad. La situación laboral en Massachusetts, está muy mal; voy a
trabajar en forma regular en el negocio de mi padre. Conozco ese negocio mejor que
todos los otros empleados, y voy a tener el sueldo que le corresponde a un
estadounidense. Con él me pagaré el alquiler, la comida y el lavado y planchado de la
ropa. Me compraré la ropa yo mismo y ahorraré algún dinero para costearme el cuarto
año de la universidad. Tal vez entonces deje de estudiar y gane más dinero para
poder seguir estudios superiores".
"Muy bien, Rick", le dije. "¿Qué me cuentas de tus hermanas?" Respondió: "Conversé
con ellas y coincidieron conmigo en que eran nativas estadounidenses y que iban a
vivir como estadounidenses. Así que no dejaron de estudiar a los 16 años. Una de
ellas terminó la universidad y está viviendo sola y ejerciendo la docencia. Sé que el
modo de vida libanés consiste en que los hijos solteros convivan con sus padres. Mi
hermana es estadounidense, vive sola y le gusta enseñar. Mi otra hermana también
ingresó en la universidad pero no estaba contenta con lo que había elegido y se pasó
a la facultad de derecho. Está ejerciendo la abogacía". (Al grupo:) No sé qué pensarán
de mí los padres, pero lo que sé es que pueden estar orgullosos de sus tres hijos. Si
ustedes quieren, pueden llamar a esto terapia familiar.
La terapia de la madre fue esta: "Señora, ya escuchó lo que dije. Ahora, hágalo".
(Sonríe y hace unos gestos en dirección a Christine.) Yo conocía la cultura libanesa.
En el Líbano hay diversas culturas, diversos grupos: cristianos, musulmanes,
zoroástricos, etc. Pero lo importante es esto: Ocúpese de su paciente y no le inculque
sus propias ideas.
Los libaneses pueden escribir de derecha a izquierda, pero Rick había nacido en
Estados Unidos, y aquí se escribe de izquierda a derecha. Y cada cual dice lo que
piensa y hace lo que piensa. Eso es lo importante... reconocer todo lo que tiene que
ver con cada paciente.
87
Por supuesto, el hecho de haber tenido como paciente a los dos hermanos de Minnie
me enseñó muchísimo acerca de los libaneses. Ellos respetan ahora a su hermana
Minnie, la consideran una mujer de negocios competente que está en un pie de
igualdad con ellos como ciudadana norteamericana.
¿Cuántos de ustedes trataron de leer un libro de atrás para adelante, procurando
adivinar lo que escribió el autor? Creo que todos deberían hacerlo. En, El motín del
Caine,* después de leer los primeros capítulos le dije a mi esposa: "Ya sé cómo va a
terminar el capitán Queeg". Es un gran libro, El motín del Caine.
Hay un libro que se llama Callejón de pesadilla,** que describe a esas pequeñas
compañías norteamericanas que se trasladan de un lugar a otro del país montando en
cada sitio un parque de diversiones. Mi hija Betty Alice lo leyó y se lo recomendó a su
madre, y ambas me lo recomendaron a mí. Yo leí la primera página y les inquirí:
"¿En qué momento del libro supieron cómo iba a terminar?" Ambas replicaron:
"Cuando llegamos al final". Yo les dije: "Relean esa primera página". En esa primera
página estaba el final de la historia. Callejón de Pesadilla es una buena muestra de
cómo funcionan esos parques de diversiones y cómo se embauca a la gente.
Confío en que todos ustedes lean algún día ese libro, simplemente para su cultura
general. Pienso que todos los terapeutas deberían leerlo.
(A continuación, E. comenta las fallas de varias modas psicoterapéuticas recientes, y
luego continúa.) Creo que toda psicoterapia basada en una teoría es errónea, porque
cada persona es distinta de las demás.
Si ustedes invitan a alguien a cenar en un hotel no se les ocurriría decirle qué tiene
que comer; si realmente quieren invitarlo a comer, dejarán que su invitado elija por sí
mismo lo que quiere comer. Y si después quieren llevarlo a ver algún espectáculo, ¿lo
obligarían acaso a ver una película de vaqueros porque a ustedes no les gusta ir a un
concierto? Si de veras quieren agasajarlo, y a él le gusta la música, tratarán de
complacerlo.
Para ver qué psicoterapia van a aplicar, tienen que ver qué paciente tienen delante.
Rick era un estadounidense hijo de libaneses. Sus padres vivieron en el Líbano hasta
la edad adulta, luego contrajeron matrimonio en Massachusetts y se naturalizaron y la
cultura de Massachusetts es muy diferente de la del Líbano. Ellos eran adultos. Bien,
esa es la historia de Rick. (Pide el uno de los asistentes que coloque de vuelta en el
estante la carpeta.)
He aquí otro caso sobre el cual quiero informarles. Ayer les señalé esa muñequita
encima del reloj del living (en la recorrida que hicieron por la casa luego de la sesión).
Una mujer me telefoneó desde Canadá y me dijo: "Yo soy médica y mi marido
también; tenemos cinco hijos. La del medio, una chica de 14 años, está internada en
el hospital, con anorexia nerviosa. El último mes perdió dos kilos y medio, está
pesando treinta kilos. Mi marido y yo sabemos que muy pronto morirá de inanición.
Ha sido alimentada por vía endovenosa, rectal, con sonda, se ha recurrido a la
persuasión, nada parece hacerle bien".
La anorexia nerviosa suele darse en chicas adolescentes, y también puede
presentarse en hombres y mujeres adultos. Es una enfermedad, una enfermedad
psicológica, en que la persona se identifica con Dios, con Jesús, con la Virgen María,
con algún santo o con la religión en general, y voluntariamente se deja morir de
hambre. Piensa que todo el alimento que necesita es una galleta y un vaso de agua.
*
La novela de Hennan Wouk. [N. del T.]
**
Nightmare Alley, de William Gresham. [N. del T.]
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Yo he visto en el hospital no menos de cincuenta casos fatales de anorexia nerviosa,
pese a que los médicos hicieron todo lo posible, con toda la correcta dignidad médica
y un correcto proceder profesional, para salvarles la vida.
Recuerdo a una chica de 14 años que pesaba menos de treinta kilos y que llegó a
sacarlo de sus casillas al director médico, al punto que su proceder con ella no fue el
que corresponde a un profesional, para que la chica comiera y modificara su conducta,
hizo que se desvistiera por completo y luego pidió a los que quisieran dar vueltas en
torno de ella mirándola escrupulosamente; la chica se quedó ahí parada sin
parpadear, sin sonrojarse siquiera, como si estuviera en medio de la oscuridad a
cientos de kilómetros de cualquier ser vivo, y no se sentía molesta en absoluto.
Estaba totalmente despreocupada.
La relación emocional de estos pacientes con su familia... no sé cómo describirla. Son
personas tranquilas, mansas. Nunca hacen nada incorrecto. Se disculpan por lo que
les sucede, pero lo cierto es que no comen, y no se dan cuenta de que son pura piel y
huesos.
Es horrible mirar a una chica de 14 años, de estatura normal, que pese menos de
treinta kilos; pero, en general, las principales asociaciones profesionales han mirado a
otro lado, dejando morir a estos pacientes, a la par que los trataban con dignidad
profesional y con la correcta cortesía.
La madre había leído Terapia no convencional, esa obra de Jay Haley sobre mis
técnicas, y me dijo: "Tanto mi marido como yo pensamos que si hay alguien que
pueda salvar a mi hija, es usted". Yo le contesté: "Déjeme que lo piense, llámeme
dentro de un par de días". Reflexioné sobre el asunto y cuando la madre volvió a
telefonear le dije que me trajera a la chica a Phoenix.
Fue así como vinieron la madre y Barbie. Esta era una chica muy bonita, inteligente,
brillante, salvo que sólo comía una galleta y un vaso de gaseosa por día. Eso era todo.
Comencé a hacerle preguntas a Barbie. Le pregunté el nombre de la calle en que vivía
en Toronto, y la madre me lo dijo. Pregunté a Barbie el número de su casa en esa
calle, y la madre me lo dijo. Pregunté a Barbie a qué escuela iba, y la madre me lo
dijo. Pregunté a Barbie en qué calle quedaba la escuela, y la madre me lo dijo.
Durante dos días dejé que eso continuara así, la madre respondiendo a todas mis
preguntas.
Al tercer día, la madre entró lamentándose: "Hace tres noches que duermo mal,
porque Barbie pasa toda la noche gimoteando en voz baja, y no me deja conciliar el
sueño". Me volví hacia Barbie y le inquirí: "¿Es cierto eso, Barbie?" La madre la miró,
y Barbie respondió: "Sí, no sabía que no la dejaba dormir a mamá. Lo siento". Yo dije:
"Mira, Barbie, no basta decir que lo sientes. Aunque tu intención no haya sido dejar
dormir a tu madre, lo cierto es que ella no pudo dormir, y creo que debes ser
castigada por no haberla dejado dormir". Barbie dijo: "Yo también lo creo".
De modo que, en privado, le expliqué a la madre cómo debía castigarla: "Ráyele un
huevo duro y déselo como castigo". La madre le hizo tragar a Barbie, como castigo,
dos huevos duros. Ahora bien, Barbie pensaba que eso era un castigo, pero yo creo
que su aparato digestivo pensaba que era comida. (Sonríe.) De este modo yo
trastroqué su fisiología y Barbie cumplió de buen grado con el castigo.
En las primeras dos semanas, Barbie recobró un kilo y medio, perdió medio kilo y lo
volvió a recuperar.
¡Ah!, ese tercer día, cuando le expliqué a la madre cómo debía castigarla, en privado,
le dije: "Cada vez que yo le hago una pregunta a Barbie la contesta usted. Por
ejemplo, la última pregunta que le hacia respondía usted. Ahora bien, quiero que
comprenda esto: si le hago una pregunta a Barbie, quiero que me la conteste Barbie.
89
De ahora en adelante, señora, usted cerrará la boca". (Hace un vigoroso ademán con
su mano izquierda.)
¿Pueden imaginarse el efecto emocional que tuvo en Barbie que un extraño le dijera a
su madre que debía cerrar la boca? Porque eso tuvo que provocar una reacción
emocional en Barbie, quien a partir de entonces vería a su madre bajo una luz
emocional diferente totalmente cuando hablara con ella. Fue una dura lucha hasta que
la madre aprendió a cerrar la boca cada vez que yo le hacía una pregunta a Barbie.
Mi tratamiento con Barbie consistió en contarle breves relatos, metáforas, historias de
suspenso o intriga, narraciones aburridas. Le conté toda clase de pequeñas historias y
relatos. Por ejemplo, le dije a Barbie que mi madre había nacido en una cabaña de
troncos de súper lujo. Barbie procedía de una familia adinerada; nunca había visto o
escuchado a ninguna persona cercana que hubiera nacido en una cabaña de troncos
de súper-lujo. (Al grupo:) Aunque todos ustedes tienen formación universitaria, no
creo que sepan lo que es una cabaña de troncos de súper-lujo. Una cabaña de troncos
de súper-lujo es una cabaña cuyas cuatro paredes están hechas de troncos y el piso
es de madera. Y luego le dije en tono triste a Barbie que yo también había nacido en
una cabaña de troncos, pero una cabaña común y corriente. Fue en un campamento
de mineros de las montañas de la Sierra Nevada. Tenía tres lados de troncos y el
cuarto era la ladera de la montaña, y el piso era de tierra, y le conté que mi madre
tenía una casa de comidas en ese campamento minero, y que el número de obreros
que trabajaban en la mina cambiaba continuamente. Mi madre llegó allí procedente de
Wisconsin. Mi padre era uno de los propietarios de la mina, y la invitó a que dejara
Wisconsin y se fuera a Nevada, a hacerse cargo de la casa de comidas. Mi madre
comprobó que su primera obligación era preparar el pedido de comestibles: sal,
pimienta, canela, levadura, harina, unos cuantos kilos de orejones de manzanas,
tasajo, todo lo que se necesita para seis meses, porque- el vendedor de comestibles
iría en una carreta tirada por veinte mulas dos veces por año. Y cuando uno
administra una casa de comidas, no se puede quedar sin provisiones.
Pueden imaginarse lo difícil que le sería a cualquiera que sepa cocinar calcular cuánto
de esto y cuánto del otro necesitará para, no digo mucho, para una semana. Barbie
quedo muy impresionada, porque su madre le había enseñado mucho antes de que
ella empezara a enfermarse. Barbie estaba realmente interesada en esa historia; le
conté otra historia verídica acerca de cómo mi madre, casada con mi padre 73 años
antes de morir, quedó viuda durante tres largas horas. Esto realmente atrapó la
atención de Barbie, porque... ¿cómo puede una mujer estar casada durante 73 años
con un hombre y quedar viuda por tres horas? He aquí la historia:
En la cuadrilla de mineros de la que mi padre era capataz había uno a quien llamaban
Sawyer "el Malo". En aquellos días todo el mundo llevaba encima un revólver de seis
tiros y un cinto con balas. Sawyer "el Malo" tenía la fama de matar desde una
emboscada y luego hacer una muesca en la empuñadura del revólver. Y nunca se
pudo probar su culpabilidad porque nadie presenciaba sus asesinatos... simplemente
se encontraba el cadáver."
Un lunes a la mañana Sawyer "el Malo" se presentó a trabajar borracho. Mi padre le
dijo: "Sawyer, no es negocio que vengas a trabajar a la mina borracho. Vete a dormir
hasta que te despejes". Sawyer trató de sacar su revólver y disparar, pero mi padre
fue más rápido, y le dijo: "Sawyer, estás demasiado bebido como para dispararme".
Sawyer lo desafió a pelear con los puños; mi padre replicó: "Estás demasiado bebido
para pelear: Vete a dormir y despéjate. Y si vuelves a aparecerte borracho alguna
vez, estás despedido".
Al lunes siguiente Sawyer volvió a aparecer borracho. Todos los mineros habían
formado ronda para ver qué haría mi padre. Mi padre le dijo: "Sawyer, el lunes
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pasado te dije que si volvías a presentarte borracho, estabas despedido. Ve a la
oficina, pide tu paga y tómate el espiante". (A Christine:) "Tómate el espiante" quiere
decir "Vete al infierno (se ríe), lo más lejos que puedas". Sawyer quiso sacar su
revólver y mi padre le dijo: "Estás demasiado bebido para dispararme. Estás
demasiado bebido para pelear conmigo. Vete, llévate tu paga y tómate el espiante".
La mina estaba a una cierta distancia de la cabaña en que vivían mi madre, mi
hermana mayor y mi segunda hermana. Sawyer se largó hacia la montaña, y
cualquiera que haya hecho alpinismo sabe que es una dura faena; cuando llegó a la
cabaña ya estaba sobrio. Le preguntó a mi madre: "Señora Erickson, ¿dónde estará
hoy su marido a las seis de la tarde?" Y mi madre inocentemente le respondió:
"Bueno, Albert tiene que ir a Davis Canyon por unos trámites, y estará de vuelta a las
seis". Sawyer le dijo: "A las seis usted quedará viuda".
Mi madre corrió al interior de la casa y sacó el rifle para dispararlo sobre Sawyer; pero
antes de salir de la cabaña se dio cuenta que eso era una torpeza, ya que Sawyer
podía estar escondido detrás de alguna de esas grandes rocas (hace unos gestos) y la
tumbaría con toda facilidad sin que ella pudiera verlo siquiera. Así que volvió sobre
sus pasos y colgó el rifle.
A las seis mi madre ya tenía la comida lista sobre la hornalla para que se conservara
caliente. Pasaron las seis, llegaron las seis y media, las siete menos cuarto, las siete,
las siete y media, las ocho, las ocho y cuarto, las ocho y media, las ocho y treinta y
cinco, las ocho y cuarenta y cinco, las ocho y cincuenta, nueve menos cinco, las
nueve.
Unos minutos antes de dar las nueve entró mi padre. Mi madre sirvió la comida
caliente y le preguntó: "¿Cómo es que llegaste Albert?" Mi padre respondió: "Me perdí
y tuve que regresar el camino de Florence Canyon". Mi madre rompió a llorar y le
dijo: "¡Estoy tan contenta de que te hayas perdido!" Mi padre replicó: "Mujer, ¿por
qué te pones contenta de que me haya perdido en la montaña? ¿Por qué lloras?"
Entonces ella le contó lo de Sawyer "el Malo". Mi padre le dijo: "Pon de vuelta la
marmita en la bomalla para mantenerla caliente". Tomó el revólver de seis tiros bajó
hacia Davis Canyon en la oscuridad para batirse con Sawyer "el Malo". Pocos minutos
después retornó a la cabaña y, muy avergonzado, le dijo a mi madre: "Fui un necio en
sospechar que Sawyer aún pudiera estar esperándome para que nos tiroteemos.
Probablemente a estas horas ya haya cruzado la frontera del estado". (Se ríe.)
Esta historia le interesó mucho a Barbie. Y le conté que mi madre encargaba las
provisiones con seis meses de anticipación. Por supuesto, en todas las comidas se
servía tarta de manzanas, hasta que los mineros se hastiaron de los orejones de
manzana; y un día mi madre decidió agasajarlos y les hizo un flan de maíz todo
espolvoreado de canela. Sirvió la tarta de canela y a todos les gustó. Y sigue siendo
mi tarta favorita, aunque mi esposa y mis hijas introdujeron algunas modificaciones
en la receta original.
Ahora bien, la madre de Barbie se requetecansó de escucharme contar mis historias a
su hija. Bob Pearson, un psiquiatra de Michigan, entró al final de la sesión, se sentó y
dijo: "No tengo ganas de escuchar sus historias. Usted está paseando a esa pobre
criatura por toda la gama de las emociones, una y otra vez. Como resultado de ello,
yo estoy todo sudado". Yo le contesté: "Las emociones de esa chica necesitan
ejercicio".
Es una familia muy adinerada, y le gusta viajar. A menudo se iban de vacaciones a
Acapulco y la ciudad de México, a las Bahamas o Puerto Rico, o Londres; Viena o
París.
91
Unas dos semanas más tarde -yo no la veía a Barbie todos los días, tenía mucho
trabajo- su madre dijo: "Barbie no conoce el Gran Cañón del Colorado. ¿No hay
inconvenientes en que nos tomemos unos días para ir allí?" "Parece una excelente
idea", contesté yo, y le pregunté a Barbie si a ella le interesaba; después de todo, le
dije, yo era médico y se suponía que debía cuidar de su salud. "Porque es tu madre te
trajo aquí", continué. "Y quiero que entiendas mi autoridad como médico. Por lo que
he podido ver, tú no tienes ningún problema de salud. No obstante, yo soy médico y
estoy obligado a cuidar de tu salud de todas las maneras posibles. Y como médico lo
único que se me ocurre que puedo hacer por ti es asegurarme de que te lavarás los
dientes dos veces por día, y te masajearás las encías dos veces por día". Barbie
prometió lavarse los dientes dos veces por "Ahora bien", proseguí, "debes usar un
colutorio para sacarte el dentífrico de la boca, de modo que no te lo tragues. El
colutorio es un líquido para enjuagarse la boca, se supone que tampoco te tragarás
este líquido. Quiero que me prometas que te cepillarás los dientes dos veces por día y
usarás el colutorio dos veces por día". Y Barbie me hizo la fiel promesa de que se
cepillaría los dientes dos veces por día y usaría el colutorio dos veces por día. Le
encargué: "El dentífrico puede ser cualquiera que contenga flúor; como colutorio
tendrás que usar aceite de hígado de bacalao". (Sonríe. Al grupo:) Si alguno de
ustedes probó jamás el aceite de hígado de bacalao, ni siquiera tendrá ganas de mirar
en esta dirección. Y hete aquí que Barbie, religiosamente, se limpió la boca con aceite
de hígado de bacalao. Y me imagino que todos ustedes saben que después de
limpiarse la boca con aceite de hígado de bacalao, uno intentaría limpiársela con fango
puro, porque tiene un gusto espantoso.
Hela aquí, pues, a Barbie identificada con la religión. Me había hecho una promesa fiel
y estaba atrapada. Hizo una promesa, y siendo tan religiosa, tenía que cumplirla. Le
dije a su madre que comprara una botella de un cuarto litro de aceite de hígado de
bacalao; y como mencionó que visitarían el Gran Cañón, lo aprobé y le comenté
acerca del Cráter del Meteoro, el Bosque Petrificado, el Desierto Pintado, el Cráter del
Crepúsculo y varios otros panoramas. Y le encargué a Barbie que no olvidara llevar
consigo el colutorio, y a la madre, que se asegurara de recordárselo. Luego le dije a la
madre: "y esa será la última vez que usted le habrá de mencionar el colutorio. No se
dará por enterada de que lo perdió". Porque yo sé cómo proceden los chicos de 14
años. Yo sabía que Barbie no se iba a acordar de traer consigo el colutorio.
Así pues, Barbie volvió de la gira por Arizona cargada con una enorme culpa.
Deliberadamente había dejado el colutorio en algún sitio, pese a la fiel promesa que
me había hecho. Se sentía cargada de una culpa terrible. Y eso no se compagina bien
con la religión. (Se ríe.) Y no podía decírselo a su madre. Tampoco podía decírmelo a
mí. Lo único que le quedaba era sentirse culpable. Y eso, por cierto, no se compagina
con la identificación religiosa.
Yo no veía a Barbie todos los días. Un día le pedí a la madre que se pusiera de pie y le
pregunté cuánto medía. Ella respondió: "Un metro sesenta y cinco". En realidad, creo
que me estaba mintiendo. Tenía el aspecto de medir un metro setenta y tres. Cuando
a ciertas mujeres se les hacen preguntas personales, suelen modificar las respuestas.
Siegtried: No entiendo.
E.: Modifican las respuestas. Dijo que medía un metro sesenta y cinco, y yo pienso
que medía un metro setenta y tres o un metro setenta y cinco, porque las mujeres
suelen modificar las respuestas a las preguntas personales.
Le pregunté luego cuánto pesaba. Me respondió muy orgullosa: "Cincuenta y nueve
kilos, el mismo peso que tenía cuando me casé". (Hace un gesto de incredulidad.)
"¿Cincuenta y nueve kilos? ¿Una mujer de cuarenta y cinco años, madre de cinco
hijos... y sólo pesa cincuenta y nueve kilos? ¡Señora, con toda seriedad le digo que
92
usted tiene muy poco peso! Tendría que pesar como mínimo sesenta y Cinco kilos...
más probablemente setenta o setenta y dos. Señora: usted está subalimentada y con
poco peso... ¿y tuvo el tupé de traerla a Barbie porque usted pensó que ella tenía
poco peso? Barbie, quiero que vigiles que tu madre limpie el plato todos los días, en
cada comida". Barbie dirigió a su madre una mirada nueva. "Y si no limpia el plato,
quiero que me lo digas al día siguiente".
Barbie aceptó el encargo. Un día me confesó: "Ayer me olvidé de decirle que anteayer
mamá apartó en el almuerzo la mitad de su hamburguesa, la envolvió en una
servilleta y se la guardó para comerla a medianoche". Le pregunté a la madre si eso
era verdad. Enrojeció y me dijo que sí. "Señora", continué, "ha trasgredido mis
órdenes y debe ser castigada. Voy a castigarla porque es una afrenta que me ha
hecho. Y tú también, Barbie, me has hecho una afrenta. Tenías que habérmelo dicho
ayer, pero no lo hiciste; esperaste hasta hoy. Así que las dos me han hecho una
afrenta y voy a castigadas a ambas. Quiero que mañana a las nueve de la mañana se
presenten ambas en mi cocina con una rebanada de pan y un poco de queso, un
queso común norteamericano".
Cuando llegaron, les hice sacar dos rebanadas de pan y untarlas con mucho queso;
luego, hice que las pusieran en la tostadora para que el queso se derritiera, que las
sacaran, las dieran vuelta y las untaran con otra gruesa capa de queso, y volvieran a
tostarlas. Las hice comer hasta la última migaja de estos sándwiches de queso... o
sándwiches de pan, muy nutritivos. Y fue un castigo.
Luego las encaré diciéndoles: "No creo que ninguna de ustedes me tenga mucha
simpatía. No creo que les guste la manera como las trato, así que me parece que ha
llegado la hora de que decidan qué peso quieren tener para volver a casa". La madre
decidió tener 62 kilos. "y tú Barbie, tal vez resolvieras tener 37 kilos; yo tal vez
resolvería que tengas 43; podríamos partir la diferencia: 40 kilos". Barbie replicó: "37
kilos". "Muy bien", acoté yo, "puedes volver a casa cuando tengas 37 kilos, pero si
durante el primer mes no aumentas dos kilos y medio, tu madre tendrá la orden de
traerte de vuelta aquí como paciente mía todo el tiempo que yo quiera. Y no creo que
eso te cause mucha gracia".
De modo que tanto Barbie como su madre comenzaron a aumentar de peso. La madre
se mantenía en contacto telefónico con su esposo. Cuando Barbie pesó 37 kilos y la
madre 62, el padre vino en avión con el resto de la familia para reunirse conmigo.
Primero entrevisté al padre: "¿Qué edad tiene usted?", le pregunté. "¿Cuánto mide?
¿Cuánto pesa?". El me respondió y yo le dije: "Pero doctor, usted tiene dos kilos y
medio menos que el promedio para su edad y altura". El respondió: "Es una medida
preventiva, simplemente". Yo le pregunté: "¿Hubo algún diabético en su familia?"
Contestó que no. "Doctor", continué entonces, "debería estar avergonzado del
ejemplo que le está dando a su hija con los dos kilos y medio que le faltan; usted está
jugando con la vida de su hija mediante esa falta de peso". Lo reprendí
escrupulosamente, Y él quedó perplejo y avergonzado.
Le pedí que saliera e hiciera entrar a los dos hermanos mayores de Barbie. "¿Cuándo
empezó a enfermar Barbie?", les inquirí. Me replicaron que hacía un año. "¿Cómo lo
evidenció?" Contestaron: "Cuando alguno de nosotros quería darle una comida, una
fruta, una golosina o un regalo, respondía siempre: 'No me lo merezco, guárdenselo
ustedes', y así lo hacíamos". Les di entonces una reprimenda por privar a su hermana
de sus derecho constitucionales; les señalé que Barbie tenía el derecho de recibir el
regalo, independientemente del uso que hiciera de él. Aunque lo tirara, tenía el
derecho de recibido. "Ustedes son unos egoístas que se guardan el regalo
simplemente porque ella les dice que no se lo merece. Están despojando a su
93
hermana del derecho que le asiste a recibir regalos". Fueron debidamente increpados.
Luego los hice salir. y les dije que hicieran entrar a Barbie.
Le dije: "¿Cuándo empezaste a enfermarte, Barbie?" "El pasado marzo", replicó. "¿Y
cómo manifestaste tu enfermedad?" "Bueno -contestó-, cuando alguien me ofrecía
una comida, una fruta, una golosina o un regalo, yo le respondía siempre: 'No lo
merezco, guárdatelo', y yo le dije: "Estoy avergonzado de ti, Barbie. Has privado a tus
padres y hermanos del derecho a darte cosas. No importa lo que hicieras después con
ellas, con los regalos, pero ellos tenían por cierto el derecho de hacerte el regalo, y tú
los has privado de ese derecho, y yo estoy avergonzado de ti. Deberías avergonzarte
tú también".
(A Stu:) Por favor, ¿podría alcanzarme ese legajo? (Stu le alcanza la carpeta que él le
solicita.) y Barbie concordó conmigo en que debía haber permitido que sus padres y
hermanos le hicieran regalos. No por el uso que les diera, sino que ellos tenían
derecho a hacérselos, no importa lo que ella hiciera luego.
Esto sucedió el 12 de marzo. Barbie había venido a verme el 11 de febrero. La atendí
en total veinte horas. Mi hija se casó el 12 de marzo. Yo no la vi, pero mis hijas sí:
vieron a Barbie comer un pedazo de la torta de bodas. Un día antes de despedirse de
mí, Barbie me preguntó si tenía inconvenientes en que su hermano le sacara una foto
sentada sobre mis rodillas, en la silla de ruedas.
He aquí la foto de Barbie con sus 37 kilos sentada en mis rodillas.
Pásenla. (Hace circular la foto de Barbie en sus rodillas.)
Para Navidad, Barbie me envió desde las Bahamas una foto en que está parada junto
a Santa Claus. (Hace circular la nueva foto de Barbie, quien ya parece tener un peso
normal para su estatura.) Barbie se llevó anotada a su casa la receta de la torta de
canela.
Después me escribió que había hecho la torta de canela para la familia y que a todos
les había gustado.
Seguimos carteándonos. Yo sabía que a Barbie aún le faltaba mucho para estar bien.
Ella me escribía cartas detalladas, y en cada una hacía alusión a la comida. Por
ejemplo: "Mañana vamos a plantar el huerto. Las plantas de tomate están creciendo
bien. Pronto comeremos productos de nuestra huerta".
Y hace muy poco me envió esta foto suya. Tiene ahora 18 años, y se disculpó por no
haberme enviado una foto de cuerpo entero. (Hace circular la foto.) Me había
prometido enviarme una foto de cuerpo entero.
En sus dos últimas cartas me hizo una descripción muy completa de la anorexia
nerviosa, porque yo sólo la traté en su primera etapa, y normalmente la primera
etapa es también la última. Es la etapa del dejarse morir de hambre. Yo impedí eso:
En esa etapa de autoinanición, estas personas se siente indignas, ineptas, inferiores, y
piensan que nadie las quiere. Se identifican pacíficamente con la religión y se
despiden literalmente de sus padres en lo emocional, y poco a poco se dejan morir de
hambre, sin suponer que se están muriendo de hambre.
Una vez que pasan esa etapa empiezan a comer en exceso y se vuelven obesas. Y en
la etapa de la obesidad se sienten ineptas, avergonzadas, solas y deprimidas; piensan
que nadie gusta de ellas ni las quiere. Fue a ver a un psiquiatra canadiense para que
la ayudase a atravesar esa etapa. No me necesita realmente.
Viene luego una tercera etapa de altibajos, con súbitos aumentos de peso, vuelta al
peso normal, aumentos y vueltas a lo normal. Después viene la última etapa.
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Barbie me dijo: "He pasado por todas estas etapas y me sigo sintiendo inepta. Esta
última foto muestra cómo estoy ahora. Y mi próximo paso será reunir suficiente coraje
para salir con algún muchacho". Le contesté que verdaderamente me gustaría verla,
por qué no venía a hacerme una visita. Voy a mandarla al cerro Squaw; al Jardín
Botánico, al Museo Heard, a la galería de arte. Voy a ocuparme de que salga con
algún muchacho. (Se ríe.) Entonces habrá superado su problema.
Me contó sobre otras dos muchachas que padecían de anorexia nerviosa, y me dijo
que se condolía de esas chicas, y si estaría bien que les contara su propio caso. Le
contesté: "Barbie, cuando te conocí yo quise condolerme de ti y ser amable, pero
sabía que si lo hacía, eso te habría llevado a la muerte. Fui, entonces, contigo tan
duro y cruel como pude. Así que, por favor, no les manifiestes simpatía alguna a esas
otras chicas. Lo único que lograrás es que se mueran antes". Me escribió de vuelta:
"Tiene usted mucha razón, doctor Erickson. Si usted se hubiera condolido de mí y se
hubiera mostrado amable, yo habría pensado que usted era un embustero y me
habría matado. En cambio, usted me trató de un modo tan poco amable que tuve que
mejorar". (Al grupo:) Y sin embargo los médicos se comportan con tanta dignidad
profesional, tratan la anorexia nerviosa de una manera digna y "correcta", con
medicación, alimentación endovenosa y por sonda, y el organismo rechaza toda
comida. (Sonríe.)
Como ven, para mí lo importante al trabajar con un paciente es hacer aquello que va
a ayudarlo. En cuanto a mi dignidad... ¡al diablo con mi dignidad! (Se ríe.) Yo seguiré
mi camino en este mundo. No tengo que ser, un profesional digno, sino instar al
paciente a que haga lo que debe hacer.
Quisiera que me alcance esa caja, por favor. (Señala una caja situada en el estante a
su derecha. Stu se la alcanza.) Este es un ejemplo de algo muy importante.
Una de mis estudiantes, una terapeuta familiar, me contó que estaba atendiendo a
una pareja con una hija retardada de 20 años. En las sesiones la terapeuta se llevaba
muy bien con el padre y la madre, pero la hija retardada tenía una rabieta tras otra.
Le dije a mi alumna: "Eso es porque usted se está conduciendo en forma correcta,
digna y profesional. Lo que tiene que conseguir, como a usted le plazca o como
pueda, es que su paciente haga algo".
Ella volvió a Michigan y continuó su terapia. Esto es lo que hizo finalmente esa chica
de 20 años con ataques de rabietas. (Muestra una vaquita de tela de color púrpura.) A
mi entender, es una obra de arte. No creo que ninguno de ustedes tenga talento
suficiente , como para hacer algo así.
Ahora bien, no sé por qué resultó ser de color púrpura la vaca (se ríe), quizá mi
alumna le comentó que yo usaba ropa púrpura... (A Zeig:) ¿Sacó una buena foto,
Jeff? Y en la actualidad esa chica ya no tiene más ataques; sabe que puede hacer
cosas que otros llegan a admirar. En los ataques de rabietas se descarga enorme
energía. En la confección de esta vaca se aplicó enorme energía. (Pone a un lado la
vaquita de tela.) Y bien, ¿cuántos de ustedes subieron al cerro Squaw? (La mitad de
las personas levantan la mano.)
Anna: Yo todavía no.
E. (A Sally): ¿Y su nombre, Arizona? Usted concurre a la Universidad Estatal de
Arizona, ¿no es así?
Sally: Acabo de terminar.
E.: ¿Subió al cerro, Squaw?
Sally: Sí.
E.: Bien. (A Sarah:) ¿Y usted?
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Sarah: Yo no.
E.: ¿Cuánto hace que vive en Arizona?
Sarah: Siete años.
E.: Hable más fuerte.
Sarah: Siete años.
E. (con un gesto de incredulidad): ¿Y no ha subido al cerro Squaw? ¿Cuándo va a
hacerlo?
Sarah: Bueno, he subido a algunos otros Cerros (se ríe).
E.: No le estaba preguntando por los otros cerros.
Sarah (riendo): Subiré al cerro Squaw.
E.: ¿Cuándo?
Sarah (riendo): ¿Una fecha precisa? Al final del verano, cuando esté más fresco.
E.: A la caída del sol está fresco.
Sarah (riendo): Es cierto, así es.
E.: ¿Estuvo en el Jardín Botánico?
Sarah: Sí, estuve. (Sally hace una señal negativa.)
E. (a Sally): Usted no estuvo. (Al grupo:) ¿Cuántos estuvieron en el Jardín Botánico?
(A Sally:) ¿Cuál es su excusa?
Sally: No sé dónde está exactamente.
E.: Tiene algo que aprender, ¿no?
Bien. A ustedes se les enseñó a pensar que la psicoterapia es un proceso metódico,
que consiste en hacer la historia del paciente, averiguar todos sus problemas y luego
enseñarle algo referente a su manera correcta de comportarse. (Al grupo:) ¿Es así?
Bien.
(Dirige la vista al piso.) Un psiquiatra de Pennsylvania, después de haber ejercido la
psiquiatría durante treinta años, no había establecido aún una buena clientela. En
verdad, descuidaba su práctica; no mantenía actualizados los datos de su archivo.
Había sido analizado tres veces por semana durante trece años. Llevaba seis años de
casado. Su esposa tenía un trabajo que no le gustaba, pero debía trabajar para
mantenerse a sí misma y a su esposo. Y también ella había sido analizada tres veces
por semana, durante seis años. Oyeron hablar de mí y vinieron a verme para una
terapia de pareja.
Cuando llegaron me dieron toda esa información. Les pregunté entonces: "¿Es esta la
primera vez que viajan al Oeste?" Contestaron que sí. "Hay un montón de paisajes en
Phoenix que deben ver", continué yo. Y como este es el primer viaje de ustedes, voy a
sugerirle, doctor, que suban al cerro Squaw. Dedique tres horas a ello. Y a usted,
señora, le sugiero que vaya al Jardín Botánico y pase allí tres horas. Vuelvan mañana
para informarme".
Volvieron al día siguiente y el médico estaba muy contento. Dijo que subir al cerro
Squaw fue una de las cosas más maravillosas que hizo en toda su vida. "Mi visión, mi
perspectiva sobre la vida cambió enormemente", declaró. Jamás había pensado que
podía haber un desierto como el de Phoenix; estaba deleitado. Más aún, dijo que
volvería a hacer la ascensión.
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Inquirí a la esposa acerca del Jardín Botánico. "Pasé allí tres horas, como usted me
indicó"; respondió ella. "Fueron las tres horas más aburridas de mi vida. Siempre las
mismas cosas antiguas, las mismas cosas antiguas. Juré que nunca más iría al Jardín
Botánico. Me aburrí a rabiar todo el tiempo. Pasé las tres horas en un aburrimiento
mortal".
Les dije: "Bien. Esta tarde, doctor, usted irá al Jardín Botánico, y usted señora, subirá
al cerro Squaw. Vuelvan mañana a informarme".
Volvieron al día siguiente antes del mediodía, y el médico dijo:
"Realmente disfruté en el Jardín Botánico. Fue maravilloso, es un lugar que inspira
reverencia. Es magnífico contemplar todas esas diferentes plantas que sobreviven
pese al clima adverso... el gran calor, y sin que caiga una gota de agua en tres años".
Habían venido a verme en el mes de julio [verano en el hemisferio septentrional].
"Volveré a visitar el Jardín Botánico muchas veces".
Me dirigí a la mujer y me dijo: "Subí a esa maldita montaña. (Risas.) Maldije a la
montaña, me maldije a mí misma, pero principalmente lo maldije a usted a cada paso
que daba. Me preguntaba porqué sería tan estúpida de subir a esa montaña.
Aburridor. Me odié a mí misma por hacerlo, pero como usted dijo que debería hacerlo,
lo hice. Llegué a la cumbre. Por unos minutos sentí una cierta satisfacción, pero no
duró mucho. Y mientras bajaba lo maldecía a usted y a mí misma más todavía a cada
paso. Juré que nunca, nunca jamás, volvería a subir a una montaña como esa, que
nunca sería tan estúpida".
Proseguí: "Bien. Hasta ahora yo les he indicado lo que debían hacer. Esta tarde, cada
cual decidirá por su cuenta lo que quiere hacer, y lo harán por separado. Mañana
vienen a informarme".
Vinieron a la mañana siguiente y el médico dijo: "Volví al Jardín Botánico. Quiero
regresar allí muchas veces. Es un sitio absolutamente maravilloso. Disfruté cada
segundo, no tenía ninguna gana de irme. Regresaré un día de estos".
Me dirigí a la mujer y me dijo: "Lo crea o no, volví a subir al cerro Squaw, sólo que
esta vez lo maldije a usted con mucha mayor desenvoltura. Me maldije a mí misma
por ser una estúpida tan grande. Maldije y maldije a cada paso que daba. Admito que
en la cumbre tuve un breve instante de satisfacción. Pero al bajar dije más malas
palabras que un camionero, maldiciéndolo a usted, a la montaña y a mí misma".
"Muy bien, me alegra escuchar sus informes", dije yo. "Puedo afirmar que su terapia
de pareja ha terminado. Vuelvan al aeropuerto y tomen el avión a Pennsylvania".
Así lo hicieron. Unos días más tarde recibí una llamada de larga distancia. Era el
médico: "Mi esposa está en el otro teléfono. Ha iniciado un juicio de divorcio. Quiero
que usted le hable y la disuada".
Yo dije: "Jamás se mencionó el divorcio en mi consultorio, y no voy a discutir este
tema en una llamada de larga distancia. Me gustaría que me contesten algunas
preguntas: ¿Cómo se sintió cada uno de ustedes en el vuelo de regreso a
Pennsylvania?" Ambos respondieron esto: "Estábamos sumamente perplejos,
confundidos Y desconcertados. Nos preguntábamos por qué se nos había ocurrido ir a
verlo. Usted no había hecho otra cosa que hacemos subir al cerro Squaw y visitar el
Jardín Botánico". Y cuando llegaron a su casa, la esposa le dijo al marido: "Voy a dar
una vuelta en auto para sacarme las telarañas de la cabeza"; y él respondió que era
una buena idea.
"Así que yo hice lo mismo", continuó el doctor. "Me fui a pasear en auto para aclarar
mi mente". La esposa añadió: "Me fui directamente a ver a mi psicoanalista y le dije
que dejaba el tratamiento; luego fui a mi abogado e inicié un juicio de divorcio". El
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esposo comentó: "Paseé un rato en auto y después fui a mi psicoanalista y le dije que
lo dejaba; más tarde fui a mi consultorio y empecé a poner un poco de orden, arreglé
el archivo y completé todos los datos que faltaban". "Bueno, gracias por la
información", añadí yo.
Ahora están divorciados. Ella consiguió un trabajo diferente que le gusta. Se hartó de
subir día tras día esa montaña de pesadumbre conyugal, para sólo recibir al final de la
jornada el breve alivio de que ¡por fin! había terminado. Todo su relato era un informe
simbólico, y el resultado final de todo esto fue que vino a verme el psicoanalista que
los atendía, con su propia esposa. Se trataban con el mismo psicoanalista. Charlaron
conmigo un rato y ahora ellos están divorciados y son felices, y la ex esposa del
analista me dijo: "Esta es la primera vez en mi vida que puedo vivir mi propia vida. Mi
ex marido me obligó a convertir mi hogar en su consultorio y que yo fuera su
secretaria. Lo único que le interesaban eran sus pacientes, no tenía un verdadero
interés por mí. Creíamos que nuestro matrimonio era feliz, pero cuando regresé de
Arizona, después de lo que usted había hecho por ese otro médico y su mujer, supe lo
que yo debía hacer. Mi divorcio fue muy difícil; comprobé hasta dónde llegaba el
egoísmo de mi marido. No quería concederme nada. Pretendía que yo tomara mi ropa
y me fuera a buscar trabajo y alojamiento en otro lado. Según él, nada de lo que
había en esa casa era de mi propiedad. Mi abogado tuvo muchas dificultades; mi ex
marido quería conservar esa casa como consultorio para sus pacientes. Y decía que le
pertenecía todo el mobiliario.
"Ahora que nos divorciamos, tengo mi propio hogar, y mi marido es dueño de la parte
que le corresponde. Conseguí un trabajo que me gusta. Si quiero puedo salir a cenar,
si quiero puedo ir al cine o a un concierto. Durante todos esos años de mi matrimonio
anhelaba todas esas cosas pero nunca me las permitía. En cuanto a mi ex marido,
cambió muchísimo. De vez en cuando sale a cenar afuera. Seguimos siendo amigos,
pero ninguno de los dos quiere volver a casarse con el otro".
Siegfried: ¿Cómo se dio usted cuenta tan pronto? ¿Tenía alguna idea previa sobre que
este podría ser el resultado?
E.: Era la primera vez que los veía o que oía algo sobre ellos.
Cuando él me dijo que hacía trece años que ejercía el psicoanálisis y todavía tenía una
práctica psiquiátrica insuficiente, un consultorio mal atendido... fue suficiente para mí.
Y cuando su mujer me dijo que era desdichada cada día de su vida y que había estado
en análisis durante seis años, que no le gustaba su trabajo, que en su vida no había ni
un solo goce... ¿qué más necesitaba yo saber? Así pues, les hice una psicoterapia
simbólica, de la misma manera en que ellos me habían contado, simbólicamente, toda
su historia. No necesitaba preguntarle al médico si tenia hermanos; sabía que había
malgastado trece años de su vida y que ella había malgastado seis. Y les hice hacer
algo. Y él adquirió una nueva perspectiva de la vida, y ella una nueva perspectiva de
lo aburrido que es hacer algo que a uno no le gusta. Es el paciente el que hace la
terapia. El terapeuta sólo suministra el clima, la atmósfera. Eso es todo. El paciente
tiene que hacer toda la tarea.
He aquí otro caso. En octubre de 1956 fui invitado a pronunciar una alocución sobre el
tema de la hipnosis ante una reunión nacional de psiquiatras, en el Hospital Estadual
de Boston.
El doctor L. Alex era el presidente del comité de programas, y cuando llegué me
preguntó si además de la conferencia podría hacer alguna demostración práctica. Le
pregunté a quién utilizaría como sujeto, y me respondió: "A algún miembro del
público". "Eso no sería del todo satisfactorio", contesté yo. "Bueno” en tal caso", dijo
él, "¿por qué no da una vuelta por las salas y trata de encontrar un sujeto que juzgue
conveniente?"
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Di una vuelta por las salas y vi a una pareja de enfermeras charlando. Observé a una
de ellas y noté toda su conducta. Cuando terminaron de charlar, me acerqué a ella,
me presenté y le dije que estaba por dar una conferencia en la reunión sobre hipnosis,
Y si estaría dispuesta a ser mi sujeto hipnótico. Ella me respondió que no sabía nada
sobre la hipnosis, nunca la había visto practicar ni había leído nada al respecto. Le
aclaré que no importaba, que así sería mejor sujeto aún. "Si usted piensa que puedo
hacerlo", dijo ella, "por mi parte me sentiría muy contenta". Le agradecí añadiendo:
"Es una promesa", "Por cierto", completó ella.
Fui a decirle entonces al doctor Alex que mi sujeto iba a ser la enfermera Betty.
Reaccionó violentamente: "Usted no puede utilizar a esa enfermera. Ha estado en
terapia psicoanalítica durante dos años. Es una depresión compensada". ("Depresión
compensada" significa una persona gravemente deprimida, pero que ha resuelto
seguir adelante. Por mal que se sienta, por desgraciada que crea ser, cumplirá su
tarea.) "y es una suicida", agregó el doctor Alex. "Ya se ha desprendido de sus joyas.
Es huérfana, no tiene hermanos, y sus únicas amigas son las otras enfermeras del
hospital. Se ha desprendido de sus bienes personales y de gran parte de sus ropas. Ya
ha presentado una carta solicitando la renuncia". (No recuerdo la fecha de la renuncia.
Creo que era el 20 de octubre, Y estábamos a 6 de octubre.) "Después de su
renuncia, el día 20, va a suicidarse. No puede utilizarla a ella".
El analista, el doctor Alex, los profesionales y enfermeras del plantel me rogaron que
no utilizara a Betty. "Lamentablemente aduje, le pedí a Betty que me prometiera su
colaboración, y yo, a mi vez, me comprometí con ella. Si ahora me retracto y no la
utilizo, es muy probable que con su depresión ella considere esto como el rechazo
definitivo y decida suicidarse esta misma noche, en lugar de esperar hasta el 20". Me
afirmé en mi convicción y entonces ellos cedieron.
Le indiqué a Betty en qué sitio del auditorio debía tomar asiento. Pronuncié mi
conferencia. Llamé a varios miembros del público para demostrar, aquí y allá, alguna
cosita sobre la hipnosis... diversos fenómenos; y luego dije: "Betty, póngase de pie,
por favor. Camine lentamente hacia el estrado. Siga hasta situarse directamente
frente a mí. No camine demasiado rápido, ni tampoco demasiado lentamente; con
cada paso que dé, entre en un trance cada vez más profundo".
Cuando Betty llegó frente a mí, ya estaba en un profundísimo trance hipnótico.
"¿Dónde se encuentra, Betty?" "Aquí", contestó. "¿Qué hay aquí?" (Señala en
dirección a un público imaginario.) "Nada", dijo. "¿Qué hay allí?" (Señala detrás de él)
"Nada". En otros términos, tenía una alucinación negativa total sobre su entorno. Yo
era lo único visible para ella. Mostré entonces la catalepsia y la anestesia en guante.
(Se pincha la mano.) Luego le dije: "Creo que sería bueno que fuéramos al Jardín
Botánico de Boston a hacerle una visita. Podemos hacerlo muy fácilmente". Expliqué
todo lo relativo a la distorsión del sentido del tiempo, de qué manera es posible
acortarlo o alargarlo; después dije: "El tiempo se ha alargado y cada segundo dura un
día entero".
Así pues, ella alucinó que estaba conmigo en el Jardín Botánico. Le señalé que las
plantas anuales estaban muriendo, ya que era el mes de octubre, y también las
perennes: las hojas cambiaban de color en este mes del año en Massachusetts.
Señalé las matas, arbustos gajos de diversos árboles, y cómo cada uno de ellos tenía
hojas de distinta forma. Comenté que las plantas perennes volverían a la vida con la
llegada de la primavera, en tanto que las anuales deberían ser plantadas de nuevo.
Me referí a los árboles, sus capullos, sus clases de frutos: el tipo de semillas, y cómo
los pájaros comerían los frutos y esparcirían las semillas, que en condiciones
favorables brotarían y crecerían hasta ser un nuevo árbol, examiné cabalmente todo
el Jardín Botánico.
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Luego le sugerí que podríamos ir al Jardín Zoológico. Le expliqué que iba a ver una
cría de canguro, que presumiblemente estaría en la bolsa de su madre, de modo tal
que sería posible verla. Le expliqué que a las crías de canguro se las llama [en
Australia] "joeys". Cuando nacen tienen menos de tres centímetros de largo; se
trepan a la bolsa de la madre y se prenden del pezón. Se produce entonces un cambio
orgánico en la boca del bebé canguro de tres centímetros y ya no puede soltar el
pezón. Así que mama, y mama, y mama, y así crece. Creo que pasa unos tres meses
en la bolsa antes de asomar la cabeza. Miramos a los canguros y vimos que el bebé
estaba asomando por la parte superior de la bolsa. También vimos a los tigres y sus
cachorros, los leones y sus cachorros, los osos, los monos, los lobos, todos los
animales.
Después fuimos a la pajarera y contemplamos todas las aves que había allí. Comenté
sobre la migración de las aves; cómo la golondrina del Ártico pasa allí un breve
verano y luego vuela hasta el extremo meridional de Sudamérica... un viaje de más
de quince mil kilómetros. La golondrina del Ártico y varias otras aves saben
instintivamente trasladarse a miles de kilómetros sin necesidad de brújula... algo que
los hombres no pueden hacer.
Volvimos a continuación al hospital e hice que echara una mirada al público y hablara
con el doctor Alex. No la desperté; la mantuve en trance. Examiné con ella esa
sensación de pesadez a que aludió Christine y que otras personas mencionan; y ella
respondió a preguntas. Luego le sugerí que en realidad deberíamos salir a caminar
hasta la playa de Boston.
Le comenté que la playa de Boston estaba en el mismo sitio que hoy mucho antes de
que los puritanos colonizaran Massachusetts; le conté cómo habían disfrutado de ella
los indígenas y los primeros colonos. Hoy mismo era un sitio de esparcimiento y solaz,
y lo había sido durante innumerables generaciones... Y seguiría siendo un lugar de
solaz y esparcimiento por un largo futuro.
Le hice contemplar el océano, que estaba muy calmo, pero luego se formaron olas de
tormenta, enormes olas, hasta que volvió a recuperar la calma. Hice que viera cómo
se producía la pleamar y la baja mar. Luego le sugerí que volviéramos al Hospital
Estadual.
Hice unas pocas demostraciones más sobre la hipnosis, y le agradecí profundamente
en el trance por haberme ayudado tanto... y por haberle enseñado tantas cosas al
público. La desperté y volví a agradecerle; después le dije que regresara a su sala de
trabajo.
Al día siguiente Betty no se hizo presente en el hospital. Sus amigas estaban
alarmadas. Fueron a su departamento: no encontraron allí ninguna nota ni señal de
Betty, ni siquiera su uniforme de trabajo... sólo ropas corrientes. Finalmente se llamó
a la policía; el cuerpo de Betty no pudo ser hallado en ningún lado. Había
desaparecido, y se nos acusó al doctor Alex y a mí por su suicidio.
Al año siguiente volví a dar unas conferencias en Boston, y tuve que soportar aún
muchísimas acusaciones por el suicidio de Betty, lo mismo que el doctor Alex.
Cinco años después casi todo el mundo se había olvidado de Betty, salvo el doctor
Alex y yo. Pasaron otros cinco años y ni una palabra sobre Betty. Dieciséis años
después de aquel día de octubre, en julio de 1972, recibí una llamada de larga
distancia desde Florida.
Una mujer me dijo: "Probablemente usted no me recuerde; pero yo soy Betty, la
enfermera que usted utilizó para una demostración de hipnosis en el Hospital Estadual
de Boston en 1956. Hoy se me ocurrió que tal vez a usted le interesara saber qué
sucedió conmigo".
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"¡Por cierto!", exclamé yo. (Todo el grupo se ríe.) "Esa noche, cuando salí del
hospital", comenzó, "me fui a la Oficina de Reclutamiento Naval y pedí ser incorporada
de inmediato al cuerpo de enfermeras de la Marina. Serví allí durante dos períodos de
alistamiento. Me dieron la baja en Florida. Conseguí trabajo en un hospital. Conocí a
un oficial retirado de la Fuerza Aérea y nos casamos. Ahora tengo cinco hijos, y sigo
trabajando en el hospital. Y hoy se me ocurrió la idea de que tal vez usted quisiera
saber qué me había sucedido". Le pregunté si podía comunicárselo al doctor Alex.
"Como quiera", respondió. "A mí me da lo mismo". Desde entonces hemos mantenido
una activa correspondencia.
Ahora bien: cuando le hice alucinar el Jardín Botánico, ¿de qué estaba yo hablando?
Pautas de vida: la vida hoy, la vida en el futuro; capullos, frutas, semillas; las
diferentes pautas de cada hoja en cada planta. En el Zoológico volví a repasar con ella
las formas de vida: vida joven, vida madura, las maravillas de la vida, las pautas de
migración de las aves. Y luego fuimos a la playa, donde incontables generaciones
pasadas habían encontrado solaz, donde lo encontrarían incontables generaciones
futuras y donde encontraba solaz la generación actual. Y los misterios del océano: la
migración de las ballenas, la de las tortugas marinas, que, como la de las aves, es
fascinante, aunque el hombre no ha llegado a comprenderla.
Le nombré todas las cosas por las que vale la pena vivir. Y nadie se enteró de que
estaba haciendo psicoterapia salvo yo. El público escuchó todo lo que dije, pero pensó
que estaba demostrando simplemente las distorsiones temporales, las alucinaciones
visuales y auditivas. Pensaron que estaba haciendo una demostración de fenómenos
hipnóticos. En ningún momento advirtieron que yo estaba practicando psicoterapia
deliberadamente.
Así pues, el paciente no tiene por qué saber que se está practicando psicoterapia con
él. Y esto ilustra el hecho de que el terapeuta no tiene por qué saber los motivos por
los cuales el paciente necesita psicoterapia. Yo sabía que ella era una persona
deprimida y suicida, pero eso no era más que información general.
Al término de esa misma reunión, se me acercó una mujer de cabello canoso y me
preguntó: "¿No me conoce?" "No", repliqué, "pero su pregunta implica que sí".
"Bueno", continuó ella, "debería conocerme. Ahora soy abuela". "Hay muchísimas
abuelas a las que no conozco", contesté. (El grupo se ríe.) Ella agregó: "Usted escribió
un artículo sobre mí". "He escrito muchísimos artículos", le dije. "Le daré un dato
más", prosiguió. "Jack está ejerciendo la medicina interna. Y yo sigo ejerciendo la
psiquiatría". "¡Me alegro de volver a verla, Barbara!", exclamé.
En una época trabajé en el departamento de investigación del Hospital Estadual de
Worcester. Fui el primer psiquiatra contratado por ese departamento y estaba muy
ocupado. Me enteré que en el servicio general del hospital había una joven muy bonita
e inteligente que estaba haciendo su residencia en psiquiatría. Los demás miembros
del plantel me comentaron que esta residente se había puesto de repente muy
neurótica en el mes de enero -estábamos en abril-.
Comenzó a perder peso, hizo algunas úlceras, tenía colitis e insomnio; era un cuadro
de temor, duda e incertidumbre. Pasaba todo el tiempo en la sala con los pacientes,
desde la mañana temprano hasta altas horas de la noche, porque era el único sitio en
que se sentía cómoda. No comía mucho y evitaba todo contacto con la gente, salvo
los pacientes.
En el mes de junio vino a verme y me dijo: "Doctor Erickson he asistido a sus
conferencias sobre hipnosis, he visto lo que usted hace con sujetos normales y con
pacientes. Quisiera que venga a mi departamento esta noche a las siete. Cuando
llegue le diré lo que quiero; no se alarme si parezco haberme olvidado de esta
invitación". Tras decir esto desapareció.
101
Esa noche a las siete golpeé la puerta de su departamento. Ella abrió y se mostró
sorprendida. "¿Puedo entrar?", le pregunté. Vacilante, contestó: "Si así lo desea...".
Le expliqué entonces que era la primera vez que pasaba la primavera en Nueva
Inglaterra; conocía muy bien la primavera en Wisconsin y en Colorado, pero esa era
mi primera experiencia en Nueva Inglaterra. Comenzamos a charlar sobre eso,
cuando de pronto advertí que había entrado en un trance profundo. "¿Está usted en
trance?", le inquirí. "Sí", me respondió. "¿Quiere usted comunicarme algo?" "Sí",
volvió a decir. "Cuéntemelo".
Dijo entonces: "Soy muy neurótica, no sé por qué motivo, y tengo miedo de saberlo.
¿Puede usted pedirme que vaya a mi dormitorio, me tire sobre la cama y me ponga a
trabajar en mi problema? Usted puede entrar dentro de una hora y preguntarme si ya
he terminado. Y yo se lo diré". Por consiguiente, le pedí que se fuera a acostar a su
dormitorio y se pusiera a trabajar en su problema.
A las ocho entré y le inquirí si había terminado. Respondió que no. Le dije que volvería
a las nueve. A las nueve, no había terminado; a las diez, no había terminado, pero me
dijo: "Vuelva en media hora, para entonces ya habré terminado".
A las diez y media me aseguró que había concluido. Me pidió que la hiciera ir a la sala
y una vez sentada la despertase. Antes de salir del dormitorio añadió: "Indúzcame
una amnesia por todo lo que ha pasado durante el trance; no quiero saberlo. Pero
antes de irse, dígame: 'Es apropiado conocer exactamente la respuesta'.
Proseguí la conversación que habíamos iniciado comentando la primavera de Nueva
Inglaterra; le dije que yo aguardaba la llegada de cada estación del año. Ella
despertó, pareció desconcertada y contestó a mis comentarios; luego se puso
bruscamente de pie y me increpó:
"Doctor Erickson, usted no tiene derecho alguno a estar en mi departamento a las
once de la noche. ¿Puede irse, por favor?" "Por supuesto", contesté. Ella abrió la
puerta, y al trasponerla le dije: "Es apropiado conocer exactamente la respuesta". Ella
se ruborizó y dijo: "Acaba de atravesárseme una idea. No puedo comprenderlo,
¿puede irse, por favor? ¡Pronto, pronto, fuera de aquí!". Yo me fui.
A fines de junio terminó su residencia. Muy ocupado con mi actividad en el
departamento de investigación, y no teniendo un particular interés en ella, ni siquiera
me enteré adónde fue. Pasó julio, pasó agosto. En la última semana de setiembre
entró un día corriendo a mi consultorio, a las diez o las once, y me dijo: "Doctor
Erickson, estoy trabajando en el Hospital Estadual de Northhampton. Como es obvio,
hoy es mi día franco. Trabajo allí en el servicio psiquiátrico, y mi marido, Jack, en el
servicio médico. El es internista. Yo estaba acostada, solazándome por estar casada
con Jack y por el hecho de que Jack me amase. Estaba muy contenta, como una
recién casada, solazándome con la felicidad que me producía saber que Jack me
amaba y yo lo amaba. Pensaba en lo maravilloso que era Jack, y lo maravilloso que
era estar casada con él.
"De pronto recordé lo sucedido a comienzos de junio, y supe que debía contárselo a
usted. No me detuve a desayunar; me vestí, cogí el auto y vine aquí lo más rápido
posible. Usted debía estar al tanto de lo que sucedió. Usted recordará que en junio yo
le pedí que viniera a mi departamento, y le dije que no se sorprendiera si yo me
olvidaba luego de mi invitación. Y usted vino y comenzó a hablar sobre la primavera,
el verano y las estaciones en Nueva Inglaterra.
"Yo entré en trance y usted lo advirtió; me preguntó si estaba en trance y le dije que
sí; y le pedí que hiciera algo por mí. Después le conté que yo era neurótica y
desconocía el motivo, y le pedí que por favor me enviara a mi dormitorio y me hiciera
recostar y trabajar en mi problema. Le dije que volviera dentro de una hora a
102
preguntarme si había terminado. Usted me lo preguntó a las ocho y le contesté que
no; me lo preguntó a las nueve y le contesté que no; me lo preguntó a las diez y le
contesté que no, pero que terminaría a las diez y media.
"Cuando usted vino por mí a las diez y media, le dije que quería que me indujese una
amnesia total por todo aquello sobre lo cual yo había estado trabajando en el trance,
y que me llevara a la sala. Finalmente desperté y usted se puso a hablar sobre la
primavera en Nueva Inglaterra. Yo me sorprendí tanto de verlo a usted allí, vi en el
reloj que eran las once... Tenía una amnesia total sobre el motivo por el cual usted se
encontraba allí. Lo único que sabía es que usted no tenía derecho a permanecer en mi
departamento a las once de la noche. Le pedí que se fuera.
"Y bien, esta mañana, mientras me sentía tan feliz, lo recordé todo. Fui a recostarme
en estado de trance y se desplegó un largo pergamino que tenía una raya en el
medio; de un lado estaban los 'pros' y del otro los 'contras', y toda la cuestión giraba
en torno de un joven a quien había conocido en diciembre.
"Jack provenía de una familia muy pobre e inculta. Tuvo que trabajar durante todo su
paso por la escuela secundaria y la universidad hasta graduarse de médico. En parte
por el trabajo, y en parte porque no es el hombre más brillante del mundo, sólo
obtuvo calificaciones mediocres.
"Yo provengo de una familia muy adinerada, de las capas más altas, muy snob. En
diciembre caí en la cuenta de que estaba pensando en Jack, en casarme con él. Esto
fue una conmoción para mí, porque Jack venía de la vereda de enfrente, yo pertenecía
a la 'alta sociedad'. Gocé de todos los beneficios de la riqueza. Soy mucho más
brillante que Jack. Siempre obtuve calificaciones sobresalientes sin mayor esfuerzo.
Asistía a las óperas en Nueva York, a los conciertos, al teatro, viajé a Europa. Tenía
todas las ventajas que otorga la fortuna, y mis antecedentes son los de una snob. Fue
un duro golpe para mí enamorarme de alguien de pobre origen y que no era tan
brillante como yo.
"En el estado de trance pasé revista a los elementos a favor y en contra del
casamiento con Jack. Les pasé revista a todos; me llevó mucho tiempo. Y después
empecé a simplificar: tachaba un 'pro' y tachaba un 'contra', y respondía a los
'contras'. Me llevó algo de tiempo por que eran muchos los 'pros' y muchos los
'contras'. Los repasé acabada y cuidadosamente. Cuando ya había tachado todos los
'contras', me quedaron un montón de 'pros'. Pero sabía que no podía enfrentarme con
todos ellos de golpe, así que le pedí a usted que me indujera una amnesia total, y que
antes de irse me dijera:
'Es apropiado conocer exactamente la respuesta'. "Al trasponer el umbral usted me
dije: 'Es apropiado conocer exactamente la respuesta', y entonces se me cruzó esta
idea por la mente: 'Ahora puedo casarme con Jack'. No sabía de dónde venía esa idea,
estaba confundida y desconcertada. No podía pensar; simplemente me quedé ahí
parada y usted cerró la puerta. Lo olvidé todo. "Cuando terminé mi residencia, me
encontré con Jack y nuestra amistad floreció en un romance. Nos casamos en julio y
conseguimos trabajo juntos en Northhampton, yo en el servicio de psiquiatría, él en el
servicio médico. Y esta mañana, en mi día franco, estaba acostada pensando cuán
afortunada era de tener como marido a Jack, amarlo y ser amada por él. Fue entonces
cuando me acordé de lo que pasó en junio, y pensé que usted debía saberlo". (E. se
ríe entre dientes.)
En 1956, ella me preguntó: "¿No me conoce, doctor Erickson?"
Bueno, lo cierto es que no la reconocí, pero tan pronto me dijo que Jack seguía
ejerciendo la medicina interna, recordé. Yo no supe cuál era su problema. Ella no
sabía cuál era su problema. Yo no supe qué clase de psicoterapia practiqué con ella.
103
Todo lo que hice fue brindarle una especie de clima o de jardín en que sus propios
pensamientos pudieran crecer y madurar sin que ella misma lo supiera. (Se ríe entre
dientes.)
En realidad, el terapeuta no tiene importancia. Su habilidad consiste en conseguir que
sus pacientes piensen por sí mismos, comprendan por sí mismos. Y ahora es abuela.
Jack sigue ejerciendo la medicina interna y ella sigue ejerciendo la psiquiatría. Han
tenido un matrimonio feliz y duradero.
Todos los libros sobre psicoterapia hacen hincapié en las reglas.
Ayer...(A Sally:) ¿Cuál es su nombre de pila?
Sally: Sally.
E.: Sally llegó tarde. Yo me burlé de ella, la puse molesta e incómoda. No sé si la
irrité, Sally. No era por cierto el tipo de tratamiento que usted esperaba. Sin embargo,
ella entró en trance, porque vino aquí para aprender algo. Y creo que usted aprendió
algo. (Sally hace una señal afirmativa.) y en psicoterapia uno presta atención a lo que
dice el paciente a sabiendas de que no comprende los significados personales de su
vocabulario. Si yo le digo a un alemán que algo es maravilloso, él puede responderme
que es "wonderful" o puede responderme que es "wunderbar". Y hay una diferencia
entre "wonderful" y "wunderbar". Así que escuchamos al paciente sabiendo que no
conocemos el significado personal que él le da a sus palabras, y que él no conoce los
significados que nosotros les damos a las nuestras. Procuramos comprender las
palabras del paciente tal como él las comprende.
Por ejemplo, la paciente con la fobia a los aviones... Yo no tengo por qué creer todo lo
que alguien me cuenta; no lo creo hasta que comprendo sus palabras... Cuando me
refirió su fobia y me dijo que podía caminar dentro del aparato y que no sentía
molestias hasta que despegaba, pero tan pronto lo hacía le venía la fobia, pude
comprender que lo que ella tenía no era fobia a los aviones. Tenía una fobia a los
espacios cerrados en que otra persona era la responsable de su vida, una persona
extraña... el piloto. Tuve que esperar hasta comprender sus palabras. Le hice
prometer que haría cualquier cosa, buena o mala, que yo le pidiera. Puse mucho
cuidado en obtener esa promesa porque así ella volvía a poner su vida en manos de
un piloto extraño. Le dije entonces: "Disfrute su viaje a Dallas. Disfrute su viaje de
retorno, y luego cuénteme cuánto lo disfrutó". Ella no sabía que estaba cumpliendo su
promesa, pero así era. Yo sabía cuál era la intención que perseguía al pedirle esa
promesa, pero ella no. Y le dije con toda amabilidad: "Disfrute el viaje de ida y vuelta
allí". Ella me había prometido hacer cualquier cosa que le pidiera. No se dio cuenta de
que yo le había pedido eso. (Sonríe.) Usted tampoco (a Jane).
Confío en haberles enseñado algo sobre psicoterapia. La importancia de ver y oír y
comprender, y conseguir que el paciente haga algo y Barbara... desplegó en su mente
un largo pergamino. Leyó los "pros" y los "contras", y descubrió que había mucho más
"pros". Sabía que no estaba capacitada para conocer más a fondo la respuesta, y se le
cruzó la idea: "Ahora puedo casarme con Jack". Y como no sabía de dónde provenía
esa idea, tuvo que desembarazarse de mí a toda prisa. (Sonríe.) No fue sino meses
más tarde que yo llegué a comprender el real significado de mis palabras: "Es
adecuado conocer la respuesta".
Cuando uno deja que el paciente haga el trabajo fundamental, todo el resto encaja en
su sitio.
La chica que mojaba la cama... su familia tenía que adaptarse a eso, no podía hacer
ninguna otra cosa. Sus hermanas, sus vecinos y sus compañeros de escuela tenían
que adaptarse a eso.
104
Una observación más: cuando me incorporé al plantel del Hospital Estadual de
Worcester, su director médico, el doctor A., me llevó a dar una vuelta por el hospital
para ver las salas y los pacientes, y luego me invitó a conversar en su oficina. Allí me
dijo: "Siéntese, Erickson, y escúcheme. Usted tiene una cojera notoria. No sé cómo
llegó a tenerla, ni me interesa averiguarlo. Mi cojera procede de la Segunda Guerra
Mundial. Me han hecho 29 operaciones por la osteomielitis de mi pierna; renguearé
todo el resto de mi vida. Ahora bien: si a usted le interesa la psiquiatría, Erickson,
puede alcanzar un gran éxito. Esa cojera suya evocará los sentimientos maternales de
todas sus pacientes femeninas, y a sus pacientes masculinos les trasmitirá que no
tienen motivo para temerle a usted, ya que es un inválido y no cuenta. Así pues, no
les importará contarle sus cosas, porque usted, siendo un inválido, no cuenta
demasiado. Por lo tanto, camine por todas partes con el rostro inmutable y los ojos y
oídos bien abiertos".
Yo acepté el consejo pero le añadí algo. Cada vez que hacía una observación, la ponía
por escrito dentro de un sobre, cerraba este y lo guardaba en un cajón. Tiempo
después, cuando hacía otra observación, la escribía y la comparaba con la primera.
He aquí un ejemplo: En Michigan había una secretaria sumamente tímida. Tenía su
escritorio en un extremo del cuarto y nunca lo miraba de frente a uno. Tomaba los
dictados con la cabeza gacha y jamás alzaba la vista para mirar a quien tenía delante.
Casi siempre llegaba a la oficina cinco minutos antes de las ocho, que era la hora de
entrada. A las ocho ya estaba en plena tarea. Trabajaba hasta las doce y cinco, luego
iba a almorzar y retomaba la labor a la una menos cinco. La hora de salida eran las
cuatro de la tarde, y ella siempre trabajaba cinco minutos más.
Los empleados del hospital tenían quince días de vacaciones pagas. La semana laboral
empezaba a las ocho de la mañana del lunes y terminaba al mediodía del sábado.
Pero cuando a Debbie le tocaba salir de vacaciones, sólo empezaba a empacar a las
ocho y cinco del lunes, perdiendo así su fin de semana, desde el mediodía del sábado.
y a los quince días volvía cuando eran las doce menos cinco del sábado, con lo cual
tampoco aprovechaba bien el último fin de semana. Era obsesivamente escrupulosa.
Un verano vi caminando frente a mí por el corredor, a unos veinte metros de
distancia, a una chica extraña. Yo estaba a cargo del personal y conocía a todos en
ese lugar: su modo de caminar, su modo de agitar los brazos, la postura de su
cabeza. Podía reconocer a cada uno, y a esta extraña muchacha no la conocía. Me
pregunté cómo era posible. Yo estaba a cargo del personal. Pero cuando la chica se
dio vuelta para entrar en la oficina de contaduría vi el perfil de Debbie.
Fui a mi oficina, tomé una hoja de papel y puse mi observación por escrito; la metí en
un sobre, cerré el sobre y se lo entregué a mi secretaria diciéndole: "Coloque sus
iniciales en esta hoja, póngale la fecha y guárdela". Ella era la única que tenía la llave
de ese cajón, así que yo no podía pispear en mis observaciones. Tampoco en mí
mismo confío. (Sonríe y mira directamente a uno de los asistentes, tal vez a Sally.)
Un mes más tarde mi secretaria volvió de almorzar y me dijo: "Sé algo que usted no
sabe". "No se atreva a apostarlo", le contesté. "En esto puedo apostarlo. Debbie no se
tomó vacaciones este verano. Hoy, mientras almorzábamos, nos contó que contrajo
matrimonio en secreto". Yo le dije: "Señorita X., alcánceme ese sobre que lleva fecha
de un mes atrás". "¡Oh, no!", exclamó ella. (Risas.) Encontró el sobre, lo abrió y sacó
la hoja con mi observación; esta rezaba lo siguiente: "O Debbie está ardientemente
enamorada o se ha casado en secreto y tiene buenas relaciones sexuales".
Y esto nos lleva a otro punto. Para el hombre, el sexo es un fenómeno localizado. Su
vida sexual no hace que le crezcan más los bigotes. En cambio, cuando una mujer
inicia su vida sexual, todo su cuerpo queda comprometido, porque es una función
105
biológica del cuerpo entero. Tan pronto como empieza a tener una sexualidad regular,
es probable que se modifique levemente el trazado de sus cabellos, los bordes de sus
cejas se tornan algo más prominentes, la nariz un milímetro más larga, el mentón le
cuelga un poco más, los labios se engrosan, cambia el ángulo de su mandíbula, se
altera el contenido en calcio de la columna vertebral y se desplaza el centro de
gravedad, le crecen o se le ponen más carnosos los senos y las nalgas. (A medida que
menciona estos diversos cambios, E. señala las partes correspondientes de su
cuerpo.) Su manera de caminar es distinta porque el centro de gravedad está más
bajo, mueve los brazos en forma diferente. Si observan con cuidado a gran número de
personas aprenderán a reconocer esto.
No se pongan a observar a sus parientes o a sus compañeros; ese sería un
injustificado entrometimiento en la privacidad ajena. Pero con toda libertad pueden
observar a sus pacientes, las enfermeras, sus alumnos de medicina, los residentes de
cirugía, ya que su propio trabajo los obliga a examinar a los pacientes y a las
personas que los atienden. Están enseñando medicina y deben conocer los problemas
de sus alumnos, que a su vez van a ejercer la medicina. Vigilen a sus residentes. Pero
vigilar a sus colegas o a sus parientes es una injerencia injustificada en su vida
privada. Yo nunca supe si mis hijas estaban menstruando, pero siempre sabía cuando
una paciente que venía a verme estaba menstruando o por menstruar, o acababa de
terminar su período.
En Michigan había una secretaria que un día nos dijo a mi amiga Louie y a mí:
"Ustedes, malditos psiquiatras, piensan que lo saben todo". Yo contesté con modestia:
"Bueno, todo no, pero casi". (Sonríe.) Esa secretaria, que se llamaba Mary, estaba
casada con un viajante de comercio que debía atender una amplia zona, lo cual lo
obligaba a pasar fuera del hogar dos días, una semana, dos semanas, tres semanas...
nunca se sabía con certeza cuánto. Un día yo llegué a la oficina y Mary estaba
dactilografiando con la puerta cerrada. Yo escuché, abrí la puerta, sacudí la cabeza y
le dije: "Mary, usted empezó a menstruar esta mañana", y cerré la puerta. Mary sabía
que yo estaba en lo cierto. Meses más tarde, escuché a Mary dactilografiando en la
oficina, abrí la puerta y le dije: "Mary, anoche su marido volvió a casa". (Se ríe para
sí.) Mary nunca dudaba de lo que yo sabía. Y a veces las enfermeras y secretarias se
me adelantaban. Un día una empleada entró en la oficina y me dijo: "¿Puede hacer
salir a su secretaria? Quiero decirle algo". Lo hice y continuó: "Anoche empecé un
amorío y quiero contárselo antes que se dé cuenta solo". (El grupo se ríe.).
Cuando uno observa a sus colegas o a sus familiares, su innato sentido de la cortesía
y la privacidad le impiden aprender; pero es distinto con los pacientes y con las
enfermeras que los tienen a su cuidado. En cuanto a los estudiantes de medicina, van
a salir a practicar sobre las personas, y es mejor saber qué anda descaminado en
ellos.
Ustedes son adultos y son mis colegas, así que no los observaré. Miraré sus rostros y
si alguno de ustedes no simpatiza conmigo, lo sabré. Ustedes dos (a Sally y Sarah),
también lo saben, ¿no? ¿Que yo sé leer los rostros?
Sally: Que sabe leer los rostros, sí.
E.: Ahora les contaré otro caso. Un profesor de Yale había sido analizado durante dos
años en este país, y su esposa durante un año. Viajaron a Europa, y él se analizó con
Freud durante un año, a cinco sesiones por semana, en tanto que ella tuvo también
un año de análisis con uno de los discípulos de Freud. Al verano siguiente regresaron
y se ofrecieron como voluntarios para trabajar en el Hospital Estadual de Worcester.
El profesor me contó acerca de sus dos años de psicoanálisis, sus sesiones con Freud,
y los dos años de psicoanálisis de su esposa, y me dijo que quería que yo les hiciera
106
psicoterapia a ambos. Pero yo acababa de entrar al servicio de investigación y estaba
muy ocupado; les dije que me llevaría algún tiempo reacomodar mis horarios.
Esa semana había una venta especial de libros en el centro de Worcester. A mí
siempre me gusta ir a esas ventas, sobre todo para aprovechar los saldos de los
editores. El profesor me acompañó, a él también le gustaba comprar libros. Y
mientras caminábamos por la calle salió del negocio, a unos seis metros delante de
nosotros, una mujer extremadamente obesa, de metro y medio por metro y medio.
El profesor se volvió hacia mí y me dijo: "Milton, ¿no le gustaría echar mano a ese
trasero?" ¡No, no me gustaría!", contesté. "Bueno, ¡a mí sí!", dijo él. Cuando volvimos
al hospital, llamé a su esposa y le dije: "Íbamos caminando por la calle detrás de una
mujer muy obesa, más o menos de metro y medio por metro y medio, cuando su
marido me preguntó si no me gustaría echar mano a ese trasero. Yo le contesté que
no tenía ningún deseo de hacerlo, pero él me dijo que sí". La esposa pegó un brinco y
preguntó: "¿Mi marido le dijo que le gustaría echar mano de un gordo trasero?"
"Exactamente", asentí, "y lo dijo con gran vehemencia". "¡Y yo que me he muerto de
hambre todos estos años para mantener las caderas delgadas como las de un
muchachito!", exclamó ella. "Se acabaron las dietas para mí. El podrá echar sus
garras sobre un enorme y gordo trasero". (Risa general.)
Unas semanas más tarde ella vino a verme y me dijo: "¿Sabe una cosa?, mi marido es
demasiado caballero. Es muy pundonoroso. Piensa que lo sabe todo, pero quisiera que
usted le enseñe a hacerme el amor. Piensa que la única manera es que él esté subido
encima mío; a veces a mí me gustaría subirme encima de él". Llamé a su marido y le
expliqué que hacer el amor en cualquier posición en que gocen ambos es correcto;
todo aquello que no le haga gozar a uno de los dos, es incorrecto. Se lo expliqué con
gran detalle. Esa es toda la psicoterapia que hice con ellos. (Al grupo:) Ahora bien:
¿por qué, en sus tres años de psicoanálisis, ese profesor no pudo averiguar que el
error estaba en las caderas de muchachito que tenía su esposa? ¿Por qué ella, en dos
años de análisis a razón de cinco veces por semana, no pudo averiguar que a su
marido le gustaban los traseros grandes?
Así pues, en dos breves encuentros yo hice todo el análisis de Freud y la terapia del
otro analista. Ahora el profesor está jubilado, ya son abuelos; y ella mide un metro
cincuenta por un metro cincuenta, y son felices. (Sonríe.) Y yo pienso que eso es
psicoterapia.
Cuando llegué a Michigan, el primer día, vi una muchacha y pronto me di cuenta de
que era una auxiliar técnica. Era muy bonita de la cintura para arriba y de las rodillas
para abajo, pero tenía el trasero más grande que jamás le vi a una mujer. Cuando
caminaba por los pasillos del hospital y pasaba junto a algún hombre, sacudía su
trasero y del golpe que le daba el hombre caía al suelo. (Lo muestra con ademanes de
su brazo izquierdo.) Yo sabía que a ella no le gustaba su trasero. Pero a mí me
parecía una muchacha interesante.
Comprobé que tenía una costumbre bastante peculiar. Los días de visita se paraba en
la puerta del hospital, en un lugar visible desde mi oficina, y cada vez que entraba
una madre con un pequeño en brazos, ella se acercaba, le hacía tres preguntas, y a
todas, la madre contestaba que sí con la cabeza. Luego la madre entraba a visitar a
sus parientes mientras ella, los días de buen tiempo, cuidaba a las criaturas de todas
las madres. Ahora bien, para que una muchacha renuncie a su día franco a fin de
cuidar a los chicos de otras mujeres, deben gustarle los niños.
Después de un año, empezó de pronto a tener hipo día y noche.
En nuestro plantel había 169 médicos de Detroit. Todos ellos la examinaron y
recomendaron una consulta psiquiátrica. La muchacha sabía que yo iba a ser el
107
encargado de esa consulta. Conocía mi reputación de poder ver cosas, y se negó
rotundamente.
Su jefe la fue a ver y le dijo: "Mira, June. Tú tienes aquí internación y atención médica
gratuitas. Todos han recomendado que veas a un psiquiatra y tú te niegas. Te
mantenemos el puesto, y aunque estás en cama, sigues cobrando el sueldo. Pero si
no quieres hacer esa consulta psiquiátrica, toma el teléfono, llama a una ambulancia y
que te lleve a un hospital privado. Conservarás tu puesto sólo si aceptas esa consulta
psiquiátrica". Como no le agradó la perspectiva de tener que pagar un hospital privado
y la ambulancia, contestó: "Está bien, díganle que venga".
Yo fui a las dos de la tarde y cerré con mucho cuidado la puerta de su cuarto. Levanté
la mano (alza el brazo izquierdo, como quien quiere detener el tránsito) Y le dije:
"Cierre la boca y no diga nada hasta que me haya escuchado a mí. Su problema
consiste en que no leyó los 'Cantos de Salomón'. Los tiene allí en la Biblia, junto a su
mesa, pero no los ha leído. Ese es su problema. Ahora bien, puesto que usted no ha
leído los 'Cantos' de Salomón, yo se los voy a explicar. He venido observando durante
un año cómo usted cuida a los hijos de otras mujeres los días que tiene franco.
Siempre le pregunta a la madre si le permite darle un caramelo, un chicle o un
juguete, y si puede cuidar a la criatura mientras ella visita a su pariente enfermo. De
modo que sé que a usted le gustan los niños, y piensa que como tiene un trasero tan
grande, ningún hombre se fijará en usted.
Opinaría distinto si hubiera leído los 'Cantos de Salomón'. A la sazón ya había
despertado su curiosidad. (Al grupo:) Dudo de que alguno de ustedes haya leído
jamás los "Cantos de Salomón". (A uno de los presentes:) ¿Usted los leyó?
(E. hace una señal afirmativa con la cabeza.) Le expliqué entonces:
"El hombre que desee casarse con usted, el hombre que se enamore de usted, se
fijará en ese grande y gordo trasero suyo y sólo verá en él una buena cuna de niños.
Ese hombre querrá ser padre de un montón de hijos. Y verá en usted una hermosa
cuna de niños.
"Pues bien, no pare de hipar ahora, sino cuando sean las diez y media o las once. De
ese modo todos pensarán que usted tuvo una curación espontánea, en la que yo no
tuve nada que ver. Siga hipando, y todos pensarán que también yo he fracasado.
Cuando me vaya, lea los 'Cantos de Salomón'. Están en esa Biblia que tiene junto a la
cama".
Unos meses más tarde, cuando mi secretaria salió a almorzar June vino un día y me
mostró su anillo de compromiso. Meses después, esperó otra vez que mi secretaria se
fuera a almorzar y me presentó a su prometido. El hombre me dijo que era
propietario de unas tierras y empezó a contarme sus planes de levantar una casa que
iba a tener muchísimos dormitorios y un gran cuarto de niños. (Sonríe.)
Cierta vez le pregunté a mi padre por qué se había casado con mi madre, y me
respondió: "Porque su nariz apunta para el Oeste". (Risas.) Mi madre tenía el tabique
torcido y la nariz ganchuda. Yo le objeté que para que la nariz mirara hacia el Oeste,
ella tenía que estar parada mirando al Sur. Mi padre replicó: "Yo provengo de
Chicago, que queda al sur de Wisconsin". Contra esa lógica me era imposible discutir.
Entonces le pregunté a mi madre: "¿Por qué te casaste con papá?" "Porque tenía un
ojo azul y el otro blanco", me respondió. "No puede ser", argüí yo. "Los ojos son
azules, castaños o negros". Ella dijo: "Tu padre tenía un ojo azul. Era bizco, y del otro
ojo sólo se le veía en ciertos momentos la parte blanca". Yo dije: "Nunca le vi el ojo
blanco". Ella contestó: "No, desde el día que nos casamos se le enderezaron los ojos".
Le pregunté: "¿Alguna vez se le volvió a torcer el ojo?" "Sí", me dijo ella, "en una
108
oportunidad. Había ido a St. Louis para tratar de alistarse con los "Rudos Jinetes" de
Teddy Roosevelt,* pero lo descartaron por su vista.
Volvió a casa con el ojo azul y el otro blanco, y se puso a pensar: tenía que mantener
a una esposa y una hija, era mejor que hiciese las cosas bien. Así que volvió a tener
los dos ojos azules". (Sonríe.) Pregunten y aprenderán. ¿Qué hora es?
Jane: Las cuatro.
E.: Yo puedo contar hasta cuatro. Forastera, ¿quisiera venir a sentarse en este sillón,
por favor? (Se dirige a Sarah, quien se levanta y va hacia el sillón verde.) ¿Por
casualidad notaron que no le pedí a ella que dejara ese sillón? (Se refiere a Anna.)
Ahora los demás saben esto. ¿Cuántos dedos tiene usted?
Sarah: Cinco... este, cuatro.
E.: Contando como dedo su pulgar.
Sarah: Cinco. Diez.
E.: ¿Cómo es: cinco o diez?
Sarah: Diez.
E.: ¿Está segura?
Sarah (riendo): Sí.
E.: Ponga las manos sobre sus muslos. ¿Da lo mismo que los cuente así (señala de
derecha a izquierda) o así (señala de izquierda a derecha)? ¿Obtiene la cifra correcta
de cualquiera de las dos maneras?
Sarah (sonriendo): Sí.
E.: ¿Está segura?
Sarah: Sí.
E.: Y si a los dedos de una mano le agrega los de la otra, ¿obtendrá la respuesta
correcta?
Sarah: Sí.
E.: Yo creo que usted tiene once dedos... ¿Piensa realmente que estoy equivocado?
Sarah: Bueno, probablemente no lo esté en algún sentido.
E.: Bien. Contará a medida que yo le indique.
Sarah (cuenta mientras E. le va señalando los dedos): Uno, dos, tres, cuatro, cinco,
seis, siete, ocho, nueve, diez.
E.: ¿Es así como los cuenta usted?
Sarah: Sí.
E.: Bueno, yo creo que usted tiene once dedos. Dijo que daba lo mismo contarlos de
este modo o de este otro (hace las señales correspondientes), y que si a los dedos de
una mano se le agregan los de la otra, se obtiene la cifra correcta. ¿Es así?
Sarah: Así es.
E.: ¿Y lo comprendió?
Sarah: Sí.
E.: Diez, nueve, ocho, siete, seis, y cinco son once.
*
Los "Rou&h Riders". regimiento de caballería formado por voluntarios que Teodore Roosevelt y Leonard
Wood organizaron durante la guerra hispanoamericana (1898). [N. del T.].
109
Sarah (sonríe primero, luego se ríe): Así es.
E.: ¿Es la primera vez que se entera de que tiene once dedos? (Sarah sigue riendo y
asiente con la cabeza.) ¿No le parece que tendría que haber estudiado más en la
escuela?
Sarah (sonriendo): Sí.
E.: A mí también me parece. ¿Sabe distinguir su mano derecha de su mano izquierda?
Sarah: Sí, lo sé.
E.: ¿Está segura?
Sarah: Ajá.
E. (señalando la mano izquierda de Sarah): Ponga esa mano delante. Ahora, ¿cuál es
su mano izquierda? (Sarah sonríe, luego se ríe.) ¿Así que su mano derecha es su
mano izquierda? Creo que ella tendría que volver a la escuela.
Sarah: Sigo estando allí. Ese es el problema.
E.: Es una buena técnica cuando uno trabaja con niños. Creo que haré algo más para
el grupo. (A Stu:) ¿Puede alcanzarme esa tarjeta?
(E. saca una tarjeta y se la da a Sarah.) Léala atentamente, pero no deje traslucir lo
que haya comprendido. Pásela sin dejar traslucir lo que haya comprendido. (La tarjeta
circula por la habitación. En ella está escrito lo siguiente: "Lea de todas las maneras
posibles lo que está dentro de los dos paréntesis". (710) (7734) E. recibe la tarjeta de
vuelta, y se dirige a Sarah:) ¿Qué leyó usted?
Sarah: ¿Quiere que le diga todo lo que hay en la tarjeta? (E. asiente.)
¿Quiere que lea solamente los números? No estoy segura.
E.: Lea en voz alta. (Le muestra la tarjeta a Sarah otra vez.)
Sarah: ¿Toda la tarjeta... esta manera?
E.: Díganos lo que lee.
Saroh: ¿Dentro de los paréntesis?
(E. asiente.) 710.7734.
E.: ¿Alguno leyó algo diferente? (A Siegfried:) Repita su respuesta.
Siegfried: Puedo mezclar los números.
E.: Dé un ejemplo.
Siegfried: 017, 0107, o 3477, 07347...
E.: Las instrucciones decían leer de todas las maneras posibles lo que está dentro de
los paréntesis. Y yo miro y veo "OIL" [petróleo] y "HELL" [infierno]. (Toma la tarjeta,
la da vuelta y se la pasa a Sarah, que se ríe. E. sonríe. La tarjeta circula por la
habitación.) Y bien, ¿por qué no acataron las instrucciones, de leer de todas las
maneras posibles?
Christine: ¿Sabe?, hay otra, este, otra razón que resultaría... Los alemanes hacen
diferentes los números siete. Yo escribo mis sietes de otra manera, y él (señala a
Siegfried) también. Así que para nosotros no sería lo mismo. Si diéramos vuelta la
tarjeta, nunca resultaría de esta manera.
E.: Pero ambos leen inglés.
Christine: Sí, pero los sietes los hacemos así. (Lo muestra.)
110
E.: Cuando oyen a un paciente, escuchen lo que oyen y luego incorpórense en esa
silla y vuelvan a escuchar, porque la historia tiene otra faz. Esta historia tiene otra faz
(señala la tarjeta).
Les narraré una experiencia que tuve. La señora Erickson y yo estábamos en la ciudad
de México, cuando un dentista nos invitó a cenar a su casa. Estaba muy orgulloso de
su mujer y de lo gran artista que ella era; la esposa dijo que no era así: hacía unos
pocos bocetos, eso era todo, y no eran dibujos muy buenos. El dentista afirmó que
eran bocetos maravillosos y contra la voluntad de ella trajo una media docena para
mostrarnos.
Miré todos sus dibujos. Ella había agregado en cada uno un borde ornamental de
líneas entrecortadas. Miré cada figura de este modo, de este otro modo, de este otro
modo y otra vez de este modo. (Hace girar una vuelta completa a la tarjeta que tiene
en la mano.) Y estaba perplejo, porque lo analizaba desde ambos extremos.
Tomé una hoja de papel, hice en ella un agujero del tamaño de un dedo, y lo apoyé
sobre el borde ornamental. El dentista miró a través del agujero y vio un rostro en
miniatura. Corrí la hoja y vio otro rostro en miniatura. Había cientos de pequeños
rostros ocultos en ese borde ornamental. Dije entonces: "Cualquiera con talento
suficiente como para ocultar cientos de rostros en miniatura con distintas expresiones
en el borde de un dibujo sin que nadie los vea, y sin que el artista mismo sepa
siquiera que están allí, tiene que ser un gran artista". Ahora la esposa del dentista es
una conocida artista de la ciudad de México, directora de la galería de arte de la
ciudad.
Cuando uno mira cosas, debe mirarlas bien. Cuando uno escucha a un paciente, debe
escuchar minuciosamente y tratar de imaginar cuál es la 'otra faz de la historia.
Porque si uno escucha solamente la historia que narra el paciente, no conoce en
realidad toda la historia. Cuando se toma la historia del paciente y se la da vuelta,
aparecen el "OIL" y el "HELL".
Me parece que esto ya es bastante para que traten de digerirlo hasta mañana. Y los
que no hayan ido aún al cerro Squaw, háganlo, y quienes no hayan ido al Jardín
Botánico y al Museo Heard, aprovechen mañana por la mañana. Son las cuatro y el
Museo Heard cierra a las cinco, lo mismo que el Jardín Botánico y el Zoológico. El
cerro Squaw está siempre abierto. (Sonríe.)
Anna: Doctor Erickson, yo me voy mañana a la mañana y quería agradecerle mucho.
E.: Entonces es la última vez que la veo, porque mañana no me levantaré hasta las
doce menos cuarto.
En cuanto a mis honorarios, todavía no les he aclarado esto. Mis honorarios son muy
flexibles. Les digo a mis alumnos que me paguen lo que puedan pagarme
cómodamente. Mis honorarios básicos son de 40 dólares la hora. En verdad, no puedo
pedir que cada uno de ustedes me pague eso. Cada cual sabe cuántas horas estuvo
aquí, y pueden pagar una cierta proporción de esa cantidad. Si se sienten
terriblemente ricos, pueden dejar un cheque más grande aún. Yo tengo en mis planes
seguir viviendo no importe cuánto me paguen. (Risas.)
¿Debo hacer entrar a esta inocente criatura y mostrarle qué es un genio? (Señala a
Sarah, quien se ríe.)
Siegfried: ¿Puedo descontaminarlo?
E.: Si gusta. Voy a hacer entrar a esta joven e inocente criatura para mostrarle su
lámpara de Aladino. Con un genio real.
Sarah: Con un genio real... ¡Suena muy interesante!
111
Jeff: Usted no está poniéndose más viejo, está poniéndose más fuerte.
E.: ¡Dígamelo de Vuelta!
Jueves
(Hoy se han incorporado al grupo cinco personas nuevas; en total hay once presentes.
E. pide a los nuevos integrantes que llenen los formularios. Mira en derredor.)
E.: ¿Sabe alguien cómo fue elegido el papa Juan Pablo II?
Christine: Como todos los otros papas, en un cónclave.
E.: No. Los cardenales no pudieron llegar a una decisión; hicieron un receso y
practicaron una encuesta de opinión. (Se ríe.)
Siegfried (sentándose en el sillón verde): Muchísimos chistes norteamericanos son
idiomáticos y rara vez los capto.
E. (después de una pausa) He aquí otro chiste norteamericano: Una señora vio en una
estación de ferrocarril un gato de cola mocha, y le preguntó al guarda: "¿Manx?" El
individuo respondió: "No, de dos menos dos a dos y dos". Y la mayoría de los
norteamericanos no lo captan. (Risas.) El tipo de gato llamado "Manx", que toma su
nombre de la isla inglesa, es de rabo corto. Cuando el guarda le dijo: "No, de dos
menos dos a dos y dos", se refería al tren que le pisó la cola al gato y se la amputó: el
que llegó a las dos menos dos minutos y partió a las dos y dos minutos. (Se ríe.)
Siegfried: Capté algunas palabras. (Risas.)
E.: ¿Hay aquí algún australiano? Un neozelandés me contó algo sobre los australianos.
Me dijo que los australianos no conocen la diferencia entre un búfalo y un bisonte.
¿Alguno sabe por qué? Un australiano sabe lo que es un búfalo pero piensa (lo que
sigue en acento australiano) pero piensa que un bisonte es un recipiente para lavarse
la cara (E. recoge los formularios de la gente nueva, se pone los anteojos y los lee.)
¿Es esta una conspiración contra mí? Esta semana todo el mundo quiere que yo
adivine su edad. Ponen su fecha de nacimiento, y luego dan la edad de sus hermanos.
Bien, Bonnie, quienquiera que sea...
Bonnie: Aquí estoy.
E.: Usted me recuerda los viejos y buenos tiempos en que enseñaba en la facultad de
medicina. Por favor, coloque la fecha. Y usted, Ruth, ¿tiene algo que objetar contra la
fecha?
Ruth: ¿La fecha de hoy? (E. le devuelve su hoja para que la corrija. Luego se dirige a
Eddie, a quien también le devuelve su hoja:) La fecha. Y usted es otro de los que me
piden que les adivine la edad.
Y les dije a mis alumnos de medicina que el examen final tendría lugar en el Salón de
Ciencias el martes 12 a las dos de la tarde. Lo dije con suma lentitud: "Salón de
Ciencias, martes 12, a las dos, en el aula 222". Y salí y desde el umbral eché una
mirada atrás, y he aquí que todos estaban preguntándose unos a otros: "¿Qué dijo?
¿Qué dijo?" Usted, ¿podría repetirme su nombre?
Linda: Linda.
E.: ¿Qué le parece si se sienta junto al conde Drácula?
Linda (riendo): Ya me encontré antes con él y creo que es muy amable.
E.: No se lo encontró a medianoche. Bien, lo repetiré para algunos: Nuestra vida
conciente, nuestra mente conciente, se ocupa de nuestro estado de percatamiento
[awareness], que es un estado dividido de percatamiento. Ustedes vinieron aquí para
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averiguar qué voy a decirles, pero al mismo tiempo que me escuchan tienen su
atención dividida entre las otras personas, los estantes de las paredes, los cuadros y
todo lo demás. Ahora bien, la mente inconciente es un vasto depósito de sus
recuerdos, de las cosas que aprendieron. Tiene que serlo porque no les es posible
mantener conciente todo lo que saben. Su mente inconciente obra a modo de un
depósito. Teniendo en cuenta todas las enseñanzas que han recibido en el curso de su
vida, ustedes utilizan la enorme mayoría de ellas en forma automática a fin de
funcionar.
Pues bien, fue para ustedes un largo y duro trabajo aprender a hablar. Y ahora hablan
de la mañana a la noche y ni les preocupa saber cómo se pronuncia esta sílaba,
cuántas sílabas hay en cada palabra, qué sonidos son los apropiados, etc. Nunca se
detienen a pensar, en ello. Pero hubo una época en que decían: "Tomá buá", y
pensaban que estaba diciendo: "Tomar agua". Ahora emplean un vocabulario adulto
sin ese horrible esfuerzo de la infancia, de tener que decir "Tomá buá". En su infancia
de hecho tenían que percatarse exactamente de lo que estaban diciendo, y debían
recordar concientemente que no debían decir "Tomá tomá" sino "Tomá buá".
Me acuerdo que cuando una de mis hijas estaba aprendiendo a hablar, decía: "Subir
escalera, tip-tip, tip-tip, tip-tip... Voy poner manta-manta a muñeca-muñeca". Y
ahora dice: "Subiré la escalera y le pondré la manta a la muñeca". Siempre repetía
muchas palabras. A su hermano lo llamaba "La la". Él se llama "Lance".
Ahora bien, en psicoterapia... si lo que quieren hacer ustedes es psicoterapia... ante
todo deben aprender que cada uno de nosotros le da un significado distinto a las
palabras que todos utilizamos. La palabra "run" tiene 142 significados en inglés. Si
ustedes dicen "run" y está presente una chica que se ha percatado de que se le ha
corrido un punto en la media, puede sentirse turbada, siendo que ustedes están
hablando de una racha de suerte en los naipes, o de un cardumen de peces, o de un
político que es candidato en las elecciones, o de cómo corre un caballo y cómo lo hace
un camello en comparación con el caballo. Sus pacientes les dicen muchas cosas y la
tendencia de ustedes es colocar sus propios significados a las palabras del paciente.
Ya conté esto el otro día, pero lo contaré de vuelta. (Relata la anécdota sobre la
"leche de maicena", y al terminar dice:) Así, pues, todos tenemos nuestros
significados especiales.
¿Cuántos de ustedes saben cocinar? Supónganse que están en una excursión de
campamento, por el norte de Ilinois o por Wisconsin, digamos, y deciden comer
pescado en la cena. ¿Cómo lo cocinarían? (Sonríe.) Y supónganse que recorriendo un
maizal hubieran cortado unas cuantas mazorcas. ¿Cómo las cocinarían?
Bueno, les contaré cuál es la forma más deliciosa. Toman el pescado y lo evisceran.
Sin quitarle las escamas, lo envuelven en hojas de llantén, una planta medicinal.
Hecho esto, sacan del fondo del río un buen puñado de lodo y hacen con él una pelota
alrededor de las hojas, afinándola en los bordes. Después la ponen al fuego de leña, y
cuando los extremos de la pelota se abren el pescado ya está cocido. Entonces hacen
rodar la pelota para sacarla del fuego, y parten la cubierta de barro. Todas las
escamas, las aletas y la cola se quedan adheridas a las hojas de llantén, y el pescado
resulta así cocinado en su propio jugo. Y es delicioso. Le añaden un poco de sal, y
tienen por delante un banquete olímpico. Y si llegan a cazar una codorniz, la
evisceran, la envuelven con mucho cuidado en una pelota de barro y la colocan en el
fogón. Cuando se abren los extremos y empieza a salir vapor, rompen la pelota, y las
plumas y la piel de la codorniz quedan pegadas al barro seco, y ahí la tienen ustedes
perfectamente asada en su propio jugo. Una pizca de sal, y ya está el plato
maravilloso.
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Hay otras maneras de cocinar las codornices (risas), pero esa es mi manera
predilecta. Y para asar las mazorcas, se las envuelve en barro y se las pone al fuego
durante un lapso considerable. Después se rompe la cubierta de barro, con lo cual se
le sacan las vainas, y queda el choclo perfectamente cocido. Lo sé porque lo he hecho.
Como todos ustedes saben, hay diversas maneras de preparar el maíz, y cada
individuo tiene diversas maneras de reaccionar ante cada situación.
Quiero comentarles que me encanta esta tarjeta. (Toma una tarjeta y la pasa a
Siegfried, a su izquierda.)(mirando la tarjeta): No comprendo todo lo que dice.
E. (tomando la tarjeta y pasándose la a Bonnie): Deje que la vea él. Lea en voz alta.
Bonnie: "Slade Nathan Cohn, hijo de Jim y de Gracie Cohn, confiere al doctor Milton
Erickson el galardón de abuelo honorario, en el aniversario de la adopción de Slade, el
12 de setiembre de 1977, llevando impresa como sello de aprobación esta 'marca'
especial". (En la tarjeta está impresa la huella dactilar del pie de Slade, y tiene la
leyenda "dos años”. Bonnie la muestra a los demás.)
E.: Hágala circular.
Bien. Jim era un joven muy idealista, que había terminado su escuela secundaria.
Gracie había sido su compañera de estudios, y también era una joven muy idealista.
Jim fue reclutado para la guerra de Vietnam, y cumplió funciones fuera del campo de
batalla. En un accidente que tuvo un camión en que se trasladaba sufrió una fractura
de columna, con corte de médula espinal.
Fue traído al Hospital de Veteranos de Guerra en una silla de ruedas con ataques
convulsivos cada cinco minutos, de día y de noche. Lo operaron para aliviarle el dolor,
pero de nada sirvió; en verdad, el dolor se hizo más intenso. Lo operaron una
segunda vez, y tampoco sirvió de nada. Planeaban hacerle una tercera operación para
aliviarlo de ese dolor convulsivo cada cinco minutos, cuando en algún momento, Jim,
o Gracie, o ambos, oyeron hablar de mí. Le dijeron al jefe de cirugía que querían que
le practicara hipnosis para el dolor. El jefe los llevó a su consultorio y durante una
hora les dijo que la hipnosis era una tontería, que era brujería y magia negra. Me
describió como un charlatán, un simulador, un ignorante. Lo cierto es que él no
simpatizaba ni con la hipnosis ni conmigo, y pensaba que era un enorme error que se
les ocurriera siquiera la idea de hacer hipnosis.
Pero Jim seguía con sus convulsiones cada cinco minutos, y Gracie condoliéndose de
él; y a pesar de esa conferencia de una hora contra la hipnosis resolvieron venir a
verme.
Gracie entró empujando la silla de ruedas de Jim a mi consultorio. En el rostro de
ambos se leía su temor, su expectante infortunio; sus miradas traslucían
resentimiento, débil esperanza, antagonismo y prevención. No se hallaban, por cierto,
en un buen estado de ánimo para escucharme. Pero me contaron de la herida en la
espalda, las dos operaciones y lo que había dicho ese respetabilísimo jefe de cirujanos
del Hospital de Veteranos sobre la hipnosis: que era magia negra, brujería y
charlatanería.
Entonces le dije a Gracie: "Párese allí, sobre la alfombra. (Señala el lugar.) Bien
derecha, con la mirada hacia adelante y las manos al costado. Usted, Jim, tome este
pesado bastón de roble. Yo lo usaba para caminar. Si ve que yo hago algo que a usted
no le gusta, me sacude con él. (A Siegtried:) "Me sacude" quiere decir "me pega".
(Todos se ríen.)
Siegfried: ¿Con el palo de madera?
E.: Un bastón de roble, un palo largo que se usa para caminar. Jim tomó el bastón, lo
apretó fuertemente y me observó. Luego le dije a Gracie: "Gracie, voy a hacer algo
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que no le gustará... que objetará con todas sus fuerzas. Dejaré de hacerlo tan pronto
usted entre en trance hipnótico. Ahora bien, usted no sabe lo que es la hipnosis ni lo
que es un trance hipnótico, pero en el fondo de su mente sí lo sabe. Así que se queda
ahí parada, y si yo hago algo que sea afrentoso para usted, sepa que dejaré de
hacerlo tan pronto usted esté en trance".
Alcé la punta de mi bastón de bambú y empecé a moverlo hacia uno y otro lado entre
sus senos, tratando de dejarlos al descubierto; y Gracie cerró lentamente los ojos y
entró en trance profundo. Bajé mi bastón; Jim me observaba sin sacarme los ojos de
encima. Le pregunté a Gracie: "¿En qué pueblo nació? ¿A qué escuela secundaria
asistió? Nómbreme algunos de sus compañeros de clase. ¿Le gusta el clima de
Arizona?", y algunas otras cosas por el estilo. Gracie respondía con los ojos cerrados.
Me aproximé a ella, le levanté el brazo y se lo dejé cataléptico. (E. alza su propio
brazo y lo deja cataléptico.)
Me volví hacia Jim y le dije: "Usted escuchó lo que me dijo Gracie. Ahora háblele
usted". Bajé el brazo de Gracie (baja su brazo), y Jim le dijo: "¿Gracie? ¿Gracie?
¡Gracie!" Se dirigió a mí y me dijo:
"Ella no me oye". "Es cierto, Jim; está en un trance profundo, no puede oírlo.
Pregúntele lo que quiera. Ella no lo oirá". Él le formuló algunas preguntas y ella no
tuvo el más mínimo movimiento.
Entonces yo le pregunté: "Gracie, ¿cuántos alumnos tenía su escuela secundaria?" Ella
me respondió. Con un dedo le alcé otra vez el brazo, y con un dedo volví a bajárselo.
(Lo muestra con movimientos de su brazo izquierdo.) Luego le dije a Jim: "Levántele
el brazo a Gracie". El se acercó y quiso levantárselo, pero yo había puesto la mano de
Gracie al costado de su cuerpo y estaba cataléptica; Jim no pudo apartarla de su
cuerpo. Yo me incliné y le levánte la mano con un dedo, y le pedí a Jim que procurara
bajársela. El lo intentó, pero los músculos de Gracie se contrajeron y mantuvo la
mano en su lugar. (Lo muestra con su mano.)
Me tomé un tiempo para todo esto, y después le dije a Gracie: "Gracie, siga en trance
profundo, pero abra los ojos y camine desde la alfombra hasta esa silla (la señala); y
cuando se siente en ella, cierre los ojos. Luego despierte, abra los ojos y comience a
hacerme preguntas".
Gracie se sentó en esa silla, cerró los ojos, luego los abrió y me preguntó: "¿Cómo
llegué hasta aquí? Estaba parada sobre esa alfombra. ¿Cómo llegué hasta aquí?" Jim
le contestó: "Caminaste hasta allí". "No lo hice", replicó ella. Estaba parada sobre esa
alfombra.
¿Cómo llegué hasta aquí?" Jim trató de decírselo, pero Gracie le discutía insistiendo:
"Estaba parada sobre la alfombra. ¿Cómo llegué hasta aquí?" Dejé que discutieran un
rato, y le dije a Jim: "Mire el reloj. ¿Qué hora es?" "Las nueve y veinticinco", contestó.
"Muy bien", proseguí, "usted llegó aquí a las nueve y tuvo una sola convulsión de
dolor. No tuvo más". "Es cierto", confirmó Jim, y entró en una convulsión. "¿Qué le
parece ese dolor? Se libró de él durante veinte minutos". El dijo: "No me gustó nada,
y no quiero volver a tenerlo". "No lo culpo", continué yo. "Bien, Jim, mírela a Gracie;
usted, Gracie, mírelo a Jim, y mientras lo mira, entre en trance profundo. Y usted Jim,
mientras mira cómo entra Gracie en trance profundo, también usted entrará en trance
profundo". No había pasado un minuto cuando ambos estaban en trance profundo.
Le puntualicé a Jim: "El dolor es una advertencia que nos hace el cuerpo. Es como un
despertador que nos despierta en la mañana. Cuando uno se despierta, interrumpe el
campanilleo y se prepara para la jornada. Escuche usted esto, Gracie. Jim, cuando
usted siente que el dolor va a comenzar, todo lo que tiene que hacer es interrumpir el
sonido de la campanilla, y dejar que su cuerpo trabaje cómodo durante la jornada y
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haga todo cuanto haya que hacer. Escúcheme, Gracie, porque no es necesario que Jim
me esté mirando todo el tiempo. Siendo usted su esposa, cuando Jim siente que se
acerca el dolor, puede pedirle a usted que se siente junto a él; él la mirará, usted lo
mirará a él, y entrarán ambos en trance. Una vez que esto suceda, Gracie, puede
repetir algunas de las cosas que yo le voy a enseñar ahora mismo". Y a continuación
le di a Gracie instrucciones detalladas de cómo debía hablarle a Jim.
Los vi a ambos unas veces más a fin de asegurarme que realmente habían aprendido.
Después de nuestro primer encuentro, volvieron al hospital y pidieron hablar con el
jefe de cirugía. Durante una hora le dieron una clase sobre hipnosis, asegurándole que
estaba tremendamente equivocado. Jim le dijo: "Ya ve que no tengo más convulsiones
dolorosas, y usted quería someterme a una operación inútil. En verdad, debería estar
avergonzado. Tendría que aprender algo sobre hipnosis". En la clase siguiente que di
en la Facultad de Phoenix ese cirujano asistió y se puso a tomar apuntes.
Unos días más tarde Jim y Gracie abandonaron el hospital y retornaron a su hogar en
Arizona. Como Jim había quedado inválido, el Estado le dio un subsidio para que
construyera una casa; y Jim, desde su silla de ruedas, colaboró en gran parte de la
construcción de esa casa. Después el Estado le proveyó de un tractor y le entregó
unas seis hectáreas de tierra; él aprendió a trasladarse desde la silla de ruedas al
asiento del tractor, y así pudo arar su terreno.
Al principio venía a Phoenix cada dos meses, porque para Jim la hipnosis era más o
menos como una vacuna antitetánica. Me pedía una "dosis de refuerzo", y yo se la
daba. Pero muy pronto empezaron a aparecer sólo cada tres meses, después cada
seis. Luego se les ocurrió una brillante idea: podían hablarme por teléfono. Jim me
llamaba y me decía: "Gracie está en la línea junto conmigo. Creo que necesito una
dosis de refuerzo". Yo a mi vez preguntaba: "Gracie, ¿está sentada?" Me contestaba
que sí, y yo le decía: "Bien, voy a colgar. Usted y Jim permanecerán en trance
durante quince minutos. Usted le dirá a Jim todo lo necesario, y usted, Jim, escuchará
lo que ella le diga. Al finalizar los quince minutos pueden despertar".
Jim y Gracie querían tener un bebé. En sus dos primeros años de matrimonio Gracie
había perdido seis embarazos. Fue a varios médicos y todos le recomendaron que
adoptara un niño en vez de procrearlo. Así fue como yo patrociné la adopción de Slade
Nathan Cohn.
Cuando el chico tenía dos años lo trajeron para que lo viera; me gustó muchísimo ese
niño. Es casi tan grande como mi nieto de cuatro años, y a decir verdad se porta
mucho mejor. Gracie y Jim eran padres excelentes. Y hace poco patrociné la adopción
de un segundo hijo de ellos.
Pues bien, lo que la gente no sabe es infinito... cosas que en realidad saben y creen
que no las saben. La mayoría de ustedes pensarán que no les es posible provocar una
anestesia. Permítanme que les dé un ejemplo.
Supónganse que ustedes van a la universidad y hay allí un profesor que da sus clases
en un tono de voz muy monótono. Ustedes no se interesan por ese curso, ni se
interesarán jamás. El continúa zumbando y zumbando, y todo lo que ustedes quieren
es que el viejo majadero se caiga muerto, aunque no tienen ninguna esperanza de
que en efecto así suceda. El sigue zumbando la lección, ustedes continúan sentados
en las duras sillas de madera... les duelen las nalgas y la espalda, les duelen los
brazos, y se revuelven en su asiento tratando de hallar una posición cómoda. El reloj
parece haberse detenido, la hora no termina nunca. Hasta que al fin el viejo majadero
se agota. Ustedes se incorporan aliviados y agradecidos y se desperezan para volver a
sentirse cómodos.
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Al día siguiente se sientan en la misma silla, pero esta vez el profesor les gusta y
habla sobre un tema que les interesa. Se inclinan hacia adelante, lo escuchan con ojos
y oídos bien abiertos. Esa dura silla de madera no les hiere las nalgas ni les hace
doler; y el reloj parece correr demasiado rápido, la hora pasa enseguida, la clase
termina casi apenas comenzada. Todos han tenido esa experiencia. Uno provoca su
propia anestesia.
Les contaré sobre algunos enfermos de cáncer. Un médico de Mesa, en el estado de
Colorado, me telefoneó y me dijo: "Tengo una paciente que se está muriendo de un
cáncer de útero. Es una historia bastante triste. Hace más o menos un mes, el marido
cayó muerto de pronto en la cocina de un síncope cardíaco. Después del funeral la
viuda vino a verme para que le hiciera un examen físico. Al terminar, debí decirle que
tenía un cáncer de útero que se le había propagado a la cadera y a la columna, y que
le quedaban unos tres meses de vida. Le aconsejé que lo tomara con calma; tarde o
temprano sentiría dolores, y yo le daría narcóticos para aliviarlos. Estamos en
setiembre, morirá antes de diciembre. Y sufre unos dolores terribles. Grandes dosis de
Demerol combinado con morfina y otros narcóticos no han tenido efecto alguno en
ella. El dolor es constante. ¿Podría usted someterla a hipnosis?"
Acepté. Fui hasta su casa, porque la mujer quería morir en su propio hogar. Entré al
dormitorio, me presenté, y ella me dijo: "Soy licenciada y publiqué un libro de poesía,
así que algo sé acerca del poder de las palabras. ¿Cree usted realmente que el poder
de sus palabras logrará en mi cuerpo lo que no lograron poderosas sustancias
químicas?" Le contesté: "Señora, usted conoce el poder de las palabras; yo también lo
conozco, a mi modo. Quisiera hacerle algunas preguntas. Tengo entendido que usted
pertenece a la religión de los mormones. ¿Es usted una buena mormona?" Ella me
replicó: "Tengo fe en mi Iglesia. Me casé en el Templo. Crié a mis hijos de la misma
manera". "¿Cuántos hijos?", le pregunté. "Dos", contestó. "Tengo un muchacho que
en junio del año que viene se recibirá en la Universidad Estadual de Arizona. Me
gustaría verlo con su toga y birrete, pero para entonces ya estaré bien muerta. Mi hija
tiene 18 años y en junio se casará en el Templo. Me gustaría asistir a la boda, pero
estaré bien muerta entonces". Yo le pregunté: "¿Dónde está su hija?" "Está en la
cocina, preparando la cena", respondió. "¿Puedo decirle que venga al dormitorio?"
Dijo que sí. Antes le pregunté a la mujer: "¿En este momento tiene un dolor muy
intenso?" "No sólo en este momento", respondió. "Estuve todo el día con dolor, y toda
la noche. También lo estaré toda esta noche que viene". Yo le dije: "Eso es lo que
usted piensa. Yo no tengo por qué pensar lo mismo".
Cuando la hija, una muchacha de 18 años muy bonita, entró en el cuarto... Los
mormones son muy moralistas y muy rígidos en su código moral... Le pregunté:
"¿Qué está usted dispuesta a hacer por su madre?" Con lágrimas en los ojos, la chica
respondió: "Lo que sea, cualquier cosa". Le dije: "Me agrada oír eso. Siéntese en esta
silla, porque necesito su ayuda. Usted no sabe cómo se entra en trance, pero no se
preocupe. Sentada aquí al lado mío, en su mente inconciente -si prefiere puede
llamarla la parte trasera de su mente-, usted sabe cómo entrar en trance. Así pues, si
quiere ayudar a su madre, entre en trance, en un profundo, muy profundo trance, tan
profundo que su mente abandonará su cuerpo y flotará en el espacio y usted sólo
escuchará mí voz, que acompañará a su mente al espacio exterior. Y solamente
escuchará mi voz".
Me volví hacia la madre: estaba inmóvil, observando absorta a su hija, que tenía los
ojos cerrados. Entonces hice algo que yo sabía la madre iba a objetar. La chica usaba
sandalias y zoquetes, y la pollera le llegaba casi hasta los tobillos. Le dije a la madre:
"Ahora escuche con atención. A usted no le gustará lo que voy a hacer. Planteará
serias objeciones. No comprenderá lo que voy a hacer, pero simplemente observe y
se dará cuenta por qué lo hago". Empecé a tirar de la pollera de la muchacha hacia
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arriba, hasta que quedaron al descubierto sus rodillas y la mitad de sus muslos. La
madre estaba horrorizada, porque no es posible hacerle esto a una joven mormona:
exponer sus piernas desnudas. La madre estaba completamente horrorizada.
Cuando los muslos estuvieron descubiertos en sus dos terceras partes, yo alcé la
mano y la descargué sobre uno de ellos con la palmada más fuerte que pude. (E.
descarga una palmada sobre su propio muslo.) La madre casi salta de la cama cuando
oyó el palmazo; miró a su hija, pero esta no se había movido, ni siquiera había
parpadeado. Saqué la mano y la madre pudo ver la huella que le había dejado sobre
la piel. Volví a alzar la mano y a descargarla con igual fuerza sobre el otro muslo. La
chica no se movió, no parpadeó. Por lo que a mí concernía, ella estaba en el espacio
exterior sintiendo solamente mi voz.
Le dije entonces: "Me gustaría que su mente vuelva aquí, junto a mí. Quiero que abra
lentamente los ojos y mire del otro lado del cuarto, donde las paredes se juntan con el
cielorraso". Previamente yo había calculado con la vista el ancho del dormitorio, y
sabía que si ella miraba hacia ese punto, con su visión periférica notaría sus muslos
desnudos. Ella miró, y de repente se puso muy colorada, y empezó a bajarse
subrepticiamente la pollera. La madre vio su rubor y ese subrepticio bajarse la pollera,
aparentemente confiada en que nadie se daría cuenta.
Le dije a la chica: "Hay algo más que me gustaría que hiciera. Usted está sentada al
lado mío. Quiero que, sin trasladar su cuerpo, se siente del otro lado del cuarto". Y
empecé a hablarle como si ya se hubiera ido al otro lado del cuarto. Ella contestó mis
preguntas pero alterando la entonación de la voz, como si realmente estuviese allí.
(Mira hacia el otro lado de la habitación.) Y la madre saltaba con la vista de aquí para
allá; percibió que la voz de su hija no tenía la entonación adecuada. La hice volver a
la chica junto a mí y le dije: "Quiero agradecerle muchísimo por la ayuda que me
brindó con su madre. Ahora puede despertar, se sentirá muy bien y volverá a la
cocina a preparar la cena de su madre". Cuando despertó le agradecí otra vez, porque
es muy importante agradecer a la mente inconciente del paciente y a su mente
conciente.
La chica se fue a la cocina y yo me volví hacia la madre: "Señora, usted todavía no lo
sabe, pero está en un trance muy profundo y no siente dolor. Ahora bien, como usted
conoce las palabras, conoce el poder que ellas tienen, y también conoce el poder de
las palabras en la hipnosis. Bien, señora, yo no puedo estar permanentemente con
usted, y en realidad no es necesario, porque voy a decirle algo que es muy, muy
importante.
"Escúcheme con atención. Su dolor volverá. No hay nada que yo pueda hacer para
impedirlo. Pero cuando vuelva, quiero que usted tome su cabeza, desde los hombros
para arriba, la ponga en una silla de ruedas y se vaya hasta la sala. Yo dejaré allí un
aparato especial de televisión; lo verá en un extremo de la sala. Nadie más podrá
verlo.
Puede encender mentalmente ese televisor. Tiene maravillosos programas de poesía y
literatura. Coloca su cabeza en la silla de ruedas, se va a la sala, enciende el televisor;
no pasarán avisos comerciales en ninguno de los programas". (Cualquier mujer que
haya escrito un volumen de versos tiene imaginación... y hasta puede tener
memoria.) "y entonces ve el programa. En ese televisor estarán, a su antojo, sus
programas favoritos, los que siempre quiso ver u oír. Después de un tiempo se
cansará, apagará el televisor y llevará de vuelta su cabeza al dormitorio para que se
junte con su cuerpo. Se sentirá cansada y se quedará dormida. Tendrá un sueño
reparador. Al despertar, sentirá sed o hambre, o querrá estar acompañada. Sus
amigos podrán venir a visitarla, y cada vez que amenace empezar el dolor, tomará su
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cabeza de los hombros para arriba, la pondrá en la silla de ruedas e irá a la sala a ver
televisión".
Seis semanas más tarde, mientras hacía mi habitual paseo matinal de los domingos
por el desierto, fui a visitarla. Llegué a su casa a las seis de la mañana. Estaba la
enfermera nocturna, que aparentemente no había sido informada muy bien. Me costó
un buen trabajo persuadirla de que yo era médico, y de que la mujer era mi paciente.
Finalmente logré producirle la suficiente identificación como para que aceptase que yo
era, en efecto, el médico de la paciente, por más que fueran las seis de la mañana.
"Pasó una noche terrible", me contó. "Se la pasó todo el tiempo diciéndome que me
callase. Piensa que está en la sala. Está delirando. Cada vez que yo trataba de
explicarle que estaba en su dormitorio, me gritaba: '¡Cállate!'"
Pasé al dormitorio y le dije a la mujer: "Todo está bien. Vaya apagar el televisor. Le
explicaré algunas cosas a su enfermera para que no la moleste. Cuando me vaya, el
programa comenzará en el punto exacto en que yo lo había interrumpido". Le expliqué
a la enfermera. La señora pronto se cansó, sacudió su cabeza y volvió al dormitorio,
se reunió con el resto de su cuerpo Y se quedó dormida. Cuando se despertó tenía
mucho apetito y pidió el desayuno.
Los amigos que la visitaban regularmente pronto se acostumbraron a que ella se
sacase la cabeza y se fuera a oír ese televisor que nadie más podía ver. Luego volvía,
se quedaba dormida, se despertaba sedienta o hambrienta Y pedía un vaso de agua
fría o una fruta.
Los amigos se acostumbraron a todo eso...
La mujer cayó en coma y murió repentinamente en el mes de agosto. Pudo ver a su
hijo con birrete y toga y a su hija recién casada en el Templo, que volvió para que la
madre contemplara cómo lucía en traje de novia. Vivió cómodamente durante once
meses. "Sáquese siempre su cabeza desde los hombros para ver esa televisión
imaginaria".
A mi hermana le hicieron una mastectomÍa. Cuando llegó el momento de sacarle los
puntos, le dijo al médico: "Doctor, usted sabe que cuando llega el momento de
sacarme los puntos a mí me da mucho miedo. ¿Le importa si me quito la cabeza y los
pies y me voy al solario?". Luego explicó: "Mientras estaba en el solario seguía
mirando por la puerta de mi cuarto. El médico permanecía siempre en una posición
que tapaba mi cuerpo. Después de un rato miré y se había ido, así que tomé mi
cabeza y mis pies, volví y me junté con mi cuerpo".
Y una noche mi hermana, que ya había vuelto del hospital, estaba charlando con mi
padre, quien también había vuelto del hospital después de un síncope coronario; y
cada uno de ellos se dio cuenta que el otro había tenido un repentino ataque de
taquicardia. Mi hermana dijo: "Papá, tú tienes taquicardia, igual que yo. Yo tengo de
mi parte la juventud, que me da una ventaja sobre ti. Yo te llevaré al cementerio". Mi
padre replicó: "No, nena, yo te llevo la ventaja de la edad y la experiencia. Yo te
llevaré al cementerio a ti". Estallaron los dos en una carcajada. Mi hermana sigue viva
y coleando. Mi padre murió a los 97 años y medio.
En su mayoría, la familia Erickson contempla la enfermedad y la desgracia como parte
del forraje alimenticio de la vida. Y cualquier soldado que se haya alimentado durante
un tiempo con las "raciones K" les dirá que el forraje es lo mejor de cualquier dieta.
(Se ríe.)
Les contaré otro caso de cáncer. Un médico me llamó y me dijo: "Tengo una paciente
de 35 años, madre de tres hijos. Quiere morir en su casa. Se le hizo una mastectomía
del seno derecho, pero ya es demasiado tarde; tiene metástasis en los huesos, los
119
pulmones y otros lugares del cuerpo. Las drogas no la ayudan ni pizca. ¿Querría
intentar usted la hipnosis?"
La fui a visitar. Al abrirse la puerta delantera de la casa, oí la siguiente cantilena que
venía desde el dormitorio: "No me haga doler, no me haga doler, no me haga doler,
no me asuste, no me asuste, no me asuste, no me haga doler, no me asuste, no me
haga doler". Permanecí un momento escuchando ese cántico sostenido. Luego entré
en el dormitorio y traté de presentarme. La mujer yacía sobre su costado derecho
hecha un nudo sobre sí misma. Por más que yo le hablara, le gritara y repitiera cosas,
ella seguía con su continua cantilena.
Pensé: "Bueno, tengo que atraer su atención de alguna manera". Decidí entonces
sumarme a su cántico: "Voy a hacerle doler, voy hacerle doler, voy a asustarla, voy a
asustarla, voy a hacerle doler, voy a asustarla, voy a hacerle doler". A la larga me
preguntó: "¿Por qué?" Pero como no esperó mi respuesta, yo seguí canturreando, sólo
que con unas pequeñas modificaciones: "Quiero ayudarla, quiero ayudarla, quiero
ayudarla, pero voy a asustarla, voy a asustarla, voy a hacerle doler, pero quiero
ayudarla, pero voy a asustarla, quiero ayudarla". De pronto me interrumpió y
preguntó: "¿Cómo?", siguiendo enseguida con su canto. Yo continué: "Voy a ayudarla,
voy a ayudarla, voy a asustarla, voy a pedirle que se dé vuelta mentalmente, no
físicamente, que se dé vuelta mentalmente, no físicamente, que se dé vuelta
mentalmente, no físicamente, voy a hacerle doler, voy a asustarla, voy a ayudarla si
se da vuelta mentalmente, no físicamente".
Finalmente, dijo: "Me he dado vuelta mentalmente, no físicamente. ¿Por qué quiere
asustarme?", y prosiguió con su cantilena. Yo repliqué: "Quiero ayudarla, quiero
ayudarla, quiero ayudarla, quiero ayudarla". Hasta que ella dejó de canturrear y otra
vez preguntó: "¿Cómo?"
Dije: "Quiero que sienta una picadura de mosquito en la planta del pie derecho, le
pica, le pica, le duele, le hace sentir comezón, es la peor picadura de mosquito que
tuvo jamás, le hace sentir comezón, le duele, es la peor picadura de mosquito que
tuvo jamás". Hasta que ella dijo finalmente: "Lo siento, doctor... tengo el pie
dormido; no puedo sentir esa picadura de mosquito". "Está bien", continué yo, "está
bien. Ahora se le va durmiendo el tobillo, el tobillo, la pierna, la pantorrilla;
lentamente se le va durmiendo la pierna hasta la rodilla. Ahora el sopor sube por el
muslo, casi llega el sopor a la mitad del muslo, ahora le llega a la cadera y pasa al
lado izquierdo, y ahora baja por el muslo izquierdo, lentamente baja hasta la rodilla
izquierda y sigue bajando, bajando, hasta la planta del pie izquierdo y ahora usted
tiene dormido todo el cuerpo desde la cadera para abajo.
"Y ahora el sopor va a subir por su costado izquierdo, lentamente, lentamente hasta
su hombro, hasta el cuello, y bajará por el brazo, todo el brazo hasta la yema de los
dedos. Y ahora empieza a subir por el lado derecho, hasta el brazo, hasta el hombro,
y bajando hasta la yema de los dedos, y ahora quiero que el sopor suba por su
espalda, lentamente por su espalda, cada vez más alto, más alto, hasta llegar a la
nuca.
"Y ahora el sopor subirá hasta su ombligo, y más alto todavía, y lo lamento
muchísimo, lo lamento muchísimo, lo lamento muchísimo, pero cuando llegue a la
cicatriz de su seno derecho, no puedo hacer que el sopor... sea completo. Donde le
hicieron la operación sentirá una comezón muy molesta, una picadura de mosquito;
ella dijo: "Está muy bien, está mucho mejor que como acostumbraba dolerme, puedo
soportar la picadura de mosquito". Yo me disculpé por no poder eliminarle la molestia
de la picadura de mosquito, pero ella tornó a asegurarme que no le importaba esa
molestia.
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La volví a ver con frecuencia. Empezó a aumentar de peso y dejó de canturrear.
Entonces le dije: "Usted puede deformar el tiempo hipnóticamente para que cada día
le parezca muy breve. Le parecerá que de una a otra visita mía trascurre un tiempo
muy breve".
Fui a visitarla regularmente una vez por mes.
En abril me dijo: "Doctor, quisiera poder caminar por la casa, entrar en cada pieza y
echarle una mirada, una sola vez antes de morir. Una sola vez, y quisiera poder usar
el baño una vez más".
Lo llamé a su médico de cabecera y le dije: "Muéstreme su examen con rayos X".
Quiso saber por qué. Le expliqué que ella deseaba caminar por la casa una vez. Él me
dijo: "Tiene metástasis en la cadera, la pelvis y la columna. Creo que usted corre el
riesgo de una fractura completa de cadera". Yo contesté: "Está bien. Aparte de eso,
usted piensa que ella lo puede hacer". "Sí", me dijo, "pienso que puede".
Encaré a la mujer: "Bien, voy a ponerle una faja, y usted la sentirá cada vez más
apretada. Le apretará con mucha fuerza las caderas". En otros términos, lo que yo
estaba haciendo era contraerle los músculos para entablillarle los huesos. "Se sentirá
torpe al caminar", continué, "y en realidad no podrá mover muy bien los muslos.
Tendrá que caminar moviendo las piernas de las rodillas para abajo".
La acompañé en su recorrida por todos los cuartos, los dormitorios de sus tres hijos
pequeños, sus ropas y juguetes. Pudo usar el baño. Luego se subió otra vez
torpemente a la cama y con sumo cuidado le quité la faja.
En mayo, mi esposa y mi hija Betty Alice me acompañaron a visitarla. La paciente me
dijo: "Doctor, tengo un nuevo dolor, en mi estómago". "Muy bien", dije yo, "tendré
que tratar ese dolor".
Me volví hacia mi mujer y mi hija y les dije: "Vayan a dormir".
Y así paradas como estaban entraron en trance profundo. Les dije que estaban
sintiendo un dolor muy fuerte en su estómago, que estaban muy enfermas; y mi
paciente comenzó a condolerse de ellas.
"Luego declaré: "Ahora les voy a sacar el dolor a ellas y a usted". Les sugerí con
cuidado que desapareciera el sentimiento de dolor y de enfermedad. Mi esposa y mi
hija despertaron sintiéndose bien, y lo mismo ocurrió con mi paciente.
Murió la última semana de julio; estaba de visita en casa de unos amigos cuando de
repente entró en coma y ya no salió de él. Así que hemos visto dos casos. En uno
utilicé la religión de los mormones, en el otro los propios síntomas de la paciente.
He aquí un tercer caso. Me llama un médico y me dice: "Tengo una paciente de 52
años en el Hospital del Buen Samaritano. Es una licenciada muy inteligente, muy
instruida, y con un maravilloso sentido del humor; pero le quedan menos de tres
meses de vida y padece de continuo dolores. Le inyecto una doble dosis de morfina,
Demerol y Percodán, todo al mismo tiempo, más medio gramo de amital sódico, y ni
siquiera la adormece, tanto es el dolor que tiene. Pero puede sentarse en una silla de
ruedas, y en una ambulancia es posible llevarla a su consultorio; el conductor de la
ambulancia se encargaría de trasportarla hasta su habitación. ¿Quiere ver si puede
hacer algo por ella con hipnosis?".
"El conductor de la ambulancia la empujó por esta puerta hasta ese sitio (señala un
lugar al costado de la puerta lateral del consultorio). Yo tenía entonces setenta años,
y el color de mi cabello era en esencia igual que ahora... he tenido este mismo color
de cabello los últimos quince años. Ella me miró y me dijo: "Hijo, ¿crees realmente
que tus palabras hipnóticas lograrán modificar mi cuerpo, siendo que poderosas
sustancias químicas no tuvieron ningún efecto sobre él?" Le contesté: "Señora, estoy
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mirando sus ojos y veo que sus pupilas se dilatan y contraen permanentemente, y sus
músculos faciales están temblando. Así que yo sé que usted padece un dolor
constante... un dolor agudo y punzante, continuo. Lo veo con mis propios ojos. Ahora
bien, señora, dígame: si en la habitación de a lado hubiera un tigre escuálido y
hambriento, y de pronto entrara lentamente a este consultorio y la mirara a usted con
ganas de comérsela mientras se lame las fauces, ¿sentiría usted mucho dolor?" Ella
contestó: "En esas circunstancias no sentiría nada. ¡Dios, no siento nada en este
momento! ¿Puedo llevarme ese tigre al hospital conmigo?" "Por cierto", le dije, "pero
tengo que avisarle a su médico". "Pero no se lo diga a las enfermeras", añadió ella.
"Quiero divertirme un poco con ellas. Cada vez que me pregunten si siento dolor, les
diré: "Miren debajo de la cama; si el tigre todavía está allí, yo no siento ni una pizca
de dolor".
Cualquier mujer de 52 años que se dirija a mí diciéndome "hijo" tiene sentido del
humor; y en este caso hice uso de eso. En otras palabras, aprovechen lo que el
paciente les ofrece, sea lo que fuere. Si es un cántico, canten ustedes también. Si el
paciente es mormón, aunque ustedes no lo sean, sabrán lo suficiente de la religión de
los mormones como para hacer uso de ello. Y en cuanto a Jim, el idealista Jim y la
idealista Gracie... Cuando un hombre extraño comienza a mirar su corpiño... no se
hace eso con personas tan idealistas... así se gana su atención de inmediato. (Se ríe.)
Christine: Dijo usted que le dio a Gracie instrucciones concretas sobre lo que debía
decirle a Jim en trance… ¿Podría explicar... podría ser un poco más explícito?
E.: Hice que Gracie memorizara palabra por palabra lo que dije sobre el despertador.
Se despierta, interrumpe la campanilla del despertador, modifica sus actividades, y
hace lo que corresponde hacer ese día. Si uno es católico, come pescado. Esa es una
de las cosas que corresponde hacer. Como él estaba construyendo una casa y
colaborando en la labranza de la granja, era apropiado hacer eso.
Una mujer: ¿Hay límites en cuanto al grado en que puede controlarse la espasticidad
de una parálisis? Este... ¿el dolor de esa espasticidad, fue controlado mediante la
hipnosis?
E.: Jim era muy espástico. No les mencioné esto. La espasticidad desapareció cuando
yo empecé a hurgar en los senos de su mujer. Toda su atención se volvió atención
espástica. (Se ríe entre dientes.) A mí no me importó, y a él tampoco.
Otra mujer: ¿Hasta qué punto cree usted que el enfermo de cáncer puede controlar el
proceso canceroso en su cuerpo?
E.: No se han hecho suficientes trabajos experimentales, pero lo que si sé es que Fred
K. oyó una conferencia mía en Twin Fans, Idabo, donde Fred era una de los cirujanos
más destacados. Es un cirujano muy progresista. Resolvió que debía haber una
asociación médica en Twin Falls, y organizó una. Luego resolvió que la ciudad
necesitaba un hospital, así que empezó a moverse para instalar un hospital
comunitario. Luego resolvió que debía contar con un edificio adecuado para
consultorios. Fred es una fuente motriz en Twin Falls.
Cuando terminé mi conferencia se me acercó y me dijo: "Oí su conferencia y me di
cuenta de que el mundo tolera mucho menos a un cirujano voluble que a un
psiquiatra voluble". Fue así que tomó una residencia en psiquiatría en Salt Lake City.
Ahora es profesor de psiquiatría. Se negó a aceptar una cátedra si no se le permitía
trabajar en conexión con el servicio de cirugía. Cada dos pacientes que operaba,
usaba la hipnosis con uno para favorecer la curación de la herida quirúrgica y todos
los pacientes a los que les aplicó la hipnosis cicatrizaron sus heridas mucho más
rápido que los otros.
Eso es todo cuanto puedo decirle.
122
Jane: Doctor Erickson, yo tengo la enfermedad de Raynaud*. ¿Puedo lograr algo con la
hipnosis?
E.: ¿Dejó de fumar?
Jane: Sí, no fumo.
E.: Muy bien. En 1930 vi al doctor Frank S., quien tenía la enfermedad de Raynaud e
insistía en seguir fumando. Le encantaba inhalar el humo. Quería saber qué podía
hacer con su enfermedad. Le dije:
"La tiene pegada". (Mira a Jane.) "No creo que debiera irse a un lugar frío". Le habían
ofrecido la dirección del Hospital Estadual de Augusta, en Maine. Frank repuso que
quería ese puesto. Le dije:
"Bien, cada vez que sienta fríos los dedos, vea si puede encender mentalmente una
pequeña fogata en las yemas". Frank es algo más viejo que yo, y periódicamente
enciende una pequeña fogata en sus yemas. La enfermedad no avanzó.
Jane: Lo único es que en mi caso son los dedos de los pies.
E.: Bien, enciéndales una fogata de vez en cuando, mentalmente.
Jane: ¿Ahora?
E.: Si usted pudiera pensar en este mismo momento lo que yo puedo pensar se
ruborizaría. (Risas.) ¿Sabe que tiene control de los capilares del rostro? (Jane sacude
la cabeza en señal afirmativa.) ¿Y en sus brazos? Ya tuvo antes la piel de gallina allí.
(Jane se mira los brazos.) Cuando usted pasa de un clima cálido a otro de baja
temperatura se le pone la piel de gallina en todo su cuerpo. Espero que haya hecho la
experiencia de entrar en la bañera con el agua demasiado caliente y haya descubierto
la piel de gallina que se le forma en las piernas, a causa del desborde sanguíneo
desde los receptores de calor a los receptores de frío. Pues bien: sus pies pueden
ruborizarse lo mismo que su rostro (Se ríe entre dientes.) Ya ha comprobado que
puede encender una fogata en su rostro. (Se ríe.) Y gracias por la demostración.
(Todos ríen.)
Jane: Hace mucho calor aquí. (Risas.)
E.: Bien. ¿Cuán profundo necesitan ustedes que sea un trance para hacer
psicoterapia? Ustedes no han permanecido muy atentos porque mientras yo les
hablaba estuve entrando y saliendo de un trance. He aprendido a entrar en trance
mientras dialogo, puedo dialogar con ustedes y ver que esa estera se levanta hasta
esta altura (hace una señal). Es una estera mucho más pequeña. Y puedo estar
hablando con ustedes acerca de Jim y Gracie (tiene la mirada fija en la estera), del
tigre hambriento o de cualquier otra cosa, y lo único que notarán es que mi manera
de hablar se vuelve algo más lenta. (Sonríe y mira en derredor.) Puedo entrar y salir
de un trance sin que ninguno de ustedes se dé cuenta.
Christine: En tal caso, ¿podría explayarse un poco más sobre la autohipnosis?
E.: Muy bien. Una vez estaba dando una charla sobre hipnosis, creo que en algún
lugar del estado de Indiana, cuando se me acercó un hombre de un metro noventa y
cinco de alto, puro hueso y músculo, y muy orgulloso de ello. Vino a estrechar mi
mano, y cuando yo vi que se aproximaba ese quebrantahuesos me apresuré a
estrechársela yo en primer lugar. Me dijo que su apodo era "Bulldog", y que cada vez
que se le ocurría una idea, se aferraba a ella y nadie era capaz de sacársela de la
cabeza. "Ni un solo individuo en el mundo podría ponerme en trance", me aseguró.
*
Trastorno vascular Caracterizado por espasmos intermitentes de las arterias de los dedos; es más
frecuente en las mujeres. [N. del T.]
123
"¿Le gustaría comprobar lo contrario?", le pregunté yo. "Ni un solo individuo",
prosiguió él, "nadie podría hipnotizarme".
"Quisiera demostrárselo", le contesté, "y que usted conozca al hombre capaz de
hipnotizado". "Puede hacerlo", replicó. "Traiga a ese hombre". "Esta noche", proseguí,
"cuando esté por acostarse en su cuarto del hotel, tómese una hora, entre las siete y
las ocho, póngase la pijama y siéntese en una silla frente al espejo: allí podrá ver al
hombre capaz de ponerlo en trance".
Al día siguiente me confesó: "Hoy me desperté a las ocho de la mañana y todavía
estaba sentado en esa maldita silla". (Risas.) "Pasé allí sentado toda la noche. Admito
que puedo ponerme a mí mismo en trance".
Una paciente que tuve en el año 1950 me telefoneó y me dijo: "El año pasado estuve
leyendo un libro sobre autohipnosis; le dedicaba dos o tres horas diarias a estudiarlo y
a seguir al pie de la letra sus instrucciones. Me es imposible ponerme en trance": Le
dije: "Joan, usted fue mi paciente en 1950. El contacto que tuvo conmigo en esa
oportunidad debe haberle aconsejado la conveniencia de volver a llamarme. El libro
que usted estuvo leyendo es probablemente el de... (E. nombra a un hipnotizador
lego)". "Correcto", confirmó ella. "Todos los libros de ese individuo sobre autohipnosis
no son otra cosa que basura", declaré yo. "Usted ha estado tratando de decirse a sí
misma concientemente qué debía hacer y cómo debía hacerlo. Está haciendo pasar
todo por su conciencia. Pues bien: si pretende entrar en un trance autohipnótico,
disponga su reloj despertador para que suene veinte minutos más tarde. Póngalo
sobre la cómoda, siéntese y mire su imagen en el espejo".
Me telefoneó al día siguiente: "Preparé el despertador", dijo, "me senté y miré mi
imagen, y sonó la campanilla. Pensé que había cometido algún error, Volví a
prepararlo con mucho cuidado para que sonara veinte minutos más tarde. Lo puse
sobre la cómoda, me senté y me miré en el espejo, y sonó. Y esta vez el reloj me
estaba mostrando que habían trascurrido veinte minutos".
En otras palabras, nadie se dice a sí mismo lo que debe hacer en un estado de trance.
La mente inconciente de cada cual sabe mucho más que uno. Si uno confía en su
mente inconciente, ella procederá a la autohipnosis que se busca. Y hasta puede ser
que tenga alguna idea mejor.
Dicho sea de paso, mi hija Roxanna, que es enfermera, nos hizo hace poco una visita.
Nos estaba contando su labor con los pacientes en Dallas; hay allí muchos casos de
urgencia, es una tarea muy exigente y que lleva mucho tiempo. Se especializan en la
atención de accidentes automovilísticos, y en Dallas estos se producen en cualquier
momento.
Su madre le preguntó cómo hacía para dormirse después de una de esas
abrumadoras experiencias en la sala de urgencia; Roxanna dijo: "Oh, es muy simple.
Tengo un reloj de esfera luminosa. Cuando me acuesto le echo una mirada. Sé que si
diez minutos más tarde puedo ver el reloj, tendré que subir y bajar las escaleras
veinte veces. Soy perezosa, y jamás tuve que subir y bajar las escaleras veinte veces;
pero sé que si puedo ver el reloj diez minutos después, tendré que bajar de la cama y
subirlas y bajarlas realmente esas veinte veces".
Publiqué un artículo sobre un hombre que perdió a su esposa y vivía junto con un hijo
también viudo. Ambos compartían las tareas de la casa y dirigía una compañía de
asuntos inmobiliarios. Un día el anciano vino y me dijo: -"Pasé despierto toda la
noche, sin poder dormirme, revolcándome de un lado a otro. Nunca consigo dormir
más de dos horas. Por lo general me duermo a las cinco de la madrugada y me
despierto a las siete", "Bien", contesté yo, "lo que usted quiere es corregir su
insomnio… Lo único que tiene que hacer es lo que yo voy a decirle. Me dice que entre
124
usted y su hijo se reparten la tarea de la casa. ¿De qué manera se la reparten?"
Contestó: "Mi hijo hace las cosas que le gusta hacer, y yo las que me gustan a mí".
"¿Qué es lo que más le disgusta a usted?", le pregunté. "Encerar los pisos", replicó.
"Tenemos pisos de madera y me gusta conservarlos encerados. Yo haría todo lo que
me toca a mí y todo lo que le toca a mi hijo, con tal de que él se encargue de encerar
los pisos. Yo no lo soporto".
"Muy bien", le dije. "Estoy pensando en un remedio para usted. Le costará ocho horas
de sueño. ¿Piensa que es capaz de tolerar la pérdida de ocho horas de sueño?" "Por
supuesto que puedo", respondió. "He estado perdiendo esas horas de sueño todas las
noche durante un año".
"Esta noche", proseguí, "cuando llegue a su casa, tome un tarro de cera para pisos
Johnson y un trapo, y lustre el piso durante toda la noche, hasta la hora en que
habitualmente se levanta por la mañana. Luego váyase a su trabajo. Sólo habrá
perdido dos horas de sueño.
La noche siguiente, empiece a encerar el piso a la hora de acostarse, encérelo toda la
noche y váyase a trabajar en el horario de costumbre. Con ello sumará cuatro horas
de sueño perdidas. La noche siguiente vuelva a encerar los pisos toda la noche y
habrá perdido otras dos horas de sueño".
La cuarta noche, antes de empezar a encerar, le dijo a su hijo:
"Creo que le daré un descanso a mi vista durante un minuto". Se levantó a las siete
de la mañana. Ahora tiene siempre sobre su cómoda una lata de cera para pisos
Johnson y un trapo de lustrar. Le dije: "Usted tiene un reloj luminoso. Si puede ver la
hora quince minutos después de haberse ido a dormir, levántese y encere toda la
noche". Desde entonces no ha dejado de dormir ni una sola noche. (Se ríe.)
Una vez vino un médico y me dijo: "Conseguí terminar la facultad de medicina con
mucho esfuerzo. Perdí muchas horas de sueño para eso. Antes de terminar la carrera
me casé y fundé un hogar.
Tuve que perder muchas horas de sueño para pagarme los estudios y mantener a mi
familia. Desde entonces me voy a la cama a las 10.30 de la noche; doy vueltas y
vueltas mirando el reloj y ansiando que llegue la mañana, pero no llega nunca. A eso
de las cinco de la mañana me duermo, pero tengo que levantarme a las siete para ir
al trabajo. ¿Sabe?, mientras cursaba mis estudios de medicina me hice a mi mismo la
promesa de que en algún momento leería todas las obras de Dickens, de Walter Scott,
de Dostoievski, porque me gusta la literatura. Nunca encontré tiempo para ello. No
hago más que darme vueltas en la cama hasta las cinco de la mañana".
"¿Así que le gustaría dormir, y seguir lamentándose de no haber podido leer a
Dickens? Bien, cómprese las obras de Dickens. Ahora bien, quisiera saber algo sobre
el interior de su casa. ¿Tiene usted una chimenea con repisa?" "Así es", confirmó él.
"Bien. Coloque una lámpara sobre la repisa, Y al lado un volumen de Dickens, y
quédese allí parado desde las 10.30 hasta las cinco de la mañana leyendo a Dickens.
De ese modo se pondrá a tono con sus aspiraciones literarias".
Finalmente vino y me dijo: "¿Puedo sentarme a leer a Dickens? "Está bien", concedí.
Otro día vino y me dijo: "Tengo problemas para leer a Dickens. Me siento y empiezo a
leer, pero antes de terminar la página me quedo profundamente dormido. Me
despierto a la mañana entumecido por haber estado todo el tiempo sentado en esa
posición". "Está bien", le contesté, "consígase un reloj con esfera luminosa, y si quince
minutos después de haberse ido a la cama es capaz de ver la hora, levántese, párese
junto a la repisa y lea a Dickens. Ahora que ya ha leído algunas cosas de Dickens,
descubrirá muchísimas maneras de encontrar tiempo para seguir leyéndolo". Se leyó
125
todo Dickens, Scott, Flaubert y Dostoievski. Le aterra la idea de pararse junto a la
chimenea para leer. Prefiere dormir.
La gente acude a uno en busca de ayuda, cuando en realidad podrían brindarse ayuda
a sí mismos. Una mujer quería dejar de fumar y bajar de peso. Le dije que le era
posible conseguido sin grandes molestias y con muchas satisfacciones. Me había
informado: "No puedo resistirme a la comida ni a los cigarrillos, pero puedo resistir el
ejercicio físico y lo practico".
"Usted es una persona muy religiosa, ¿no?", le pregunté. Contestó que sí.
"Prométame solemnemente que hará unas pocas cosas que yo voy a pedirle". Cuando
me lo hubo prometido, le dije: "Usted vive en una casa de dos plantas con un desván.
Fume todo lo que quiera. Guarde los fósforos en el sótano y los cigarrillos en el
desván. Cuando quiera fumar, baje al sótano, saque un fósforo de la caja y colóquelo
encima de ella. Luego corra al desván y tome un cigarrillo; baje al sótano y
enciéndalo. De esa manera hará mucho ejercicio. Además, me dijo que le gusta
comerse un bocado a cada rato. ¿Qué prefiere, correr alrededor de la casa o fuera de
ella? ¿Tal vez dar unas cuantas vueltas, entrar y comer lo que se le antoje?" "Sería
una buena idea", comentó ella. "Bien. Por supuesto, cada vez que haga una torta la
cortará en porciones pequeñas. Por cada porción, dará una vuelta completa en torno
de la casa a la mayor velocidad posible, luego entrará a comer su pequeña porción. Si
quiere una segunda porción, dará el doble de vueltas en torno de la casa".
Es sorprendente cuán pronto empezó a querer menos y menos cigarrillos... bajar
primero al sótano para sacar un fósforo y dejarlo ahí, luego correr por las escaleras
hasta el desván y tomar un cigarrillo, volver a bajar al sótano, encenderlo y disfrutar
de él. Y dar vuelta alrededor de la casa tantas veces por la primera porción, el doble
de veces por la segunda, el triple por la tercera (mirando al grupo)... y bajó muy bien
de peso.
Lo importante es no trabajar tanto con los libros, siguiendo las reglas que allí se dan.
Lo importante es conseguir que el paciente haga aquello que es particularmente
bueno para él.
Un individuo de Michigan vino y me dijo: "Tengo un temperamento incontrolable.
Cuando pierdo los estribos, le sacudo un golpe a la persona que tengo más cerca. La
he golpeado a mi esposa, he tumbado de un puñetazo a mis hijas y a mis hijos
muchas veces. Mi temperamento es incontrolable".
Yo le dije: "Usted dice vivir en una granja de Michigan. ¿Cómo calefacciona la casa?
¿Cómo cocinan?" "En nuestra granja tenemos una cocina a leña. En el invierno
calentamos la casa con ella. En ella preparamos todas las comidas". "¿Cómo se
abastece de leña?" "Tengo una gran pila". "¿Qué árboles corta?" "Bueno, corto robles
y fresnos. No corto olmos porque da mucho trabajo hacharlos del tamaño que se
precisa".
Le mandé esto: "A partir de ahora, cortará olmos. Una vez aserrado el árbol en
grandes bloques, para obtener pedazos más chicos tiene que hundir el hacha, sacada
y volver a hundirla un poco más.
Tiene que hachar el olmo a todo lo ancho para que se divida en dos trozos. Es la
madera más difícil de hachar. Hachar un solo bloque de olmo equivale a hachar doce
bloques de roble.
"Pues bien, cuando pierda los estribos, tome el hacha y vaya a descargar toda su
energía en ese maldito trozo de olmo". Yo sé lo que significa hachar un olmo... es el
más horrible de los trabajos. Así que él se sacó toda su energía explosiva
descargándola sobre los bloques de olmo.
126
Siegfried: Tengo una pregunta. En los ejemplos que usted da, la gente siempre hace
lo que usted le sugiere; comparados con mis pacientes, parecen estar muy motivados.
(Risas.) Pienso que a menudo no deben hacer lo que les manda.
E.: Eso es lo que dice mi familia: "¿Por qué tus pacientes hacen todas las locuras que
les pides?" Mi respuesta es esta: Se lo pido con mucha seriedad. Ellos saben que mi
intención es genuina y totalmente sincera. Yo tengo la absoluta seguridad de que lo
harán. Nunca me pregunto: ¿Hará el paciente esta cosa ridícula? No, sé que lo hará.
Una vez vino una mujer, o más bien me telefoneó y me pidió que atendiera a su
marido mediante hipnosis para que dejase de fumar. El marido vino a verme. Era un
abogado que ganaba 35.000 dólares por año. La esposa había heredado 250.000
dólares antes de casarse.
Ella compró la casa, ella pagaba los impuestos y las tarifas de los servicios públicos,
ella pagaba las provisiones. Y también pagaba el impuesto a los réditos de él y de ella.
No tenía ni idea de lo que hacía su marido con los 35.000 dólares anuales.
De todo esto me informó el marido cuando le inquirí sobre su hábito de fumar. Supe
que él no dejaría de fumar, así se lo trasmití al final de la hora: le dije que él no tenía
ninguna intención de dejar de fumar, así que ¿podía yo llamar a su mujer y
comunicarle que era un caso perdido? Tal vez de esa manera ella dejase de estarle
encima y regañarlo.
Así pues, él estuvo de acuerdo en que llamara a su mujer y le dijera en su presencia
que él era un caso perdido, y que se abstuviera de andarle encima regañándolo. Yo
pensaba que se justificaba hacer eso.
El era un abogado y debía estar al tanto de las palabras comunes de la lengua inglesa.
Debía conocer el uso de las palabras.
Telefoneé a la mujer y le dije: "Lamento comunicarle que su marido es un caso
perdido. No quiere dejar de fumar ni va a hacerlo nunca, así que, por favor, deje de
estarle encima y de regañarlo".
Dos días después ella entró como una tromba en mi oficina sin haber solicitado la
entrevista; las lágrimas le corrían a raudales por las mejillas. Dijo: "Lloro siempre que
voy al consultorio de un médico; dejo un charco en el suelo con mis lágrimas igual
que ahora. Y mañana tengo que llevar a mis chicos al pediatra. Lloraré todo el viaje
de ida y todo el viaje de vuelta. ¿Puede hacer algo para ayudarme?" Respondí: "En
efecto, llorar es algo muy infantil. ¿Con qué frecuencia llora usted?" "Cada vez que
empiezo a decir algo", contestó ella. "Me recibí de profesora, pero cada vez que me
daban un puesto docente me pasaba una semana entera llorando delante de la clase.
Así que tuve que dejar de trabajar".
"Bien", continué yo. "Mañana debe llevar a sus hijos al pediatra, y va a llorar todo el
viaje de ida y todo el viaje de vuelta. Como le digo, llorar es algo muy infantil, así que
le sugiero lo remplace por alguna cosa infantil que no sea tan notoria. Tome un pepino
encurtido más o menos de este tamaño (indica el tamaño) y acarícielo como si fuera
una criatura durante todo el viaje de ida y de vuelta".
Al día siguiente vino al consultorio extremadamente enojada, pero sin llorar, y me
preguntó: "¿Por qué no me dijo que acariciara al pepino también mientras estaba
allí?" (Sonríe.) "Eso era responsabilidad suya, no mía", le respondí. "Ahora le
encomendaré otra tarea. Quiero que esta tarde suba al cerro Squaw, y venga mañana
y me informe".
Al día siguiente vino y contó: "Subí al cerro Squaw, y lo crea o no lo crea, me extravié
a unos veinte metros de la cumbre. No podía encontrar el sendero, y tuve que trepar
por un montón de rocas puntiagudas donde no tenía ningún sentido buscar. Cuando
127
finalmente llegué a la cima tuve por primera vez un sentimiento de realización
personal... de logro. Y volveré a subir al cerro Squaw mañana y esta vez no me
extraviaré; después vendré a contarle. Durante todo el camino de vuelta me estuve
preguntando cómo diablos pude haber extraviado el sendero. Es imposible
extraviarlo".
Volvió al otro día y me dijo que había vuelto a trepar al cerro Squaw con todo éxito,
experimentando otra vez ese sentimiento de realización.
Poco tiempo después vino sorpresivamente un día y me dijo: "Creo que mi marido
está desposado con su madre, no conmigo. En la casa le es imposible hacer nada...
arreglar una canilla que pierde o cualquier otra tarea sencilla. Pero si lo llama su
madre, aunque sea a la una de la madrugada, se viste, cruza la ciudad y va a
arreglarle la canilla que pierde o a colgarle el cuadro. Y en casa no puede hacer nada.
Tengo que contratar a un plomero o a un carpintero, o hacerla yo misma".
Yo comenté: "Bueno, su marido debería ser su marido, no el marido de su madre".
Ella continuó: "No simpatizo con mi suegra. Se aparece en mi casa a las cuatro de la
tarde, a veces con invitados, y me pide que les prepare una buena cena. Puede ocurrir
que yo tenga que salir de compras para conseguir lo que falta. Y les preparo una cena
maravillosa a ella y sus invitados, pero cuando debo sentarme a la mesa con ellos me
dan náuseas y me empieza a doler el estómago".
Comenté: "No me parece cortés de parte de su suegra que se aparezca en su casa a
las cuatro de la tarde y le pida que prepare la cena; así que la próxima vez, prepare la
cena, pero cuando llegue el momento de sentarse a la mesa, no lo haga. Explíqueles
que esa noche tiene una reunión impostergable. No importa dónde se vaya, puede
meterse en un cine o quedarse en la playa de estacionamiento, o vuelva antes de las
once de la noche".
Unos días más tarde vino y dijo: "Mi suegra y mi marido vinieron con un invitado a las
cuatro justas y pidieron que preparase una gran cena. Yo seguí su consejo, les hice
una cena maravillosa, y cuando llegó el momento de sentarse a la mesa les dije que
esa noche tenía un importante compromiso, y salí. No volví hasta pasadas las once, y
encontré que mi marido y mi suegra le habían hecho al invitado la jugarreta de
costumbre: lo pusieron terriblemente borracho, vomito todo sobre la alfombra, y yo
debí limpiar eso".
Le dije: "Bueno, los invitados que vomitan en la alfombra de la sala o colaboran para
que otros lo hagan no tendrían que ser agasajados nunca con una cena especial". "Eso
mismo pienso yo", confirmó ella.
Vino otra vez y dijo: "Pago todas las cuentas de servicios públicos, los impuestos a los
réditos de mi marido y los míos. Él trae a casa de vez en cuando una bolsa con
provisiones para que le cocine algún plato especial. Dice que va a llevarme consigo a
San Diego, a una convención de abogados. Yo no tengo ganas de ir". Respondí: "Su
marido quiere llevarla, deje que lo haga. A la vuelta venga a contarme cómo lo pasó".
Volvió y me contó: "Yo quise que nos alojáramos en un hotel que tenía pileta de
natación. Mi marido me dijo que en el hotel de enfrente había una atmósfera mucho
mejor, así que nos quedamos allí. No había pileta, y no noté ninguna diferencia en la
atmósfera. Pagó mil dólares por una semana en ese hotel, la comida aparte. Cuando
íbamos al comedor, nuestro hijito, que tiene 18 meses, sacudía y golpeaba la sillita
donde lo ponían, hacía mucho barullo; mi marido le estampaba una bofetada y hacía
una escena en el comedor". Contesté: "Su esposo es abogado y debería conocer las
leyes relativas al maltrato de niños. Creo que él está maltratando al niño, y que la ley
la consideraría también a usted responsable de cualquier otro maltrato que le cause",
Ella dijo: "Así pienso yo. No va a abofetear a los chicos nunca más".
128
Unas semanas más tarde vino y me dijo: "Dos, tres o cuatro veces por año mi marido
contrae deudas de dos mil, tres mil, cuatro mil o cinco mil dólares. Entonces me pide
que venda algunos de mis valores y lo libre de la deuda". Yo dije: "Un hombre que
tiene un sueldo de 35.000 dólares, cuya esposa le paga todos los gastos e impuestos,
debería hacerse cargo de sus deudas con su sueldo". Ella contestó: "Así creo yo
también. No voy a vender ni un solo título más". "Si lo hace", continué, "ni siquiera
medio millón de dólares le durará mucho tiempo".
Unas semanas más tarde vino y dijo: "Dos o tres veces por año mi marido viene a
hablarme y me pide que nos separemos. Pero no es una verdadera separación. No sé
dónde se va ni dónde se aloja. Siempre vuelve un jueves a la tarde y pide que le
prepare una cena muy especial. Y los domingos, juega con los chicos después de la
comida y se va, no sé a dónde". Yo le contesté: "Bueno, pienso que debe ser sincera
con él. Si le pide una separación, sea sincera y concédasela. Dígale: Está bien, puedes
separarte si lo deseas, pero esta vez va a ser de veras. No habrá más cenas de los
jueves ni cenas de los domingos. Cambiaré la cerradura de todas las puertas y las
trabas de las ventanas".
Seis meses más tarde volvió al consultorio y me dijo: "¿Tengo motivos para el
divorcio?" "Yo soy psiquiatra", le respondí, no abogado; pero puedo recomendarle un
abogado muy honesto". Tomó nota y se divorció a toda prisa.
Unos seis meses más tarde volvió al consultorio sin haber solicitado entrevista y dijo:
"Usted me mintió tácitamente" "¿Cómo es que le mentí tácitamente?" "Vine y le
pregunté si tenía motivos para el divorcio, y usted me dijo que era psiquiatra, no
abogado. Me mandó a un abogado que me consiguió el divorcio por motivos legales.
Cada vez que pienso que estuve casada siete años con ese insecto, tengo ganas de
vomitar. Yo me divorcié por motivos personales".
Le dije: "Si yo le hubiese aconsejado divorciarse por motivos personales, ¿qué habría
hecho usted?" Ella contestó: "Habría defendido a mi marido, y habría seguido casada
con él". "Exacto. Y bien, ¿qué estuvo haciendo los seis últimos meses?" "Bueno",
prosiguió ella, "tan pronto me divorcié conseguí un puesto como profesora. Me
agrada. Ya no lloro más".
Que acaricie un pepino encurtido, y decirle que su marido es un caso perdido. Y él,
como abogado, debería merecerse algo más que ser llamado por mí un caso perdido.
Y de esto ella se fue dando cuenta gradualmente... cada vez que venía a verme para
quejarse de algo.
Skgfried: Por favor, ¿puede repetir lo último que dijo? No lo capté.
B.: Cada vez que ella venía a quejarse de alguna cosa de su marido, se daba cuenta
de que tenía sentido que lo llamara un caso perdido, que era verdad. Es por eso que
yo le telefoneé la primera vez, para decirle que su marido era un caso perdido.
Siegfried: ¿Lo cree usted realmente? ¿Cree que es un caso perdido?
E.: Bueno, ¿usted no? Perdió a su esposa, a su familia. Ahora tiene que mantenerse
con su propio dinero, y mantener a sus hijos, y pagar sus impuestos.
Siegfried: Pero yo pienso que también él puede cambiar.
E.: ¿Lo cree? Un marido joven que le impone a su mujer lo que él le impuso en los
siete primeros años de matrimonio, no va a cambiar. El sigue siendo el nene de su
mamá. La saca a cenar, y si ella lo llama a la una de la madrugada va y le arregla la
canilla que está perdiendo.
Siegfried: Sí, pero yo creo que él puede aprender a separarse bien de su madre.
¿Piensa usted que está ligado a ella para siempre?
129
E.: Sí, porque no va a pedirle a nadie que lo desligue.
Siegfried: ¿Así que usted piensa que él no está todavía preparado para ese cambio?
E.: Creo que nunca estará preparado.
Siegfried: Ajá.
E.: Y ahora, Christine, ¿puede usted ir a mi consultorio y buscar un sobre con historias
clínicas? Allí debe estar, en algún sitio. Es un sobre de papel madera. Probablemente
esté junto al escritorio, donde guardo todas las hojas. (Christine se dirige al
consultorio y le trae a Erickson el sobre solicitado.) Un hombre de treinta años no
debe cruzar la ciudad de punta a punta a la una de la mañana para ir a arreglarle la
canilla a su madre.
Siegfried: Estoy de acuerdo.
E.: Y debe pagar su propio impuesto a los réditos. Bien, ¿quién quiere leer en voz
alta? No contesten todos a la vez.
Jane: Yo.
E. (entregándole unas hojas): Lea esa carta en voz alta.
Jane: "29 de febrero. Estimado doctor Erickson: Le escribo en respuesta a su solicitud
de que lo hiciera, durante nuestra charla telefónica de hace unas semanas. Podría
haberle escrito antes, pero quería comentárselo a la doctora L. por si ella estaba
interesada en acompañarme a Phoenix (en caso de que sea posible verlo a usted). La
demora se debió a que ella estuvo fuera de la ciudad por unas semanas. Ella fue quien
me recomendó mucho que lo viera a usted. También me dijo que le interesaba ir a
Phoenix conmigo, si era posible adecuar esto a los horarios de ella, ya bastante
sobrecargados.
"Con respecto a mi problema, comencé a tartamudear entre los cuatro años y los
cuatro años y medio. Empecé a hablar cuando tenía doce meses. El comienzo del
tartamudeo fue bastante coincidente con el nacimiento de mi hermana (la primera de
mis hermanos) y con una tonsilectomía que me practicaron al principio de mi quinto
año de vida. En cuanto a la forma en que estos sucesos se vinculan con mi
tartamudeo, nunca conseguí establecerla. Hice muchos intentos por sacar a la luz
traumas infantiles, incluida psicoterapia convencional, algunas tentativas fallidas de
hipnosis (la doctora L. piensa que puedo ser hipnotizado), terapia "de gritos" con
C.D., proceso Fisher-Hoffman. He probado con varias terapias "corporales": rolfing,
trabajo corporal de Lomi, terapia de polaridades, acupuntura, bioenergética y técnicas
respiratorias. He intentado procedimientos mecánicos. Hice terapia electroconvulsiva y
muchas prácticas espirituales de meditación y yoga. El tartamudeo continúa. Algunas
de las cosas que hice me ayudaron en distinto grado, pero tengo la sensación de que
todavía queda cierto material del pasado con una carga emocional muy grande y que
yo tengo un miedo mortal de enfrentar.
"Varios psicólogos amigos míos de la Zona de la Bahía me han dicho que mi relación
con mi madre sigue irresuelta. También soy conciente de que tengo dificultades para
manejar la ira. Aunque tengo 30 años, la gente me dice que soy muy chiquilín
(muchos no pueden creer que tenga, más de 20) y me siguen considerando un niño.
Yo quiero crecer y seguir adelante con mi vida. Estoy cansado de vivir en esta ciénaga
emocional.
"Hasta ahora mi vida se desarrolló así: En todo lo que emprendo, inicialmente se me
presenta un éxito futuro deslumbrante. Las cosas van bien hasta que empiezan a
ponerse un poco difíciles, y en ese momento renuncio y fracaso.
130
"Particularmente, tengo la esperanza de acabar con el tartamudeo, ya que, realmente
me ha impedido comunicarme de una manera fluida con los demás, o aun compartir
momentos con ellos. También he dejado que coartara mi movimiento de expansión en
el mundo. Como es un rasgo infantil, hasta cierto punto hace que siga sintiéndome
niño.
"En estos momentos estoy iniciando un período de cambio, pero todavía soy incapaz
de manifestar mis habilidades en el mundo y de ganarme la vida. Mi situación actual
está cargada de culpa existencial. Los únicos trabajos que en la actualidad se me
presentan son empleos que no requieren ninguna habilidad especial, o que la
requieren en escasa medida. En vista de mis antecedentes, esto me resulta
penosamente insatisfactorio. Cursé estudios universitarios (en investigación operativa
y estadística teórica), pero los abandoné antes de doctorarme a fin de estudiar
música. Lo hice durante un tiempo... las cosas iban bien. Cuando oía lo que yo mismo
había tocado, no me desagradaba, y empezaba a obtener cierto reconocimiento de los
demás. Entonces dejé de tocar un tiempo, y cuando retomé sentía que en mi brazo
izquierdo tenía menos conciencia y más rigidez que antes. A partir de entonces mi
música fue sufriendo un deterioro, y hoy ya no me considero un profesional serio. Al
disminuir mi aptitud para ejecutar música aumentó mi automenosprecio; lo mismo
sucedió con mi devoción a las drogas. Sólo en los dos últimos años fui dejándolas (las
estuve tomando con bastante regularidad en los últimos siete años).
"Ahora siento que estoy en una posición más sólida, y tengo un ardiente deseo de que
mi vida funcione. La perspectiva de trabajar con usted me tiene esperanzado, pero
soy bien conciente de una fuerte resistencia mía a estar sano, que no ha dejado de
acosarme, y que también es parte de mi estructura yoica. No sé si por miedo o
desconfianza, me resisto sutilmente a cooperar con los demás. "Aguardo su pronta
respuesta. Espero poder trabajar con usted, en caso de que pueda tomarme. Puedo
acomodarme a los horarios de su conveniencia después del primero de abril (salvo los
martes por la noche, durante todo el mes de abril). Respetuosamente, George
Leckie".
E.: Este paciente me había telefoneado varias semanas antes. Cuando dije "Hola", me
contestó: "Ba-ba... ba, ba, ba, ba, ba". Le dije que me escribiera y corté.
Unas semanas después me escribe esta larga historia de su neurosis y sus siete años
de consumo de drogas. Al recibir tardíamente esta carta como respuesta a mi pedido
telefónico, pensé de inmediato:
"He aquí uno de esos pacientes profesionales que nunca va a andar bien y que jugará
conmigo como con un chupete, usando todo mi tiempo y energías para que al final
termine en un fracaso". Así que leí esa carta y le contesté lo siguiente que, según me
pareció, sería un llamado para él y lo induciría a escribirme otra carta que yo podría
usar como enseñanza. (A Jane:) Continúe.
Jane (continúa leyendo la carta de respuesta de Erickson): "7 de marzo. Estimado
señor Leckie: Dada su llamada telefónica para solicitarme ayuda cuando usted era
incapaz de solicitar ayuda y alguien debió decirle cómo comunicarse conmigo, lo cual
usted debería haber hecho sin que se lo dijeran, resumiré su problema, tal vez con la
vana esperanza de que pueda cumplir algún propósito ventajoso para usted.
"Habitualmente, llamadas telefónicas como la que usted me hizo no son seguidas de
la carta solicitada. Si se envía esta carta, hay una demora atribuida a alguna otra
persona... En su caso, la doctora L.
"Luego, se hace una descripción de una larga búsqueda de ayuda que no se acepta,
aunque de vez en cuando se ofrece una breve aceptación simbólica.
131
"Invariablemente, se enumeran las probables y posibles causas del problema,
asegurándose así que el terapeuta se encamine en la dirección equivocada, con lo cual
se torna más segura la continuación de la larga búsqueda diligente sin resultados.
Sólo permaneciendo ajeno al conocimiento de la causa de un problema puede lograrse
mantenerlo vigente.
"A fin de demostrar la congruencia en las pautas de conducta, es preciso mencionar
otros tipos de fracasos; en su caso, la música, la maduración, el ganarse la vida, el no
llegar al doctorado.
"La carta estaría incompleta sin algunas sutiles amenazas expresadas en un lenguaje
muy cuidado. En su caso, la promesa de desconfiar y de no cooperar, entre otras.
"Lo más importante de todo es imponer una restricción a la terapia, por insignificante
que sea. Ni siquiera tiene que ser algo racional, sólo algún tipo de restricción, que
incluso no venga al caso, como lo fue su restricción de los martes por la noche,
durante todo el mes de abril. ¿Mediante qué recurso imaginativo llegó usted a suponer
que podía contar con alguna de mis noches?
"Si se ha leído la carta hasta este punto, sin duda surge la pregunta: ¿Quiere usted
ser mi paciente? ¿Acaso ella no sugiere que yo podría ocuparme de su problema, tan
enormemente atesorado, como lo demuestran los siete años de devoción a las drogas,
que en el mejor de los casos no pueden tener otro efecto que impedir hablar?
"¿Espero una respuesta a esta carta??? Sinceramente suyo, aunque usted tal vez
considere abominable mi sinceridad, Milton H. Erickson, doctor en medicina".
E.: Cada cual sabe lo que haría si recibiese una carta como esta. Pero escuchen cuál
fue su respuesta.
Jane: "11 de marzo. Estimado doctor Erickson: Ha sido usted muy franco al prescindir
de innecesarias formalidades de un mero plumazo. Yo estaba totalmente
desprevenido para su violenta arremetida.
Nunca me di cuenta antes de todos esos juegos (salvo de mi juego de las
postergaciones... evidenciado en mi excusa concerniente a la doctora L.), que usted
con tanta agudeza percibió en mi carta. Su perspicacia me abruma.
"Hubo en su carta un comprensible tono de indignación (así como de compasión).
Nunca fue mi propósito despertar su ira. Aparentemente, usted me adjudica un
intento que, repito, nunca tuve, de tratar de despistarlo con un engaño.
"Mi problema no parece serle desconocido. En verdad, tengo la impresión de que leyó
mi carta como una especie de 'formulario' cuyos espacios en blanco estaban llenados
con mi historia particular.
"Sí, sigo queriendo ser paciente suyo. Sí, es cierto que tengo muy atesorada mi
neurosis de fracaso... ¿acaso no se las atesora siempre?
Le brindo mis excusas por haber tratado presuntuosamente de imponer una
restricción a la terapia.
"Espero su respuesta. Humildemente suyo, George Leckie.
"P.D. Habitualmente no tartamudeo tanto como lo hice cuando hablé con usted por
teléfono ese día. Estaba particularmente nervioso y temeroso. Todavía siento miedo
de usted".
(Jane mira a Erickson antes de leer la carta siguiente. Él hace una señal afirmativa
indicándole que prosiga.)
Jane: "24 de marzo. Estimado señor Leckie: Es menester corregir algo.
132
1) Las realidades desagradables nunca se eliminan de un mero plumazo. Permanecen
hasta que el paciente desarrolla sinceridad suficiente para abandonarlas.
2) Una exposición simplificada de la verdad no es una 'violenta arremetida'.
3) Para alguien que 'no se dio cuenta antes de todos esos juegos', su habilidad en
todos los juegos que yo mencioné así como en los juegos que yo no mencioné denota
una larga y diligente práctica tendiente a no darse cuenta de 'esos juegos'.
4) Usted está abrumado por mi 'perspicacia'. En verdad, usted no está en situación de
tratar de hacerle un elogio a nadie.
5) En cuanto al 'comprensible tono de indignación', como es costumbre en usted, está
equivocado. Era un tono de diversión, la suficiente para apostar a que usted se vería
inducido a escribir una carta como respuesta.
6) Con apenas un poco más de esfuerzo, podría haber llegado a -una expresión
atenuada mucho mejor que la que usó al decir que 'Mi problema no parece serle
desconocido'.
7) El hecho de contar con un recipiente prácticamente lleno de sal hizo casi posible
aceptar su declaración: 'Sí, sigo queriendo ser paciente suyo'. Aun cuando el
recipiente hubiera estado lleno del todo, dudo de que el resultado pudiera haber sido
distinto.
8) Su afirmación: '...es cierto que tengo muy atesorada mi neurosis de fracaso...
¿acaso no se las atesora siempre?', es tan ridículamente absurda que, si se la
contempla libremente, es concebible que pudiera molestarle incluso a usted.
9) Dar 'excusas' por una restricción pretenciosa es en verdad una insignificancia que
nada tiene que ver con la verdadera cuestión.
10) Usted afirma que 'atesora mucho' su neurosis, y luego añade la palabra
'humildemente', brindando así un contraste que no cumple otro propósito que el de la
diversión.
11) Usted escribe: 'Todavía siento miedo de usted', cuando en realidad tiene "muy
atesorada" una 'neurosis de fracaso' mucho más acreedora de su temor.
12) Aprecio su deliberado empeño en divertirme. Con la misma sinceridad de antes,
Milton H. Erickson, doctor en medicina". (Risas. Jane continúa con la carta siguiente.)
"9 de abril. Estimado señor Leckie: Le sugiero que me escriba alrededor del 19 o 20
de abril, y me exprese sus deseos y propósitos al pedir una entrevista conmigo.
Sinceramente, Milton H. Erickson, doctor en medicina".
(Carta siguiente.)
"19 de abril. Estimado doctor Erickson: Con respecto a mis deseos y propósitos al
pedir una entrevista con usted...
"Mi deseo se basa en una charla que mantuve con la doctora L. hace unos meses. Me
contó cómo disolvió usted, rápida e implacablemente, a través de la hipnosis, los
problemas emocionales que un campeón de patinaje venía arrastrando desde mucho
tiempo atrás. La doctora tenía gran reverencia por su pericia, y pensaba que usted me
podía ser de ayuda.
"Mi deseo (aunque tal vez sólo sea una fantasía) es que, a través de la hipnosis,
podamos ponernos en contacto con la situación familiar de mi temprana infancia y
resolverla, situación que es muy probablemente la responsable de que yo jamás haya
crecido de veras. Lo que yo quiero es estar en condiciones de asumir a conciencia
plena responsabilidad por mi vida. Quiero abandonar las pautas de fracaso y
tartamudeo que me han durado casi toda la vida. Quiero resolver la rivalidad que
133
tengo con uno de mis hermanos. Quiero ser capaz de amar a los demás, en vez de
sentir por ellos apatía y temor. Quiero amarme a mí mismo (lo cual en la actualidad
no sucede). Necesito volver a programarme a mí mismo con una visión positiva.
"Si, con ayuda de sus empeños, estos encumbrados deseos pueden realizarse, yo
sería libre para crear y servir:.. como deseo hacerla. En la actualidad, no es este el
caso, ya que mis afanes terminan invariablemente en fracaso y frustración.
"La doctora L. piensa que yo puedo ser hipnotizado. Yo preveo algunas posibles
dificultades, ya que intentos anteriores probaron ser infructuosos. Mi temor es que mi
afección sea espiritual, y que nadie más que yo mismo pueda ayudarme. No obstante,
sigo esperando lo mejor y confío en poder reunirme con usted para trabajar juntos.
"Lo llamaré a usted el jueves 22 de abril a las nueve de la mañana. Esperanzada y
Sinceramente, George Leckie".
E.: En efecto, llamó, esperanzada y sinceramente. Desde luego, la señora Erickson
atendió el llamado y dijo: "El doctor Erickson no atiende llamados telefónicos".
Jane (continúa con la próxima carta): "23 de abril. Estimado señor Leckie: Llegó su
carta certificada, por la que debió abonarse 20 centavos adicionales, y que puso fin a
su insistencia en una conversación telefónica pese a mi anterior requerimiento de
comunicación escrita en vez de intentar la comunicación verbal.
"Usted expresa un deseo, al que luego califica de una posible fantasía, de 'ponemos
en contacto con la situación familiar de mi temprana infancia y resolverla'. Este es un
mero pedido de comprensión de un pasado inmodificable, no de terapia.
"Usted expresa su necesidad, aunque no su intención de resolver una rivalidad de
infancia con su hermano, pero no hace mención alguna de querer satisfacer las
necesidades más simples de una persona adulta.
"Usted basa su requerimiento de terapia en las creencias y esperanzas de la doctora
L., que son positivas, en contraste con la multitud de expectativas negativas y
dudosos deseos que usted tiene.
"Para aceptarlo como paciente, yo necesitaría pruebas de su capacidad de aceptar la
responsabilidad por una autonomía mínima, inferior a la normal. Sinceramente suyo,
Milton H. Erickson, doctor en medicina".
(Carta siguiente.)
"28 de abril. Estimado doctor Erickson: 'Para aceptarlo como paciente, yo necesitaría
pruebas de su capacidad de aceptar la responsabilidad por una autonomía mínima,
inferior a la normal'.
"Le ruego que perdone mi ignorancia, pero no entiendo exactamente qué quiere usted
decir. Concreta y simplemente, ¿cómo se daría satisfacción a ese requisito?
"En este momento sólo puedo ofrecer conjeturas, pero aquí van:
"El año pasado trabajé y me gané el sustento como cuidador de un establecimiento
durante cinco meses. Fui despedido a causa de un cambio en la política gerencial que
exigía una reducción de personal. Desde entonces estuve percibiendo el seguro
nacional de desempleo, mientras continuaba a la caza de algún empleo, y gané unos
pocos dólares aquí y allí haciendo música. En la actualidad estoy tocando con una
banda, y estamos grabando un disco. ¿Es esto satisfactorio? ¿Es relevante?
"Otra conjetura mía es que posiblemente a usted le preocupe si yo puedo o no juntar
dinero para pagarle la consulta. La respuesta es: 'Sí, puedo'.
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"Confío y espero no haber malinterpretado su requerimiento. Por lo demás, creo haber
reunido pruebas de que es satisfactorio para usted. Les he leído su requerimiento a
unos pocos amigos míos muy instruidos, y ambos corroboraron mis interpretaciones.
"Si su requerimiento ha sido satisfactoriamente cumplido, aceptaré una entrevista a
conveniencia suya. Espero su respuesta. Sinceramente suyo, George Leckie. (P.D. Le
envío una estampilla de 20 centavos.)"
(Carta siguiente.)
"8 de mayo. Estimado señor Leckie: El objeto de la psicoterapia es modificar en un
sentido positivo todos los comportamientos que dan por resultado los desajustes
neuróticos del paciente. En todas sus cartas usted ha sostenido en forma permanente
e insistente sus propias opiniones, ha destacado la importancia de sus fracasos, ha
insinuado, a veces muy sutilmente, su intención de mantener inmodificada su
presente condición al par que pretendía cooperar en la búsqueda de terapia, y
demandando al mismo tiempo que yo satisficiera sus exigencias y aceptara sus
interpretaciones.
"Un ejemplo muy divertido, y sumamente ilustrativo, de su última carta es este: 'Le
he leído su requerimiento a unos pocos amigos míos muy instruidos, y ambos
corroboraron mis interpretaciones'”
(las bastardillas me pertenecen).
"No sé qué otra cosa podría yo escribirle a usted con alguna certidumbre que fuera de
valor o interés para usted. Sinceramente suyo, Milton H. Erickson, doctor en
medicina".
E.: Si yo quisiera, podría escribirle y recibir la misma correspondencia.
Una vez recibí una carta de una mujer que decía: "He estado en psicoanálisis activo
durante treinta años. Estoy ahora terminando el cuarto año de terapia guestáltica.
Después de eso, ¿puedo ser paciente suya?" No hay esperanza para esta gente... son
pacientes profesionales. Ese es su único objetivo en la vida.
Y aquel abogado... tiene un buen trabajo a sueldo. A cambio de su dinero no obtiene
nada de valor. Tiene deudas por el automóvil. Está retrasado en el pago del alquiler.
Está retrasado en el mantenimiento de su hijo. Y sin embargo, gana 35.000 dólares
anuales. Ni siquiera es dueño de su propio auto. Ha estado casado siete años y su
situación no es mejor que el primer día que consiguió trabajo. En verdad, es peor. Se
casó con 250.000 dólares. Ahora, ni siquiera eso tiene. Es un caso perdido, un
perdedor nato. Nació para fracasar.
La primera lección sobre esto la recibí cuando estaba en la facultad de medicina. Me
asignaron dos pacientes para que los examinara e hiciera la historia. Fui a ver al que
tenía más cerca. Era un hombre de 73 años. Sus padres habían subsistido gracias al
subsidio de asistencia social. El fue criado con ese subsidio. Se convirtió en un
delincuente juvenil. Nunca en toda su vida tuvo un solo día de trabajo honesto. Se
dedicaba a pequeños hurtos; pasó muchísimo tiempo en la cárcel. Era un vagabundo
sin medios de subsistencia. Recibió la mejor atención médica gratuitamente, en los
mejores hospitales generales del estado. Siempre volvía a sus pequeños robos, sus
vagabundeos y holgazanería. Y ahí estaba, a los 73 años. Tenía una afección física de
poca gravedad, que sanaría en pocos días; luego volvería a vivir a expensas de los
demás. Yo pensaba: "¿Por qué un hombre que fue un holgazán toda la vida llegará a
los 73 años, siendo que otros hombres que han hecho contribuciones a la sociedad
mueren a los cuarenta, a los cincuenta o a los sesenta?"
Pasé a mi próxima paciente. Era una de las mujeres más hermosas que he visto
jamás, de 18 años, con una personalidad encantadora. Trabé conversación con ella y
135
habló espontánea e inteligentemente sobre los antiguos maestros, sobre Cellini,
historia antigua, toda la buena literatura del pasado. Era brillante, hermosa,
encantadora, simpática y talentosa. Escribía poesía y cuentos, sabía pintar y era una
buena ejecutante de música.
Comencé mi examen físico por el cráneo, los oídos, luego le revisé los ojos. Bajé mi
oftalmoscopio y le comenté que me había olvidado de hacer cierta diligencia, y que
volvería en un momento.
Fui a sentarme en el salón para los médicos y me dije a mí mismo: "Erickson, es
mejor que enfrentes la vida como es. Ese viejo holgazán va a recuperarse y seguirá
viviendo. Ha sido una carga social toda su vida. Jamás tendrá una ocupación honesta
ni un solo día y allí tienes a esa hermosa, encantadora, inteligentísima y talentosa
chica, y sus retinas muestran que dentro de tres meses morirá de la enfermedad de
Bright. Mejor que enfrentes eso, Erickson. Durante el resto de tus días te vas a
enfrentar con la injusticia de la vida. La hermosura, el talento, la inteligencia, la
capacidad de esa chica... se desperdiciarán, y ese viejo holgazán inútil perdurará. El
nació destinado a ser un caso perdido, ella nació destinada a morir joven".
Había en la televisión un aviso publicitario sobre alimentos para gatos. Se veía a un
gatito jugando con una madeja de lana, y esto me hizo acordar de que tengo que
mostrarles algo. ¿Me alcanzarían esa talla en madera?
El director del departamento de arte de una universidad estatal vino a verme y vio
esta talla; la tomó en sus manos, la examinó y me dijo: "Fui profesor de arte en la
universidad, me gano la vida haciendo grabados en madera que son célebres en
Europa, Asia, América del Sur y Estados Unidos". (Es, en efecto, un artista famoso.)
"Estalla así una obra de arte. El arte expresa la vida humana, el pensamiento, la
conducta, la experiencia humana. No la comprendo a esta talla, pero es arte. Es arte
de mucho significado, aunque no la comprendo". Pásenla para que todos la vean. (Se
la entrega a Siegfried. Es una talla aborigen que representa un manatí.) Dicho de otro
modo, este objeto cuenta la historia de un pueblo, de su manera de vivir, de lo que
considera importante en la vida, y por qué lo considera importante, de la forma en
que se gobierna ese particular grupo étnico.
Siegfried: ¿Puedo hacerle otra pregunta? Yo me dedico al análisis transaccional, y uno
de los puntos centrales de esta teoría es que el plan de vida de un individuo se funda
en una decisión -tal vez no deliberada, sino más básica- que tomó en un temprano
momento de su vida; y esa decisión puede ser modificada en su mayor parte.
Sobre esa persona de la que usted nos está hablando, nosotros pensaríamos, en
principio, que su decisión de ser un caso perdido podría modificarse si se lo hiciera
regresar hasta esa etapa en que la tomó. Que puede cambiar su vida si encuentra el
apoyo que le permita abrazar mejores opciones y tomar una mejor decisión. ¿Qué
piensa de esto?
E.: Puede ser, pero... ¿de qué manera?
Les contaré la historia de Joe. A la sazón yo tenía diez años y vivía en una granja de
Wisconsin. Una mañana de verano mi padre me envió a hacer una diligencia a una
aldea cercana. Cuando estaba llegando me vieron unos compañeros de escuela, se
acercaron a mí y me dijeron: "Joe está de vuelta". Yo no sabía quién era Joe. Ellos me
contaron lo que sus padres les habían contado.
La historia de Joe no era muy buena. Lo habían expulsado de todas las escuelas por
su conducta agresiva, destructiva y pendenciera.
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Agarraba un gato o un perro, lo embebía en querosene y le prendía fuego. En dos
oportunidades trató de incendiar la casa y el granero de la familia. Tomaba una
horquilla y pinchaba con ella a los cerdos, los terneros, las vacas y los caballos.
Cuando tuvo 12 años sus padres se dieron cuenta que no podían gobernarlo.
Acudieron al tribunal de menores y lo hicieron internar como pupilo en la Escuela
Industrial de Varones, un asilo para niños delincuentes que no pueden ser internados
en un reformatorio ordinario. Después de tres años le concedieron libertad condicional
para que visitara a sus padres; en el camino hacia su casa cometió algunas felonías,
la policía lo arrestó y lo volvió a llevar a la Escuela Industrial, donde debió permanecer
hasta que tuvo 21 años.
A los 21 años, por ley, debieron darle la libertad. Tenía un traje y un par de zapatos
que le habían dado en la prisión, y un billete de diez dólares. Sus padres habían
muerto, y la propiedad que les perteneciera había pasado a otras manos, así que Joe,
no tenía más que diez dólares, un traje y un par de zapatos de prisionero.
Se encaminó a Milwaukee y al poco tiempo ya había cometido asaltos y robos. La
policía lo arrestó y fue enviado al reformatorio para jóvenes. Allí intentaron tratarlo
como al resto de los internados, pero Joe prefirió pelearse con todo el mundo.
Desataba peleas y escándalos en el comedor, tirando las mesas por el aire y esa clase
de cosas, lo encerraron en una celda y debió comer allí. Una o dos veces por semana
venían a sacarlo al patio dos o tres guardias tan corpulentos como él (medía un metro
ochenta y ocho), para que hiciera ejercicio de noche. Y pasó todo el tiempo en el
reformatorio para jóvenes de Green Bay sin tener ni una sola salida por buen
comportamiento.
Cuando fue puesto en libertad, se dirigió al pueblo de Green Bay, cometió atracos y
otros atropellos y al poco tiempo fue enviado a la cárcel del estado. Allí procuraron
tratarlo como a los demás convictos, pero Joe no quiso saber nada; todo lo que quería
era golpear a los demás reclusos, romper ventanas y causar disturbios. Así pues, lo
mandaron al calabozo.
El calabozo estaba en el sótano del edificio; era un cuarto de 2,5 por 2,5 metros, con
el piso de hormigón en pendiente hacia una zanja situada enfrente. No había
artefactos sanitarios. Yo estuve allí, no llegan a ese cuarto ni la luz ni los sonidos. Joe
fue encerrado en el calabozo con o sin ropas. Una vez por día, por lo común a la una
o a las dos de la madrugada, se le tiraba a través de un agujero de la puerta una
bandeja con comida: pan y agua, o la comida habitual de la cárcel. Y dos guardias de
su tamaño lo sacaban después de anochecer para que hiciera ejercicio, y se paraban
uno a tres metros a la derecha y el otro a tres metros a la izquierda de él. De ese
modo no podía golpear a ningún convicto.
Pasó todo su período de cárcel en el calabozo. Por lo general, un mes en ese calabozo
sin luz, sin ruidos y sin artefactos sanitarios basta para domesticar a cualquiera.
Cuando Joe salió después de sus primeros treinta días empezó a pelearse como loco,
así que volvieron a ponerlo ahí. Lo cierto es que pasó todo su primer período de
prisión en ese calabozo. Habitualmente, cualquiera que está dos veces en ese
calabozo se vuelve sicótico o chiflado. Joe pasó allí un par de años.
Cuando lo soltaron, fue al pueblo más próximo y cometió algunas felonías más.
Enseguida lo arrestaron y lo volvieron a enviar a la prisión del estado con una nueva
sentencia, y otra vez tuvo por destino el calabozo.
Al terminar esta segunda condena en la prisión del estado, lo dejaron en libertad. Se
dirigió al pueblo de Lowell, donde sus padres acostumbraban antes ir de compras.
Había tres tiendas allí. Joe pasó los tres primeros días parado frente a las cajas
registradoras, sumando mentalmente la recaudación de cada jornada.
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Hubo robos en los tres negocios, y también desapareció una lancha anclada en el río
que atravesaba el poblado. Todo el mundo supo que había sido Joe.
Yo llegué a ese pueblo al cuarto día. Joe estaba sentado en un banco con la mirada
fija en el espacio, imperturbable. Mis compañeros de escuela y yo formamos un
semicírculo en torno de él, azorados de estar viendo a un convicto de carne y hueso.
Joe no nos prestaba ninguna atención.
A unos tres kilómetros del pueblo vivía un granjero con su esposa y su hija. Tenía
ochenta hectáreas propias de las ricas tierras del distrito de Dodge. En otras palabras,
era un rico granjero. Para trabajar ochenta hectáreas se precisan por lo menos dos
hombres. El había contratado a un peón que esa mañana, debido al fallecimiento de
un familiar, dejaba la granja para ir a Milwaukee, y le dijo al granjero que no volvería
más.
Bien. La hija del granjero, de 23 años, era una muchacha muy atractiva. Había
recibido una excelente instrucción, según se consideraba allí: terminó el octavo grado
de la escuela. Medía un metro setenta y cinco y era muy fuerte; era capaz de carnear
un cerdo sola, arar el campo, acomodar el heno con la horquilla, sembrar maíz, hacer
todo lo que un peón puede hacer. Era además una excelente costurera; habitualmente
le encargaban los trajes de novia y la ropa de bebé. Era una magnífica cocinera y
repostera, la mejor de la comunidad.
Esa mañana, cuando yo llegué al pueblo a las ocho y diez, Edye, la hija del granjero,
fue enviada allí por su padre por una diligencia. Ató su caballo y su calesa y vino
caminando por la calle. Joe se paró y le cerró el paso, mirándola de arriba abajo; Edye
se plantó donde estaba y también lo miró a Joe de arriba a abajo, hasta que este le
dijo finalmente: "¿Puedo llevarte al baile del viernes a la noche?". En esa comunidad,
en esa aldea de Lowell, los viernes a la noche se hacía un baile en el salón de la
alcaldía, al que concurría todo el mundo. Edye le respondió: "Puedes, si es que eres
un caballero". Joe se hizo a un lado y Edye siguió adelante con su diligencia.
El viernes a la noche, Edye vino para el baile, y luego de atar su caballo y su calesa se
dirigió al salón de la alcaldía. Allí estaba Joe, esperándola. No se perdieron ni una sola
pieza esa noche, ante la envidia y la rabia de todos los demás jóvenes del pueblo.
Ahora bien, Joe era un muchacho de un metro ochenta y ocho, muy corpulento y buen
mozo. A la mañana siguiente los tres comerciantes comprobaron que habían sido
restituidas las mercaderías robadas, y la lancha estaba en el embarcadero. Se lo vio a
Joe por la carretera caminando hacia la granja del padre de Edye. Más tarde se
averiguó que le había pedido trabajo como peón. El padre de Edye le respondió: "El
trabajo de peón es duro. Tendrás que empezar al alba y terminarás mucho después
de la puesta del sol. Los domingos irás a la iglesia a la mañana, pero trabajarás el
resto del día. No hay vacaciones ni feriados, y el salario es de 15 dólares mensuales.
Te acomodarás tu cuarto en el granero; podrás comer con la familia". Joe aceptó el
empleo.
A los tres meses todos los granjeros del lugar querían tener un peón como Joe,
porque según decían en la jerga de la comarca, "es una bestia para el trabajo". Joe no
hacía otra cosa que trabajar y trabajar y trabajar. Cuando terminaba la jornada con
su patrón se iba a ayudar a un vecino que se había roto la pierna y hacía la tarea de
él también. Se hizo muy popular, y todos los demás granjeros deseaban contar con un
hombre como él. Joe no hablaba mucho, pero se mostraba amistoso.
Un año más tarde un rumor recorrió como una ola la comunidad: Joe había sido visto
paseando en la calesa con Edye el sábado por la noche. Era el procedimiento habitual
para cortejar a una muchacha, o para "galantearla", como allí se decía. A la mañana
siguiente, otra ola de rumores: Joe había llevado a Edye a la iglesia. Eso podía
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significar una sola cosa. Pocos meses después Joe y Edye se casaron; él dejó su
cuarto en el granero y pasó a la casa principal. Era ahora el empleado permanente del
padre y todos lo respetaban. Joe y Edye no tuvieron hijos, y Joe comenzó a
interesarse por los asuntos de la comunidad.
Cuando el chico de Erickson anunció que iba a concurrir a la escuela secundaria, el
pueblo entero se sintió muy mal, porque el chico de Erickson prometía llegar a ser un
buen granjero joven. Todos ellos sabían que los estudios secundarios arruinan a un
hombre. Joe vino a visitarme y me alentó para que siguiera estudiando, y lo mismo
hizo con muchos otros chicos. Cuando yo anuncié mi deseo de asistir a la universidad,
Joe me alentó, y lo mismo hizo con muchos otros.
Así pues, por hacer una broma, alguien propuso que Joe fuera elegido para el consejo
escolar. Obtuvo la mayor cantidad de votos, con lo cual fue automáticamente
designado presidente del consejo. Todo el pueblo asistió a la primera reunión del
consejo. Todos los padres, todos los Ciudadanos del pueblo estaban allí para ver qué
diría Joe.
Joe dijo lo siguiente: "Señores: ustedes me eligieron presidente del consejo escolar al
darme el mayor número de votos. Ahora bien, yo no sé nada de educación. Lo que sé
es que todos ustedes quieren que sus hijos crezcan y se conviertan en hombres y
mujeres decentes, y la mejor manera es enviarlos a la escuela. Hay que contratar a
los mejores maestros y adquirir los mejores materiales para la escuela, y no protestar
por los impuestos". Joe fue reelegido muchas veces en el consejo.
A la larga los padres de Edye murieron, ella heredó la granja y Joe necesitó contratar
un peón. Fue al reformatorio y pidió los nombres de exconvictos prometedores.
Algunos duraron un solo día, algunos una semana, algunos un mes, algunos
trabajaron durante un período considerable hasta que se sintieron preparados para
abrirse camino en la sociedad.
Joe murió cuando tenía más de setenta años, y Edye murió pocos meses después que
él. Todo el poblado tenía curiosidad por saber qué habían puesto en el testamento. El
testamento decía que la granja podía ser dividida para su venta en granjas más
pequeñas, y la tierra sobrante venderse a cualquier interesado. Todo el dinero
recaudado pasaría a un fondo que sería administrado por un banco y por el director
del reformatorio, a fin de ayudar a exconvictos jóvenes prometedores.
Toda la psicoterapia que Joe recibió fue: "Puedes, si es que eres un caballero".
Cuando obtuve mi empleo de psicólogo del estado, debí examinar a todos los
internados en institutos penales y correccionales. Joe me felicitó por el empleo y me
dijo: "En Waukesha hay un viejo prontuario que tú deberías leer. También hay uno en
Green Bay y en (nombra otro instituto penal)". Yo sabía que él se estaba refiriendo a
sus prontuarios, así que los leí. Eran los más negros prontuarios que se pueda
imaginar. Los primeros 29 años de su vida fue un alborotador; en ese momento, una
bella muchacha le dijo: "Puedes llevarme al baile si es que eres un caballero".
Ninguna otra cosa cambió para él; él mismo hizo los cambios. Los cambios no los
hace el terapeuta, los hace el paciente.
Tuve otro paciente parecido llamado Pete. A los 32 años de edad ya había pasado
veinte entre rejas. Cuando salió de la Prisión Estadual de Arizona vino a Phoenix, se
emborrachó y se fue a la casa de una muchacha divorciada con dos hijos. La
muchacha trabajaba, y durante siete meses él vivió a costillas de ella. Él se empleaba
en las tabernas para cuidar el orden, a cambio de la bebida. Siempre se
emborrachaba y terminaba envuelto en peleas; una tras otra, todas las tabernas lo
despidieron. Después de siete meses se hartó de sus reproches y de los efectos de
sus borracheras, y le dijo: "Andate y no vuelvas más". Él recorrió todas las cantinas
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mendigando un trabajo, y en todos lados le dijeron: "No, tú armas demasiados líos".
Volvió a lo de su novia y le pidió que le diera una segunda oportunidad; ella se negó.
Así que ese día de julio caminó diez kilómetros bajo una temperatura de 42 grados
para venir a mi consultorio.
Ya había venido a verme en dos oportunidades. Poco después de salir de prisión, el
hogar de rehabilitación para exconvictos me lo envió para que le hiciera psicoterapia.
Estuvo conmigo una hora y al fin me dijo: "Ya sabe dónde puede meterse todo eso", y
se fue. Su novia lo trajo de vuelta; me escuchó amablemente durante otra hora, y
amablemente me dijo: "Ya sabe dónde puede meterse todo eso", y se fue.
Su novia vino a verme para que le hiciera psicoterapia. Hablamos de diversas cosas.
Me comentó que estaba muy impaciente para que sus hijas, de once y doce años,
crecieran y pudieran ganarse la vida en la calle. Le pregunté si quería que se
convirtieran en prostitutas, y me contestó: "Si eso está bien para mí, estará bien para
ellas". Se dio cuenta de que yo no compartía su opinión, y se fue.
Cuando echó a Pete a patadas, él vino caminando los diez kilómetros hasta mi
consultorio y me dijo: "¿Qué era lo que usted trató de decirme?" Se lo dije durante
otra hora, y él amablemente me dijo: "Ya sabe dónde puede meterse todo eso", y se
fue.
Volvió a lo de su novia y le imploró otra vez que le permitiera vivir con ella, y ella
respondió que no. Fue a todas las tabernas y volvieron a decirle que no. Así que Pete
regresó aquí. En total había reocorrido más de 27 kilómetros con una temperatura de
42 grados, y a Pete la bebida lo dejaba muy mal.
Entró y preguntó: "¿Qué era lo que usted trató de decirme?" Yo le respondí: "Lo
siento, Pete, pero ya me lo he metido allí. Ahora todo lo que puedo decirle es esto:
Detrás de mi casa hay un gran patio cercado. Hay allí un colchón viejo, donde puede
dormir. Si llueve, lo puede poner debajo del alero, pero no creo que llueva. Si tiene
frío de noche, le daré una manta, pero no creo que haga frío. Allí afuera hay una
canilla para que beba, y por la mañana golpee en la puerta de la cocina y mi esposa le
dará una lata de carne de cerdo y frijoles asados".
Salimos por la puerta lateral, y le dije: "Pete, si quiere que le confisque las botas para
que no pueda escapar, tendrá que implorármelo". El no me lo imploró, así que no le
confisqué las botas.
Esa tarde vinieron de Michigan mi hija menor y mi nieta, y no bien bajaron del auto
mi hija me dijo: "¿Quién es ese hombre sin camisa que está sentado en el patio y
parece sentirse tan mal?" "Es Pete", contesté, "un paciente alcohólico. Está
repensando las cosas". Ella dijo: "Tiene una gran cicatriz en el pecho. A mí me
interesa la medicina. Quiero salir a hablar con él, y averiguar dónde le hicieron esa
cicatriz". "Chicas, si quieren salir y hablar con él, no hay problema", les dije yo.
Pete estaba sentado en la reposera, compadeciéndose de sí mismo. Se sentía muy
solo y le agradó poder hablar con las chicas. Les contó su historia. Yo no la sé. Habló
con ellas largo rato.
Mi hija averiguó que en el curso de un asalto un balazo le penetró hasta el corazón y
fue operado de urgencia. Después de eso cumplió su condena en la cárcel.
Las chicas siguieron charlando con él hasta que cayó la tarde, y mi hija le preguntó:
"¿Qué le gustaría que le diéramos para la cena, Pete?" "Me gustaría tomar un trago",
respondió, Pete, "pero no estoy seguro de que me lo den". Mi hija se rió y dijo: "No,
no se lo daremos. Prepararé la cena para usted". Ella es una excelente cocinera, y
preparó la cena para Pete, una cena como jamás había conocido. La disfrutó
realmente.
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A la mañana siguiente ella le preparó un desayuno exquisito, y las chicas se pasaron
el día entero conversando con él. Trabaron muy buena relación.
Después de cuatro días y cuatro noches en el patio, Pete me pidió permiso para ir a
casa de su novia. Dijo que tenía un viejo automóvil estacionado junto a la entrada, y
pensaba que podía arreglarlo y venderlo por 25 dólares. Bueno, legalmente yo no
tenía ningún derecho de mantener a Pete en mi patio. El quería irse, y tenía derecho a
hacerlo. Le dije que fuera. Volvió con los 25 dólares en el bolsillo, y me dijo que
quería repensar sus cosas. Pasó la noche en el patio y a la mañana siguiente me pidió
si podía salir a buscar trabajo. Volvió con dos ofertas de empleo: uno era un trabajo
sencillo y bien remunerado, pero de duración incierta; el otro también tenía buena
paga pero era un trabajo duro, un empleo en una fábrica, con horario prolongado; el
segundo era más seguro. Dijo que quería repensar cuál de los dos iba a aceptar. Pasó
otra noche en el patio. A la mañana dijo que había resuelto tomar el empleo de la
fábrica, explicándome que con los 25 dólares se pagaría un cuarto barato y comería
sándwiches y hamburguesas hasta que cobrase el primer jornal.
El primer jueves que tuvo franco la llamó a su novia y le dijo: "Ponte el sombrero que
vas a salir conmigo". "No", replicó ella, "no iré contigo a ninguna parte". "Vendrás
aunque tenga que arrastrarte", le dijo Pete. "¿Dónde crees que vas a llevarme?",
preguntó ella. "A Alcohólicos Anónimos", le contestó él. "Los dos necesitamos ir a
Alcohólicos Anónimos".
Asistió a las reuniones con su novia en forma regular. Y cuando a los quince días le
tocó hablar por primera vez, se presentó así:"Cualquier borracho, por más que sea el
holgazán más inútil, puede ponerse sobrio y mantenerse sobrio. Lo único que necesita
es un pedazo de patio donde tirarse". (Risas.), y después de concurrir a Alcohólicos
Anónimos con Pete por un tiempo, su novia vino a verme para que le hiciera
psicoterapia. Había decidido que sus hijas irían a la escuela secundaria y luego a la
escuela comercial para aprender taquigrafía y dactilografía; quería que tuvieran un
trabajo honesto, porque se merecían una vida mejor que la que ella había tenido.
Por lo que sé, Pete ha trabajado duro durante cuatro años, ya van para cinco, y se
mantuvo sobrio. Y toda la psicoterapia que realmente hice con él fueron esas palabras
en la puerta lateral de mi casa: "Si quiere que le confisque las botas para que no
pueda escapar, tendrá que implorármelo". Mi trabajo en la prisión del estado me había
enseñado algo acerca del sentido del honor de los convictos, y lo que hice fue apelar a
ese sentido del honor.
No creo que el terapeuta haga otra cosa que brindar al sujeto una oportunidad para
que piense sobre su problema en un clima apropiado. Y todas las reglas de la terapia
guestáltica, el psicoanálisis y el análisis transaccional... muchos teóricos las escriben
en los libros como si cada persona fuera igual a otra. Por lo que he podido comprobar
en cincuenta años, cada persona es un individuo diferente.
Siempre salgo al encuentro de cada persona como individuo, haciendo hincapié en sus
cualidades características.
En el caso de Pete, apelé a su sentido del honor propio de un convicto, y fue por eso
que lo puse en el patio para que pensara y Pete me dijo que mi hija y mi nieta eran
seres de otro planeta. No se parecían a ninguna otra mujer que él había conocido. No
eran seres de este planeta. (Sonríe.)
Un par de años más tarde mi hija vino a casa desde la facultad y me dijo: "Quiero
examinar el corazón de Pete". Lo llamamos y vino. Ella lo sometió a un detenido
examen del corazón y la presión arterial, y le dijo: "Es normal, Pete". El respondió:
"Yo se lo podría haber dicho de entrada". (Sonríe.)
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El pasado no puede modificarse. La comprensión del pasado puede ser instructiva,
pero los pacientes viven en el presente. Cada día implica algún cambio en la vida de
una persona.
Piensen simplemente en los cambios que hubo durante este siglo.
En 1900 se viajaba a caballo o en tren. Si a alguien se le hubiese ocurrido viajar a la
luna lo encerraban en el manicomio. A Henry Ford le dijeron que se consiguiera un
caballo, porque "ese coche de gasolina nunca, nunca remplazará al caballo".
En este país hubo disturbios tremendos por el desarrollo de los ferrocarriles; en la
biblioteca de Boston leí muchísimas propagandas contrarias al ferrocarril. Pero ahora
tenemos ferrocarriles y automóviles. Cuando aparecieron los ómnibus Greyhound
había muchísimos prejuicios contra esos vehículos; ahora tenemos muchas líneas de
ómnibus.
En la década del veinte dijeron que al doctor Goddard había que encerrarlo en un
manicomio porque hablaba de ir a la luna en cohete. En 1930 leí un artículo científico
escrito por un físico en el que demostraba que si un avión volase a una velocidad
mayor que el sonido, se desintegraría en moléculas, y el piloto también; ahora
tenemos aviones a chorro que atraviesan la barrera del sonido y siguen intactos, y el
piloto sigue viviendo.
Hace poco descubrí que para arreglar el automóvil en el taller de la otra cuadra se
tarda de una a dos semanas, mientras que en el planeta Marte se puede reparar una
máquina complicadísima en un fin de semana. (Sonríe. Ante la mirada inquisitiva de
Siegfried, le repite:) En el planeta Marte, una máquina complicadísima puede
repararse en un fin de semana.
Siegfried: ¿Qué clase de máquina es esa?
E.: El Mariner que aterrizó en Marte.
Siegfried: Entiendo.
E.: Y en el taller de la otra cuadra hay que esperar una semana.
Jane: Entonces, ¿lo que usted dice es que al tratar a pacientes prefiere no mirar en su
pasado, los toma simplemente tal como se encuentran en ese momento?
E.: Sí, los tomo tal como se encuentran en ese momento. Así es como van a vivir hoy.
Mañana, vivirán en el mañana... y así la próxima semana, el próximo mes y el
próximo año. Uno haría bien en olvidarse de su pasado. Del mismo modo que se
olvidó cómo aprendió a pararse, cómo aprendió a caminar, cómo aprendió a hablar.
Uno se ha olvidado de todo eso.
En una época uno decía (deletrea) "her-m-a-n-o... he... her... hermano". Ahora lee en
voz alta una página tras otra y jamás se le ocurre identificar las sílabas, o las letras, o
la pronunciación. Cuando ella (señala a Jane) leyó la carta, marcó los signos de
interrogación de esta manera (Erickson hace un ademán dibujando en el aire con los
dedos un signo de interrogación). Nos llevó mucho tiempo recordar cómo utilizar
correctamente los signos de puntuación. Ahora usted... (vuelve a hacer un ademán
para las comillas).
Jane: ¿Usted considera que eso es válido para el desarrollo emocional de una persona
tanto como para su desarrollo fisiológico y lingüístico?
E.: Joe tuvo un deficiente desarrollo emocional durante 29 años, y Edye le dijo:
"Puedes, si es que eres un caballero".
Jane: Así que él tomó la decisión simplemente por eso.
E.: ¿Cuántas decisiones toman ustedes en la vida simplemente por eso?
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Siegfried: Una o dos.
E.: ¿Una o dos? Muchísimas. Y no necesitan saber cómo aprendieron a pararse ni
cómo aprendieron a cruzar la calle. Ni siquiera saben cómo cruzan la calle. No saben
si caminan en línea recta, o si se van a detener y a mirar aquí o allí. Simplemente
caminan, en forma automática.
Mis alumnos me preguntan sobre la escritura automática en hipnosis. Todos ustedes
han hecho escritura automática. Lo sé, aunque ustedes son unos extraños para mí. A
usted, por ejemplo (mira a Jane), puedo decirle que usted hizo algunas escrituras
automáticas. Y usted sabe que estoy en lo cierto.
En enero pasado ustedes escribían 1978. Todos los eneros escriben automáticamente
el año anterior. Lo hacen de manera automática. Siempre recibo muchos cheques en
enero con el año equivocado.
De vez en cuando yo estoy hablando con un alumno o pensando en él, y me pide un
autógrafo para su libro y yo le pongo como fecha "1953" en algunos casos, en otros
"1967". Porque al hablar con esa persona salió a relucir algo referente a 1953 o 1967.
Al autografiarle el libro, di esa fecha porque estaba pensando en esa persona, y en el
año que había sido importante para ella. Todos ustedes hacen muchísimas cosas
automáticamente.
Ahora bien, hay algunos que aprenden la escritura automática enseguida, y otros
piensan que es algo que se debe aprender. Entonces yo les digo que pongan el lápiz
sobre el papel y vigilo de qué manera se empieza a mover la mano. Habrá
movimientos hacia arriba y hacia abajo, se describirán curvas. Pronto se produce una
levitación de la mano... la mano se levanta. Algunas personas, muchas, piensan que
para la escritura automática tienen que pasar por los mismos procesos de aprendizaje
que para la escritura ordinaria, y manifiestan esa creencia.
Muchas enfermedades neuróticas provienen de que las personas se sienten ineptas,
incompetentes. ¿Pero han medido verdaderamente su incompetencia?
Pienso que todos ustedes pueden tener la experiencia de tratar de conseguir su
primer trance. Se preguntarán: "¿Lo estaré haciendo bien? ¿El sujeto responde
correctamente? ¿Qué es lo que debo hacer a continuación?"
Bien, tomemos a alguien al que realmente yo no conozca. (Mira una mujer, luego se
dirige a Siegfried.) Supongamos que usted cambia de asiento con ella. (Mira hacia el
suelo y dice:) ¿Estuvo alguna vez en trance?
Mujer: Sí, usted me puso en trance una vez (le toca el brazo a Erickson).
E.: Bueno, elija usted a alguien a quien yo nunca haya puesto en trance.
Mujer: Puede ponerla a Bonnie. (Bonnie es una terapeuta de Phoenix.)
E. (a la mujer): Cambie asientos con ella. (Bonnie toma asiento.) Ante todo, se
habrán dado cuenta que yo no le pedí a ella que se sentara en esta silla (señala la
silla; Bonnie asiente con la cabeza.) A ella le pedí simplemente que se sentara en esa
silla. Usted está aquí, pero yo no le pedí que viniera aquí, ¿no es cierto?
Bonnie: No.
E.: ¿Está usted en trance? (Bonnie sonríe.) ¿Lo está?
Bonnie: Siento como si estuviera en un trance leve. (Asiente con la cabeza.) Me siento
muy calma y relajada. (Vuelve a asentir con la cabeza.)
E.: ¿Diría usted que está en trance? (Bonnie asiente.) Ella es una persona agradable.
(Le levanta la mano derecha y la deja catalépticamente levantada.) Hoy es la primera
vez que me ve, ¿no?
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Bonnie: Ajá.
E.: ¿Es costumbre suya dejar que hombres extraños le tomen el brazo y se lo dejen
en el aire?
Bonnie (sonriendo): No.
E.: En mi caso, no lo puede demostrar. (Se ríe.) ¿Cuánto tiempo piensa que va a
pasar antes de que cierre los ojos?
Bonnie (parpadeando): Creo que los cerraré ahora mismo.
E.: Adelante. Usted entrará también en trance... y se sentirá muy cómoda. Entre muy
profundamente... (Bonnie baja la mano.)... y muy fácilmente, y cuanto más cómoda
se sienta, más profundamente entrará en trance. Y no estará sola. Habrá otras
personas en trance.
El resto puede mirar alrededor y verá cuántos han detenido la actividad motora que
acompaña el estado de vigilia... todos ustedes muestran una disminución en su
actividad psicomotriz. Miren los ojos de los demás. No les parpadean como de
costumbre. Su parpadeo es... diferente. (A Siegfried:) y a usted le está costando
mantener los ojos abiertos. (E. hace un lento y perseverante ademán con la cabeza.)
Sería preferible entonces que los cerrase ahora, y los mantenga cerrados. (E. sigue
moviendo la cabeza.) Cerrados todo el tiempo, y sintiéndose muy cómodo. Cómodo
en todo aspecto. (Siegfried cierra los ojos.)
En trance ustedes aprenden mucho más rápido que en estado de vigilia. Con la mente
conciente no le pueden enseñar a su inconciente.
Pues bien, todas las cosas que yo les he dicho les volverán traducidas en su propio
lenguaje, en su propia manera de entender. Y en el futuro descubrirán ideas
repentinas, comprensiones repentinas, pensamientos repentinos que no se les habían
ocurrido antes. No será otra cosa que su mente inconciente, alimentando a su mente
conciente con cosas que ustedes ya sabían, pero no sabían que sabían. Porque cada
uno de nosotros hace su aprendizaje a su manera.
Joe aprendió que el solo hecho de mirar a Edye le cambió completamente la vida, y
Pete lo descubrió sentado en el patio. Pete no sabía siquiera por qué seguía sentado
en el patio. (Bonnie abre los ojos.) El no reconoció hasta qué punto yo entendía el
honor de los convictos, pero se vio atrapado en eso. Y él cambió su forma de pensar,
después de haber llevado una vida entera de destructividad social.
Ahora les contaré una historia. En 1930, la Grandota Louise trabajaba para cuidar el
orden en las tabernas de Providence, estado de Rhode Island. La Grandota Louise
medía un metro noventa y cinco de alto y era puro músculo y huesos. Cuidaba el
orden en las tabernas. Tenía un pequeño hobby: cuando caminaba de noche por la
calle y se cruzaba con un policía solo, le daba una tunda y lo mandaba al hospital. Ese
era su pequeño hobby.
El jefe de policía de Providence se cansó de que la Grandota Louise mandase a sus
hombres al hospital, así que le inició un juicio e hizo que la internaran en el
manicomio como persona peligrosa.
El hospital del estado, donde estuvo seis meses, no le gustaba a Louise. Ella sabía que
no era loca. No veía nada de malo en su pequeño hobby: ella solamente castigaba a
policías. Se desquitó cometiendo daños por valor de 500 dólares todos los meses en la
sala. El director del hospital estaba sumamente afligido, pues el presupuesto de su
establecimiento no tenía fondos suficientes para los estallidos de rabia de la Grandota
Louise.
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Una mañana me contó todo acerca de ella; yo le pregunté si podía tratarla, y con qué
limitaciones. Él me dijo: "Puedes hacer con ella lo que quieras, salvo matarla".
Fui entonces, de la sala de hombres a la que estaba asignado, a la sala de mujeres,
me presenté a la Grandota Louise y, le dije que antes de que tuviera otra rabieta tenía
ganas de que se sentara a hablar conmigo. Ella me respondió: "Usted quiere decir que
me quiere tener quieta mientras unos veinte auxiliares varones se juntan para entrar
de repente y sujetarme". "No, Louise", le contesté, "sólo quiero hablar con usted.
Después de unos quince minutos de charla usted puede hacer lo que le plazca, y nadie
se lo impedirá".
Un día me llamó la enfermera y me dijo: "La Grandota Louise quiere hablarle". La
Grandota Louise se paseaba de aquí para allá frente a la cama. Le dije: "Siéntese,
Louise, y hablemos". Ella me preguntó: "¿Va usted a hacer que se reúnan los
auxiliares para que entren de repente y me sujeten?". "Nadie va a entrar a sujetarla",
repliqué. "En verdad, nadie va a meterse con usted. Sólo quiero que se siente y me
hable sobre la temporada invernal en Nueva Inglaterra". Louise se sentó en actitud de
quien sospecha algo.
Unos diez minutos después, le hice una señal a la enfermera (mueve la mano hacia
arriba y abajo), pero Louise no podía ver mi mano.
La enfermera hizo una llamada telefónica y entre doce y veinte chicas, estudiantes de
enfermería, se abalanzaron a la sala. Una agarró la silla y empezó a destrozar con ella
los vidrios que daban al este.
Cuatro se echaron riendo sobre una mesa, cogieron una pata cada una y la hicieron
pedazos. Otra arrancó el teléfono de la pared. Realmente estaban destrozándolo todo.
Yo les había indicado con detalle lo que tenían que hacer, y todas se reían y divertían.
La Grandota Louise saltó de su asiento y exclamó: "¡No, chicas, no, por favor no lo
hagan!" Las chicas siguieron haciéndolo, y Louise siguió implorándoles que se
detuvieran, porque ella no quería contemplar su propio comportamiento. Fue la última
vez que cometió tropelías.
Dos meses después me hizo llamar y me dijo: "Doctor Erickson, no soporto seguir
viviendo en la sala con todas esas locas. ¿No me puede conseguir un puesto en la
lavandería del hospital?" Bueno, Louise ya había sido probada en la lavandería pero
rompió allí un montón de cosas y se le impidió pisar ese lugar. Yo le contesté: "Sí,
Louise, le conseguiré un puesto en la lavandería". Nos entendimos perfectamente
bien. Louise se desempeñó tan bien en la lavandería que le dieron el alta como
paciente y la contrataron como encargada.
Ahora bien, un carpintero de un metro noventa y cinco que integraba el personal de
mantenimiento del hospital la vio a la Grandota Louise y resolvió que era bueno seguir
mirándola, así que se casaron.
Durante quince años, por lo que yo sé, Louis manejó muy bien el trabajo en la
lavandería, y se llevó lo más bien con el carpintero. Desde luego, Louise y el
carpintero tomaban cerveza los fines de semana y tenían las habituales reyertas
familiares, pero no se peleaban con nadie más. Ambos eran buenos empleados. Ahora
bien, yo no sé qué pasó en la vida de Louise para que ella al crecer actuara de esa
manera. No le hice contemplar su conducta pasada. Ella hizo como se aconseja en
Corintios, 1, 13: 11: "Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño,
razonaba como niño. Al hacerme hombre dejé todas las cosas de niño". Yo sólo hice
que Louise contemplara una vez su conducta infantil, y eso fue suficiente. Le hice
contemplar su conducta infantil en la conducta de otra gente que presuntamente
debía saber más que ella. Esa fue toda la terapia que se necesitaba.
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Creo que lo textos sobre terapia tratan de imprimir en ustedes una gran cantidad de
conceptos. Conceptos que ustedes deben tomar de sus pacientes, no de los libros,
porque los libros les enseñan que deben hacer las cosas de una manera determinada:
"Todas las palabras que terminan con la sílaba 'je' se escriben con 'j', excepto
'esfinge, falange, laringe'" y algunas más. Para cada regla siempre hay una excepción.
Creo que la verdadera psicoterapia (mira a Bonnie) consiste en saber que cada
paciente es un individuo único y singular. (A Bonnie:) ¿Qué tal le pareció su trance?
Bonnie: Lindo.
E.: No la desperté porque quería ilustrar un punto. Usted se quedó en trance todo el
tiempo que quiso. ¿Por qué debería quedarse más tiempo, si no hay un propósito para
ello? Yo hice que para usted no hubiera propósito alguno que le indicara permanecer
en trance. (Mira hacia el suelo.) Una vez hipnoticé en San Francisco a la ayudante de
un dentista para hacer una demostración de los fenómenos hipnóticos. Le dije que se
despertara. Mostraba todo el aspecto de estar bien despierta. Todo el mundo pensó
que estaba despierta. Pero las dos semanas siguientes siguió en trance noche y día.
En un viaje posterior que hice a San Francisco me la volví a encontrar. Entonces
estaba despierta. Le dije: "Usted no se despertó cuando le indiqué que lo hiciera. Si
no le parece mal, me gustaría saber por qué permaneció en trance". Me respondió:
"Se lo diré con mucho gusto. Tengo un asunto amoroso con mi patrón. La esposa se
niega a concederle el divorcio. Yo pensé que si él quería tener un asunto amoroso
conmigo, debía divorciarse o de lo contrario serie fiel a su mujer. Entré en trance, y
me di cuenta que en ese estado podría decirle exactamente lo que pensaba. Pero en
ese momento su esposa resolvió que no quería continuar casada con él, así que
obtuvo el divorcio... por sí misma, y en las condiciones que ella fijó. Mi patrón vino y
me lo contó; entonces me pareció que era conveniente dejar el trance. Ahora estamos
casados. Su esposa es feliz, yo soy feliz y el dentista es feliz".
Otra vez hipnoticé a dos asistentes odontológicas en Los Ángeles. Advertí que no
salían del trance cuando les indicaba que lo hicieran, aunque a todos los demás les
parecía que sí habían salido. Supe entonces que alguna razón tendrían para
permanecer en trance.
Dos semanas más tarde tuve que dar una conferencia en el mismo lugar. Habían
concurrido las dos asistentes, así que les pregunté en privado: "Señoritas enfermeras,
¿por qué estuvieron en trance durante dos semanas enteras?" "Estamos haciendo un
experimento" me contestaron. "Queríamos saber si en estado de trance podíamos
trabajar del mismo modo que en estado de vigilia. Si usted piensa que estas dos
semanas bastan para demostrarlo, nos despertaremos". Les respondí que cualquier
sujeto hipnótico puede trabajar en estado de trance tan bien como en la vigilia, y
probablemente mucho mejor, porque tendrá menos distracciones.
Si mi chofer tuviera que conducirme en medio de un tránsito peligroso, yo lo pondría
en trance profundo. Querría que preste atención al problema del tránsito, y no que en
un día ventoso vaya mirando las polleras de las chicas que el viento levanta por la
calle. Querría que atendiese a todos los problemas del tránsito y a nada más que a
ellos. No me gustaría que se distrajese con la conversación que mantiene conmigo, ni
que nada, fuera de los problemas propios de conducir el vehículo, lo distrajese.
Una de mis nueras sufrió durante dos años por su examen de licenciatura. Estaba
segura de que no lo aprobaría. Su marido le dijo que podía pasarlo con toda facilidad.
Yo le dije: "¿Y por qué tiene mi nuera que creerle a su marido? Él no lo sabe todo. ¿Y
por qué mi nuera ha de creerle a su suegro? Él no lo sabe todo". Ella sabía que el
examen de licenciatura era muy difícil. Pero me pidió ayuda, y le dije: "Entra en
trance, y olvídate de tu examen de licenciatura; algún día venidero andarás rondando
por una cierta habitación de la Universidad del Estado de Arizona; verás preguntas
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mimeografiadas y hojas para responder. Busca un asiento cómodo. No prestes
atención a ninguna otra cosa, y entrégate a imaginar lo agradables que serán tus
vacaciones en Nueva Inglaterra, o en Carolina del Sur, o en cualquier otro lado. De
vez en cuando notarás que tus manos han estado escribiendo, y que tú no estás
verdaderamente interesada en eso".
Ese día vino a casa desde la universidad, sin recordar que había estado allí. Y dos
semanas después estaba mirando la correspondencia y le dijo a su marido: "Aquí hay
un lamentable error. Me mandan una carta de la secretaría diciendo que pasé mi
examen de licenciatura, siendo que yo todavía no lo rendí". Mi hijo le respondió:
"Espera unos días más, tal vez te manden el diploma desde la secretaría". "¿Cómo
pudo ocurrir eso?", le preguntó ella. "Todavía no redacté mi examen de licenciatura".
Pero no era indispensable que ella supiera que lo había escrito. Bastaba con que lo
supieran en secretaría. ¿Qué hora es?
Christine: Las cuatro y veinte.
E.: La simpatía acumulada en el corazón es el tormento de los que trabajan
demasiado tiempo. Hoy tenemos algunas personas nuevas. (A una mujer:) ¿Cree
usted en la lámpara de Aladino? (Risa general. A otra persona:) ¿Y usted? (E. lleva a
las personas nuevas al interior de su casa, para mostrarles su colección.)
Viernes
(En esta sesión se encuentra presente Sid Rosen, psiquiatra neoyorquino que es
colega de E. desde hace mucho tiempo. Está sentado en el sillón verde.)
E.: Mi esposa y yo conversábamos esta mañana acerca de un problema... acerca de la
orientación que recibimos en nuestros primeros años. Estábamos comentando la
diferencia entre la orientación hacia la vida de un chico de ciudad y de un chico de
campo.
El chico de campo está habituado a levantarse al alba y trabajar durante todo el
verano de sol a sol, siempre con la mirada puesta en el futuro. Se siembran cosas, se
espera que crezcan, y se las cosecha.
Todo lo que se hace en una granja está orientado hacia el futuro.
El chico de la ciudad está orientado a las cosas que suceden ahora. Y en la sociedad
consumidora de drogas, la orientación hacia el "ahora" es extremadamente común. Es
una limitadísima orientación hacia el "ahora".
Cuando se atienden pacientes, lo que uno realmente tiene que considerar es esto:
¿Qué tipo de orientación tienen? ¿Están realmente orientados hacia algo futuro,
realmente miran hacia adelante? Un chico de campo lo hace como cosa natural.
Les daré un ejemplo tomado de mi propia experiencia. Una vez pasé el verano entero
limpiando de maleza cuatro hectáreas de tierra.
Mi padre las aró ese otoño, las volvió a arar en primavera y las sembró con avena. La
avena creció muy bien y confiábamos en tener una cosecha excelente. Hacia el final
de ese verano, un jueves a la tarde, fuimos a ver cómo andaba la avena y cuándo
podríamos cosecharla.
Mi padre examinó los tallos y dijo: "Muchacho, esta no va a ser una simple buena
cosecha 70 búshels por hectárea. Va a dar por lo menos 250 búshels por hectárea, y
estará lista para cosechar el próximo lunes".
Mientras caminábamos contentos hacia casa, pensando en los mil búshels de avena y
en lo que representarían económicamente para nosotros, comenzó a lloviznar. Llovió
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toda la noche del jueves, todo el viernes, toda la noche del viernes, todo el sábado,
toda la noche del sábado, todo el domingo. El lunes a la mañana temprano paró de
llover. Cuando finalmente pudimos abrimos paso en medio del agua hasta ese campo,
estaba totalmente liso. No había ni un solo tallo de avena en pie. Mi padre dijo
entonces: "Confío en que unas cuantas plantas de avena estuvieran lo bastante
maduras como para brotar. Tendremos entonces algo de forraje para el ganado en el
otoño. El año que viene veremos".
Esa es verdaderamente una orientación hacia el futuro, sumamente necesaria para un
agricultor.
El chico de ciudad, en cambio, tiene una orientación hacia el "ahora". Habitualmente
obtiene su orientación hacia el futuro un poco antes que el chico de campo. El chico
de campo la tiene permanentemente. Él tiene que plantar todavía sus avenas
silvestres, y por lo común las planta un poco después que el chico de ciudad. El chico
de ciudad lo hace ahora, y el chico de campo espera.
Las culturas de las drogas no parecen tener ninguna orientación hacia el futuro. Saben
que alguien murió de una sobredosis, pero eso sólo les significa que el traficante le dio
una cuota demasiado alta de heroína, y entonces todos quieren encontrar a ese
traficante para conseguir una dosis más fuerte, un mejor efecto. Y los que tuvieron
una psicosis, un estallido sicótico, a raíz del "polvo de ángeles", a pesar de ello se
agenciarán una segunda dosis de polvo de ángeles y tendrán una segunda psicosis, y
hasta una tercera. Les lleva mucho tiempo proveerse de una orientación futura.
Bien. Me han pedido que yo hiciera un esbozo; siquiera parcial, del crecimiento y
desarrollo de la vida sexual del individuo. (Antes de la sesión, yo había pedido a E.
que incluyera este tema en su charla del viernes.)
Bueno, el sexo es un fenómeno biológico. Para el hombre es una cuestión local. A él
no le crece ni un solo pelo adicional en el bigote.
Es sólo una experiencia local para él. Para la mujer, la experiencia sexual completa
significa: la concepción, un período de nueve meses de embarazo, el parto, la
lactancia del bebé durante seis a nueve meses, y luego, en nuestra cultura, su crianza
hasta que tiene 16 o 18 años.
Cuando la mujer comienza a tener una vida sexual activa, lo primero que le acontece
es un cambio en su sistema endocrino. El calcio de su esqueleto cambia. Es probable
que cambie muy, muy levemente el contorno de sus cabellos. Los bordes de sus cejas
se vuelven algo más prominentes. Su nariz se alarga tal vez un milímetro, o una
fracción de milímetro. Sus labios se ponen un poco turgentes. Se modifica el ángulo
de la mandíbula. El mentón se torna algo más cargado. Las partes carnosas del pecho
y de las caderas aumentan de tamaño o se ponen más densas, y el centro de
gravedad se desplaza.
Como consecuencia, ella porta de otra manera el cuerpo. Camina en forma diferente.
El modo de bambolear los brazos al caminar y de desplazarse se modifican por
completo. Y si aprenden a observar, podrán reconocer esos cambios casi de
inmediato. Porque biológicamente su cuerpo entero participa de esto. Si se vigila el
progreso del embarazo se aprecia el aumento de tamaño. Todo cambia a raíz del
embarazo, a raíz de la lactancia.
"Tuve una hermana que durante trece años intentó desesperadamente quedar
embarazada. Como yo era su hermano, ella pensaba que yo no sabía nada de
medicina, lo que no es infrecuente entre hermanos. Trató entonces de ser madre
sustitutiva de recién nacidos, brindándoles un hogar hasta que fueran adoptados. No
quería adoptar ella misma una criatura. Al fin, después de ser durante diez años
madre sustitutiva de recién nacidos hasta que cumplían un año, me pidió consejo.
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Yo le dije simplemente: "Tú has tratado de quedar embarazada. Algo te falta. Pero si
adoptas una criatura, de modo de tener realmente un sentimiento de posesión física y
de dotar al niño de un significado físico para ti... un especial significado físico... no sé
cómo decírtelo de otro modo... Si adoptas una criatura, dentro de tres meses estarás
embarazada. Adoptó un chico en marzo y en junio estaba embarazada. Tuvo luego
varios otros embarazos.
Esta semana les mencioné que cuando fui al Hospital Estadual de Worcester el doctor
A. me invitó a pasear por las salas, y luego me llevó a su consultorio y me dijo:
"Siéntese, doctor Erickson. Si a usted le interesa la psiquiatría, ya está hecho. Usted
tiene una marcada renguera. No sé cómo llegó a tener esa renguera, pero yo la mía la
tengo desde la Primera Guerra Mundial. Ahora bien, su renguera le será de un valor
infinito en psiquiatría, porque a las mujeres les despertaran su impulso maternal y
enseguida confiarán en usted; y en cuanto a los pacientes varones, como psiquiatra
usted no les provocará temor, hostilidad ni ira, porque lo considerarán un simple
inválido. Y como se sentirán superiores a usted, no habrá competencia. No lo
reconocerán en su condición de hombre. Usted será para ellos siempre un inválido, y
por lo tanto una persona segura, en quien se puede confiar. Así pues, camine por las
salas con el rostro impasible, la boca cerrada, los ojos y oídos bien abiertos, y no se
forme juicio propio hasta contar con alguna prueba efectiva que venga en apoyo de
sus inferencias y sus juicios".
Ahora bien, tratándose del crecimiento y desarrollo sexual del individuo, un bebé
recién nacido es extremadamente ignorante. Tiene un reflejo de succión y puede
llorar. Pero es un llanto carente de significado. Es, supongo, expresión de su molestia
en el nuevo medio. Después de un tiempo el bebé se percata de que de vez en
cuando siente algo cálido y húmedo, y esa sensación es placentera. Le lleva algún
tiempo descubrir que siempre, después de esa sensación cálida y húmeda, viene una
sensación fría y húmeda que es desagradable. A la larga aprende a asociar la una con
la otra.
Ustedes pueden tomar a un bebé hambriento, y después de darle unas palmaditas en
la panza y volver a acostarlo en su cuna. Si pudiera pensar, pensaría: "Fue una
comida maravillosa, muy estimulante". Luego se quedaría dormido, hasta sentir el
próximo aguijón de hambre. Podría pensar entonces: "Esa comida no se me queda
mucho tiempo pegada a las costillas". Ustedes lo levantan por segunda vez y esta vez
lo palmean en el trasero, y él se sentirá estimulado y cómodo. Lo vuelven a poner en
la cuna y empieza a dormir, hasta que le da la punzada de hambre. Entonces se larga
a llorar por comida, porque esas palmadas en la cola no era una comida que se
quedase mucho tiempo pegada a las costillas.
Después de un tiempo, la madre empieza a advertir que sus llantos cobran un
significado: "Tengo hambre", "Tengo frío", "Estoy mojado", "Me siento solo", "Quiero
que me palmeen ", "Quiero que me acaricien", "Quiero que me presten atención".
Cada llanto se va modificando a medida que el niño comienza a aprehender diversas
cosas.
Demasiadas madres tratan de enseñar a sus niños a usar la bacinilla demasiado
pronto. Si empiezan demasiado pronto, aunque realmente consigan condicionar al
niño para que use la bacinilla, el adiestramiento pronto fracasa, y la madre no puede
comprender el motivo.
Por lo general el niño está acostado en el piso o en el corralito, sobre una manta, y de
pronto se sienta y empieza a mirar para todos lados (hace un gesto demostrativo).
Parece muy curioso, y la madre dice: "Johnny va a mojarse". Corre a alzarlo y a
colocarlo en la bacinilla. Johnny ha descubierto el tercer elemento que avisa sobre la
micción: la presión pelviana. No sabe dónde localizar esas presiones pelvianas;
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simplemente mira para todos lados. Así, cuando el chico reconoce la presión pelviana
y sabe que va a producirse una sensación cálida y húmeda seguida por una sensación
fría y húmeda, lo anuncia.
Ahora bien, una de las cosas que le suceden al niño es que no está familiarizado con
su cuerpo. No sabe que sus manos son suyas. No sabe que es él quien las está
moviendo. No reconoce sus rodillas o sus pies. Son meros objetos. Por eso tiene que
sentirlos una y otra vez, y aprender a reconocer el propio cuerpo es una labor
realmente muy difícil.
Yo sé muy bien cuán difícil es. A los 17 años, cuando quedé completamente paralítico
y sólo podía mover los ojos -no tuve ningún problema en la audición ni en mi
capacidad de pensamiento-, la enfermera que me cuidaba me puso una toalla sobre el
rostro para que no pudiese ver nada, me tocó la mano y me preguntó dónde me había
tocado. Yo tenía que conjeturar: la pierna izquierda, la pierna derecha, el abdomen, la
mano, la mano derecha, la mano izquierda, incluso el rostro. Me llevó mucho, mucho
tiempo aprender dónde estaban mis pies o los dedos de los pies, y reconocer cada
parte del cuerpo. Tuve que atravesar varias de estas experiencias con la toalla antes
de poder reconocerlas. Y así aprendí a entender y a empatizar con lo que ocurre en la
mente del niño.
Un bebé puede llegar al estadio del desarrollo en que es capaz de coger el sonajero y
agitarlo, o manipular un juguete, sin saber aún realmente dónde están sus manos. Un
día ve un objeto que le parece entretenido y trata de tomarlo. Es una experiencia
sorprendente, porque el sonajero no se le escapa de las manos ni se le da vuelta de
pronto. Por último, un día se toca una mano con la otra, y es maravilloso contemplar
la mirada de perplejidad en su rostro. Porque se toca así (toca su mano derecha con
la izquierda)... Recibe estimulación de la palma y el dorso de la mano, que parecen
estar conectadas de algún modo. Una vez que ha localizado una de sus manos,
aprende a tomársela con la otra mucho más rápidamente (lo demuestra).
Luego lo encontramos examinando con suma curiosidad cada dedo, y aprendiendo
que todos forman parte de esto y forman parte de esto... (se toca la muñeca, el
antebrazo y el codo derechos) Y que se vinculan con esto, y así hasta el hombro.
He observado cómo cada uno de mis ocho hijos descubría su propia identidad física.
Todos los niños siguen la misma pauta general.
Algunos aprenden sus manos antes de aprender sus piernas.
Otro hecho relativo a los bebés recién nacidos es que... la cabeza tiene un séptimo de
la longitud del cuerpo. El cuerpo del niño sigue alargándose y alargándose, Y él puede
llegar con su mano hasta aquí arriba (se toca la cabeza), pero en el futuro va a poder
elevarla muy por encima de su cabeza. Para la experiencia del niño esto es algo
curioso.
El papá y la mamá se enorgullecen mucho de enseñar a su bebé: "Muéstrame tu pelo,
tu frente, tus ojos, tu nariz, tu boca, tu mentón, tu oreja". Piensan que el bebé sabe
dónde está su pelo o dónde están sus ojos. Habitualmente los padres cuidan que el
niño aprenda esto con la mano derecha, y termina siendo diestro.
En realidad, Johnny no sabe dónde están sus orejas, porque todo lo que sus padres le
enseñaron fue "arriba, adelante y en el mismo lado que la mano". (Se toca el lado
izquierdo del rostro con la mano izquierda.) El aprendizaje contralateral es algo
verdaderamente muy distinto. (Se toca la oreja derecha con la mano izquierda.)
Luego tiene que hacer el otro aprendizaje contralateral. (Se toca la oreja izquierda
con la mano derecha.) Los padres piensan que sabe realmente dónde están sus
orejas. Y uno observa al niño y ve que levanta la mano así y quiere tocar esta oreja.
(Cruza la mano izquierda por sobre la cabeza para tocar la oreja derecha.) ¡Qué
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mirada de sorpresa tiene mientras se dice: ¡"Así que allí está mi oreja"! Y tiene que
conocer la oreja contralateral con la otra mano. (Lo muestra.) Es muy interesante
observar al bebé sentirse a sí mismo desde la punta de la cabeza hasta el lóbulo de la
oreja, contralateralmente. Pero todavía no sabe dónde están sus orejas; sólo lo sabrá
cuando pueda pasar la mano por detrás de la cabeza y tocarse la oreja del otro lado.
(Lo muestra.) Y con súbita sorpresa dice: "¡Así que allí está mi oreja!" No estará
seguro de su conocimiento hasta que lo haya aprendido de frente, de abajo, de arriba
y de atrás.
Hay muchas otras cosas que aprender. El bebé está acostado en su cuna y el papá y
la mamá se ciernen sobre él, y todos los movimientos son allá arriba. (Lo muestra.)
Mi hijo Robert volvió a casa después de haber pasado unos meses en el hospital por
un accidente de tránsito. Cuando finalmente le sacaron el yeso, él estaba tendido en
el diván, dio media vuelta sobre sí mismo y quedó mirando el piso. Dijo entonces:
-"Papá, el piso está tan lejos como el techo, y tengo miedo de pararme". Yo le
contesté:
Ya aprendiste lo lejos que está el techo; ahora tienes que aprender lo lejos que está el
piso". Le llevó varios días medir la distancia. (Lo demuestra mirando arriba,) abajo y
midiendo la distancia del piso al techo.) Y el bebé que crece tiene la cabeza a esta
altura (lo indica) y él sigue alargándose y alargándose. Sus manos llegan, hacia abajo,
hasta aquí, y luego más lejos y más lejos (partiendo de la cabeza, desplaza, la mano
izquierda hacia la rodilla). De modo que la distancia relativa de las diversas partes del
cuerpo difieren casi de día en día... o al menos semana en semana.
Recuerdo que uno de mis hijos le dijo a mi esposa: "Mamá, pongámonos de espaldas,
quiero ver cómo soy de alto". Era un par de centímetros más bajo que su madre. Dos
semanas más tarde, volvió a medirse con ella, y le llevaba un par de centímetros.
Estaba en lo que llamamos "la edad del pavo". Sus músculos eran los mismos, pero
sus huesos eran más largos; utiliza los músculos con la misma fuerza, pero con
palancas más largas. Los padres la llaman "la edad del pavo"; es la edad del
crecimiento, y el pequeño Johnny debe localizar e identificar cada parte de su cuerpo.
Lo sorprende averiguar que orina por el pene; antes, para él no era más que una
sensación cálida y húmeda. Tan pronto aprende a caminar, quiere usar el baño como
hace el papá, y moja todo el baño, y eso lo desconcierta. Recibe así una lección
elemental: "Cuando uses tu pene, tienes que dirigirlo". Aprende a usar el inodoro.
Esa es parte de la lucha.
Después tiene que aprender a usar el tiempo en relación con la micción. Descubre que
es fácil llegar hasta el baño si está en el vestíbulo, más difícil llegar a tiempo si está
en la sala, más difícil todavía si está en la cocina, mucho más difícil si está en el
porche delantero, en el porche trasero o en el patio. A la larga aprende a tomarse el
tiempo necesario para llegar hasta el baño.
Entonces recibe una segunda lección tremendamente importante para su futuro: llega
al baño a tiempo pero algún adulto se le adelantó, y se moja en los pantalones. (Se
ríe.) La mamá piensa que lo hizo de rabia; lo hizo porque desconocía la importancia
de la micción para la población en general. (Se ríe.)
Ahora bien, todos estos aprendizajes tienen lugar en forma fragmentaria. Aprende
que la micción tiene un aspecto social. Y luego otra cosa: cuando Johnny tiene
perfectamente educados sus esfínteres, la mamá le pone un hermoso traje nuevo y le
dice: "Quédate quieto en el banco, no te muevas ni te ensucies; iremos a la iglesia".
Johnny se moja los pantalones. ¿Por qué? Bueno, tiene puesto un traje nuevo, ¿y
dónde diablos ha quedado su pene en relación con esa vestimenta? Mamá tendría que
haberlo llevado al baño y enseñado a encontrar el pene dentro del traje nuevo; pero
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en lugar de eso, piensa que se está desquitando de ella por algo. Sabe que Johnny ya
está perfectamente entrenado, pero pasa por alto el hecho de que lleva un traje
nuevo. ¿Y dónde diablos ha quedado su pene en relación con esa vestimenta?
Les contaré una linda historia para ilustrar esto. Un general estaba pasando revista a
un batallón de mujeres en el ejército, y les dijo: "Métanse las tripas para adentro y no
usen pañuelos en el bolsillo de la blusa". (Se ríe.) Alguien debió decirle que no eran
pañuelos. (Se ríe.) Porque cuando crecemos... nos olvidamos de muchas cosas.
Pues bien, Johnny aprendió a llegar al baño a tiempo. Aprendió a dirigir el chorro de
orina. Aprendió a tomar los recaudos sociales para orinar; que la micción no se
limitaba al baño de casa. Sin embargo, hay personas que se empeñan en ello.
Les contaré un caso. Dos familias vivían en casas linderas, frente a la escuela
elemental. Una familia tenía un varoncito y la otra una niña. Ambas familias
compartían una empresa común. Cuando los dos chicos terminaron la escuela
primaria, los padres vendieron sus respectivas casas y compraron otras frente a la
escuela secundaria. Hijo e hija terminaron la secundaria y no siguieron la universidad;
a la larga fueron absorbidos por la empresa familiar y se enamoraron, para deleite de
las dos parejas de padres. Y una noche estos los agasajaron con una hermosa fiesta
de bodas.
Las dos parejas de padres habían alquilado un departamento para el joven
matrimonio más o menos a veinte cuadras de sus casas. A las diez y media de la
noche, la joven pareja se retiró a su nuevo departamento y se desvistió para ir a la
cama. Allí estalló el infierno. Ese "cuarto" era muy extraño. Uno y otra habían
aprendido a volver a casa de la escuela y usar el baño familiar. Este era un baño
extraño, que ellos jamás habían usado en su vida. Siempre habían usado el baño de
su casa. Así que tuvieron que vestirse y volver a su casa a usar el baño. Consumaron
el matrimonio sin problemas, pero a la mañana siguiente debieron volver a casa a
usar el baño familiar.
Luego vinieron a verme para "aprender a usar un cuarto extraño". Tuve que
enseñarles que uno puede orinar allí donde sea posible hacerlo y con la privacidad que
se le antoje. No tiene por qué ser necesariamente un "cuarto" familiar. Sus
respectivos padres no querían que usaran los inodoros escolares... en ninguna
circunstancia.
Ahora bien, cuando un chico crece...
Sid Rosen: ¿Qué les enseñaste? ¿Les contaste anécdotas al respecto?
E.: Los llevé al baño de casa y se lo mostré, diciéndoles que lo usaban ocho niños y
sus padres, y algunos pacientes. Lo charlamos francamente.
Mi hija fue a un banquete con un joven que la invitó. El padre vino a verme y me dijo:
"Bueno, doctor Erickson, mi hijo quiere llevarla a su hija al banquete. No es mi
intención ofenderlo, pero usted se dará cuenta de que pertenecemos a dos niveles
diferentes de la sociedad". "Si", contesté yo, "sé que usted heredó su fortuna de su
abuelo, y su esposa la heredó del abuelo de ella.. Así pues, ustedes están en un nivel
social diferente". "Bien", prosiguió él, "ahora que hemos entendido esto, confío en que
le hará saber a su hija que no puede tener aspiración alguna". Hablaba con suma
cortesía. (Sonríe.) Después del banquete vino a pedirme disculpas: "Mi hijo llevó a su
hija al banquete y me dio vergüenza de los adultos que estaban allí. Había media
docena de tenedores y cucharas. Todas las personas mayores miraban a uno y otro
lado para ver qué cuchara debían utilizar. También su hija miró alrededor, pero lo hizo
franca y abiertamente. No le preocupaba ocultar ignorancia". Y agregó: "Mi esposa
quiere saber dónde consiguió su hija el hermoso vestido de fiesta que llevaba". Llamé
a mi hija de 12 años y le dije: "El señor X. quiere saber dónde conseguiste tu vestido
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de fiesta. Ya se ha disculpado conmigo por hacerme incurrir en el gasto de un vestido
tan bien confeccionado". Mi hija comentó: "Lo hice yo. Fui al centro, compré la tela y
lo hice". (Sonríe.) Y luego se disculpó mucho más todavía (se ríe) porque su esposa
quiso saber en qué negocio había comprado ese hermoso vestido. Le resultaba
inconcebible que lo hubiera hecho una persona.
Ahora bien, un pene no tiene uso limitado.
(Ríen Erickson y el grupo.) Un chico tiene que aprender a hacer pis sobre el gato, el
perro, el cantero de flores, la máquina de cortar césped, sobre botellas, latas y por el
agujero del cerco. Tiene que treparse a un árbol para verificar si la orina llegará
realmente al suelo. En otras palabras, existe un reconocimiento más o menos tácito
de que el pene se usa en el mundo exterior, pero nadie le enseña a uno cómo hacerlo.
Tiene que aprender experimentando.
Recuerdo que en Michigan el ama de llaves, que era una enfermera diplomada, solía
enfurecerse cuando encontraba botellas y latas, aquí y allá, orinadas por mi hijo. Yo
no podía decirle cuál era la causa, no podía decirle la verdad, porque era una mujer
muy remilgada. Todos los chicos atraviesan esa etapa.
Un niño puede nacer con una erección; es un fenómeno de distensión de la vejiga.
Una de las cosas que un varón tiene que aprender es que el pene tiene tres tipos
diferentes de inervación. El pene flácido tiene una serie de nervios distribuidos en la
piel, otra serie -estoy simplificando- en el tronco, otra serie de nervios en el glande. El
varón tiene que aprender las sensaciones de su pene flácido. Cuando está un poco
erecto, la sensación es distinta; cuando está erecto hasta la mitad, es distinta; cuando
está erecto unas tres cuartas partes, es distinta; y es también otra clase de sensación
cuando está totalmente erecto. (Lo muestra levantando la mano izquierda desde el
brazo del sillón en que se apoya, hasta la mitad, las tres cuartas partes, etc.) Y el
chico tiene que jugar con su pene. La gente lo llama masturbación; yo lo llamo "el
lenguaje infantil orientado al pene".
Tiene que aprender todas las sensaciones de su pene en cada una de sus etapas de
erección. Tiene que gozar de esas sensaciones. Tiene que aprender cómo pierde la
erección y vuelve a su estado previo.
En mi experiencia psiquiátrica me he encontrado con individuos que no sabían cómo
tener una erección. Me he encontrado con individuos que padecían de eyaculación
prematura, o que tenían mucho temor de introducir el pene en la vagina. No habían
aprendido un montón de cosas. Así pues, el chico se masturba para aprender a tener
una erección, a gozar de ella, a perderla y a que el pene vuelva a su estado anterior.
Luego enfrenta otro problema. Hasta ese momento ha estado compitiendo con sus
compañeros de juegos. "Miren lo fuerte que soy sientan mis músculos. Déjenme sentir
los músculos que tienen ustedes". (Lo muestra con el brazo izquierdo.) "Miren si este
es o no tan duro como mi músculo". En esta etapa que tiene que atravesar, se
identifica con otros hombres, porque tiene que averiguar si su pene es o no tan duro
como el de los otros chicos. Por lo tanto, sobrevienen un montón de experimentos y
de sensaciones. Algunos llaman a este período la etapa homosexual; yo la llamo "la
etapa de orientación grupal", "la etapa de orientación sexual", "la etapa de orientación
hacia los del mismo sexo".
Después tiene que aprender a eyacular. Digamos, para simplificar, que la eyaculación
consiste en secreciones uretrales, prostáticas y esperma. Es probable que la primera
eyaculación sea uretral, o parcialmente uretral y parcialmente prostática.
Tener una eyaculación es como ingerir alimentos. Cuando uno empieza a dar a un
bebé alimentos semisólidos, los traga; atraviesan el estómago y por el píloro pasan al
intestino antes de que las glándulas salivales del niño hayan secretado la saliva para
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ese alimento. El niño tiene que aprender a digerir cada alimento, hace que esa
digestión comience en la boca, y que se le sumen secreciones esofágicas,
estomacales, del extremo inferior del estómago y la porción superior del intestino.
Todas las secreciones, de la A a la Z. Aprende a digerir diferentes alimentos a
diferentes edades.
Bien. El chico debe masturbarse hasta conseguir las tres eyaculaciones -uretral,
prostática y seminífera- casi en forma simultánea, pero en el orden correcto.
Un médico me vino a ver y me dijo: "Hace 13 años que estoy casado. Tengo un hijo
de 11 años. Ni mi esposa ni yo gozamos con el coito. Es una faena desagradable". Yo
le pregunté: "¿Cuánto se masturbó usted de chico?" "Dos veces", contestó, "y las dos,
gracias a Dios, mi padre me sorprendió y no pude terminar". "Está bien", continué yo,
"recoja semen en un condón y llévelo a su consultorio para analizado". En total llevó
once muestras de semen y las hizo analizar por el patólogo. En algunas había
secreción prostática y uretral, en otras, prostática y seminífera. La eyaculación
seminífera era la que aparecía con menos frecuencia.
El individuo volvió y me dijo: "Es cierto que terminé la facultad de medicina, pero no
aprendí nada". Le contesté: "Usted debió haberse masturbado hasta obtener esos tres
tipos de secreción en el orden fisiológico apropiado. Es imposible conseguir una plena
satisfacción fisiológica si esas secreciones no se producen en el orden apropiado". Así
que le indiqué que se encerrara todos los días en el baño y se masturbara.
Creo que unos 28 días después, yendo hacia el baño se encontró con su mujer en el
pasillo. La llevó a la cama e hicieron el amor. Ambos me comunicaron que habían
gozado del coito por primera vez. Él aprendió a tener la eyaculación adecuada.
Ahora bien, algunos muchachos aprenden esto muy rápidamente, otros tienen que
masturbarse un millar de veces antes de ponerse a tono. Es como cualquier otro
aprendizaje.
Hay algo más que aprender. La naturaleza no ha previsto que la masturbación con
eyaculación sea un procedimiento mecánico. Así es que el chico, mientras duerme,
comienza a conectar sus reacciones emocionales y sus pensamientos con la
eyaculación, y tiene sueños de los que se despierta mojado. La madre supone que ha
estado toqueteándose; dice que ya es un muchacho grande y que debería
avergonzarse de sí mismo. En verdad, es una vía biológica por la cual el varón
descubre que puede independizar su actividad sexual de la manipulación.
Después empieza a interesarse por las chicas. Les contaré una historia sobre uno de
mis hijos. Estaba en la escuela secundaria y un día me dijo: "Papá, quiero hacer mis
deberes en lo de Eve; es un fenómeno en matemáticas y en historia, y me gustaría
hacer los deberes con ella". Así empezaron. Más tarde la invitó a ir a la pista de
patinaje. Al principio patinaban separados, pero muy pronto comenzaron a tomarse de
la mano y patinar juntos... en movimientos rítmicos conjuntos. Cuando dejaron la
pista, se fueron a lo de Pat o a lo de Mike y se estimularon las membranas mucosas.
Esa fue realmente la parte importante del patinaje.
El verano siguiente él la invitó a nadar; la primera vez que estuvo nadando con Eve,
al volver me dijo: "Papá, ¿te has dado cuenta que una chica tiene una piel enorme?"
Yo le respondí: "Tiene la misma cantidad de piel que un chico".
Todas las mañanas, cuando yo me afeitaba, a mis chicos les gustaba mirarme porque
yo usaba navaja de barbero. Yo les explicaba siempre: "Cuando las niñas crecen, no
les salen bigotes, sino protuberancias en los pechos. A los varones; en cambio,
cuando crecen les salen bigotes. Esa es la diferencia entre una niña y un varón". Y mi
hijo me inquirió acerca de esas pequeñas protuberancias que le estaban saliendo a
Eve. Le pregunté: "¿Cómo te diste cuenta?" "Bueno", respondió, "a todos los chicos
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les gusta tocar como al descuido los pechos de las chicas", "Eso está bien", dije yo.
"¿Y qué más?" ,"Bueno", prosiguió, "ellas tienen el trasero más grande que los
varones, y a los varones siempre les gusta tocarles el trasero". (Se ríe.) "Está bien",
le dije. "Eso forma parte del crecimiento".
Hasta que finalmente mi hijo empezó a llamar a Eve "su chica". La llevaba a nadar y a
bailar, y por supuesto comían hamburguesas y sándwiches, y paladeaban helados de
todos los gustos.
Una fría mañana de invierno, un viernes en que había diez grados bajo cero, mi hijo
mayor me dijo: "Los boy scouts van a hacer una salida de campamento este fin de
semana; pasaremos la noche afuera.
¿Puedes llevarnos?"."Seguro", contesté. Estaba dispuesto a llevarlos cuando volviesen
de la escuela. Luego mi hijo me dio la noticia: "No saldremos hasta las diez y media
de la noche. Se supone que el campamento comenzará a medianoche". "Está bien",
asentí. Les había dado mi palabra de que los llevaría. No me parecía muy sensato,
como adulto, hacer un campamento en medio de la nieve con diez grados bajo cero.
Cuando subimos al auto, mi hijo me aclaró mejor de qué se trataba: "Les prometí a
los demás muchachos que los levantarías". Los demás muchachos estaban
esperándonos en el pueblo de Wayne. Acomodaron sus bártulos en el portaequipaje y
subieron. Mientras nos dirigíamos al lugar del campamento, uno de los muchachos le
preguntó a mi hijo menor: "Lance, ¿qué hiciste esta tarde?" "Fui a la verbena escolar".
Se descargaron sobre él toda clase de pullas. ¿Cómo se le ocurre a un chico sensato ir
a una verbena escolar y derrochar su dinero comprándole a una chica a alto precio lo
que vende en su puesto? Después de todas las chanzas, uno de los compañeros le
preguntó: "¿Y al puesto de quién fuiste a comprar?" "Al de Karen", contestó él. Al
punto las burlas se trocaron en admiración. "¡Vaya, chico, yo tuve esa misma idea!"
"¡Eres un fresco!" " ¡Tú sí que sabes lo que haces!", y otras expresiones populares de
admiración se dejaron oír.
Yo escuchaba atentamente y me preguntaba por qué diablos era tan buena idea ir a
comprar al puesto de Karen. Pero guardé silencio.
Al llegar al lugar de campamento, treparon una pendiente cubierta de tres metros de
nieve, armaron las carpas y durmieron en sus bolsas. Tuvieron una cena frugal junto
al fogón, el domingo a la mañana desayunaron, y a la tarde pasé a recogerlos.
Una vez que llegamos a casa, llevé a Lance a otro cuarto y le dije: "Lance, les
contaste a los otros chicos que fuiste a la verbena escolar. Ellos se burlaron de ti,
dijeron que eras un tonto, un majadero, un cabeza dura. Realmente te pusieron en
ridículo. Pero luego uno de ellos te preguntó en qué puesto habías comprado, y tú
dijiste: 'en el de Karen'; y todos se admiraron y afirmaron que les habría gustado
hacer lo mismo. Ahora te haré algunas preguntas, y quiero que me contestes con
precisión. ¿Karen es una chica muy bonita?" "No", me respondió Lance, "es más fea
que hundirse en el barro". "¿Es una gran atleta? ¿Juega bien a la pelota?" "¡Qué va!,
es la chica más torpe de la escuela". "¿Tiene una personalidad muy atractiva?" "No,
nadie simpatiza con ella"... ¿Es muy inteligente?" "¡Por Dios!, la más bruta de la
clase". Yo había agotado mi capacidad de averiguar por qué el puesto de Karen era
tan codiciado. "Entonces, dime, ¿por qué fuiste a comprar al puesto de Karen?" "Es la
chica más gorda de la escuela", respondió Lance. "Tenía allí cuatro naranjas, cuatro
bananas, cuatro pedazos de torta, cuatro buñuelos, ocho sándwiches de gelatina y
pasta de maní. Y yo puedo comer con más velocidad que ella". (Erickson y el grupo se
ríen.) He aquí una buena prueba de que la forma de llegar al corazón de un hombre
es a través de su estómago.
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Bert (el hijo mayor de Erickson) se alistó en la Marina a los 17 años; cuando concluyó
su adiestramiento volvió a casa. Un día me dijo: "Papá, ¿qué piensas de Rhonda?" "No
pienso nada, realmente", le contesté yo. "Papá", insistió él, "tú sabes lo que quiero
decir. ¿Qué piensas de Rhonda?" "Casi nunca pienso en ella", repliqué. "Lo único que
pienso es que es una chica bonita e inteligente". Disgustado, volvió a decirme:
"Vamos, papá, tú sabes lo que quiero decir. ¿Por qué no respondes a mi pregunta?"
Yo contesté: "Si tú sabes lo que quieres decir, hazme la pregunta como para que sepa
lo que tú quieres decir".
Me dijo: "Papá, cuando Rhonda se case, ¿querrá tener lo más rápido posible un
montón de hijos? ¿Andará todo el día con los ruleros puestos, merodeando por todos
lados en pantuflas y bata? Cuando su marido vuelva de su trabajo, ¿le reprochará no
ocuparse de los chicos, o arreglar el lavarropas, o cosas por el estilo?" Le contesté:
"Bert, tú conoces a su madre, y yo también la conozco. Creo que Rhonda ha tenido
una buena maestra. Pienso que probablemente ponga en práctica las enseñanzas que
recibió durante toda su vida".
Diez años más tarde, Bert vino de visita a Michigan y se encontró en la calle con Bob,
su amigo boy scout, quien le dio la bienvenida y le dijo: "¿Sabes, Bert?, me casé con
tu vieja pasión de la escuela secundaria, Rhonda. ¿Por qué no vienes a cenar con
nosotros?" Bert respondió: "Me gustaría, Bob, ¿pero no crees que es mejor que
llamemos antes a Rhonda y le avisemos?" "No, démosle una sorpresa", dijo Bob.
Cuando entraron en la casa, Rhonda dijo: "Hola, Bert. Bob, los chicos han estado
medio muertos de hambre todo el día, no hay nada para comer en la heladera". "Está
bien, Rhonda", contestó Bob. "Llevaré a Bert a comer unas hamburguesas" ya estaba
acostumbrado a eso. (Erickson mira alrededor y sonríe.)
Un día yo iba a llevar a mis dos hijos a nadar. Se pusieron el traje de baño en el
dormitorio. Cuando estaban los dos desnudos, Lance lo miró a Bert como al descuido
y le dijo: "¡Diablos, Bert, estás volviéndote grande!" Bert admitió modestamente que
así era. Tenía dos mechones de vello pubiano. (Se ríe.) Un signo de volverse grande.
Bert quería casarse. Cuando pensó que ya tenía edad suficiente para casarse, se
consiguió un viejo camión con el techo herrumbrado y empezó a tener citas con chicas
de todos lados... de la Universidad de Michigan y otros sitios. Mientras paseaban en el
camión, la herrumbre del techo caía sobre el pelo de la chica. Él le decía entonces qué
bonita se la veía así. Rara vez una chica le concedió una segunda cita. Querían algo
mejor que un viejo camión con el techo herrumbrado.
Un día vio a una chica enfrente de la casa que él se había comprado. Se había
comprado una casa en Garden City, pensando para sí: "Soy joven y fuerte. Puedo
tener dos empleos y pagar esa casa ahora que soy joven y fuerte. Si a mi novia le
gusta, la conservaremos. Si no le gusta, puede servir como anticipo por otra que le
guste".
Un día vio enfrente a una chica rubia que estaba cuidando a sus hermanitos. La
observó con mucha atención. Le gustó y le causó admiración la forma en que trataba
a sus hermanitos. En verdad, ella tenía una buena manera de tratar a los niños.
Así pues, Bert alquiló un caballo y un arado y aró todo el terreno de adelante
convirtiéndolo en huerta; le sacó las malezas y lo dejó tan pulcro como pudo. Los
rábanos desmedraban, los frijoles colgaban maduros de las ramas, los tomates se
pudrían en sus plantas. Un día, esa chica se asomó tímidamente a la huerta y le dijo:
"Señor Erickson, sé que usted tiene dos empleos diferentes. Tiene usted una huerta
muy linda, pero toda la producción se está echando a pero der. ¿Le importaría que yo
la envasara y la compartiera con usted?". "Al contrario", respondió Bert, "sería
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magnífico". De modo que ella empezó a envasar toda la producción de la huerta. Era
una huerta muy grande.
Después él dejó que creciera la maleza. Un día la chica le dijo: "Señor Erickson, sé
que usted está muy ocupado; confío en que no le moleste si yo quito la maleza allí
donde usted no lo hizo". Bert le respondió que era muy amable de su parte. Bert sabía
que quería casarse con una mujer a la que le gustara vivir en una granja, trabajar en
la huerta y envasar frutas y verduras.
Hoy viven en una granja al oeste de Arkansas. Tienen seis peones y una empleada
doméstica. Liman sigue luciendo tan bonita como cuando era una muchacha.
Cuando nació su primer hijo, se puso contenta de que fuera varón. Cuando el
segundo, el tercero, el cuarto y el quinto resultaron ser varones también, se
decepcionó mucho. Cuando el médico le comunicó que la sexta era una niña, estalló
en lágrimas y dijo: "¿Por qué me miente así? Yo no puedo tener una nena". El médico
le demostró que era cierto.
El sexto varón nació después de la nena. Ahora el mayor terminó la universidad. Bert
decía que él no iría jamás a la universidad, porque tendría que escuchar en clase los
errores de todos los demás alumnos. Podía quedarse en casa y leer libros. Siempre le
interesaron los cultivos. Tenía archivos llenos de información apícola.
Cuando estuvo en la Marina reflexionó sobre su futuro. Sabia lo que había ocurrido en
los años de la Gran Depresión. Por consiguiente, mientras estuvo en la Marina,
aprendió a remendar zapatos durante sus licencias, ya que en épocas de depresión
económica un zapatero está lleno de trabajo. Tiene trabajo seguro día y noche. Así
que Bert aprendió eso. También aprendió, principalmente en sus días de licencia en la
Marina, a curar árboles.
Cuando lo dieron de baja, dijo: "Tengo que ir a Detroit a conseguir trabajo". Yo le
dije: "Conoces la situación en materia de desempleo... todos los reservistas que
vuelven están buscando trabajo". El me contestó: "Volveré a casa con un trabajo".
Fue a la ciudad. Había habido una tormenta que quebró muchísimas ramas de los
árboles. El plantel de horticultores municipales estaba en las calles podando y
reparando. Bert llamó al capataz de un grupo y le dijo: "¿Le importa si apilo las ramas
caídas?". "Hágalo", replicó el capataz, "nunca podrá estar peor que ahora". Bert
cumplió con la faena en forma estrictamente profesional. El capataz lo observó y
comentó: "Usted parece tener talento para esto. Tome estas herramientas. Quiero
que se suba a ese árbol y vea si puede cortar las ramas quebradas". Le señaló una
rama quebrada que era fácil de aserrar. Y Bert cumplió una labor estrictamente
profesional. "Parece tener verdadero talento", dijo el capataz. "Pruebe ahora con esa
otra". Bert le echó una mirada. Era una rama muy difícil. La midió con cuidado e hizo
una labor experta. El capataz le dijo: "Me faltan hombres con experiencia para los
planteles de reparación de árboles. Usted posee un talento natural. Ocupe mi puesto
de capataz, yo iré a trabajar con otro equipo que tengo por ahí". Así pues, Bert
consiguió trabajo.
Sid Rosen: Me estoy sintiendo un poco irritado, y me doy cuenta por qué. Tuve la
sensación de que estabas ofendiendo a la gente de ciudad. Empezaste hablando de
dos grupos: los de la ciudad y los del campo. La mayoría de las historias de hoy han
versado sobre gente de campo que hace ciertos planes, luego cosecha los beneficios
de sus planes, etcétera. Me pregunto: ¿será útil contar también estas historias a
pacientes de la ciudad, a pacientes que viven en ciudades?
E.: Con menos énfasis.
Sid Rasen: Con menos énfasis.
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E.: Ajá.
Sid Rosen: Sé lo que le pasó a ese tipo que empezó trabajando de lavacopas y luego
fue escalando posiciones, etcétera. Este tipo de historias serían más aplicables a
alguien que está tratando de iniciar una empresa.
E.: A los demás no les conté eso.
Sid: Ajá.
E.: Un chico mexicano que había terminado la escuela primaria vino y me dijo: "Un
chicano no tiene posibilidades de conseguir trabajo. Yo sólo terminé la escuela
primaria. Estuve buscando trabajo, pero nadie quiere contratar a un chicana". "Juan",
le pregunté yo, "¿realmente quieres trabajar?". "Seguro", me respondió. "Te diré
cómo conseguir trabajo; harás exactamente lo que yo te diga. En Phoenix hay un
cierto restaurante que yo conozco. Te presentas allí y pides permiso para lavar la
cocina dos veces por día. Les dirás que no quieres cobrar nada por ello, sólo te
interesa aprender a baldear una cocina y no aceptes paga alguna, ni tampoco comida.
Comerás en tu casa lo que te dé tu madre:
"Ahora bien -proseguí-, cuando tú baldees la cocina con cuidado y pulcritud dos veces
por día, ellos empezarán a tratar de aprovecharse de ti. Te pedirán que peles papas y
cortes hortalizas. No querrán pagarte; pero te sobrecargarán de trabajo y terminarán
dependiendo de ti. Más o menos dentro de un año habrás conseguido empleo, pero
tendrás que empeñarte para ello".
Juan cumplió noblemente su tarea. Muy pronto se dieron cuenta que como mero
auxiliar de cocina lo estaban desaprovechando.
Cuando caía mucha gente al restaurante, lo mandaban a que ayudase al camarero. El
jefe de cocina simpatizó con él por su habilidad para preparar las verduras y ayudar
en otros menesteres.
Se enteraron a la sazón de que había una convención en la ciudad, y que la mayoría
de los asistentes irían a comer allí. Así que le dije a Juan: "El próximo lunes habrá una
convención en la ciudad. Vas y le dices al dueño que tú crees que puedes conseguir
un empleo pago en Tucson, y esperas que no le moleste que tú te presentes a ese
empleo".
No recuerdo cómo eran los sueldos entonces, pero le recomendé a Juan que le dijera
al dueño que le ofrecían un sueldo mucho menor que el ordinario. El dueño le dijo:
"Puedo darte más", y le ofreció un dólar más por semana. Y Juan pasó a ser empleado
permanente.
Un año después, dependían mucho de Juan en la cocina. El chef le había enseñado
cosas y él las había asimilado. Otra convención iba a realizarse en la ciudad, de
manera que le dije a Juan: "Dile al dueño que puedes conseguir un empleo mucho
mejor pagado en Tucson". El dueño le dijo: "Yo te puedo pagar más que el
restaurante de Tucson. Conmigo tienes trabajo permanente".
Juan llegó a ser uno de los chefs de cocina mejor remunerados de Phoenix. Ahora es
dueño de su propio restaurante, con capacidad para 270 personas, y está
construyendo otro en el que cabrán por lo menos 300 personas. (A Sid Rasen:) ¿No es
así?
Sid: Eso me gusta. Equilibrio. ¿Crees tú que la gente de ciudad puede también sacar
partido de historias sobre flores y huertas, etcétera, aunque no tenga mucha
experiencia en esas cosas?
E.: He mandado a más de un hombre deprimido a arreglar y plantar el jardín de
alguien. Una vez mandé a uno a la casa de su cuñada. Ella y su marido trabajaban
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fuera del hogar. No tenían chicos, y yo estaba enterado de que ella quería un jardín
florido. Primero lo charlé con ella, y después le dije a mi paciente deprimido, que vivía
en Yuma: "Su cuñada de Phoenix quisiera tener un jardín. Tome las herramientas y
hágale un grande y hermoso jardín lleno de flores". Cuando terminó, yo había
encontrado ya otra pareja que trabajaba y quería tener un jardín. Mi paciente se
entusiasmó. Luego se fue a su casa y limpió su propio terreno, y colocó unos estantes
que su mujer le había pedido en la casa nueva... la casa nueva era lo que le
provocaba la depresión, había sobre ella una cuantiosa hipoteca. Pero se recuperó de
su depresión, y cada vez que venía a Phoenix iba a visitar los jardines que él había
hecho.
Sid: Estoy tratando de encontrar un equivalente en Nueva York de la subida al cerro
Squaw. A un par de personas las hice atravesar el puente de Brooklyn. Eso sirve.
(Erickson asiente con la cabeza.) A otros dos los hago trotar; les he dado
instrucciones muy concretas sobre la manera de empezar a trotar. Es un
antidepresivo maravilloso.
K: El puente George Washington.
Sid: El puente George Washington estaría bien.
E.: El túnel de Holanda.
Sid: El túnel de Holanda. El edificio Empire State. (Erickson asiente.) No mandaría a
nadie que cruzara el túnel de Holanda caminando. Se ahogaría.
E.: Yo lo crucé.
Sid: ¿A pie?
E.: En automóvil... avanzando muy despacio. Creo que caminando lo habría hecho
más ligero.
Sid (riéndose): Eso es cierto.
E.: Para los jóvenes deprimidos con talento artístico, hacer un dibujo del edificio
Empire State, dibujar el perfil de los rascacielos de Nueva York... (Sid asiente)...
dibujar el río Hudson con los veleros.
Sid: La laguna de Central Park.
E. (asiente): Buscar un árbol y...
Sid: Les encanta que les den estas tareas...
E.: ...un hermoso árbol de ramas sinuosas, con una ardilla subida a una de ellas.
Sid (sonriendo): ¿Un Boojum?
E.: Un árbol Boojum.
Sid: Un Boojum... no tenemos de esos.
E.: Con respecto a la revolución sexual de la década de 1960: en esa revolución
sexual, hombres y mujeres comenzaron a convivir y a gozar de libertad sexual. Si a
alguien le interesa saber mi opinión, es esta: Todo cuanto puedo decir es que
concuerdo con la doctora Margaret Mead, en el sentido de que la familia, nuclear o
extensa, existe desde hace tres millones de años. Realmente no creo que la
revolución de la década del sesenta afecte seriamente una costumbre que tiene tres
millones de años. ¿Qué piensas tú de eso, Sidney?
Sid: Estoy bastante de acuerdo. Me gusta tu hincapié en las pautas y en las cosas en
cuya repetición uno puede confiar... los hijos, y una generación a otra, etcétera. A
cualquiera le reconforta mucho, mucho, escuchar eso, y da entusiasmo.
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E.: Y ahora, a fin de ilustrar esto desde un punto de vista totalmente distinto... Si yo
estuviera viajando en tren desde San Francisco hasta Nueva York, y me sintiera muy
solo y quisiera desesperadamente encontrar a alguien con quien charlar, y todos los
pasajeros fueran extraños para mí, ¿acaso intentaría iniciar una conversación con esa
jovencita que lee una revista de estrellas de cine, o Las auténticas confesiones? No
¿Trataría de hablar con esa bonita muchacha veinte años que está leyendo una
novela? No. ¿Trataría de hablar con esa anciana que teje calceta? No. ¿Le hablaría al
hombre que lee un tratado de derecho? No. ¿Le hablaría al que lleva un estetoscopio
al cuello? No, con ellos sólo podría hablar de cuestiones profesionales.
La persona con la que yo iniciaría conversación de inmediato sería un hombre o mujer
de cualquier edad con tal que lleve en la solapa la insignia de la Universidad de
Wisconsin. Esa persona estaría bien informada acerca de Picnic Point, el Salón de
Ciencias, la Calle del Estado, el básquetbol y el Cerro del Observatorio. Esa persona
hablaría en el lenguaje de mi juventud, en el lenguaje de mis emociones, en el
lenguaje de mis recuerdos. Tendríamos un lenguaje común.
Por supuesto, si viera a alguien que está haciendo una talla en madera, me pararía a
hablar con esa persona. Si viera a una mujer cosiendo retazos para hacer una manta,
pensaría en mi madre y en todas las mantas que nos cosió a mí y a todos sus hijos,
nietos y biznietos. Eso forma parte de mi lenguaje.
Entonces, cuando ustedes observan a un paciente, cuando escuchan a un paciente,
deben averiguar cuál es su orientación, y luego tratar de darle alguna idea de cómo
puede orientarse por sí mismo.
(En este punto, Erickson repitió la anécdota de la chica retardada que hizo la vaquita
de trapo color púrpura).
Y con respecto al desarrollo sexual, les digo también esto: el de las chicas es similar,
pero se diferencia en varios aspectos. A veces uno ve cuatro estudiantes secundarias
tomadas del brazo que caminan ocupando toda la acera. Creo que da gusto bajar a la
calzada para que ellas caminen por la acera a su antojo. ¿Qué están aprendiendo esas
chicas? La presión alrededor del cuerpo. Y en la junta de inducción, se inducía a
hombres Casados o que tenían novia para misiones de combate activas: Escuché que
las esposas les decían: "Bésame en los labios hasta que me sangren, porque nunca
más volverás a besarme. Abrázame tan fuerte que me quiebres las costillas. Quiero
recordar ese abrazo". Y sin embargo el beso más leve de un violador quema como
fuego, porque es literalmente inolvidable y arruina la vida de la chica. Lo que importa
es el trasfondo emocional.
Si tienen un paciente con alguna fobia insensata, muéstrenle su comprensión de lo
que hace, y de una u otra manera hagan que trasgreda la fobia.
Yo estaba dando una conferencia en Memphis, estado de Tennessee, a la que había
asistido la pareja en cuya casa me alojaba. Al término de la conferencia mi anfitriona
observó: "La conferencia duró bastante, es mejor que vayamos a cenar a un
restaurante. Conozco uno francés muy bueno. Mi marido y yo hemos cenado allí dos
veces por semana durante 25 años".
Esa declaración me pareció completamente patológica. Comer siempre en el mismo
restaurante en Memphis, donde hay un montón de restaurantes... Comer en el mismo
sitio dos veces por semana durante 25 años... Así pues, acepté.
Por supuesto, como tenía mis sospechas, pedí caracoles. ¡La forma en que me
miraban mientras los comía! (hace muecas y ademanes de apartar algo). Cuando
estaba enfrascado en mi caracol, persuadí a mi anfitrión de que lo probara. Él lo probó
y dijo: "Está bueno". Después persuadí a su esposa de que lo probase y ella lo
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encontró bueno. Pedí entonces un segundo plato de caracoles. Ellos pidieron el
primero, y lo disfrutaron.
Seis meses más tarde, yo estaba en Memphis dando unas conferencias y ellos
volvieron a ser mis anfitriones. La conferencia duró hasta tarde y la mujer dijo: "En
vez de cenar en casa, vayamos a un restaurante. Conocemos un restaurante alemán
muy bueno, ¿o tal vez prefiera usted algún otro? Hay un restaurante de mariscos que
es muy bueno". Ella me ofreció varias opciones. Como había mencionado el
restaurante alemán, decidí acompañados allí. Mientras íbamos hacia allá, me volví
hacia mi anfitrión y le dije: "Dicho sea de paso, ¿cuándo fue a ese restaurante francés
la última vez?" "No sé", respondió él, "dos semanas, dos meses. Querida, ¿cuándo
fuimos por última vez al restaurante francés?" "¡Oh!, creo que hace dos meses",
contestó ella.
Después de 25 años, dos veces por semana... (Se ríe.) Eso era patológico.
Sid: ¿Normalmente pedían también siempre la misma comida en ese restaurante?
E.: No les pregunté. Sé qué era lo que no les gustaba. Una vez que comieron
caracoles, podían ir a cualquier otro restaurante en Memphis.
Uno se sienta junto a una pileta de un hotel y mira gente que se zambulle y otros que
meten un dedo del pie, después otro y otro, hasta que al final introducen todo el
cuerpo.
Cuando entré a trabajar al hospital de Worcester, Tom y Martha, una joven pareja de
psiquiatras, se mostraron muy amables conmigo. Me invitaron a nadar en el lago que
quedaba en las adyacencias del hospital. Yo me puse mi traje de baño, me puse
encima una bata y entré a su automóvil. Martha estuvo muy cabizbaja y silenciosa
durante el breve viaje de menos de un kilómetro hasta el lago. Tom estaba
encantador, sociable y dicharachero. Yo me preguntaba qué pasaría.
Cuando llegamos a la playa, Martha saltó del auto, arrojó su bata al interior del
vehículo, salió dando grandes zancadas, se zambulló en el lago y se alejó de la costa,
sin decimos una sola palabra.
Tom salió del auto en actitud jovial y espontánea. Puso su bata en el asiento trasero;
yo hice lo mismo. Caminó hasta el agua y cuando su dedo gordo tocó la arena
humedecida, dijo: "Creo que voy a nadar mañana".
Yo me zambullí y nadé junto con Martha. Al regresar al hospital, le pregunté:
"¿Cuánta agua junta Tom en la bañera para darse un baño de inmersión?" "Unos
centímetros miserables", contestó ella.
Esa semana el director del hospital le ofreció a Tom promoverlo a un puesto de más
jerarquía. "No creo que esté preparado", le dijo Tom. El director le respondió: "Si yo
pensase que usted no está preparado, no se lo habría ofrecido. O acepta la promoción
o se busca un empleo en otro sitio".
Tom y Martha dejaron el hospital. A la sazón yo conocía a Martha lo bastante como
para saber que estaba muy enamorada de Tom, y él de ella. Martha abrigaba la
esperanza de que tendrían muchos hijos y una hermosa familia.
Veinticinco años más tarde estaba dando una conferencia en Pennsylvania cuando se
me aproximaron un hombre canoso y una mujer vieja y demacrada. "¿Nos conoce?",
me dijeron. "No", respondí, "pero la pregunta de ustedes implica que sí". "Yo soy
Tom", dijo él. "y yo Martha", agregó ella. "¿Cuándo irá a nadar, Tom?", le pregunté.
"Mañana", contestó. Me volví hacia Martha y le pregunté: "¿Cuánta agua pone Tom en
la bañera?" "La misma miserable cantidad de siempre". "¿Qué hace usted ahora,
Tom?" "Estoy jubilado", contestó. "¿Con qué puesto?" "Psiquiatra novel", me
161
respondió. Si yo hubiese tenido tiempo, de alguna manera me las habría ingeniado
para meterlo a Tom en el lago a empellones.
Sid: ¿Y con respecto a Martha?
E.: Y Martha podría haber tenido hijos.
Porque una vez que se logra quebrar la pauta restrictiva, fóbica de la persona, esta se
aventurará a hacer otras cosas y nuestros pacientes tienden a restringirse y
realmente se trampean a sí mismos en un montón de cosas.
Anoche recibí una llamada telefónica de un amigo desde California. "Finalmente
encontré el remedio para las estupideces de los adolescentes", me dijo. "Hay que
dejarlos en la congeladora y sacarlos cuando hayan cumplido 21 años". (Se ríe.)
Mi hijo Lance estaba seriamente disgustado conmigo por mi falta de inteligencia. Me
decía con toda franqueza que yo era bastante estúpido. Después se fue a Michigan
para asistir a la universidad; un día me confesó: "Sabes, papá, no me llevó más de
dos años darme cuenta de que tú habías pasado súbitamente de la estupidez a la
inteligencia". No hace mucho me llamó desde Michigan y me dijo:
"Papá, te desquitaste. Mi hijo mayor descubrió por fin que yo tengo algo de cerebro.
Todavía tienen que descubrirlo los otros tres".
Un hombre: Mi padre solía contarme esas historias.
E. (asiente con la cabeza): Ahora les contaré un caso clínico. Es algo complicado, pero
a la vez bastante simple.
Robert Dean, graduado en la Academia Naval, había sido incorporado como alférez.
Eran épocas de guerra, le dieron una licencia de un mes y lo asignaron a un
destructor.
Fue a verlo a Francis Brakeland, director de psiquiatría de la Marina, y le explicó que
él sufría una neurosis. Brakeland se anotició de su problema y le dijo: "Alférez, no
puedo hacer nada por usted. No puedo modificar la orden que le han dado. No tengo
forma de conseguirle un puesto en tierra. La orden es que se embarque en el
destructor o lo único que puedo hacer por usted es pedirle una corte marcial. Ella lo
enviará al Hospital Walter Reed. Allí su estado empeorará y lo trasferirán al Hospital
Sto Elizabeth, donde usted podrá volverse sicótico y vivir como tal el resto de su vida.
Pero lo que puede hacer en su mes de licencia es ir a la Clínica Johns Hopkins y ver si
allí lo pueden atender en forma privada".
Robert fue allí y contó su problema. Le hicieron unas cuantas preguntas y le dijeron:
"Nosotros no podemos serle útiles. Pero en Michigan hay un individuo llamado
Erickson que podría ayudarlo".
Robert telefoneó a su padre en Nueva York. Su padre me llamó y me preguntó si
podía atender al hijo. Le dije que iría a Filadelfia la semana siguiente; él podía
reunirse conmigo allí y contarme acerca de su hijo, y yo consideraría la posibilidad.
El padre vino a verme en el hotel en que yo me alojaba... fue un momento delicioso y
encantador para mí. Entró, se presentó y me dijo: "Mido nada más que un metro y
medio de estatura. Pasé las de Caín estirándome para tratar de entrar en el Ejército
en la Primera Guerra Mundial. Tuve que comer muchos kilos de bananas y beber leche
para cumplir con los requisitos de peso. Y el maldito Ejército me mantuvo como
soldado raso durante toda la Primera Guerra. Cuando salí del Ejército juré que si
alguna vez me casaba y tenía un hijo le haría seguir la carrera militar, preferiblemente
en la Marina. Porque no sirvo para el Ejército de Estados Unidos.
"Está bien", dije yo. "¿Y cuál es el problema de Robert?" Contestó: "Tiene lo que se
llama una vejiga vergonzosa: no puede orinar en presencia de otros. Es un maldito
162
idiota. Dice que ha tenido la vejiga vergonzosa desde que era chico. La Academia fue
un infierno para él.
"Dicho sea de paso -prosiguió-, creo que ustedes los matasanos cobran muy caro.
¿Por qué tomó un cuarto tan barato? ¿No le da el cuero para nada mejor? ¿O es que
Usted es un tacaño roñoso?" Yo le pregunté: "¿Qué más puede contarme sobre
Robert?" "Bueno, tuvo sus dificultades en el campamento. ¿Por qué no se compra
ropa decente? ¿No le alcanza para un traje mejor que ese?" "Sígame hablando sobre
Robert", insistí yo. "Bueno, Robert volvía a casa para las vacaciones. Los baños
públicos de los bares y estaciones de servicio no eran suficientes para él. Tenía que
alojarse en un hotel, cerrar la puerta con llave, ir al baño y aliviarse. En verdad, hizo
eso durante toda la escuela secundaria... ¿usted es tan poco gastador que no puede
comprarse una corbata como la gente?" "Cuénteme de Robert", le dije.
"Ya es cerca de mediodía", continuó. "¿Le parece que podrá arrastrar ese torpe
esqueleto suyo hasta el comedor del hotel?" Le respondí que creía que sí.
Mientras bajábamos al comedor me preguntó si mi manera tan torpe de renguear no
me hacía sentir molesto. "¿A cuántas viejas les da un porrazo cuando camina por la
calle? ¿También golpea a los viejos? ¿Con cuántos chicos tropieza?" Le contesté: "Me
las arreglo bastante bien".
Llegamos al comedor y me dijo: "Este hotel tiene una comida miserable. Conozco un
buen restaurante en la otra cuadra. ¿Le parece que podrá cargar por la calle con ese
torpe esqueleto sin golpear a los viejos y viejas ni caerse encima de los chicos, o
tendremos que tomar un taxi?" Le dije que pensaba que podía cargar con mi
corpachón sin problemas.
Cuando llegamos a la otra cuadra se disculpó: estaba equivocado, el restaurante
quedaba en la cuadra siguiente. Y buscó todas las formas imaginables de insultarme
por mi aspecto y mi modo de caminar.
Me dijo que era agente inmobiliario; vendía propiedades. Y ponía mucho cuidado en
tener a todos los clientes a su merced y arrancarles hasta el último centavo.
Finalmente, después de caminar doce cuadras, llegamos al restaurante. "Por
supuesto", me dijo, "podríamos almorzar en la planta baja, pero yo prefiero el balcón
del primer piso. ¿Podrá arrastrar ese esqueleto suyo por la escalera, o tendré que
arrastrarlo yo?" "Creo que puedo arrastrado", le dije. Así pues, tomó una mesa en el
balcón.
Antes de que apareciera la camarera, me dijo: "Este restaurante tiene magníficos
cocineros, saben realmente cómo preparar un bife. Pero al pescado lo traen medio
podrido y crudo, el puré de papas es agua pura, y el té helado es espantoso".
Vino la camarera, y después de examinar el menú, yo le encargué una costilla de
ternera asada, papas al horno, café caliente y no recuerdo qué más. Ella se volvió
hacia el padre de Robert y le entregó el menú; entonces él le dijo: "Cancele ese
pedido. Tráigale pescado, puré de papas y té helado". Y a continuación pidió más o
menos lo que había pedido yo: costilla de ternera, papas al horno, café caliente y el
mismo postre que yo había encargado. La camarera me lanzó una mirada pero yo
tenía el rostro inmutable, porque realmente estaba pasando un buen momento.
Cuando llegó la camarera con las dos bandejas, parecía muy incómoda y disgustada.
Yo le dije: "Déle el pescado y el puré de papas al caballero que se lo pidió. A mí déme
la costilla asada". Ella así lo hizo, y salió disparada lo antes que pudo. Él me miró fijo
y me dijo: "Es la primera vez que alguien me hace eso a mi". "Siempre hay una
primera vez para todo", comenté yo. Comió su pescado y su puré y tomó su té. Yo
disfruté mi costilla de ternera.
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Cuando terminamos de almorzar, me dijo: "Bueno, lo he traído a un buen restaurante.
¿Qué le parece si paga la cuenta?" Le contesté: "Usted me invitó. Usted pagará la
cuenta". "¿Qué le parece si se queda con la propina?", añadió. "Esa es responsabilidad
del anfitrión", dije yo. Sacó entonces una cartera tipo Texas llena de billetes.
Habitualmente se lleva en ella un billete de mil dólares, unos cuantos de quinientos,
de cien, de cincuenta, de veinte, diez, cinco y uno. Sacó la atiborrada billetera y
empezó a extraer la cantidad necesaria, y luego hurgó en sus bolsillos buscando unos
centavos. Dejó una moneda de propina. Sin que él se diera cuenta yo le había
deslizado una buena propina a la camarera. Con el estado de angustia en que se
hallaba, -la necesitaba. (Risas.) Me preguntó si tendría que arrastrar él mi esqueleto
por la escalera. Le contesté que lo peor que podía pasarme era que me cayese; no
necesitaría su ayuda. Cuando llegamos a la puerta, dijo: "¿Puede cargar con ese torpe
esqueleto suyo hasta el hotel, o tendré que llamar un taxi?" "Creo que puedo llegar al
hotel", le contesté. "Bien, pero ¡por Dios!, tenga cuidado de no golpear a las viejas ni
a los viejos ni de tropezar con los chicos. Y no se caiga en medio de la calle". En todo
el camino hacia el hotel me lanzó toda clase de denuestos desagradables.
Cuando llegamos al hotel, le dije: "Me gustaría saber algunas cosas más sobre su
hijo". Así que fuimos a mi cuarto. Me preguntó si no podía comprarme un portafolios
mejor; el que tenía era de pésima calidad. Yo tomaba apuntes de lo que él me decía.
"¿Qué diablos pasa con usted?", exclamó. "¿Acaso es uno de esos matasanos que
jamás tienen una lapicera propia? ¿Es necesario que use la lapicera y el papel del
hotel para sus anotaciones?" "Quisiera saber algo más sobre Robert", insistí. Me contó
entonces algunas cosas más, y quiso averiguar si lo tomaría como paciente. "Dígale a
Robert que se presente en mi consultorio de Michigan a las seis de la tarde", le
contesté.
Robert llegó vestido con su uniforme de alférez de la Marina. Miró hacia el consultorio
desde el corredor y dijo: "Así que usted es el genio que va a curarme". "Yo soy el
psiquiatra que va a trabajar con usted", repliqué.
Robert entró al consultorio y lanzó una larga y detenida mirada a un estudiante de
medicina de un metro noventa y cinco que estaba allí en uniforme... los estudiantes
de medicina eran incorporados al Ejército pero a cambio de varios años de servicio se
les permitía ir a la facultad. "¿Qué está haciendo aquí ese canuto vacío?", pregunto.
"Jerry es un alumno mío de medicina". "¿Qué clase de matasanos es usted que
necesita la ayuda de un estudiante?" "Uno muy competente", respondí.
Vio luego en la habitación al profesor de arte de la Universidad de Michigan. "¿Qué
hace aquí ese tipo con cara de colador de sopa?" "Es un profesor de arte de la
Universidad de Michigan", le dije. "El también va a ayudarme en su terapia". "Pensé
que las consultas médicas eran privadas", dijo. "Lo son", contesté. "y he conseguido
mucha ayuda para mantenerla estrictamente privada. Ahora pase y siéntese".
Entró y se sentó. Jerry cerró la puerta. "Jerry", le dije, "entre en un trance profundo".
Jerry lo hizo, y era un excelente sujeto hipnótico. Yo hice una demostración práctica
de todos los fenómenos hipnóticos que pude. Mientras Jerry estaba en trance, me
volví hacia el profesor de arte y le dije: "Ahora entre usted en trance. Jerry lo hizo
cuando usted se hallaba despierto. En el estado de trance, usted presentará toda la
apariencia de estar despierto. Le hablará a Robert y a mí, y no podrá escucharlo ni
verlo a Jerry". El profesor de arte entró en trance, tras lo cual desperté a Jerry e
iniciamos una animada conversación. Le hice al profesor algunas acotaciones al pasar;
él me contestó, luego le dijo algo a Robert. En ese momento Jerry quiso dirigirle la
palabra al profesor, pero este dijo: "Escuche, Robert", y me formuló una pregunta.
Jerry se mostró desconcertado por esa descortesía. Quiso formularle al profesor otra
pregunta; el profesor lo ignoró y volvió a hablarle a Robert. Jerry abrió los ojos de par
164
en par, sonrió y me comentó: "Así que usted lo puso en trance mientras yo estaba en
trance". "Exacto", respondí.
Volví a poner en trance a Jerry y desperté al profesor; luego lo desperté a Jerry con
amnesia respecto de su segundo trance hipnótico. Jerry seguía bajo la impresión de
que el profesor continuaba en trance, y se maravilló de que le hablase.
Robert estaba confundido. Yo seguí jugando con Jerry y el profesor, haciendo
demostraciones de un fenómeno tras otro. Robert atendía con sumo interés; había
abandonado su hostilidad hacia mí.
Por último le dije: "Bien, Robert, buenas noches. Te veré mañana a las seis de la
tarde". Le indiqué al profesor que no era necesario que viniese, ya había cumplido con
su cometido. A Jerry le recordé: "Usted debe presentarse todas las tardes".
La tarde siguiente, cuando llegó Robert, le dije: "Robert, ayer le mostré cómo es la
hipnosis. Hoy voy a inducir en usted un estado de trance ligero. Puede ser ligero,
puede ser mediano, puede ser profundo. Todo lo que le pido es que mientras está en
trance haga todo lo que mostró Jerry, lo que mostró el profesor". "Haré lo que
pueda", asintió Robert.
Así que Robert entró en trance. Le expliqué que había visto a Jerry practicando dibujo
automático, escritura automática, y cumpliendo diversas sugestiones poshipnóticas.
"Cuando se despierte", le aclaré, "su mano derecha buscará el escritorio, cogerá un
lápiz y trazará un dibujo. Usted no se dará cuenta de lo que hace porque estará
manteniendo una interesante conversación con Jerry".
Robert despertó y comenzó a hablarle a Jerry. Mantuvo con él una buena
conversación. Su mano derecha cogió un lápiz y dibujó la figura de un hombre sobre
un bloque de papel que había cerca. La figura consistía en un círculo para la cabeza,
una raya para el cuello, otra para el tronco, dos para los brazos y dos para las
piernas, dos círculos para las manos y dos para los pies: Debajo estampó la leyenda:
"Padre". Ante mi sorpresa, distraídamente arrancó la hoja y la plegó una y otra vez
hasta que quedó convertida en un pequeño bollo de papel. Luego la deslizó
distraídamente en el bolsillo de su camisa. Jerry y yo observamos ese proceder con
visión periférica mientras seguíamos charlando de diversos asuntos.
Al día siguiente, Robert se ruborizó tan pronto entró en el consultorio. Tanto Jerry
como yo lo notamos. Le pregunté: "¿Cómo durmió anoche?" "Bien", contestó Robert,
"dormí muy bien". "¿No le sucedió nada raro?" "No", replicó, y volvió a ruborizarse.
"Robert", le dije, "me parece que no está diciendo la verdad. ¿Qué cosa rara le
sucedió anoche?" "Bueno", Concedió él, "cuando me fui a la cama descubrí que tenía
un bollo de papel. No sé cómo fue a parar ahí, yo no lo puse. Seguro que ya estaba.
Lo tiré al canasto". Se ruborizó otra vez. "Robert, creo que me está mintiendo", le
dije.
"¿Qué hizo usted con ese bollo de papel?" "Lo desenvolví", aceptó. "¿Y qué vio?" "De
un lado había un dibujo muy infantil de un hombre, y debajo la leyenda: 'Padre'"
"¿Qué hizo con el papel?" "Lo tiré al canasto", repitió, y volvió a ruborizarse. "Robert,
quiero que me diga la verdad. ¿Qué hizo con ese trozo de papel?" "Está bien",
convino, "si no tengo más remedio se lo diré. Lo puse sobre la cómoda, oriné encima
de él y después lo tiré por el inodoro". Yo le dije: "Gracias por decirme la verdad,
Robert". Luego de eso Jerry y él se trabaron en una animada charla. Luego lo despedí
y le anticipé a Jerry qué iba a suceder.
Jerry era un brillante alumno de medicina. Cuando al día siguiente llegó Robert, se
saludaron y empezaron a charlar de cualquier cosa menos de su problema.
La primera tarde que lo conocí, Robert me había confesado en qué consistía su
problema. Desde que tenía memoria, siempre había buscado un lugar escondido para
165
orinar. No sabía cuándo ni por qué había empezado eso. Comentó que la convivencia
en la Academia había sido un verdadero infierno para él. Tuvo que transgredir las
normas que regían en los dormitorios colectivos pues no podía usar el baño anexo,
por temor de que alguien entrara en ese momento. Tenía estudiados todos los
retretes de la Academia por horario. Había tres de ellos que siempre estaban
desocupados a la una, las dos y las tres de la madrugada respectivamente. Tenía que
escabullirse del dormitorio para acudir a uno de ellos. Había logrado terminar la
Academia sin que lo sorprendieran.
Contó luego: "Otro aspecto infernal de esos años en la Academia es que se
consideraba conveniente, desde el punto de vista de las relaciones públicas, que los
cadetes aceptaran invitaciones de alguna casa particular para pasar el fin de semana.
Nos recogían en la tarde del viernes, y la anfitriona nos preguntaba si queríamos café,
té, leche, gaseosas, vino o sidra. No pensaban en otra cosa que en darnos café, té,
leche y gaseosas. Yo debía ser cortés y beber. Con el desayuno, un vaso de leche, o,
si lo prefería, cualquier gaseosa. Todo el domingo bebiendo, bebiendo. Uno debía ser
amable y esperar que llegase la madrugada del lunes de vuelta en la Academia para
buscar uno de los tres retretes y aliviarse. Yo pasaba toda la noche del viernes; todo
el sábado y todo el domingo con la vejiga hinchada. Era un verdadero infierno.
"Si escuchaba pasos fuera del retrete, se producía en mi cabeza un trueno espantoso
y me quedaba helado. A veces tardaba más de una hora en deshelarme y empezar a
moverme.
Los años de la Academia fueron terriblemente difíciles. Yo no tenía otra opción. Mi
padre quería que yo fuese oficial de la Marina, y yo tenía que amoldarme a eso. Y
todos los años, cuando llegaban las vacaciones, mi padre se burlaba de mí porque
alquilaba cuartos de hotel. Durante la escuela secundaria me volvió loco porque iba
siempre a un hotel.
"No me gusta mi padre. Bebe cerveza todos los días. Se pone borracho todos los
sábados y domingos. Dice que mi madre es una sensiblera porque va a la iglesia y
pertenece a la Unión Cristiana de Mujeres por la Templanza. No me gusta eso. No
puedo decir que de chico yo fuera muy feliz. Mi padre goza sacándoles el jugo a sus
clientes. No soporto verlo tomar cerveza como lo hace. Y me critica por aliarme con
mi madre".
Seguimos conversando sobre diversos asuntos, cuando de pronto Robert miró por la
ventana y preguntó: "¿Está lloviendo? ¿Son gotas de agua las que caen por el vidrio
de la ventana?" No había ni una sola nube en el cielo, no había agua en la ventana.
Tomé nota de eso como un comentario simbólico. Sabía que había allí algo muy
importante, pero la única deducción que pude hacer fue esta: La lluvia es agua que
cae, la orina es agua que cae. Robert me lo estaba diciendo de manera simbólica.
Le dije entonces a Jerry: "¿Tienes algún plan particular, Jerry?" "Bueno", contestó, "si
usted me deja, pienso pasar el fin de semana al norte de Michigan, remando en canoa
por el río Ausable. Es un hermoso río para recorrerlo en canoa. Ya lo hice antes. Los
rápidos lo tornan apasionante".
Me dirigí a Robert: "Ya que Jerry no va a estar con nosotros, ¿qué le gustaría hacer el
fin de semana?" "Quisiera ir a casa a visitar a mi madre", contestó. "¿Qué hará,
pues?", insistí. "Si no llueve, cortaré el pasto".
Que un hombre que estaba a punto de ir a la guerra en misión de combate se pusiera
a cortar el pasto si no llovía me sonó muy simbólico.
"Muy bien", contesté. "Lo veré el lunes a las seis de la tarde" pregunté qué tren iba a
tomar para regresar a Syracuse, y cuando me lo dijo le encomendé: "Tenga cuidado
de no perder ese tren". Telefoneé al señor Dean, el padre de Robert, y le dije qué tren
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debía tomar hacia Detroit para encontrarse conmigo. Le pedí que se asegurara de
tomar exactamente ese tren. Rezongó que lo haría. Yo no quería que él lo viera a
Robert ni que Robert lo viera a él.
El día siguiente a su llegada a la ciudad, el padre de Robert vino a mi consultorio a las
seis de la tarde y vio a mi secretaria. "¿Qué está haciendo ahí esa perra canosa?",
dijo. "La señorita X. es mi secretaria", le respondí. "Se ha quedado a trabajar después
de hora en el asunto de su hijo. En estos momentos está apuntando
taquigráficamente todo lo que usted dice, lo que yo digo y lo que diga cualquier otra
persona". "¿No podemos zafamos de esa perra vieja?", me sugirió. "No", repliqué. "La
necesito para que tome nota de todo lo que se diga en esta habitación". "¿Y ese
canuto flaco qué está haciendo?", me preguntó. "Es un estudiante de medicina. Me
está ayudando en la terapia con su hijo". "¿Qué clase de matasanos es usted que
precisa un estudiante de medicina?".
Cuando notó la presencia del profesor de arte, me espetó: "¿Y ese tipo qué hace
aquí?" "Es un profesor de arte de la Universidad de Michigan. El también me está
ayudando en la terapia con su hijo".
"¡Santo Dios!", exclamó. "Pensé que las entrevistas médicas eran confidenciales".
"Todos nosotros mantendremos la reserva", le aclaré. "Espero que usted también lo
haga".
"¿No se puede sacar de encima a esa vieja perra canosa?", insistió. "No es tan vieja",
le expliqué. "Ha encanecido prematuramente y está trabajando horas extras. Seguirá
trabajando mientras se le pague".
"Ella es secretaria suya", acotó él. "Yo no tengo nada que ver con su paga". "Está
trabajando horas extras en la terapia de su hijo, así que le pagará usted". "Ella es
secretaria suya", repitió. "Está trabajando para su hijo. Debe pagarle usted ". "¿Debo
hacerlo?", inquirió. "Seguro".
Yo había visto ya su billetera en el restaurante. La sacó de un tirón y preguntó: "¿Qué
tal un dólar?" "No sea ridículo", le contesté. "¿Quiere usted decir que tengo que
pagarle a esa perra canosa cinco dólares?" "Por supuesto que no", respondí, "le dije
que no fuera ridículo". "¿Diez dólares?" "De a poco se está acercando a la cifra
correcta". "¿Tampoco quince dólares?" "Exactamente, tampoco quince dólares, sino
treinta". "¿Está loco?", inquirió. "No", le respondí, "sólo me gusta ver que a la gente
se le pague lo que corresponde". Sacó treinta dólares y se los dio. Ella le hizo un
recibo, le agradeció y le deseó buenas noches.
El señor Dean miró en derredor y preguntó: "¿Qué hacen estos tipos aquí parados?
¿No pretenderá que les pague también a ellos?" "Desde luego", repliqué. -"¿Treinta
dólares?" "No sea ridículo. Setenta y cinco a cada uno". "Creo", confesó, "que usted
me puede dar lecciones sobre la forma de exprimir a los clientes y sacarles hasta el
último centavo". "Está bien, págueles", le dije. Cada uno de ellos recibió setenta y
cinco dólares, le hizo un recibo y le dio las buenas noches.
Luego el señor Dean manifestó: "Supongo que usted también quiere que le pague.
Supongo que cien dólares". "No sea ridículo", repetí. "Me imagino que no irá a
cobrarme quinientos dólares". "Por supuesto que no", contesté. "Quiero que me pague
mil quinientos dólares ahora mismo". "No hay duda que puedo tomar lecciones de
usted sobre la forma de sacarle el jugo a los clientes". Sacó tres billetes de quinientos
dólares y me los entregó. Le firmé un recibo.
"¿Tiene pensada alguna otra cosa?", preguntó. "Oh, sí. A usted le gusta beber
cerveza. Su esposa concurre a la iglesia, y pertenece a la Unión Cristiana de Mujeres
por la Templanza. A ella no le hace mucha gracia tenerlo borracho los fines de
semana, ni el aliento a alcohol que usted tiene todos los días. Pues bien, le fijaré un
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máximo de cuatro vasos de cerveza". "Diablos, no está mal", comentó. "No es lo que
usted piensa", proseguí. "Serán vasos comunes, de 200 centímetros cúbicos... no el
tipo de jarras a las que usted está acostumbrado. Ahora fírmeme un pagaré de mil
dólares. Tendré derecho a cobrarlo la primera vez que usted se emborrache. En
cuanto a su cerveza, puede tomar cuatro vasos chicos por día, nada más".
"Firmó el pagaré y rezongó: No me cabe ninguna duda de que usted puede darme
lecciones sobre cómo sacarle dinero a la gente". "Bien", continué. "Robert está de
visita en casa de su madre. No quiero que se encuentre con él. Usted no volverá a
Syracuse hasta que haya partido de allí el tren que ahora voy a aclararle", y le indiqué
el horario de partida.
Robert reapareció el lunes por la mañana. Tan pronto cruzó el umbral se ruborizó.
"¿Cómo pasó el fin de semana, Robert?", le inquirí. "Bien". "¿Qué hizo?" "Corté el
pasto. No llovió". Al decir esto último se puso rojo.
Yo le había pedido a Jerry que me instruyera acerca del lenguaje militar. Robert
estaba de pie frente a mí. "¡Atención!", grité. "¡Cerrar filas! ¡Firmes! ¡De frente...
marchhh! ¡Izquierda... marchhh!
¡Alto! ¡Beber un buen trago de agua de la fuente y al retrete, a orinar! ¡De frente...
marchhh! En la fuente... ¡alto! ¡Tomar un buen trago! ¡En pie... marchhh! - ¡Derecha!
¡Entrar al consultorio y prestar atención!" Jerry se enderezó cuando yo grité"
¡Atención!" y cerró filas con Robert, quien se puso en posición de firmes. Hicieron todo
lo que les ordené.
Luego lo encaré a Robert: Desde la semana pasada, usted preguntó si estaba
lloviendo y si había gotas de agua en el vidrio de la ventana. Esas fueron
observaciones simbólicas. El único significado que pude deducir de ellas es que la
lluvia es agua que cae y la orina es agua que cae. Usted se fue a casa, cortó el pasto
y dijo: 'No llovió'. Bien, Robert, quiero saber toda la verdad",
Robert confesó: "Es bastante desagradable. Corté el pasto, no sé por qué. Después
agarré la máquina y la puse de vuelta en el garaje. El frente del garaje tiene una
puerta que se levanta para arriba. Los vecinos de enfrente, si miran ha ese lado,
pueden ver todo lo que pasa en el interior del garaje. Cuando terminé de acomodar la
máquina, le oriné encima. ¡Entonces me di cuenta!
"Cuando yo era chico, un día que estaba en el garaje vi allí una cortadora de césped
nuevita y le oriné encima. Mi madre había entrado sin que la oyera. Me dio un bofetón
en la oreja que estalló como un trueno, otro en la boca, me agarró de los pelos y me
arrastró hasta la casa. Allí me impartió una larga y horrible conferencia.
"Después de eso, jamás pude orinar en la casa salvo que mi madre estuviese en la
cocina ocupada y mi padre en su trabajo. Cuando fui a la escuela, o cuando me iba de
campamento, tenía que escaparme y buscar un lugar apartado para orinar. Si alguien
se acercaba, yo sentía otra vez ese estallido de trueno. Nunca lo reconocí como aquel
bofetón en la oreja".
"Así que ese es su problema, Robert", acoté yo. "¡Atención! ¡Cerrar filas! ¡Firmes! ¡De
frente... marchhh! ¡Alto! ¡Tomar un buen trago! ¡De frente... marchhh! ¡Orinar!
¡Media vuelta! ¡De frente... marchhh! ¡Alto en la fuente! ¡Tomar un buen trago y al
consultorio... marchhh! ¡Pueden descansar, señores!" Encaré a Robert: "¿Piensa que
volverá a tener problemas?" Robert se rió y sostuvo que no.
La lluvia es agua que cae. Las cortadoras de césped nuevitas tienen que ser
bautizadas, a los ojos de un niño.
Ahora bien, esto sucedía en el mes de julio. El día de Año Nuevo yo estaba en Nueva
York y allí recibí un llamado telefónico del señor Dean. "Estoy más borracho que una
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cuba", me dijo, "así que agarre ese pagaré". "Señor Dean", le respondí, "cuando usted
me firmó ese pagaré de mil dólares, le aclaré que yo tenía el derecho de cobrarlo la
primera vez que usted se emborrachase. Pero no quiero cobrarlo ahora". El juró dejar
la cerveza y empezó a concurrir a la iglesia con su esposa.
Veinticinco años más tarde debí quedarme en Syracuse por una tormenta de nieve. Lo
llame del hotel, y después de identificarme le dije: "¿Cómo está usted señor Dean?".
Me invitó a que fuera a su casa. "No, gracias", contesté. "Mi avión parte mañana a las
cuatro de la madrugada. Sería una gran molestia para ustedes". El dijo: "Mi señora
lamentaría mucho que usted no viniera". "Que me llame cuando vuelva de la iglesia",
le dije. "Cómo no", contestó. Mantuvimos una larga y amable charla telefónica.
Robert había pasado toda la guerra a bordo de un destructor. Estaba allí durante la
rendición de Japón, asistió a la ceremonia completa. Después de la contienda entró en
la Fuerza Aeronaval y murió en un accidente aéreo alrededor de 1949.
Todos los años, después de aquel famoso "Estoy más borracho que una cuba" en
Nueva York, yo recibía una tarjeta del señor Dean para Navidad. "No he probado ni un
trago de cerveza desde entonces", me comentó por teléfono. "Soy uno de los fieles
que más concurre a la iglesia". Cuando su esposa regresó de la iglesia esa tarde, me
llamó al hotel. "¿Qué pasó con ese pagaré de mil dólares?", me preguntó. "Se lo di a
Robert", le contesté. "Le conté por qué se lo había hecho firmar a su padre, y las
condiciones estipuladas. Robert me dijo que lo conservaría un tiempo para comprobar
si el señor Dean tenía la intención de mantenerse sobrio, y después lo quemaría. De
modo que si no estaba entre las pertenencias de Robert que le entregó la Marina, sin
duda debe haberlo quemado".
Pues bien, el señor y la señora Dean están muertos ahora, y Robert también. A Robert
le llevó 28 días superar su vejiga vergonzosa; a mí me llevó poco más de una
semana. Trabajé a ciegas, pero no del todo. Cuando conocí al padre, era un bravucón.
Lo sometí e hice de él un buen ser humano. (Mira a Sid esperando una reacción.)
Sid: Hermosa historia.
E.: Me gustaría que Robert estuviera con vida. Jerry, el profesor y la "perra canosa"
todavía están vivos.
Yo pienso que uno debe tomar al paciente tal como es. Él sólo vive hoy, mañana, la
semana que viene, el mes que viene, el año que viene. Sus condiciones de vida son
las que existen hoy.
Comprender el pasado puede ser instructivo, pero esa comprensión no va a cambiar el
pasado. Si uno tuvo celos de su madre, siempre estará en pie el hecho de que tuvo
celos de ella. Si uno quedó indebidamente fijado a la madre, esa hecho no va a
desaparecer. Pueden comprenderlo, pero no cambiarlo. El paciente tiene que vivir de
acuerdo con las cosas actuales. De manera que deben orientar la terapia hacia el
paciente tal como vive hoy, mañana, y como es de esperar que viva la semana que
viene y el año que viene. (A Sid:) Y tú tienes la esperanza de que yo seguiré viviendo
algunos años, ¿no es cierto?
Sid: Sin ninguna duda. Dijiste que tu padre vivió hasta los 97 años.
E.: Ajá. Escuché en la radio oficial una triste y desagradable historia de una anciana
que vivía en un asilo y contaba las penurias que pasaba allí. Durante cuarenta años
había sobrevivido gracias a la caridad pública; ahora tenía 90 y seguía en el asilo.
Comentó: "No tuve un solo momento grato en los últimos seis años por el temor de
morirme al día siguiente. Estuve preocupada, siempre preocupada por morirme, en los
últimos seis años, y no tuve ni un solo momento feliz". Yo pensé para mí: "Por qué
diablos no te pones a tejer una manta y confías con todas tus fuerzas en terminarla
antes de espichar". (Sonríe.) Porque todos empezamos a morirnos desde el instante
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en que nacemos, algunos más rápido que otros. Lo mejor es vivir bien y disfrutar,
porque al día siguiente uno puede amanecer muerto, y no se dará cuenta. Pero alguna
otra persona lo lamentará.
Hasta que llegue ese momento... disfruten de la vida. (A Sid.) ¿Sabes cuál es una
buena receta para ser longevo?
Sid: No. Dinos cuál es.
E.: Asegurarse siempre de que a la mañana uno se va a levantar. (Risas) y es posible
asegurarse de eso si uno bebe una buena jarra de agua antes de irse a dormir.
(Risas.)
Sid: Tú te levantas demasiado temprano.
E.: Está absolutamente garantizado. ¿Qué hora es?
Siegfried: Las tres menos diez.
E.: Les contaré otro caso clínico. Tengo que darles algunos datos adicionales sobre los
antecedentes. Cuando yo estaba en la facultad tenía un condiscípulo muy tímido y
retraído... un buen alumno, pero muy tímido. Yo simpatizaba con él.
Un día, en la clase de fisiología, nos dividieron en grupos de cuatro y le dieron a cada
grupo un conejo, sobre el cual teníamos que practicar ciertos procedimientos. El
profesor, doctor Mead, nos dijo: "Muchachos, si el conejo se muere, se sacan un cero.
Así que pongan cuidado".
Por desgracia, el conejo de mi grupo se murió. "Lo siento, muchachos", dijo el doctor
Mead, "tienen un cero". Yo intervine: "Lo siento, doctor Mead, pero todavía no se ha
practicado la autopsia".
"Muy bien", dijo él, por ser lo suficientemente astuto como para saber que se debe
practicar una autopsia, te pondré un 5". Practicamos la autopsia y le pedimos que
mirara: en realidad, el conejo había muerto de una pericarditis masiva. Dijo: "Ese
conejo no tenía posibilidades de vivir cuando llegó a este laboratorio, así que les
pondré sobresaliente, muchachos".
Un día de verano, este condiscípulo que les cuento entró en mi consultorio y me dijo:
"Siempre recuerdo lo que hiciste con ese conejo. Tenía terror de que nos sacáramos
un cero, y jamás olvidé cómo conseguiste primero un 5 y luego un 10, con sólo hablar
con el doctor Mead.
"Yo estuve ejerciendo la medicina en un suburbio de Milwaukee durante veinte años, y
ahora me vi obligado a pedir el retiro porque estoy muy neurótico. Verás: cuando era
niño, mi padre era un hombre muy rico y mi madre también. Teníamos una casa
enorme y un campo grandísimo en Milwaukee. En primavera tenía que arrancar los
dientes de león, y me pagaban un níquel por cada búshel de maleza. Cuando llenaba
la canasta, llamaba a mi padre para que pisase las hierbas a fin de que la canasta
quedara llena sólo hasta la mitad; la volvía a llenar, y otra vez mi padre o mi madre
venían y pisaban las hierbas. Llevaba mucho tiempo llenar la canasta. Y me pagaban
un níquel por todo ese trabajo.
"Al llegar a la facultad de medicina conocí a una chica que vivía en Milwaukee. Tenía la
misma clase de padres que yo. Nos enamoramos y contrajimos matrimonio en
secreto. Ella no se atrevía a contárselo a sus parientes ni yo a los míos. Los padres de
ella murieron, y mi padre murió también, dejándonos a mi esposa, a mí y a mi madre
una fortuna que nos permite llevar una vida independiente. Sin embargo, eso no sirvió
de nada.
"Cuando terminé el internado, mamá me notificó que iba a ejercer en determinado
suburbio de la ciudad. Ella alquiló el consultorio, contrató una enfermera muy
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competente y administró todo. Yo no hacía más que practicar los exámenes de rutina,
anotar la historia clínica y escribir las recetas. Mi madre tomaba la receta, se la
explicaba al paciente y lo citaba para otra entrevista. Yo sólo hacía mi trabajo; ella
dirigía el consultorio y me dirigía a mí.
"Yo siempre me mojé los pantalones varias veces por día. En el consultorio tenía que
tener conmigo varios pantalones de repuesto. Pero me gusta la medicina.
"Mi esposa es muy sociable. Yo jamás aprendí a ser sociable. A ella le gusta recibir
gente en casa. Si yo llego cuando está llena de invitados, cruzo la sala y voy derecho
al sótano. Tengo el hobby de cultivar orquídeas. Me quedo allí hasta asegurarme de
que se haya retirado la última visita.
"Suelo comer en casa, pero a veces lo hago en un restaurante. En esto soy muy
neurótico. No soporto quedarme mucho tiempo en el restaurante, ni ser atendido por
mujeres. Tiene que ser un local atendido por mozos varones. Por cierto que nunca me
quedo mucho tiempo en un restaurante. Pido puré de papas, lo como de prisa y me
voy a otro restaurante, allí encargo una chuleta de cerdo y la devoro lo más rápido
que puedo, luego voy a otro y pido alguna legumbre, pan y leche, como a toda prisa y
me escapo. Si deseo algún postre tengo que ir a algún otro lugar atendido por mozos.
"Nunca celebramos el Día de Acción de Gracias ni la Navidad. Para eludir el festejo de
Navidad llevo a mi familia al Valle del Sol, en Idaho. A mi esposa y a mi hija les gusta
esquiar donde lo hacen todos los demás; yo salgo bien temprano de mañana y me
voy a esquiar donde no lo hace nadie; vuelvo cuando ya es noche cerrada. Uno puede
comer en ciertos lugares que son atendidos exclusivamente por mozos.
"Mi madre tiene una cabaña junto al lago para pasar el verano. Compró una para mí,
mi mujer y mi hija. Siempre me llama al consultorio para comunicarme cuándo debo
tomar mis vacaciones. Ella se las toma en la misma fecha.
"Todas las mañanas mi madre viene a casa y le indica a mi mujer qué tenemos que
comer en el desayuno, el almuerzo y la cena. A mí me indica qué días puedo ir a
nadar, qué días puedo ir a navegar, qué días puedo ir a remar y qué días puedo ir a
pescar. Y yo no he tenido nunca el coraje de contrariarla, ni mi esposa tampoco,
porque los padres de ella la trataban igual. Pero los padres de ella están muertos, y
ella hace las cosas debidas que más prefiere, salvo por la carga que represento yo.
"Me gusta tocar el violonchelo, y realmente lo hago muy bien pero únicamente puedo
tocarlo si me encierro en mi dormitorio: Mi esposa y mi hija escuchan detrás de la
puerta.
"Todos los días mi madre me llama por teléfono y me habla durante una hora de los
sucesos de la jornada. Tengo que escribirle una carta de diez hojas dos veces por
semana. Ella me dirige, y ya no lo soporto más,
"Vine a Phoenix, me compré una casa y un terreno. Le dije a mi esposa que me
retiraba de la práctica médica y que iríamos a vivir a Phoenix. Se sintió muy molesta
de que yo no le hubiera dejado elegir la casa y el terreno. Yo tenía miedo de decírselo,
Tuve miedo toda mi vida".
Cuando terminó de hablar le dije: "Bien, Ralph, antes de poder tomarte como paciente
tengo que hablar con tu esposa y con tu hija.
¿Qué edad tiene tu hija?" "Veintiún años", me contestó. "Muy bien mándame a tu
esposa mañana, ya tu hija pasado mañana".
Las entrevisté y la esposa confirmó todo lo que su marido había dicho, añadiendo que
para el Día de Acción de Gracias ella siempre lleva a su hija a cenar a un restaurante
porque Ralph no tolera la sociabilidad de esa comida. Confirmó que jamás habían
celebrado la Navidad, nunca habían tenido un árbol de Navidad ni un solo regalo.
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La hija dijo no bien entró: "Amo a mi papá, es hombre tan bueno... tan gentil y
amable. Pero jamás me dio un beso o un abrazo, jamás me dijo que me quería. Nunca
me hizo un regalo para mi cumpleaños, o para Navidad, o el día de San Valentín, ni
una tarjeta de Pascuas. Es simplemente un hombre bueno, gentil y amable que
parece tener miedo de todo excepto sus pacientes. Los pacientes lo quieren, él cumple
bien su trabajo de médico. Me gustaría tener un padre".
Volví a ver a Ralph y le dije: "Tu esposa y tu hija corroboraron lo que tú me contaste,
y añadieron unos pocos detalles. Voy a obrar contigo como obré con el doctor Mead. A
él le dije que no podía ponernos un cero porque no había sido hecha la autopsia.
Observé que nos ponía un 5 porque la autopsia no había sido hecha, y, por fortuna,
nos puso un sobresaliente luego de hacerla. A ti voy a tratarte del mismo modo,
Ralph.
"Bien. Lo primero que haré contigo, Ralph, es parar tus mojaduras en los pantalones.
Estamos al principio del verano. Le he echado un vistazo a tu casa y a tu terreno. Hay
un montón de dientes de león. Le expliqué a tu esposa que debía conseguir un
desplantador y una canasta de un búshel de capacidad. Te pones un viejo par de
pantalones negros y a las ocho de la mañana te vas al terreno y empiezas desplantar
los dientes de león. Hay un montón, Ralph. Te quedarás allí desde las ocho de la
mañana hasta las seis de la tarde.
Tu esposa te proporcionará ocho litros de una buena limonada y píldoras laxantes. Te
beberás los ocho litros enteros, y en cuanto a las píldoras, ya sabes cuántas tienes
que tomar. Cada vez que lo necesites orinar, simplemente te pondrás de cuclillas y
orinarás sobre la tierra. Ahora bien, Phoenix es un pueblo pequeño (lo era en aquel
entonces) y sus habitantes son muy cordiales. Cada transeúnte que pase querrá
detenerse a charlar contigo mientras te mira desplantar los dientes de león. Y tú
seguirás bebiendo limonada y orinando, y te quedarás allí todo el día".
Ralph hizo lo que se le pidió. Se puso un gran sombrero de paja para protegerse del
sol. Desplantó los dientes de león, que su esposa aplastó para él en la canasta. Esa
noche se dio un baño y se fue a dormir. A la mañana siguiente se puso un par de
pantalones, fue a ver a los vecinos y pasó el día desbrozándoles sus terrenos, parando
para ir a aliviarse a su propio baño. Así, con la imposición de una sola pena, dejó de
mojarse en los pantalones. Tuvo su cuota de pantalones mojados. Aprendió a vivir con
pantalones mojados, y a conversar con extraños. De ese modo supo que él podía
vivir.
A partir de entonces Ralph empezó a vender en forma regular y a dialogar conmigo.
Un día le dije: "Tú tienes una manera muy extraña de hacer compras. Te compras tú
mismo las camisas, trajes y zapatos, pero lo haces así: entras en la tienda y dices:
'Llevaré esa camisa (apunta con el dedo y mira hacia el otro lado), hágala enviar a mi
domicilio y allí la abonaré'. Cuando llegas a tu casa te fijas si el número de cuello es
correcto; en caso contrario, la llevas de vuelta, entras y dices: 'Llevaré esa camisa'
(apunta con el dedo y mira hacia el otro lado), y así hasta conseguir la que te queda
bien. Lo mismo con los trajes: entras y dices: 'Llevaré ese traje, envíelo a mi
domicilio'. Los zapatos los compras igual.
"Pues bien -le dije-, en realidad tú no sabes hacer compras, de modo que irás
conmigo. Puedes venir por mi consultorio o te pasaré a buscar. Iremos el martes". Ese
día Ralph se presentó y me preguntó: "¿Estás seguro que quieres hacerlo hoy?". "Sí",
respondí, "nos tomaremos mucho tiempo y todas las oportunidades necesarias para la
compra". Se estremeció cuando advirtió ante qué tienda me detenía. Cuando
entramos, se nos acercó una hermosa empleada y nos dijo: "Buenos días, doctor
Erickson; usted debe ser el doctor Stevenson, ¿no? Estoy segura que querrá comprar
172
ropa interior para su esposa". Y se ofreció como modelo para probarse bombachas,
corpiños, medias, ponerse encima todo un ajuar.
Ralph estaba indeciso en cuanto a las bombachas que le llevaría a su mujer y a su
hija. La vendedora dijo: "Doctor, estas bombachas negras de encaje son realmente
muy bonitas. A todas las mujeres les gusta usar bombachas negras de encaje. Mire
cómo me quedan a mí", y se alzó el vestido. Ralph intentó mirar a otra parte, pero
notó que yo contemplaba con placer esas bombachas negras de encaje, así que miró
también él. La vendedora se sacó la blusa y mostró su corpiño, y se ofreció para
probarse las prendas interiores, Mostró qué bien le ajustaban las medias. El pobre
Ralph sabía que el único medio de salir de esa tienda consistía en contemplar y tocar
las prendas, y hacer su elección. Ni se le ocurrió mencionar las medidas. Ya había
terminado su compra, que sumó 200 dólares. En 1950, por ese dinero se podía
adquirir una pila de prendas íntimas. Hizo que las envolvieran y las enviaran a su
casa.. Su esposa y su hija las revisaron una por una y no encontraron ninguna que les
quedara bien; las regalaron al Ejército de Salvación o a la Liga de la Buena Voluntad,
y se dirigieron al centro a comprar otras que fueran las adecuadas a su medida.
Luego le dije a Ralph: "Tienes que dar otro gran paso. No creo que jamás se te haya
ocurrido llevar a tu esposa a ver la salida del sol". Admitió que así era. "El domingo te
llevaré con tu mujer a ver la salida del sol". Los pasé a buscar a las tres de la
madrugada. Conduje el auto a diversos lugares hasta encontrar uno adecuado para
contemplar la salida del sol. Su esposa disfrutó mucho, y ambos nos ocupamos de que
Ralph hiciera comentarios acerca de los colores del cielo al alba. Esa noche Ralph llevó
a su esposa a ver el crepúsculo: no iba a permitir que yo manejara ese asunto.
Otro día le dije: "¿Sabes, Ralph?, tu extraño comportamiento en los restaurantes es
desconsolador. Jamás has llevado a tu familia a comer a un restaurante.
Lamentablemente, el próximo martes tú y tu esposa nos invitarán a mí y a mi esposa
a cenar unas chuletas excelentes. Te aseguro, Ralph, que Betty y yo estaremos
encantados de ser tus invitados".
Mientras íbamos hacia allí le dije: "Puede entrarse al restaurante por adelante o por
atrás. ¿Por dónde prefieres?". No me equivoqué: Ralph escogió la entrada trasera.
Cuando lo hicimos, una camarera muy bonita se aproximó y nos saludó: "Buenas
noches, doctor Erickson; usted debe ser el doctor Stevenson". Se apretujó contra él
para ayudarlo a sacarse el saco y el sombrero, y lo condujo hasta la mesa. Yo me
senté en uno de los lados. La camarera quería saber si la silla que le había tocado a
Ralph era cómoda o si tenía que alcanzarle otra. Era una camarera muy solícita, hacía
todo con excelentes modales y buen gusto. Era muy, muy atenta. Ralph no sabía
dónde mirar.
Cuando ella se retiró, Ralph descubrió de pronto que tenía al alcance de su vista un
reloj de pared. Esperó y esperó. Media hora más tarde apareció la camarera con
cuatro bandejas de ensaladas. La esposa de Ralph, mi esposa y yo no tuvimos
dificultad en escoger una. La camarera se mostraba muy inquieta. Ralph miró hacia
otra parte y dijo, apuntando con el dedo: "Quiero esa". (Apunta y aparta la mirada.)
"¡Pero si ni siquiera la vio!", exclamó la muchacha. Y acto seguido tomó unas pinzas
con las que fue alzando cada ingrediente de la ensalada y explicando qué era. Ralph
repitió: "Quiero esta". "¡Pero aún no ha visto las otras tres!", volvió a exclamar ella, y
lo obligó a examinar las cuatro ensaladas una y otra vez antes de dejar que eligiera
una.
Luego la chica dijo: "Tengo cuatro salsas distintas para acompañar", y le explicó a
Ralph con mucho detenimiento cómo eran antes de dejarle escoger una. Quiso que él
revisara el menú completo para estar seguro de su elección. "¿Qué le parece esto, y
esto, y esto?" le decía, bailando dos veces el vals de la elección de salsa antes de
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dejarlo elegir. Luego sirvió las ensaladas, que eran excelentes. Pasó otra hora y Ralph
seguía mirando permanentemente el reloj hasta que al fin la chica nos trajo el menú.
Nosotros tres no tuvimos dificultades en escoger nuestra cena; en cuanto a Ralph, la
camarera se aseguró de que sopesara cada uno de los ítems del menú, Analizó con él
los méritos de cada plato posible, y por último dejó que eligiera una costilla de ternera
asada. Ralph dio un suspiro de alivio, pero ella le señaló: "¿Cómo la quiere: muy
cocida, medianamente cocida, jugosa, poco cocida, o muy poco cocida? ¿Con mucha
grasa o con poca grasa?"
¡Pobre Ralph!... Fue una larga ordalía para él seleccionar exactamente la costilla que
quería. Pasaron entonces a las papas; no sé cuántas clases diferentes de
preparaciones ella le sugirió; al fin él aceptó que fueran al horno. Ralph averiguó qué
clase de manteca, de crema, de cebollas. Cambió varias veces de parecer. Lo mismo
sucedió con todos los demás platos. Sirvieron la comida. Nosotros tres la disfrutamos.
La camarera seguía de pie junto a Ralph preguntándole si le había gustado esto o si le
había gustado aquello. En un momento le dijo: "Por favor, cuando me conteste,
míreme". Y le contó chistes, como un viejo amigo de la familia. Pobre Ralph. Por
último, debió decirle: "No ha limpiado el plato", y lo obligó a limpiado.
Cuando terminamos, ella le preguntó: "¿Le ha gustado mucho la cena, doctor
Stevenson?" "Sí", contestó él. "Entonces, dígalo", insistió ella. "Me gustó mucho la
cena", obedeció él. "¿Le gustó muchísimo?" Ralph vio que yo tenía clavados los ojos
en él y que no tenía otra salida, así que respondió que sí, que le había gustado
muchísimo. Ella le preguntó: "¿Le ha gustado realmente muchísimo?" Y él debió decir
que le había gustado muchísimo. Ella soltó un suspiro de alivio y dijo: "Me complace
tanto que le haya gustado realmente muchísimo... En este restaurante hay una
norma: cuando un cliente ha disfrutado mucho, muchísimo, realmente muchísimo de
su cena, tiene que darle un beso a la cocinera. Es una mujer muy gorda. Hay dos
manera de llegar a la cocina. Puede entrarse por la puerta de adelante, pero también
por un pequeño túnel que nosotros llamamos la entrada trasera. Yo lo puedo llevar
por cualquiera de los dos lugares. Y bien, ¿por dónde prefiere ir, por la entrada
delantera ó por la trasera? Si vamos por la trasera no tenemos que recorrer todo el
camino hasta la cocina". Ralph me miró, dio vuelta la cabeza para el otro lado y dijo:
"Iré por la entrada trasera". "Gracias doctor Stevenson", dijo ella. "Su buena
disposición para ir por la entrada trasera es suficiente recompensa. Ahora permítame
que lo ayude con su saco y su sombrero, y regrese otro día".
La noche siguiente Ralph llevó a su esposa y a su hija al mismo restaurante; allí
estaba esa camarera esperándolo y luciendo una conducta profesional absolutamente
correcta. Yo la había instruido muy bien. En lo sucesivo, Ralph se sintió cómodo en el
restaurante cada vez que fue allí con su familia.
Le dije luego: "Ralph, tú sabes que a tu esposa y a tu hija les resulta cansador vivir
en Phoenix, con todo este calor y nada que hacer y a tu esposa le gusta bailar". "Yo
no sé bailar", acotó Ralph. "Me lo temía", continué. "Convine con unas hermosas
jovencitas para que te enseñaran a bailar. Por supuesto, tu esposa se ofreció a
hacerlo, pero pensé que tal vez tú preferirías a esas hermosas chicas".
Él dijo: "Le diré a mi esposa que me enseñe". Un día Ralph vino y me dijo: "¿Sabes?,
siempre tuve la ambición de ir a uno de esos bailes populares en que la gente danza
en grupo.
¿Crees que es correcto que concurra a uno de esos sitios?" "Sí, Ralph", le aseguré. "Es
una ambición excelente. Creo que te divertirás. Y mientras te diviertes, creo que a
cambio de ese placer muy especial podrías tocar el violonchelo para tu esposa y tu
hija, de modo que no tengan que escucharte detrás de la puerta del dormitorio".
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Ralph aceptó tocar en público para su esposa y su hija, y fue a muchos bailes
populares.
Descubrió que le gustaban los bailes populares en grupo. Salieron a bailar con su
mujer todas las noches, conoció todos los clubes bailables que había entonces en
Phoenix. Incluso me envió por correo una postal... fue muy gentil de su parte. Se veía
en ella dos excusados al aire libre, uno con el letrero "Vaqueros" y el otro con el
letrero "Vaqueras".
Le dije entonces: "Todavía tienes que salvar otro gran obstáculo para tu recuperación.
Hasta ahora lo estás haciendo bien. Mientras estuviste en Phoenix tu madre te ha
telefoneado dos veces por semana, y tú debiste contarle durante una hora cada vez
todo lo que estaba sucediendo, y ella te escribe de dos a cuatro largas cartas por
semana; y además de las charlas telefónicas, tú tienes que contestarle escribiendo no
menos de diez páginas por semana.
"Ahora bien, eso tenemos que modificarlo. Voy a cortar tu cordón umbilical. Cómprate
una mesa plegadiza y ponla delante de tu casa. Consíguete una botella de whisky
vacía que conserve la etiqueta y otra vacía a medias, con una etiqueta de lindos
colores. Cómprate un sombrero de paja y siéntate descalzo con los pies sobre la
mesa; la botella vacía tiene que estar caída sobre la mesa, con la etiqueta a la vista, y
la otra, parada en el medio de la mesa, también con la etiqueta bien visible. Tendrás
que ladearte el sombrero hacia un costado, entrecerrar los ojos y dejar el cuerpo
colgando en la silla. Tu esposa te pintará la nariz y las mejillas de rojo con lápiz labial.
En ese estado te sacaremos una fotografía y se la enviaremos a tu madre". Nunca
más volvió la madre a telefonearle ni a mandarle cartas. Un verano Ralph le escribió
diciéndole: "Laura, Carol y yo nos iremos de vacaciones a la cabaña del lago en tal y
tal fecha". Fueron, y la madre no apareció. Pasaron unas lindas vacaciones.
Un día la hija vino a verme y me dijo: "Pronto va a ser Navidad. Papá jamás me hizo
un regalo de Navidad ni de cumpleaños, nunca me mandó una tarjeta ni me dio un
beso para esas fechas. Me gustaría tener en casa un árbol de Navidad". Llamé a su
mujer y le dije: "Estoy demasiado ocupado para ir a comprar un árbol de Navidad con
Ralph, y para ayudarlo a adornarlo. ¡Adelante!, consiga ese árbol, adórnelo y compre
todo los regalos que quiera para usted, para su hija y para Ralph. Cuando él vea el
árbol de Navidad no hará preguntas; tendrá un estremecimiento cuando vea los
paquetes porque se dará cuenta de que yo estoy detrás de esto de alguna manera".
Las vísperas de Navidad, mi esposa, mi hijo mayor y yo preparamos el ensayo.
"Ralph", le dije, "hay gente que tiene por costumbre abrir los regalos las vísperas de
Navidad; los Erickson tenemos por costumbre abrirlos el mismo día de Navidad. Así
que iniciemos tu costumbre en las vísperas. Ahora bien, hay una sola manera de
entregar un regalo en Navidad. Lo tienes que sacar del árbol (hace un gesto
mostrándolo) y alcanzárselo a la destinataria; la llamas por su nombre, le deseas Feliz
Navidad y le das un beso".
Ralph se acercó al árbol a regañadientes. Yo había acomodado convenientemente los
regalos. Tomó un paquete y se dirigió hacia su hija. Mirando el piso, le dijo: "Feliz
Navidad, Carol", y la besó en la mejilla.
"Carol, ¿es esa la forma correcta?", pregunté yo. "No lo es", respondió Carol. "Lo que
me dio fue un picotazo en la mejilla, y apenas le escuché decir 'Feliz Navidad' o
llamarme por mi nombre". "¿Qué harás, Carol?", pregunté. "Hagámosle una
demostración", respondió ella. "Eso me temía", acoté yo. "Por eso hice venir a mi hijo.
El tiene tu edad y es bastante buen mozo, así que puedes elegir entre él y yo". "Lo
elijo a usted, doctor Erickson", dijo Carol. Puso de vuelta en el árbol el regalo que yo
había seleccionado. Caminé hacia ella y le dije: "Feliz Navidad, Carol"; ella me echó
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los brazos al cuello y se quedó prendida en un abrazo de diez minutos. Luego dijo:
"Papá, no nos estabas mirando. Tendré que repetirlo". La segunda vez Ralph miró.
Cogió luego el segundo regalo, que yo había dispuesto para su mujer. Ralph la miró:
ella nos estaba mirando a mi hijo y a mí. Ralph caminó hacia ella y le dijo: "Feliz
Navidad, Laura", y la besó en la boca. El resto de los regalos fueron correctamente
entregados. (Se ríe.)
Otra vez vino Carol y me dijo: "Voy a casarme”. Papá solía asistir a todas las bodas de
sus pacientes, y siempre se largaba a llorar en medio de la ceremonia, con tal fuerza
que se lo oía en toda la iglesia. Yo quiero casarme en la iglesia, pero no quiero que mi
padre berree como un ternero y moleste a todo el mundo con su llanto.
¿Puede evitarlo?" "Sí, puedo", le aseguré. Simplemente dile a tu madre que se siente
en el banco del lado del pasillo, y que Ralph se siente a su izquierda. Yo me sentaré a
la izquierda de él". Ralph se mostró sorprendido cuando me vio sentarme junto a su
mujer y a él. Yo le tomé la mano, le agarré el dedo índice y le hice la llave china. (Lo
demuestra apretando fuertemente con la mano izquierda los nudillos del dedo índice
de la derecha.) Fue una experiencia muy dolorosa para él. A medida que avanzaba la
ceremonia su rostro comenzó a demudarse, con signos de largarse a llorar, le retorcí
los dedos y su mirada llorosa fue remplazada por otra de cólera. La ceremonia
trascurrió en la mayor calma. Luego le dije: "Carol va a saludar a los invitados en el
atrio. Ralph, tú y yo podemos ir tomados de la mano, ¿o piensas que puedes
arreglarte solo?" "Me arreglaré solo". contestó Ralph y lo hizo.
Ralph proyectó una casa para su esposa en Empalme Apache; ella escogió el lugar.
Hizo poner una línea telefónica y construir la casa de acuerdo con las indicaciones de
su mujer.
Antes de que la casa estuviera terminada Ralph vino a verme y me dijo: "Durante los
dos últimos meses he tenido dolor de vejiga".
"Ralph", le contesté, "a tu edad, dejar sin atender por dos meses un dolor de vejiga...!
Tú sabes que tendrías que haber venido a verme antes". "Sí, lo sé, pero tú me habrías
dicho que viera a un médico, y no quiero". "Descríbeme ese dolor": le pedí. Me hizo
una descripción absolutamente perfecta. "Ralph ", le dije, "confío en que sea un tumor
benigno. Creo que tienes una afección en la próstata. Quiero que veas a un urólogo".
"No voy a ver a ningún urólogo", replicó él, "tú no puedes obligarme." "Lo charlaré
con tu esposa y tu hija", comenté. "Eso es. Yo no veré a ningún urólogo".
Después que su esposa e hija se lo imploraran durante algunas semanas, consintió en
ir al urólogo. "Pero uno que no sea de Phoenix", aclaró. "¿Dónde quieres ir?", le
pregunté. "Bueno, podría ir a la Clínica Mayo". "¿Cómo viajarás?" "No me gusta viajar
en avión ", respondió. "Eso significa que tendrás que ir en tren o en ómnibus.
El ómnibus hace demasiadas paradas y puedes cambiar de idea, así que sugiero que
vayas en tren. Pues bien, Ralph, ¿necesito enviar dos hermosas enfermeras para que
te acompañen y se aseguren de que llegas a Mayo, o me darás tu palabra de que irás
solo?" Ralph suspiró y dijo: "Te daré mi palabra de que iré solo".
La verdad es que tomó un avión de Chicago a Rochester, en Minnesotta, y me llamó
desde Mayo para decirme que había llegado.
Yo volví a llamar a Mayo para averiguar si era cierto, y lo era. Lo examinaron y lo
operaron. Le dijeron: "Si hubiera venido dos meses antes le podríamos haber salvado
la vida. Ahora, nuestra mejor conjetura es que vivirá dos años más... así que vívalos
lo más feliz que pueda". Ralph regresó y me lo contó. "Te lo tendría que haber dicho
de entrada, porque sé que tú me habrías obligado a ir. Ahora me quedan dos años de
vida. ¿Tienes alguna sugerencia para hacerme?" "Apúrate a terminar esa casa", le
aconsejé, "y goza de todos los placeres sociales que puedas, ve a cenar, a bailar".
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En sus últimos meses Ralph se puso muy enfermo y debió guardar cama. Estuvo un
mes en cama antes de morir. Yo fui a visitarlo en su lecho de muerte; estaba
cuidándolo una enfermera. Tan pronto entré en el cuarto, ella se dio vuelta, y al
verme dijo: "¡Oh, es usted, doctor Erickson! No voy a permanecer en este cuarto
junto a usted". Se levantó y salió.
"¿Por qué te ha tratado de ese modo?", preguntó Ralph. "Tiene sus buenos motivos,
pero no te preocupes. Yo manejaré la situación". Conversamos un rato y nos
despedimos; Ralph me agradeció que le hubiera hecho disfrutar de algunos años
felices, y añadió con franqueza: "No me gustó la forma en que hiciste ciertas cosas".
En cuanto a la enfermera, alrededor de dos meses más tarde me llamó y me dijo:
"Doctor Erickson, yo soy la enfermera que estaba con el doctor Stevenson. Cuando lo
vi a usted entrar a la habitación dije que no permanecería allí con usted. ¿Recuerda
por qué lo hice?" "Sí", contesté yo. "Hace mucho tiempo, yo le dije: 'Su marido pasa
la buena vida como mecánico. Usted trabaja el año entero como maestra y en verano
como enfermera, y todo lo que gana lo destina a pagar sus impuestos, los de su
marido y todo lo que gastan para vivir. Todo eso sale de lo que usted gana. Usted
tenía un chico de tres años cuando la vi por primera vez. Me contó que su marido
había comprado un automóvil pero no estaba contento con él, y como era mecánico
se dedicó a convertirlo en el superauto del futuro. Me contó usted entonces que su
marido dedicaba todas sus horas libres, todas sus tardes, todos los domingos y
feriados, trabajando en ese super-superauto, y gastando todos sus ingresos en la
compra de nuevas piezas y repuestos que después descartaba; compraba cada vez
más piezas y nunca quedaba satisfecho, y hasta gastó ese año en un registro para dar
de vez en cuando la vuelta a la manzana con ese auto si es que el motor lo permitía.
Compró un chasis nuevo, una nueva carrocería, nuevos capos, nuevos motores, todo
nuevo.
"Años atrás, cuando la vi a usted por primera vez, le dije que su hijo, criado en esa
clase de hogar, en que la madre se desgañitaba por mantener a la familia y permitía
que su marido derrochara todo el dinero armando un super-superauto, al que le
dedicaba cada minuto de sus horas de vigilia... le dije que su hijo de tres años,
cuando creciera, sería arrestado por un delito vinculado con automóviles antes de
cumplir los 15 años".
"Sí, esa es la historia", concedió ella. "y yo me enojé tanto con usted que no quise
pagarle sus honorarios. Todos estos años estuve ardiendo de rabia. El mes próximo
mi hijo cumplirá 15 años; fue arrestado por andar de juerga con el auto, luego le
dieron la libertad condicional, pero robó otro auto y perdió la fianza. El mes que viene
cumplirá los 15. Le enviaré a usted por correo un cheque para abonarle lo que le
debo".
"No se moleste", le dije, "ya ha pagado muy cara su lección, me gustaría darle algún
consejo más. ¿Cuándo tiene que renovar su marido la licencia de conductor?". "Este
mes". "Así lo suponía", agregué, "lo tengo anotado en su legajo. Esta vez no le preste
el auto que conduce usted; deje que vaya a dar el examen de conducción con su
super-superauto del futuro".
Así que su marido fue a renovar la licencia de conductor. Pasó el examen escrito, y el
inspector lo llevó afuera para la prueba de manejo. Cuando se estaban acercando al
auto, le preguntó: "¿Esa cosa maneja usted?". Dio una vuelta alrededor del vehículo,
levantó el capó y miró dentro; revisó el auto por los cuatro costados, luego abrió el
baúl y llamó a otro inspector para mostrarle el aspecto de ese artefacto. Conversaron
entre sí, se acercaron a él y le comunicaron: "Si lo hubiéramos visto llegar en ese
auto hasta esta playa de estacionamiento, le haríamos la boleta; pero no lo vimos, y
no queremos que maneje eso por la calle. Notificaremos a la policía. Lo único que
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usted puede hacer es llamar a una empresa de remolques. Le recomendamos que lo
haga remolcar hasta el vaciadero municipal, o que se los venda a ellos para pagar el
rescate". El sujeto persuadió a los de la empresa de remolques para que se lo
compraran.
Cuando lo llevaron a su casa, le explicó la situación a su mujer y le pidió disculpas.
"Lo siento", le dijo, "de ahora en más te daré mi chequera y dejaré que tú te
encargues de comprarme un auto para trabajar. Renunciaré a mis ambiciones". Ella le
respondió amargamente: "Junto con ese superauto tuyo estás renunciando a tu hijo.
Te compraré un auto y usaré tu chequera una vez por semana". (Al grupo:) ¿No es
una historia horrible?
Sid: ¿Qué tenía ese superauto que lo hacía tan detestable?
E.: El chasis no correspondía a la carrocería. El motor era demasiado grande para un
auto de ese tipo. El carpurador no era el adecuado. Los inspectores estaban furiosos;
le dijeron que por milagro no le había pasado nada, y le preguntaron cuántos
kilómetros había andado con él. No había andado mucho... unos tres kilómetros.
Dijeron que probablemente aguantaría hasta que lo remolcasen al vaciadero.
Sid: ¿Tú viste el auto? ¿Supusiste que pensarían eso?
E.: Es lo que le dijo el inspector, él se lo contó a su esposa y ella me lo contó a mí.
Sid: Sí, pero tú le aconsejaste a la esposa que llevara el auto de él para el examen.
E.: Sí.
Sid: Sabías que algo iba a pasar.
E.: Porque la esposa me contó cuántos conjuntos de guardabarros diferentes él había
comprado, y ninguno se amoldaba al capó; compró entonces nuevos capos, que no se
amoldaban a los guardabarros. Luego compró un chasis que no se amoldó ni a los
guardabarros ni al capó, y una nueva puerta para el baúl que no correspondía a este.
Sid: Ya veo.
E.: Nunca volví a ver a la mujer. Sólo tuvimos esa amarga conversación en que me
sintetizó lo dicho por el inspector, lo que le aconsejaron al marido, y lo que luego
sucedió.
Hay personas a las que uno no puede ayudarlas. Puede probar. La técnica de choque
que yo probé con ella fue equivocada. Le mencioné las consecuencias de su manera
de proceder. Ella debía saber que si su marido ganaba un sueldo mayor que el de ella,
tenía que pagar sus propios impuestos y aportes jubilatorios; pero los pagaba ella y
me pareció que esa situación demandaba una terapia de choque. Es obvio que ella ni
siquiera se daba cuenta del error de abonar los impuestos y aportes del marido.
Sid: ¿Qué clase de terapia, a tu juicio, habría sido mejor?
E.: Sé que yo no podría haber intentado nada con ese hombre. Estaba obsesionado
con la idea de su super-superauto del futuro, y orgulloso de su habilidad como
mecánico. No había manera de sacarle esa idea de la cabeza, y ella no habría
reaccionado ante la verdad desnuda. El tendría que mantener a su mujer. Ella no
tenía por qué pagar sus aportes jubilatorios y su impuesto a los réditos y su registro
de conductor, y además prestarle su propio auto cada tantos años para que rindiera el
examen.
¿Hasta qué punto puede ser ciega una mujer? Las mujeres pueden ser terriblemente
ciegas.
Sid: Y los hombres también. En otras palabras, tú no podías hacer nada para abrirle
los ojos.
178
E.: No encontré la manera. Lo intenté... primero mostrándome muy cordial, y luego
diciéndole la verdad con toda franqueza. Pero creo que me llamó porque al principio
me mostré cordial con ella. Cuando vi que la cordialidad había fracasado, le presenté
la dura verdad, pero tampoco eso pudo aceptar.
¡Ah, sí!, un par de años más tarde volvió a telefonearme. Me dijo:
"No estoy trabajando este verano. Me he tomado vacaciones".
Ahora les relataré otra historia. Ralph me contó lo siguiente: "La hermana de mi
madre vive en Milwaukee. Tiene 52 años. Se quedó soltera. Tiene fortuna propia. Hay
una sola cosa en la vida que le interesa a mi tía: concurrir a la Iglesia Episcopal en
todas las ocasiones posibles. No ha hecho amigos allí; nunca habla con nadie; al
finalizar el sermón se escabulle sigilosamente. Simpatiza conmigo y yo con ella, pero
en los últimos nueve meses ha estado horriblemente deprimida. Tiene un ama de
llaves y una mucama que vienen todas las mañanas y se encargan de los quehaceres
domésticos, la comida y las compras. Le paga a un operario para que le cuide el jardín
y le despeje la vereda de nieve en invierno. El ama de llaves dirige todo.
"Mi tía no hace otra cosa que leer la Biblia e ir a la iglesia. No tiene amigos. Está
peleada con mi madre, y no se hablan. Yo, no me siento en condiciones de visitada
muy a menudo. Siempre le tuve estima, y sé que en los últimos nueve meses ha
estado profundamente decaída. En su próximo viaje a Milwaukee para dar
conferencias, ¿podrías hacerle una visita y ver qué puedes hacer por ella?"
Un día fui a visitarla al caer la tarde; el ama de llaves y la mucama ya se habían
retirado. Me presenté dando muchos detalles. Ella se mostraba muy pasiva, y le pedí
que me hiciera conocer la casa. Era lo bastante pasiva como para permitir esa visita
guiada. Me acompañó a todos los cuartos.
Miré todo con sumo cuidado. En un cuarto con amplios ventanales vi tres violetas
africanas adultas de distintos colores, en plena floración, y un macetero en que estaba
germinando otra.
Sabrán ustedes que las violetas africanas son plantas muy delicadas, se mueren al
más leve descuido. Cuando vi esas tres violetas africanas de distintos colores le dije:
"Voy a darle algunas prescripciones médicas, y quiero que las cumpla, ¿comprende?
¿Aceptará cumplirlas?" Aceptó pasivamente. Continué: "Mañana mandará a su ama de
llaves a un vivero o a una florería y adquirirá violetas africanas de todos los colores
que existan". Creo que en esa época había trece tonalidades distintas de violetas
africanas. "Serán sus violetas africanas y va a cuidadas con gran esmero. Es una
orden médica.
"Luego le dirá a su ama de llaves que le compre 200 macetas para regalo y 50
maceteros para cultivo, además de tierra fértil. Quiero que arranque una hoja de cada
una de sus violetas africanas y las plante en los maceteros para que germinen nuevas
violetas maduras". Estas plantas se reproducen plantando la hoja. "y cuando ya tenga
una provisión adecuada de violetas africanas, quiero que le envíe una a cada bebé
recién nacido de las familias que concurren a su iglesia. Quiero que envíe una violeta
africana a la familia de cada bebé bautizado en su iglesia. Quiero que envíe de regalo
una violeta africana a todas las personas de su congregación que estén enfermas. Si
una muchacha anuncia sus esponsales, quiero que le envíe una violeta africana. Si
una pareja se casa, quiero que les envíe violetas africanas. Si se produce un
fallecimiento, enviará una tarjeta de condolencias junto con una violeta africana. Y
para las ferias que organiza la iglesia... contribuirá con una o dos docenas de violetas
africanas para su venta".
Yo sabía que en cierto momento había llegado a tener en su casa 200 violetas
africanas. Cualquier persona que deba cuidar 200 violetas africanas estará demasiado
179
ocupada como para deprimirse. (Risa general.) Ella murió a los setenta y pico,
después de ser condecorada como "La reina de las violetas africanas de Milwaukee".
Yo la vi esa sola vez. (Se ríe.)
Sid: y sin duda había hecho muchos amigos.
E.: Seguro, tenía amigos de todas las edades. Si un chico se enfermaba y recibía una
hermosa maceta con una hermosa planta, ella se convertía automáticamente en su
amiga. Los padres del chico se sentirán tan agradecidos que le pedirán a éste que
vaya a agradecerle cuando mejore. Así que se mantuvo en plena actividad durante
más de veinte años. Creo que eso fue lo importante... no comprender su pasado, ni
por qué se había quedado soltera.
Sid: Hacer.
E.: Hacer algo que fuera social. Pero ella no advirtió hasta qué punto era un asunto
social; simplemente quedó atrapada. Esa es otra cosa por la cual Ralph me estuvo
muy agradecido.
Un estanciero vino a verme con su mujer y me dijo: "Hace nueve meses que está
deprimida y amenaza suicidarse. Tiene artritis. No hace mucho que nos casamos. Le
atacó fuertemente la artritis y fue a ver al cirujano traumatólogo para que la tratase.
Yo la he llevado a psiquiatras para que le hicieran psicoterapia. Todos recomendaron
que cuando pasase de la cincuentena se la sometiera a un choque eléctrico o
insulínico.
"Quiere dar a luz un bebé, pero el traumatólogo le dijo: 'Si usted queda embarazada
su artritis empeorará; yo no se lo aconsejaría, ya que su situación es de por sí
bastante desfavorable'. Fue a un obstetra que le dijo: 'No le recomiendo que quede
embarazada. Su situación ya es muy desfavorable y su artritis podría agravarse. Tal
vez sea incapaz de tener la criatura"'.
Su esposo vino a verme con ella; yo le pedí a ella que me diese su versión. Me dijo
que para ella quedar embarazada era más importante que seguir viviendo. El marido
acotó: "Tengo que cuidar que no tenga a mano ningún cuchillo filoso". Porque un
suicida se matará por más cuidado que uno ponga... pueden sobrevenir muchas
postergaciones antes de que se produzca el suicidio.
Le dije a la mujer: "Señora, usted dice que quedar embarazada es para usted más
importante que su vida. El obstetra no se lo aconseja, el traumatólogo no se lo
aconseja. Tampoco sus psiquiatras. Mi consejo es que quede embarazada lo antes
posible. Si su artritis empeora, puede guardar cama y disfrutar de su embarazo. Y
cuando llegue el momento del parto puede hacerse una cesárea. No hay ninguna ley
que se lo impida. Es lo más sensato".
De modo que la mujer pronto quedó embarazada, y su artritis mejoró, se le pasó la
depresión y tuvo nueve meses de embarazo muy felices. Dio a luz sin inconvenientes
y realmente disfrutó con Cynthia, como había llamado a la beba. Su marido está
contentísimo.
Desgraciadamente, cuando Cynthia tenía seis meses tuvo el síndrome de la muerte
súbita. Unos meses más tarde, el hombre vino con su esposa y dijo: "Está peor que
nunca". Le pedí a la mujer que me contara. "Simplemente quiero morir", dijo ella. "No
tengo razón alguna para vivir". Muy áspera y meticulosamente le dije: "Señora,
¿cómo puede ser tan necia? Durante nueve largos meses tuvo usted la mejor época
de su vida, ¿y ahora quiere matarse y destruir esos recuerdos? Eso no está bien.
Disfrutó de Cynthia durante seis meses encantadores. ¿Va usted a destruir esos
recuerdos? Pienso que eso es criminal. Así que su marido la llevará a casa y le
conseguirá un brote de eucalipto, usted le indicará dónde tiene que plantarlo. Los
180
eucaliptos crecen muy rápidamente en Arizona. Quiero que le ponga como nombre
'Cynthia' y lo observe crecer, aguardando el día en que pueda sentarse a su sombra".
Un año más tarde fui a verla; el brote había crecido con suma rapidez. (Yo tenía en mi
terreno uno que sólo tenía seis años y ya había alcanzado los veinte metros de
altura.) Ella me dio la bienvenida; ya no estaba forzada a guardar cama o a
permanecer sentada en una silla: había tenido una notable mejoría en su artritis y
caminaba por todos lados. Tenía unos canteros que ocupaban más espacio que todo
su edificio. Me llevó a mirarlos y me mostró todos sus diferentes tipos de flores. Me
regaló un ramo de guisantes de olor para que llevara a casa.
A veces los pacientes no pueden pensar por sí mismos. Uno puede hacer que
empiecen a pensar en forma realista y buena. Cada flor que ella cultivaba la hacía
recordar a Cynthia, igual que el eucalipto que bauticé con su nombre.
Usé ese mismo programa en muchísimos casos. Tenía un paciente que trabajaba en la
Compañía de Aluminio Reynolds y que padecía de un fuerte dolor de espaldas. Lo hice
dialogar conmigo sobre su dolor, su vida familiar, su dura faena en la compañía, su
sueño de tener una casa propia. Construyó una casa acorde con sus sueños para
complacer a su esposa, pero le insumió hasta el último céntimo de sus ahorros, y la
hipoteca era para él una pesadísima carga. Me contó que lo que peor lo hacía sentirse
era que desde chico había soñado tener una casa propia rodeada de un cerco de
maderas blancas. "No puedo comprar ni una sola tabla más, y mi espalda me duele
demasiado como para ponerme a construir el cerco. Lo quería pintado de blanco, esa
casa tan soñada no me contenta. Vuelvo a casa de trabajar, me tiro en la mecedora y
ese es el único alivio que tengo. Cuando me siento a la mesa la espalda vuelve a
dolerme".
Yo le dije: "Quiero verlo una vez más, pero antes me gustaría que viera a un
reumatólogo amigo mío. El me debe un montón de dinero y le diré que no le cobre. Lo
pondremos a cuenta de su deuda".
Este reumatólogo era un profesional muy idóneo. Le hizo un cuidadoso examen y me
dijo: "No presenta ninguna patología orgánica real. Creo que este hombre siente
demasiado pesada la carga de la vida en sus espaldas". Le dijo que me viera de
nuevo.
Cuando vino le dije: "No puede comprar suficientes tablas para construir el cerco
alrededor de su casa y de su gran terreno, y ha soñado con eso muchísimos años.
Pues bien, creo que disfrutaría yendo al Depósito de Mercadería de Beacon. Tienen allí
muchos artefactos embalados, y cuando los sacan de sus embalajes arrojan gran
cantidad de maderas de segunda mano al patio trasero. Hay en la ciudad otros varios
lugares, mueblerías, que tienen objetos embalados o en grandes cajones. Creo que
disfrutaría yendo a esos lugares, donde encontraría las tablas que precisa para su
cerco. Y darles una mano de calle saldrá barato. Podrá tener el cerco blanco alrededor
de su terreno y gozar de él. Y gozará con la pintada, que no le saldrá mucho. Por
supuesto, de vez en cuando tendrá que volver a darle una mano, pero para entonces
ya habrá ahorrado trabajando duro. Así podrá poseer la casa de sus sueños, con el
cerco blanco". Encontró muchas maderas de segunda mano en el depósito de Beacon
y en diversas mueblerías, y tuvo al fin su cerco blanco. ¿Por qué no, después de todo?
Cuando mi hijo Bert se fue de Phoenix dijo que quería ganar algún dinero para poder
comprarse maquinaria para la granja. Una de las empresas para las que trabajaba
siempre trasportaba los materiales embalados en madera de abedul. Bert le aseguró a
su patrón que apilaría esas tablas de desecho o haría lo que él quisiese con ellas. "Si
las tiras a la basura ahorraré plata", le dijo el patrón. "Algún uso les daré", le
respondió Bert. Y se construyó una casa de madera de abedul, y convirtió con ella su
181
automóvil en casa rodante y llevó a su familia de gira por las Montañas Rocallosas. Yo
creo que la gente tiene que trabajar.
Aquí va otro ejemplo: Un hombre puso un aviso diciendo que tenía 12.000 naranjos
adultos a los que había dejado secar. Estuvieron secos unos cuantos años. Un agente
inmobiliario le ofrecía comprarle todo ese naranjal, por lo cual anunciaba la entrega de
esos 12.000 naranjos a cualquiera que fuera a cortarlos. Hizo publicidad por
televisión, pero nadie apareció.
Ahora bien, cuando los árboles se secan pero quedan en pie, son madera curada, y la
madera de naranjo es muy buscada por las fábricas de muebles. Doce mil troncos de
naranjos adultos son una fortuna para cualquiera que realmente quisiese hacer
dinero; porque con una sierra a cadena se pueden cortar alrededor de quinientos, o
quizás un millar por día. Se les saca las ramas y se los corta a ras del suelo, y luego
se apilan los troncos. Es trabajo duro... pero uno tendría así un valioso lote de madera
para vender a una fábrica de muebles. El hombre que les digo puso avisos durante
seis meses, y al fin tuvo que prenderle fuego a los árboles secos. Si mi hijo hubiera
estado por aquí, yo lo habría mandado con una sierra a cadena y un camión alquilado.
Cuando la depresión económica empezó a hacer sentir sus efectos, muchas personas
se lanzaron a limpiar los terrenos aledaños a sus casas de latas y botellas vacías y de
maderas viejas. Algunos que antes vivían de la caridad pública llegaron a hacer varios
centenares de dólares por semana.
Sid: ¿Conoces algo que sirva para lograr que la gente renuncie a los seguros de
desempleo? Yo tengo un paciente con dolor de espalda, como el que tú mencionaste.
Usé la hipnosis para averiguar la causa de su dolor. Finalmente trajo a colación "el
olor de pintura", y se lanzó a una diatriba contra sus patrones anteriores, que lo
habían maltratado durante muchísimos años y al fin lo despidieron mientras él estaba
en el hospital después de un accidente. Me dijo: "La compañía de seguros me trata
muy bien. Es una maravillosa compañía". Parece dispuesto a seguir aprovechando ese
seguro el resto de su vida.
E.: Lo sé, tengo muchos de esos pacientes.
Sid: ¿Hay alguna manera de lograr que renuncien a eso?
E.: Los debes interrogar meticulosamente sobre sus sueños de infancia, sus anhelos
infantiles y lo que realmente les gustaría hacer. Como yo hice con ese sujeto al que le
dolía la espalda. Era un dolor por una antigua carga. El quería poseer la casa soñada,
con el cerco blanco.
Sid: Sí, de acuerdo.
E.: Tengo un amigo en Portland, estado de Oregon, llamado Don. Una vez que fui por
allí en gira de conferencias, pasé varios días en su casa. Es cirujano plástico y tiene
aptitudes para la hipnosis. Cierta noche lo llamaron por una emergencia. Un
automovilista que viajaba a gran velocidad fue arrojado del vehículo y rodó más de
seis metros por un camino de grava. Le quedó el rostro hecho un espanto, y cuando
llegó al hospital estaba con enormes dolores.
Don le dijo: "¿Sabe?, antes de poder darle algún anestésico tengo que lavarle el
rostro... ¿ha oído hablar alguna vez de los violines?" El paciente le respondió: "Me
está doliendo mucho. No quiero oír nada sobre violines". "La manera de construir un
violín es la siguiente", continuó Don. "Uno va manejando en su automóvil, mirando a
uno y otro lado, y de pronto ve un árbol viejo, un tocón o algún pedazo de madera
tirado. Lo examina con atención. Luego toma lija y cepillos, se sienta junto a él y
empieza a lijarlo y barnizarlo. Así se hacen violines y violonchelos". Don se lo explicó
con lujo de detalles. El paciente seguía gritando: "¡No quiero oír nada de violines! ¿Por
qué no se pone a trabajar en mi cara?" Don siguió conversando jovialmente sobre los
182
violines. Le contó que había ganado un concurso nacional de música folklórica como
violinista, que había participado en certámenes en todo Estados Unidos y salió
triunfante. Le habló del mirto y de otros tipos de maderas utilizadas, de su textura, de
la forma en que toma el barniz. "¿Cuándo se va a poner a trabajar en mi cara?",
insistía el paciente. "Bueno", respondió Don, "primero tengo que lavársela y sacarle
un poco de grava. ¿Conoce esta melodía?" Y siguió aburriéndolo, aburriendo su dolor.
Al fin le dijo a la enfermera: "¿Qué tal hice mi tarea?" El paciente exclamó: " ¡Ya me
cosió toda la cara!"
Sid: Aburriendo su dolor... ¡Eso es magnífico!
E.: Contó Don: "El paciente estaba enormemente sorprendido. Me preguntó cómo
podía pagarme lo que había hecho por él, recordándome, le dije yo".
Sid: ¿Cómo?
E.: "Recordándome.", le dijo. Algún tiempo después, mi amigo consiguió un bloque de
madera con el cual hizo varios violonchelos y violines.. A veces uno parece estar
diciendo tonterías, pero saca al dolor de la mente del paciente, y Don hace eso a la
perfección. (Al grupo:) ¿Qué hora es, por favor?
Sid: Las cuatro y veintidós.
E.: Debería darles vergüenza... otra vez me han hecho trabajar más de la cuenta. Mi
voz se está poniendo cada vez más espesa. Pero, ¿saben una cosa?, el grabador de
cinta jamás presta atención a mis defectos de pronunciación. Registra lo que digo y lo
repite muy bien. No graba los defectos. En un grabador yo parezco tener buena voz.
Sid: Excelente.
Mujer: Gracias.
Siegfried: Mañana no hay sesión. Mañana es sábado.
E.: Tiempo de descanso para mí. Me lleva como dos días reponerme.
(Risa general.) ¿Y, Sidney?
Sid: ¿Sí?
E.: Mientras mirábamos al grupo... Confío en que lo hayas hecho con atención. Porque
cuando se da una clase ante un grupo de alumnos y se los observa con cuidado, se
advierten pruebas de lenguaje subliminal.
Sid: Oh, sí. Vi muchos de esos casos. Los sentí en mí mismo también. ¿Tú quieres
decir verdadero lenguaje subliminal, no meros movimientos?
E.: Lenguaje subliminal y movimientos.
Sid: Sí. Yo me percato más de los movimientos.
E.: Y es sorprendente la cantidad de chicas que son cobardes.
Sid: ¿Cobardes? ¿En qué sentido?
E.: Cuando uno mira a sus alumnos de vez en cuando, ve en ellos una cierta
expresión facial. Mi larga experiencia me dice qué significan esas expresiones faciales.
Habitualmente las chicas son demasiado cobardes para verbalizarlas o para actuar de
acuerdo con ellas.
Sid: Ajá.
E. (a una mujer): Leí su rostro.
Mujer: ¿De veras? (Risas. Los asistentes agradecen al doctor Erickson, le piden
autógrafos, y luego se retiran.)
183
Apéndice. Comentario sobre las inducciones efectuadas con Sally y Rosa
En este "Apéndice" se registra un diálogo que mantuvimos Erickson y yo acerca de las
inducciones que él efectuó con Sally y Rosa el día martes. Este diálogo tuvo lugar en
dos oportunidades diferentes. El 30 de enero y el 3 d febrero de 1980. Las inducciones
mencionadas se habían realizado seis meses antes. Erickson y yo las observamos en
la videocinta, deteniendo con frecuencia la proyección para comentar aspectos de su
tarea.
Para quienes se interesan por la hipnosis, será un valioso ejercicio estudiar las
inducciones tal como aparecen en el texto precedente e inferir de él lo que Erickson
estaba haciendo realmente en cada caso; y luego, comparar dichas inferencias con el
contenido de este "Apéndice". Según dijimos ya en la "Introducción", es preciso ser un
observador sagaz para captar algo más del 50% de las sutiles formas de
comunicación que Erickson empleó para influir en Sally y en Rosa.
Primera reunión de comentarios
Z.: Es martes, segundo día del seminario, y Sally no asistió el primer día. Han pasado
más o menos quince minutos de la sesión cuando aparece en la puerta del
consultorio. Usted está contando la historia de la chica que mojaba la cama y que le
regaló a usted el pulpo de esñamazo púrpura. Sally llega tarde y usted la utiliza de
inmediato como sujeto. Es una inducción excelente. Muy, muy buena.
E.: ¿Por qué se esconde usted allí atrás? (Se da vuelta y le habla a Sally.)
S.: Estaba esperando un momento oportuno para interrumpir. Veamos si puedo
conseguir un asiento.
E.: Yo puedo retomar en cualquier punto, así que entre y siéntese.
S.: ¿Hay un lugar allí atrás?
E. (a Rosa, sentada en el sillón verde, a su izquierda): Se puede correr ese asiento.
(Le indica a Rosa que se corra a la izquierda para hacerle lugar a Sally.) Puede poner
otra silla aquí (señala un sitio libre a su izquierda.) Denle una silla. (Un hombre ubica
una silla plegadiza junto a Erickson, a su izquierda. Sally se sienta y gira el cuerpo
hacia él cruzando las piernas.)
E.: No es preciso que cruce las piernas.
S. (riéndose): Me imaginé que haría algún comentario sobre eso. De acuerdo
(Descruza las piernas.)
E.: Tal vez nuestros visitantes extranjeros no conozcan esta rima: "A dillar, a do llar,
a ten o 'clock scholar". Pero usted la conoce, ¿no?
S.: No.
E.: ¿Captó la significación de "A dillar, a dollar"?
Z.: Sí, la capté, es excelente. "A dillar, a dollar, a ten o'clock scholar, what makes you
come so soon. You-used to come at ten o'dock and now you come at noon".
E.: Ajá. Evoca los recuerdos de la infancia.
Z.: Sí, fue encantador. Ahora bien, usted decidió de inmediato que iba a utilizarla a
ella como sujeto.
E.: Ajá.
184
Z.: ¿Y era una especie de castigo por su impuntualidad?
E.: No, la desconcerté.
Z.: Sí.
E.: Y le di algunos felices recuerdos de infancia cuando se sentó junto a mí.
Z.: Sí, la hizo sentar ahí.
E.: Ajá, ¿y qué chico no quiere sentarse en la escuela junto a la maestra? (Se ríe.)
Z.: Bueno, hay cuatro aspectos notorios de su personalidad, y usted los aprovecha
todos magníficamente. Uno es que ella manifiesta múltiples contradicciones; por
ejemplo, no quiere ser vista, pero llega tarde, con lo cual llama la atención sobre sí.
Un segundo rasgo de su personalidad es que se trata más bien de una personalidad
"dominante". Un tercer rasgo es que tiene necesidad de ser muy precisa y de no
equivocarse; de ahí que cuando dice algo no quiera comprometerse. Tiene una
manera muy particular de no comprometerse, ya lo veremos enseguida. Un cuarto
rasgo es su terquedad.
Cuando entra a la sala, señala hacia la parte trasera del cuarto, y usted la hace
sentarse adelante. Después cruza las piernas y usted le dice que no necesita cruzar
las piernas. Ella se ríe y las descruza diciendo: "Imaginé que haría algún comentario
sobre eso". Es otra manifiesta contradicción, porque no se permite ser "dominada"
verbalmente, aunque su lenguaje corporal y el resto de su conducta muestran un
mayor grado de cooperación.
E.: Ella dijo: "Me imaginé que haría algún comentario sobre eso". Eso está dentro de
ella.
Z.: No lo sigo.
E.: "Debes descruzar tus piernas". Eso viene de afuera hacia adentro. Cuando uno las
descruza y hace un comentario sobre ellas, es uno en su interior, que comenta su
comportamiento interno.
Z.: De modo entonces que ella estaba ya orientada hacia su interior y comentaba
acerca de su comportamiento interno. Ya veo.
E.: Ella expresaba sus propias esperanzas.
Z. (riendo): De que usted haría un comentario sobre su cruzarse de piernas.
E.: Ajá.
E. (con incredulidad): ¿Nunca oyó hablar de "A dillar, a dallar, a ten o 'clock scholar?
S.: No sé cómo sigue.
E.: Francamente, yo tampoco. (Sally se ríe.)
Z.: Pero eso no era cierto. Usted sabía cómo seguía.
E.: Ajá.
Z.: ¿Lo hizo para
impuntualidad?
mantener
inconciente
E.: Me apresuré a concordar con ella.
Z.: Creando así un ámbito común.
E.: Ajá.
185
su
comentario
indirecto
sobre
su
E.: ¿Se siente cómoda?
S.: No, en verdad llegué en medio de las cosas y estoy... este...
E.: Y yo nunca la vi a usted antes.
S.: Oh... Yo sí lo vi una vez, el verano pasado. Vine con un grupo.
E.: ¿Estuvo en trance?
S.: Así creo, sí. (Hace una señal afirmativa con la cabeza.)
E.:- ¿No lo sabe?
S.: Creo que sí. (Vuelve a asentir con la cabeza.)
E.: ¿Es sólo una creencia?
S.: Ajá.
E.: ¿Una creencia y no una realidad?
S.: Es más o menos lo mismo.
E. (con incredulidad): ¿Una creencia es una realidad?
S.: A veces.
E.: A veces. Esa creencia suya de haber estado en trance, ¿es una realidad o una
creencia?
(Sally se ríe y carraspea; parece molesta y cohibida.)
E.: Esa es una lucha interior de ella.
Z.: Sí. Usted le preguntó si estuvo antes en trance. En el plano verbal ella dice "Así
creo", pero en el plano no verbal hace una señal con la cabeza indicando su
asentimiento.
E.: Esa es una respuesta interior. Permítame que le dé un ejemplo grosero.
Cuando yo trabajaba en la Sala de Psiquiatría, me enteré de que habían ingresado dos
pacientes trastornados. Yo aún no los había visto; cuando llegaron mis alumnos de
medicina, les dije: "Hay dos nuevos pacientes trastornados en las Salas C y D.
Subamos a verlos". Oculté mi bastón. Yo estaba todo vestido de blanco. Entreabrí la
puerta, el paciente alzó la vista y dijo: "Veo que usted tiene un saco blanco. La Casa
Blanca está en Washington. La ciudad de México es la capital de México". Usted sabe
eso. Yo lo sé, cualquier fulano lo sabe. Son cosas exteriores.
El otro paciente, una mujer, dijo: "Usted tiene puesto un saco blanco. El Arroyo de los
Inválidos está en Colorado" (no podía ver mi bastón). "Ayer vi una serpiente en la
carretera". Esas son cosas interiores. Pues bien, tuve que conseguir un libro, y tuve
que ir al lugar donde, según me mostró el hermano de ella, estaba la serpiente. Pude
ver las huellas de la serpiente. Me llevó 16 harás de trabajo.
Ahora bien, esa paciente había estado leyendo un libro sobre las primeras épocas del
Arroyo de los Inválidos, la población de Colorado. Había mineros en esa población, y
en el libro se ponía de relieve que los mineros no hicieron fortuna porque se jugaban
todo lo que tenían. Los chinos que se encargaban de la lavandería trabajaban como
esclavos y reunieron fortunas.
Ese era el segundo día que yo llevaba puesto el saco blanco. Era un problema de
lavandería. Esa fue una apreciación interior.
186
¿Y qué quería decir la huella de la serpiente en la carretera? Lo leí en un libro. La
carretera que iba a Arroyo de los Inválidos era sinuosa como la huella de una
serpiente. Eso es todo interior.
Yo uso permanentemente lo exterior y lo interior con los sujetos.
Z.: ¿Quiere decir que los enfoca en lo externo y luego en lo interno, en lo externo y
en lo interno?
E.: No lo hago alternadamente. Cambio de tanto en tanto.
Z.: Con lo cual desbarata su esquema conciente.
E.: Sí, y así se inicia un nuevo esquema.
Z.: Volvamos al comienzo un momento. Usted le pregunta si estuvo antes en trance.
Cuando le formula esa pregunta, ella tiene que tener una asociación interna. Tiene
que pensar en el momento anterior en que estuvo allí. Ella contesta: "Así creo", y
asiente con la cabeza. Usted capta entonces su estilo de no comprometerse. En un
plano verbal, ella dice: "Creo que sí", y vuelve a asentir con la cabeza. A continuación
usted juega con las palabras "creencia" y "realidad".
Ella no quiere comprometerse en ningún plano verbal. En el plano verbal, no se
permite estar colocada en situación de alumna. No se permite en absoluto ser
"dominada" verbalmente. Pero en un plano no verbal responde mejor.
E.: Así es, sí. Mire. (Toma de arriba del escritorio un apoyavasos y lo sostiene un
momento junto al pecho; luego lo coloca al borde del escritorio.) Supongo que usted
diría que yo lo puse allí.
Z. (riéndose): Supongo.
E.: Ya lo ve, no me comprometo, pero me comprometo.
Z.: Sí.
E.: Eso es lo que hacía ella.
Z.: Sí. Entonces, ella tiene que tener alguna asociación interna respecto del
significado de las palabras "creencia" y "realidad".
E.: Ella se retrae para hacerle pensar a uno que las ha equilibrado.
Z.: Sí. Se advertirá que ella mantiene muy congruentemente su falta de compromiso.
E.: Ajá.
S.: ¿Tiene alguna importancia? (Risas en el grupo.)
E.: Esa es otra pregunta. Mi pregunta es si su creencia es una creencia o una realidad.
S.: Pienso que probablemente sea ambas cosas.
E... ¿O sea que una creencia puede ser una irrealidad y puede ser una realidad, y su
creencia es las dos cosas, una irrealidad y una realidad?
S.: No, es a la vez una creencia y una realidad. (Sacude la cabeza y se la toma entre
las manos.)
E.: ¿Quiere decir que es una creencia que podría ser una realidad o una irrealidad, y
también es una realidad? ¿Qué es, pues? .
S. (riéndose): Realmente no lo sé en este momento.
E.: Bueno, bueno ¿por qué tardó tanto en decirme eso? (Sally se ríe.)
187
Z.: Fue la primera declaración definida que ella hizo. Y cuando ella hizo esa
declaración definida, usted aflojó un poco la tensión.
E.: Ella tenía la cabeza gacha.
Z.: Sí, ella tenía la cabeza gacha. De modo que usted incrementó su incomodidad
apelando a su confusión.
E.: Y ella tenía que escaparse.
Z.: Y la única manera en que podía escaparle era declararse en forma definida. Usted
contribuyó a crear una situación en que ella debía comprometerse en el plano verbal.
E.: Si, y de tal manera que resultó vencida.
Z.: Fue "dominada".
E.: Ajá.
S.: Tampoco lo sé.
E.: ¿Se siente cómoda?
S.: Oh, sí, me siento mejor. (Habla en voz baja.) Espero que esta gente no se haya
molestado por mi interrupción.
E.: ¿No se siente cohibida?
S.: Este... Me sentiría mejor sentada allí atrás, pero...
E.: ¿Donde los demás no la vieran?
S.: ¿Donde no me vieran? Quizá.
Z.: Aquí ella dice: "Espero que esta gente no se haya molestado por mi interrupción.
Es la segunda vez que hace referencia a que espera que la gente no se moleste por su
impuntualidad. Dicho sea de paso, al día siguiente, el miércoles, llegó tarde. Es muy
terca.
E.: Así se autojustifica.
Z.: Sí, ya veo. Llegando tarde el segundo día justifica el haber llegado tarde el
primero.
E.: Ajá.
Z.: En este diálogo, ella vuelve a expresar su deseo de que la gente no se moleste por
su interrupción, pese a lo cual, al llegar tarde, insiste en molestar a la gente con su
interrupción. Es otra contradicción.
Y Sally expresa otras contradicciones más. Habla en voz baja, casi como si no quisiera
que la atención se dirija hacia ella, pero por otro lado llega tarde y hace que la
atención se dirija hacia ella. También son evidentes las contradicciones en la manera
en que se viste. Usa un robe top que es una prenda sensual, que revela sus formas,
pero se cubre con una blusa que lo tapa, y hay otra contradicción que me gustaría
aclarar. ¿Qué opina usted de la posible contradicción entre ser una mujer adulta y ser
una niña pequeña?
E.: "A dillar, a dallar" la convirtió en una niña pequeña.
Z.: Usted la obligó a tener una asociación interna acerca del crecimiento y la adultez.
De acuerdo.
188
E.: ¿Qué lugar eligen los niños pequeños para sentarse? La parte de atrás de la
habitación.
Z.: ¿Poniendo así de relieve su condición de niña pequeña?
E.: Es ella la que lo pone de relieve.
E.: ¿Cómo es eso?
S.: No destacarme.
E... ¿Así que no le gusta destacarse?
S.: Oh, Dios. (Se ríe y vuelve a mostrarse cohibida. Se cubre la boca con la mano
izquierda mientras carraspea.) No... no... este...
E.:¿Qué quiere decir no destacarse?
Z.: Pasar inadvertido.
E.: ¿Qué más?
Z.: No sé.
E.: Hay algo que se destaca sobre mi escritorio.
Z.: Sí, algo que sobresale.
E.: Dígame qué es.
Z.: Bueno, yo estaba viendo la talla en madera del pájaro, y también la muñeca de
manzana. (Sobre el escritorio de Erickson hay una muñequita cuyo rostro es una
manzana seca tallada; lleva un vestido de color púrpura.)
E.: Este lápiz no se destaca en absoluto, aunque también está enfrente. (Señala uno
de varios lápices que se hallan sobre el escritorio.) Es pequeño.
Z.: Ser pequeño es no destacarse.
E.: Ser grande es destacarse. Ella fue una "niña pequeña" después de la mención de
"A dillar, a dollar", cuando interrumpió. Es esta la segunda mención a la interrupción.
Z.: Exacto.
E.: Eso nos vuelve a "A dillar, a dollar", que la retrotrae al rol de escolar, de niña
pequeña. Cuando ella regresa, al día siguiente, otra vez se coloca en ese rol de
"pequeña":
E.: ¿No le agrada lo que estoy haciendo con usted en este momento?
S.: Este... no... Bueno, tengo sentimientos mezclados. Me halaga que me preste
atención y tengo curiosidad por lo que me está diciendo.
E. (superponiéndosele): ¡Y tiene unas ganas infernales de que deje de hacerlo! (Risa
general.)
S. (asiente con la cabeza): Sí, sentimientos mezclados. Si sólo estuviera hablando con
usted, sin haber interrumpido la sesión, sería distinto...
E.: Y si uno, al hablarle a una niña pequeña, le dice "infernal", está subrayando que
uno es una persona crecida y ella una pequeña.
189
Z.: Ya veo. Está muy bien, porque, sintéticamente, lo que usted hace es una
inducción formal, provoca asociaciones y desarrolla la idea de la regresión. Usted
elaboro la inducción en torno de la idea de ser una niña pequeña y de pensar acerca
de ser una niña grande. Así, las cosas fluyen con mucha naturalidad.
E.: ¿Así que le preocupan estas personas?
S.: Bueno, sí, yo,..
E.: Ajá.
S.: Su tiempo aquí... Yo vine a ocuparles el tiempo.
Z.: Es la tercera referencia a interrumpir a los demás. Usted la cuestionó por la forma
en que le dijo "aja". Sugería que usted tenía ciertas dudas acerca de la preocupación
de ella por esas personas.
E.: Ajá.
E. (mirando al piso): Dejemos descansar otra firme creencia, esa de que al hacer
psicoterapia hay que tratar de que el paciente se sienta cómodo y a sus anchas.
Z.: En este momento usted aparta por primera vez la atención de ella mirando el
piso. Emplea las palabras "descanso" y "comodidad" para que ella tenga que asociar
con la idea de descanso y comodidad.
E.: Ajá. Y está dicho de modo tal que no hay forma de discutirlo.
Z.: Absolutamente, no hay forma alguna de discutirlo.
E.: Yo hice todo lo posible para
atención (al grupo:), y esa no
terapéutica, ¿no? (Mira a Sally, le
lentamente.) Cierre los ojos. (Ella
derecha y cierro los ojos.)
que ella se sienta incómoda, cohibida y llame la
es la manera de comenzar una buena relación
toma la mano derecha por la muñeca y la levanta
lo mira, sonríe, luego baja la vista hacia su mano
Z.: Usted apartó el foco de ella, y a continuación ella misma se salió de foco. Lo hizo
porque usted ya no le hablaba directamente. Entonces se fue hacia su propio interior.
E.: Descanso y comodidad.
Z.: Sí, usted hizo referencia al descanso y la comodidad.
E.: Se desbarató algo de ese modo, y a ello le siguió su descanso y comodidad,
porque eran estados interiores de ella. Yo pude separarme de ella; pero qué haría con
el "descanso y comodidad"? Continuaría en esos estados.
E.: Manténgalos cerrados. (Saca su mano de la muñeca de ella, y le deja la mano
suspendida catalépticamente.) Entre en un trance profundo. (Erickson mantiene sus
dedos cerca de la muñeca de Sally; ella baja levemente el brazo; luego él le empuja
con suavidad la mano, derecha hacia abajo y comienza a hablarle lenta y
metódicamente.)
Z.: Ahora bien, aunque ella dejó la mano levantada, parecería que usted pensó que
iba a bajarla; por lo tanto, le bajó la mano, a fin de subrayar nuevamente que era
usted el que tenía el control de la situación.
E.: Sí. Cuando se la bajé, lo hice con el mismo toque que empleé para subírsela. (E. lo
demuestra alzando el brazo de Z) Hay en mi toque una cierta incertidumbre.
Z.: De modo tal que ella tiene que volverse otra vez hacia su interior y enfocar su
atención en imaginar...
190
E.: El aspecto interno.
E.: Y póngase muy cómoda, muy a sus anchas, gozando realmente de esa
comodidad... muy cómoda. Puede olvidarse de todo salvo de esa maravillosa
sensación de comodidad.
E.: Uno puede olvidarse de todo, salvo de la comodidad.
Z.: Sí, cuando ella entró usted la hizo sentirse muy incómoda. Usted aumentó la
tensión. A partir de entonces empezó a sembrar en ella ideas sobre la comodidad.
Luego pudo volver más directamente a la idea de la comodidad, aflojando así la
tensión.
Ahora bien, aquí usted empezó a hacer algo más. Se apartó físicamente de ella, pero
enseguida comenzó a aproximársele mucho, tanto que llegó a estar incómodamente
cerca. Ya verá cuánto se le acerca. Y allí estaba ella, con su cuerpo cómodo debido a
las sugestiones hipnóticas; y usted se inclinó aproximándosele, pero ella tenía cierta
sensación de hallarse cómoda.
E.: Y esa es una buena reacción interna.
Z.: Sí. Cuando usted se le aproxima hay una tensión, pero cuando ella entra en
trance, su cuerpo está cómodo. Entonces, ¿usted hace esto para que ella no sienta
esa reacción interna normal de incomodidad?.
E.: No. Alteré la entonación de mi voz y me incliné hacia ella; y esto atrajo su
atención hacia mi voz.
Z.: ¿Por su reacción interna?
E.: Sí. Así, no importa dónde me encontrase yo, ella podía apartarse cada vez más de
mí, irse cada vez más profundo, y sin embargo permanecer próxima a mí.
Z.: ¿Quiere usted decir que ella se apartaría para alejarse de esa incómoda sensación
provocada por su acercamiento?
E.: No. Ella entraría en un trance más profundo y luego se apartaría de mí. Una
realidad externa. Entonces, me le aproximé mucho para que ella pudiese abandonar
la realidad y aun así estar cerca de mí.
Z..: Sí, ya veo. Pensé que lo que usted hacía era abordar una reacción de ella sobre la
incomodidad que le provocaba la proximidad de la gente. Porque usted se le puso
incómodamente cerca. Y le sugirió sensaciones de comodidad corporal. La colocó así
en una posición tal que, pese a estar próxima a las personas, su cuerpo permanecía
confortablemente relajado.
E.: Pero yo quería que ella se apartase más todavía de los demás.
Z.: Ya entiendo. Y que se aproximase a usted.
E.: Y después de un rato le parecerá que su mente abandona su cuerpo y flota en el
espacio... retrocede en el tiempo. (Pausa.)
E.: Aparté la realidad y la hice retroceder en el tiempo.
Z.: Sí.
E.: Ya no es 1979, ni siquiera 1978, Y 1975 es el futuro. (Se inclina aproximándose a
Sally.), es 1970 y el tiempo sigue rodando hacia atrás.
E.: "Y 1975 es el futuro".
Z.: Usted remarcó eso con su voz y al decirlo se inclinó aproximándosele mucho.
E.: Sí.
191
Z.: Volviendo a reforzar la relación de ella con usted, cualquiera fuese el tiempo y el
espacio en que se encontrase.
E.: Y así ella establece una asociación con mi voz.
Z.: Primero, usted sembró, con la canción de infancia, la idea de que era una niña
pequeña. Luego retomó eso mediante diversas formas de comunicación hipnótica,
para que ella volviese a vivenciarse como una niña pequeña. Ahora usted comienza a
hacer la inducción, basada en lo que ya ha establecido. Está reviviendo lentamente el
ser una niña pequeña, y lo hace en pequeñas etapas progresivas.
E.: Pronto será 1960, Y pronto 1955... Y entonces sabrá que es 1953, y que usted es
una niña pequeña.
E.: Se va bajando en años, 1960, 1955, 1953. (Baja lentamente la cabeza a medida
que nombra cada año.)
Z.: Y mientras usted mencionaba cada año, bajaba el cuerpo.
E.: Ahora bien, eso es cambiar el lugar de emisión de la voz.
Z.: Y ante ese mínimo indicio de cambio en su voz, ella tiene más asociaciones y
respuestas.
E.: ¿Dónde ubica uno espontáneamente el futuro? Arriba y adelante.
Z.: Entiendo. El pasado está, pues, debajo y atrás.
E.: Eso es de todos sabido. Un saber no reconocido. Arriba y adelante para el futuro,
abajo Y atrás para el pasado.
E.: Es lindo ser una niña pequeña.
Z.: Algo más aquí. Usted le dice: "Usted sabrá que es una niña pequeña. Es lindo ser
una niña pequeña". Las enunciaciones que usted hace pueden ser entendidas por ella
en dos niveles. En un nivel, ella podría pensar interiormente: "Mi manera normal de
ser en el mundo, ¿será la de una niña pequeña?" La otra asociación que podría tener
es la de ser una niña pequeña en el sentido de la secuencia cronológica hipnótica a la
que usted hace referencia.
E.: Yo estoy hablando sobre el tiempo, y ella no va a tener tiempo de pensar en otras
cosas, como por ejemplo "¿Cómo aparezco yo ante el mundo?" Yo continuo guiándola
sin detenerme.
E.: Y tal vez tú estés esperando tu fiesta de cumpleaños, o ir de visita a algún lado...
ir a lo de abuelita... o ir a la escuela.
E.: "Ir" es una palabra muy potente. Lo importante no es la meta, sino la sensación...
el sentido de estar yendo, que confiere realidad a la meta.
Z.: Además, usted empieza a utilizar la fórmula "tal vez": "Tal vez tú estés esperando
tu fiesta de cumpleaños": Sally es dominadora, así que usted le presenta aquí las
posibilidades que tiene.
E.: Y es ella la que asume el control.
Z.: Pero dentro del marco hipnótico fijado por usted.
E.: Sí, dentro del marco que yo le he dado. Sólo que ella no puede analizar ese
marco.
Z.: Pasa demasiado rápido.
E.: Tal vez ahora estás sentada en la escuela, mirando a tu maestra.
192
E.: "Tal vez a-h-o-r-a estás sentada en la escuela. "Ahora" es el presente, y yo lo
estiro. Es un largo presente. "A-h-o-r-a... ". Hay tiempo para pensar muchísimas
cosas en ese "ahora ", pero se limita al "ahora".
Z.: De modo que ella retorna al pasado, y luego el pasado se convierte en "ahora".
E.: Sí. Un ahora alargado. Un ahora continuo. Uno piensa en el día de hoy como
"ahora", y dura todo el día. Uno no piensa en ninguna parte del día de hoy como si
fuera el pasado. Así pues, yo le doy continuidad al "ahora" subrayando la palabra
lentamente.
Z.: Y de esa manera lo prolonga en el tiempo. Es muy gracioso: cuando yo doy alguna
conferencia sobre usted y explico sus inducciones, le digo a la gente que si de veras
son buenos observadores y escuchas, sólo se Perderán alrededor del 50% de lo que
sucede. Y aquí estoy yo, y me estoy perdiendo un 50%.
E.: O jugando en el patio de recreos, o tal vez sea época de vacaciones. (Vuelve a
apoyarse en el respaldo de su sillón.) y realmente lo estás pasando bien.
Z.: Y eso es bien definido: "Y realmente lo estás pasando bien".
E.: ¿Qué quiere decir "pasarla bien"?
Z.: Ella está pasándolo bien en ese entonces, que para ella es "ahora”.
E.: "Lo estás pasando bien" no define el momento. Ya sea que uno esté jugando a los
cantillos, o saltando a la cuerda, o hamacándose en un columpio, es pasarlo bien "ah-o-r-a":
Z.: Ella tendrá que definir de qué se trata.
E.: Ella tendrá que definirlo, pero dentro de los términos del "ahora".
Z.: O sea, en la hipnosis.
E.: Sí, y en la época de la escuela.
E.: Quiero que disfrutes de ser una niña pequeña que algún día va a crecer. (Se
inclina otra vez hacia Sally.) Y tal vez quieras preguntarte qué serás cuando crezcas.
Tal vez quieras preguntarte qué serás cuando seas grande. Me pregunto si te gustará
la escuela secundaria. Y tú te puedes preguntar lo mismo.
E.: "Cuando tú seas grande" (Lo dice con voz viva.)
Z.: Usted crea una presión adicional con la voz: la de que ella está "abajo" y se está
preguntando por el "arriba": por el futuro. El tono de voz es el que emplearía para
hablarle a una niña pequeña, brindándole sugestiones adicionales con su entonación.
E.: Sí.
Z.: Además, usted crea cierto vínculo entre ambos: "Me pregunto si te gustará la
escuela secundaria. Y tú puedes preguntarte lo mismo".
E.: Y mi voz va contigo a todas partes, y se convierte en la voz de tus padres, de tus
maestras, de tus compañeros, y en las voces del viento y de la lluvia.
Z.: ¡Excelente! "Tus padres, tus maestras, tus compañeros, y el viento y la lluvia". Es
muy reconfortante, y lo abarca todo. Abarca tantas posibilidades... la gente crecida y
los adultos, el super yo, los compañeros de infancia, el yo, las personas importantes
para una niña pequeña... Y luego el viento y la lluvia, como el ello, las emociones
primitivas.
E.: Es muy inclusivo. Hay algo que usted no sabe sobre mí, Jeff. Mi padre era muy
pobre. Yo aprendí a leer muy rápido, y leí un diccionario entero sin abreviar. Pasé
193
muchísimas horas leyéndolo. En la escuela primaria me tomaron pruebas de
inteligencia, y los maestros se quedaron estupefactos por mi vocabulario.
Una vez, en Montana, fui invitado a una velada en la casa de un médico. Cuando
entré cogí un objeto y lo miré con curiosidad. El dueño de casa me preguntó: "¿Sabe
lo que es?" "Sí", le contesté, "el colmillo de un narval". "¿Cómo diablos lo sabe?", dijo
él. "Era de mi abuelo, y no encontré una sola persona que lo reconociera".
Mientras miraba el colmillo yo veía al mismo tiempo la figura de un narval en el
diccionario. Leí ese diccionario no abreviado de cabo a rabo antes de terminar el
tercer grado, y me dio un conocimiento enorme sobre el significado de las palabras.
Z.: Bien. Volviendo ahora a lo último que le dijo a Sally: en términos psicoanalíticos,
usted mencionó primero funciones superyoicas: los padres y maestros; luego,
funciones yoicas: los compañeros; Y luego el ello: el viento y la lluvia. Lo hizo en esa
secuencia. Fue desde la parte superior hasta la inferior con cierta intención de crear
algo omnicomprensivo; pero era más que algo omnicomprensivo.
En otras ocasiones le he oído decir esa frase de que su voz puede convertirse en otra
cosa, pero nunca le oí agregarle la idea del viento y de la lluvia.
E.: Lo hago a menudo. ¿Cómo suena el viento cuando uno es pequeño?
Z.: Oh, no sé. Un silbido.
E. (golpea con los nudillos sobre el escritorio, lenta y repetidamente): Se puede
reconocer que esto produce el sonido al golpear sobre esto.
Pero el viento produce sonido y uno no ve de dónde viene. Es algo pasmoso, el sonido
del viento.
Z.: Está allí, y sin embargo no está.
E.: Está allí pero no viene de ningún lado. Y sin embargo está allí.
Z.: Entonces, ella podía asociar lo mismo con su voz.
E.: Sí. Y las gotas de lluvia, uno las escucha sobre las hojas del árbol bajo el cual se
ha cobijado, oye el sonido desde lo alto del árbol o encima del techo. Están en todas
partes. Y uno se ha habituado a localizar los sonidos, porque es tremendamente
importante en la infancia.
Z.: No viene de ninguna parte y sin embargo está en todas partes.
E.: ¡Y el niño queda pasmado! Basta mirar el rostro de un niño de dos años que
escucha el viento y se ve que está absolutamente pasmado. Su aprendizaje conciente
le ha enseñado que los ruidos los producen los objetos, y hete aquí que se encuentra
con un ruido sin objeto.
Z.: ¿Puede agregar algo acerca de la secuencia que va de los padres, maestras,
compañeros, hasta el viento y la lluvia?
E.: Se quiere hacer algo omnicomprensivo. Utilizar las asociaciones emocionales
respecto de los padres, las maestras, que se relacionan con ir hacia abajo, hacia
abajo, hacia abajo.
Z.: Hacia emociones más primitivas o básicas.
E.: Sí, y su sujeto usará esa emoción básica.
Z.: Muy bien. Usted rompió la cadena de la que veníamos hablando en el punto en
que le sugería a Sally posibilidades como "Tal vez sea época de vacaciones". Ella
podía escoger diversas asociaciones internas en torno de ser una niña pequeña. En
ese punto usted interrumpió y le sugirió que su voz podía ir con ella a todas partes.
Luego, como veremos, retomó esas asociaciones de la niña pequeña, en que, podía
194
escoger. Esto hace que realmente se destaque la frase "Mi voz va contigo a todas
partes”:
E.: Ajá.
E.: Tal vez estés en el jardín juntando flores. Y en algún momento, cuando seas
grande, te encontrarás con mucha gente y les contarás de tus felices tiempos de niña.
Y cuanto más cómoda te sientas, más niña te sentirás, porque tú eres realmente una
niña.
E.: Al subrayarle que ella es realmente una niña, sigo bajando la cabeza.
Z.: Nuevamente subraya usted una sugestión cambiando la ubicación espacial de su
voz.
E. (con voz viva): "Y en algún momento te encontrarás con mucha gente..."
Z.: ...cuando seas grande. Así que usted le está sugiriendo...
E.: Que ella va a crecer y que entonces podrá hacerlo.
Z.: Y se lo sugiere con la inflexión de su voz. Además, cuando le dice "En algún
momento", usted se incorpora en su asiento, y eso es asociado con el estado de
vigilia conciente; nuevamente usted subraya una sugestión orientando espacialmente
su voz.
E.:Ajá.
E.: Yo no sé dónde vives, pero tal vez quieras andar descalza. Podrías querer sentarte
junto a la pileta de natación y hundir tus pies en el agua y pensar qué lindo si
pudieras nadar. (Sally esboza una sonrisa.) ¿Te gustaría comer ahora tu golosina
favorita? (Sally sonríe y asiente levemente.) Aquí la tienes, la sientes en tu boca y la
disfrutas (E. le toca la mano. Larga pausa. Vuelve a apoyarse contra el respaldo.)
Z.: ¡Bueno, esto fue magnífico! Usted le da algunas alternativas que ella está
habilitada a rechazar. "Tal vez quieras andar descalza. Podrías querer sentarte junto a
la pileta de natación, Y pensar qué lindo si pudieras nadar". Y luego vuelve a esta
idea: "¿Te gustaría comer ahora tu golosina favorita?" ¿Qué se le enseña a toda niña
pequeña con respecto a las golosinas? Se le enseña que no debe aceptarlas de
extraños. Y aquí usted le pregunta si le gustaría comer golosinas, Y ella dice que sí.
Por consiguiente, usted ya no es un extraño para ella.
E.: Ajá.
Z.: ¿Tenía usted presente ese simbolismo cuando le ofreció la golosina?
E.: Sí. Hay otra cosa. A las niñas les gustan las golosinas. Yo quiero asegurar mi
transferencia. Andar descalza o hundir los pies en el agua son acciones permitidas. Yo
le propongo dos acciones permitidas que conducen a otra que quizá no sea permitida,
pero que es algo delicioso para ella. Por lo tanto, sopesé su respuesta.
Z.: Una vez más usted eslabonó las ideas. Es como una serie que lleva al "sí". Una
idea permitida, luego otra idea permitida, y entonces ella está predispuesta a aceptar
que la tercera idea es más permitida. Excelente. Tenemos luego la idea de la
confianza. ¿Cómo establece usted la confianza en un trance? Le ofrece una golosina y
ella la toma. La cuestión de la confianza se aborda en el momento en que ella decide
tomar la golosina.
E.: Ajá. Y Freud sostiene que demora tres meses establecer la transferencia.
195
Z.: Fue excelente. Y luego usted recalca, con la inflexión de su voz, que ella la sienta
en la boca.
E.: Y algo más... Meter las piernas en la pileta puede suceder a cualquier edad. Lo
que define la edad es el andar descalzo. Y todo eso está relacionado con la infancia.
Meter las piernas es también un acto propio de adultos, de modo que ella traduce las
piernas hundidas en el agua como una adulta. Andar descalza es parte de su
traducción, e interiormente ella hace que las piernas metidas en el agua sea infantil, a
causa de la mención del andar descalza y luego la golosina...
Z.: Lo vuelve más interior y más infantil.
E.: Ajá. Porque yo no puedo estar siempre totalmente seguro del punto en que me
encuentro; pero sé de qué manera jugar con eso.
Las palabras tienen múltiples significados. Fue muy lindo para usted aprender que
"arriba y adelante" es el futuro" Y que "atrás" es el pasado, y sin embargo, ¿desde
hace cuánto tiempo lo sabía?
E.: En algún momento, cuando seas una chica grande, le contarás a muchas personas
extrañas sobre tu golosina favorita cuando eras pequeña.
E.: Tome esa foto en la que está mi hija Roxie y yo con Laurel en brazos y la lechuza
chillona. (Laurel es la hijita de Roxie, una beba a la que llamaban "Chillido" por su
fuerte llanto. La lechuza a que se refiere es una pequeña talla en madera dura que él
le había regalado a Laurel.) ¿Qué grado de realidad tendrá esto para Laurel cuando yo
hace mucho que haya muerto y ella mire esta foto? La lechuza chillona le agrega a la
fotografía un enorme significado; le confiere un enorme sentido de humanidad, de
bondad y de solicitud, por más que es un objeto muy simple. Es una pequeña lechuza
chillona, y ella, comparativamente hablando, era una chica grande. La lechuza
chillona estaba aquí abajo, y ella, allá arriba. (Indica que tenía alzada a la niña en su
brazo izquierdo, y sostenía la lechucita de madera con la mano izquierda, debajo de
Laurel.) Ahora bien, cuando ella tenga 16 años y mire esta foto, apreciará lo chiquita
que era la lechuza y lo grande que era ella en comparación. Esto confluirá con todos
sus sentimientos de agrandamiento, propios de la escuela secundaria, y con los
cálidos recuerdos de cuando era una beba y tenía esa lechucita chillona. Ve usted
cómo, sin advertirlo, se juntan todos esos recuerdos.
Z.: Es un hermoso simbolismo. Así que cuando vuelva a pensar en la golosina...
E.: Recordará eso. Pensará en la golosina, y si yo estoy a la vista, pensará en la
golosina y en mí.
Z.: Las cuestiones de la confianza y la comodidad, y de no resultar un extraño.
E.: Una larga continuidad. Esa fotografía es una larga continuidad... la lechuza
chillona y Laurel.
Z.: Usted se muestra muy amable con Sally, además. Hace un esfuerzo especial por
ser solícito.
E.: Vea la reacción que tuvo la esposa de mi hijo Lance. Le dijo a Lance que cuando
se comprometieran, quería que él le regalase una foto de él. Lance le dio una foto que
yo le había sacado en el piso, desnudo.
Z.: ¿Cuando era bebé?
E.: Cuando era bebé. Y así el amor de ella por Lance abarcó desde ese momento en
adelante.
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Z.: También es muy hermoso el próximo símbolo que usted emplea con Sally.
E.: Y hay muchas cosas que aprender. Muchas cosas que aprender. Ahora mismo voy
a mostrarte una. Voy a tomarte la mano. (Le alza la mano izquierda.) Voy a alzarla y
ponerla sobre tu hombro. (Le alza lentamente la mano izquierda por la muñeca y la
apoya sobre el brazo derecho de Sally, cerca del hombro.) Allí. Quiero que tu brazo
quede paralizado, de modo que no puedas moverlo. No podrás moverlo hasta que yo
te diga, ni siquiera cuando seas una chica grande, ni siquiera cuando seas adulta. No
podrás mover tu mano y tu brazo izquierdo hasta que yo te diga.
E.: ¿Qué estoy haciendo aquí?
Z.: Yo asocio lo siguiente: usted no le puso la mano encima del hombro, donde le
pesaría; se la apoyó al costado, en el brazo. Era una posición más cómoda. Ella está
como sujetándose. Dentro de un instante usted va a despertarla del cuello para
arriba. Y ella seguirá en esa posición.
E.: Le estoy paralizando el cuerpo, Ahora bien, en su vocabulario, parálisis es algo
malo. Y continuará así hasta que yo diga lo contrario. Yo puedo eliminar de ella todo
lo malo, y soy un médico.
Z.: El símbolo llega así a un nivel más profundo. Estaba ese símbolo de la comodidad;
luego hay también una asociación con la incomodidad... una sensación negativa de
parálisis, pero que será eliminada cuando usted la elimine. Ya veo.
E.: Estoy eliminando una parte de lo malo.
Z.: Y si usted elimina una cosa mala...
E.: Si aprieto una tecla de la máquina de escribir, apretaré dos.
Z.: Además, "paralizada" es más bien una palabra de adulto. No es una palabra
infantil.
E.: No. Hoy estaba escuchando a alguien por televisión, Y me dije: "Ese acento es de
Michigan". Ya ve, uno nunca ha tomado un curso para aprender los diversos acentos,
pero los capta. Uno no se da cuenta de que los capta, pero los aprende, y aprende a
reconocerlos. Aprendemos eso y, como la parálisis, se difunde, De Michigan a
Wisconsin y a Nueva York. ¿Qué ocurre con el conocimiento de los acentos?
Z.: El conocimiento de los acentos se difunde, y así también se difunde su parálisis.
E. (superponiéndosele): ¿Se dio cuenta hasta qué punto mejoró su reconocimiento de
los acentos desde que volvió del extranjero?
Z.: Oh, sí, es muy interesante escuchar el acento germánico.
E.: Sí, escucharlo, y saber concientemente que lo está escuchando.
Z.: Sí.
E.: Y uno no tiene idea acerca de cuándo empezó a aprender...
Z.: ...a escuchar los acentos. Muy bien. Así que cuando usted alza el brazo de Sally y
lo tiene paralizado, ella difunde eso a su cuerpo.
E.: Sí. Y todos queremos que cuando usemos nuestro cuerpo, sea bueno y confiable.
La confianza es algo muy general; abarca el cuerpo entero. Y la parálisis es algo malo
y puede ser desmentido.
Z.: Pero la comodidad puede continuar.
197
E.: Ahora, ante todo, quiero que te despiertes del cuello para arriba, mientras tu
cuerpo se duerme más y más profundo...Te despertarás del cuello para arriba.
E.: Del cuello para arriba. (Levanta la cabeza.)
Z.:Y al decir "para arriba" hizo una inflexión de voz de modo de reforzar la sugestión
verbal con la entonación.
E.: Es difícil pero lo lograrás. (Pausa.) Es lindo sentir tu cuerpo profundamente
dormido y tu brazo paralizado. Y estar despierta del cuello para arriba. ¿Cuántos años
tienes? (Pausa. Sally sonde.) ¿Cuántos años tienes? ¿Cuántos años tienes? (Se inclina
hacia Sally.)
S. (en voz baja): Este... 34.
E. (asiente con la cabeza): Muy bien. (Se reclina en su sillón.) Tiene 35 años... ¿y por
qué mantiene los ojos cerrados?
E.: No queda decir 35, por eso se sonrió. Poco a poco va sorteando su pauta habitual
de no comprometerse.
Z.: Demoró la respuesta y sorteó su pauta de no comprometerse. Despertó del cuello
para arriba, se iba a convertir en su sí-mismo adulto.
E.: Ajá.
Z.: Y entonces vacila dice "34". Usted vuelve atrás y dice "35". ¿Qué estaba
sucediendo?
E.: Ella estaba poco a poco sorteando su renuencia a comprometerse.
Z.: Porque usted la obligó a declarar definidamente su edad. ¿Por qué dijo usted 35,
después que ella dijera 34?
E.: Creo que comprendí mal. No veo ningún propósito en ese comprender mal.
Z.: Más adelante usted vuelve sobre la cuestión de su edad, y es como si le diera a
ella la oportunidad de corregirlo. Ella hablaba en voz muy baja, y es muy posible que
usted no la oyera correctamente. Pero cuando vuelve sobre eso mas adelante, ella
tiene la oportunidad de corregido, y de hacerlo mediante una declaración definida.
Aunque usted la oyera mal, el resultado es muy bueno.
E.: Hay que aprovechar los errores propios. Y hay algo que usted debe de haber
advertido... Yo procedo muy lentamente.
Z.: Habla muy lentamente, con un tempo de voz muy diferente del que emplea al
contar una anécdota. Cuando está practicando la inducción habla de manera mucho
más medida.
E.: Ello se debe a que cuando una persona está en trance, hace las cosas de modo
automático y muy rápidamente... demasiado rápidamente como para verbalizarlo.
Z.: ¿Para tener esas asociaciones dentro de su mente, o para manifestarlas al
exterior?
E.: El pensamiento va a una velocidad mucho mayor que la lengua, y uno depende
del inconciente, que es como un relámpago. Hablando lentamente se altera con
198
cuidado el tiempo. Desde niños se nos ha enseñado: "Mírame cuando me hablas…
mírame cuando te hablo. Si te hago una pregunta, contéstala enseguida". Pero uno no
quiere que le den la última parte de la respuesta, sino la respuesta entera.
Si el chico contesta enseguida, dará sólo la ultima parte de la respuesta. Así pues,
ante todo hay que inducir una elasticidad temporal. Entonces ellos pueden hablar
libremente, plenamente, y cuando yo le pregunté a Sally su edad, tuvo que pensar
una enormidad.
Z.: Sí.
E.: Y ese pensar apuntaba a sortear su pauta de no comprometerse.
Z.: ¿Se resistía ella en un plano inconciente a la idea de hacer una declaración
definida?
E.: No. Despierta, su pauta habría sido una respuesta rápida y no comprometida, y
cuando yo le pregunté su edad, no respondió con rapidez.
Z.: Correcto.
E.: Se tomó tiempo, se estaba comprometiendo. Le llevó tiempo salir de una pauta y
pasar a otra, porque su cabeza estaba despierta.
Z.: De modo que la solución paro superar la falta de compromiso es tomarse tiempo.
E.: Tomarse tiempo.
S.: Es agradable.
E.: Bueno, creo que sus ojos se van a abrir. (Sally) sonríe y continúa con los ojos
cerrados.)
E.: Allí le estoy dando todo el tiempo del mundo para que dude.
E.: Se van a abrir, ¿no? (Sally carraspea.)
E.: Ahora ella está empezando a comprender que si yo dije que sus ojos se van a
abrir, se abrirán. Está aprendiendo eso lentamente, y por eso parpadea. Ese es su
proceso para aceptar la verdad absoluta de lo que se le ha dicho.
Z.: Tiene que procesarla y dudar.
E.: No, tiene que procesarla como una nueva conducta, diferente de su conducta
conciente habitual. Es una conducta de respuesta. En su estado habitual de vigilia no
comprometida, ella habría dicho:
"Sí, van a abrirse... No, no se abrirán". De esta forma se le permitió llegar
plácidamente al "sí" sin que hubiera conflicto.
E.: Se van a abrir y permanecerán abiertos. (Sally sonríe, se humedece los labios con
la lengua, abre los ojos Y pestañea.)
E.: Ahí puede usted apreciar la lucha.
Z.: Había una lucha.
199
E.: Abrir los ojos se asoció a una sonrisa. Ella practicó esa sonrisa varias veces antes.
Z.: Antes de permitir que saliera para afuera.
E.: Sí. Sonrió varias veces antes de abrir los ojos. Y cuando los abrió estaba
sonriendo. Pero ya había sonreído antes, indicando que sus ojos se abrirían.
Z.: Estoy confundido. ¿Quiere decir que su sonreír era un índice de que sus ojos se
iban a abrir?
E.: Y ella agregaba una sonrisa… una sensación placentera al acto de empezar a abrir
los ojos. En términos médicos, esto significa que el paciente se siente complacido
cuando ve que el médico le trae las píldoras. El paciente se siente complacido cuando
el médico, la enfermera o el auxiliar técnico viene con la jeringa.
Z.: Porque sabe que se lo está atendiendo.
E.: Ajá. Y yo hice que ella demostrara que iba a abrir los ojos. Yo me hacía cargo de
sus ojos, y a ese hacerme cargo de sus ojos ella le añadió una sensación placentera.
Z.: Su sonrisa.
E.: Ajá.
Z.: y la prosiguió una vez que abrió los ojos.
E.: De modo tal que abrir los ojos como respuesta a mí no era un deber sino un
placer.
Z.: ¿Y por lo tanto, al no ser un deber, permitiría un mayor grado de compromiso?
E.: Sí, exacto. A nadie le gusta estar atado por un deber.
Z.: Y menos todavía a Sally, con su estilo de no comprometerse.
E.: Ajá.
E.: Yo estaba en lo cierto. (Sally continúa con la vista clavada delante suyo). ¿Dónde
está usted?
S.: ¿Eh? Creo que estoy aquí.
E.: ¿Está aquí?
S.: Ajá.
E.: ¿Y qué recuerdos tiene de cuando era niña? Algo que quiera contarle a unos
extraños. (Se inclina hacia Sally.)
S.: Este, bueno...
E.: Más fuerte.
S. (carraspea): Yo, este... recuerdo... un árbol y un patio, y, este...
E.: ¿Se trepaba a esos árboles?
S. (en voz baja): No, eran arbustos. Y un corredor:
E.: ¿Dónde?
S.: Entre las filas de casas. Y todos los chicos jugaban en el patio trasero y el
corredor. Jugaban, este...
E.: ¿Quiénes eran esos chicos?
S.: ¿Sus nombres? ¿Quiere saber sus nombres?
E.: Ajá.
200
S.: Oh, bueno, este... (Sally continúa mirando hacia su derecha, o hacia donde está
Erickson, quien sigue inclinado próximo a ella. La mano de Sally sigue apoyada en el
hombro, Y no mantiene contacto visual con la gente allí reunida.) Bueno, recuerdo a
María, y Eileen, David, y Giuseppe.
E.: ¿Becky?
S. (alzando la voz): Giuseppe.
E.: ¿Y qué pensaba usted cuando era una niña pequeña, sobre lo que sería al llegar a
ser una niña grande?
S.: pensaba, este, ser astrónomo o escritora. (Hace una mueca.)
E.: ¿Cree que eso sucederá?
S.: Creo que una de las dos cosas sucederá. (Pausa.)
E.: ¿Qué le parece la conducta de ese individuo? (Indica a uno de los participantes.)
Z.: ¿El que se inclina hacia adelante y observa?
E.: El que se inclina hacia adelante y observa.
Z.: Oh, no escucha bien del lado derecho. (El individuo en cuestión tiene la cabeza
ladeada de modo tal que su oído izquierdo queda frente a E.)
E.: Yo le dije: "Usted escucha mejor de un oído que del otro". Él ya lo sabía, y se
sorprendió de que yo me diera cuenta.
Hela aquí a Sally tratando de abordar sus recuerdos inconcientes de niña en el
corredor, y poniendo de manifiesto el tiempo que lleva pasar de lo conciente a lo
inconciente. Es muy lenta en responder.
Porque lleva tiempo pasar del "ahora" al pasado remoto. Llevó mucho tiempo pasar
del remoto pasado al presente.
Z.: Cuando usted le preguntó qué pensaba que sería ella de grande, dijo que pensaba
ser astrónomo o escritora, y al decir "escritora" hizo una mueca.
E.: ¿Cómo aprendió usted a escribir?
Z.: Practicando, supongo.
E.: Lo aprendió así. (Gesticula, hace una mueca y se retuerce en su asiento.)
Z.: Sí, gesticulando.
E.: Utiliza su cuerpo.
Z.: Sí, retorciendo el cuerpo y los pies. Se aprende a escribir con todo el cuerpo.
E.: Ajá. Cuando ella se mordió el labio al decir "escritora", estaba rememorando la
penosa experiencia de aprender a escribir. Recuerdo qué difícil era escribir la "t",
tener que levantar el lápiz para hacer la rayita. Y qué difícil era escribir la "i", alzando
el lápiz para ponerle el punto.
Z.: Ella sigue disociada, entonces.
E.: Ajá. La mención del "escribir" la volvió a mandar para atrás. "Astronomía" es una
palabra adulta, y ella tiene la cabeza despierta.
Z.: Entiendo. Esta palabra no tenía significado para su cuerpo.
E.: Ajá.
201
S.: Yo estoy... mi mano izquierda no se movió. (Sonríe.) Realmente me sorprende.
(Se ríe.)
E.: La sorprende un poco su mano izquierda.
E.: ¿Notó usted que yo moví mi mano izquierda primero?
Z.: No lo noté.
E.: Rebobine.
Z.: ¿De modo que ella vio eso con su visión periférica? ¿Y eso hizo que dirigiera la
atención a su brazo?
E.: Véalo usted mismo. (Se rebobina la cinta, y en verdad se aprecia que E. movió su
mano izquierda justo antes de que Sally declarase que tenía la mano izquierda
paralizada.) El movimiento de mi mano izquierda guió su pensamiento, y por lo
general nadie se da cuenta de esto.
Z.: Bueno, si usted no lo señalaba aquí, nadie lo habría advertido. Suceden también
algunas cosas en el nivel verbal. Ella dice: mi mano izquierda no se movió. Realmente
me sorprende". Eso es una exageración. Exagera una enunciación que se aparta de su
estilo. Y usted vuelve atrás y le dice: "La sorprende un poco". Usted tomó una parte
de su sentimiento e hizo jugar el otro aspecto de la polaridad.
E.: Ajá.
Z.: Eso podría permitirle a ella definirse más.
E.: Uno no quiere que la paciente diga: "No, mi mano no se mueve". Entonces uno
dice: "Tal vez usted piense que su mano no se mueve". En ese caso es uno el que ha
dicho el "no".
Z.: Con lo cual le permite a ella ser más afirmativa.
E.: Sí.
Z.: Entonces usted hizo una inversión después de la exageración de ella, y corrigió su
exageración.
E.: Yo no quería que ella se quedase en la exageración. Quería que bajara hasta su símismo real.
S.: Recuerdo que usted dijo que no se movería y, este...
E.: ¿Me creyó?
S. (sonriendo): Me imagino que sí.
E.: Se lo imagina solamente. (Sally se ríe.)
Z.: Usted ya había jugado antes con su falta de compromiso, en torno de las ideas de
la "creencia" y la "realidad". Aquí dice: "Se lo imagina solamente", y ella se ríe. Ella
entra en el juego. En ningún momento declara que lo hace, pero su cuerpo,
nuevamente, indica que entró en el juego.
E.: Ajá.
S.: Yo, este... me da la impresión de que no se movió.
202
E.: Entonces, es algo más que una imaginación
S. (riendo): Sí... (En voz baja.) Yo... estoy muy sorprendida también de que una
pueda despertarse del cuello para arriba y no del cuello para abajo.
E.: ¿Qué es lo que le sorprende?
S.: Que una pueda, este... que su cuerpo pueda quedar dormido del cuello para abajo
y una pueda hablar... estar despierta Y saber... con el cuerpo tan entumecido. (Se
ríe.)
E.: En otras palabras, no puede caminar.
S. (niega con la cabeza): Bueno, no, no en este momento.
E.: No en este momento.
S. (suspirando): Ajá, no en este momento.
E.: Y al negar con la cabeza, de inmediato se comprometió con la idea de que ella no
podía caminar. Sorteó así un compromiso inmediato.
Z.: Para ella era más fácil un compromiso negativo que uno positivo; pero un
compromiso negativo significa un paso dado en dirección a un compromiso positivo.
E.: Ajá.
Z.: Además, todo este tiempo ella tiene enfocada la vista hacia usted. No mira
alrededor.
E.: Estábamos los dos solos.
E.: Cualquier obstetra en este grupo sabe cómo producir una anestesia del cuerpo.
(Mira expectante a Sally. Esta primero asiente con la cabeza y después hace una
señal negativa. Carraspea y sigue con la vista en blanco dirigida hacia la derecha.)
¿Cómo se siente una a los 35 años sin poder caminar?
S. (corrigiéndolo): 34.
E. (sonriendo): 34.
Z.: Ella lo corrigió y a usted le causó mucha gracia. Usted no perdió el equilibrio en
modo alguno.
E.: Bueno, ¿por qué habría de perderlo?
Z.: Además, ella pasa a la posición dominante. Lucha con usted para procurar adquirir
dominio sobre usted.
E.: Y yo se lo cedo.
Z.: Sí. Ella lo corrigió a usted acerca de su edad. Pero para ello tuvo que hacer una
declaración definida.
E.: Uno siempre puede ceder primero para posteriormente pasar al frente.
S.: Este... en este momento se lo siente agradable.
E.: Muy agradable.
S.: Ajá.
203
Z.: Y entonces usted exagera con una emoción positiva. Ella dice "agradable" y usted
ratifica: "muy agradable".
E.: Ahora bien, cuando llegó, ¿le gustó mi actitud bromista hacia usted?
S.: Probablemente sí.
Z.: Primero usted subraya la sensación agradable y luego vuelve a la sensación de
broma. Sin embargo, no estaba bromeando. La verdad es que usted la hizo sentirse
muy incómoda. Así, al aparear temporalmente las dos ideas, la actitud de ella hacia
esa sensación desagradable se toma más positiva.
E.: Sí.
E.: ¿Probablemente sí?
S.: Sí.
E.: ¿O probablemente no?
S.: Sí, probablemente sea así. (Se ríe.)
Z.: Ella vuelve a responder de la manera equívoca en que suele hacerlo, y usted
recalca, con la inflexión de su voz, "probablemente sí".
E.: Recalco el "sí" con la inflexión de la voz.
Z.: Pone énfasis así en la respuesta positiva.
E.: Ajá.
E. (sonriendo): Bueno, llegó la hora de la verdad.
S.: ¿Qué? (Se ríe.)
E.: Llegó la hora de la verdad.
S.: Bueno, sí, tengo una mezcla de sentimientos. (Se ríe.)
Z.: Ella continúa con su modalidad equívoca. No asume verbalmente "la hora de la
verdad". Entonces usted empieza enseguida a exagerar.
E.: ¿Dice que tiene una mezcla de sentimientos... una gran mezcla de sentimientos?
S.: Bueno, sí, me gustó y no me gustó.
E.: ¿Una gran, gran mezcla de sentimientos?
S.: Este, no sé si puedo hacer esa distinción.
Z.: Ahora usted juega la cuestión desde el otro lado. Exagera su falta de compromiso
volviendo la distinción tan absurda que ella no puede dejar de comprometerse. Las
distinciones se han vuelto harto absurdas: "gran mezcla, gran, gran mezcla".
E.: Se usa eso como contraste.
204
Z.: La combate con sus propias armas.*
E.: La combato con sus propias armas, sí. Y entonces ella rechazará sus propias
armas y no me rechazará a mí.
Z.: Usted le brinda la oportunidad de que vea los efectos de su falta de compromiso:
"Una gran, gran mezcla". Usted está jugando, y el rechazo de su conducta tiene que
provenir de ella misma.
E.: ¿Hubiera preferido no haber venido nunca?
S.: Oh, no, estoy muy contenta de haber venido. (Se muerde el labio inferior.)
E.: De modo que viniendo aquí aprendió a no caminar.
S. (riendo): Sí (asiente con la cabeza), a no moverme del cuello para abajo.
E.: ¿Estaba rica esa golosina?
S. (en voz baja): Oh, sí, realmente rica... pero, este... había golosinas de muchas
clases.
E. (sonriendo): Entonces estuvo comiendo golosinas.
S. (sonriendo): Ajá.
E.: ¿Quién se las dio?
S.: Usted.
E. (asiente): Fue generoso de mi parte, ¿no?
E.: Ella no quería comprometerse en absoluto. Pero dijo enfáticamente que estaba
muy rica, o algo que significaba eso.
Z.: Sí.
E.: Y ese era un compromiso directo. Le estoy dando la posibilidad de que se
comprometa y no se comprometa.
Z.: Otro paso positivo.
S.: Sí, estuvo realmente bien. (Sonríe.)
E.: ¿Le gustaron las golosinas?
S.: Ajá, sí.
Z.: Aquí se compromete decididamente.
E.: Está aprendiendo una pauta... una pauta nueva.
E.: Y todos los filósofos dicen que la realidad está enteramente en nuestra cabeza.
(Sonríe.) ¿Quiénes son estas personas?
S. (mirando a su alrededor, mientras E. se inclina más hacia ella): No tengo la menor
idea.
*
"You hoist her with her own petards": frase de Shakespeare (Hamlet, acto ll, escena 4), que ya es un
modismo corriente en inglés. [N. del T.]
205
E.: ¿Ella no tenia idea de quiénes eran esas personas? Sí que tenía idea. Yo le
pregunté: "¿Quiénes son estas personas?", y esto exigía que me diera una respuesta
negativa.
Z.: y aquí la obliga a que establezca contacto con la gente.
E.: Ajá.
Z.: y su próxima intervención es: "Dígame francamente qué opina de ellos", lo cual
era muy difícil para Sally. Realmente la pone usted en un aprieto con su forma de
obligarla a establecer contacto con la gente.
E.: Sí.
Z.: ¿Con qué finalidad?
E.: Su brazo continúa paralizado. Hay personas que adoran su enfermedad y la
preservan, y uno debe obligarlas a que hagan algo para ser francos, y luego ella actúa
con franqueza. Puede aceptar las órdenes.
Z.: Por más que usted sabe que en su respuesta directa no se va a comprometer,
pero así y todo tiene que dar una respuesta más comprometida.
E.: Eso es. Uno debe ofrecerle una situación segura para su respuesta comprometida.
¿Se da cuenta?, dentro de su pauta no comprometida, si es posible obligarla a dar
una respuesta comprometida, por más que sea muy general, luego uno puede
obligarla a que la haga más específica. Se pasa de lo muy general a lo específico, y lo
específico suprimirá su parálisis.
Z.: ¿Recuerda cómo suprime ella su parálisis?
E.: No.
Z.: La forma en que ello sucede es excelente, ya verá cómo usted la disfruta.
E.: Bien, dígame francamente qué opina de ellos.
S.: Bueno, todos... parecen diferentes.
E.: Parecen diferentes.
S.: Sí, todos parecen diferentes. (Carraspea.) Tienen buen aspecto. Todos parecen
diferentes... entre sí.
E.: Todas las personas son diferentes entre sí. (S. ríe cohibida, carraspea y suspira.)
Z.: Aquí usted la obligó a establecer contacto con la gente, y esto puede sacar a la
superficie algunos sentimientos negativos. La obliga a hacer contacto con la gente y a
dar su opinión franca, lo cual es muy difícil. Ella no va a comprometerse, pero está
comprometida en la dirección suya, así que usted tiene allí un compromiso parcial,
porque ella está comprometida en la dirección que usted estableció.
Entonces, la asociación de ella también puede ser la de tener cierto sentimiento
negativo hacia la gente por el hecho de que llega tarde y la molesta. Pero hela allí,
sentada, en hipnosis, con el brazo cruzado por sobre el cuerpo, y usted que le dice:
"Dígame francamente qué opina de ellos". Si ella opina alguna cosa negativa, no
puede decirla, y además está separada de cualquier sentimiento negativo por la
hipnosis y por la posición cómoda en que se encuentra.
E.: Ajá.
206
Z.: y usted decididamente quiebra la focalización de ella en usted obligándola a
contactarse con los demás. ¿Por qué?
E.: Porque el foco tiene que volver a ella. Porque el médico abandona la sala de
espera o el cuarto del paciente y el foco retorna a este. Hay que hacer de ello una
situación real.
Z.: Es también una manera interesante de integrar a Sally al grupo. Ella debe mirar a
su alrededor. Debe tomar contacto con la gente.
E.: Y pensar con franqueza. Así que le doy permiso para que lo haga.
Z.: ¿Para que tenga sentimientos negativos?
E.: Sí. Si yo le doy a usted algo, eso implica que se lo puedo quitar, ¿no es así?
Z.: Así es.
E.: Entonces, le di permiso.
E.: ¿Dónde está Eileen ahora?
S.: Oh, no sé... este...
E.: ¿Cuánto hace que pensó en ella por última vez?
S.: Oh, bueno... hace mucho tiempo... Este, su... María era su hermana. María tenía
una edad más próxima a la mía y, este... era la hermana menor, y las recuerdo...
¿Sabe?, recuerdo a esas personas de mi niñez, pero rara vez pienso en ellas.
E.: ¿Dónde estaba su casa?
S.: Este... en Filadelfia.
E.: ¿Y usted estaba en el patio?
S : Ajá.
E.: ¿En Filadelfia?
S.: Ajá.
E.: ¿Cómo llegó aquí?
S. (riéndose): Oh, tal vez yo, simplemente imaginé que estaba aquí.
E.: Mire eso. (Señala a varias personas.) El está moviendo la pierna. El está moviendo
los dedos de los pies, y ella está moviendo los suyos. ¿Cómo es que usted está tan
quieta?
Z.: ¿Es una tentativa para que ella se comprometa más?
E.: Y para forzarla a apreciar detalles sutiles alrededor.
Z.: Corroborando de esa manera el estado de trance.
E.: Nosotros estamos solos en el patio trasero de Filadelfia. "¿Cómo llegó aquí?":
"Aquí" es muy específico. El patio de Filadelfia carece enormemente de especificidad.
¿Cuantos patios hay en Filadelfia?
Z.: Sí, y cuántas fechas Y momentos.
E.: Y el "aquí" es enormemente específico: Como ve, yo estoy llegando a ideas
generales mezcladas con ideas específicas.
Z.: Con la intención de darle a ella la oportunidad de que sea más específica.
207
E.: Sí.
S.: Bueno, recuerdo que usted dijo algo sobre... este...
E.: ¿Siempre hace lo que yo le digo?
S. (niega con la cabeza): Es muy poco común que yo haga lo que me indican.
E. (interrumpiéndola): ¿Quiere decir que usted es una chica poco común?
S.: No, es poco común que haga lo que me indican;
Z.: Usted cambió de encuadre el "poco común". Ella le anexa al "poco común" un
sentimiento negativo: "Es poco común seguir indicaciones". Entonces usted le dice:
"Usted es una chica poco común", y esto lleva adherido un sentimiento positivo. Ella
lo rechaza verbalmente diciendo: "Es poco común que haga lo que me indican".
E.: "Usted es una chica poco común" es algo que sí conserva en la memoria.
Z.: Entiendo. Se lo conserva en la memoria en un plano inconciente.
E.: Sí, y es gratificante desde el punto de vista emocional.
S.: Nunca hago lo que me indican.
E.: ¿Nunca?
S.: No puedo decir que nunca... muy rara vez. (Sonríe.)
E.: ¿Está segura de que nunca hace lo que le indican?
S.: No, creo que acabo de hacerlo. (Se ríe y carraspea.)
E.: ¿Sigue indicaciones ridículas?
S. (riéndose): Este... bueno, probablemente podría moverme.
E.: "Sigue indicaciones"... repare en su respuesta.
Z.: Empieza a pensar en su brazo, un pensamiento interno muy específico de parte de
ella. Usted estaba hablando en términos muy generales. Ella podía haber respondido
a cualquier sugestión anterior.
E.: Estaba atrapada. Se vio obligada a pensar internamente y específicamente en su
parálisis.
Z.: Y fue la generalidad suya lo que llevó a la especificidad de ella.
S.: Probablemente podría moverme.
E.: ¿Cómo?
S.: Probablemente podría moverme si de veras decidiera hacerlo.
E.: Ella dijo: "Probablemente podría moverme".
E.: Mire a cada una de las personas que la rodean y dígame quién será el próximo
que, a su juicio, entrará en estado de trance. Mire a cada uno.
208
Z.: Esto es interesante. ¿Por qué le pide usted que tome contacto con cada uno y
decida quien será, a juicio de ella, el próximo que entrara en estado de trance?
E.: Ella tiene que pensar en "x, y, z", y ella forma parte del alfabeto.
Z.: Esto la incorpora a ella como parte del grupo.
S. (mira a su alrededor): Este... tal vez esta mujer del anillo en el dedo que está
sentada aquí (señala a Anna).
E.: ¿Cuál?
S. (en voz baja): Este... la mujer que está frente a nosotros, con el anillo en el dedo
izquierdo. La que tiene los anteojos sobre la frente. (E. se inclina y se aproxima más
aún a S.)
E.: ¿Y quién más?
S.: ¿Qué más? Creo que probablemente ella será la próxima persona que entrará en
trance.
E.: ¿Está segura de que no pasó por alto a nadie?
S.: Tuve esa impresión sobre un par de personas... el hombre sentado junto a ella.
E.: "Tuve la impresión": esa fue una respuesta más comprometida.
E.: ¿Alguien más?
S.: Este... sí, alguien más.
E.: ¿Eh?
S. (sonriendo): Alguien más.
E.: ¿Qué piensa de la chica sentada a su izquierda (señala a Rosa)?
S.: Sí.
Z.: Esta es una parte muy buena. Véala a Rosa. Está inclinada en dirección opuesta a
usted, con los brazos y piernas cruzados. Sin embargo, usted le sugiere a Sally que la
escoja a ella, aunque la postura de su cuerpo indica resistencia.
E.: ¿Cuánto tiempo, piensa usted, le llevará a ella descruzar las piernas y cerrar los
ojos? (Rosa está sentada en el otro extremo que Erickson respecto del sillón verde,
con las piernas y brazos cruzados.)
S.: Este... no mucho.
E.: Bien, obsérvela. (Rosa no descruza las piernas. Mira de vuelta a Erickson, luego
baja la vista. A continuación alza la vista, sonríe, y mira a su alrededor.)
R. (encogiéndose de hombros): No tengo ganas de descruzarlas.
E.: Sally se comprometió al decir "No mucho", pese a que Rosa se resiste total y
minuciosamente.
Z.: ¿Ella debe hacerse cargo de su error?
209
E.: Sí. Hay gente que no soporta cometer un error. Ella cometió un error y se las está
aguantando bastante bien.
Z.: Sí, ella cometió un error al decir "No mucho", y tendrá que hacerse cargo de él.
E.: Sí, y eso es muy instructivo.
E.: No le pedí que se ponga incómoda. Nadie le pidió que se ponga incómoda. (R.
hace una señal negativa.) Simplemente le pregunté a esta chica cuánto tiempo le iba
a llevar a usted descruzar las piernas... cerrar los ojos y entrar en trance. (Rosa
asiente. Pausa. E. la mira expectante.)
Z.: De modo que usted desplazó el foco: la dejó a Sally y pasó a Rosa. De inmediato
Sally queda fuera de la atención. Usted le ha estado prestando mucha atención, y
ahora se la retira, y ella no podrá granjearse de nuevo su atención cuando usted
empiece a trabajar con Rosa.
E.: Si, pero ella se comprometió, cometió un error y se hizo cargo de él.
E. (a Sally, situada muy próxima a él, a su izquierda): Obsérvela. (Pausa. Rosa cierra
y abre los ojos.) Ella cerró los ojos y los abrió. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que
usted los cierra (sic) y los mantenga cerrados? (Pausa. E. mira a Rosa, quien
parpadea.)
Z.: Fue una hermosa falta gramatical de su parte. "¿Cuánto tiempo pasará antes de
que usted los cierra", siendo que debería haber dicho "antes de que ella los cierre"?.*
Eso crea cierta confusión y hace que ella deba centrarse en la palabra "cierre".
E.: Si, pero ella ha estado fuera de la situación. Yo tenía que traerla de algún modo.
Z.: ¿A Rosa?
E.: No, a Sally. Sally ha estado fuera.
Z.: Si. De modo que Sally debía observar a Rosa, y eso la trajo de vuelta a la
situación.
E.: Además, el compromiso original de Sally fue: "No pasará mucho tiempo antes de
que Rosa cierre los ojos". Así que la traje de vuelta.
Z.: Eso estuvo muy bueno. Así ella tenía que advertir el factor temporal y darse
cuenta del error, y así aprendería que podía hacerse cargo del error. Su falta de
compromiso apunta a no cometer errores.
De manera que, el trabajo con la personalidad de Sally consistió básicamente en
expandir su esquema de flexibilidad y permitirle comprometerse, así como cometer
errores y pese a ello sentirse bien.
E.:-En la facultad de medicina cometí una afrenta. Cuando un paciente estaba por
morir, se le pedía a toda la clase que le hicieran uno por uno un examen; luego el
paciente era sometido a la autopsia. Todo el resto de la clase iba a la autopsia
rezando para que el diagnóstico que había hecho fuese correcto, y sentían como una
la que yo, en cambio, esperase siempre haberme equivocado en el diagnóstico.
Z.: No lo pude seguir.
E.: Yo siempre esperaba haberme equivocado, porque así tenia más cosas que
aprender. Si hubiera hecho el diagnóstico correcto no tendría nada que aprender. Y
*
Del verbo de "usted" en lugar de "ella", la forma verbal emplea them, es incorrecta lo correcto sería
"you Close them". (N.T)
210
mis compañeros no entendían eso. Así que a Sally la hice comprometerse para que
aprendiera más. Luego la traje de vuelta a la situación.
Z.: Muy bien. Una pequeña cosa más sobre esto: usted la presiona a Rosa y a la larga
cierro los ojos. Le lleva mucho tiempo, porque desde el comienzo Rosa mostró que
opondría resistencia. Usted sabía desde el comienzo que ella opondría resistencia, de
modo que usted se tomó su tiempo.
E.: Me tomé mi tiempo, y las hice jugar a una contra la otra.
Z.: Sí.
E.: Sally haría un aprendizaje positivo, y Rosa aprendería: "No hay que tratar de
resistirse".
Segunda reunión de comentarios
Z.: Lo último que usted hizo fue sacar a Sally del trance y comenzar una inducción
con Rosa. Me explicó que pretendía que Sally se hiciera cargo de su error, que
advirtiera que podía cometer un error y sin embargo sobrevivir. Sally había dicho que
Rosa sería la próxima en entrar en trance y que lo haría con facilidad, pero en
realidad Rosa oponía mucha resistencia. Repasemos un poco esa última parte.
R. (encogiéndose de hombros): No tengo ganas de descruzarlas.
E.: No le pedí que se ponga incómoda. Nadie le pidió que se ponga incómoda. (R.
hace una señal negativa.) Simplemente le pregunté a esta chica cuánto tiempo le iba
a llevar a usted descruzar las piernas... cerrar los ojos y entrar en trance. (Rosa
asiente. Pausa. E. la mira expectante. Se dirige a Sally, situada muy próxima a él, a
su izquierda.) Obsérvela. (Pausa. Rosa cierra y abre los ojos.)
Z.: Usted estaba presionando mucho, indirectamente, en Rosa para que se adviniera.
Al hacerlo, Sally, que estaba en el medio, distrajo su atención. Entonces usted la
obligó a volver y observar a Rosa, por dos razones: una, para que Sally viera su error,
lo advirtiera realmente; y dos, para presionar más aún sobre Rosa a fin de que le
respondiese.
E.: Sí.
Z.: Pero Rosa sigue "cruzada" en su postura. Es una interesante batalla de
voluntades, porque usted no va a ser desmentido. Rosa cerrará los ojos, pero opone
mucha resistencia a cerrarlos y a descruzar las piernas. Se convierte casi en una
batalla, y ella terminará por avenirse a las expectativas y sugestiones suyas.
E.: Pero lo importante es esto: ¿hasta qué punto se da cuenta Rosa de que es una
batalla?
Z.: ¿Hasta qué punto se da cuenta? Yo creo que ella se da cuenta de la batalla.
E.: Sí, pero, ¿hasta qué punto estoy dándole batalla?
Z.: Usted no le está dando batalla. Es todo indirecto. Usted simplemente le habla a
Sally, pero la mira a Rosa y su actitud hacia ella es muy expectante.
E.: Dirijo mi voz hacia Rosa.
E.: Ella cerró los ojos y los abrió. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que usted [sic] los
cierre y los mantenga cerrados? (Pausa. E. mira a Rosa.)
211
Z.: Mencionamos el otro día que usted acá recurrió a una falta gramatical para
centrar la atención de ella en "cierre".
E.: Exacto. Porque si yo digo "antes de que usted los cierre", eso es discutible, pero
"antes de que usted los cierra"... ¿cómo puede discutirse eso? Ella va a emprender un
montón de maniobras psicológicas para definir eso como falta gramatical.
Z.: Sí, y entonces la contienda será más difícil, porque una parte de la energía estará
aplicada a figurarse la falta gramatical.
E.: Exacto. Cuando uno está dando una conferencia pública sobre un tema
controvertible, procede con sumo cuidado; si nota que en el auditorio hay una
persona que le es hostil, basta que pronuncie mal una palabra para que esa persona
diga: "Ah, yo soy mejor en eso", con un sentimiento de superioridad. No se da cuenta
que se está limitando a una palabra.
Z.: Disputa por la forma, no por la sustancia.
E.: Ajá.
Z.: Es una variante de la idea de darle al sujeto un símbolo que absorba sus
emociones. Por ejemplo, aquel caso en que usted le hizo plantar un árbol a la mujer
que había perdido a su hija. El símbolo absorbe las emociones. Aquí, usted comete
una falta gramatical, y eso absorbe y desvía en parte las emociones.
E.: La hostilidad se concentra sólo en la palabra, y el sujeto queda con un sentimiento
feliz.
Z.: Un sentimiento de superioridad.
E.: Ajá. Es una felicidad reconocida como tal, aunque no se define qué clase de
felicidad es.
Z.: ¿No es definida como un sentimiento de superioridad?
E.: No es definida con relación al tema. Simplemente el sujeto se siente feliz con
respecto a uno.
Z.: Porque uno cometió ese error.
E.: Una vez un adleriano que enseñaba en Chicago quiso refutarme. Yo no se lo
admití, le protesté. El pensó que yo tenía miedo del debate. Utilicé toda suerte de
técnicas diversivas, incluida la mala pronunciación de algunas palabras, y él se puso
tan contento de corregir mis faltas, su felicidad se irradió hacia lo que yo decía. Este
individuo había tenido un papel predominante en la escuela de Chicago durante
mucho tiempo. Sabía más que yo sobre Adler. Yo continué con esa treta, hasta que al
final se echó a llorar.
Z.: ¿Y a qué se debía su llanto?
E.: El seguía contento acerca de lo que yo decía, pero no pudo vincular eso con el
hecho de que sólo estaba corrigiendo mis palabras y mi manera de pronunciarlas. Se
dio cuenta de que, en cuanto a las argumentaciones, me estaba dando la razón, y no
quería darme la razón. Quería refutarme.
E. (Rosa parpadea): Cada vez le cuesta más abrir los ojos. (Rosa cierra los ojos, se
muerde el labio y los vuelve a abrir. Pausa. Sally cierra los ojos.)
E.: Lucha infructuosamente.
212
Z.: Cuando le he mostrado esta cinta a otra gente, se mostraron preocupados por la
gran presión que usted ejerció sobre ella. No obstante, ella también indica muy
pronto, en un plano no verbal, su deseo de cooperar. Cierra y abre los ojos.
E.: Sí, el público se molesta porque querrían retraerse, y no pueden identificarse con
ella. Ella no quiere retraerse de mí.
Z.: No, no quiere.
E.: Espera ganar, pero no tiene definido si el ganador seré yo o ella. Quiere que gane
alguien, y aún no le ha sido permitido decir: "Quiero ganar yo", porque sus ojos se
cierran y la mano se le mueve. Y me sigue mirando. Espera tener éxito, pero es un
éxito no definido. Ahora bien, yo sé que el éxito es mío. Ella quiere permanecer así
hasta que se logre un éxito.
Z.: Sí, y ella está muy cómoda en su propio cuerpo
E.: Se está empeñando mucho en jugar conmigo, pero está perdiendo. (Pausa.) Y no
sabe lo cerca que está de entrar en trance. (A Rosa:) Entonces, cierre los ojos ahora.
E.: Hay que tener presente algo más. Los pacientes acuden a uno en busca de ayuda.
Tal vez se resistan a recibirla, pero anhelan desesperadamente que uno gane. Ella
vino en busca de información para saber que la única manera en que puede obtenerla
consiste en que yo le gane. Así que está atrapada entre su propio deseo de ganar y su
deseo, mayor aún, de aprender.
Z.: Sí. y es magnífico que usted se muestre dispuesto a continuar su lucha. Hay aquí
una bella benevolencia. Usted le fija ciertos límites, de modo tal que a la postre ella,
perdiendo, ganará.
E.: Eso es.
Z.: y usted hizo algunos comentarios indirectos, como: "Se está empeñando en jugar
conmigo", "Cada vez le cuesta más abrir los ojos ". Pero ahora la mira y le dice
directamente: "Entonces, cierre los ojos ahora, y manténgalos cerrados ahora",
aunque usted sabe que no va a cerrarlos inmediatamente. Sin embargo, le sigue
dando a ella la oportunidad.
E.: De que elija el momento. No se trata de elegir entre cerrar o no cerrar los ojos,
sino de una cuestión de tiempo. Y yo tengo tiempo.
Z.: Sí. Además, en este punto ella podría asustarse pensando que tal vez usted no le
gane. Eso le daría quizá más impulso para eludir ponerse de su lado más adelante.
E.: Ajá.
E.: Y manténgalos cerrados, ahora. (Rosa parpadea una vez, y otra vez durante más
tiempo.) Está bien, puede tomarse tiempo. (Rosa vuelve a parpadear.) Pero los
cerrará. (Rosa parpadea.) Y la próxima vez que se cierren, déjelos que se queden
cerrados... más tiempo. (Pausa. Rosa cierra los ojos y los abre, vuelve a cerrarlos y
abrirlos. Pone cierta actitud deliberada en la manera de cerrarlos.) Está empezando a
saber que se cerrarán. Está luchando duro para mantenerlos abiertos y se pregunta
por qué me la tomé con usted. (Rosa cierra los ojos y los abre, los cierra y los abre.)
Eso es. (Cierra los ojos y los mantiene cerrados.) Eso es.
Z.: Y permanecieron cerrados.
213
E.: "Eso es". (En voz baja:) "Eso es".
Z.: Ya veo, hay un tono reconfortante en su manera de decirle "Eso es".
E.: El tono reconfortante.
Z.: Además, todo ese tiempo ella tuvo los ojos clavados en usted. No puede en
realidad atender mucho a lo que sucede dentro del campo de su visión periférica,
porque está enfocada en usted.
E.: Y mi tono reconfortante no es de triunfo.
Z.: Sí, es de confortamiento para ella.
E.: Si yo hubiera dicho "cerrados" en tono triunfante, ella los habría abierto.
Z.: Sí.
E.: Lo dije reconfortantemente.
Z.: De modo que en última instancia ella salga ganando.
E.: Y lo que gana es confortamiento. Tiene ahora una meta enteramente nueva... una
meta de confortamiento.
Z.: Sí, y podemos decir que es otro de esos casos en que Erickson gana y el paciente
se lleva el premio. Además, ella cierra los ojos y los mantiene finalmente cerrados
cuando usted dice: "Se pregunta por qué me la tomé con usted". Esto parece aflojar
en parte la tensión. ¿Por qué?
E.: "Se pregunta por qué me la tomé con usted". Así, ella puede difundir su
resistencia por un vasto ámbito.
Z.:¿Ella debe asociar sobre el motivo de que usted se la tome con ella, y puede tener
muchas asociaciones?
E.: Y ninguna de ellas es la correcta.
Z.: ¿Por qué se la tomó usted con ella?
E.: Para que su resistencia fuera menos profunda, y se difundiese más.
Z.: ¡Excelente forma de abordar la resistencia! La difunde y adelgaza tanto...
E.: ...que se vuelve inútil.
Z.: Ahora bien: ella lo ha estado mirando a usted fijamente, con una atención muy
concentrada. Por lo demás, se mueve muchísimo. En términos de conducta, no está
fija, pero en términos de definir la hipnosis como estado de atención focalizada, está
en trance.
E.: Ese movimiento de ella es para convencerse que no está en trance. Que uno tenga
que autoconvencerse con cada movimiento que haga, significa: "Ese movimiento que
hice antes no me convenció; este no me convence; este otro no me convence".
Z.: Así que ella sigue luchando para efectuar movimientos de orientación que la
convenzan.
E.: Y pierde en todos los casos. Jeff, es usted la primera persona que conozco
interesada en comprender qué pasa en el sujeto y en mí al mismo tiempo. Le interesa
apreciar la palabra "confortamiento" y le interesa apreciar la falta de confortamiento
patente en los movimientos de ella. Esos movimientos que no van a convencerla, sino
que sólo van a desconvencerla.
Z.: Cuando yo dirijo un seminario sobre terapia ericksoniana, en la primera parte
enseño el tipo de diagnóstico que usted realiza. Es un tipo de diagnóstico diferente.
Por ejemplo: ¿Cómo se diagnostica el estilo en que la persona presta atención?
214
¿Cómo se diagnostica su estilo de responder? ¿Cómo se diagnostica su estilo de
comunicación y su estilo lingüístico? No se trata de un diagnóstico psiquiátrico, sino
que implica la comprensión de factores intra e interpersonales, como el estilo según el
cual uno controla la relación.
Luego, paso del diagnóstico a otra parte, referida a la manera en que se hacen
sugestiones a fin de adecuar ese diagnóstico a la persona.
Por ejemplo, recurro a la idea de sacar la basura fuera. Si el sujeto es de esos que se
preocupan por su interioridad, la sugestión de sacar la basura fuera se le imparte de
un modo distinto que si es un sujeto orientado hacia lo externo. A un individuo
"dominante" las sugestiones le son impartidas de otra manera que a uno "sometido".
Creo que esto puede ayudar, porque algunos hacen hincapié en su técnica pero no en
el hecho de que lo que usted hace parte de un diagnóstico del individuo.
E.: El efecto sobre el sujeto.
Z.: La forma en que usted ofrece sus sugestiones depende del diagnóstico que haya
hecho sobre lo que sucede en el interior del sujeto. Usted emplea un tipo de
diagnóstico diferente.
E.: Hay algo más para tener en cuenta, y es la manera en que todos aprendemos a
hablar. Todos tenemos una larga, larga experiencia en cometer errores. "Yo ande" en
lugar de "yo anduve", "Yo cabí" en lugar de "Yo cupe". Todos tenemos una historia de
errores gramaticales y de pronunciación. Y cometer errores es una riquísima fuente
de enseñanzas. Uno puede cometer un error en forma deliberada, y de ese modo
apelar directamente al caudal de errores históricos del sujeto y a su deseo de ser
corregido. Y uno le ofrece entonces esa corrección.
Z.: Y a la vez, al hacer eso se revive aquella antigua...
E.: ...Modalidad receptiva.
Z.: De la época en que uno era chico.
E.: Sí. "Mamá, ande por la plaza"; y la mamá corrige: "Anduve por la plaza". Y el
chico le agradece. Así, cuando yo pronuncio mal una palabra y el paciente me corrige,
vuelve el antiguo marco de referencia. El tiene una sensación de apaciguamiento y
gratitud, sólo que no puede definirla. Entonces uno pasa a otro tema.
Por ejemplo, en nuestra luna de miel Betty no sabía conducir, íbamos en automóvil
por una carretera desierta en medio del campo. De pronto entró una abeja y la picó
en la rodilla. Ella la aplastó de un manotazo y la tiró fuera por la ventanilla. Yo giré el
auto hacia la banquina, lo detuve y le dije con profundo sentimiento: "Me alegra que
te haya picado a ti y no a mí".
Z.: No comprendo.
E.: Lo dije con toda intención, y ella me miró horrorizada. Porque en una oportunidad
yo había sido picado por una abeja y estuve inconciente tres días. Cuando recibió ese
bit de información, el horror ante la alegría de su marido por el hecho de haber sido
ella la picada, se trasformó en una gloriosa sensación de contento.
Z.: Ella quería protegerlo.
E.: Ajá. Hete aquí que su marido le deseaba ese daño, y ella le estaba agradecida.
Cuando nos ronda una abeja, ella se aterroriza por mí. Por supuesto, al decirle yo
eso, ella sintió un horror tremendo, abrumador. Pero de inmediato le siguió algo
todavía más abrumador. Fueron dos emociones abrumadoras una junto a la otra.
Z.: Es una buena secuencia: suscitar una emoción negativa, y de inmediato
trasformarla en la emoción positiva.
215
E.: Si yo estoy completamente dormido y me pica un mosquito, me despierto con
diarrea y una horrible reacción alérgica en todo el cuerpo. Tengo que tomar un baño
caliente durante una hora, más o menos. Así pues, si ella llega a ver un mosquito en
el dormitorio, sabe qué puede producirme, y al instante se alza en armas con el
matamoscas y el tubo de insecticida en aerosol.
Z.: De manera que usted puede hacer que el paciente o el sujeto asocie con el
sentimiento de protección, y se oriente a brindarle protección a usted.
E.: Eso es. Ella no quería ser picada por esa abeja, pero no era más que una picadura
corriente para una persona corriente.
Z.: Con lo cual cualquier sentimiento que ella tuviera acerca de ser picada por la
abeja iría acompañado por las otras emociones suscitadas.
E.: Por el horrible sentimiento de verme alegrarme por su picadura, y luego otro
sentimiento, infinitamente más importante, ante el hecho de estar sola en medio del
campo sin saber conducir el auto, y sin comprender mí caída en la inconciencia.
Hubiera sido una situación increíblemente difícil.
Z.: Entonces, cuando usted le dijo eso a Betty, pensaba en protegerla. Ella no tenía
que preocuparse por la picadura de la abeja.
E.: No. Yo me sentí enormemente aliviado. Sólo después me di cuenta de lo que
significaba para ella, y pude aliviarla. Primero tuvo un sentimiento negativo,
espantoso, y luego vino el abrumador sentimiento positivo.
Z.: Volvamos a la inducción.
E.: Rosa está perdiendo la batalla y yo la he reconfortado.
Z.: Si. Así que al principio hubo un sentimiento negativo, luego el confortamiento, y
está la resistencia...
E.: Porque ella estaba perdiendo y le acudían todos esos sentimientos negativos sobre
el hecho de perder, y entonces vino mi notable confortamiento.
Z.: Concretado en la forma en que usted le dijo: "Eso es", ¿Quisiera agregar algo más
acerca del diagnóstico de su particular personalidad y su particular estilo de resistirse?
E.: En general, cuando se enseña hipnosis, se dice que uno debe evitar la resistencia.
Z.: Sí.
E.: Aplíquelo.
Z.: Sí. Me encanta esa idea de difundir la resistencia y adelgazarla de modo tal que no
quede nada de ella. Es un concepto nuevo para mí, y me gusta. Rosa manifiesta una
terquedad distinta de la de Sally. ¿Puede decirme algo sobre la diferencia entre el
estilo de resistencia de Rosa y el de Sally?
E.: Rosa se resiste con referencia a las personas, en tanto que la resistencia de Sally
se refiere a las ideas, "la idea suya y la idea mía".
Z.: El conflicto de Rosa es más directo, el de Sally gira en tomo de alguna cosa.
E.: Sí, gira en tomo de alguna cosa. Ahora bien, Rosa se esta defendiendo de mi
como persona.
Z.: Eso es interesante. Me gusta esa distinción.
E.: Bien, lo que quiero que adviertan es su cooperación. Los pacientes pueden
resistirse, Y de hecho se resistirán. Yo pensé que ella se resistiría.
E.: Yo dije: "Un paciente puede resistirse", y ella se había resistido otra vez.
216
Z.: ¿Cuando movió el cuerpo?
E.: Ajá, sí. Fue para aumentar su confortamiento.
Z.: Además, con ello la acerca a usted. Ella se acerca a usted y se pone más cómoda
apoyando el brazo en la silla. Y esto lo hizo cuando usted pronunció la palabra
"resistencia".
E.: Sí.
Z.: Así que es posible resistirse positivamente.
E.: La palabra "resistencia" cobra un nuevo sentido, un sentido de confortamiento, y
yo apruebo que ella se resista.
Z.: Antes usted le hablaba directamente a ella, o hablaba sobre ella indirectamente,
pero en cuanto ella cerró los ojos, usted se zafa, cambia la ubicación espacial de su
voz y vuelve a dirigirse al grupo, ¿Por qué?
E.: Hay que dejarla que disfrute de su comodidad. Es su comodidad, que la disfrute.
Yo me aparté de ella, respetando su comodidad.
E.: E ilustraría muy bien la resistencia.
E.: Allí ella se apartó de mí, y está probando si es cómoda la resistencia. Sigue
disfrutando de su comodidad. En otras palabras, su comodidad es suya.
Z.: Y enseguida usted vuelve a enlazar la palabra "resistencia". Dice que ella
"ilustraría muy bien la resistencia", así que se anexa otro sentimiento positivo a la
palabra "resistencia".
E.: Ella va a descruzar las piernas, aunque todavía no lo sabe. Pero quiere mostrar
que no tiene por qué hacerla. Está bien. Cuando se trata a pacientes, siempre quieren
aferrarse a algo. Y como terapeutas, deben dejar que lo hagan. (Pausa. Rosa se
mueve en su silla y se inclina hacia adelante, pero aún con las piernas cruzadas.)
E.: "Ellos siempre quieren aferrarse a algo". Ella se aferrará al cruce de piernas con mi
permiso. Porque uno siempre quiere aferrarse a algo. Por ejemplo, esa bolita, esa
muñeca y ese camión son tuyos, pero esto es mío.
Z.: Es la misma actitud que encontramos en los niños.
E.: Cuando somos niños nos dicen que debemos compartir nuestros juguetes, pero...
"esto es mío". Mi nieta adoptiva Kim es oriental, tiene tras ella una herencia de miles
de generaciones de pensamiento vietnamita. Le llevó un año entero a Kim enseñarle a
Betty Alice (que la adoptó cuando Kim tenía nueve meses) algo que para Betty Alice
era muy notable. A los dos años de edad, Kim le enseñó esto: "Estos son los juguetes
de David, y sólo David puede jugar con ellos; estos son los de Michael, y sólo Michael
puede jugar con ellos. Estos son los míos, y sólo yo puedo jugar con ellos. Estos son
juguetes de todos, y todos podemos jugar con ellos", para los vietnamitas, durante
miles de generaciones, "este pedazo de tierra es mío". Cultivan el mismo pedazo de
tierra generación tras generación, siempre de la misma antigua manera.
Z.: ¿Afirma usted que hay una especie de conciencia racial?
E.: Tenemos miles de millones de células cerebrales, capaces de responder ante miles
de millones de estímulos diferentes; y las células del cerebro son muy especializadas.
Cuando proviene de un pueblo que generación tras generación sólo ha utilizado
determinadas células, cada una de las señales que recibe de niño lo centra en torno
de eso. Tome los judíos, por ejemplo. Han sido perseguidos durante milenios. Y los
217
judíos pueden pelearse entre sí, tener peleas muy amargas, pero si se entromete con
ellos otra nación, esta nación deberá combatir a un enemigo unificado. Los judíos que
antes reñían se juntan contra el enemigo común.
Z.: Sí.
E.: ¿No es así?
Z.: Sí.
E.: Los noruegos fueron navegantes y exploradores durante incontables generaciones,
y se disgregaron. Los griegos han sido griegos por generaciones, y al venir aquí, a
Estados Unidos, formaron una gran colonia. Incluso un griego de cuarta generación
sigue hablando el griego. No se dividen, permanecen juntos. Una colonia libanesa es
una colonia libanesa, una colonia siria es una colonia siria, mientras que los noruegos
se esparcieron por todas partes.
Los norteamericanos también se esparcieron por todos lados. Ya ve, nacemos con
células cerebrales similares, pero hay una pauta de conducta inherente a nuestra
conducta.
Ayer conversé con un judío polaco, un hombre sumamente inteligente. Estaba
absolutamente desesperado. Me habló durante dos horas. Decía: "¿Qué hice de malo
para que mis hijos nacidos en Estados Unidos no respeten las antiguas costumbres
polacas?" Las antiguas costumbres polacas era lo único que él podía entender. Él es
carnicero, y su hijo, físico nuclear. El viejo tiene el corazón destrozado. Su hijo debía
ser carnicero como él. Su madre es una buena ama de casa. La hija quiere seguir una
carrera profesional. Decía: "¿Qué hice de malo para que mis hijos hayan ido por mal
camino?"
En ciertas culturas, una familia recibió quizás un pedazo de tierra hace mil años,
digamos, y sigue cultivando esa tierra aunque esté a punto de morirse de hambre.
Z.: Las diferencias culturales han sido incorporadas muy rígidamente.
E.: Han sido incorporadas de tal modo que indirectamente lo apartan al chico de su
reacción natural.
Z.: ¿Puede usted conectar esto con lo que veníamos trascribiendo?
E.: Con respecto a Rosa, tiene un concepto muy personal de las relaciones entre el
hombre y la mujer.
Z.: Por ser italiana, quiere decir.
E.: Exacto. Un íntimo amigo mío desarrollaba una buena práctica profesional en
Milwaukee. Uno de sus pacientes era un italiano que finalmente tuvo una crisis y le
dijo: "Vine de mi viejo país con mi mujer. Cuando llego a casa, encuentro que ha
estado chismorreando todo el día. Tengo que hacerme la cena, lavarme la ropa,
ocuparme de todas las tareas domésticas". Mi amigo le preguntó: "De qué parte de
Italia es usted?" El respondió que era de la región X. Luego le preguntó: "De qué
parte de Italia es su esposa?". Respondió que de la región Y. Mi amigo continuó:
"Usted viene de una región de Italia en que a los hombres se les enseña a tratar a sus
esposas con amabilidad. Su mujer viene de una región donde el marido que ama a su
esposa lo demuestra dándole una paliza. Cuando llegue a su casa –"y no esté la cena
preparada, déle una zurra a su mujer y dígale: 'Quiero tener la cena lista cuando llego
a casa"'. Resultó la mejor solución, porque ella había aprendido desde la infancia que
un hombre zurra a su esposa como manera de mostrarle amor.
Rosa tiene su propia individualidad, que mantiene apartada de los hombres. Es una
enseñanza que le inculcaron, y que tiene que ver con el desafío: los hombres deben
demostrar que son más fuertes. Así que uno debe demostrarlo.
218
Z.: Creo que fue Carl Whitaker quien dijo que cualquier terapia tiene que empezar con
una pelea, y que si el terapeuta no está a la altura de la pelea, no habrá psicoterapia.
El paciente viene a poner a prueba la fuerza del terapeuta.
E.: ¿Quiere averiguar si uno tiene la fuerza que corresponde, y eso implica una pelea
si uno es débil y blando, como corresponde que sea, o es fuerte y combativo: como
corresponde que sea?
Un joven médico griego se había casado, si no me equivoco, tres veces. Venía de una
región de Grecia que era matriarcal. Cada vez que se casaba, su madre le decía:
"Estarás con esa chica unos meses, y luego haré que te divorcies y te casarás con
otra: Yo los escuché a ambos. Dejé que la madre manifestara sin ambages su
posición sobre lo que debía hacer un buen marido. Me dijo que en la luna de miel
tenía que irse con su madre y dejarla a la esposa en casa. Y la esposa sería la esclava
de la madre. Dejé que me contara, y después le dije que su hijo era norteamericano y
tenía derecho a casarse con la clase de chica que se le ocurriese. Y ella, la madre,
vivía ahora en Estados Unidos y no podría convertir en esclava a su nuera. El hijo nos
miraba, y quedó atónito cuando la madre se lanzó a hablar en griego; no sabía que su
madre podía emplear ese lenguaje.
Otra chica que conocí provenía de una región patriarcal de España, donde durante la
luna de miel el marido se queda en casa y la esposa se va con su padre. Esta chica
era mucho más accesible. Fui a visitar a la pareja recién casada, y me presentaron al
padre. Me espetó: "Así que usted es el tipo que le dijo a mi hija que se fuera de luna
de miel con su marido, y ahora ella me dice que yo no tengo ningún derecho:
"Exacto", confirmé.
Y la suegra griega iba todos los días a casa de su nuera y le indicaba qué debía
cocinar, qué cosas tenía que hacer y cómo debía ordenar los muebles. Le dije a la
suegra: "Le he informado a su nuera que cuando se canse de tenerla a usted en casa
le pregunte: ¿Quiere que llame al doctor Erickson?
Z.: Apelación a una autoridad superior.
E.: Y la suegra siempre se iba enseguida. Y la madre de Beatrice (una paciente que E.
derivó a Z.) es una dictadora absoluta. Vino a verme para decirme qué debía hacer
Beatrice. Yo le contesté: "Hoy ya estuvo usted demasiado tiempo con Beatrice, así
que ahora váyase a su casa. Ese mismo día vino Beatrice y me dijo: "Mi madre estaba
tan chiflada que se fue a su casa caminando". Había diez kilómetros de uno a otro
lugar. "Caminó casi hasta el aeropuerto. No quiso que la llevase.
Z.: Es notable la decisión con que usted asume el control en tales situaciones. Sus
intervenciones son muy incisivas.
E.: Cuando uno hace terapia, tiene que manejar toda clase de pautas.
Tiene que aprender a discernir qué clase de intervención incisiva necesita el paciente.
Z.: Volvamos a la inducción. Con respecto a Rosa, usted estaba hablando de la
resistencia, y mencionó que ella iba a descruzar las piernas. También se refirió a que
ella podía aferrarse a cualquier cosa. Por consiguiente, puede aferrarse a mantener el
cruce de piernas. Puede hacerlo apareándole sus asociaciones.
E.: Porque el paciente no es esclavo de ustedes. Ustedes están tratando de ayudarlo.
Le piden que haga cosas, y todos crecemos pensando: "Yo no soy esclavo de nadie,
no tengo por qué hacer lo que me dicen", y utilizan la hipnosis para que el paciente
descubra que puede hacer esas cosas (Rosa abre los ojos), incluso las cosas que
piensa que contrarían sus deseos. (Sally tose. E. se dirige a Rosa:) ¿Qué piensa de
que yo me la tome con usted?
219
R.: Simplemente quería ver si podía resistirme a lo que me decía.
E.: Sí. (Sally tose.)
Z.: Y bien, aquí la tenemos a Sally que empieza con esa tos realmente interesante, en
un momento veremos qué sucede con su tos. Usted había desviado la atención de
Sally largo rato. Le pregunta a Rosa:
"¿Qué piensa de que yo me la tome con usted?", y esto la aleja un paso más de
cualquier posible sentimiento negativo, porque está pensando en un sentido positivo.
Así pues, ella va a tener en su mente la idea de que estaba bien que usted se la
tomara con ella.
E.: Rebobine. Vea cómo Rosa dirige la palma de su mano hacia mí. Tiene la mano
abierta en dirección a mí. (Se rebobina la cinta.)
Z.: Primero se retrajo y después se acercó.
E.: Con la mano abierta.
Z.: Sí, con la expectativa de recibir.
E.:Ajá.
R.: Quiero decir que yo podía descruzar mis piernas. (Las descruza y las vuelve a
cruzar. Sally se ríe y tose. E. hace una pausa.)
E.: Yo le dije que descruzaría las piernas.
R.: ¿Eh?
E.: Le dije que descruzaría las piernas.
R.: Sí, puedo hacerlo.
S. (la tos hace que mueva el brazo izquierdo; un hombre le da una pastilla para la
tos, y ella se la lleva a la boca; luego abre los brazos, mira a E. y encogiéndose de
hombros le pregunta:) ¿A mí me dijo que iba a toser? (Se ríe, toca a E. con la mano y
sigue tosiendo.)
E.: Ella usa esa tos, que le pertenece.
Z.: Sí. Es la manera que tiene de mostrárselo a usted. Toma la pastilla, se encoge de
hombros y abre los brazos. Recurrió a esa tos para liberar el brazo paralizado. Sabía
que estaba desarrollando un síntoma; es una mujer inteligente y lo percibió. Sabía
que estaba desarrollando un síntoma para liberar el brazo.
E.: Fue una hermosa ejemplificación.
Z.: Sí, una ejemplificación hermosa.
E.: ¿No fue esa una magnífica manera indirecta... (Sally tose y se cubre la boca con la
mano), una magnífica e inteligente manera indirecta de controlar... su mano
izquierda?
Z.: Eso estuvo muy bueno. La forma en que usted lo dijo: "Una magnífica manera
indirecta, una magnífica e inteligente manera indirecta de controlar", y luego hizo una
breve pausa.
E.: Le di mi aprobación.
Z.: Le dio su aprobación.
220
E.: Le trasmití un sentimiento de aprobación.
S. (asiente riendo y tosiendo): Desarrollar un síntoma.
E.: Se libró de la parálisis del brazo gracias a la tos. (Sally asiente y tose.) Y funcionó
también, ¿no es cierto? (Sally se ríe y tose.) No es realmente una esclava.
S.: Imagino que no.
E.: Porque se cansó de tener la mano izquierda así levantada, de modo que pudo
bajarla... tosiendo lo suficiente... (Sally se ríe); y la bajó. (Sally suspira y se ríe.)
Christine: Quisiera hacerle una pregunta acerca de este cansarse de tener el brazo en
alto. Yo pensaba que cuando uno está en trance, por lo común no se cansa de
ninguna posición, no importa lo incómoda que sea. ¿Es un error? (A Sally:)
¿Realmente se le cansó el brazo... de tenerlo así alzado? ¿Estaba tan despierta que le
incomodaba esa posición?
S.: Este, yo... este... Lo experimenté como una especie de ... tal vez... tal vez fuera
una sensación diferente, un percatarse de la tensión, pero, este... probablemente
habría podido permanecer así sentada mucho tiempo más.
Christine: ¿Habría podido?
S.: Sentí que habría podido, sí... quedarme sentada mucho más... Fue una especie de
extraña... ¿no?.. Yo...
E.: Ella habría podido permanecer allí sentada mucho tiempo más.
Z.: Sí, habría podido. Usted apartó la atención de Sally. Ella tenía esa contradicción,
quería atraer su atención pero también quería sentarse atrás. Entonces usted, al
ocuparse de Rosa, apartó la atención de ella, que se quedó ahí plantada con el brazo
paralizado. Desarrolló un síntoma para liberar el brazo, y a la vez una excelente
manera de recobrar su atención.
E.: También puso de manifiesto que era diestra, no zurda.
Z.: No me di cuenta. ¿Qué hizo?
E.: Después de liberar la mano izquierda, siguió cubriéndose la boca con la derecha.
Z.:Ajá.
E.: De modo que decididamente había liberado su mano izquierda, porque para ella
era más natural cubrirse la boca con la derecha. (Lo demuestra con sus manos.)
Z.: Así que ella liberó su mano izquierda para cubrirse la boca, cuando en verdad era
diestra y de todos modos lo único que tenía que hacer era cubrirse la boca con la
derecha.
E.: Sally nos muestra un fino análisis.
Z.: y ella lo sabía. Sally sabía que estaba desarrollando ese síntoma, pero no
importaba. Su percatamiento conciente no importaba.
E.: Exactamente.
Z.: Y a continuación Christine formula una pregunta, y Sally empieza a hablar con ella
describiéndole lo que sintió. En cierto sentido ellas toman la batuta, pero usted no lo
permite. La interrumpe a Sally cuando ésta le iba a responder a Christine, y vuelve a
centrar la atención en usted.
221
E. (interrumpiéndola Y dirigiéndose a Rosa): Su nombre es Carol, ¿no?
R.: ¿Cómo dice?
E.: Su nombre es Carol.
R.: ¿Mi nombre? No.
E.: ¿Cuál es?
R.: ¿Quiere saber mi nombre? (E. asiente.) Rosa.
E. (burlonamente): ¿Rosa?
R.: Como el color rosa.
Z.: Ahora usted vuelve a focalizarse en Rosa, no permitiendo que Sally se salga con la
suya y atraiga la atención sobre su síntoma. Usted retoma su dirección anterior, que
era la de trabajar con Rosa.
E.: Y me hago cargo de la situación. Sally y Christine querían hacerse cargo. Lo hago
de modo que Christine no se dé cuenta de que me hago cargo.
E.: Muy bien. Hice que Rosa mostrara resistencia...
Z.: Y ella se inclina hacia usted.
E.: Sí.
Z.: Está interesada en lo que usted va a decir.
E.: "Resistencia" tiene para ella un significado diferente.
Z.: Ella tiene la misma posición que adoptó cuando se estaba poniendo cómoda al
mencionar usted anteriormente la "resistencia". Una confirmación.
E.: Y Rosa hizo un espléndido trabajo mostrando resistencia. Mostró resistencia y
también mostró acatamiento, porque de hecho sus ojos se cerraron. (A Sally:) ¿Cuál
es su nombre?
S.: Sally.
E.: Sally. (Sally asiente.) Ahora bien, yo estaba haciendo que Rosa mostrara
resistencia y sin embargo cediera. (Sally sonríe.) Sally desarrolló un acceso de tos
para liberarse y mostrar resistencia también.
E.: Se inclina hacia adelante.
Z.: Cuando usted volvió a decir "resistencia": (Se rebobina la inducción para notar
que Rosa, en efecto, se inclina al mencionarse la palabra "resistencia").
Z.: Cuando usted dijo "resistencia ", ella se inclinó y se puso cómoda. Es maravilloso.
E.: Tuvo tiempo para digerir la palabra.
Z.: Sí, y dar una respuesta totalmente inconciente. Ella está condicionada. Usted dijo
"resistencia": y ella se inclina para ponerse más cómoda.
E. (a Rosa): Y usted le dio el ejemplo a Sally para que liberara su brazo.
222
R.: Bueno, yo cerré los ojos porque pensé que en ese momento era más fácil
cerrarlos. De lo contrario usted me iba a decir que los cierre, así que me dije: "Muy
bien, los cerraré para que deje de pedirme que los cierre".
Z.: Allí usted la felicita a Rosa. Le dice: "Y usted le dio el ejemplo a Sally para que
liberara su brazo". Cuál es la razón de que la felicite a Rosa por haber allanado el
camino?
E.: Allí donde se pueda, hay que reconocer méritos. Le dije "resistencia" a Rosa, y
Sally sacó provecho de eso. La felicité a Rosa, y Sally recibió su parte.
Z.: Sally recibió su parte. Muy bueno. Esto establece un lazo entre ambas.
E.: Ajá. Pero los cerró, y Sally siguió su ejemplo de resistencia. Lo hizo
indirectamente, tosiendo. (Sally sonríe.) Es una chica astuta. (Sally tose y carraspeo.
E. se dirige a Sally:) ¿Y ahora cómo va a des cruzar las piernas?
S. (riendo): Lo haré, simplemente. (E. espera. Sally se ríe.) Muy bien, mire. (Sally
mira a su alrededor antes de mover las piernas. E. mira sus piernas y espera.)
E.: Es una situación divertida, pero no infantil.
Z.: Sí, se convierte en un juego.
E.: Conmigo.
Z.: Ella está jugando con usted.
E.: Sí. Está compartiendo conmigo algo divertido. Ambos lo compartimos.
Z.: ¿Y así pone usted un tono emocional positivo en su resistencia?
E.: Pongo un tono emocional positivo en el compartir conmigo.
Z.: Sí, pero antes de que ella se moviera, y por esa razón, ella podía tener algún
sentimiento negativo. Pero usted no dejó que tuviera ningún tono emocional negativo
a raíz de su síntoma. La felicitó por ser inteligente y astuta. Ahora le pregunta cómo
va a mover las piernas, con lo cual ratifica el estado de trance y ratifica que el control
lo tiene usted, pero es como un juego.
E.: Y nos divertimos los dos. No hay nada malo en que nos divirtamos.
Z.: Al hacer esto, ¿estaba impartiendo alguna otra enseñanza?
E.: Mantengo el rapport positivo.
E.: ¿Qué hizo ella? Empezó por recurrir a indicadores visuales. Buscó otro sitio donde
poner el pie.
Z.: Antes de mover las piernas tuvo que mirar. Tuvo que atravesar otro proceso
sensorial.
E.: Sí, su proceso sensorial. Fue mi palabra "visual" y su acción fue visual.
Z.: Ella miró antes de mover las piernas, y de ese modo usted apuntaba nuevamente
una disociación.
E.: Ajá, y manteniendo esa disociación bajo mi control. Estaba bajo mi control y por
cooperación de ambos. Ella me ayudaba a mantenerla bajo mi control.
223
E.: Pasó por otro proceso sensorial a fin de conseguir una reacción muscular. (A
Sally:)Ahora bien, ¿cómo va usted a ponerse de pie?
S.: Bueno, simplemente me pondré de pie. (Primero mira hacia abaja, se ríe, luego
toma impulso y se levanta.)
E.: ¿De ordinario cuesta tanto esfuerzo? (Sally tose y carraspea.)
E.: Ella se reorienta hacia sus músculos.
Z.: Sí, y es un proceso lento, que vuelve a corroborar el estado de trance. A
continuación, usted vuelve a referirse a las golosinas. Hipnóticamente, le había dado
alguna golosina mientras estaba en trance y era una niña. Esa es una manera
simbólica de establecer rapport y confianza.
E.: ¿Está segura de que comió una golosina?
S.: ¿Ahora? Sí... ¿o antes?
E.: Antes.
S.: Bueno, sí, pero recordé que era una sugestión.
E. (aproximándose a Sally): ¿Piensa que ahora está bien despierta?
Z.: "¿Piensa que ahora está bien despierta?". Esta es la introducción al próximo
trance. Usted se refirió a la golosina, lo cual la reorienta hacia su estado anterior, y
así está establecido el marco para pasar al próximo trance. Esto está muy bien,
porque, recordémoslo, ella tenía una duda. Ella no se compromete en absoluto, y
ahora usted, como jugando, va a permitirle dudar en una dirección positiva.
S. (riendo): Sí, pienso que estoy bien despierta.
E.: Bien despierta. ¿Está despierta?
E.: Ella se acerca un poco más a mí.
Z.: Sally se acercó a usted entonces, y le dijo: "estoy bien despierta". Usted la
confronta pidiéndole que aclare directamente: "¿Está despierta?". Ella dice que sí, y
usted le pregunta: "¿Está segura?" Su respuesta habitual es dudar, pero usted
encuadra las cosas para que su duda se encamine en dirección positiva.
S.: Sí, estoy despierta.
E.: ¿Está segura?
S. (riendo): Sí. (E. le separa lentamente las manos, que ella tenía tomadas, y le alza
la mano derecha por la muñeca.) No parece que me perteneciera.
E.: ¿Qué?
S.: No parece que me perteneciera... cuando usted hace eso. (E. deja suspendido
catalépticamente el brazo de Sally y se ríe. Sally también se ríe.)
E.: Ya se siente menos segura de estar despierta.
224
E.: "No parece que me perteneciera." Yo me mantuve en contacto; ella tuvo tiempo
de pensar: "No me pertenece". (E. señala el aparato de video cinta y le dice a Z..) Eso
le pertenece a usted.
Z.: Ojalá fuera cierto. No me pertenece.
E.: Vea lo que pasa: se mete un pensamiento contrario.
Z. (riendo): Sí. ¿Y si realmente me perteneciera, qué pasaría?
E.: ¿Qué hizo durante esa demora?
Z. (riendo): Fui hacia atrás y hacia adelante. No podía dejar de pensar en eso. Muy
bien. Primero usted le hizo aclarar que está despierta, y una cierta rudeza en la voz
que usted emplea la obliga a ella a aclararlo. Luego le alza el brazo, como hizo para
indicar el primer trance, y le dice: "Ya se siente menos segura de estar despierta".
Habitualmente es ella la que hace esas declaraciones a medias, no comprometidas.
Usted le dice "menos segura ", y ella debe aceptar que está menos segura de que
está despierta.
S. (sonriendo): Menos segura, sí. No siento ningún, este, peso en mi brazo derecho,
no tengo sensación de peso en mi brazo derecho.
E.: No experimenta sensación de peso. (A Christine:) Eso responde a su pregunta,
¿no?
E.: Allí está Rosa levantando la mano izquierda hasta el rostro.
Z.: Reproduciendo el modelo de Sally.
E.: Rosa alzó su mano hasta el rostro.
Z.: ¿Rosa reproducía el modelo de Sally?
E.: Ajá, y se aseguraba de que podía bajar la mano.
Z.: Así que estaba reproduciendo el modelo y resistiéndose al mismo tiempo. Quería
tener la experiencia. Quería explorar y averiguar cómo era la experiencia en el plano
inconciente.
E.: Pero al principio alza la mano sin sentir realmente que la alza. Lo sintió cuando la
bajó. Rebobine y compruébelo. (La cinta es rebobinada.)
E. (a Sally): ¿Puede usted mantenerlo en ese lugar, o lo levantará hasta su rostro? (E.
hace un gesto de alzar su mano izquierda.)
Z.: Me parece que usted hizo una cierta inflexión de la voz en la primera cláusula:
"¿Puede usted mantenerlo en ese lugar?" Usted le mostró el movimiento con su brazo
izquierdo, pero pienso que ella respondió a la inflexión de su voz. No obstante, tenía
la posibilidad de elegir. Y como Sally está más orientada hacia lo verbal que hacia lo
visual, responde a la entonación de la voz.
E.: Por eso es tan necesario observar a los sujetos una vez y otra y otra.
Z.: Sígamelo recordando.
E.: Porque a usted se le pasó ese movimiento del brazo izquierdo de Rosa, subiendo
por un lado y bajando por otro.
225
S.: Hmmm, probablemente pueda mantenerlo allí.
E.: Obsérvelo. Creo que va a subir.
S. (sacudiendo la cabeza): ¡Uy, uy, no!
Z.: Le sugiere que el brazo va a subir. Usted vuelve a establecer el control y la
dirección.
E.: Subirá dando pequeños respingos (Pausa. Sally mira hacia adelante con los ojos
en blanco, luego mira a E., mientras sacude en señal negativa la cabeza.) Quizás ya
sienta el respingo. Está subiendo. (Sally se mira la mano.) ¿Ve el respingo?
Z.: Ahora bien, esa palabra, "respingo" es una palabra a dos puntas. Recordemos que
Sally llegó tarde. En varias ocasiones dijo que le preocupaba haber interrumpido a
todos los demás. Con su visión periférica, ella tiene que ver a los allí presentes, y
usted le dice "respingo" y observa sus respingos. ¿Está estableciendo una asociación a
dos puntas, para desmezclar los sentimientos o confrontarla?
E.: No, no hacía eso.
S: Cuando usted lo menciona, sí lo siento.
E.: ¿Eh?
S.: Cuando usted menciona el respingo, sí lo siento.
E.: No siente todos los respingos.
S.: Ajá. (E. le baja la mano en forma lenta y gradual, apoyando sus dedos sobre la
muñeca de ella; luego aparta su propia mano.)
E.: Le empujé la mano de manera muy suave y continuada.
Z.: Sí, y ella se resistía.
E.: Le empujé la mano hacia abajo, y luego dejé de empujar. Ella la mantuvo en
posición erecta, bajándola sólo en proporción exacta a mi movimiento hacia abajo.
Z.: Volviendo a poner de relieve que ella aceptaba su control, especialmente en el
plano no verbal.
E.: Se resistía a bajarla, ¿no?
Z.: Se resistía a bajarla, y esto carga con otro sentimiento la palabra "resistencia" Se
resistía a bajarla.
E.: Pero mantenía la relación conmigo.
Z.: Tal como usted la define. Según su definición.
S.: Ajá.
E.: ¿Por qué?
S.: Me parecía bien como estaba. (Se ríe.)
E. (sonriendo): Estaba bien... como estaba.
226
Z.: Usted concluye así el trance con ella, el segundo trance, y comienza a relatar la
historia de "La Baqueta Dorada", cuyo tema es que uno puede vivir circunstancias
muy difíciles y salir triunfante. La tomó a Sally como blanco y le hizo atravesar al
comienzo del día algunas experiencias difíciles, haciéndola destacarse ante los demás
y poniéndola incómoda. Más tarde contó una anécdota cuyo tema general concordaba
con lo sucedido a Sally, pero con un final positivo, o sea, que había una manera más
eficaz, flexible y expansiva, de estar en el mundo.
Bien. Ahora, ¿por qué este segundo trance con Sally con los respingos del brazo?
E.: Yo perseguía ahí múltiples propósitos. Tenía al grupo entero, y empleé a Sally
para ejemplificar, y podía ejemplificar con una historia que le cuadrara a Sally
personalmente y a la vez satisficiera al grupo.
Z.: Sí, usted podía al mismo tiempo enseñarle al grupo. Lo hace con elegancia. Usted
describe un principio, lo ejemplifica con una historia y al mismo tiempo lo practica en
la habitación. Pero, ¿por qué este segundo trance con los movimientos del brazo?
E.: Puedo contarle una historia. Un joven entró en un club para ancianos en
Inglaterra, e inició conversación con uno de los caballeros que allí estaban. "¿Alguna
vez subió a una montaña?", le preguntó el joven. "Sí, una vez", fue la respuesta del
señor. Pasaron a otro tema, y el joven le preguntó: "¿Alguna vez viajó al extranjero?"
"Sí, una vez", respondió el señor. En ese momento entró en el salón el hijo del
caballero. Este se lo presentó a su inquisidor, diciéndole: "Este es mi hijo". "¿Su único
hijo?", le inquirió el joven.
Yo no quería que fuese algo que sucediera una sola vez, porque eso cierra la
experiencia. Si uno tiene un segundo trance, puede tener un tercero, un cuarto, un
quinto, y sabiendo eso, puede continuar pensando: "Dentro de diez años podré tener
un trance".
Z.: En el futuro. De acuerdo. Hay una cosa más que quiero preguntarle para una
mayor elucidación. Aquí usted trabaja con Sally y Rosa desplegando una consumada
precisión. No se le pasa por alto nada de lo que sucede. Está muy conectado con la
persona y obra con gran precisión. En cambio, cuando relata sus historias y anécdotas
docentes, la gente no percibe, por lo común, esa precisión. Es como un cuento de O.
Henry que llega a su desenlace, y de repente la solución está a la vista, pero no se
llega a advertir toda la precisión que se aplicó antes de la intervención decisiva. Ni
siquiera en sus cursos usted destaca eso. Si la gente lo capta, bien; si no lo capta,
que no lo capte.
E.: Puede haber personas perezosas. Si yo comienzo enseñando precisiones, se
aburrirían.
Ahora bien: ¿cuántas de las personas que ven este análisis de las lecciones se dan
cuenta de todo lo que les pasó inadvertido? Porque ellas creen haberlo visto todo.
Un tal doctor R. vino a verme un mes después de unas sesiones con la trascripción de
estas. Le di mi interpretación sobre una cierta palabra, que aparecía en la página 8,
digamos. Luego le di mi interpretación de otra palabra, en la página 16, como una
extensión de la que aparecía en la página 8. Me preguntó: "¿Lo está modificando?"
"No", le respondí. "Volvamos a la antigua trascripción". Le expliqué que la
interpretación especial de la primera palabra de esa manera casual había permitido la
otra interpretación fundamental ocho páginas después.
Dos meses más tarde, volvió con el manuscrito original y me pidió que se lo
interpretara nuevamente. Hizo que una secretaria se lo trascribiera y luego lo
comparó con mi primera interpretación. Comprobó que yo había dado las dos veces la
misma interpretación. Pues bien, el doctor R. había sido bien instruido como para
227
tomar nota en detalle de una historia clínica, pero no sabía que yo era capaz de
prestar atención a los detalles mucho mejor que él.
La gente da por supuestas muchas cosas. La primera vez que el doctor R. y su esposa
vinieron a verme, la mujer calzaba sandalias, sin medias. El doctor R. me la presentó,
y yo le pedí a ella que saliera un momento. Le pregunté a él: "¿Cuánto hace que
están casados?" "Quince años", me contestó. "¿y usted vino a verme para aprender a
hacer observaciones?" Respondió que sí, "Bien, hace quince años que están casados,
dígame, ¿su esposa tiene los dedos palmados?"
''No", contestó. "Los tiene", le aseguré yo. "Cuando yo la haga entrar, no le mire los
pies. Le haré a ella la misma pregunta". La hice pasar, le formulé algunas otras
preguntas, y luego le pregunté si tenía dedos palmados. "No", me respondió ella,
"¿Está usted segura?" "Sí", ratificó, "Su marido también está seguro de que usted no
los tiene. Ahora, veamos", en ambos pies, la mujer tenía membrana interdigital entre
los dedos segundo y tercero. La gente da por supuestas muchas cosas.
Z.: Y pasa por alto lo obvio.
(A continuación E. relata algunas otras anécdotas vinculadas con Z., que se relacionan
con el mejoramiento de la percepción visual y la confianza que debe depositarse en el
propio inconciente.)
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