alberto hurtado, hijo de ignacio

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alberto hurtado, hijo de ignacio
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ARTÍCULOS
ALBERTO HURTADO, HIJO DE IGNACIO
Raimundo Barros, s. j .
Hace 38 años que tenga en mi poder un
retrato de San Ignacio de Loyola, que yo encuentro muy expresivo de la espiritualidad
del Santo. Este retrato, dibujado a lápiz por
Francisco Hunceus Salas y obsequiado por
éste a su amigo Alberto Hurtado, me fue regalado por el "Patronato" en un gesto muy
suyo: yo estaba decidiendo mi vocación, si me
haría jesuita o no, y siempre admiraba ese
cuadrito, colgado ahí en la muralla, junto a
tantos otros. —¿Te gusta? pues llévatelo y rézale a San Ignacio para que te ilumine—. Pocos días después yo entraba en la> Compañía,
y ese cuadrito nunca me ha abandonada,
acompañándome por donde he ido. Es el que
aparece en estas mismas páginas.
Al morir el Padre Hurtado. 3 días después
de mi ordenación sacerdotal, yo recibí un recordatorio de su muerte con un retrato suyo.
Pues bien, como la cosa más natural, yo inserté en un rinconcito del retrato de Ignacio,
el pequeño retrato de Alberto, y así me acompaña desde 1952: Ignacio y Alberto; Alberto, hijo y reflejo de Ignacio; para mí, una mirada a ese cuadro así, me hace contemplar el
ideal de la espiritualidad ignaciana concretamente encarnado en un jesuita: Alberto Hurtado.
En este artículo quisiera destacar algunos
rasgos típicamente "ignacianos" en el que
ahora podemos llamar "el Siervo de Dios Alberto Hurtado Cruchaga", según reza el de-
creto cardenalicio de iniciación de su Causa
de beatificación. Quisiera así ayudar a todos
sus amigos a entender más vitalmente, con
hondura sobrenatural, lo que fue el Padre
Hurtado (eso ya es conocido de muchos) y
por qué fue así.
En efecto, cada religioso está inmerso en
el "espíritu propio" a su Comunidad, Orden
o Congregación religiosa, y !a misma variedad
de éstas enriquece a la Tglesia:
"Resulla en bien mismo de la Iglesia que los
institutos tengan su carácter y función particular.
Por lo tanto, reconózcanse y manténgase fielmente el espírilu y propósilos de los fundadores,
así como Ins simas tradiciones, lodo lo cuai constituye el patrimonio de cada instituto". (Concilio
Vaticano 11. decreto Perjectae varitatís sobre la
vida religiosa, n. 2).
Y estas diversas "espiritualidades" ayudan a vivir el Evangelio a gran variedad de
personas, dentro y fuera de los Institutos mismos. ¡Cuántos cristianos no se han sentido
más plenamente tales, al plasmar su vida según el espíritu de San Francisco, o San Benito, o el P. de Foucauld! De adrede no incluimos a San Ignacio, porque creemos —sencilla
y sinceramente— que la espiritualidad ignaciana es mucho menos conocida y popular en
la Iglesia que las otras antedichas. Lo que es
peor, se tiene una falsa idea de ella: "Los jesuitas son muy gallos, muy capos, muy creídos, muy ricos, muy organizados...", etc. Y
eso, cuando no se da la definición de tantos
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diccionarios: Jesuíta: ..."dícese también del
individuo astuto, ladino, hipócrita" (American College Dictionary).
Aun personas que admiran a Ignacio y su
obra, se forman imágenes muy falsas del Santo y de su Compañía. ¿Quién se imaginaría
que Ignacio lloraba todos los días en su oración matutina? ¿Cuántos saben que esa oración era del tipo de la alta mística de contemplación, con continuas manifestaciones sobrenaturales de Dios y de su Cristo?... Y podríamos seguir. Somos quizá los propios jesuitas los que hemos podido dar pie a tales
falsedades, precisamente por no llegar ni de
cerca al ideal ignaciano. Pero en jesuítas santos —como lo fue Alberto Hurtado— es donde ese idea] y esa espiritualidad brillan con
clara luz. Y así un estudio —aunque más no
sea tan breve y somero como lo permite una
revista— de ciertos rasgos de Ignacio reflejados y encarnados en Alberto, y ciertas actitudes o gestos de Alberto que provienen originalmente de Ignacio, pueden ayudar a calar
más hondo en ambos. Y creemos mostrar así
ciertos matices de la personalidad del Padre
Hurtado que sólo se entienden bien desde una
perspectiva ígnaciana. Los rasgos son conocidos, la perspectiva no. Hubiéramos querido
destacar varios rasgos más, pero no lo permite el espacio.
Alegría y entusiasmo irradiantes
Pocas personas asocian "alegría" y "entusiasmo juvenil" con "Ignacio" o con "fesui
ta". Y sin embargo... Ignacio insistía casi machaconamente en la necesidad de la alegría.
Le pide al Señor como una gracia especialísima, ya en sus Ejercicios Espirituales (alrededor de 1522): es la gracia propia de la "4?
Semana": "pedir gracia para alegrar y gozar
intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo
nuestro Señor" (n. 221). Y en las "Reglas"
que da al ejercitante para "discernir los espíritus" (los malos de los buenos), dirá:
Jf Regla (de la "Segunda Semana"). "La primera: propio es de Dios y de sus ángeles en sus
mociones dar verdadera alegría y gozo espiritual,
quitando toda tristeza y turbación, que el enemigo induce; del cual es propio militar contra la
tal alegría y consolación espiritual, trayendo razones aparentes, sotiiezas y assiduas falacias".
Para Ignacio, entonces —después de largas y duras experiencias espirituales— lo propio de Dios es dar gozo; así como la obra JÜI
diablo es quitar ese gozo y dar tristeza y turbación. En esta seguridad podrá escribir, unos
dos años más tarde, cuando, recién vuelto de
su peregrinación a ferusalén, no era más que
"el pobre peregrino":
"...la tentación no podrá tener fuerzas algunas contra vos (si hacéis) siempre lo que leñéis
que hacer, anteponiendo la alabanza del Señor
sobre todas ias cosas. (...) El Señor (...) quiere
que en t-oio en El viváis, dando las cosas necesarias al cuerpo. (...) (Plegué a Dios) que nuestros espíritus flacos y tristes nos los convierta en
fuertes y gozosos en su alabtnza". (Carta :i Inés
Pascual de diciembre de 1525, cuando Iñigo no
era aún Ignacio, y recién comenzaba la larga y
fntieosa rula de los estudios que culminaría 10
años más tarde en la Universidad de París).
Si tal seguridad tenía "el pobre peregrino
Iñigo" en la virtud de la alegría, mayor aún
la tendrá Ignacio, ya General de la Compañía
de Tesús y faltando sólo año y medio para su
muerte, cuando escribe en sus "Reglas de la
Modestia":
"Todo el rostro muestre antes alegría que
tristeza u otro afecto menos ordenado" (Regla 5).
Y a un novicio jesuíta:
"Quiero verte reír, hijo mío, y estar alegre
en el Señor; porque el religioso no tiene ninguna
causa de afligirse, y sí muchas de gozarse; y para que siempre estés alegre y contento, sé siempre humilde y obediente". (.Tiies. 329).
El gozoso dinamismo de Alberto Hurtado
En este punto hay una absoluta coincidencia de todos los que lo conocieron. Aíí Alejandro Magnet pudo escribir poco después de
su muerte, resumiendo 100 testimonios:
"La alegría sonriente y optimista había llegado a ser en él como una segunda naturaleza y,
sin duda uno de los rasgos más característicos de
su personalidad y de los que más le servían para
atraer a las gentes, inspirarles confianza, levan-
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tarles el espíritu. (...) Pero ;quc había detrás de
esa pcrmancnLe sonrisa, ite ese contento ¡[radiante, contagioso?" (El Padre Hurtado, p. 250).
Hace unos pocos días, en urui conferencia
ele prensa convocada para participar la iniciación solemne del Proceso de Beatificación del
P. Hurtado, los testimonios abundaron en cite aspecto; todos vienen a decir lo mismo, pero
tas palabras se quedan cortas para poder expresar esa actitud vital del Padre: y así dirán,
por ejemplo: "Yo lo vi sólo cuatro veces en
mi vida; y siempre lo vi sonriendo" ( l \ Jorge Delpiano, s. j . ) ; o bien: "Su presencia era
imantante (el imán "comunica atracción"j
porque se expresaba en una sonrisa envülvente" (P. Gmo. Balmaceda, s. j . ) .
Esa constante y contagiosa alegrí.n irradiaba en torno suyo, produciendo "un dinamismo, una vitalidad a todos los ambientes en
que trabajó y a las obras que realizó: un centenar de vocaciones sacerdotales, varios cientos de jóvenes en sus Ejercicios de Semana
Santa (en los últimos que dio, en 1951, asistían 203 jóvenes), decuplicó la |uvcntud Católica, hizo vibrar a todo Chile con su Hogar
de Cristo, y supo triunfar de pusilanimidades
al crear la ASICH y más tarde la Revista
Mensaje; muchos otros hicieron o trataron de
hacer cosas semejantes; pero nadie logró inyectar en ellas el increíble dinamismo del P.
Hurtado" (Mons. Enrique Alvear).
Ese alegre dinamismo era tan típicamente
suyo, y tan difícil de explicar, que un compañero suyo de Teología, respondiendo a una
petición de testimonios, después de tratar de
explicar a lo largo de varias páginas cómo
era Alberto Hurtado, termina:
"Releo lo que he escrito y lo hallo enteramente inadecuado: Alberto Hurtado era una llama" (En A. Magnct, op. cit., p. 164).
El Padre daba gran importancia a esa alegría manifestada por la sonrisa. De ahí su insistencia en mostrar, y si era necesario, forzar
una sonrisa:
"Si estás triste, sonríe no más, sonríe. Si los
labios no te obedecen, estíratelos con los dedos,
hasta que Ingan el geslo de la sonris;i. Sonríe,
con los labios no más. para comenzar, y verás
cómo la voluntad que te lleva a hacer la musca
Ignacio de Loyola: retrato de Francisco Huneeus
de la sonrisa, te hará sentir verdaderamente la
alegría que hay en la aceptación del dolor.
¡Contento, Señor, contento...! Si yo fuera obispo, indulgenciaría esa jaculatoria" (Citado por
Magnet. op. cit., pp. 250-251) 1.
En lo cual —como en lo demás que veremos— era fiel seguidor de su Padre Ignacio. Como también lo era al insistir en numerosas alocuciones a los jóvenes y en el prólogo de La Luz de la Montaña, novela juvenil
que él hizo traducir y publicar, en su deseo
de lograr una juventud "fiére, puré, joyeuse et
conquérante" (valiente, pura, alegre y conquistadora) .
¡ En su libro Humanismo social, al final del capítulo X, expone más largamente estas mismas ideus. confesando que en
gran liarle se ha inspirado para ello en un capítulo del
entonces beslscjlcr de Dale C'yrncuiü: Como eanur omisos
c influir sobre las personas <F.d. castellana en ¡?s. Aires,
1941). Pues bien, el Padre termina su cupítulo ton el famoso irozo El valor de una sonrisa ("No cuesta nada, pero
vale mucho; enriquece al que lo recibí; sin empobrecer al
que lu da11, etc.), que ha sido editado en hermosas cartulinas bajo el nombre delp P. Hurtado. Es cierto que til trozo
L'blá en d libro dicho. j aparece sin comillas. Pero también
es cierto que está tomado literalmente de Carnegie, quien
,i su vez confiesa haberla copiado de un anuncio comercia!
de ventas de Navidad, redactado por un tal Krunk I. Fletcher. Lo cual no le quita nada de su valor, ni de la Importancia que el P. Hurlado dnbn en m vida y en sus con
sejos al clima de alegría contagiosa e irradiante.
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Amor y entrega total a Cristo
Es el segundo rasgo ignaciano que
mos destacar en el P. Hurtado. Como
presa el Cardenal Silva en su Decreto
troducción de la Causa de beatificación
Hurtado, promulgado el 21-1-77:
querelo exde Indel P.
...(Su temprana muerte) hizo brillar de un
modo apasionante su intensa y alegre búsqueda
de Dios y su entrega total y amorosa a Su Servicio y Gloria",
En su intervención en la antedicha conferencia de prensa, podía decir su primo, ahijado y amigo, el Obispo D. Carlos González:
"Los tres amores del P. Hurtado fueron:
Cristo, los jóvenes y los pobres".
Que este apasionado amor por Jesucristo,
manifestado en una entrega persona! y sin reservas, sea herencia ignaciana en Alberto Hurtado, no cabe duda.
En efecto, el modo mismo de conversión
del joven capitán Iñigo fue a la manera heroica de los soldados de aquella época caballeresca y romántica: un apasionado entusiasmo por la persona de un Gran Capitán, y una
entrega total a una obra idealista. Durante la
larga convalecencia que siguió a la heroica derrota de Pamplona {algo así como nuestro
Combate de íquique, en el cual el Arturo Pral
de la época era el joven Iñigo de Loyola), va
experimentando una mutación en su amor:
los pensamientos amorosos sobre su dama
—"no condesa ni duquesa, mas era su estado más alto que ninguno destas"— se van entremezclando con los de la figura dulce y fuerte de Jesús, al ir leyendo la Vita Christi, hasta
que finalmente domina este más grande amor.
Y así tenemos, pocas semanas después, al
joven-maduro caballero Iñigo, a los 30 años.
"velando sus armas toda una noche en la basílica de Montserrat", "a ratos en pie, a ratos
de rodillas, delante del altar de Nuestra Señora, adonde tenía determinado dejar sus vestidos y vestirse de las armas de Cristo" (Autobiografía) . Y a este gesto caballeresco, a lo
Amadís de Gaula, seguirá casi inmediatamente un año de conversión interior durante el
cual, en un semi-eremitísmo vivido en la cercana villa de Manresa, tendrá la impactante
experiencia de los Ejercicios Espirituales: 30
días de penitente conversión y de meditación
concentrada en íesucristo: su Encarnación y
Nacimiento, su Vida y su Pasión y Muerte, su
Resurrección y Ascensión. Pero no es una
meditación especulativa, sino una contemplación encendida de amor al amigo y Señor, de
la cual brota espontánea la entrega de sí a El.
Ya la "lí Semana", aun no cristológica,
sino de penitencia y conversión de los pecados, será de hecho "cristocéntrica", puesto
que cada meditación termina con un "coloquio" con Cristo en Cruz, ''Así como un amigo habla a otro amigo":
"...cómo de Criador ha venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y así
a morir por mis pecados. Otro tanto, mirando a
mí mismo, lo que he heclui por Cristo, lo que
luifio por Cristo, lo que debo hacer por Cristo".
(Ejercicios, n. 53-54).
El Padre Hurtado usaba constantemente
este "coloquio" ignaciano, para despertar en
todos, y sobre todo en los jóvenes, una generosa entrega a Cristo; y estas palabras, dichas
con su voz vibrante y enronquecida, resonaban no sólo cuando el Padre daba los Ejercicios, sino en numerosas ocasiones. (Véase, por
ejemplo, su discurso el día de Cristo Rey de
1940).
Las tres "semanas" restantes de los Ejercicios de Ignacio no serán sino una ininterrumpida meditación cristológica, empapada
de coloquios y peticiones para conseguir de
Dios la gracia de lograr un "interno conoscimiento del Señor que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga" (a. 104).
Ese "seguimiento" incluirá un "offrescer sus
personas al trabajo, (y) más aún, haciendo
contra la propia sensualidad... harán oblaciones de mayor estima y mayor momento"
(n. 97). para poder así realizar plenamente
"la vida verdadera, que muestra el summo y
verdadero capitán" (n. 139).
El amor-entrega induce a identificarse con
la persona del ser amado, y así, al meditar la
Pasión, Ignacio considera "cómo todo esto
padesce por mis pecados, y qué debo yo hacer
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y padecer por él" y pide "dolor con Cristo
doloroso, quebranto con Cristo quebrantado,
lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí" (nn. 197 y 2031. Pero en la
Resurreccón pedirá gracia "para me alegrar y
gozar intensamente de tanta gloria y gozo de
Cristo nuestro Señor" (n. 2211.
El Padre Hurtado • vibraba personalmente
y hacía vibrar a los demás con este apasionado amor-oblación a la persona de Cristo. Y
así repetirá esas frases tan típicas suyas "tienen que chiflarse por Cristo", "romperse enteros por él", y también otras de corte caballeresco y militar, a lo Ignacio: "Inscribirse
en la militancia de Cristo para ser soldados
milicianos suyos, dispuestos a vencer o morir"; "levantaos virilmente y haced profesión
a vuestro Rey que queréis combatir como valientes", etc. (Discursos a los jóvenes de 1940
y 1941).
Es unánime —en todos los que lie podido
escuchar— que el P. Hurtado daba una fortísima impresión de "creer y practicar lo que
predicaba", cumpliendo así fielmente la recomendación del Obispo que lo ordenó: "Considerad lo que hacéis, imitad lo que administráis {Palabra y Sacramentos)" (Ritual de la
Ordenación sacerdotal).
Después de su muerte se encontró un manuscrito suyo "escrito en Baltimore, en mi
primer día de Ejercicios" (año 1946). El mismo puso como título arriba de la página: "Meditación: ¿Cómo vivir la vida?". Y allí vaciaba —para sí mismo— su enorme amor por
Jesucristo y su disposición de entrega total
a El:
mejor amigo y postumo panegirista, el Obispo
Manuel Larraín, intituló su oración fúnebre:
"Apóstol de Jesucristo". Porque dice el Obispo:
"No he hallado otro pensamiento mejor que
sintetice sus variadas facetas que la palabra con
que el mismo San Pablo se designa: "Apostolus
Jesu Christi''. En ella se encierra la rica y breve
vida del Padre Hurtado en la tierra"'.
Yo me he permitido agregar "en su Iglesia", porque el uso milenario va descolorando
tas palabras, borrando su fuerza y originalidad primitivas. Así, en el uso cotidiano, "apóstol" significa para muchos algo semejante a
"propagandista"; y se hablará de Fulano,
"apóstol de la Medicina", o Mengano, "apóstol de la Gramática". En su griego original,
apóstol significa mensajero, enviado. Y esto
supone Alguien que envía, de Quien uno es
mensajero. Estrictamente hablando, nadie puede ser "apóstol por cuenta propia".
Así por ejemplo Iñigo el peregrino, cuando al volver de su viaje de amor a Jerusalén
se decide "estudiar para poder ayudar a las
...Un gran amor a Cristo, autor y modelo de
nuestra santificación. Contemplar con amor su
vida para copiar en la mía sus rasgos. (...) Consagración entera en mi espíritu y en las obras en
la forma que lo permita mi deber de estado. Una
vida sin compartimientos, sin jubilación, sin jornadas de 8 ó 12 horas. Toda la vida entera y
siempre para vivir la vida de Cristo..." {Transcrita en Mensaje, agosto de 1972, p. 442).
Apóstol de Jesucristo en su Iglesia
El apelativo de apóstol aplicado al Padre
Hurtado es tan obviamenle adecuado., que su
Irradia el gozo del Señor
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ánimas, y cuando lo haga excelentemente por
medio de los Ejercicios Espirituales, aún no
se podría llamar estrictamente "apóstol". Pero
cuando Iñigo se vuelve Ignacio unos 15 años
más tarde (seguirá todavía usando el "Iñigo",
pero cada vez más raramente) y vea aprobada
por Paulo ITI su "Fórmula" (esquema) de la
Compañía de Jesús, entonces ya es plenamente merecedor del honroso título y de la actitud
consiguiente: la de enviado por Alguien. Ese
Alguien es Cristo mismo, auténticamente representado por su Vicario en la tierra. El
Apostolado jesuíta se ubicará, pues, siempre
"en la Iglesia jerárquica". Y así quedará expresado en esa "Fórmula", o "Acta de Fundación" de la Compañía, aprobada por Paulo III y ligeramente modificada por Julio III
(1540 y 1550):
"Cualquiera que en esta Compañía —que deseamos se llame la Compañía de Jesús— pretende asentar debajo del estandart? de la cni7, para
ser soldado de Cristo (como se ve, las metáforas
militires sigu:n abundando) y servir a sola su
divina M;¡jest;id y a su esposa la ••aula Iglesia,
bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en
l:i tierra...
"(Esta Comp&ñía) es fundada principalmente para emplearse toda en la defensión y dilatación ds la santa fe católica, predicando, leyendo
públicamente y ejercitando los demás oficios de
enseñar la palabra de Dios, dando los Ejercicio»!
E pirituales, enseñando a los niños e ignorantes
la doctrina cristiana, oyendo las confesiones de
los fieles y suministrándolas los demás sacramentos para espiritual consolación de las almas. {...).
"Y todos los que hicieren profesión en esta
Compañía se acordarán (...) todos los días de su
vida, que esta Compañía y todos los que en ella
profesan son soldados de Dios que militan bajo
la fiel ob-di;ncia de nuestro santo padre y señor
el Papa Paulo 111 y los otros romanos Pontífices
sus sucesores; (...) (y) que obedeceremos a todo
lo que nuestro Santo Padre nos mandare. E iremos sin tardanza, a cualesquier provincias donde
nos enviaren, sin repugnancia ni excusarnos..."
(Formula Instituti, nn. 3 y 4).
Esta era la espiritualidad apostólica de Ignacio, y esta misma fue la de Alberto, hijo de
Ignacio. Todas sus grandes empresas, y sus
pequeños gestos sacerdotales ("predicar, dar
Ejercicios Espirituales, oir confesiones", según
reza la Fórmula recién citada), los realizaba
el Padre Hurtado con un visible "sentido de
Iglesia". Continuo era su diálogo con su Provincial, llegando hasta el General de su Orden
y al mismísimo Santo Padre (Pío XII) para
asegurarse de que era "apóstol", es decir, enviado a esas misiones u obras por la autoridad
de Cristo en su Iglesia.
La gran crisis
Donde mejor se muestra el espíritu eclesial de Alberto Hurtado fue precisamente en
lo que fue la gran tragedia de su vida: su alejamiento del cargo de Asesor de los Jóvenes
Católicos, que había ocupado por expresa
"misión" de la Jerarquía eclesiástica, y que,
después de tres años de fulgurante desempeño, tuvo que abandonar, acusado precisamente de "falta de espíritu jerárquico" y de "sumisión a la Jerarquía". Los cargos se los hacía el mismo Obispo Asesor General de la
Acción Católica que lo había nombrado para
esa "misión" eclesia!.
Este es un complicado y delicado asunto
que no podemos tratar en un breve artículo;
sólo citaremos la "última página" de este doloroso capítulo, donde se ve lo hondo que caló
la herida, precisamente por haber vulnerado
el punto que el Padre consideraba como más
medular de su sacerdocio: el de ser apóstol,
mensajero de Cristo, que lo envía a él como
otrora enviara a los Doce. Oigámoslo, precisando el momento: la tormenta había ya pasado —aparentemente— al haber presentado
el Padre su renuncia y haber sido ésta acep¡ada por el Comité Episcopal; pero en lo hondo del alma sacerdotal de Alberto Hurtado, la
herida sigue sangrando, en una lenta hemorragia interna (ya que externamente —y obedeciendo órdenes expresas del Padre —no hubo
ni "manifestaciones", ni "protestas", ni "desagravios") . Desde Las Brisas, alejado lugar
costeño donde solía él ir a descansar, escribe
una carta final al Obispo Asesor General que
forzara su salida, y que había sido su íntimo
amigo durante 25 años. Es el 24 de enero
de T945.
Querido N. N.: ..."no sería sincero si no te
dijera que me ha dolido mucho esa acusación de
"fa'ta de espíritu jerárquico", pues, para un sacerdote os tan grave, a mi juicio, como atribuir-
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le fallas a su voto de castidad y lo incapacita en
no menor grado para trabajar apostólicamente.
(...)
"Yo no hubiera querido (...) hacerte perder
más Liempo con mis cosas, ni tampoco a otros
Sres. Obispos. (...) Si lo hago, es porque he que
rido defender la único que tengo: Mi calidad de
apóstol del Señor, elegido par El para llevar su
nombre, y no quisiera incurrir en el crimen de
cobardía o de pereza para seguir defendiendo mí
derecho a continuar trabajando por El, Ahora
bien, si mi espíritu jerárquico es puesto en duda
debería consecuentemente renunciar a seguir influyendo en el alma de los demás, pues haría más
daño que bien". (Los subrayados son nuestros).
La hemorragia terminó por restañarse,
aunque la herida siguió doliendo toda la vida. Pero el apóstol propondrá y solicitará otras
"misiones'1: Hogar de Cristo. Asich, Mensaje.
Para todo lo cual contó siempre con la plena
aprobación de su Jerarquía jesuíta, de la autoridad episcopal, y aun Pontificia: logró en
efecto tener una larga audiencia con Pío XII
el 8-X-47. Un mes más tarde recibió —ya en
Chile— la alentadora aprobación oficial del
Papa, en carta de Mons. Tardini.
La Jerarquía chilena parece haber definido el "diferendo de opiniones" tan dolorosamente sufrido en 1944, ya que, en su Asamblea Plenaria de abril de 1971, al acordar pedir la Introducción de la Causa de beatificación del Padre Alberto Hurtado, dice (en palabras de Mons. Oviedo, Secretario General):
"Ha movido a la Asamblea de Obispos chilenos el preclaro ejemplar de vida sacerdotal que
dejara el inolvidable P. Hurtado y presentarlo
como un modelo y estímulo para la actual generación sacerdotal. En efecto (...) su apertura
social, su vida de sacerdote consagrado a Jesucristo (...) su obediencia sacerdotal, etc. (...) nos
persuaden que el Señor le dio la recompensa eterna y que es un alentador ejemplo para el pueblo
de Dios". (Subrayados nuestros).
Alberto Hurtado fue, pues, el sacerdote
entusiasmado por Cristo, el APÓSTOL DE
CRISTO en su Iglesia, tal como lo soñara Ignacio para su Compañía.
Pío XII y el Padre Hurtado
Caria de Mons. Taraba, dirigida ai P. Hur
todo por encargo de S. S. PÍO XII; esta breve
misiva, que no era sino el "resumen oficial" de
la larga conversación tenida por el padre con el
Papa, durante la cual le entregó un Memorial
—ya revisado y aprobado por el P. General de
la Compañía, J. B. Janssens— en el cval exponía con franqueza filial al Santo Padre cómo
veta él la siuacián religioso-social de Chile, y
le proponía un plan de acción concreto que él
podría realizar en Chile, en materia social. Esta entrevista tuvo lugar el 8-X-4T; el Papa dio
su aprobación verbal, pero un mes más tarde
le enviaba al P. Hurtado esta especie de "aprobación oficial", que fue de gran consuelo y
apoyo para el Padre ante las innumerables objeciones y criticas que se levantarían en su
contra.
SECRETARIA DI STATO
di
SUA SANTITA
DAL VATICANO, 10 noviembre 1947
Reverendo Padre:
Cumplo con el venerado encargo de significar a Vuestra Reverencia que el Santo Padre
se ha dignado examinar atentamente el memorial que V. R. puso en Sus Augustas Manos el
día 8 de octubre p.p.
El Sumo Pontífice ha tenido con su lectura
una confirmación de la grave situación religiosa, moral y social de Chile y por eso quiere
alentar calurosamente el propósito que le ha
expuesto de ayudar al generoso grupo de católicos seglares que se propone desarrollar un
vasto plan de trabajos sociales según los principios de la doctrina católica, bajo la dependencia de la Jerarquía eclesiástica y con plena
sumisión a ella, apartado completamente de la
política de los partidos.
El programa de trabajo de dicho grupo, según lo ha descrito V. R. a grandes rasgos es,
sin duda alguna, sólido y lleno de esperanzas.
El interés inmediato de V. R., avalorado por
su experiencia y los contactos directos con instituciones semejantes bien desarrolladas ya en
muchas naciones de Europa, servirá de prudente guía a los esforzados seglares, que se verán
animados a trabajar de acuerdo con las normas
de la Iglesia, sin perderse en discusiones o polémicas estériles e inoportunas, inspirándose
siempre en la caridad que debe reinar en todos
los que consagran sus fuerzas a la causa de
Dios y de las almas.
En prenda de celestiales favores sobre el
apostolado a que piensa dedicarse, Su Santidad
le envía con paternal afecto una especial bendición apostólica.
Aprovecho gustoso la oportunidad para profesarme, de V. P. affmo. en el Señor Revmo. P.
Alberto Hurtado Cruchaga, s. j . ,
Domenico Tardini