alberto hurtado, hijo de ignacio
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385 ARTÍCULOS ALBERTO HURTADO, HIJO DE IGNACIO Raimundo Barros, s. j . Hace 38 años que tenga en mi poder un retrato de San Ignacio de Loyola, que yo encuentro muy expresivo de la espiritualidad del Santo. Este retrato, dibujado a lápiz por Francisco Hunceus Salas y obsequiado por éste a su amigo Alberto Hurtado, me fue regalado por el "Patronato" en un gesto muy suyo: yo estaba decidiendo mi vocación, si me haría jesuita o no, y siempre admiraba ese cuadrito, colgado ahí en la muralla, junto a tantos otros. —¿Te gusta? pues llévatelo y rézale a San Ignacio para que te ilumine—. Pocos días después yo entraba en la> Compañía, y ese cuadrito nunca me ha abandonada, acompañándome por donde he ido. Es el que aparece en estas mismas páginas. Al morir el Padre Hurtado. 3 días después de mi ordenación sacerdotal, yo recibí un recordatorio de su muerte con un retrato suyo. Pues bien, como la cosa más natural, yo inserté en un rinconcito del retrato de Ignacio, el pequeño retrato de Alberto, y así me acompaña desde 1952: Ignacio y Alberto; Alberto, hijo y reflejo de Ignacio; para mí, una mirada a ese cuadro así, me hace contemplar el ideal de la espiritualidad ignaciana concretamente encarnado en un jesuita: Alberto Hurtado. En este artículo quisiera destacar algunos rasgos típicamente "ignacianos" en el que ahora podemos llamar "el Siervo de Dios Alberto Hurtado Cruchaga", según reza el de- creto cardenalicio de iniciación de su Causa de beatificación. Quisiera así ayudar a todos sus amigos a entender más vitalmente, con hondura sobrenatural, lo que fue el Padre Hurtado (eso ya es conocido de muchos) y por qué fue así. En efecto, cada religioso está inmerso en el "espíritu propio" a su Comunidad, Orden o Congregación religiosa, y !a misma variedad de éstas enriquece a la Tglesia: "Resulla en bien mismo de la Iglesia que los institutos tengan su carácter y función particular. Por lo tanto, reconózcanse y manténgase fielmente el espírilu y propósilos de los fundadores, así como Ins simas tradiciones, lodo lo cuai constituye el patrimonio de cada instituto". (Concilio Vaticano 11. decreto Perjectae varitatís sobre la vida religiosa, n. 2). Y estas diversas "espiritualidades" ayudan a vivir el Evangelio a gran variedad de personas, dentro y fuera de los Institutos mismos. ¡Cuántos cristianos no se han sentido más plenamente tales, al plasmar su vida según el espíritu de San Francisco, o San Benito, o el P. de Foucauld! De adrede no incluimos a San Ignacio, porque creemos —sencilla y sinceramente— que la espiritualidad ignaciana es mucho menos conocida y popular en la Iglesia que las otras antedichas. Lo que es peor, se tiene una falsa idea de ella: "Los jesuitas son muy gallos, muy capos, muy creídos, muy ricos, muy organizados...", etc. Y eso, cuando no se da la definición de tantos 386 diccionarios: Jesuíta: ..."dícese también del individuo astuto, ladino, hipócrita" (American College Dictionary). Aun personas que admiran a Ignacio y su obra, se forman imágenes muy falsas del Santo y de su Compañía. ¿Quién se imaginaría que Ignacio lloraba todos los días en su oración matutina? ¿Cuántos saben que esa oración era del tipo de la alta mística de contemplación, con continuas manifestaciones sobrenaturales de Dios y de su Cristo?... Y podríamos seguir. Somos quizá los propios jesuitas los que hemos podido dar pie a tales falsedades, precisamente por no llegar ni de cerca al ideal ignaciano. Pero en jesuítas santos —como lo fue Alberto Hurtado— es donde ese idea] y esa espiritualidad brillan con clara luz. Y así un estudio —aunque más no sea tan breve y somero como lo permite una revista— de ciertos rasgos de Ignacio reflejados y encarnados en Alberto, y ciertas actitudes o gestos de Alberto que provienen originalmente de Ignacio, pueden ayudar a calar más hondo en ambos. Y creemos mostrar así ciertos matices de la personalidad del Padre Hurtado que sólo se entienden bien desde una perspectiva ígnaciana. Los rasgos son conocidos, la perspectiva no. Hubiéramos querido destacar varios rasgos más, pero no lo permite el espacio. Alegría y entusiasmo irradiantes Pocas personas asocian "alegría" y "entusiasmo juvenil" con "Ignacio" o con "fesui ta". Y sin embargo... Ignacio insistía casi machaconamente en la necesidad de la alegría. Le pide al Señor como una gracia especialísima, ya en sus Ejercicios Espirituales (alrededor de 1522): es la gracia propia de la "4? Semana": "pedir gracia para alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor" (n. 221). Y en las "Reglas" que da al ejercitante para "discernir los espíritus" (los malos de los buenos), dirá: Jf Regla (de la "Segunda Semana"). "La primera: propio es de Dios y de sus ángeles en sus mociones dar verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y turbación, que el enemigo induce; del cual es propio militar contra la tal alegría y consolación espiritual, trayendo razones aparentes, sotiiezas y assiduas falacias". Para Ignacio, entonces —después de largas y duras experiencias espirituales— lo propio de Dios es dar gozo; así como la obra JÜI diablo es quitar ese gozo y dar tristeza y turbación. En esta seguridad podrá escribir, unos dos años más tarde, cuando, recién vuelto de su peregrinación a ferusalén, no era más que "el pobre peregrino": "...la tentación no podrá tener fuerzas algunas contra vos (si hacéis) siempre lo que leñéis que hacer, anteponiendo la alabanza del Señor sobre todas ias cosas. (...) El Señor (...) quiere que en t-oio en El viváis, dando las cosas necesarias al cuerpo. (...) (Plegué a Dios) que nuestros espíritus flacos y tristes nos los convierta en fuertes y gozosos en su alabtnza". (Carta :i Inés Pascual de diciembre de 1525, cuando Iñigo no era aún Ignacio, y recién comenzaba la larga y fntieosa rula de los estudios que culminaría 10 años más tarde en la Universidad de París). Si tal seguridad tenía "el pobre peregrino Iñigo" en la virtud de la alegría, mayor aún la tendrá Ignacio, ya General de la Compañía de Tesús y faltando sólo año y medio para su muerte, cuando escribe en sus "Reglas de la Modestia": "Todo el rostro muestre antes alegría que tristeza u otro afecto menos ordenado" (Regla 5). Y a un novicio jesuíta: "Quiero verte reír, hijo mío, y estar alegre en el Señor; porque el religioso no tiene ninguna causa de afligirse, y sí muchas de gozarse; y para que siempre estés alegre y contento, sé siempre humilde y obediente". (.Tiies. 329). El gozoso dinamismo de Alberto Hurtado En este punto hay una absoluta coincidencia de todos los que lo conocieron. Aíí Alejandro Magnet pudo escribir poco después de su muerte, resumiendo 100 testimonios: "La alegría sonriente y optimista había llegado a ser en él como una segunda naturaleza y, sin duda uno de los rasgos más característicos de su personalidad y de los que más le servían para atraer a las gentes, inspirarles confianza, levan- 387 tarles el espíritu. (...) Pero ;quc había detrás de esa pcrmancnLe sonrisa, ite ese contento ¡[radiante, contagioso?" (El Padre Hurtado, p. 250). Hace unos pocos días, en urui conferencia ele prensa convocada para participar la iniciación solemne del Proceso de Beatificación del P. Hurtado, los testimonios abundaron en cite aspecto; todos vienen a decir lo mismo, pero tas palabras se quedan cortas para poder expresar esa actitud vital del Padre: y así dirán, por ejemplo: "Yo lo vi sólo cuatro veces en mi vida; y siempre lo vi sonriendo" ( l \ Jorge Delpiano, s. j . ) ; o bien: "Su presencia era imantante (el imán "comunica atracción"j porque se expresaba en una sonrisa envülvente" (P. Gmo. Balmaceda, s. j . ) . Esa constante y contagiosa alegrí.n irradiaba en torno suyo, produciendo "un dinamismo, una vitalidad a todos los ambientes en que trabajó y a las obras que realizó: un centenar de vocaciones sacerdotales, varios cientos de jóvenes en sus Ejercicios de Semana Santa (en los últimos que dio, en 1951, asistían 203 jóvenes), decuplicó la |uvcntud Católica, hizo vibrar a todo Chile con su Hogar de Cristo, y supo triunfar de pusilanimidades al crear la ASICH y más tarde la Revista Mensaje; muchos otros hicieron o trataron de hacer cosas semejantes; pero nadie logró inyectar en ellas el increíble dinamismo del P. Hurtado" (Mons. Enrique Alvear). Ese alegre dinamismo era tan típicamente suyo, y tan difícil de explicar, que un compañero suyo de Teología, respondiendo a una petición de testimonios, después de tratar de explicar a lo largo de varias páginas cómo era Alberto Hurtado, termina: "Releo lo que he escrito y lo hallo enteramente inadecuado: Alberto Hurtado era una llama" (En A. Magnct, op. cit., p. 164). El Padre daba gran importancia a esa alegría manifestada por la sonrisa. De ahí su insistencia en mostrar, y si era necesario, forzar una sonrisa: "Si estás triste, sonríe no más, sonríe. Si los labios no te obedecen, estíratelos con los dedos, hasta que Ingan el geslo de la sonris;i. Sonríe, con los labios no más. para comenzar, y verás cómo la voluntad que te lleva a hacer la musca Ignacio de Loyola: retrato de Francisco Huneeus de la sonrisa, te hará sentir verdaderamente la alegría que hay en la aceptación del dolor. ¡Contento, Señor, contento...! Si yo fuera obispo, indulgenciaría esa jaculatoria" (Citado por Magnet. op. cit., pp. 250-251) 1. En lo cual —como en lo demás que veremos— era fiel seguidor de su Padre Ignacio. Como también lo era al insistir en numerosas alocuciones a los jóvenes y en el prólogo de La Luz de la Montaña, novela juvenil que él hizo traducir y publicar, en su deseo de lograr una juventud "fiére, puré, joyeuse et conquérante" (valiente, pura, alegre y conquistadora) . ¡ En su libro Humanismo social, al final del capítulo X, expone más largamente estas mismas ideus. confesando que en gran liarle se ha inspirado para ello en un capítulo del entonces beslscjlcr de Dale C'yrncuiü: Como eanur omisos c influir sobre las personas <F.d. castellana en ¡?s. Aires, 1941). Pues bien, el Padre termina su cupítulo ton el famoso irozo El valor de una sonrisa ("No cuesta nada, pero vale mucho; enriquece al que lo recibí; sin empobrecer al que lu da11, etc.), que ha sido editado en hermosas cartulinas bajo el nombre delp P. Hurtado. Es cierto que til trozo L'blá en d libro dicho. j aparece sin comillas. Pero también es cierto que está tomado literalmente de Carnegie, quien ,i su vez confiesa haberla copiado de un anuncio comercia! de ventas de Navidad, redactado por un tal Krunk I. Fletcher. Lo cual no le quita nada de su valor, ni de la Importancia que el P. Hurlado dnbn en m vida y en sus con sejos al clima de alegría contagiosa e irradiante. 388 Amor y entrega total a Cristo Es el segundo rasgo ignaciano que mos destacar en el P. Hurtado. Como presa el Cardenal Silva en su Decreto troducción de la Causa de beatificación Hurtado, promulgado el 21-1-77: querelo exde Indel P. ...(Su temprana muerte) hizo brillar de un modo apasionante su intensa y alegre búsqueda de Dios y su entrega total y amorosa a Su Servicio y Gloria", En su intervención en la antedicha conferencia de prensa, podía decir su primo, ahijado y amigo, el Obispo D. Carlos González: "Los tres amores del P. Hurtado fueron: Cristo, los jóvenes y los pobres". Que este apasionado amor por Jesucristo, manifestado en una entrega persona! y sin reservas, sea herencia ignaciana en Alberto Hurtado, no cabe duda. En efecto, el modo mismo de conversión del joven capitán Iñigo fue a la manera heroica de los soldados de aquella época caballeresca y romántica: un apasionado entusiasmo por la persona de un Gran Capitán, y una entrega total a una obra idealista. Durante la larga convalecencia que siguió a la heroica derrota de Pamplona {algo así como nuestro Combate de íquique, en el cual el Arturo Pral de la época era el joven Iñigo de Loyola), va experimentando una mutación en su amor: los pensamientos amorosos sobre su dama —"no condesa ni duquesa, mas era su estado más alto que ninguno destas"— se van entremezclando con los de la figura dulce y fuerte de Jesús, al ir leyendo la Vita Christi, hasta que finalmente domina este más grande amor. Y así tenemos, pocas semanas después, al joven-maduro caballero Iñigo, a los 30 años. "velando sus armas toda una noche en la basílica de Montserrat", "a ratos en pie, a ratos de rodillas, delante del altar de Nuestra Señora, adonde tenía determinado dejar sus vestidos y vestirse de las armas de Cristo" (Autobiografía) . Y a este gesto caballeresco, a lo Amadís de Gaula, seguirá casi inmediatamente un año de conversión interior durante el cual, en un semi-eremitísmo vivido en la cercana villa de Manresa, tendrá la impactante experiencia de los Ejercicios Espirituales: 30 días de penitente conversión y de meditación concentrada en íesucristo: su Encarnación y Nacimiento, su Vida y su Pasión y Muerte, su Resurrección y Ascensión. Pero no es una meditación especulativa, sino una contemplación encendida de amor al amigo y Señor, de la cual brota espontánea la entrega de sí a El. Ya la "lí Semana", aun no cristológica, sino de penitencia y conversión de los pecados, será de hecho "cristocéntrica", puesto que cada meditación termina con un "coloquio" con Cristo en Cruz, ''Así como un amigo habla a otro amigo": "...cómo de Criador ha venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y así a morir por mis pecados. Otro tanto, mirando a mí mismo, lo que he heclui por Cristo, lo que luifio por Cristo, lo que debo hacer por Cristo". (Ejercicios, n. 53-54). El Padre Hurtado usaba constantemente este "coloquio" ignaciano, para despertar en todos, y sobre todo en los jóvenes, una generosa entrega a Cristo; y estas palabras, dichas con su voz vibrante y enronquecida, resonaban no sólo cuando el Padre daba los Ejercicios, sino en numerosas ocasiones. (Véase, por ejemplo, su discurso el día de Cristo Rey de 1940). Las tres "semanas" restantes de los Ejercicios de Ignacio no serán sino una ininterrumpida meditación cristológica, empapada de coloquios y peticiones para conseguir de Dios la gracia de lograr un "interno conoscimiento del Señor que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga" (a. 104). Ese "seguimiento" incluirá un "offrescer sus personas al trabajo, (y) más aún, haciendo contra la propia sensualidad... harán oblaciones de mayor estima y mayor momento" (n. 97). para poder así realizar plenamente "la vida verdadera, que muestra el summo y verdadero capitán" (n. 139). El amor-entrega induce a identificarse con la persona del ser amado, y así, al meditar la Pasión, Ignacio considera "cómo todo esto padesce por mis pecados, y qué debo yo hacer 389 y padecer por él" y pide "dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí" (nn. 197 y 2031. Pero en la Resurreccón pedirá gracia "para me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor" (n. 2211. El Padre Hurtado • vibraba personalmente y hacía vibrar a los demás con este apasionado amor-oblación a la persona de Cristo. Y así repetirá esas frases tan típicas suyas "tienen que chiflarse por Cristo", "romperse enteros por él", y también otras de corte caballeresco y militar, a lo Ignacio: "Inscribirse en la militancia de Cristo para ser soldados milicianos suyos, dispuestos a vencer o morir"; "levantaos virilmente y haced profesión a vuestro Rey que queréis combatir como valientes", etc. (Discursos a los jóvenes de 1940 y 1941). Es unánime —en todos los que lie podido escuchar— que el P. Hurtado daba una fortísima impresión de "creer y practicar lo que predicaba", cumpliendo así fielmente la recomendación del Obispo que lo ordenó: "Considerad lo que hacéis, imitad lo que administráis {Palabra y Sacramentos)" (Ritual de la Ordenación sacerdotal). Después de su muerte se encontró un manuscrito suyo "escrito en Baltimore, en mi primer día de Ejercicios" (año 1946). El mismo puso como título arriba de la página: "Meditación: ¿Cómo vivir la vida?". Y allí vaciaba —para sí mismo— su enorme amor por Jesucristo y su disposición de entrega total a El: mejor amigo y postumo panegirista, el Obispo Manuel Larraín, intituló su oración fúnebre: "Apóstol de Jesucristo". Porque dice el Obispo: "No he hallado otro pensamiento mejor que sintetice sus variadas facetas que la palabra con que el mismo San Pablo se designa: "Apostolus Jesu Christi''. En ella se encierra la rica y breve vida del Padre Hurtado en la tierra"'. Yo me he permitido agregar "en su Iglesia", porque el uso milenario va descolorando tas palabras, borrando su fuerza y originalidad primitivas. Así, en el uso cotidiano, "apóstol" significa para muchos algo semejante a "propagandista"; y se hablará de Fulano, "apóstol de la Medicina", o Mengano, "apóstol de la Gramática". En su griego original, apóstol significa mensajero, enviado. Y esto supone Alguien que envía, de Quien uno es mensajero. Estrictamente hablando, nadie puede ser "apóstol por cuenta propia". Así por ejemplo Iñigo el peregrino, cuando al volver de su viaje de amor a Jerusalén se decide "estudiar para poder ayudar a las ...Un gran amor a Cristo, autor y modelo de nuestra santificación. Contemplar con amor su vida para copiar en la mía sus rasgos. (...) Consagración entera en mi espíritu y en las obras en la forma que lo permita mi deber de estado. Una vida sin compartimientos, sin jubilación, sin jornadas de 8 ó 12 horas. Toda la vida entera y siempre para vivir la vida de Cristo..." {Transcrita en Mensaje, agosto de 1972, p. 442). Apóstol de Jesucristo en su Iglesia El apelativo de apóstol aplicado al Padre Hurtado es tan obviamenle adecuado., que su Irradia el gozo del Señor 390 ánimas, y cuando lo haga excelentemente por medio de los Ejercicios Espirituales, aún no se podría llamar estrictamente "apóstol". Pero cuando Iñigo se vuelve Ignacio unos 15 años más tarde (seguirá todavía usando el "Iñigo", pero cada vez más raramente) y vea aprobada por Paulo ITI su "Fórmula" (esquema) de la Compañía de Jesús, entonces ya es plenamente merecedor del honroso título y de la actitud consiguiente: la de enviado por Alguien. Ese Alguien es Cristo mismo, auténticamente representado por su Vicario en la tierra. El Apostolado jesuíta se ubicará, pues, siempre "en la Iglesia jerárquica". Y así quedará expresado en esa "Fórmula", o "Acta de Fundación" de la Compañía, aprobada por Paulo III y ligeramente modificada por Julio III (1540 y 1550): "Cualquiera que en esta Compañía —que deseamos se llame la Compañía de Jesús— pretende asentar debajo del estandart? de la cni7, para ser soldado de Cristo (como se ve, las metáforas militires sigu:n abundando) y servir a sola su divina M;¡jest;id y a su esposa la ••aula Iglesia, bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en l:i tierra... "(Esta Comp&ñía) es fundada principalmente para emplearse toda en la defensión y dilatación ds la santa fe católica, predicando, leyendo públicamente y ejercitando los demás oficios de enseñar la palabra de Dios, dando los Ejercicio»! E pirituales, enseñando a los niños e ignorantes la doctrina cristiana, oyendo las confesiones de los fieles y suministrándolas los demás sacramentos para espiritual consolación de las almas. {...). "Y todos los que hicieren profesión en esta Compañía se acordarán (...) todos los días de su vida, que esta Compañía y todos los que en ella profesan son soldados de Dios que militan bajo la fiel ob-di;ncia de nuestro santo padre y señor el Papa Paulo 111 y los otros romanos Pontífices sus sucesores; (...) (y) que obedeceremos a todo lo que nuestro Santo Padre nos mandare. E iremos sin tardanza, a cualesquier provincias donde nos enviaren, sin repugnancia ni excusarnos..." (Formula Instituti, nn. 3 y 4). Esta era la espiritualidad apostólica de Ignacio, y esta misma fue la de Alberto, hijo de Ignacio. Todas sus grandes empresas, y sus pequeños gestos sacerdotales ("predicar, dar Ejercicios Espirituales, oir confesiones", según reza la Fórmula recién citada), los realizaba el Padre Hurtado con un visible "sentido de Iglesia". Continuo era su diálogo con su Provincial, llegando hasta el General de su Orden y al mismísimo Santo Padre (Pío XII) para asegurarse de que era "apóstol", es decir, enviado a esas misiones u obras por la autoridad de Cristo en su Iglesia. La gran crisis Donde mejor se muestra el espíritu eclesial de Alberto Hurtado fue precisamente en lo que fue la gran tragedia de su vida: su alejamiento del cargo de Asesor de los Jóvenes Católicos, que había ocupado por expresa "misión" de la Jerarquía eclesiástica, y que, después de tres años de fulgurante desempeño, tuvo que abandonar, acusado precisamente de "falta de espíritu jerárquico" y de "sumisión a la Jerarquía". Los cargos se los hacía el mismo Obispo Asesor General de la Acción Católica que lo había nombrado para esa "misión" eclesia!. Este es un complicado y delicado asunto que no podemos tratar en un breve artículo; sólo citaremos la "última página" de este doloroso capítulo, donde se ve lo hondo que caló la herida, precisamente por haber vulnerado el punto que el Padre consideraba como más medular de su sacerdocio: el de ser apóstol, mensajero de Cristo, que lo envía a él como otrora enviara a los Doce. Oigámoslo, precisando el momento: la tormenta había ya pasado —aparentemente— al haber presentado el Padre su renuncia y haber sido ésta acep¡ada por el Comité Episcopal; pero en lo hondo del alma sacerdotal de Alberto Hurtado, la herida sigue sangrando, en una lenta hemorragia interna (ya que externamente —y obedeciendo órdenes expresas del Padre —no hubo ni "manifestaciones", ni "protestas", ni "desagravios") . Desde Las Brisas, alejado lugar costeño donde solía él ir a descansar, escribe una carta final al Obispo Asesor General que forzara su salida, y que había sido su íntimo amigo durante 25 años. Es el 24 de enero de T945. Querido N. N.: ..."no sería sincero si no te dijera que me ha dolido mucho esa acusación de "fa'ta de espíritu jerárquico", pues, para un sacerdote os tan grave, a mi juicio, como atribuir- 391 le fallas a su voto de castidad y lo incapacita en no menor grado para trabajar apostólicamente. (...) "Yo no hubiera querido (...) hacerte perder más Liempo con mis cosas, ni tampoco a otros Sres. Obispos. (...) Si lo hago, es porque he que rido defender la único que tengo: Mi calidad de apóstol del Señor, elegido par El para llevar su nombre, y no quisiera incurrir en el crimen de cobardía o de pereza para seguir defendiendo mí derecho a continuar trabajando por El, Ahora bien, si mi espíritu jerárquico es puesto en duda debería consecuentemente renunciar a seguir influyendo en el alma de los demás, pues haría más daño que bien". (Los subrayados son nuestros). La hemorragia terminó por restañarse, aunque la herida siguió doliendo toda la vida. Pero el apóstol propondrá y solicitará otras "misiones'1: Hogar de Cristo. Asich, Mensaje. Para todo lo cual contó siempre con la plena aprobación de su Jerarquía jesuíta, de la autoridad episcopal, y aun Pontificia: logró en efecto tener una larga audiencia con Pío XII el 8-X-47. Un mes más tarde recibió —ya en Chile— la alentadora aprobación oficial del Papa, en carta de Mons. Tardini. La Jerarquía chilena parece haber definido el "diferendo de opiniones" tan dolorosamente sufrido en 1944, ya que, en su Asamblea Plenaria de abril de 1971, al acordar pedir la Introducción de la Causa de beatificación del Padre Alberto Hurtado, dice (en palabras de Mons. Oviedo, Secretario General): "Ha movido a la Asamblea de Obispos chilenos el preclaro ejemplar de vida sacerdotal que dejara el inolvidable P. Hurtado y presentarlo como un modelo y estímulo para la actual generación sacerdotal. En efecto (...) su apertura social, su vida de sacerdote consagrado a Jesucristo (...) su obediencia sacerdotal, etc. (...) nos persuaden que el Señor le dio la recompensa eterna y que es un alentador ejemplo para el pueblo de Dios". (Subrayados nuestros). Alberto Hurtado fue, pues, el sacerdote entusiasmado por Cristo, el APÓSTOL DE CRISTO en su Iglesia, tal como lo soñara Ignacio para su Compañía. Pío XII y el Padre Hurtado Caria de Mons. Taraba, dirigida ai P. Hur todo por encargo de S. S. PÍO XII; esta breve misiva, que no era sino el "resumen oficial" de la larga conversación tenida por el padre con el Papa, durante la cual le entregó un Memorial —ya revisado y aprobado por el P. General de la Compañía, J. B. Janssens— en el cval exponía con franqueza filial al Santo Padre cómo veta él la siuacián religioso-social de Chile, y le proponía un plan de acción concreto que él podría realizar en Chile, en materia social. Esta entrevista tuvo lugar el 8-X-4T; el Papa dio su aprobación verbal, pero un mes más tarde le enviaba al P. Hurtado esta especie de "aprobación oficial", que fue de gran consuelo y apoyo para el Padre ante las innumerables objeciones y criticas que se levantarían en su contra. SECRETARIA DI STATO di SUA SANTITA DAL VATICANO, 10 noviembre 1947 Reverendo Padre: Cumplo con el venerado encargo de significar a Vuestra Reverencia que el Santo Padre se ha dignado examinar atentamente el memorial que V. R. puso en Sus Augustas Manos el día 8 de octubre p.p. El Sumo Pontífice ha tenido con su lectura una confirmación de la grave situación religiosa, moral y social de Chile y por eso quiere alentar calurosamente el propósito que le ha expuesto de ayudar al generoso grupo de católicos seglares que se propone desarrollar un vasto plan de trabajos sociales según los principios de la doctrina católica, bajo la dependencia de la Jerarquía eclesiástica y con plena sumisión a ella, apartado completamente de la política de los partidos. El programa de trabajo de dicho grupo, según lo ha descrito V. R. a grandes rasgos es, sin duda alguna, sólido y lleno de esperanzas. El interés inmediato de V. R., avalorado por su experiencia y los contactos directos con instituciones semejantes bien desarrolladas ya en muchas naciones de Europa, servirá de prudente guía a los esforzados seglares, que se verán animados a trabajar de acuerdo con las normas de la Iglesia, sin perderse en discusiones o polémicas estériles e inoportunas, inspirándose siempre en la caridad que debe reinar en todos los que consagran sus fuerzas a la causa de Dios y de las almas. En prenda de celestiales favores sobre el apostolado a que piensa dedicarse, Su Santidad le envía con paternal afecto una especial bendición apostólica. Aprovecho gustoso la oportunidad para profesarme, de V. P. affmo. en el Señor Revmo. P. Alberto Hurtado Cruchaga, s. j . , Domenico Tardini